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Invent a Rio

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  • Jaime Gonzalo Cordero

    INVENTARIO DE NIEBLASY

    OTROS APUNTES(Miscelnea)

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  • INVENTARIO DE NIEBLAS A veces las pequeas cosas, agazapadas en nuestro desprecio hacia ellas,

    pero siempre atentas a nuestros descuidos, nos tienden una emboscada

    urdida tal vez mucho tiempo atrs, como si de una mina antipersona

    enterrada en el olvido se tratara. Cuando damos sobre ellas un paso

    equivocado, explotan inevitablemente amputando una parte de nuestro

    sosiego. Tal debi de ser la naturaleza de lo que me aconteci hace unos

    das.

    Sucedi mientras ojeaba un libro que llevaba cerrado demasiados aos.

    Buscaba en l, como acostumbro, algn prrafo subrayado o alguna nota

    en sus mrgenes que me evocaran aquella primera lectura. (Pienso ahora

    en que la lectura se ha convertido para m en un mero ejercicio de la

    nostalgia.) En eso me hallaba cuando de improviso cay desde el interior

    del libro al suelo una pequea cartulina que aparentaba haber sido algn

    da blanca. Al recogerla, comprob que lo que haca un momento se

    haba ofrecido a mi vista desde el suelo era el reverso amarilleado por el

    tiempo de una foto en blanco y negro de la que no guardaba memoria.

    En ella apareca retratada mi madre, rebosante de la belleza y la lozana

    que solo los veinte aos otorgan, acodada sobre el rudo antepecho de

    cemento y ladrillo que, a modo de pretil, culminaba la escalera por la que

    se acceda a la casa. A sus espaldas, se vea parte de la fachada y la

    pequea ventana del cuarto donde nac.

    Nada de lo capturado en esa foto ha perdurado. Mi madre vive an, pero

    no la pujanza que alentaba a aquella joven mujer a la que hoy yo doblara

    en edad; tampoco la casa, derribada hace aos para que, sobre el solar

  • que sostuvo mis primeros pasos en el mundo, se edificara un bloque de

    viviendas. Repar despus en que ni siquiera se salv de la destruccin la

    escuela donde me ensearon la dura asignatura de dejar de ser nio.

    Reconozco que me sedujo la hiptesis, nada desdeable por cierto, de

    que yo sea un oscuro heredero del rey Midas que transmuta en vaco y en

    niebla los lugares que habita.

  • RESUMEN DE LA PRENSA DIARIA

    Si bebes, no conduzcas. Fumar produce cncer. No hables con

    desconocidos. Se va a armar una muy gorda. Nos invaden. Nos

    abandonan. Un frente nuboso barrer/borrar? la cornisa cantbrica.

    Sube la prima de riesgo de precipitaciones en el interior de la mesita. La

    combinacin ganadora de la Lotera Primitiva est compuesta por una

    lnea de cinco defensas que ha mantenido a raya el avance de las tropas

    israeles sobre la portera donostiarra. En la operacin Salida del

    prximo puente, la DGT prev retenciones de lquidos. Hemos ganado.

    Estamos perdidos. Visca Espanya. Arriba Catalua. Una novela basada

    en hechos reales ha ganado un premio literario. Dnde est el dinero?

    Queda inaugurado este pantano.

  • ANIMACIN A LA RELECTURA Cuando una de las mayores preocupaciones de la sociedad en el mbito

    cultural es el escaso apego por la lectura de las jvenes generaciones y

    de las no tan jvenes, habra que aadir, puede parecer, y quiz lo sea,

    un exceso, un artculo de lujo la propuesta que hago en el ttulo de este.

    Sin embargo, por una parte, la justa y necesaria insistencia en descubrir a

    los nios y jvenes el mundo de los libros y, por otra, este afn

    consumista que nos arrastra a nuestro pesar y que parece obligarnos a

    estar enterados de lo ltimo publicado, nos ocultan el placer del

    reencuentro con aquel libro con el que nos vimos las almas hace ya

    algunos aos.

    Puede que con los libros est pasando algo similar a lo que en nuestras

    sociedades avanzadas sucede con las personas viejas (permtanme que no

    sea polticamente correcto con el uso de los adjetivos): que las

    apartamos, las quitamos de nuestra vista, parece que nos estorbasen

    (excepto cuando tienen que cuidar a sus nietos para que los hijos puedan

    mantener sus empleos, sus ingresos, sus vacaciones) El libro ya ledo,

    para mucha gente que temo sea la mayora, muere, se deposita en un

    lugar del anaquel y es, incluso, posible que all permanezca hasta que una

    mudanza a otra casa lo desplace de su lugar de eterno reposo. Con la

    llegada de nuevos libros, el usado enmudece para siempre. Aunque

    tampoco deberamos culpar del todo a los nuevos libros que sufrirn la

    misma suerte del olvido a que el lector condena al ya ledo. Vislumbro

    una causa ms ntima y ms compleja que justifique ese ostracismo.

  • El miedo. Miedo a descubrir que no se reconoce al lector que se fue

    cuando se ley aquel libro por primera vez. Si adems se tiene la

    costumbre de anotar los mrgenes de las pginas, puede suceder algo

    parecido a verse reflejado en una foto ya olvidada o de la que no se tena

    noticia, tomada hace veinte aos, cuando el lector maduro de hoy era un

    nio o muy joven, en compaa quizs de personas que quiso y que ya no

    estn con l. Releer un libro es la constatacin de que no se puede

    regresar de nuevo a un lugar por primera vez. El lugar es conocido; es el

    viajero el que cambia. Ante las palabras que nos emocionaron ayer, hoy

    permanecemos imperturbables; las que pasaron por nuestros ojos sin

    impregnar nuestra memoria, son hoy las que nos impresionan y cautivan.

    Pocas experiencias en la vida nos ensean con tanta claridad que no

    somos los mismos. La relectura tiene algo de arqueologa: excavar las

    ciudades enterradas que en otro tiempo resplandecieron.

    Animacin a la relectura: reanimacin de la lectura.

  • ELOGIO Y REFUTACIN DE LA BIBLIOTECA PBLICA Haca solo unos meses que se haba publicado El dardo en la palabra, de

    Lzaro Carreter, y quera leerlo. Necesitaba leerlo. En aquella poca, sin

    trabajo, sin Internet, cuando el concepto descargar en pdf no exista,

    eterno opositor a un lugar bajo el sol de la docencia, frecuentaba las

    bibliotecas pblicas ms que las libreras: era la biblioteca el lugar donde

    saciaba mi hambre de libros, los viejos y los casi nuevos, pero siempre

    usados por alguien antes que yo, muchas veces con las marcas de esas

    lecturas ajenas en forma de huellas dactilares grabadas con tinta o caf; o

    con prrafos subrayados a bolgrafo por psimos lectores que no dejaban

    rengln sin destacar, pues todo era importante para ellos, incapaces de

    discernir.

    A las libreras por aquel entonces solo entraba para husmear qu se

    publicaba, para tocar el papel de los libros recin salidos de la imprenta,

    para oler la tinta recin impresa. Tambin para dar a entender a quien me

    viese entrar que dispona del poder adquisitivo suficiente para comprar

    ese libro que tal o cual crtico haba recomendado en las pginas de la

    prensa dominical. Que consuma cultura, que no estaba al margen. Mera

    pose. Nunca como en aquellos aos sent tanta comprensin por el

    tercer amo del Lazarillo cuando este sala a la calle tras la hora de comer,

    sin haber probado bocado por no tener ni blanca, mondndose los

    dientes con un palillo. Entraba en las libreras para robar la lectura de

    algunas pginas y muy a mi pesar de diez veces, nueve sala sin comprar.

    La necesidad y la escasez son la madre de la ciencia y decid poner

    remedio a la imposibilidad de comprar los libros nuevos que quera leer:

  • establec itinerarios en funcin de tal o cual libro cuya lectura me

    acuciaba y me desplazaba por la ciudad, saltando de librera en librera

    durante varios das, hasta acabar la lectura del libro, que, por lo general,

    era de cuentos o poemarios, pues esos gneros se prestaban mejor a la

    lectura en una librera de un cuento completo o de un poema, unidades

    de sentido con principio y final. Recurr a esa artimaa hasta que empec

    a notar que los libreros no disimulaban demostrarme su fastidio por mi

    presencia. Cuando uno de ellos se acerc a m para preguntarme si poda

    ayudarme en algo en un tono que negaba el contenido de su pregunta,

    supe que mi estratagema haba llegado a su fin. A los pocos das, sali El

    dardo en la palabra, libro modlico para mi peregrinaje lector, pues se

    trataba de una coleccin de artculos de prensa: poda haberme

    despachado sin demasiado problema varios artculos en cada una de las

    libreras de mi ciudad.

    Meses despus, en los anaqueles que, en la biblioteca pblica, se

    destinaban a las novedades, vi expuesto un viernes El dardo en la palabra.

    Cuando me haba visto obligado a renunciar a mis lecturas itinerantes,

    me resign a esperar la ocasin para leerlo. Y la ocasin haba llegado,

    estaba all, frente a m. Desgraciadamente, hasta el lunes siguiente no

    poda tomarlo prestado, pues mientras estuviese en el estante de

    novedades nadie tena permiso para llevrselo. Era un ejemplar nuevo,

    limpio, sin marcas, nadie lo haba ledo an. Anticipando el placer de su

    lectura y el fin de aquella carencia que ya duraba demasiado tiempo, me

    fui con el propsito de regresar el lunes antes de la hora de apertura de la

    biblioteca. La victoria era segura.

    Lleg el lunes. Diez minutos antes de abrir, me apost a la puerta de la

    sala de prstamo. No era el nico que all esperaba. Delante de m haba

  • cuatro personas y a medida que se acercaba la hora, detrs de m fueron

    llegando ms, hasta ser unos quince o diecisis. Una sombra de angustia

    comenz a inquietarme. Y si alguno de los cuatro que tena delante

    viniese a por el mismo libro que yo quera? No, no poda ser. Me fij en

    que los cuatro llevaban libros que haban tomado prestados das atrs,

    por lo que era de suponer que lo primero que haran sera devolverlos en

    el mostrador habilitado a tal efecto. No obstante, mis pulsaciones

    aumentaban su frecuencia y algo haba, no saba bien el qu, que no me

    gustaba.

    Los funcionarios, entregados a la rutina de un nuevo lunes, parecan

    querer alargar durante algunos minutos ms la incomodidad de quienes

    aguardbamos a que declarasen inaugurada la semana. Finalmente, el

    semforo se puso en verde.

    Los cuatro lectores que me precedan entraron en la sala. Tres de ellos,

    como sospech, se dirigieron al mostrador para devolver lo prestado,

    pero el cuarto sali a toda velocidad hacia los estantes donde reposaban

    los libros. Por qu iba tan rpido? Por qu no entregaba los libros que

    llevaba en sus manos? Fue transitando a paso de legionario por las

    diferentes zonas, mientras yo, sin perder el decoro ni la compostura que

    exiga el lugar, intentaba adelantarlo. El circuito, por cierto, no facilitaba

    las maniobras, pasillos demasiado angostos, como los de mi esperanza.

    Gir a la izquierda y yo tras l, a su rebufo. Entramos en el tramo final.

    Nos colocamos delante del anaquel donde deba estar el libro. l lo vio

    primero. El dardo se clav en mi corazn. Quise disimular mi derrota y

    me abalanc sobre el primer libro que vi, como si hubiese estado

    esperando la cola solo por conseguirlo. Hasta tal punto me haba

    golpeado la derrota que ni siquiera repar en que el aspecto del libro con

  • el que quera encubrir mi fracaso no dejaba lugar a la duda sobre su

    antigedad, con lo que no hice ms que acrecentar mi ridculo porque

    quin en su sano juicio iba a guardar cola antes de la hora de apertura,

    para llevarse un libro viejo que, a la vista estaba, nadie lea desde haca

    mucho tiempo? Aquel francotirador, que los dioses lo confundan, an

    tuvo tiempo para dedicarme una mirada entre altiva y burlona, satisfecho

    con la presa en sus manos. Tard das en recuperarme.

    Nostlgico, escribo estos recuerdos con mi ejemplar de El dardo en la

    palabra encima de la mesa. Hoy, que entro mucho ms en las libreras que

    en las bibliotecas; hoy, que salgo de las libreras de diez veces, nueve con

    un libro; hoy, que dejo libros sin terminar.

  • CMO SE DICE APOTHEKE EN ESPAOL? Cuando estaba a punto de cumplir tres aos, obedeciendo a vaya usted a

    saber qu inescrutables designios, mi hijo en vez de farmacia deca

    mayasa. La cosa mejoraba un poco en las ocasiones en que pretenda

    referirse al plstico, porque en su lugar atinaba a decir pscolo, que, como

    se puede ver, guarda cierto aire de familia con el modelo. Como haca (y

    an hace, dicho sea de paso) ms caso a su madre que a su padre, la

    imitaba a ella en la costumbre de llamarme a m por mi nombre, cuando

    lo que yo deseaba era que me interpelase siempre con un pap. Recuerdo

    la primera vez que lo llevamos al cine para ver una pelcula de dibujos

    animados. La experiencia fue tan fascinante para l que, en un momento

    dado, ante la visin de una escena impactante, no pudo dejar de exclamar

    a voz en grito, mientras con una mano me agarraba el brazo y con la otra

    sealaba hacia la pantalla: "Pame, mira!!!, mira, Pame!!!, para que no me

    perdiera detalle. Yo, como habris adivinado, era el tal Pame, esa versin

    tan peculiar del nombre propio Jaime. Puedo asegurar que, en aquella

    poca, a veces me daba por pensar que solo por obra de un milagro mi

    hijo hablara algn da espaol. Exageraciones de padre novato, ms

    preocupado por la correccin que por la eficacia: a pesar de sus pocos

    meses de vida por aquel entonces, la criatura saba hacerse entender

    perfectamente y conseguir sus propsitos, por ms que lingsticamente

    fracasara. Como es lgico, no tard mucho en aprender a pronunciar

    farmacia, plstico y Jaime, y recordar ahora la gracia de su lengua de trapo

    nos deja, inevitablemente, un poso de amarga nostalgia.

    Aunque, si bien se mira, un milagro o algo muy parecido es aprender una

  • lengua del modo como aprendemos todos la materna. Solo con la

    imitacin de los sonidos que escuchamos, su reproduccin,

    progresivamente perfeccionada, y ese saber leer el contexto adecuado en

    el que emplear tales o cuales palabras, salimos vencedores del reto

    monumental del aprendizaje idiomtico. Adquirimos de modo

    inconsciente y utilizamos de manera intuitiva las reglas que gobiernan el

    idioma. Es el modo natural de aprender lo que nadie nos ensea ms que

    con el ejemplo. Siguiendo con el de mi hijo, cuando un da dijo

    "escribido" por "escrito", o "conduc" por "conduje", supe que ya tena

    el suficiente dominio del lenguaje porque conoca la regla, aunque

    ignorase las excepciones. A partir de ese momento, estaba ya en

    condiciones de comenzar a estudiar la gramtica, esto es: a reflexionar

    conscientemente sobre las normas que conoca y haba aprendido sin

    saber que las conoca y que las haba aprendido, como le suceda al

    famoso personaje de Molire, M. Jourdain, que hablaba en prosa sin

    saberlo. Desgraciadamente, parece que la evidencia de que el mejor

    camino para dominar un idioma es, en una primera fase, habituarse a

    escucharlo para saber utilizarlo oralmente, grabando en el cerebro esas

    leyes implcitas del uso de la lengua, parece, digo, que no es tenida en

    cuenta por la mayora de quienes ensean lenguas extranjeras. Creo que

    todos sabemos por experiencia que, en la enseanza de las lenguas, prima

    el fetichismo de la letra, lo escrito sobre lo oral. Y eso es, se mire por

    donde se mire, un grave error.

    El prximo viernes mi hijo empieza su aprendizaje del alemn en una

    academia de mi ciudad. (Me adelanto a aclarar que sus padres no hemos

    decidido que estudie alemn sometidos a la presin de Frau Merkel, sino

    porque, en primer lugar, l as lo quiere y, en segundo, porque se trata del

  • idioma, la cultura y el pas que apasionan desde siempre al hijo mayor de

    mi madre.) Cuando hablamos con los responsables de la academia,

    insistimos en que lo que queremos es que se respete la condicin de

    novato de nuestro hijo en la lengua alemana y que nos gustara que

    recorriese las fases normales que todo aprendizaje de la lengua implica:

    primero, que sepa distinguir y reconocer lo sonidos; que sea capaz poco a

    poco de reproducirlos; que aprenda a utilizar de modo adecuado un

    vocabulario creciente en diferentes situaciones de comunicacin; que

    asimile paulatinamente los modismos alemanes. Solo entonces estar en

    condiciones de poder reflexionar sobre la lengua que habr ido

    aprendiendo mientras la usaba. Solo entonces, tambin, podr aplicarse

    al estudio de la lengua escrita, que siempre ha de ir detrs de la oral por

    tratarse de una representacin suya. Me temo que no vamos a tener

    mucha suerte: nos han confirmado hoy que deber tambin seguir un

    libro de texto y, sospecho, completar ejercicios de gramtica. En su

    aprendizaje del ingls en la escuela pblica donde estudia, ha conseguido

    ser muy bueno haciendo ejercicios de gramtica y vocabulario, si bien

    an no lo veo tan desenvuelto hablando, despus de varios aos de

    estudiar gramtica inglesa. Todo un poco absurdo. Record hoy aquel

    anuncio que apareci una buena maana en uno de los tablones de

    anuncios de la Facultad de Filologa donde estudi. Deca as: "Profesora

    nativa da clases de latn. Precios econmicos". Hoy expreso aqu mi

    deseo de que un da no muy lejano mi hijo sepa decir mayasa en alemn.

  • EL EXTRAO CASO DE LA REPUTACIN LITERARIA PERDIDA Pleno de entusiasmo, termin la lectura de Balada de Lisboa, novela corta

    de Mario Quirs Lobo (KRK Ediciones, 2012). Mi estado de nimo

    estaba de sobra justificado: comparta la euforia del cazador de

    unicornios tras haber distinguido en un claro del bosque la presencia de

    un ejemplar de la especie. Me haba reencontrado con esa literatura

    sencilla y verdadera (verdadera por sencilla?) que tanto escasea, como as

    debe ser. En silencio, con el pequeo libro an en las manos, degust en

    mi memoria durante unos minutos ms los detalles de la historia que une

    las peripecias de la bella editora portuguesa Maria Cardoso; de Jorge, el

    narrador protagonista, funcionario de la embajada de Espaa en Lisboa,

    y del resto de personajes, cuyas vidas acusan la convulsin de los

    estertores de la dictadura portuguesa y el alumbramiento de la

    Revolucin de los Claveles. Comoquiera que desconoca la existencia del

    autor de la novela, quise saber algo ms de su trayectoria literaria. Decid,

    a tal efecto, citar en el lugar acostumbrado a Google para encargarle una

    rpida pesquisa cuyo resultado hubiese preferido ignorar siempre.

    El famoso detective me present un abultado informe. Uno de los

    apuntes refera un extrao caso de plagio. El conocimiento de los detalles

    del oscuro asunto me entristeci: segn informaba en marzo de 2009 un

    peridico de provincias, Mario Quirs se haba plagiado a s mismo en

    un concurso literario del que haba resultado ganador. Uno de los

    requisitos recogidos en las bases del concurso era el de que las obras

    presentadas fuesen inditas. La editora que haba promovido el premio

  • descubri el engao, que consista en que la obra presentada (no era

    Balada de Lisboa) por Mario Quirs vena a ser la misma, con diferente

    ttulo, que otra que el escritor asturiano ya tena publicada. El affaire se

    resolvi con una carta del autor en la que reconoca la veracidad de los

    hechos y renunciaba al premio que se le haba otorgado. La noticia

    contamin, en un primer momento y contra mi voluntad, mi simpata no

    solo hacia el novelista, sino tambin hacia la novela, a mi parecer

    excelente, cuya lectura haba culminado poco antes. Pero, creo que por

    fortuna, supe rehacerme del embate y someter el caso a un anlisis

    desapasionado, o eso quiero pensar.

    Renuncio a juzgar y a condenar aqu a Mario Quirs Lobo por

    autoplagiarse. A la editora que descubri el suceso le correspondi en su

    da desempear ese ingrato papel que, a tenor de las informaciones de

    que disponemos, supo ejercer con un elevado celo profesional. Mi

    pensamiento se dirige al hecho de que en la Repblica de las Letras

    circula la moneda de los concursos literarios promovidos y sustentados

    por editoriales e instituciones culturales, moneda de la que se exalta y

    magnifica su cara, el premio, pero de la que se oculta su cruz: el castigo.

    Quieran los dioses que el autor de Balada de Lisboa haya cumplido

    definitivamente la penitencia por haber incurrido en la debilidad de

    perseguir la fama, el reconocimiento pblico y el triunfo rpido de su

    indiscutible pericia literaria. Creo que una sociedad civilizada ha de

    conceder siempre una segunda oportunidad a quien haya cado en una

    falta de esa clase. Pero, y es aqu adonde quisiera llegar, estos hechos

    desagradables quiz nos aconsejen la conveniencia de hablar ms de las

    obras que de sus autores, de huir de la personalizacin, de evitar juicios

    del tipo "es un gran escritor" y optar, en su lugar, por otros como "es

  • una gran obra". La existencia de los derechos de autor y de explotacin

    de las obras no debe ocultarnos un hecho capital: la creacin literaria no

    se produce ex nihilo, sino que es fruto de una conjuncin del genio del

    escritor y la tradicin cultural que lo alimenta. Cuando alguien firma una

    obra, no solo asume la autora del texto, sino que reconoce el bagaje de

    lecturas, conversaciones e ideas de otros que han contribuido a

    conformar su visin del mundo. El hombre es hijo de sus obras,

    sentenci Cervantes, pero las obras me atrevo a aadir no son de un

    nico hombre.

  • BESAR EL PAN

    Creo que una de las frases que ms veces dedic mi padre a sus hijos,

    sentados a la mesa durante la comida o la cena, era esta: comed pan,

    mientras subrayaba sus palabras con el hecho de partir un trozo de un

    sabroso pan blanco para cada uno de nosotros, como si se tratase de un

    sacerdote que oficiaba el rito de una religin pujante. Nos la repiti ms,

    incluso, que aquella otra de no dejis nada en el plato, que acostumbraba a

    pronunciar mi madre en un tono ms conminatorio y contundente (a ella

    le correspondi la oscura tarea de educar durante ms horas a cinco

    hijos, razn por la que deba recurrir de vez en cuando a una firmeza que

    mi padre, por carcter y porque pasaba menos tiempo en casa, ni conoca

    ni necesitaba). Esa invocacin continua a comer pan, a no dejar nada de

    comida en el plato, o la costumbre de besar el pan cuando caa al suelo

    era la propia de los hombres y mujeres que, como mi padre hoy

    octogenario, haban vivido en su infancia y primera juventud la escasez y

    caresta que provoca una guerra civil. Ms de una vez, quiz, mi padre, en

    sus primeros aos, hubo de sentarse a la mesa para comer lentejas con

    piedras y, si la fortuna era propicia, pan negro y duro; otras veces,

    posiblemente, sin pan siquiera. Como me record hace un tiempo mi

    buen amigo Javier Arteaga, solo una generacin nos separa del hambre.

    Imagino ahora la incomprensin de mi padre cuando alguno de nosotros

    se atreva a rechazar, ahto, parte de la comida que, gracias a los desvelos

    de nuestros progenitores, siempre dimos por segura.

    Hoy, tantos aos despus, recuerdo con frecuencia a mi padre y su

    invitacin a comer pan en aquella poca en que los sbados haba que

  • comprar el doble porque los domingos los panaderos descansaban. Lo

    recuerdo con frecuencia porque ya es casi imposible encontrar algo que

    sea digno de llamarse pan. En los supermercados, en las panaderas, lo

    habitual es un producto tan familiar a la vista, como extrao al paladar,

    que a las pocas horas de salir del horno tiene una textura plstica, como

    de chicle; que ni siquiera se endurece al da siguiente de ser hecho. Hoy,

    con tantas variedades de pan, en esta industria de la abundancia de cosas

    mal hechas, pensadas para caducar muy pronto, tan pronto que no hay

    tiempo para que la creciente legin de necesitados pueda aprovecharlas,

    nunca ech tanto de menos el pan que coma de nio. Con todo, he

    recogido el relevo de mi padre y a mi hijo le repito, aceptando la derrota

    de antemano, que coma pan, mientras subrayo mis palabras con el hecho

    de partir un trozo para l, como si yo fuese el sacerdote de una religin

    moribunda.

  • DONDE SE CUENTA LA DESVENTURA DE UNA MAESTRA DESCUIDADA Y OTROS TPICOS DE INFELICE RECORDACIN Hace unas semanas le en Facebook una conversacin en la que una de

    las interlocutoras, maestra para ms seas, se lamentaba de la

    competencia desleal del ftbol hacia quienes, como ella, deben acercar a

    los nios a la lectura. Su texto deca as:

    "Es una pena ver las bibliotecas de los colegios vacias (sic) y las canchas

    de futbol (sic) llenas, y hablo porque lo veo a diario durante el curso. Y

    deberias (sic)ver que las estanterias (sic) estan (sic) llenas de los libros de

    novedad!"

    La cosa tiene su miga. Me parece digno de comentario este texto por

    varias razones: por quin lo sostiene, por cmo est escrito, por lo que

    dice, por lo que implica...

    Comenzar despachando de un plumazo el asunto de lo mal escrito que

    est el texto de esa maestra. Y lo har de un plumazo porque s que al

    lector este asunto le cansa y le aburre. Y a m tambin. Ya es lugar

    comn que escribir en Internet es una coartada para la escritura

    negligente y descuidada. Es decir: ms o menos, en este contexto de la

    web, viene a ser lo mismo escribir correctamente que hacerlo mal. Es

    una idea que ha arraigado con fuerza en el rocoso suelo de la pereza.

    Tampoco quiero adoptar aqu la pose de purista empedernido pero, para

    quien sabe escribir correctamente, hacerlo mal cuesta ms trabajo que

    hacerlo bien (bien: sin faltas). S perfectamente que escribir "bien" es

    algo ms que no cometer faltas de ortografa, pero quien comete faltas

  • de ortografa sin saberlo, o sabindolo pero sin importarle, nunca

    escribir bien, en el sentido ms extenso e intenso del trmino. Todos

    cometemos errores, por supuesto, pero a la segunda o tercera vez que

    uno cae en la misma falta se da cuenta y no reincide ms en ella. Pero ya

    ha visto usted que no es el caso. Lo verdaderamente llamativo es que una

    maestra no tenga ese prurito por el cultivo de unas normas ortogrficas

    que tiene la obligacin de ensear a sus alumnos en la clase (y a los que,

    sin ninguna duda, les exigir el rigor que ella abandon en Facebook).

    Segundo asunto que considero digno de comentario: lo que dice la

    maestra. Qu dice? Que las bibliotecas estn vacas porque las canchas

    de ftbol estn llenas de nios y, supongo, tambin de nias entregados a

    la prctica balompdica. Y no solo eso. Para ms inri, las bibliotecas,

    aunque vacas de lectores noveles, estn llenas de novedades, lo que hace

    ms incomprensible para la desdichada maestra del ejemplo todo lo que

    est pasando. Parece que la lectura dependa de las modas editoriales.

    Lo bueno de los lugares comunes es que nos hacen ms reconocible el

    entorno y ayudan a que no nos desorientemos, eso s, a trueque de

    congelar nuestro entendimiento y nuestro modo de asimilar las

    realidades. Este de que los nios y las nias no leen por culpa del ftbol

    es de esos tpicos con solera y rancio abolengo, porque ya me vi

    obligado a escucharlo, en formato de regaina, de alguna maestra que

    tuvo la mala fortuna de tenerme como alumno hace ya demasiados aos,

    cuando me senta ms inclinado a romper zapatos (pobres padres mos!)

    mientras emulaba en el patio del colegio los remates a gol de Quini con

    una pasin que, dicho sea con toda franqueza, muy pocas mujeres

    consiguieron despertar en m aos despus. (S, me gusta el ftbol, pero

    quiero que me entienda: no es un "me gusta" blandengue, como los que

  • se destilan en Facebook, no. Es "me gusta", como me gusta la vida.)

    La maestra del ejemplo no parece haberse dado cuenta de que oponer la

    lectura a un juego, que no otra cosa es el ftbol de los escolares (desde

    luego, no es el negocio de los profesionales multimillonarios y guapos, y,

    por eso mismo, no puede ser juzgado de igual modo), es el mayor error

    que puede cometer si lo que quiere, como es de suponer, es que, adems

    de que conozcan las reglas ortogrficas, sus alumnos lean con la misma

    pasin y alegra con la que juegan al ftbol. Se olvida la maestra de que la

    lectura (de textos de ficcin, de la llamada "literatura"), en los inicios y

    siempre, no debe perder nunca su carcter ldico. Y se olvida, tambin,

    de que no son los maestros ni los padres siquiera quienes pueden, por

    mucho que queramos, animar a los nios a leer, porque ese privilegio les

    est reservado solo a los buenos escritores. De cualquier poca, no solo

    los nuevos. Ahora bien: si nos est vedado, como es lgico, a padres y

    maestros encender la llama de la lectura en los nios, gozamos, en

    compensacin, del monopolio de echar abajo cualquier vocacin lectora.

    Y en esto muchos maestros atesoran toneladas de culpa porque

    confunden "animacin a la lectura" con "burocracia de la lectura".

    En efecto, que una de las tareas escolares sea la de elegir un libro -y aqu

    no cabe la abstencin: hay que elegir uno-, leerlo y, finalmente, ventilar la

    lectura en la cumplimentacin de un formulario, por muy simple que sea

    este (de qu trata?, cmo se llaman los personajes?, te ha gustado?, lo

    recomendaras?), convierte la experiencia de leer un libro en un trmite

    administrativo que debe satisfacerse ante el funcionario de turno, si el

    alumno quiere obtener el plcet y seguir su cursus honorum. Mientras el

    partidillo de ftbol del recreo era un fin en s mismo, pues no haba que

    hacer un resumen escrito post-partido de las evoluciones de los

  • jugadores, la lectura de ese libro es un medio para otro fin: la satisfaccin

    de que una maestra tenga un papel escrito sobre el que objetivamente

    calificar al incipiente lector.

    En lo tocante a la animacin a la lectura (sobre la que cada da estoy ms

    convencido de que es asunto ms de maestros y pedagogos que de

    lectores), lo mejor que puede hacer el maestro es quitarse de en medio,

    colocarse si acaso al lado del alumno, un poco por detrs, y hacerse lo

    ms invisible que pueda, de modo que no interfiera entre el alumno y el

    libro, solo cuando el lector requiera su ayuda porque, por ejemplo, alguna

    palabra no se entienda. Como mucho, lleven a los nios hasta la

    biblioteca -o hagan una biblioteca en el aula- y lean cuentos en voz alta,

    pero despus dejen que cada uno de los alumnos recorra por su propio

    riesgo su peculiar camino. Me gustara que se tranquilizase el maestro o

    maestra que pueda estar leyendo este artculo: ustedes podrn trabajar

    otros libros, los de texto. Pero los literarios no se "trabajan": se disfrutan,

    perdnenme el atrevimiento. Estoy por asegurar que con un poco de

    suerte, es decir, si un lector en ciernes da con ese libro especial para l y

    solo para l, en muy poco tiempo leer ser tan divertido como chutar a

    puerta. Porque de eso se trata, de gozar, no le demos ms vueltas.

    Entretanto, quien quiera puede seguir arriesgando contubernios

    balompdico-masnicos dignos de un aburrido congreso de sociologa

    para justificar que el ftbol amenaza la lectura.

  • EMPRENDER POR CUENTA AJENA Lo de siempre?

    Lo de siempre es una cerveza y un canap de tortilla de patatas o de

    lomo con queso. Si el da est torcido, de lomo sin queso. Quien lo

    pregunta es el tipo que est detrs de la barra del bar al que acudo de

    lunes a jueves a la hora de la comida. El que se bebe la cerveza es el

    abajo firmante. A veces, no puedo evitar el pensamiento de que quizs

    me haya convertido, sin quererlo, en el protagonista de aquella escena de

    la serie Cheers en la que uno de los personajes, Norm Peterson, entraba

    en el bar y toda la concurrencia le saludaba, un da s y al otro tambin,

    pronunciando a coro su nombre: "Noooorm". Mutatis mutandis, entrar en

    un bar y que, sin tiempo a decir buenos das, te pregunten siempre "Lo

    de siempre?" viene a ser lo mismo. Hay un no s qu de acogedor en

    ciertos rituales.

    Conque el camarero me sirve lo pedido y mientras posa copa, botella y

    plato sobre la mesa me espeta, con la misma suavidad con que descarga

    el contenido de la bandeja:

    Qu!, qu te pareci lo del Urdangarn? Ahora dicen que el Rey le

    recomend al yerno hace aos que se pusiese a trabajar por cuenta ajena.

    Ja! El chaval tuvo que quedarse con la cara a cuadros: pero si haca lo

    que vea en casa!

    Como no s jugar al pker, pongo cara de circunstancias, la que me

    corresponde despus de mi decisin de dimitir de la realidad meditica.

    As que, como no tena ni idea de lo que me estaba hablando porque

  • llevaba ya unos cuantos das sin leer ni un solo peridico ni ver

    informativo televisado alguno, solo se me ocurri, cual pgil que intenta

    protegerse de un duro castigo escondiendo la cara entre los guantes,

    adoptar el gesto evasivo de mover la cabeza lentamente de izquierda a

    derecha y de derecha a izquierda, queriendo mostrar que daba ya por

    perdidos a Urdangarn, al Rey y a toda la corte, e intent ganar tiempo

    con otra pregunta:

    Pero, de dnde habrn sacado eso de que el Rey le dijo a Urdangarn

    que se buscase un empleo? Ser verdad?

    Me dedic la mirada del maestro que sabe perdida la batalla de rescatar

    de la oscuridad al alumno rezagado que no termina de aprenderse la

    leccin. Y en vista del poco jugo que iba a sacar de mi conversacin

    sobre ese particular, se fue con su msica a otros parroquianos que

    apuraban sentados a la barra sus correspondientes vinos. La

    conversacin que se gener no la reproducir aqu para no incurrir en un

    delito de lesa Majestad. Solo pude constatar que la institucin

    monrquica no vive buenos tiempos entre el pueblo llano.

    Lo que me llama la atencin del asunto es que en estos tiempos de

    recesin en que una de las ideas ms repetidas por doquier es que todo

    hijo de vecino tiene que emprender, a un miembro de la Familia Real

    espaola que haba montado su propia empresa (si bien hay indicios de

    que no actu con la honestidad debida) le aconsejen lo contrario:

    buscarse un empleo. En esta poca en que nunca fue tan difcil cobrar

    una factura, a los obreros les conviene dicen hacerse empresarios; a

    la aristocracia, ir al trabajo. El caso es que las clases altas siempre se han

    de distinguir de las bajas. Cuando vamos, ellos vienen; cuando van,

  • venimos nosotros. Volveremos a ver a la princesa de Asturias

    presentando el Telediario?

  • EL AVAL El atasco tena su origen en un par de coches aparcados en doble fila en

    la estrechez de la calle; el tiempo era desapacible, fro y ventoso, bajo un

    cielo plomizo y amenazante. Sin embargo, aquella luz de un sol apagado

    cuya existencia exiga un acto de fe, filtrada a travs de las nubes grises,

    envolva calles, casas y personas en un halo de inquietante belleza.

    Dispuesto a sufrir con resignacin la trampa de aquel embotellamiento,

    apoy la sien en el cristal de la ventana del autobs.

    No recuerdo qu parajes transitaba mi mente cuando de pronto repar

    en la figura de una mujer de edad provecta. Me cautiv el desamparo que

    trascenda su mirada perdida, fija en algn punto de sus adentros. Ajena a

    la prisa de los transentes cuya curiosidad no era acuciada siquiera por la

    presencia del coche de polica, su quietud era el demoledor contrapunto

    en la escena. De pie, en medio de la acera, sostena un bolso negro con la

    mano izquierda y lo que pareca una foto con la derecha. Tres hombres

    de impecable terno dialogaban con los dos policas frente al portal

    abierto. Gesticulaban pagados de s mismos, satisfechos de la suerte con

    que la vida les haba obsequiado: corbatas finas y camisas hechas a

    medida; audis q cinco y viajes a Disneyland-Pars.

    La mujer lloraba sin descomponer el rostro. Fue entonces cuando me

    mir. Y en aquel instante no me pareci inverosmil imaginarla en su casa

    durante la noche anterior, velando los postreros latidos del hogar

    moribundo. Piezas sin muebles, paredes desnudas, rincones, no obstante,

    animados an con un precario plpito de vida. Acostada sobre el

    colchn, nico despojo conservado, posiblemente repas sin orden

  • escenas de su cotidiana residencia en aquel mundo forjado a su medida.

    Algunos recuerdos alumbraron fugaces su memoria. Espectadora de su

    propio pasado, se contempl a s misma franquear con su marido la

    puerta de la casa por vez primera, un da soleado de otoo, cuarenta aos

    atrs, reina entonces de un territorio de esperanza cuyos sbditos eran

    los sueos gestados para habitar su futuro. Un sabor amargo la empuj a

    desplazar de su cabeza la imagen de su marido saliendo un da temprano

    por la misma puerta, camino del trabajo, del que nunca regres. Me

    pareci verosmil imaginarla mientras buscaba en su bolso de viaje un

    pequeo lbum. A la luz de la linterna, repas fotos en las que el

    protagonismo era monopolio de una nia: soplando velas sobre tartas,

    dando de comer a confiados patos en un parque, posando orgullosa

    junto a frgiles castillos de arena en la playa, madre e hija radiantes

    ostentando ante la cmara un Seat 127 reluciente; madre e hija abrazadas,

    mejilla con mejilla, con la fachada de la Facultad a sus espaldas. Siempre

    madre e hija.

    En aquel instante, No cre descabellado imaginarla al levantarse del

    colchn en las fras horas de la noche, caminar hasta el saln y sentarse

    en el suelo, en el mismo rincn al lado del enorme ventanal donde haba

    compartido con su hija tantas horas de conversaciones y tambin de

    silencios que siempre expresaban lo que no alcanzaban a decir las

    palabras: las mal pronunciadas por aquella nia de cuatro aos, las

    encendidas de la adolescente, las ilusionadas de la estudiante

    universitaria. Posiblemente, fue entonces cuando evoc aquella llamada

    de un da de junio. Al otro lado, la voz emocionada que anunciaba el

    definitivo aprobado de la ltima asignatura. Es tambin posible que en

    ese momento cediese a la fatiga y se quedara dormida, apoyada la espalda

  • contra la pared y la sien en el cristal de la gran ventana.

    Si alguien hubiese preguntado el origen de su desconsuelo, no habra

    sabido asegurar a partir de qu momento todo haba empezado a

    cambiar al albur de un destino contumaz. Los sueos tomaron el cariz de

    las pesadillas; las ilusiones, el de la angustia. El trabajo deseado para su

    hija que no llegaba y la necesidad de ir capeando el temporal como mejor

    se poda. Le aconsej aceptar temporalmente aquel empleo hasta que

    encontrase algo propio de su titulacin. Pasaron los aos. Despus, un

    yerno, dos nietos, un piso adquirido con el suyo como aval. Al final, el

    paro, las letras impagadas de la hipoteca, el divorcio. Le cost aprender el

    idioma de la soledad, las llamadas cada vez ms espaciadas.

    Y en aquel instante no me cost imaginarla al despertar sobresaltada y

    recibir la luz de un cielo plomizo y amenazante. Dolorido el cuerpo por

    la incomodidad del sueo, recogi el bolso de viaje e introdujo en l la

    linterna y el lbum de fotos. Del escrutinio nocturno, haba quedado

    fuera del lbum una sola foto en la que apareca su hija a la puerta del

    colegio, el primer da de prvulos, el impoluto mandiln, el cabs, los

    lazos en el pelo. Ese da, recuerda ahora, su nia le prometi que le

    comprara una casa de caramelo y chocolate, como la de Hansel y Gretel.

    Me imagin que se haba asomado a la ventana y que vio llegar el coche

    de polica y el que lo acompaaba. Reconoci al director de la sucursal

    bancaria, no as a los otros dos, aunque supuso que uno de ellos sera el

    secretario del juzgado. Durante la noche, haba decidido no ser testigo de

    la ocupacin. Abri la puerta y sali, pero antes de cerrar, desde el

    umbral ech un ltimo vistazo adentro. Tuvo la certeza de ver a una nia

    sentada mirando a travs de la ventana, ajena a la niebla de lgrimas que

  • anegaba poco a poco la estancia. El ruido del portazo retumb como un

    estertor en las paredes desconchadas del rellano y para siempre en las de

    su memoria.

    El autobs pudo reemprender la marcha. Sostuve, haciendo un escorzo,

    la mirada de aquella mujer, quieta en medio de la calle, mientras su figura

    se haca a mis ojos cada vez ms pequea. Nufraga en la absoluta

    insularidad de su desgarro.

  • EN LEGTIMA DEFENSA Recuerdo bien que cuando tena siete aos fui convocado a la iglesia del

    barrio, con mis compaeros de catequesis, para confesar mis pecados por

    primera vez. Se aproximaba el da de mi primera comunin y era

    menester presentar ante Dios un alma sin mcula. Creo que poco dorm

    la noche anterior y poco com durante el da, de tan nervioso y

    preocupado por la tormenta que se avecinaba, pues por ms que hurgaba

    en mi memoria no consegua hallar nada digno de reproche ni de

    arrepentimiento. Tena claro que, puesto a iniciarme en la burocracia de

    la culpa, no haba lugar para mediocridades ni minucias, y que lo idneo

    en mi debut sera conseguir el perdn de un gran pecado. Pero dio la

    hora de partir rumbo a la iglesia y nada llevaba en mis alforjas que

    ofrecerle al cura de Dios.

    Ya en la iglesia lleg mi turno. Hubiese querido ser de los ltimos

    (hubiese querido no ser), pero fuimos ordenados por nuestros

    catequistas por riguroso orden alfabtico y me correspondi ir hacia la

    mitad, ms o menos. Conque all me fui caminando por el medio de la

    nave central, hasta llegar a los tres peldaos que me auparon a la palestra

    donde estaban sentados varios sacerdotes que simultneamente

    sonsacaban a aquellas criaturas que ramos lo poco que podamos llevar

    dentro.

    Ave Mara Pursima me dijo l.

    Sin pecado concebida respond yo sin saber muy bien qu estaba

    diciendo, porque qu poda saber un nio de siete aos en 1975 sobre el

    pecado y la concepcin?

  • Se dispuso el sacerdote entonces a tomarme declaracin de los hechos.

    Se qued all sentado, con cara de circunstancias adversas, el codo

    hincado sobre el brazo de la silla de madera y la mejilla reposando sobre

    la palma de la mano, presto a escuchar, un suponer, lo que yo haba de

    decirle con mi frgil voz acerca de los desmanes cometidos durante mis

    siete aos de residencia en la Tierra. Pero yo segua en silencio, a pesar de

    que no cejaba de rebuscar en mis adentros, con la sensacin de ser un

    pordiosero que escarba entre la basura para encontrar algo que llevarse a

    la boca. Como el cura tema que la cosa poda ir para largo, crey

    oportuno hacerme una pregunta por ver si as me decida a arrancar:

    Has hecho examen de conciencia?

    No entenda por qu me estaba sucediendo aquello. No saba qu

    significaba aquella frase, examen de conciencia, porque exmenes

    haba tenido algunos en la escuela, pero conciencia... no tena conciencia

    de tenerla ni certeza de saber de qu se trataba. Comenc a sentirme

    culpable de inocencia y tuve un arranque de dignidad:

    S.

    Lo que vino despus no lo recuerdo, jams lo volv a recordar, seal de

    que solo dije mentiras a aquel hombre que, al terminar mi compungida

    exposicin, me perdon lo que fuese que me tena que perdonar y me

    dio el pasaporte para mi primera experiencia antropofgica simulada.

    Ment, s, pero fue en legtima defensa.

  • APUNTES PARA UNA GRAMTICA DEL SILENCIO

    Recuerdo que en cierta ocasin ella me dijo que yo era un buen

    conversador. Quienes me conocen en persona saben que no destaco

    precisamente por la fluidez de mi verbo, as que aquella declaracin no

    pareca ser muy verosmil, ni siquiera en otros mundos posibles. Me

    qued observando fijamente a mi interlocutora con el fin de captar en

    sus gestos algn indicio de irona o de cariz burlesco a su aseveracin.

    Nada percib que no fuese la sinceridad a la que me tena acostumbrado,

    lo cual no hizo sino aumentar mi perplejidad. No me qued, pues, ms

    salida que la de preguntarle cul era el motivo de aquella afirmacin. Me

    respondi con inocencia casi infantil que si ella me tena por un buen

    conversador era porque escuchaba sin interrumpirla.

    Quise dar por buena su explicacin, que tanto me favoreca a sus ojos, y,

    taimado, le ocult que si me atrinchero en el silencio se debe a que,

    algunas veces, la mayora, ignoro demasiado del tema de que se trate

    como para arriesgar una opinin que descubra mi necedad; otras, porque

    aun sabiendo de lo que se habla estoy de acuerdo con lo dicho por mi

    interlocutor, de modo que no hay lugar para una confrontacin de

    pareceres dispares; otras, por el contrario, en las que s bien de qu se

    habla, mejor incluso que la persona con quien converso y con la que no

    estoy de acuerdo, pero mi temperamento apocado o mi carcter

    conciliador rechazan las confrontaciones; finalmente, en otras ocasiones,

    no hablo porque no me importa absolutamente nada de lo que me

    cuentan y as, mientras la conversacin se convierte en un monlogo de

    mi interlocutor, yo voy, como el poeta, de mi corazn a mis asuntos.

  • EL FETICHISMO DEL LIBRO VIEJO Y DE OCASIN Voy a hablar de un libro. Mejor dicho: voy a hablar de mi ejemplar del

    libro Fetichismo de la letra, del fillogo venezolano ngel Rosenblat,

    editado y publicado por la Facultad de Humanidades y Educacin de la

    Universidad Central de Venezuela en 1963. No voy a referirme aqu a su

    contenido, que solo puede ser interesante para el estudioso de la lengua.

    De lo que quiero hablar es de otra cosa.

    Compr el ejemplar que tengo hoy en mi biblioteca en una librera de

    viejo por Internet. Pagu ms por el envo que por el precio del libro,

    que fue casi ridculo. A los pocos das de hacer el pedido, lleg a mi casa.

    Lo abr y comenc a ojearlo. Mi costumbre es la de ir directamente al

    ndice para tener una impresin general de lo que me espera, pero en

    aquella ocasin hubo algo en la primera pgina que llam mi atencin.

    Era una dedicatoria manuscrita en tinta azul de estilogrfica. El texto

    dice as: A Don Julio Casares, muy cordialmente. ngel Rosenblat.

    Caracas, marzo de 1963. Os podris imaginar mi sorpresa: all tena en

    mis manos un ejemplar que el mismo autor, fillogo de gran renombre,

    haba dedicado de su puo y letra a Julio Casares, secretario perpetuo de

    la Real Academia de la Lengua, autor del monumental Diccionario ideolgico

    de la lengua espaola. (Ahora que he ledo lo que acabo de escribir, me

    temo que pensaris que no es para tanto, pero a quien se dedic en sus

    horas universitarias a la lingstica, la literatura, etc., la nota manuscrita en

    ese libro es excepcional.) Estoy hablando de un ejemplar rarsimo, nico

    y de un cierto valor, no necesariamente econmico.

  • El hecho de que ese ejemplar est en mi poder me hizo pensar en su

    peripecia particular: desde Caracas hasta Madrid en marzo de 1963; en

    julio del ao siguiente, falleca en Madrid el receptor del libro, con lo que

    es de suponer que los herederos se fueron deshaciendo de una parte o de

    toda su biblioteca. De algn modo, quiz digno de ser novelado, este

    ejemplar que tengo ahora encima de mi mesa mientras escribo termin

    en los anaqueles del librero anticuario que me lo vendi a m ms de

    cuarenta aos despus de su publicacin. Puede que el librero no haya

    ledo la dedicatoria, pero si lo hizo no supo ni quin era el autor del libro

    ni quin el destinatario. El azar o, como los llama mi buen amigo Jos

    Romano, los regentes del destino han querido que me corresponda a

    m custodiar este tesoro que guarda la huella de la admiracin que se

    profesaron dos personas que dedicaron sus vidas a la filologa.

  • REFUTACIN DEL CONFORMISMO Una de las frases que ms oigo pronunciar a mi alrededor es esa segn la

    cual aquello de lo que se est hablando es lo que hay. Sirve

    generalmente para cerrar las conversaciones. Observo que quienes la

    dicen no lo hacen llevados por el afn descriptivo que anima al cientfico

    en un trabajo de campo, sino que con ella manifiestan una rendicin

    incondicional, un bajar los brazos, el abandono de la perspectiva de

    presentar batalla. Pero, al mismo tiempo, no percibo en quienes as se

    expresan ni dolor ni pesadumbre por abandonar las ltimas posiciones y

    entregar las armas dialcticas, ms bien dira que todo lo contrario: hay

    cierta satisfaccin, el alivio de quien se libra de un compromiso, de la

    carga de una tarea detestada.

    Creo que no somos conscientes del poder de las palabras, de que la

    repeticin inconsciente de una sentencia como es lo que hay da una

    coartada a nuestra pereza y abre las puertas al conformismo, a ese

    fatalismo anulador de que las cosas solo pueden ser del modo en que se

    nos presentan.

    Anoto: esto no es lo que debera ser.

  • JUGAMOS? Para acortar el trayecto, ataj caminando por un parque infantil de mi

    ciudad donde unos cuantos nios jugaban aprovechando la primera

    tregua de la primavera. Me llam la atencin una escena en la que una

    nia de unos tres aos lloraba mientras una mujer, probablemente su

    madre, la consolaba y aleccionaba al mismo tiempo recomendndole que

    se acostumbrase a compartir sus juguetes con otros nios del parque,

    algunos de ellos, supongo, verdaderos desconocidos para la pequea.

    No discuto, desde luego, lo conveniente de educar a nuestros hijos para

    que aprendan a compartir, pero s la falta de coherencia de los adultos

    que ordenan a sus hijos la cesin sin derecho a la protesta de sus

    pertenencias ms queridas (su juguete preferido, por ejemplo). Porque

    qu sucedera si le pidiese a esa mam, a la que no conozco de nada ni

    ella a m, su telfono mvil durante media hora para hacer unas

    llamadas?

    Quiz corregidme si me equivoco lo correcto sea ensear a jugar

    juntos, que no es lo mismo que prestar un juguete para que cada uno siga

    jugando en solitario.

  • DE LA HERMENUTICA Durante el pasado curso escolar, con frecuencia, tras la lectura de un

    cuento, la maestra de mi hijo preguntaba a sus alumnos qu quera decir

    el autor o la autora del cuento en cuestin al escribir, precisamente, el

    cuento en cuestin. Como podris imaginar, el asombro se apoderaba de

    la concurrencia pues, me confesaba la criatura, si ya es de por s difcil

    saber las intenciones de la gente conocida, cunto ms averiguar las de

    los desconocidos con los que nunca se ha tenido otro trato que la lectura

    de un texto de su autora. Quiz lo que quera decir el autor es,

    aventuraba mi hijo con una lgica demoledora, lo que escribi: el cuento.

    Me declaro desde este momento incapaz de dilucidar lo atinado o

    desatinado de interrogar a nios de diez aos acerca de las intenciones

    de adultos que, en algunos casos, han escrito cuentos para, en primera

    instancia, los padres y los maestros de los nios, pero quiero compartir

    con vosotros mi sospecha de que, tras ese afn de destapar lo que los

    escritores quieren decir con sus escritos, asoma las orejas el

    convencimiento de la insuficiencia del texto literario, de que este no

    alcanza por s solo a expresar lo que sea que sus creadores pretendan.

    La literatura en la escuela es, en ocasiones y por lo que parece, ms un

    lugar de paso para llegar a otros territorios, dondequiera que estn, que

    un espacio en el que permanecer, una meta a la que llegar y donde

    quedarse para siempre, si fuera preciso. De ah esa necesidad entre los

    crticos y algunos docentes (no todos, como es obvio) de sonsacar

    interpretaciones y fines ocultos por medio de comentarios de texto y de

    resmenes. De texto a pretexto. Me viene a la cabeza ahora aquella

  • ancdota protagonizada por Woody Allen, a quien en cierta ocasin

    algn periodista le pidi que hablara sobre Guerra y paz, quizs esperando

    que el cineasta norteamericano fuese ms ingenioso que el propio

    Tolstoi. Woody Allen, simplemente, contest: "Va de Rusia".

  • DESDE SUECIA CON CARIO Hace unos aos conoc por mediacin de un amigo a un jubilado sueco,

    casado con una exiliada cubana en Suecia (circunstancia que le permiti

    aprender el espaol), que despus de toda una vida de empleado en una

    fbrica decidi averiguar qu sabor tena la dolce vita tras su retiro laboral.

    Gracias al envidiable Estado Social sueco, este obrero pudo conocer un

    poco el mundo y llegar un buen da a mi ciudad. Recuerdo que, para

    agasajarlo y darle la bienvenida a Gijn, un grupo de amigos nos citamos

    con l en un bar. Todos pedimos nuestra consumicin y al llegarle el

    turno al pensionista sueco, este, bien acodado sobre la barra, como

    mandan los cnones ms ortodoxos, pidi un trago (como era cubano

    consorte, el trago solo poda ser de ron, pero eso la camarera no lo

    saba). Tan extraa unidad de medida desconcert a la pobre camarera

    que, en su afn por desempear con profesionalidad su tarea y en la

    creencia de que el cliente no dominaba en absoluto el espaol, puso

    sobre la barra del bar las botellas de diferentes licores. Eligi el sueco la

    que mejor le pareci, pero dado que la camarera no las tena todas

    consigo, por asegurar mejor el tiro le pregunt al nrdico cmo quera el

    trago. Mirndola de un modo que el mismsimo Humphrey Bogart

    envidiara, respondi: Con cario.

    Por qu cuento todo esto? Para captar la atencin del lector,

    fundamentalmente, porque ahora viene de lo que quera hablar. Si el

    sueco hubiese sido espaol, habra habido muchas probabilidades de que

    el breve dilogo se desarrollara as:

    Cmo quiere el trago?

  • Desde el cario.

    Descorazonador, verdad? El caso es que ese uso de la preposicin

    desde se ha hecho bastante habitual, especialmente en los lenguajes

    poltico y periodstico, al ser dos caras de la misma moneda, aunque ha

    calado tambin en otras capas sociales. Oigo a mi pesar y leo con dolor

    expresiones tales como desde la responsabilidad, le advierto que,

    desde el respeto, le recuerdo que, desde el sosiego, tal cosa, desde la

    tolerancia, tal otra, etc. Quienes as se manifiestan suelen ser personas

    que ocupan cargos polticos o de cierta importancia social que estn

    bastante alejados, precisamente, de la responsabilidad al ejercerlos, as

    como del respeto, el sosiego y la tolerancia. Lo que antes se expresaba

    mediante un aditamento o complemento circunstancial que indicaba el

    modo como se haca o deca algo (con responsabilidad, con respeto, con

    sosiego, con tolerancia), desde hace unos aos ha cambiado. Ahora se

    habla con soltura desde la responsabilidad, como si la responsabilidad

    fuese un territorio en el que el orador estuviese permanentemente

    afincado, en el que campase a sus anchas, mientras su interlocutor o

    interlocutores permanecen fuera de los lmites que definen dicho espacio.

    Es un uso de la preposicin desde en el que detecto tanto una mal

    disimulada voluntad de excluir al otro, como una clara pretensin de

    configurar la superioridad moral del hablante, dueo de esa finca de

    valores ticos en la que habla al resto.

    Me llamarn exagerado y acertar quien lo haga, si as lo hicieseis, pero

    me cuesta apearme del convencimiento de que uno de los primeros

    sntomas de la degradacin social es la descomposicin del idioma como

    consecuencia de un uso incorrecto y falseado. Es probable que

    encontremos a algunas personas que estn de acuerdo conmigo, si nos

  • empeamos en buscarlas, por ejemplo, desde aqu hasta Estocolmo.

  • CMO ESCRIBIR UNA NOVELA Hoy he ledo en una conocida revista literaria de difusin nacional el

    anuncio de un profesor universitario que imparte clases de escritura

    creativa a travs de Internet. El reclamo publicitario rescat del bal de

    mi memoria los aos en que me dedicaba a una labor similar, aunque

    offline, como responsable de un curso con un ttulo tan ambicioso como

    este: Taller de escritura creativa. Tan ambicioso y tan engaoso, porque por

    escritura creativa las personas que acudan al taller entendan como

    casi todos entienden creacin literaria, es decir: la idea que los animaba

    a participar era la de salir de all con los conocimientos suficientes que les

    permitiese afrontar la creacin de cuentos, novelas o relatos de vario

    pelaje. Y no era eso, no era eso. No poda serlo de ninguna manera. Y

    por tres razones.

    La primera de ellas era la de que yo no haba escrito nada digno de ser

    llamado creacin literaria: ningn cuento publicado, ninguna novela

    corta, ni larga, ni mediana; la poesa, mejor no mencionarla; tampoco

    teatro ni ensayo. Y sin embargo, los requisitos exigidos por quienes me

    contrataron para impartir un curso cuyo cumplimiento era imposible de

    lograr, se limitaban a una titulacin que s posea (licenciado en Filologa

    Hispnica, especialidad en Literatura) y a una entrevista personal que

    super contra todo pronstico.

    La segunda de las causas del fracaso anunciado de aquel taller radicaba en

    que los participantes, casi sin excepcin, carecan de un dominio de la

    lengua y de la literatura que les permitiera emprender altos vuelos

    literarios. (Recuerdo que una de las alumnas, una mujer de unos treinta y

  • cinco aos, confes que no lea novelas porque eran mentira, rasgo que

    rechazaba. Quise explicarle que a veces para expresar una gran verdad

    hay que recurrir a la impostura, pero el intento fue vano.)

    Finalmente, el tiempo y la experiencia me hicieron ver la tercera de las

    causas. Estaba -y est- en la sospecha, casi certeza, de que la creacin

    literaria no se puede ensear: solo se puede aprender. Los nicos capaces

    de ejercer de maestros del arte literario son los grandes escritores a travs

    de sus mejores obras. Intil, as lo creo, pretender ensear a escribir una

    novela como se ensea el lgebra o el anlisis sintctico. El escritor

    aprende a escribir leyendo. En aquel escenario, resolv que lo ms

    honesto era instruir a los alumnos en un uso del lenguaje con una mera

    finalidad informativa, que no es poco. Les ense lo que s poda: la

    existencia de los principales tipos de texto (narrativo, descriptivo,

    argumentativo...) y un uso normal de cada uno de ellos en la

    comunicacin escrita. Quiero convencerme de que, a pesar de todo, sal

    airoso del trance.

    No puedo deshacerme de la idea de que un fillogo profesor

    universitario o no impartiendo un curso de escritura creativa es como

    un mdico forense asistiendo a una parturienta. Purita anttesis, no ms.

  • LIBREROS

    Bien merecido lo tengo, para qu negarlo. Mal hara si intentase ocultarlo

    o, peor an, fingir ante m mismo que en todo lo sucedido el primer paso

    y quizs decisivo no fue culpa ma. Pero ma fue y de nadie ms.

    Porque nadie me oblig a ir a buscar un libro a El Corte Ingls. Al cabo,

    dbil es la condicin humana y no estoy hecho, precisamente, de la pasta

    de los hroes, qu demonios.

    El caso es que ayer, al salir de mi oficina, tena que comprar un libro para

    que mi hijo haga un trabajo escolar. El libro en cuestin es Clara

    Campoamor la sufragista, obra de Vctor Vilardell Balasch, publicado en

    2007 por ediciones El Rompecabezas. Como el autobs que me deja

    cerca de mi casa tiene tambin una parada unos pocos metros ms

    adelante, justo enfrente de El Corte Ingls de Gijn, all me fui a la

    desesperada. En mi descargo cranme est la urgencia de la hora: a

    punto de cerrar las libreras, renunci a una bsqueda ms sosegada y

    eleg lo que pens que era el camino ms directo. "Mentira parece, Jaime,

    que andemos as a estas alturas", me amonesta severamente esa voz

    interior que tan muda estuvo ayer, cuando era sazn de hablar.

    Entro atropelladamente en el recinto. Luz deslumbradora, temperatura

    agradable en un da de fro norteo, recreacin del paraso consumista.

    Personas de rostro distendido y paso relajado, excepto yo. Todo son

    ofertas, todo son ventajas, no comprar parece que slo puede ser indicio

    de estupidez o de pertenecer a una cultura ancestral y primitiva ajena a

    estos cdigos. Me acerco a la librera. Voy directamente a los anaqueles

    de la seccin de literatura infantil y juvenil. Algo de desorden... hay

  • personas que toman los libros, los hojean las ms de las veces, los ojean

    slo algunas y vuelven a dejar el libro, pero no en el sitio de donde lo

    tomaron, sino en otro. Simplemente. Tambin parece que no hay

    personal de El Corte Ingls que corrija estos tpicos desajustes del

    mercadeo. Lstima.

    Resuelvo dirigirme directamente a la dependienta. Por su edad, me

    convenzo de que esa mujer lleva ya algunos aos en ese puesto y este

    detalle nimio me inspira una absurda esperanza, casi certeza, de que voy

    a tener ese libro en mis manos antes de que pasen dos minutos.

    Dgame, qu desea?

    Ver, busco un libro titulado Clara Campoamor la sufragista, de ediciones

    El Rompecabezas.

    S, un momento me contesta al tiempo que busca en el ordenador

    que, por cierto, parece que no lo han renovado desde los tiempos del

    PC386.

    La mujer que me atiende, sin alterar sus facciones la imagin de pronto

    en los casinos, reina del pker, me dice:

    Humm, humm, no, no lo tenemos... Aqu aparece otro que se titula

    igual, pero que es de otra editorial.

    No le respondo. No, me temo que tiene que ser el que le he dicho.

    Pues... en Asturias no lo hay... podramos pedirlo, pero lo veo difcil, la

    verdad...

    Ahora les ruego que lean en voz alta esa ltima frase y lo hagan con tono

    displicente, como si quisieran expresar su hasto y cansancio por que les

    hayan preguntado por un libro. Algo as como: "Por qu no se va de una

  • vez, no ve que no tenemos ese libro y que no lo voy a pedir a la

    editorial?".

    Ms herido por la contestacin que preocupado por llegar a casa con las

    manos vacas y encontrarme con la lgica cara de desilusin de mi hijo,

    me fui de all rumiando para m esa actitud de la empleada no voy a

    decir librera, porque no lo es, ese desorden, esa soberbia de un gran

    centro comercial que puede permitirse el lujo de perder un cliente en la

    librera porque a pocos metros se ha ganado dos en la seccin de

    cosmtica, bisutera o viajes.

    A la salida, tras el golpe del fro de la calle, me qued pensando en lo

    importantes que son los libreros y qu pocos quedan. Libreros, no

    vendedores de libros, creo que entienden el matiz. Porque es verdad que,

    una vez que el libro sale de la imprenta, antes incluso, ya est preso en un

    sistema que mira, quiz no slo, pero s principalmente, por el beneficio.

    Razn lleva Neus Arqus cuando dice que para los encargados del

    mrketing de las editoriales, un libro es, a efectos comerciales, igual que

    un yogur. Pero, vaya, los extremos no son buenos: ni el misticismo de los

    que reniegan al cien por cien del comercio, ni el pragmatismo de

    empresas como El Corte Ingls. El mundo del libro exige otras pautas

    que no deben ser olvidadas.

    No todo fue malo en esta pequea qute de mi particular Santo Grial:

    ayer an me dio tiempo para, de una carrera que hoy mis msculos me

    han reprochado todo el da, llegar a una modesta librera de barrio que

    dista unos trescientos metros del gran centro comercial. Pregunt a la

    librera. Me dijo que lo pedira, me solicit un nmero de telfono y se

    comprometi a llamarme para informarme de la respuesta del

  • distribuidor. Hoy por la tarde recib su llamada. La semana que viene

    puedo pasar a recogerlo.

  • ACABRAMOS! Se habla mucho del momento de ponerse a escribir, del miedo a la hoja

    en blanco, del bloqueo del escritor, pero poco o muy poco de cundo

    detenerse, de acertar con el punto final y de dar por bueno lo escrito.

    Parece de sentido comn pensar que, por una elemental cuestin de

    equidad, tan importante es terminar aquello que tanto cost empezar,

    como haberle dado principio.

    Cuentan que el escritor Miguel Mihura comenz una conferencia de esta

    manera: Seoras y Seores, y para terminar dir. Pueden imaginarse

    el monumental asombro de los que asistan a la charla, as que Mihura se

    aprest a aclarar que haba comenzado de aquel modo tan peregrino,

    porque tena pensado que su pltica durase veinte minutos y l haba

    observado que ese era el tiempo que los oradores tardaban en acabar sus

    charlas desde el momento en que decan y para terminar dir. No

    saber darle la estocada final a un escrito puede estropear la perfeccin de

    su inicio y desarrollo, y es vicio del que el escritor debe alejarse.

    Recuerdo uno de mis primeros, si es que no fue el primero, juicios

    crticos sobre una obra literaria. Tendra diecisis aos y en la clase de

    Literatura Espaola el profesor nos haba impuesto la lectura de La

    sombra del ciprs es alargada, del excelente Miguel Delibes. Tengo buen

    recuerdo de aquella lectura o, por lo menos, no lo guardo malo, pero

    hubo algo que ya entonces tuve claro: a aquella novela le sobraba la

    segunda de las dos partes que tiene. Si ustedes la han ledo, recordarn el

    contraste, excesivo a mi modo de ver, entre la quietud de la primera parte

  • donde se narra la vida del protagonista, hurfano en una fra ciudad

    castellana, y el tono de aventura de la segunda. La novela haba sido

    premiada en 1947 con el premio Nadal, Miguel Delibes era y es un

    grande de la Literatura Hispana y yo slo era un lector novato de

    diecisis aos nada inclinado, por cierto, a herosmos de no importa qu

    ndole. De modo que, cuando al da siguiente el profesor nos pidi que

    comentramos la novela, yo me call mi opinin por miedo a la

    hereja, a la burla general, a la vergenza. Quin no ha sido cobarde

    alguna vez en la vida? (Si alguien no lo ha sido, que levante el pubis,

    como deca el do humorstico espaol Martes y Trece.)

    Aos despus, a punto de conseguir mi licenciatura en Literatura

    Espaola, y casi por casualidad, el propio Miguel Delibes vino a

    rescatarme de aquella secreta traicin a m mismo. Entr en un bar

    cercano a la Facultad de Filologa. En la pantalla de la televisin apareca

    el rostro ya viejo del escritor vallisoletano. La entrevista o reportaje o lo

    que fuese ya haba empezado, pero llegu a tiempo para orle decir que

    desde haca aos estaba convencido de que nunca tena que haber escrito

    la segunda parte de La sombra del ciprs es alargada. Como si estuviese

    all presente, brind por l y por su valenta la que a m me haba

    faltado aos atrs de reconocer que no haba sabido terminar donde

    tena que haberlo hecho una novela que haba sido premiada en su da

    con uno de los galardones ms prestigiosos de las Letras Hispnicas.

    Le deba a Miguel Delibes este reconocimiento pblico. Ahora que he

    cumplido, debo terminar.

  • Alguna vez has ledo una novela escrita por cinco autores?

    Aqu puedes hacerlo:

    Fragmentaria