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IR POR LANA ... jA veranear! Esto dijo la familia Z. y salió de Bogotá en el tren del norte, transportándose. del Hotel del Puente en un ómnibus al pueblo de G**, que es de los más pequeños y escondidos de la Sabana. El villorrio tiene línea telegráfica, casi siempre interrumpida; correo que llega cada mes y que raras veces lleva correspondencia; hay mer- cado los domingos, y en las dos horas que dura, se expenden: dos reses, cuatro cargas de papas, algunas legumbres, panelas, arroz, ollas, y unas pocas frutas de tierra caliente, residuos de los mercados de otros pueblos. Este mercado se hace alrededor de la elegante fuente de piedra, que se halla en el centro de la plaza, muy pastada ésta con sus mancl;1asde lengua-de-vaca, cardosanto y ortiga. La fuente, que es hermosa y tiene dos me- tros y medio de elevación, jamás ha recibido en su parte superior más agua que la que cae de las nubes, porque los ingeniosos habitantes de G** construyeron el acueducto al nivel de la base de aquélla, por donde a duras penas brota aquel pu- rísimo elemento; pero ellos dicen: tenemos pila en nuestra plaza, y con esto quedan ufanos. La familia Z. tomó en arrendamiento una casita en la plaza deG** por dos pesos al mes, y abona esta pequeña suma, no por economía, sino porque en este pueblo hay que pagar para que habiten las casas, las cuales en su mayor parte pertenecen a 17

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IR POR LANA ...

jA veranear! Esto dijo la familia Z. y salió deBogotá en el tren del norte, transportándose. delHotel del Puente en un ómnibus al pueblo de G**,que es de los más pequeños y escondidos de laSabana. El villorrio tiene línea telegráfica, casisiempre interrumpida; correo que llega cada mesy que raras veces lleva correspondencia; hay mer-cado los domingos, y en las dos horas que dura,se expenden: dos reses, cuatro cargas de papas,algunas legumbres, panelas, arroz, ollas, y unaspocas frutas de tierra caliente, residuos de losmercados de otros pueblos. Este mercado se hacealrededor de la elegante fuente de piedra, que sehalla en el centro de la plaza, muy pastada éstacon sus mancl;1asde lengua-de-vaca, cardosanto yortiga. La fuente, que es hermosa y tiene dos me-tros y medio de elevación, jamás ha recibido ensu parte superior más agua que la que cae de lasnubes, porque los ingeniosos habitantes de G**construyeron el acueducto al nivel de la base deaquélla, por donde a duras penas brota aquel pu-rísimo elemento; pero ellos dicen: tenemos pila ennuestra plaza, y con esto quedan ufanos.

La familia Z. tomó en arrendamiento una casitaen la plaza deG** por dos pesos al mes, y abonaesta pequeña suma, no por economía, sino porqueen este pueblo hay que pagar para que habiten lascasas, las cuales en su mayor parte pertenecen a

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gentes acomodadas que viven en los campos, ytan sólo las ocupan en la Semana Santa y en lasfiestas principales.

La familia se compone de ocho personas, a saber:don Rafael y doña Primitiva -los cónyuges- seishermosos niños, dos varoncitos y cuatro hembras;tres sirvientas, Zoila la dentrode"ra, Camila la co-cinera y la china Pilar.

Estas buenas gentes almorzaron en el Hotel delPuente, y en vía para la sala, dijo doña Primitivaa su esposo:

-Ya que salimos al campo a descansar de lasfaenas de la ciudad, es bueno que les demos liber-tad a los chinos para que anden como quieran,porque así menos cuidados habrá que tener conellos. ¿Te parece?

-Por supuesto, mi hija. ¡Muchachos! Su mamápide asueto para ustedes. Está concedido; cadacual como quiera; pero atención, porque prontotenemos que marchar.

-¡Bueno, bueno, papacito, te agradecemos mu-cho! Y salieron corriendo como bandada de micosque hubieran escapado de algún peligro. Lan-záronse gritando sobre las infelices criadas quealmorzaban cerca de la cocina muy tranquila-mente.

-¡Yo quiero cambiar mi gorra por tu sombrero,Zoila!

-¡Yo me pongo tu pañolón, Camila. Toma estacapa!

-¡Sí, sí, dámelo, o te lo rompo, caramba!

-Yo quiero ponerme los alpargates de la china,dámelos y toma mis botas.

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-y yo, repuso otro, cambio mi cachucha porsu gorra; y cojan estos botines, porque quieroaprender a caminar como campesino.

-¡Yo también me quito estas zapatillas, y allávan; cógelas, Camila, porque me quiero volverorejona, caray!

El hecho fue que entre todos los niños casi de·jaron en cueros a las pobres criadas, quienes, sinpoderse defender, daban estas voces:

-¡Pero, mis amitos!, ¡pero niñas! ¡qué jue esto!¿se golvieron locos? ¿pareso nos treirían? SantoDios. Deje, deje, ¿ónde va con mis alpargates?¡mire cuál me güelvieron mis naguas! ¡siquieraténganle lástima al mico!

-¡No me jalen las mechas! ¡ayayay! Mataronlos canarios. ¡Mi mantellina me la rasgan! Babocaso jué éste. ¡Santo Dios! ¡quiago yo! ¡se largóel mico! ¡Lo matan los mastines! ¡lo matan!

El cochero advirtió a don Rafael que era lahora de partir.

-jA marchar, muchachos! ¡nos vamos ahoramismo! gritó el señor, sin darse cuenta él ni laseñora de lo que, en fuerza de la libertad, hacíanlos niños, quienes al oír que su padre los llamaba,armaron una verdadera zambra, semejante a lasque, en días turbulentos, suelen armar las demo-cracias en esta tierra de Dios.

Como locos acabaron de desplumar a las pobrescriadas; cayeron sobre los canastos en que ibanalgunas cosas que por su delicadeza no se habíanpuesto en el carro que conducía el equipaje; rom-pieron la jaula de los canarios recomendada aZoila; uno de estos prisioneros murió en la refrie-ga, el otro alzó el vuelo y se escapó. El mico se zafó

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de las manos de la china y con su cadena en rastrase metió, seguido de unos perros, en la cantina,se escurrió por entre el estante lleno de botellas,tumbando y rompiendo unas cuantas. El estantequedó bañado en brandy, champaña y vino, y he-chos sopas las colaciones y los dulces, además delos daños que los perros causaron al entrar. Aeste estrago se unieron los gritos de la cantinera,de las señoras del hotel y de los parroquianos queallí se encontraban.

Don Rafael y doña Primitiva eran los únicosque permanecían tranquilos, ignorando lo que,debido a la proclamación de la libertad, acontecía,y de los crecidos gastos que esa palabra, la máshermosa que después de la palabra caridad haresonado en el mundo, pudiera ocasionarles.¡Pobres señores!

Al segundo grito de don Rafael los chicos salie-ron corriendo, dieron contra un criado que ibadel comedor a la cocina con una fuente de platosque se volvieron mil pedazos.

Las criadas, llorando de cólera, sacudían de lasropas que los niños les dej aron en el cuerpo, loscomestibles que pacíficamente engullían, y con-vertidas en la diversión de los curiosos, recogíanparte de los vestidos de los niños.

Cuando se presentaron las criaturas ante suspadres, no acertaban éstos a explicarse lo queveían.

-¡Qué es esto!, ¡qué es esto!, prorrumpieron ala vez los señores. ¡Miren qué trazas las que traenestos muchachos! ¿Y aquellas mujeres para quédemonios sirven?

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-¡Papá! ¡mamá! ¡miren!, venimos disfrazadosde chinos bolabotín.

-jY nosotras de indias! Míra, mamacita, lo bienque me quedan los alpargates de Camila; ¡yo novuelvo a calzarme, porque es rico andar así! ¡Míralo mona que viene Lola! y lo bien que le queda lagorra de la china a Paco.

-¡Pero niños!, pero enemigos malos, ¿qué eslo que han hecho?, si parece increíble esto.

Tal decían los esposos al tiempo que doña Pri-mitiva empujaba los niños a la sala. Acto continuose presentaron las criadas en una situación las-timosa, todas desgreñadas, con los brazos llenosde los despojos que habían recogido; la jaula des-pachurrada y los canastos llenos de botines, me-dias, chales, capas, etc., en vez de los objetos quecon suma recomendación se les habían confiado;y empezaron las quejas:

-Ay, tá, cuál me golvió miamo Aljredo; juéa quitarme mis alpargates y cayó sobre la jabla yespichó un canario y el otro se jue ...

-Yayo, miamo Paco me pisotió y quebró tóloque venía en los canastros y golvió añicos la lám-para de vidrio y me empapó mis naguas en petro-lio, que ya no puedo aguantar la jedentina ...

-Yayo, decía Camila, míre sumercé cuál mepuiseron mi trafe con unos güevos que me espi-charon en el canto; y ai tá el mico toitico tarasquiaode los mastines, y quén sé cuántas limetas que-braría en la venta; y si no llego al pronto, esasseñoras matan el alimal a palos, y echas unrescoldo de juria.

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Doña Primitiva. -¡Ay!, ¡el miquito!, ¡los cana-rios!, ¡la lámpara!, esto si que fue ... ¡Dios mío!¡Rafael!, ¡por Dios!

Don Rafael. -Vamos, vamos; metan estos chinosal ómnibus de cualquier modo, mientras voy acubrir la cuenta.

La cuenta ascendió a ciento ochenta pesos, porlos daños que causó el mico, más ocho por el al-muerzo. Ciento ochenta y ocho pesos le costó adon Rafael aquella hazaña de su prole, o sean laseconomías para el veraneo, pacientemente cerce-nadas de su sueldo; porque don Rafael es empleadodel gobierno, y tendrá que serlo mientras viva suseñora suegra para coger el cuantioso patrimoniode su espos~, quien con su consorte pide todos losdías a Dios fervorosamente que se lleve pronto asu santa madre a descansar de las penalidades deesta miserable vida.

La señora acomodó en el carruaje a las criaturasdel mejor modo posible, y deshizo en parte lamascarada de los niños y de su servidumbre.

Don Rafael. -Mi hija, nos han arruinado: ¡cien-to ochenta y ocho pesos nos cuesta esta parada!¡La cantina está como si hubieran entrado en ellatodos los diablos! No te figuras el número debotellas que rompió este maldito mico; y mepresentan un montón de tiestos de platos quedestrozaron los muchachos, y ¡qué sé yo qué, ,mas ....

Doña Primitiva. -¡Quedamos curiosos!, ¿y quéhacemos?

-Nada, mi hija; hay que sujetar estos mucha-chos. Toma un cigarrillo y resignémonos a dejar

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rodar la bola, porque con angustiarnos nadaremediamos ya.

Emprendieron la marcha haciendo los comen-tarios de aquel tremendo acontecimiento, quedejaba casi vacía la billetera de don Rafael, sinque en el camino les ocurriera a los veraneadorescosa digna de referirse.

La llegada a G**, donde ya los esperaban, llamómucho la atención de los pacíficos y sencilloscampesinos.

-¡Ya llegaron los cachacos de Bogotá! La ca-chaca parece ni qué imagen de lo maja que viene;y treyen unos niños que ni qué curubines de puroschuscos.

Esta era la voz dominante en el poblado.

Al tomar posesión de la casita, don Rafael tuvoque oir la primera reconvención de su señora.

-¡Pero Rafael!. " ¡qué cobachuela ésta!. .. ¿Yaquí me sometes a vivir?

-Mi hija, es la mejor casa del pueblo; y comotú dijiste que éste era el lugar que te llamaba laatención ...

-¡Ah!, pero porque tú me dijiste que esto eramuy bonito, y que aquí tenías personas de tu fa-milia que podrían sernos útiles; ¿y dónde están?

-Ya vendrán; fíjate en que acabamos de llegar

-¿ y ésta es la sala?

-Esta; pero para un mes ...

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-Sin esteras, siquiera. " Míra qué muebles ...aquí se habrán sentado todos los indios... Estoda asco... esto parece imposible ...

-Mi señora, dijo Zoila, los niños se metieronen aquella venta de lesquina entre una partidadindios que pasaron tocando tiples y cantando, yno quijieron golverse.

-Pues a tu cargo están; a traerlos pronto. ¡Je-sús!, esto sí que va a ser. ¿A qué vendría yo aquí?y son horas de comer.

Don Rafael (con zalamería). -Hija, no te angus-ties por Dios... por lo que hace a la comida dehoy, nos conformaremos con cualquier cosa, quemañana es el mercado aquí y nos proveeremos delo necesario; ya verás. Siéntate ... Ven acá, mibien;. No estés bravita, mi reina ... Descansa,descansa. .. Ven acá ...

Pocos minutos después llegó Zoila con los niños,quienes, animadísimos, dieron cuenta de todocuanto habían visto y oído en la venta.

-Mamá: yo conocí a una tía de papá; es ladueña de la venta; y nos cogió y nos metió a sucasa y a mí me dio mogolla caliente, y a Chavay a Paco les dio panela y cuajadas, y a Alfredolo hizo tornar chicha en una totuma colorada,porque dijo que la agua es que es dañosa aquí, yahora ez que va a venir a conocerla a usted y vienecon sus hijas; y conque tiene muchos cuartillosen una totumita, y conque cuando llegarnos sepuso unos zapatos, tan feos! y sin medias, porqueestaba con alpargatas corno Camila, y conquefuma tabaco; pero puros chicotes, en una cositanegra corno un chorotico; y hay tantas curubasen un árbol del patio! y por no darnos dijo ques··

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que son dañosas, ¡y oímos cantar unos versos alos indios! ...

-Zoila. -Qué curubas, mi señora, si son pepasde borrachero; y si no llego tan a tiempo ya miamoPaco y mi señora Chavita habían cogío pa comer.

Doña Primitiva. -¡Rafael! ¡Los niños bebiendochicha!, ¡y enrolándose con los orejones!, ¡estoes intolerable!

-Nada, mi hija, no te afanes ... es que tú porhaber vivido siempre en Bogotá, y en los diciem-bres en la hacienda de tu papá, no tienes idea delo que es la vida en los pueblos, y por eso te sor-prendes. Te suplico que no te dejes impresionardesagradablemente.

Doña Primitiva. -¡Zoila, míra, ataja esas cria-turas que ya se largaron a la plaza. ¡Míra!, allállora Chava, anda a ver qué animal la picó, porqueestá sacudiendo los brazos.

-jAyayay! Mamacita, me picó esta mata, decíala niña al soltar una flor de cardosanto, que habíaapretado entre sus manecitas, y se frotaba las·piernas heridas por la ortiga, calamidad que habíaacometido a los otros niños, ignorantes de losdaños que tales plantas les pudieran causar. Enmedio de llantos y de quejas entraron en la salita"de la casa los niños de los cachacos, como en elpueblo los llamaban, rodeados de unos cuantosmuchachos curiosos que no dejaban de admirarloscomo si fueran animales raros.

-Vea, sumercé, dijo Zoila, cual treyen las pier-nas de picaos de lortiga.

Doña Primitiva. -¡Oh!, sí. .. si parecen laza-rinos. ¿Y qué se les hace?

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-Chicote mascao, es cuanto lo primero, dijouno de los muchachos curiosos.

Doña Primitiva. -¡Chino sucio! ¿Creerán éstosque mis hijos se han creado como animales?¡Orejón!

Don Rafael. -Cuidado, mi hija, míra que eseniño es hijo del alcalde.

-Mamacita; esta china que está aquí me dijoque yo ez que parezco una pastora.

Doña Primitiva. -¡Vean, muchachos! Salgande aquí ahora mismo; salgan, salgan, y aquí nome vuelven a entrar. ¿Quién los ha autorizadopara meterse aquí? ¡Atrevidos! ¡Salgan!

Don Rafael. -Míra hija que entre esos mucha-chos hay varios parientes míos. Ten cuidado conlo que dices.

Doña Primitiva. -¿Es decir, que ahora me so-metes a que yo deje rozar mis hijos con estoschinos del pueblo?

-Mamacita, una china de esas nos dijo quezque'es nuestra parienta, que su madre ez que es En-carnación.

Don Rafael. -Sí, Lola, esa niña es mi parienta,

Doña Primitiva. -¡Pero Rafael! ¡Por Dios!" ,"

Don Rafael. -Nada, hija .. , vamos a comer.

Entonces empezaron los niños a decir:

-Yo quiero comer en escudilla.

-y yo con cuchara de palo.

-y yo quiero tomar agua en totuma, como losindios.

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Doña Primitiva. -No, vulgaridades sí no lesaguanto. ¡Qué comida, Rafael! Y esto ¿qué es?Zoila.

-Es cuchuco e cebada que les mandaron a susmercedes dionde una doña Jacinta.

-Come, come, mamacita, que está rico.

Doña Primitiva. -No, esto es inicuo, si pareceengrudo. Míra, Rafael, que eso se te puede indi-gestar; no comas.

-No, mi hija, digo lo que los chinos: está rico.

Doña Primitiva. -¿ Y por qué pusieron estosmechos? Zoila.

-Pues porque en la jajina de los niños estamañana en el hotel quebraron la lámpara y gol-vieron añicos tualas espelmas y no llegaron sinolos meros pabilos y hubo que mercar velas de cebo.

-¡Ay!, mamá, así es mejor; a mí me parecerico todo.

Don Rafael. -Sí, hija, los chinos están contentosy hay que hacer algún sacrificio; no te impacientes.

Doña Primitiva. -Sí... Y si la permanenciaaquí se prolonga, los niños se convertirán en peo-nes. Imposible que yo viva aquí un mes.

Después de la comida, que para la esposa fueun martirio, y para el marido un tormento, sa-lieron al corredor que da a la plaza, a tiempo queen la iglesia terminaba la vespertina función deaguinaldos. Los niños quisieron enrolarse entrelos negros y pastoras que salían a la plaza, perodoña Primitiva se les impuso y los contuvo.

-Mi hija, dijo don Rafael, sería bueno mandarleun recado al señor cura, ¿no te parece?

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-Sí, escríbele una esquelita.

Mandaron la esquela y al punto fue contestadaofreciéndoles el señor cura sus servicios y su casa.A ese tiempo entró la china Pilar a deCirles queen el portón había unas mujeres y unos endividosque querían verse con sus amos.

-¡Qué molienda!, dijo doña Primitiva; estarcansados, en este rancho tan incómodo, y tenerque aguantar visitas de estos orejones; despachapronto esas gentes, Rafael, y entiéndete tú conellas.

Don Rafael. -Todo entra en la diversión, hija,y ...

-Déjame, Rafael; estoy reventando de furia;no me eches discursos ahora, déjame por Dios.

-Pero hija, no es corriente que .

-¡Güenas noches les dé Dios! qué milagroserá ver a sus personas.

Doña Primitiva. -Buenas noches, María, ¿cómole va?

-Opa, Rajelito, dichosos los ojos que lo ven:ya nian me conocerá, porque como dicen puay:dende que se acabó el ají nian pica.

-No, tía, yo siempre los recuerdo a todos. Míra,Primitiva; aquí tienes a tía Jacinta y a Cleta y aEncarnación, mis primas.

-Celebro conocerlas. Siéntense ustedes.

Jacinta. -Pues yo aquí con las muchachas aponernos a sus órdenes y a conocerla, ya quetenemos tan güena parentela, y disiosas que tába-mas de que nos traten como de la jamilia, y digualigual, porque asina es tan bonito, y a que nos

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presienten los niños, que se los ha dao Dios tanchuscos, paque conozcan a su tía, aunque viejay jiera, y a sus primas de su papá, las dos mozasque vienen con yo.

Doña Primitiva. -Estos dos niños se llamanRoberto y Paco; y las niñas Magola, Lola, Chavitay Maruja.

Jacinta. -Pero miren que los nombres les vie-nen a la color; pus ya saben que soy su tía y anqueme queran negar ... Qué le parece, niña Permitiva,que mana Liboria, la mamita de Rajel, y yo, éra-mos tan puras que nos entibucaban. La niñaMapola tamién es muy pura a la dijunta, y laniña Chevita es ni qué su retrato; y aquí el niñoAljreno es el mismo caraite de mi tío Pacíjico,hermanue taita Chepe... ¿y qué tal le va pare-ciendo el pueblo?

-Horrible, señora.

-Aquí tolos pueblanos tamos hechos un gustodende que los divisamos cuando salían del ónibus.La casesta lo que sí tiene es ques húmida, y tieneque tar con alvirtencia paque no vayan los niñosa querse en ese joyo quisieron pa los patos, porquees jondo ... y diollas ¿qué tal topó la cocina?

-N o sé; esa es cosa de las criadas.

-Es que si algo se ojrece, mande a casa por loque menesta.

-Gracias, misiá Jacinta.

-Nues porque me las dé, y si en vez de misiáme dijera mi tía, como Rajelito, y a mis hijas, misprimas, ya teníamos pun die jiestas.

-Nada, señora; hoy ya no se usan esos tra-tamientos.

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-En antecedente siera asina el usao.

-Le repito a usted que ya no se usa.

-Pus quensabe si bustedes no van a amañarseaquí.

-Dios quiera que no.

-Míre, niña Permitiva, que no dejen de alvertirque mañana es el mercao.

-¿y si sale algo de fundamento?

-Sí, señora; aquí se mercan güenas ollas, yturmas, y juncos, y artesas, y alpargates, y güenazaraza, y en veces no dejan de salir plátanos yjabón, que blanquea mucho la ropa, y cuasi siem-pre treyen los güenos chuchos y se mercan peinesbaratos y zarcillos, y orejeras, y medias pa losdijuntos; lo que sí es descaso en ocasiones es elcomercio, y en dejetive la carne que a muicir,siuno no abrevea, cuando salen de misa ya la hanesparecío; lo que sí no jaIta es la sal y las velasy el pan; en ocasiones hasta los lunes se topa; yya que dije pan, niña Permitiva, ha de mandarpor él a casa ques de parte limpia, y allá no leechamos harina medicana que nian de trigo esques; pero haga que abrevién con el guchuvocuando témos esornando, pa espachárselo caliente.

Doña Primitiva (a don Rafael en voz baja).

-Díles que se vayan, que me duele la cabeza deoir disparates. Despídelas.

Don Rafael. -Conque tía: como hace poco quellegamos, estamos cansados, y hay que arreglarlas camas, porque los mucharejos están dormidos.Ya nos estaremos viendo con mucha frecuencia.

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Jacinta. -Güeno, esués lo que yo quero, porquejamás ni nunca habíamos tao tan honraos comoora con sus compañías; y será hasta mañana yquiojalá y se amañen y ten contentos ... Los niñossí tan queniqué piedra en pozo. Entonces hastamañana, niña Permitiva.

Doña Primitiva. -Que le vaya bien.

Cleta y Encarnación. -Será hasta cada rato, miseñora; aquí a sus órdenes con mamá.

-Adiós; gusto en conocerlas.

-y a nosotras en tratarla y en conocerla.

-Bueno; que lo pasen ustedes bien.

Jacinta (al salir). -Güeno, niña Permitiva; di-cen que quen mucho se espide pocas ganas tienedirse; que escansen y tengan güena noche y nolos bayan a picar mucho las pulgas.

Doña Primitiva. -Buenas noches, que les vayabien.

Jacinta. -Pesque nian me espedí de mi sobrino;dispense, que por atender a la conversa con laniña Permitiva... y que ya los años me tienentan injeriol'.

Don Rafael. -No tenga cuidado, tía; que pasebuena noche. Buena noche, primas; gracias porla visita.

Los veraneantes, sin hacer ningún comentario,se prepararon a dormir.

Al día siguiente enviaron a Zoila a hacer el pri-mer mercado. Los señores fueron a misa y salierona almozar, rabiando por la misa tan larga y tantarde.

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Zoila llamó a la señora para darle cuenta delmercado, después del almuerzo.

-Vea, sumercé, lo que topé; de los diez pesosque me dio, no hubo en qué impliar más sino cincoque se gastaron, y mercando el pan pa tres días.

-¿Y dónde lo compraste?

-En la esquina, onde una señora que dice quesque es pariente de sus mercedes.

-Era lo que faltaba, que yo resultara ahoraemparentada con los orejones del muladar este.La de esas debe ser la vieja esa tan vulgar quevino anoche. Cuida mucho de que los niños novayan a meterse donde esas mujeres; y que novayan a recibirles nada. ¡Qué parentela esa! Yvenir una a descubrir esto cuando ya no hay re-medio. .. Si yo hubiera conocido esta gente antes,no me caso con Rafael... Me meto más bien aun convento.

Zoila. -Lo que sí habrá que pedirles emprestadaes una artesa que tienen de amasar; pero como yalos niños la cogieron y tan aprendiendo a nadaren ella con unos chinos; pero allá tá mi amoviéndolos, no vay sihogue alguno.

-Yesos muchachos que dices ¿se habrán me-tido en la artesa?

-Por supuesto, si ellos son los que tán ense-ñando a los niños de acá a nadar.

-Cuidado como vas a prestar ese cochambre.¿y en eso harán el pan?

-En eso, porque no tienen más.

-No, no, ¿quién vuelve a comer tal porquería?

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Don Rafael entró con los nmos todos mojadospara ir con ellos y la señora a visitar al señorCura, que es un buen eclesiástico, campechano ymuy cumplidor de su deber. Por una distincióna los personajes que lo honraron con su visitalos recibió en su muy aseado cuarto de estudio,donde tenía una regular librería y muebles hastapara veinte personas. El pavimento del cuartoestaba cubierto con una buena alfombra, y en .todo lucían el mayor orden y aseo.

El tema de la conversación de la visita se redujoa afearle al señor cura la soledad y la pobreza dellugar en que vivía; soledad y pobreza que él de-fendió por lo muy encariñado que estaba en suretiro.

Los niños dejaron la alfombra llena de cáscarasde naranja y plátano, y por añadidura, uno deellos hizo en el canapé, lo que otro no pudierahacer por él, según la frase de Sancho.

¿Qué idea se formaron los visitantes del señorcura, y cuál fue la que éste se formó de ellos? Seconjetura por lo que decían los primeros en víapara su casa, y el segundo, viéndose ya solo, orde-nando el aseo de su cuarto.

Ellos. -Pobre sacerdote ... Tener que vivir enun pueblo como éste... Tiene que idiotizarse ...Pero tiene buenos libros ... Sabe Dios si los abrirá.

-Pero en el sermón de hoy no lo hizo tan mal.

-Pobre; quizás porque sabía que nosotros looiríamos se esmeró. Es un infeliz, sin aspiraciones.

-¡Qué horror!, vivir solo, como vive este pobreseñor, y sin sociedad; ya ves que ni tresillo juega.¡El, qué va a entenderlo!, ¡tan complicado como

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es el tresillo!, y este señor me parece de cortosalcances.

El Cura. -(haciendo limpiar su cuarto a unacriada vieja):

-¡Pero qué gente ésta! ¡Santo Dios!... No hanhecho diferencia ninguna entre mi cuarto y laplaza. " Lo convirtieron en muladar.

La criada. -Si sian portao lo mesmo que si losaposentos de sumercé fueran caballerizas. ¡Míre,sumercé, cuál golvieron el camapé nuevo! ... sihasta se zurraron en él ... Piuphs ... Tá que apesta.

El cura. -¡Oh!, ¡no me digas!

-Sí, miamo; como se lo digo es cierto; enciendasu tabaco y jume.

El Cura. -Llama al muchacho que te ayude, ysaquen ese mueble de aquí.

La criada. -¡Felipe!, ¡vení untual!, ¡que te me·nesto! ... Hay que esprender las aljombritas palimpiarlas ... Si lo que dan ganas es dir onde ellosy hacer lo mesmo a ver si les parece jeo ...

El cura. -Vendrían a pagarla los mueblecitosde don Eleuterio, que les dio la casita tal comoestaba.

La criada. -Ya va a tener con qué ponerse lasbotas el patrón Luterio, cuando esacupen la casalos cachachos, y topen sus camapés y sus tabretesque ni qué ... Al decir esto se ataba la cabeza conun pañuelo, y prosiguió: Sumercé no porjié másen tarse aquí, porque al jin coje su güena peste.Esos niños tarían ajitos... Sálgase, sumercé.

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Por la tarde llegó a casa de los veraneantes unmuchacho, hijo del alcalde, con un burro que donRafael, a instancias de su consorte, había solici-tado para que los niños tuvieran en qué distraerseaprendiendo a montar. La bulla fue muy animada:las niñas querían ser las primeras en montar elpaciente burro; pero los esposos resolvieron quemontaran primero los dos varoncitos. Sacaron elburro a la plaza; doña Primitiva se sentó en unatarima del corredor, encendió un cigarrillo y sepuso a observar aquella hazaña de los niños ...

-¿y será bien manso ese animal? Rafael.

-Es mansirritico, dijo el hijo del alcalde.

-Con decir que es burro, está dicho todo,repuso don Rafael, al montar los dos niños.

El animal permanecía impasible, sin hacer casode los tirones que el muchacho le daba del ca-bestro, a uno y otro lado, mientras que don Ra-fael le daba palmaditas en las ancas, y los chi-cuelos gritaban:

-¡Míra, mamá!, ¡míra papá!, ¡ya sabemos mon-tar!, ¡ya sabemos montar! Es rico andar a caballoen burro.

-¡Ahora nosotras!, gritaban las niñas; mónta-nos, papá.

-¡No!, ¡pero si el pollino núa caminao, jálenlelos pelos en el espinazo y en el rabo!, gritó elarrapiezo del alcalde.

Así lo hicieron, pero a los primeros pellizcosque le dieron los niños, el burro no hacía más queestirar el pescuezo, echando las orejas hacia atrásy tiraba coces con una sola pata. Doña Primitiva,que se reía, gritó a don Rafael:

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-¡Los chinos no saben!, ¡ayúdales a hacer esoque dice el muchacho!, ¡hálale el pelo para queande!

Don Rafael le tiró los pelos al burro sobre elrabo, y el animal entró en cólera; se echó a brincary botó lejos el par de angelitos; al uno le dislocóun brazo, y al otro le despellejó media cara; diocontra un montón de ollas y las hizo pedazos.Doña Primitiva corrió gritando y con don Rafaelalzaron los niños. La pobre señora maldecía lahora en que había ido a G** y apostrofaba al hijodel alcalde, por haberle sugerido a los niños laidea de que le halaran los pelos al burro, al cualequiparaba al pobre muchacho, sin acordarse queella se lo había indicado también a su marido.

La criada de la casa cural que presenció lacaída de los niños, decía:

-Bien hecho; me lo alegro por la lucía que hadao el burro del señor alcalde; asina siace justicia;si de güena gana le diera yo su mediue yerba alburro, puel golpe que les calentó, pa que paguenesos muñecos las gracias quicieron en la sala demiamo.

Todo dio por resultado que don Rafael se viodemandado, le hicieron pagar las ollas que rom-pió el burro, y como en G** no había médico, aldía siguiente, muy temprano, -la familia Z... semarchó para Bogotá, sin deseo de volver a ve-ranear.

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UNA 5E510N DE CABIL·DO

Era un domingo, a la hora en que los habitantesde C*** salían de misa; y era de ver el diligenteafán con que recorría el atrio y se metía en todoslos corros el comisario mayor del Distrito, apo-dado Saca-candela, a causa de tener las rodillasen constante frote al caminar. Iba el tal muyorondo y estirado, huroneando entre la multitud ynotificando a sus amos los cabildantes para queal punto de las doce, bajo apremio de multa, con-currieran a cabildo, puesto que se trataba deasuntos de la mayor importancia para el Distrito:la construcción de un puente y de un local parala escuela.

Al primer campanazo de las doce cesó como porensalmo todo ruido y movimiento: cuantos en laplaza estaban, interrumpieron sus pláticas y ne-gocios, descubriéndose con religioso respeto yrezando el Angelus. Un momento después, el car-celero, apellidado el Castellano, no sé por qué,convocó nuevamente a los cabildantes con el re-doble de un tambor destemplado que, con un pitoen forma de clarinete, compone la chirimía de ñorLucio Muete, quien, mediante la paga de docereales y medio, más seis para el tamborilero, y lamanutención, anuncia en éste y en los puebloscomarcanos, a donde se le llama, que se acercael día del santo patrono del lugar.

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A tambor batiente ya duras penas van reunién-dose los cabildantes en el corredor de la alcaldía,cuya sala sirve también para el concejo. Pero comono todos llegan a tiempo, mientras los más cum-plidos esperan a los morosos, arreglan los camba-laches que traen entre manos; hablan de sussementeras, del tiempo y de las cabañuelas, delreclutamiento, y previenen los asuntos que habránde discutir. El alcalde y el maestro de escuelaforman grupo aparte, tratando, el uno, de un libroque habrá de publicarse con subvención del cabil-do, y el otro, de cogerse el negocio de la construc-ción del puente.

-Si logramos armarnos en ese contrato, nosmarchamos en diciembre a tierra caliente-, sonlas últimas palabras del alcalde.

Ofrecen apoyarse en los debates, y entran.

Personal:

Presidente. -Gabino (chuchero de profesión yrematador del bolo).

Vocal. -Agapito o Agapo (tratante a La Mesa).

Vocal. -Juan o Juancho (padre del maestro deescuela, y agricultor).

Vocal. -Camilo, Mestro Camiclo (sacristán yrecaudador del impuesto).

Vocal. -Eurípides (Jurípites u Oripes, maestrode escuela graduado, secretario del cabildo y deljuzgado).

Arcadio, alcalde, conocido más generalmentecon el nombre de Alcario.

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Ya en el interior de la pieza, toman asiento enun poyo de adobe pegado a la pared, colocándoseen el centro, junto a una mesa forrada en vaquetay arrimada el mismo poyo, el presidente, el alcaldey el secretario.

Al decir el primero de dichos dignatarios:

-«Tá dedaráa abierta la sesión», todos apagansus cigarros contra el poyo y los colocan encimade la mesa presidencial. Juancho da con afán losúltimos chupones a su churumbela de piedra, laapaga luego oprimiendo la picadura con el dedo,y la guarda dentro del sombrero. El secretariose acomoda el cigarrillo, que no había alcanzado aencender, detrás de la oreja derecha, toma la plu-ma, ensáyala en la uña del pulgar, y empieza aescribir cualquier cosa.

Agapo, que lleva la cabeza envuelta en un pa-ñuelo de rabo de gallo, y todo el cuerpo en unbayetón de color azul y forro colorado, con alpar-gatas y medias grises de lana, pide primero lapalabra.

Presidente. -Tiene la palabra el ciudadanoAgapo.

Agapo. -Es pa discutir quel señor secretario sedine de ler lauta diora un mes que tamién nosriaunimos.

Secretario. -El acta, querrá usted decir.

Agapo. -Auta o auto, lo mesmo viene atrás quenlas espaldas. A ver, leiga y.no empate, ni enco-mience a golver esto merienda de negros.

Presidente. -Leiga, leiga a ver qué reza.

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,El secretario, quitándose de la oreja el cigarrilloy poniendo en su lugar la pluma, empieza a vol-tear las hojas de un cuaderno forrado en unagaceta y cosido con hebra azul, y buscando del finhacia atrás, dice:

-¿En qué mes estamos, que ya ni me acuerdo?

Agapo. -¡En febrero, tiempue siembras, cuartuecreciente, hombre!

,Secretario. -¡Evidentemente! Pues.,. en elmes pasado. .. no se elaboró nada, por la cuestiónaquella de las elecciones. En el otro. .. tampoco,por la indisposición cefalálgica de que fui víctima;y en los otros. .. (es tan trabaj oso leer así de paraatrás) ... tampoco, por la camorra de las adhe-siones.

Camilo. -Ah, sí, por las elecciones que les ga-namos.

Juancho. -Yo tamién pido mi palabra, señorpresidente, paque llamen al mestro sacristán alorden, porque ya quere cuspirarse contra yo, yno se la saca. Aquí nues la ilesia, paque la cojacualquier alvenedizo y se ponga popocho como táel mestro éste: le muerde a la ilesia y le tarasqueaduro y parejo al jisco. Pero el consuelo que tengoes que dice un dicho que pesetas de sacristánrepicando se vienen y repicando se van. Con elseñor cura se hace el que no quebra un plato, ynues sino pa cogerle dinero; pero dice tamién otrodicho que plata de cura poco dura.

Secretario. -Deje, papá, que la lógica al fintriunfa; la civilización avanza, a medida que eloscurantismo retrocede; deje, deje.

Camilo. -¿Deje qué? Entendámonos, amiguito,y dejémonos de roncas. Señor alcalde, estos seño-

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res me insultan porque no han querido pagar elimpuesto, y cuando se lo cobro, se vuelven gatosbravos; y es quellos no saben quién soy yo y cómome llamo.

Secretario. -Yo sí sé que el vulgo lo llama austed El mestro traga-mechoso

Camilo. -El vulgo también los llama a ustedesLos Macacos.

Juancho. -Miren este alvenedizo cómo me en-respeta; eso de macacos, se conversa; y todo espor las eleiciones.

Camilo. -Pues, amigo, el que da, recibir quiere.Señor presidente, llame a estos señores al orden.

Presidente. -¡Al orden! La Custitución próhibeque se miente aquí la política.

Camilo. -Pido la palabra, señor presidente.

Presidente. -La tiene.

Camilo. -Que conste que he sido insultado porñor Juancho, y que él no paga el impuesto; y elhijo quiere darlas de mucho café con leche, y nosabe más que charlar y sacarle el boletaje en eljuzgado a todo el mundo, y no enseña ni el cristosa los niños, y no escribe las actas del concejo, ypasa el tiempo leyendo gacetas.

Secretario. -Señor presidente y señores: lascontingencias de la vida que nos rodean en lacarrera pública no transigen con la regla del de-ber, cual era escribir las actas, que pronto estaránal orden de los debates que impone el magisteriode la ley; y si es que a mí se me considera inepto,cedo mi péñola en aras de la igualdad y de lafraternidad, y pido que se me haga justicia y serespeten mis garantías individuales.

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Camilo. -Pido la palabra.

Secretario. -Opino que no se le debe conceder,porque no hay nada en discusión.

Juancho. -Dejalo que pelare hasta que SanJuan agache el deo, que perro que mucho ladrano muerde.

Presidente. -y mando que luagan diuno enuno, porque se güelve esto que ni qué algarabía delos títeres de la nochegüena. Esto ya parece con-greso.

Secretario. -Evidentemente, es la idea másluminosa que se puede germinar, pues se advierteaquí un símil muy idéntico al congreso, por loanimado de la sesión, que es como a mí me gustaque se debatan los asuntos. Me encanta la anima-ción que reina en este augusto cuerpo, y me felicitopor estar aquí, porque esto tiene la ineludibleventaja de que el día que por la voluntad delpueblo soberano tengamos que ocupar una curulen la asamblea, ya estamos suficientemente pre-parados.

Alcalde. -Pa ese caso yo te doy mi voto a ojocerrao, y desde hora parentonces acordate de mí.

Secretario. -Gracias, honorable patricio, quesiempre ha timoneado con clara visión los destinosde este pueblo, que en aras de la patria va siemprea la vanguardia del progreso y de la civilización.

Presidente. -Lo dicho, dicho; se próhibe aquíla política.

Camilo. -Vamos al grano: aquí traigo una notadel señor cura.

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Secretario. -Hoy nada tenemos que hacer conel señor cura; hay mucho de qué tratar. ¡El puente!¡el puente!

Camilo. -Sí, cada loco con su tema; usted andatras del negocito del tal libro que nos quiere en-jaretar, y para eso quiere que tratemos primerolo del puente, para que lo apoye el señor alcalde;y le apuesto a que se lo barajo, como saber quetres y dos son cinco. Le repito que la nota es delseñor cura.

Secretario. -Aunque sea del rey; a los cuerposparlamentarios se les deja libre deliberación.

Juancho. -Dejá, Uripes, dejá, que viniendo demanos de mi señor cura y compadre, hay ques-pacharla, porque onde manda capitán no mandamarinero.

Secretario. -No deben ponerse trabas al pro-greso y a la propagación de las luces, para quelos ignorantes no ultrajen con sus chabacanadasel grado que en lid abierta y a toda vela hemosalcanzado en el campo del saber. Los ignorantesno deben hablar.

Agapo. -Pido la palabra, porque esa sí no mela mamo yo. Lo digo una y mil veces que yo, anqueinorante, sí percato lo que el mocoso este queredicir; yo y los otros cabildantes no semos chinosde lescuela pa que nos ensulten de buenas a pri-meras.

Presidente. -Tá pa discutirse ... va a aprobarse ...

Camilo. -Estos señores están hoy como enve-nenados; yo no sé cuál será peor, si el padre o elhijo. Pero es cierto lo que dice el refrán, que detal palo tal astilla. Como don Juancho gastó cuanto

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pudo en las elecciones, y nada logró, quiere sacarseel clavo.

Secretario. -También hay en el vulgo otro re-frán que dice que un clavo saca otro clavo, o am-bos se quedan adentro.

Camilo. -A palabras necias, oídos sordos. Voycon el permiso del señor presidente a traer la notadel señor cura que se me quedó allá en el despacho.

Alcalde. -Pido que se altere el orden del díapara considerar el proyecto del libro que ha depublicarse por cuenta de la municipalidad.

Presidente. -Va a aprobarse. .. queda aprobao.

Secretario. -Alterado el orden del día, aquítenéis, señores, estampadas en este papel las ideasluminosas que quiero exponer ante vosotros, comoadmiradores de la literatura, y porque tengo de-recho a enseñar y poner en juego el magisterioque dignamente represento. Mi grado os lo ates-tigua elocuentemente, y no dudo ni por un mo-mento, ilustrados miembros y señor presidente deesta corporación, que atenderéis a mi solicitud.

La educación y el vuelo de la literatura entrenosotros están en su cuna durmiendo el sueño dela adolescencia; ese sueño que cubre las nacionescon su manto diáfano para comunicarse al enten-dimiento de los que en el templo del saber recibi-mos la misión de inocular el virus de la cienciaen la mente de la juventud, sepultada en el ocasode la ignorancia; y yo, señores, para contribuíral engrandecimiento de esta República, por quienofrendaron en el altar de la patria su sangre unBolívar, un Páez, un Sucre y un Santander, yuna pléyade infinita de bravos y trágicos héroes,que nos dieron libertad y nombre ilustre, rom-

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piendo el yugo y sacudiendo las cadenas de lavetusta y oscurantista España; yo, señores parasecundar a esos ínclitos padres de la patria, quie-ro agregar hoy un átomo a la obra de esos manesde la libertad, aunque venga para mí, si es nece-sario, el cadalso, que si por mi patria dulcementemuero, quiero morir como un Ricaurte, o si sequiere, como un Caldas! Os hablo de un trabajoque tengo bien adelantado, porque yo hago asícomo la araña, que elabora en el silencio de sugabinete las sutiles redes en que ha de cautivarsu presa; y os digo esto, porque el libro que :mepropongo dar a la luz pública, contiene de todo,yél será un timbre de gloria para vosotros ypara los cultos habitantes de este pueblo.

Alcalde. -¡Muy bien, muy bien! Así se habla,mi amigo. ¡Viva el orador, ilustre hijo desdepueblo!

Agapo. -Pido la palabra pa dicir que le mer-quemos el libro a Uripes, y que seche un discursoen un periódico de Bogotá, que yo hago el costo,que por lo visto, éste tiene más cencia en la mo-llera que too los libros y too los mestros juntos.

Presidente. -¿Y de qué calidá será el grandordel libro? ¿Como este código siquiera? Porqueya que se hace el gasto, que contenga hartas fojas .

. Secretario. -Algo así, pero de mucho mejorcarátula.

Presidente. -Hacelo asina, como el código, quequeda de güen grandor... Va a aprobarse.

Juancho. -Aquí sí tiene que dejarme un pocola palabra, mano Gabino, porque dice un dicho:cuando te golpién en tu puerta, respondé. Mirá,Jurípites: como el susodicho código no hagás el

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libro, porque yo me opongo. Es que la palabresano la puedo yo ver ni pintaa; porque tuavía mesabe y jiede a puro código lo que me como y loque me bebo. Dendiora veinti años que tuve en-cajao ese pleito de too los diablos, que pa ver defavorecer el chirajo diorille tierra, pun tris mequedo sin carenque persinarme, y la friolere casidos años en manos diabogaos, que miban haciendoperder la chabeta, pidiéndome plata como quenle pidía a Dios, y rezándome código puaquí y. có-digo puacullí, y muy divertíos los endinos esoscon yo, haciendomir tua las semanas al cantón,porque asina es que lo rezabel código; y cruce losdeos, don Juancho, porque asina lo mandel código;y dele con el maldito código, al derecho y al revés.Tuviera yo comiendo u durmiendo, y ai te va elcódigo. Les asiguro que sial santo Jo en suenjer-medá que tuvo le recetan código, con abogaos ala pata, no tabel probe santo contando la graciadiaber tenio pacencia. Paque lo jubilen a uno,que lechen abogaos con aditamentue código, yendos pataas tuno loco. Las canas que tengo mevienen de resultas del código; semperraban esoshombres en lerme y lerme código y más código,¿y yo quiba a entender de eso? La rema, quemechará presto al joyo, pregunten quén me len-cajó: pus el código, mojándome y pasando hambresy sedes en viajes, y too porque el rezo del códigoasina les emponía. El individuese luharían losesacupaos pa matar la gente. El que escrebió eso,quen sabe si toparía perdón de Dios, porque loque es de yo, sí siha llevao sus güenas maldicionesa cuestas. Mirá, Jurípites, siempre que siojezcahacé el libro como el catacismo Caspete, quesesiquera contiene la ley de Dios.

Secretario. -Catecismos del Padre Astete, papá.

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Juancho. -Güeno, güeno. Estete u Castete, co-mo dijites; pero hacélo' de ese volume, y dicícuánto es el importe.

Gabino. -y escupí ajuera el nombre del libro.

Secretario. -Pues ya que ha sido tan bien aco-gido este primer fruto de mi ingenio, el nombreha de ser vertido por la bien tajada pluma de miilustrado y galante amigo Arcadio, puesto que élconoce el contenido.

Arcadio. -Yo opino que podría llamarse, porejemplo, Lecturas Selectas, de José Joaquín Ortiz,o Diccionario Etimológico de Marroquín.

Juancho. -Esos hombres pesque tarán vivostuavía, ¿y si cargan ellos con el santo y la limos-na? Miren que eso es arriesgado.

Secretario. -Yo creo, Arcadio, que bien pudierallamarse el libro, por ejemplo ... Panacea del Es-tudiante, o Mina de Preciosos Documentos, o tam-bién Manojito de Galanas Flores, porque en élhay que poner como prólogo algunas piezas deamena literatura. Pero antes que todo, vamos aver con cuánto me ayudan los presentes para lapublicación del libro, porque no creo que alcancecon la partida señalada para gastos extraordina-rios en el presupuesto.

Juancho. -Documentos no, porque aquel deltoro se perdió; lo que sí habís de poner es tu des-curso diora.

Secretario. -Sí, Y los discursos que yo compusepara los certámenes, y las actas del concejo queyo redacté, y tantas cosas más que irán viniendopor carambola a la imaginación.

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Juancho. -Mirá, ponele tolos nombres que rela-tates ora que son bonitos y echá tolos descursosdel cabildo si querés; pero lo que es a yo no mevas a sacar en la colaa, porque ora hay más abo-gaos que gritos el die San Juan, y si llega a sunoticia tolo que dije, y les eché endenantes, porla jeringuel código ese, no les alcanzo nian diapelizco. Lo que sí habís de poner son los descursosdel 20 de julio contra los chapetones, ¿oís? Mirenbustedes quel de la mocita quiso de misiá Polo-carpia Solobayeta es güeno con gana, hombre,¡qué memorista!, y el talento que va soltando notiene precio; qué güena vendrá a salir si viene aser mestra esa niña, porque relata que es unprimor.

Secretario. -Antes que todo vamos a ver sicuento con la sumita, y con cuánto me ayudanlos presentes a la publicación del libro.

Gabino. -Hacé lista y poné por mi cuenta ...un ternero, ¡qué caramba el estetao aquel joscomaneto! ¿oís?

Secretario. -Cámbieme ese o eche dos, donGabino.

Juancho. -Escrebí el becerro, hombre, quel quemucho abarca poco aprieta, y dice el dicho quemás vale pájaro en mano que cien volando.

Secretario. -Ha merecido bien de la patria, donGabino; y a papá, ¿en cuánto lo ponemos?

Juancho. -Conformate con lenducación que tedí, hombre, que si no teluviera dao tabas hechoun inorante, hombre.

Secretario. -Don Agapo, ¿en cuánto?

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Agapo. -Poné ai cuatro reales y un terciueturma por hora que endespués veremos.

Juancho. -Ya ves, si bien dice el dicho que degrano en grano llena la gallina el buche.

Secretario. -Te ha llegado tu turno, mi queridoArcadio, ¡vamos!, ¿con cuánto te rascas?

En esto entra el saca-candela y les dice:

-El señor cura, el señor cura, áhi viene.

Juancho. -Escondé la lista, no jué nada.

Presidente. -¡Silencio!, ¡al orden!, va a apro-barse... quedó aprobao... ¡Pidan la palabra,hombres!

Señor cura. ¡Avemaría purísima! Buenas tardesles dé Dios a mis vecinos; don Gabino, compadreJuan, ¿qué tal?

-Ya lo puede ver mi compadre; ¿y este milagroónde lo pintamos?

Señor cura. -Ola; taita Agapito, ¿cómo vamos?

Agapo. -Aquí cuando no pior en un ser, señorcura.

Señor cura. -Dios lo haga bueno, ahijado; Ar-cadio, Roberto, ¿cómo están?

Ambos. -A su disposición, señor cura.

Juancho. -Tome mi siento, mi compadre.

Gabino. -Aquí tiene mi siento, señor cura.

Señor cura. -Es bueno que usted conserve suasiento, don Gabino; me parece que usted estápresidiendo.

¡~-

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Gabino. -Tengo mucha satisjación en decederlea mi señor cura mi siento de presidente y mi vozy mi voto, y la persona anque no vale nada.

Agapo. -Pido la palabra pa dicirle al señor curaque nosotros tamién le decedemos al amo curanostros votos y nostras voces y nostras personasanque ya no valen nada.

Señor cura. -Dios les pague todo. Ustedes siem-pre respetuosos y buenos con su pobre cura. Hevenido porque entiendo que hay algunos des-agrados aquí. ¿Qué es lo que pasa?

Secretario. -Nada, padrinito. Es que como mipadrino sabe, en estos cuerpos legislativos se aca-loran un tanto las discusiones que están al ordendel día; pero no ha habido ninguna trasgresiónde la ley; al formar parte de un cuerpo colegiadocomo éste, los ciudadanos estamos penetrados deque este es el templo de la filantropía y el sagradosantuario de la ley.

Señor cura. -Ojalá que así sea, que no hayanada; pero Camilo fue a traer una nota y lo oírefiriéndole a mi hermano que mi compadre y miahijado lo han tratado mal; y mientras él pasa allibro copiador la nota que debe presentar aquí,me vine a manifestarles que no conviene que en-tre mis vecinos haya tales disgustos, porque estoredunda en perjuicio de todos. Por lo que hace aCamilo, si él ha faltado, yo lo reconvendré; peroes necesario que no lo ofendan; él es un hombrebueno, no es escandaloso, ni da mal ejemplo; noes como otros forasteros que vienen a hacer ma-les al pueblo; él ayuda en cuanto puede y no esjusto que lo hostilicen nada más que por ser fo-rastero. Si el pueblo tuviera el personal suficientepara todo, yo no permitiría que Camilo desempe-

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ñara ningún destino. .. En tantos años que llevoaquí trabajando en el ministerio parroquial, nuncahabían resultado estas camorras, y de poco tiem-po acá, noto que hay quienes se interesan pordestruír mi obra de reconciliación de mis buenosfeligreses; y es muy triste que quienes están obli-gados a secundar mis esfuerzos, sean los primerosen fomentar rencillas y malas voluntades, amar-gando tanto la vida de un pobre viejo que haprocurado siempre que la paz del Señor reine eneste pueblo.

Juancho. -Pido la palabra para manijestar quepor lo que hace a yo, que primero consentiré enque pisotién la boca de mi caláver, antes que con-sentir en que a mi señor cura y compadre se leojenda. Yo no quero ser malo, y él es testigo detua mi vida, porque él jue quen me casó y mebautizó toos mis hijos, y me emprestó su protei-ción pa trabaj ar y pa enducar este mozo; y él nosrespriende y nos endilga puel güen camino, y élconjianza en Dios ha de ser el que mia de cerrarestos ojos, y mia de echar tierra en ellos. (Al deciresto, el buen viejo empezó a llorar como un niño;lo mismo hicieron Gabino y Agapo, aunque muydisimuladamente) .

El señor cura abrazó a Juancho y le dijo:

-No llore, mi buen vecino y compadre; losdos ya estamos apostando la carrera de la vida.Usted siempre ha sido bueno, y yo muy malo; lahora de la cuenta ya llega, compadre ... NuestroSeñor es muy bueno con nosotros, y por eso nostolera tanto, y no nos castiga conforme a las seve-rísimas leyes de su juicio, a pesar de que nosotrosle ofendemos mucho, cuando faltamos a la santacaridad de que El nos dio ejemplo, y nos reco-mienda siempre la práctica de las virtudes.

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Juancho (enjugándose los ojos). -Asina es ver-dá, y yo me arrepiento de todo; y a este mozo esgüeno enseñarle de nuevo la ley porque deso yano se acuerda.

Señor cura. -Mi ahijado tiene que ser muyformal porque Dios así lo quiere; porque ha tenidopadres muy buenos, y además, porque debe tenerlos conocimientos necesarios para serlo.

Secretario. -Gracias, padrinito.

Juancho. -Esúes; dende que vino a la perroquiaese maldito muchas gracias, se acabó el Dios selo pague.

Señor cura. -Tiene razón, compadre; hoy davergüenza el ver que las buenas prácticas y lasviej as tradiciones se acaban. Ya no desea uno sinoque Nuestro Señor lo llame en su Santa graciaa rendir la cuenta, que por cierto, es larga ...¡Terrible cosa!, pero para allá vamos. Ojalá re-cordemos siempre que el mismo Señor que nosmanda hacer bien a los que nos persiguen y ca-lumnian, es también quien nos manda dar a Dioslo que es de Dios y al César lo que es del César;digo esto porque sé que hay entre vosotros quie-nes se disgustan cuando les cobran esas contribu-ciones que impone el gobierno, y que con disgustoo sin él, siempre las hacen efectivas; además, esono vale la pena de perder uno su tranquilidad;bastantes penalidades tenemos en este mundo.

Agapo. -Es que ese empuesta es un robo, y esecobrante diora es un ...

Señor cura. -No diga que es un robo; el gobier-no tiene derecho a imponer esas contribuciones,y nosotros estamos en el deber de pagarlas, y notenemos derecho a injuriar a quienes son sus agen-

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tes al cobrarlas. Si los que nos gobiernan cometeninjusticias con nosotros, con Dios lo verán. Nos-otros estamos en la obligación de respetar a lasautoridades legítimamente .constituídas, en todolo que no se opone a la ley Santa de Dios. Esosintereses de la tierra los hemos recibido de Diosy el día en que comparezcamos en su divina pre-sencia, vamos solos, sin dinero, sin bienes terre-nales, sin más compañía que nuestras obras; y sien vez de la santa caridad hemos cultivado yhecho cultivar a los demás, con nuestro mal ejem-plo, el rencor y mala voluntad, ¡pobrecitos denosotros!, perdemos a Dios, y con El todo, todo.

Juancho. -Ya ves, Jurípites, vos sos el que mehabís uchao siempre a ser jaltoso con el mestroCamilo. Este núes como mis otros hijos que sinhaber estudiao más que su mera escuela, percatanbien las cosas y saben su dotrina ¡que es un gusto!pero éste, que ha estudiao más la ley, y hay tánlos alcances que tiene. Ojalá y mi compadre mele deje una güena leición pa que alvierta y nosea jaltoso.

Señor cura. -Creo que con la que ha oído lebasta por ahora. ¿No es verdad, ahijado?

Secretario. -Cómo no, padrinito. Yo acato yrespeto mucho sus observaciones.

Señor cura (poniéndose en pie para salir).

-Que la paz del Señor los acompañe, y que elEspíritu Santo los ilumine para que puedan deli-berar acertadamente en bien de la parroquia, sonmis deseos, y me voy porque mis pobres meesperan.

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Secretario. -Es muy pesado esto de ser unohombre público, como mi padrino, y los que te-nemos destino.

Señor cura. -Lo que hay de cierto en esto esque el cura no es hombre público, sino hombredel público.

Juancho. -Pido la palabra pa dicir que yo opinoque mi señor cura y compadre demore en nostracompaña pa que nos enlumine las leyes que ha-mos de ditar, y nos alumbre güenos consejos.

Señor cura. -Niéguese la proposición por in-constitucional; a los curas nos tienen hoy asimila-dos a cosas, compadre, del alma.

Alcalde. -Esa es muy güena. ¡Con que asimi-lados a cosas! ¿ah?

Presidente. -Va a aprobarse la propuesta delseñor cura ... quedó aprobada.

Secretario. -Pido la palabra, señor presidente.

Presidente. -Güeno, cogé la palabra.

Secretario. -Señores: Tratándose de un actode vital preponderancia como la educación cien-tífica y literaria, que cada día empuja a las nacio-nes como el imán irresistible a la civilización yal progreso de los pueblos sin retrospecto delcontagio que por timtos lustros cubre pavorosa-mente el horizonte literario; que cual águila quesube engalanada por el espacio y se remonta tran-quila por esas regiones etéreas hasta perderse devista en las constelaciones de los mundos habita-dos, hasta las cumbres de los Andes! Como el cón-dor que envuelve en la gasa de sus protectorasalas y vivifica la cumbre del Chimborazo, dis-putando con Saturno en su sangriento curso

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del porvenir y del progreso, en alas de losdulces céfiros, animados por los genios tute-lares de la naturaleza en la continuación desu exuberante creación, así también la literaturapor medio de la crujiente prensa en el siglo delas luces y del progreso, un libro es como el almamater del universo impreso en el corazón de lamadre naturaleza; por eso yo ansío, señores, aque mi padrino, en este corto lapso de tiempo,tenga conocimiento del proyecto que cual tem-pestuoso rayo cruza en esta corporación. Os ha-blaba de mi libro, de esa criatura de mi mentepredilecta. He dicho.

Presidente. -Va a aprobarse. " quedó aprobao.

Señor cura. -¿Y de qué libro trata, mi ahijado?

Juancho. -Pus nada menos que diuno, y maní-jico por lo visto, que este mozo tiene en el tuste;lo que son nombres ralos sí tiene a las dos milmaravillas el libro.

Señor cura. -Vayan, pues, mis felicitacionespara el autor del libro y también para mi compa-dre, puesto que los buenos hijos son para sus pa-dres, además de un honor, su corona y su alegría.¿Conque va mi ahijado a publicar un libro?

Secretario. -Pues tengo algunos croquis; peroaún in péctore, como dice algún retórico, o mejordicho, valiéndome de la conocida frase poética dealgún astrónomo, cuyo nombre se ha fugado demi frágil mente, ya van estando en embrión. Ypor supuesto que el que suscribe tiene a bienhacerle a mi padrino el alto honor de dedicarleese corto trabajo, que por ahora no es más queun ensayo.

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Señor cura. -Gracias.

Juancho. -y también sería güeno que él teendilgara el modo de que echaras el libro porlimprenta, porque si ha de ser pir a costiar ...

Señor cura. -Eso es precisamente lo que ahorame ocurre; van ustedes a gastar quién sabe cuántoen la impresión del libro y se quedan con todoslos ejemplares.

Juancho. -Siguro que nos quedamos con el pe-cao y sin el género; pero quén quita que a losgobiernistas no les haga jalta pa las escuelas y lomerquen, y viene a armarse éste de chiripa.

S eñor cura. -En esta tierra todo marcha mangapor hombro; el gobierno por atender a defenderse,me figuro yo, de una multitud de logrero s que loasedian por medrar a su sombra, no atiende a li-teraturas, ¡qué va a atender! Ha habido tantosliteratos que han gastado su tiempo y sus pocosrecursos por publicar un libro útil, y se han que-dado pobres, con el libro y con deudas. Hoy poratender a la política, que es la fiebre de la socie-dad, no se preocupan de nada útil, menos de esti-mular a los que se dedican a la literatura. Hayuna multitud de hombres afanados por conseguirun destino para desempeñarlo mal, y pasar unavida cómoda y haciendo más males que bienes,muchas veces. Los hombres animados de verda-dero espíritu público, y sobre todo de buenavoluntad, son poquísimos y no se les da parte enlos negocios públicos. Se trata de especular y nadamás.

Agapo. -y se la pasan clavando luña en cuantotopan y sin más trabajo que rasguñar papel.

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Señor cura. -Pues eso no nos consta; y quieraDios que no sea así, porque ese sería el más crimi-nal abuso que podrían cometer; pero hay un hechoque es muy claro: los destinos no son tantos quepuedan satisfacer las ambiciones o aspiracionesde todos los peticionarios, y los vagos, que siem-pre son muchos, y que vienen a formar una opo-sición formidable, se dan a la tarea de fraguarrevoluciones para arruinar esta pobre tierra. Yno quiero adelantar esto, porque ya voy metién-dome en un laberinto difícil, y quizás venga yo afaltar a la caridad con manifestar las debilidadesde mis prójimos, que de buena gana quisiera verremediadas.

Secretario. -¡Cáspita! Hoy sí que hace falta unBolívar, un Sucre, un Páez, un Santander. ¡Manesde la libertad!, levantaos de vuestras sagradastumbas y venid a este sagrado recinto.

Gabino. -¡Esos hombres que mentates hora síeran los de lalma atravesaa, caramba!

Agapo. -j Y eran diuna valentía de piapa losfefes esos!, ¡esos sí eran dotores y melitares de-veras, hombre!

Secretario. -Pero los periódicos del día sí vana la vanguardia del progreso y de la civilizacióndel pueblo.

Señor cura. -Pues los periódicos del día, si ex-ceptuamos algunos, hace tiempo que no publicannada que pueda ilustrar al pueblo, ni que estimulea la juventud, ni le comunique verdadero patrio-tismo. Los periódicos del día no se pueden leer sinocon cierta cautela, porque publican muchas menti-ras y hasta blasfemias para corromper la sociedad,y acabar con los pocos sentimientos que quedansi Dios así lo permite, eso sí. En la mayor parte

J!

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de los periódicos que circulan no encuentra unosino odios, insultos y calumnias que es un des-honor para el país; nos exhiben tristemente.

Agapo. -Pido la palabra.

Presidente. -Tiene la palabra.

Agapo. -¡Como dice el dicho, que cada cualhabla de la jeria como le va en ella; me acordépor la custión periódicos, que ir uno a Bogotá!¡Ave María, gracia plena! Es que lo zurumbatizany lo aburren a uno por tualas calles aquellas saobandijas de chinos que parece que ya se les arrancael gañote, gritando como unos locos, y metiéndolea uno por las narices la zurrie gacetas, ¡y conaquellos chillíos!, gritando y corriendo que ni quélocos que parecen ni qué perros de cacería. Y siuno se escuida tantico, ¡adiós mi dinero! Tieneuno que andar en Bogotá con la bolsa a dos ma-nos. ¡Andá, ralea de chinos pa mala! El otro díahoriverán lo que me pasó: un capataz de esos chi-nos se me puso a la pata, bien engüelto en un cha-quetón que le tapaba hasta los tubillos, y meporjió, y me porjió, que le mercara una limete-grande Venezuela, y al jin paque no jregara másel condenillo zángano, se la merqué pun pesochiquito, y cátelo ahí; no les cuento señor presi-dente y compaña, y señor cura, de qué taba llenala limeta, porque me pasa lo que ese día, que alprimer trago que me juí a meter en la posada, simás echo ajuera tua las tripas, y me agarranaquellos ...

Presidente. -Al orden: la Custitución próhibehablar aquí de enjermedades.

Señor cura. -¡Ya ven ustedes el gravísimo malque les hacen a esos pobres muchachos con ense-ñarles a mentir! Porque se venda el papel les

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hacen vocear lo que él no contiene, y después esaspobres criaturas se creen autorizadas para seguirmintiendo y engañando a todo el mundo. Culpade los directores de esos periódicos, que olvidán-dose de su propia dignidad de hombres racionalesy del respeto que deben a la sociedad, no se con-tentan con estampar en el papel todo cuanto hayde más ofensivo, ridículo y repugnante, sino queincitan a esos muchachos al mal. Y lo peor detodo es que las gentes se van acostumbrando aese lenguaje de pasquín del periodismo, de talsuerte, que si el periódico no contiene bastantesinjurias, diatribas y blasfemias, no sirve paranada. La falta de amor de Dios y del prójimo¡cómo cunde!

Secretario. -Pero sí enseña mucho la cátedradel periodismo moderno, en su lucha por la fi-lantropía.

Señor cura. -Dejando a un lado lo de la luchapor la filantropía, que no sé a qué se refiera, elperiodismo sano y bien intencionado, por supuestoque enseña mucho; pero el periodismo tal comoexiste entre nosotros, repito: con alguna o algunasexcepciones, lo mismo que la novela impía y co-rruptora, no pasa de ser una serie de mentirasbien urdidas, y a cuya lectura dedica hoy muchotiempo la juventud. Lástima que el periodismo nodesempeñe la misión que tiene de enseñar y co-rregir, pero sin ofender y sin vilipendiar, sino que~e ha convertido en una perpetua orgía que hu-milla la inteligencia, el lenguaje, la moral, lareligión, la sociedad y el buen sentido. Todo esindigno. Lo que es elevación y fimeza de carácter,ya ha pasado a la historia; la dignidad yesos be-llos sentimientos de respeto por la sociedad y porla moral cristiana, todo se va acabando. Hoy me-

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dran la mentira, la calumnia, el odio, los rencores,la envidia y cuanto en el mundo hay de más in-digno y repugnante. El honor y la reputación delos hombres de bien, están en manos del audaz quelogra encaramarse en la tribuna de un periódico.Los tiempos son malos, y los hombres ... En fin:nosotros hemos de darle gracias a Dios porquevivimos lejos de esas atrocidades. Pero sí da in-dignación el ver cómo han logrado corrompertanto el carácter, y que la sangre generosa seempobrece tanto en nuestras venas. Dios tengamisericordia de todos y su paz sea siempre connosotros.

Agapo. -Dios nos esjienda de esas malas com-pañías, de veras, porque eso sí es más pior quetodo.

Secretario. -Señor presidente y señores: Esindudable y fuera de toda duda que mi libro, cualotro imantado campeón, contribuiría adiestrada-mente a cicatrizar las hondas laceraciones de lasociedad, como el destilado bálsamo que neutralizalos fisiológicos adormecimientos sociales y políti-cos del patriotismo, y eleva el espíritu en ráfagasde luz que tremola en la titánica y rutilante luchadel progreso y la civilización, cual flamígero pen-dón en su curso luminoso con esa libertad deBolívar, de Sucre y del inmortal vencedor en SanMateo, que trazó en indelebles caracteres a loshijos de la patria su aspiración por el progresoindefinido, palpitante en el corazón de las genera-ciones venideras, rompiendo esas fibras flamantesde la poesía sintética y embriagadora de la fan-tasía de mi adorada patria, que es el mundo deColón y de sus aspiraciones engalanadas de per-fumes delirantes. He dicho.

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Alcalde. -¡Viva el orador!

Señor cura. -¡Qué jerga es ésta! Atienda, ahi-jado: yo con mis sesenta años de vida y de estostreinta y seis de ministerio pastoral, he alcanzadomuchísima experiencia y puedo decir que conozcobastante el corazón humano. Usted con sus vein-tiocho años a las costillas, y de éstos más de diezde enseñanza en las escuelas, no tiene todavía lareflexión necesaria. Eso del progreso indefinido,no pasa de ser un disparate que a algunos les suenabien, que no dice nada, y que usted no entiende,sin que yo venga a disputarle a usted sus cono-cimientos, puesto que para eso recibió su gradoen la Normal; pero hay cosas que no se puedendejar pasar, y además, me atrevo a darle a ustedun consejo: no publique ese libro de que habla,porque se expone usted a convertirse en el haz-merreír de todo el mundo. Ya que tiene gusto porla literatura, dedíquese a leer algunas obras se-rias, de religión, en primer lugar, y de literatura,para que adquiera un estilo llano, juicioso y ...correcto, que jamás adquirirá en las novelas,porque sabrá usted una cosa, le hablo con todafranqueza: en usted ha calado el estilo un pocorimbombante y como... ahuecado, que dice ...muchas palabras, pero en el fondo. .. nada. Estose lo digo porque tengo el deber de hablar laverdad, y todos tienen derecho de exigírmela. Nopiense en publicar tal libro.

Agapo. -Mi señor cura dio en el clavo; esueslo que yo he percatao, porque éste ensarta dechorrera como chorizos una palabrería que em-borracha; y como que de puro talento que ledesenrollaron en lescuela Dormal, se jué todo envicio, como la turma cuando carga el invierno.Es dedr, perdonándome la despresión: hay en

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este mozo mucho tuste y poco seso; mucha vainay poco jríjol.

Secretario. -Siempre con sus rancieras y suschabacanadas. ¡Cáspita!

Señor cura. -Vea, ahijado, que el que no recibeconsejo no llega a viejo. Espere usted un poco,porque la situación es mala; el país va mal.

Juancho. -¿Y de ribete nos meterán revuliciapresto?

Señor cura. -Pues quién sabe, pero se ve pocaesperanza de paz; hace días que hay una inquietudindescifrable, y parece que caminamos al bordede un volcán que está para estallar. Conque nue-vamente le digo, ahijado, que espere, tenga ustedpaciencia, no se precipite; desista de publicar sulibro, y en este año interésese más por la enseñan-za de la doctrina cristiana a los niños, que conesto hace usted mucho bien, y Dios lo premia. Mevoy, y quédense ustedes con Dios. Hasta luego.

Todos. -Hasta lueguecito, señor cura.

Juancho. -Que ojalá y no se le olvide el caminoa mi señor cura y compadre.

Secretario. -Mi padrino siempre con sus cho-cheras y sus ideas oscurantistas. ¡Cáspita! Cuándoserá que el ultramontanismo deje respirar estatierra. Detesto el retrogradismo. j Si el héroe deAyacucho viviera!

Juancho. -Dejáte de tus traganismos y de tuscaracuchos, hombre, que ahí la vas pasando biendirigiendo tu escuela, y no te metás con más librosni con más ciencias, hombre, que con lo que sabeste basta y te sobra.

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Camilo. -Sí, señores, aquí a sus órdenes; señorpresidente, aquí tiene la nota del señor cura.

Presidente. -Léla, Orípes; pero abreviá, ¿oís?

Secretario. - «Ministerio parroquial ••, etc.

La nota trataba de una solicitud del señor curaal concejo, para que éste, de la partida para gastosimprevistos que figura en el presupuesto, votarala correspondiente para levantar las paredes delcementerio, y para la puerta del mismo lugar queuna guerrilla, en la última revolución, convirtióen leña.

Camilo. -Pido la palabra, señor presidente.

Presidente. -Tiene la palabra, Camilito.

Camilo. -En atención a la justa solicitud delseñor cura, propongo: "Vótese la partida de ochen-ta pesos de ley, más cincuenta jornales del trabajopersonal subsidiario, para la reconstrucción delcementerio y de su puerta».

Presidente. -Tá pa descutirse la propuesta ...Va aprobarse ... a láuna ... a las ...

Alcalde. -Pido la palabra, señor presidente.

Presidente. -Tiene la palabra.

Alcalde. -Si no se hace primero el puente nohay necesidad de ciminterio, porque ¿pónde pasanlos muertos del otro lao?

Agapo. -¿Y los del lao diacá no nos murimos?pedasue toronjo. El ciminterio, el ciminterio.

Presidente (bostezando). -Aver, aver, apure-mos todos ligero porque esto se va empatando ...Vos, Luberto, dicí breve, que ya parece que tedormís, como ni que trasnochao en jandangos.

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Roberto. -Yo digo que viva la gallina y anquesea con su pepita; bustedes van a coger pique conyo, pero con eso y todo, yo no la voy con bustedes,porque en el negocio del puente hay gato en mu-chila; yo soy del parecer del señor cura, primera-mente tá el ciminterio. En lo demás, yo no metoa dicir ni que sí ni que no, que güenos guamazosme mamé ya de los haciendaos del otro lao porhaber dao mi voto pa la jarana del camino ese.Yo ningún caudal me toy echando al bolsico consu destino éste que nues sino pa dicires y moles-tas; por eso pido la palabra pa dicir que su mugree destino este de cabildante, hay ta pa que lo cojaotro y con su pan se lo coman; y déjenmir que seme hace noche pir a salar un pocue carne quetengo ya vendía. Hay queda mi voz y mi voto, ylas señoras autoridaes cuenten con que yo las sus-tengo, pero siempre y cuando que no me sorrostri-quen; y güelvo a dicir que viva la gallina y anquesea con su pepita.

Juancho. -Pero ver el pollo y lo que chilla; ylo dichero que se ha güelto éste.

Roberto. -Es quel que entre lobos anda, aullarse enseña.

Juancho. -Acéitenle, acéitenle la renuncia, quedesos pájaros ni las plumas; y que se vaya, queojos que no ven, corazón que no siente; güeno,güeno, que güena jalta le hará allá al patrón paarreglar sus trampas; porque Dios los crió y eldiablo los ajuntó.

Roberto. -Si bien dicen que cada ladrón juzgapor su condición; sí me voy, sí me voy, hasta luego.

Presidente. -Dejá, dejá áhi tuavía tu sombrero,que untual nos vamos a casa que tengo allá paroycon bustedes un entreverao, diallá dionde vos que

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mandé apartar de la novilla que matates hoy quetá tiernita; qué aján, aguardate tantico, hombre.

Secretario. -Pido la palabra, señor presidente.

Presidente. -Tiene la palabra pa tua las vecesque quera.

Secretario. -Reasumiendo en su modificaciónsustancial y copulativa la proposición, digo: laproposición sustitutiva no puede ser aceptada porla corporación, porque lo que el ciudadano Camiloha dicho es controvertible de las atribuciones in-génitas del concejo, según la letra del código...

Juancho. -Malditos sean y caigan de cabeza alos projundos injiernos tolos códigos nacidos ypor nacer. Que gana la de éste de sancocharme lasangre, como si nubiera más palabras pa mentarlas cosas; sabés que me choca el endivido ese ydéle a rejregarme el dijunto en las narices. Dicíto lo que querás, pero sin mentar código, arre-nuncio con tu palabra esa.

Secretario. -Decía yo que conforme a la letramuerta de la recopilación.

Juancho. -Cátelo hay; recupilación, eso sí.

Secretario. -Conforme, pues, a esa letra queciñe en sus investigaciones los destinos en dis-cusión, no es adaptable a esta población el ce-menterio, que es de carácter imprescindible ynetamente eclesiástico, y un libro, señores ...

Presidente. -Ya sé pónde va lagua al molino;no empardogués esto con tu libro, que se dijoque nuay más que tratar que del ciminterio, ylo que te ojrecí pal libro ya no te lo doy.

Agapo. -Me arrebiato a esa propuesta; que yolo que quero es ver ónde dejo mi carapacho, por-

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que en este pueblo ya habemos muchos que tamosviviendo de gorra y ya nos pide la tierra.

Juancho. -Yo digo lo mesmo que Agapo; porora que pase el río caduno como pueda; ¡el cimin-terio, el ciminterio!, porque el día que legue lapelada y nos achunchulle la vida si nuay cimin-terio quedan nostros mortangos puai que niquégüesos de herejes, paque los escarben los chulos.

Presidente. -Pero a ver en qué quedamos enjin de jines, que ya tamos ni qué congresistos, queson los más los gritos que las mazorcas.

Juancho. -Ni más ni menos, porque palo quenos riaunimos que jué pa dar las leyes de la puentey de lescuela nuamos ditaminao nada; todo lo gol-vimos alegatos y de jundamento naita a derechas.

Secretario. -Siguiendo la costumbre de los par-lamentos legislativos, podemos convocarnos asesiones extraordinarias, y gozamos algo más.

Agapo. -Mejor es que no, porque pa gozarlacomo ellos es menester que haiga tela dionde cor-tar, y aquí sí, machuque y chupe; los congresistosbien pueden tarse años y años encerraos pelorandoy sin ojicio ni benejicio que pareso ai tá el jisco,y aquí el que no llora no mama.

Juancho. -Paque hagamos algo a derechas, yoquera, Alcario, que me pongás unos piones conun cornisario a tapar unos portillos que me hanhecho en las tapias de casa los marranos; y quecompongan esa calle de casa porque ya nian a lailesia se pue pasar, porque techo el corral y la calleuna pestilencia con ese jedentina que expide quegüele a diablos podríos.

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Gabino. -Ya que dijites marranos, yo queríaproponer que me jranquién una viga de lescuelapal matacho del bolo, que me tienen que rebajarde los veinte pesos del remate, porque con la pé-drica del señor cura ya naiden arrima y la pérdidaes sigura; todos juyen del bolo como diun burromuerto.

Camilo. -Creo que todo eso 10 tendremos quetratar en otra sesión, porque es muy tarde.

Presidente (dando el segundo bostezo, y comosi estuviera mascando algo caliente). -A ver dicí,Agapo, vos que habís sido presidente, ¿cómo de-jamos la custión ciminterio? (Bostezos en todos).

Agapo (sobándose las rodillas). -Yo 10 que opi-no es que si más dura esto me tullo: ¡valientehelaje!, jueron y echaron adobe verde en estatarima, y con la seisión esta tan consecutiva, tengolos güesos penetraos que niun dijunto; ya nianestos cueros de jara que miacían coger la caloren anteriormente no me sirven más que pa haceray bulto en las rodillas, y se me van poniendoestos pieses como unos tarros dinchaos; y pido lapalabra pa alvertirles que me les paro y me lessalgo, porque cuan el pie sincha la sepoltura relin-cha; y tengo quir espachar la harina y la turmapa La Mesa pa ver si se coge el nícle, porque perroque no camina no topa güeso que róir (y continuópaseándose, apoyado en un palo). En la semanapasaa simás nuesque topan miel los piones en LaMese Juan Díaz; esque se la raparon los sesquile-ños y los guatavas, y hora es cuando se las ponenlos calentanos, porque la carestía va a ser de lasjinas; y puacá el guielo acabó con los máices yhora el muque va dando mate con los turmalesque taban jloriando.

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Juancho. -Eso de que la miel ta cara es pa vosachicar la medida a la guasparria, ardiloso.

Presidente (tercer bostezo correspondido portodos). -Güeno es culantro pero no tanto; ya tarágüeno esto, y lo que se ha de empeñar que se ven-da; jorminemos la contesta pal señor cura; dítenla,dítenla entre todos pa que quede güena.

Camilo. -Pido la palabra, señor presidente.

Presidente. -Tiene la palabra, pero corta.

Camilo. -No se ha discutido la proposición quehice.

Juancho. -¿Y qué dijites en ella?, hombre.

Camilo. -Sírvase leerla, señor secretario.

Secretario. -«Vótese la partida de ochentapesos, etc.»

Presidente. -Descutan, descutan... ¿No hayquien diga más? Va a quedar aprobao.

Agapo. -Ni hay quen puje ni diga más.

Juancho. -Vos siempre con chuscadas, hombre,¿ya querés que se güelva esto pujanze remates?

Presidente. -Callen, hombres, que va aprobar-se ... Quedó aprobao y siacabó la jiesta. Poné elojicio, Orípides, y echá pacá pa jirmarlo aunquesea a ruego, si don Camilito me empriesta su mano.

Camilo. -Con mucho gusto, don Gabino, tieneusted la mano y todo el brazo.

Gabino. -Estimando como agradeciendo susjinezas, y vengan pacá esos cinco gajos pa darlesun güen apretón, que entre amigos no haigandisputas; y hora mesmo nos vamos pa casa al pi-

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quete del entreverao con unas turmas criollaschorriadas que tan pa chuparse uno los deos, yendespués vengan trabajos, que barriga llenaaguanta azote.

Agapo. -Güeno, ¡quién vé venao que no grita!Esa propuesta sí quedó aprobaa por unanimidá;que viva nuestro presidente Gabino, que nos echócacho a toditos.

Juancho. -Porsupuestamente que viva con to-los que tamos en la compaña; y pido la palabrapa dicir que nos perdonemos las ojensas y quenos vamos toiticos onde Gabino porque ya tengolas tripas apegaas al espinazo, preguntando quesi las muelas son dijuntas.

Secretario. -Señor presidente y señores: Pidoa nombre de la libertad y de la filantropía, que de-diquéis un momentáneo lapso de tiempo para queoigáis la parte que mi péñola ha elaborado de lanota, y que a la letra dice así, salvo error u omisión.

«Estados Unidos de Colombia. - E. S. de ...Concejo Municipal de C ...Ilustre señor cura. - Presente.

«El muy digno y H. Concejo que tan dignamentey con sin igual pericia presido, y que tan infatiga-blemente trabaja por la cultura y desarrollo lite-rario y adelanto de su ilustración progresista ycivilizadora en las sendas radiantes del saber so-cial y republicano que augura el progreso indefi-nido en este municipio ilustrado de C ... »

Gabino. -Güeno, güeno; ese descrito sí que tequedó de piapa, y basta por hora. Al señor curadicile vos, don Camilito, que endespués allá lecairá el ojicio entero; y nuescrebas más, ¡qué ca-ramba!, que primero ta comer y beber que ditar

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leyes. Vámonos, porque nos puede dar hoy algunadesolación de puro aguantar la sede. ¡A casa!, jacasa, muchachos!, que pa comer y pa rezar no hayque rogar; y propongo que nos encajemos aquí ungüen abrazo pa perdonarnos bien.

-¡Corriente!, gritaron todos, y cogiendo sussombreros y sus chicotes, se lanzaron unos sobreotros, estrechándose y confuIldiéndose entre losbrazos.

-¡Viva la Colombia de la Nueva Granada!,gritaba Agapo, encaramado en el poyo para queno le atropellaran las rodillas, y sacando candelacon su eslabón.

-¡Vivan tolos jorasteros!, decía Juancho, casiahogado entre los brazos de Camilo .

.Los otros repetían:

-¡Viva Venenzula tamién, y Bolívar que eracaraqueño!, ¡y los españoles!, ¡y el señor cura!¡y este pueblo!, jy nosotros!, ¡y tuel mundo, ca-ramba! Y ¡váyanse al injierno tolos diablos, quenos querían hacer peliar!

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LO QUE DIOS DISPONE

La carencia de sacerdotes hizo que en unaocasión se me encomendara la administración dedos parroquias, distantes de la mía una horadecamino la más cercana, y tres la otra, pero a buenandar. Me fui un domingo a medio día a la másdistante para decir misa el lunes en aquel pueblo,situado muy cerca del río Bogotá, abajo del Saltode Tequendama.

Cuando llegué, era esperado para que fuera aconfesar un enfermo en el campo. Dejé la mulaen que iba, monté en un caballo que me dieron yseguí con un hombre que iba a pie, pero le rendíacaminar tanto, que a pocas cuadras lo perdí devista. Yo confié en que el caballo, conocedor delcamino, me llevaría a la casa del enfermo, y cuan-do tal pensaba, escapé de dar el salto a la otravida.

Llovía, el camino estaba malísimo, y al ir su-biendo penosamente una pendiente el animal, leflaquearon las fuerzas, no pudo sostenerse y sefue a botes comingo. Al terminar el rodadero, quepor fortuna no era muy largo, vine a quedar bocaarriba, pero de para abajo, con la cabeza entreun barrizal, y el caballo quedó atravesado encimade mi pobre humanidad. La posición en que mehallé fue tan violenta, que no podía hacer ningúnmovimiento; así tuve que permanecer algunos mi-nutos encomendando mi alma a Dios, sin que

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hubiera por allí ser viviente a qUIen llamar. Miangustia crecía con la idea de que el caballo hicieraalgún movimiento y me matase; pero a pesar detener tan oprimido el pecho, hice un esfuerzo yempecé a gritar. Al punto apareció una mujersobre un altico y contestó:

-¡Aquí no hay quen lo saque, patrón!

-¡Soy el cura, llame, que me muero!, ¡veacómo estoy!, ¡téngame lástima!, ¡llame por Dios!

La mujer empezó a gritar, y a poco llegaroncorriendo algunos hombres y mujeres, y el primerademán que hicieron fue el de dar palo al caballo.

-No, no, les dije; no le peguen, porque al mo-verse me rompe los huesos; levántenlo con cuidado.

Tan oprimido tenía ya el pecho, que se me ibadificultando más y más la respiración. El caballoera muy manso, y fácilmente lo fueron levantandounos, mientras los otros me halaban de las pier-nas al lado opuesto. Al fin me sacaron del peligroaquellas buenas gentes, a quienes yo manifestémi gratitud, dejándoles como recuerdo algunasmedallitas, y todos bendecíamos a Dios. Dejó dellover y seguí mi camino acompañado de uno demis salvadores. A poco andar llegamos a la casu-cha del enfermo, construída a orillas del río, queparece allí un loco enfurecido al precipitarse entrelas enormes piedras de su cauce. Contemplé unrato aquella multitud de juguetones saltos quese persiguen y confunden, pero con una rapidezvertiginosa, como si fueran huyendo del mugidorestruendo que produce allá a lo lejos en su airosasierra el imponente y maravilloso Tequendama,cuyo ronco y prolongado grito ahoga la multitudde simultáneas voces que abajo dan al despedirseesos innumerables hijos suyos en su angustioso

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curso. ¡Ay, Dios mío!, qUIen pudiera decir algode tantas maravillas de tu diestra, pensaba yo allí.Recé el Te Deum y entré a confesar al enfermo.Luego volví a la orilla del río, me senté sobre unagran piedra, bañada en su mayor parte por lacorriente, y empecé a rezar el oficio divino. Alllegar a aquel salmo en que David dice: Los ríosaplaudirán con palmadas la presencia de su Reyque es el Señor, ¡oh!, al llegar ahí me estremecí,las lágrimas saltaron a mis ojos, cerré el breviario,y sin que yo recuerde en qué pensaba, pasé largorato en silencio. Luego acabé de rezar y seguí parael pueblo, separándome muy a mi pesar de aque-llas encantadoras márgenes del río. Allá a lo lejos,en la última colina, desde donde iba a perder devista el río, me detuve para oír aquellos comolamentos producidos por las ondas al despeñarseestrellándose contra la cavidad de las enormespiedras, que muda, pero tan elocuentemente pu-blican la infinita grandeza y sabiduría de Dios.

Desde ese día lucho con la idea de vivir en esoslugares, cuando ya no pueda servir más a la iglesiay si es que Dios me da con qué comprar un peda-cito de tierra donde pueda construírme mi cuartelde inválido, en forma de una humilde casuca,llevarme allá mis libros, vivir con ellos, y noacordarme de los reveses de este mundo miserabley esperar allí la muerte.

Al llegar al pueblo encontré en él a un excelenteamigo muy buen cristiano, quien me invitó a pa-sar la noche en la casa de su hacienda, que distapoco de la población, y como yo nada tenía quehacer esa tarde en el poblado, acepté la invitacióny nos fuimos inmediatamente.

¡Otra vez al río!, porque la hacienda está a lamargen opuesta. Tuvimos que atravesarlo a pie

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por un puente colgante, formado de guaduas ybejucos. En la mitad de este puente, que es comoestar uno en una hamaca, me detuve a contemplarel río, maravilla cada vez más encantadora, a pe-sar de que le baña a uno la cara y le humedecela ropa con una especie de mollizna que no caesiempre, sino que, en espumosos torbellinos, selevanta un momento y cae para volver a levantarseimpulsada por la impetuosidad de la corrienteal estrellarse contra aquellas gigantescas piedrasque semejan, en todo el cauce del río, una ciudadabandonada por sus defensores, pero que luchasola y siempre por sostenerse en pie, desafiandoaquel continuo socavar de sus fundamentos entodas partes, y el incesante azotar de sus murallasla corriente embravecida.

¡Oh!, parece que el heroísmo y la tenacidadestán luchando allí. ¿Y esta lucha hasta cuándodurará? ¿ Y cuál de los lidiadores vencerá? Dioslo sabe.

Al pasar al otro lado del río fui recitando algu-nos versos de los que nuestros mejores poetas hancantado al Tequendama, y fuimos a la casa de miamigo; nos sirvieron la comida, la cual terminadadimos gracias a Dios, como buenos cristianos, ysiendo ya de noche, pasamos a un espacioso co-rredor iluminado por la luna, en una de esas no-ches de verano que en las tierras calientes sontan deliciosas. Al corredor, que es capaz para daralojamiento a un batallón cómodamente, sigueun extenso patio lleno de flores y embalsamadopor el suave perfume del jazmín de Arabia y porel de la multitud de árboles frutales de la huerta,que compiten en frondosidad y en hermosuracon las plantas del jardín. Todo este panorama

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está bañado por un hermosísimo arroyo que bajapresuroso de la montaña y va a mover el trapichemás abajo de la casa.

Nuestra conversación allí fue muy animada:tratamos de religión, de literatura, de política, deagricultura, etc. A las once nos fuimos a dormir.

Al día siguiente, muy temprano, nos pusimosen camino para el pueblo por el mismo paso delrío. Cuando llegamos al lugar, el sacristán dabael primer repique para la misa, y por todos loscaminitos que conducen al poblado venían como enprocesiones las gentes para asistir al Santo Sacri-ficio. Dirigíme al cementerio, porque en ese tiem-po se había caído la iglesia y se decía misa en unacapillita pajiza de aquel santo lugar. La capillaalcanzaría a contener en su recinto unas cien per-sonas y los demás oían misa sobre los muertos acampo raso. Me puse a confesar a unas cuantaspersonas que deseaban comulgar en la misa; cuan-do creí que había terminado, se me acercó unhombre a que lo confesara, yo me excusé por sermuy tarde, pero el hombre insistió:

-No estoy enfermo, dijo, pero quiero confesar-me ahora; hace mucho que no me confieso, estoyen ayunas y deseo comulgar; confiéseme, mi doctor.

La cosa no era para dejarla así, y lo confesé.El hombre tenía unos cincuenta años de edad;oyó como los demás, la misa y la plática doctrinal,y comulgó con los otros que se habían confesado.

No había salido yo de la capilla cuando oí quedieron tres dobles las campanas, y entró unamujer llorando y me dijo:

-¡Ay!, señor cura, mi esposo que confesó ahorasumercé, llegó al ranchito bendiciendo a Dios, me

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pidió su desayuno, se sentó en un banquito y sequedó muerto.

-Quizá no esté muerto; vamos a ver.

-¡Ay!, ¡señor, está muerto, está muerto!

Inmediatamente hice llamar a un médico, quepor casualidad se hallaba en el poblado, quienreconoció al hombre que realmente era cadáver.

¡Dichosa muerte! Se le acababan de perdonarsus pecados; asistió al Augusto Sacrificio de nues-tra redención, cumplió su penitencia, y con la pazde Nuestro Señor, a quien recibió en su corazón,se fue de este mundo. Allá delante de Dios seacordará de mí, mientras llega el día en que nosjuntemos para no separarnos jamás.

Después reuní una junta para allegar recursoscon qué atender al nuevo templo que se estabahaciendo; bauticé tres niños, dí sepultura al cadá-ver de Antonio, que así se llamaba el difunto, yme fui para mi parroquia pensando en las cosasque dispone Dios con sus criaturas.

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UN 5ABADO EN MI PARROQUIA

Un sábado, dicha la santa misa a las seis y media,como de costumbre, dí gracias a Dios y pasé de laiglesia a la casa; oí las quejas de una pobre mu-jer a quien su marido había dado una paliza;pagué a la abuelita que me lava la ropa; pasé alcomedor, y sentado en mi silla de vaqueta, a laantigua, toqué la campanilla para que mi mucha-cho me llevara el desayuno. Pronto entró con latacita del changua en una mano, y la del chocolateen la otra. Acompañado yo de mi fiel perro y ungato, antiquísimo mueble de la casa cural, acomo-dados ambos en un taburete viejo, tomé mi des-ayuno, dándoles algo a mis compañeros, y bajé ainspeccionar los trabajos en el templo que se estáconstruyendo.

Encontré en la obra dos hombres que teníanamarrado a un palo uno de los bueyes del carro,golpeándole agua en la cara.

-¿Qué fue del buey?, les pregunté, y uno mecontestó:

-Que anoche se coló al yucal de mi vecino, locogió y ha tenío concencia de espicharle ají en losojos, porque áhi tiene tu avía las pepas.

-¡Oh!, ¡qué crueldad! Llámenme a ese hombre,y no hagan trabajar ese pobre animal.

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Di otras órdenes y fui a mi cuarto a llevar eldiurno para rezar las horas. Al salir del cuarto,¡tun!, ¡tun!, ¡tun!.

-¡Adelante!, dije. ¡A ver! ¡Pase adelante!¿Quién es? Conteste, ¿quién es?

-Yo soy, mi amo; ¿dentro?

-¡Siga!

-Sacramento del altar, mi amo; muy güenosy santos días le dé Dios a mi señor dotor.

-Dios te bendiga, Polo; ¿qué se te ofrece?

Con un brazo metido en la chipa de un rejo yen la manija de su bordón, con el sombrero en unamano y metiéndole la uña a una ventana que sehabía barnizado el día anterior, dijo:

-Es que vengo ...

-¡Pero no me dañes la ventanita, hombre! es-tate quieto y sigue diciendo qué quieres.

-Güeno, mi amo.

Cogió el sombrero con las dos manos, y fijosen él los ojos, empezó a levantarle con una manoel ala, y con la otra a darle golpecitos en la copa;tosió, escupió, se limpió la boca, refregó con elpie el salibazo, y dijo:

-Es que vengo yo aquí onde mi señor cura aver si va con yo, que se ojrece una menistraciónpún enjermo, pal lao de Campo Santo (una ha-cienda), que es que mi compadre Telmo que mealzó mi sangre de yo, se halla padeciendo en unvivo ay, con unas dolencias de costao, de un golpemuy juerte que le dio un endino macho, que lotiene ya jundío, y como se halla muy jatal, merogó que le acudiera presto con los auxilios del

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señor cura; pero untual, porque se quedó piandopor mi amo y sin esperanzas de la vida, y que aver si mi señor dotor lleva los santos Olios pa versi siente algún alivio en echándoselos, porque tápuentero rematao y quén sabe si jallece.

-Está bien, pero no tengo bestia. ¿Tú trajiste?

-Sí, mi amo, una mula que es una carretilla,mansita y de pasuda como un güen caballo, queles ha acomodao mucho a todos nosotros señoresdotores que hámos tenío en anteriormente en estenostro pueblo.

Dicho esto, pasó al patio con la mula, que noquería entrar, y cuya facha no manifestaba tenerlas cualidades apuntadas. Pero como siempre hesido muy tímido, sobre todo con las mulas, quepor mansas que sean, no dejan de tener algúnresabio, y soy muy prudente para esto de no mon-tar en bestias bravas, me entró temor, aunque metranquilizó la idea de que tuviera la decantadamansedumbre y de que en ella hubieran viajadomis antecesores.

-¿ Tú sabes ensillar, Polo?

-No mi señor dotor, contestó, porque paquées decir, pero sí le digo a mi amo que pa lo quees enjalmar bien una montura, si no ha habíoquén me la gane.

-Ya lo creo. Pasa la mula a la pesebrera, ycomo es muy lejos a donde me llevas, almorzaréy nos iremos, Dios mediante.

-Sí es güeno, mi señor dotor, dijo Polo.

-¡Antonio!, dije.

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-¿Mi amo'~,contestó el muchacho.

-Díle a Juliana, que el almuerzo pronto.

-¡:&á Juliana, que el almuerzo breve!

-Vos prepará tu mesa, es lo que habís de hacer,y andá a consiguir la leche y meté un viaje deagua; pero abreviá, ¿oís? dijo Juliana.

-Sí, señora, dijo el muchacho, y salió corriendoy silbando.

Yo empecé a rezar el oficio, paseándome en uncorredor, y apenas había dicho: Aperi, Domine,cuando iPulúnl, abrieron el portón a golpes y entrócorriendo una mujer con un canasto y unas alpar-gatas en la mano, y dijo:

-¡Yo soy!, ¡güenos días!, ¡güeenos días!, que sitoparé aquí en el convento a mi paternidá que seojrece un olio, y venimos de lejos, y el niño se támuriendo!

¡Güeeenos días! ¡Qué hago yooo! ¡El niño semuere! ¡Güeeenos días!

Miró para todos lados, me vio y empezó a hacerque lloraba, diciendo:

-Mi señor dotor, el niño tá en las últimas.

Como siempre salen con lo mismo, y las muje-res son tan propensas a hacerse las lloronas paraconseguir pronto lo que piden, le repuse:

-¡Cálmate, y no digas mentiras.

Pasé al despacho, contesté el saludo de todoslos que estaban en el zaguán, y empecé el inte-rrogatorio para asentar la partida.

-¿Cuándo nació el niño?, pregunté, y contestóla llorona:

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-No se sabe, mi señor dotor.

-¿Es hijo legítimo?

-Lifítimo, sumercé, es de casaos en los defer-cicios.

-¿Qué nombre quiere que se le ponga?

-Como es hijo de bendición, quijiéramos quejueera ... Jermincito; ¿no será güen nombre ese?mi señor dotor.

-Sí, muy bueno, José Fermín; pero dígame,¿cuándo nació?

-Un lunes si jue, pa amanecer un martes.

-¿De qué mes, y en qué fecha?

-Puus hasta allá si no percato yo (dijo la quetraía el niño); pero jue como el día de las benditasánimas de este año.

-Amenito, dijo otra.

-Dos de noviembre; al fin salimos, dije.

-Mi señor dotor, dijo la madrina, si ese es elnombre que le caye, ése sí no nos acomoda, quele salga otro más mejor.

-¡No!, hablo de la fecha; el nombre es JoséFermín, ¿entienden?

-Comadre, queda más bonito Cresóstimo.

-No, comadrita, porque puallá por nostro par-tido hay ya muchos Cresóstimos, ¿no ve?, es comodice mi amo.

-Bueno, José Fermín, de un mes de nacido,hijo de Justo Tequiva y Cuncia Quijana.

-Concepción Quijano.

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-Ahí sí que sumercé verá si le cambea a ellatamién su nombre, como lo hizo con el del injante.

-Si no se lo he cambiado, es que ustedes lopronuncian mal.

-Por eso es que no queremos llevar más nom-bres de esos tan cerraos, mi amo.

-¡Qué cerraos! ¿Cómo se llaman los abuelospaternos?

-El dicho Justo es el mesmo paterno del injante.

-¡Vaya! Los padres de Justo, ¿cómo se llaman?

-Pus. .. los padres del que va a ser mi com-padre Justo ... sooon... pesque los mentaban ...sooon. .. decía la llorona rascándose la cabeza.

-¿Vino Justo?, porque ustedes no saben nada.

-No tá presente, pero se quedó allí en la ven-ta; ¿lo llamo?, mi paternidá.

-Llámelo pronto.

-Voy con un permiso.

-¡Vaya, vaya!

Mientras tanto un VIeJObien afeitado se quitóel pañuelo de rabo de gallo de la cabeza, lo pusodentro del sombrero, cogió por la punta de laruana a un muchacho que tenía cerca, y me lopresentó diciendo:

-Aquí el niño, sumercé, que jue escuelante enJ atativá, sí sabe leer, y quién quita que con miamo no dieran con los nombres.

-N o saben ustedes, menos sabrá el muchacho.

-Pero como sabe leer ... repuso el viejo.

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-Lo que es el catasismo se lo aprendió de jorroa jorro, dijo una mujer.

-¡Y peescribir tiene unas manos! ... dijo otra.

A ese tiempo entró Justo, colocó su bordón consu sombrero tras de la puerta, escupió una masca-da de tabaco contra la pared, se limpió la bocacon la mano, y se acercó a darme un apretón conella; yo me dejé coger la punta de los dedos deaquella entabacada y pegajosa mano, retirandocon ligereza el brazo, y le dije:

-Dígame, Justo: ¿cómo se llaman sus padres?

-¿De quién, dice mi amo?

-¡De usted, hombre!

-¡Si yo qué, si yo soy ya muy mayor!, yo yano tengo nian uno, yo jué güérfano ende quénsé cuánto hará, yo no conozco ni padre ni madre.

-Ellos son jinaos ende las virgüelas bravas,dijo otra.

-Siguro, dijo Justo, porque lo que es yo le habloa sumercé con verdá que nian retentiva tengo.

-¿Pero no sabe cómo se llamaban?

-Esdicir, ¿mis paternos de yo, dice sumercé?

-Sí; y lo dejé hablar, procurando fijar todo loposible la atención para sacar en limpio la verdad.

-Pus el dijunto mi padre, que la verdad seadicha, con perdón de Dios y la luz que nos alum-bra, que hasta con ecumento dejó emputecada laorilla de tierra y se golvió pleitos todo; el dijunto

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mi padre que mi Dios lo haiga perdonao, era si-gún cuentas, por lo que me contaban, CipriánChiriví de los mesmos Chirivíes del páis \ porquenosotros semos raizales de allá, y yo criao y nacíaallá; el dicho dijunto, que es muerto, él jué mipadre, mi amo.

-Pero ¡hombre!, ¿usted, Justo Tequiva, hijo deCipriano Chiriví?

-Sí, mi amo, como cuenta que le he de dar aDios; yo no es que quera negar mi sangre, y si noaguaite tantico, mi señor dotar, y verá.

-Diga, pero ·no enrede, hombre de Dios.

-No, ori verá mi amo: jue que el ditao de miagüela, mi mama señora de yo, jue CandelariaTequiva, casada con el dijunto mi agüelo, y de áhiprovino mi padre de nombre Tiodor, de los mes-mas Chirivíes, como le vengo diciendo a mi señordotar; por eso cogí la parentela ende bien atrás,pa que vea sumercé que no taba errao.

-¿ y por qué lleva usted el apellido de su abuelay no el de su padre?

-Pus porque ese a yo me pareció como muyjiero, sumercé, y endespués que ya juí mozo melo quité, áhi tá; porque paqué es mentir.

-Tal vez sus padres no eran casados, Justo.

-Lo jueron, mi amo, como la luz del día, y sino áhi tá mi compadre Lucas que no me dejarámentir; él los conoció porque les alzó su sangrecuando sacó de pila a mana Mereja, que tuavíatá viva como yo, porque semos los dos meros que

1) El departamento de Boyacá es el que llaman por aquíel país.

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quedamos ya; juemos ocho jamilias, el mayorque jué ...

-No, no, basta. A ver, diga Lucas.

-Yo, valga la verdá, que los conocí viviendojuntos en compaña como güenos casaos; pero loque es colar a la ailesia, sí yo no los vide, perocorrían como casaos.

-y la madre de Telmo, ¿cómo se llamaba,Lucas?

-Mi comadre Pelegrina Quinche, sumercé.

-Vamos con los abuelos maternos, dije; y con-testó Justo:

-No, mi señor dotar, yo no tengo ya más agüelos.

-Espérese, hombre. Los padres de ConcepciónQuijano, ¿cómo se llaman?

-¿De quén, dice sumercé? contestó Justo.

-De Cuncia Quijana, ¿entiende, hombre?

-Sí, mi amo, asina no me entibuco.

-Diga, pues, ¿cómo se llamaban los padres desu esposa?

-¿De cuál dice mi señor dotar?

-De su mujer, de su esposa, hombre; ¿másclaro?

-Es que yo, mi señor dotar, ha sío ya casao ensegundas nausias, por dos ocasiones, y de la dijuntami primer mujer que mi Dios me reparó eraan ...

-¡No, hombre! ¿Cómo se llaman sus suegrosde ahora, los padres de la mujer que está viva conusted, sus suegros, sus suegros?

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-Si por el javor de Dios no tengo suegros, miamo.

-Vaya con este hombre: no sabe cómo sellamaron sus padres; es casado y no sabe cómo sellamaron sus suegros, ni nada; esto parece unaburla.

-No, mi amo. Dios me ampare y me javoresca;yo no miento, sumercé, porque áhi sí que comodice el dicho, que más presto es que caye un men-tiroso que un cojo.

-¿Pero no le ha preguntado usted a su mujercómo se llaman o se llamaron sus padres?

-No, mi señor dotor, no habido paqué; peroentonces yo le viriguo en llegando ... Cuncia síme ha dicho una y otra que sus padres es que sele murieron ende que taba ella medianita, y a quenella conoció y acató por madre es que jué a unasu tía por toda cuenta ... puede sumercé escrevirlaa ella en el libro, u ponga otra güelta a mis ma-ternidades de yo, que lo mesmo da quedandoescrivíos, y áhi sí que como semos una mesmapersona ...

-¡Ave María! ¡Ave María, qué enredo éste!¿Ninguno sabe nada de los padres de Concepción?

-Naiden de los que tamos presentes, dijo uno.

Quedó así en el libro: "De los abuelos maternosno dieron razón».

-Adelante. ¿Cómo se llaman los padrinos?, dije.

-Esos se murieron ya toiticos, dijo el sencilloteJusto.

-¿ Cuáles? A ver qué otro disparate dice estehombre; y él contestó:

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-¿No dice mi amo los de yo y mis dos mujeresque ha tenía?

-¡Qué tiene este hombre, santo Dios!

-Es que tengo la cabeza como atembá, mi amo.

-Dígame, ¿cuánta chicha se ha bebido ustedhoy?

-¡Eso qué! Nian la ha probao; ¿le soplo un ojo,mi amo?

-No, no me lo sople, que con ese chicote quemasca me tiene trastornado; ¿y los disparates queha dicho son pocos?

-Mi amo, se lo digo como en conjisión, toycomo pa comulgar.

-No diga más disparates hombre, cállese,cállese.

-Güeno, mi señor dotar, dijo, y se retiró.

-¿Quiénes van a ser padrinos del niño?

-Yo, que me hallo aquí presente con mi mujer(dijo el afeitado), sernas casaos en Tibaná: yoChepe Tenjo, y ella Juliana Patarroya, casaos yvelaos.

-Juliana Patarroyo, dije.

-Pero como es mujer ... , añadió el viejo.

No le contesté nada, y seguí escribiendo. Alacabar exclamé:

-Gracias a Dios que por fin salimos de esto;y todos contestaron:

-Amén, que así sea por su güen deseo de miseñor dotar.

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-Ahora mismo, les dije, lleven el nmo a laiglesia para bautizarlo, porque me voy para elcampo, y les advierto que no vengan jamás conmentiras.

-Muy güeno es eso, mi señor dotor, dijo el pa-drino, y añadió: ¿y se pudiera que repicaran alechar el olio?

-Que repiquen.

-Mi amo, ¿y juera posible que el cantor noscantara el Lorate? (El Laudate).

-Que lo cante. Anda, Ignacio, avísale al cantor,y ven a repicar.

-Dios le ayude a mi serlOr cura, repitieron encoro.

El padrino empezó a desatar un pañuelo quele dio la mujer, contó uno por uno los níqueles,haciendo grupos de a real, y luego dijo, volviendoa contar:

-Tóme mi amo el peso, y cuente a ver si mesobra; pero ai nos rebajará el medio pa la chicha.

-Por supuesto, pero mejor sería que no toma-ran chicha, que bastante tienen ya.

-Entonces, pal anisao, ¿no?, mi amo.

-No; compren pan y carne, que eso los ali-menta.

-¡Qué!, si lo que es yo, ya nian con qué mas-carla tengo, mire, mi amo, y me mostró las encías.

-Hagan lo que quieran, y vamos, que es tarde.

-Mi señor dotor, dijo una mujer, ai le dejoesos dos reales, uno que se lo mandé de recordel

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a las benditas ánimas, y el otro pa lechura denostra santa madre la ilesia.

-Dios se lo pague.

-Que así sea, y nos umente pa ayudarle a miamo; y vamos con su licencia.

-Vayan con Dios.

-Hasta endespués, mi amo; hasta después, has-ta después, hasta lueguecito, hasta luego. Adiós,adiós, adiós.

Bautizado el niño en medio de repiques, mediadocena de cohetes, y el Laudate, volví a la casa.

-Ya tá el almuerzo servía, me dijo el mucha-cho; pero no se topó leche.

-Pon en la mesa lo que haya, y baja a ensillarpronto la mula.

-Pero a la mula, dijo Polo, que estaba atandoa la copa del sombrero unas velas, hay que taparlay hacerla sorda, porque es medio escabriosita.

¡Adiós trabajos!, dije para mis adentros, si iráa dar función conmigo este animal.

Juliana, mi cocinera, que no cuenta menos desus sesenta abriles, al oir la advertencia de Polo,dijo:

-Pero andá campestres estos más plebes, ir atrerle eso a mi amo. Mire sumercé no lo vaya aquerlo ese alimal, y lo lastime y no era nada.

-Puede ser que no, le dije, ya almorzando; yella añadió:

-Eso es cimarrón, sigún tiene tan jiera planta;y diciendo: ¡madre mía y señorita, quén sabe!

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ayayay que ya no puedo de estos tuvillos, se cogiódel pasamano y entró a su cocina hablando sola.

Almorcé con mis consabidos compañeros enca-ramados en su taburete, les repartí lo sobrante,y pasé a mi cuarto a arreglarme para montar.

Bajé pronto con mi ruana blanca recién lavada,entregué a Polo el guarniel con el Santo Oleo,coloqué mi breviario en una de las alforjas, y alestar poniéndome los zamarros, me dijo Polo:

-Sumercé, no lleve espuela, porque la mulatiene muy güenos bríos; no tiene más dejeuto queel de ser tantico reparadorcita (asombradiza).

Se equivocaron en el trapiche, por haber salidoel hombre antes de aclarar el día, y trajo un ma-cho de carga resabiado, que ni resultó pasudocomo carretilla, ni había cargado dotores ni cosaparecida, ni había sufrido silla, ni sentido grupera,ni probado freno en todos los días de su pícaravida. Lo sufrió todo hasta el tiempo de montar,ciego y sordo como lo tenían.

Santiguado yo, y encima del macho, que hastaentonces creía que fuera mula, dijo Polo:

-¡San Jelipe Santiago! Sumercé, no se le décuidao.

Le dejó en libertad las orejas y los ojos, porquele tenía la cabeza y la cara envueltas en la ruana, ysintiendo el animal encima algo que no era su cargade miel, se dio al demonio y echó de su lomo esca-ma. De un salto voló conmigo del zaguán a la calle,¡y ahí fue Troya! Lleno de cólera siguió brincandoy chillando, repartiendo coces a diestra y siniestra;me quitó el sombrero, me envolvió la cabeza enla taimada ruana, que es para lo que sirve entales lances; zafó del rabo la grupera, y a mí de

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las manos las riendas; me hizo dar contra la tes-tera, y de uno o de quién sabe cuántos topes mereventó las narices, me hizo escupir la caja delos dientes, y también me hubiera arrancado delcuerpo el alma, que yo encomendaba a Dios, sino hubiera sido porque me prendí del pescuezodel animal, haciéndole mucho peso con el cuerpo,como que soy de estatura más que entera. Al fin,con un golpe que le dieron a tiempo por la cara,se calmó, y yo me solté, pensando en que el ani-mal me mataría a patadas. Por dicha no fue así,porque sirvieron de mucho en aquel angustiosotrance los oportunos oficios que desempeñaronmis buenos feligreses, corriendo y gritando en di-ferentes tonos: ¡Diste!, ¡uiste!, ¡atajen que lomata!, ¡atánjelos! ¡Santa Bárbara! ¡Virgen de Chi-quinquirá!, ¡atajen!, ¡cójanlo, que lo mata! ¡uisteanimal! Al mismo tiempo, según me contarondespués, espantaban el macho con ruanas, con pa-ñuelos, mantillas, sombreros y qué sé yo con quémás. En medio de esta gritería, sentí que con lospies tocaba el suelo, y me dejé caer, sufriendo ungolpe muy fuerte en un cuadril. Me levanté, medesenvolví la ruana de la cabeza, y como la veíanmanchada con mi sangre y a mí tambaleando atur-dido, sin darme cuenta si estaba en cielo o entierra, gritaban con más afán: ¡Cójanlo que seestá muriendo!, ¡lo reventó!, ¡miren!, ¡miren!, ¡lobañó en sangre! ¡Agua!, ¡agua!, ¡échenle agua!¡pero pronto! ¡No, gritaban otros, échenlo a lapila! Me cogieron entre varios jayanes y me lleva-ban a buen paso, sin atender a mis palabras, quese ahogaban entre tanto vocerío; pero logré opo-nerles resistencia y me zafé, que si no, me lavanen la pila acabando de almorzar y bañado en sudorcomo estaba, y me matan queriendo salvarmeaquellas buenas gentes!

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Calmada ya la confusión en aquel campo deAgramante en que se convirtió la calle, empecé ahablar con todos; me dieron mi sombrero, sin queyo advirtiera más daño, por entonces, que la san-gre que perdía de las narices. Busqué mi denta-dura, y al estar limpiándola para ponerla en sulugar, dijo una viejita, que vino a darme un vasode agua: ¡Uy santo Dios!, ¡pero no le dejó ni muelani diente a vida! ¡se le zajó con quijadas y todo!

Mientras tanto, mi muchacho se desquitaba conel macho dándole una tunda con la tranca delportón, y Polo le decía:

¡Tése queto, niño!, ¡mire que vay lastima elalimal, y los patrones pegan con yo!, que se téqueto, le digo, no sea porjiao!, ¡Ai tá, pues, ¡mátelo!

-¡Sí!, ¡sí!, dále aunque lo maté s, Antonio!,decía Juliana desde el portón; ¡ya que yo no pue-do, jalále por yo y vos, por juntos, pero duro, paquese acuerde y no le güelva a hacer ese mostrenco!

Otros recogían y arreglaban las piezas de mimontura, supliendo con cabuyas algunas correasque se habían vuelto pedazos. Yo de buena ganahubiera ido a mi cama, antes que montar nueva-mente; pero Polo me decía muy afanado:

-¡Sumercé!, mire que el enjermo se quedó enlas últimas, y el resabio de este bienecito no essino al salir, y endespués que caye la carga, es queni una oveja!

Como las gentes no le conceden al cura derechoni de quejarse ni de descansar, me hizo muchafuerza la idea de que el enfermo estuviera de verasmuy grave, y me resolví a montar de nuevo en elendemoniado macho. Allí fue donde vino a des-

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cubrirse el error en que habían incurrido en eltrapiche, dejando allá la mula y trayendo el macho:eran de un mismo color y tamaño. Se repuso lacincha, y en vez de freno, que lo rompió el macho,le pusieron un bozal que me dio prestado el maes-tro de escuela, que a tiempo llegó corriendo contodos los muchachos.

Ya todo arreglado, le ofrecí a Dios aquel segun-do sacrificio, y monté. Le destaparon los ojos albienecito, cogido del cabestro a prevención porPolo, quien lo aturdía gritándole en la oreja:

-jQueto, macho e los diablos!, porque jmirá!¿oís? demonio, y le mostraba su retorcido guaya-cán. ¡Queto, digo!

Apreté cuanto pude las piernas; pero de talmodo, que como las tengo muy largas, formabanuna equis por debajo de la barriga del animal, ya trote largo seguí camino arriba delante de lamultitud de gentes que decían:

-¡Pero qué valor! ¡Y lo bien que se tiene elseñor cura!

-o'\

Eso lo decían, seguramente, al verme bien aga-rrado de la delantera de mi montura. Se reíanunos y se compadecían otros al ver mi lastimosatraza. Saltaba como un palmo sobre el galáp<lgoa cada trote, como si fuera de caucho, y hasta elsombrero se me volvió juguetón, dándome vueltasen la cabeza; iba con las mandíbulas bien apre-tadas, para no moderme la lengua y para no soltarmi dentadura, que bien cara me había costado;parecía que los ojos se me saltaban de hacer fuer-za, y fijos en las orejas del macho, regla que Polome daba para no caerme, y mi cabeza iba con elmovimiento de un mono de pesebre. La sotana,desabrochada y envuelta en la cintura, como acos-

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tumbro llevarla al montar, se desplegó viento enpopa, formando sobre la trasera del macho algoasí como una tolda circular; cosa que yo no habíaadvertido por ver de tenerme, hasta que al llegara la punta de la Guacamaya dijo Polo asustado:

-¡Sumercé, sumercé! ¡Aguaite, aguaite! ¡Quéto,macho carabinero! ¡Vamos a ver cuál puede, con-denillo!, y le acomodó un garrotazo en la frenteque lo hizo sentarse, agregando:

-¡Sumercé, aguaite, que se le caye el paraguaque traye en la janca, y le hace corcobiar otragüelta este animal y lo golpea como endenantes,y aquí cuál lo güelve entre estas piedras!

El paraguas que veía el hombre era mi pobresotana. Me desmonté y dice Polo:

-¡Eeeyyy!, pero cuál le golvió sus ornamentoseste animal sin reparo! ¡Si io dije! Este jué el en-terés que se coló anoche al retoño, y con la yerbabiche se le enchirló el estógamo, y ai tá que lodejó a mi amo que ni una bascosidá!

Me acerqué al cimiento, y cogí unas hojas deplátano que caían hacia el camino, limpié la so-tana, me la envolví de nuevo en la cintura y paséa apretar la cincha a mi cabalgadura. Polo me hizonotar que como íbamos a empezar la bajada, erabueno acortar la grupera. Puso el bordón contrala cerca, le vendó los ojos al macho con su ruana yempezó a atirantar tanto la correa de la grupera,que a cada estrujón le hacía alzar las patas almacho y le dejaba el rabo al nivel con las orejas.Todo esto .10 hacía echando los correspondientesajos (y entre otras cosas que callo), diciendo:

-Con perdón de mi amo: so chivato macho ela trampa, ¡metete ajecho!, que aquí era onde yo

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te quería ver; corré a hacerme daños, ¡condenillo!jOra sí que corcobié!

Le hice quitar la ruana de la cabeza al machoantes de montar, y Polo me dijo:

-¿Y si corcobia? ¡Sumercé!

-No hace nada, está cansado.

-¡Míre mi amo que estos belitres, como sonhijos de poncios, son muy traicioneros y no lahacen limpia! Yo los conozco como a mis manos,porque como los he lidiao tánto, que ai sí que mehe criao batajoliando con ellos.

-Déjalo así, le dije, y monté sin taparle.

El macho estaba cansado, tanto por el ejerciciocomo por el reblandecimiento del estómago, y entales circunstancias me creí dueño de la situacióny con deseos de aprender algo en el, hasta en-tonces para mí desconocido, arte de la chalaneadu-ra. Antes de empezar la bajada hacia El Arrayán,dije a Polo:

-¡Hombre! ¿Tú crees que yo pudiera aprendera manej ar bien una bestia?

-¡Puuuf!, mi señor dotor, de sobra, yen tantico;y qué güena jaIta que le hace a mi amo.

-¿Y tú podrías enseñarme?

-¿No le digo a mi señor dotor que yo me hecriao batajoliando con estos entereses? ¡Yo sémucho deso!

-¡Vamos!, enséñame, hombre!

En el acto se sentó sobre una piedra, se enjugóel sudor con la ruana, tomó un aire magistral,encendió un tabaco y me dijo:

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-¡Métale un güen guaracazo y regüélvalo!

-jY si brinca!

-Por eso toy a la lerta, por si lo caye.

Azoté el macho, que no hacía sino pujar, le perdíun poco de miedo que me quedaba entre pecho yespalda; aflojé algo las zancas y me empeñé endarle con los tacones en la barriga, sin dejarloscorrer hasta los ijares, por temor de perder elequilibrio. Polo, que sabía tanto como yo en )amateria, me decía:

-Asina, eso es, asina es como hacen los güenoschalanes; pal otro lao, de pa atrás, ora con la manozurda. ¡Ah macho!, ¡y los pasos que va soltando!¡parúm toreo no tiene precio!, ¡éste quén sabecuánto viene a valer, a lo güeno que se tá ponien-do! ¡Caratoso!, ¡que pague tualas que debe! Esteendino es el que echó a cama a mi compadreTelmo, del golpe que le calentó en la ventel Gua-randay. ¡Ya te conocí, mirá, pareso sí tenés arbitrio,condenao! ¡Tóme, mi amo, el garrote y métale, usino, yo le jalo, porque hoy lo hamos de sacar desilla de carga!

Iba a descargarle el primer garrotazo, cuandole grité:

-¡No!, no le pegues; ¡sigamos, sigamos!

El hombre se calzó sus quimbas, que llevabaprendidas a la cintura, y empezamos la bajada.

A poco andar, dije a Polo:

-¡Hombre! ¡Cómo lo tratan ustedes a uno! Notienen ninguna consideración; pudo este animalquitarme la vida hoy.

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-¡Ni lo diga, mi amo, que asina jue, que nojaltó naitica! ¡Santa Bárbara bendita, qué casotan grande habría sío! Pero en llegando, tiémplelesus güenas jiestas al mayordomo, porque él juequen me endilgó el muleto; ese hombre taría ético,si quén sabe qué taría pensando. Pero sí le digo ami amo que es cierto al jin lo que dice el dicho:que no hay que decir de esta agua no beberé,porque bebí la más turbia cuando me apretó la sé.

-¿ Yeso qué quiere decir?, le pregunté.

-Pus que mi señor dotor endespués de otracorcobiada como la dioi, no lo golpean tan jácillas monturas, por más cimarronas que se las lleven,porque se tiene que es un primor. ¡Y tan güenosadelantos que va haciendo! ¡Ya sabe todo comoun güen amansador, sí le digo!

En esta conversación que yo sostenía por di-vertirme con la sencillez de aquel hombre, pasa-mos las quebradas de la Caimana y del Chochal.

Al fin llegamos al río, que es allí de abundan-tes y muy cristalinas aguas, y al verlo exclamé:

-¡Me baño, me baño! y Polo me contestó:

-Al apetecer mi amo el baño, le había salíomás mejor que lo hubiera tomao en la pila, sintar asoliao como ora.

-¡Hombre! ¿yen la mitad de la plaza?

-Ai tiene, que eso sí no dejaba de ser jiero, deveras.

Como yo iba agobiado por el calor, me desmontéy me encaminé al pie de un corpulento cámbuloque empezaba a despojarse de sus encendidas flo-res, y esmaltaba con ellas la alfombra de verdurasombreada por la frondosa copa de aquel árbol.

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Me quité los zamarros, los tendí y me eché sobreellos. Al caer, sentí un dolor muy agudo en uncuadril; afirmé un codo, y noté que también medolía.

¡Ay, sea por Dios!, dije, y Polo, que estaba cercateniendo el macho, me preguntó:

-¿Qué dolencia le agarró a sumercé?

-Estoy molido, hombre.

-Nues pa menos, mi señor dotor, y es que su-mercé no ha acatao que támos en año bisiesto, yquén sabe si ya andarán tamién los caniculares,estos alimales es cuando se güelven pior de ende-moniaos.

-¿ y qué son los caniculares?

-No sé, mi amo; puro yo los há tenío. Esos 10envalidan a uno y lo tullen. Pero onde el enjermoque vamos a menistrar, hay una mayorcita, yaancianidá, y ella sí, como es médica, le dice a su-mercé, porque sabe de todo; ella es muy albitriosa.

-Ya veremos. Sácame un libro que viene enuna de las alforjas, y mientras me refresco parabañarme, rezo el oficio. Cuando levanté la cabeza,vi al hombre que pasaba de uno al otro lado delmacho y decía, como para que yo 10 oyera:

-¡Si no topo! ¡No jue nada! ¡Animas benditas!¡Aquí tampoco! ¡Si no topo! ¡Benditas ánimas,reparámelo! ¡Qué hago yo! ¡San Jerónimo, quéjué esto!

-¿No encuentras el libro?, le pregunté.

-¡Pero que ni por clamar parece, mi amo! ¡estasí que jue mala jortuna!

-Mi breviario se perdió en la brincada: seguro.

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-¡PUS quén sabe! ¡Porque lo que es en los co-jinetes sí no tá, ni por más que he clamao y rezao!

-¡Quedé lucido! ¿Qué hora será?

-¿No traye mi amo su relós, pa ver?

Saqué mi relojito y, al abrirlo, ¡zas! saltaron lospedazos de la vidriera y las manecillas, y comohicieron ruido al caer sobre las piedras, dijo Polo:

-¡Como que sí le da las horas a tiempo! ¡Ese síhabe de ser de los güenos y jinos!

-¡Qué horas '.::1 a dar, si mi reloj se hizo pe-dazos!

-¡Baba compasión!, dijo Polo, ¿no le digo? Miamo, tamos en caniculares, apuesto, u no soy yoPolo Jute.

-Buena noticia me da el pedazo de... zapote.

-¡Qué!, ¿eso es güeno pa coponer relós pesquedice mi amo?

-¡No hables más enredos, hombre!

-Mi amo, es que ai sí que, como,dice el dicho:que el que no sabe esque es como el que no ve.

-Verdad, hombre, tienes razón, tienes razón.

-¡Válgame Dios!, dije; mañana domingo, elOficio más largo; esta tarde la multitud de siem-pre a confesarse, fuera de todas las devotas queofrecen los siete domingos y le hacen ofrecer alcura los siete sábados, confesándolas! ¡Sea porDios!

Empiezo a rezar de memoria las horas, las vís-peras y completas, y principio a desnudarme, parabañarme.

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-¡Mi señor dotor!, dijo Polo, ¿me permite unasdos razones?

-¡Hasta tres! A ver, ¿qué dices?

-Es que yo creigo lo mesmo que mi amo, queno es mecha que el libro se ha perdío.

-Eso ya lo sabía yo, hombre.

-Pero es que yo pa descargo de mi concenciale quero contar a mi amo cómo jue el caso.

-¡Echa el cuento!

-Jue que cuando el endino macho taba cor-cobiando, y mi amo ya al querse, porque ¿paquéhe de negar? yo le calenté en tua la jrente conuna cosa que topé en el suelo como un libro deeste porte (y me mostró una piedra). Pero si porlibros lo hace mi amo, allicito no más ta lescuelay ai topa sumercé libros al descoger y el mestrole empriesta los que haiga de menester mi amo.

Estando yo, como Sancho, más para bizmas quepara pláticas, no le dije nada. Al entrar al baño,noté que tenía la piel a manchas, más negra quede costumbre; eran los golpes sufridos con losestribos, al tiempo de la brincada.

Me bañé, sin embargo, deliciosamente, pero seme renovó la herida del cuadril y empezó a salirla sangre. Por indicación de Polo, me puse unahojita de Santa María, que en todas partes se en-cuentra, y que realmente es muy eficaz. Me vestí,monté y seguimos. A unos tres cuartos de hora,que yo anduve rezando el Oficio de memoria, lle-gamos cerca de la casa del enfermo, y Polo medijo:

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-Allí ende sale el juma es, mi amo.

Estábamos a pocas cuadras de distancia en línearecta; pero para llegar había que rodear una eolionita que iba a ocultar la casa, la cual es ciertoque no se veía, por entonces, escondida como es-taba entre un bosque de naranjos, chirimoyos,mangos, café muy alto, plátanos y otros (~uantosárboles frutales, que le daban al paisaje deleitosaperspectiva. Se levantaba lentamente la columnade humo por entre el bosque y luego se extendíacomo queriendo detenerse un momento más acontemplar la belleza de aquel lugar donde aca-baba de nacer. Completaban aquel cuadro ungrupo de hombres al pie de un mango, dobladopor el peso de sus frutas, y otro de mujeres sen-tadas, desgranando maíz; había también un caballo,una vaca y una multitud de gallinas a la sombra,cerca del guaraperito, como llaman sus trapicheslos pobres.

Entre los hombres que vi en el patio, antes deque yo por ellos fuera visto, había uno de ruanablanca y entrapujada la cabeza con un pañuelocolorado, y que al llegar no vi con los demás. Meacerqué a un naranjo cargado de frutas y cubiertode bellísima, para dejar allí el macho y descansarun poco, y oí, porque estaba contra la casita elárbol, oí unos prolongados ayes que se repetíansin cesar. Era el enfermo, el mismo del pañuelocolorado, que yo había visto en el patio fumandocon los otros, y que, al verme, entró, se acostó ensu cama y empezó a quejarse, sin que hubieramás intervalo entre los quejidos que el de J.arespiración.

Descansé como cinco minutos, y abrochándomela sotana, que estaba húmeda y oliendo a caballe-riza, me dirigí al lugar de donde salían los ayes,

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y di con una puerta adornada con un arquito depalma y matizado de flores. Como la puerta eramuy bajita y yo soy muy alto, me incliné paraentrar, y a duo con el enfermo salió nuestrojayayay!, él por su paleta y yo por mi cintura, yel paciente me dice:

-¡Ah, mi amo!, yeso que a sumercé no lo hangolpiao los muletos, que a yo, de un jalón unome zajó una paleta y me sumió dos costillas.jAyayay! ... jayayay!, ¡ayayay!

-¡Cállese, compadrito de mi alma!, dijo Polo,que con mi amo sí que jué de veras que ese mes-mo macho por un tris lo espacha palotra vida, yle dejó su cuerpecito que ni un San Lázaro!

-¡No lo diga, taitica, porque me empioro pior!¡ayayay!

-¡Ah, divina Señorita de los cielos! (dijo unavieja llevándose ambas manos a la cara), ¿ya loven? ¡Taiticas del alma! ¡Pa que vean! ¡Eso jueronlas caniculares que toparon con mi amo, porqueora esque andan, y si dieron con mi señor dotor,¡qué será con túa la probería! ¡No jue nada! ¡Ahcaso éste tan juerte!

Yo creí que aquella era la mayorcita, de quienme había hablado Polo, y de quien esperaba apren-der curiosidades; pero al preguntárselo, me dijo:

-Ya tenía yo pa quitarme de pasar trabajos,si supiera lo que mamá Dudijes, porque ella pacantar en los jandangos, ella pa los velorios nose la ganan; pa lo que es adevinar, deja en ayunasa los más sabios; pa lo que es medecinar, tieneunas manos, que nian el mejor sobandero le igua-la. A mi marío, el paciente, le dejó un jumento

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en el estógamo; pero como que le va despertandomás el mal, sigún da aquellos ayes tan juertes, queparece que ya se le arranca lalma! ¡Ah, palomitodel corazón, cómo te vas y me dejás esampará conestas jamilias!, y empezó a llorar junto a tresmuchachitos en camisa.

-¡Calla!, le dije; y ella sollozando se levantólas faldas, se sonó y empezó a enjugarse los ojos.

-¿y dónde está la médica?, les pregunté; y laque lloraba contestó:

-Untualito la llamaron ende el niño Tenislao,que lo medecinara pal engrópico que esque le hapicao.

-No; es pal rematíz que lo tiene jundío, dijootra que entró con una vela encendida entre lasdos manos, y la puso en la boca de una botellaque había sobre una mesita cubierta con una rua-na, sobre la cual se veía una cruz, algunos mano-jitos de flores, algodón, un plato y una taza debarro con sal yagua. De la mesa para arriba,prendidas en la pared, había algunas estampasde santos, oraciones, pinturas de cajetillas decigarrillos y de fósforos, pedazos de avisos conletras de colores, caricaturas de periódicos y unoscuantos grabados de los principales revoltosospolíticos de nuestra tierra.

-Mientras yo oía la !relación anterior, hiceuna visita de policía en el altar; destruí todo loque no servía, haciéndoles conocer a algunos delos personajes que allí veneraban, por uno queotro de los principales rasgos de su vida, y separélo profano de lo piadoso.

El enfermo se enderezó dando sus ayes a gritosy cogió un calabazo que tenía cerca de la cabecera,

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lo clestapó diciendo: San Roque bendito, hizo sobreél una cruz y bebió haciendo unos gestos de darmiedo, y empezó a vomitar.

-¿Qué es eso?, le pregunté.

-¡Son ... ayayay, ay son ... unas ... ayayay!

-Son las pócimas, dijo la del rematiz, y meacercó el calabazo diciendo:

-Por lo que es cuenta, sumercé habe de taresquebrajao, y esto es cuanto a lo primero, mele-cínese sumercé y se alivia, porque endespués deDios y María Santísima, es lo que tiene con vidaal enjermo, que se ha visto entre la vida y lamuerte.

-¿ y de qué son las pócimas?, le pregunté.

-Es, sumercé, linjución de verbena, y el ma-rrubio machucaos, con la caraña y el cagajón dela vaca negra y el ingüento que se trujo del pueblo.

Me reí, cogí el menjurge y lo derramé, y pre-gunté al hombre si quería confesarse. Me contestóque sí, y acto continuo me senté en la orilla de lacama, y el hombre empezó a decirme, poniéndosela mano en el pecho:

-Aquí mesmo, mi señor dotar, en la boca delestógamo, ande se me retientan las dolencias yme responden a la punta de la paleta, que pareceque se me revientan los estantinos, y de ai mecorre puel estógamo aquel fiebronón tan juertecomo una verbena, que ya parece que echo losbojes, porque los tengo como desléidos, y aquelsequionón tan grande que me acompaña, que nohan valía aguas cocías. ¿Qué será güeno?, mi señordotar.

-Por ahora confesarte, y luego veremos.

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Después de una docena de ayes y de unas cuan-tas súplicas (mi señor dotar, déjeme coger :,e-suello), se persignó y empezamos.

Terminada la confesión, sin que fuera necesarioolearIo, entraron todos los dolientes, y la esposadel enfermo me preguntó llorando:

-¿ Qué consuelo nos da, mi señor dotar? ¿Tuavíapenará mucho? Ya d03 días agonizando y nadaque acaba; en un vivo ay ende que am'anece hastaque anochece, y aquel gómito que le agarra cuan-do le cayen al estógamo las pócimas, que se quedasúpito; pero el mal lo debe de tener muy prendía,porque no se ve mejoría.

-¡Cuidado con volverle a dar eso, porque lomatan!, les dije.

Lo examiné, vi que no tenía nada, ni en la paleta,ni en las costillas, y le dije a la mujer, que 8eguíallorando:

-No te afanes; déjate de alharacas, tu maridono se muere de esto; estoy yo más enfermo que él.

-¿Y no lo santolea?, mi amo.

-No hay necesidad, este hombre está bueno,nada tiene.

Entonces fueron mayores las lamentaciones de _,la mujer. Se sentó sobre un saco lleno de arra-cachas, se cogió la cara con las manos y empezó adecir, llorando:

-¡No jué nada! ... y ora, ¡qué hago yo! ... ¡Estosí que ha sío! ... ¿No 10 dije? .. ¡No jué nada!

-¿Qué?, le pregunté.

-¡Considere sumercé! ... ¡Ya todo aprontao ylos vecinos avisaos!

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-¿Y para qué?

-Pus pal velorio y pal entierro, mi señor dotar;y lo que se les adelantó a los cargueros, que juéplata arreitáa a don Zequiel, sí que la golverán.jA caso grande que jué éste!

Tuve que reconvenir fuertemente a la mujery se calmó. El enfermo dijo que se sentía aliviadoy pidió unos sorbitos de guarapo y un cigarro.Todo esto rne causaba mal humor, y no dejé tam-bién de reírme. Me preparé para ponerme encamino, y Polo, que había permanecido sentadoal pie de un guama, al verme salir al patio selevantó y dijo:

-Mi amo, que nos remuden al macho yayo,porque lo que es yo no tengo altitú de caminar;y el alimal ai tá que no quere nian tragar. Esecaballo que tá ai, es el del mayordomo, y ese síes güeno de aliento (y cambiaron la montura).

'-¿Cuál es el mayordomo?, que tengo una cuentaque arreglar con él, ¿cuál es?

-¡Ese qué!, dijo Polo, cuando oyó las graciasdel muleto con sumercé, patas le jaltaron por laplatanera abajo; ese salió en juida; ya tará quénsé ande.

Mientras ensillaron, les recomendaba yo quepracticaran sus deberes de cristianos y que ense-ñaran la doctrina a los muchachos. En eso se meacercó una viejita, que venía de la cocina, y meofreció un plato con dos plátanos asados, y unrevoltillo de huevo, cebolla y ají, y me dijo:

-Quén sabe si mi paternidá sabrá comer co-midita de probes (y se sonó con la pura mano).

-Por supuesto, le dije, y te la agradezco mucho.

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-Dispense la probeza, mi amo.

-Dios te pague todo; esto está muy bueno.

-El enjermo es mi guierno; pero ya como queno ha de peligrar, ¿no?, mi amo.

-No peligra, está bueno.

-Dios lo oiga; ¡porque la jaIta que nos hace!

Comí algo, quedando mis feligreses muy paga-dos por ello. Siempre estas pobres gentes le dana uno lo que tienen y de muy buena voluntad.

Monté en el caballo que era pequeñito y valo-nado, y seguí para el pueblo, con un hombre conquien no conversé por haberse quedado a pocascuadras. Como apuré demasiado, el caballo se mecansó en la mitad de la jornada, frente a una ha-cienda, donde se me proveyó de cabalgadura y deun mozo bien montado para que me acompañara.El camino se me hizo corto, y hubiera queridolucir mi fogoso alazán en las calles del poblado;pero eran las cuatro de la tarde y el zaguán de lacasa cural estaba colmado de gente esperándome.

Al entrar fui contestando las buenas tardes acada uno, cogiendo resuello, como Telmo, el en-fermo, y al desmontarme empezaron, atropellán-dose y atropellando el caballo, a decir:

-Que si habrá jorma de echar un olio, que elniño se tá muriendo. (Mentiras, como las de losChirivíes) .

-Yo, dijo una criada, que le mandan a decirmis señoras que como astao sumercé, y que si sesienta ya (a confesarlas), que nuesque las vayahacer echar apique los siete domingos, que tándende temprano y que en la casa las tán esperandoa comer.

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-Yo, mi amo, que si nos oye mi penitencia a yoy mi marido con dos jamilias; es de año, y él essordo que ni una tapia.

-Que lo pide un moribundo en El Madroñal.

-Que en el hospital se está muriendo una mujermolida en un trapiche.

-Yo, que vengo de Sagasugá a que me espachecon mi jé de dejunción, y tengo que golvermeuntual.

-Yo tamién vengo aquí con la mocita (me de-cía otro, mostrándome una vieja), que queremoshacer injorme pa tomar estao.

-Yo tamién toy eterminao y quero mandarmecautivar aquí con la niña (otra vieja).

El inspector de la obra se presenta también aarreglar cuentas de la semana para pagar peones;y qué sé yo cuántas cosas más, fuera de los curio-sos que llegaron a pedirme cuenta de la brincadadel macho.

-jDéjenme comer algo!, les dije, y después lesatiendo a todos. ¡Pero quiá!, eran tantos y cadacual quería que le atendiera antes que a los otros,que es otra comodidad para el cura, al cual lereconocen todos los deberes posibles e imposibles,sin ningún derecho.

Al comedor fueron a dar algunos, a quienes,mientras comí, di cuenta de todos mis percancesde por la mañana. Bajé inmediatamente al des-pacho a hacer la digestión entre multitud de cosasque me dejaron la cabeza como un bombo, si eraque el macho pasudo no me la había dejado peor.Al entrar al despacho, todos se agolparon, y yo,levantando la voz, los contuve; fui despachando

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las cosas más urgentes y mandando volver al díasiguiente a los restantes.

Iba a salir a la calle a confesar los enfermos,cuando se me presentó una señora con sus niñas ysus criadas, y me dijo.

-Señor doctor, muy cansadito estará, ¿no?

-Buenas tardes, mi señora, estoy cansadísimo.

-Vengo a que usted se imponga en esta carta.(La carta era escrita por ella y trataba un asuntoimposible de arreglar). Un matrimonio desavenidohacía tiempo.

-Me llaman a confesar unos enfermos, le dije,y estoy muy ocupado esta tarde.

-¡Ay, señor doctor!, tengo que decirle muchascosas y ...

-Hágame el favor de venir mañana, mi señora.

-¡Imposible que yo pueda esperar hasta ma-ñana!

-Pero le digo que me voy a confesar los en-fermos.

-¿ y a qué hora vuelve?

-No sé, señora.

-¿Conque no puede oírme ahora? Hágame elfavor, porque tengo que hablarle muy largo delo que dice la carta.

-Se muere alguno de los enfermos sin los sa-cramentos, mi señora.

-¡Quizás no, señor doctor, cuándo ha de sertanto!

-Puede suceder, y usted tendría la culpa.

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-¡Uyuyuy!. .. no me diga ... ¡qué horror!

Como trataba de seguir con la misma, yo, quetenía allí mi sombrero, le dije: perdone usted, miseñora, que no la atienda esta tarde; mañana a lasdoce puede usted venir, yo haré que venga el se-ñor su esposo y se arreglará todo. ¡Que lo paseusted bien! Adiós, mi señora.

Por la calle fui acomodando los remiendos quefaltaban a la parte del Oficio que había podidorezar en el camino: horas, vísperas y completas.Con el enfermo de El Madroñal no hice sino des-quitarme de la caminada que hasta allí me obli-garon a hacer, ¡doce cuadras! dándole a bebertoda el agua tibia necesaria para que arrojara lacantidad de chicha y aguardiente que le teníaprivado, y seguí para el hospital. En la puerta en-contré a la enfermera, quien me dijo:

-La molida del trapiche ya tá tises, no pasa deesta noche.

Confesé la enferma, le administré la Extrema-unción y me fui para la iglesia. Al entrar, medetuvieron algunas personas, suplicándome que lasconfesara primero y en lugar determinado. Hicela vista gorda y me senté en el confesonario desiempre. Vinieron a confesarse primero las quellegaron después, y al fin las primeras, conformea un texto evangélico.

A las seis y media me levanté del confesonario,recé el rosario, canté la salve y el responso, y mefui a la casa. ¡Cómo me provocaba tenderme enla hamaca!

Pero después de un momento de reflexión penséen preparar las pláticas para el día siguiente. Lasarreglé y apronté todas las advertencias que tenía

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que hacer en las dos misas. En esto tocaron lasánimas. Pedí mi chocolate y, al estar tomándolo,sin más compañía que mi perro y el gato, dierondos golpes en el portón.

-Adelante, dije, y cOIl;testóuna voz algo afe-minada:

-¿El doptor está en casa?

-¡A su disposición, señor!, siga usted.

-Mil gracias, doptor.

-¡Nuevas calamidades sobre mí!

Mi muchacho me dijo:

-¿Lo mando que dentre mastras que sumercéacaba su cacaito y su melao?

-Sí, y dile que voy pronto.

Al volver el muchacho al comedor, me dijo:

-Quen le oye los golpes, y como que es de esospasajeros que vienen a que sumercé les empriesteplata; y me preguntó que cómo es el nombre desumercé y se quedó repitiendo su apelativo.

-Como se vaya pronto, dije, y me dirigí a lasala.

Al oirle el saludo de «beso a usted la mano midoptor», advertí que tenía una facha de dudosaortografía y llevaba una traza que hacía presumirlo que el muchacho me había dicho. El vestido secomponía de pantalón de pana, blanco y muy roto,franela, ruana blanca, carrasca en forma de em-budo y alpargatas pasadas de botar y sin ligas,Lo mandé sentarse y le pregunté:

-¿Quién es usted y qué asunto quiere tratarconmigo?

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-Pues yo, doptor, y perdone que le importune,¿no?, soy bogotano, ¿no? Soy de una familia muydecente, ¿no? El doptor tal vez la conocerá, ¿no?

-Esto es peor que todo, pensé. Estoy perdido,es noísta, me mató; y sin más, le dije: no conozcosu familia, señor.

-Es que vaya referirle, ¿no?, y espero que midoptor tendrá la indulgencia de oírme, ¿no?

-Vea, señor, le dije, estoy rendido por el sumotrabajo que he tenido hoy; todavía tengo muchoque hacer y espero que usted me diga pronto ,~lobjeto de su venida. Y me puse en pie.

El impertinente no comprendió, por mi desgra-cia, y siguió con la fastidiosa relación de su ge-nealogía: se hizo pariente de todo el mundo: deobispos, militares, literatos y qué sé yo qué máspersonajes.

Ojalá, pensaba yo, que a éste se le olvidarasiquiera el nombre de sus abuelos, como a mi Justode esta mañana; pero nada: me espetó hasta el desus tatarabuelos, nombrándolos a todos y se quedófresco. Al acabar, le dije:

-Manifiésteme en pocas palabras qué quiere,señor.

-Pues como le digo, soy bogotano ¿no?, y mifamilia es muy pudiente, ¿no? Yo vengo del To-lima, ¿no?, y estoy muy bien relacionado con to-dos los doptores de por allá, ¿no?; he vivido ensus casas, ¿no?, y rodeado de consideraciones, ¿no?Porque usted, mi doptor, sabe que la casa delcura es la de todos, ¿no? Yo desde niño he sidomuy creyente ¿no?, y siempre buen defensor delclero, ¿no?; por eso el clero me estima en altogrado, ¿no? (¡Qué petardo, Ave María!). Ahora es

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que la suerte me ha sido adversa, ¿no? Hace cincomeses que salí de Bogotá con dirección al Tolima,¿no?, y me fue mal, ¿no?, por culpa de mi socio,¿no? Me adeuda una suma de bastante considera-ción, ¿no? (¡Jesús, qué es esto! Esto sí es canicularde veras). Porque siempre ha de pagar uno elnoviciado en todo, ¿no? Pero tengo fe, ¿no?, por-que como le digo soy muy creyente, ¿no? y laProvidencia ha dispuesto que yo me relacionecon mi doptor, ¿no?

Todo esto lo decía sin que yo le contestara unapalabra, y ya cansado de estar en pie, me senté,cogí un periódico que estaba sobre una mesa yme puse a hojearlo y a esperar el remate del cuen-to, que ya lilepuede adivinar; y el prójimo del ¿no?siguió:

-Yo, doptor, tengo mis títulos, ¿no?, de algu-nos destinos que he desempeñado, ¿no? He cele-brado algunos contratos con el gobierno, ¿no?(malísima noticia), y mi muchacho, que me acom-paña, me trae algunas órdenes de pago, ¿no? quedeben cubrir a la vista, ¿no?

¡Qué órdenes, ni qué pagos! No traía más com-pañía que una vara de chusque que dejó en eldescanso de la escalera. Como yo no le contestabanada, haciendo que leía, y como quien dice: enesta trampa no cae, empezó a buscarse con lasuñas un escaso bigote, que apenas se le veía, yme sometió a un interrogatorio, y tuve que con-testarle. Tosió y continuó:

-¿Cuántos años lleva aquí?, mi doptor.

-Dos.

-y tendrá algunos diez de graduado, ¿no?

-Seis.

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-y muy contento, ¿no?

-Sí.

-Muy buena gente ésta, ¿no?

-Sí.-Muy bonito el pueblo, ¿no?-Sí.

-y muy rico, ¿no?-Sí.

-Lo quieren mucho, ¿no?

-Tal vez.

-Pero mal clima, ¿no?

-Sí.-Por las brisas del río, ¿no?-Sí.

-y muy bueno su curato, ¿no?-Sí.

-y muy buenas posadas, ¿no?

-Sí-Como en Bogotá, ¿no?

-Sí.-Me dicen que el tren está bien, ¿no?

-Sí.-¿A qué hora podré partir? temprano, ¿no?-Sí.

-A almozar en el hotelito, ¿no?

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-Sí.

-Con que muy contento, ¿no?

-Sí.

-Yo voy a tener que enfriarme aquí, ¿no?, porvenir de tierra caliente, ¿no?, como dicen los nei-vanos, ¿no? Con esas gentes adquiere uno otromodo de ser, ¿no?, muy franco, ¿no?; y yo, qué leparece mi doptor, que no era así, ¿no?

¡Vaya con este hombre!, quiere enfriarse aquícalentándome la sangre. ¡Me quedo con mis Chi-rivíes! No tuve más paciencia y le dije:

-Vea, señor, tengo que hacer y es muy tarde;pero él, poniéndose en pie, me interrumpió:

-Excúseme que lo moleste, ¿no?

-Sí, y diga pronto! Son las diez, tengo quehacer.

-Estoy tan cansado, ¿no?, y llevo los pies muyadoloridos, ¿no?, sin estar acostumbrado a estecalzado, ¿no?, que me resuelvo a pasar la nocheen su amable compañía, ¿no?

Aquí sí le eché un no, tan mayúsculo y tan re-dondo, que le cupieron todos los que me habíaacomodado, y quedó campo para los que me dejódespués.

-¡NO!, no tengo dónde alojarlo, señor.

-Iré a una venta, ¿no?-Sí.

-¿Ya cuál?, y perdone mi doptor, ¿no?

-¡A la que guste!, y adiós, señor, le repito quetengo que hacer.

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-A sus órdenes, ¿no? Tengo mucho gusto '~nayudarle en todo, ¿no?

-Gracias, gracias.

Arreglado quedaba yo, después de todas las im-pertinencias de este hombre, yendo a rezar el oficiodivino con él. ¡Hombre!, ¡qué divertido! A cadados palabras un ¿no? Seguro que acabaríamos,tirándole yo el breviario a la cara, como lo hizoPolo con el macho.

-Estamos, señor, basta; que le vaya a ustedbien, adiós; y él, tan posma, que siguió:

-Pues yo lleno de pena, ¿no?, porque, como ledigo, ¿no?, mi familia tiene casa en Bogotá, ¿no?y hacienda en la Sabana, ¿no?, y todo a sus órde-nes, ¿no? (gracias). Como sé que mi doptor tieneun corazón muy generoso, ¿no?, espero que nome dejará avergonzado, ¿no?, y me franquearácuatro candores, ¿no?, para no presentarme coneste traje donde mi familia, ¿no? y para cenar,¿no?, que a vuelta de correo los tiene aquí, ¿no?

Saqué cuatro reales y le dije: esto es todo loque puedo darle, y vaya usted con Dios. (A realpor cóndor, ¡que ganga!).

-Mi doptor, hágame el honor de una tarjetasuya,¿no?, para llevar un recuerdo de sus bon-dades, ¿no? y conservarla siempre, ¿no?

Esta era otra viveza del sujeto: con mi tarjetaquería presentarse en una hospedería y que yopagara el pato. ¡Vaya!

-No tengo tarjetas, señor, vaya usted con Dios,le repito.

Sin volver la cara a mirarme, dijo a secas ysin ¿no?:

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-Hasta cada rato; y yo le contesté: ¡Adiós! ysalió rezongando el defensor del clero.

Pasé a mi cuarto, y mi muchacho, que habíavencido el sueño por oír al noísta, me dijo esti-rando los brazos, refregándose los ojos y boste-zando:

-¡Pobre mi amo!; cuál tará sumercé. ¿No ledije que ese hombre venía a sacarle plata? ¡perose quedó metío!

-y a calentarme la sangre.

-Mi amo, ¿ese hombre será de puallá de les-tranjería que mientan, sigún habla tan ralo?

-Dice que es bogotano.

-¿ Y asina son to los bogoteños, mi amo?

-No.

-jAjá!, ya sumercé le aprendió tamién.

-Dios me libre.

-¿Luego eso es cosa mala?

-Como tú entiendes lo malo, no.

-¿Ve?, ya van dos; sumercé le aprendió.

-No, hombre.

-Mi amo, eso es pegadizo ¡se le pegó! ¡se lepegó!

-¡No seas tonto, hombre!

-Míre sumercé que antes hablaba sumercé deotra laya; ya van tres; ese hombre le pegó eso,ai tá lo que sacó.

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Me dio risa, y le mandé que bajara a cerrar elportón.

Iba a rezar, pero me provocó hablar con el mu-chacho, que subía diciendo:

-¡Caracoles!, probe de mi amo; esta mañanaaporriao; no lo han dejao vagar y este hombre lofregó; si así jueran todos quén diantres los aguan-taba iavemaría purísima!

Al llegar le pregunté: ¿qué impresión te hizoel bogoteño?

-¡Tan jiera!, con ese modo como negando lomesmo que dice, que ya me tenía borracho.

-¿ y no te gusta hablar así?

-¿Qué me va a gustar?, cuando de oírlo meha quedao haciendo como armonía en el estógamo.Dende que comenzó, yo llevé la cuenta en los deosy por jin me aburrió.

-Bueno, vete a dormir.

Cuando al fin pude yo pensar en recogerme,eran pasadas las doce, no podía tomar ya nada,pues era domingo y tenía que celebrar· dos misas,predicar, pedir limosna para la iglesia y aguantaren ayunas hasta las diez y media. Todo se lo ofre-cí de nuevo a Dios, y me acosté a esperar el día, ycon él los mil sinsabores que le vienen encima alpobre cura, cuya vida, dicen muchos, es la másdescansada y cómoda del mundo.

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COMO SE LLEGA A CAPITAN

Fue Pablo el primogénito de diez y seis, quefueron sus hermanos, como quien dice nada. Hastalos veintiún años vivió sometido a sus padres, gen-te de calidad y de recursos, y de una severidadcristiana, a la antigua, como hoy se dice, y quesignifica honradez y rectitud a toda prueba. Losaños de la niñez y los peligrosos de la juventudcorrieron para él, en medio de los inocentes pla-ceres del campo, mezclados, eso sí, con muchaslágrimas, porque este joven, hasta la edad quedejamos apuntada, no se preocupó más que decumplir la voluntad de sus padres.

Pero, ¿por qué los placeres de Pablo iban segui-dos de sinsabores? Por dos razones: la vivacidaddel muchacho y la severidad de su padre, quienno le permitía jamás el más leve desahogo, lo quehizo que este joven buscara el modo de esparcirsu inquieta imaginación, con sus hermanos y otrosmuchachos, hijos de los arrendatarios de la ha-cienda, en inocentes pilatunas, que bien caro lecostaron a su dueño; porque los chicos, cuandosu padre se ausentaba, se divertían en mortificaren las dehesas, desde los indómitos potros, muletosy toretes, hasta los pacíficos corderos; animalestodos, que en el valle de Sogamoso, donde Pablonació y creció, se desarrollan precozmente. Apo-rreados, y muchas veces heridos, los muchachosremataban la fiesta, prendiéndoles en la cola a los

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brutos más bravíos, vejigas infladas y secas, conunos cuantos granos o cristales dentro, o el cueromás tieso que encontraban, resultando de tal bar-baridad que los animales más pequeños, o todos,chicos y grandes, con las piernas rotas, se aloja-ban en las zanjas medianeras. Infeliz, también, deaquel que llegara a pasar por el camino, cuandoaquellos chicos, capitaneados por Pablo, estabanen sus diversiones, porque, quieras o no, lo hacíantomar parte en la trifulca o salía malferido, si alcorrer, llegaba a caer en el lazo de estos diestrosdomadores.

Al tener noticia su padre de tales pillerías, losflagelaba sin piedad, haciéndoles chorrear la san-gre, a puro y limpio látigo, y cargándole, conespecialidad, la mano a Pablo. De tal modo fueéste castigado, que siendo ya hombre de edad,muchas veces nos ha dicho que él cree que nocreció con el pellejo con que nació, y que él tuvo,en ese tiempo, tales travesuras como la cosa máscorriente del mundo.

Pues en éstas, que para aquel joven fueroninocentes locuras, pasó su niñez y parte de sujuventud entregado al duro y continuo trabajode cultivar la tierra y domar los potros de su padre.De todo eso no me ha quedado más, decía él, quehaber aprendido a ser cristiano, a ganar el pan ya montar bien a caballo.

Nosotros sabemos que Pablo fue muy cumplidorde sus deberes religiosos y siempre muy sumisoa la autoriadd paterna. La única ocasión en queestuvo en contacto con el mundo (porque ni es-cuela tuvo, habiendo aprendido a leer y escribiren su casa), fue en una de nuestras contiendas po-líticas, cuando apenas contaba diez y ocho años,y de ahí resultó capitán.

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Al oir el grito de guerra su espíritu inquieto nopudo contenerse, y con la venia y la bendición desus padres tomó las armas que a mano encontró;montó en un magnífico caballo de que era dueñoy se incorporó, con el grado de sargento, en unescuadrón de caballería que, según cuentan, es delo mejor que se haya visto en aquel valle, al cualfueron agregándose otros. Ocho días estuvo apren-diendo las maniobras militares de su clase, alcabo de los cuales se halló en un hecho de armasmuy sangriento, peleó como valiente, dej andobien sentado el nombre de su familia, que cuentaentre los suyos hombres de pro en la carrera delas armas. En el mismo campo de batalla recibióel título de capitán, figuró ahí mismo, por muertede su jefe, como segundo de aquel cuerpo destro-zado por el enemigo y más tarde cogido por asalto.

Aunque los seis meses que duró la campaña dePablo encierran episodios muy curiosos, nos abs-tenemos de contarlos, porque él, de quien oimosesta relación, no lo permite. Solamente contaremoscomo remate la manera tonta de guerrear ennuestra tierra.

Aquel escuadrón, llamado La Guerrilla, verda-dera montonera, estaba formado de lo mejor ymás valiente de la juventud de todos los pueblosdel valle de Sogamoso, sin que escasearan algunosveteranos que llevaban la batuta y que iban comojefes de otros cuerpos. La Guerrilla que marchabaa unirse con el ejército, que de la Sabana de Bo-gotá debía ir, como en realidad fue, a pelear y asucumbir en el norte de la República, hizo alto enuna población distante del lugar donde debía in-corporarse al ejército y muy cerca de la capital delEstado, donde el gobierno tenía fuerzas veteranas

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y hombres muy listos para todas las estratagemasmilitares, cualidad de que carecían los guerrilleros.

Acuartelada la fuerza y puesta en seguridad labrigada, compuesta toda de los mejores caballossogamoseños, los jefes se entregaron a la holganza,y con ellos, la mayor parte de los subordinados,quienes por ser voluntarios y hombres acaudalados,casi todos se creían, como se creen en tales casos,sin el deber de someterse a la disciplina militar;fomentando tal desmoralización los mismos jefes,que vienen a ser simples espadachines sujetossiempre al capricho del primer cacique que tengala audacia necesaria para hacer que se cumplansus antojos, como los jefes complacientes lo hicie-ron aquella tarde, y ¡arda Troya!, como la vieronarder aquella memorable noche.

y fue el caso que por la vía de la capital seesperaba, de un momento a otro, una pequeñaguerrilla que venía a unirse con la ya citada.

En esa misma dirección enviaron un posta (elindio que primero se les presentó), diéronle unpapelito para el jefe de la guerrilla esperada, enque daban cuenta exacta del número de gente, delarmamento, de los caballos y de las posiciones ocuarteles, sin omitir ningún detalle; y ésta fue lasentencia de muerte de La Guerrilla.

El indio iba cantando y muy de prisa, aunqueera de noche y no muy lejos del pueblo, cuandofue sorprendido por el grito de:

-¡Alto!, ¿quién vive?

-¡Yo, mis amos!, contestó el inteligente posta,y muriéndose de miedo, añadió: No me vayan aenjusilar, mis amitos, que si sus mercées son lafente de nostra santa relifión aquí les treigo cosía

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en mis calzones una carta que les espacharon misotros amos con unas razones escribías de que lostán esperando por horas en la perroquia a susmercées.

-¡Sí, sí!, nosotros somos, ja ver la carta!, dijoel jefe de la fuerza gobiernista, fuerza que, aunqueinferior en número, era compuesta de gente vete-rana, y acaudillada por un hombre muy astuto.

Se mandó hacer alto a la tropa. El indio desco-sió un remiendo de sus pantalones, donde llevabael papelito, y al entregarlo, dijo:

-Mis amos sí me darán mi medio pa la chicha,porque yo he corrío que ni qué venao y ya queno cayí en manos del enemigo echemos un güenviva nuestro partío.

Le dieron el medio al indio y gritaron:

-¡Viva nuestro partido!

Pidieron al indio todos los informes que qui-sieron, fuera de los que el papelito rezaba, sinomitir nada de lo que les convenía saber paralograr con más facilidad la ansiada presa.

A continuación del mismo papel contestaron anombre de los que en el pueblo esperaban; pedíana los guerrilleros algunos caballos, les suplicabanque les tuvieran algo que cenar y que salieran aencontrarlos.

-Ojalá, dijo el indio, metiendo el papel entreel remiendo, ojalá y no ilaten sus mercées en lle-gar, porque si no abrevean no topan que beber,porque allá tán mis amos hechos unas pascuasdialegres, y nuán dejao ni gran di ni mistelas enlas ventas, y beben que ni que pescaos, y hacenunos gestos que da miedo a cada trago que se

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suerben, y quebran limetas en las ventas de loscontrarios, que eso ya tá empedrao de vidrios, ylas casas de lescuela y las cárceles y el cabildo yhasta el mesmo convento tan que aquello jiervede cachaquería y trompetas y jusilerías como no sihabía visto; y con la llegada de mis amos sí quevan a ser las j iestas de las güenas. Miren, misamos, la carta sí que quedó escondía, que nianque los enemigos escarben debajue la tierra nola topan, les asiguro. ¡A patas!, ¡yo veré! Hastaluego, mis amos.

-Hasta luego, díles que pronto llegamos.

La baraúnda estaba en su punto cuando llegóel indio a la casa cural, donde los jefes devorabanuna cena que el señor cura les había hecho pre-parar, y a la voz que dio el jefe al terminar lalectura del papel, exclamaron:

-¡Llega la guerrilla! ¡La guerrilla entra ahoramismo! ¡Todo mundo a recibirla!

Al decir esto, todo se puso en movimiento: lélvoz corrió hasta los cuarteles, y a excepción delos centinelas, todos empezaron a correr; se hizorecogida de todos los cohetes que hubo en el pue-blo; la plaza se convirtió en una batalla; se echa-ron las campanas a vuelo y por todas partes segritaba; y una especie de locura, causada por elentusiasmo, se apoderó de todos. Los jefes no secontentaron con salir solos y para mayor solem-nidad de aquel recibimiento, se llevaron en sucompañía al señor cura. Marcharon todos a pie,desarmados y quemando cohetes al son de la mú-sica guerrera.

Pablo, con ser hombre de orden, no pudo impo-nerse ni someter smo a muy pocos de los suyos;pero siempre previsor, cogió el famoso caballo de

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su pertenencia, que estaba en la cuadra del cuar-tel, y con nueve de sus compañeros, bien monta-dos, provistos de carabinas, lanzas o revóleres,salieron a retaguardia de aquella montonera delocos; pero se les ocurrió inspeccionar un cuartelque estaba fuera de la plaza, de la cual no se ha-bían separado una cuadra, cuando oyeron unostiros acompañados de una gritería ensordecedoraque proclamaba al gobierno legítimo; vuelan a laplaza y advierten que muchos de sus compañerosestán maniatados y todos en poder del enemigo, aquien encontraron en vez del amigo que espera-ban recibir. Con dolor vieron que se había perdidotodo, hasta el honor, por la incuria de los atolon-drados jefes, que bien merecían aquel castigo.

Pablo, con sus compañeros, se escapó debido ala bondad de sus caballos, y andando toda la nochepor entre montes y breñas, llegó a la casa de suspadres, donde se entregó de nuevo a las tareasque ya conocemos.

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UN FUSILAMIENTO

La guerra, además de ser un mal en sí, es tam-bién causa de males, y trae siempre funestasconsecuencias. Una de las que yo tuve que sentir,en el año de 1895, fue el horroroso asesinato queen la ciudad de La Mesa, perpetraron GregorioRueda y Cesáreo Duque en la persona de Aristi-des Cardoso, agente de policía. Estos sujetos, enla ejecución del crimen, fueron ayudados por unhombre que, por ser mayor de sesenta años, fuecondenado a diez y seis años de reclusión en elPanóptico de Bogotá.

No apuntaré aquí más que los principales ca-racteres que revisten de una ferocidad sin igualaquel horroroso crimen.

Cardoso no hizo más que cumplir una orden dela autoridad superior, sin que ella afectara ennada a sus crueles asesinos, quienes después dehaberlo martirizado sin piedad, mutilándolo yrompiéndole una pierna y un brazo, lo arrastraronvivo hasta el lugar donde debían sepultarlo, másde media legua distante de aquel donde dieronprincipio a tan cruel carnicería. El infeliz Cardosovio abrir su sepultura, y quisieron obligarle a tra-bajar en ella cuando estaba agonizante, sin quese ablandaran los endurecidos corazones de susimplacables enemigos a los ruegos que les hacía,según confesión de ellos mismos, de que lo perdo-

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naran y no hicieran terminar su vida tan cruel ydespiadadamente.

Cuando arroj aron desde lo alto al fondo de lafosa a aquel infortunado, todavía vivo, uno deellos bajó, y con el filo de una barra le despedazóel cráneo.

Descubierto el crimen a pocos días de consuma-do, se reunieron en consejo de guerra los jefes dela fuerza acantonada en la plaza, y resolvieronimponer a los reos la pena capital. Ambos eranmuy jóvenes.

Serían las diez de la mañana del día 19de marzode aquel año, cuando se presentó en la casa cural,el jefe de la fuerza a notificarme que debía, segúndisposición de la ley, ir a cumplir mis deberescomo sacerdote con aquellos desgraciados, porqueiban a ponerlos en capilla inmediatamente, paraser pasados por las armas a las veinticuatro horas.

-¡Terrible trance para mí!

Dirigime inmediatamente a la cárcel y hallé alos reos en el salón de la municipalidad. Ya leshabían notificado la fatal sentencia. Al ver aque-llos hombres llenos de vida, y al pensar que aldía siguiente iban a morir, me estremecí y no pudemenos de llorar... Rueda estaba en pie, medita-bundo, con los brazos cruzados sobre el pecho;Duque fumaba, tendido boca arriba sobre un ca-tre. Al verme enjugar las lágrimas, me dijo Duque:

-Padre, yo no tengo miedo; ¿y usted llora por-que nosotros vamos a morir?

-Sí, hijo, temo por vuestras almas; lloro vues-tro crimen, y vengo a prepararos para el tremendotrance de la muerte.

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Sin decir nada siguió fumando, y se manifestóindiferente a una exhortación que empecé a ha-cerles. Haría cinco minutos que yo hablaba,cuando Rueda se me acercó, sentose junto a mí,trabó los dedos de las manos y prestó mucha aten-ción. Al dejar yo de hablar, éste me dijo que teníaque hacerme una consulta, y como quisiera lle-varle a un extremo del salón para oírlo, memanifestó que deseaba que todos los que allíestaban lo oyeran, y -fuera de algo muy graveque dejé al cuidado de la autoridad- empezó adecir llorando:

-El delito por el cual me hallo aquí, lo cometírealmente; son ciertas todas las acusaciones queme hacen; el castigo que se me impone es poco,y si mi muerte es inevitable, como lo merezco,quiero arreglar bien mis cosas.

Duque lo interrumpió diciendo:

-Yo no tengo nada qué arreglar, y muero con-tento después de haber ayudado a matar a Cardoso.

Rueda prosiguió:

-Yo no he hecho sino la primera confesión,cuando era niño; soy soltero, pero he vivido conuna mujer de la cual tengo familia; deseo casarmecon ella, porque tengo algunos intereses y quieroque me hereden mis hijos.

Ofrecile que se haría todo según sus deseos, einterrogué a Duque, quien me contestó con indi-ferencia:

-Yo no me he confesado nunca, soy soltero yno tengo nada que arreglar.

-¿y usted no desea confesarse? Piense en quemañana va usted a morir.

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-Ya veremos si me animo a hacerlo.

-Sí, vaya pensando en disponerse para la muer-te, que yo le ayudaré a prepararse para la confe-sión, le dije, y salí a dar cuenta al prefecto detodo lo ocurrido. Inmediatamente llamé por eltelégrafo a algunos sacerdotes, curas de los pue-blos cercanos, para que vinieran a ayudarme adisponer a los reos.

Pronto volví, preparé a Rueda para el matrimo-nio, verificado el cual, se ocupó en dictar susdisposiciones testamentarias. Terminado todo, sedespidió de su madre, de su esposa, que llevabaa un niño pequeñito en los brazos, y de algunaspersonas de su familia que habían entrado a verlo.Rueda cogió el niño, le miró detenidamente, loestrechó contra el pecho, lo besó, y al devolvérseloa la madre dijo:

-¡Pobre criatura! Dios no permita que esteangelito vaya a ser tan malvado como yo. No ledigas jamás quién fue su padre, ya que en la par-tida de su bautismo no está mi nombre. Al deciresto se dejó caer sobre un asiento, se tapó la caracon ambas manos y empezó a sollozar. Lo animéa que se resignara y encomendara su alma a Dios,y él sin levantar la cara, dijo:

-¡Ay, cuánto sufro!, pero mucho más merez-co. .. ¡Adiós!... Retírense todos, y no vuelvan aentrar aquí los que han venido a verme, porqueme muero de vergüenza. Pidan a Dios por mí, ydéjenme, que quiero arreglar mi conciencia.

Aquel espectáculo no podía ser más conmove-dor. Todos se retiraron llorando, inclusive algunosparientes de Duque, quien se despidió sin emo-ción alguna, y siempre jactándose de su delito.Al salir la anciana madre de Rueda, se detuvo en

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la puerta, y volviéndose hacia el interior del salón,donde estaba su hij o, prorrumpió en dolorososayes, y ahogada en llanto, dijo:

-¡Gregorio, hijo mío!. .. hijo de mi alma ...acuérdese que es cristiano. .. y que yo. " prontomoriré de dolor ... ¡Ay, desgraciado hijo!

Dio un grito y cayó desmayada, siendo precisolevantarla y llevarla en vilo.

Todavía se me agolpan las lágrimas a los ojosal recordar aquella conmovedora escena ...

Gregorio, al oir las palabras de su madre, seechó de hinojos a mis pies, y abrazándome porlas rodillas, me suplicó llorando que oyera suconfesión. Lo levanté, lo hice sentarse y seguí ladifícil tarea de preparar convenientemente a aquelde los reos que todavía permanecía indiferente.

Al caer la tarde llegó el señor doctor TobíasCabra, cura de Anapoima, en aquel tiempo, únicosacerdote que vino a ayudarme a cumplir con elmás aflictivo cuanto penoso de todos los deberesa que tiene que someterse un sacerdote. Los otrosa quienes llamé no vinieron, sea por la premuradel tiempo, sea porque el caso era para ponerespanto en el corazón más esforzado.

Después de haber trabajado casi todo el día yparte de la noche preparando a los reos, y cuan-do ya Duque se manifestó menos rehacio a lasinspiraciones de la gracia de Dios, les dije queera necesario dar principio a la confesión, y quecada cual debía elegir su confesor de entre losdos sacerdotes que allí estábamos. Rueda me instópara que yo le confesara, y Duque dijo que él seconfesaba con el doctor Cabra.

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A las ocho dirigí un telegrama urgente al ilus-trísimo señor arzobispo, pidiéndole licencia paracelebrar en la capilla de los ajusticiados, que eraen la casa municipal, donde están también las cár-celes, el santo sacrificio de nuestra redención, paradar allí la sagrada comunión a los reos, y porqueRueda manifestaba grandes deseos de oir siquierauna misa antes de morir.

A las diez, dimos principio a las confesiones, yun cuarto de hora después, Rueda, que iba hacien-do la suya con las mejores disposiciones, se des-mayó y quedó tendido en el suelo. Tuve quehacerle tomar un poco de caldo y vino, para quevolviera de un vértigo mortal que le acometió.¡La agonía, causada por la presencia de la muertetan cercana, se había apoderado ya de aquelhombre!

A ese tiempo llegó la contestación del ilustrísimoseñor arzobispo, concediéndome la licencia solici-tada y enviándome su bendición. Desde esa horami espíritu, que ya desfallecía, se reanimó. Si yohubiera sido uno de los condenados, quizás habríatenido más valor para presenciar y sentir las ago-nías de aquella lenta y afrentosa muerte.

Después de confesados los reos, les hicimos to-mar algún alimento y los preparamos para recibirla sagrada comunión al día siguiente.

Con Rueda tuve que luchar mucho, porque apesar de la extenuación en que se hallaba, se opo-nía tenazmente a alimentarse. Tan penetrado es-taba de su situación, que no hacía más que llorary pedir a Dios misericordia. La idea de lo horro-roso del crimen cometido por el y sus compañeroscausó en su alma impresión tan viva y tan honda,que fue preciso atenuarle, en cierto modo, sudelito, para que no cayera en la desesperación.

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A la media noche nos retiramos el doctor Cabray yo.

Imposible' me fue conciliar el sueño, teniendodelante la espantosa perspectiva del siguiente día;mi alma estaba empapada en amargura, me doliael considerar que en mi pueblo se cometierancrímenes de la naturaleza del que tan severamentese iba a castigar; pensaba en el espantoso términoa que conduce al hombre la perversidad, cuandovive olvidado de Dios, y cuando no obedece másque a los feroces impulsos de su extraviada razón;me espantaba la idea de que este horroroso cas-tigo fuera el último esfuerzo a que se ve obligadala justicia de la tierra; pensaba en que un puebloentero presenciaría al día siguiente aquel san-griento espectáculo, en el cual quizás algunosaprenderían a respetar la ley y la justicia deeste mundo, bien diferentes en sus juicios de laJusticia Divina. ¡Oh, espantoso trance! De un ladola consideración de ir a presenciar la muerte dedos hombres tan jóvenes, que serían cruzados abalazos; del otro, la ferocidad de su delito ...

En estas consideraciones me sorprendieron lascuatro de la mañana. Inmediatamente me fui parala cárcel, donde estaba todo preparado para cele-brar la santa misa.

Al entrar a la capilla de los ajusticiados, observéque Duque se hallaba profundamente dormido;Rueda estaba postrado de rodillas ante el altar,con la cara apoyada entre las manos. Me detuvea contemplar un momento aquel cuadro. Un hom-bre que para expiación de su crimen vigilaba yoraba delante de Jesucristo suspendido en unacruz; otro que, entregado al sueño, no cuidaba dela suerte de su alma, ni se apercibía para marchar

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dentro de pocas horas a la eternidad, de dondeno se vuelve.

Como no había tiempo que perder, me acerquéa Duque y lo desperté. Rueda parecía una estatuade mármol. Le toqué un hombro, y retrocedí es-pantado, porque al levantar él la cara, ví queaquel hombre, lleno de robustez y de vida, puesapenas contaba veinticinco años, estaba lívido,descarnado, los ojos hundidos, las mejillas bañadasen lágrimas, y los cabellos completamente blan-cos. ¡Oh!, ¡qué impresión tan violenta se habíaapoderado de su alma! Instintivamente caí de ro-dillas a su lado y lloré con él ...

Duque se arrodilló también. Les hice recitaralgunas oraciones y la profesión de fe, como sehace con los agonizantes. Reconcilié a Rueda yen seguida les hice una exhortación animándolosa entregarse en manos del Señor misericordioso,que siempre perdona al pecador arrepentido; ce-lebré por ellos la santa misa y les dí la sagradacomunión. Hecha la acción de gracias, cuidé deque se desayunaran. Rueda volvió a arrodillarseante el altar, y Duque se sentó en la cama y sepuso a fumar.

La mañana la pasé, ayudado del doctor Cabra,en hacer a los ajusticiados la preparación para lamuerte.

Jamás me había visto yo tan angustiado y tanurgido por el tiempo. Las horas me parecían mi-nutos, y la agonía de aquellos dos hombres sehabía apoderado de mí con tal vehemencia, quecreí perder el sentido o quedar enfermo para todami vida. No permita Dios que en mis días vuelvayo a verme en situación semejante.

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A las doce entramos el doctor Cabra y yo a lacapilla y empezamos a hacer recitar las plegariasde los agonizantes a aquellos hombres cuya vidafinalizaría al cabo de una hora. ¡Qué espantoso esver agonizar un hombre sano, con la consideraciónde que a una hora fija llegará la muerte a cortarlas ligaduras entre el alma y el cuerpo! Rueda,en cuyo semblante se veían pintados un vivísimodolor y una resignación muy grande, no queríadejar de orar un instante; era un cadáver que semovía y articulaba palabras por medio de las cua-les aquella alma tan hermoseada por la gracia deDios, se encomendaba a Jesucristo agonizante enel Calvario.

-¿Mucho tarda la hora en que he de morir?,me preguntó.

-Dentro de media hora usted estará en el cielo.Tenga mucha confianza en la misericordia de Dios.

Pocos minutos después penetró en la capillauna escolta que debía ejecutar la sentencia; yunos agentes de policía, vistieron a los reos conunas túnicas negras. Rueda pidió como últimofavor que le permitieran cubrirse la cara, por lavergüenza que le causaba su delito. El oficial quemandaba la escolta dio orden de marchar. Ruedase arrodilló un momento ante el altar, besó elsuelo, se levantó y cubriéndose el rostro con unpañuelo, lo apoyó en la mano izquierda; entrelazóluego su brazo derecho con el izquierdo mío, yestrechó contra su pecho el crucifijo que yo habíallevado, y que ha sido compañero de muchos mo-ribundos. Mientras tanto Duque se disponia a salir,sin alteración alguna y permitiéndose decir algu-nas frases ajenas de acto tan serio.

Al salir de la cárcel a la plaza, y cuando la pudedominar con la vista, advertí que estaba colmada

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de gente: era día de mercado, y no bajaban deseis mil las personas que iban a presenciar aquelespectáculo.

A una señal que dio el jefe de la fuerza, se oyóel redoble de un tambor, y un batallón allí forma-do, en cuyo centro estaba todo el presidio, se pusoen movimiento al lugar de la ejecución, que esuna plazuela distante seis cuadras de la plazaprincipal. Al redoble siguió el lúgubre toque deagonía que dejaban oír las campanas. El cortejodesfiló, sin que se oyera más que las voces de josdos sacerdotes que exhortábamos a dos hombresque lentamente caminaban a encontrarse con lamuerte, seguidos por la multitud, que ansiaba verla ejecución.

Tal curiosidad me pareció muy reprochable, yaunque he de advertir que muchas familias se reti-raron de la ciudad en aquel funesto día, hubo, sinembargo, quienes vinieran de otras partes y to-maran un local arrendado cerca del patíbulo delos ajusticiados, para presenciar su ignominiosamuerte.

A la media hora de tan angustioso camino llega-mos al sitio donde se habían levantado los ban-quillos, y allí ¡hasta encima de las casas y en lasramas de los árboles había gente!

Rueda, que tan penosamente caminó hasta aquellugar, sin ver el camino, ni preguntar por el sitiodonde debía morir, preocupado únicamente con lacuenta que pronto se le pediría en el Tribunal deDios, al advertirle yo que había terminado la jor-nada, se arrodilló y me pidió de nuevo la absolu-ción de sus pecados.

Sentase luego en el banquillo, acomodó elcrucifijo sobre el pecho por entre la abotonadura

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de su camisa, me suplicó que no lo abandonara,y que no permitiera que le fueran a descubrir lacara, cubriéndosela yo con el pañuelo que él lle-vaba, por encima del cual le pusieron una venda,y entregó los brazos al verdugo para que se losatara.

Duque, sin preocuparse de su suerte, recorriótodo el camino con la cara levantada, despidiéndo-se de sus amigos y manifestando la mayor tran-quilidad hasta la hora de morir.

Una vez atados y vendados, noté que Rueda es-taba atormentado por la sed; le hice tomar unostragos de agua, porque rehusó el vino, lo excité aimplorar la misericordia de Dios, y cuando él re-petía con voz firme: ¡Dios mío, en tus manos en-comiendo mi espíritu!, dieron la señal de fuego.Yo me retiré a dos metros de distancia, y volvién-dome a la multitud de espectadores que llenabala plaza, grité con toda la fuerza de mis pulmones:Roguemos a Dios que los perdone. Me arrodillé ylo mismo hicieron muchos. El estampido de veintebocas de fuego anunció que la vida de dos hom-bres terminaba allí tan afrentosamente ...

Duque quedó muerto en el acto, con la bocaabierta, la lengua salida y la cabeza caída sobreel espaldar del banquillo.

Rueda, ¡ah!, el pobre Rueda, que varias vecesdijo en la capilla que era poco el castigo que ibaa recibir, fue martirizado horriblemente. La fataldescarga, sin quitarle la vida, lo dejó atravesadopor el estómago. Precipiteme sobre él, y al estre-charlo entre mis brazos, tiñéndome con su sangre,me dijo, con la voz entrecortada: -Padre, ayúde-me a pedir a Dios que me perdone. El pañuelo quele cubría la cara estaba empapado en las lágrimasque brotaban de sus ojos. Dile la absolución, le

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hice repetir una plegaria, y me retiré. Le hicieronfuego por segunda vez, y aquel hombre quedóvivo! Volé sobre él, le repetí al oído el nombrede Jesús, le di la absolución, y sentí que me aban-donaban ya las fuerzas para seguir presenciandotan prolongado suplicio. Vi entonces que el cruci-fijo que tenía Rueda sobre el pecho, y que ahoraes testigo de lo que escribo, tenía casi cortadoel brazo derecho por el frote de una bala; y mien-tras yo ayudaba al' moribundo, observé tambiénque una costilla del martirizado reo se movíaprendida al banquillo sin estar separada por elotro extremo del tronco.

Mientras los soldados se preparaban para hacerfuego sobre aquel despedazado cuerpo, ¡cómo pa-decía!, ¡cómo luchaba con la muerte y con quéternura pedía perdón a Dios!

¡Sonó la tercera descarga, y el joven inclinólentamente la encanecida cabeza, negra la víspera,sobre el pecho, al entregar su hermosa alma enmanos del Creador!

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