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LA INVENCIÓN (Y REINVENCIÓN) DE EL TOBOSO: LA MIRADA DE CERVANTES (Y LA DE AZORÍN). "L'autre genre de compréhension, la verité essentielle de l' expérience, n' est pas transmissible ... Ou plutot. elle ne I'est que par I'ecriture Iittéraire" (J. Se mprún) "las formas posibles de la UTeaJidad son muchas" (J. Gil de Biedma) 1. La función de El Toboso en el Quijote. J. Ignacio Díez Fernández Universidad Complutense Nadie duda de que el Quijote es un libro mágico. Y lo es en tal grado que opera el maravilloso prodigio de transmitir sus contenidos incluso a aquéllos que nunca lo han leído l . Pero, para ser sinceros, esta virtud no radica sólo en el libro, sjno que, como es oralmente sabido, proviene en gran parte de esta cálida cultura eminente- mente oral que era y es la cultura española, en la que se han sustituido los supuestos 91

J. Ignacio Díez Fernández - cvc.cervantes.es · veces que aparece la palabra "Toboso" en el libro comprueba que son muchas y que ... el cual echa en la extremidad una cabeza de

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LA INVENCIÓN (Y REINVENCIÓN) DE EL TOBOSO: LA MIRADA

DE CERVANTES (Y LA DE AZORÍN).

"L'autre genre de compréhension, la verité essentielle de l' expérience, n' est pas transmissible ... Ou plutot. elle ne I'est que par I'ecriture Iittéraire" (J. Semprún)

"las formas posibles de la UTeaJidad son muchas" (J. Gil de Biedma)

1. La función de El Toboso en el Quijote.

J. Ignacio Díez Fernández

Universidad Complutense

Nadie duda de que el Quijote es un libro mágico. Y lo es en tal grado que opera el maravilloso prodigio de transmitir sus contenidos incluso a aquéllos que nunca lo han leído l

. Pero, para ser sinceros, esta virtud no radica sólo en el libro, sjno que, como es oralmente sabido, proviene en gran parte de esta cálida cultura eminente­mente oral que era y es la cultura española, en la que se han sustituido los supuestos

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rigores de la lectura por la saludable charla (con frecuencia bien regada). A lectores y oidores, en las adecuadas proporciones, me dirijo, pues incluso aquéllos que no han leído el Quijote relacionarían. sin dudar, el nombre de El Toboso y el título de la novela de Cervantes. No se trata sólo de un reflejo condicionado por esa suerte de cultura oral a la que me refería, sino que la asociación responde a uno de los caña­mazos más fuertes que vertebra ambas partes del texto y lo dota de ese ente que la vieja crítica literaria buscaba antes hasta con un candil: la unidad. Evidentemente no es el Quijote uno de esos textos en los que haya que perseguir la unidad, tan ase­gurada por la presencia de la pareja de protagonistas entre otros elementos, pero El Toboso es una entidad tan poderosa en el texto que, en buena medida, lo hace girar en tomo de sÍ. Cuando alguien se toma la molestia de consultar, pacientemente, las veces que aparece la palabra "Toboso" en el libro comprueba que son muchas y que prácticamente en todas ellas es la segunda parte de un sintagma con el que los per­sonajes de ficción de primer grado aluden a un personaje de ficción de segundo gra­do, a uno que sólo existe en la imaginación de don Quijote: Dulcinea del Tobos02

.

El sintagma está realmente soldado de forma que sus partes no suelen encontrarse aisladas.

Las frecuentes menciones de El Toboso (en el Quijote domina la forma "Tobo­so") sin duda responden a una o varias funciones. Quizá la más obvia es la conocida parodia de los libros de caballerías. El nombre del héroe y los de diversos persona­jes se completan con la referencia geográfica que los individualiza al tiempo que transporta al lector a los confines de un mundo nuev03. Es evidente que El Toboso

Sobre las causas de la muy extendida falta de lectura del libro apunta Maeztu lo siguiente: "Nuestro actual pueblo no siente el Quijote. Buena parte de culpa corresponde a los cervantófi­los. Han hecho cuanto estaba de su parte para esconderle a las miradas populares, suponiéndole significados esotéricos de difícil o imposible inteligencia. Se le ha tratado como a un dogma, como a un fetiche, como a un misterio, como al arca cerrada del Tabernáculo. Se le han consa­grado grandes volúmenes de intrincados conceptos y pocas páginas humanas, sinceras, humildes y sencillas. Y en el rincón de un laberinto que obscurece el humo del incienso yace el Quijote sepultado por sus teólogos, augures, intérpretes, zelotcs, exégetas, escoliastas, ergotistas, sacer­dotes y profetas" (Maezlu, 3; agradezco a mi buen amigo y colega Emilio Palacios la noticia so­bre el texto así como su reproducción).

2 Frente a la rica bibliografía sobre la descripción de Dulcinea y su función en la novela (Allen, Heugas, Osterc, Rodríguez-Luis, Vercs, de muy distintos enfoques y calidades, entre olros mu­chos trabajos que pueden encontrarse en J. Fernández, especialmente en la bibliografía de n. 9), la crítica no parece haberse ocupado demasiado de la segunda parte del nombre (en Cervantes Projec/ 2001 sólo se recogen tres trabajos que incluyen, de algún modo, El Toboso en su conte­nido).

3 En contra de la habitual onomástica caballeresca, la dama, Dulcinea, también completa su nom­bre con un apéndice geográfico: "Aunque esporádicamente aparece con designación de lugar el

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no reúne, ni para Cervantes ni para sus lectores, la condición de contener el exotis­mo exigible o necesario, pues para escritor y receptores remite a un universo cono­cido y próximo, muy conocido y ¡róximo, realmente a un lugar pequeño y nada misterioso o mágico, en principio. En el contraste entre El Toboso y Londres se basa el comienzo del soneto que dirige "La señora Oriana a Dulcinea del Toboso":

¡Oh, quién tuviera, hermosa Dulcinea, por más comodidad y más reposo. a Miraflores puesto en el Toboso.

5 y trocara sus Londres con tu aldea! (30)

El nombre de la que será llamada "emperatriz de la Mancha" (1, 4) se explica de forma inmediata y un tanto seca y lógicamente, y forma parte del bautismo previo y necesario que exige nombrar un mundo antes de salir a pregonarlo:

vÍno a llamarla Dulcinea del Toboso, porque era natural del Toboso; nombre, a su parecer. músico y peregr~no y significativo, como todos los demás que a él y a sus cosas había pueslO. (1, 1)

nombre de la dama caballeresca [ ... ] el topónimo es en general perrogativa de los varones [ ... ] Cervantes querrá dar a la dama un disparate geográfico semejante al que ha dado al caballero" (1 ventosch. 71 , n. 22).

4 "En una relación que sus vecinos dieron el año de 1577 [ ... ] dijeron que el nombre le venía de las muchas tobas o piedms ligems y como esponjosas que se encuentran en su territorio" (Rodrí­guez Marín. vol. 1,66). En su monumental obra Astrana Marín corrige esta explicación: "la toba [ ... ] es el cardo borriqueño o cardencha, planta silvestre de tres o cuatro pies de altura, y aún más, con las hojas aserradas. espinosas y que abrazan el tallo, el cual echa en la extremidad una cabeza de figura de piña y llores purpúreas" (VII. 337). El libro de Julián de la Morena, que ya desde su título contradice mi tímido aserto. también se ocupa del origen del nombre del Toboso y discute tres hipóteSIs: "Tobar del oso"; "Piedra toba del oso"; "Tob+sod = bueno+secreto" (17-20). La hipótesis de la Morena relacionada con Dulcinea parece indicar que se trata de una de las manifestaciones de la dulce Ana (67), una suerte de principio divino femenino, que en el libro se describe como la "Diosa maestra de los Thuata-do-Danán, supervivientes atlantes que recibieron los favores de Lug. que es el nombre del dios sin nombre" (25). Astrana Marín pro­porciona varios datos sobre la historia de El Toboso y su importancia en la época de Cervantes (VII. 337-41).

5 Todas las citas proceden de la edición de Sevilla y Rey, recogida en la bibliografía, El número, tras Ion, remite al capítulo. La numeración arábiga utilizada de forma aislada señala la página. Sobre el soneto véase M artin. J3g-9.

6 Véanse los artículos de Rafael Lapesa y de Hermann Iventosch sobre la etimología de Dulcinea y la influencia de Lofraso en la inventiva cervantina (sobre onomástica recoge Iventosch una abundante bibliografía en su nota 2). >'EI nombre de Dulcillea, sugerido por la reminiscencia de una obra ridícula, debió conservar en la mente de Cervantes un matiz estimativo resultante de ese origen. Para nosotros es sólo un símbolo de fina musicalidad que transparenta la beatitud de

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Previamente, como recuerdan los lectores, don Quijote se ha autobautizado con mayor explicación, aunque manifiestamente burlesca:

Pero, acordándose que el valeroso Amadís no sólo se había contentado con lla­marse Amadís a secas, sino que añadió el nombre de su reino o patria [ ... ], y se llamó Amadís de Gaula. así quiso, como buen caballero, añadir al suyo el nombre de la suya y llamarse don Quijote de la Mallcha, con que, a su parecer, declaraba muy al vivo su linaje y patria, y la honraba con tomar el sobrenombre de ella. (1, 1)

Más adelante, Don Quijote proporciona este escuálido retrato de su Dulcinea, donde el lugar es elemento esencial de la caracterización:

Yo no podré afirmar si la dulce mi enemiga gusta, o no, de que el mundo sepa que yo la sirvo; sólo sé decir. respondiendo a lo que con tanto comedimiento se me pide, que su nombre es Dulcinea: su patria, el Toboso, un lugar de la Mancha; su calidad, por lo menos, ha de ser de princesa, pues es reina y señora mía [ ... ] (I, 13).

Pero, probablemente, Cervantes también juega con la connotación fónica del nombre. No hace falta transmutarse en un cabalista que busque en el Quijote el jar­dín de los senderos que se bifurcan para darse cuenta de que el sintagma "Dulcinea del Toboso" emplea las vocales de un modo harto curioso (si se guarda la rima): en "Dulcinea" aparecen cuatro alineadas en el orden inverso al que es hoy tradicional y la vocal restante se recoge tres veces, y sin ninguna competencia, en el nombre "To­boso". Siempre que se llega a lo que se puede llamar estilismo fónico o fonético es difícil deslindar las intenciones del autor de los excesos filológicos e imaginativos del intérprete por lo que no sacaré ni las conclusiones más obvias y sólo señalaré lo que ya era evidente, que Cervantes juega con la parodia, la ironía y la sonoridad. Pero, si estuviéramos en una de esas academias de allende los mares y entronizára­mos el mal gusto como nuestro norte y guía, podríamos jugar con la evidente dife­rencia fónica de la mancha vocálica de "La Mancha" y "Toboso" y extraer obscenas consecuencias de todo ello, además de recordar la identidad genérica (¿o sexual?) que "Mancha" y "Panza" podrían connotar desde sus juegos vocálicos.

La burla de ambos nombres ('"don Quijote de la Mancha", "Dulcinea del Tobo­so") es evidente en el capítulo uno de la primera parte. Y. en el caso de "Toboso", se aprecia especialmente en los únicos versos "que se pudieron hallar enteros y que

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un ideal inasible; la ironía se nos antoja limitada al genitivo "del Toboso", con el que el nombre poético queda apresado por la realidad cotidiana" (Lapesa. 217-8). Consúltese también la nota 58 de 1, 1.

se pudiesen leer" tras la soledad de Don Quijote en Sierra Morena y que comienzan "Árboles, yerbas y plantas" (1, 26). Los versos de Don Quijote son de corte burles­co, a juicio de los oyentes, efecto que potencia el recurso que después comenta el narrador:

No causó poca risa en los que hallaron los versos referidos el añadidura del Tobo­so al nombre de Dulcinea, porque imaginaron que debió de imaginar don Quijote que si, en nombrando a Dulcinea, no decía también del Toboso, no se podía en­tender la copla; y así fue la verdad como él después confesó. (319)

Pero también es cierto que con la ruptura del conocido sintagma que inunda la novela y con el uso de "del Toboso" como pie quebrado que cierra cada una de las tres coplas se provoca sorpresa de por sí, cuando no hilaridad. Es más. La sonoridad de "Toboso" que ya he comentado, con la oscuridad vocálica, se presta bien para una conclusión burlona a fuer de excesivameme seria. Y, por otro lado, el brusco cambio métrico subraya aún más la drástica conclusión que suena peculiar desde el punto de vista fónico:

aquí lloró don Quijote ausencias de Dulcinea del Toboso7

Pero la repetición abundante del sintagma "Dulcinea del Toboso" (preseme en los poemas iniciales y finales de la 1 parte, lo que aumenta la función burlesca) ade­más de constituir una broma es también un leitmotiv que arraiga en la meme dellec­tor que se preguma (si se acepta que la mente de un lector se pregunta algo) ¿cuándo se llega a El Toboso? En la primera parte Don Quijote envía, mentalmente o no. a varias de sus víctimas a Dulcinea en el Toboso, pero el lector no va allí nun­ca, entre otras razones porque esas víctimas tampoco lo hacen. Sólo como ejemplo, léase la obligación siguiente:

Y. en pago del beneficio que de mí habéis recibido, no quiero otra cosa sino que volváis al Toboso, y que de mi parte os presentéis ante esta señora y le digáis lo que por vuestra libertad he fecho (1, 8).

Don Quijote envía al mismo lugar a los liberados galeotes, aunque ahora se trata de "la ciudad del Toboso" (l, 22: también en n, 14). Sólo se aproxima elleclor al mítico lugar cuando Sancho recibe el cometido de entregar una carta a Dulcinea y debe, por tanto, ir a El Toboso (l, 23). Pero, como los lectores saben y los oidores

7 Los editores señalan. con bucn criterio. que "sin tu adenda del Toboso se pierde huena parte del humorismo de estas coplas" (n. 16. 319).

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recuerdan, Sancho vuelve a Sierra Morena sin haber puesto los pies en El Toboso. En cualquier caso, queda claro que Cervantes juega, como en tantas ocasiones, con las expectativas que ha despertado en el lector, en concreto con la expectativa que la referencia constante a un lugar al que se remite insistentemente debe despertar en el lector. Pero la satisfacción, por así decir, sólo se alcanza al comienzo de la segun­da parte.

Es muy significatívo, creo, que amo y criado salgan juntos, en su segunda larga jornada, para El Toboso. Además de los motivos que la crítica señala8, sin duda la constante presión de la primera parte en el comienzo de la segunda hace precisa una visita, aunque sea nocturna, al lugar más querido para Don Quijote. De paso, Cer­vantes satisface, en parte de forma burlona, como no podía ser menos, el deseo del lector constantemente dirigido hacia El Toboso en la primera parte. ¿Qué es lo que ve Cervantes en El Toboso y qué es lo que ven con él sus lectores? Por de pronto, la introducción a los capítulos 8, 9 y lOna deja de traslucir la burla, pues el capítulo 7 acaba elevando al Toboso a la categoría de "gran ciudad" (luego se mencionará "un encinar o selva junto al gran Toboso" y se reiterará lo de "la gran ciudad del Tobo­so", en el capítulo 10). Don Quijote explica sus Intenciones y anticipa la treta de Cervantes:

Sancho amigo, la noche se nos va entrando a más andar, y con más escuridad de la que habíamos menester para alcanzar a ver con el día al Toboso, adonde tengo determinado de ir antes que en otra aventura me ponga, y allí tomaré la bendición y buena licencia de la sin par Dulcinea ... (II, 8)

En jugosa conversación se les va "aquella noche y el día siguiente" y

otro día, al anochecer, descubrieron la gran ciudad del Toboso, con cuya vista se alegraron los espíritus a don Quijote y se le entristecieron a Sancho ... (II, 8)

La oscuridad viene bien a Cervantes por varias razones: porque parodia el secre­to con que los caballeros proceden en lances parecidos; porque Sancho no tiene que descubrír que no le entregó la carta a Dulcinea; y porque el lector se queda a oscu­ras. Además, juega con el suspense intercapitular que está reforzado, en esta oca­sión, con el conocido título del capítulo 9 ("Donde se cuenta lo que en él se verá"), en el que los personajes casi avanzan a tientas. Esto es lo que personajes y lectores descubren del Toboso:

8 Véanse, sólo como ejemplo. Astrana Marín, VII. 335. Y las curiosas razones que, en opinión de Mayáns y Fernández de Navarrete, explican la elección del Toboso por Cervantes (Astrana Ma­rin, VIL 343-5).

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Media noche era por filo, poco más o menos, cuando don Quijote y Sancho deja­ron el monte y entraron en el Toboso. Estaba el pueblo en un sosegado silencio, porque todos sus vecinos dormían y reposaban a pierna tendida [ ... ]. Era la noche entreclara [ ... ] No se oía en todo el lugar sino ladridos de perros, que atronaban los oídos de don Quijote y turbaban el corazón de Sancho. De cuando en cuando, rebuznaba un jumento, gruñían puercos, mayaban gatos, cuyas voces, de diferen­tes sonidos, se aumentaban con el silencio de la noche [ ... ]; pero, con todo esto, dijo a Sancho:

-Sancho, hijo, guía al palacio de Dulcinea: quizá podrá ser que la hallemos des­pierta. (ll, 9).

La burla aparece de nuevo y acentuada en el contraste final entre la voz del na­rrador y los altos pensamientos de don Quijote que esperan encontrar lo que los li­bros de caballerías describen. Compárese, por ejemplo, con esta descripción del capítulo XXXI de Amadís de Caula:

El Rey havía mandado que le Ilevassen tienda y aparejos, porque no entrassen en poblado. y se aposenlassen en las vegas cerca de las riberas y fuentes de que aquella tierra muy abastada era. Así, por todas las vías se les aparejava la más ale­gre y más graciosa vida que nunca fasta allí tuvieran, porque aquel tan duro y cruel contraste venido sobre tanto plazer con mayor angustia y tristeza de sus áni­mos senlido fuesse. Pues así llegaron aquella gran cibdad de Londres, donde tanta gente hallaron, que no parescía sino que todo el mundo allí asonado era. El Rey y la Reina con toda su compaña fueron a descavalgar en sus palacios, y allí en una parle dellos mandó posar a Amadís ... (530-31).

El narrador ve El Toboso. pero de noche, y busca los elementos que alejan el preciosismo caballeresco, porque cuando, más tarde, don Quijote y Sancho tropie­zan con el único habitante del pueblo que parece estar despierto en la madrugada, un forastero que les remite al cura y al sacristán

porque tienen la lista de todos los vecinos del Toboso;

éste les explica, y también nos explica, que los habitantes del Toboso pueden no ser príncipes pero que de todo hay9, con un manifiesto deje burlón al final:

aunque para mí tengo que cn lodo él no vive princesa alguna; muchas señoras, sí, principales que cada una en su casa puede ser princesa. (ll, 9)

9 Parece que en la conocida Relación (de 1576, según Astrana Marín) los informanles "agregan que no existían nobles, caballeros ni hidalgos" en El Toboso, con excepción del Dr. Zarco de Morales (VII, 341 l.

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Antes, la búsqueda del palacio o alcázar de Dulcinea había desembocado en la iglesia y en una discusión que Sancho zanja de modo absurdo y con cierto desdoro de los toboseños:

en cada tierra su uso: quizá se usa aquí en el Toboso edificar en callejuelas los pa­lacios y edificios grandes (H. 9).

Sabido es que incluso la literatura más realista no refleja la realidad más que de un modo muy aproximado, pero el Quijote. que no parece acercarse al lugar man­chego para ponderar su grandeza, más que una descripción persigue reforzar el con­traste burlón con los sueños caballerescos. Más tarde, sí se citan como muy reconocibles ciertas "tinajas a la redonda, que, por ser del Toboso, le renovaron las memorias de su encantada y transformada Dulcinea" y que estaban a la puerta de la casa de Don Diego Miranda (11. 18).10

Las menciones de El Toboso, lugar conocido, contrastan con el silencio sobre el pueblo en el que vive el hidalgo, lo que ha hecho las delicias especulativas de una parte de la crítica cervantina. Cualquier nombre notorio podía servir a los intereses de parodia de los nombres de la narración derivada de los mitos anúricos, pero no todos disponían de una sonoridad que pudiera emplearse, en ocasiones, con fines burlones. Por otra parte, cuando Cervantes lleva al lector a El Toboso le enfrenta con un tratamiento irónico del lugar, del que se seleccionan unos aspectos que agu­dizan el contraste con las grandes ciudades de los libros de caballerías.

2. El Toboso y La ruta de Don Quijote.

Trescientos años después de la publicación de la primera parte del Quijote apa­rece La ruta de Don Quijote. de Azorín. Se trata de un breve y enjundioso libro de viajes por la supuesta geografía quijotesca. Pero antes de analizar la presencia de El Toboso debo aclarar algo. Me sorprende que en los congresos que este año se están dedicando a la Generación del 98 los participantes se vean obligados a realizar una suerte de finta argumentativa, en la que no me gustarfa caer, y que consiste en ne­gar, con cierta socarronería, la existencia de la Generación del 98 para, a renglón seguido, comprobar si tal autor o tal texto cumple las características de lo que se acaba de negar. Cien años después del "Desastre" no merece la pena insistir en lo que tuvo de invento oportunista la creación de la famosa Generación del 98 y, desde luego, no seré yo quien trate del interés que el paisaje castellano despierta en los au­tores de esa Generación inexistente, pues sería tanto como negar que haya brujas

10 La nota de Martín de Riquer en su conocida edición remite a Rodríguez Marín para afirmar la fama de "las tinajas toboseñas".

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para acabar corroborando su existencia. Pero en el caso de Azorín es evidente su in­terés por Castilla y por el paisaje en general. No hace falta rebuscar en su bibliog­rafía para tropezarse con títulos como Los pueblos, Castilla o El paisaje de España visto por los españoles. En 1905 no es casual (y no creo que haya que apelar a nin­guna generación para explicarlo) que se publiquen, entre otros, dos conocidos tex­tos sobre el Quijote: recuérdese la Vida de don Quijote y Sancho de Unamuno y añádase el mencionado libro de Azorín del que trataré en seguida] l. Pero mientras Unamuno aprovecha el Quijote para exponer algunas de las obsesiones más caracte­rísticas del rector de Salamanca, Azorín recorre parte de la Castilla de don Quijote y, al tiempo que sigue al manchego por pueblos y paisajes, presenta una desolada visión de la España de 1905 además de formular una ya clásica interpretación de la personalidad de los castellanos con que se podrían explicar, en cierto modo, algunos rasgos de la personalidad de don Quijote.

AzorÍn va más allá, en La ruta, de la visión literaria del paisaje que, según éL es tardía y deudora del romanticismo. Sus divagaciones se relacionan más bien con la influencia de la tierra sobre el alma de sus moradores. Azorín, a partir de su propia visión irónico-idealizada, aunque desde el contexto de la recuperación de Castilla, encuentra una sugestiva relación entre planicie y locura y se explaya sobre la inte­racción de geografía y clima y su influencia sobre el carácter. Se trata de una vieja idea, esta tesis de la interrelación de una y otra, que se encuentra en numerosos tex­tos. Por ejemplo, en la lettre CXXI de las Lettres persannes de Montesquieu se ha­lla esta enraizada declaración:

Lo mismo que las plantas. se impregna el aire de las partículas de tierra de cada país y obra de tal manera en nosotros que fija nuestro temperamento. (172)

Y aunque en otro lugar Azorín reconoce la distancia que separa la Castilla real de la literaria (cuando afirma:

A Castílla. a nuestra Castilla. la ha hecho la literatura. La Castilla literaría es dis­tinta -acaso mucho más lata- de la expresión geográfica de Castilla [El paisaje ... , 54])

Ir I . d' I f " ]2 en LIó' ruta lay una CIerta ten encla a a uSlon .

11 Véase el libro de Paul Deseouzis (cuya referencia me facilitó mi buen amigo y colega Emilio Pa­lacios).

12 El mismo Azoríll. en su libro l'vladrid ( 194] ) diseute la idea de la intluencia de la naturaleza en las obras literarias. a través de los autores: "El determinismo no es un hallazgo moderno ... El cli­ma a la manera completa eual Masdeu lo entiende, intluye indudablemente en el hombre. El cli­ma nos lleva. más o menos. a esta inclinación () a la otra proclividad. No exageremos. sin

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El Toboso de Azoríll aparece en la dedicatoria del libro, arropado por cuatro elo­cuentes adjetivos:

Al gran hidalgo don Silverio, residente en la noble, vieja, desmoronada y muy gloriosa villa de El Toboso ... (75)13

El viaje de Azorín no persigue emular el orden del que ocurre en el Quijote, aun­que sí se visitan algunos de los lugares más significativos. Azorín dedica mucho es­pacio y atención a Argamasilla de Alba identificándola de forma implícita con el lugar desde el que partió don Quijote hasta en tres ocasiones y sólo dos de las quin­ce estampas que componen el núcleo del libro tratan de El Toboso ("XIII. En el To­boso"; "XIV. Los miguelistas del Toboso"). La mirada de Azorín busca las señales de la decadencia y las compara con los datos del texto cervantino. Si bien el co­mienzo de XIII augura mayores satisfacciones ("El Toboso es un pueblo único, es­tupendo"), muy pronto todo se desliza hacia los signos de la ruina y el abandono, recordando o no los pasajes del QUijote:

Las encinas que estaban propincuas al Toboso y entre las que don Quijote aguar­daba el regreso de Sancho, han desaparecido [ ... J. Ya podéis ver la torre cuadrada, recia, amarillenta, de la iglesia y las techumbres negras de las casas. Un silencio profundo reina en el llano; comienzan a aparecer a los lados del camino paredo­nes derruidos [ ... ] Sentís que una intensa sensación de soledad y abandono os va sobrecogiendo. Hay algo en las proximidades de este pueblo que parece como una condensación, como una síntesis de toda la tristeza de la Mancha [ ... ] ¿Cómo el pueblo del Toboso ha podido llegar a este grado de decadencia'? (144 y 145)

Las intenciones de Azorín no son las de Cervantes. Junto al libro de viajes y a la recuperación de un paisaje, AzorÍn utiliza el texto cervantino también para seleccio­nar aquellos datos que avalan su visión de la decadencia de Castilla. El silencio de Cervantes era el de la noche, pero en Azorín es un silencio real y simbólico. El diá­logo azoriniano se establece con varias instancias a la vez: con los lectores, con el texto cervantino, con la erudición que ha hecho nacer a Cervantes en Alcalá y no en

embargo. García de la Huerta L ... ) explica el carácter de la literatura francesa por las condiciones de suelo y clima. Leyendo tales explicaclOnes se ve la fragilidad del determinismo en IiteralUra. De unas mismas condiciones geográficas pueden inferirse otros resultados. Aparte de que en li­teratura las grandes intluencias son aquellas que ejercen las obras sobre las obras" (Visión de Es­paiia ... , 1(1). Por otra parte. Paul Descouzis relaciona varios comentarios de la Ruta con el positivismo de Híppolyte Taine (118 Y ss.).

13 Todas las citas proceden de la ed. de Martíncz Cachero. Se indica entre paréntesis el número de págll1a.

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Alcázar, y con los hidalgos que habitan El Toboso en 1905 y que muestran una evi­dente unión con la tierra (y con don Quijote):

Don Silverio es el tipo más clásico de hidalgo que he encontrado en LÍcITas man­chegas; existe una secreta afinidad. una honda correlación inevitable, entre la fi­gura de don Silverio y los muros en ruinas del Toboso, las anchas puertas de medio punto cegadas, los tejadillos rotos, los largos tapiales desmoronados. Don Silverio tiene una cara pajiza, cetrina, olivácea, cárdena [ ... ] Y tiene don Silverio unos ojos de una expresión única, ojos que refulgen y lo dicen todo. Y tiene unas manos largas, huesudas, sarmentosas [ ... J. (149-150)

AzorÍn termina su visita a El Toboso con un homenaje al texto cervantino en donde los elementos burlones. de un comienzo que en Azorín es conclusión, se han transmutado, por los encantadores del atraso, en un silencio, bello a pesar de la de­cadencia:

Cuando nos hemos separado era medianoche por filo; no ladraban los perros, no gruñían los cerdos, no rebuznaban los jumentos, no mayaban los gatos, como en la noche memorable en que don Quijote y Sancho entraron en El Toboso; reinaba un silencio profundo: una luna suave, amorosa, bañaba las callejas, llenaba las grietas de los muros ruinosos, besaba el ciprés y el olivo silvestre que crecen en la plaza ... (154).

3. ¿Qué ven Cervantes y Azorín?

Tanto Cervantes como Azorín emplean los nombres de una geografía real pero con intereses diferentes. Cervantes utiliza el nombre del Toboso con dos funciones: la parodia y la expectativa. Azorín es un viajero que rinde homenaje allíbro de Cer­vantes al tiempo que expone su visión e interpretación de la decadencia castellana. Pero en literatura no existe una mirada que recupere objetivamente ni el espacio ni el tiempo. Ninguno de los dos lo pretende. Si la visión de Azorín responde a una rei­vindicación de lo castellano y de los pueblos que mezcla melancolía, admiración y desencanto, la mirada de Cervantes selecciona, de fonna más acusada, los elemen­tos descriptivos, aunque, quizá paradójicamente, Cervantes ha convertido en inmor­tal al Toboso, tal y como profetizó don Quijote:

Dulcinea es principal y bien nacida, y de los hidalgos linajes que hay en el Tobo­so, que son muchos, antiguos y muy buenos, a buen seguro que no le cabe poca parte a la sin par Dulcinea, por quien su lugar será famoso y nombrado en los ve­nideros siglos, como lo ha sido Troya por Elena, y España por la Cava, aunque con mejor título y fama. (Il, 32).

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