JACQUES PHILIPPE, tiempo para Dios - mercaba.orgmercaba.org/PDF/Jacques Philippe-Tiempo para Dios.pdf · cristiana y la distingue de otras actividades espirituales. ... recetas, sino

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  • TIEMPO PARA DIOSJACQUES PHILIPPE

    Gua para la vida de oracinTtulo original: Du Temps pour Dieu

  • NDICE

    I. INTRODUCCIN

    1. LA ORACIN NO ES UNA TCNICA, SINO UNA GRACIA

    1. La oracin no es un yoga cristiano

    2. Algunas consecuencias inmediatas

    3. La fe y la confianza, bases de la oracin

    4. Fidelidad y perseverancia

    5. Pureza de intencin

    6. Humildad y pobreza de corazn

    7. La determinacin de perseverar

    8. Entregarse enteramente a Dios

    II. CMO EMPLEAR EL TIEMPO DE LA ORACIN

    1. Introduccin

    2. Cuando no se plantea la cuestin

    3. Primaca de la accin divina

    4. Primaca del amor

    5. Dios se nos da a travs de la humanidad de Jesucristo

    6. Dios habita en nuestro corazn

    III. EVOLUCIN DE LA VIDA DE ORACIN

    1. De la inteligencia al corazn

    2. El corazn herido

    3. Nuestro corazn y el corazn de la Iglesia

    IV. LAS CONDICIONES MATERIALES DE LA ORACIN

    1. Tiempo

    2. Lugar

    3. La postura

    V. ALGUNOS MTODOS DE ORACIN

    1. Introduccin

    2. La meditacin

    3. La oracin del corazn

    4. El rosario

    5. Cmo reaccionar ante determinadas dificultades

    Apndice I: Mtodo de meditacin propuesto por el padre Libermann

    Apndice II: La prctica de la presencia de Dios, segn las cartas del hermanoLaurent de la Rsurrection (1614-1691)

  • INTRODUCCIN

    En la tradicin catlica occidental llamamos oracin a esa forma de plegariaque consiste en ponerse en la presencia de Dios durante un tiempo ms o menos largo,con el deseo de entrar en una ntima comunin de amor con El en medio de la soledad ydel silencio. Todos los maestros de vida espiritual consideran que hacer oracin, esdecir, practicar regularmente esta forma de plegaria, es el medio privilegiado eindispensable para acceder a una autntica vida cristiana, para conocer y amar a Dios ypara estar en condiciones de responder a la llamada a la santidad que El dirige a cadauno.

    Hoy, muchas personas y es un motivo de alegra tienen sed de Dios y sienten eldeseo de esta vida de oracin personal profunda e intensa; y quieren hacer oracin,pero encuentran distintos obstculos para comprometerse seriamente en esta va, ysobre todo para perseverar en ella. Con frecuencia carecen del valor necesario paradecidirse a empezar, o se sienten desamparadas por no saber muy bien cmo hacerlo;quiz, despus de repetidas tentativas se descorazonan ante las dificultades yabandonan la prctica habitual de la oracin. Ahora bien, esta actitud es infinitamentelamentable, pues la perseverancia en la oracin segn el testimonio unnime de todoslos santos es la puerta estrecha que nos abre el Reino de los Cielos; por ella, y slo porella, recibimos todos los bienes que ni ojo vio, ni odo oy, ni lleg al corazn delhombre, eso prepar Dios para los que le aman (1 Cor 2, 9). Es la fuente de la autnticafelicidad, pues quien la practica no dejar de gustar y ver qu bueno es el Seor (Sal34) y encontrar el agua viva prometida por Jess: Quien beba del agua que yo le dar,no tendr sed jams (Jn4, 14).

    Convencidos de esta verdad, deseamos ofrecer en esta obra algunas orientacionesy unos consejos, lo ms sencillos y concretos posible, con el fin de ayudar a toda personade buena voluntad y deseosa de hacer oracin, para que no se deje abatir por lasdificultades que, inevitablemente, ha de encontrar.

    Son numerosas las obras que tratan de oracin. Todos los grandes contemplativoshan hablado de ella mejor que podamos hacerlo nosotros y, por supuesto, los citaremosfrecuentemente. Sin embargo, creemos que la enseanza tradicional de la Iglesia sobreeste tema debera ser planteada a los creyentes de un modo sencillo, accesible a todos,adaptado a la sensibilidad y al lenguaje actual, teniendo en cuenta que la pedagoga queDios, en su sabidura, pone hoy por obra para conducir a las almas a la santidad, no es lamisma que en siglos pasados. Esta es la intencin que nos ha guiado en la redaccin deeste librito.

  • I. LA ORACIN NO ES UNA TCNICA, SINO UNA GRACIA

    LA ORACIN NO ES UN YOGA CRISTIANO

    Para perseverar en la vida de oracin, es necesario evitar extraviarse partiendo depistas falsas. Es indispensable, pues, comprender lo que es especfico de la oracincristiana y la distingue de otras actividades espirituales. Y es tanto ms necesario,cuanto que el materialismo de nuestra cultura provoca como reaccin una sed deabsoluto, de mstica, de comunicacin con lo Invisible que es buena, pero que suelederivar hacia experiencias decepcionantes e incluso destructivas.

    La primera verdad fundamental que hemos de captar, sin la que no podemos irmuy lejos, es que la vida de oracin la oracin contemplativa, por emplear otrotrmino no es fruto de una tcnica, sino un don que recibimos. Santa Juana Chantaldeca:

    El mejor mtodo de oracin es no tenerlo, porque la oracin no se obtiene porartificio (por tcnica, diramos hoy) sino por gracia. En ese sentido no hay mtodo deoracin, como no hay un conjunto de recetas, de procedimientos que bastara aplicarpara orar bien. La verdadera oracin contemplativa es un don que Dios nos concedegratuitamente, pero hemos de aprender a recibirlo.

    Es necesario insistir sobre este punto. Hoy sobre todo, a causa de la ampliadifusin de los mtodos orientales de meditacin como el Yoga, el Zen, etc.; a causatambin de nuestra mentalidad moderna que pretende reducir todo a tcnicas; a causa,en fin, de esa tentacin del espritu humano por hacer de la vida incluso de la vidaespiritual algo que se puede manejar a voluntad, se suele tener, ms o menosconscientemente, una imagen de la vida de oracin como de una especie de Yogacristiano. El progre so en la oracin se lograra gracias a procesos de concentracinmental y de recogimiento, de tcnicas de respiracin adecuadas, de posturas corporales,de repeticin de ciertas frmulas, etc. Una vez dominados estos elementos por mediodel hbito, el individuo podra acceder a un estado de consciencia superior. Esta visinde las cosas que subyace en las tcnicas orientales influye a veces en un concepto de laoracin y de la vida mstica en el cristianismo que da de ellas una visin completamenteerrnea.

    Errnea, porque se refiere a mtodos en los que, a fin de cuentas, lodeterminante es el esfuerzo del hombre, mientras que en el cristianismo todo es gracia,don gratuito de Dios. Es cierto que puede haber algn parentesco entre el asceta oespiritual oriental y el contemplativo cristiano, pero este parentesco es superficial; enlo que se refiere a la esencia de las cosas, se trata de dos universos absolutamentedistintos e incluso incompatibles[1].

    La diferencia esencial es la que ya hemos expuesto; en un caso se trata de unatcnica, de una actividad que depende esencialmente del hombre y de sus aptitudes(esas aptitudes particulares que hubieran quedado en barbecho en el comn de losmortales y que el mtodo de meditacin se propone descubrir y desarrollar), mientrasque en el otro, al contrario, se trata de Dios, que se da libre y gratuitamente al hombre.Aunque como veremos ms adelante cierta iniciativa y cierta actividad del hombretienen su papel, todo el edificio de la vida de oracin des cansa en la iniciativa de Dios y

  • en su Gracia. No hay que perderlo nunca de vista, pues, aun sin caer en la confusindescrita anteriormente, una de las tentaciones permanentes y a veces ms sutiles en lavida espiritual es la de basarla en nuestros propios esfuerzos y no en la misericordiagratuita de Dios.

    Las consecuencias de lo que acabamos de afirmar son numerosas y muyimportantes. Veamos algunas.

    ALGUNAS CONSECUENCIAS INMEDIATAS

    La primera consecuencia es que, incluso si algunos mtodos o ejercicios puedenayudamos en la oracin, no hay que atribuirles demasiada importancia y basarlo todo enellos. Eso significara centrar la vida de oracin en nosotros mismos y no en Dios,exactamente el error que no hay que cometer! Tampoco creamos que bastar algo deentrenamiento, o aprender ciertos trucos, para libramos de nuestras dificultades alorar, de nuestras distracciones, etc. La profunda razn que nos hace avanzar y crecer enla vida espiritual es de otro orden. Y afortunadamente, por cierto, pues si el edificio dela oracin se basara en nuestra propia industria, no iramos lejos. Santa Teresa de Jessafirma que todo el edificio de la oracin se basa en la humildad, es decir, en laconviccin de que nada podemos por nosotros mismos, sino que es Dios, y slo El, quienpuede aportar cualquier bien a nuestra vida. Esta conviccin puede resultar un pocoamarga para nuestro orgullo pero, sin embargo, es liberadora, pues Dios, que nos ama,nos impulsar infinitamente ms lejos y ms arriba de lo que podramos llegar pornuestros propios medios.

    Este principio fundamental tiene otra consecuencia liberadora. Siempre haypersonas dotadas para determinada tcnica y otras que no lo estn. Si la vida de oracinfuera cuestin de tcnica, habra personas capaces de una oracin contemplativa y otrasno. Es cierto que algunas personas tienen ms facilidad para recogerse, para cultivarhermosos pensamientos, etc., pero eso carece de importancia. Cada uno, si correspondefielmente a la gracia divina segn su propia personalidad, con sus dones y susdebilidades, es capaz de una profunda vida de oracin. La llamada a la oracin, a la vidamstica, a la unin con Dios en la oracin, es tan universal como la llamada a la santidad,porque una no va sin la otra. No hay absolutamente nadie excluido. Jess no se dirige auna elite escogida, sino a todos sin excepcin, cuando dice: Orad en todo tiempo (Lc21, 36) o Cuando te pongas a orar entra en tu habitacin y, cerrada la puerta, ora a tuPadre, que est en lo oculto; y tu Padre, que ve en lo oculto, te recompensar (Mt 6,6).

    Otra consecuencia que va a regir a lo largo de nuestra exposicin: si la vida deoracin no es una tcnica que se llegue a dominar, sino una gracia que recibimos, un donque viene de Dios, lo ms importante al tratar de ella no es hablar de mtodos ni derecetas, sino dar a conocer las condiciones que nos permiten recibir este don.Condiciones que, de hecho, consisten en ciertas actitudes interiores, en determinadasdisposiciones del corazn. En otras palabras, lo que asegura el avance en la vida deoracin y la hace fructfera no es tanto el modo que se adopta para orar, como lasdisposiciones interiores con las que se aborda la vida de oracin y se camina por ella.Nuestra principal tarea consiste en esforzarnos por adquirir, conservar e intensificar esasdisposiciones del corazn. El resto ser la obra de Dios.

  • Pasemos revista ahora a las ms importantes.

    LA FE Y LA CONFIANZA, BASES DE LA ORACIN

    La primera disposicin y la ms fundamental es una actitud de fe. Comotendremos ocasin de repetir, la vida de oracin implica una parte de lucha; y el armaesencial en esa lucha es la fe.

    La fe es la capacidad del creyente para actuar, no por impresiones, prejuicios oideas recogidas en el entorno, sino por lo que dice la palabra de Dios, que no puedementir. As entendida, la virtud de la fe es la base de la oracin: su puesta en prcticaimplica distintos aspectos.

    Fe en la presencia de Dios

    Cuando solos ante Dios nos disponemos a hacer oracin en nuestro cuarto, en unoratorio o ante el Santsimo Sacramento, debemos creer con todo nuestro corazn queDios est presente. Independientemente de lo que podamos sentir o no sentir; denuestros mritos; de nuestra preparacin; de nuestra capacidad o incapacidad paracultivar hermosos pensamientos; de nuestro estado de nimo, Dios est junto a nosotros,nos mira y nos ama. Est ah, no porque lo merezcamos o lo sintamos, sino porque lo haprometido: Entra en tu habitacin y, cerrada la puerta, ora a tu Padre, que est ah, enlo oculto... (Mt 6, 6).

    Cualquiera que sea nuestro estado de aridez, nuestra miseria, la impresin de queDios est ausente, incluso de que nos abandona, nunca debemos dudar de esa presenciaamante y acogedora de Dios junto al que reza. Al que viene a m, no lo echar fuera(Jn 6, 37). Antes de que nos pon en su presencia, Dios ya est ah, porque es El quien nosinvita a encontrarle; El, que es nuestro Padre, nos espera y trata de entrar en comunincon nosotros ms de lo que lo pretendemos por nuestra parte. Dios nos de seainfinitamente ms de lo que nosotros le deseamos a El.

    Fe en que todos estamos llamados a reunirnos con Dios en la oracin y en que Diosnos concede la gracia necesaria para ello

    Cualesquiera que sean nuestras dificultades, nuestras resistencias, nuestrasobjeciones, debemos creer firmemente en que todos sin excepcin, sabios o ignorantes,justos o pecadores, personas equilibradas o profundamente daadas, estamos llamados acierta vida de oracin en la que Dios se comunicar con nosotros. Y como Dios es justo yllama, nos dar las gracias necesarias para perseverar y hacer de esta vida de oracinuna profunda y maravillosa experiencia de comunin con su vida ntima. La vida deoracin no est reservada a una elite de espirituales; es para todos. La frecuentesensacin de que eso no es para m, es para personas ms santas y mejores que yo, escontraria al Evangelio. Debemos creer que, a pesar de nuestras dificultades ydebilidades, Dios nos dar la fuerza necesaria para perseverar.

    Fe en la fecundidad de la vida de oracin

    El Seor nos llama a una vida de oracin porque es la fuente de una infinidad debienes para nosotros. Nos transforma ntimamente, nos santifica, nos sana, nos permiteconocer y amar a Dios, nos hace fervorosos y generosos en el amor al prjimo. El que seinicia en la vida de oracin debe estar absolutamente seguro de que, si persevera,recibir todo eso y mucho ms. Incluso si a veces tenemos la impresin de lo contrario,

  • de que la vida de oracin es estril, de que divagamos, de que hacer oracin no cambialas cosas, incluso si nos parece que no logramos los frutos previstos, no hemos dedesanimarnos, sino seguir convencidos de que Dios mantendr su promesa:

    Pedid y se os dar; buscad y hallaris; llamad y se os abrir. Porque todo el quepide recibe; y el que busca halla y al que llama se le abre (Lc 11, 9-10). El quepersevera con confianza recibir infinitamente ms que lo que se atreve a pedir o aesperar. No por que lo merezca, sino porque Dios lo ha prometido.

    Cuando no se ven los frutos con la rapidez desea da, suele presentarse latentacin de abandonar la oracin. Esta tentacin debe ser rechazada inmediatamentepor medio de un acto de fe en que la promesa divina se cumplir en su momento.Tened paciencia, hermanos, hasta la venida del Seor. Mirad, el labrador aguarda elfruto precioso de la tierra, esperndolo con paciencia, mientras caen las lluviastempranas y tardas. Tened vosotros paciencia, fortaleced vuestros corazones, porque lavenida del Seor est cerca (Sant 5, 7-8).

    FIDELIDAD Y PERSEVERANCIA

    De todo lo anterior se desprende una consecuencia prctica muy importante.

    Quien emprende el camino de la oracin debe luchar, en primer lugar, por lafidelidad. Lo que importa sobre todo no es conseguir una oracin hermosa y gratificante,rica en ideas y sentimientos profundos, sino una oracin fiel y perseverante. Dicho deotro modo, no hay que fijarse en la calidad de la oracin; hay que fijarse ante todo en lafidelidad en la oracin. La calidad ser fruto de la fidelidad. Un rato de oracin rida,pobre, distrada, relativamente breve, pero mantenida fielmente a diario, es ms valiosay ser mucho ms fecunda para nuestro avance, que las largas oraciones inflamadashechas de tarde en tarde cuando nos favorecen las circunstancias. En la vida de oracin,la primera batalla que hemos de ganar (despus de la decisin de comprometernos a ellaseriamente...) es la batalla de la fidelidad a toda costa, segn el ritmo que hayamosfijado. Y no es una batalla fcil. El demonio conoce el riesgo y trata de impedir acualquier precio nuestra fidelidad a la oracin. Sabe que el que es fiel a la oracin se lees capa, o al menos est seguro de que algn da se le escapar. Entonces, hace todo loque puede para impedir esa fidelidad. Volveremos sobre esto. De momento, recordemoslo siguiente: vale ms una oracin pobre, pero regular y fiel, que unos momentos deoracin sublimes pero episdicos. Es la fidelidad, y nada ms que la fidelidad, lo quepermite obtener toda la maravillosa fecundidad de la vida de oracin.

    Como tendremos ocasin de repetir con frecuencia, la oracin, en definitiva, no esotra cosa que un ejercicio de amor de Dios. Y para nosotros, seres humanos inmersos enel ritmo del tiempo, no hay amor verdadero sin fidelidad. Cmo pretender amar a Diossi no somos fieles a la cita de la oracin?

    PUREZA DE INTENCIN

    Despus de la fe y de la fidelidad que es su ex presin concreta hay otraactitud interior funda mental para quien desea perseverar en la oracin: la pureza deintencin. Jess nos dijo: Bienaventurados los limpios de corazn, porque vern a Dios

  • (Mt 5, 8). Segn el Evangelio, limpio de corazn no es el que est limpio de pecado, elque no tiene nada que reprocharse, sino el que tiene la intencin sincera de olvidarse des mismo para agradar a Dios en todo lo que hace, de vivir para El y no para s mismo. Laoracin no debe centrarse en uno mismo para encontrar un placer personal en ella, sinopara complacer a Dios. Si no es as, la perseverancia en la oracin es imposible. El que sebusca a s mismo, el que busca su propio contento, abandonar la oracin en cuanto leresulte difcil, rida, cuando no obtenga la satisfaccin y el gusto que espera de ella. Elautntico amor es puro en el sentido de que no busca su propio inters, sino que tienecomo nico fin el de hacer la felicidad del ser amado. Por tanto, no debemos haceroracin por el deleite o los beneficios que nos reporte si esos beneficios soninmensos!, sino principalmente por agradar a Dios, por que El nos lo pide. No paranuestro gozo, sino para el gozo de Dios.

    Esta pureza de intencin es exigente, pero tambin libera y apacigua. El que sebusca a s mismo se desanimar muy pronto y se sentir inquieto cuando la oracin nofuncione; el que ama a Dios con absoluta pureza no se inquieta; si la oracin le resultadifcil y no obtiene ninguna satisfaccin de ella, no hace un drama: se consuelaenseguida dicindose que lo que cuenta es el hecho de dar su tiempo a Diosgratuitamente, de proporcionarle una alegra!

    Se me podra replicar: es muy hermoso amar a Dios con tanta pureza, pero quines capaz de ello? La pureza de intencin que acabamos de describir es indispensablepero, bien entendido, no se adquiere de lleno desde el comienzo de la vida espiritual:slo se nos pide que intentemos llegar a ella consciente mente, y que la pongamos enprctica lo mejor posible en los momentos de aridez. En realidad, todo el que inicia uncamino espiritual, al mismo tiempo que busca a Dios, se busca en parte a s mismo. Esono es grave, siempre que no dejemos de aspirar a un amor a El cada vez ms puro.

    Hemos de decir todo esto para desenmascarar una trampa de la que el demonio,el Acusador, se sirve para inquietamos y desilusionamos: pone en evidencia que nuestroamor por Dios es an imperfecto y muy dbil, que en nuestra vida espiritual hay todavamucho de bsqueda de nosotros mismos, etc., hasta conseguir descorazonamos.

    Sin embargo, cuando tengamos la impresin de buscarnos a nosotros mismos en laoracin, sobre todo no debemos turbamos, sino manifestar a Dios con sencillez nuestrodeseo de amarle con un amor puro y desinteresado, y abandonamos totalmente a El conconfianza, pues El mismo se encargar de purificamos. Pretender hacerlo slo connuestras propias fuerzas, discernir lo puro y lo impuro en nuestro interior para libramosde la cizaa antes de tiempo, sera mera presuncin y nos arriesgaramos a arrancartambin el buen grano (cf. Mt 13, 20-34). Dejemos actuar a la gracia de Dios:contentmonos con perseverar en la confianza y soportemos con paciencia los momentosde aridez que Dios permite a fin de purificar nuestro amor por El.

    Dos palabras ms sobre otra tentacin que puede surgir alguna vez. Hemos dichoque la pureza de intencin consiste en buscar a Dios, en complacerle, ms que encomplacemos a nosotros mismos. El demonio intentar descorazonamos con el siguienteargumento: cmo pretendes que tu oracin sea grata a Dios en medio de tu miseria ytus defectos? A eso hay que responder con una verdad que es el ncleo del Evangelio yque, por encargo del Espritu Santo, nos recuerda santa Teresa de Lisieux: el hombre noagrada a Dios por sus mritos y sus virtudes, sino ante todo por la confianza sin lmitesque tiene en su misericordia. Volveremos sobre ello.

  • HUMILDAD Y POBREZA DE CORAZN

    Ya hemos citado la frase de santa Teresa de Jess:

    Todo este edificio de la oracin se basa en la humildad. En efecto, como hemosdicho, no se funda en la capacidad humana, sino en la accin de la gracia divina. Y laEscritura dice: Dios resiste a los soberbios, y da su gracia a los humildes (1 P 5, 5).

    La humildad forma parte, pues, de esa actitud fundamental del corazn sin la cualla perseverancia en la oracin es imposible.

    La humildad es la capacidad de aceptar serena mente la propia pobreza radicalponiendo toda la confianza en Dios. El humilde acepta alegremente el hecho de no sernada, porque Dios lo es todo para l. No considera su miseria como un drama, sino comouna suerte, porque da a Dios la posibilidad de manifestar su gran misericordia.

    Sin humildad no se puede perseverar en la oracin. En efecto, la oracin esinevitablemente una experiencia de pobreza, de desprendimiento, de desnudez. En lasotras actividades espirituales o en otras formas de piedad siempre hay algo en lo queapoyarse: cierta habilidad que se pone en prctica, la sensacin de hacer algo til, etc.Y tambin es posible apoyarse en los dems en la oracin comunitaria. Sin embargo, enla soledad y el silencio frente a Dios nos encontramos solos y sin apoyo frente a nosotrosmismos y a nuestra pobreza. Ahora bien, nos cuesta un trabajo tremendo aceptar nuestramiseria y, por esa razn, el hombre muestra una tendencia natural a huir del silencio. Enla oracin es imposible escapar a este sentimiento de pobreza. Es verdad que confrecuencia surgir la experiencia de la dulzura y la ternura de Dios, pero generalmente loque se revelar ser nuestra miseria, nuestra incapacidad para rezar, nuestrasdistracciones, las heridas de nuestra memoria y de nuestra imaginacin, el re cuerdo denuestras faltas y fracasos, nuestras inquietudes respecto al porvenir, etc. Entonces, elhombre encontrar mil pretextos para huir de esta inactividad que le desvela su radicalnada ante Dios, porque, a fin de cuentas, se niega a reconocerse dbil y pobre.

    Sin embargo, la aceptacin confiada y alegre de nuestra debilidad es la fuente detodos los bienes espirituales: Bienaventurados los pobres en el espritu, porque de elloses el Reino de los Cielos (Mt 5,3).

    El humilde persevera en la vida de oracin sin jactancia, sin contar consigo mismo;no considera nada como debido, se cree incapaz de hacer algo por sus propias fuerzas,no le sorprende tener dificulta des, debilidades, cadas constantes; pero todo lo so portaserenamente, sin dramatizar, porque pone en Dios toda su esperanza y est seguro deobtener de la misericordia divina todo lo que es incapaz de hacer o merecer por smismo.

    Como no pone la confianza en s mismo, sino en Dios, el humilde no se desanimajams y, a fin de cuentas, eso es lo ms importante. Lo que pierde a las almas es eldesaliento, dice Libermann. La verdadera humildad y la confianza siempre van parejas.

    Nunca debemos permitir que nos perturbe nuestra tibieza y nuestro escaso amorde Dios. En ocasiones, la persona que se inicia en la vida espiritual puede desanimarse alleer la vida y los escritos de los santos, ante las inflamadas expresiones del amor de Diosque aparecen en ellas y de las que se encuentra muy lejos. Piensa que nunca llegar aamar con tal fervor. Es una tentacin muy comn. Perseveremos en los buenos deseos y

  • en la confianza: Dios mismo pondr en nosotros el amor con el que podremos amarle. Elamor fuerte y ardiente por Dios no es natural: lo infunde en nuestros corazones elEspritu Santo, y nos ser concedido si lo pedimos con la insistencia de la viuda delEvangelio. No siempre los que sienten al principio un amor sensible ms gran de alcanzanmayor altura en la vida espiritual. Lejos de ello!

    LA DETERMINACIN DE PERSEVERAR

    De todo lo dicho se desprende que la lucha principal de la oracin ser por lograrla perseverancia. Perseverancia para la que Dios nos conceder la gracia, si la pedimoscon confianza y si estamos firmemente decididos a poner todo de nuestra parte.

    Hace falta una buena dosis de determinacin, sobre todo al principio. SantaTeresa de Jess insiste enormemente en esta determinacin:

    Ahora, tornando a los que quieren ir por este camino y no parar hasta el fin, quees llegar a beber esta agua de vida, cmo han de comenzar, digo que importa mucho, yel todo, una grande y muy determinada determinacin de no parar has ta llegar a ella,venga lo que viniere, suceda lo que sucediere, trabjese lo que se trabajare, murmurequien murmure, siquiera llegue all, siquiera se muera en el camino o no tenga coraznpara los trabajos que hay en l, siquiera se hunda el mundo (Camino de perfeccin,cap. 21).

    A continuacin exponemos algunas consideraciones destinadas a fortalecer estadeterminacin y a descubrir las trampas, falsas razones o tentaciones, que puedenquebrantarla.

    Sin vida de oracin, no hay santidad

    En primer lugar, es necesario estar convencido de la vital importancia de laoracin. El que huye de la oracin, huye de todo lo que es bueno, dice san Juan de laCruz. Todos los santos han hecho oracin. Los ms entregados al servicio del prjimoeran tambin los ms contemplativos. San Vicente de Pal empezaba cada jornadahaciendo dos o tres horas de oracin.

    Sin ella es imposible avanzar espiritualmente: podemos vivir poderosos momentosde conversin, de fervor, haber recibido unas gracias inmensas: sin la fidelidad a laoracin nuestra vida cristiana llegar muy pronto a un punto en el que tocar techo. Y esque sin la oracin, no podemos recibir la ayuda de Dios necesaria para transformarnos ysantificamos en profundidad. En este sentido el testimonio de los santos es unnime.

    Se puede objetar que Dios nos confiere la gracia santificante tambin, e inclusoprincipalmente, a travs de los sacramentos. La misa es en s ms importante que laoracin. Es cierto, pero sin una vida de oracin, hasta los mismos sacramentos tendrnuna eficacia limitada. Por supuesto, confieren la gracia, pero queda parcialmente estrilporque le falta la buena tierra para recibirla. Nos podemos preguntar, por ejemplo,cmo hay tantas personas que comulgan frecuentemente y, sin embargo, no son mssantas. El motivo suele ser la falta de vida de oracin. La Eucarista no proporciona losfrutos de curacin interior y de santificacin que debiera, porque no se recibe en unclima de fe, de amor, de adoracin, de acogida de todo el ser, un clima que slo crea lafidelidad a la oracin. Y lo mismo podemos decir de los dems sacramentos.

  • Si una persona por practicante y piadosa que sea no hace de su oracin unhbito, tampoco alcanzar el pleno desarrollo de su vida espiritual. No conseguir jamsla paz interior, se ver sometida continuamente a excesivos escrpulos y en todo lo quehaga habr siempre algo humano: un apego excesivo a su voluntad, rasgos de vanidad, debsqueda de s misma, de ambicin, ruindad de corazn y en los juicios, etc. Noalcanzaremos la profunda y radical purificacin del corazn sin la prctica de la oracin:podremos conseguir sabidura y prudencia humanas, pero no la verdadera libertadinterior; no llegaremos a captar realmente la profundidad de la misericordia divina ytampoco sabremos darla a conocer a los de ms; nuestro juicio seguir siendo ruin yequivocado, y no seremos capaces de entrar en los caminos de Dios, muy distintos de loque muchos imaginan, incluso entre las personas entregadas a la vida interior.

    Algunas personas, por ejemplo, llegan a una hermosa experiencia de conversin atravs de la Renovacin carismtica. La efusin del Espritu Santo es un encuentroluminoso y conmovedor con Dios. Pero, al cabo de unos meses o aos de un itinerariofervoroso, se acaba por tocar techo y por perder cierta vitalidad espiritual. Por qu?Porque Dios ha retirado su mano? De ningn modo. Los dones de Dios son irrevocables(Rom 11, 29). Sencilla mente, por no saber permanecer abiertos a la gracia haciendodesembocar la experiencia de la Renovacin en una vida de oracin.

    El problema de la falta de tiempo

    Yo querra hacer oracin, pero no tengo tiempo. Cuntas veces hemos odoeste comentario! Es cierto que en un mundo como el nuestro, sobrecargado de actividad,la dificultad es real y no podemos subestimarla.

    Sin embargo, hemos de hacer notar que el verdadero problema no reside ah;reside, ms bien, en saber lo que cuenta realmente en nuestra vida. Como dice consentido del humor un autor contemporneo, el P. Descouvemont, nunca hemos visto quealguien muera de hambre porque no tiene tiempo de comer. Siempre hay tiempo (o sebusca!) para hacer lo que se considera vital. Antes de decir que nos falta tiempo pararezar, empecemos por preguntarnos por nuestra jerarqua de valores, por lo que esprioritario para nosotros.

    Me permitir otra reflexin. Uno de los grandes dramas de nuestra poca estribaen que ya no somos capaces de hallar tiempo los unos para los otros, de estar presenteslos unos ante los otros. Y eso causa numerosas heridas. Tantos nios encerrados en smismos y decepcionados, dolidos porque los padres no saben dedicarles gratuitamentealgunos momentos de vez en cuando, sin hacer otra cosa que estar con el hijo. Se ocupande l, pero siempre haciendo otras cosas o absortos en sus preocupaciones, sin estarverdaderamente con l, sin poner el corazn a su disposicin. El nio lo siente y sufre.Indudable mente, si aprendemos a dar nuestro tiempo a Dios, seremos capaces deencontrar tiempo para ocupar nos de los otros. Estando atentos a Dios, aprenderemos aestar atentos a los dems.

    A propsito del problema de la falta de tiempo, debemos confiar en la promesa deJess: Nadie que deje casa, hermanos o hermanas, madre o padre, hijos o tierras por my por el Evangelio, dejar de recibir el ciento por uno ya en esta vida (Mc 10, 29). Eslcito aplicar tambin estas palabras al tiempo: el que renuncia a un cuarto de hora detelevisin para hacer oracin recibir el cntuplo en esta vida; el tiempo empleado leser devuelto al cntuplo, no en cantidad, ciertamente, sino en calidad. La oracin medar la gracia de vivir cada instante de mi vida de un modo mucho ms fecundo.

  • El tiempo que se dedica a Dios no es un tiempo que se roba a los dems

    Para perseverar en la oracin, hay que estar firmemente convencido(desenmascarando algunas acusaciones de culpabilidad basadas en un equivocadosentido de la caridad) de que el tiempo que se da a Dios nunca es un tiempo robado a losotros, robado a los que necesitan de nuestro amor y nuestra presencia. Al contrario,como hemos dicho antes, la fidelidad a estar presentes ante Dios garantiza nuestracapacidad de estar presentes ante los dems y de amarlos realmente. La experiencia noslo demuestra: junto a las almas de oracin encontramos el amor ms atento, msdelicado, ms desinteresado, ms sensible al dolor de los otros, ms capaz de consolar yde reconfortar. La oracin nos har mejores y los que nos rodean no se quejarn de ello!

    En este mbito de las relaciones entre la vida de oracin y la caridad hacia elprjimo aparecen numerosas inexactitudes que han apartado a muchos cristianos de lacontemplacin con las consiguientes consecuencias dramticas. Habra mucho que decirsobre esto. Veamos simplemente un texto de san Juan de la Cruz con objeto de poner enorden las ideas sobre este tema y librar de culpa a los cristianos que, como esabsolutamente lcito, desean consagrar largo tiempo a la oracin.

    Adviertan, pues, aqu los que son muy activos, que piensan ceir al mundo consus predicaciones y obras exteriores, que mucho ms provecho ha ran a la Iglesia ymucho ms agradaran a Dios, dejado aparte el buen ejemplo que de s daran, sigastasen siquiera la mitad de ese tiempo en estarse con Dios en oracin, aunque nohubiesen llegado a tan alta como sta. Cierto, entonces haran ms y con menos trabajocon una obra que con mil, merecindolo su oracin, y habiendo cobrado fuerzasespirituales en ella; porque, de otra manera, todo es martillar y hacer poco ms quenada, y a veces nada, y aun a veces dao.

    Porque Dios os libre que se comience a envanecer la sal (Mt 5, 13; Mc 9, 50; Lc 14,34-35) que, aunque ms parezca que hace algo por de fuera, en sustancia no ser nada,cuando est cierto que las buenas obras no se pueden hacer sino en virtud de Dios.

    Oh, cunto se pudiera escribir aqu de esto! Mas no es de este lugar (Cnticoespiritual, B, estrofa 29).

    Es suficiente orar trabajando?

    Algunas personas os dirn: yo no tengo tiempo de hacer oracin; pero en mediode mis actividades, en mi tarea, etc., intento pensar todo lo posible en el Seor, leofrezco mi trabajo, y creo que eso basta como oracin.

    Y no estn completamente equivocadas. Un hombre, una mujer, puedenpermanecer en ntima unin con Dios en medio de sus actividades, de modo que esa seasu vida de oracin sin necesidad de otra cosa. El Seor puede conceder esa gracia aquien carece de otra posibilidad. Por otra parte es muy deseable, evidentemente, volvera Dios con la mayor frecuencia posible en medio de nuestras ocupaciones. Es cierto, enfin, que un trabajo ofrecido y realizado para Dios se convierte en un modo de oracin.

    Una vez dicho esto, hay que ser realista: no es tan fcil permanecer unido a Diosmientras estamos inmersos en nuestras tareas. Por el contrario, nuestra tendencianatural es la de dejamos absorber completamente por lo que hacemos. Si no sabemosdetener nos de vez en cuando, tomamos unos momentos para no hacer otra cosa que nosea ocupamos de El, nos resultar difcil mantener la presencia de Dios mientras

  • trabajamos. Nos hace falta una reeducacin previa del corazn, y el medio ms seguro esla fidelidad a la oracin.

    Lo mismo sucede en las relaciones personales: un hombre se imagina que ama a sumujer y a sus hijos, pero lleva una vida tan activa que no es capaz de dedicarles unosmomentos o estar disponible para ellos al 100 por 100. Sin ese espacio de tiempogratuito el amor se asfixia enseguida, y al contrario, se dilata y respira en la gratuidad:Hay que saber perder el tiempo en favor de los otros. Con esta prdida ganamos mucho:es un modo de entender las palabras del Evangelio: El que pierda su vida la salvar.

    Si nos ocupamos de Dios, Dios se ocupar de nuestras cosas mejor que nosotrosmismos. Reconozcamos humildemente nuestra tendencia natural a estar demasiadoapegados a nuestras actividades, a obsesionamos o apasionarnos por ellas. Y slo noscuraremos teniendo la prudencia de saber abandonarlas con regularidad, incluso las msurgentes o ms importantes, para dar gratuitamente ese tiempo a Dios.

    La trampa de la falsa sinceridad

    Un razonamiento que aparece con frecuencia y que puede impedir nuestrafidelidad a la oracin es el siguiente: en un siglo como el nuestro, imbuido del conceptode libertad, de autenticidad, omos decir: Yo encuentro que la oracin es muyagradable, pero slo rezo cuando me apetece. Rezar sin ganas sera una cosa artificial yobligada, sera hasta una falta de sinceridad y una forma de hipocresa. Rezar cuandome apetezca...

    A esto podemos responder que, si esperamos a que nos entren las ganas, podemosesperar hasta el da del juicio. El deseo es algo muy hermoso, pero verstil. Existe unmotivo igualmente legtimo, pero ms profundo y ms constante, que nos impulsa aencontramos con Dios en la oracin: el sencillo hecho de que Dios nos invita a ello. ElEvangelio nos lo pide: orad sin desfallecer (Lc 18, 1). Tambin aqu nos has de guiar lafe, y no el estado de nimo.

    Las nociones de libertad y de autenticidad descritas ms arriba tan del gusto denuestra poca son, sin embargo, de lo ms ilusorias. La verdadera libertad no consisteen dejarse llevar por el impulso del momento; todo lo contrario: el hombre libre es elque no vive prisionero de sus cambios de humor, sino el que toma decisiones segn unasopciones fundamentales que no varan con las circunstancias.

    La libertad es la capacidad de dejarse guiar por lo que es verdadero y no por laparte epidrmica de nuestro ser. Debemos tener la humildad de reconocer que somossuperficiales y variables. Una persona que ayer encontrbamos encantadora, maana nosresulta insoportable porque han cambiado las condiciones atmosfricas, nuestrotalante... Lo que desebamos locamente un da, nos deja fros el siguiente. Si nuestrasdecisiones son de este estilo, vivimos trgicamente prisioneros de nosotros mismos, denuestra sensibilidad en lo que tiene de ms superficial.

    No nos hagamos tampoco ilusiones sobre lo que es la verdadera autenticidad.Cul es el amor ms autntico? Aquel cuyas manifestaciones varan segn los das,segn el humor, o el amor fiel y estable que no se desdice jams?

    La fidelidad a la oracin es, pues, una escuela de libertad. Es una escuela desinceridad en el amor, porque nos ensea poco a poco a situar nuestra relacin con Diosen un terreno que ya no es el vacilante e inestable de nuestras impresiones, de nuestroscambios de humor, de nuestro fervor sensible en dientes de sierra, sino en el slido sillar

  • de nuestra fe, en el fundamento de una fidelidad a Dios inamovible como la roca:Jesucristo es el mismo ayer y hoy, y lo ser siempre (Heb 13, 8) porque sumisericordia pasa de generacin en generacin (Lc 1, 50). Si perseveramos en estaactitud, veremos cmo las relaciones con el prjimo, tan superficiales y cambiantestambin ellas, llegan a ser ms estables, ms profundas, ms fieles y, por lo tanto, msfelices.

    Un ltimo aspecto para terminar con esta cuestin. La aspiracin de todo hombrea obrar de un modo espontneo, libre, sin presiones, es una aspiracin perfectamentelegtima: el hombre no est hecho para entrar en conflicto permanente consigo mismo,para vivir violentando siempre su naturaleza. Y si en alguna ocasin tiene que hacerlo,ser como consecuencia de la divisin interna que crea el pecado.

    Sin embargo, esa aspiracin no puede hacerse realidad dando libre curso a suespontaneidad. Eso sera destructivo, pues dicha espontaneidad no siempre estorientada hacia el bien: tiene necesidad de curacin y de una profunda purificacin.Nuestra naturaleza est daada, lo que significa que hay una falta de armona ennosotros, un desequilibrio frecuente entre aquello a lo que tendemos espontnea mentey aquello para lo que estamos hechos, entre nuestros sentimientos y la voluntad de Diosa la que hemos de ser fieles y que constituye nuestro autntico bien.

    Por tanto, la aspiracin a la libertad slo puede encontrar su autntica realizacinen la medida en que el hombre se deja sanar por la gracia divina. En este proceso decuracin la oracin desempea un papel muy importante. Y este proceso, hay quedecirlo, tiene lugar a travs de unas pruebas y unas purificaciones, esas noches cuyoprofundo sentido ha explicado tan acertadamente san Juan de la Cruz. Una vezculminado, ordenadas nuestras tendencias, el hombre llega a ser completamente libre:ama, de sea espontneamente lo que est de acuerdo con la voluntad de Dios y con supropio bien. Puede seguir sin problemas sus tendencias espontneas, pues han sidorectificadas y armonizadas con la sabidura divina. Puede obedecer a su naturaleza,ahora restaurada por la gracia. Esta armonizacin no es completa en nuestra vida, porsupuesto, y slo lo ser en el Reino, lo que explica que aqu abajo tengamos queresistimos siempre a algunas de nuestras tendencias. Pero ya en esta vida, quien practicala oracin se hace cada vez ms capaz de amar y de obrar espontneamente el bien,mientras que al principio le costaba grandes esfuerzos. Gracias a la accin del EsprituSanto, la virtud le resulta cada vez ms fcil y natural. All donde est el Espritu delSeor all est la libertad, dice San Pablo.

    La trampa de la falsa humildad

    El falso razonamiento que acabamos de considerar toma en ocasiones una formams sutil que describimos a continuacin y contra la que conviene estar en guardia.Santa Teresa de Jess estuvo a punto de caer en la trampa y abandonar la oracin(habra sido un dao irreparable para toda la Iglesia!). Y uno de los motivos principalespor los que escribi su Libro de la Vida fue el de prevenir contra esta trampa.

    Se trata de una clave en la que el diablo toca hbilmente. La tentacin es lasiguiente: el alma que comienza a hacer oracin percibe sus faltas, sus infidelidades y lapenuria de sus conversiones. Entonces, se siente tentada de abandonar la oracinrazonando as: Estoy llena de defectos, no adelanto, soy incapaz de convertirme y deamar seriamente al Seor; presentarme ante El en este estado es una hipocresa, juego a

  • la santidad mientras que no valgo ms que los que no oran. Cara a Dios, sera mshonesto abandonar!

    Semejante razonamiento convenci a santa Teresa y como cuenta en el captulo19 de su Libro de la Vida, tras unos aos de practicarla asiduamente, abandon laoracin durante un ao, hasta conocer a un padre dominico que (afortunadamente paranosotros) la recondujo al buen camino. En aquella poca santa Teresa estaba en elconvento de la Encarnacin de vila y tena unos buenos deseos de entregarse al Seor yde hacer oracin. Pero an no era santa; lejos de ello! Especialmente, no consegualiberarse de su costumbre de acudir al locutorio del convento a pesar de adivinar queJess se lo peda. De temperamento alegre, simptico y atractivo, disfrutabafrecuentando a la buena sociedad de vila que se reuna habitualmente en los locutoriosdel monasterio. No haca nada grave, pero Jess la llamaba a otra cosa. El tiempo deoracin era entonces para ella un verdadero martirio: se encontraba en la presencia deDios, era consciente de serle infiel, pero careca de fuerza para dejarlo todo por El. Ycomo hemos dicho, ese tormento estuvo a punto de hacerle abandonar la oracin: Soyindigna de presentarme ante el Seor cuando no soy capaz de darle todo, es burlar mede El, mejor sera dejarla

    Santa Teresa llama a eso la tentacin de la falsa humildad Ya haba abandonadoefectivamente la oracin, cuando un confesor le hizo ver que, al hacerlo, perda todaposibilidad de mejorar algn da. Era necesario, al contrario, perseverar en ella por que,precisamente gracias a esa perseverancia, obtendra en su momento la gracia de unatotal conversin y de una entrega plena de s misma al Seor.

    Esto es muy importante. Cuando nos iniciamos en la vida de oracin no somossantos, y a medida que la practicamos lo percibimos mejor. Quien no se pone ante Diosen medio del silencio no descubre sus infidelidades y defectos; sin embargo, sonpatentes para el que hace oracin, y ello puede suscitar un gran dolor y la tentacin deabandonar. En este caso no hay que desesperarse sino perseverar, con la certeza de quela perseverancia obtendr la gracia de la conversin. Cualquiera que sea su gravedad,nuestro pecado jams debe ser un pretexto para abandonar la oracin, en contra de loque nuestra conciencia o el demonio puedan insinuamos; por el contrario, cuanto msmiserables somos, mayor motivo tenemos para hacerla. Quin nos curar de nuestras infidelidades y pecados, sino el Seor misericordioso? Dnde encontraremos la salud denuestra alma, si no es en la oracin humilde y perseverante? No tienen necesidad demdico los sanos, sino los enfermos. No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores (Mt 9, 13). Cuanto ms enfermos nos sentimos de esa enfermedad del alma que es elpecado, ms debe incitarnos eso mismo a hacer oracin. Cuanto ms heridos estamos,ms derecho tenernos a refugiarnos junto al corazn de Jess! Slo El puede sanarnos. Snos alejamos de El por ser pecadores, dnde iremos a buscar la curacin y el perdn? Siesperamos a ser justos para hacer oracin, podemos esperar largo tiempo. Talcomportamiento nicamente demostrara que no hemos entendido el Evangelio; puedetomar una apariencia de humildad, pero, de hecho, slo es presuncin y falta deconfianza en Dios.

    Suele ocurrir que, cuando hemos cometido alguna falta, cuando estamosavergonzados y descontentos de nosotros mismos, aun sin abandonar completa mente laoracin, dejemos pasar algn tiempo antes de volver a ella, el mismo tiempo que tardeen atenuarse en nuestra conciencia el eco de la falta cometida. Ese es un error muy

  • grave, y pecamos ms por l que por el primero. En efecto, significa una falta deconfianza en la misericordia de Dios, un desconocimiento de su amor; y eso le duele msque todas las tonteras que hayamos podido cometer. Santa Teresa de Lisieux, que habacomprendido quin es Dios, deca: Lo que duele a Dios, lo que hiere su corazn, es lafalta de confianza.

    Al contrario de como obramos habitualmente, la nica actitud justa para el que hapecado justa en el sentido bblico, es decir, de acuerdo con lo que nos ha sido reveladodel misterio de Dios es la de echarse inmediatamente con arrepentimiento yhumildad, pero tambin con infinita confianza en brazos de la misericordia divina,seguros de ser acogidos y perdonados. Y, una vez que hemos pedido perdn a Dios,reanudar sin demora las prcticas de piedad acostumbradas, en particular la de orar. Enel momento oportuno iremos a confesarnos pero, mientras tanto, no cambiemos nuestrohbito de hacer oracin. Esta actitud es la ms eficaz para salir del pecado, pues es laque ms honra la misericordia divina.

    Santa Teresa de Jess aade algo muy hermoso sobre este tema. Dice que el quehace oracin contina cayendo, por supuesto, teniendo fallos y debilidades, pero, comohace oracin, cada una de sus ca das le ayuda a saltar ms arriba. Dios hace que todoayude al bien y al progreso del que es fiel a la oracin, incluidas las propias faltas.

    Digo que no desmaye nadie de los que han comenzado a tener oracin con decir:si torno a ser malo, es peor ir adelante con el ejercicio de ella. Yo lo creo, si se deja laoracin y no se enmienda el mal; mas, si no lo deja, creo que le sacar a puerto de luz.Hzome en esto gran batera el demonio, y pas tanto en parecerme poca humildadtenerla, siendo tan ruin, que, como ya he dicho, la dej ao y medio, al menos un ao,que del medio no me acuerdo bien; y no fuera ms, ni fue, por meterme yo misma, sinhaber menester demonios que me hiciesen ir al infierno. Oh, vlgame Dios, quceguedad tan grande! Y qu bien acierta el demonio, para su propsito, en cargar aqula mano! Sabe el traidor que alma que tenga con perseverancia oracin, la tiene perdida,y que todas las cadas que la hace dar, la ayudan, por la bondad de Dios, a dar despusmayor salto en lo que es su servicio: algo le va en ello (Libro de la vida, cap. 19).

    ENTREGARSE ENTERAMENTE A DIOS

    Para continuar tratando sobre las actitudes bsicas que permiten la perseveranciay el avance en la vida de oracin, ha llegado el momento de decir algunas palabras sobreel estrecho lazo, en ambos sentidos, que existe entre la vida de oracin y el resto de lavida cristiana. Esto significa que, con frecuencia, lo que es fundamental para el progresoy la profundidad de nuestra oracin, no es lo que hacemos en esos momentos, sino loque hacemos fuera de ellos. El progreso en la oracin es esencialmente un progreso en elamor, en la pureza de corazn; y el verdadero amor se manifiesta mejor fuera de laoracin que durante ella. Daremos algunos ejemplos.

    Sera completamente ilusorio el hecho de pretender adelantar en la oracin, sitoda nuestra vida no est marcada por un profundo y sincero deseo de darnos porcompleto a Dios, de conformar lo ms plenamente posible a su voluntad toda nuestravida. Sin eso, la vida de piedad toca techo muy pronto: el nico medio de que Dios senos entregue totalmente (lo que es el objeto de la oracin) es que nosotros nosentreguemos totalmente a El. El que no entrega todo, no lo poseer todo. Si guardamos

  • una zona reserva da en nuestra vida, algo que no queremos abandonar en Dios, porejemplo, un defecto incluso pequeo que aceptamos deliberadamente sin hacer nadapor corregirlo, una desobediencia consciente, una negativa a perdonar..., todo esoesteriliza la vida de oracin.

    Maliciosamente, unas religiosas planteaban esta pregunta a san Juan de la Cruz.debemos hacer para entrar en xtasis? Y, basndose en el sentido etimolgico de lapalabra xtasis, el santo responda que renunciando a la propia voluntad y haciendo lade Dios. Pues el xtasis no es otra cosa que salir el alma de s y quedar suspensa en Dios.Y que eso es lo que hace quien obedece; pues sale de s y de su voluntad propia, y, asdesprendido, puede unirse a Dios.

    Para entregarse a Dios hay que desprenderse de uno mismo. El amor es denaturaleza exttica: cuando es fuerte, se vive ms en l que en s mismo. Pero cmovivir algo de esta dimensin exttica del amor en la oracin, si a lo largo del da nosbuscamos a nosotros mismos? Si estamos demasiado apegados a las cosas materiales, ala comodidad, a la salud? Si no soportamos la menor contrariedad? Cmo podremosvivir en Dios si no somos capaces de olvidarnos de nosotros mismos en beneficio denuestros hermanos?

    En la vida espiritual es preciso encontrar un equilibrio; y no siempre es fcil. Poruna parte, hemos de aceptar nuestra miseria, no esperar a ser santos para comenzar ahacer oracin. Por otra, sin embargo, debemos aspirar a la perfeccin. Sin estaaspiracin, sin ese deseo profundo y constante de santidad in cluso si sabemos muybien que no la conseguiremos por nuestras propias fuerzas, sino que slo Dios puedeconducirnos a ella!, la oracin ser siempre algo superficial, un ejercicio piadoso queproducir escasos frutos pero, a fin de cuentas, nada ms. Es propio de la naturalezamisma del amor tender a lo absoluto, es decir, a cierta locura en el don de uno mismo.

    Tambin hemos de ser conscientes de que cierto estilo de vida puede favorecerextraordinariamente la oracin o, por el contrario, dificultarla. Cmo nos ser posiblerecogemos en la presencia de Dios, si durante el resto del tiempo vivimos dispersos entremil inquietudes y preocupaciones superficiales?; si nos entregamos sin reparo acharloteos intiles, a curiosidades vanas?; si no mantenemos cierta reserva del corazn,de la mirada, de la mente, por la que rehuimos todo lo que podra distraemos y alejamosde un modo excesivo de lo Esencial?

    Ciertamente, no podemos vivir sin algunas distracciones, sin unos momentos dedescanso; pero lo importante es saber volver siempre a Dios, que es la causa de nuestraunidad de vida, y vivir todas las co sas bajo su mirada y en relacin con El.

    Sepamos tambin que el esfuerzo por afrontar cualquier circunstancia en un climade abandono to tal, de serena confianza en Dios, por vivir el momento presente sintorturarnos por las preocupaciones del maana, por tratar de hacer cada cosa tranquilamente, sin preocupamos por la siguiente, etc., con tribuye extraordinariamente alcrecimiento de la vida de oracin. No es fcil, pero es muy ventajoso tratar deconseguirlo en la medida de lo posible[2].

    Es tambin muy importante aprender poco a poco a vivir continuamente bajo lamirada de Dios, en su presencia, en una especie de dilogo constante con El,recordndolo con la mayor frecuencia posible en medio de nuestras ocupaciones yviviendo cualquier situacin en su compaa. Cuanto ms nos esforcemos en hacerlo, ms

  • sencillo nos resultar hacer oracin: si no le abandonamos, le encontraremos msfcilmente en el momento de hacerla! La prctica de la oracin debe tender tambin ala plegaria continua; no necesariamente en el sentido de una oracin explcita, sino en elde una prctica constante de la presencia de Dios. Vivir as, bajo su mirada, nos harlibres. Con demasiada frecuencia vivimos bajo la mirada de los dems (por el temor a serjuzgados o por el afn de ser admirados), o bajo nuestra propia mirada (de complacenciao de autoacusacin), pero solamente alcanzaremos la libertad interior cuando hayamosaprendido a vivir bajo la mirada amante y misericordiosa del Seor.

    Para ello, remitimos a los muy valiosos consejos del hermano Laurent de laRsurrection, un fraile carmelita del siglo XVII cocinero en el convento, que supo viviren una profunda unin con Dios en medio de las ocupaciones ms absorbentes. Al finaldel libro ofrecemos algunos extractos de sus cartas.

    An habra mucho que decir sobre el tema del lazo entre la oracin y todos losdems aspectos del itinerario espiritual que, evidentemente, no pueden disociarse. Msadelante abordaremos algunos, pero, de momento, remitimos a la mejor fuente,especialmente a aquellos en los que la Iglesia ha reconocido una gracia especial deenseanza en este terreno: Teresa de Jess, Juan de la Cruz, Francisco de Sales, Teresade Lisieux, por no citar ms que algunos nombres.

    ***

    Todo lo dicho hasta ahora no responde todava a esta pregunta. cmo debemoshacer oracin? Cmo, concretamente, hemos de ocupar el tiempo dedicado a estaprctica? No tardaremos en dar la respuesta.

    Sin embargo, era indispensable empezar por esta introduccin, pues loscomentarios expuestos, adems de ayudar a superar los obstculos, describen ciertoclima espiritual indispensable de adquirir, pues condiciona la sinceridad de nuestraoracin y su progreso.

    Adems, una vez comprendidos los aspectos que hemos esbozado, muchos falsosproblemas relativos a la pregunta qu de hacer para orar bien?, caen por su peso.

    Las actitudes descritas no estn fundadas en la sabidura humana, sino en elEvangelio. Son actitudes de fe, de abandono confiado en las manos de Dios, de pobrezade corazn, de infancia espiritual. Como habr advertido el lector, esas actitudes debenser la base no slo de la vida de oracin, sino de toda nuestra existencia. Ah se revelatambin el es trecho lazo que existe entre la oracin y la vida en su conjunto: la oracines una escuela, un ejercicio en el que comprendemos y practicamos algunoscomportamientos profundizando en ellos cara al mundo y a nosotros mismos, y quepoco a poco se convierten en el fundamento de nuestro modo de ser y de actuar. Laoracin crea en nosotros un rasgo de nuestro ser, rasgo que conservamos despus entodo lo que tenemos que vivir y que nos permite, poco a poco, acceder a la paz, a lalibertad interior, al verdadero amor a Dios y al prjimo en cualquier circunstancia. Laoracin es una escuela de amor, porque todas las virtudes que se practican en ella sonlas que permiten el crecimiento del amor en nuestro corazn. De ah su vitalimportancia.

  • II. CMO EMPLEAR EL TIEMPO DE LA ORACIN

    INTRODUCCIN

    Abordamos ahora la principal pregunta a la que hemos de intentar responder. Hedecidido dedicar media hora o una hora diaria a la oracin; qu debo hacer? Cul es elmejor modo de emplear ese tiempo de oracin?

    No es fcil responder por varias razones.

    En primer lugar, porque las almas son muy distintas. Hay ms diferencias entre lasalmas que entre los rostros. La relacin de cada alma con Dios es nica y, por lo tanto,tambin su oracin. No se puede trazar un camino, un modo de obrar que sirva para todos; eso sera una falta de respeto a la libertad y a la diversidad de los itinerariosespirituales. Bajo la mocin del Espritu y en libertad, cada creyente ha de descubrir lasvas por las que Dios desea conducirle.

    En segundo lugar, hay que saber que la vida de oracin est sujeta a etapas, aevoluciones. Lo que sirve en cierto momento de la vida espiritual, no sir ve en otro. Laconducta que se ha de seguir en la oracin puede variar segn estemos al comienzo delcamino o si el Seor ya ha comenzado a introducir nos en ciertos estados particulares, enciertas moradas, como dira santa Teresa. En ocasiones habr que actuar; en otras,limitarse a recibir. A veces hay que descansar, y otras ser necesario luchar.

    En fin, es difcil describir lo que se vive en la oracin, que incluso suele quedarms all de la con ciencia clara del que ora. Se trata de unas realidades ntimas,misteriosas, que el lenguaje humano no puede llegar a concretar. No siempredisponemos de palabras para expresar lo que ocurre entre el alma y su Dios.

    Aadiremos, adems, que todo el que habla de vida de oracin lo hace a travs desu experiencia, o de lo que ha constatado por lo que le han confiado otros. Todo quedamuy limitado a causa de la riqueza y diversidad de las posibles experiencias.

    A pesar de estos obstculos, abordaremos el tema esperando sencillamente que elSeor nos permita ofrecer algunas indicaciones que, si en ningn caso han deconsiderarse como respuestas infalibles y completas, podrn ser, sin embargo, unafuente de luz y de nimo para el lector de buena voluntad.

    CUANDO NO SE PLANTEA LA CUESTIN

    Nos estamos preguntando cmo debemos emplear el tiempo de la oracin. Antesde seguir tratan do esta cuestin, es preciso advertir que a veces no se plantea. Y esto eslo que habr que considerar en primer lugar.

    La cuestin no se plantea cuando la oracin fluye de la fuente, por decirlo dealgn modo: cuando existe una comunicacin amorosa con Dios sin necesidad de sabercmo ocupar el tiempo. As debera desarrollarse siempre, pues, segn la definicin desanta Teresa de Jess, la oracin es tratar de amistad, estando muchas veces tratandoa solas con quien sabemos nos ama (Libro de la Vida, cap. 8). Cuando dos personas seaman profundamente no tienen demasiados problemas para saber cmo vivir los

  • momentos en que se encuentran. A menudo les basta estar juntos sin necesidad de otracosa Pero desgraciadamente nuestro amor por Dios suele ser bastantedbil y no llegamosa ese punto.

    Volviendo a la oracin que fluye sola, esta comunicacin con Dios, que es unfavor y no hay ms que recibirlo, se puede situar en distintos grados del caminoespiritual y ser de muy distinta naturaleza.

    Se da el caso de la persona sinceramente convertida, entusiasmada con sureciente descubrimiento de Dios, llena de la alegra y el fervor del nefito. No hayproblemas en su oracin: se siente arrastrada por la gracia; feliz de consagrar su tiempoa Jess; tiene mil cosas que decirle y que pedirle; est llena de sentimientos amorosos yde pensamientos estimulantes.

    Que disfrute entonces sin escrpulos de esos momentos de gracia, que se loagradezca al Seor, pero que siga siendo humilde y procure no creerse santa por sentirsellena de fervor, ni juzgue a su prjimo por mostrar menos celo que ella! La gracia de losprimeros tiempos de la conversin no elimina los defectos ni las imperfecciones, no hacems que enmascararlos. Y la persona no deber asombrarse si un buen da decae sufervor, si las imperfecciones que crea desaparecidas gracias a su conversin resurgencon una violencia imprevista. Que persevere entonces y sepa sacar provecho de la aridezy la prueba, como supo sacarlo en los das de la bendicin.

    Otro caso en el que la cuestin no se plantea se sita, por decirlo de algn modo,en el extremo contrario. Es el de la persona que ora y sobre la que el dominio de Dios estal, que no es capaz de resistirse ni de hacer nada por s misma: sus potencias estninmovilizadas, no puede ms que entregarse y con sentir esa presencia de Dios que lainvade totalmente. La persona no tiene nada que hacer, nicamente decir s; sinembargo, ser preciso que se confe a un director espiritual para que le confirme laautenticidad de las gracias que recibe, pues en ese momento no se encuentra en lascircunstancias habituales y es bueno abrirse a alguien. Con frecuencia, cuando ce san lasgracias extraordinarias en la oracin, surge la incertidumbre en cuanto a las causas yaparecen luchas y dudas; nicamente abriendo el alma se consigue la seguridad encuanto al origen divino de esas gracias y se las puede recibir con plenitud.

    Pensemos ahora en un caso intermedio, muy frecuente por otra parte. Esconveniente hablar de l, pues la situacin que vamos a describir se manifiestageneralmente en sus comienzos de un modo imperceptible, y puede dar pie a dudas eincluso a escrpulos en cuanto a la conducta a seguir: la persona no sabe si hace bien omal pero, en cualquier caso, no tiene eleccin. Nos explicaremos. Se trata de unasituacin en la que el Espritu Santo comienza a introducir a alguien en una oracin mspasiva, despus de un tiempo en que la oracin ha sido sobre todo activa; es decir,que ha consistido principalmente en una actividad propia hecha de reflexiones, demeditaciones, de un dilogo interior con Jess, de actos de la voluntad tales comoofrecerse a El, etc.

    Y he aqu que un buen da, la manera de orar se transforma de un modo alprincipio casi imperceptible. La persona encuentra dificultades para meditar, paradiscurrir, sufre cierta aridez y se siente inclina da a permanecer delante del Seor sinhacer ni decir nada, sin pensar en nada especial, pero en una serena actitud de atencinplena y amante hacia Dios. Por otra parte, esta actitud amorosa que procede del coraznms que de la inteligencia es casi imperceptible. Puede hacerse ms intensa despus,

  • una especie de inflamacin de amor, pero al principio suele ser casi inapreciable. Ycuando el alma pretende actuar de otro modo, reanudar una oracin ms activa, no loconsigue y casi siempre tiende a volver al esta do que hemos descrito. Sin embargo, aveces sentir escrpulos, pues tendr la impresin de no actuar, mientras que antes lohaca.

    Pues bien, cuando el alma se encuentra en este estado, debe permanecer en lsencillamente, sin in quietarse, sin agitarse, sin moverse. Dios desea llevarla a unaoracin ms profunda, y eso significa una gracia muy grande. El alma debe dejarse hacery seguir su tendencia a permanecer pasiva; para que est en oracin, basta que en elfondo de su corazn exista esta orientacin serena hacia Dios. No es el momento deactuar por s misma, por medio de sus propias facultades o capacidades; es el momentode dejar obrar a Dios.

    Hemos de hacer notar que no es el mismo estado de dominio de Dios del quehemos hablado anterior mente. La inteligencia y la imaginacin continan ejerciendocierta actividad: los pensamientos, las imgenes van y vienen, pero en un nivelsuperficial, sin que la persona preste atencin a dichos pensamientos e imgenes msbien involuntarios. Lo importante no es la agitacin (inevitable)[3] de la mente, sino laprofunda orientacin del corazn hacia Dios.

    Estas son, pues, algunas situaciones en las que no hay por qu plantear lapregunta: ocupar el tiempo de la oracin?, pues la respuesta ya est dada.

    Queda un caso en el que se plantea dicha cuestin. Es generalmente el de lapersona cargada de buena voluntad, pero que no est (todava!) inflama da de amor deDios; que no ha recibido todava la gracia de una oracin pasiva, pero que hacomprendido la importancia de la oracin y desea entregarse a ella regularmente, nosabiendo muy bien cmo hacerlo. Qu aconsejar a esta persona?

    No responderemos directamente a esta cuestin diciendo: durante el rato deoracin haz esto o aquello, reza de esta manera o de esta otra. Nos parece ms prudenteempezar por dar los principios bsicos que deben guiar a un alma en lo que se refiere asu comportamiento durante la oracin.

    En los captulos anteriores hemos descrito las actitudes fundamentales que debenorientar al alma que aborda la oracin, actitudes vlidas, de hecho, para cualquier formade oracin e incluso para toda la existencia cristiana en su conjunto, como ya hemosdicho. Lo que cuenta sobre todo y lo repetimos de nuevo no es el cmo, ni lasrecetas, sino, por as decir, el clima y el estado de nimo con los que abordamos la vidade oracin: lo que condiciona la perseverancia en ella, as como su fecundidad, es quedicho clima sea el adecuado

    Ahora haremos un poco lo mismo, es decir, daremos algunas orientaciones que,tomadas en conjunto, definen no un clima, sino una especie de paisaje interior con suspuntos de referencia, sus caminos, un paisaje interior que quien desee hacer oracinpodr seguir libremente segn la etapa en que se encuentre de su itinerario y segn elimpulso del Espritu Santo. Conocer, al menos parcialmente, esos puntos de referenciapermitirn el fiel orientarse, comprender por l mismo lo que ha de hacer en la oracin.

    Ese paisaje interior de la vida de oracin del cristiano est definido y modeladode algn modo por cierto nmero de verdades teolgicas que enunciamos y explicamos acontinuacin.

  • PRIMACA DE LA ACCIN DIVINA

    El primer principio es sencillo pero muy importante: En la oracin lo que cuentano es lo que nosotros hacemos, sino lo que Dios hace en nosotros durante ese tiempo.

    Conocer ese principio nos libera, pues a veces somos incapaces de hacer ni decirnada durante la oracin. Eso no tiene nada de trgico, pues si no somos capaces deobrar, Dios puede hacer y hace siempre algo en lo ms profundo de nuestro corazn,incluso si no nos damos cuenta. El acto esencial de la oracin es, a fin de cuentas, el deponemos y mantenemos en la presencia de Dios. Ahora bien, Dios no es Dios de muertos,sino de vivos. Esta presencia, por ser presencia del Dios vivo, es activa, vivifican te, nossana y nos santifica. No podemos ponemos delante del fuego sin calentamos, no podemosexponemos al sol sin bronceamos. Desde el momento en que nos quedamos all yguardamos cierta inmovilidad y cierta orientacin...

    Si nuestra oracin consiste simplemente en lo siguiente: en ponemos delante deDios sin actividad alguna, sin pensar en nada especial, sin sentimientos particulares, perocon una actitud profunda de disponibilidad, de abandono confiado, entonces no hay nadamejor que podamos hacer. As, dejamos obrar a Dios en la intimidad de nuestro ser, que,en definitiva, es lo que cuenta.

    Sera una equivocacin medir el valor de nuestra oracin por lo que hemos hechodurante ese tiempo, tener la impresin de que es buena y til cuando hemos dicho ypensado muchas cosas, y desolamos si no hemos sido capaces de hacerlo. Muy bienpuede ocurrir que nuestra oracin sea desastrosa y que durante ese tiempo,invisiblemente y en secreto, Dios realice en el fondo de nuestra alma unas obrasprodigiosas, cuyos frutos slo veremos ms tarde... Y es que todos los inmensos bienesque tienen su origen en la oracin no son fruto de nuestros pensamientos o nuestroshechos, sino de la actuacin de Dios frecuentemente secreta e invisible en nuestrocorazn. Slo en el Reino conoceremos los resultados de nuestra oracin!

    Santa Teresita del Nio Jess era muy consciente de ello. Tena un problema en suvida de oracin: se dorma! No era culpa suya: haba entrado en el Carmelo muy joven yno dorma lo suficiente para su edad... Aquella debilidad no la entristeca demasiado:

    Yo creo que los nios pequeos gustan lo mismo a sus padres cuando duermenque cuando estn despiertos, creo que para las operaciones, los mdicos duermen a susenfermos. En fin, creo que el Seor ve nuestra fragilidad, que recuerda que no somosms que polvo (Historia de un alma. Manuscrito autobiogrfico A).

    Lo ms importante en la oracin es el componen te pasivo. No se trata tanto dehacer cosas como de entregamos a la accin de Dios. A veces debemos preparar ysecundar esta accin de Dios con nuestra propia actuacin, pero con frecuencia notenemos ms que consentir en ella pasivamente, y entonces es cuando suceden las cosasms importantes. Incluso puede llegar a ser necesario impedir nuestra actuacin paraque Dios pueda obrar libremente en nosotros. As es como lo demuestra san Juan de laCruz cuando explica algunas arideces, determinada incapacidad para hacer funcionar a lainteligencia o la imaginacin en la oracin, la imposibilidad de sentir algo o de meditar:Dios permite ese estado de aridez, de noche, para ser el nico en actuar profundamenteen nosotros, como el mdico que anestesia al enfermo para poder trabajartranquilamente!

  • Volveremos sobre este tema, pero de momento conviene retener este dato: si, apesar de nuestra buena voluntad, somos incapaces de rezar bien, de con movernos y detener hermosos pensamientos, no nos entristezcamos. Ofrezcamos nuestra pobreza a laaccin de Dios y nuestra oracin ser entonces ms valiosa que la que nos hubieradejado satisfechos de nosotros mismos! San Francisco de Sales rezaba as:

    Seor, no soy ms que lea: prndele fuego!

    PRIMACA DEL AMOR

    Veamos ahora un segundo principio tan funda mental como el primero: la primacadel amor sobre todo lo dems. Santa Teresa de Jess dice: En la oracin, lo que cuentano es pensar mucho, sino amar mucho.

    Eso tambin es liberador. A veces no podemos pensar, no podemos meditar, nopodemos sentir pero, no obstante, siempre podemos amar. El que est al lmite delcansancio, aturdido por las distracciones, incapaz de hacer oracin, puede ofrecer supobreza al Seor con serena confianza; de este modo le est amando y hace unamagnfica oracin! El amor es rey, con independencia de las circunstancias, y siempresaca partido de ellas. El amor siempre se aprovecha de todo, tanto del bien como delmal, acostumbraba a decir Teresa de Lisieux, citando a san Juan de la Cruz. El amor sebeneficia de los sentimientos lo mismo que de las sequedades, de las mociones como dela aridez, de la virtud como del pecado, etc.

    Este principio coincide con el primero que hemos enunciado antes: la primaca dela accin de Dios sobre las nuestras. En la oracin, nuestra principal tarea es amar, peroen la relacin con Dios, amar es, en primer lugar, dejarse amar. Y no es tan fcil comoparece! Hay que creer en el amor, a pesar de que tenemos una gran facilidad para dudarde l, y hay que aceptar tambin nuestra pobreza.

    A menudo resulta ms fcil amar que dejarnos amar: hacer algo por nuestra parte,dar, es gratificante: nos creemos tiles! Dejamos amar supone que aceptamos no ser nihacer nada. Este es nuestro primer trabajo en la oracin: no pensar ni ofrecer ni haceralgo por Dios, sino dejamos amar por El como nios pequeos. Ceder a Dios el placer deamamos. Y si nos resulta difcil, significa que no creemos ciegamente en el amor de Diospor nosotros; y eso implica tambin la aceptacin de nuestra pobreza. Ah llegamos a unpunto absolutamente fundamental: no existe un autntico amor a Dios que no se base enel reconocimiento de la absoluta prioridad de su amor por nosotros, que no hayacomprendido que, antes de hacer lo que sea, tenemos que recibir: En esto est el amor,nos dice san Juan, no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que El nos amprimero (1 Jn 4, 10).

    Con respecto a Dios, el primer acto de amor, el que debe quedar en la base decualquier acto de amor, es el siguiente: creer que somos amados, dejarnos amar enmedio de nuestra pobreza, como somos, con independencia de nuestros mritos ynuestras virtudes. Si es esta la base de nuestra relacin con Dios, hemos acertado. Encaso contrario, siempre estar falseada por cierto farisesmo, en el que, a fin de cuentas,Dios no ocupa el centro, el primer lugar, sino nosotros mismos, nuestra actuacin,nuestra virtud o cualquier otra cosa.

  • Este punto de vista es muy exigente (pide un gran descentramiento, un gran olvidode nosotros mismos), pero al mismo tiempo es liberador. Dios no es pera de nosotrosobras, actuaciones, el logro de algn bien: somos siervos intiles. Dios no necesitanuestras obras, pero tiene sed de nuestro amor, dice santa Teresa de Lisieux. Nos pideen primer lugar que nos dejemos amar, que creamos en su amor, y eso siempre esposible. Fundamentalmente, la oracin es eso: ponernos en la presencia de Dios paradejar que nos ame. La respuesta de amor surge despus, durante o fuera de la oracin.Si nos dejamos amar, Dios mismo producir el bien en nosotros y nos con ceder llevar acabo esas obras buenas que Dios prepar para que caminemos por ellas (Ef 2, 10).

    De esta primaca del amor se deduce que todo lo que hagamos en la oracin debeir encaminado a favorecer el amor y a fortalecerlo. Ese es el nico criterio que permitedecir si est bien o mal hacer una cosa u otra en la oracin. Es bueno todo lo que lleva alamor. Pero, por supuesto, a un amor verdadero, no a un amor superficialmentesentimental (incluso si los sentimientos ardientes tienen valor como expresin del amorcuando Dios nos los concede...).

    Los pensamientos; las consideraciones; los actos interiores que alimentan oexpresan nuestro amor por Dios; que nos hacen crecer en la gratitud y la confianza enEl; que despiertan o estimulan nuestros deseos de entrega, de pertenecerle, de servirlefiel mente como a nuestro nico Seor, etc. deben constituir habitualmente la parteprincipal de nuestra propia actividad durante la oracin. Todo lo que fortalezca nuestroamor a Dios es un buen tema de oracin.

    Buscar la sencillez

    Una consecuencia de todo lo anterior es la siguiente durante la oracin debemosestar pendientes de no mariposear, de no multiplicar los pensamientos y lasconsideraciones en las que cabra ms la bsqueda de arrebatos que la de una conversinreal del corazn. De qu me sirve tener pensamientos elevados y variados sobre losmisterios de la fe, cambiar constantemente de temas de meditacin repasando todas lasverdades de la teologa y todos los pasajes de la Sagrada Escritura, si no salgo ms resuelto a entregarme a Dios y a renunciar a m mismo por amor a El? Amar, dice santaTeresa del Nio Jess, es darlo todo y darse uno mismo. Si mi oracin diaria consistieraen una nica idea sobre la que volviera incansablemente: la de estimular a mi corazn aentregarse plenamente al Seor e insistir sin cesar en el propsito de servirle yentregarme a El, esta oracin sera ms pobre pero mucho mejor!

    Continuando sobre esta primaca del amor, recordemos un hecho de la vida deTeresa de Lisieux. Poco antes de su muerte, Teresa est en cama ya muy enferma; unahermana (Sor Agns) entra en su habitacin y le pregunta: En qu piensa? No piensoen nada; no puedo; sufro demasiado y entonces rezo. Y qu le dice a Jess? Teresaresponde: No le digo nada, le amo!

    Esta es la oracin ms pobre, pero la ms profunda: un simple acto de amor porencima de cualquier palabra, de todo pensamiento. Hemos de tender a esa sencillez. Endefinitiva, nuestra oracin no deba ser ms que eso: sin palabras, sin pensamientos, sinuna serie de actos particulares y distintos, sino un nico y sencillo acto de amor!Necesitamos mucho tiempo y un profundo trabajo de la gracia para llegar a estasencillez, nosotros, a los que el pecado ha hecho tan complicados, tan dispersos. Almenos, recordemos esto: el valor de la oracin no se mide por la abundancia y variedadde las cosas que se hacen; al contrario: cuanto ms se acerca a un simple acto de amor,

  • mayor valor tiene. Y cuanto ms avanzamos en la vida interior, ms se simplifica nuestraoracin. Volveremos sobre ello al hablar de la evolucin de la vida de oracin.

    Antes de terminar este apartado, querramos prevenir sobre un tipo de tentacinque puede presentarse. Es posible que durante la oracin se nos ocurran hermosos yprofundos pensamientos, ciertas luces sobre el misterio de Dios o unas perspectivasalentadoras en relacin con nuestra vida, etc. Esta clase de luces o de pensamientos (pueden llegar a parecernos geniales!) suelen ser una trampa y debemos estar en guardia.Por supuesto que en algunas ocasiones Dios nos comunica luces e inspiraciones durante laoracin. Pero es preciso saber que algunos pensamientos que surgen en nosotros puedenser tentaciones: al detenernos en ellos nos apartamos, de hecho, de una presencia enDios ms pobre, pero ms autntica. Estos pensamientos nos arrastran, en ocasiones nosexaltan, terminamos por cultivarlos y quiz por estar ms atentos a ellos que al mismoDios. Al acabar el rato de oracin nos damos cuenta de que todo era vano y que noqueda gran cosa...

    DIOS SE NOS DA A TRAVS DE LA HUMANIDAD DE JESUCRISTO

    Despus de la primaca de la actuacin divina y de la primaca del amor, veamosahora un tercer principio fundamental que sostiene la vida contemplativa del cristiano:encontramos a Dios en la humanidad de Jesucristo.

    Hacemos oracin para entrar en contacto con Dios, pero a Dios nadie lo conoce.Cul es el modo, el medio que se nos ha dado para encontrar a Dios? Hay un nicomediador, el Cristo Jess, verdadero Dios y verdadero hombre. La humanidad de Jess,en tanto que humanidad del Hijo, es para nosotros la mediacin, el punto de apoyo anuestro alcance por el que tenernos la certeza de poder encontrar a Dios y unirnos a El.En efecto, dice san Pablo: en l reside corporalmente toda la plenitud de la Divinidad(Col 2, 9). La humanidad de Jess es el sacramento primordial por el cual la Divinidad sehace accesible a los hombres.

    Somos personas de carne y hueso; necesitamos ayudas sensibles para acceder a lasrealidades espirituales. Dios lo sabe, y eso explica todo el misterio de *[62] laEncarnacin. Tenemos necesidad de ver, de tocar, de sentir. La humanidad sensible yconcreta de Jess es para nosotros la expresin de la maravillosa condescendencia deDios, que conoce nuestra forma de ser y nos da la posibilidad de acceder humanamente alo divino, de tocarlo por medios humanos. Lo espiritual se ha hecho carnal. Jess es paranosotros el camino hacia Dios: El que me ve a m, ve al Padre, contesta Jess a lapeticin de Felipe: Mustranos al Padre y eso nos basta (Jn 14, 8-9).

    Hay en ello un muy hermoso y gran misterio. La humanidad de Jess en todos susaspectos, hasta los ms humildes y ms secundarios en apariencia, es para nosotros comoun inmenso espacio de comunin con Dios. Cada aspecto de esta humanidad, cada unode sus rasgos incluso el ms pequeo y ms oculto, cada una de sus palabras, cadauno de sus hechos y de sus gestos, cada una de las etapas de su vida, desde laconcepcin en el seno de Mara hasta la Ascensin, nos pone en comunicacin con elPadre siempre que lo recibamos en la fe. Recorriendo esta humanidad como un paisajeque nos perteneciera, como un libro escrito para nosotros, nos lo apropiamos en la fe yen el amor; no cesamos de crecer en una comunin con el misterio inaccesible einsondable de Dios.

  • Esto significa que la oracin del cristiano siempre se basar en una cierta relacincon la humanidad del Salvador[4]. Todas las variadas formas de oracin cristiana (msadelante daremos ejemplos) encuentran justificacin teolgica y tienen como comn denominador el hecho de poner en contacto con Dios a travs de algn aspectodeterminado de la humanidad de Jess. Y por ser esta humanidad de Jess elsacramento, el signo eficaz de la unin del hombre con Dios, nos basta estar unidos porla fe a ella para encontrarnos en comunin con Dios.

    Brulle expresa de una hermosa manera cmo los misterios de la vida de Jess,aunque acaecidos en el tiempo, siguen siendo realidades vivas y vivificantes para quienlos contempla con fe.

    Es preciso plantear la perpetuidad de esos misterios en una determinada forma:ocurrieron en ciertas circunstancias y duran, estn presentes y son perpetuos de otradeterminada forma. Pasa ron en cuanto a su ejecucin, pero estn presentes en cuanto asu fuerza, y su fuerza no pasa nunca, ni pasar nunca el amor con que fueron realiza dos.El espritu, pues, el estado, la fuerza, el mrito del misterio est siempre presente... Esonos obliga a tratar las cosas y los misterios de Jess, no como cosas pasadas yextinguidas, sino como cosas vivas y presentes de las que tenemos tambin que recogerun fruto presente y eterno.

    Brulle lo aplica, por ejemplo, a la infancia de Jess:

    La infancia de Jess es un estado pasajero, pues las circunstancias de estainfancia han pasado y ya no es un nio. No obstante, hay algo divino en ese misterio quepersevera en el cielo y que obra un modo de gracia semejante en las almas que estn enla tierra, que Jess gusta de asignar y dedicar a ese humilde primer estado de supersona.

    Hay mil formas de entrar en contacto con la humanidad de Jess: contemplar sushechos y sus gestos, meditar su comportamiento, sus palabras, cada uno de losacontecimientos de su vida terrena, conservarlos en nuestra memoria, mirar su rostro enuna imagen, adorarle en su Cuerpo en la Eucarista, pronunciar su Nombre con amor yguardarlo en nuestro corazn, etc. Todo eso nos ayuda a hacer oracin so lamente conuna condicin: que esta actividad no sea una curiosidad intelectual, sino una bsquedaamorosa: Busqu al amado de mi alma (Ct 3, 1).

    En efecto, lo que nos permite apropiamos plena mente de la humanidad de Jess,y por ella entrar en comunicacin real con el misterio insondable de Dios, no es la meraespeculacin de la inteligencia, sino la fe, la fe como virtud teologal, es decir, la feanimada por el amor. Slo ella y san Juan de la Cruz insiste extraordinariamente eneste punto, tiene el poder, la fuerza necesaria para hacemos entrar realmente enposesin del misterio de Dios a travs de la persona de Cristo. Slo ella nos permitealcanzar realmente a Dios en la profundidad de su misterio: la fe, que es la adhesin detodo el ser a Cristo, en quien Dios se nos da.

    La consecuencia de todo esto, como hemos visto, consiste en que el modo dehacer oracin para el cristiano es el de comunicamos con la humanidad de Jess a travsdel pensamiento, de la mirada, de actos de la voluntad y segn distintas vas a cada unade las cuales corresponde, por as decir, un mtodo de oracin.

  • Un procedimiento clsico, por lo menos en Oriente, para entrar en la vida deoracin es por ejemplo el que aconseja santa Teresa de Jess vivir en compaa de Jesscomo con un amigo con el que se dialoga, al que se escucha, etc.:

    Puede representarse delante de Cristo y acostumbrarse a enamorarse mucho desu sagrada Humanidad, y traerle siempre consigo y hablar con El, pedirle para susnecesidades, y quejrsele de sus trabajos, alegrarse con El en sus contentos, y noolvidarle por ellos, sin procurar oraciones compuestas, sino palabras conforme a susdeseos y necesidad. Es excelente manera de aprovechar, y muy en breve; y quientrabajare a traer consigo esta preciosa compaa, y se aprovechare mucho de ella, y deveras cobrare amor a este Seor, a quien tanto debemos, yo le doy por aprovechado(Libro de la Vida, cap. 12).

    Ms adelante daremos nuevos ejemplos.

    DIOS HABITA EN NUESTRO CORAZN

    Desearamos ahora enunciar un cuarto principio teolgico de gran importanciatambin como gua en la vida de oracin; a travs de esta pretendemos ponemos en lapresencia de Dios. Ahora bien, los modos de presencia de Dios son mltiples, lo queexplica tambin la diversidad de formas de oracin: Dios est presente en la creacin yse le puede contemplar en ella; est presente en la Eucarista y se le puede adorar enella; est presente en la Palabra y lo podemos encontrar meditando la Escritura, etc.

    Sin embargo, hay otra modalidad de presencia de Dios cuya consecuencia es muyimportante para la vida de oracin: la presencia de Dios en nuestro corazn.

    Como en el caso de las otras formas de presencia de Dios, esta presencia en elinterior de nosotros mismos no es en un principio objeto de experiencia (podr serlopoco a poco, al menos en determinados momentos privilegiados...), pero es objeto defe: independientemente de lo que podamos sentir o no sentir, sabemos por la fe, aciencia cierta, que Dios habita en el fondo de nuestro corazn: sabis que vuestrocuerpo es templo del Espritu Santo? (1 Cor 6, 19). Santa Teresa de Jess nos cuentaque el hecho de haber comprendido esta verdad fue una iluminacin que transformprofundamente su vida de oracin.

    Que, a mi parecer, si como ahora entiendo que en este palacio pequeito de mialma cabe tan gran Rey (entonces lo entendiera), que no le dejara tantas veces solo,alguna me estuviera con El, y ms procurara que no estuviese tan sucia. Mas, qu cosade tanta admiracin, quien hinchiera de mil mundos y muy muchos ms con su grandeza,encerrarse en una cosa tan pequea! A la verdad, como el Seor, consigo trae lalibertad, y como nos ama, hcese a nuestra medida (Camino de perfeccin, cap. 28).

    Todo el aspecto de recogimiento, de interioridad, de volver sobre uno mismo quepuede haber en la vida de oracin encuentra ah su autntico sentido. En caso contrario,el recogimiento slo sera un modo de cerrarse en s. El cristiano puede entrar en smismo legtimamente pues, por encima y ms profundamente que todas sus miseriasinteriores, a1l encuentra a Dios ms ntimo a nosotros que nosotros mismos, segn laexpresin de san Agustn, Dios, que mora en nosotros por la gracia del Espritu Santo.

  • El centro ms profundo del alma, dice san Juan de la Cruz, es Dios (Llama de amorviva, 1, 3).

    En esta verdad encontramos la justificacin de todas las formas de oracin comoplegaria del corazn; entrando con fe en su propio corazn, el hombre se une all a lapresencia de Dios que habita en l. Si en la oracin existe ese movimiento por el que nosunimos a Dios como el Otro, como de fuera, ex tenor a nosotros y presente de un modoeminente en la humanidad de Jess existe igualmente un lugar para ese movimientogracias al cual entramos en el interior de nuestro propio corazn para reunimos all conJess, tan cercano, tan accesible:

    Quin puede subir por nosotros a los cielos para tomarla... Quin pasar pornosotros al otro lado de los mares? No; la tienes enteramente cerca de ti, la tienes en tuboca y en tu corazn (Dt 30, 12-14).

    Pensis que importa poco para un alma derramada entender esta verdad, y verque no ha menester para hablar con su Padre Eterno ir al cielo, ni para regalarse con El,ni ha menester hablar a voces? Por paso que hable, est tan cerca que nos oir; ni hamenester alas para ir a buscar le, sino ponerse en soledad y mirarle dentro de s, y noextraarse de tan buen husped; sino con gran humildad, hablarle como a padre, pedirlecomo a padre, contarle sus trabajos, pedirle remedio para ellos, entendiendo que no esdigna de ser su hija (Santa Teresa de Jess, op. cit., cap. 28).

    Cuando no sabemos cmo rezar, es muy sencillo proceder de ese modo:recojmonos, hagamos el silencio y entremos en nuestro propio corazn, bajemos anuestro interior, reunmonos con esa presencia de Jess que habita en nosotros ypermanezcamos tranquilamente con El. No le dejemos solo, hagmosle compaa lomejor que podarnos. Y si perseveramos en este ejercicio, no tardaremos en descubrir larealidad de lo que los cristianos orientales llaman el lugar del corazn, o la celdainterior por hablar como santa Catalina de Siena, ese centro de nuestra persona enel que Dios se aposenta para estar con nosotros y donde podemos estar siempre con El.

    Ese espacio interior de comunin con Dios existe, nos ha sido concedido, peromuchos hombres y mujeres no llegan ni a sospecharlo porque nunca han entrado en l, nijams han bajado a ese jardn para recoger sus frutos. Felices los que han hecho el descubrimiento del Reino de Dios dentro de s mismos: su vida cambiar.

    El corazn del hombre es ciertamente un abismo de miseria y de pecado, peroDios est en lo ms profundo de l. Recogiendo una metfora de santa Teresa de Jess,el hombre que persevera en la oracin es como el que va a sacar agua de un pozo. Echael cubo y al principio no obtiene ms que barro. Pero si tiene confianza y persevera,llegar un da en que lo que encontrar dentro de su propio corazn ser un agua muypura: Quien cree en m, como dice la Escritura, de sus entraas brotarn ros de aguaviva (Jn 7, 38).

    Esto tiene una gran importancia en nuestra vida. Si gracias a la perseveranciadescubrimos ese lugar del corazn, nuestros pensamientos, nuestras opciones ynuestros actos, que con demasiada frecuencia proceden de la parte superficial denuestro ser (de nuestras inquietudes, nuestros nerviosismos, nuestras reaccionesinmediatas...), poco a poco nacern de ese centro profundo del alma en el que estamosunidos a Dios por el amor. Accederemos a un nuevo modo de ser en el que todo serfruto del amor, y entonces seremos libres.

  • ***

    Hemos enunciado cuatro grandes principios que deben orientar nuestrocomportamiento durante la oracin: primaca de la accin de Dios; primaca del amor, lahumanidad de Jess como instrumento de comunin con Dios, y por ltimo, lainhabitacin de Dios en nuestro corazn. Son unos principios que pueden servirnos depunto de referencia para vivir bien el tiempo de oracin.

    Sin embargo, como ya hemos mencionado anteriormente, para mejor entender loque es nuestra oracin, hemos de tener en cuenta la evolucin de la vida de oracin y delas etapas de la vida espiritual. Tema que tratamos a continuacin.

  • III. EVOLUCIN DE LA VIDA DE ORACIN

    DE LA INTELIGENCIA AL CORAZN

    Evidentemente, la vida de oracin no es una realidad esttica, sino que sigue undesarrollo, unas etapas, un progreso no siempre lineal, por supuesto, con ocasionalesretrocesos al menos aparentes!

    Los autores espirituales que tratan de la oracin suelen distinguir diversas fases ensu desarrollo, diferentes estados de oracin, desde los ms habituales a los mselevados, que jalonan el itinerario del alma en su unin con Dios. Santa Teresa de Jesshablar de Siete Moradas; otro autor distinguir tres fases (purgativa, iluminativa yunitiva); algunos harn seguir a la meditacin la oracin afectiva, despus la oracin conla simple mirada, luego la de quietud, antes de hablar del sueo de las potencias, delrapto, del xtasis, etc.

    No pretendemos entrar en un estudio detallado de las etapas de la vida de oraciny de las gracias de orden mstico y tambin de las pruebas! que encontramos enellas, a pesar de ser ms frecuentes de lo que generalmente se piensa. Remitimos aautores ms competentes y, en cualquier caso, para el pblico al que destinamos estelibro no es indispensable tratarlo aqu. Aadiremos tambin que, sobre todo hoy, cuandola Sabidura de Dios parece gozar alterando las l