Jaeger, Werner - Demóstenes.1

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    DEMSTENES

    WfernerJaeger

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    Primera edicin en ingls. 1938Primera edicin en espaol, 1945Primera reimpresin, 1976

    FCE, Biblioteca. Programa de catalogacin en la publicacin.

    Jacgcr, Wcrner Wilhelm, 1888-1961.Dcmstcnes. La agonfa de Grecia. Mxico, Fondo de

    Cultura Econmica [1945, 1976]309 p. (Seccin de obras de filosofa)

    Titulo original: Dcmosthencs. The origins and growth

    of his policy.

    I. Dcmstcnes, 384-322 a. C.

    PA3952.E8JS 885.1 FCE 76-9

    Traduccin deEDUARDO NI COL

    I). R. FONDO DE CULTURA ECONMICAAv. de la Universidad, 975; Mxico 12. .1). F.Impreso en Mxico

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    INDICE GENERAL

    Pr e f a c i o a e s t a e d i c i n.......................................... 5

    Pr e f a c i o a l a pr im e r a e d i c i n............................. 7

    I. La recuperacin poltica de A tenas........... 9

    Introduccin ................................................ 9

    La situacin y el hom bre ............................ 16

    II. La juventud de Demstenes y su carrera

    legal ......................................................... 34

    III. La marcha hacia la politica ........................ 58

    IV. Los tres primeros discursos sobre polticaexterior ...................................................... 90

    V. El problema de la Grecia Septentrional y

    la Primera F ilp ica.................................. 126

    VI. La lucha por Olinto ................................ 158

    VII. Guerra o paz? .......................................... 188

    VIII. El fin .......................................................... 218

    Ap n d ic e : El discurso de Iscrates en favor de los

    platenses y la Segunda Confederacin.......... 247

    N o t a s ...................................................................... 255

    309

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    PREFACIO A ESTA EDICION

    Es pa r a m una gran satisfaccin ver traducido al espa-

    ol mi Demstenes, que se public en ingls en 1938,

    como consta en el prefacio de esa edicin, que aparece

    tambin en la presente. Poco es lo que debo aadir a lodicho en l, pero me complace llamar la atencin del lec-

    tor sobre mi otra obra, Paideia: los ideales de la cultura

    griega, de la que han aparecido dos nuevos volmenes

    desde que se public Demstenes.La obra entera ha sido

    publicada en espaol por el Fondo de Cultura Econ-

    mica. El ltimo captulo del volumen i iide Paideia, que

    trata de Demstenes y de su lucha por la libertad deGrecia, se basa en los resultados del presente libro. Por

    otro lado, los volmenes n y i i i de Paideia ofrecen un

    cuadro mucho ms amplio del fondo dentro del cual

    se desarrollan las luchas que sostuvo Demstenes duran-

    te toda su vida, y que puede ser til para quienes quieran

    saber ms de lo que se dice en los primeros captulos de

    Demstenes.De los tres apndices que no pudieron incluirse en

    Demstenes (vase el Prefacio a la edicin inglesa), uno

    se public por separado con el ttulo The Date of Isocra

    tes Areopagiticus and the Athenian Oposition, en la

    serieHarvard Studies in Classical Philology,volumen es-

    pecial (Cambridge, Harvard University Press, 1941),

    pp. 409450. Esta publicacin constituye un suplemen-

    to importante a mis observaciones sobre el Areopagiticus

    de Iscrates que aparecen en la pgina 68 y en las notas

    nmeros 10 y 12 de las pginas 266 de este libro. En el

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    6 PREFACIO A ESTA EDICIN

    volumen m de Paideia tambin hay un capitulo sobreeste tema. Quienes no tengan acceso a los HarvardStudies pueden remitirse a l.

    Por ltimo, me complace expresar mi sincera grati-tud al traductor de este libro, profesor Eduardo Nicol,de la Universidad Nacional de Mxico, por el excelentetrabajo que ha realizado en este volumen. A su inteli-gencia y comprensin de las cosas, as como al intersque puso en la empresa la editorial Fondo de Cultura

    Econmica debo que este libro pueda hoy leerse en lospases de habla espaola.

    W e r n e r Ja e c e r

    Noviembre de 1945

    Harvard UnivcrsityCambridge, Massachusetts

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    PREFACIO A LA PRIMERA EDICION

    E s t e l ib r o rene una serie de conferencias que di en

    Berkeley, como profesor de la ctedra Sather de Litera-

    tura Clsica, en la Universidad de California. Me com-

    place, ahora que estn listas para publicacin, expresarmi profunda gratitud por el honor que se me hizo al

    encargarme de esa ctedra en 1934. Esta invitacin sir-

    vi para presentarme al Nuevo Mundo, el cual, subsi-

    guientemente, ha venido a ser mi segundo hogar y la

    escena de mi permanente actividad.

    Despus de un perodo de fluencia, en el siglo xix,

    los estudios sobre Demstenes fueron ms descuidadosque cualquier otro campo de la literatura clsica. El

    veredicto pronunciado por la moderna historiografa so-

    bre Demstenes, como hombre de estado, produjo,

    adems, un efecto paralizador sobre la investigacin filo-

    lgica. Pero, sin embargo, no es posible entender sin

    Demstenes la funesta lucha intelectual y poltica de

    Grecia en el siglo iv a. c. Este libro no ofrece una bio-grafa o una reconstruccin de los sucesos histricos. Se

    propone una reinterpretacin de los discursos de De

    mstenes, en tanto que documentos autnticos de su

    pensamiento y su accin polticos. Paradjicamente, el

    pensamiento poltico prctico de los griegos ha sido me-

    nos investigado que su teora poltica. El presente libro

    puede ayudar a obtener, de los propios discursos de De-mstenes, el criterio para su comprensin poltica.

    Durante algunos aos haba planeado publicar un

    estudio ms analtico sobre este tema. Las conferencias

    indicadas me instigaron a moldear mis pensamientos en

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    PREFACIO 8

    una forma ms accesible. Debo gratitud, adems, a la

    University of California Press por permitirme aadir

    extensas notas que no solamente contienen el necesario

    material de referencia, sino que tambin tratan de cierto

    nmero de cuestiones especiales. Por ser muchas de ellas

    digresivas, todas las notas han sido puestas al final del

    volumen e impresas en un tipo mayor que el empleado

    usualmente para este propsito. Originalmente, haba

    pensado incluir tambin cuatro apndices. Slo uno de

    ellos, sobre el Plataicus de Iscrates, ha sido conservado.

    De los dems, sobre el Areopagiticus de Iscrates, sobrela Primera Filpicay sobre el Discurso Dcimotercerode

    Demstencs, he tenido que prescindir por causa de su

    extensin. Sern publicados aparte. El texto de las con-

    ferencias fu entregado al traductor a principios de 1934,

    y a la Universidad de California a fines del propio ao.

    Desde entonces, tan slo han sido aadidas las notas,

    las cuales fueron entregadas a la imprenta el veranode 1936. No pude referirme, por tanto, con extensin,

    a los libros recientemente publicados de Piero Treves,

    Paul Cloch y Gustave Glotz, sobre los cuales recay

    mi atencin, o pude yo obtenerlos, despus de termi-

    nar mi manuscrito.

    Finalmente, deseo dar las gracias a mi traductor,

    el seor Edward S. Robinson, del Kcnyon Collcgc,Gambicr, Ohio, U. S. A., por el extraordinario cuidado

    y la comprensin con que ha cumplido su labor. Estoy

    tambin muy reconocido a mi amigo y colega el profe-

    sor Gcorge M. Calhoun, de la Universidad de California,

    por su generosa ayuda al corregir las pruebas.

    W e r n e r Ja e g e r

    Chicago, Illinois,septiembre, 1937

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    CAPITULO PRIMERO

    LA RECUPERACION POLITICA DE ATENAS

    INTRODUCCIN

    E l h o m b r e de quien se ocupan estas pginas no puede

    contarse ya entre aquellas figuras de la antigedad cuyaalta reputacin en el mundo docto permanece indis-cutida. Hasta pudiera parecer que debo alguna excusapor haberlo elegido como tema. Quienquiera que es-pere el aplauso unnime de sus lectores, har bien en notomar por hroe a un poltico, especialmente a un pol-tico sin laureles de victoria. La Historia est siempre

    dispuesta a reconocer la grandeza de un poeta o de unfilsofo, sin reparar en lo mal que ellos puedan haberencajado en su tiempo; pero, habitualmente, juzga delestadista prctico por su xito, no por sus intenciones.La labor de la historia es comprender los hechos consu-mados con que se enfrenta, y esta comprensin puede,con demasiada facilidad, tomar la forma de una justifi-

    cacin de esos hechos y dedicar slo un encogimiento dehombros al bando que pierde.

    Pero Dcmstenes podramos objetar no fu unmero hijastro de Tyclie, que incitara nuestra profundasimpata tan slo por su inmerecido destino. Con todo,el clasicismo tradicional, que lo vener como al ltimo ydesdichado paladn de la libertad griega, ha cedido el

    paso a un nuevo tipo de pensamiento histrico, que sur-gi con el siglo xix, y cuyo efecto ha sido moderador.Hemos aprendido ahora que, en tiempos de Demstenes,una subyacente ley del desenvolvimiento alejaba a los

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    griegos del antiguo y limitado estadociudad y los con-duca hacia el imperio universal de Alejandro y la cultu-ra universal del Helenismo. Vista en esta nueva y vasta

    perspectiva, la figura de Demstenes se reduce a unpequeo obstculo en el curso de un proceso histricoirresistible. Parece hoy puramente accidental que latradicin preservara tantos de sus admirados discursos,mientras permiti que desaparecieran las obras histricassistemticas del mismo perodo, dando as a la posteri-

    dad una imagen de esta poca permanentemente de-formada, con las verdaderas proporciones completamen-te alteradas. Pero esta calamidad misma fu convertidaen virtud. Lo que Herodoto y Tucdides hicieron con elsiglo v, el historiador moderno ha tenido que hacerlo conel iv. Y acaso no ha mostrado verdadero discernimien-to histrico al desenmascarar a la elocuencia de Dems-

    tenes y presentarla como vana verbosidad, a pesar de subimilenario renombre; y al convertirse en abogado delas reales fuerzas histricas que superaron la resistenciade Demstenes a la marcha de los acontecimientos?

    Con bastante aproximacin, sta ha sido la commu-nis opinio de los historiadores en el siglo xix. Era natu-ral, por supuesto, que Johann Gustav Droysen, el descu-

    bridor del Helenismo alejandrino, se hubiera interesadopoco por Demstenes, pues su entusiasmo por Alejandro,como hroe y promotor de la nueva era, hace que todolo dems se tia de insignificancia. La situacin es dis-tinta cuando llegamos a las grandes obras histricas del

    perodo positivista, hacia fines del siglo, especialmentea la Griechische Geschichte de Karl Julius Bcloch.1 Bc

    loch puede ser considerado como el representante msidneo de este grupo, no slo porque su obra, como esbien sabido, destaca por su atencin a los hechos, sinotambin porque su descripcin del desenvolvimientogriego est dominada por la misma predisposicin te-

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    RECUPERACIN POLTICA DE ATENAS 11

    rica que, ms o menos conscientemente, ha determinadotodo el pensamiento histrico en nuestros das. Todos

    nosotros nos hemos educado en esta manera de ver lascosas. El hecho de que la vida poltica griega adoptarala forma de un grupo de estadosciudades autnomosfu, para el unitarismo nacional del siglo xix, un escn-dalo histrico. Haba una fuerte presuncin de que, alfinal, este "particularismo haba de desembocar de unmodo u otro en una unidad nacional ms amplia, como

    en el caso de los pequeos estados de Alemania e Ita-lia en el siglo xix. El papel unificador que recay ahen las potencias militares de Prusia y Savoya, parecahaber sido desempeado en la Hlade por el reino deMacedonia. La historia entera de Grecia era audazmen-te representada, sobre esta falsa analoga, como un pro-ceso necesario de desenvolvimiento que conduca natu-

    ralmente hacia un fin nico: la unificacin de la nacingriega bajo la direccin macednica. Lo que Demstenesy los ms de sus contemporneos haban considerado lamuerte de la libertad poltica griega, era consideradoahora, de repente, como el cumplimiento de todas laspromesas con que el destino haba bendecido la cunadel pueblo griego. De hecho, esto equivala a juzgar

    de la historia griega con una medida enteramente ex-traa; y Demstenes fu vctima de esta falsa interpre-tacin. Pero ya comienza a hacerse valer una nuevaapreciacin de todos los hechos y personajes histricos.En general los investigadores positivistas tienen un sen-tido mejor desarrollado para los factores polticos, mili-tares y econmicos, que para la personalidad humana, y

    esto era lo que estaba operando. Si no cmo pudo habersido que, justo en el tiempo en que el crdito de Dems-tenes bajaba, suban el de Iscrates y el de Esquines? Estasituacin, aun la sensibilidad ms rudimentaria la repu-tara falsa. Acaso ya no sea tan difcil reconocer la ahis

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    toricidad del criterio que Beloch y otros de la mismaescuela aplicaron a los acontecimientos del periodo de

    Demstenes. Pero cuando alguien se empea en lograruna visin general como esa, y la consigue al fin, encuen-tra dificultades infinitas en escapar a su hechizo cuandose llega a los detalles; pues la distorsin se extiende alas minucias mismas del juicio histrico. Si el criterio demedida es artificial, los hallazgos tienen que ser pareci-damente artificiales; especialmente si, como en Beloch,

    se envuelve en ellos un cierto tono emocional. Por estecamino, el historiador se convierte en algo no muy su-perior al escritor tendencioso, y persigue a su presa portodas las hendiduras y escondrijos con la obstinacin yla pertinacia inherentes al investigador.

    Naturalmente, hubo todava defensores de Demste-nes, aun despus de esa reversin de la opinin histrica.

    La obra de Arnold Schaefer, cuyo primer volumen apa-reci en 1856, fu preparada con el mayor cuidadofilolgico, y todava es de fundamental importancia paratodos los problemas especiales. Qued virtualmente in-afectada por los nuevos puntos de vista de Droyscn; ysu ttulo mismo: Demosthenes und seine Zeit, indicque se tomaba en ella a Demstenes como punto de

    orientacin para la historia de todo el siglo rv. En estaobra, Schaefer intent trazar un detallado cuadro his-trico, saturado de esa adoracin del hroe que el clasi-cismo ha rendido al gran orador de la libertad, de suerteque el ideal quedara bien fortalecido contra los ltimosatropellos. Pero, desgraciadamente, ese amable sabioalemn era hijo de un pas todava no consciente, pol-

    ticamente, y no enfocaba bien la dinmica de la vidapoltica. Consecuentemente, cuando lleg al punto cr-tico de juzgar la poltica de Demstenes, su celo enormeresult ineficaz; y, a decir verdad, su moralizante orto-doxia resulta muchas veces un tanto pesada. La versin

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    historiador moderno; pero, para quienes lo sufrieron ensu vida cotidiana para quienes el espritu de la his-

    toria griega estaba vivo an constituy un acto deinaudita violencia contra la condicin moral y espiritualde la civilizacin griega. De esta tremenda crisis, lalucha de Demstenes constituye un aspecto; el intentoplatnico de renovar el estado, es otro. El no repararen la importancia del empeo de Platn, como factor enla historia, por la simple razn que su estado ideal

    no poda ser realizado, no resulta menos falso quenegar la grandeza histrica de la lucha a muerte deDemstenes por mantener la polis verdadera, simple-mente porque el buen juicio nos muestra que no tenaremedio.

    En nuestro esfuerzo para aproximamos de nuevo aDemstenes, no debemos esperar comprenderlo en tr-

    minos de poltica moderna. Demstenes es tan slo unhombre; pero su historia necesita el contexto de todala historia emocional e intelectual del estado griego, des-de el fin de la guerra del Peloponeso en adelante. Porlo que se refiere a la comprensin del siglo iv, tal vezen ningn otro respecto hemos adelantado tanto, hastahoy, desde que Droysen descubri el helenismo poste-rior, como en aprender a ver cun indisolublemente co-nectado se encuentra el desarrollo del espritu griego delperodo de Platn con esos procesos extemos de la his-toria poltica, de los cuales hicimos antes lo posible pormantenerlo inmaculadamente despegado.3

    Empezar esbozando esta historia interna desde eltiempo en que Demstenes aparece por primera vez, yluego seguir su desarrollo a travs de sus discursos. Sinduda, es cierto que el pensamiento y la voluntad de unpoltico estn sujetos en cada momento a las realidadesde la situacin externa con que se enfrenta; y quien-quiera que lo juzgue en su funcin, deber no descuidar

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    RECUPERACIN POLTICA DE ATENAS 15

    aquellos acontecimientos reales en que l toma parteactiva. De ah que no podamos limitarnos al cuadro

    que nos presentan los discursos de Dcmstcncs. Nues-tra estimacin de ellos debe ser corregida a la luz de loshechos, hasta donde sea permitido averiguarlos. Desdi-chadamente, lo que podemos saber est angostamentelimitado, pues aquello que deja una huella en nuestratradicin es siempre la personalidad intelectual, la cualimprime en los acontecimientos la forma de su propio

    pensamiento y su experiencia ya sea la personalidadde quien los describe, como Tucdides, ya la de quienparticipa en ellos, como Dcmstenes. Nunca podemosreconstruir el curso efectivo de los acontecimientos.Por mucho que intentemos liberamos, veremos siempreal siglo v con los ojos de Tucdides, y al iv con los deDcmstenes. Procedamos, pues, a releer los discursosde Demstenes, pero esta vez viendo lo que realmentecontienen, es decir, como fuentes para nuestra comprensin del proceso interno por el cual se desarrolla elpensamiento poltico de su autor. No es bastante selec-cionar unos pocos hechos superficiales, prescindiendo delos dems, al modo demasiado frecuente de los histo-riadores. Ni es bastante limitar nuestro estudio al arteretrico de Demstenes, como Friedrich Blass ha hecho

    en su excelente historia de la oratoria tica.4 Cualquierade estos dos ltimos mtodos que siguiramos, se nosescurrira entre los dedos la verdadera substancia inte-lectual de los discursos, lo que les da su vida interna ydetermina su forma. Pues, en definitiva, ni el anlisishistrico ni el filolgico nos darn el verdadero Dems-tenes. Una tal divisin del trabajo me parece que

    difcilmente adelanta nuestro conocimiento. Tratemos,entonces, de una vez, de entender a Dcmstenes mismo.

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    LA SITUACIN Y EL HOMBRE

    La gran lucha por la supremaca entre la confedera-cin espartana y la ateniense haba terminado. SegnTucdides, el desarrollo entero del equilibrio de poderpoltico, espiritual y econmico en la Illade, haba esta-do siempre tendiendo hacia esto, desde el sorprendenteresurgir de Atenas durante las guerras persas. Es porrazn de esta interna necesidad directriz que Tucdides

    considera a la historia griega como una unidad, desde labatalla de Salamina (480) y la fundacin de la pri-mera Confederacin ateniense, hasta el tiempo de lacapitulacin de Atenas en 404 unidad que el histo-riador debe incluir de un solo golpe en su campo devisin, si se propone entenderla como tal,B Cuandollegamos al siglo iv, es tentador seguir mecnicamente el

    ejemplo de Tucdides, como hizo su sucesor Jenofonte,dejando que a la hegemona de los atenienses suceda laespartana, desde la cada de Atenas hasta la batallade Lcuctra en 371, cuando a su vez es derribada por elnuevo poder ascendente de Tebas para no levantarsejams; aadiendo despus un breve perodo de supre-maca tebana bajo Epaminondas, el cual termina en 362

    con la batalla de Mantinea, en la que el jefe cae enmedio de su victoria, dejando que su ciudad, hurfanay sin caudillo, decaiga hasta su primitiva posicin.

    Pero aun aparte del hecho de que cada uno de estosperodos fu ms corto que el anterior, y que despus deMantinea ningn estado asumi definidamente la direc-tiva en la Illade, el predominio de Esparta no fu

    realmente comparable al de la hegemona ateniense quelo haba precedido. Una vez derribada su rival, Espartamantuvo, sin duda, por varias dcadas, un dominio in-disputado en Grecia, mediante el uso moderado de supoder. Pero el dominio de Esparta, aunque fu tal como

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    RECUPERACIN POLTICA DE ATENAS 17

    Atenas nunca lo alcanzara, ni aun durante su ms vigo-rosa expansin territorial y martima en los primeros

    aos de Pericles, fu desde el principio puramente mili-tar, sin ningn fundamento cultural o econmico. En-tonces era imposible sostener, como en tiempos del augeateniense, que por obra del vigor irresistible y )a fuer-za transformadora de un solo estado, se hubiese pro-ducido un nuevo desarrollo y una redistribucin de to-dos los poderes vitales de la nacin. Esparta tom ensus manos simplemente el poder que se les deslizaba alos atenienses, y lo mantuvo por un tanto, confiandoen sus peculiares mtodos: autoridad y disciplina militar.Pero al asumir de este modo las funciones de una gran

    potencia, fu sacada violentamente de su antiguo cauce,y su fuerza interior empez a desintegrarse rpidamente.Tebas estaba todava menos preparada para el papel di-rectivo que sbitamente le cay en suerte con el xito desu levantamiento contra la arbitraria dominacin es-

    partana.Siendo as, el principio de la divisin en hegemonas

    se desbarata al aplicarlo a la historia del siglo iv. Cuandoms, sirve tan slo para deslindar ciertas subdivisionesevidentes del perodo. Hasta que no consideramos a s-tas a la luz de los abrumadores acontecimientos del

    tiempo de Demstenes, no alcanza verdadera unidad lalnea entera del desarrollo a partir del colapso del impe-rio ateniense. Unidad, aunque slo sea en un sentidonegativo, pues este es el perodo de los intentos por ar-ticular de nuevo la estructura del poder poltico en Gre-cia, los cuales culminan en la cabal destruccin de loque, por tanto tiempo, haba sido de tal manera su base,

    que casi pareci identificarse con la civilizacin griegamisma: el estadociudad independiente. Esos intentosfueron hechos primero por un estado, luego por otro, enrpida sucesin; pues ninguno de esos estados posea los

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    18 RECUPERACIN POLTICA DE ATENAS

    requisitos naturales para establecerse como potencia prin-cipal. Y as como ni Esparta ni Tebas pudieron mante-ner por mucho tiempo su posicin, tampoco Atenas

    pudo quedarse permanentemente en la condicin dedbil dependencia a que la paz de 404, con sus anona-dantes trminos, la haba reducido. Menos de una d-cada despus, la encontramos de nuevo desarrollandouna poltica activa y superando con xito su aislamiento.A partir de entonces, toma parte activa en la competen-cia general para el predominio en los asuntos griegos.La curva de sus esfuerzos para reconquistar su antigua

    posicin tiene altas y bajas. De esta curva, la polticade Demstenes constituye una parte, que es a fin decuentas decisiva. Y mientras transcurre en lo externoeste desarrollo poltico, el espritu ateniense se aferraal problema interno de las relaciones del hombre con elestado y al problema mismo del propio estado, que ha

    sido profundamente perturbado por la cada de Atenas.Estos esfuerzos internos y externos per la regeneracindel estado ateniense, los cuales ocupan el primer ter-cio del siglo rv, determinan la atmsfera en la que De-mstenes naci. Y es por medio de ellos que debemoscomprender sus designios, su lucha y sus ideales.

    El orador ateniense a quien Tucdides presenta ex-

    poniendo extensamente en las crticas negociaciones deEsparta, antes de estallar la guerra del Peloponeso, losmotivos fundamentales de la poltica ateniense durantelos ltimos cincuenta aos, indica que el principio bsicode toda la conducta de Atenas ha sido el deseo de segu-ridad.7 Explica que es muy humano que Atenas haya

    perseguido este ideal en toda la medida de su fuerza; y

    ve con claridad y sin ilusiones que ningn estado queacte de este modo puede esperar simpata alguna de lasdems partes afectadas. Pero indica que el odio generalhacia Atenas, levantado por su imperialismo, no debe

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    RECUPERACIN POLTICA DE ATENAS 19

    ser atribuido a mal carcter peculiar de su pueblo, y quesi se produjera un reajuste de poder, el mismo odio selevantaria contra los nuevos dominadores contra los

    mismos espartanos.8Esta profeca es y considero bien fundada esta

    conclusin un resumen de las observaciones del propioTucdides despus de la guerra del Peloponeso. La sim-pata general por Esparta, cuya propaganda de guerrahaba tenido por lema la liberacin de Grecia de latirana ateniense, habase cambiado en antagonismo en

    pocos meses, cuando el despotismo de Esparta bajo Lisandro sustituy al de Atenas. Poco tiempo antes, losjefes espartanos contuvieron a duras penas a sus aliadostebanos y corintios para que no arrasaran Atenas entera,y no solamente sus muros.10 Pero luego, cuando los es-partanos procedieron a entrometerse en la poltica do-mstica del pueblo conquistado, tratando a su pas como

    a una simple colonia espartana, los tebanos y los corin-tios intervinieron en favor de Atenas.11 Esta interven-cin fu al principio, sin duda, slo un sntoma aislado;pero queda en la misma lnea que la subsiguiente alianzade Tebas y Atenas, y que su abierto ataque contra Espar-ta en 395, en el momento en que el ejrcito de stacombata en Asia Menor bajo Agesilao, y en que Grecia

    pudo fcilmente caer presa de la rebelin de esos malvenidos aliados.

    En la Historia de Grecia de Jenofonte, el enviadotebano a Atenas para tratar de la alianza ofrece en sudiscurso una caracterizacin muy interesante del estadointerno de los asuntos bajo la dominacin espartana.Este discurso debe considerarse como un deliberado pa-

    rangn del otro que encontramos en Tucdides, puestoque registra el cumplimiento exacto de las profecas he-chas en l.12 Dicho discurso arde en odio apasionadocontra los espartanos, quienes, a pesar de haber ganado

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    20 RECUPERACIN POLTICA DE ATENAS

    su victoria con ayuda extranjera, estaban cosechando losfrutos para s, oprimiendo a sus aliados en vez de cum-

    plir sus promesas. En vez de traer libertades a la Hlade,

    haban trado una doble esclavitud, estableciendo un sis-tema de inspeccin militar en todas las ciudades. Y,adems, todava no se divisaba signo alguno de aquellasventajas econmicas por cuya causa los antiguos adver-sarios de Atenas especialmente los corintios habanido a la guerra.

    De este modo surgi una nueva solidaridad con Ate-

    as. Que sta se recuper de la catstrofe relativamentepronto, estara indicado por el modo como el emisariotebano13 persigue la ayuda ateniense, aunque haya slo

    pocos datos ms que conozcamos con precisin sobreese gradual retorno de su poder. Todos comprendemosdice el emisario que vosotros, los atenienses, de-seis recobrar la preeminencia. De qu modo mejor po-dis lograrlo que apoyando a quienes Esparta ha tratadoinjustamente? No os alarmis por el hecho de que ladominacin espartana se extiende sobre tantos; confiadms bien en esto, recordando que vosotros mismos tu-visteis parecidamente ms enemigos cuando gobembaissobre el mayor nmero. Entonces, se fija un plan ela-borado, en el que se cuenta como segura la desercinde los ms importantes aliados de Esparta y con el apoyo

    del rey de Persia, y se confa grandemente, para la prxi-ma lucha, en la debilidad numrica de la poblacinespartana. Del oscuro trasfondo de la pleonexia espar-tana, surge ya el espectro del futuro: la visin de unanueva hegemona tica que, a diferencia de la anterior,ya no ser una talasocracia, sino que incluir a los alia-dos continentales de Esparta.

    Me he tomado el trabajo de describir el estado delos asuntos al principiar la Guerra de Corinto (puesCorinto y Argos, lo mismo que muchas ciudades de la

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    Grecia central, se unieron a la conspiracin contra Es-parta) con el fin de mostrar las excelentes perspectivasque se ofrecan a Atenas en materia de poltica exterior

    despus de haber perdido la gran guerra. El objetivo,en verdad, no fu logrado; pues aunque la coalicincay sobre Esparta mientras su ejrcito estaba peleandoen Asia Menor, no solamente consigui rechazar eseataque por retarguardia, con prontos y decisivos xitosmilitares en tierra, sino que aventajo diplomticamentea sus adversarios al tratar con los poderosos persas, quie-

    nes los haban apoyado. Se evit, sin embargo, una re-gresin completa; pues entre tanto, el ateniense Conon,despus de su victoria sobre la escuadra espartana enCnido, haba reconstruido, como almirante de la flota delos persas, y con dinero de stos, las amplias murallasde Atenas. Y as, despus de la paz de Antlcidas, con quetermin la guerra en 387, Atenas ya no estaba tan in-defensa contra Esparta. Por supuesto, la revisin efec-tiva de su situacin legal fu abandonada, pues el tratadode paz proclam solemnemente el principio de autono-ma y previno as, de una manera eficaz, cualquier com-binacin de estados en una liga mayor contra Esparta.Esta frmula de autonoma, sagazmente ajustada a lamentalidad poltica media de los estados menores, di ala supremaca de Esparta un estado legal definido, puescon eso se convirti en el reconocido garante de la po-ltica de atomizacin, de la que dependa su ulterior pre=dominio en l Illade.

    Desde el derrocamiento del dominio ateniense, Es-parta se haba enfrentado con el problema de encontiaruna frmula que permitiese combinar su propio despo-tismo efectivo con la independencia formal de los dems

    estados. Y debemos admitir que entonces resolvi bieneste problema. Ya al estallar la guerra del Pcloponesose habia erigido en defensora de la libertad, papel al

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    que ahora permaneca aparentemente fiel;14 y aunqueeste papel puso inevitablemente las cosas un tanto dif-ciles para ella en el momento en que su autocracia fu

    consumada, supo convertir esta dificultad en ventaja pormedio de su xito en reducir la libertad de los demsestados a una nueva debilidad inoperante. En esta pa-ralizadora situacin, sancionada por el derecho interna-cional, reside el ms arduo de los problemas que Atenasencontr en cualquiera de los intentos constructivos quehubo de hacer con vistas a una confederacin martima.

    Asimismo, en su vida interna, Atenas debi de for-talecerse firmemente durante los diecisiete aos quetranscurren desde el fin de la Guerra del Peloponesohasta la paz de Antlcidas. Por supuesto, cualquiera quela comparase a ella con Esparta, en cuestiones exterioressolamente, debi de tener una impresin enteramentedistinta del poder relativo de ambos estados. Esto dice

    Tucdides en un pasaje que, en mi opinin, vendra es-casamente a propsito si no hubiera sido escrito despusde terminada la guerra, y no muchos aos antes, comogeneralmente se afirma.18 De la zozobra econmica quedebe de haber prevalecido al principio, existen muchossntomas aislados; pero no tenemos una representacinadecuada de la situacin en conjunto, y lo propio es

    cierto del largo proceso de recuperacin.10 La tradicinnos da una idea mucho ms honda de la zozobra espi-ritual y moral de esas dcadas. Aun a los vencedores lestoc su parte en esto; particularmente en los crculosconservadores espartanos, el cambio interno desde lavieja simplicidad y disciplina a la nueva opulencia y ala brutalidad sin escrpulos de hombres como Lisandro,

    fu considerado un grave peligro. Pero slo el vencidotuvo que resistir toda la hondura de sufrimiento en queapareca envuelta cada clase de problemas. En Atenashaba cado el imperio de Pericles, del cual Tucdides

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    ha dejado memoria imperecedera en su oracin fnebre;y todo se centr en trakr de arreglrselas con esa des-alentadora experiencia. Cuanto ms firmemente creyera

    Tucdides que, bajo la direccin de un estadista comoPericles, Atenas estaba predestinada a la victoria, tantoms apurado debe de haberse sentido, en tanto queestudioso de la poltica, con el problema de la disolu-cin interna, la cual l estaba convencido de ellohaba sido la causa del colapso.17 El vi que, aun paraun pueblo de salud entera y buena resistencia, la prueba

    de sufrimiento de los largos aos de guerra, con sus sa-crificios y privaciones, era ms de lo que la naturalezahumana poda soportar, por heroica que fuera su volun-tad. La situacin fu bien captada por este maestro enla descripcin de todas las realidades, ya seanexterioreso interiores, cuando caracteriz el efecto desintegrantecausado en los diversos estados por las luchas por el

    caudillaje de los partidos, su constante intercambio debrutalidades, el progresivo embotamiento de su concien-cia y la degradacin en ellos de todos los ideales tradi-cionales, como la implacable dolencia del organismosocial.18

    Tucdides considera aqu a la voluntad de poder dela antigua Atenas como manifestacin de toda su fuer-za natural, y la justifica retrospectivamente por el cursodel desenvolvimiento histrico, el cual, en su opinin,haba asignado inevitablemente este papel al estado ate-niense. Pero el perodo de la postguerra es tambin tes-tigo del desarrollo de una abundante literatura que tratadel problema del estado en relacin con la tica. Estaliteratura comienza en el crculo de Scrates, e irradiala misma intensa pasin poltica que podemos descubriren su proceso y su sentencia, as como en su martirio,voluntariamente aceptado por l en aras de esa formade estado moralmcnte mejer, por la que siempre haba

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    luchado. El Scrates de Platn profetiza en su apolo-ga frente al jurado que entre sus discpulos habr al-gunos que proseguirn su obra despus de su muerte;

    que a los atenienses no habr que dejarlos en paz, y queen adelante no podrn ya eludir sus interrogaciones. Y,ciertamente, Scrates cobra nueva vida en los dilogosde Platn, en los cuales reaparece frente a sus ya arre-

    pentidos paisanos con las mismas exigencias y amones-taciones, como un verdadero ciudadano que se afana porel conocimiento de una nueva e invencible norma mo-

    ral para la vida humana, y est dispuesto a morir porella. El joven Platn lo sita en el centro mismo delestado, el cual se agita en su lucha por reconquistar sudesvanecida autoridad interior. Hasta llega, en el Pro-tgoras y en el Gorgias, a oponerlo a los sofistas comoel nico verdadero maestro de virtud poltica, desacre-ditando la educacin retrica puramente formal y la

    sagacidad poltica de aqullos. Pero la osada de Platnlo lleva todava ms lejos cuando, con verdadera fuerzarevolucionaria, trae ante el tribunal de sus propias con-cepciones a las figuras ideales de la antigua Atenas noa los demagogos del perodo de decadencia, sino a hom-bres como Temstocles y Pericles, contrastando supoltica de poder exterior y de prosperidad econmica

    con un ideal de educacin en que l ha destilado laesencia misma de una sociedad organizada. Y as Scra-tes, quien se mantuvo apartado de la actividad polticaa lo largo de toda su vida, se convierte para Platn noslo en el nico verdadero maestro, sino en el nicoverdadero poltico de su tiempo. Pues si alguien desearealmente servir al estado, no deber empezar constru-yendo nuevos muelles y barcos y arsenales, sino quedeber, en el sentido de Scrates, mejorar a los ciuda-danos.19

    Detrs de los extraamente paradjicos pero incitan-

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    tes dilogos de Platn, cuyos participantes no son unosmeros platicadores ociosos, sino los ms conocidos per-sonajes de la vida pblica, se esconden ciertos desarro-

    llos internos preados de tremendo sentido con respec-to a las relaciones del hombre con el estado. Hubo enese tiempo un nuevo hecho importante, tal vez msfundamental para la existencia misma del estado que lareconquista del poder exterior y de la autoridad: el augedel individuo independiente. Hacerle frente a esto, vinoa ser el problema central del estado. La forma demo-

    crtica de gobierno en Atenas haba contribuido a ace-lerar este proceso de individualizacin; pues aunqueigualamiento e individualizacin no son en modo algu-no lo mismo, ninguna otra forma de vida pblica habaofrecido hasta entonces tan amplio campo a las opinio-nes y ambiciones individuales. Pero tan pronto comoempezaron los hombres a disfrutar de las ventajas de

    esta emancipacin, la guerra mostr los peligros quehaba detrs de esa inocua fachada; y el conflicto detodos contra todos, que se encarnizaba entre unos esta-dos y otros, se traslad hasta el corazn mismo del pro-

    pio estado. La rebelin del partido aristocrtico de opo-sicin haba demostrado que este problema no podaresolverse simplemente apretando las riendas de la auto-

    ridad externa. Aun entre los sofistas, quienes por el ladoterico haban contribuido no poco al hundimiento delantiguo respeto por la ley, era considerado entonces elproblema de la autoridad como el punto focal de la si-tuacin de lo cual nos informamos por un interesantefragmento de literatura sobre la reforma poltica, escritopoco despus de la guerra por un autor desconocido.20

    Los argumentos de este autor son, sin embargo, pura-mente utilitarios, y restablecer la autoridad sobre estabase era imposible.

    Un simple acontecimiento como el asesinato judicial

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    esto si nos proponemos comprender cun importantefue, como factor en el gobierno efectivo de la poca, elmovimiento intelectual que haba empezado con Scra-tes. Sea cual fuere nuestra opinin sobre las proposicio-nes concretas de la Repblica, las ideas de los contem-

    porneos de Platn no pudieron por menos de ser afec-tadas por una obra como el Gorgias, la cual abra unabismo entre la concepcin del estado segn la cual lafuerza hace el derecho, y el fervor educativo de los pala-dines de un nuevo ideal de comunidad.24 Hasta el tiranoDionisio apoy esta tendencia al escribir un drama enel que se refiri abiertamente a la tirana como a lamadre de la Injusticia25 aunque mientras as deca,expulsaba vigorosamente el nuevo evangelio del do-minio de toda poltica efectiva. Como verdaderomaquiavlico, aprovech las lecciones de la guerra, sa-cando de ellas conclusiones a las que otros estados como

    Atenas y Esparta y l tena sus razones para creerlono seran capaces de enfrentarse abiertamente, debidoa sus grandes tradiciones intelectuales y morales. Enverdad, esos estados tendran que padecer siempre deuna contradiccin interna, como se puso de manifiestoen la Guerra del Peloponeso.26 El conflicto entre podeiy derecho nunca les pareci tan fundamental a los grie-

    gos como cuando reflexionaron sobre la naturaleza delestado; pero desde el fin del siglo v en adelante, esteconflicto se adentr en la vida poltica griega como un

    problema insoluble, hacindola tanto ms precaria. Taivez las exigencias estrictamente morales de Scrates con-tribuyeron ms, de hecho, a este estado de cosas, que eldesacreditado relativismo de los sofistas. En todo caso,

    por haber tenido una cierta idea de que as era, fu porlo que unos ciudadanos patriotas, pero de cortos al-cances, como Anito y sus compaeros, provocaron laejecucin de Scrates bajo el cargo de corromper a la ju-

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    ventud. La profunda crtica de Platn, que penetrhasta los cimientos mismos del estado, fu ciertamente

    una fuerza espiritual en la Atenas del perodo de lapostguerra, aunque el efecto inmediato que tuviera so-bre el mundo en torno a l parezca ms bien impon-derable.

    Pero en la Atenas intelectual hubo otra personalidadenteramente distinta, cuya influencia es mucho ms fcilde entender: el orador Iscrates, de quien empez a

    hablarse por primera vez en esos aos, y quien se elevlentamente hasta ponerse en el centro de un crculoamplio e influyente y a la cabeza de una florecienteescuela. No le falt celebridad literaria, ni longevidad,ni la riqueza adecuada a su profesin. Slo una cosa seinterpuso en el camino de su perfecta felicidad: unaambicin un tanto infortunada, que le hizo sentir a lo

    largo de toda su vida la injusticia de que Platn le hu-biera hecho sombra. Si alguna justificacin haba paraque de esta suerte se comparara a s mismo con Platn,reside nada ms en el hecho de que el pblico gusta de

    prodigar desproporcionadamente el aplauso a quienestienen el don de reflejar sus mismas opiniones, dndolesuna forma apropiada y fcil de entender. Iscrates que-

    ra dar en poltica aquellas mismas enseanzas que ha-ban sido mantenidas por la primera generacin de sofis-tas. Cuando examinamos su plan de estudios a la luzde la crtica platnica, parece meramente una educacinpara el sentido comn en poltica una mezcla de pe-riodismo, panfletismo y oratoria de circunstancias, conun curso de poltica intercalado en ella, algo entera-

    mente incapaz de prender en la multitud el fuego de laaccin. La forma acadmica ms bien altisonante dela elocuencia literaria de Iscrates, aspiraba a ser mselegante que la perorata pblica comn. Sin embargo,l comparte con el hombre prctico y con el filistep una

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    instintiva repugnancia por todo lo que en la autnticaprofundidad intelectual de Platn les pareca de altos

    vuelos e intil para la vida cotidiana.Por encima de todo, el curso de educacin polticade Iscrates se propona ser til. Pero tambin se pro-pona elevarse por encima del nivel de las reunionespblicas y de la mera rutina legal de los tribunales, me-diante un poco de fermento de reflexin poltica; yhasta haca concesiones a la nueva poca aceptando unas

    pocas nociones morales. Al lado de las ideas que enton-ces circulaban corrientemente, podemos encontrar enScrates un socratismo acentuado, el cual impregna, atravs del filtro de su mente, las ideas de crculos msamplios, llegando hasta los polticos.27 Pero en su pen-samiento poltico hay un segundo elemento, ms im-portante todava, que viene de otra direccin. Los so-fistas tuvieron la aficin de hablar de unidad poltica;en el Olympicusde Gorgias, por ejemplo, esta tendencialleg a originar la propuesta de que todos los griegos seunieran en una guerra comn de desquite contra Persia,para que as los estados de Grecia dejaran de apalearselos unos a los otros y volvieran sus fuerzas, dignas demejor causa, hacia el exterior.28 Scrates adopt estaideologa en su Panegyricus,que fu escrito en su mayor

    parte en los aos siguientes a la paz de Antlcidas. Porsupuesto, si Scrates pens que haba alguna posibilidadde que sus ideas se llevaran a efecto al proponer queEsparta la nica potencia dominante en la Hlade poraquellos tiempos se uniera a la derribada Atenas enun proyecto como ste, su esperanza era, naturalmente,del todo utpica. Pero el hecho mismo de que ya fuera

    posible entonces hablar de una dualidad EspartaAtenasen la Hlade dualidad que hubiera sido completa-mente imposible en la primera dcada despus de lacada de Atenas nos indica el revivir de la afirmacin

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    propia en Atenas. Podemos ahora ver cun efectiva fusu tremenda fuerza espiritual enel impulso de recupe-

    racin poltica y qu bien sirvi para justificarla. Unavez ms la ambicin poltica levant aqu su cabeza.Este discurso de Iscratcs critica la poltica de fuerzaque ha impedido una nuera expansin de la vitalidadateniense despus de la guerra. Exige para Atenas unaparticipacin en la hegemona de Grecia, particular-mente la hegemona martima, y funda las pretensiones

    de Atenas a la supremaca en los ms remotos tiempos.Emplea, en verdad, un lenguaje enteramente nuevo, deigual a igual, y esto, aun cuando no tenga detrs unpoder real, llama, sin embargo, nuestra atencin, ascomo debi de producir un eco en toda Grecia.20

    Los acontecimientos que ponen nuevamente en mar-cha la estancada poltica de los estados griegos fueron:

    la ocupacin de Tcbas por fuerzas espartanas quienes,para realizar esta hazaa, aprovecharon su marcha haciael norte a travs de la Beocia y el xito de Tebas alsacudir el yugo lo cual estimul a Atenas para reafir-marse, despus de ciertas vacilaciones preliminares yretrasos. Fu en el ao de 378 cuando las esperanzas delos patriotas atenienses se vieron cumplidas. Un pu-

    ado de hombres, ampliamente diversos en linaje y vir-tudes intelectuales, se unieron para conducir al estadohasta el tan largamente esperado momento de la deci-sin. Trasbulo y Cfalo de Colito eran viejos polticosy tradicionales amigos de Tcbas, pero posiblemente notenan ideas propias importantes. Su capital importan-cia consista en ser representantes de la vieja democracia,

    que hubo de ser restaurada despus de la guerra. Juntocon ellos, haba recin llegados, tales como el generalCabrias, genio de la improvisacin e inventor de la gue-rra de trincheras, el cual acababa justo de pertrecharsecon los ltimos adelantos de la ciencia militar durante

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    la insurreccin egipcia; y como Ifcrates, hombre de granvalor personal e inspirado inventor de la tctica peltstica, que haba revestido tan gran importancia desde la gue-rra de Corinto. Estaba, adems, la dominante figura deTimoteo, hijo de Conon, cuya senda haba sido allana-da por la fama y la riqueza de su padre, pero quien era

    por s mismo un personaje fuera de lo ordinario, intelec-tualmente superior y con una grandeza que rebasabalas filas de partido. Doblemente dotado, como estrategay como diplomtico rara combinacin Atenas ledebi a l, ms que a cualquier otro, la organizacin dela llamada Segunda Confederacin. A estos debe aa-dirse Calistrato, quien haba de ser despus el peligrosorival de Timoteo, y hombre que se uni a la partidacomo estadista de excepcional talento para la oratoria y

    brillantez en las negociaciones; tal vez sin un sello per-sonal muy marcado, pero admirablemente apropiadopara el delicado negocio de la poltica de alianzas.

    No fu por razn de ningn sentimiento democrti-co por lo que prestaron su apoyo al estado ateniense losms importantes de estos hombres. En tiempos norma-les, hubieran ms bien vivido aparte que no en medio desus conciudadanos.30 Cabrias, en su vida privada, era unhombre de mundo; Ifcrates, un ardiente soldado pro-

    fesional, gran artfice en el arte de la guerra; Timoteo,un prncipe residente en sus remotas haciendas, era msfeliz en compaa de los reyes. Si hombres de tan dis-tinta condicin se unan en un programa comn, tandesacorde con sus carreras individualistas, no era evi-dentemente el simple fastidio lo que los impulsaba aejercer su podero de este modo, sino la inspiracin de

    un elevado ideal. Tal vez no sintieran amor por el de-mos; pero s amaron mucho al genio de la antiguaAtenas y desearon ayudar a que alcanzara nuevo esplen-dor.31 Este era, ciertamente, un momento histrico. Su

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    firme termin con la victoria tcbana de Leuctra. Peromi objetivo primario no es describir los acontecimientos

    histricos que tuvieron lugar a continuacin. Mi pro-psito ha sido ms bien mostrar el ambiente intelectualy emocional de la juventud de Demstenes. A medidaque remontaba la adolescencia, grabronse indeleble-mente en su alma impresiones tremendas, las cualescontribuiran a determinar su vida entera. El resurgi-miento de su patria, desde la resignada debilidad y el

    desesperanzado aislamiento, hasta una posicin de re-novado prestigio en la que poda una vez ms proseguirsu poltica activa e independientemente, llenara de go-zosa esperanza a sus mejores hombres, los cuales debie-ron de sentir que la causa de su estado era la suyapropia. Y a la generacin que entonces estaba justollegando a madurez abrumada por tanta gravedad filo-

    sfica, la memoria del gran pasado de Atenas queahora radiaba con nuevo esplendor y derivaba nuevasfuerzas de la experiencia del presente le levant la feen un futuro en el que la vida merecera ciertamenteser vivida.

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    CAPITULO SEGUNDO

    LA JUVENTUD DE DEMOSTENES

    Y SU CARRERA LEGAL

    D e m s t e n e s es la primera persona en el mundo de cuya

    juventud poseemos una informacin verdaderamente de-tallada. Esto es as, en parte porque vivi en una edad

    en la que el espritu humano o ms bien el espritu

    griego haba justamente empezado a tomar inters por

    el desarrollo de la carrera de los hombres importantes y

    estaba conscientemente recolectando datos a propsito.

    Pero ms importante an es la circunstancia, venturosa

    para nosotros, de que, tan pronto como Demstenesestuvo en edad, tuvo que ir ante el tribunal para deman-

    dar a sus tutores por malversacin de su patrimonio, e

    hizo a la edad de veinte aos una serie de discursos que

    nos han sido transmitidos junto con los discursos foren-

    ses y polticos de sus aos posteriores. En esas ocasiones

    tuvo que describir en detalle las tristes complicaciones

    en que se vieron envueltos sus bienes y sus asuntos de

    familia. Tenemos, pues, en Demstenes, el ejemplo

    excepcional de un tipo poco frecuente aun en tiempos

    posteriores de la antigedad, y por ello de inestimable

    valor para nosotros. Pues ah est un hombre del mun-

    do antiguo a quien podemos conocer no meramente como

    a un modelo de virtudes andante, hroe de alguna ms

    bien ficticia biografa escolar apaada un siglo o ms des-

    pus de su muerte, sino como a una persona real en

    un ambiente real, que sostuvo toda su vida una lucha

    contra sus humanas flaquezas.

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    JUVENTUD Y CABRERA LEGAL 35

    Tal vez no importa que no hayamos podido lograr

    una penetracin tan honda en la juventud de otros

    grandes hombres, pues no hay duda que si nos familia-rizamos demasiado con el aspecto cotidiano de una

    persona importante y con los detalles fortuitos de su

    vida privada, nos es mucho ms difcil juzgar su verda-

    dero genio y sus hazaas. Slo a distancia puede ser

    verdaderamente conocido. No despierta nuestra curio-

    sidad escuchar al viejo Sfocles suspirar con alivio por-

    que al fin la senectud lo liber del pesado yugo deEros.1 Y qu ganaramos viendo de cerca todas las

    desventuras que dejaron su trgica seal en el rostro

    de Eurpides? Sin embargo, cuando nos vemos forzados,

    quieras que no, a examinar los asuntos personales de

    Demstenes, esta intimidad no puede por menos de pre-

    sentamos al hombre entero bajo una luz muy diferente.

    Empezamos ahora a entenderlo de nuevo, o por lo me-nos a reinterpretarlo, con la ayuda de lo que hoy nos

    est enseando la psicologa. Conocemos tan poco de

    los antiguos, que raramente podemos acceder a ellos

    por esta va; y aun de Demstenes no sabemos realmente

    bastante. Pero los discursos forenses del perodo ante-

    rior a su entrada en la poltica nos dan una imagen de la

    sociedad ateniense contempornea que es de gran im-

    portancia histrica como trasfondo de otras cuestiones

    ms personales. Esa imagen no ha sido utilizada ple-

    namente.

    El padre de Demstenes muri cuando l tena siete

    aos y su hermanita cinco.3 Haba sido propietario de

    varias industrias, y su riqueza era considerable. En su

    testamento, nombr albaceas a sus dos sobrinos Afobo y

    Demofn y a su viejo amigo Tcrpdes, confindoles al

    mismo tiempo la tutela de sus dos hijos. Como era

    frecuente en Atenas, habase casado con una escita mi-

    tad griega de Crimea, llamada Clebula, de quien tuvo

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    los dos hijos. Aos despus, los opositores del joven

    Dcnistcnes se refieren a l como a un escita, y Esquines

    hasta lo llama brbaro de habla griega.3 El viejo Demstcnes haba dispuesto tambin en su testamento el fu-

    turo cuidado de su esposa y su hija; pues segn la

    costumbre griega, no slo los padres podan disponer

    el matrimonio de la mujer, sino tambin el marido,

    si ste le designaba uno nuevo en caso de morir. Otras

    provisiones, segn las cuales se dejara a la mujer en li-

    bertad de elegir por s misma como en el testamentode Aristteles fueron probablemente raras, por lo me-

    nos entre las clases propietarias, en las cuales las segun-

    das nupcias de la viuda iban regularmente vinculadas a

    la sucesin en los negocios.4 Los tutores de Demste

    nes, sin embargo, no casaron ni a su madre ni a su

    hermana.

    Cuando el joven Demstenes lleg a los dieciocho

    aos, sus tutores le dieron solamente treinta minas de

    plata, adems de la casa y de catorce esclavos, con lo

    cual toda su herencia montaba a unas setenta minas. En

    oposicin a esto, Demstenes presenta en su primer dis-

    curso Contra Ajobo un balance segn el cual las pro-

    piedades todas de su padre montaban a catorce talentos,

    enorme capital para aquella poca.5 Siendo as, se com-

    prende bien que los tutores de Demstenes, como l

    mismo declara, hubieran registrado en la lista de contribu-

    ciones una estimacin de sus bienes que lo asimilaba,

    siendo todava un menor, a la misma clase de contribu-

    yentes a que pertenecan Timoteo, el hijo de Conon, y

    las gentes ms ricas de Atenas.8 El testamento mismo

    haba desaparecido. Es presumible que el avalo recons-

    truido por Demstenes estuviera fundado, hasta donde

    fuera posible, en libros de cuentas y en documentos.

    Las cuentas corrientes en varios bancos, por ejemplo,

    pudieron averiguarse despus fcilmente, y fueron pre-

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    enteramente aplicables a aquellos hombres indulgentes

    y en modo alguno pedantes 8 a quienes Demstenes

    nos presenta en sus discursos forenses. Encontramosah, primero que todo, a sus tres tutores, quienes haban

    embolsado no slo las cantidades destinadas a recompen-

    sar sus gestiones, sino todo el dinero que haba, y quie-

    nes maladministraron las fbricas hasta que casi nada

    qued de ellas.0 Demstenes se vi obligado a presentar

    una demanda separada contra cada uno de ellos.

    Afobo, a quien atac primero, habase casado pocoantes, en 367, con la esposa divorciada de Timcrates,

    quien lleg a ser arconta tres aos despus. Hermana

    adems de Ontor, hombre muy rico de la buena socie-

    dad ateniense, Afobo se haba casado con ella evidente-

    mente para nivelar sus finanzas. Demstenes estima la

    fortuna de Ontor en ms de treinta talentos, y la de

    Timcrates en ms de diez.10 Dos aos despus de ca-sarse, Afobo obtuvo un segundo divorcio. Entretanto,

    Demstenes haba litigado contra l, y ganado el pleito;11

    pero cuando, confiando en la fuerza legal de la senten-

    cia, se apropi un terreno perteneciente a Afobo, fu

    expulsado de l inmediatamente por Ontor el her-

    mano de la esposa divorciada de Afobo quien se

    incaut del terreno sosteniendo que Afobo no le habadevuelto la dote de su esposa despus de divorciarse.

    En consecuencia, Demstenes se vi obligado a presen-

    tar otra querella contra Ontor.12 Lo acus de prfida

    connivencia con Afobo, y trat de probar que el divorcio

    no haba sido ms que un engao para permitir a Afobo

    quedarse con los bienes de su mujer. Afobo, en efecto,

    sigui siendo amigo de Ontor; en el proceso contra lostutores, Ontor fu su ms ardiente defensor, y la esposa

    de Afobo, a pesar de ser joven y rica, no volvi a casarse.

    Demstenes llega realmente a requerir al mdico de la

    familia para que atestige que Afobo, despus de su

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    divorcio, haba permanecido junto a la cama de ella

    cuando estaba enferma. Adems, Demstenes mantiene

    que la incautacin de la tierra por Ontor es un fraude.Ontor no tena derecho a reclamar la devolucin de la

    dote, pues Afobo no la haba recibido, sino que convino

    en ocasin de su boda en que el primer marido retuviera

    la dote, pagando un adecuado tipo de inters, de suerte

    que si l fuera tambin llamado a rendir cuentas no per-

    diera su posesin por compartirla con su esposa. Pues

    cuando Afobo se cas, las negociaciones sobre estos fon-

    dos malversados de la tutela haban sido llevadas haca

    tiempo ante el arconta, y Afobo debi suponer que, en

    cuanto alcanzara la mayora de edad, Demstenes ini-

    ciara una accin legal en contra suya.

    Estos disgustos y enervantes disputas duraron varios

    aos. Demstenes haba, sin duda, presentado una que-

    ja en forma contra sus tutores en cuanto tuvo la edad;

    pero sta fu tambin para l la de empezar su perodo

    de servicio militar como efebo, y la ley tica prohiba

    litigar durante esos aos. Hasta que tuvo veinte no pudo

    sostener su caso ante el tribunal. Probablemente, el

    asunto haba proyectado durante largo tiempo una som-

    bra en su vida familiar.13 La madre haba llevado una

    vida ms bien desalentada mientras sus dos hijos cre-

    can. El muchacho era delicado, y ella pens que eramejor mantenerlo alejado de los gimnasios, donde la ju-

    ventud tica pasaba los das golpendose con las amis-

    tades. Consecuentemente, lo encontramos a l en casa,

    engolfado en sus libros y con una excesiva y prematura

    seriedad. Pero cuando vemos cmo toma su vida en sus

    propias manos y lucha por sus derechos a una edad en

    que la mayora de los muchachos estn dedicados a losinocuos placeres de la juventud, podemos ya percibir la

    porfiada tenacidad con que este joven sosegado puede

    llevar adelante sus inflexibles resoluciones. Con todo y

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    su juvenil modestia, hay en la manera como se comporta

    durante el juicio una sorprendente firmeza; y ms de

    una vez irrumpe ah una fuerza de pasin madura y so-metida, del todo inslita en un hombre de sus aos.

    Estos discursos, en los que maneja su propio caso,

    son verdaderamente el comienzo de su carrera. En su

    construccin toda, y a pesar de la juventud de su autor,

    revelan ya al adiestrado jurista y orador que ha elegido

    su medio deliberadamente. Es difcil pensar que Dems

    tenes haya dominado esta forma de escrito con vistas ala ocasin presente nada ms; pues detrs de ella se es-

    conde un largo y difcil proceso de estudios que requiere

    aos de preparacin y al que tan slo una honda predi-

    leccin pudo inclinarlo.

    Por supuesto, lo que Demstenes estudi no fu de

    ningn modo lo que llamaramos una rama definida del

    conocimiento. En la Atenas del siglo iv el derecho nohaba alcanzado el desarrollo de una ciencia, en cuyo

    estudio terico pudiera uno sumergirse durante aos.

    La ciencia jurdica no empez realmente sino hasta el

    tiempo de Teofrasto, discpulo de Aristteles, quien puso

    los cimientos para un estudio sistemtico de las cuestio-

    nes legales en su obra, hoy perdida, Sobre la Ley.1* Yfueron los romanos, principalmente, quienes llevaron la

    jurisprudencia a su perfeccin; no tericamente, sin duda,

    pero hasta donde era menester para el dominio prctico

    de las ramas del derecho vigentes entonces. Desde nues-

    tro remoto punto de vista, parece casi paradjico que un

    pueblo del ms alto genio terico como el griego no hu-

    biese acometido este aspecto de la vida con espritu cien-

    tfico. Pero lo que el griego llama dtotQa es original-mente algo ms profundo y de mayor alcance que lo

    indicado por nuestro ms bien enjuto trmino teora.Es una atenta contemplacin del mundo en conjunto,

    en toda su interconexin, hasta el fundamento ltimo de

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    su existencia. De esta gran conexin emergen gradual-

    mente las ciencias especiales, cada una de las cuales

    adopta por provincia una sola subdivisin, como, por

    ejemplo, la meteorologa emprica o la geografa. As,

    en el siglo v, cuando el pensamiento causal tiende cada

    vez ms a desalojar a la interpretacin mitolgica, nace

    una ciencia mdica derivada del arte prctico de curar,

    de la misma manera como las primeras matemticas

    haban surgido poco antes. Todas estas ramas del cono-

    cimiento se originan independientemente, y no se agru-

    pan en un sistema de conocimiento que las abarque a

    todas, y con un mtodo conceptual nico, sino basta

    la escuela de Platn.15 A medida que avanza el siglo iv,

    podemos ver claramente los efectos de esto en los cursos

    sistemticos de enseanza de ciencias especiales como

    la medicina y las matemticas. Lo mismo ocurre en el

    campo del derecho. Ya en los siglos vn y vi vemos a los

    griegos meditar profundamente sobre la naturaleza dela justicia y la significacin de un recto ordenamiento

    de la vida humana. Luego vienen, uno tras otro, diver-

    sos ejemplos de legislacin en las ciudades, y a medida

    que la elaboracin de leyes adelanta en su desarrollo, se

    convierte necesariamente, y cada vez ms, en un estudio

    especial. Y as omos decir en la comedia que los sofistas

    sometan ya a sus discpulos en Atenas a ejercicios prc-ticos sobre la interpretacin de los textos legales, adems

    de exponer sus propios puntos de vista generales sobre

    el derecho y el estado; y que los jvenes tienen ahora

    que familiarizarse con la venerable jerga de Soln, en

    vez de con las glosas de Homero. El sofista Protgoras

    llega a considerar al conocimiento del derecho vigente

    como la parte ms importante de la educacin del adul-to griego.16

    Al mismo tiempo, el arte formal de la oratoria se

    eleva bruscamente a preeminencia en las ciudades, y

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    exige una rigurosa preparacin por parte del orador, lo

    mismo en los tribunales que en la Asamblea. A los grie-

    gos de este perodo difcilmente les hubiera parecido queexistiera gran diferencia entre los unos y la otra; pues

    los tribunales vinieron a ser cada vez ms el lugar donde

    se resolvan los disputas polticas, y a su vez la vida

    poltica misma presupona el conocimiento de la ley.

    El nuevo arte se reconoce a menudo por sus aspectos

    puramente externos, especialmente por la cuidadosa elec-

    cin del lenguaje. Las palabras, las frases y los adornosmetafricos estn calculados con vistas a satisfacer los

    requerimientos ms exigentes. Sin embargo, lo que nos-

    otros habitualmente consideramos como la esencia mis-

    ma de la nueva prosa literaria, a saber, su funcin como

    medio para la voz y el lenguaje en sentido limitado, no

    era en modo alguno el factor decisivo.17 Lo que ocurre

    es, ms bien, que se ha producido un cambio en la es-tructura mental y espiritual de los hombres de este tiem-

    po; y este cambio ha llevado a una completa ruptura

    con la llana simplicidad del modo de hablar de sus ante-

    pasados. El refinamiento sin precedente en el arte de

    la persuasin que esto origina, no alcanza su ms alto

    grado cuando se emplea para embaucar al auditorio con

    estudiados y llamativos efectos sonoros, sino cuando,aparentemente, emplea tan slo los medios ms natura-

    les. La nueva retrica promueve una conciencia psica

    ggica que los mismos poetas antiguos nunca alcanzaron

    a conocer. El argumento lgico se convierte entonces

    en instrumento de las ms finas diferenciaciones. Aco-

    plada con un arte de narrar tan altamente desarrollado

    que puede hacer que los acontecimientos se presentenjusto al modo como le conviene al orador, la tcnica de

    la prueba se ofrece entonces en el foro con todos sus

    matices, desde la slida evidencia de hechos bien con-

    firmados (aunque estos, desdichadamente, rara vez pe

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    san gran cosa ante el jurado), hasta las plausibilidades

    ms delgadas que puedan idear una sutileza sofstica y

    un poder de sugestin altamente confiado. Esta lgica

    de la prueba no es sino la servidora de un nuevo y cons-

    ciente arte psicolgicode influir en el oyente, y domina

    todos los resortes de las emociones humanas con magis-

    tral virtuosismo.

    Las muestras ms antiguas que poseemos del nuevo

    estilo oratorio son simples declamaciones escolares, pie-

    zas de lucimiento deportivo, destinadas a exhibir los al-

    cances en el arte de elaborar temas del mundo de losmitos. Pronto, sin embargo, se pas de stas a un tipo

    enteramente nuevo de literatura: el discurso forense pu-

    blicado en forma de libro. Aunque este fenmeno puede

    parecemos extrao, especialmente si consideramos el

    gran nmero de obras de stas que se produjeron, con

    todo debi de tratarse de la respuesta a una demanda

    efectiva. Antifn y Lisias, los ms importantes entrelos primeros escritores de plaidoyers, no tomaron ellos

    mismos la palabra desde la tribuna de los oradores. Fue-

    ron maestros de oratoria, y consideraron las publicacio-

    nes como un medio de difundir ejemplos de su arte.

    Diferan de los sofistas, sin embargo, por dedicarse a

    la profesin de loggrafo, lo cual quiere decir que escri-

    ban discursos para que otros los pronunciaran ante eltribunal, cobrando honorarios por el servicio pues no

    existiendo abogados en Atenas, cada cual tena que ma-

    nejar su propio caso personalmente, por inexperto que

    fuera. Entonces, la nueva retrica y la ciencia jurdica,

    de la que hablamos antes, se fundieron en una profesin

    enteramente nueva, en la que se combinaban las fun-

    ciones del escritor, del profesor de elocucin y del abo-gado. Pero el loggrafo no poda, claro est, actuar en

    calidad de abogado sino extraoficialmente, pues contra-

    riamente a los presentes usos, no existan entonces reglas

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    que rigiesen la admisin en el foro, y cualquiera poda

    ofrecer sus servicios como escritor de informes. Para

    adquirir una buena clientela, bastaba con hacerse unnombre.18

    Ningn autntico ateniense poda sentirse satisfecho

    por mucho tiempo con esta profesin, pues ella le obliga-

    ba a permanecer encerrado en su despacho. Lisias es-

    taba en una posicin diferente, pues era un meteco y

    no un ciudadano por nacimiento; y lo propio se aplica

    a Iseo de Calis, profesor de Dcmstenes, quien prac-tic la logografa en Atenas. Pero un ateniense de buena

    familia y con talento no hubiera siquiera tomado en cuen-

    ta semejante ocupacin, a no ser que pudiera conducir a

    algo ms altamente respetado. Para Dcmstenes, era

    una etapa en el camino hacia la poltica; para Iscrates,

    un paso hacia la profesin docente. Y, ciertamente,

    cuando Iscrates lleg a ser maestro de su propia escuelade retrica y poltica, no gustaba de recordar que haba

    empezado su carrera en un despachito de esquina, es-

    cribiendo informes forenses. A pesar de ello, como

    advierte Aristteles socarronamente, manojos enteros de

    sus primeras obras estaban an tirados, como fondos

    muertos, en los estantes de las libreras.10 Demstenes,

    en cambio, no alude a su primera ocupacin con tanconstante menosprecio.

    En el tiempo en que Demstenes lleg a mayor, la

    buena preparacin en retrica se daba por descontada,

    y era del todo imprudente presentarse sin ella ante el

    tribunal. As pues, Demstenes recurri al loggrafo

    Isco, quien era particularmente versado en casos de su-

    cesin, y se hizo discpulo suyo.2" Ilay una tradicin du-dosa que lo conecta con la escuela de Iscrates; pero

    aunque Iscrates alardea de sus ms destacados discpu-

    los, nunca menciona a Dcmstenes. No slo sus puntos

    de vista poltica eran opuestos, sino adems estaba mu

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    cho ms de acuerdo con el carcter de Dcmstencs el

    asistir a la escuela de un especialista, concentrndose sin

    desvos en un propsito definido, y prepararse all con

    tenaz energa para la prxima contienda, que no dedi-carse con Iscratcs a vanas declamaciones retricas esco-

    lares. Para equiparse tcnicamente, ms all de lo que

    obtuviera de las artes del viejo marrullero Iseo, pudo

    recurrir a manuales inditos de los maestros ms cono-

    cidos, copias de los cuales pasaban entonces de mano en

    mano entre los estudiantes. La murmuracin local se

    las compuso para referir sobre esto toda suerte de deta-lles, probablemente faltos de base.21 Pero este mismo

    autodidactismo me produce la impresin de algo carac-

    terstico de Demstenes. Con instinto certero, supo

    cmo encontrar en cada cosa algo de lo cual pudiera

    aprender. Aunque no estuviera tentado de gastar su buen

    dinero por el privilegio de asistir a las ms bien largas

    clases de Iscratcs, los discursos publicados del retricoestaban fcilmente a su alcance, y poda aprender de

    ellos lo mismo a admirar que a imitar el gran arte nuevo

    de construir rotundas clusulas, en el que Iscrates no

    tena par. Pero, por lo mismo que el arte de Iscrates

    se desenvolva casi exclusivamente dentro de los confi-

    nes de este estilo, era fundamentalmente inadecuado

    para los agarrones ante el jurado. En sus discursos, lasfrases se suceden una a otra con dignidad solemne, como

    en una procesin; cada una de ellas, una obra de arte

    completa que pudiera ser gozada en s misma. El gran

    terico pasaba das enteros moldeando cada una de ellas.

    Para Iscrates, la frase ideal era un fin en s, abso-

    luto y terminante; y no haba tema que le pareciera

    nunca suficientemente elevado como vehculo de ese

    arte de componer armoniosamente las ideas comunes de

    su tiempo arte en el que el odo griego ha percibido

    siempre uno de los logros supremos del sentido helnico

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    de la forma. La actitud de Demstenes para con esta

    nueva creacin es bien interesante: aprecia el ideal de

    un arte puro que se niega a vincularse a lo real, y, como

    orador activo, lo aprovecha gustoso como una prolonga-

    cin de los instrumentos a su alcance; pero rehsa some-

    terse incondicionalmente a esta nueva manera artstica

    que emana de las cumbres de la teora. En general, el

    estilo de los discursos de Demstenes, as forenses como

    polticos, se caracteriza por hacerse eco de toda la gama

    temperamental y de modos de expresin que se encuen-

    tran en la vida real, en una consciente reaccin contra

    la inmutable monotona de la acadmica retrica de

    tribuna de Iscrates. Pero en ciertos pasajes particular-

    mente intencionados, emplea la clusula isocratiana con

    calculada efectividad. En este respecto, sus primeros dis-

    cursos muestran que todava no se ha liberado entera-

    mente de su modelo.22 Sin embargo, aunque pronto do-

    mina el uso reflexivo de este medio, es capaz, si desea

    adoptar cierta actitud especial, de estilizar discursos

    enteros a la manera de Iscrates.

    Es todava una notable paradoja el hecho de que

    ciertos defectos fsicos hubieran desventajado el innato

    talento para la oratoria que posea el ms grande de los

    oradores griegos. El fantico empeo y la acerada firme-

    za con que los super, concuerdan bien con lo que sabe-

    mos de la autoeducacin de Demstenes. Pronunciacin,

    educacin de la voz, arte de decir, en una palabra, todo

    el equipo tcnico sin el cual el orador no existe, y que

    logran sin ningn esfuerzo aquellos a quienes la natura-

    leza ha favorecido, tuvo l que adquirirlo slo a costa

    de las mayores dificultades. Afortunadamente para l,

    haba ya en ese tiempo maestros profesionales en estas

    artes.23 Pero el hecho mismo de su existencia muestra

    que el arte de decir el aspecto esencialmente oratorio

    del discurso tenda a ser diferenciado de la composi-

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    cin y del estilo. Y cuanta ms atencin reciban s-

    tas, como ramas especiales del arte literario, mayor fu

    hacindose el nmero de los retricos que, como lscra

    tes, carecan de competencia en el discurso pblico, o

    que, como Demstcncs, tenan que luchar con desventa-

    jas naturales para alcanzarla. As y todo, es extraordinario

    que, hasta el fin de su vida, Demstenes, el ms alta-

    mente reputado de todos los oradores, tuviera razones

    para envidiar a cualquier improvisador fluido y se turbara

    fcilmente ante un ataque imprevisto. Esta limitacin

    le ocasion una de las situaciones ms penosas y morti-ficantes de toda su carrera de orador cuando, en la cima

    de su fama, y como miembro de la embajada ante Fili

    po de Maccdonia, se cort en una rplica, y tuvo que

    interrumpir el dicurso en presencia de su odiado rival

    Esquines.24 En Demstenes, de quien sus enemigos se

    mofaban por buscabullas, la pasin explosiva y la tesone-

    ra voluntad luchaban contra una disposicin atribiliariahasta la torpeza. Y podemos fcilmente comprender

    por qu sostuvo que el arte de decir era el factor princi-

    pal en toda oratoria, si recordamos que la aptitud para

    ello le fu negada al principio.25 Sin embargo, se requiere

    algo ms que un mero hombre de letras con un arte de

    hablar adquirido, para levantar una muchedumbre tmi-

    da e indecisa en un momento de verdadero peligro. Ahpodemos reconocer en Demstenes al orador nato, que

    extrae su fuerza de profundidades interiores muchos ms

    hondas que cualquier tcnica del decir o del ademn.

    Pero aun cuando llevaba en su alma este innato espritu

    de elocuencia, estaba entonces muy lejos todava de

    poder subir a la tribuna pblica; y tal vez no fuera por

    accidente que, despus de haber empezado su breve ca-rrera con el afortunado manejo de su propio caso, se su-

    mergi en la profesin de redactor de discursos, hasta

    que di el gran paso hacia la poltica, a la que su natura-

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    leza lo impulsaba a pesar de tantos obstculos como

    tuvo que superar.

    Debemos echar ahora una ojeada a los informes fo-

    renses que Dcmstcncs escribi para otros como log

    grafo, de suerte que podamos completar el cuadro de su

    estrato social y de su medio ambiente, los cuales han sido

    ya puestos de manifiesto por los discursos contra sus tu-

    tores, y observar ms de cerca los peculiares problemas

    envueltos en esta profesin. Como hemos dicho, no era

    considerada como una ocupacin particularmente ele-

    gante. Podemos observarlo no slo en la repudiacin de

    Iscratcs de su labor primera como loggrafo, sino tam-

    bin en los escarnios que hacen de Dcmstenes los ora-

    dores Esquines y Dinarco, porque aceptara dinero por

    discursos escritos para otros.*0 As y todo, y aun cuando

    Dcmstenes no necesitara, aos despus, ganarse la

    vida de este modo, sigui evidentemente dedicado con

    ardor a su profesin, pues hasta di lcccf >nes de retrica

    a un grupo privado,27 al modo como los abogados roma-

    nos lo hacan todava en tiempo de T cit>. Como quiera

    que la ley tica no permita que aparecieran personal-

    mente como asesores sino los parientes y amigos, los

    casos en que Demstenes mismo actu como abogado

    fueron extremadamente raros. El nico de stos que

    conocemos con precisin ocurri en un perodo posterior.

    Y aunque existen ciertos indicios de que Demstenes

    pudiera haber actuado de abogado en el discurso Contra

    Leptines, no existe prueba de ello. Sin embargo, bajo el

    reinado de Alejandro, un pariente del orador, llamado

    Dcmon, litig contra Zenotemis y pidi a Demstenes

    que lo representara en el tribunal. Dcmstenes, segn

    dice Dcmon a los jueces, le explic que quiso hacer esta

    nica excepcin, pero que, desde que entrara al servicio

    del estado, haba adoptado como principio, por razones

    fciles de entender, el no aparecer ante el tribunal en

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    procesos privados.28 Por supuesto, no todos los polticos

    eran tan escrupulosos, especialmente en ese tiempo, como

    muestra claramente el caso de Hiprides. Pero Demos

    tenes saba todo lo que significa una reputacin para

    el hombre de estado. Con todo, no dud en escribirdis-

    cursos forenses para otros, y lo hizo hasta ya muy adelan-

    tada su carrera poltica, pues esto era considerado ente-

    ramente como asunto privado. El nombre de quien pre-

    paraba el discurso no se mencionaba nunca ni la persona

    figuraba en ello para nada. De este modo, la autoridad

    del redactor no poda de ninguna manera influenciar a

    los jueces.

    Si tenemos en cuenta que el loggrafo no tena el

    estmulo de la participacin personal y de la aparicin en

    pblico que lo incitaran, podremos ver claramente cun

    distinto era de nuestros abogados. En una profesin

    tan annima, si es que podemos ciertamente llamarla

    profesin, difcilmente poda desarrollarse un ethos pro-

    fesional, pues la personalidad del escritor no tena oca-

    sin de manifestarse. El loggrafo no se encargaba de

    la causa del cliente como representante de ste; por el

    contrario, tena que desvanecerse enteramente y conver-

    tirse meramente en el estilo* de la persona por cuya boca

    hablaba. Esto requera una tcnica especial, como la que

    Lisias haba ya desarrollado hasta el virtuosismo, a saber,la de la ethopeia, o arte de delinear el carcter de una

    persona en el texto que se le daba para que lo pronun-

    ciase. Pues, como todos los buenos griegos, los jueces

    no se contentaban con requerir que tales discursos tra-

    taran del caso en abstracto; tambin queran ver ms

    del caso mismo, ver en l al hombre entero, si no tal

    como era, por lo menos tal como pretenda ser. Podemosfcilmente imaginarnos cun incitante debi resultar esta

    * Punzn con el cual escriban los antiguos sobre tablas en

    ceradas.

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    labor para un pueblo de gran sentido artstico como el

    ateniense, y en una poca en que la poesa dramtica

    haba dado lo mismo al poeta que al pblico la capaci-

    dad en grado sumo de ponerse en el lugar del otro.

    Hacia fines del siglo v y principios del iv, cuando la

    vigorosa produccin dramtica empezaba a decaer, la pu-

    blicacin de discursos forenses proporcion un tipo total-

    mente nuevo de literatura dramtica ligera, la cual perma-

    neca apegada a la vida con el mayor realismo. Estos

    discursos no se publicaban solamente porque fueran un

    anuncio valioso para sus autores; eran solicitados, adems,

    autnticamente, como materia de conversacin. Es cu-

    rioso que esto haya sido tan pasado por alto en nuestro

    propio tiempo, en que las columnas de nuestros peri-

    dicos van llenas todos los das de interminables informa-

    ciones de procesos, y en que las salas del jurado corren

    parejas con el teatro en su poder de atraccin del p-

    blico.Por tanto, para comprender a esta profesin debemos

    tener en cuenta que el motivo del amor al prjimo, o de

    ayudar a quien se encontrara en apuros, no tena nada

    que ver con ella. Haba simplemente el hecho de que,

    bajo el sistema ateniense de administracin de justicia,

    cada cual tena que representarse a s mismo ante el

    tribunal; y otro hecho era que existan personas que po-

    dan ganarse la vida poniendo al servicio de los dems,

    para este propsito, su mayor preparacin. El autor no

    tena que identificarse exactamente con la persona que

    le encargaba el discurso; no necesitaba sino dedicarse a

    una especie de juego que consista en transformarse en

    los ms variados tipos del genus humanum, hablandoprimero como un personaje distinguido de la alta socie-

    dad, luego como un honrado hombre del campo, luego

    como un quejoso veterano invlido, ms tarde como un

    pacfico ciudadano a quien ciertos jvenes rufianes bo

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    rrachos hubieran dejado medio muerto a palos. 1.a gale-

    ra de los tipos era inagotable, y quienquiera que la exa-

    mine, aun superficialmente, abandonar toda ambicinde acercarse a ella con las medidas de la moral, o de

    exigir que no se permitiera a esos artfices escribir dis-

    cursos para cualquier cliente, sino slo para aquellos que

    tuvieran buenas perspectivas de ser juzgados puros y sin

    tacha cuando aparecieran desnudos ante Eaco en el futu-

    ro tribunal de los infiemos. Esta notable forma de arte,

    tan objetiva que desposea al autor de toda su persona-lidad, puede parecemos extraa; pero bajo las condicio-

    nes que la originaron, la nica cosa posible era hacer de

    necesidad virtud y proveer al cliente de un discurso tal

    que le hiciese sentirse como si nunca, en toda su vida,

    hubiera estado tan cerca de lo mejor de su yo. Los miem-

    bros del jurado atenienses eran suficientemente listos para

    no dejarse embaucar por cualquier fcil maniobra; ade-ms, les gustaba que los divirtieran. As pues, ningn

    buen loggrafo tena por qu sentirse como si hubiera

    firmado un pacto con el diablo cuando escribia una obra

    maestra de virtud c inocencia destinada a un bribn que

    se viera en circunstancias apuradas.

    Como quiera que la mayora de los discursos forenses

    de Demstcnes es presumible que se perdieran pues

    nos quedan relativamente pocos, podemos concluir

    que fueron considerados efmeros y, por ende, indignos

    en gran parte de ser conservados. Aparte los cinco

    discursos de su propio pleito con los tutores, quedan tan

    slo unos muy pocos del primer perodo, cuando era to-

    dava un simple loggrafo. Los casos a que se refieren

    no fueron muy importantes, y la fama de su autor, evi-

    dentemente, estaba todava en su infancia. Pero han lle-gado hasta nosotros unos cuantos discursos del tiempo de

    su primera actividad poltica, los cuales muestran que en-

    tretanto haba ya llegado a ser muy solicitado. Le pe

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    dan su ayuda no slo para procesos pblicos, sino

    tambin para litigios privados en los que se debatan

    cantidades importantes. Concluir este bosquejo desta-cando uno de estos casos, porque proyecta mucha luz

    sobre esos tiempos. Me refiero al discurso En defensa

    de Formioy al primer discurso Contra Estfano, que se

    relaciona con l ntimamente.

    Formio era el sucesor en los negocios del gran ban-

    quero ateniense Pasin, a quien conocemos por una se-

    rie de procesos. Pasin haba gozado de la confianza devarios ricos atenienses, incluyendo al general Timoteo.

    Adems, el padre de Demstenes haba guardado algu-

    nos de sus fondos en el banco de Pasin, segn sabemos

    por el litigio contra los tutores; y es probable que la rela-

    cin de Demstenes con Formio viniera de este viejo

    trato de negocios. Formio haba sido primeramente un

    esclavo de Pasin, y entr por manumisin en los nego-cios de su amo; fue luego ascendiendo hasta que lleg

    a gerente del banco por derecho propio, lo cual no era

    raro que ocurriera en Atenas. Finalmente, cuando la

    salud de Pasin empez a decaer, arrend el banco a For-

    mio, junto con una fbrica de escudos que haba estado

    manejando aparte. Pero la confianza de Pasin en For-

    mio fu todava ms all. Lo nombr en su testamentotutor de su joven hijo Pasicles, quien era todava menor

    de edad, y le di la mano de su esposa, proveyendo para

    ella en forma parecida a como el viejo Demstenes pro-

    veyera para Clebula.

    Apolodoro, el hijo mayor un personaje algo pro-

    blemtico hered para empezar la mitad nada ms del

    dinero disponible; pero tambin reciba, por supuesto, lamitad de la renta que Formio pagaba por el banco y

    la fbrica de escudos hasta que el contrato venciera.

    Cuando esto ocurri, Apolodoro dividi banco y fbrica

    con su hermano, tomando para s la fbrica y quedando

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    Pasicles dueo del banco. Despus de la muerte de su

    madre, dividieron igualmente sus bienes. Entonces Apo

    lodoro acus a Formio de haber retenido fuertes sumascomo segundo marido de su madre. Pero convinieron

    los dos en un arreglo por el cual Formio pag a Apolo

    doro una indemnizacin de 5,000 dracmas, y Apolodoro

    se declar resarcido de una vez y para todas. Sin embar-

    go, Apolodoro litigaba tan frecuentemente para cobrar

    las sumas ms importantes que se debian a su difunto

    padre, que se le convirti en hbito, y dieciocho aosms tarde se present otra vez ante Formio con nuevas

    reclamaciones, declarando que su madre habia destruido

    los libros de cuentas de su padre cuando estaba bajo la

    influencia de Formio.

    Formio, en su rplica, levanta objeciones tcnicas

    a todas las nuevas reclamaciones de Apolodoro, en vis-

    ta de la definitiva renuncia de ste, y demuestra quecuando la propiedad fu distribuida, los libros debie-

    ron evidentemente estar todava a la disposicin. No se

    menciona la posibilidad de que otro libro hubiera po-

    dido permanecer secreto. Adems, y siendo as que Apo-

    lodoro presentaba tambin objeciones al matrimonio de

    su madre una ateniense libre con Formio un ex

    csclavo de su padre, el disc