7
80 D E I B E R I A V I E J A El personaje Jaime Mir: un agente secreto en la Gran Guerra El espía desconocido

Jaime Mir (Historia de Iberia Vieja)

Embed Size (px)

DESCRIPTION

Agente secreto en la Gran Guerra

Citation preview

Page 1: Jaime Mir (Historia de Iberia Vieja)

80D E I B E R I A V I E J A

El personaje

Jaime Mir: un agente secreto en la Gran Guerra

El espía desconocido

Page 2: Jaime Mir (Historia de Iberia Vieja)

81D E I B E R I A V I E J A

No sabemos apenas nada de los primeros años de vida de Jaime Mir. Tan sólo que era catalán y que su labor sería de vital importancia para la causa alidada. Fue el mayor experto español en espionaje,

el Dr. Domènec Pastor Petit, quien fue tras sus pasos para recomponer su fascinante historia. En Espías españoles del pasado y del presente, el citado autor señalaba que es en 1909 cuando aparece por primera vez una referencia biográfica sobre Mir. Fue por aquel entonces cuando se instaló en Bélgica, en Bruselas, con su esposa y dos hijos.

Al parecer, la única pista que permitió a Petit seguir el rastro del agente fue un libro de memorias publicado en París por el propio Mir años después, una biografía que en España sería publicada en 1933 por la editorial Fénix, bajo el título de Por qué me condenaron a muerte. (1914-1918). Pero ni siquiera en sus fascinantes páginas se hace alusión a qué hizo antes de 1909. Al parecer era una persona ilustrada, que dominaba varios idiomas. Tras el estallido de la Gran Guerra, España permanecería neutral, aunque polarizada entre aliadófilos y germanófilos. En este marco se encuadra la historia de nuestro protagonista. Su singladura en el campo del espionaje comenzó a finales de agosto de 1914, cuando su viejo amigo, un abogado también español de nombre José David, le sugirió la posibilidad de organizar un servicio de correspondencia clandestino entre Bruselas y Ostende, situada aproximadamente en el centro de la costa belga, frente a Inglaterra y lugar de especial interés estratégico en el escenario bélico. En un principio se trataba de transportar de forma secreta correspondencia comercial y diplomática que más tarde se transformaría en material militar de cariz más delicado y relevante.

Debido a su amor por Bélgica, Mir aceptó de inmediato, momento en el que José David concertó una entrevista con el administrador delegado de nombre Theys –no ha trascendido su verdadera identidad , algo habitual en las historias de espías–, con el que realizarán la planificación de tan arriesgada empresa. Fueron los primeros pasos, discretos, de la que acabaría siendo una gigantesca operación de Inteligencia.

UNA RUTA SECRETAGracias a la neutralidad española, Mir pudo conseguir la documentación adecuada a través de la embajada de nuestro país, lo

que fortalecería su tapadera. Tras ello, pudo iniciar su primer viaje, comprobando cómo el salvoconducto le abría todas las puertas. Una vez en Herzele-Moortzele, cuenta Pastor Petit que el catalán, reconvertido ya en agente, expidió numerosos telegramas al gobierno en Londres y, tras haber llegado éstos a su destino, 48 horas después inició el camino de regreso a Bruselas. Fue el inicio de una ruta que realizaría cada día durante un mes, un itinerario que aprovecharía para llevar hasta Bruselas, en un principio, rotativos franceses e ingleses y otro tipo de documentos aparentemente inocuos.

Durante uno de sus viajes, entró en contacto con un norteamericano de nombre desconocido, quien parece que le puso en comunicación con el cónsul de Gran Bretaña en Bruselas –Petit hace referencia a un tal Mr. Jeffries del que no he logrado obtener referencia biográfica alguna y que probablemente responda al pseudónimo de otro alto diplomático de aquel tiempo–. El inglés solicitó a Mir que transportara la correspondencia entre los miembros de la colonia británica en Bruselas y las islas.

Ni qué decir tiene que el agente español también aceptó aquel encargo, y poco a poco toda una serie de peticiones en el mismo sentido hicieron que la cantidad de sus paquetes y lo abultado de los mismos complicara su misión clandestina. El primer incidente en la frontera lo tuvo con un oficial alemán que empezó a sospechar de sus frecuentes viajes. Fue cuando Jeffries solicitó un salvoconducto para el espía al cónsul de EEUU, que obtuvo poco después.

Gracias a aquel documento oficial, Mir pudo seguir realizando su labor, con un encargo añadido: transportar la correspondencia de la embajada norteamericana hasta el cónsul de dicha nacionalidad en Ostende. En sus Memorias, señala que durante un tiempo prolongado transportará no sólo correspondencia, sino también grandes cantidades de dinero; asimismo, facilitará el paso de soldados aliados a territorio no ocupado y se entregará en cuerpo y alma a la causa a la vez que aprovechará sus continuados viajes para establecer importantes contactos.

Entonces, comenzó a realizar viajes cargando equipaje en el que escondía en dobles fondos los documentos secretos no sólo a Bélgica, sino también a Holanda, Francia e Inglaterra. Será en diciembre de 1914 cuando un inspector del Estado belga –que Pastor Petit cita como Adolphe Braem–, insta a Jaime Mir a abandonar su labor en

Fue uno de los espías españoles más importantes de la Primera Guerra Mundial, sin embargo, su nombre apenas es recordado por la historiografía hispana. A pesar de la neutralidad española, la sociedad de entonces se polarizó entre aliadófilos y germanófilos, y Madrid y otras ciudades se convirtieron en verdaderos focos de espionaje internacional. La gesta de este catalán que amaba Bélgica ayudó en gran parte a decidir la victoria aliada.

ÓSCAR HERRADÓN

Page 3: Jaime Mir (Historia de Iberia Vieja)

82D E I B E R I A V I E J A

El personaje

el transporte de correo para dedicarse a labores de espionaje al servicio del gobierno belga, siendo instruido por expertos belgas del Deuxième Bureau, el servicio de Información del Ejército francés.A pesar de que su tapadera continuaría siendo la de correo comercial, presentándose en los puestos fronterizos como el encargado de transportar correo y obtener víveres en Holanda, su trabajo se hará más arriesgado. Ocultar los informes secretos en maletas ya no era una opción, más cuando los ofi ciales alemanes comenzaban a sospechar de sus continuos traslados.

UN CARRO TIRADO POR CABALLOSSería durante uno de sus habituales viajes, concretamente a los Países Bajos, cuando al agente se le ocurrió la feliz idea de ocultar la información secreta en un tilburí, que la RAE defi ne como un coche de caballos ligero para dos personas con dos ruedas grandes, sin cubierta y tirado por una sola caballería. Jaime Mir compró uno y también un caballo. Aunque en un principio esta idea pueda parecer inocente, lo cierto es que el espía, con la ayuda de su amigo Henri Wysman, en un taller en la localidad francesa de Rosendaël, adaptaron el carruaje, creando compartimentos secretos de doble fondo.

El encargado de realizar una auténtica proeza del disimulo en la madera del asiento y en la vara del carruaje, sería el carpintero Antoine Van Roosbroeck. El trabajo resultó

un rotundo éxito: los compartimentos estaban perfectamente disimulados.

Gracias a su ingenioso tilburí, Mir podría entrar y salir de Bélgica y Holanda con total tranquilidad. Al menos por el momento. Puesto que los primeros trayectos fueron exitosos, el espía regresó al taller de Roosbrock, quien creó unos huecos para la ocultación de hasta veinte kilos de papeles.

Pastor Petit apunta que “a partir de entonces, en sólo dos o tres viajes por semana, transportaba de Holanda a Bélgica enormes sumas de dinero y documentos secretos”. Sin embargo, el riesgo era cada vez mayor. Hacia marzo de 1915, la presencia continuada del catalán en las aduanas suscitaba cada vez mayores recelos. Contribuyó a extender las sospechas que uno de los agentes que trabajaban en aquella red de espionaje, Ferdinand Lenoir, fuera detenido por los alemanes. Capturado en Gante, tras un breve proceso fue fusilado. Aunque en un acto de coraje no había traicionado a ninguno de sus compañeros de organización. El contraespionaje alemán, poco después, detenía a otro compañero de Mir, un inglés de apellido Goldsmith.

Puesto que la información que transportaba era cada vez más comprometedora –informaciones sobre los aeródromos enemigos, armamento, número de divisiones…– el agente español extendió su red de espías reclutando enlaces, colaboradores y los célebres “buzones”, como se conoce en la jerga de los servicios secretos a los domicilios de las personas que reciben y entregan, mediante santo y seña convenido, los documentos más secretos.

Gracias a los mensajes entregados, se pudieron identifi car puntos estratégicos de los alemanes en la Bélgica ocupada que fueron bombardeados con éxito por la aviación inglesa. Sus éxitos se sucedían, dando una gran ventaja táctica a las fuerzas aliadas, y se valía sólo de los compartimentos secretos de su carruaje, no usando escritura cifrada, ni emisoras clandestinas ni escritura invisible, sin duda un verdadero riesgo.

Tras sus logros en diversas misiones, Mir ya empezaba a acusar el cansancio y la presión de un trabajo tan exigente. Llegaba a realizar trayectos a Holanda de alrededor de 100 km en apenas 12 horas en su pequeño tilburí. La contrainteligencia alemana sabía

A pesar de que su tapadera continuaba siendo la de correo comercial, su trabajo se iría haciendo cada vez más arriesgado

La IGM fue el escenario donde desarrolló su red de espionaje Jaime Mir.

Page 4: Jaime Mir (Historia de Iberia Vieja)

83D E I B E R I A V I E J A

que aquel español ocultaba algo. Puesto que la red había crecido considerablemente, y también el número de mensajes, dinero y otros objetos que el agente debía transportar, necesitaba un escondite seguro para guardar el material que más tarde escondería en su carruaje. Fue a través de su amigo Henry Wysman por el que consiguió acceder a la Escuela Profesional de Artes Aplicadas de Bruselas, en una de cuyas estancias construyeron un armario con doble fondo.

UNA RED PARA FUGITIVOSCon el tiempo, Jaime Mir comenzó a trabajar en el traslado de soldados ingleses, franceses y belgas –así como personas que huían por diversas razones de los alemanes–,

Informes deincalculable valorLA INFORMACIÓN CLASIFICADA que logró transmitir Jaime Mir a los Estados Mayores aliados fue abultada y de gran importancia estratégica. A través del abogado y senador socialista belga Émile Vinck, obtuvo la localización exacta de las instalaciones de las bases de submarinos alemanes del litoral belga. Mir descubrió a su vez que los astilleros de Hoboken, cerca de Amberes, estaban al servicio de Alemania, donde se construían los submarinos enemigos que, desmontados pieza a pieza, eran devueltos a la costa, concretamente en Zeebrugge, donde se procedía a su reensamblaje y armamento. Gracias al croquis realizado por Jaime, que llegó a trasladarse al lugar para trazarlo, la aviación británica pudo bombardear con éxito los talleres de construcción naval que servían al Eje. A ello siguieron numerosos éxitos en el campo de la Inteligencia: descubrió a los aliados depósitos de municiones, acantonamiento de tropas, zonas de concentración y movimiento de trenes… informes que hacía llegar a Rotterdam a manos de un ciudadano francés, de enigmático nombre “M”, quien a su vez los entregaba a los agentes anglofranceses.

de Bélgica a Holanda, valiéndose de pasaportes falsos de mayor calidad.

Las cosas empezaron a ponerse feas para el espía cuando su lugarteniente, Wysman, fue detenido por la policía alemana el 28 de septiembre de 1915. En los días posteriores, detuvieron a más de treinta personas relacionadas con la red aliada, entre ellos varios telegrafi stas. Un ingente número de agentes de Información anglofranceses fueron traicionados por confi dentes.

Aquello obligó a Mir a exponerse para retirar del armario secreto de la Escuela toda la documentación comprometedora y trasladarla a lugar seguro. Según cuenta en sus memorias, un día, en Esschen, fue obligado por la policía de fronteras

La guerra de trincheras llegó a su máxima brutalidad en la Gran Guerra.

Page 5: Jaime Mir (Historia de Iberia Vieja)

84D E I B E R I A V I E J A

El personaje

a descender del vehículo y un grupo de ofi ciales se afanó en registrar el tilburí.

Tan bueno había sido el trabajo de Roosbroeck, que los ofi ciales no lograron descubrir los compartimentos. Parece que después del registro, Mir sufrió una crisis nerviosa, y su agotamiento se hizo evidente. Pero estaba dispuesto a seguir adelante con su trabajo de espía, aunque ello le costara la vida.

Entonces se ocultaba en el domicilio de su amigo y miembro de la red Víctor Moreau, en la aldea de Rosendael, una casa campestre en cuyo granero guardaba el tilburí y el caballo. Según cuenta el propio Mir, fue alertado por un ciclista de la proximidad de espías que seguían sus pasos. Así, decidió llevar los documentos secretos al punto convenido para las entrevistas, en una vía muerta, al matrimonio Moreau. Aunque éstos creían indispensable que el catalán debía desaparecer, Mir argumentó que si eso sucedía pondría en riesgo las vidas de los demás miembros de la red, pues “los alemanes verán confi rmadas sus sospechas”; y les comunicó que “No debo permanecer aquí, sino regresar de inmediato a Bélgica”.

Aunque Víctor Moreau le advirtió de que probablemente se encaminaba a una muerte segura, Mir decidió seguir adelante. La única medida de seguridad que adoptó fue cambiar su nombre en clave –hasta entonces “Lafourmi” –, y escogió como nombre de guerra la cifra “66”.

REGRESO AL PELIGROA la mañana siguiente, según Petit, nuestro protagonista emprendió el camino de vuelta a Bruselas a bordo de su tilburí, que, una vez más, en la frontera de Esschen, sería sometido a un minucioso registro… sin resultados. A los guardias no les quedó más remedio que dejarle pasar, aunque llegaría a Bruselas de madrugada, agotado. La lluvia y el frío le habían penetrado hasta los huesos y tuvo que guardar cama durante ocho días. Cuando todo parecía volverse cada vez más gris, su amigo Henri Wysman, quien aguantó estoicamente los interrogatorios y las torturas, fue puesto en libertad. Sin embargo, las redes de espías aliados caídas se saldaron con importantes penas: el que fue conocido como “aff aire” Parenté, se saldó con 34 condenas, de las que nueve terminaron en pena capital. En cuanto a la desarticulación de la red de Adelin Colon, resultó con 19 condenas, cinco de ellas a muerte.

Jaime Mir estaba cada vez más acorralado: un grupo de agentes de la contrainteligencia germana se presentó

en su domicilio para examinar los libros de contabilidad y hacer un minucioso registro del inmueble, aunque una vez más se marcharon con las manos vacías.

Sabedor de que los alemanes estaban al corriente de que transportaba mercancía clandestina en su carruaje, Mir se vio obligado a realizar a partir de entonces sus viajes en ferrocarril. Puesto que los controles y registros eran cada vez mayores, los compartimentos secretos en una maleta no habrían sido efectivos. Así, el agente se puso en contacto con un amigo suyo, de profesión orfebre, quien le fabricó una cigarrera de plata con doble fondo, que no despertaba tanta curiosidad entre los alemanes, donde había espacio para contener dos hojas de papel.

Para mayor seguridad, los Moreau le pusieron en contacto con un belga de su confi anza, cuyo nombre no ha trascendido, que le entregó una botella de líquido que no era sino tinta invisible –o simpática–. Pronto la red volvió a funcionar de forma efi caz: Mir y sus contactos facilitaban innumerables datos secretos militares del enemigo.

LA BATALLA DE VERDÚNEste 2016 se han cumplido cien años de una de las batallas más decisivas y sanguinarias de la historia, la de Verdún. Precisamente en torno a este escenario bélico tuvo gran importancia la labor de nuestro protagonista. Entonces Mir logró informaciones de gran valor, obteniendo de soldados que actuaban en la célebre guerra de trincheras a orillas del Mosa, principalmente alsacianos y loreneses, datos certeros acerca de los planes de ataque y la localización de las reservas alemanas. Y es que, siguiendo el trabajo de Petit, “muchos de tales alsacianos-loreneses habían sido incorporados, con uniforme imperial, al servicio del Káiser, y venían a Bélgica a comprar productos alimenticios para sus unidades”. Al parecer, Mir logró abrir un almacén que dispensaba dichos productos en la calle Neuve, incrementando sus contactos con la tropa que le facilitaba información militar, que él se encargaba de hacer llegar al Estado Mayor francés.

La red clandestina encabezada por el español se había extendido de tal forma que llegaba a penetrar incluso en suelo alemán

Las fuerzas alemanas ocuparon Bélgica en el año 1914.

Page 6: Jaime Mir (Historia de Iberia Vieja)

85D E I B E R I A V I E J A

La red clandestina encabezada por el español se había extendido de tal forma que llegaba de Verdún hasta Luxemburgo, Viton, Mézières, Charleville, Mons, Flandes oriental, el litoral belga y el norte de Francia, penetrando incluso en suelo alemán.

Pronto, las crecientes sospechas acerca de su actividad hicieron que fuera vigilado de forma constante. Fue entonces cuando el servicio de contrainteligencia germano exigió de la administración comunal de Bruselas una importante cantidad de tarjetas de identidad para los ciudadanos belgas que debían estar fi rmadas por la autoridad correspondiente y provistas de sellos ofi ciales, lo que facilitaba que los germanos extendieran los documentos a los numerosos confi dentes y espías a su servicio, pudiendo así, según Petit, “lograr la infi ltración en gran escala en los medio clandestinos de la resistencia”.

No obstante, el catalán seguía brindando al Estado Mayor galo información de un valor incalculable. El riesgo era tan alto que fi nalmente Mir fue detenido por el jefe de la Policía de Lieja, tras haber caído en un engaño que orquestó un tal “agente 55- T”, que en realidad era un espía alemán. Fue rodeado en dicha ciudad belga el 2 de octubre de 1916, por una docena de agentes que lo introdujeron en un automóvil y lo

A PESAR DE SU NEUTRALIDAD en la Gran Guerra, nuestro país fue cuna de espías de ambos bandos, al igual que lo sería también durante la Segunda Guerra Mundial. La sociedad española se polarizó entre aliadófi los y germanófi los, y algunos personajes, como en el caso de Mir, estuvieron directamente implicados en la contienda en pro de una u otra causa que consideraban con cierto aire de romanticismo.

En la España de la Gran Guerra hizo de espía el célebre escritor alemán del género fantástico Hanns Heinz Ewers –más tarde simpatizante de los primeros años del movimiento nazi–, así como una de las fi guras más importantes durante el Tercer Reich, el almirante Wilhelm Canaris, jefe del Servicio de Espionaje del Ejército bajo la esvástica que espió para su país en la Gran Guerra, residiendo durante un tiempo en Madrid bajo la identidad falsa del campesino chileno Reed Rosas.

Pero Canaris no fue el único espía en España durante la Gran Guerra: también realizó labores de este tipo la escritora Pilar Millán Astray, hermana del fundador de la Legión y mano derecha de Franco, quien colaboró con los alemanes, una más de la larga lista de personajes apasionantes que espiaron en el confl icto.

España, nido de espías

trasladaron a la Kommandantur. Mir fue llevado a una amplia sala de interrogatorios donde se hallaban tres máquinas de escribir, registrado a fondo, obligado a desnudarse e instado a entregar sus “mensajes secretos”. Él mismo señala que llevaba un diminuto papel escrito con tinta invisible en un pequeño bolsillo de su pantalón y, mientras se quitaba la ropa, fi ngió un fuerte acceso de tos y, tras pedir un pañuelo, introdujo una mano en el bolsillito y extrajo el documento, tragándoselo.

Gracias a aquella ingeniosa puesta en escena, el agente catalán no brindó a sus interrogadores la prueba que le habría llevado a una muerte segura. Sin embargo, su salud se resintió de tal forma que estuvo al borde de la muerte por una fuerte bronquitis. Durante diez días fue interrogado, sometido a careos, víctima de amenazas y malos tratos, sin sábanas, toallas, jabón o vestimenta. Su desesperación le llevó al punto de llorar como un niño. Él mismo escribe: “Sentía vergüenza de haber llorado,

Durante diez días fue interrogado, sometido a careos, víctima de amenazas y malos tratos, sin sábanas, jabón o vestimenta

El escritor alemán Hanns Heinz Ewers,espía en España.

Page 7: Jaime Mir (Historia de Iberia Vieja)

86D E I B E R I A V I E J A

El personaje

ciertamente, mas la sangre fría volvió a mi y penetraron en mi cuerpo nuevas energías”.

Decidió no claudicar ni confesar nada aunque le costase la vida. Una mañana, un médico militar se presentó en su celda, lo examinó y ordenó que lo trasladaran a una celda aireada. Su esposa pudo hacerle llegar, cada semana, paquetes con ropa y alimentos y durante aquel tiempo el servicio de contraespionaje alemán hizo uso de distintas tretas para obtener informaciones del español. Introdujo a diversos chivatos en la prisión que entablaron contacto con él y le hicieron llegar falsos mensajes provenientes de la resistencia. Aún así, Mir no cayó en la trampa y siguió hermético.

El martes 2 de febrero de 1917, el agente fue trasladado de Lieja a Bruselas y ocho días después hubo de comparecer ante el juez. Hubo que esperar, no obstante, hasta el 23 de marzo, para que tuviera lugar el consejo de guerra en el Palacio de la Nación, en Bruselas. Un juicio sin testigos, policías ni defensor en el que varios ofi ciales alemanes, presididos por un general, le sometieron a un duro interrogatorio. Una jornada que se prolongó hasta el mediodía, y donde fi nalmente se dictó la pena de muerte, por el crimen de alta traición de guerra.

Aunque Mir insistió en su inocencia, su destino parecía estar sellado. Gracias a la intercesión de su abogado, el citado José

David, Mir pudo recibir en prisión la visita de sus dos hijos, y se realizó una petición de ayuda a la Embajada española en Bélgica, para que hiciera llegar al rey de España, Alfonso III, una solicitud de clemencia que éste debía interponer ante el mismo Káiser.

Mientras el espía esperaba con resignación y dignidad el día de su ejecución, hacia las diez de la mañana del día 4 de abril de 1917, dos individuos penetraron en su celda y le leyeron una extensa carta en alemán que poco tenía que ver con lo que el reo esperaba: el milagro se había consumado y el general coronel Moritz von Bissing le comunicaba que había sido conmutada la pena de muerte por la de trabajos forzados.

Parece que fue decisiva la intervención del embajador de España en Bélgica. Al día siguiente fue conducido a una prisión alemana, donde permanecería hasta el 19 de septiembre de 1917, fecha en la que fue trasladado de nuevo, en un convoy con otra cincuentena de prisioneros, a Brandebourg-sur-la-Havel, cerca de Berlín. Allí permaneció hasta la hecha del armisticio, el 11 de noviembre de 1918, aunque la orden

de liberación no llegó hasta veinte días después, el 1 de diciembre. El catalán que había arriesgado la vida por la causa aliada estaba libre por fi n el 6 de aquel mes, y el día 15 se reunía en Bruselas con su esposa y sus dos hijos. Según apunta Pastor Petit, después “densa niebla envuelve al personaje, a la vez que nos asaltan innumerables interrogantes”.

Hoy conocemos su gesta gracias a que publicó sus citadas Memorias en 1926, en París, en la Librairie Plon, donde narró todos los pormenores que le convirtieron en un verdadero héroe. La verosimilitud de su relato la corrobora el hecho de que el rey de Inglaterra le nombrase miembro de la división civil de la Orden del Imperio Británico el 17 de octubre de 1919, y Alberto de Bélgica a su vez, por decreto, el 17 de junio de 1920, Caballero de la Orden de Leopoldo, haciéndole entrega de la cruz cívica de primera clase (1914-1918). Jaime Mir recibía así su justo reconocimiento, a pesar de que en su país de origen su gesta haya sido injustamente olvidada.

Valgan estas humildes líneas para recordarle. ■

Tras la guerra, el rey de Inglaterra le nombró miembro de la división civil de la Orden del Imperio Británico

La ciudad belga de Ypres fue rodeada por tres fl ancos por el ejército alemán.