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Canibalia Canibalismo, calibanismo, antropofagia cultural y consumo en América Latina Carlos A. Jáuregui Premio Casa de las Américas 2005 Iberoamericana Vervuert 2007

Jauregui Introduccion Libro Canibalia

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El cuerpo constituye un depósito de metáforas. En su economía con el mundo,sus límites, fragilidad y destrucción, el cuerpo sirve para dramatizar y, de algunamanera, escribir el texto social. El canibalismo es un momento radicalmenteinestable de lo corpóreo y, como Sigmund Freud suponía, una de esas imágenes,deseos y miedos primarios a partir de los cuales se imagina la subjetividad y lacultura. En la escena caníbal, el cuerpo devorador y el devorado, así como ladevoración misma, proveen modelos de constitución y disolución de identidades.El caníbal desestabiliza constantemente la antítesis adentro/afuera; el caníbales –parafraseando a Mijail Bajtin– el “cuerpo eternamente incompleto, eternamentecreado y creador” que se encuentra con el mundo en el acto de comery “se evade de sus límites” tragando (La cultura 20, 253). El caníbal no respeta lasmarcas que estabilizan la diferencia; por el contrario, fluye sobre ellas en el actode comer. Acaso esta liminalidad que se evade –que traspasa, incorpora e indeterminala oposición interior/exterior– suscita la frondosa polisemia y el nomadismosemántico del canibalismo; su propensión metafórica.

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  • CanibaliaCanibalismo, calibanismo, antropofagia cultural

    y consumo en Amrica Latina

    Carlos A. Juregui

    Premio Casa de las Amricas 2005

    Iberoamericana Vervuert 2007

  • 1 Se escribe sin comillas; stas deben sobreentenderse en Nuevo Mundo, lo mismo que enDescubrimiento.

    se tocaron la boca y la barriga, tal vez para indicar quelos muertos tambin son alimento, o pero esto acaso esdemasiado sutil para que yo entendiera que todo lo quecomemos es, a la larga, carne humana.

    Jorge Luis Borges, El informe de Brodie

    Genuine polemics approach a book as lovingly as a can-nibal spices a baby.

    Walter Benjamin, Post No Bills: The Critics Technique in Thirteen Theses One-Way Street 1928

    El cuerpo constituye un depsito de metforas. En su economa con el mundo,sus lmites, fragilidad y destruccin, el cuerpo sirve para dramatizar y, de algunamanera, escribir el texto social. El canibalismo es un momento radicalmenteinestable de lo corpreo y, como Sigmund Freud supona, una de esas imgenes,deseos y miedos primarios a partir de los cuales se imagina la subjetividad y lacultura. En la escena canbal, el cuerpo devorador y el devorado, as como ladevoracin misma, proveen modelos de constitucin y disolucin de identida-des. El canbal desestabiliza constantemente la anttesis adentro/afuera; el can-bal es parafraseando a Mijail Bajtin el cuerpo eternamente incompleto, eter-namente creado y creador que se encuentra con el mundo en el acto de comery se evade de sus lmites tragando (La cultura 20, 253). El canbal no respeta lasmarcas que estabilizan la diferencia; por el contrario, fluye sobre ellas en el actode comer. Acaso esta liminalidad que se evade que traspasa, incorpora e inde-termina la oposicin interior/exterior suscita la frondosa polisemia y el noma-dismo semntico del canibalismo; su propensin metafrica.

    La palabra canbal es, como se sabe, uno de los primeros neologismos queproduce la expansin europea en el Nuevo Mundo1. Tambin es como dira

    INTRODUCCINDel canibalismo al consumo: textura y deslindes

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  • Enrique Dussel uno de los primeros encubrimientos del Descubrimiento, unmalentendido lingstico, etnogrfico y teratolgico del discurso colombino.Sin embargo, este malentendido es determinante; provee el significante maestropara la alteridad colonial. Desde el Descubrimiento, los europeos reportaronantropfagos por doquier2, creando una suerte de afinidad semntica entre elcanibalismo y Amrica. En los siglos XVI y XVII el Nuevo Mundo fue construidocultural, religiosa y geogrficamente como una especie de Canibalia. En las islasdel Caribe, luego en las costas del Brasil y del norte de Sudamrica, en Centroa-mrica, en la Nueva Espaa y ms tarde en el Pacfico, el rea andina y el Conosur, el canbal fue una constante y una marca de los encuentros de la expan-sin europea. Pero antes de cualquier observacin emprica de la prctica quedenota dicho significante, la semntica del canibalismo inicia ya una fuga verti-ginosa en la constelacin de lo que Jacques Derrida denomina diffrance3: loscanbales evocan inicialmente a los cclopes y a los cinocfalos y luego parecenser conforme a la primera especulacin etimolgica del Almirante soldadosdel Khan; rpidamente se convierten en indios bravos y su localizacin coincidecon la del buscado oro; los canbales son definidos tambin porque pueden serhechos esclavos o porque moran en ciertas islas. El canibalismo llega a ser pro-ducto de una lectura tautolgica del cuerpo salvaje: los canbales son feos y losfeos, canbales Lejos de encontrar un momento de sosiego semntico, el can-bal se desliza constantemente a lo largo de un espacio no lineal: el espacio de ladiffrance colonial; un espejo turbio de figuracin del Otro y del ego, as como dereas confusas en las que reina la opcin ineludible de lo incierto.

    Como imagen etnogrfica, como tropo ertico o como frecuente metforacultural, el canibalismo constituye una manera de entender a los Otros, al igualque a la mismidad; un tropo que comporta el miedo de la disolucin de la iden-tidad, e inversamente, un modelo de apropiacin de la diferencia. El Otro que elcanibalismo nombra est localizado tras una frontera permeable y especular,

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    2 Los siguieron encontrando desde el siglo XVI hasta el XIX, cuando la antropologa y la etno-grafa se sumaron a la bsqueda. Mientras que el Nuevo Mundo fue el lugar de la construccin delcanbal en el siglo XVI y parte del XVII, frica fue la Canibalia del XIX y Nueva Guinea la del XX.

    3 El trmino diffrance corresponde menos a un concepto que a un modelo con el que Derrida(1976, 1978) pone en juego la discordia activa, inestabilidad sistemtica y juego mltiple de la sig-nificacin. Diffrance es un neologismo y variacin del vocablo francs diffrence. Diffrance evoca elverbo latino differre (diferir), el cual tiene la doble acepcin de diferenciar y de aplazar. Diffrance juegacon estas dos acepciones de manera simultnea y sin permitir la reduccin de la misma a una sola;esta doble acepcin describe el juego sistemtico de la significacin: la constante y fluctuante pro-duccin de una presencia ausente diferida por una red de significantes, los cuales remiten no a la pre-sencia o al referente, sino a otros significantes. Diffrance es la estructura y el movimiento queconstituye las diferencias y que las hace indecidibles (Derrida, Mrgenes de la filosofa 1989: 39-62).

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  • llena de trampas y de encuentros con imgenes propias: el canbal nos habla delOtro y de nosotros mismos, de comer y de ser comidos, del Imperio y de susfracturas, del salvaje y de las ansiedades culturales de la civilizacin. Y as comoel tropo canbal ha sido signo de la alteridad de Amrica y ha servido para soste-ner el edificio discursivo del imperialismo, puede articular como en efecto hahecho discursos contra la invencin de Amrica y el propio colonialismo.

    El canibalismo ha sido un tropo fundamental en la definicin de la identidadcultural latinoamericana desde las primeras visiones europeas del NuevoMundo como monstruoso y salvaje, hasta las narrativas y produccin culturalde los siglos XX y XXI en las que el canbal se ha re-definido de diversas manerasen relacin con la construccin de identidades (pos)coloniales y posmoder-nas. El tropo del canibalismo cruza histricamente en sus coordenadas decontinuidad y de resignificacin o discontinuidad diferentes formulaciones derepresentacin e interpretacin de la cultura y hace parte fundamental del archi-vo de metforas de identidad latinoamericana. El canbal es podra decirse unsigno o cifra de la anomala y alteridad de Amrica al mismo tiempo que de suadscripcin perifrica a Occidente. El presente libro se refiere a diferentes esce-narios histricos y articulaciones discursivas en las que dicha adscripcin an-mala ocurre y en las que el canibalismo no slo fue un dispositivo generador dealteridad, sino tambin, un tropo cultural de reconocimiento e identidad. Cani-balia ensaya una genealoga de dicho tropo en su amplio espectro, variaciones yadelgazamientos semnticos (canibalismo, calibanismo, antropofagia cultural y con-sumo), en relacin con ciertos momentos fundamentales de la historia culturallatinoamericana.

    El canbal que funciona como estigma del salvajismo y la barbarie del NuevoMundo (Cap. I) llega a ser: un eje discursivo de la crtica de occidente, del impe-rialismo y del capitalismo (II 3 y 4; III 1; VI; VII 1 y 5); un personaje met-fora en la emergencia de la conciencia criolla durante el Barroco (II 6) y la Ilus-tracin americana (III 1); un tropo para las otredades tnicas frente a las cualesse definieron los nacionalismos latinoamericanos (III 2, 3, 4 y 5); una de lasmetforas claves del surgimiento discursivo de Latinoamrica en la segundamitad del siglo XIX (IV); y una herramienta de identificacin y auto-percepcinde Amrica Latina en la modernidad (V y VI). Asimismo, el canibalismo haceparte de la tropologa de las apropiaciones digestivas y el consumo de bienessimblicos, as como de la formacin de identidades hbridas en la llamada pos-modernidad (VII). Estos ejemplos sealan una historia cultural vastsima de lacual este libro apenas si recoge una muestra con la esperanza de sealar con ellano slo la persistencia del tropo canbal de la Conquista a la globalizacin, sinotambin su lugar colonial y contracolonial en el heterogneo entramado de lacontinentalidad cultural latinoamericana. ste es un estudio tropolgico sobre

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  • la retrica de la colonialidad4 (imperial, colonial, nacional, neocolonial y global)que el canibalismo como heterotropa constantemente articula y desafa5.

    En la historia cultural latinoamericana el canbal tiene que ver ms con elpensar y el imaginar que con el comer, y ms con la colonialidad de la Moderni-dad6 que con una simple retrica cultural. El canibalismo siempre nombra, o se

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    4 El concepto de colonialidad, propuesto por Anbal Quijano reinterpretando ampliamente lanocin de colonialismo suprstite de Jos Carlos Maritegui alude a un modelo global hegemnicode poder que desde la Conquista articula nociones de raza (y diferencia) con la explotacin del tra-bajo. La colonialidad puede ser definida como las estructuras de saber, imaginarios, relacionessociales y prcticas de dominacin y explotacin que si bien emergen con la Conquista y la colo-nizacin del Nuevo Mundo y la insercin de vastas culturas y poblaciones en el sistema mundial deexplotacin del trabajo persisten y son reproducidas continuamente hasta hoy en renovadas for-mas de colonialismo e injusticia. Para Quijano la implicacin histrica ms significativa de la colo-nialidad y sus dinmicas de clasificacin racial es la emergencia de un mundo moderno/colonialeurocntrico capitalista.

    5 Como anotbamos en Mapas heterotrpicos de Amrica latina ( Juregui y Dabove, Hetero-tropas 7, 8), la renovada importancia de la retrica y la revaloracin de los tropos en los estudios dela cultura se han visto acompaadas por movimientos similares en mltiples disciplinas. En un ar-tculo clsico, Paul de Man indicaba que el lenguaje figurado constituye una suerte de perpetuoproblema, y en ocasiones una fuente de enojosa turbacin, para el discurso filosfico y, por exten-sin, para otros discursos como la historiografa y el anlisis literario (The Epistemology ofMetaphor 15-30). Derrida arga que precisamente ese problema abra el juego de la filosofa, yaque la metfora es la condicin ineludible de todo sistema conceptual (La mitologa blanca enMrgenes de la filosofa); no hay nada deca que no pase con la metfora y por medio de la met-fora. Todo enunciado a propsito de cualquier cosa [], incluida la metfora, se habr producidono sin metfora (La retirada de la metfora en La desconstruccin en las fronteras de la filosofa 37).Hayden White en un gesto que de cierta manera marca la entrada de la historiografa en la refor-ma posestructuralista revisaba el valor epistemolgico de este bochornoso problema tropolgico,arguyendo que los relatos y la retrica juegan de manera ms o menos autnoma un papel fun-damental en la formacin, construccin y el proceso mismo de significacin de las narrativas hist-ricas (Metahistory). Clifford Geertz sealaba lo mismo para el caso de la antropologa, poniendo enevidencia el complejo sistema de tropos y estrategias discursivas mediante las cuales se organiza eldiscurso antropolgico (Works and Lives). Antes que rupturas, los ejemplos mencionados son snto-mas de la emergencia de un vasto y heterogneo campo de reflexin transdisciplinaria que com-parte una tarea central que podramos denominar crtica tropolgica. Esta crtica informa, por ejem-plo, algunas vertientes de los Estudios Culturales que, como seala Stuart Hall, han reparado en laimportancia crucial del lenguaje y de la metfora [] en cualquier estudio de la cultura (Cultu-ral Studies 283). Se propone el concepto de heterotropa (neologismo de hetero-: otro y -tropo: figu-ra del lenguaje) como categora terica para articular los discursos identitarios a las operaciones dellenguaje que hacen posible su representacin. El concepto trabaja fundamentalmente sobre alego-ras, metforas y otros tropos a partir de los cuales tanto la identidad como la otredad individual ocolectiva pueden ser producidas en diversos contextos histricoculturales.

    6 Cuando hablo de modernidad es bajo el entendido de que la modernidad no es una sola, niproducto de una lnea homognea, nica y evolutiva, como ha sealado Anthony Giddens (The

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  • refiere a, otras cosas7: la fuerza laboral; el indio insumiso; el motivo de un debateentre juristas sobre el Imperio; es una herramienta de la imaginacin del tiempode la modernidad; el eptome del terror y el deseo colonial; una marca cartogr-fica del Nuevo Mundo; el nombre de unas islas y de una amplia regin atlnticadesde la Florida hasta Guyana incluyendo el golfo de Mxico y partes de Centro-amrica; la expresin de terrores culturales y un artefacto utpico para imagi-nar la felicidad; un aborigen inhospitalario, un monstruo rebelde que maldice asu amo, un salvaje filsofo y un intelectual perifrico; la multitud siniestra; lopopular; los esclavos insurrectos; una metfora modlica para pensar la relacinde Latinoamrica con centros culturales y econmicos como Europa y los Esta-dos Unidos y para imaginar modelos de apropiacin de lo forneo; el eptetopara el imperialismo norteamericano y el smbolo del pensamiento antiimperia-lista; el consumidor devorante y el devorado.

    Estas lecturas se realizarn a travs de mtodos de anlisis textual propios dela crtica literaria y del comparatismo de los estudios culturales sin sacrificar lainscripcin de cada experiencia cultural e histrica. Se utilizar una estrategiametodolgica interdisciplinaria como lo exige la heterogeneidad del material(textos literarios, histricos, cartogrficos, religiosos, jurdicos, antropolgicos,de crtica cultural, etc.), y un anlisis terico crtico que apela a disciplinas diver-sas como la antropologa cultural, la historia, el psicoanlisis, las discusiones deldebate poscolonial y las reflexiones sobre la posmodernidad, particularmente sobrelos temas del consumo, la expansin de mercados nacionales y la globalizacin.

    Las preguntas que guan este estudio tienen menos que ver con qu quieredecir el tropo canbal que con la cuestin de cmo funciona cultural e histrica-mente, y cmo sus reacentuaciones, fracturas, inestabilidad y heterogeneidadproducen lo que Iris Zavala ha llamado un surplus of signification que al mismotiempo define y excede lo identitario (surpl-us), y en el cual la Historia, comolo Real, se asoma8. El canibalismo es, como veremos, un signo palimpsstico,

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    Consequences of Modernity 6, 7), y que hay modernidades alternativas. Uso Modernidad, con mays-cula, para referirme a los proyectos hegemnicos de la misma.

    7 Peggy Sanday afirma que Cannibalism is never just about eating but is primarily a mediumfor non gustatory messages messages having to do with the maintenance, regeneration, and, insome cases, the foundation of the cultural order (3). Aunque puede decirse que en todo caso tam-poco comer, nunca es slo comer y por el contrario, como seala Claude Lvi-Strauss, existe unadimensin poltica que trasciende la simple actividad material (Le cru et le cuit 1964), podemos acep-tar la idea general de Sanday respecto a la multiplicidad e importancia de los significados socialesdel canibalismo (aunque no slo como ella propone para aquellas sociedades que supuestamen-te lo practican).

    8 Se apela aqu a una nocin de historia como causa ausente pero Real en la cultura: la historiaes inasequible para nosotros excepto en forma textual de manera que nuestra aproximacin a la

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  • producto de diversas economas simblicas y procesos histricos que lo han sig-nificado. Por ejemplo, el Calibn de Shakespeare es un anagrama del canbal deColn y de Anglera y, tambin, un personaje conceptual con el que se caracterizal proletariado del siglo XIX, as como al imperialismo norteamericano en elCaribe en la crisis de fines del siglo XIX (Cap. IV). Luego, ese Calibn monstruo-so y voraz se convierte en el smbolo de identidades que intentan una descoloni-zacin de la cultura y colocan entre su genealoga simblica al salvaje canbalque resisti la invasin de la Conquista (VI). De la misma manera trashistrica,en el antropfago que la vanguardia brasilea recogi en los aos 20 como sm-bolo de formacin de la cultura nacional en la modernidad (V), encontraremossedimentadas las huellas de los relatos de los viajeros franceses del siglo XVI (I6), as como los buenos canbales que imagin Montaigne (II 4), y los salvajes(buenos y malos) de las novelas de Jos de Alencar (III 6). No se trata simple-mente de la intertextualidad de la cultura latinoamericana, sino de re-narracio-nes de la identidad que se sirven de la enorme carga simblica que significa queAmrica fuera construida imaginariamente como una Canibalia: un vasto espa-cio geogrfico y cultural marcado con la imagen del monstruo americano come-dor de carne humana o, a veces, imaginada como un cuerpo fragmentado ydevorado por el colonialismo.

    1. SARTA DE TEXTOS PARA UNA CARTOGRAFA NOCTURNA

    Forzosamente tengo que insistir en que no me estoy refiriendo a la prctica decomer carne humana, sino a lo que podramos llamar las dimensiones simblicasdel canibalismo. Esta indagacin no se interna en la verdad histrica sino en lasemitica cultural. Como se sabe, sobre la llamada realidad histrico-etnogrficadel canibalismo hay desde hace algunos aos un debate acalorado. The Man-eating Myth (1979) de William Arens marca la emergencia de la pregunta por larazn colonial de los relatos sobre canbales en la antropologa contempornea.La impugnacin de la fidelidad de las fuentes y de la credibilidad de las pruebasantropo-arqueolgicas y documentos histricos que hizo Arens aunque con-trovertida y controvertible, acusada de sensacionalista y generalizadora aciertaen discutir la presuncin de superioridad que conlleva tener el poder de decir y

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    misma y a lo Real, necesariamente pasa por su textualizacin previa; su formulacin narrativa en elinconsciente poltico ( Jameson, The Political Unconscious 35). La Historia est mediada (y reprimida)por lo textual; no constituye la causalidad explicativa de las representaciones culturales sino aquelloreprimido que, por reprimido, retorna y debe ser objeto de anlisis conjunto. Sobre la nocin deSur-plus identitario ver The Retroaction of the Postcolonial de Iris Zavala (374-377).

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  • decidir quin es canbal. El argumento de Arens ha sido a menudo deformadocomo si se tratara de la denegacin de la ocurrencia histrica de casos de caniba-lismo9 y no como lo que es: un cambio de problema y de pregunta. Arens pro-puso una corrosiva hermenutica de duda y una crtica del rgimen de verdad delos relatos sobre canibalismo. La autoridad de los mismos sealaba dependefrecuentemente del aislamiento ideolgico de las circunstancias histricas enque fueron producidos, que en su mayora corresponden a las invasiones colo-niales europeas de Amrica, frica y Asia, y al sometimiento de grupos huma-nos a la esclavitud. El canibalismo funciona como un mito no slo del colonia-lismo, sino de las disciplinas que producen el saber sobre la Otredad. De estamanera, Arens no reflexiona sobre el canibalismo en s, sino sobre la disciplinaantropolgica que hizo de ste su objeto predilecto. As lo recoge con innegablehumor antropofgico Anthropologist with Noodles de la serie Cannibulls soupcans, instalacin de latas de sopa (similares a las de la famosa marca Campbells)del artista mexicano Enrique Chagoya.

    Arens llam la atencin sobre el blind spot colonial de la concurrida asambleade estudios sobre las causas y el significado del canibalismo que se daba en diver-sas disciplinas como la antropologa, la historia y la psicologa. La tesis psicolo-gista y desarrollista de Eli Sagan (1974), por ejemplo, intentaba comprender yexplicar la prctica canbal como una forma de agresin institucional que la civi-lizacin habra sublimado: el canibalismo marcara la hora del salvajismo. Saganpropona que as como, segn Freud, la incorporacin oral es la respuesta agre-siva primaria a la frustracin y al deseo de dominar la resistencia del objeto, elcanibalismo es la forma elemental de agresin institucionalizada. Segn l,todas las formas subsecuentes de agresin estn relacionadas de alguna maneracon el canibalismo, presente en formas sublimadas como la caza de cabezas,los sacrificios humanos y de animales, el imperialismo y el capitalismo, las gue-rras religiosas, el fascismo y el machismo, y la competencia social. Para Sagan,el canbal se come a aquellos que son Otros al tiempo que las sociedades civili-zadas esclavizan, explotan o hacen la guerra a aquellos fuera de los linderos delyo. El verbo dominar ha tomado el lugar de matar y explotar, el de comer. La cul-tura es para Sagan el espacio de la sublimacin del canibalismo; sin cultura, ten-dramos el negativo de la cultura: estaramos todos comindonos a nuestros ene-

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    9 Es necesario aclarar que Arens jams afirm como se insina a menudo que el canibalis-mo ritual jams hubiera tenido ocurrencia; por el contrario, expresamente seal que no negabaesa posibilidad (1979: 180, 182). La mayora de sus numerosos crticos (i.e.: Sahlins 1979: 47; Palen-cia-Roth 1985:1; Peggy Sanday 1986: xii, 9; Frank Lestringant 1997: 6; Lawrence Osborne 1997: 28-38; Don Gardner 1997: 27, 36-38), como acertadamente anota Peter Hume (1998: 7, 8), representanmal o no entienden el argumento de Arens.

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  • migos (xix, 35-63, 70-76, 80, 105-110, 124-132). La comparacin es productivapolticamente, pero yerra en la proposicin secuencial: para Sagan, primero esel canibalismo y luego, por ejemplo, el colonialismo; cuando histricamente elcanbal es un constructo colonial, independientemente de que la gente se comie-ra entre s en Ubatuba, Tenochtitln o Nueva Guinea.

    Entre la enorme bibliografa antropolgica sobre el canibalismo se recorda-r, asimismo, la clebre hiptesis ecolgica de la antropologa cultural materia-lista, sostenida por influyentes antroplogos como Michael Harner, en relacincon el sacrificio azteca (The Enigma of Aztec Sacrifice 1977), y como MarvinHarris, quien la extendi a otros casos (Cannibals and Kings: the Origins of Cultu-res 1977). El sacrificio y el canibalismo segn ellos seran prcticas relaciona-das causalmente con la supuesta deficiencia protenica en el valle de Mxico,resultado a su vez de la presin demogrfica, el agotamiento ecolgico del siste-ma de produccin y la ausencia de grandes mamferos para proveer de carne ladieta mexica10. Marshall Sahlins insistiendo en el carcter ritual-simblico delcanibalismo contradijo esta hiptesis, recordndole a Harris que la carnehumana resultante del sacrificio mexica era distribuida de manera antieconmi-ca, privilegiando consideraciones simblicas y religiosas: por ejemplo, el troncoera ofrecido a los animales del zoolgico real. Para l, la hiptesis materialistano haca otra cosa que declarar que las costumbres de la humanidad iban yvenan conforme a su rendimiento o beneficio y que el canibalismo poda serexplicado con una suerte de contabilidad ecolgica de los costos, lo que equi-vala a decir que culture is business on the scale of history (Culture as Pro-tein and Profit 1978). Arens llega a este debate sosteniendo que no hay unatorre inocente desde la cual observar al canbal y que el canibalismo, independien-temente de sus causas y ocurrencia la cual en la mayora de los casos es sospe-

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    10 Las llamadas teoras materialistas parten de los presupuestos de que las culturas se adaptana sus ambientes y recursos (una visin sincrnica), y que las culturas cambian a travs del tiempo(una visin diacrnica) a causa de factores tecno-ambientales y demogrficos. Diferentes modelosambientales y poblacionales llevan a la conclusin de que la sociedad azteca tena crecientes pro-blemas ecolgicos pese a su intensificacin de la produccin agrcola y el desarrollo de diferentestcnicas como los canales de riego y las chinampas (que creaban nuevas tierras cultivables ganndo-le espacio al lago). El valle de Mxico tiene lo que se llama una circunscripcin ambiental (un anillocircundante) de tierras de muy bajo rendimiento que limitan las posibilidades de expansin territo-rial de la agricultura. La presin demogrfica, las condiciones limitadas de la agricultura y la faltade herbvoros domesticados (que se extinguieron hacia el ao 7200 a.C.) habran reducido el consu-mo de protenas y grasas per cpita, por debajo de lo requerido, a diferencia de lo que ocurri enEuropa, en Asia u otras zonas de Amrica como los Andes en donde se contaba con varios camli-dos como la llama y la alpaca, y herbvoros domesticables como el cur. Ello habra jugado unpapel importante en la institucionalizacin del sacrificio y el canibalismo humano, al menos paraprovecho de las clases altas y militares (ver, por ejemplo, Marvin Harris 125-162).

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  • chosa, sirvi para organizar el discurso colonial e incluso la propia antropolo-ga. La antropologa no es acusada de una conspiracin intelectual sino de tra-bajar dentro de y reproduciendo un sistema mitolgico e inconsciente de susimplicaciones ideolgicas. Una acusacin de conspiracin hubiera, sin duda,sido mejor recibida11.

    La lectura de los relatos sobre canibalismo como alegatos justificativos delcolonialismo es de vieja data. Ya Bartolom de las Casas haba notado que fre-cuentemente las noticias sobre canbales correspondan a rumores y acusacio-nes y que las reas en las que habitualmente aparecan coincidan con aquellasen las que el encuentro colonial enfrentaba resistencias (I 3)12. Esto no quieredecir que hubo una vasta conspiracin que decidi e implement la aparicindel canbal. Mala fe hubo, sin duda; pero los relatos sobre canbales no puedenentenderse como simples farsas. Ello supondra que hay una verdad sobre elcanibalismo americano y que dicha verdad hubiera podido ser polticamentesignificativa de ser develada. Canibalia no entra en la discusin sobre la existen-cia de la prctica canbal en Amrica o el anlisis de las hiptesis propuestas entorno a sus causas; entre otras razones, porque, como sealaba Said, no debeasumirse que el discurso colonial sea una mera estructura de mentiras o demitos que desapareceran si la verdad acerca de ellos fuera contada, pues ste esms revelador como signo del poder atlntico-europeo que como un discursode verdad (Orientalism 6). El tropo canbal fue resultado de un tejido denso deprcticas sociales discursivas, narrativas, legales, blicas y de explotacin colo-nial. La verdad del canibalismo, si tal cosa existiera, debera indagarse primera-mente en las relaciones materiales y de explotacin que sobredeterminan dichotropo.

    Hoy el rea de estudio puede ser descrita como dividida entre los que estnel que Maggie Kilgour llama el debate del did they or didnt they? [el debate desi comieron o no] (The Function 240), y quienes han abandonado esa pregun-ta por el estudio de las narrativas sobre el canibalismo, que es el campo en el

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    11 En Rethinking Antropophagy Arens responde a las crticas y al debate despus de cerca deveinte aos (39-62). Despus del trabajo de Arens, Grannath Obeyesekere ha continuado las lectu-ras de formacin de mitos europeos sobre la otredad en los reportes coloniales de canbales delsiglo XIX, con un riguroso examen de las etno-narrativas clsicas sobre las cuales se basan la mayo-ra de los anlisis antropolgicos. Obeyesekere sugiere el carcter ficcional y literario de la llamadaevidencia testimonial que sustenta los alegatos sobre la antropofagia Fiji (Cannibal Feasts).

    12 Alexander von Humboldt a comienzos del siglo XIX notaba lo mismo en su anlisis de losrelatos coloniales sobre los caribes (III 3). Experiencias (neo)coloniales recientes como las repor-tadas por Michael Taussig en Shamanism, Colonialism, and the Wild Man, muestran que an en casosde completa inexistencia de la prctica, sta fue atribuida a los indgenas rebeldes o no dominadospor el sistema de esclavitud de las casas caucheras en Colombia en pleno siglo XX.

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  • que se inscribe este trabajo13. Canibalia no es pues estrictamente hablando unlibro sobre canbales, ni sobre la dieta de tal o cual grupo aborigen. Lo que nosimporta es el canibalismo en la cultura, y que nos puede decir algo de ella y denosotros, mejor que de la prctica de comer carne humana o de los Otros seala-dos como antropfagos. El anlisis de las transformaciones y diferentes valoresideolgicos y simblicos del canibalismo tiene que ver no con la verdad sinocon representaciones e imaginarios culturales; con aquello que Jorge Luis Bor-ges llama citando a Robert Luis Stevenson textura o sarta de textos al hablardel problema histrico versus el problema esttico del canibalismo que Dante lehabra imputado al conde Ugolino en La divina commedia. Como se sabe, Dantecoloca en el noveno y ltimo crculo de su infierno a los traidores. Entre ellosest Ugolino, tirano de Pisa, que destronado por su pueblo fue encerrado enuna prisin junto con sus hijos. En un acto de dolor, Ugolino muerde sus manos,y sus hijos pensando que es por hambre le ofrecen su propia carne que lrechaza14. Cuando finalmente ellos mueren, Ugolino al parecer llevado por elhambre habra comido la carne de sus propios hijos antes de, l mismo, morir(Cantos xxxii y xxxiii). Borges retoma la larga y tradicional discusin sobre si losversos con los que concluye Dante la historia de Ugolino indicaran o no que enefecto el conde comi la carne de sus hijos: Poscia, pi che l dolor, pot ldigiuno (Canto xxxiii) (luego el hambre hizo lo que el dolor no pudo). ParaBorges se trata de una inutile controversia pues el Ugolino de Dante es una tex-tura verbal:

    una serie de palabras es Alejandro y otra es Atila. De Ugolino debemos decir que esuna textura verbal, que consta de unos treinta tercetos Debemos incluir en esa textu-ra verbal la nocin de canibalismo? Repito que debemos sospecharla con incertidum-bre y temor. Negar o afirmar el monstruoso delito de Ugolino es menos tremendo

    Carlos A. Juregui22

    13 Historiadores y crticos literarios han examinado la recurrencia y representaciones del can-bal en el imaginario europeo desde la antigedad clsica (Michael Palencia-Roth 1985, 1996; MaggieKilgour 1990; Frank Lestringant 1997) y los discursos coloniales sobre el canibalismo en Latinoam-rica (Hulme 1986, 1998; Palencia-Roth 1985, 1996, 1997; Sarah Beckjord 1995; Alvaro Flix Bolaos1994, Juregui 2000, 2002, 2003a). Adicionalmente, se han sealado las articulaciones de este tropocon debates de gnero (Castro-Klarn 1991, 1997), su conexin con los discursos contra-coloniales yde identidad afro-caribea (Eugenio Matibag 1991), y se han analizado los diferentes contextos cul-turales y discursos que articula este tropo (i.e. eucarista, lenguaje de la sexualidad, el consumismo,etc.). Recientemente la crtica cultural ha atrado renovada atencin sobre el tema, caracterizada porsus aproximaciones interdisciplinarias y poscoloniales (Daniel Cottom 2001, Deborah Root 1998,Barker, Hulme e Iversen 1998; Lestringant 1997; Philip Boucher 1992; Kilgour 1990).

    14 Padre, assai ci fia men doglia / se tu mangi di noi: tu ne vestisti / queste misere carni(Canto xxxiii). (Padre, nos daras menos dolor si comieses de nuestras carnes: tu nos vestiste conestas pobres carnes).

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  • que vislumbrarlo. [...] Ugolino devora y no devora los amados cadveres, y [] esaincertidumbre, es la extraa materia de que est hecho (Obras completas 3: 352, 353).

    El discurso colonial es menos un sistema que una sarta de textos y significantesrelativos a un mundo del cual ellos guardan un ndice en fragmentos de su signi-ficacin. Llegamos a esa textura a travs de lo que Heidegger en el contexto delconocimiento llama entendimiento previo o pre-comprensiones y con innumerablesmediaciones, traducciones, silencios y olvidos. En el estudio de las dimensionessimblicas del canibalismo es necesario como Borges frente al canibalismo deUgolino optar por la incertidumbre y guardar frente al debate de la verdad his-trica una distancia interesada15; ver en el mismo la oportunidad no de encontrarlos hechos, sino, por ejemplo, de reflexionar sobre la conformacin colonial de losidearios de la modernidad. Siendo Canibalia un estudio tropolgico sobre la retri-ca de la colonialidad que el canibalismo articula, rehuye como el ensayo de Bor-ges la idolatra de lo fctico. Sin embargo, los anlisis que se proponen son en lti-ma instancia polticos y tratan deliberadamente de evitar la abstraccin a-histricao el tratamiento de la historia como mera textualidad a favor de una nocin de his-toria en fragmentos que aunque, mediada y reprimida por lo textual retorna ensu fuga, como un relmpago, a reclamar benjaminianamente la justicia-por-venir.

    La identidad es producto de procesos histricos que han depositado una infini-dad de rastros sin dejar un inventario. El canibalismo es en el caso latinoamericanoacaso uno de los ndices privilegiados a travs de los cuales puede delinearse uninventario de trazos en la conformacin palimpsstica de la(s) identidad(es) latinoa-mericana(s); un ndice que, lejos de ser una lista exhaustiva, es una maraa de hue-llas para travesas que pueden hacer visibles (hacer brillar de manera fugaz) determi-nadas interrelaciones histrico-culturales16. Clifford Geertz deca que la culturapuede concebirse como una articulacin de historias, un intrincado tejido narrati-

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    15 Acogemos la solucin de Borges al falso problema de Ugolino sin su distincin entre eltiempo real (de la historia) y el ambiguo tiempo del arte que segn l es el tiempo que se carac-terizara por su ondulante imprecisin e incertidumbre.

    16 El anlisis de la retrica/poltica del tropo canbal puede, por ejemplo, iluminar crticamen-te distintas instancias y problemas de la historia cultural tales como el colonialismo clsico y el(neo)colonialismo moderno, los conflictos y fisuras que definen los proyectos nacionales (Cap. III,IV y VI), la relacin entre capitalismo metropolitano y naciones dependientes, los conflictos de lamodernizacin y las ambiguas dinmicas de deseo, celebracin y rechazo de la modernidad enLatinoamrica (V y VI). El canibalismo tambin es una clave que abre la puerta a la comprensinde problemas vinculados a la (pos)modernidad; se hace presente en mltiples resonancias alegricas,se presta a la dramatizacin de identidades adscritas a polticas de gnero o de etnia (VI) y permiteel anlisis de los discursos tericos de formacin, fragmentacin y recomposicin de identidadeshbridas y ciudadana por medio del consumo (VII).

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  • vo de sentido, producto y determinante de interacciones sociales (Clifford Geertz1973: 145-250); es decir, una narracin que continuamente escribimos y leemos,pero en la cual tambin somos escritos y ledos. Apenas podemos, como instabaSaid, describir partes de ese tejido [cultural] en ciertos momentos, y escasamentesugerir la existencia de una totalidad ms larga, detallada, e interesante, llena de [...]textos y eventos (Orientalism 24). Estas travesas por la Canibalia americana noaspiran a ser una historia enciclopdica de las ocurrencias textuales del canibalis-mo; por lo menos, no en el sentido ms obvio de la enciclopedia, de conocimientosorganizados con una pretensin de totalidad. S, empero, en su sentido etimolgi-co que reivindica Edgar Morin en Antropologa del conocimiento (1994) de movi-miento y circulacin del saber en la cultura. Por eso, estas travesas de las que ha-blamos pueden concebirse nicamente como recorridos parciales no hayalternativa de lectura y, a la vez, como escritura de una geografa cultural que laanaloga del mapa nocturno usada por Jess Martn-Barbero expresa adecuadamen-te (De los medios 292). sta es una cartografa de movimientos segmentados entrelas huellas a veces borrosas de la historia cultural; una iluminacin irregular y par-cial sin pretensiones de totalidad. El mapa evoca un conocimiento afirmado en lavisin imposible de una totalidad imaginada que es irregularmente iluminada porla crtica. Como los mapas de Amrica del siglo XVI en los que ciertas reas son pre-sentadas en gran detalle y algunos permetros delineados, y lo remanente apenassealado como Terra Incognita (la analoga es de Palencia-Roth), en Canibalia sesealan ciertos accidentes, tiempos, rutas en las que sobresale el signo del canbalen la cartografa siempre equvoca y aproximada de la identidad cultural. Podemosrecorrer fragmentos de ese mapa como se recorre con la imaginacin una carto-grafa: sabiendo que aqu y all, por cada trazo, hay cientos de cosas que el mapano representa y ni siquiera intenta representar. Este trabajo es fatalmente posteriora la crisis de los meta-relatos: fragmentario, incompleto y consciente de la ineludibleopcin de la incertidumbre. Pero tambin quiere ser posterior al desencanto y arries-gar una cartografa poltica que no renuncia a imaginar otros rdenes y que, por lotanto, no identifica lo posmoderno con lo pos-utpico. Y es en este gesto que elcanbal nos sirve como dispositivo anticipatorio de la imaginacin poltica.

    2. CANIBALIA PRELIMINAR

    El primer captulo de Canibalia17 es un intento de recorrer o atravesar diversosaspectos de la textura simblica de las identidades del perodo de Descubrimiento

    Carlos A. Juregui24

    17 Lo que sigue es un panorama que introduce los captulos de Canibalia. Algunos lectores pre-ferirn obviar este prembulo; otros, acaso, hallarn en l un til avance por las travesas del texto.

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  • y Conquista, de explorar la constante atraccin semntica entre Amrica y el cani-balismo y de examinar el papel del tropo canbal en la formacin de la Moderni-dad colonial y del ego conquiro (o yo conquistador del que habla Enrique Dussel)18.Veremos como el canbal es, en primer lugar, la marca de la alteridad americanaprefigurada antes del encuentro gracias a un archivo premoderno que es actuali-zado en el momento de la expansin del mercantilismo. Aunque la palabra canbalmisma es una deformacin de un vocablo indgena usado por primera vez en unalengua europea a raz del Descubrimiento, en su significacin colonial concurrenel archivo clsico sobre la otredad, la teratologa medieval, compendios y catlo-gos de saber del Renacimiento, historias populares sobre brujas y judos, relatosde viajeros y los miedos y ansiedades culturales de la Edad media tarda. Lo pri-mero que sucede es la superposicin de un sistema gnoseolgico, teolgico y cul-tural a la realidad americana; y luego, rpidamente, ese imaginario se ajusta a lascondiciones de una empresa moderna como es la de la Conquista. La escena can-bal ser el bricolage de varios tropos e imgenes del archivo previo en relacin conexperiencias que no slo son ya modernas, sino que inauguran la Modernidad.Pese a la aparicin aqu y all de monstruos en las crnicas y relaciones, predomi-n cierto realismo; en lugar de cclopes y antropfagos, la conquista de Amricadio lugar a una lo que Palencia Roth ha llamado una teratologa moral (1996); elcanibalismo fue una de las marcas de dicha monstruosidad, junto con la sodoma,el incesto y la agresividad sexualidad femenina. La civilizacin colonial aparece demanera proto-freudiana como restriccin mltiple de los apetitos salvajes: prohi-bicin de comer carne de la misma especie, tener comercio sexual dentro de lafamilia o en el mismo gnero; tres prohibiciones erga omnes, pero al menos lasdos primeras especficamente dirigidas a la irrestricta libidinosidad de las muje-res. La feminidad salvaje canbal, lasciva e incestuosa fue uno de los pilares andro-cntricos de la Modernidad. El canibalismo se asoci tempranamente a una femi-nidad siniestra, voraz y libidinosa. Aqu encontraremos no slo el mito de lasbakchai de Eurpides, sino la representacin del canibalismo que nunca ha sidodefinido como pecado asociado a pecados como la gula y la lascivia (cuya icono-loga es femenina), y a la brujera que, desde el siglo XV, deja de ser una simpleprctica pagana y empieza a ser vista como arte diablica femnea.

    El canbal americano fue, estrictamente hablando, una canibalesa: la corpo-reidad metonmica del Nuevo Mundo descrita por Amerigo Vespucci correspon-

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    18 En 1492: El encubrimiento del otro Dussel identifica dos modernidades: la catlico-imperialespaola de los siglos XVI y XVII y la segunda, centrada por el imperialismo capitalista de Holanda,Inglaterra, Francia y los Estados Unidos. A la primera correspondera la primera forma de subjeti-vidad moderna: el ego conquiro o yo conquistador, el primer hombre moderno activo, prctico, queimpone su individualidad violenta a otras personas [...] en la praxis colonial (59).

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  • de al cuerpo femenino apetecible y vido, deseado y temido, que se ofrecesexualmente y que castra. Textos e imgenes sugieren la ambivalencia constitu-tiva de este objeto. Esos cuerpos de mujeres canbales y amazonas desnudas quea fines del siglo XVI ya representaban el continente, figuraban tambin resisten-cias del objeto del deseo colonial: el cuerpo abyecto de la canibalesa americanaera el lmite imaginado para su posesin absoluta, la imagen en la que lo desea-do se converta en una mquina deseante, figuracin del apetito ilegtimo delOtro, y lmite para el apetito colonial. Los relatos de canibalismo americano sur-gen, as, en la tensin entre comer y ser comido, y allende el asunto de su his-toricidad son verdaderas fantasas paranoicas, en el sentido que les da MelanieKlein: como proyeccin en el Otro de impulsos de la mismidad (Cap. I 1). Nodebe extraar entonces que conjuntamente se imaginara un cuerpo dcil, abier-to, tambin desnudo, pero desprovisto de agresividad: Amrica acostada en unahamaca entre la cornucopia de bienes, frutos y mercaderas, dndole la bienve-nida al conquistador; este cuerpo consumible aparece desde Coln como unbuen salvaje. Este salvaje hospitalario habita un espacio definido de maneracontradictoria. Por un lado, el Nuevo Mundo es el locus de la abundancia de lodeseado; en la era de la mundializacin de los circuitos comerciales, Amrica esobjeto del consumo europeo y as se la representa e identifica; con las mercanc-as del trfico atlntico: oro, especias, brasil, perlas, papagayos y los cuerposfemeninos de las moas bem gentis que obnubilaron a Pro Vaz Caminha(Cap. I 6; y II 4). Al mismo tiempo, el buen salvaje, como metonimia delNuevo Mundo, seala un locus vaco; es definido mediante un inventario de loque no es y no tiene. A la profusin de bienes o cornucopia corresponde la ausen-cia de propiedad, la inocencia, la falta de religin y la inexistencia de conoci-mientos, derecho y organizacin poltica. El Nuevo Mundo es concebido econ-micamente como un depsito inagotable de mercancas y, culturalmente, comouna pgina en blanco; stas (abundancia y vacuidad) son las dos condicionesimaginarias del colonialismo (Cap. I 2).

    El problema de la imaginacin de un Edn era, por supuesto, cmo justificarla perturbacin europea de ese estado de inocencia. El canbal jug un impor-tante papel en la conformacin de la Razn imperial moderna al justificar laentrada europea a la escena ednica: el europeo llegar, no a perturbar el para-so sino a proteger a las vctimas inocentes de sacrificios sangrientos y festinescanbales. Gran parte de la textura de la Canibalia es jurdica; durante todo elsiglo XVI se producir insistentemente un cuerpo legal que autoriza la guerra yel sometimiento de los canbales. La Corona movida por las denuncias de losdominicos contra las iniquidades de los conquistadores quiso saber exacta-mente quines eran y dnde estaban los canbales; mediante una serie de pro-banzas y cdulas reales se procedi a trazar una cartografa encomendera y tauto-

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  • lgica que defini a los canbales por su ubicacin geogrfica, la cual, a su vez,era prueba de su canibalismo; canibalismo que no implica necesariamente con-sumo de carne humana: el discurso jurdico indetermina semnticamente elcanibalismo identificndolo con la resistencia aborigen. Por otra parte, el caniba-lismo juega un papel central tanto en el debate por parte de la intelligentsia impe-rial sobre el derecho y los modos de la conquista como en el enfrentamientoentre el impulso centralizador de la Corona y el poder centrfugo de los enco-menderos que tenda a disgregar el Imperio. La prohibicin del trabajo forzadode los indios (su consumo) dio lugar a una de las ms clebres disputas teolgi-co-jurdicas de la Modernidad, y fue una importante carta poltica de la Coronacontra el poder encomendero. Los encomenderos, por su parte, se dedicaron aprobar que la fuerza de trabajo provena de canbales o de esclavos rescatados delos canbales. Entre el universalismo imperial evanglico, la disputa con los enco-menderos y el cuestionamiento sobre la justa guerra y la conquista, surge lacuestin de los derechos del Otro; o, para ser ms precisos, del derecho de conquis-ta del Otro. Juristas y telogos como Francisco Vitoria determinaron que ni laconcesin papal de Amrica a los reyes de Castilla ni el pretendido canibalismode los aborgenes eran justas causas per se para las guerras de conquista. La raznpara la presencia imperial en Amrica era la proteccin del inocente de supues-tos tiranos locales que exigan sacrificios de vctimas para consumirlas en ritoscanbales. El derecho internacional humanitario surge a posteriori de la Conquis-ta, para asentar la autoridad de la presencia imperial, en medio de ficciones jur-dicas como la tirana de los canbales y la defensa de los inocentes. En este contextoaparece un defensor de las bulas papales: Bartolom de las Casas (1484-1566). Sudefensa del ttulo pontificio era la base de otra ficcin jurdica: la encomiendaevanglica por la que se defina el Imperio como pastor de pueblos con el deberde evangelizar y proteger a los inocentes, no de los indios canbales sino de loslobos conquistadores y encomenderos (Cap. I 3 y 4).

    La imagen del canbal fue semnticamente unida a la de Amrica no slo porlas crnicas y relaciones, las leyes y los debates filosfico-jurdicos, sino especial-mente gracias a la abundante representacin cartogrfica del Nuevo Mundo. Elcanbal marca el rea del Caribe (que nombra), Mxico y la costa atlnticacontinental del Brasil hasta el Ro de la Plata, y llega a identificar a toda Amri-ca. La Canibalia es entonces resultado de una mirada cartogrfica al Otro; mira-da panptica que autoriza epistemolgicamente al colonialismo y que incluyeno solamente los numerosos mapas en los que el signo del canbal representa yseala a Amrica como lugar del deseo y lugar de dominacin, sino tambin lostrabajos etnogrficos que organizaron un sistema de representacin de la Otre-dad sobre el eje de los sacrificios humanos y el canibalismo. Estas etno-cartogra-fas asientan mediante el tropo canbal el lugar espacial, moral y poltico del

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  • colonizado, y su tiempo salvaje o asincrona respecto de la hora de la civilizacin(salvajismo, niez, inferioridad). Al mismo tiempo constituyen al Sujeto modernocolonial y eurocntrico que observa desde el aqu y el ahora de la civilizacinal canbal del all y el otrora salvaje. La sincronizacin de estas temporalida-des es colonial, independientemente del nombre que se le d (evangelizacin,desarrollo, modernizacin, globalizacin).

    El surgimiento de la mirada etnogrfica moderna puede rastrearse en lasrelaciones comerciales y alianzas de algunos grupos indgenas de lo que hoy esBrasil con los europeos que competan por las rutas del comercio atlntico. Estetrfico produce curiosas re-acentuaciones; el canibalismo de los socios y aliadoses visto etnogrficamente. Aunque no se lo justifica, el canibalismo es explicadocomo una prctica guerrera asociada al valor militar. As las cosas, el canibalis-mo de los amigos no es igual que el canibalismo de los aliados de los enemigos.Los franceses harn varias distinciones y clasificaciones entre el canibalismonoble o militar, y el canibalismo salvaje o alimenticio de tribus enemigas o quese negaban al comercio. El apetito comercial del salvaje es, por lo general, inver-samente proporcional a la abyeccin de sus prcticas antropofgicas. Este tipode resemantizacin estratgica har que los holandeses en el Brasil representenciertos grupos indgenas que no pueden incorporar al sistema de plantacionescomo monstruos canbales, y los ingleses denuncien el canibalismo comercial ysexual de los espaoles que frustran sus primeros intentos coloniales en Guyana(Cap. I 5 y 6). El canibalismo, de nuevo, siempre se trata de otra cosa; a vecesincluso, de un encuentro consigo mismo.

    El tropo canbal funciona como un estereotipo colonial; fija o significa alOtro; produce la diferencia y, tambin, el terror del reconocimiento en ella19; enl coexisten el repudio y la afirmacin del Otro; el mismo tropo que seala lodiferente anticipa el encuentro con la propia monstruosidad. El canbal nuncaha sido exorcizado del orden de la mismidad; siempre ha, de una manera u otra,permanecido como posibilidad de la esfera de quien pretende fijarlo como cosaajena. El canbal es la trampa especular de la diferencia, ttulo del segundo captulo.

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    19 El concepto de estereotipo de Homi K. Bhabha (The Location of Culture 66-84) tiene la ventajade su inusitada claridad, pues no se distancia de la acepcin del uso comn. Tratndose de la cons-truccin discursiva de la otredad en el contexto colonial, es necesario sealar que lo que Bhabhallama estereotipo corresponde a un tropo cultural que produce una alteridad fijada como previsibleinvariable, conocida y predecible y, sin embargo, fuente de ansiedades y ambivalencia. Bhabhaacude aqu al concepto de identificacin de Jacques Lacan, para quien durante la fase llamadaImaginario el nio se identifica mediante el reconocimiento de s mismo en exterioridadesque Lacan llama genricamente espejo (Lacan, Aggressivity in Psicoanlisis en Ecrits: A seleccin).Este reconocimiento es placentero pero tambin genera ansiedad al reconocer en la imagen unadiferencia de s mismo.

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  • La diferencia colonial se revela como un eslabn quebradizo, una frontera tex-tual frgil y permeable, a ambos lados de la cual puede encontrarse el yo. Unade estas formas de reconocimiento es el encuentro con el canibalismo blanco. Noes que el Otro en el cual nos reconocemos se revele diferente y cause por elloansiedad, sino que se descubre que el Yo est secretamente habitado por el salva-je comedor de carne humana. Los numerosos reportes de canibalismo entre lospropios europeos constituyeron verdaderas distopas coloniales que desestabili-zaban la distribucin entre diferencia y mismidad. El canibalismo del europeodesordena el rgimen trpico del adentro y el afuera produciendo zonas de inso-portable ambigedad, objeto de exorcismo escriturario. Son necesarias nuevasdistinciones entre el canibalismo salvaje y el canibalismo de los propios, y entrelos canbales espaoles y el ego conquiro. En primer lugar, la escena del canibalis-mo blanco es representada como excepcional; el canibalismo aparece comouna tragedia producto de condiciones extremas de hambre (segn Ulrico Schmi-del) o como resultado del naufragio y disolucin del pacto social de algunosespaoles desesperados (como nos cuenta lvar Nez Cabeza de Vaca); enambos casos, el aparato cultural y civilizador entra en crisis a causa del hambre;y aunque horrible, el canibalismo es inteligible. En otros casos, como el deIigo de Vascua y sus hombres, en los que el conquistador cansado de comerpalmitos decide hartarse de indios, la historiografa imperial, para distanciarsedel canbal blanco, introduce en la escena al demonio, dispositivo otrificador porexcelencia (Gonzalo Fernndez de Oviedo). En todos estos casos y tantsimosotros se desvanece el hecho de que la ocasin que da lugar al canibalismo blan-co es, antes que el hambre o el demonio, el colonialismo (Cap. II 1).

    Otra trampa especular ocurre en las etnografas evanglicas sobre el sacrificio yla antropofagia ritual mexica. Las conversiones en masa que tanto entusiasmarona los primeros frailes en la Nueva Espaa, pronto revelan formas hbridas aterra-doras, ocultacin, mimesis y mezclas facilitadas por supuestas similitudes entre lareligin antigua y la catlica. La ms pavorosa de esas coincidencias que el pro-pio Corts advirti fue la percepcin de la semejanza teolgica entre los sacrifi-cios humanos mexicas y el sacramento eucarstico, especialmente en aquellos enlos que la vctima encarnaba a un dios cuya sangre o carne era consumida. Comoel catolicismo afirmaba dogmticamente contra la Reforma la realidad materialde la transubstanciacin, los sacrificios mexicas producan un reconocimientosiniestro e intolerable. Las similitudes fueron exorcizadas concibindolas comocopias; en este caso, producto de un plagio diablico: inspirados por el demonio encompetencia envidiosa con Dios, los sacrificios antropo-teofgicos mexicas eranexpresin mmica y perversa del sacramento eucarstico (Cap. II 2).

    Otra tradicin hermenutica, de corte sincretista, se encontr y reconocien el Otro: el cristianismo poda ser una continuacin del sentimiento religioso

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  • presente en las religiones indgenas, pues en ellas ya estaban anunciados los mis-terios del cristianismo. Esta tradicin en la que encontraremos entre otros aBartolom de las Casas requera, claro, el ajuste doctrinal del problema delcanibalismo: Las Casas acude al comparativismo relativista con la Antigedad, ala formulacin de un sentido bblico para la resistencia caribe (castigo de losmalos cristianos), al reconocimiento teolgico de algunos ritos canbales (comoprefiguracin de la eucarista) y a la re-definicin de los conquistadores y enco-menderos como canbales: lobos y carniceros feroces que consuman lasangre y los cuerpos de los inocentes corderos indgenas en un sacrificio hecho ala diosa muy amada y adorada de ellos, la codicia (Cap. II 3).

    El canibalismo fue, adems, una suerte de espejo para ejercicios paranoicosy narcisistas en los que el ego moderno se afirma y en los que tambin entra encrisis melanclicas. De la aventura colonial francesa en el Brasil (Cap. I 6) surgi-rn varios textos que usarn el canibalismo como artefacto especular: la etno-grafa de Jean de Lry, pretexto de una polmica religiosa con la Contrarrefor-ma, y el famoso ensayo de Michel de Montaigne quien, sin pisar el NuevoMundo, hizo del canbal un artilugio de ventriloquia moral y crtica de su propiasociedad. El ensayo de Montaigne que de manera impropia ha sido visto comoel texto fundador del relativismo cultural alaba la virtud de los canbales tupi-namb, en quienes ve valor, naturaleza, salud y felicidad. Los canbales le sirvena Montaigne para hacer un viaje estacionario a un espacio americano ideal(izado)y a un tiempo libre de la corrupcin del presente. La Canibalia de Montaigne noes americana ni nombra la barbarie sino un tipo de salvajismo mtico cercano ala Edad dorada: naturaleza sin trabajo ni agricultura, costumbres sin afectacio-nes, justicia sin leyes, etc. La razn moderna de lo extico es en Montaigne un atajohacia el Yo melanclico (Cap. II 4).

    Pasado el momento de las grandes conquistas y exploraciones espaolas enAmrica, el canibalismo tiene en la segunda mitad del siglo XVI y parte del XVIIuna importante funcin. Cantos picos como La Araucana (1569, 1578, 1589) deAlonso de Ercilla procedieron de manera ambigua al encomio del salvaje: arauca-nos, guaranes, caribes y pijaos fueron otros heroicos cuya derrota acrecentaba lagloria del vencedor. El canibalismo (como la idolatra) funcion como un meca-nismo para morigerar el encomio formulario del otro y distinguir a los contendo-res picos (Cap. II5). La pica blica tuvo una continuidad nimia en el Barroco.El indio es discursiva y simblicamente parte del rebao imperial evanglico y,en la prctica, objeto de la explotacin colonial de la fuerza de trabajo. Acasoestas circunstancias hacen que el teatro del Siglo de Oro retome con notable des-gano y ambivalencia lo pico (Lope de Vega, Caldern de la Barca, Fernando deZrate). La exaltacin dramtica nacionalista del Descubrimiento y la Conquistaexpresa, allende su celebracin de Imperio, las dudas morales con las que se haba

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  • formado la razn imperial en el siglo XVI. El Barroco retoma las crticas humanis-tas a la codicia y lamenta el hambre por los metales, al tiempo que se decoracon los mismos metales que condena; el tropo del canibalismo nos sirve de nuevocomo clave de lectura. Uno de los aspectos ms elocuentes de la economa sim-blica barroca del canibalismo es el lamento retrico y moral de varios poetascomo Luis de Gngora contra las navegaciones coloniales. Este lamento propon-dr la idea de que los metales de la grande Amrica pasan fugazmente por elcuerpo de Espaa, el cual es devorado por el Inters ligurino de la banca deGnova y los Pases Bajos. Espaa es el cuerpo intermediario de la acumulacincapitalista canbal; ella misma, vctima de la Modernidad que inaugura (Cap. II5). Creo que es muy significativo que, mientras se condena el hambre por losmetales y se piensa el cuerpo imperial como una vctima de apetitos europeos,la imagen del canbal aparezca en la poesa amorosa como la contracara de unaamante que, primero como Amrica, es una especie de continente de joyas, oro,perlas y mercancas coloniales (Francisco de Quevedo) y, luego, se convierte encaribe fiero (Francisco de Borja, Lupercio Leonardo de Argensola). El Barrocotambin tuvo su devoradora de hombres: una feminidad que como Amrica es dese-ada y temida, espacio lleno de riquezas y mquina deseante y canbal (Cap. II 5).

    La trampa especular de la diferencia tratada en el Captulo II tiene una solu-cin criolla. Sor Juana Ins de la Cruz (1648-1695) aunque tiene tras de s msde siglo y medio de la retrica del plagio diablico para la antropo-teofagia mexi-ca recoge la tradicin contraria: en las loas a dos autos sacramentales, Sor Juanatraduce simblicamente a Amrica india, idlatra y canbal (lo particular ameri-cano) en la continuidad de lo universal (el cristianismo, el Imperio). Estas apro-piaciones simblicas tienen que ver con la emergencia de una conciencia criolla(no con un mexicanismo proto-nacional) que marca una diferencia para partici-par en la comunidad letrada imperial desde la periferia (Cap. II 6).

    El tercer captulo explora seis instancias de significacin del canibalismo (encorrespondencia y tensin con el tropo del buen salvaje) en algunos textos repre-sentativos de la historiografa ilustrada, los discursos de la emancipacin y lasliteraturas nacionales latinoamericanas del siglo XIX. El salvaje (bueno o canbal,potico o teratolgico, idealizado u otrificado) constituye un artefacto de enun-ciacin retrico-cultural para imaginar y definir hegemnicamente a la nacinen oposicin a sus alteridades tnicas y polticas. Los salvajes decimonnicos lati-noamericanos funcionan entonces en su repertorio vario como lo que GillesDeleuze y Flix Guattari han llamado personajes conceptuales: verdaderos agentesde enunciacin, como el Scrates de Platn o el Zaratustra de Nietzsche (Quest-ce que la philosopie? 60-81).

    La Ilustracin europea concibe dos tipos de artefactos salvajes o formas con-ceptuales del salvajismo: un buen salvaje que expresa el pesimismo ilustrado fren-

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  • te al progreso y anuncia las metforas modernas contra la modernidad capitalis-ta (Rousseau 1750, 1754); y el canbal de la Encyclopdie (1751-1772), de los dis-cursos (neo)coloniales europeos y de las ciencias sociales y naturales del sigloXVIII. Estas ciencias propusieron que los aborgenes americanos ejemplificabanestadios primitivos del desarrollo humano y que el ambiente malsano del NuevoMundo conduca a la degeneracin. Encontramos variaciones de este paradig-ma determinista en la historia natural, la etnografa y la historiografa (GeorgesLouis Leclerc de Bufn, Cornelius de Pauw, William Robertson, Hegel). Algu-nos de estos textos seran refutados en la que Antonello Gerbi denomin la dis-puta sobre el Nuevo Mundo (1750-1900), en la cual varios intelectuales latinoa-mericanos discutieron el lugar anmalo o degenerado asignado por lataxonoma ilustrada al Nuevo Mundo. La intelligentsia ilustrada criolla evidenciaen esta disputa cierta esquizofrenia cultural y occidentalismo perifrico: por unaparte, sealaba su norte en la constelacin ilustrada de la civilizacin y el pro-greso y, por otra, impugnaba los presupuestos eurocntricos y deterministas dela Ilustracin europea. Francisco Xavier Clavijero acrrimo contradictor de DePauw y respetuoso crtico de Buffon, por ejemplo, se ocup de relativizar conojos americanistas la supuesta barbarie de los sacrificios y canibalismo aztecas.Asimismo, exploradores como Alexander von Humboldt establecieron pautasde valoracin de lo vernculo, los ojos imperiales del reconocimiento de laidentidad (Mary Louise Pratt). Humboldt vapulea el colonialismo espaol yprovee un modelo para los relatos del nacionalismo de la emancipacin en suimportante crtica histrica y etimolgica acerca del pretendido canibalismo delos caribes (Cap. III 1). Esta multiplicidad semntica y conceptual del salvajis-mo posibilita que en la primera mitad del siglo XIX se reactive el tropo de buensalvaje en su versin arqueolgica (mediante exhumaciones nacionalistas de loindgena) en desarrollo de una prctica discursiva que Hobsbawm llama inven-cin de la tradicin (2000: 375, 376). El pensamiento de la emancipacin en buscade hegemona hace de la historia colonial parte de su capital simblico-poltico:los criollos independentistas se ven como vengadores de la sangre indgena (lasangre es simblica y el indio, mtico). En el mismo orden de ideas, los troposdel imperio devorador y tigre del manso del humanismo del siglo XVI son reactiva-dos contra el imperio espaol de principios del siglo XIX (Simn Bolvar, Jos Joa-qun Olmedo). La conquista del Incario y la de Mxico fueron en el siglo XIXmotivo de proclamas, poemas patriticos, obras dramticas y novelas indianis-tas. Se signific la historia incluyendo en la genealoga patria a algunos mrtiresindgenas como Xicotncatl o Cuauhtmoc ( Jos Mara Heredia, Jos Fernn-dez Madrid, Gertrudis Gmez de Avellaneda) (Cap. III 2).

    Ahora bien: por lo general, el salvaje no fue en Latinoamrica un artefactomelanclico o un smbolo de la inocencia perdida con el progreso (Rousseau);

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  • ni el canbal, un signo de la propia barbarie (Coleridge, Goya); ni el monstruo,una reaccin contra el desorden de lo natural que la civilizacin modernaintroduce (Shelley). Frecuentemente el salvaje signific el defecto americanorespecto del ideal europesta criollo. Por ello, el salvaje conflictivo del presente(indio, esclavo, cimarrn, gaucho, etc.) fue objeto de la violencia del Estado(neo)colonial. Gran parte de los discursos nacionales latinoamericanos no veanen el salvajismo bondades sino heterogeneidad y amenaza, como en el caso delRomanticismo temprano del Ro de la Plata y de los indios brbaros y vampirosde La cautiva (1837) de Esteban Echeverra, salvajes de frontera que le disputanal Estado el espacio de la expansin territorial y que son obstculo de la econo-ma estanciera (Cap. III 3). Por otra parte, durante la primera mitad del sigloXIX en la Argentina, la competencia criolla por la hegemona estatal traslad eltropo del salvajismo de la frontera y sus indios problemticos a la retrica polti-ca liberal contra el rgimen de Juan Manuel Rosas. El tropo del monstruo can-bal tiene una larga tradicin como metfora poltica para la tirana y contra elEstado de apetito insaciable que se come a sus propios hijos; en La Edad Mediay el Renacimiento y luego en la cultura del Barroco no fue rara la visin del reyo tirano antropfago20. Ms tarde es el propio Goya el que parece acudir a laimagen del Saturno devorando a sus hijos como una metfora del poder polticoy del decadente imperio espaol (III 1). La construccin del dominio espaolcomo una tirana voraz fue comn en el pensamiento de la emancipacin (III2). Nunca han faltado en la literatura Latinoamericana tiranos canbales comoIgnacio de Veintemilla, fustigado inclementemente por el polemista ecuatoria-no Juan Montalvo en su ensayo El antropfago (1872), o el dictador de El otoo delpatriarca (1975) de Gabriel Garca Mrquez, que se manda a servir en una cenarodeado de sus leales a uno de sus generales que lo ha traicionado. Rosas, serllamado el monstruo canbal en Civilizacion i barbarie: vida de Juan Facundo Quiroga(1845) de Domingo F. Sarmiento, ensayo fundacional de la cultura letrada lati-noamericana. La reflexin sobre la barbarie en el ensayo es instrumental: de unainterpretacin del paisaje brbaro se deriva la del caudillo Facundo Quiroga, ya su vez mediante la biografa de ste, se pretende interrogar el horror polti-co del rgimen de Rosas, quien es llamado por Sarmiento Esfinge Argentino ycanbal de Buenos Aires y asociado dada su cercana estratgica con sectorespopulares afro-argentinos a la abyeccin racial y la africanidad (Esteban Eche-verra) (III 4).

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    20 Pedro de Valencia le escribe al confesor real sobre la antropofagia a que estn sometidoslos pueblos por su rey y poderosos y denuncia que un escrito anlogo que elev con anterioridadfue ocultado por el confesor precedente (Maravall Reformismo social-agrario en la crisis del sigloXVII 5-55).

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  • Desde el Descubrimiento, el tropo canbal se desplaza semntica y racial-mente entre el frica y el Caribe de ida y vuelta varias veces: en el Descubri-miento y la conquista, los cinocfalos africanos de Plinio con cabeza de perroreaparecen en el Caribe como canbales (s. XVI y XVII); ms adelante, el canbalse mueve con las fronteras del colonialismo de los siglos XVII y XVIII al fricanegra; y, luego, el tropo canbal regresa a Amrica como justificacin de la explo-tacin del trabajo esclavo, en las imgenes del negro insurrecto de la Revolucinhaitiana (s. XVIII) y como mecanismo paranoico en los relatos nacionalistas (s.XIX). Estos desplazamientos corresponden a los vaivenes de las expansiones colo-niales modernas y a la trata trasatlntica de seres humanos. El alegato del cani-balismo legitimaba la captura de esclavos en frica y el rgimen de explotacindel trabajo en las prsperas economas coloniales del Caribe ( Jamaica, SaintDomingue, Cuba, etc.). La semntica deshumanizadora del canibalismo estabaregida por lo que Hegel llam el principio africano: la supuesta voracidad, sen-sualidad e irracionalidad de los negros, perfectamente compatible, segn l,con la antropofagia (Geographical Basis 134). Es preciso anotar que, comohaba sucedido en el siglo XVI, el tropo canbal de la Ilustracin articul el dis-curso colonial y la explotacin esclavista, y al mismo tiempo sus crticas. Afinales del siglo XVIII mientras se desarrolla el capitalismo industrial britnicodiversos intelectuales ven en la esclavitud una forma de canibalismo. Dichasimgenes son usadas, por ejemplo, por Samuel Taylor Coleridge (1795) y mstarde por Marx para referirse a la relacin voraz entre el capital y el trabajo (Cap.III 5 y VI 1). En Latinoamrica, especialmente a partir de la Revolucin haitia-na, el canbal negro nomina a los trabajadores brbaros que sostienen y a la vezamenazan las economas y sociedades esclavistas. En todo el sistema de planta-ciones del Atlntico, Hait signific el terror al principio africano mediante laimagen gtica de un negro sublevado y salvaje que destruye los medios de pro-duccin, mata a sus amos y celebra sangrientos ritos de vud que incluyen elcanibalismo. Hait, fiero y enigmtico, / [que] hierve como una amenazacomo rezan los versos del puertorriqueo Luis Pals Matos casi siglo y mediodespus recorre de manera acentuada la textura del nacionalismo hispnico enel Caribe. La nacin en Santo Domingo se forma bajo la amenaza de las invasio-nes haitianas y el miedo a la africanizacin. El uso del tropo del canbal-negro entradiciones populares y literarias como el relato de El Comegente expresacabalmente este componente paranoico y colonial del nacionalismo en la Rep-blica Dominicana (Cap. III 5).

    Una de las instancias que conecta de manera explcita los tropos del buen sal-vaje y el canbal con el nacionalismo de los siglos XIX y XX es el indianismo brasi-leo, del cual son expresin cannica varias novelas de Jos de Alencar (1857,1865, 1874). El indianismo expresaba una tradicin diferenciadora frente a lo

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  • portugus y, hasta cierto punto, la tensin local del nacionalismo brasileo conel diseo (neo)colonial y global en el que se insertaba. Asimismo, el buen salva-je del indianismo alegoriza la gnesis idealizada de la nacin, producto imagina-rio de alianzas sociales fundadas en el mestizaje. Frecuentemente se olvida, sinembargo, que ese buen salvaje es parte de una economa maniquea y ambivalen-te en la cual el canbal aparece como suplemento de la edulcoracin romnticade la violencia fundacional o como subrogado de la alteridad tnica. El indianis-mo brasileo indianiz la cultura en un gesto histricamente paradjico: en pri-mer lugar, los pueblos indgenas fueron y eran desposedos y exterminadosmientras se levantaban los monumentos de su conmemoracin. En segundolugar, el procedimiento de nombrar la nacin salvaje ocurri a expensas de lamemoria de la violencia colonial, cuyo olvido requera el relato nacional21. Elamor o la devocin indgena son los dispositivos sincretistas por los cuales seimagina la resolucin de los conflictos de la colonialidad y la insercin/disolu-cin idlica de la heterogeneidad en la matriz nacional luso-brasilea. Por lti-mo, en el indianismo puede leerse el enmascaramiento de una sociedad esta-mental y esclavista que sustitua simblicamente la violencia esclavista de lafazenda con la servidumbre amorosa y voluntaria. Con todo, los idilios indianis-tas estn bajo el asedio de aquello que niegan: monstruos, canbales, insurrec-ciones de esclavos. La solucin amorosa que proponen deviene mestizaje trgicoy desastre antes que fundacin. En las novelas indianistas de Alencar los canba-les dan cuenta del terror a la africanizacin e insurgencia de los esclavos que laciudad letrada brasilea disfraz de aimors, tabajaras, tapuias y tamoios comedo-res de carne humana. En otras palabras, el indianismo sustitua a la Historia norepresentable y reprimida en el inconsciente poltico, la Historia como dolor y vio-lencia que se resiste al deseo y recodificacin esttica, y que coincide con lo Reallacaniano de la cultura nacional (III 6).

    Desde finales del siglo XIX, The Tempest (1611) de William Shakespeare obracoetnea de los inicios del colonialismo britnico en las Amricas se convirtien un recurrido artefacto cultural para la imaginacin de Amrica Latina. Elargumento de The Tempest entrelaza tres tramas: la aventura de un grupo denobles nufragos que llegan a una isla en la que Prspero vive exiliado con suhija Miranda; el drama poltico de Prspero, resultado de la usurpacin del duca-do de Miln por parte de su hermano; y la historia de amor entre Miranda y Fer-dinand (hijo del rey de Npoles). Sin embargo, las lecturas latinoamericanas dela obra han girado alrededor de dos personajes secundarios: Ariel, un ser etreo

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    21 La historia nacional, recuerda Anderson, no es lo que ha sido preservado en la memoriapopular, sino lo que ha sido seleccionado, escrito, pintado, popularizado e institucionalizado (Imagi-ned Communities 13).

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  • que sirve a Prspero, y Calibn (anagrama de canbal), un esclavo monstruosoque se rebela contra la autoridad de Prspero, intenta violar a su hija y atentacontra la vida de su amo.

    De manera esquemtica puede hablarse de dos grandes paradigmas de laapropiacin simblica de The Tempest en Amrica Latina: el arielismo y el caliba-nismo. El paradigma arielista es tratado en el Captulo IV en sus dos variantesms importantes: el monstruo tragaldabas del antiimperialismo modernista ylas aprensiones del nacionalismo elitista frente a las muchedumbres democrti-cas. En el arielismo, el tropo canbal sufrir un adelgazamiento. La alteridad enel espacio nacional (la multitud) y en el geopoltico continental (los Estados Uni-dos) fue representada con imgenes afines al canbal (i.e.: avidez y monstruosi-dad), pero re-acentuadas en el personaje conceptual de Calibn.

    La visin de los EE.UU. como Otro y de las muchedumbres como canba-les/Calibanes de la modernidad latinoamericana obedece por partida doble a lasconfiguraciones del imperialismo y a los procesos de proletarizacin en Latinoa-mrica; en ltimas, a la colonialidad. De all, que imperialismo y multitud seanlas dos coordenadas discursivas del arielismo pero raramente objeto de su anli-sis. Jos Mart quien no se sirvi de la matriz conceptual de The Tempest repre-senta una instancia anmala del latinoamericanismo modernista. Mart advirtila relacin entre la transformacin monoplica del capitalismo norteamericanoy su creciente apetito colonial y plante el arsenal metafrico con el que el arie-lismo latinoamericanista vera a un monstruo voraz en los Estados Unidos. Asi-mismo, observ la proletarizacin y los conflictos obreros en las grandes ciuda-des industriales y us la metfora del canibalismo tanto para el monstruo delcapitalismo monoplico e industrial, como para el monstruo popular resentidoy hambriento por el que senta compasin pero cuya efervescencia recelaba(Cap. IV 1).

    La guerra de 1898 fue, como ha sealado Iris Zavala, el evento en el sentidobajtiniano de coincidencia de espacio y lugar de la cartografa simblica parapensar Latinoamrica frente al imperialismo. En el inicial reparto conceptual deThe Tempest, se invoc a Ariel (latinoamericano, espiritual, apolneo y marca dela civilizacin) contra Calibn (norteamericano, grosero, brbaro, borracho,dionisiaco y materialista). Rubn Daro, en El triunfo de Calibn, defini laoposicin Ariel/Calibn y propuso la identidad latinoamericana como productode una derrota heroica frente al imperio calibnico; sin embargo, es el ensayoAriel (1900) de Jos Enrique Rod el texto que canoniza dicha oposicin pese aque como demostr Gordon Brotherston ste es un aspecto menor en eltexto. La lectura que se propone parte del hecho de que Calibn es apenas nom-brado tres veces en Ariel y no respecto al imperialismo norteamericano, sino enrelacin explcita con las muchedumbres. En su conjunto, el arielismo finisecular

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  • funciona mediante la estetizacin de lo poltico, la imaginacin de una comuni-dad tnico-cultural trasatlntica con la Europa latina, la oposicin discursivade esa Amrica Latina a la Modernidad capitalista hegemnica de los EstadosUnidos y el silenciamiento de las heterogeneidades e insurgencias populares alinterior de la nacin (Cap. IV 2). El arielismo construye utopas letradas en elumbral del desastre; sus metforas y fuentes literarias tienen la conciencia trgi-ca de la derrota: hispanismo quijotesco, latinismo francfilo (despus del triunfode Prusia y de la revolucin de la Comuna), escatologas ocultistas sobre el triun-fo de la materia sobre el espritu, concepcin de la unidad latinoamericana pararesistir la voracidad y hegemona norteamericana en medio de la disolucin deltantas veces invocado frente comn y, de manera especial, la visin de un cata-clismo en el ascenso de las multitudes calibnicas (Daro, Rod, Jos Mara Var-gas Vila) (Cap. IV 3).

    Durante la primera mitad del siglo XX el arielismo tuvo distintas inflexiones:del antiimperialismo al panamericanismo, de definiciones ms o menos occi-dentalistas de la identidad nacional al populismo nacionalista, y del demo-libera-lismo al proto-fascismo. El que llamamos el ambiguo magisterio de Arielcorresponde a los desarrollos del discurso arielista en medio de los conflictossociales y culturales que traen los procesos de modernizacin de la primeramitad del siglo XX. Encontraremos, entonces, varias reescrituras autoritarias deThe Tempest que buscan el control simblico del cuerpo calibnico (la plebe pro-letaria); y tambin justo sea decirlo algunas crticas a la semntica anti-popu-lar del arielismo. Mientras algunos expresan la alarma reaccionaria de los intelec-tuales de la vieja ciudad letrada frente a la plebe urbana y abogan por la represin( Jos Antonio Ramos 1914, Manuel Glvez ca. 1933), otros denuncian las incon-sistencias e insuficiencia conceptual del mito de Rod o acusan la complicidadde la pluma mercenaria arielista con las dictaduras y el fascismo ( Jos CarlosMaritegui 1929, Luis Alberto Snchez 1941). Por su parte, Anbal Ponce recla-mar de manera positiva a Calibn como el proletario rebelde y las masas sufri-das (1938) sin que su calibanismo deje de ser profundamente arielista (Cap. IV4). La matriz discursiva del arielismo de la vuelta del siglo (privilegio de lasletras, definicin magistral del intelectual, apelacin a esencialismos culturalesy tendencia al sincretismo nacionalista, clasista o tnico) persistir con variadaintensidad y ser la constante trampa en que caern los detractores de Rod dela izquierda y la derecha, indigenistas, populistas, marxistas y poscoloniales.

    Ms all de sus discrepancias programticas, los populismos se definencomo seala Ernesto Laclau por su interpelacin sincrtica y por soslayar lacategora de lucha de clases (Politics and Ideology). El arielismo enfrenta mediantesu reedicin populista y la ideologa del mestizaje el desafo de movimientosrevolucionarios de insurgencia obrero-campesina. Jos Vasconcelos, por ejem-

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  • plo, rearticula el arielismo para la Revolucin mexicana en una propuesta de sin-cretismo racial (La raza csmica 1925). Cosa similar ocurre en Sariri: una replica aRod (1954) del boliviano Fernando Diez de Medina redefinicin indigenistade Ariel frente a las insurgencias calibnicas de la Revolucin boliviana (1952). Sariripropone dejar a Shakespeare y a Rod y reformula la identidad como un dramatelrico entre los personajes mtico-indgenas Makuri y Thunupa. Sariri respon-da a la pugna entre el Estado revolucionario que intentaba institucionalizar laRevolucin y los heterogneos sectores insurgentes que la impulsaban. Su pro-puesta era el sincretismo racial, la reforma del capitalismo mediante una revo-lucin demo-liberal y el disciplinamiento y reeducacin de la muchedumbremakuriana (desordenada, borracha, rencorosa y hambrienta). Aunque con nom-bres indgenas, estamos an frente al paradigma arielista. Sariri no representauna ruptura radical con Ariel sino su reedicin populista; es una rplica arielistaal arielismo y en esta apora anticipa una de las contradicciones ms reveladorasdel calibanismo de los aos 60 y 70 (Cap. IV 5).

    Entre los desarrollos del arielismo de principios del siglo XX y el calibanismocontracolonial del Caribe de la segunda mitad del siglo hay diversas instancias yapropiaciones del tropo canbal, entre las que se cuenta a finales de los aos 20en el Brasil la del grupo Antropofagia, formado alrededor del Manifesto antro-pfago (1928) de Oswald de Andrade y de la Revista de Antropofagia (1928-1929).Antropofagia en un espritu avant-gardiste de escndalo, carnavalizacin y ruptu-ra revierte los tropos y la representacin ideo-cartogrfica del Brasil y resignifi-ca la tropologa colonial22, declara una ruptura con la tradicin literaria indianis-ta, cancela el debate vanguardista sobre la brasilidade versus las influenciasestticas europeas y hace del canibalismo un tropo modlico de apropiacin cul-tural. Aunque estas torsiones semnticas funcionan mayormente en el paradig-ma arielista de la alta cultura y las bellas artes, la crtica ha visto en ellas un intentode descolonizacin cultural y descentramiento de la autoridad del occidentalismo.Veremos cmo Antropofagia ciertamente alude al pasado colonial; pero, por logeneral, esta retrospeccin no apunta al pasado sino como recurso retrico.Andrade no adelanta una agenda emancipatoria como la de, por ejemplo,Fanon. Hecha esta obligatoria salvedad, es importante recordar la sucesin demetforas modernistas que preceden a Antropofagia en los aos 20: para produ-cir una modernidad esttica o como dira Andrade, para sincronizar el relojde la literatura nacional el Modernismo brasileo acudi a los signos tecnol-gicos y futuristas del progreso: autos deportivos y fbricas (sin obreros), moto-

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    22 Etnografas, cartografas, iconografas y relatos tempranos sobre del Nuevo Mundo produ-jeron la percepcin imaginaria del Brasil como una Canibalia (Staden, Thevet, Lry, De Bry, Mon-taigne, etc.) (Cap. I 6; II 3).

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  • res, aeroplanos, telfonos y otras imgenes futuristas (cuya reiteracin fatigosaslo es comparable hoy a la recurrencia del ciberespacio como metonimia de laposmodernidad). A estos bienes se sumaba la alta cultura metropolitana: modas,libros, poemas, msica, tendencias estticas, cine, etc. El Modernismo brasileoasociado a la prspera economa cafetera exportadora y a la burguesa paulistaconsumista y cosmopolita hizo de todos esos bienes simblicos consumidos enla periferia, fetiches de una modernidad esttica (modernidad por el consumode bienes simblicos). Luego, acudi a la formulacin tropolgica de una mer-canca colonial el pau-brasil23, tropo de la brasilidade para la exportacin y elconsumo en el mercado internacional de las identidades modernas. La culturanacional es una traduccin moderna de lo vernculo: la materia prima brasil. A laidentidad por el consumo y la identidad mercanca exportable, seguir la identidadcanbal (Cap. V 1).

    Antropofagia retoma el tropo colonial del canibalismo para definir la brasilida-de en el acto de consumir y deglutir bienes simblicos; responda as a la preo-cupacin de definir la cultura nacional en medio de las fuerzas centrfugas de lamodernizacin, y frente al nacionalismo xenfobo y el cerramiento de lospuertos culturales propuesto desde sectores ufanistas y nacionalistas. En lugarde rechazar la cultura y las tendencias artsticas europeas por extraas, Andradepropona devorarlas, aventurando una exitosa correspondencia analgica entreel rito canbal y los diversos procesos de produccin, circulacin y apropiacincultural. Se trata de una resolucin tropolgica al dilema entre las estrategiasinclusivas o asimiladoras (fgicas) y las excluyentes (micas) que definen y redefi-nen constantemente la identidad y la alteridad, como sugiere Ral Antelo(Canibalismo e diferena). La metfora modlica de Antropofagia evocaba demanera potica las complejas y contradictorias dinmicas de deseo y pugna,amor y agresividad, traduccin y traicin, omnipresentes en la produccin fgi-ca/mica de una modernidad perifrica, e insinuaba un constante parricidio cultu-ral: lo europeo tab investido de la autoridad colonial era devorado para conver-tirse en un ttem de la cultura nacional. Antropofagia transformaba la imitatio endeglutio y conjuraba as en un plano discursivo la ansiedad perifrica de lainfluencia (Cap. V 2 y 3).

    Antropofagia, empero, se revela polismica y a menudo contradictoria comopodr verse en la lectura no slo del Manifesto antropfago sino de los artcu-los de las dos denties o etapas de la Revista de Antropofagia. Pese a la canoni-zacin de Antropofagia como metfora modlica para el consumo cultural o los

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    23 De la madera del brasil se extraa una tintura con altsima demanda en la naciente industriatextil Normanda.

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  • procesos de transculturacin, una lectura extensiva nos revela otras Antropofa-gias; por ejemplo, al canbal como tropo de una utopa festiva de emancipacinque reactiva el mito de la Edad dorada e imagina (de nuevo) la felicidad salvaje;ste es, de hecho, uno de los aspectos ms importantes y acentuados de Antropo-fagia. El canibalismo en Andrade alude a la ertica, a la insolencia del parricida,a la ausencia de propiedad privada y al desafo discursivo de la moral, la mono-gamia, el catolicismo y la autoridad de las instituciones culturales (Cap. V 2).Por supuesto, la base social del Modernismo antropfago era bsicamente laburguesa de la prosperidad cafetera; sus miembros eran todos parte de la ciudadletrada y su revolucin era ms la del manifiesto que la de la orga, la del consu-mismo hednico antes que la de la abolicin de la propiedad. De cualquiermanera, la fiesta antropofgica se acaba con la crisis que sigue al colapso burs-til de 1929, la prdida de la hegemona poltica del sector cafetero y el ascenso alpoder del populismo nacionalista que representa Getlio Vargas. El antropfagocomo la economa del caf es vctima del capitalismo internacional. En estacoyuntura, Oswald de Andrade se convierte a un marxismo sui generis que, aun-que reniega expresamente del Modernismo que llama sarampin, es marca-damente antropofgico y bajtiniano (o Bajtin se devela oswaldiano). Este mar-xismo antropofgico (que hace difcil distinguir entre el camarada y el canbal)puede observarse en la anarco-novela Serafim Ponte Grande (1929, pub. 1933)obra en las antpodas del realismo socialista, en la irreverencia y el cosmopoli-tismo modernista de O Homem do Povo (1931) peridico marxista que Andradeedita con Patrcia Galvo (Pagu), o en la obra de teatro O rei da vela (1933,pub.1937), denuncia carnavalesca del imperialismo econmico norteamericanoy de las alianzas nacionales entre la oligarqua y la burguesa capitalista (Cap. V4). Ser precisamente la representacin en 1967 de O rei da vela un texto delperodo de militancia en el partido comunista el evento que conectar la Antro-pofagia modernista oswaldiana con Tropiclia y el Cinema Novo de los aos 60 y70, y despertar un renovado inters crtico por el Manifesto y por la Revista deAntropofagia (Cap. VII 1).

    En los aos 50, habiendo roto con el Partido comunista brasileiro, Andradevuelve a Antropofagia y reformula de manera sistemtica la utopa modernista.Antropofagia II no es ya el collage modernista, colectivo, pardico, fragmentario yantiacadmico de 1928, sino una tesis filosfica de Andrade sobre la recupera-cin del ocio, la superacin de los miedos metafsicos, el fin de la propiedad y elmesianismo, la liberacin de la sexualidad y el reemplazo del Estado por elmatriarcado de Pindorama. Andrade anunciaba el fin de la razn socrtica occi-dental y el patriarcado, pero propona la emancipacin de un sujeto androcntri-co mediante una utopa tecno-industrial (la tecnologa sera la llave del ocio)(Cap. V 5).

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  • Antropofagia, como decamos, est localizada entre el elitismo arielista y losmovimientos de descolonizacin cultural de la que Harold Bloom, irritado,llama la era de Calibn, cuando la contempornea escuela del resentimien-to habra hecho del personaje una alegora antiimperialista (Bloom, Calibn1-4). No me parece necesario justificar la monstruosidad que llega a ser TheTempest en el Tercer mundo24. Entre otras razones, porque antes que interve-nir en los debates filolgicos sobre el teatro clsico ingls o participar de las lec-turas acotadas del drama nos interesan sus lecturas excntricas y perversas, ascomo las dimensiones polticas y utpicas del resentimiento en el pensamientolatinoamericano.

    La identificacin con el monstruo colonizado reformula la cartografa arie-lista en el contexto de los movimientos de descolonizacin poltica y cultural.Calibn balbuciente, desbordado, monstruoso y tnico regresa con la obstina-cin del trauma a instalarse como smbolo de identidad caribea y latino-ameri-cana. Calibn es revisitado en el calibanismo, trmino que evoca el canbal en suamplia gama semntica y genealoga simblica contracolonial: Caribe en guerracon el Imperio, negro canbal explotado en las plantaciones y triunfante en laRevolucin haitiana (acusada de salvajismo y canibalismo), proletario hambrien-to dispuesto a reclamar su comida, etc. El calibanismo pretende subvertir demanera afirmativa el estigma de la monstruosidad (racial y lingstica) de Cali-bn. Dicha ocupacin de espacios y metforas hegemnicas contra la semitica(neo)colonialista que las informa ocurre mediante estrategias de apropiacinsimilares a las de la Antropofagia, pero atravesadas por el problema colonial. TheBlack Jacobins (1938) de C.L.R. James es un ejercicio historiogrfico que recupe-ra la tradicin emancipatoria de los negros canbales, cuyas imgenes gticasrecorrieron como un fro por la espalda el sistema atlntico de plantacionescoloniales desde finales del siglo XVIII. Su aproximacin a la historia caribeahace audibles relatos Otros, silenciados por el colonialismo, valora lo