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Javier Ortiz 1948/2009

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homenaje a Javier ortiz

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Javier Ortiz 1948/2009

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Sé que corro el riesgo de parecer pesado, pero no puedo hablar de la gripe porcina, del presunto chorizo del Partido Popular que organizó la boda de Anita Aznar con dinero público, también presuntamente, del amor mutuo entre Sarkozy y Zapatero, del ataque de cuernos que obnubila la vista de Mariano Rajoy y Esperanza Aguirre por la incorporación de España al G-20. Y no puedo hacerlo sin reparar antes en que en la página siguiente del diario Publico ya no está Javier Ortiz.

Su auto obituario, que podéis leer en la web de Público, fue la última pirueta de ingenio de uno de los columnistas más incisivos de la prensa española. Era tan curioso y glotón (los médicos le habían augurado que moriría por la boca, como el pez) que no quiso perderse en vida la ceremonia de su muerte, para desesperación de sus amigos que consideraban semejante comilona literaria cosa de muy mal fario.

Mal fario. Suena a chiste. Como el condenado a muerte que rechaza el último cigarrillo porque resulta fatal para la salud. Hacer la crónica de su propia muerte necesita de mucha dosis de buen humor, del mejor humor negro. Ya no puedo preguntárselo, pero seguro que hizo el simulacro de morirse en vida por pasar lista, por comprobar la fidelidad de sus amigos, y tal vez la de sus enemigos.

En este oficio, uno nunca sabe cuántos hay en cada bando. A mí, por ejemplo, lo que más me duele de morir no es que todo mi cuerpo se disuelva en la nada, sin que me espere ni dios al otro lado, y que el plomo busque al plomo, el calcio, al calcio, el hierro, al hierro, y así cada elemento químico que me conforma vuelva al estado inerte. Lo que más me jode de morir es la alegría que le voy a dar a mis enemigos. Y creo que Javier y yo compartimos unos cuantos.

Que la tierra le sea leve.

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Para que no se note que no está Javier

“Se dedicó con gran entusiasmo a cultivar el noble género del panfleto. Sin parar. A diario. Año tras año.” -Javier Ortiz, periodista. De su obituario autógrafo-

Fiel a su estilo, Javier dejó escrito un obituario burlón para su propia muerte, para ahorrarse la típica necrológica “burocrática y de circunstancias”, llena de lugares comunes: la que escribiríamos quienes apenas le conocimos personalmente, por mucho que quisiéramos honrarle en su despedida.

Y en efecto, si intento escribir una columna de homenaje, donde expresar todo lo que admiré en él –su independencia, su constancia, su inteligencia, su curiosidad y su desconfianza-, en cada línea oigo su risa. Sé que él sería capaz de escribir, sólo un día después de su entierro, una columna contra sí mismo, en la que desmarcarse del dolor por la pérdida, de la tristeza general y del recuerdo emotivo, para poner el dedo en la llaga, incluso en la propia.

Se va y nos deja mucho trabajo pendiente, pues pocos periodistas ha habido con esa capacidad de trabajo, preocupado siempre por dejar lista la columna de mañana, incluso cuando en los últimos días estaba ya hospitalizado.

Javier contaba que alguna vez hizo de negro para otros. Pienso que el mejor homenaje que podemos hacerle es convertirnos en sus negros, escribir por él, para que no se note que no está, para que no vivan tranquilos los muchos corruptos y necios a quienes señaló, y para que no se alivien las llagas sobre las que siempre puso su dedo afilado.

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Javier Ortiz, el comunista que contaba chistes malos

Supe que existía un tipo llamado Javier Ortiz cuando todavía era el camarada Fermín Ibáñez. Era su nombre de ‘guerra’. El que utilizaba en el Movimiento Comunista de España (no del estado español), una organización que nació de una escisión de ETA (con el objetivo de desmarcarse del uso de la violencia terrorista), y de la que llegó a ser -si no recuerdo mal- secretario general. El MCE llegó a obtener en las elecciones generales de 1979, 84.856 votos, el 0,47% del total del voto escrutado. Como se ve, bastante poco para un partido que quería movilizar a las masas contra el Estado burgués, pero que hoy sería la décima fuerza política del país.

A la mayoría de los ciudadanos esta presentación les sonará a chino, y no puede ser de otra manera teniendo en cuenta que se trataba de una organización maoísta. El chiste fácil es del autor del obituario, pero la inspiración es del propio Ortiz, probablemente el dirigente comunista que mejor contaba chistes malos. Esos que suscitan una carcajada tonta pero sirven para hacer más llevadero un viaje en ascensor. Apenas pocas horas antes de morir seguía haciendo chistes malos, lo cual dice mucho en su favor. Y, por supuesto, de quienes teníamos que escuchar sus ocurrencias. Incluida su compañera.

Reírse de uno mismo, y, por supuesto, de los demás es muy sano. Y aunque a Ortiz eso de estar como un pimpollo le importaba un bledo, lo cierto es que su salud mental rebosaba lozanía e inteligencia. Pero no sólo eso. Se puede ser el número uno en unas oposiciones a notario y ser memo de solemnidad; pero Javier era despierto y, además, un maestro de la ironía y del saber vivir. Hasta el punto de que con una paciencia de orfebre actualizaba periódicamente su propio obituario para ponerlo al día. Probablemente con el único interés de dar la exclusiva. Ya se sabe que los periodistas son capaces de vender su alma al diablo por un ‘scoop’. Y nadie mejor que uno mismo para saber cómo están las cosas por dentro.

Escribía como si pesara las palabras en una balanza de precisión

El hecho de confeccionar su propio obituario en vida -no puede ser de otra manera- no fue fruto de una desmedido ataque de protagonismo. Ni siquiera ha sido el primer periodista que lo ha hecho. Ortiz -ese era su verdadero nombre de guerra- nunca tuvo el menor interés en hacer una ‘boutade’, expresión que él mismo deploraría por cursi. Lo hizo únicamente para tener un motivo más del que reírse. Y no es que le faltara inspiración. Él, desde luego, no tenía ningún interés en dejar este mundo.

La causa última de la confección de su propio obituario probablemente tenga que ver con el hecho de que en los últimos 20 años de su vida -que es en los que yo le he tratado- tuviera que escribir artículos ‘a la carta’ en forma de editoriales. Eso le hizo ver el mundo de otra manera, y le distanció de las pequeñas miserias de la profesión periodística, donde las tormentas en un vaso de agua son la salsa que mueve este negocio. No lo hacía de mala gana ni siquiera para salir del paso. Era puntilloso, perfeccionista y mimaba cada palabra como si tuviera que pesarlas en una balanza de precisión. Sus editoriales eran de libro, y hasta era capaz de construir una teoría con tres ideas un tanto deslavazadas que le proporcionaba Pedro J. Ramírez.

Salió vivo del entuerto y desde entonces -cuando dejó El Mundo- se dedicó a escribir de lo que le daba la gana. Por eso, precisamente, escribió su obituario, para ahorrar el trabajo a otros. Un verdadero amigo.

Javier Ortíz, escritor y periodista, murió en Aigües (Alicante), el pasado lunes a los 61 años.

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Queríamos tanto a Javier

Han pasado ya veinticuatro horas desde que me llegó la noticia de la muerte de Javier. Si en este mundo se requieren veinticuatro horas para certificar que alguien es persona, ¿serán necesarias también otras veinticuatro para constatar que alguien ha muerto, no?

Y sí, así es. En la web de Javier Ortiz no está ya el apunte que normalmente estaba listo todos los días a las 6:00 de la mañana. Está, sin embargo, el obituario escrito hace dos años (y que a tantos medios confundió ayer), un artículo que nos cita en Jamaica-Ítaca (y que todavía no he leído) y su última entrega para el diario Público (sobre las elecciones supuestamente europeas). Bueno, eso y casi 200 mensajes de condolencia. Tampoco los he leído aún, pero ya habrá tiempo de hacerlo tranquilamente.

Estos últimos días me estaba haciendo a la idea de que la mala nueva podía llegar en cualquier momento. Llevaba ya más de un mes largo en el hospital y su estado de salud era precario. Pero luego hay una llamada telefónica que te despierta a deshoras: ha sucedido algo. Y, claro, a esas horas las noticias nunca son buenas.

Anoche estuve viendo en el Victoria Eugenia la última película de un grande del cine llamado Haile Gerima, la larga epopeya titulada Teza. Este director es de la edad de Javier, año arriba, año abajo, y nos cuenta la historia reciente de su pueblo a través de los ojos de un médico que quiere regresar a Etiopía. Haile reside en los Estados Unidos, en Washington, desubicado según sus propias palabras, con la pretensión de salvar sus pertenencias de un incendio. Porque su única intención es contar la historia de su pueblo. ¿O es que acaso sólo Hollywood va a gozar de tal prebenda?

Ahora nosotros nos quedamos sin Javier: ¿quién nos contará lo que suceda por estos pagos, por esa Euskadi que llega hasta Calcuta? ¡Mierda! Pierdo una mezcla de padre, tío golfo y buen amigo. Nada será igual ya, aunque nos queden varios cientos de artículos con los que llenar el vacío.

Además, cuando estemos tan tristes como ahora, siempre nos quedará la posibilidad de oír su voz en esta entrañable entrevista que le hizo Vizcaíno en el 2004. Ahí está ese Javier cercano que charla con un amigo. Tal y como le sentíamos quienes le conocíamos.

¡Lástima! Queríamos tanto a Javier. Te queremos tanto. Te seguiremos queriendo.

Agur, Javiertxo.

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Pascual Serrano

Javier Ortiz, maestro de periodismo y de principios Ayer me desperté con el mazazo de la muerte de Javier Ortiz. Recuerdo que el día que lo conocí ironizaba sobre nuestra preocupación por mejorar esta sociedad si, en el fondo, todos reconoceríamos que una vez fallecidos nos importaría una mierda lo que aquí sucediese. Era una de nuestras tantas contradicciones, combatir por un mundo mejor sabiendo que no lo íbamos a conocer. Por un lado, su lógica racionalidad le impedía reconocer esta lucha, pero al mismo tiempo, su humanidad le obligaba a llevarla cada día. En aquella reunión, hace casi diez años, planteaba la necesidad de unir esfuerzos entre rebelión.org y otros proyectos editoriales. De ahí surgió la colaboración mutua para editar el libro ¡Palestina existe!, donde Javier entrevistaba a José Saramago y se incluían otros textos procedentes o gestionados por rebelión.org, firmados por Noam Chomsky, Edward Said, Alberto Piris y Antoni Segura. Poco después, tras los atentados del 11-S, publicamos ya formalmente como rebelión.org y la colección Foca que él dirigía, Washington contra el mundo. Se trataba de una recopilación de textos que denunciaban las tropelías de Bush y que me está haciendo pensar que sobre él ha caído alguna maldición. El día de su presentación, Javier Ortiz nos anunciaba la muerte en Iraq del hijo de uno de los autores, Julio Anguita. Y a los pocos meses morían otros dos autores, Manuel Vázquez Montalbán y Edward Said. Ahora Javier se une a ellos. Es evidente que si existe Dios, no nos está ayudando a los rojos. Siempre admiré su disciplina de trabajo publicando una columna diaria desde hacía varios años, independiente de si el mercado periodístico le guardaba un lugar o no para ella. Creo que si toda la izquierda hubiera tenido su alegría, coherencia y laboriosidad el mundo sería diferente. Su integridad intelectual no dejaba de impresionarnos a todos los que le conocíamos. No dudaba en golpear con su crítica honesta y sincera a ETA al tiempo que maldecía todas las tropelías que jueces, políticos y medios cometían contra la izquierda abertzale. Como editor de la colección Foca tuvo muy claro que había que publicar un libro de Nicolas Sarkozy, con quien no compartía ninguna idea, porque estaba convencido de que era necesario conocer su pensamiento cuando era candidato presidencial. Y sobre Cuba tenía muchas críticas sin que eso le impidiera reconocer el ejemplo que esa revolución suponía para todos los pueblos del mundo. Su honestidad le llevaba a criticar a los periódicos para los que trabajaba sin dejarse dominar por ese servilismo tan habitual de los periodistas. Y, al contrario, la información interna que manejaba la podía utilizar para defenderlos frente a calumnias sin fundamento. No dejé nunca de aprender de Javier Ortiz, cuando le consulté el vértigo que me daba publicar cada mes una columna llamada Perlas informativas en Mundo Obrero, me respondió que no tenía derecho a temer hacerlo porque un periodista debe estar dispuesto a escribir cualquier tipo de género. Terminaría prologándome la primera edición del libro que recopilaba aquellas columnas. La última vez que estuve con él fue en la presentación en Madrid del libro de Hernando Calvo Ospina, Colombia, laboratorio de embrujos: Democracia y terrorismo de Estado. Como buen vasco, se las apañó para que aquella presentación terminara con una larga y amena cena que ninguno de los asistentes olvidaremos. Creo que después de leer su bello texto Sueño con Jamaica, no iré nunca –al menos en vida- a ese lugar, no sea que resulte diferente a cómo él imaginaba. Podría seguir contando mucho más, pero Javier también me enseñó a escribir columnas breves, y no quiero que piense que lo he olvidado.

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Hace muchos años, cuando este periódico inició su sección de obituarios, Javier Ortiz me comentó que él dejaría escrito el suyo. Lo entendí como una cortesía, una manera de decirnos que no tendríamos que pasar por el amargo trago de escribir sobre su muerte. En eso se equivocaba.

Francisco Javier Ortiz Estévez, sexto hijo de una maestra, nació el 24 de enero de 1948 en San Sebastián y murió ayer de madrugada en un hospital de Madrid, lejos de su casa de Aigües, en la sierra de Alicante, donde solía pasar largas temporadas y donde había imaginado su final. El corazón le falló horas después de escribir su última columna para Público, el periódico donde trabajaba.

He intentado buscar algún mensaje oculto sobre la proximidad de su muerte en esa columna y sólo he encontrado algo revelador en las últimas tres palabras: «Seguiremos teniendo razón».

Esa frase resume el sentido de su vida: Ortiz fue un luchador contracorriente, un periodista que se empeñó en denunciar los abusos del poder, un hombre que antepuso siempre la verdad a lo políticamente correcto.

Javier Ortiz era de los que creía que la patria del ser humano es la infancia. No hay día en su existencia en el que dejara de rememorar sus primeros años en San Sebastián. Estudió en los jesuitas y tuvo una infancia feliz en el barrio de Gros.

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El mismo relata en tercera persona su evolución política: «A los 15 años, hastiado de las injusticias humanas, decidió hacerse marxista-leninista. Los años siguientes tuvo que emplearlos en averiguar qué era eso de lo que acababa de hacerse, a lo que contribuyeron decisivamente algunos esforzados miembros de la Policía política franquista».

A finales de los años 60, Javier Ortiz entró en ETA. Fue detenido y encarcelado. Estuvo en el exilio en Burdeos y en París, donde descubrió la música francesa de aquellos años. Amaba las canciones de Leo Ferré y de Barbara, que escuchaba mientras escribía los editoriales de este periódico.

Horrorizado por sus crímenes y su intolerancia, Ortiz abandonó ETA y se inscribió en el naciente Movimiento Comunista de España, que forma parte más tarde de la famosa Platajunta o unión de los partidos democráticos para derribar a Franco. Por aquella época, Ortiz fundó una revista llamada Saida, que fue secuestrada con frecuencia por la censura.

Ortiz siempre creyó que la Transición había sido un fiasco y que la izquierda había realizado demasiadas concesiones a la derecha, uno de los temas que eran objeto de nuestras frecuentes y apasionadas discusiones.

Decepcionado con el cariz que tomó la democracia a comienzos de los 80, Ortiz se refugió en una revista del Instituto Social de la Marina, donde sobrevivió en un doloroso silencio. Solía decir que su personaje favorito era Silvestre Paradox, el aventurero creado por don Pío Baroja, y que en su alma seguía siendo un agitador, por lo que debió de sentirse muy frustrado en aquella etapa.

En 1989, Pedro J. Ramírez le ficho como jefe de mesa del periódico que iba a nacer meses después: EL MUNDO. A comienzos de 1990, fue enviado a Bilbao para poner en marcha la edición del diario en el País Vasco. Regresó a Madrid, pasando a sustituir a Manuel Hidalgo como responsable de la sección de opinión. Permaneció en este puesto hasta el verano de 2000, fecha en la que decidió marcharse a trabajar a la editorial Akal aunque siguió siendo columnista de este diario. Yo ocupé su despacho y todavía conservo algunos de los libros que dejó.

La década como jefe de opinión de EL MUNDO fue probablemente la más prolífica de su vida. Escribió miles de artículos y algunos libros como El felipismo de la A a la Z. Fue también el autor de dos excelentes biografías sobre Juan José Ibarretxe y Xabier Arzalluz, a los cuales tenía un gran afecto.

«Recorrió incontables sitios, holló numerosos parajes sin parar de escribir e incluso ejerció de negro en momentos de peculiar penuria»,

dijo de sí mismo tal vez pensando en su epitafio, digno de Silvestre Paradox.

En septiembre de 2007, Ortiz fichó por Público, en el que ha estado escribiendo una columna diaria desde entonces. Podría decirse que murió con las botas puestas, tras poner el punto final a su último trabajo.

Javier Ortiz fue un hombre que disfrutó de la vida. Le gustaban la música francesa, el fútbol y la Real Sociedad, la comida vasca y, sobre todo, las mujeres. Tenía en su despacho un retrato de Emmylou Harris, la musa que siempre le inspiró y a la que una vez entrevistó. Era un voraz lector y una persona de curiosidad infinita.

Ayer llamaron decenas de personas al periódico para recordar su talento y su bondad. Este obituario ha sido escrito en nombre de todos los compañeros que le querían en esta casa, que son muchos.

Finalizo con las palabras que él mismo nos legó con un rasgo de humor negro en su insólito obituario: «Y todo para acabar con algo tan vulgar como la muerte. Por parada cardio-respitaroria, como queda dicho. En fin, otro puesto de trabajo disponible.Algo es algo».

Le sobreviven su mujer Charo y su hija Ane, los dos seres que más amaba y que fueron testigos de que apuró su tiempo hasta el último suspiro.

Javier Ortiz, periodista, nació el 24 de enero de 1948 en San Sebastián y murió el 27 de abril de 2009 en Madrid.

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OBITUARIO: 'IN MEMÓRIAM'

Javier Ortiz, el hombre multimedia

CONCHA MARTÍN 30/04/2009

Ha muerto en Madrid el pasado martes, 28 de abril, mi amigo Javier Ortiz, periodista, o periodista asimilado, para ser exactos. No era un reportero al uso,

sino más bien un intérprete de la realidad. Un irónico, radical y doliente observador de la política española, muy especialmente de su amada Euskadi.

Nació en San Sebastián, hace 61 años, tierra a la que siguió ligado durante toda su vida. Allí perdió a sus padres y, recientemente, al hermano que más quería.

Esto último no lo esperaba Javier y le causó un profundo dolor.

Como periodista, empezó su carrera en la clandestinidad, mientras entraba y

salía de las cárceles del franquismo. Publicaciones como Zutik!, Servir al Pueblo

y Saida acogieron sus primeros escritos. Después vino la democracia y Javier se

buscó la vida en sitios que, simplemente, le daban para comer, aunque le

divertían. Hasta que Pedro J. Ramírez le fichó para el equipo fundador de El

Mundo. Allí fue jefe de Mesa y subdirector de Opinión. Harto de la deriva

derechista del periódico, se fue a su casa y, sin salir prácticamente de allí, recaló

en Público, donde el mismo día de su muerte salía publicado su último artículo.

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Manejo del lenguaje

En El Mundo me consta que creó escuela. Podía llegar a ponerse pedante, pero

todos los que hemos tenido la suerte de estar de una forma u otra a su lado

aprendimos que el buen manejo del lenguaje no es algo superficial, ni en

nuestro oficio ni en casi nada. Sujeto, verbo, predicado, repetía. Leísmos y

laísmos. Frases absurdas que se cuelan sin pudor y que él descubría para reírnos

un rato. Su estilo de escribir era aparentemente sencillo, claro y directo, nada

que abunde en este oficio nuestro. Sus libros se leen de un tirón. Matrimonio,

maldito matrimonio o la biografía de Arzalluz son un placer por lo que dicen y

por cómo lo dicen.

Hablábamos últimamente del presente de nuestro oficio. El futuro, ni mentarlo.

Él mismo era un ejemplo de convivencia pacífica y creativa de los diferentes

soportes. Además de escribir en prensa, fue tertuliano en radios (con Luis del

Olmo) y televisiones (ETB). Creó su página web hace ya varios años, cuando casi

nadie sabíamos de qué iba eso. Madrugaba mucho cada día para actualizarla.

Sus amigos teníamos ahí un sitio donde reconocernos. En su casa de Aigües

(Alicante) había el doble de radios que de estancias, cosa que me llamó mucho la

atención cuando me instalé allí un verano. Era un genial hombre multimedia,

sin más inquietudes que las derivadas de tener algo interesante que contar y

hacerlo bien.

Cuando oigo a quienes dan por acabada la prensa de papel, recuerdo el último

día que estuve con él en el hospital. Allí había montado su oficina (para

desesperación de Charo, su mujer; los médicos le habían mandado reposo), con

el portátil y todo lleno de cables. Desde la cama dictaba a su querida hija Ane el

artículo diario para Público. Había que repetir en voz alta sus palabras, para que

ella pudiera oírle, a pesar de que apenas había dos metros de distancia. Quería

no faltar a la cita, mantenerse lúcido hasta el último de sus días. Y vaya si lo

logró. Hoy y siempre le echaremos de menos, sus lectores, sus amigos y los

niños, Andrés, Dani, Marta y Bianca.

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En mi santoral el 28 de abril no será el día de un tal San Luis MaríaGrignon de Monfort, por haber muerto el 28 de abril de 1716, a la edad de 43 años, agotado de tanto trabajar y predicar. En mi particular santoral el 28 de abril será el día de un tal Javier Ortiz Estevez, por haber muerto el 28 de abril de 2009, a la edad de 61 años, agotado de tanto trabajar y predicar en el desierto. En el puto desierto en que nos deja, sin él definitivamente desierto. Es éste un momento íntimo, de dolor, pues en otro pueblo de Alicante, no tan lejos de Orihuela, se nos ha muerto como del rayo Javier Ortiz, con quien tanto queríamos. A las aladas almas de las rosas... de almendro de nata te requiero: que tenemos que hablar de muchas cosas, compañero del alma, compañero. Palabras que eternamente se quedarán en el tintero. Javier sentía sobre sus doloridas espaldas el jodido peso de este mundo después de tanto batallar, "va cargado de amargura, que allá encontró sepultura su amoroso batallar". Soñaba con una Jamaica mediterránea para su destierro jubilar (¡de júbilo!). No es momento laudatorio. Él no lo haría. Nos ha dado muchas oportunidades en vida para ese tipo de manifestaciones. Sería un gesto por usual no menos hipócrita que hoy le perdonen aquellos que no lo aguantaban por mantener su juicio "a contracorriente" de todos sus colegas bien apesebrados. El tampoco lo haría, de hecho, no lo hacía. Bueno, yo no necesito repetir nada sobre Ortiz. Sé que los pocos que me lean lo estiman tanto o más. Javier Ortiz pudo dirigirse como periodista de El Mundo a un público muy numeroso. Aunque cada vez más a contracorriente. Contra los editoriales que tantos años él escribió, contra el resto de columnistas de ese mismo periódico. Podría ser una coartada de pluralismo, pero Lozanitos y CIA no se fiaban: una sola voz, si bien tan clara que temían que les delatase. Desde Público, bastante menos público y más afín, aunque no del todo, si quien escribe no busca el fácil aplauso y se sale cuando le peta de aquello que el lector gusta de "oír". La cuestión vasca (o española, según se mire) hace tiempo que le hartaba, pero no cesaba de reflejar sus juicios para que al menos rebotaran en el frontón de Madrid donde contrariamente a lo que se piensa más se juega a la pelota vasca. Hace otro tanto le comuniqué que cada vez apreciaba más sus salidas más íntimas, más ajenas al mundanal ruido. Con sus tiquismiquis y manías ya consolidadas. Y ese futuro más íntimo se ha esfumado. En su Jamaica mediterránea tal vez con su limpia prosa, evadido por fin de la actualidad de este podrido mundo, podría tal vez habernos regalado algún libro digno de leerse con mayor interés -¡si cabe!- que sus entregas diarias. Un banquete para tantos buenos lectores como con los que contaba. Alguno hasta habría intentado convencerle de que publicara unas memorias a las que él parecía no estar dispuesto. Las suyas hubieran sido enormemente más necesarias por su contenido que otras, y menos contaminadas de intereses personales, frecuentemente muy notorios. Y, sobre todo, a las aladas almas de las rosas... de almendro de nata te requiero: que tenemos que hablar de muchas cosas, compañero del alma, compañero. Esos almendros nos los han robado y no me resisto a comunicar nuestra Jamaica más cercana, ¡Navalagamella el día de San Valentín! No la conocía, pero por esas fechas también compartió conmigo el sueño de conocerla. Días después su cuerpo empezó a no estar por la labor. Quiero despedirme recordando esas pequeñas cosas de un día de San Valentín. Me pidió lógicamente que no lo publicase. En estos momentos, es el Javier íntimo el que me interesa. Y no creo que revelarlas ya le importe. Por el contrario, muestran a una persona tierna, romántica o como quiera llamarse. A su edad y con lo que nos rodea tiene mucho más mérito.

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Transcribo a la sazón el primero de mis e-mails y la primera de sus respuestas: Original Message ----- From: Blas To: Javier Ortiz Sent: Sunday, February 15, 2009 7:47 PM Subject: San Valentín en Navalagamella Pensaba haber hecho un post en mi blog 100% dedicado a mi excursión de fin de semana a Navalagamella. Tu cuento de San Valentín la ha modificado un tanto. Sobre él te hago 2 preguntas y una apuesta.Por si me sacas de dudas te dejo el link: http://sakurambotsumamu.blogspot.com/2009/02/san-valentin-en-navalagamella.html.Felicidades con retraso a Charo y a ti./Blas. Subject: Re: San Valentín en NavalagamellaDate: Mon, 16 Feb 2009 09:39:28 +0100 Por partes. Sí, San Valentín puede ser una excusa tan válida como cualquier otra, aunque la explote El Corte Inglés (cuyo jefe de prensa, por cierto, es vecino mío y está el pobre muy fastidiadico e ingresado en un hospital. Siempre que nos cruzamos me dice: "¡Hombre, el radical!" Y nos reímos.) Segunda: en esta casa, las habilidades culinarias son mayormente mías, como donostiarra en ejercicio que soy. Pero no ejerzo como esos maridos que montan el pollo cada tres domingos y dejan todo hecho unos zorros. Yo cocino y lavo los platos a diario. Soy el descanso de la guerrera. Tercero: iremos a visitar Navagamella. Y cuarto (y para qué veas): el 10 le regalé a Charo un brazalete (discreto, con aspecto de haber sido comprado en un Todo a 100) de oro blanco y diamantes, y una colonia maravillosa de Dior. Todo a plazos. Ella no me compró nada, ni falta que hace: su cariño es el mejor regalo. Es fantástica. Es el hallazgo de mi vida. No comentes públicamente nada de esto. Son confidencias. Respondo al cariño que me demuestras. /Javier Tan sólo unos días después Javier en su blog comentaba: "Materialista impenitente, siempre he pensado que las ganas de vivir dependen directamente de la calidad de vida. Ya se sabe: salud, dinero y amor. El dinero no me sobra, pero tampoco me falta, por lo menos para lo elemental. Amor tengo más del que me merezco. Pero la mierda de la salud empieza a tocarme las narices. Y los dientes. Y las muelas. Y la columna. Y los ojos. Y los oídos. Y el estómago. Y el hígado. Y el intestino. Y los pies." No se me olvidará jamás la anécdota que Javier alguna vez ha contado de un enseñante de filosofía, al parecer materialista, que tuvo en sus años de bachillerato: "El profesor aquel era un descreído de tomo y lomo pero, estando como estábamos en plena dictadura nacional-católica, se creía obligado a disimular. Aplicaba tácticas retorcidas para razonar su agnosticismo sin meterse en líos mayores. (...) El profesor aquel era un descreído de tomo y lomo pero, estando como estábamos en plena dictadura nacional-católica, se creía obligado a disimular. Aplicaba tácticas retorcidas para razonar su agnosticismo sin meterse en líos mayores." (El alma acatarrada, 9-11-05: http://www.javierortiz.net/ant/apuntes/2005.11.2.htm). Con el alma acatarrada nos ha dejado Javier Ortiz. http://sakurambotsumamu.blogspot.com/2009/04/dia-de-san-javier-ortiz.html

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Tags: Echaré de menos tu ironía, tu sarcasmo, tu sentido común, tu sencillez y los finales de tus escritos. Esa última frase, concisa y directa que a veces sólo tenía dos palabras, con la que entrabas a matar. Sólo los que te leíamos siempre sabemos de qué hablo. Gracias por todo, compañero. Agur Javier.

MARINA PÉREZ LEZAOLA SANTANDER

El martes me llamó Marco Schwartz con la tristísima noticia. Conocí a Javier en la destartalada redacción de Público antes de la salida del periódico: Javier era un hombre muy generoso y perdió el tiempo dándome consejos. Siempre me llamó “chaval”, por puro cariño y a despecho de mis canas. Tenía la virtud de convertir las ideas en cosas, encontrando el ejemplo exacto que las hacía evidentes, como si pensara con las manos: lo que escribía se podía tocar y apretar en un puño. Con Marco, que es barranquillero, nos acordamos de Macondo, cuando el pueblo era tan reciente que aún no había ni un solo muerto ni cementerio. Como en este periódico.

Ese martes tenía una charla en el Instituto Renacimiento. Sobre Larra, precisamente: el santo patrón del columnismo político. Javier también “murió de tener razón”, de razonar en lugar de embestir (como diría Machado). Por la tarde, estuve tomando whiskies con Ane, la hija de Javier. Hasta el último momento, me dijo, se negó a dejar pasar una coma mal puesta. Todo lo perdonaba, salvo esa coma entre sujeto y predicado: no te abandones, chaval, respétate un poco, me regañaba. Creo que Javier se hubiera descojonado de sus necrológicas: todos los muertos son buenos, chaval, eso ya se sabe. Él lo fue en vida, sin necesidad de este trámite que le parecía vulgar y demasiado obvio.

El primer muerto de Macondo fue Melquiades: el hombre sabio que nos hizo conocer el hielo. A pesar del incomprensible trámite, de la obviedad de morirse, Melquiades nunca abandonó Macondo: volvía siempre a echar una mano. Espero que Javier haga lo mismo. Espero poder seguir escribiendo a su sombra y confío en recibir su bronca jovial y merecida por cada coma innecesaria. Seguiremos leyendo los pergaminos de Melquiades hasta entender por fin que tratan de nosotros.

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Tres tristes tercios

28 Abr 2009

Desde hace meses, no pocos politólogos (de alguna manera habrá que llamarnos) venimos insistiendo en que las próximas elecciones europeas no van a decidir quién es capaz de gobernar mejor Europa, sino quién podría hacerlo de una manera que fuera menos mala para cada votante que la de sus adversarios.

Es como si cada cual sólo pensara en el modo en el que las cosas vayan a ir de la forma menos desastrosa posible: no de ninguna que pudiera ser calificada de aceptablemente buena. Son los dos tercios que piensan: “Cualquier cosa menos el PP”, o bien: “Cualquier cosa menos el PSOE”. El último tercio lo forman quienes no se dan por concernidos. Dentro de estos, unos se sienten superiores, otros inferiores y otros indiferentes.

En realidad van a ser las elecciones europeas más pueblerinas. No hay una verdadera visión continental de lo que las elecciones teóricamente pretenden. Hay, como puede verse, tres tercios, pero ninguno está a la altura de las circunstancias.

Oigo y leo a Mariano Rajoy, Cristóbal Montoro y demás aspirantes a regresar a la Moncloa que, si los socialistas siguen decidiendo sobre la política económica europea, España se va a morir de inanición. Los de enfrente responden tres cuartos de lo mismo aportando la misma cantidad y el mismo peso en argumentación a la hora de apoyar sus palabras: ninguno. Apuesto triple contra sencillo a que Mayor Oreja seguirá con sus monografías sobre ETA, a que Jáuregui entrará al trapo y a que a los demás no nos quedará sino aguantarlos a todos. A todos, salvo a nosotros mismos que, por supuesto, seguiremos teniendo razón

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2007/01/24 05:00:00 GMT+1 Obituario

Hoy, como resulta que es mi cumpleaños, que estoy de viaje y que me he ido sin el ordenador portátil –no me toca escribir para el periódico hasta el viernes y el aparatito pesa lo suyo– os he dejado de archivo una humorada. Se trata de mi obituario. O mi necrológica, o como queráis llamar a eso. La he escrito porque no quisiera que el día en que me muera cualquier gacetillero inútil arruinara mi muerte con una necrológica burocrática y de circunstancias. De modo que os encargo colectivamente de que, cuando fallezca, hagáis lo posible para que sea éste el obituario que salga publicado.

Dice así:

OBITUARIO

Javier Ortiz, columnista

Falleció ayer de parada cardio-respiratoria el escritor y periodista Javier Ortiz. Es algo que él mismo, autor de estas líneas, sabía muy bien que sucedería, y que por eso pudo pronosticar, porque no hay nada más inevitable que morir de parada cardio-respiratoria. Si sigues respirando y el corazón te late, no te dan por muerto.

Así que en ésas estamos (bueno, él ya no).

Javier Ortiz fue el sexto hijo de una maestra de Irún, María Estévez Sáez, y de un gestor administrativo madrileño, José María Ortiz Crouselles. Sus abuelos fueron, respectivamente, un señor de Granada con aspecto de policía –lo que tal vez se

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justifique considerando el hecho de que era policía–, una señora muy agradable y culta con allure y apellido del Rosellón, un honrado y discreto carabinero orensano con habilidades de pendolista y una viuda de Haro casada en segundas nupcias con el recién mencionado, Javier Estévez Cartelle, del que se derivó el nombre de pila de nuestro recién difunto. Si algún interés tienen todos estos antecedentes, cosa que dista de estar clara, es el de demostrar que, en contra de lo que suele pretenderse, el cruce de razas no mejora el producto. (Obsérvese qué gran variedad de procedencias se puso en juego para acabar fabricando a un vasco calvo y bajito.)

La infancia de Javier Ortiz transcurrió en San Sebastián, ciudad que le venía muy a mano, porque nació allí. Se dedicó básicamente a mirar lo que había por sus cercanías, en particular el pecho de las señoras –ahora que ya está muerto podemos descubrir ese inocente secreto suyo–, y a estudiar cosas tan peregrinas como las ciudades costeras del Perú, de las que no logró olvidarse hasta su postrer respiro. Los jesuitas trataron de encauzarlo por el buen camino, pero él descubrió muy pronto que era comunista. Eso malogró del todo su carrera religiosa, ya de por sí poco prometedora, sobre todo desde que notó con desagrado el interés que algunos sacerdotes ponían en sus partes pudendas.

Su primer trabajo como escribidor, aparecido en una página del periódico del colegio, fue, curiosamente, una necrológica, con lo que cabría decir que su carrera como periodista ha resultado capicúa, singular circunstancia de la que muy pocos podrían presumir, aún en el improbable caso de que lo pretendieran.

A los 15 años, hastiado de las injusticias humanas –algunas de las cuales seguían teniendo como referencia obsesiva los pechos femeninos–, decidió hacerse marxista-leninista. Los años siguientes tuvo que emplearlos en averiguar qué era eso que acababa de hacerse, a lo que contribuyeron decisivamente algunos esforzados miembros de la Policía política franquista.

A partir de lo cual, se dedicó con gran entusiasmo a cultivar el noble género del panfleto. Sin parar. A diario. Año tras año. Fue cambiando de punto de residencia, no siempre por voluntad propia –ahí merecen especial mención sus estancias carcelarias y su exilio, primero en Burdeos, luego en París–, pero jamás varió su inquebrantable afán de agitador político, que él pretendía haber adquirido, por absurdo que parezca –y sea, de hecho–, en la lectura de Los documentos póstumos del Club Pickwick, de don Carlos Dickens, y de las Aventuras, inventos y mixtificaciones de Silvestre Padarox, de don Pío Baroja.

Burdeos, París, Barcelona, Madrid, Bilbao, Aigües, Santander... Recorrió incontables sitios y holló innúmeros parajes sin parar de escribir, erre que erre. Zutik!, Servir al Pueblo, Saida, Liberación –y Mar, y Mediterranean Magazine– y El Mundo, y una docena de libros, y varias radios, y algunas televisiones... Por escribir, incluso escribió para otros y otras, ejerciendo de negro en momentos de particular penuria. También lo hizo a veces por amistad.

Movido por la lectura del Selecciones de Reader’s Digest y otras publicaciones estadounidenses tan aficionadas a ese género de operaciones, un día decidió calcular cuántos kilómetros cubrirían sus escritos, en el caso de colocarlos todos en una sola

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larguísima línea de cuerpo 12. El resultado de la estimación fue concluyente: ocuparían la tira.

En materia de amores (de la que sería injusto decir que careciera de alguna experiencia), también fue capicúa. Decía que las mejores mujeres, las más cariñosas y las más nobles con las que compartió sus días (sin desdeñar dogmáticamente a ninguna otra), le resultaron la primera y la última. Aunque la favorita le apareciera por medio: su hija Ane.

Y todo para acabar con algo tan vulgar como la muerte. Por parada cardio-respiratoria, como queda dicho. En fin, otro puesto de trabajo disponible. Algo es algo.

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Javier Ortiz, escritor y columnista, nació en Donostia-San Sebastián el 24 de enero de 1948 y murió ayer en Aigües (Alicante), tras dejar escrito el presente obituario.