36

Jeu de Balle: Escenas de la desparición

Embed Size (px)

DESCRIPTION

Proyecto conjunto de Matías Candeira y Laia Arqueros (en proceso)

Citation preview

Page 1: Jeu de Balle: Escenas de la desparición
Page 2: Jeu de Balle: Escenas de la desparición
Page 3: Jeu de Balle: Escenas de la desparición

Anochece y él, por descuido, encuentra la fruta en el fon-do del frigorífi co, tan rara, tan alejada de todo lo que le es propio. Era extraño para él porque, por un instante, al ver cómo se había ladeado hacia la izquierda, ha imaginado que tenía voluntad, un deseo imposible de quebrarse, y que por eso se había alejado de ese otro moho de alimen-tos echados a perder, o dulcemente infectados, o llenos de agujeros en los que se puede reconocer el sonido de una carcoma viva y oscura que sale de la luz. Entonces la sostiene. No busca ninguna otra. Está casi se-guro de que no la hay. La sostiene, cruza varios cuartos, baja las escaleras del edifi cio y sale a la calle.

Este gesto no debería confundirse con la clemencia o la locura que a todos nos llega cuando presentimos que algo va a suceder. Sostener una fruta delicada. No dejar que se caiga al suelo. Llevarla en nuestros viajes, en el suyo, se dice, mi viaje. Soy un hombre que quiere apiadarse de

Page 4: Jeu de Balle: Escenas de la desparición

algo sencillo, de esa simple cosa que es la única que me queda. Cuando mira la calle, se da cuenta de que es importante la fruta, pero, sobre todo, guardarla hasta que dure, y dejar-la ahora sobre un muro lleno de gritas, y mirarla.

Y se hace la pregunta. Se reza algo que probablemente ya sabía. Yo quiero salvar algo de mi casa. Yo quiero que quede algo vivo.

Hay fuego por todas partes.

Page 5: Jeu de Balle: Escenas de la desparición
Page 6: Jeu de Balle: Escenas de la desparición
Page 7: Jeu de Balle: Escenas de la desparición
Page 8: Jeu de Balle: Escenas de la desparición

Hoy, la madre no precisa para sí otra cosa que ordenar la casa y jugar a los salvajes y al espacio lejano con sus dos hijos. Pero este es un deseo, de hacer y moverse, muy distinto al de otros días. Cualquiera notaría que ella sabe, y que desea dejarlo todo listo para algo que podría suce-derles muy pronto. Clavar un sello, cerrar un sobre o una puerta con doble llave, cortarse las uñas muy despacio mientras los mira. Y qué incómodo es que una madre no deje de mirarte fi jamente durante horas. Que te mire así, como si estuviera creándote de la nada por segunda vez.

Los tres pasan todas esas horas de casa detenida sin sepa-rarse del cuarto de los juguetes. En voz cada vez más baja, ella les propone algunas aventuras a las que nunca han ju-gado, el espacio exterior, la guarida profunda bajo la mesa o el escondite en el interior de la mina. Allí es donde deben quedarse. Esto es quizás lo más extraño: no insiste ni lo más mínimo en que se porten bien. Son juegos para gen-te valiente, dice, para los que saben mirar fi jamente, con admiración, el hermoso pero turbulento río que inunda la calle. Ha tirado ya casi todos los árboles. Varias casas a las que los dos niños no se atrevían a acercarse, lucen ahora

Page 9: Jeu de Balle: Escenas de la desparición

enormes grietas en las fachadas blancas. El cielo también está cambiando ahí fuera y vibra como un estómago lle-no de cicatrices de luz verde. También las tuberías han empezado a oler, un hedor cada vez más salvaje, a tierra embarrada y basura y quizás agua química, así que ella les pide que se cubran la cara con dos pañuelos blancos que la saliva oscurece a medida que pasan los minutos. Luego les enseña a modelar su cabeza en piedra.

Pero hace solo unos minutos, con las cabezas termina-das, han creído verla llorar. Se ha detenido al otro lado del pasillo y se ha cubierto la cara con las manos. Apenas ha sido un instante. Las madres no hacen eso. No su ma-dre. No ella. Luego les ha pedido que siguieran jugando y corrieran, y se persiguieran sin descanso por la penum-bra y dijeran cómo se llamaban. Quedaban todavía unos minutos para la hora de cerrar las puertas. Pero ellos ya no podían jugar más, porque tenían miedo y no sabían de qué.

Antes de acostarse en dos camas idénticas, los niños se fi jan en que el cielo brilla como un monstruo a través de

Page 10: Jeu de Balle: Escenas de la desparición

la ventana. Brilla sobre el brillo, sobre los distintos cielos que hay detrás de ese que ven allí, tan grande y lejano. Es como para quedarse ciego, o desearlo por primera vez. Ella los arropa. Les cuenta un chiste que luego no recor-darán. Y sucede. Los dos notan, de pronto algo a lo que no quizás no pueden ponerle palabras: que su madre tiembla, tiembla muchísimo, como un río enorme; como cuando ellos se despiertan en mitad de la noche con los pies en-charcados y necesitan, por favor, que alguien venga.

Page 11: Jeu de Balle: Escenas de la desparición
Page 12: Jeu de Balle: Escenas de la desparición
Page 13: Jeu de Balle: Escenas de la desparición
Page 14: Jeu de Balle: Escenas de la desparición

Se puede entrar, empujar la puerta trasera, porque no pare-ce vivir nadie desde hace tiempo. Se puede avanzar un poco hacia las ventanas redondas y pensar en pasar allí la tarde fría, o toda la semana, y domesticar el gusto por este espacio, visitar el dormitorio y perder el sentido del tiempo al tum-barse sobre la cama, que estaba deshecha cuando ella llegó en noviembre.

Lo cierto es que en esta casa tranquila de las afueras existe la violencia doméstica de la luz, de los desperfectos –pues es vieja, tanto o más que nosotros y los que vinieron antes que nosotros- y de estos objetos que guardan algo que se asemeja mucho con el lenguaje de los crujidos, o ese leve temblor de las cortinas, o esa grieta perfecta del baño de la que la mujer dice, cuando no puede dormir, es sin duda la cara de mi pa-dre. Por eso, no podría decirse que el modo de empezar sea una amenaza.

No al principio.

Page 15: Jeu de Balle: Escenas de la desparición

No de esta forma tan diminuta, que no muestra más que la casa está viva y muge quedamente, y su poder es casi invisible cuando se conoce bien, y, por qué no, que la que-remos.

Al comienzo es, apenas, un sonido leve, como el quejido de un corazón enorme entre las vigas. El animal que for-ma la furia del polvo acumulado. Es algo defi nitivamente perdido y recuperado del punto más alejado de la últi-ma habitación, donde hay un espejo en el que se refl eja el paisaje húmedo de la ventana, el tronco de un árbol con forma de ojo y un banco donde se sientan los viejos o las parejas prematuramente ancianas para besarse y enseñar-se lo que han robado en las tiendas.

Viene despacio a través de las paredes, muchas menos paredes, una sola pared con temblor de niño. ¡Ahora! Es lo que le hace, por ejemplo, acercarse lentamente a los pe-queños portarretratos y descubrir que ha crecido moho, azul cobalto, y se queda pegado a los dedos con un siseo muy desagradable.

Page 16: Jeu de Balle: Escenas de la desparición

Una persona como ella puede cerrar las cortinas, temblar detrás de una puerta, fuera de aquí, por favor, sólo quiero un sitio donde dormir una temporada, pero apenas evita-rá que este sonido –es ya, dulcemente, un hundimiento, un monstruo que nos habla- se abra paso desde dentro. Será entonces momento de sentarse de espaldas a la casa que ha amado, mecerse así hasta quedarse dormida. Y mejor que sea la cabeza de piedra la que mire lo que se acerca por la espalda.

Page 17: Jeu de Balle: Escenas de la desparición
Page 18: Jeu de Balle: Escenas de la desparición
Page 19: Jeu de Balle: Escenas de la desparición

Una noche de estrellas rojas, tranquila como otra cual-quiera –apenas ha empezado con el sonido del viento moviendo los huesos de su pequeño jardín-, el hombre le dice a su mujer que está seguro de haber presenciado algo en la casa de los vecinos que no estaba destinado a sus ojos. Ocurre antes, en realidad, mucho antes de que lleguen esas dos grandes olas o él empiece a llorar porque tiene que tapiar la puerta principal. Esperarán meses para eso. Ahora se tumba contra el almohadón, más cómodo, coge muy despacio la mano de la mujer en la penumbra. En-tonces se lo cuenta como si fuera cualquier otra anécdota de un día de trabajo, donde se ha estropeado una má-quina y alguien ha sentido que, de algún modo, también se rompía algo dentro de él; o un compañero escucha de pronto, en la cabina cerrada de los aseos, el lloro acuático e interminable del encargado. “Es algo tan común ver a un perro”, le dice, “que debería haber entrado en nuestra casa sin preocuparme”. Añade que no lo ha visto inmediatamente, sino que al

Page 20: Jeu de Balle: Escenas de la desparición

girar la llave en la cerradura, por un instante ha creído escuchar el sonido abrupto de algo parecido a una hoja batir y chocar contra el marco. Una, dos veces quizá. So-naba lejano, pero no lo sufi ciente. Le pareció muy extra-ño que incluso antes de abrir su puerta y notar el aroma espeso del guiso que ella cocinaba, estuviera escuchando otra puerta en algún sitio que no ve, invitándolo a en-trar. El sonido se había hecho cada vez más fuerte. Él sabía que probablemente iba a llover pronto. A pesar de todo, continúa, ha cruzado la calle vacía de vuelta y se ha acercado a la casa de dos plantas, que tiene una grieta enorme en las tablas pintadas de la fachada principal. Es entonces cuando lo ha visto. El perro estaba en el último escalón de piedra y miraba fi jamente algo en el interior de la casa. Era de pelaje muy negro, se le veían los huesos de las costillas y estaba muy sucio, aunque jadeaba y eso era lo peor, la manera en que le brillaban todos los dientes de la boca. “Luego me he acercado un poco más”, asegura, “¿por qué no iba a hacerlo? Estaba tranquilo, y tenía ganas de cenar, y de besarte en la boca cuando volviera. Lo mejor era que mi casa estaba cerca y tenía dónde volver y me podía ir

Page 21: Jeu de Balle: Escenas de la desparición

si lo deseaba. Todo eso pensaba en ese momento, en que daba lo mismo que estuviera ahí o no. Que si por alguna razón continuaba, presenciaría algo interesante. Pero en el recibidor de los vecinos había más perros. Había, no sé, siete, ocho, algunos enormes y también con los huesos de las costillas muy marcados, como si fuera la primera vez que se alimentaban en semanas. Y estaban comiendo algo. Estaban comiendo, lenta e interminablemente, algo que yo no podía ver”. Sigue un rato hablando de los perros, mientras nota cómo la mujer tiene los ojos cada vez más abiertos en la oscuridad de la habitación. Eso le gusta, cuando nota su manera urgente y siniestra de saber más. Así que descri-be lo poco que veía, apenas los cuartos traseros de los animales moviéndose al mismo tiempo, como la imagen engañosa repetida por todo el espacio del recibidor de los vecinos. Ella tiembla otra vez cuando él le dice que ha intentado espantarlos, pero que no se movían. De vez en cuando alzaban la cabeza y masticaban, y eso que comían se atascaba unos instantes en su garganta y seguía su cur-so, y cuando ha dado otro paso, ha creído sentir que los animales ya lo sabían y podían leerle por dentro. El más

Page 22: Jeu de Balle: Escenas de la desparición

grande todavía estaba comiendo cuando le ha mirado y ha abierto la boca y “eso que tenía”, dice, “estoy seguro que era tela de un traje”. Todos los perros han empezado a gruñirle con un sonido parecido, así que fi nalmente se ha largado de allí. “Bueno, seguro que no ha sido nada”, dice la mujer.“No recordaba el nombre del vecino. No he podido gritar ningún nombre”, continúa el hombre, cada vez más pre-ocupado. Ella se recuesta y le aprieta la mano y le pide sin urgencia que cierre bien las ventanas. Mejor acostarse ya, y que no piense más en algo que tiene importancia. Todo el mun-do tiene perros. Los animales cogen cualquier cosa de la calle.

Page 23: Jeu de Balle: Escenas de la desparición
Page 24: Jeu de Balle: Escenas de la desparición
Page 25: Jeu de Balle: Escenas de la desparición

Antes, mucho antes, la mujer que ha hecho su propia cabeza en piedra blanca ha caminado hasta el borde del acantilado que rodea la ciudad. Después se ha recogido el pelo con una dignidad casi antigua y ha dado algunos pasos cortos por la línea la línea de hierba, es cierto que mucho más seguros de los que suben a sitios como este y se dicen “por fi n”; o un quedo “he olvidado algo”, o giran la cabeza para localizar su tejado derruido y asegurarse: “Probablemente tenga poco sentido comprobar si he ce-rrado la puerta de casa”. Después, ha abrazado la cabeza y se ha tirado.

En realidad, no sé deciros cuánto tiempo, pero muchas horas después, alguien que se asome a la cubierta de un barco (aunque en esta zona no se adentran ya muchos barcos) podría pensar que una mujer de piedra brillante está nadando sobre el mar. En el fondo queremos que, en tiempos como estos, la vista nos engañe. Deseamos apa-riciones fantasmales que cubran los paisajes de nuestros deseos, que el barco se pierda y alguien tema por nosotros dentro de las casas cada vez más agrietadas y solas y débi-les, y comer pescado fresco a la luz de un farol, recibir los mensajes de la radio y dormirnos pensando en la hermo-

Page 26: Jeu de Balle: Escenas de la desparición

sa cabeza de una mujer que hemos visto viajar hacia las grandes sombras que no conocemos.mensajes de la radio y dormirnos pensando en la hermosa cabeza de una mu-jer que hemos visto viajar hacia las grandes sombras que no conocemos.

Ahora se ha hecho de noche sobre la cabeza de piedra. Sigue avanzando, se hunde por el peso unos segundos y vuelve a emerger en la espina dorsal de una de las olas ne-gras. Qué podría pensarse de algo que no puede tragarse ni el mar, ni la oscuridad, ni los peces desconocidos por el hombre que empiezan a mecerse junto a ella, a hacer quiebros, a rodearla como rodea los cuerpos la muerte. Qué interés tiene la muerte en una cabeza, me pregunto.

Existe, muy al fondo, un islote de roca negra donde es posible que la cabeza se dirija ahora, y que allí quede va-rada en un basural con montañas de aparatos blancos tan altos como un antiguo elefante, y donde alguien que esa mañana haya salido a dar un paseo se pregunte, no de dónde viene, sino dónde está el resto del cuerpo. Y puede que sea un hombre. Y que busque a esa mujer el resto de su vida.

Page 27: Jeu de Balle: Escenas de la desparición
Page 28: Jeu de Balle: Escenas de la desparición
Page 29: Jeu de Balle: Escenas de la desparición

Para algunos, desde que comenzaron a desmoronarse las ciudades, nunca ha sido tan importante girar el dial de la radio. Pero encontrar la voz de ese hombre es similar a vislumbrar por casualidad ese hotel en ruinas, escondido en los bosques, del que una vez nos hablaron, allí donde alguien le dijo a otro “quédate aquí, ¿para qué vas a mar-charte ahora que yo soy tu casa”; o se vio una mañana, a primera hora, a un hombre muy viejo emerger del lago cubierto de nieve, y cómo se estaba riendo con la boca abierta y señalaba el fondo de algas transparentes. Había visto algo que no le era posible revelar a nadie, eso era seguro, y valía la pena jugarse la vida por ello.

“Os quiero mucho”, grita la voz, “aunque no os conozca. Es imprescindible que cerréis la puerta. Sois mi familia de gente perdida o asustada”.

Muchas veces, el que quiere escuchar la voz no acierta con el punto exacto al pulsar el botón o tocar la rueda del aparato; pasa de largo sin remedio, pierde el giro de los dedos que necesita y se queda allí, solo, con el ruido blanco envolviéndolo. También es posible que no esté ha-blando ahora mismo. ¿Por qué tendría que durar eso que

Page 30: Jeu de Balle: Escenas de la desparición

nos es imprescindible, que desea por nosotros, que habla de algo parecido a los sueños? Para algunas personas, la voz es ese nudo blanco que se deshace de la larga cuerda de una hora o un día, y que no se repite nunca más. Cuan-do no la encuentran se angustian hasta tal punto que es preferible marcharse de casa y pasear por los sitios, cada vez menos seguros, que han marcado las autoridades.

Pero, ah, si se gira y acierta con el dial, ya puede uno sen-tarse tranquilo en la esquina de la habitación. Quizás se haya hecho de noche. La voz raramente les habla cuando hay luz o cruzan las nubes los aviones de reconocimiento. Espera su propio tiempo de conquista. Ya queda cerrar los ojos al mundo borroso de ahí fuera, recluirse en casa –mejor si es tapiando con tablones la puerta principal-, dejar hablar en las profundidades al que no tiene nombre. Son los mismos mensajes, lentamente los mismos, casi inmóviles pero claros. Porque es sencillo acatar un deseo cuando la voz que lo dicta cree –suena como los huesos, dicen- que algunas cosas tienen todavía tiempo de estar bien. Sólo una vez fue tan específi ca que algunos de los que la oyeron se asustaron mucho. Estaba dando órdenes. La

Page 31: Jeu de Balle: Escenas de la desparición

comunicación se cortó abruptamente, pero antes de eso pidió a todos los que estuvieran ahí, al otro lado, que fa-bricaran su propia cabeza en piedra.

“Quedaos con una imagen de vosotros, de los niños, de vuestros padres”, pronunció, aunque había demasiadas interferencias. “Construid los pómulos, los labios, mu-cho mejor, que haga una mueca y sea vuestro secreto. No hace falta que sea exactamente igual, en serio, ninguno de nosotros somos artesanos. Pero es importante que se parezca a alguien a quien podáis reconocer. Escuchad, es-cuchad, están viniendo. Ni siquiera yo sé lo que es. Una cabeza. Muchas cabezas. Necesitamos testigos”.La creyeron. ¿Por qué no iba a ser así?

Otra noche, la que habló fue una mujer, y su voz era in-cluso más poderosa en la oscuridad que la del otro que la precedía, y casi todos los que esa noche consiguieron encontrarla en el dial retrocedieron asustados. Ella ha-blaba y alguien debía de estar riendo a su espalda, y se escuchó un tintineo huesudo de vasos, un brindis, y no mucho más tarde un cuchicheo de viento que se movía. Habían abierto la ventana. Estaban juntos. Estaban ha-

Page 32: Jeu de Balle: Escenas de la desparición

blando, seguramente, de asuntos triviales, un pueblo de la costa donde podrían viajar, como cuando el mundo estaba bien. Se despidieron demasiado rápido. ¿A quién le quedaba la duda de que eso, tan leve y escondido, tan lleno de terror, era la felicidad?

Desde esa noche, a la primera voz se la oye aspirar el aire con fuerza, descaradamente. A veces, sí, se escucha con perfecta claridad el sonido gutural del llanto y los pasos que da en una habitación que debe de ser muy grande y estar bajo tierra, en un bolsillo del cuerpo negro y agrie-tado que es ahora la ciudad. Ah, desde entonces hay una increíble congoja en esa voz, y las palabras se sepultan unas a otras con rapidez, y ordena que no salga nadie a la calle y que no puede seguir, que está cansada, cansadísi-ma, y es el silencio mismo, el silencio enorme de alguna clase de fi n.

Pero la voz acaba por crecerse antes de terminar. Es sólo un momento. Y entonces carraspea y habla con fuerza, y casi grita. Se llena de esperanza. Asegura que va a volver, y que, como las palabras quietas de los muertos, siempre hay algo importante que decir.

Page 33: Jeu de Balle: Escenas de la desparición
Page 34: Jeu de Balle: Escenas de la desparición
Page 35: Jeu de Balle: Escenas de la desparición
Page 36: Jeu de Balle: Escenas de la desparición