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Para explicar lo que es el jichi conviene ante todo tomar el sendero que conduce a los tiempos antiguos y entrar en la cuenta, para este caso parcial, de cómo vivían los antepasados de la estirpe terrícola, antiguos pobladores de la llanura. Gente de parvos menesteres y no mayores alcances, la comarca que les servía de morada no les era muy generosa, ni les brindaba fácilmente todos los bienes necesarios para su subsistencia. Para hablar del principal de los elementos de vida, el agua no abundaba en la región. En la estación seca se reducía y se presentaban días en que era dificultoso conseguirla. Así en los campos de Grigotá, en la sierra de Chiquitos y en las dilatadas vegas circundantes de ésta. De ahí que aquellos primitivos aborígenes pusieron delicada atención en conservarla, considerándola como un don de los poderes divinos, y hayan supuesto la existencia de un ser sobrenatural encargado de su guarda. Este ser era el jichi. Es mito compartido por mojos, chanés y chiquitos que este genius aquae paisano vivía más que todo en los depósitos naturales del

jichi

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Page 1: jichi

Para explicar lo que es el jichi conviene ante todo tomar el sendero que

conduce a los tiempos antiguos y entrar en la cuenta, para este caso parcial,

de cómo vivían los antepasados de la estirpe terrícola, antiguos pobladores de

la llanura. Gente de parvos menesteres y no mayores alcances, la comarca que

les servía de

morada no les era

muy generosa, ni

les brindaba

fácilmente todos

los bienes

necesarios para su

subsistencia.

Para hablar del

principal de los

elementos de vida,

el agua no

abundaba en la

región. En la

estación seca se reducía y se presentaban días en que era dificultoso

conseguirla. Así en los campos de Grigotá, en la sierra de Chiquitos y en las

dilatadas vegas circundantes de ésta.

De ahí que aquellos primitivos aborígenes pusieron delicada atención en

conservarla, considerándola como un don de los poderes divinos, y hayan

supuesto la existencia de un ser sobrenatural encargado de su guarda. Este ser

era el jichi.

Es mito compartido por mojos, chanés y chiquitos que este genius aquae

paisano vivía más que todo en los depósitos naturales del líquido elemento.

Para tenerle satisfecho y bien aquerenciado había que rendirle culto y

tributarle ciertas ofrendas.

Los españoles del reciente aposentamiento en la tierra recogieron la versión y

consintieron en el mito, con poco o ningún reparo. Con mayor razón sus

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descendientes los criollos, tan consustanciados con la tierra madre como los

propios aborígenes, y máxime si tienen en las venas algunas gotas de la

sangre de éstos.

Como todo ser mítico zoomorfo, el jichi no pertenece a ninguna de las clases y

especies conocidas de animales terrestres o acuáticos. Media culebra y medio

saurio, según sostienen los que se precian de entendidos, tiene el cuerpo

delgado y oblongo y chato, de apariencia gomosa y color hialino que le hace

confundirse con las aguas en cuyo seno mora. Tiene una larga, estrecha y

flexible cola que ayuda los ágiles movimientos y cortas y regordetas

extremidades terminadas en uñas unidas por membranas.

Como vive en el fondo de lagunas, charcos y madrejones, es muy rara la vez

que se deja ver, y eso muy rápidamente y sólo desde que baja el crepúsculo.

No se debe arrancar las plantas acuáticas que crecen en su morada, de tarope

para arriba, ni apartar los granículos de pochi que cubren su superficie. Cuando

esto se ha hecho, pese a las prohibiciones tradicionales, el líquido empieza a

mermar, y no para hasta agotarse. Ello significa que el jichi se ha marchado.

Cuenta la leyenda, que desde hacen muchos años, en las aguas del oriente

boliviano habita el “Jichi”, un personaje mitológico mitad caimán (especie de

cocodrilo) y mitad sicurí (serpiente del lugar) que, por los distintos relatos

relativos a este ser,  es un guardián milenario de la naturaleza, del agua, los

animales y las plantas.

Varias leyendas sugieren la aparición del Jichi a pescadores y cazadores.

Cuenta la leyenda que un cazador se internó al bosque, junto con su fiel

compañero; un perro de cacería, mientras se adentraba mas en la selva, el can

comienza a inquietarse y dando alaridos comienza a correr en sentido contrario

perdiéndose en el monte... de pronto el cazador ve un hermoso ciervo, con el

viento a favor se le acerca sigiloso, apunta y cuando estaba a punto de

disparar el ciervo se aleja un poco. El cazador comienza a acecharlo pero cada

vez que lo tenía en la mira el ciervo se alejaba unos pasos.

El cazador se dejó llevar cada vez unos pasos más cerca de la hermosa presa.

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Sumergiéndose como en un sueño donde lo único que importaba era conseguir

ese trofeo, pasaron los minutos, tal vez horas... pues comenzaba a perder la

noción del tiempo y cada vez se sentía mas cerca a su presa y esta sensación

lo atrapaba y envolvía como perdiendo su voluntad y fuerzas.

Cuando por fin pudo salir de esta sensación de adormecimiento y se

desvaneció la ilusión, el ciervo había desaparecido y la selva también... el se

encontraba en medio de un lago, sin fuerzas ni arma y el sol comenzaba

ocultarse, fue entonces que entendió que el hermoso ciervo en realidad era un

jichi y la presa era el, sin dudarlo y con sus ultimas fuerzas comenzó a nadar

hacia la orilla lejana sin volcar a mirar atrás, una vez llegó a la playa siguió

corriendo por la selva hasta quedar desmayado.

Al día siguiente lo encontraron casi moribundo, su rostro parecía haber

envejecido varios años, su cuerpo demacrado y sus ropas harapientas. Nadie le

creyó su historia, pero algo si es cierto, que este cazador nunca más volvió a

cargar un arma.

Otro relato cuenta que en el río Guapomó,

el Jichi se enamoró de María, una hermosa

muchacha pescadora con la cual sostiene

una relación secreta. Esta muchacha tiene

un hijo, que envolvía con cuidado entre

pañales. Un día, la hermana de María le

pregunta la razón por la que el niño

siempre estaba tan envuelto y se lo quita.

Al hacerlo, descubre que el niño tenía una

cola larga. María huye con el niño al río

Guapomó en busca del Jichi. Éste la

desprecia por haber descubierto su

secreto y se lleva al niño. María se convierte en un ser de tres cabezas que

habita este río lamentándose por su suerte.

Se dice que el Jichi es sinónimo de abundancia y prosperidad, su leyenda es

compartida por  indígenas de origen moxeño, chané y chiquitano. Ellos lo

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satisfacían con rituales especiales de culto y le tributaban ciertas ofrendas; su

ausencia era acompañada por la bajada de las aguas y la disminución de

animales para la caza y la pesca y era provocada por el abuso de ser humano

hacia el uso de las aguas y los elementos que ofrece la naturaleza para su

sobrevivencia.

Esta leyenda fue transmitida a criollos y mestizos, sobreviviendo oralmente y

luego a través de escritos españoles hasta nuestros días. Muchos dicen haberlo

visto pero bajo las sombras de la noche, por lo que no existen registros más

que los orales con respecto a este protector de la selva.

No hay que hacer mal uso de las aguas, ni gastarlas en demasía,

porque el jichi se resiente y puede desaparecer.