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Entre el abolicionismo y la pena reparativa: la Prisión Virtual Restaurativa (*) José Deym (º) Introducción Jean Valjean es encarcelado durante diecinueve años por haber robado un pedazo de pan que intentaba dar a unos chicos hambrientos. Como era de esperar, el «castigo» lo embrutece realmente y cuando sale de prisión ya tiene la mentalidad de un auténtico delincuente. Alojado en la casa de Monseñor Myriel, un bondadoso curita de aldea devenido obispo casi por azar, paga la hospitalidad con el robo de su platería. La policía lo detiene y lo lleva a la casa del anfitrión para comprobar la poco creíble afirmación de que los objetos le habían sido obsequiados. Pero Myriel - incurriendo en un obvio encubrimiento del hurto - confirma la mentira, añade aún más platería a la bolsa de Valjean y, cuando la policía desaparece, lo despide con estas palabras: «Jean Valjean, hermano mío, ya no pertenecéis al mal, sino al bien. Es vuestra alma la que compro; se la quito a los malos pensamientos y al espíritu de perdición y se la entrego a Dios» . Valjean parte y se convierte en un hombre de bien. Ahí empieza otra historia, la de un hombre extraordinario, con bellos principios y actitudes abnegadas y heroicas. Esto es ficción. La novela es Los Miserables de Victor Hugo. Veamos, ahora, una historia real. Relata en un Seminario el psiquiatra Milton Erickson la historia de Joe, un joven ladrón y probablemente homicida, que había sido ya condenado a varios años de prisión. Volvió al

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Entre el abolicionismo y la pena reparativa: la

Prisión Virtual Restaurativa (*)

José Deym (º)

Introducción

Jean Valjean es encarcelado durante diecinueve años por haber

robado un pedazo de pan que intentaba dar a unos chicos hambrientos.

Como era de esperar, el «castigo» lo embrutece realmente y cuando sale

de prisión ya tiene la mentalidad de un auténtico delincuente. Alojado en

la casa de Monseñor Myriel, un bondadoso curita de aldea devenido obispo

casi por azar, paga la hospitalidad con el robo de su platería. La policía lo

detiene y lo lleva a la casa del anfitrión para comprobar la poco creíble

afirmación de que los objetos le habían sido obsequiados. Pero Myriel -

incurriendo en un obvio encubrimiento del hurto - confirma la mentira,

añade aún más platería a la bolsa de Valjean y, cuando la policía

desaparece, lo despide con estas palabras: «Jean Valjean, hermano mío,

ya no pertenecéis al mal, sino al bien. Es vuestra alma la que compro; se

la quito a los malos pensamientos y al espíritu de perdición y se la entrego

a Dios». Valjean parte y se convierte en un hombre de bien. Ahí empieza

otra historia, la de un hombre extraordinario, con bellos principios y

actitudes abnegadas y heroicas.

Esto es ficción. La novela es Los Miserables de Victor Hugo.

Veamos, ahora, una historia real.

Relata en un Seminario el psiquiatra Milton Erickson la historia de Joe,

un joven ladrón y probablemente homicida, que había sido ya condenado a

varios años de prisión. Volvió al pueblo donde se había criado al salir en

libertad, siguió cometiendo robos, se comportaba de forma pendenciera

con los hombres y molestaba a las muchachas. Hasta que un día se

encontró con Edye, una chica joven, muy bonita, inteligente, fuerte y

trabajadora, bien instruida para los standards locales y, además, la hija del

hombre más acaudalado del pueblo. Al verla, sin atreverse a decirle

alguna de sus típicas groserías, Joe le preguntó irónicamente: «¿Puedo

llevarte al baile el sábado?». Toda lógica indicaba un rechazo despectivo o

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atemorizado. Pero Edye no se inmutó: «Puedes, si eres un caballero».

Llegó el sábado. Joe se presentó en lo de Edye para llevarla al baile. La

velada fue amable y placentera para ambos. Cabe imaginar que cuando

se despidieron, Joe preguntó: «¿Puedo volver a invitarte?». Edye

respondió: «Puedes, si eres un caballero». El final era previsible. Joe

devolvió todo lo que había robado, se convirtió en una persona seria,

honesta y trabajadora, se casó con Edye y fue uno de los mejores amigos

de todos y uno de los mayores benefactores del pueblo. Entre sus

beneficiados se contaba, justamente el joven Erickson, a quien Joe animó y

ayudó económicamente para se fuera del pueblo y estudiara medicina.

En realidad, lo que está en la base de estos cambios drásticos de

actitud es lo que se denomina, desde una visión psicosocial, que es el

enfoque que se utiliza en esta disertación, experiencia emocional

correctiva. Se refiere a las implicaciones que puede tener sobre la

personalidad una intervención que, más allá de sus características

violentas o no violentas, se constituya en un ataque al equilibrio emocional

de una persona.

Esto no significa que un trato así asegure el cambio de actitud, pero la

experiencia emocional correctiva en estos casos ha actuado 1 y lo ha hecho 1 Se suelen citar contraejemplos de personas que han sido perdonadas y han dado un mordisco a la mano que se les ha tendido. El mismo Jean Valjean lo hace al robar la platería de Monseñor Myriel. Pero su conversión llega cuando su alma es «comprada» por el obispo. Entonces recibe la «experiencia emocional correctiva», término muy utilizado hoy en algunas líneas psicoterapéuticas. Franz Alexander, un psiquiatra que estudió a fondo y comentó este caso, sostiene que la «experiencia emocional correctiva», en realidad, aun no se establece hasta que la pone a prueba en el episodio siguiente, en que intenta robar una moneda a un chico y comprueba que no puede hacerlo. En efecto, Jean Valjean aun comete casi mecánicamente un pequeño delito después del perdón y de la ayuda de Monseñor Myriel, al ocultar bajo su pie una moneda que a un niño llamado Gervasito se le había caído accidentalmente y fue a parar donde él estaba sentado en el suelo y apoyado en un árbol. Valjean pisa la moneda y se resiste a levantar el pie ante los ruegos de Gervasito. Gervasito se va llorando. Valjean se arrepiente muy pronto de su acto - ahí es donde Alexander dice que ganó su batalla final por la conversión - y corre a devolver la moneda, aunque sin éxito porque Gervasito ya ha desaparecido, lo cual sume a Valjean en una profunda tristeza pero establece su decisión de nunca más volver a delinquir. Alexander señala que si no fuera por el episodio en que Valjean intenta robar la moneda la historia que cuenta Victor Hugo no hubiera llamado su atención. El encuentro con el chico muestra que Hugo instintivamente comprendió la metamorfosis emocional y la dinámica del proceso en todos sus detalles. Es ahí cuando Valjean se da cuenta de cuan horrorosamente cruel es su comportamiento que sólo una hora antes le habría parecido de lo más normal y las palabras del obispo que certifican su conversión funcionan en él como una orden psosthipnótica En el

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en forma no violenta. De todos modos, la forma violenta también puede

producir el mismo efecto, como cuenta Lucio V. Mansilla acerca de cómo

su tío Rosas trató a un cuatrero, pero, generalmente, según se ha visto y

denunciado (especialmente por Erwing Goffman y Donald Clemmer,

sociólogos norteamericanos que se ocuparon de las consecuencias

psíquicas que deja el encierro en una Institución Total), produce el efecto

contrario, justamente porque la experiencia emocional no es correctiva

sino reforzadora de las actitudes que se pretenden corregir.

Aunque casos similares a los de Jean Valjean y Joe no abunden, son

ejemplos para entender que las actitudes de las personas pueden cambiar

en forma radical, dando giros copernicanos de actitud

Sin embargo, para muchas personas éstos son casos aislados,

ejemplos de actitudes atípicas o bien sólo posibles productos de mentes

románticas, tales como la de Victor Hugo. La idea de que quienes reiteran

una y otra vez sus delitos son incorregibles - a pesar de lo sostenido en

contrario por Concepción Arenal, quien los consideraba [aún] incorregidos -

es muy fuerte y está muy arraigada.

Dijo una vez Nils Christie que podría existir la imposibilidad del cambio

de actitud en «monstruos», pero inmediatamente agregó que, a través de

su extensa dedicación al mundo del delito, nunca encontró un solo

monstruo, es decir, un individuo absolutamente incorregible.

Una reflexión del filósofo y poeta alemán Johann-Wolfgang Goethe que

está pintada en la entrada del cordón de seguridad en una prisión

argentina - dice así: (cuadro 1)

«Si tomas a las personas por lo que son, las

harás peores de lo que son. Si las tomas por lo

ejemplo que presenta Milton Erickson ocurre lo mismo. Existe un efecto hipnótico en el bandido Joe debido a su enorme sorpresa ante las palabras eventualmente redentoras de Edye. ¿¡Cómo!? Él, el despreciable bandido, ¿podría llegar a pensarse siquiera como un posible caballero? El shock se produce en esta escena y la efectividad del mismo comienza cuando Edye cumple con su palabra de dejarse llevar al baile y seguir a su lado mientras esa conducta caballeresca esté presente.

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que pueden llegar a ser, las ayudarás a llegar

adonde deben ser llevadas».

Aplicado al ámbito penal, tratar a alguien como si fuera un

delincuente puede convertirse en una profecía autocumplida. Esta es la

esencia de la teoría del Etiquetamiento. Si se trata al delincuente como

delincuente, se lo convertirá en algo peor. Y si aquí se utiliza la palabra

«delincuente» sólo para las personas que, además de haber delinquido,

persisten en una actitud favorable al delito, se convertirá en delincuentes a

quienes no lo son aún. 2

¿A dónde nos lleva todo esto?

A intentar elaborar un sistema que, a pesar de todo lo desprestigiado

que está el conjunto re - resocialización, rehabilitación, readaptación,

recuperación, reinserción en la sociedad, reforma moral - , intente lograr,

mediante alguna experiencia emocional correctiva, cambios de actitud en

los ofensores. Después volveremos sobre este tema «re».

Si a esto unimos intentos serios de reparar a las víctimas, nos

acercamos a los postulados de la Justicia Restaurativa, si bien podremos

sostener algunas diferencias importantes.

2 Siguiendo lineamientos criminológico-críticos, como los señalados por los abolicionistas Louk Hulsman o Nils Christie, en vez de «delito» debería utilizarse la denominación «situación conflicitiva» y tanto el «delincuente» como la «víctima del delito» deberían considerarse, simplemente, «partes en conflicto». Estos autores proponen eliminar dichos términos porque definen categorías reificadas y, por lo tanto, son sostenedoras de lo que consideran un indeseable paradigma penal. Sin embargo, la terminología propuesta no está en vigencia, a punto tal que Christie debe utilizar la palabra «delito» hasta en el título de uno de sus últimos libros, que se denomina Una sensata cantidad de delito. Denominar «delincuente» sólo a quien, además de haber cometido un delito, persiste en su actitud delictiva propone desestigmatizar al evitar el uso de este término para quienes se han apartado de esta actitud, aunque hayan cometido hechos graves en el pasado. Por otra parte, no todos los delitos, entendidos como transgresiones a la ley penal vigente, son éticamente reprobables. El mismo Monseñor Myriel comete, obviamente, un delito al encubrir el hurto de Jean Valjean, pero es poco probable que alguien desee reprochárselo.

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Ante todo, cabe adelantar que el enfoque psicosocial que aquí

presentamos no se encuadra dentro del abolicionismo radical del sistema

penal, aunque sí dentro del abolicionismo carcelario.

Esto no significa estar enfrentados con el abolicionismo radical, pero

tampoco necesariamente compartirlo. La razón de ello está en una

distinción que nos parece válida, aunque no la hemos encontrado en casi

ningún autor penalista. Sólo en algunos escritos del criminólogo vasco

Antonio Beristain.

Efectivamente, los enfoques sobre la cuestión de la penalidad se han

polarizado en situaciones extremas, desde la defensa a ultranza del

castigo por motivos al menos preventivos y muchas veces puramente

retributivos hasta la idea de que el castigo además de inhumano y cruel es

inútil, y, por lo tanto, debería ser sustituido por otras formas de respuesta

a quienes han transgredido las leyes, es decir, los comúnmente

denominados delincuentes.

En el libro El delincuente en la democracia, específicamente en su

capítulo IV “Sanciones repersonalizadoras en el Derecho penal de mañana”

Antonio Beristain sostiene que “deben desaparecer los castigos y

actualizarse las sanciones”. Con ello introduce una distinción fundamental.

Considera que el castigo es siempre una pena, pero que no toda pena es

castigo.

«Castigo» es un término que reserva - y esto es muy importante para

comprender su pensamiento - solamente para la pena que busca

exclusivamente o, al menos, primordialmente causar sufrimiento o daño a

quien la recibe. Puede ser desproporcionada al hecho que se castiga como

en la denominada «venganza» o bien proporcional al hecho como en la

respuesta taliónica, que cuando la ejerce una autoridad es comúnmente

denominada «justicia», pero su objetivo es siempre vindicativo. En cambio

la sanción repersonalizadora, que es también una pena, persigue el

objetivo opuesto con respecto a quien la recibe.

En el ámbito educacional, Jean Piaget estableció una clara distinción

entre sanciones por expiación y sanciones por reciprocidad. Un ejemplo de

esto se da en el ámbito familiar cuando un padre aplica al hijo que se

insolentó con su madre una sanción de ayudarla durante una semana a

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lavar los platos en vez de dejarlo sin televisión o prohibirle una salida con

amigos. En el ámbito escolar, sancionar a quien ensució una pared con

grafitis a limpiar todas las paredes sucias de grafitis de la escuela, en vez

de cargarlo con amonestaciones o suspensiones o privarlo de participar en

una contienda deportiva.

Con un optimismo que quizás podamos considerar excesivo, Beristain

considera que en el futuro las sanciones repersonalizadoras sustituirán al

castigo.

Así, esta postura beristense, que compartimos, no es partidaria de la

abolición del sistema penal pero sí del sistema punitivo. Introduciendo un

neologismo, señalamos que no deseamos la impunidad ante un hecho

delictivo pero sí la «impunitividad».

Esto nos hace partidarios de un derecho penal no punitivo.

¿Cómo se aplica esto a la pena privativa de la

libertad?

Tomando esta distinción en cuenta, la pregunta que deviene es ¿la

pena privativa de libertad es «castigo» o es «sanción repersonalizadora»?

Aunque Beristain no la excluye totalmente, es obvio que, a pesar de que se

intentó siempre que fuera repersonalizadora, esta pena ha sido, en

general, más bien despersonalizadora, ha fracasado como incentivo al

cambio positivo de actitud - en general se ha constituido en incentivo al

cambio negativo, es decir, ha acentuado la propensión a delinquir - y, al no

poder justificarse ya su objetivo resocializador, para quienes no desean

admitir que sólo se justifica como castigo se ha justificado básicamente

como finalidad cautelar.

Sin embargo, hoy - en realidad, desde hace unos cincuenta años - se

ha tornado también obsoleta en este último sentido, ya que el acceso a la

utilización de elementos telemáticos ha posibilitado el reemplazo del

encierro entre muros y rejas por un encierro virtual, utilizando la

denominada «cárcel electrónica» que se describe muy bien en el libro que

tiene ese nombre del jurista español Faustino Gudín Rodríguez-Magariños.

Aun así, como todos sabemos, siempre queda en pie la pregunta

«¿qué debe hacerse con quienes cometen delitos?».

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Aquí es donde creemos que podemos, a riesgo de entrar en terreno de

arenas movedizas, construir una respuesta al delito que contemple la

repersonalización del ofensor pero además - y fundamentalmente - la

reparación a la víctima del delito y, eventualmente, la reparación a la

sociedad.

Conectándonos ahora nuevamente con la Justicia Restaurativa,

creemos que esa pena repersonalizadora que reclama Antonio Beristain

equivale a pena reparativa.

Porque si alguien comete un hecho delictivo que conlleva un daño, no

cabe pensar en una repersonalización sin que dicha persona intente en la

medida de sus posibilidades reparar ese daño. Así, repersonalización

implica reparación. Y, por otra parte, ¿qué puede haber más

repersonalizador que un auténtico y serio intento de reparar? De modo

que reparación implica repersonalización. Entonces si una pena

repersonalizadora implica reparación y una pena reparativia implica

repersonalización, podemos legítimamente considerar que pena

repersonalizadora y pena reparativa son sinónimos.

La Prisión Virtual Restaurativa (o sistema PVR)

Esto lleva a considerar que una respuesta al delito que concuerda con

los principios de la Justicia Restaurativa bien podría consistir

primordialmente en permutar la pena de encierro en una institución total

por un trabajo reparativo o comunitario en libertad vigilada, otorgable a

toda persona a quien se presuma capaz de ser vigilada eficazmente por un

seguimiento personalizado muy estricto, complementado si fuera

necesario por medios telemáticos de control.

El trabajo, aun cuando su severidad y duración fueran impuestas por

una sentencia, debería ser en lo posible consensuado con los ofensores en

su tipo, intentándose así que sea realmente útil y su producto pudiera ser

destinado a indemnizar directamente a las víctimas o indirectamente a

través de un fondo indemnizatorio.

En resumen, creemos que el autor de un delito debe pagar por el

daño que causó, pero en una moneda drásticamente diferente a la que hoy

se está utilizando, al menos la utilizada como respuesta a delitos

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considerados de mediana y alta gravedad. No con sufrimiento

improductivo sino con un gesto oblativo – acuñamos un segundo

neologismo, la oblatividad - es decir, otorgar a la víctima y/o a la

sociedad ofendida por su acción algo valioso, útil y que ha sido penoso

porque le ha costado un esfuerzo. La regulación de este esfuerzo puede

ser severa, aun si se quisiera o considerara necesario, más severa que el

encierro, pero esta severidad ya sería tema de debate de otro capítulo.

Aquí, simplemente deseamos impulsar un cambio en la modalidad. De lo

meramente expiatorio a lo oblativo, recordando la frase del jurista alemán

Claus Roxin, que menciona el efecto de satisfacción en la sociedad y en la

misma conciencia jurídica, que requiere que ante un hecho delictivo el

autor haga lo suficiente como para que se dé por finalizado su conflicto

con la víctima y con la sociedad. Hoy, ante la pena de encierro, la víctima

y la sociedad raramente dan por finalizado el conflicto y, ¿no será ello

justamente porque el autor del delito, aunque sufrió y cumplió la condena,

no hizo nada concreto para reparar el daño cometido?

Por último, para completar nuestra construcción alternativa de una

respuesta penal no punitiva, consideramos que, si bien hasta ahora han

fracasado casi todos los intentos de rehabilitación, al menos de acuerdo

con el famoso concepto de «nothing works» que se estableció a partir del

trabajo de 1974 de Robert Martinson, puede intentarse algo novedoso si se

combina con los procedimientos anteriores.

Pensamos, por ejemplo, en un incentivo al cambio positivo de actitud

mediante reuniones grupales de autoayuda, al estilo de AA o comunidades

terapéuticas de drogadicción, en las cuales los veteranos ayudan a los

novatos, cumpliéndose el ciclo de pasar de recuperable a recuperado y de

recuperado a recuperador.

Este paso conforma con los anteriores una trilogía que constituye lo

que hemos denominado el sistema PVR, cuyas siglas indican Prisión Virtual

Restaurativa. La analizaremos sobre este cuadro: 3

3 Hablamos de sistema PVR, que podría ser esquema PVR, modelo PVR, régimen PVR, etc. y no de Prisión Virtual Restaurativa, porque una crítica contundente ha sido que seguimos hablando de prisión. Ya que para los «manoduristas» una prisión virtual no es prisión y para que los abolicionistas a quienes el nombre «prisión» les hace ruido, no se escandalicen, un poco en broma y un poco en serio, advertimos que PVR, siglas de Prisión Virtual Restaurativa, también pueden ser siglas de Programa Victima-Reparación, Pena con Visión Repersonalizadora,

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Aquí es donde puede aparecer una diferencia con la idea restaurativa-

abolicionista porque aparece el término «pena». Si bien podremos

recalcar mil y una veces que no nos referimos al castigo, es decir, a la

pena meramente aflictiva, sino a una pena reparativa, sostenemos que la

reparación en sí misma debe ser una pena. ¿Por qué? Por la sencilla razón

de que, por razones disuasivas o retributivas (personalmente compartimos

las primeras pero no las segundas, aun cuando podamos admitir una cuota

de retribución en el sistema restaurativo siempre que no sea la lo

primordial), para delitos considerados graves o aberrantes la pena será

siempre exigible. Y si, como aduce Claus Roxin, la reparación no es una

pena, sino sólo una “tercera vía” del sistema penal, junto con las penas y

las medidas de seguridad, entonces queda espacio para seguir aplicando

una pena paralela y es justamente lo que deseamos evitar.

Plan con Variante Resocializadora o Paradigma Vigente Reformado y, si se aplicara a ciertas formas restaurativas de Justicia Transicional, podría ser Preocupación por la Verdad y la Reconciliación, para los escépticos un simple Proyecto de Valor Relativo y para los partidarios de seguir con la cárcel a toda costa, una Propuesta Visceralmente Rechazada. Pero, hablando más en serio, sostenemos que la idea del sistema PVR es introducir un cambio radical en la actual respuesta al delito, que evite la estigmatización de los ofensores, permita que reparen a las víctimas e incentive un cambio en la actitud que los llevó a cometer el hecho condenado. Si esto se puede conseguir de forma alternativa ¡bienvenido! El sistema PVR acepta y agradece toda variante que pueda aportarse y esto incluye, desde ya, también un eventual cambio en su denominación.

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En cuanto al tema «re» - resocialización, readaptación, reinserción,

rehabilitación, reeducación, repersonalización -, sabemos que es muy

controvertido.

Al respecto mostraremos dentro de una tipología que estableció el

criminólogo crítico Stanley Cohen, fallecido este año:

Para los conservadores de la ley y el orden el mensaje era: “no se

puede cambiar a los delincuentes, sólo se debe proteger a la sociedad con

castigos severos, prevención e incapacitación”: Para los liberales

sentimentales y criminólogos tecnócratas: “la resocialización de verdad

nunca se ha intentado en forma adecuada; si las técnicas actuales no

funcionan, deberíamos concebir otras”. Para los liberales inflexibles: “se

debe desconfiar de la benevolencia; abandonemos la resocialización y

sustituyámosla por objetivos menos ambiciosos”. Para los libertarios

civiles y centros de justicia: “el tratamiento es un ataque a los derechos

humanos, una extensión del Estado terapéutico y una violación de las

normas de justicia y proporcionalidad”. Para los marxistas: “el

tratamiento, obviamente, no funciona porque sólo es un instrumento

ideológico que permite concentrarse en el individuo, mistificando la

conexión con la estructura socio-económica”. Para Foucault y otros

teóricos similares: “la simple idea de que el tratamiento «funcione» es

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absurda; este sólo es otro anillo en la espiral de poder, saber y

clasificación”. El tratamiento grupal que integra el sistema PVR se

encuadraría en la segunda postura y colisiona con las restantes y, por ello,

su método, a pesar de que se acepte sin mayores objeciones en casos de

adicciones, es comprensible que se preste, como tratamiento de quienes

han delinquido, a críticas contundentes.

Y ahora, volviendo a recordar a Jean Valjean, a Joe y el concepto de

experiencia emocional correctiva, sostenemos que El sistema PVR se

encuadra en el renglón de los liberales sentimentales, aun diferente de los

criminólogos tecnócratas, ya que, a diferencia de éstos, no priorizan

dictados de leyes o estatutos - tales los intentos reformistas introducidos

por Julio Aparicio y su equipo con la Ley 24660 o con la Metodología

Pedagógica Resocializadora - porque pretende, como Concepción Arenal,

manejar la premisa de que no existen incorregibles sino incorregidos y, a

partir de ello, confiar en llegar a tocar y conmover el corazón de los

hombres, aun de los más empedernidos.

En el caso del sistema PVR, se sigue la idea de Victor Hugo, en Los

Miserables, de convertir a Jean Valjean de delincuente en santo. Para los

investigadores del Mental Research Institute de Palo Alto, California, su

Teoría del Cambio menciona que para que un cambio sea efectivo debe ser

de 180º, no meramente de 90. Utilizando un tercer neologismo, a este

giro copernicano en la actitud delictiva lo hemos denominado, en honor a

Victor Hugo y a su héroe, «valjeanización».

Y creemos que podría lograrse mediante una experiencia emocional

correctiva, que proponemos a través del método no violento de etiquetar

«al revés». En vez de decirle al ofensor: “eres un delincuente”, le diremos

- como Edye a Joe - “puedes ser un caballero”. AA nos enseña cómo

hacerlo, pero se puede ir más lejos aún, convirtiendo a los grupos de

autoayuda en ONGs con el propósito de contribuir por métodos pacíficos y

no delictivos a construir un mundo más justo. Pero esto lo podemos dejar,

si interesa, para las preguntas.

Evaluación del sistema PVR

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Aun cuando el sistema PVR pudiera sufrir críticas - y, de hecho, las

sufre constantemente cuando es sostenido sin una larga y pausada

introducción - tanto desde las posturas conservadoras y «manoduristas»

como del arco crítico garantista, ha sido sometido en una investigación de

valor preliminar y cuya profundización recomendamos y para ello

solicitamos ayuda de investigadores especialistas (quizás entre los

presentes haya alguno a quien el tema le interese) y ha arrojado

resultados relativamente sorprendentes. Veamos esto en el cuadro

siguiente:

La evaluación del sistema se hizo a través de diez características con

tres opciones: positiva, neutra y negativa. Por ejemplo: es justo, no sé,

es injusto; es menos estigmatizante que la prisión tradicional, no sé, es

más estigmatizante que la prisión tradicional; con su aplicación

disminuirán los delitos, no sé, con su aplicación aumentarán los delitos;

etc.

La combinación de las respuestas positivas, neutras y negativas, a

través de una sencilla fórmula algebraica, arroja resultados en los

promedios que serían de100 si todas las respuestas fueran positivas, de 50

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si fueran todas neutras y de 0 si fueran todas negativas. Todo resultado

por arriba de 50 implica que hubo en promedio para ese ítem más

respuestas positivas que negativas y viceversa.

Así, puede verse que se llega a un promedio general de 67, pero hay

valores más altos para los ítems que evalúa el sistema PVR como justo,

que posibilita mayores posibilidades de rehabilitación y, especialmente,

produce menor estigmatización que el sistema carcelario actual. Que es

suficientemente satisfactorio para la sociedad, que esperar un cambio en

la actitud delictiva de los que acceden a este tratamiento es más realista

que utópico y que su aplicación se traducirá en disminución de delitos

vienen a continuación. En cambio, los ítems seguridad, disuasión,

satisfacción de las víctimas y, fundamentalmente, menor costo que la

prisión tradicional, si bien todos superan en promedio los 50 puntos, son

los ítems más críticos.

Si bien, entonces, los elementos del sistema PVR han sido más

aceptados que rechazados, aun con un predominio de dudas, no puede

decirse, de confirmarse estas conclusiones preliminares, que el sistema

deba ser irremediablemente descartado y es ésa la razón por la que se

muestra en estas Jornadas.

Sin embargo, una cosa es la aceptación teórica del sistema y otra es

la posibilidad de su implementación. Al respecto mostramos el siguiente

cuadro:

Vemos que el sistema es aceptado como conveniente hasta para la

Argentina y muy ampliamente aceptado como conveniente, al menos para

ser implementado en otros países. Cuando pasamos a factibilidad la

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aceptabilidad baja, pero sigue siendo más positiva que negativa. Pero

cuando se pregunta por la conveniencia y, más aún, por la factibilidad real

de su implementación, hay un amplio predominio de la idea de no

implementar el sistema ahora sino «más adelante». Es decir, tenemos un

generoso pagaré, pero sin fecha.

El miedo al cambio

La pregunta que surge ahora es ¿por qué, si existe un rechazo

generalizado al resultado que se obtiene con la pena de encierro, pareciera

existir un cierto temor o resquemor en decidirse de una vez por todas en

sustituirla por una pena más racional? 4

Acerca de esto proponemos una investigación que no pudo dilucidarse

en la encuesta preliminar, aunque en conversaciones apoyadas en una

guía de preguntas abiertas que se hicieron previamente a la mayoría de

los encuestados, aparecen algunas conclusiones cualitativas que muestran

que no es tanto la retribución ni la seguridad de la población (inocuización

de los ofensores y prevención especial y general negativas) lo que frena la

desaparición de las prisiones. Es, más bien, lo que ya el sociólogo francés

Émile Durkheim señalara a fines del siglo XIX y puede encuadrarse dentro

de la prevención general positiva.

En efecto, Durkheim sostiene que “[la pena] no deja de desempeñar

un papel útil. Sólo que ese papel no lo desempeña allí donde de ordinario

se ve. No sirve, o sirve muy secundariamente, para corregir al culpable o

para intimidar a sus posibles imitadores; desde este doble punto de vista,

su eficacia es, justamente, dudosa y, en todo caso, mediocre. Su

verdadera función es mantener intacta la cohesión social, conservando en

toda su vitalidad la conciencia común”.

4 Esa actitud de desear el cambio pero, ante la menor dificultad, diferir cualquier acción tendiente a lograrlo, recuerda el chiste del extranjero que llega a Buenos Aires y pregunta a su amigo argentino qué puede comer en un restaurante. El amigo le dice que aquí hay muy buena carne y le recomienda que pida un bife de lomo. El extranjero, que no habla castellano, pide «bife de lomo», lo obtiene sin dificultad y repite su visita al mismo restaurante un par de veces, hasta que decide cambiar el menú y el amigo argentino le recomienda que pida pastas, por ejemplo, ñoquis. El extranjero pide ñoquis, pero esta vez el mozo le pregunta si los quiere con manteca o con salsa de tomates. El extranjero repite «ñoquis», el mozo repite su pregunta y así sucesivamente hasta que el extranjero se resigna y pide «¡bife de lomo!».

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Así, no es tanto el miedo a la impunidad o al peligro de reincidencia o

a la imitación por parte de otros de la conducta delictiva lo que puede

mantener indefinidamente las cárceles. Es, más bien, el concepto de que

una persona que ha delinquido - y mucho más si su delito fue grave o

aberrante - no puede estar circulando entre nosotros.

Por una parte, porque las víctimas de delitos con daño irreversible sólo

pueden satisfacerse con una pena que aísle y estigmatice al autor de dicho

daño. 5

Por otra parte, porque el «club» de los law-abiding - los que cumplen

con la Ley - no puede ni quiere ni debe readmitir nunca a dichas personas.

Esto último arranca en las ya mencionadas consideraciones de

Durkheim y, al respecto, también podemos citar al criminólogo italiano

Francesco Carnelutti, quien observa el fenómeno como una reprobación a

quien se considera diferente del que no transgredió la ley, a punto tal que

se quiere negar la posibilidad de mantener a quien sí la transgredió

incluido en la sociedad o que alguna vez regrese a ella: “Éste que así

piensa no recuerda, cuando siente así, la parábola del publicano y del

fariseo y no sospecha que su mentalidad es propiamente la del fariseo: yo

no soy como éste”.

Y Antonio Beristain cree que muchos integrantes de la sociedad law-

abiding razonan “Yo cumplo con la ley. ¿Por qué no puedo decir que soy

mejor que un delincuente?” Y que acentúan aún más la diferencia al

contemplar el estigma que la prisión produce por su mismas cualidades:

“No como aquel «majadero» que mal duerme con otros tres o cuatro

presos (y docenas de ratas) en una minicelda carcelaria”. 6

5 En una disertación se expuso una idea que nos parece muy interesante: “las víctimas necesitan ser reinvidicadas. Pero como el Estado no hace nada por ellas- o hace muy poco - sus necesidades reivindicativas se convierten en actitudes vindicativas”. El corolario sería que si el estado se ocupara de repararlas, estas actitudes vindicativas desaparecerían o se reducirían significativamente. Sería muy importante verificar a través de nuevas encuestas si realmente esto es así. 6 Aquí podría plantearse qué es verdaderamente más rechazado en nuestra sociedad, ¿el autor de un delito o quien estuvo en la cárcel? Pensemos en un autor de un delito que en la actualidad recibe, de comprobarse, una pena de diez años de prisión. Supongamos, además, que todos saben que fue culpable, pero que, por la habilidad de sus abogados o por haber sobornado a los jueces, logró eludir el encierro. En cambio, otro individuo, totalmente inocente y del que todos saben que lo es, fue injustamente condenado por ese mismo delito y estuvo diez años encarcelado. Cuando sale de la prisión ¿quién está más estigmatizado en

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Sería muy útil continuar con la investigación iniciada - ampliando y

aleatorizando más la muestra y readaptando los cuestionarios - para

evaluar el alcance y la firmeza que pudieran tener estas objeciones, tanto

entre especialistas y operadores del sistema penal actual como de la

población en general.

Ineficacia de los cambios parciales

Finalmente, como apéndice, esta exposición intentará ahora contestar

a quienes han sugerido que no se abarque tan integralmente el tema y se

comience a avanzar paulatinamente.

¿Por qué se deben tratar conjuntamente temas disímiles como la

libertad vigilada, la reparación a las víctimas y la resocialización? Uno

parecería ser un tema de índole técnica, el otro de índole ética y el tercero

de índole social.

La respuesta la veremos en el siguiente cuadro:

Así vemos que cualquier intento de parcializar la propuesta lleva,

entonces, a dejar el problema irresuelto y es por ello, quizás, que aun no

se ha llegado al resultado deseado. Ya lo había advertido Antonio

Beristain, que en su artículo “La cárcel como factor de configuración

nuestra hipócrita sociedad? El primero o el segundo. Pensamos que es muy probable que lo sea el segundo.

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social”, sostuvo que “quien desee resolver algún problema penitenciario

debe empezar cayendo en cuenta de la interdependencia entre todas las

partes del sistema. No se puede quitar la fiebre de un brazo o de una

pierna. Hay que combatir la fiebre en todo el cuerpo”.

Tampoco con ello pretendemos instalar la idea de que tomando en

conjunto estas propuestas de reforma se obtenga el éxito deseado, pero

creemos que debería intentarse lograrlo por esta vía.

¿Cómo debe ser la implementación de un sistema

PVR?

¿Paulatinamente? ¿De golpe?

La criminóloga canadiense Ruth Morris ya advirtió que si no se avanza

decididamente en este terreno, la introducción tímida y paulatina de

nuevas ideas - liviandad teórica, - genera anticuerpos y trae “aguas

oceánicas de revancha”. Sin embargo, está claro que no es posible una

implementación repentina de este gran cambio integral. Quizás lo sensato

sería - en caso de que estuviéramos convencidos de que este sistema o

alguna variante similar fueran efectivos - trabajar para cambiar cuanto

antes el actual paradigma de respuesta al delito y lograrlo de golpe en el

ámbito académico y enseguida difundirlo para cambiar el imaginario

colectivo, aun cuando su implementación fuera paulatina, cautelosa y

sujeta a pruebas piloto y eventuales correcciones en los procedimientos.

Conclusión

En resumen, vemos el panorama así, donde hemos utilizado tres

neologismos: impunitividad, oblatividad y valjeanización:

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De todos modos, haber traído aquí el tema no pretende convencer,

sino instalar un debate.

En efecto, porque abogar hoy por la reconversión de la pena privativa

de libertad provoca no sólo rechazos entre sus sostenedores sino

escepticismo entre sus críticos. Al respecto, es ilustrativa la reflexión

comparativa que introduce el penalista argentino Matías Bailone, tomando

como modelo la historia mitológica de Casandra, hija de Príamo de Troya,

quien en repetidas ocasiones anunció la destrucción de la ciudad. Nadie le

creyó. ¿Por qué? Porque años atrás, Casandra, pretendida por Apolo, en un

acto de galantería recibió de éste el don de la clarividencia pero, luego,

ante su rechazo al pretendiente, le fue quitado el don de la persuasión. De

este modo, vivió condenada a que sus vaticinios no fueran creídos o

tomados en serio. Quienes anticipan hoy la debacle del Sistema Penal,

abogan por suprimir la pena privativa de libertad y auguran un cambio

basado en políticas no punitivas o punitivas diferentes, sufren el mismo

desdén que la pobre Casandra, maldecida por su amante. Vaticinan que

“el caballo de madera tiene soldados dentro, que luego destruirán Troya,

pero nadie escucha sus oráculos porque mediáticamente es más atractivo

el discurso vindicativo de nulo contenido racional que el republicanismo

garantista de nuestra Constitución Nacional”, aunque cada día sea más

obvio que sus resultados son contraproducentes.

Con el mismo problema de Casandra, es probable que la idea de

implementar la Prisión Virtual Restaurativa - o una variante similar - no

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tenga éxito, al menos inmediato, pero cabe esperar que sirva para

estimular una mirada diferente, más cercana a lo paradojal y a lo drástico,

sobre el problema que por ahora podrá permanecer irresuelto, pero,

quizás, más atendido.

Si no se puede persuadir, al menos puede intentarse hacer pensar.

Pero, además, aun con todas estas trabas y encarando todos estos

prejuicios, el auge de la delincuencia indica que ni los académicos, ni los

juristas ni los políticos deben bajar los brazos ni rendirse ante la

adversidad.

Más bien, encontrar y establecer penas alternativas adecuadas para

lograr la disuasión de delinquir, así como la toma de recaudos para que el

control de las personas extramuros sea eficaz, debe tomarse como el gran

desafío que enfrenta el Sistema Penal en los umbrales del siglo XXI.

Mientras ello no se logre, las prisiones perdurarán, los ofensores

empeorarán en ellas, sus familias seguirán destruyéndose, las víctimas

sólo tendrán el macabro consuelo de una justicia vindicativa y la sociedad

sufrirá más inseguridad y más violencia.

(*) Disertación en las Primeras Jornadas de Justicia Restaurativa. Ideas y posibilidades en la Universidad de Palermo, buenos Aires, Argentina, el 29 de octubre de 2013(º) Dr. en Psicología Social. Tesis doctoral: “Crisis de la pena privativa de Libertad”