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34 LA GACETA Lunes, 8 de agosto de 2011 -Con la bendición de la Iglesia... -De hecho, el título o argu- mento de los reyes era la bula por la que Alejandro VI les donaba los territo- rios a cambio de que se evangelizara y culturizara a sus habitantes. El prime- ro que reacciona contra ese título es el dominico Francisco de Vitoria (1492-1546), quien dice que el argumento es el derecho internacional que permite a cualquier país viajar por el mundo y man- tener intercambios. -¿Qué hay de malo en que los laicistas pretendan que España se separe de esa Iglesia que parece haberla tutelado? -Que no se puede ser uno mismo si quitamos las raí- ces cristianas. La gran tra- gedia de la historia con- temporánea de España es intentar acabar con sus raíces. Sin ellas, no eres Cultura_ “Sin sus raíces cristianas, España no sería nada más que un pueblo nómada” El historiador y teólogo publica en Homolegens una obra “para comprender cuestiones controvertidas” del pasado “Pedir perdón es imprescindible para un cristiano” Santiago Mata. Madrid Nacido en San Fernando (Cádiz) en 1955, José Car- los Martín de la Hoz es teólogo e historiador. Miembro de las Acade- mias de Historia Eclesiás- tica de Sevilla y Valencia, acaba de publicar Historia y leyendas de la Iglesia (Homolegens). -¿Con qué criterio ha ele- gido los temas? -Son cuestiones de histo- ria de la Iglesia que han sido tergiversadas o defor- madas. Ver lo que dicen sobre ellas los documentos permite pasar de la leyen- da al hecho. Son cuestio- nes controvertidas de las que se habla en la calle. -En América, ¿la acción de la Iglesia y la de Espa- ña se confunden? -Hasta 1648, el interés de la Corona era el mismo que el de la Iglesia. A par- tir de entonces el fin del Estado es el bienestar del individuo, pero hasta entonces ese fin coincidía con el de la Iglesia: facili- tar que las almas alcanza- ran la salvación. No eran fines mezclados, sino que era el mismo. dignidad de la persona humana. Esas raíces son muy positivas y, si no fuera por ese fondo cristiano, la colonización de la Améri- ca española se habría hecho, como en el norte, al grito de que el mejor indio es el indio muerto. -¿No puede llevar eso a un orgullo contraprodu- cente? -Los españoles del siglo XVI eran hombres de fe fuerte, con una conciencia de superioridad, pero también conscientes de sus debilidades. Entre los soldados de a pie había mucho aventurero y segundón sin opciones que se lanzaba en busca de una nueva vida, pero tam- bién había unas clases dirigentes, obispos, magis- trados, escogidos entre lo mejor, precisamente para contrarrestar esas debili- dades. El problema de la coherencia siempre estará ahí. -¿Por qué esa resistencia cuando Juan Pablo II quiso pedir perdón? -Algunos exigen que pidan perdón los demás. La expli- cación es que la Iglesia per- manece. Pasan los siglos y los otros dejan de existir, pero la Iglesia sigue siendo la misma. Es importante pedir perdón porque si un cristiano no rectifica cada noche en su examen de conciencia, y periódica- mente en la confesión, podría alejarse del objeti- vo que le ha marcado Dios en el bautismo, que es la santidad. ‘Auto de fe en Madrid’, por Francisco Ricci (1683). nada, eres un pueblo nómada. -¿Qué hacer entonces? -Intentar entenderlas, valorarlas. La Iglesia fue la primera en elaborar una legislación mundial que se hace cargo de los enfer- mos, los niños, las emba- razadas, que protege la “Estado e Iglesia compartían el mismo fin” “Los españoles eran orgullosos pero conocían sus debilidades” La Inquisición es, según Martín de la Hoz, “un error que hace siglos está rectificado”, pero permanece “la mentalidad inquisitorial en algunas personas de la Iglesia y, sobre todo, en otras muchas de fuera de la Iglesia, a las que se les ha metido la idea de juz- gar a los demás por lo que piensan. Esa mentalidad puede disturbar la convivencia pacífica en una so- ciedad democrática: nadie debe ser juzgado por sus ideas”. Con este libro pretende “meterse en el por qué actuaron así en el pasado y evitar el anacronis- mo de juzgarles desde nuestra mentalidad”. LA INQUISICIÓN “No debemos juzgar desde nuestra mentalidad de hoy” José C. Martín de la Hoz, autor de ‘Historia y leyendas de la Iglesia’ La voz de Enrique Andrés Hay que tener un oído muy fino y entre- nado para escuchar a estas alturas las voces antiguas, esas que sonaron en las vidas de gentes muy antiguas también y cuyos ecos sólo resuenan ahora en los desabrigados páramos de la memoria. Gerardo Diego decía que eran las voces de Jeremías como pedrisco en tejas y las de Daniel como zumbido de abejas y rugir de leones; como olas rompientes en asaltos de rocas las de Habacuc. Pero ¿cómo es la voz que atruena entre los montes antiguos y los collados eternos que ha escuchado Enrique Andrés? Es la suya –dirá el poeta– bien distinta, bien compleja, bien cambiante, bien límpida, bien ronca. Así es su voz. Porque sobre el soberbio libro de Enrique Andrés (Los montes antiguos, los collados eternos ) se yergue una voz poderosa que ya no suena, pues ha sido silenciada por el estruendo de los esca- parates y bolinches de la modernidad, y por el diente roedor del tiempo, pero que da cuenta de un mundo verdadero que apenas emite señales y que el autor se propone redimir con ese pan de resu- rrección que es la insolente memoria. Y por eso esa voz suena como un viento de invierno que se cierne con la tarde y ruge, como mantra aniquilador, y muer- de, y escarba las galerías de nuestra con- ciencia y nos huella el alma; porque expolio de la realidad es y pavana del desasosiego. De un hondo desasosiego que nos recuerda que un día, antaño, se urdió un paraíso colectivo que galvani- zó las vidas de unas gentes que resolvie- ron conjurarse contra la mordedura del tiempo y la improbable esperanza. Y luego están los rostros de esas gen- tes, claro, los rostros concretos, esos que persiguieron la gloria más alta devanando su suerte en el laberinto del vivir, sostenido apenas por un manojo de esperanzas. Historias mínimas, desde luego, pero de un espesor admi- rable, portadoras de ese exceso de rea- lidad del que hablaba Eliot, cuyas pesas y medidas ya ninguno comprendería y que remiten a un pequeño lugar en una España que ya no existe. Un mundo que sigue hablando por los codos en estos relatos prodigiosos que anudan sueños y derrotas, contentos y espantos, y que refieren cómo esos cántaros de sueños se cascaron y derramaron adentrándo- se en el alma la melancolía del vivir y la perfecta conciencia de la sombra que somos. Alejandro S. Peinado

José C. Martín de la Hoz, autor de ‘Historia y … ellas los documentos permite pasar de la leyen-da al hecho. Son cuestio - nes controvertidas de las que se habla en la calle.-En

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34 la GaCETa Lunes, 8 de agosto de 2011

-Con la bendición de la Iglesia...-De hecho, el título o argu-mento de los reyes era la bula por la que alejandro VI les donaba los territo-rios a cambio de que se evangelizara y culturizara a sus habitantes. El prime-ro que reacciona contra

ese título es el dominico Francisco de Vitoria (1492-1546), quien dice que el argumento es el derecho internacional que permite a cualquier país viajar por el mundo y man-tener intercambios.-¿Qué hay de malo en que los laicistas pretendan

que España se separe de esa Iglesia que parece haberla tutelado?-Que no se puede ser uno mismo si quitamos las raí-ces cristianas. la gran tra-gedia de la historia con-temporánea de España es intentar acabar con sus raíces. Sin ellas, no eres

Cultura_

“Sin sus raíces cristianas, España no sería nada más que un pueblo nómada”El historiador y teólogo publica en Homolegens una obra “para comprender cuestiones controvertidas” del pasado ● “Pedir perdón es imprescindible para un cristiano”Santiago Mata. MadridNacido en San Fernando (Cádiz) en 1955, José Car-los Martín de la Hoz es teólogo e historiador. Miembro de las acade-mias de Historia Eclesiás-tica de Sevilla y Valencia, acaba de publicar Historia y leyendas de la Iglesia (Homolegens).-¿Con qué criterio ha ele-gido los temas?-Son cuestiones de histo-ria de la Iglesia que han sido tergiversadas o defor-madas. Ver lo que dicen sobre ellas los documentos permite pasar de la leyen-

da al hecho. Son cuestio-nes controvertidas de las que se habla en la calle.-En América, ¿la acción de la Iglesia y la de Espa-ña se confunden?-Hasta 1648, el interés de la Corona era el mismo que el de la Iglesia. a par-tir de entonces el fin del Estado es el bienestar del individuo, pero hasta entonces ese fin coincidía con el de la Iglesia: facili-tar que las almas alcanza-ran la salvación. No eran fines mezclados, sino que era el mismo.

dignidad de la persona humana. Esas raíces son muy positivas y, si no fuera por ese fondo cristiano, la colonización de la améri-ca española se habría hecho, como en el norte, al grito de que el mejor indio es el indio muerto.-¿No puede llevar eso a un orgullo contraprodu-cente?-los españoles del siglo XVI eran hombres de fe fuerte, con una conciencia de superioridad, pero también conscientes de sus debilidades. Entre los soldados de a pie había mucho aventurero y segundón sin opciones que se lanzaba en busca de una nueva vida, pero tam-bién había unas clases dirigentes, obispos, magis-trados, escogidos entre lo mejor, precisamente para contrarrestar esas debili-

dades. El problema de la coherencia siempre estará ahí.-¿Por qué esa resistencia cuando Juan Pablo II quiso pedir perdón?-algunos exigen que pidan perdón los demás. la expli-cación es que la Iglesia per-manece. Pasan los siglos y los otros dejan de existir, pero la Iglesia sigue siendo la misma. Es importante pedir perdón porque si un cristiano no rectifica cada noche en su examen de conciencia, y periódica-mente en la confesión, podría alejarse del objeti-vo que le ha marcado Dios en el bautismo, que es la santidad.

‘Auto de fe en Madrid’, por Francisco Ricci (1683).

nada, eres un pueblo nómada.-¿Qué hacer entonces?-Intentar entenderlas, valorarlas. la Iglesia fue la primera en elaborar una legislación mundial que se hace cargo de los enfer-mos, los niños, las emba-razadas, que protege la

“Estado e Iglesia compartían el mismo fin”

“los españoles eran orgullosos pero conocían sus debilidades”

La Inquisición es, según Martín de la Hoz, “un error que hace siglos está rectificado”, pero permanece “la mentalidad inquisitorial en algunas personas de la Iglesia y, sobre todo, en otras muchas de fuera de la Iglesia, a las que se les ha metido la idea de juz-gar a los demás por lo que piensan. Esa mentalidad puede disturbar la convivencia pacífica en una so-ciedad democrática: nadie debe ser juzgado por sus ideas”. Con este libro pretende “meterse en el por qué actuaron así en el pasado y evitar el anacronis-mo de juzgarles desde nuestra mentalidad”.

la inquiSiCión

“No debemos juzgar desde nuestra mentalidad de hoy”

José C. Martín de la Hoz, autor de ‘Historia y leyendas de la Iglesia’

La voz de Enrique Andrés

Hay que tener un oído muy fino y entre-nado para escuchar a estas alturas las voces antiguas, esas que sonaron en las vidas de gentes muy antiguas también y cuyos ecos sólo resuenan ahora en los desabrigados páramos de la memoria. Gerardo Diego decía que eran las voces de Jeremías como pedrisco en tejas y las de Daniel como zumbido de abejas y rugir de leones; como olas rompientes en asaltos de rocas las de Habacuc. Pero ¿cómo es la voz que atruena entre los montes antiguos y los collados eternos que ha escuchado Enrique andrés? Es la suya –dirá el poeta– bien distinta, bien compleja, bien cambiante, bien límpida, bien ronca. así es su voz. Porque sobre el soberbio libro de Enrique andrés (Los montes antiguos, los collados eternos) se yergue una voz

poderosa que ya no suena, pues ha sido silenciada por el estruendo de los esca-parates y bolinches de la modernidad, y por el diente roedor del tiempo, pero que da cuenta de un mundo verdadero que apenas emite señales y que el autor se propone redimir con ese pan de resu-rrección que es la insolente memoria. Y por eso esa voz suena como un viento de invierno que se cierne con la tarde y ruge, como mantra aniquilador, y muer-de, y escarba las galerías de nuestra con-ciencia y nos huella el alma; porque expolio de la realidad es y pavana del desasosiego. De un hondo desasosiego que nos recuerda que un día, antaño, se urdió un paraíso colectivo que galvani-zó las vidas de unas gentes que resolvie-ron conjurarse contra la mordedura del tiempo y la improbable esperanza.

Y luego están los rostros de esas gen-tes, claro, los rostros concretos, esos que persiguieron la gloria más alta devanando su suerte en el laberinto del vivir, sostenido apenas por un manojo de esperanzas. Historias mínimas, desde luego, pero de un espesor admi-rable, portadoras de ese exceso de rea-lidad del que hablaba Eliot, cuyas pesas y medidas ya ninguno comprendería y que remiten a un pequeño lugar en una España que ya no existe. Un mundo que sigue hablando por los codos en estos relatos prodigiosos que anudan sueños y derrotas, contentos y espantos, y que refieren cómo esos cántaros de sueños se cascaron y derramaron adentrándo-se en el alma la melancolía del vivir y la perfecta conciencia de la sombra que somos.

alejandro S. Peinado