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EL ESPÍRITU SANTO/JOSÉ LUIS SICRE

José Luis Sicre - El Espíritu Santo

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EL ESPÍRITU SANTO/JOSÉ LUIS SICRE

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1. En el Antiguo Testamento

Al hablar del Espíritu Santo es importante olvidarse de lo que

nos han enseñado desde niños. Nosotros acostumbramos verlo

como la tercera persona de la Santísima Trinidad, con lo cual lo

elevamos al rango más sublime que existe. Pero, después, no

sabemos qué hacer con él. Para la inmensa mayoría de los

cristianos actuales, el Espíritu Santo cuenta poquísimo. Su

mención incluso provoca en ciertas personas una sonrisa

extraña, como de algo reservado a monjas muy piadosas o a

grupos cristianos algo exóticos.

Por eso es preferible partir de lo que podían pensar aquellos

judíos a propósito del Espíritu Santo. Y lo primero que debemos

decir es que para ellos era una realidad misteriosa. Hay un

detalle lingüístico importante. Tanto en hebreo como en griego,

las dos lenguas fundamentales de los orígenes del cristianismo,

la palabra es la misma para indicar "espíritu" y "viento" (ruaj,

pneuma). El viento es una realidad misteriosa, que no se ve,

pero cuyos efectos son indiscutibles. Lo mismo ocurre con el

espíritu de Dios. Es algo que no se ve, pero cuyos efectos son

innegables.

Recorriendo el Antiguo Testamento, que es la base para hablar

del Espíritu Santo, se advierte que cumple funciones muy

distintas en cuatro ámbitos principales: el militar, el profético, el

de la sabiduría para gobernar y el de la renovación espiritual

del pueblo.

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El influjo del Espíritu en el ámbito militar lo encontramos sobre

todo en el libro de los Jueces. La situación que se describe es

siempre la de opresión del pueblo por parte de extranjeros

(sirios, madianitas, amonitas o filisteos). En esos momentos hace

falta una persona excepcionalmente valiente para enfrentarse a

los enemigos. Entonces, el Espíritu del Señor viene sobre

personajes como Otoniel, Gedeón, Jefté o Sansón, y salvan a su

pueblo. El libro de los Hechos no es un relato militar, pero

dejará claro el valor que el Espíritu infunde a los apóstoles y a

los primeros cristianos para predicar el evangelio.

El segundo ámbito de actuación del Espíritu es la profecía. La

situación es aquí mucho más compleja. Los primeros profetas

mostraban a veces un comportamiento extraño, de tipo extático,

que era atribuido al Espíritu de Dios (algo parecido a lo que

ocurría entre los griegos con la epilepsia). Hay un relato a

propósito de Saúl que resulta fundamental en esta línea. Cuando

Samuel unge a Saúl como rey de Israel, le indica una serie de

cosas que le ocurrirán, entre ellas la siguiente: "Al llegar al

pueblo (Loma de Dios) te toparás con un grupo de profetas que

baja del cerro en danza frenética, detrás de una banda de arpas

y cítaras, panderos y flautas. Te invadirá el espíritu del Señor,

te convertirás en otro hombre y te mezclarás en su danza" (1 Sm

10,5-6). Efectivamente, Saúl se encuentra con este grupo de

profetas y entonces "el espíritu de Dios invadió a Saúl y se puso

a danzar entre ellos" (v.10). Aquí advertimos que el espíritu

provoca reacciones extrañas, de tipo extático, entre quienes lo

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poseen. En ciertos ambientes, estas manifestaciones no gustaban,

y provocaron un opinión algo negativa sobre el Espíritu,

llegándose a equiparar al "hombre del espíritu" con un loco.

Quizá por eso, más tarde, la acción del Espíritu en los profetas

se vio en la línea de la palabra. El Espíritu de Dios es el que

habla a través de los profetas, el que les revela algo misterioso o

futuro. Esta idea la tenemos muy bien formulada en 2 Sm 23, un

oráculo de David: "El Espíritu del Señor habla por mí, su palabra

está en mi lengua" (v.2). O en el famoso texto de Isaías que se

aplicará Jesús en la sinagoga de Nazaret: "El Espíritu del Señor

está sobre mí, porque el Señor me ha ungido, me ha enviado

para dar la buena noticia a los que sufren..." (Is 61,1). Esta

acción del Espíritu en el profeta no se limita a la palabra, sino

que recoge también el elemento anterior de la valentía. De

hecho, en ciertas circunstancias hace falta mucho valor para

hablar. Así lo reconoce el profeta Miqueas. Cuando todos callan

o dicen cosas agradables, él se siente "lleno de valentía, de

Espíritu del Señor, de justicia, de fortaleza, para anunciar sus

crímenes a Jacob, sus pecados a Israel" (Miq 3,8).

El tercer ámbito de acción del Espíritu es el del gobierno,

concediendo la sabiduría global que necesita el gobernante. Es

un desarrollo de lo que se decía a propósito de los jueces.

Ahora no se trata sólo de salvar al pueblo, sino de gobernarlo

rectamente. Hablando del rey ideal, un texto del libro de Isaías

nos dice que "sobre él se posará el espíritu del Señor, espíritu

de prudencia y sabiduría, espíritu de consejo y valentía, espíritu

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de conocimiento y respeto del Señor" (Is 11,2). Pero hay otro

pasaje muy importante. Cuando Moisés se queja a Dios en el

desierto de que él solo no puede gobernar al pueblo, Dios le

dice que elija a setenta y dos ancianos de todas las tribus, y

añade: "Apartaré una parte del espíritu que posees y se lo

pasaré a ellos, para que se repartan contigo la carga del pueblo

y no la tengas que llevar tú solo" (Nm 11,17). Propiamente no se

habla del Espíritu de Dios, pero se sobreentiende que el espíritu

que tiene Moisés, y del que participarán esos hombres, es el

espíritu de Dios. Este pasaje demuestra la convicción de que el

Espíritu lo necesita no sólo el rey ideal sino también cualquier

persona que ocupa un puesto de responsabilidad en el pueblo.

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Por último, el Espíritu de Dios adquiere también un papel

preponderante para todo el pueblo. Esta idea la encontramos

especialmente después del destierro a Babilonia, a partir del

siglo VI a.C. El sentimiento que entonces se difunde es que el

pueblo ha sido castigado por sus pecados (idea común al mundo

asirio-babilónico y a otras culturas). Y la única manera de dejar

de ser un pueblo pecador es la transformación interior,

simbolizada en un corazón nuevo y un espíritu nuevo. Como dice

Ezequiel: "Os daré un corazón nuevo y os infundiré un espíritu

nuevo; arrancaré de vuestra carne el corazón de piedra y os

daré un corazón de carne. Os infundiré mi espíritu y haré que

caminéis según mis preceptos y que pongáis por obra mis

mandamientos" (Ez 36,26-27). Esta promesa del espíritu la

encontramos también en textos de Isaías: "Voy a derramar mi

espíritu sobre tu estirpe y mi bendición sobre tus vástagos"

(43,3). Esta promesa supone una "democratización" del don del

Espíritu. Hasta ahora estaba reservado a grandes personajes:

libertadores militares, reyes, profetas, jueces. Ahora se habla

de un don para todo el pueblo. Según un relato del libro de los

Números, se trata de una antigua aspiración. Ya Moisés le había

dicho a Josué: "Ojalá todo el pueblo del Señor fuera profeta y

recibiera el espíritu del Señor" (Nm 11,29). Y esta aspiración es

la que recoge el profeta Joel, desarrollándola al máximo:

"Después derramaré mi espíritu sobre todos: vuestros hijos e

hijas profetizarán, vuestros ancianos soñarán sueños, vuestros

jóvenes verán visiones. También sobre siervos y siervas

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derramaré mi espíritu aquel día" (Jl 3,1-2). En este texto, el

espíritu de Dios rompe todas las barreras: la del sexo (hijos e

hijas), la de la edad (ancianos y jóvenes), la de las clases

sociales (siervos y siervas). Es lógico que la promesa de Joel

desempeñase un papel importantísimo para los primeros

cristianos.

2. En los evangelios

Cuando se comparan las tradiciones de los tres evangelios

sinópticos (Mc, Mt, Lc) se advierte cómo progresa la reflexión

sobre el papel del Espíritu Santo.

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La tradición más antigua, la de Marcos, sólo habla de él en seis

ocasiones, subrayando dos aspectos: el espíritu como principio

dinámico, de acción, y el espíritu como inspirador. En relación

con Jesús se acentúa el aspecto dinámico: baja sobre él en el

bautismo (1,10), lo impulsa al desierto (1,12) y le da poder para

expulsar los demonios (ver 3,29). El aspecto de inspiración se

menciona a propósito de David (12,36) y de los discípulos

(13,11). Los cristianos, al recibir el espíritu en el bautismo (1,8),

se benefician de su fuerza y de su inspiración.

Mateo amplía la perspectiva. Lo menciona once veces, casi el

doble que Marcos. Aunque muchos temas coinciden (bautismo,

desierto, expulsión de demonios, testimonio de los apóstoles),

hay dos momentos capitales. Al comienzo mismo, se presenta a

Jesús como engendrado por el Espíritu Santo (1,18). Y al final,

Jesús ordena bautizar «en el nombre del Padre, y del Hijo y del

Espíritu Santo» (28,19).

En este proceso, Lucas significa un gran paso adelante, con sus

17 referencias al Espíritu Santo. La acción del Espíritu no

comienza en Jesús. El mismo Juan Bautista estará lleno de

Espíritu Santo desde el vientre de su madre (1,15). Isabel se

llena del Espíritu Santo al oír el saludo de María (1,41). Zacarías

profetiza lleno de Espíritu Santo (1,67). El Espíritu Santo

también está sobre Simeón y le asegura que no morirá antes de

ver al Mesías (2,25-27). Y la acción del Espíritu sobre Jesús

también es más patente. Jesús no sólo va al desierto impulsado

por el Espíritu, sino que también marcha a Galilea por acción del

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mismo Espíritu (4,14). En la sinagoga de Nazaret elige el texto

de Isaías que comienza: «El Espíritu del Señor está sobre mí»

(4,18). Y cuando vuelven de su misión los 72 discípulos, Jesús se

llena de gozo del Espíritu Santo (10,21). Con respecto a los

cristianos, el Espíritu no es sólo un don de Jesús que se recibe

en el bautismo, sino algo que el Padre concede siempre que

practicamos la oración de petición (11,13).

3. En el libro de los Hechos

Estos datos del evangelio anuncian la importancia capital que

tendrá el Espíritu Santo en los Hechos, donde aparece 51 veces

como motor de toda la actividad misionera de la iglesia. Lucas,

igual que los otros evangelistas, se enfrenta con un misterio.

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¿Cómo es posible que un grupo de personas sin gran formación,

miedosas, de horizontes geográficos estrechos, se lanzase a una

actividad tan intensa por todo el mundo? ¿Cómo pudieron

arrostrar con alegría las mayores dificultades? Un historiador

ateo diría: la fuerza del fanatismo. Los evangelistas,

lógicamente, no lo interpretan así. Para Mateo, la fuerza la

reciben de Jesús, que les promete: «Yo estaré con vosotros

todos los días hasta el fin del mundo». Y esto Lucas lo interpreta

en el sentido: «Yo estaré con vosotros a través del Espíritu

Santo». Dentro de esta concepción teológica, no tiene nada de

extraño que Lucas haya querido subrayar de un modo especial

el don del Espíritu. Por eso, no lo cuenta como un acto más de

Jesús resucitado (como hará Juan), sino como un acto

especialísimo, que requiere incluso un serio período de

preparación.

A lo largo del libro de los Hechos, las afirmaciones sobre el

Espíritu Santo son de lo más variadas.

1. La primera que encontramos es capital. Cuando Jesús se

despide de sus discípulos les dice: "Recibiréis la fuerza del

Espíritu Santo que vendrá sobre vosotros y seréis mis testigos en

Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta los confines de la

tierra" (1,8). Por consiguiente, el don especial del Espíritu es la

fuerza para ser testigos de Jesús. Hay un relación estricta entre

el Espíritu y la actividad misionera. En esta línea se podrían

orientar otras muchas afirmaciones del libro de los Hechos.

Lleno de Espíritu Santo es como Pedro habla ante el Sanedrín

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(4,8) y Pablo se enfrenta al mago Elimas (13,9). Y el Espíritu

desempeña un papel capital en los momentos principales: habla a

Pedro para que acepte a los paganos en la comunidad (10,19-20;

11,12-16); manda elegir a Bernabé y Pablo para una tarea

misionera (13,2), y este primer viaje es misión del Espíritu

(13,4); durante el segundo viaje, les prohíbe predicar en Asia y

dirigirse a Bitinia (16,6-7); fuerza a Pablo a dirigirse a

Jerusalén, aunque allí le esperan cárceles y luchas (20,22-23).

En síntesis, el Espíritu no es sólo fuerza para ser testigos de

Jesús, sino que ilumina y orienta en las principales decisiones.

2. El Espíritu Santo es también el que guía la vida interna de la

comunidad. En medio de las persecuciones, anima a predicar el

mensaje con valentía (4,31). Cuando tiene lugar el concilio de

Jerusalén, esas decisiones tan importantes las toman "el Espíritu

Santo y nosotros" (15,28). Cualquier persona con un puesto de

responsabilidad ha recibido esa misión del Espíritu Santo

(20,28). El Espíritu es que alienta a toda la iglesia (9,31). Y es

un don que reciben todos los que se bautizan (2,38), todos los

que obedecen a Dios (5,32), aunque sean paganos (15,8). La

identificación entre el Espíritu y la comunidad es tan grande que

puede decirse que mentir a la comunidad es "mentir al Espíritu

Santo" (4,31).

3. Aunque el Espíritu lo tienen todos, es típico de grandes

personajes como Esteban (6,5) o Bernabé (11,24). Estos textos

son muy interesantes, porque el Espíritu aparece como una

cualidad más entre otras. De Esteban se dice que era "hombre

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dotado de fe y de Espíritu Santo" (6,5). De Bernabé, que era

"hombre de bien, lleno de Espíritu Santo y de fe". En ambos

casos, el Espíritu Santo está vinculado con la fe.

4. Esta acción del Espíritu en los apóstoles, en la comunidad y en

los personajes importantes es un reflejo de lo que el Espíritu

hizo en Jesús. De acuerdo con un discurso de Pedro, "Jesús de

Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, pasó

haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo, porque

Dios estaba con él" (10,38).

5. En ciertos casos recoge la idea tradicional de que el Espíritu

es el que habló a través de los profetas (Isaías: 28,25) o de

David (1,16; 4,25), y el que sigue hablando a través de los

profetas actuales, como Agabo (11,28; 21,11).

6. ¿Cómo y cuándo se recibe el Espíritu? Los Hechos recuerdan

tres casos distintos: 1) Según Pedro, en su primer discurso,

después de recibir el bautismo (2,38). 2) En la mayoría de los

casos se recibe por la imposición de manos, bien después del

bautismo, como ocurre en Samaria (8,16-17), bien antes del

bautismo, como en los casos de Pablo (9,17) y de los discípulos

de Éfeso (19,1-7). 3) Pero la familia de Cornelio, un pagano,

recibe el Espíritu antes del bautismo y sin imposición de las

manos (10,44). Parece que Lucas, con esta variedad de

posibilidades, deja claro la libertad absoluta del Espíritu, que no

se atiene a reglas de ningún tipo.

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7. ¿Quién da el Espíritu? Casi siempre se afirma o se supone que

lo da Dios. Sin embargo, en una ocasión encontramos la idea de

que es Jesús glorificado quien ha recibido el Espíritu y lo

derrama sobre la comunidad (2,33).

8. Finalmente, cuando un grupo recibe el Espíritu por vez

primera, es frecuente que este don vaya acompañado de la

capacidad de hablar en lenguas extrañas. Se cuenta en el famoso

episodio del capítulo segundo, pero el hecho se repite en la

familia de Cornelio 10,44-47) y en los discípulos de Éfeso (19,1-

7).

Después de este largo recorrido, el Espíritu de Dios sigue siendo

tan misterioso como al comienzo, tan misterioso como el viento.

Pero también queda clara su importancia. Todo el relato del

libro de los Hechos es inconcebible sin la actividad del Espíritu

Santo. El es el gran motor que impulsa a la iglesia y a los

apóstoles en todo momento, el que ilumina y da fuerzas en las

más diversas circunstancias. Usando una imagen moderna, es

como la energía eléctrica, que da luz y mueve todos los motores.

Si falla, nuestra vida queda sumida en el desconcierto.

http://www.feadulta.com/es/buscadoravanzado/item/5028-

el-espiritu-santo.html

[06/06/2014]