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EL NEGRO DEL NARCISO JOSEPH CONRAD Ediciones elaleph.com

Joseph Conrad - El Negro Del Narciso

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Joseph Conrad - El Negro Del Narciso

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    J O S E P H C O N R A D

    Ediciones elaleph.com

  • Editado porelaleph.com

    Traduccin: Pilar de Luzarreta

    2000 Copyright www.elaleph.comTodos los Derechos Reservados

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    PRLOGO

    Pocas cosas en la vida dejan el recuerdo profun-do, lleno de melancola y de encanto de un viaje. Elrecuerdo de un viaje, es algo tan duradero como lavida misma, y si es cierto que el tiempo lo esfuma yatena, deja persistir en cambi y avaloraindudablemente la visin de conjunto, como sefunden y cobran relieve a la distancia, los contornosde un cuadro.

    Unas horas en Budapest o unos das enConstantinopla, hace aos, no son ya, el nombre delas calles por las cuales pasamos, de los edificios antelos que nos detuvimos; hemos olvidado todo eso.Hemos olvidado, por fortuna, las explicaciones delgua. No sabemos ya, si el Templo de San Matas,ocupa el centro o las afueras de Budapest (pero qumaravillosos los muros de piedra que lo guardan

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    celosamente de las miradas importunas) ni hacia qulado de Constantinopla cae el Gran Bazar, nisiquiera el nombre aquella mezquita que veamos,semioculta entre un bosquecillo de laureles, desde laventana de nuestro cuarto de hotel. Con el tiempo lohemos olvidado todo; hasta las piastras o losgldenes diarios que ese cuartito nos costaba... peroen cambio no olvidaremos jams la visin deciudad ensueo envuelta en los vapores delDanubio y centelleante de las luces de sus cafs yrestaurantes, que a media noche presentaBudapest, su calles oscuras, silenciosas, que depronto vibran de una lejana msica que trae el aireno se sabe de dnde, ni menos an el pesado oleajediamantino del Bsforo o el aspecto fantstico delgran puente a medioda, bajo ese sol terrible deConstantinopla, al que se pudren millares de cascosde melones, sandas y pimientos y sobre los quepasan con riesgo de resbalar quince veces en dosminutos, ridculos y sudorosos europeos con elsombrero en una mano y el pauelo en la otra,turcos amables y cetrinos, judos que visten aun lasucia hopalanda de seda de sus antepasados del siglodieciocho, lindas turquitas que muestran el rostroolivceo y van a la Universidad, matronas cubiertas

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    por un domin de tela negra, que tienen lunarespostizos pegados entre las cejas, y tobillosmonstruosos rematados por un zapato de beb,rabes vendedores de dtiles, espaoles con reliquiasde Tierra Santa, grupos de norteamericanas conlibretas Kodaks y un gua, automviles, carros,coches, carneros y borricos...

    Esa impresin de conjunto ms brillante cuantoms lejana es en cierto modo la que dan los libros deJoseph Conrad y su encanto indefinido es el encantodel recuerdo de un viaje. De un viaje que no hemosrealizado nunca y que no realizaremos nunca quiz,pero que su lectura parece despertar ntido, brillante,cuajado de detalles, del fondo de muestraimaginacin.

    Sus personajes no son hombres y mujeres detierra firme, creados por su mente. Al encontrarlesen la pginas, como en un estacin, como en unhotel o a bordo de un barco, no sabemos nada deellos. Conrad no explica nada; ser a travs dellibro, o del viaje, cuando ellos mismos se darn aconocer por gestos, por palabras, por miradas...Quiz, uno entre todos, condescienda a contarosalgo de su propia existencia, o un tercero os informetal vez, pero ser en forma entrecortada por los

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    hechos corrientes de la vida; habr en esos relatosfallas y contradicciones, gestos y palabras que harnque vosotros formis un juicio propio sin tomardemasiado en cuenta la explicacin que se os da.Es sin duda por eso mismo, y por la minuciosidad

    con que estn descriptos sus gestos, por lo queparecen seres vivos a travs de la vida. No soncompletamente buenos ni absolutamente malos, notienen, como los hroes de las novelas de caballera,un poder o un valor invariable; son cobarde a veces,a veces mezquinos y a veces prdigos, como loshombres, esos modestos marineros, esos ambiciososhabitantes de la islas que son los verdaderos tipos deConrad.

    La sensacin del viaje est tan fuertemente dadaen algunas de sus novelas, que despus de leerlascuesta esfuerzo convencerse que no fue uno mismoquien sufri las peripecias de la travesa por elarchipilago o el Pacfico, tiempo atrs, en busca decolmillos de elefante o con un cargamento de arrozy t destinado a Sambir o a Macassar.

    Tiene el don de familiarizar a sus lectores con lavida extica de las colonias, de hacer asequible yfcil el viaje espiritual que se sigue a travs de suspginas, de descubrir la para nosotros misteriosa

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    vida de esa profusin de razas que pueblan el sur deAsia.

    Los hombres, las plantas, el cielo, la atmsfera,hasta el agua de los ros es distinta en esasafiebradas tierras de sol, pero en su estilo claro yneto, lleno de humor y altivez, bien sopesados ydosificados, tenemos la visin perfecta lo que seconoci y se recuerda. Porque los libros de Conrad,como el recuerdo de los viajes, son quiz, mejor quelos viajes mismos...

    Pilar de Lazarreta.

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    EL NEGRO DEL NARCISOI

    Mr. Baker, segundo del barco, Narciso,franque de un paso el umbral de su cabinailuminada y se encontr en la oscuridad del alczarde popa. Sobre su cabeza, en el frontn de la toldilla,el sereno dio dos campanadas. Eran las nueve.

    Mr. Baker, hablando desde abajo pregunt:-Todo el mundo a bordo, Knowles?El hombre baj rengueando la escalera y dijo

    reflexivamente:- Me parece sir: los viejos ya han venido y

    muchos de los nuevos tambin. Deben estar todos.- Dile al patrn que los mande a popa, continu

    Mr. Baker, y hazme traer una buena lmpara. Voy apasar lista a nuestra gente.

    Haba una gran oscuridad en popa; por las

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    puertas abiertas del alczar de proa dos franja deviva luz dardeaban las tinieblas de la noche serenaque envolva el navo.

    Oase un zumbido de voces, mientras que, ababor y a estribor, en el rectngulo luminoso de laspuertas, mviles siluetas, aparecan un instante,negras, sin relieve, como recortadas en hojalata. Elbarco estaba pronto para zarpar. El carpintero habaencajado la ltima cua que condenaba la granescotilla y tirando su maza se haba, enjugado lafrente con lentitud deliberada, al darse el toque delas cinco. Se haban barrido los puentes y aceitadolos molinetes antes de levar el ancla; el fuerte cabode remolque yaca a lo largo del puente, sobre elcostado, en anchos dobles, una punta alzada ycolgando sobre la serviola pronto para ser tendido alremolcador que llegara, golpeando el agua,vomitando con estrpito, clido y humeante en lalmpida y fresca paz de la aurora. El capitn estabaen tierra a fin de completar el registro; y concluido eltrabajo del da, los oficiales de a bordo se mantenanapartados, felices de respirar un instante. Pocodespus de la cada de la tarde, algunos francos y losrecin embarcados, comenzaron a llegar en los botesvenidos de tierra, cuyos remeros, asiticos vestidos

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    de blanco, reclamaban con irritados gritos su salario,antes de abordar a la escala de pasamano. El febril yruidoso balbuceo de Oriente luchaba con losacentos viriles de los marineros ebrios, rebatiendolas cnicas reivindicaciones y las deshonestasesperanzas en un lenguaje sonoro y profano. Laserenidad esplendente de la estrellada noche orientalfue lacerada por jirones impuros, por alaridos derabia y clamores de lamentacin, lanzados apropsito de sumas variantes entre cinco annas ymedia rupia; y nadie, a bordo de ningn barco, en elpuerto de Bombay ignor que el Narciso estabareuniendo su nueva tripulacin.

    Poco a poco, el ruido ensordecedor fuecalmndose. Los botes no llegaban ya agitando lasolas, por grupos de tres o cuatro; arribaban uno auno, con un murmullo ahogado de recriminaciones,cortadas de pronto por un: Ni un centavo ms,vete al demonio! de labios de algn marinero quetrepaba a trancos pesados por la escala real, sombragibosa, con un gran saco al hombro.

    En el interior del alczar de proa, los recinllegados, poco seguros sobre sus piernas entre losbales atados y los los de las literas, trababanconocimiento con los viejos, que se acomodaban,

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    sentados en las dos filas de tarimas, examinando asus futuros camaradas con ojo crtico pero amistoso.Las dos lmparas del alczar, alta la mecha, esparcanuna intensa claridad; los duros sombreros de fieltrose mantenan en equilibrio en la coronilla, o rodabanpor la cubierta, entre los cables cadenas; los cuellosblancos, desabrochados, alargaban sus puntasalmidonadas a entrambos lados de las caras rojas, losbrazos musculosos gesticulaban fuera de las mangasde la camisa; sobre el gruir continuo de voces, so-naban explosiones de risa y roncas llamadas: Anda,camastrn, toma este catre!... Prueba un poco, aver!... Tu ltimo viaje?... S, ya lo conozco...Hace tres aos en Puget Sound... Te digo queesta litera se inunda... No hay uno de vosotros,los de tierra, que haya trado una botella?... Largaun poco de tabaco... Lo he conocido a tu capitn,se mamaba hasta reventar... era un rico tipo... Puesyo te digo que te has embarcado en un brickholands, donde sacan el dinero del sudor delpobrecito Jack... Un hombrecillo llamado Craik,Belfast de mote, difamaba el barco con vehemencia,inventando a placer, para preocupar a los recinllegados. Archie, sentado al sesgo sobre su cofre,con las rodillas juntas, clavaba con regularidad la

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    aguja, a travs del remiendo blanco en un pantalnazul. Hombres con traje negro y cuello duro semezclaban a otros descalzos, arremangados, concamisas de color abiertas sobre el pecho velludoapretados unos con otros en medio del alczar.Todos hablaban a la vez jurando cada dos palabras.Un finlands con camisa amarilla a rayas rosa mirabaal vaco con ojos soadores bajo una mata de pelorevuelto. Dos jvenes gigantes, con caras tersas debeb, dos escandinavos, se ayudaban mutuamente adesatar sus colchones, mudos y sonriendo conplacidez a la tempestad de imprecaciones vacas desentido y de clera. El viejo Singleton, decano de losmarineros de a bordo, estaba en cubierta, apartadode todos, bajo las lmparas, desnudo hasta la cinturay tatuado como un cacique de canbales, sobre todala superficie de su poderoso pecho y sus enormesbceps.

    Entre las vietas rojas y azules, su piel blancaluca como el raso; la espalda desnuda se apoyaba alpie del bauprs y tena al final del brazo, un libroante la ancha faz curtida de sol. Con sus anteojos yla blancura de su barba venerable, pareca un doctopatriarca de salvajes, la encarnacin de una sabidurabrbara que se mantena serena entre el estrpito de

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    un mundo blasfemador. Su lectura lo absorbaprofundamente y a medida que volva las pginas,una expresin de sorpresa pasaba por sus rudasfacciones. Lea Pelham.

    La popularidad de Buldwer Lytton en el alczarde los barcos que navegan por lo mares del Sur,constituye un raro y maravilloso fenmeno. Quideas puede despertar su frase pulida y tancuidadosamente desprovista de sinceridad, en elespritu simple de los nios grandes que pueblanesos oscuros e inciertos reductos del mundo? Qusentido pueden dar sus almas ingenuas a la eleganteverbosidad de su prosa? Qu inters, qu olvido?Misterio! Es una fascinacin incomprensible, elencanto de lo inabordable? O bien, esos seres queviven al margen de la vida encuentran en susnarraciones, la enigmtica revelacin de un mundoresplandeciente, de un mundo ms all de lasfronteras de infamia y desperdicios, de la orilla de lafealdad, del hambre, de la miseria y la depravacinque llega por todas partes al ocano incorruptible yque es todo lo que saben de la vida, todo cuanto hanvisto del mando inabordable, esos cautivos del mar?Misterio!

    Singleton, que segua el derrotero de las escalas

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    del Sur, desde los doce aos, que durante los ltimoscuarenta y cinco, hicimos la cuenta sobre suspapeles, no haba vivido ms de cuarenta meses entierra, el viejo Singleton que se alababa con lamodesta arrogancia de largos aos de trabajo, que,ordinariamente, desde el da que desembarcaba hastael que volva a bordo estaba, por casualidad encondiciones de distinguir el da de la noche, el viejoSingleton, sentado, imperturbable, entre el tumultode voces y gritos, deletreando Pelhamtrabajosamente, se hunda en una concentracinprofunda semejante al hipnotismo. Cada vez que susenormes manos ennegrecidas volvan la pgina, losmsculos de sus slidos brazos blancos, rodaban unpoco bajo la piel tersa. Ocultos por el bigote blanco,los labios manchados de jugo de tabaco que goteabasu barba, se movan silenciosos. Los ojos, algolagrimeantes se fijaban en el libro a travs de loscristales negros. Frente a l, al nivel de su rostro, elgato de a bordo se mantena sobre el tambor delcabrestante en postura de esfinge sentada yparpadeando sus ojos verdes miraba al viejo amigo.Pareca estar pensando en dar un salto a las rodillasdel anciano, por sobre la espalda curvada delgrumete, sentado a los pies de Singleton.

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    El joven Charley, era flaco de cuerpo y largo decogote. Los salientes de sus vrtebras, parecan, bajola vieja camisa, una cadena de montaas. Su rostrode chico de la calle, rostro precoz, sagaz e irnico,surcado por dos arrugas profundas a los lados de laboca fina y grande, tocaba casi sus huesosas rodillas.Aprenda a hacer un nudo aplastado con un pedazode soga vieja. Gotas de sudor mojaban su frentebronceada; resoplaba a veces, con fuerza, echandouna mirada de travs, al viejo marinero indiferente,y, embarazado, murmuraba contra su trabajo.

    El ruido creci. El pequeo Belfast parecahervir de furia facciosa. Sus ojos danzaban; en el

    carmes de su rostro cmicocomo una careta, la negra boca babeaba en extraasmuecas. Frente a l, un hombre medio desnudo sesujetaba los costados y con la cabeza vuelta, se reahasta humedecer las pestaas.

    Sentados y plegados en dos, sobre las literas altas,los fumadores chupaban sus cortas pipasbalanceando los pies, desnudos y morenos, sobre lacabeza de los que abajo, echados en los cofres,escuchaban con sonrisas de ingenuidad o de duda.

    Sobre los blancos bordes de las literas sealargaban las cabezas de ojos parpadeantes, pero las

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    lneas del cuerpo se perdan en la oscuridad deaquellas cavidades semejantes a nichos que sehubieran abierto en un osario iluminado y blan-queado de cal. Las voces bordoneaban ms alto.Archie con los labios cerrados se encogipareciendo reducirse y continu cosiendoindustrioso y mudo. Belfast, chillaba como underviche en xtasis Entonces... sabis lo que ledigo, muchachos? pues le digo, con respeto, alsegundo aquel, del barco... El ministro deba estarmamado el da que te larg el certificado... Qume dices, maldito? Grita vinindoseme encimacomo un toro... y yo, que levanto el tarro delalquitrn y se lo planto todo sobre su condenadacara bonita y su terno blanco... Toma esto! le digo,yo s navegar por lo menos, so inservible, lamepatas, husmeador, puerco cable de pasarela!... Esconmigo que tienes este asunto!... Haba que verlosaltar, muchachos, chorreando, ciego de alquitrn...Entonces...

    -No le creis, no le tir una gota! Yo estaba all,grit uno.

    Los dos noruegos, juntos uno a otro sobre elmismo cofre, iguales y plcidos parecan dosinseparables cotorras sobre el mismo palo, abriendo

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    inocentemente sus redondos ojos; el finlands, entreel rumor de gritos y el rodar de risas, permaneca sinchistar, inerte y pesado como un paraltico. A sulado, Archie sonrea a su aguja. Un recin llegado,ancho de espaldas y de ojos tardos, se dirigideliberadamente a Belfast, durante una calma.

    -Yo, me pregunto, cmo quedan oficiales aqu,con un valiente tomo t, a bordo. Me parece queahora estarn ms finos si eres t quien lo hasdomesticado, camastrn...

    -No est mal! No est mal! Grit Belfast, si unono los oliera siempre!... No son malos cuando unono quiere... Dios condene sus corazones negros!...

    Echaba espuma, haca molinetes con los brazos;despus, sonri sbitamente sacando del bolsillo unrollo de tabaco negro y separ un pedazo de unadentellada afectadamente feroz.

    Otro de los nuevos, ojos ariscos en una caraamarilla y flaca como el filo de un cuchillo, queescuchaba haca rato con la boca abierta, observcon voz ruda: Eso no importa, es el viaje de vuelta.Buenos o malos a m qu, mientras est seguro quevuelvo?... En cuanto a mis derechos, ya los harrespetar. Vern...

    Todas las cabezas se volvieron hacia l.

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    Solamente el grumete y el gato no hicieron caso.Estaba con los puos sobre las caderas, erapequeuelo y con las pestaas blancas. Pareca haberconocido todas las degeneraciones y todos losfurores. Tena el aire de haber sido abofeteado,hecho a rodar a patadas en el barro; pareca haberrecibido zarpazos, vomitivos, haber sido lapidado deinmundicias... y sonrea con seguridad, a todos losrostros circundantes.

    Las cadas de una gorra deformada aplastaban susorejas, los faldones de una levita negra colgabancomo dos pingajos de su cintura. Desabroch losdos nicos botones que le quedaban y se vio que nollevaba ni rastro de camisa. Desgracia caracterstica,esos guiapos a los cuales nadie se ocupa en atribuirun posesor, tomaban en l el aspecto de ser robados.Tena el cuello largo y flaco, los prpados

    enrojecidos, el pelo en claros sobre las mejillas, loshombros puntiagudos y cados como las alas rotasde un pjaro. Su lado izquierdo, lleno de costras debarro, hablaba de una noche reciente en el lodo deun foso. Despus de haber salvado sus maltratadoshuesos de la destruccin violenta, desertando de unbarco americano a bordo del cual, en un momentode olvidadiza locura haba osado engancharse, pas

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    quincena en tierra, recorriendo el barrio indgena,murindose de hambre, durmiendo sobre las basurasy errando al sol. Pareca salir de una pesadilla. Allestaba, sonriendo en el silencio sbito. El puesto dela tripulacin, limpio, blanco, arreglado, le ofreca unrefugio. Su pereza poda revolcarse y nutrirse,maldiciendo el pan de su boca. Un campo se abra asus talentos para esquivar su tareas, para trampear ymendigar; all encontrara sin duda, alguno a quienembaucar y alguno de quien burlarse. Todos leconocan. Hay un lugar en la tierra donde talhombre sea desconocido, eterna mezcla de mentirase impudicias?

    Un personaje taciturno de brazos largos yganchudos dedos, que haba estado fumando deespaldas en su litera se volvi a contemplarlodistradamente. Despus, lanz por sobre su cabezahacia la puerta, un largo chorro de salivatransparente. Todos le conocan! Era el hombre queno sabe timonear ni hacer un empalme, queescabulle el trabajo en las noches sombras, que en elaparejo, enreda frenticamente las piernas y losbrazos jurando contra el viento, la helada y laoscuridad. El hombre que maldice el mar, mientraslos otros penan; el ltimo en salir y el primero en

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    volver a la llamada de: Todos al puente! Elincapaz de hacer tres cuartos de las cosas, y que noquiere hacer lo que puede, el nio mimado de losfilntropos y de los marineros de agua dulce, susiguales. El simptico y meritorio individuo celoso detodos sus derechos pero incapaz de paciencia ycoraje, de la confianza ni de los tcitos pactos queunen a los seres de una tripulacin. El vstagoengaoso de la miserable licencia callejera, llena dedesdn y de odio por la austera servidumbre del mar.

    Alguien le grit:-Cmo te llamas?-Donkin! Respondi descarado, pero jovial.-Y qu es lo que haces? Pregunt otro.-Toma! El marinero como t viejo...El tono se inclinaba a la cordialidad, pero slo

    llegaba a la impudicia.-Llveme el diablo si no ests ms rotoso que un

    fogonero arruinado!... coment otro a media vozcon tono convencido.

    Charley alz la cabeza y chifl insolente: Es unhombre y es un marino... Despus ,enjugndose lanariz con el revs de la mano se inclin, industriososobre un pedazo de cordel. Algunos rieron. Otrosmiraban perplejos al intruso. El harapiento se

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    indign:- Vaya el modo de recibir a un camarada! Sois

    hombres o canbales sin corazn?...- No vayas a perder la camisa por una palabra

    suelta, compaero. Esto no vale un pito! ExclamBelfast parndose de un salto ante l, furibundo,amenazante y amistoso a la vez.

    -Es ciego? Pregunt el mamarracho mirando entorno suyo con aire de sorpresa fingida. No ve queno tengo camisa?

    Extendi los brazos en cruz sacudiendo losharapos que cubran sus huesos, con gestodramtico.

    -Y por qu? Continu muy alto, los puercosyanquis han querido dejarme con las tripas al aireporque defenda mis derechos como un bravo. Yohoy ingls qu diablos! Se me echaron encima y melargu. Esa es la causa. Vosotros no habis vistonunca un hombre en la mala? No? Entonces ques este maldito barco?... Estoy reventado sin nada.Sin saco, ni cama, ni manta, ni camisa, ni uncondenado trapo ms que lo que llevo encima, peroal menos, no he cedido ante esos puercos yanquisno hay aqu uno que tenga un par de calzonesviejos para un compinche?

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    Saba por qu medios seducir el sencillo instintode la multitud. De golpe, le otorgaron, embustera,despreciativa o brusca, su compasin, que tom laforma de una manta arrojada a su cabeza; ante ellos,la piel blanca de sus miembros atestiguaba suhumanidad fraternal a travs de la negra fantasa desus pingajos. Despus, un par de zapatos viejos vinorodando hasta sus embarrados pies. Con el grito de:guarda, atrs! un pantaln arrollado, pesado demanchas de alquitrn le golpe la espalda. El hlitode su bondad, levant una ola de piedad sentimentalen sus corazones indecisos. Su propia espontaneidadpara aliviar las miserias de uno de ellos los llenaba deenternecimiento. Algunas voces gritaron ya teequiparemos viejo! Los murmullos se cruzaban:Nunca visto Pobre infeliz... Yo tengo unchaleco viejo te sirve?... Tmalo hombre es micolchn...

    El objeto de tales larguezas, las junt con el piedesnudo, en un montn, mientras su mirada circularmendigaba an. Sin emocin Archie aadiconcienzudamente un casquete con la viseraarrancada.

    El viejo Singleton, perdido en las regiones serenasde la ficcin, continuaba leyendo sin dignarse ver

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    nada. Charley, despiadado, con la sabidura de lajuventud, chill:

    - Si quieres botones dorados, para tu uniformenuevo, tengo dos.

    - El infecto tributario de la caridad universalblandi el puo sobre el mozuelo.

    -T, ya vers si abro el ojo para que tengas limpioel suelo. Insecto! Dijo agresivamente. No tengasmiedo, ya te ensear a ser amable con un verdaderomarinero, pedazo de borrico ensillado!

    Sus ojos brillaban perversamente, pero habiendovisto a Singleton cerrar el libro, sus pupilas, comocuentas relucientes, comenzaron a errar de una literaa otra.

    - Coje aquella, cerca de la puerta; no es malasugiri Belfast.

    El interpelado junt los dones amontonados a supies, y los hizo una pelota contra el pecho, despusde echar una ojeada al finlands, de pie, a su lado,con la mirada perdida en el vaco como si siguieseuna de los visiones malficas que obsedan a loshombres de su raza.

    - Sal de ah, me molestes, cerdo alemn, dijo lavctima de las brutalidades yankees.

    El finlands no se movi; no haba entendido.

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    - Desamarra, hombre de Dios, chill otroempujndole con el codo, desamarra pedazo deidiota, sordomudo, chocho, ala!

    El hombre titube, volvise y mir al que lehablaba, sin decir palabra.

    -Estos condenados extranjeros! Est pidiendo agritos que lo aplasten, opin el amable Donkin, estpidindolo para la buena instruccin del alczar... Sino se les pone en su lugar se os suben a las barbas...

    Arroj el total de sus bienes a la litera vaca,midi de una segunda ojeada los peligros de laaventura y se precipit hacia el finlands inmvil,pensativo y torpe.

    - Ya te ensear a obstruir el camino, grit. Voya cerrarte un ojo, maldito, cabeza cuadrada!

    La mayor parte de los hombres ocupaban ya susliteras y la pareja tena para s el alczar por campocerrado. Donkin el indigente convertido en nuevopersonaje, despert el inters general. Danzabahecho jirones ante el finlands espantado,esbozando puetazos en direccin al pesado rostroal que no alteraba ninguna emocin. Dos o tresespectadores animaron el juego con un: Anda,Whitechapel!, instalndose voluptuosamente en lacama, para contemplar a lucha. Otros gritaban La

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    boca! Cirrala! Volva a recomenzar el estrpito.De pronto, una sucesin de golpes dados con un

    espique, sobre sus cabezas, reson como unapequea descarga, en todo el alczar. Despus, lavoz del contramaestre, se elev tras la puerta conuna nota de mando en su acento pesado:

    -Habis odo, los de abajo? Todo el mundo apopa para la lista!

    Hubo un momento de perplejo silencio. Despus,el suelo del alczar desapareci bajo los hombresque saltaban de sus literas con un flac! de piesdescalzos. Se buscaban las gorras entre los plieguesde las mantas desarregladas; algunos, bostezando seabrochaban la cintura del pantaln. Las pipas amedio fumar, se vaciaban golpeando contra labaranda, antes de desaparecer tras de la oreja. Lasvoces gruan: Qu hay? No se puede dormir?Donkin chill: si es as como uno lo pasa aqu, habrque ve y que ver... Dejadme, ya lo arreglar...

    Nadie le haca caso. Salan por grupos de dos otres, marinos mercantes que no saben franquear unapuerta tranquilamente como las gentes de tierra.Singleton pas el ltimo, metindose la tricota,macizo y paternal, alta su cabeza de sabio, batida enlas tormentas, sobre su cuerpo de viejo atleta.

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    Solo Charley qued en la blancura cruda de lapieza vaca sentado entre las dos hileras de maletasde hierro cuya perspectiva se perda en la sombra.Tiraba violentamente de las puntas de la cuerda paraacabar el nudo comenzado. Sbitamente, se levanty arrojando el hilo a las narices del gato se larg trasl que, en pequeos saltos franqueaba loscompresores de la cadena, con la cola tiesa en el airecomo el can de una escopeta.

    Los marineros, pasaron de la luz brutal y de laclida atmsfera que reinaba en el alczar, a laserenidad de una noche pursima. Su alientotranquilizador los envolvi, tibio aliento quedestilaba bajo las estrellas innumerables suspendidassobre el tope, como una fina nube de polvoluminoso.

    En direccin a la ciudad, la negrura del agua serayaba de viras de fuego, suavemente ondulantes, alcomps de las olas de la superficie, semejantes afilamentos que flotaran sujetos a la costa.

    Ringleras de luces, se hundan a lo lejos, derechasentre los huecos de los edificios muy altos, pero delotro lado del golfo las negras colinas arqueaban susoscuras vrtebras, en las que, el punto luminoso dealguna estrella, semejaba una centella cada del

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    firmamento. A lo lejos en Bycullah, los focoselctricos a la entrada los docks, balanceaban en lacima de los frgiles soportes, su claror frgido, comoespectros cautivos de lunas malditas.

    Esparcidos por todo el azabache brillante de larada, los barcos anclados flotaban perfectamenteinmviles bajo la dbil claridad de los fanales delfondeadero, espejismos opacos surgidos como deextraas y monumentales estructuras abandonadaspor los hombres a eterno reposo.

    Ante la cabina del capitn, Mr. Baker, pasabalista. A medida que los hombres, a trancos pesados einciertos, llegaban a la altura del gran mstil,perciban en la popa su cara ancha y redonda, unpapel blanco ante los ojos, y contra el hombro lacabeza soolienta de prpados pesados, del grumete,que tena al final del brazo levantado, el globoluminoso de una linterna. El blando ruido de lospies desnudos sobre las tablas no haba cesado ancuando el segundo comenz la lista. Articulabadistintamente, con tono serio, como corresponda ala llamada que apelaba los hombres a la inquietasoledad, a la lucha oscura y sin gloria, o a laresistencia, ms dolorosa an, de las pequeasprivaciones y odiosos menesteres. A cada nombre

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    pronunciado, un hombre responda: S, seor! opresente, y se separaba del grupo de cabezas queobstrua la sombra del baluarte de estribor,avanzando hacia el centro de claridad, para entrarluego, en dos pasos mudos, en las tinieblas del otrolado de la cubierta. Respondan en tonos diversos;murmullos pastosos, voces claras que sonabanfrancamente, y algunos como si aquello fuese unainjuria a su dignidad adoptaban un tono ofendido: ladisciplina no es demasiado estricta en los barcosmercantes, y el sentido de la jerarqua no es muyfuerte, all donde, todos se sienten iguales; ante lainmensidad desdeosa del mar y las exigencias sintregua el trabajo. Mr. Baker lea lentamente: Hansen,Campbell, Smith, Wamibo... Y bien Wamibo porqu no responde Vd.? siempre hay que llamarle dosveces...

    El finlands dio al fin un gruido inarticulado ypas a la zona de luz, alto, flaco y con cara depersona recin despierta.

    El segundo continu ms a prisa: Craik,Singleton, Donkin... cielos!, dej escapar ante lainconcebible y calamitosa aparicin que se revel ala luz. Esta, se detuvo mostrando los encas plidas ylos largos dientes de la mandbula superior, en una

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    sonrisa torcida.-Qu pasa, conmigo, seor segundo?, se oy.

    Una punta de insolencia se notaba en la voluntariasimplicidad de la pregunta. De los dos extremos delpuente llegaron risas sofocadas: Suficiente. Vaya asu puesto, gru Mr. Baker lanzando al nuevoayudante la clara mirada de sus ojos azules. YDonkin, eclipsndose sbitamente entr al grupooscuro, para recibir amistosos golpecitos en laespalda y orse decir cosas halagadoras, en voz baja.A su alrededor se murmuraba: No tiene miedoHay que ver... Ese polichinela has visto alsegundo?, estaba asombrado, Dios me condene

    El ltimo hombre haba respondido y hubo unmomento de silencio en que el segundo escrut lalista: Diecisis, diecisiete... murmuraba. Me faltauno, contramaestre, dijo alto. El guapocontramaestre que estaba junto a l, moreno ybarbado de negro como un gigante espaol, dijo enun bajo profundo: No queda ni uno en proa, sir, hemirado por todas partes y no est, pero quiz llegueantes del da.

    Puede que s y puede que no, coment elsegundo. El ltimo nombre no se entiende hay unborrn aqu... con ste se completa la cuenta ... Eh,

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    vosotros, abajo!El grupo confuso, inmvil hasta entonces, se

    separ deshacindose y se dirigi o proa.-Wait!1, grit una voz llena y resonante. Todos se

    detuvieron. Mr. Baker, que estaba bostezando, diomedia vuelta con la boca abierta. Despus, furiosoestall.

    -Qu pasa, quin dice que espere? Quin...Se percibi una alta silueta de pie sobre la

    batayola. Esta descendi abrindose camino entre latripulacin; los pasos marchaban hacia la linterna delalczar. De nuevo la voz sonora repiti coninsistencia: Wait! La lmpara ilumin al individuo.

    Era alto, la cabeza se perda en la sombra quproyectaban las embarcaciones. Luci la blancura desus dientes y de sus ojos, pero no pudo verse elrostro. Las manos grandes estaban enguantadas.

    Mr. Baker avanz intrpido: Quin es Vd.?Cmo se atreve?... comenz.

    El grumete, estupefacto como todos, levant lalinterna hasta la cara del hombre: Era negro. Unrumor asombrado, semejante al murmullo de lapalabra negro corri a lo largo de la cubierta y seperdi en la noche. 1 Wait, espere en ingls.

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    Pero l, pereci no or nada. Se plant en su sitio,marcando un tiempo con gesto rtmico y dijo concalma: Wait, me llamo James Wait.

    -Ah!... hizo Mr. Baker.Despus, tras un momento de silencio que

    presagiaba tormenta estall:-Ah!... Vd. se llama Wait? Y qu? Qu es lo

    que quiere? Qu le pasa para llegar desgaitndoseas?

    El negro, estaba sereno, fro, dominador,soberbio. Los hombres se haban aproximado tras len masa compacta. Pero le pasaba a todos, ms demedia cabeza; dijo: Soy del barco.

    Pronunciaba claramente, con dulce precisin. Losacentos profundos y brillantes de su voz, recorrieronel puente sin esfuerzo. Era naturalmente desdeoso,condescendiente sin afectacin, como hombre que,desde lo alto de sus seis pies, tres pulgadas, hubiesemedido la inmensidad de la locura humana y tomadoel partido de ser indulgente.

    Continu: El capitn me ha embarcado estamaana, no he podido venir ms temprano y, comohe visto a todo el mundo en popa, al subir la escala,he comprendido inmediatamente que se estabapasando lista. Por eso he dicho mi nombre. Cre que

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    lo tendra Vd. en la lista y que comprendera: Vd. nose fij...

    Se detuvo. La estupidez circundante estaba,confundida. El tena razn, como siempre y comosiempre estaba dispuesto a perdonar. La expresinde su desdn haba desaparecido y permanecaresoplando entre todos aquellos blancos. Habalevantado en alto la cabeza a la luz de la linterna, unacabeza vigorosamente modelada en planos desombra y luminosos relieves, una cabeza poderosa ydeforme con cara chata y atormentada, pattica ybrutal; la mscara trgica misteriosa y repulsiva delalma negra.

    Mr. Baker, recobraba su sangre fra, interrog elpapel prestamente.

    -Ah s, perfectamente! Est bien Wait. Lleve sumaleta a proa.

    De pronto, los ojos del negro rodaron comoenloquecidos. Llev la mano al costado, tosi dosveces con tos metlica, hueca y formidablementesonora. Sus toses resonaron como dos explosionesen una cripta, la bveda del cielo repercuti y lasparedes de hierro del navo parecieron vibrar alunsono; despus avanz con los otros. Los oficialesrezagados cerca del puente del cuadro pudieron orle

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    decir:-No hay quien me de una mano? Tengo un cofre

    y un saco.Estas palabras de entonacin igual y sonora

    corrieron por toda la extensin del navo y lapregunta alejaba cualquier veleidad de negativa. Lospases prietos y cortos de dos hombres llevando unfardo, se alejaron hacia proa, pero la alta silueta delnegro permaneci junto al gran cuadro rodeada deun auditorio de otros ms pequeos. Se le oypreguntar de nuevo: Vuestro cocinero es ungentleman de color? Despus un: Ah hum...desdeoso y desaprobador acogi la informacinque el cocinero no era sino un blanco. Sin embargocuando descendan todos juntos hacia el alczar deproa, se dign pasar la cabeza por la puerta de lacocina y clarinear un magnfico Buenas noches,doctor! que hizo vibrar las cacerolas.

    En la semioscuridad, el cocinero dormitaba sobreel cofre del carbn. Salt en el aire como azotadopor una fusta y se precipit al puente, sin ver msque las espaldas que se alejaban sacudidas de risa.

    Ms tarde, cuando entraba en el captulo de esteviaje sola decir: El infeliz me dio miedo; cre ver aSatn en persona.

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    Haca siete aos que el cocinero navegaba en elmismo barco y con el mismo capitn. Era unhombre de aspecto serio, provisto de mujer y de treschicos. Gozaba de su sociedad un mes cada docems o menos. En esas circunstancias, llevaba a laiglesia a su familia, dos veces cada domingo. En elmar, dormase todas las noches con la lmparaencendida, la pipa entre los dientes y la Biblia abiertaen la mano. Era preciso, ir durante la noche, aapagarle la lmpara, a retirarle el libro de la mano yla pipa de la boca.

    - Porque, se lamentaba Belfast fastidiado, viejogallo estpido, t acabars tragndote el pito unanoche de estas y nos quedaremos sin cocinero.

    -Ah, hijo, yo estoy pronto para responder alllamado del Creador... quisiera que lo estuvierantodos!... responda el otro con mansedumbre serena,a la vez estpida y conmovedora.

    Belfast, en la puerta de la cocina pataleaba deenervamiento. Santo idiota, no quiero que temueras!, grua levantando el rostro furioso, delabios torcidos y ojos llorosos. Maldito hereje,cabeza de palo ya te llevar el diablo demasiadopronto... pero piensa en nosotros, en nosotros enNosotros! Y se marchaba pataleando y lanzando un

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    gargajo asqueado, crispado, mientras el otrofranqueaba el umbral con una sartn en la mano,fumando plcidamente y siguiendo con sonrisa desuperioridad llena de piadosa suficiencia, la espaldade su caro hombrecillo todo estremecido declera. Eran grandes amigos.

    Mr. Baker, perezosamente apoyado contra elcordaje, absorba la humedad de la noche encompaa del oficial.

    - Arrogantes y grandes esos negros de lasAntillas, verdad?, dijo, esplndido hombrote ese,Mr. Creighton, se le sentira en la punta de unaamarra eh... prr... Lo tomar para mi guardia...Probablemente...

    El oficial, un joven, dijo gruendo entre cadapalabra, vamos, no hay que ser tan goloso... Vd. Hatenido al finlands en el otro viaje. Quiero ser justo,le dejo los escandinavos y yo... prr... yo me quedocon el negro y con... prr... ese desvergonzadomercachifle del levitn. Ser preciso... prr... quemarche derecho, o mi nombre... prr... no es Baker,prr... prr... prr...

    Gru tres veces seguidas ferozmente. Era un ticsuyo eso de gruir entre palabras y al fin de la frases.Un gruido apagado y fuerte que iba muy bien con

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    el acento de amenaza con que profera las slabas,con su pesado torso y su cuello de toro, con susasperezas sbitas y arrolladoras, su rostro lleno decosturones, sus ojos fijos y su boca sardnica. Perohaca ya tiempo que aquello no impresionaba anadie. Todos lo queran. Belfast, que se saba elfavorito le remedaba a su misma espalda. Charley,tambin, pero ms discretamente, imitaba su modode andar.

    Algunas de sus frases haban cobrado laimportancia de sentencias consagradas y cotidianas.El colmo de la popularidad! Adems todosconvenan en que, el segundo poda remacharle elclavo a un tipo al verdadero estilo americano

    En aquel momento daba sus ltimas rdenes.-Prr... t, Knowles, haz subir a todo el mundo a

    las cuatro. Quiero... prr... virar cort, antes de lallegada del remolcador. Abrid el ojo, por el capitn...Voy a acostarme vestido... prr... Llamadme cuandoveis llegar el bote... prr... prr... El patrn tendr sinduda algo que decirme cuando llegue, hizo notar aMr. Creighton. Bien, buenas noches... prr... El daser largo maana prr... ms vale acostarsetemprano... prr... prr...

    Una franja de luz ray la negrura del puente; una

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    puerta golpe y Mr. Baker desapareci en su limpiacabina.

    El joven Creighton permaneca apoyado en labarandilla, la mirada soadora hundida en la nocheoriental. Segua la perspectiva de un camino abiertoen la campia; los rayos de sol danzaban entre lashojas inquietas; y vea estremecerse las ramas de losviejos rboles cuyo arco encuadraba el tierno yacariciante azul de cielo de Inglaterra. Bajo la curvade las ramas, una muchacha con traje clarosonriendo bajo su sombrilla pareca estar de piesobre el cielo mismo

    A la otra punta del barco, el alczar donde noarda ms que una lmpara, pareca dormir en unespacio oscuro atravesado de ronquidos y brevessuspiros.

    En doble hilera, las camas bostezaban negras,como tumbas habitadas por inquietos muertos. Aquy all una cortinilla de cretona a grandes floresagresivas marcaba el puesto de un sibarita. Unapierna, colgaba de una litera muy blanca e inerte. Unbrazo alzaba al techo una palma negra, donde securvaban los dedos gruesos.

    Dos discretos ronquidos dialogaban en uncontrapunto barroco.

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    Singleton, el torso desnudo, el viejo sufrahorriblemente de erupciones de calor, se mantenacon la espalda al aire en el vano de la puerta, con losbrazos cruzados sobre el historiado pecho.

    El negro, medio desnudo, se ocupaba seocupaba en desamarrar las cuerdas de su cofre, y enextender su colchn sobre una litera alta.

    Paseaba en silencio tu alta talla, en zapatillas ycon un par de ligas sueltas golpendole los talones.

    Entre las sombras del montante y del bauprs,Donkin mascaba un mendrugo de galleta seca,sentado sobre cubierta y con los pies al aire. Tena lagalleta asida ante la boca y le daba rabiososmordiscos. Las migas caan entre sus piernasseparadas. Levantndose pregunt con vozcontenida: Dnde est el agua?

    Singleton, sin saber, hizo un gesto con su fuertemano, donde arda la pipa corta y gruesa. Donkin seinclin, bebi en el jarro de estao, goteando elsuelo, tornse y vio al negro que lo miraba porencima del hombro, sereno y altsimo.

    -Qu esplndida comida!, susurr con amargura.Mi perro en casa, la rechazara, pero es demasiadopara nosotros... Lo mismo que semejante alczarpara un barco tan grande. Y ni un triste pedazo de

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    carne en los tachos. He rebuscado en todos loscajones.

    El negro le contempl con la mirada de unhombre al cual se dirige uno de improviso en unlenguaje desconocido. Donkin cambi de tono:Psame un cacho de tabaco, camarada, dijoconfidencialmente:

    - Hace un mes que no fumo ni lo masco y tengounas ganas locas... Una buena accin, anda viejo.

    - Es Vd. muy familiar, dijo el negro. Donkin,rebot y cay sentado sobre un cofre vecino.

    - Nunca hemos guardado chanchos en compaa,continu James Wait, moderando su buen timbradavoz de bartono.

    - Tome su tabaco. Despus, tras una pausa pregunt: Qu barco?-Golden State murmur Donkin

    mordisqueando el tabaco al mismo tiempo.Desertor? dijo el negro cortsmente.Donkin, con la mejilla inflada hizo sea que s.- He desertado, mascull. Haban matado a

    patadas a un mozo de Dago, despus me hubieratocado a m el turno. Me largu.

    -Dejando su abarrote? - El abarrote y los cuartos, respondi Donkin,

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    levantando la voz. No tengo nada; ni ropa, ni cama.El patizambo irlands me ha dado una manta.Parece que tendr que acostarme en el foque estanoche.

    Sali arrastrando tras s el cobertor por unapunta. Sin embargo, sin una mirada se apart paradejarle paso.

    El negro junt sus atavos de tierra y ya en trajede tareas se sent sobre el cofre, un brazo alargadosobre las rodillas.

    Despus de haber contemplado a Singleton largorato, pregunt con nfasis: Qu tal es el barco?Bueno eh?

    Singleton no se movi, Despus dijo con rostroimpasible: El barco? Hum... los barcos todos sonbuenos, pero los hombres... Y continu fumando supipa, en silencio. La sabidura de medio siglo pasadoen escuchar el rumor de las olas, haba habladoinconscientemente, por sus labios. Entonces, JamesWait tuvo una quinta tos, rajante y rugiente que losacudi como huracn, arrojndolo sobre el cofreanhelante, con los ojos fuera de la rbitas.

    Algunos hombres se despertaron. Uno con vozadormilada grit desde su litera:

    -Eh! Quin mete ruido?

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    - Estoy resfriado, resopl James Wait.-dices que resfriado?, gru el otro, yo te

    apuesto a que...- Lo que quieras, respondi el negro ya derecho,

    con su estatura y desdn reaparecidos.Trep a su litera y comenz a toser con

    persistencia, mientras alargaba el cuello para espiarcon serena mirada a la tripulacin. No se elevninguna otra protesta. Entonces, dejse caer sobrelas almohadas y a poco pudo orse el silbido rtmicode su respiracin, semejante a la de un hombreoprimido por un mal sueo.

    Singleton permaneca a la entrada, de cara a la luz.Y solo, en la vaca penumbra del alczar de proa,pareca ms grande, colosal, muy viejo; viejo como eltiempo, padre de las cosas, venido all, a ese sitioms mudo que un sepulcro, a contemplar conpaciente mirada la corta victoria del sueoconsolador. Y, sin embargo, no era ms de un hijodel tiempo, reliquia solitaria de una generacindevorada y de la que nadie se acordaba ya. Allestaba, vigoroso an, vaco de pensamiento, entre suhueco pasado y lo incierto del porvenir, susimpulsos de nio y sus pasiones de hombre yamuertas bajo el pecho tatuado. Los hombres capaces

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    de comprender su silencio haban desaparecido, losque conocieron el secreto de vivir ms all de la viday cara a la eternidad. Haban sido fuertes, con lafuerza del que no conoce ni la duda ni la esperanza.Haban sido impacientes y sufridos, turbulentos yadictos, insumisos y feles.

    Fueron los hijos de la privacin y del trabajo, dela violencia y de la crpula, pero no conocieron elmiedo ni guardaron el odio en sus corazones.Difciles de conducir, pero fciles de seducir;siempre mudos, pero lo bastante hombres paradespreciar en su alma la sensiblera de los quedeploran la rudeza de su suerte. Suerte nica la suya!La fuerza de sufrirla parecales privilegio de elegidos.Eran los hijos siempre jvenes del mar misterioso;sus sucesores no son sino hijos envejecidos de unatierra descontenta. Menos dscolos, pero menosinocentes, menos profanos, pero quiz menoscreyentes y que s aprendieron a hablar, aprendierontambin a gemir. Pero los otros, los fuertes, lossilenciosos, fueron como caritides de piedra que enla noche sostuvieran las salas resplandecientes de unedificio glorioso.

    Estaban ya lejanos ahora. El mar, como la tierra,es infiel a sus hijos. Una verdad, una fe, una

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    generacin que pasa, se olvida y nada significa,excepto, quiz, para los que creyeron esa verdad,profesaron esa fe o amaron a esos hombres.

    La brisa se alz. El navo se oscil y sbitamentebajo una sacudida ms fuerte, el cabo de la cadena,entre el arge y el machn, tintine, se desliz unapulgada y se elev suavemente, sugiriendo de unmodo vago la idea de una vida insospechadaescondida en loa molculas del hierro. En losescobenes, las anillas de la cadena chocabanproduciendo el gemido sordo de un hombreabrumado por un fardo.

    La tensin se prolong hasta el arge, la cadena,tensa como una cuerda, vibr, y la manga de frenomovise con breves oscilaciones.

    Singleton avanz.Hasta entonces haba permanecido meditativo y

    sin pensamiento, lleno de calma y vaco deesperanza, rostro austero e impasible, nio desesenta aos, hijo del mar misterioso. Todos suspensamientos, desde la cuna podan haberse expre-sado en seis palabras, pero el movimiento de esascosas que formaban parte de su yo como el latir delcorazn, despertaron un relmpago de alerta en suinteligencia. La llama de la lmpara vacilaba y el

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    viejo, frunciendo la maraa de sus cejas se inclinsobre el freno vigilante e inmvil.

    Pronto, el navo, obediente a la llamada del ancla,corri hacia arriba, aflojando la cadena. Descargada,curvse y tras un balanceo imperceptible, cay degolpe sobre las duras planchas de maderas. Singletonasi la alta palanca y de un violento empuje de todosu cuerpo, dio media vuelta al guindalete. Secontuvo, respir hondo y qued luego largo ratocontemplando con ojos irritados el compactoaparato echado sobre el puente, a sus pies, como unextrao monstruo prodigioso y domado.

    - Ah tienes, le gru como un amo, entre lainculta barba enmaraada.

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    II

    El Narciso zarp al amanecer.Una bruma ligera velaba el horizonte. A lo lejos,

    la inconmensurable llanura lquida extendasebrillante como un pavimento de pedrera, y vacacomo el cielo.

    El remolcador negro se apart a barlovento,como de costumbre, larg la amarra y par lamquina; titube un instante a lo largo del anca,mientras que, esbelto y largo, el casco del barcooscilaba lentamente bajo las velas. La tela flojahinchbase de brisa redondendose blandamentecon perfiles semejantes a los de blancas nubesligeras, presas en la red de cuerdas. Despus las velasfueron cazadas y las vergas izadas el barco tornseuna alta y solitaria pirmide que se deslizaba,brillante de blancura, a travs de la niebla luminosa.

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    El remolcador dio media vuelta sobre su estela yvolvise a tierra. Veintisis pares de ojos siguieron, aras del agua, su trasera achaparrada, que rampabasobre la marea lisa, entre las ruedas que giraban aprisa azotando el agua con golpes precisos yrabiosos. Pareca un enorme escarabajo acutico,sorprendido por la luz, deslumbrado por el sol yafanndose en penosos esfuerzos por ganar lasombra lejana de la costa. Tras l, qued en el cielouna estela de humo, y en el agua dos rayas deesfmera espuma. En el lugar donde se haba vuelto,quedaba una mancha negra y redonda de holln, queondulaba con la marea, semejante a un lugarmanchado por un reposo impuro.

    Abandonado a s mismo, el Narciso, rumbo alsur, pareci enderezarse, resplandeciente y comoinmvil sobre el mar sin reposo y bajo el sol viajero.

    Flecos de espuma resbalaban a lo largo de susflancos y el agua chocaba en rpidas oleadas; la tierraperdase de vista esfumndose; algunos pjarosgritaban, planeando sobre los mstiles con las alasextendidas. Pero pronto la costa desapareci,volaron los pjaros hacia el oeste y la velapuntiaguda de un Dhaw rabe que iba hacia Bombayapareci sobre la lnea del horizonte, slo un

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    instante, para desvanecerse sbitamente como unespejismo.

    Despus la estela del barco prolongse inflexibley larga a travs de un da de infinita soledad. El solponiente pareca abrasar las olas y arda rojo, bajo lanegrura de pesadas nubes de lluvia. La borrasca delatardecer, llegando a la zaga, se fundi en breve yceido diluvio. Dej al barco reluciente desde la bolade los mstiles hasta la lnea de flotacin, pero conlas velas opacas. Corra a prisa ante el soplo igual delmonzn, con la cubierta libre para la noche y fielconsigo mismo, mezclaba el susurro del montonogolpetear de las olas al murmullo sofocado de la vozde los hombres reunidos en popa para el arreglo delos turnos, a la queja corta de alguna rondana o, aveces, al fuerte suspiro de la brisa.

    Mr. Baker, saliendo de su cabina, gritagudamente el primer nombre de la lista, antes decerrar la puerta tras s.

    Iba a hacerse cargo del puente.Es un viejo uso martimo que, durante el viaje de

    regreso, el segundo de a bordo tome la primeraguardia nocturna desde las ocho hasta las doce.

    Es por eso que Mr. Baker, tras haber odo elltimo presente, dijo pensativo: Relevad al

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    timonel y al viga y trep pesadamente la escala depopa a barlovento. Poco despus, Mr. Creightonbaj silbando suavemente y entr en la cabina. En elumbral de la puerta, el ranchero ambulaba enpantuflas, meditativo y con las mangas de la camisaarrolladas hasta el sobaco. Sobre el puente elcocinero, que cerraba las puertas del fogn, tenia unaltercado con el joven Charley, a propsito de unpar de calcetines. Oase su voz elevarsedramticamente en la oscuridad:

    - Pero t no soportas que uno te haga un favor...te los pongo a secar y sales quejndote de losagujeros. Si yo fuera un hereje como t, rufiancillo,ya te fregara la cara.

    Los hombres permanecan pensativos en gruposde tres o cuatro, o marchaban silenciosos a lo largode los baluartes del combes. El primer da deactividad de un viaje recaa en la paz montona de larutina. En popa, sobre la toldilla, Mr. Bakermarchaba arrastrando los pies y gruendo solo, en elintervalo de su pensamiento; en proa, el viga, de pieentre los brazos de las dos anclas, tarareaba un aireinterminable, los ojos fijos en la ruta, con vacamirada. Una multitud de estrellas surgiendo en lanoche clara pobl la vaciedad del cielo. Irradiaban

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    como vivientes, sobre el mar que circundaba elnavo en marcha; ms intensas que los ojos de unaatenta multitud y ms escrutadora, que las almas enel fondo de la mirada humana.

    El viaje haba comenzado. El navo, como unfragmento desprendido de tierra, hua, frgil y rpidoplaneta solitario. En torno suyo los abismos del cieloy del mar juntaban sus intangibles fronteras. Unavasta soledad esfrica movase con el barco siempreigual en su aspecto majestuoso y jams montono.

    De tiempo en tiempo otra vela vagabunda,cargada de vidas humanas, apareca a lo lejos, uninstante, siguiendo la ruta de su propio destino. Elsol iluminaba su camino todo el da, y todas lasmaanas abra, abrasador y redondo, su ojoinsatisfecho de curiosidad. Esa casa flotante tena supropio porvenir; viva con la vida de todos los seresque poblaban sus puentes; semejante a la tierra quela haba entregado al mar llevaba una cargaintolerable de recuerdos y esperanzas. Llevaba,vivientes la verdad tmida y la mentira audaz y comola tierra, estaba desprovista de conciencia, agradablea la vista, condenada por el hombre a innoble suerte.La augusta soledad de su ruta daba dignidad a lasrdida inspiracin de su peregrinaje. Navegaba

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    hacia el sur, espumando, como guiada por el corajede un alto propsito. La sonriente inmensidad delmar pareca reducir la medida del tiempo. Los das,corran unos despus de otros, brillantes y rpidoscomo los rayos de un faro y las noches accidentadasy breves parecancese a sueos fugaces.

    La tripulacin estaba en su puesto y dos vecespor hora la campaa regulaba su vida de laborincesante. Noche y da la cabeza y los hombros deun marino se alzaban en la popa recortndose sobreel sol o el cielo estrellado, inmviles sobre losinquietos rayos de las ruedas del timn. Los rostroscambiaban, sucedindose en orden inmutable.Jvenes barbudos, negros, serenos o atormentados,todos se asemejaban, llevando la marca fraternal, lamisma expresin atenta para observar la brjula o lavela. El capitn Allistoun, serio, una vieja bufandaroja alrededor del cuello, ocupaba el da entero latoldilla. De noche, a veces, ocurra emerger de lastinieblas, como un espectro de su tumba, y quedabavigilante y mudo contemplando las estrellas, con lacamisa de noche flotante como una bandera;despus, sin emitir una slaba, volva a hundirse denuevo.

    Haba nacido en la costas de Pentlad Firth. En su

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    juventud fue arponero en los balleneros dePeterhead. Cuando hablaba de aquellos tiempos susmviles ojos grises volvanse fijos y helados.

    Ms tarde, por cambiar, viaj por lo mares de laIndia. Comandaba el Narciso desde suconstruccin y le amaba, pero le lanzaba sincompasin posedo por un anhelo secreto: hacerlecumplir algn da una brillante y pronta travesa quemencionaran las gacetas martimas.

    Acompaaba con sonrisa sardnica el nombrede su armador, hablaba raramente a los oficiales yreprobaba las faltas con tono suave, pero palabrastajantes hasta lo vivo. Sus cabellos gris hierro,encuadraban un rostro duro, color cordobn. Todoslos das de su vida, afeitbase, a las seis (salvocuando fue tomado por el huracn a ochenta millasal sudoeste de Mauricio, y tres veces consecutivasfalt) No tema sino a un Dios sin misericordia yaspiraba a acabar su das en una casita rodeada de unpalmo de terreno, lejos en el campo, donde no seviese el mar.

    El, regente de ese mundo minsculo, descendarara vez de las alturas olmpicas de la toldilla. Msabajo, a sus pies, por decirlo as, los mortalescomunes arrastraban su trabajosa existencia. De una

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    punta a la otra del barco, Mr. Baker gruasanguinario e inofensivo metiendo la nariz en todoya que estaba, como l mismo lo dijera una vez,pagado precisamente para eso.

    Los que trabajaban en el puente tenan unaspecto sano y contento como la mayor parte te losmarinos una vez en el mar.

    La verdadera paz de Dios comienza no importadnde, a cien leguas de la tierra ms prxima, ycuando enva mensajeros de su poder no es paraperseguir terriblemente el crimen de la presuncin ola locura, sino con el fin de reunir, fraternalmente,corazones simples e ignorantes que desconozcan lavida y no latan de envidia ante la alegra y los bienesde otros.

    De noche, la cubierta recogida cobraba untranquilo aspecto semejante al del otoo terrestre. Elsol descenda al abismo de su reposo envuelto en unmanto de clidas nubes. En proa, el contramaestre yel carpintero, sentados sobre el extremo de losmstiles de cambio, permanecan con los brazoscruzados; cerca, el maestro velero achaparrado ycorto haba, navegado en un barco de guerra,contaba entre dos chupadas de pipa, historiasincrebles sobre algunos almirantes.

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    Las parejas andaban de largo a largo guardando elpaso y el equilibrio sin esfuerzo a pesar del estrechoespacio. Los cerdos gruan en su chiquero. Belfast,soador, de codos sobre la barandilla,comunicbase, con ellos por medio del silencio desu meditacin. Los grumetes, con la camisa abiertasobre el pecho tostado, se alineaban sobre el cordajede las amarras o los tramos de las escalas del alczarde proa.

    Al pie del mstil de mesana un grupo discutasobre los rasgos caractersticos que distinguen a ungentleman. Una voz dijo: Es la menega... Otrocorrigi: No, hombre, el modo de hablar.Knowles, el cojo, avanzando su cara mugrienta,gozaba de la distincin de ser el peor lavado detodos, y mostrando algunos huesos amarillos en unasonrisa de superioridad dijo que l les haba vistolos pantalones...

    Los fondillos, deca, estn ms finos que unpapel a fuerza de rozar con las sillas de la oficina, sinque por eso, a primera vista, se note nada ni la teladeje de durar.

    - Es endemoniadamente fcil ser gentlemancuando se tiene un oficio as toda la vida.

    Discutieron hasta el infinito, obstinados y

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    pueriles, gritando argucias sorprendentes con la caracongestionada, mientras la blanda brisa,desbordando en remolinos de la enorme cavidad dela mesana bombeada sobre sus cabezas, remova suscabellos despeinados con soplo ligero y fugitivocomo una indulgente caricia.

    Olvidaban su trabajo, se olvidaban a s mismos.El cocinero acercse para escuchar y se quedradiante de la ntima de la ntima luz de su fe, comoun santo infatuado y siempre enceguecido por lacorona prometida.

    Donkin, solitario y rumiando sus penas en lapunta del alczar, acercse para seguir el hilo de ladiscusin que prosegua abajo. Torn su caraamarillenta hacia el mar y sus finas narices aletearonhusmeando la brisa al bajar negligentemente a labatayola.

    En la luz dorada, los rostros brillabanapasionados por el debate, los dientes irradiaban ycentelleaban los ojos. Los paseantes detenanse dedos en dos, interesados un momento. Un marineroque estaba inclinado sobre un cubo, se enderezfascinado, con flecos de jabn chorrendole de losbrazos.

    Hasta los tres oficiales subalternos escuchaban

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    con aire superioridad apoyados en la proa y con laespalda bien guardada.

    Belfast se detuvo a tirarle la oreja a su cerdopreferido, la boca abierta y la mirada impacienteaguardando el momento de meter la cucharada.Levant los brazos gesticulantes y descarnados. Delejos, Charley grit a los disputadores:

    - Sobre gentleman yo se ms que ninguno devosotros. He sido como chancho con ellos... leslustraba las botas.

    El cocinero, que alargaba el cogote para ormejor, qued escandalizado.

    - Ten la lengua cuando hablen los mayores,renegado, lengua larga.

    - Se hace lo que se puede, viejo Aleluya!... no teenfades, respondi Charley.

    Una opinin del sucio Knowles, emitida con airede sobrenatural astucia, despert una risita quecorri, se hinch como la onda y desbord depronto formidablemente. Golpeaban con los pies,alzaban al cielo los rostros rugientes de alegra,muchos, incapaces de hablar, se golpean los muslos,mientras uno o dos plegados como un acorden, sesofocaban sujetndose el cuerpo con los brazoscomo en un ataque de dolor. El carpintero y el

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    patrn conservaban la misma actitud, sacudidos ensu sitio por una risa enorme. El maestro velero,preado de una ancdota a propsito de uncomodoro, avanzaba un beso. baboso.

    El pinche se enjugaba los ojos con un trapopringado de grasa; y la sorpresa de su propio xitoalargaba una lenta sonrisa en la fisonoma del cojo,de pie en medio de ellos.

    De pronto, la faz de Donkin, apoyado en elguarda cuerpo, tornse grave; un crescendo ronco sealzaba tras la puerta del alczar. Lleg a convertirseen un rumor y termin en un suspiro. El hombre delcubo meti los brazos bruscamente en el agua; elcocinero se qued cabizbajo como un apstatadesenmascarado, el patrn alz los hombros confastidio, el carpintero se levant de un salto y semarch, mientras el maestro velero pareca sacrificaren su fuero interno la historia del comodoro y sepona a chupar su pipa con sombra dedicacin. Enla negrura de la puerta entreabierta un par de ojoslucieron grandes, blancos y giratorios; despus lacabeza de James Wait apareci como sujeta en elespacio, por dos manos que la asieran de amboslados. El pompn de su bonete de lana azul caahacia adelante, danzando alegremente sobre su ceja

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    izquierda. Sali con paso incierto. Vigoroso deaspecto como antes, mostraba, sin embargo, en sumarcha una extraa y afectada falta de seguridad, elrostro pareca un poco demacrado, y los ojosasombraban por su prominencia.

    Hubirase dicho que precipitaba, por su solapresencia, la cada del sol declinante, que se hundide pronto, como si huyese ante el negro; unasombra influencia emanaba de su persona, un no squ de lgubre y helado, que se exhalaba y posabaen todos los rostros una especie de crespn deduelo.

    La risa expir en los labios curtidos. No seprofiri una palabra. Algunos dieron media vueltacon afectada indiferencia; otros, con la cabezainclinada, deslizaban a su pesar miradas oblicuas,ms semejantes a criminales conscientes de sucrimen, que a hombres honestos turbados por laduda.

    Slo dos o tres no esquivaron la mirada de JamesWait, y la encararon con la boca abierta. Todosesperaban que hablase y parecan saber de antemanolo que iba a decir. El apoy la espalda en elmontante de la puerta, y su pesados ojos aplastaroncontra nosotros una mirada envolvente,

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    dominadora y apenada, como la de un tiranoenfermo, martirizando a una multitud de esclavosabyectos, pero poco seguros.

    - Ninguno se fue, aguardaban como presa de sufascinadora angustia. Irnico, con hiposentrecortando las frases, dijo:

    - Gracias... camaradas... Sois muy amables ytranquilos... no cabe duda... de desgaitaros as...ante la puerta.

    Hizo una pausa ms larga, durante la cual, comoen el esfuerzo exagerado de una respiracinlaboriosa, sus costados palpitaban fuertemente.Aquello resultaba intolerable, los pies golpeteaban elsuelo. Belfast dej escapar un gemido de opresin,pero Donkin, en lo alto, pestae con sus prpadossiempre irritados por misteriosa ceniza y sonri conamargura sobre la cabeza del negro.

    Este continu con tranquilidad. No jadeaba y suvoz son hueca y timbrada como si hablase desdeuna caverna vaca. Se irritaba despreciativamente: Hetratado de dormir, sabis que no pego los ojos entoda la noche y vens a jalear a la puerta como unmaldito montn de viejas. Y os tenis por buenoscompaeros? Verdad? Bah!, qu os importa de unhombre que revienta!

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    Belfast hizo una pirueta, saliendo del chiquero.- Jimmy, t no estaras ms enfermo que yo si...-Qu? Mtete con tus iguales. Djame en paz, no

    tendrs mucho que esperar. Voy a morirme y estartodo arreglado.

    A su alrededor los hombres permanecieroninmviles, jadeando un poco, con la ira en los ojos.Era eso mismo lo que esperaban las palabras que lescolmaban de horror; la idea de una muerteemboscada que se les echaba a la cara, muchas vecesal da, jactancia y amenaza a la vez en boca de aquelnegro importuno. Pareca orgulloso de esa muerteque hasta ahora no haca sino proveerlo de todas lascomodidades de la vida; era arrogante, como siningn otro ser en el mundo tuviese intimidad contal compaera. Haca exhibicin de ella antenosotros con persistencia tan llena de uncin, queresultaba igualmente difcil negarla que percibirla.

    Ningn hombre ha sido nunca sospechoso de talamistad! Era una realidad o una superchera aquellasiempre esperada visitante de Jimmy? Dudbamosentre la compasin y la desconfianza, mientras l, ala provocacin ms leve, responda exhibiendo anuestros ojos los huesos de su molesto e infameesqueleto. No se cansaba de decirle. Hablaba de ella

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    como si estuviese ya ah mismo, como si se acostaseen la litera vaca o fuera a sentarse con nosotros parala comida. La mezclaba a diario al trabajo, aldescanso a las distracciones.

    Nada de cantos ni de msica a la noche, porqueJimmy (le llambamos tiernamente Jimmy paraesconder el odio, que nos inspiraba su cmplice)haba venido a destruir el equilibrio, gracias a sufuturo deceso, hasta del mismo Archie. Archietocaba el acorden, pero despus de una o dos delas acres homilas de Jimmy se rehus a hacerlo.

    Nuestros cantores se abstuvieron a causa delmoribundo Jimmy. Y por lo mismo, nadie, Knowlesrepar en ello, se atrevi a plantar un clavo en lostablones para colgar sus pilchas sin hacerlo motejarde enormidad ya que eso turbaba los interminablesltimos momentos de Jimmy. Por la noche, en vezdel grito jovial de: Arriba, arriba! Has odo elllamado?, se despertaba para los cuartos, hombrepor hombre despacito, tratando de no interrumpir elsueo, quiz el ltimo sobre la tierra, de Jimmy.

    A decir verdad, el negro estaba siempredespierto, y se las arreglaba, mientras nosesquivbamos al puente de puntillas, para arrojarnosa la espalda alguna frase mordiente que nos

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    convenca de nuestra brutalidad, hasta el momentoque empezbamos a encontrarnos idiotas. En elalczar, hablbamos en voz queda como en la iglesia.Comamos temerosos y callados, porque Jimmy semostraba fantstico en el captulo de la nutricin ydenunciaba amargamente a la cocina, al t, a lagalleta, como sustancias inconvenientes al consumode los seres vivientes, cuanto ms a los de unmoribundo.

    Deca:-No hay medio, entonces, de encontrar un

    pedazo de carne pasable para un enfermo que nopuede quedarse en su casa para curarse o reventar?Pero qu... vosotros la robaras, si la hubiese... Meenvenenaras... Mira lo que me habis dado!...

    Le servamos en la cama con rabia y humildad,igual que los viles cortesanos de un detestadoprncipe; l nos pagaba con sus crticas implacables.Haba descubierto el infalible resorte de laimbecilidad humana; tena el secreto de la vida aquelmaldito moribundo, y se haba adueado de cadaminuto de nuestra existencia.

    Reducidos a la desesperacin, permanecamossumisos. El impulsivo Belfast estaba siempre a mitadde camino entre las vas de hecho y las lgrimas. Una

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    noche le confes a Archie:- Por medio penique le arrancara su asquerosa

    cabeza negra a ese cuentero del to...Y Archie, corazn leal, pareci quedar

    escandalizado. Tanto pesaba el maleficio lanzadosobre nuestra ingenuidad por aquel negroaventurero. Pero la misma noche, Belfast robaba enla cocina la torta de frutas de la mesa de oficiales, afin de despertar el apetito herido de Jimmy.

    Era poner en peligro no slo su larga amistad conel cocinero, sino tambin su salud eterna. Elcocinero qued aterrado de dolor. Sin conocer alculpable, era ya mucho que el mal floreca, y queSatn desencadenado estaba entre nosotros aquienes l consideraba, en cierto modo, bajo sudireccin espiritual.

    Le era bastante ver tres o cuatro en grupo paradejar fogones y correr con una plegaria en lo labios.Le huamos y slo Charley, que conoca al ladrn, leafrontaba con cndidos que irritaban al hombre debien.

    - Es de ti de quien dudo, gema lamentable, unamancha de holln en el mentn. Eres t... hueles asacarina... no volvers a secar tus medias a mi fuego,entiendes?

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    Pronto se extendi, oficiosa, la nueva, que encaso de reincidir, nuestra mermelada de naranja, unextra a razn de media libra por cabeza, serasuprimida.

    Mr. Baker dej de fastidiar con sus reproches asus marineros preferidos y distribuy entre latripulacin entera, equitativamente, sus sospechososgruidos.

    Los ojos fros del capitn lucieron condesconfianza, desde lo alto de la toldilla, siguiendonuestra pequea tropa al ir a atar las drizas de lasvergas, para asegurar, segn la costumbre de toda lasnoches los cordajes del halar avante. Esa clase derobo, a bordo de un barco de comercio, es difcil deevitar y puede interpretarse como una declaracin deguerra de la tripulacin a la oficialidad.

    Es un mal sntoma. Sabe Dios qu querella puedeocasionar un da.

    La confianza mutua que reinaba en el Narciso,estaba rota aunque durase la paz. Donkin nodisimulaba su dicha. Nosotros permanecamosestpidos. El ilgico Belfast cubri de injurias yreproches al negro. James Wait, acodado en sualmohada, estrangulado y jadeante respondi: Te lahaba pedido yo, que la escamotearas, su famosa

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    torta maldita? El diablo se la lleve, la porquera esa,y buen mal que me ha hecho, irlands loco!...

    Belfast la cara roja y los labios temblorosos seprecipit sobre l. Todos los presentes lanzaron unsolo grito. Hubo un momento de salvaje tumulto yuna voz taladrante grit:

    -Muy bien, muy bien!Se esperaba ver a Belfast retorcerle el cuello.

    Vol una nube de polvo, y a travs de ella la tos delnegro hizo or sus estallidos metlicos semejantes alos de un gong. La claridad mostr a Belfastinclinado sobre el negro dicindole:

    - No hagas eso, Jimmy, no lo hagas, no seas as.Un ngel no te soportara por enfermo que ests.

    Nos lanz una mirada circular de pie sobre lalitera de Jimmy, con los ojos llenos de lgrimas;despus se esforz por arreglar los cobertoresrevueltos. El incesante murmullo del mar llenaba elalczar. James Wait estaba asustado, conmovido ocontrito? Permaneci de espaldas, oprimindose elcostado con una mano, inmvil como si la esperadavisitante, hubiera llegado, al fin. Belfast corrido,mova los pies diciendo: Ya lo sabemos, t no andasbien, pero... no tienes ms que decir lo que quierasy... ya sabe que ests mal, muy mal.

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    No, decididamente James Wait no estaba niconmovido ni contrito. A la verdad pareca un pocosorprendido. Se enderez sobre su asiento confacilidad y ligereza.

    -Ah! me encontris mal no es verdad?, dijolgubremente con su ms clara voz de bartono (alorlo hablar nadie hubiera dicho que estaba enfermo)eh? Y bueno, haced lo que se debe, entonces.Decir que no hay entre vosotros uno bastante vivopara extender una manta derecha sobre un enfermo!Bah! no vale la pena verdad? ya reventar comopueda.

    Belfast se volvi blandamente, con gestodescorazonado. Donkin articul: Bueno malditasea!, y sonrea. Wait quedse mirndole. Lo mircon ojos, palabra de honor, amistosos. No podamoscomprender lo qu le agradara a nuestroincomprensible enfermo, pero el desprecio deaquella burla nos pareci insoportable.

    La posicin de Donkin en el alczar de proa eradistinguida pero incierta, eminente tan slo por lageneral antipata que inspiraba. Se le evitaba y suaislamiento concentraba su mente en los temporalesdel Cabo de Buena Esperanza, y su deseo de loscalientes trajes encerados que nosotros estbamos

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    provistos. Nuestras botas, nuestros impermeableseran para l otros tantos objetos de amargameditacin. No posea nada y por instinto senta quenadie iba a ofrecrselo.

    Bajamente servil con nosotros se mostraba, porsistema, insolente con los oficiales. Descontaba paras mismo los mejores resultados de esta lnea deconducta, y se engaaba.

    Tales seres, olvidan que, en caso de excesivaprovocacin, los hombres son injustos. Lainsolencia de Donkin hacia el sufrido Mr. Baker,lleg a sernos intolerable, y la oscura noche en que elsegundo lo zarande de lo lindo, nos alegramosverdaderamente.

    Aquello se hizo con limpieza y decencia y casi sinruido. Acababan de llamarnos, poco antes de medianoche, para orientar las vergas y Donkin, segn sucostumbre, emiti opiniones injuriosas. Mientrasmal despiertos nos mantenamos alineados, la brazade la mesana en la mano, esperando las rdenessiguientes, sali de la oscuridad un rumor de golpes,de pies arrastrados, una exclamacin de sorpresa,sonar de patadas y porrazos, de palabrasentrecortadas que silbaban: Ves?... Basta, basta!...ndate... Oh, oh!. Sigui una sucesin de

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    blandos choques mezclado de tintinear de cadenas,como la cada de un cuerpo inerte, entre lasescotillas de popa. Antes que nos diramos cuentade lo que pasaba, la voz de Mr. Baker, elevseprxima y con un ligero tono de impaciencia:

    - Vamos, vosotros sujetad esa cuerda. Ynosotros, sujetarnos, en efecto, con gran celeridad.

    Como si tal cosa, el segundo continu orientandolas vergas con su habitual crispadora minuciosidad.

    De Donkin, nada por el momento, y nadie secuid de l. El segundo poda haberle tirado por laborda y nadie hubiese dicho siquiera: Vaya, ya se hamarchado!

    En suma, no ocurri gran cosa, aunque elepisodio costara a Donkin uno de los dientes deadelante. Lo advertimos por la maana y guardamosun ceremonioso silencio. La etiqueta de alczar noscondenaba a ser ciegos y mudos, y en tales casosnosotros velbamos por la compostura mscelosamente de lo que suelen hacerlo en tierra elcomn de las gentes. Charley con una faltasorprendente de savoir vivre exclam:

    -Has ido al dentista? Te ha dolido mucho?Le respondi un sopapo de mano de su mejor

    amigo. El muchacho, sorprendido, se mantuvo

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    enfadado durante tres horas. Nosotros sufrimos porl, pero su actitud exiga mayor disciplina an que lade los maduros.

    Donkin sonrea envenenadamente. Desde aquelda no tuvo piedad y trat de echar de lado a Jimmydndonos a entender que nos tena por un montnde idiotas, primos cotidianos del primer negro cadodel cielo. Y sin embargo, Jimmy pareca quererle!

    Singleton viva lejos del contacto y de seemociones humanas. Taciturno y serio respiraba enmedio de nosotros, en eso nicamente igual al restode los hombres.

    Nos esforzbamos en mostrarnos valientes peroel trabajo nos pareca duro, balancendonos entre eldeseo de ser buenos y el miedo a resultar ridculos.Queramos librarnos de las angustias delremordimiento, pero en cuanto a pasar por vctimasde nuestra caridad, no estbamos dispuesto a ello.La detestable compaera de Jimmy pareca haber so-plado con su impuro aliento, sutilezas desconocidasen nuestro corazn.

    Fuimos cobardes, estbamos turbados y no loignorbamos...

    Singleton pareca no enterarse de nada. Hastaentonces le tuvimos por tan inteligente como

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    pareca, ahora llegamos a acusarle de ser presa de laidiotez senil.

    Un da, en la comida, mientras estbamossentados en nuestros cofres alrededor de un plato dehierro blanco, posado en el puente en medio delcrculo de nuestros pies, Jimmy expres su disgustogeneral por los hombres y por las cosas, en trminosparticularmente disgustados. Nosotros callamos.

    El viejo, hablando a Jimmy pregunt: Vas a mo-rirte?

    As apostrofado, James Wait tom un airehorriblemente sorprendido y fastidiado. Nosestremecimos: quedamos con la boca abierta,pestaeando y el corazn sobresaltado; un tenedorde hierro escapado de una mano golpe el fondo delplato; un marinero se levant como para salir, yqued all. En menos de un segundo Jimmy serecobr.

    -Eh, qu? No se nota acaso? respondi conseguridad.

    Singleton quit de sus labios un trozo de galletaremojada, sus dientes, como l deca, haban perdidoel filo de antao.

    - Entonces, algrate, repuso con mansedumbrevenerable, y no hagas tanto comercio con nosotros

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    porque qu quieres que hagamos!Jimmy cay de nuevo en su cama, permaneci

    tranquilo largo tiempo, movindose slo paraenjugarse el sudor del mentn. Le sacaron los platosa prisa. Sobre la cubierta se comentaba, el incidentecon voz queda. Algunos reventaban en risassofocadas. Wamibo al salir de sus perodos deidiotez o de ensueo esbozaba sonrisas que al nacermoran y uno de los jvenes escandinavos,barrenado por duda, tuvo la audacia, durante laguardia de seis a diez, de abordar a Singleton, elviejo no nos animaba a ello por cierto , y depreguntarle ingenuamente:

    -Vd. cree que l va morirse?- Seguramente, morir, dijo con resolucin.Aquello fue decisivo. El que haba consultado al

    orculo dio a todos, sin tardanza, parte de losucedido. Tmido y apremiante llegaba a cada unocon los ojos vagos y recitaba la frmula: El viejoSingleton dice que morir.

    Alivio inmenso! Sabamos al fin que nuestracompasin no se excitaba en vano, podamos denuevo sonrer sin doble intencin.

    Pero no contbamos con Donkin. Donkin no sedejaba impresionar por esos puercos extranjeros.

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    Respondi con voz perversa:-T tambin reventars, cabeza de holands!

    Convendra que reventarais todos en vez dequitarnos nuestro dinero para llevroslo a vuestropas de muertos de hambre.

    Quedamos consternados. Despus de todo erapreciso darse cuenta que la respuesta de Singletonno significaba nada. Y le odibamos por haberseburlado de nosotros; toda nuestra seguridadflaqueaba.

    La relacin con los oficiales era cada vez mstirante; el cocinero, con su sorda guerra nosabandonaba a nuestra perdicin; habamos odo alcontramaestre motejarnos de montn demaricones. Al menor desvo de nuestra humildevida, surga Jimmy altanero, cortndonos el camino,de bracete con su compaera terrorfica y velada. Unpeso nos oprima como si tuvisemos la suerteechada.

    Aquello haba empezado ocho das despus denuestra partida de Bombay. Cay sobre nosotros deimproviso, poco a poco, como todas las grandescalamidades. Habamos observado la flojera deJimmy en el trabajo, pero lo considerbamos comoresultado de su concepto del universo.

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    Donkin deca: Lo que es t, no haces ms fuerzaque una pulga en la punta de la amarra. Ledespreciaba. Belfast, en guardia para un posiblepugilato gritaba provocador:

    -No tienes ganas de matarte trabajando, viejo?-Y t?, retrucaba el negro con tono de inefable

    desprecio.Belfast callaba. Cierta maana, durante el lavado,

    Mr. Baker lo llam:-Trae ac esa escoba, t, Wait!El interpelado obedeci lnguidamente.-Arrea... prr... gru Mr. Baker con sus ojos

    saltones audaces y tristes: No son las piernas, dijo,son los pulmones

    Todo el mundo par las orejas.-Y qu tienes? pregunt Mr. Baker.Los de guardia estaban all, en la cubierta mojada,

    la escoba o el balde en la mano. Wait dijolgubremente: Eso me mata no ve Vd. que estoy ala muerte?

    Mr. Baker dijo repugnado:-Y entonces para que diablos te has embarcado?- Hay que ganarse la vida hasta que uno revienta

    no es as?Algunas risas se dejaron or.

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    -ndate de aqu, sal de mi vista! grit el segundo.La aventura le haba desconcertado. No conoca

    otra igual en todos sus aos de experiencia.James Wait haciendo gala de obediencia dej su

    escoba y se march hacia proa con lentitud. Unestallido de risas iba siguindole. Todos rean, rean...Ah!...

    Se convirti en verdugo de todos nuestrosinstantes, fue peor que una pesadilla. Imposibledescubrir en l traza externa de su mal.

    Sin ser muy grueso, ciertamente, no parecasensiblemente ms delgado que otros negros aquienes conocamos. Verdad, que tosa confrecuencia, pero cualquiera poda advertir que lamayor parte de las veces, tosa en el momentooportuno.

    No poda o no quera ocuparse del trabajo, perorehusaba guardar cama.

    Un da subi al baluarte con los mejores denosotros y se encontr enfermo, all arriba; fuepreciso bajar, con peligro de nuestras vidas, sucuerpo inerte y blando. Le llevbamos al capitn; lprotestaba, amenazaba, sermoneaba, adulaba. Mr.Allistoun lo mand a su cabina. Corrieron locosrumores; se dijo que tanta zalamera haba

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    perturbado al viejo, se afirm que tena miedo.Charley mantuvo que el patrn llorando, habadado al negro su bendicin y un tarro de dulce.

    Jimmy, arrimado a los muebles se quej de labrutalidad e incredulidad generales, y habaterminado por toser de ancho a largo, sobre losdiarios meteorolgicos del patrn que yacanabiertos sobre la mesa.

    Fuera lo que fuera, Wait volvi a proa sostenidopor el mayordomo que con voz conmovida dijo:

    -Hola! Sujetadlo uno de vosotros! Es precisoque guarde cama.

    Jimmy trag un cuartillo de caf y despus dealgunas palabras groseras a unos y a otros se acost.

    All permaneci la mayor parte del tiempo perosuba a cubierta segn su capricho.

    Arrogante, perdido en sus pensamientos mirabael mar, y nadie habra podido resolver el enigma quemantena a aquella figura aislada en su actitud demeditacin, inmvil como un mrmol negro.

    Rehusaba firmemente todo remedio. Sagus yharinas nutritivas volaron borda abajo, hasta que elmayordomo se cans de traerlas. Pidi elixirparegrico. Le mandaron una botella enorme, capazde envenenar todo un jardn de infantes. El la

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    guard entre los colchones y la pared del barco sinque nadie le viese jams tomar una gota.

    Donkin lo injuriaba en sus propias narices,bromeando a su costa, y al rato, Wait le prestaba suabrigada tricota. Una vez, tras haberle mortificadomedia hora por el recargo de trabajo suplementarioque su simulacin motivaba, coron su discursollamndole chancho con cara negra. Bajo lamaldita influencia que nos ligaba, permanecimoshelados de horror. Pero Jimmy pareca deleitarsepositivamente con aquellos insultos. Estabasatisfecho y Donkin vio caer a sus pies un par debotas viejas acompaadas de un sonoro:

    -Toma, basura de barrio, para ti.Al fin, Mr. Baker se vio obligado a avisar al

    capitn que James Wait turbaba el buen orden delbarco: Disciplina perdida... prr... a esollegaremos... grua.

    Efectivamente, los hombres de estribor,rehusaron obedecer una maana que el patrn dioorden de baldear el alczar. Jimmy no soportaba lahumedad y nosotros estbamos en tren decompasin aquel da. Pensbamos que el patrn eraun bruto y de hecho se lo dijimos. Slo el delicadotacto de Mr. Baker evit una completa rebelin. No

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    quiso tomarnos en serio. Lleg apresurado a laproa, nos llam varias cosas no del todo amablespero con el tono cordial de un verdadero lobo demar. En realidad le considerbamos demasiadobuen marino para molestarlo conscientemente. Elalczar fue limpiado aquella maana, pero durante elda se instal un cuarto de enfermo sobre la cubierta.Era una linda cabinita, abierta sobre el puente, condos camas. Se transportaron a ella todos los efectosde Jimmy y despus a Jimmy mismo a pesar de susprotestas. Dijo que no poda andar y cuatrohombres le llevaron sobre una manta. Se quejaba deque queran dejarle morir solo como a un perro.Nosotros participbamos de su disgusto, pero nosalegraba desembarazarnos de l en el alczar.Adems le cuidamos como antes.

    De la cocina, por la puerta del lado, el cocineroentraba varias veces al da. El humor de Wait mejorun poco. Knowles afirmaba haberle odo rer acarcajadas estando solo. Otros le haban visto denoche paseando sobre cubierta. Su pequeo retiro,en el cual el gancho de la puerta la mantena semicerrada, estaba siempre lleno de humo de tabaco.Por la reja de la puerta le lanzbamos burlas einsultos al pasar para los quehaceres. Nos fascinaba.

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    Jams permiti a uno detenerse.Invulnerable en la promesa de su prxima muerte

    hollaba con sus pies nuestra propia estima y nosdemostraba, cada da, nuestra falta de valor moral:corrompa la simplicidad de nuestra sana existencia.

    Si hubisemos sido un puado de miserablesinmortales condenados a ignorar siempre laesperanza y la pena, no hubiese podido dominarnoscon ms noble superioridad, ni afirmar msimplacablemente su sublime privilegio.

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    III

    Entre tanto, el Narciso, sali a toda vela delfranco monzn. Despus, sigui lentamente,durante unos pocos das de brisas juguetonas,haciendo oscilar la aguja de la brjula en grandescrculos. Bajo las clidas gotas de breves chubascoslos hombres descontentos hacan virar de borda aborda las pesadas vergas, empuando las sogasempapadas, jadeando y soplando, mientras losoficiales, huraos y chorreando lluvia, impartanrdenes sin fin, con voz cansada.

    Durante los cortos intervalos, los hombresmirbanse las palmas de las manos hinchadas ydesolladas y se preguntaban amargamente: Quinsera marinero si pudiera cultivar su tierra! Loscaracteres se agriaban, y nadie haca caso de lo quese deca. Una oscura noche en que los de la guardia,

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    jadeantes de calor y traspasados de agua, acababandurante cuatro mortales horas de bracear lascuerdas, Belfast declar que dejara el mar parasiempre embarcndose en un vapor. Palabrasexcesivas sin duda.

    El capitn Allistoun , siempre dueo de s mismo,deca tristemente a Mr. Baker: No est tan mal, noest tan mal, cada vez que lograba, a fuerza deastucia y maniobras, sacar de su barco sesenta millascada veinticuatro horas. Desde el umbral de supequea cabina Jimmy, el mentn en la mano, seguanuestra rida labor con mirada insolente y triste.Nosotros le hablbamos con dulzura pronta acambiar en agria sonrisa.

    Despus, de nuevo con viento propicio, y bajo unclaro cielo azul, el navo comenz a dar cuenta de laslatitudes australes. Pas a lo largo de Madagascar yMauricio sin ver tierra. Se doblaron las ligaduras delos mstiles de cambio y se revis la barra de laescotilla. En sus ratos perdidos, el mayordomo, conaire preocupado, trataba de ajustar las tablillas en lapuerta de las cabinas. Se envergaron cuidadosamentelas telas slidas. Hacia el oeste, los ojos ansiososbuscaban el cabo de las tormentas . El barcoinclinse al sudoeste y el cielo dulcemente luminoso

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    de las bajas latitudes tom da a da sobre nuestrascabezas un reflejo ms duro: alta bveda redondeadasobre el navo, como una cpula de acero, donderesonaba la voz profunda de los vientos helados. Unfro sol, luca sobre las crines blancas de las negrasondas. Bajo el fuerte soplo de los granizos del oeste,el barco con el velamen aligerado se acostabalevemente, obstinado pero dcil. Corra de aqu paraall trabajosamente, decidido a trazarse una ruta, atravs de la invisible violencia de los vientos; seechaba de cabeza en la negra y hueca tersura de lasgrandes olas fugitivas; rodaba sin reposo como sisufriera, responda a la voluntad del hombre, y susmstiles esbeltos trazaban sin cesar se