Juan Arana-La Conciencia Inexplicada

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  • 8/17/2019 Juan Arana-La Conciencia Inexplicada

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    CoLECC

    IÓ N FR ONTERAS

    Director Juan Arana

    Con l patrocinio de la Asociación

    de Filosofía y Ciencia Co ntemp oránea

    \

    \

    \

    l

    JUAN ARANA CAÑEDO ARGÜELLES

    LA CONCIENCIA

    INEXPLICADA

    Ensayo sobre los límites de la comprensión

    naturalista de la mente

    BIBLIOTECA NUEVA

  • 8/17/2019 Juan Arana-La Conciencia Inexplicada

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    C PÍTULO VI

    a inexplicabilidad explicada

    La consciencia s una supe

    rficie

    .

    Fr u

    EDR I

    CH

    N IETZSC

    HE

    ,

    Eccehomo.

    43. UN MET TE

    ORÍ

    DE

    L CONCIENCI

    Un querido amigo, que sigue siéndolo a pesar de haberle hecho leer

    la mayor parte de las páginas precedentes me dijo al acabar: « Está muy

    bien, pero sobre todo te dedicas a discutir lo que otros afirman sobre la

    conciencia. ¿Por qué

    no

    nos dices de w1a vez lo que piensas tÚ? » Si

    fuera susceptible diría que

    me

    estaba acusando

    de parasitismo intelec-

    tual: «¡Ya está bien

    de

    vivir del trabajo ajeno ¡Ponte a

    andar

    de una vez

    sobre tus propios pies » Pero no soy tan susceptible. Asumo la idea de

    pasar a la pequeña historia (hace tiempo renuncié a la gran historia)

    como recopilador y crítico. Me disgusta en cambio la idea

    de

    aumentar

    la entropía literaria

    con

    la pretensión

    de

    descubrir

    un

    nuevo

    Med

    iterrá-

    neo

    en

    campos tan intensamente trabajados como este. Estamos

    en

    la

    cultura del reciclaje y

    no

    es

    de

    shonroso contar lo que el prójimo ha des-

    cubierto, hacer balance y sentar las bases para que otros puedan l e ~ r

    w1 poco

    más lejos.

    Me

    veo a

    mismo apilando

    junto

    al

    muro

    fardos

    que no he liado, pero que pueden servir para que

    un

    espíritu sagaz se

    empine

    un

    poco más alto y acaso atisbe al otro lado.

    Por

    lo demás, poco importan las falsas o genuinas modestias. Si he

    titulado el libro a conciencia inexplic ada  es porque defiendo que hasta

    ahora no ha sido explicada satisfactoriamente, a pesar de que se ha in-

    tentado de muchas maneras. Demostrar esa «no explicación» lleva

    tiempo y esfuerzo y justifica de por sí

    un

    libro como este. No pretendo

  • 8/17/2019 Juan Arana-La Conciencia Inexplicada

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    Juan Arana Cañedo-Argüelles

    triunfar

    donde

    tantos

    han

    fracasado.

    Ya sé

    que los «ingenieros de

    acera» siempre tienen un diagnóstico a pw1to para aclarar

    por

    qué se

    cayó la grúa de la obra que observan ociosos, sin ser capaces

    por

    ello de

    ponerla de nuevo en pie. La única vez

    en mi

    vida que asistÍ a un espectá

    culo de lucha libre me divirtió mucho un t ipo bastante canijo que, sen

    tado en la última fila de la grada, gritaba de vez en cuando

    con

    voz atro

    nadora:

    «j

    ¡¡Ay,

    como baje » ¿Qué habría ocurrido

    si

    los forzudos que

    se

    daban mamporros en

    l

    ringle-hubiesen replicado: «¡ Pues baja de

    una vez, valiente »? ¿Y qué pasaría

    si

    los Dennett, Crick, Llinás, Mins

    ky,

    Edelman, etc., me invitaran a dejar de ponerles peros y pegas, para

    ver si a ellos les gustaban mis conjeturas?

    No

    me serviría de mucho ale

    gar que no quiero construir una teoría alternativa, sino

    mo

    strar las grie

    tas de las suyas. « ¡Nada de eso

    -podrían

    replicar con bastante ra

    zó ¡Tú has pretendido bastante más que rechazar nuestra explica

    ción de la conciencia

    De

    hecho, nosotros mismos hemos reconocido

    con

    toda

    honestidad que

    no

    lo hemos logrado del todo. Lo que sostie

    nes

    es

    que n siquiera hemos empezado a explicarla. En ot ras palabras,

    defiendes que somos rematadamente tontos a pesarde nuestrospremios

    nobel y

    bestsellers

    o bien que la conciencia

    es, se

    ncillamente,

    inexplica-

    ble. Y eso, amigo mío, tendrás que acreditarlo

    un

    poco mejor, no yendo

    a la contra como hasta ahora, sino exponiéndote a que seamos nosotros

    los que te lancemos

    dardos».

    Por supuesto dudo mucho que las mentadas eminencias vayan a

    perder el sueño

    por

    mis críticas y ni de lejos aspiro a que se tomen la

    molestia de rebatirme. Supongo que (salvo los que ya han pasado a me

    jor vida) seguirán muy ocupados acabando de explicar la conciencia.

    Pero algunos de mis hipotéticos lectores pueden estar con ellos ames

    que conmigo y tal vez deseen escuchar algo de mi propia cosecha para

    ver si se viene abajo al menor soplo como

    w1

    castillo de naip

    es.

    Me pa

    rece justo satisfacerles, puesto que

    no es

    de caballeros afrontar

    un

    duelo

    escondido detrás de un parapeto. Pase que

    uno

    se ponga de perfil para

    ofrecer

    un

    blanco más pequeño, pero

    no

    debe meterse en

    un

    agujero a

    menos que el rival haga otro tanto. Mis adversarios han tenido la genti

    leza de exponer bien a la vista su idea de conciencia e indicar cómo pue

    de ser desmontada, analizada, despiezada, deconstruida y diseccionada.

    Es muy cómodo decir con Ortega y Gasset: «No es esto,

    no es

    esto» y

    dejar luego

    el

    trabajo sin hacer. Así pues, acepto mi respon

    sa

    bilidad y

    me dispongo a dejar de ser flecha para convertirme en diana.

    Si

    no me equivoco, esta denominación la inventó Rockefeller, a quien gust aba

    curiosear las obras del cenero que construyó en Nueva York. Un día lo echó del lugar

    un capataz. En lugar de encararse con él, ordenó que se construyera una tribuna para

    uso y abuso de mirones con el letrero: « Reservada a los inge nieros de acera» .

    La conciencia inexplicada 131

    No

    lo haré, sin embargo, hasta haber dejado bien

    se

    ntadas algunas

    pumualizaciones. La primera es que mi « teoría » nace de la vergüenza

    torera y no de que esté convencido de su valor intrínseco.

    He

    aprendido

    mucho de las « malas» explicaciones ajenas, así que me toca ofrecer al

    prójimo el modelo al que

    he

    llegado y darle así ocasión de «aprender

    destruyendo», si después de todo no

    es

    tan bueno como pienso. Pero

    - y

    es

    la segun

    da puntualización-

    los defectos de

    mi

    tesis

    no

    depre

    ciarían el valor de las críticas precedentes. Ruego a cualquier lector bien

    dispuesto que juzgue separadamente una y otras. Sería una pena qu e me

    ocurriera como a

    Penrose, cuya espléndida crítica a las interpretaciones

    algorítmicas de la conciencia ha quedado ensombrecida

    por

    su recurso

    a la «ciencia-ficción» para encontrar una explicación mejor. Lo siento

    si dejo a

    mi

    criatura en precario y le niego la paternal protección que

    tiene derecho a esperar de mí.

    He

    sido padre a la fuerza y la prole de los

    vecinos me

    ha

    causado tantas molestias, que no quiero acallar con inti

    midaciones sus eventuales réplicas.

    Un tercer

    punto es

    que

    -como

    ya habrá sospechado el lector- la

    mía

    es

    menos una teoría que una metateoría. O sea: no pretendo tanto

    «explicar la conciencia» como «explicar

    por

    qué la conciencia

    es

    inex

    plicab le». Así justifico el tÍtulo del libro y de paso absuelvo a mis opo

    nentes: no

    es

    tan grave haber fallado: ¡pretendían un imposible Apa

    rentemente estoy bajando la puntería, pero

    en

    realidad me

    meto en un

    buen lío. Una cosa

    es

    decir que Pedro, Pablo yJuan se han equivocado y

    otra que nadie en el pasado, presente o futuro, consiguió, consigue o

    conseguirá acertar. Suponiendo que haya tenido éxito con diez o doce

    refutaciones, lo desmesurado es proyectar hasta el infinito la eficacia de

    la refutación.

    44. VIRTUDES

    DE

    LA

    EXPLICACIÓN

    NATURALISTA

    ¿Y

    por

    qué pretendo que

    es

    imposible explicar la conciencia? ¿Por

    qué debe permanecer para siempre inexplicada? Muy sencillo: porque

    con

    las

    explicaciones ocurre como c on las madres: de ver

    dad no hay

    más

    que una.

    Aquí rindo tributo al naturalismo pues reconozco, en definiti

    va, que la única explicación de la conciencia que podría ser satisfactoria

    sería la naturalista, de maneraque su fracaso nos deja sin repuestosacep

    tables para resolver

    el

    expediente. Comprenderesto supone una clarifi

    cación previa del concepto de

    «ex

    plicación» en general y de

    «exp

    lica

    ción naturali

    sta»

    en particular. Para explicar algo hay que tener un

    concepto inequívocode lo explicado y encontrar principios claros e idó

    neos para dar cuenta y razón tanto del hecho mismo de darse

    s

    u exis

    tencia) como de los modos de ese darse (su esencia). En la explicación

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    132 Juan Arana Cai'ledo-Argüdles

    «naturalista» los principios utilizados no

    pueden

    ser otros que los de

    las ciencias

    «duras»,

    esto

    es,

    la cosmología, física, química y biología

    (preferentemente, la biología molecular). Subsidiariamente podrían

    admitirse pr ocedimiento s explicativos de las ciencias

    «blanda

    en

    concreto, los

    de

    la hi

    stor

    ia natural y las ciencias humanas, como la psi

    cología, la sociología o

    la

    economía), siempre que quedara abierta (y

    casi

    prometida)

    la

    futura

    remisión de estos a

    lo

    s de las disciplinas ya

    convalidadas y reconocidas.

    Sostener que solo la explicación naturalista de la conciencia real

    mente

    podría explica0 seguramente me convierte

    en

    sospechoso de ser

    víctima del

    síndrome de Estocolmo:

    un libro entero criticando la natura

    lización de la conciencia y

    ahora

    salgo con que las únicas explicaciones

    váLdas

    son

    las naturalistas.

    Puede

    que sea así, pero, si se considera el

    asunto con un

    poco

    de calma, mi postura es

    comp

    rensible y nada ruptu

    rista. Ya he advertido que por vocación y profesión soy un ilósofo de la

    naturaleza  Los filósofos de la naturaleza estudiamos y admiramos el

    modo en que se

    ha

    conseguido reunir una cantidad inmensa

    de

    fenóme

    nos bajo un puñado escaso de leyes y principios. Las leyes no tienen por

    qué

    impon

    er

    una

    necesidad ineluctable a aquello

    que

    regulan.

    De

    he

    cho, la mayor parte de las leyes vigentes en la ciencia

    no

    obedecen al es

    quema: «si se dan tales y cuales condiciones, entonces ocurre necesaria-

    mente tal y cual cosa»,

    sino

    a este

    otro:

    «s i se dan tales y cuales

    condi

    ciones, entonces hay tal probabilidad

    de

    que ocurra tal y cual

    cosa».

    Llamamos «naturalista» a este tipo de explicación porque se supone

    que los principios y leyes que

    permiten

    pronosticarapriori y

    entender

    a

    posteriori l

    as

    cosas constituyen

    de

    al

    guna

    manerasu naturaleza

    La

    natu

    raleza de los entes naturales está a la vez dentro y fuera de ellos. Dentro,

    porque

    sin violencia les hac

    en comportarse

    así y no de otro

    modo.

    Fue

    ra,

    porque es

    idéntica a la

    de

    otros entes de la misma especie, género,

    clase, etc., de suerte que es legítimo abstraerla de cada uno de ellos y ex

    propiársela. En

    una

    de sus patéticas escenas, Castelao dibuja un campe

    sino gallego

    con

    el apero al hombro que espeta a sus hijos:

    « nosa

    terra

    non é nosa rapaces»   Si fuesen capaces de hablar, lo mismo dirían las

    piedras de la ley de gravedad, las hogueras de los principios de termodi

    námica, y las bacterias de las leyes

    de

    Mendel.

    Hay sin duda muchos otro s modos de responder a las preguntas que

    nos acucian. La filosofía, que inventó la explicación naturalista, tam

    bién buscó decenas - quizá ciemos-

    de

    alternativas teóricas. Pero re

    conozcámoslo: no hay color. Si se trata de reunir lo disperso, de llevar lo

    múltiple a lo uno, de

    encontrar

    lo

    permanente en

    lo pasajero, lo fijo

    en

    lo

    variable, lo idéntico en lo diverso, al final

    no

    hay expedient e más efi

    caz que el de las causas, principios y leyes. Cabe reivindicar la analogía

    de los conceptos, la polisemia de los principios, la pluralidad de las

    cau

    -

    La conciencia inexplicada

    133

    sas ¡el gran Aristóteles distinguió cuatro ). Es permisible ensayar teori

    zaciones que van de arriba abajo, de abajo arriba, o de lado a lado. Pode

    mos

    adoptar una

    perspectiva externa o interna, sintética o analítica, or

    aánica o inorgánica. También es legítimo usar una panoplia de verbos

    (sobre todo si usamos la lengua alemana) para introducir toda clase de

    matices y gradaciones: explicar, comprender, vislumbrar, d iscernir, en

    tender, advertir, intuir, percibir, descifrar, etc.

    Nadie nos

    prohíbe

    ser

    deductivos, inductivos, intuitivos, empáticos, racionales, lúcidos u oní

    ricos. Cada cual es muy libre de imp rimir el giro, estilo y aire que más le

    plazca al

    fruto

    de sus desvelos. Por ú ltimo ,

    en mano

    de

    todos

    está anotar

    si

    los datos

    que

    alimentan la fábrica del saber

    son

    empíricos o aprióricos,

    seguros o inseguros, conjeturales, probables o improbables; subjetivos,

    objetivos o intersubjetivos. Es responsabilidad personal e intransferible

    del investigador de turno dec idir cuáles de estas posibilidades desechará

    o aprovechará y hasta qué punto. El recetario es variadísimo,

    pero

    a la

    hora

    de la verdad, insisto, la mayoría se inclina

    por

    las generalizaciones

    más unívocas y rigurosas extraíbles de datos empíricos re

    petid

    a e ínter

    subjetivamente contrastables. Eso es la ciencia natural y no por casuali

    dad

    sigue

    reinando en una

    cultura

    que

    antes era occidental,

    pero ahora

    ya es planetaria. La lógica y la matemática pura admiten un tratamiento

    aún más riguroso, debido a que no están obligadas a contar

    con

    la per

    turbadora

    ayuda de la experiencia.

    Por suerte o por desgracia no todos

    los

    asuntos admiten la aplicación

    de los protocolos de la ciencia natural. Más aún : en

    la

    práctica

    no

    hay

    ni

    w1o solo sobre el

    que

    dichos protocolos aclaren absolutame

    nte todo

    lo

    que nos gustaría averiguar. Las cosas que tienen que ver con el hombre y

    la cultura resultan normalmente mucho más problemáticas.Sin embargo,

    pa rece

    que

    algo se

    puede

    ir avanzando

    por

    esta se

    nda

    y

    está precisa

    mente la fuerza del programa naturalis

    ta

    que en definitiva defiende la

    estrategia de emplear el modo explicativo de la ciencia natural sin ningu

    na

    limitación

    en

    cualquier ámbito donde tengamos algo

    que

    decir. Uno

    es

    naturalista y aplica el programa naturalista cuando afirma que todo lo

    que es susceptible de ser conocido en el marco de la experiencia, lo es o lo

    será

    en

    términos de ciencia natural. En cierto se

    ntid

    o, para adscribirse al

    naturalismo hay que ser « más

    pa

    pista que el Papa», porque uno de los

    más fumes signos de identidad de la ciencia en todasu historia es ser cons

    ciente de los límites de aplicabilidadde los

    método

    s

    que

    usa y no_ r ~ s r -

    dirlos. Por ese motivo ninguno de los grandes fundadores de la c1enCia fue

    « naturalista» y los primeros en nutrir las ftlas del naturalismo fueron

    epígonos de corrientes científico-Hlosóficas en boga,

    como

    el cartesianis

    mo

    o el newtonismo. El Hlósofo Georges

    Gusdorf

    ha efectuado

    un

    dete

    nido estudio de lo que denomina

    «la

    aeneralización del paradigma

    newtoniano» (Gusdorf, 1971: 180-212), fenómeno

    que

    sacudió Europa

  • 8/17/2019 Juan Arana-La Conciencia Inexplicada

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    134

    Juan Arana Cañedo-Argüelles

    durante todo el siglo XVIII tanto en el campo de las ciencia naturales

    como humanas.

    Es un

    episodio que constituye el espécimen de todas

    las

    modas naturalistas que han ido sucediéndose después.

    Conviene distinguir no obstante entre dos tipos de naturalismos. Al

    primero podríamos llamarlo «naturalismo undamentalista»

    por

    cuando

    defiende que una teoría o método concreto el de Newton , el de Darwin,

    el

    de Maxwell o el que

    sea)

    es

    de aplicación wüversal y servirápar a resolver

    todas

    las

    cuestiones planteadas o por plantear.El segundo seríael «natura-

    lismo historicista»

    porque acepta que los métodos y teorías de la ciencia

    tienen ámbitos y fechas de caducidad, pero afirma que con el avance de la

    ciencia surgen nuevas teorías y métodos, de manera que no hay desafío

    cognitivo que a la corta o a la larga no pueda ser resuelto por antiguas o

    nuevas formas de investigación natural. Mi discrepancia respecto a ambas

    formas del naturalismo me obliga a validar la tesis

    de

    que algunas cuestio

    nes muy significativas en concreto, el problema de la

    conciencia

    es-

    tán más allá de lo que es posible responder desde cualquier teoría científica

    habida o por haber. Como

    no

    soy profeta ni poseo una bola de cristal con

    virtudes anticipatorias, tendré que abandonar el terreno de los hechos

    para internarme en el de lo meramente posible o imposible).

    45. LIMITACIONES INTERNAS DE

    LOS

    NATURALISMOS

    Para llevar a cabo mi propósito es útil recordar un libro en el que deja

    mos los dientes muchos estudiantes de filosofía de mi generación y que

    llevaba el sugestivo tÍtulo de Limitaciones internas de

    los

    formalismos La

    driere, 1969 . Allí se explicaba cómo Godel, Church, Genzen, Kleene y

    otros habían descubierto cosas que determinadas estrategias de investiga

    ción las formalistas- nunca podrían conseguir. Pues bien, lo que ahora

    convendría escribir

    mutatis mutandis

    sería otro libro sobre

    «Limitaciones

    internas de los naturalismos». Desde luego no pretendo hacerlo ahora

    mismo, sino adoptar

    un

    punto

    de vista

    eq

    uiparable en lo que

    se

    refiere al

    asunto de la conciencia. Afirmo, en resumidas cuentas, que la conciencia

    está más allá de los límites internos del naturalismo. Ni más ni menos. Para

    alcanzar mi objetivo tendría, en primer lugar, que detectar dónde se en

    cuentran esos límites internos, si es que los ha

    y,

    y, en segun

    do

    lugar, mos

    trar que la conciencia se encuentra oera y no dentro de dichos límites.

    Abordemos el

    primer

    punto.

    Hay

    una característica que es común a

    todos los planteamientos naturalistas pasados y presentes. Pienso que

    también se dará en los que pue dan ser reconocidos en el futuro con ese

    adjetivo. Consiste en que adopta n elpunto de vista nomológico.

    «Punto

    de vista nomológico» significa que se reúnen muchos casos análogos

    por medio de observaciones o experiencias contrastadas intersubjetiva-

    La conciencia inexplicada 135

    mente y luego se comparan entre sí para encontrar constancias, pautas e

    identidades que trascienden a lo que en ellos hay

    de

    diverso, variable e

    irrepetible. Así

    se

    abstrae la regla, el

    nomos

    la cual constituye la materia

    prima refinada que elabora la cienciapara

    o ~ r r

    la unificación progresi

    va de

    las

    reglas mediante procedimientos lógico-matemáticos.

    Es un

    trabajo que

    se

    lleva a cabo en continuo diálogo con la experiencia ya

    conocida y proo-resivamente ampliada,

    por

    medio

    de

    pronósticos, con

    firmacione

    s,

    refutaciones, etc. Lo que se obtiene es un sistema de leyes

    en part

    e deducibles de principios y en parte simplemente subordinadas

    a ellos en una jerarquía que empieza por abajo con las leyes m

    ás

    concre

    tas y culmina

    con

    l

    as

    más comprehensivas. En pocas palabras: un puña

    do de leyes y nada más

    es

    lo que proporciona la ciencia, cuya explicación

    consiste básicamente en ver cómo tal fenómeno corres

    pond

    e a tal cate

    goría de casos, que a su vez están regidos por tales y cuales leyes, en cuya

    virtud resulta altamente probable tanto que haya ocurrido como sus

    propiedades más relevantes.

    ~ á debería yo dec ir a continuac ión algo así como: « pues bien, la

    conciencia

    en modo

    alguno

    es

    un fenómeno explicable en términos de

    leyes naturales y de su aplicación». Sin embargo,

    no

    sostengo exacta

    mente eso,

    porque

    en buena parte, la conciencia sí que está sometida al

    entramado de leyes naturales que sostiene el universo.

    La conciencia del

    que se despeñe desde un risco experimentará una aceleración de 9,8 me

    tros po r segundo en cada segundo, al igual que el cerebro y resto del

    organismo despeñado.

    Ha

    y un montón de leyes físicas, químicas, bioló

    gicas y fisiológicas que cond icionan y cuasi determin an el contexto es

    pacio-temporal

    de

    la conciencia, su encendido y apagado, sus conteni

    dos y modos. Podemos establecer con cierta exactitud la temperatura o

    la concentración alcohólica en la que empezará a delirar, y las estructu

    ras cerebrales

    de

    cuyo correcto funcionamiento depende. Sabemos se-

    guir siquiera

    de

    lejos la actividad neuronal que se le asocia y desentrañar

    una gran cantidad de procesos bioquímicos que no solo la hacen posible

    sino

    que

    la condicionan fuertemente

    en un

    se

    nt

    ido u otro Blanco,

    2014: 239-240). quedaentonces fuera de la explicación natural ya

    disponible o de la que podemos esperar en buena ley alcanzar más ade

    lante? Pues únicamente una sola cosa: el hecho de que mientras somos

    conscientes nos damos cuenta de parte

    de lo

    que nos pasa.

    Si

    tenemos

    curiosidad y adquirimos cultura científica sabremos de muchas leyes

    que pueden explicarlo casi todo

    2

      pero n unca el fino matiz del «darse

    2

    En este sentido, soy mucho más explicitO que Donald Davidson, cuyo principio

    de la nom

    a

    a

    e lo

    Mental

    afirma en sentido basta

    nt

    e genérico « que no hay leyes

    deterministas con base en las cuales puedan predecirsey explicarse los sucesos menta

    les» Davidson, 1995: 265).

  • 8/17/2019 Juan Arana-La Conciencia Inexplicada

    6/40

    136

    Juan Arana Cañedo-Argüelles

    cuenta » s i fuera metaRsico añadiría quizá: « del darse cuenta en cuan

    to darse

    cuenta» .

    6  EL

    VACÍO DE

    LA CONC

    IEN

    C IA

    COMO CIFRA

    DE

    SU INDEPENDENCIA

    Intentaré mostrar que no sostengo la tÍpica sut

    il

    eza especulativa.

    Hay un principio que

    el

    Código Civil español tipifica en el artÍculo 6.1,

    según el cual: «La ignorancia de las leyes no excusa de su cumplimien

    to». Esto se refiere a las leyes humanas, porque en lo que respecta a

    las

    leyes naturales habría que reformularlo así: «El hecho de que los hom

    bres, los vivientes o las cosas no sean conscientes de las leyes naturales

    para nada afecta a su vigencia». Sencillamente, al universo

    e da igual

    que haya dentro de él QUsanos que se retuerzan al darse cuenta de su

    propia miseria. Ya puede imprecar Zaratustra todo lo que quiera: el as

    tro rey pasa olímpicamente de sus amenazas y halagos. Hay una canción

    en momentos solemnes me gusta escucharla in terpretada por Liza Mi

    nelli) que subraya esto del

    modo

    más descarnado:

    Somebody loses and somebody wins

    nd

    one day i

    ts

    kicks then its kicks

    in

    the shins

    But

    theplanetspins

    nd he worldgoes round

    nd round and roundand round and round

    The worldgoes round

    ndround

    ndround

    ndround

    Tremendo sin duda, aunque magnífico. A pesar de mi humanismo

    comprendo las razones del epifenomenis

    mo

    y del

    mater

    ialis

    mo

    elimina

    tivista: físicamente considerada la conciencia solo es un cero a la izquier

    da . No debiera estar aquí

    3

    .

    El planeta giraría igual de bien. No hay una

    so la ley salvo el maldito colapso de la ecuación de ondas de Schrodin

    ger, que los físicos cuánticos son los primeros en odiar) que requiera su

    pre sencia. Más adelante me referiré a otro

    punto

    de vista que trastoca

    bastante esta composición

    de

    lugar, pero sin apelar a él debo matizar

    que la

    prescindibilidad

    de la conciencia es al mismo tiempo una cifra de

    su

    independencia 

    Si desde la perspectiva de la l

    ey

    natural la conciencia

    3

    La indagación de David Chalmers sobre la conciencia concluye en que riene nn

    carácrer no -físico Soler, 2011: 168-169).

    La

    conciencia inexplicada

    137

    está de más, entonces la presencia de la conciencia, lo específico

    de

    la

    conciencia, el « volver sobre sí» de la conciencia, no tiene ni puede te

    ner una explicación nomológica. Así de claro. A no ser, por supuesto,

    que encontremos leyes naturales para las que la «conciencia » sea algo

    tan necesario - y por tanto tan «explicable» - como la noción de

    « masa» lo es a la teoría newtoniana de la gravedad. Una de las frases

    que más recuerdo de

    mi

    maestro

    es

    : « Lo que

    no

    es necesario

    es

    incon

    veniente». Altamente inconveniente se ha convertido la conciencia

    para la ftlosofía naturalista, precisamente porque no ven el

    modo

    de

    convertirla en necesaria. Lo que sí

    puede

    intentarse

    es

    confeccionar un

    simulacro de explicación de la conciencia.Es lo que hace Hofstadter a lo

    largo del libro Yo soy

    un extraño bucle 

    Sus argumentos se apoyan en el

    procedimiento estándar para fabricar dispositivos como

    un

    autorregu

    lador de velocidad: construya usted una válvula conectada a

    un

    disposi

    tivo giratorio unido al eje del motor. En virtud de la fuerza centrífuga,

    cuando

    el

    dispositivo gira muy rápido dos brazos que hay en él

    se

    sepa

    ran, lo cual cierra la válvula que controla el suministro de combustible.

    La falta de gasolina hace

    que

    bajen las revolucionesdel

    motor

    y el dispo

    sitivo vuel

    ve

    a plegar sus brazos hasta que la válvula

    se

    abre de nuevo. Así

    una y otra vez. Hofstadter sostiene que el mecanismo descrito de alguna

    manera «es consciente» de su propia velocidad. Postula que compli

    cando este tipo

    de

    autorregulaciones meramente

    sicas

    podríamo

    s lle

    gar a alcanzar la «conciencia psicológica». Pero en lo que concierne a

    te

    rm

    ostatos y autorreguladores, ni quiera soy epifenomenista: opto de

    cididamente

    por

    el materialismo eliminativista, ya que

    no

    veo la men or

    necesidad ni el menor indicio de que el autorregulador se dé cuenta ca

    bal de su situación . ¿Hay alguna base para sospechar que, cuando sus

    brazos permanecen sin desplegar, el mecanis

    mo

    sopese otras

    po

    sibilida

    des además de la disminución de la velocidad de giro, como una even

    tual fuga en el sistema o el atoramiento de un muelle?

    No

    . En definitiva

    - y en

    todo

    caso-

    esa presunta conciencia sería una

    «c o

    nciencia redu

    ci

    da»

    de las ley

    es

    del momento angular, etc., no una «conciencia de

    sÍ» . El más grandioso ejemplo de «conciencia reducida» es el que ge

    neran todos los

    pro

    cesos

    de

    autorregulación presentes en el planeta Tie

    rra, contemplados

    por

    Lovelock en su hipótesis de Ga

    ia

    Lovelock,

    1993). Sin embargo, por es te camino lo que

    ha

    cemos es s

    um

    ar más y

    más sucedáneos de « tener conciencia de esta ley» o « de aquella

    otra»,

    pero

    no

    hay modo de lograr la integración de todos ellos en una «con

    ciencia de sÍ» . Por decirlo de un modo impropio, se trata de «concien

    cias que carecen

    de

    espejo retrovisor»; son conscientes de lo que casual

    o premeditadamente están programadas para percibir, son

    «c o

    ncien

    cias» que en sí mismas no pueden ser ampliadas en lo más mínimo. Por

    eso

    es

    imperativo

    qu

    e

    se

    les adosen

    nu

    evas conciencias reducidas

    de

  • 8/17/2019 Juan Arana-La Conciencia Inexplicada

    7/40

    138

    Juan Arana Cañedo-Argüelles

    esto o de aquello) para

    creceé.

    En realidad la «conciencia

    reducida» se

    resuelve ella misma en la ley o leyes naturales que la generan: la fuerza

    centrífuga hace que el móvil se aleje del centr o de giro; eso es todo. El

    regulador

    no

    tiene

    que

    pasar

    ningún

    examen de física; no debe saber

    nada; lo único que precisa es obedecer, acatar la ley que lo gobierna

    como el ente natural que es . El mismo seguimiento pasivo de una ley

    mecánica hace que la piedra salga disparada de la

    honda

    y el brazo del

    regulador cierre la válvula. No es legítimo presumir mayor sabiduría ni

    conciencia en uno que en otra. Con toda justicia hay que decir que «no

    hay nada

    personal»

    en ello. La «conciencia

    reducida» en

    conclusión,

    no es verdadera conciencia, ni tampoco lo será la agregación de trillones

    de conciencias reducidas,

    por

    bien compensadas que estén unas con

    otras Schrodinger, 1984: 445-448.) Nilas neuronas aisladas,ni

    tampo

    co las asambleas de neuronas

    aportan

    ninguna novedad en este sentido.

    La conciencia o es «conciencia de sí» t a l como empírica e inmedia

    tamente

    comprobamos en nosotros

    mismos-

    o no

    es

    nada.

    Desde muy pronto se vio que, en lo

    tocante

    a la conciencia, las má

    quinas tropiezan

    con

    un abismo imposible de salva

    r

    A finales de los

    años cuarenta

    William

    Grey Walter construyó

    unos

    robots pioneros

    que recibieron por su aspecto el familiar nombre de

    «t o

    rtugas » . Estas

    tortugas estaban ideadas para reaccionar ante el ambiente, como por

    ejemplo, moverse hacia

    la

    luz.

    De

    este

    comportamiento

    «abierto» re

    sultó un inesperado «bucle» de la clase que más interesa a Hofstadter:

    Existían asim ismo otros

    casos

    de conducta emergente. Las tortu

    gas se

    hallaban equipadas de una bombilla indicadora de que estaba

    en marcha el motor de conducción. Cuando

    el

    aparato llegaba ante

    un espejo, surgía un acoplamiento a través del mundo exterior y co

    menzaba una osc ilación. El robot se vería atraído hacia su propia luz

    reflejada, efecto que a su

    vez

    detendría de inmediato el motor de

    conducción y apagaría la luz; al desaparecer la atracción

    se

    encende-

    ría otra

    vez

    la bombilla, etc. Sucedían otras

    cosas

    interesantes cuando

    se

    encontraban de frente dos tortugas. [ ] Walter observó que

    el

    comportamiento de

    las

    tortugas era «notablemente imprevisible».

    Abundaban las causas de variacionessutiles .Por ejemplo, se registra-

    4

    Rodney Brooks asume sin tapujos esa estrategia para desarrollar sus propios ro

    bots: « Esta fue la metáfora que elegí para mis robots. Construiríasistemas simples de

    control para nna conducta sencilla. Luego añadiría sistemas adicionales de control

    para un comportamiento más complejo, dejando todavía en su sirio y operativos los

    an tiguos sistemas de control. Si era necesario, los sistemas más recientes podrían asu

    mir ocasionalmente capacidades a

    nt

    eriores del sistema, y así se agreo-arían capa tras

    capa, repitiendo el proceso de la evolución natural de sistemas neuraks cada vez más

    complejos» Brooks, 2003: 52).

    La conciencia inexplicada

    139

    ron cambios en el nivel luminoso percibido por obra de pequeií as

    alteraciones de la fuente de luz empleada y en razón de cambios to

    davía menores de vo ltaje en los circuitos de detección cuando los

    motores util

    iz

    aban más o menos corriente en respuesta a

    la

    diversi

    dad de fue

    rzas

    aplicad

    as

    a

    la

    tortuga

    al

    cambiar

    el

    ángulo de conduc

    ción. Estos microefectos se combinaban de modos tan complejos

    gue resultaba muy difícil prever

    el

    comportamiento de

    la

    tortuga.

    l ] A un observador le resulta más fácil describi r el comporta

    miento de las tortugas en términos habitualmente asociados con

    el

    libre albedrío -«decidió ir a su cobertizo» - que recurrir a mi

    nuciosas explicaciones mecanicistas de determinados detalles ines

    crutables sobre lo que exactamente

    re

    velaron los sensores Brooks,

    2003: 29-30).

    Hay mucha

    implicación personal en la valoración

    de

    estos triviales

    efectos de retroalimentación. El hombre de la calle no encuentra «inte

    resante» que objetos sensibles a lo que sucede en el exterior se convier

    tan

    en

    fuentes de informa ción de sí mismose inicien

    un

    proceso hacia el

    infinitO del que no saben cómo salir. En casos así los ordenadores «se

    cuelgan»

    y los altavoces acoplados a micrófonos provocan

    un

    insopor

    table pitido, situaciones ante las que difícilmente se extasiará nadie

    que

    no esté contagiado de la mística maquinista. Lo inédito tiene que ver

    aquí no

    con

    la evolución del bucle de retroalimentación que

    en

    cuanto

    tal perseverará indefinidamente), sino

    con

    la incertidumbre de hasta

    qué puntO resistirán los dispositivos acoplados antes de romperse y dar

    una solución propia al impasse Para que

    se

    produzca

    es

    ta clase de bucle

    es

    esencial que el agente no se reconozca y siga

    «c o

    n

    siderando» como

    procedentes del exterior los mensajes que se envía a sí mismo en l caso

    de las tOrtugas de Walter,

    no se

    daban

    cuenta

    de que la luz que percibían

    en el espejo era la

    que

    ellas mismas emitían).

    Por

    consiguiente,

    no es

    un

    bucle que nazca de una vuelta

    por dentro

    sobre sí, como ocurre con la

    conciencia, sino muy al contrario de

    una

    vuelta sob re sí

    por fuera 

    Brooks lo reconoce explícitamente

    cuando

    aclara: «surgía

    un

    acopla

    miento a tra

    s del mundo exterior» . ¿Y

    cómo

    podría haber sido de

    otra

    manera, dado que las en tidades privadas de conciencia carecen de

    un

    «interior » transitable? Al

    no

    existir esa dimensión,

    es

    imposible

    llenar de contenido lo «notablemente imprevisible» del comporta

    miento del objeto en cuestión. Si no hay disponible una conciencia para

    hacerse cargo del proceso,

    no

    hay más

    que

    dos opciones en l menú:

    atascarse o echar los dados para iniciar al azar una nueva apuesta.

    Se

    obt

    iene

    una

    aclaración adicional mediante

    una

    comparación con

    el bucle

    que

    forma l corazón de la demostración

    de Godel llí

    aparece

    una proposición que afirma su propia indemostrabilidad formal, lo cual

    tiene

    que

    ser verdad para no incurrir

    en

    un contrasentido semántico.

  • 8/17/2019 Juan Arana-La Conciencia Inexplicada

    8/40

    140

    Juan Arana Cañedo-Argüelles

    Pero, claro, esta consideración no

    es

    formalmente demostrable. Si en

    tonces la añadimos como un postulado adicional al sistema formal que

    estábamos utilizando,

    se

    supera la dificultad concreta que habíamos en

    contrado, pero de inmediato vuelve a aparecer a otro nivel, porque sur

    gen proposiciones indemostrables para

    el

    sistema formal ampliado con

    el postulado añadido. Para verlo hay

    qu

    e efectuar una nueva vuelta so

    bre sí de la conciencia, lo cual

    no

    es difícil para ella, porque propiamen

    te no consiste en

    un

    « bucle» concreto y definido, sino un « bucle

    abierto» esto

    es,

    en un dinamismo que fabrica automáticamente todos

    los bucles que sean menester.

    En

    cambio, el «bucle hofstadteriano»

    es

    cerrado. Paraél volver una y ot ra vez so

    br

    e sí es tan imposible como para

    el barón de Münchhausen salir de la ciénaga en que había caído tirando

    de su propia coleta.

    Cuando

    Roger Penrose afirma que son necesarias «leyes naturales

    de otro tipo» para explicar la conciencia tiene razón en lo que niega,

    porque

    es

    cierto que con

    las

    leyes conocidas

    no

    hay forma de hacer el

    trabajo. Pero se equivoca

    en

    lo que afirma, puesto que con las nuevas

    leyes cuya búsqueda promociona, tampoco. A pesar de la dificultad

    para contrastar nuestras respectivas experiencias, hay rasgos de la con

    ciencia que a todas luces concuerdan,

    como

    la

    unid d

    y continuidad.

    Son raso-os difícilmente cuestionables

    5

    que obstaculizan el hallazgo de

    una

    explicación neuronal reduccionista. Sobre ellos

    han

    incidido una y

    otra vez los especialistas más aurocríticos y menos doctrinarios Prinz,

    2012: 238-239). Según Eric Kandel, « la unidad de la conciencia o

    sentido de

    uno

    mismo- constituye el mayor misterio

    por

    resolver del

    cerebro»

    6

    Y no

    es

    solamente que

    ha

    sta ahora

    ha

    ya sido imposible en

    contrar mecanismos de conexión neural capaces de ofrecer un suced

    á

    neo creíble de estos atributos, sino que a un nivel

    s básico tampoco

    se

    encuentra dónde asentar

    una

    protoconciencia, aun dejando a un lado el

    problema de in tegrar miríadas de protoconciencias en una conciencia

    como la que fenoménicamente

    det

    ectamos en nosotros mismos.

    Ya

    lla

    mó la atención sobre esta última dificultad el cofundador de la teoría de

    la evolución Alfred N . Wallace B lanco, 2014: 237) y desde entonces

    acá

    se ha

    avanzado muy poco en la tarea de encontrar

    un

    modo creíble

    de resolverla. Es co

    mpr

    ensible

    qu

    e se h

    aya

    querido ir

    mu

    y lejos para in

    tentar superar este hándicap. Y el mecanis

    mo

    más recóndito de todos

    ha

    si

    do

    acudir a la no localidad y el entrelazamiento cuánticos para do

    tarse de armas explicativas más

    ef

    icaces.

    De

    nuevo rozamos aquí puntos

    donde las complicaciones técnicas hacen aconsejable

    un

    respetuoso si-

    5

    Lo

    cual no impide que ha

    ya

    n sido cuestionados,

    por

    ejemplo,

    por

    Semir Zeki

    Cavanna, Nani, 2014: 175-179).

    6

    Kandel, 2013: 546, citado por Blanco, 2014: 235.

    La conciencia inexpLcada

    141

    lencio. Pero como he prometido no retraerme, ahí va mi dictamen de

    hasta qué

    punto se

    pueden encontrar aquí

    como

    sostiene Penros e -

    atisbos de solución. La no-localidad tiene que ver co n la imposibilidad

    de aislar razonablemente

    las

    entidades que estudia la física de altas ener

    gías

    en

    un ámbito espacio-temporal circunscrito. Estos objetos pueden

    s in perjuicio de su

    unidad

    desdoblarse hasta cubrir distancias

    mu

    y

    considerables, y mantener durante lapsos dilatados un estatuto ontoló

    gico

    en

    el que pred omina claramente lo virtual, de manera que la actua

    lización de los atr ibutos asignables a dichas entidades desafían

    por

    com

    pleto l

    as

    descripciones causales clásicas. Simplificando groseramente, lo

    que ocurre

    «a

    quí » parece influir de inmediato

    en

    lo que pasa

    «allí».

    Es como si

    el

    universo estuviera horadado

    por

    secretos

    pa

    sadizos

    por

    los

    que cabe saltar

    con

    suma facilidad

    por

    encima de

    las

    barrer

    as

    del espacio

    y tiempo. Todo esto es sin discusión inconcebible, misterioso y fasci

    nante. Sin embargo,

    no

    desborda el marco nomológico de la ciencia,

    puesto que todas las correlaciones cuánticas son ejemplos hermosísimos

    de la vigencia de leyes del tipo

    «S

    i

    se

    dan tales y cuales con diciones, en

    tonces hay t lprobabilidadde que ocurra tal y cual cosa» . Son estas le

    yes las que definen la más radical ese ncia del

    punto

    de vista

    natur

    al ista.

    Así pues, y

    por

    mucho que moleste al naturalista medio, la mecánica

    cuántica no deja de moverse en

    l

    plano de la más rancia ortodoxia na-

    turalista. Eso

    por

    un lado. Por otro,

    al

    igual que

    no

    hay contradicción

    entre

    las

    peculiaridades cuánticas y las exigencias explicativas de la cien

    cia, tampoco hay en ellas el menor atisbo de

    «entender»

    la autotrans

    parencia del yo consciente. Simplemente las propiedades de los objetos

    cuánticos

    se

    mueven

    en

    un plano d

    if

    erente. Así pues,

    l

    er

    ror

    categorial

    no es

    menor al pretender dilucidar la conciencia con ayuda de la mecá

    nica cuántica que cuando

    se qu

    iso lograrlo desde la mecánica racional

    clásica. La mecánica cuántica tiene una enorme trascendencia filosófica,

    pero solo en cuan to limita las pretensiones de una descripción objetiva

    de la realidad natural y en cuanto ilumina las condiciones de posibilidad

    de dicha objetividad.

    No

    está

    en

    mejor situación que la físico-química

    clásica para ofrecer una explicación sustantiva de la conciencia; tan solo

    ofrece mejores armas que aquellapara detectar y asumir los límites de la

    aproximación naturalista.

    47

    .

    Lo ESPECÍFICO DE LA CONCIENCIA

    Sostengo,

    en

    resumidas cuentas, que la conciencia tiene at

    ri

    butos

    unidad y continuidad) para los que no existe un m odo creíble de expli

    caci

    ón

    basa

    do

    en la física tanto clásica como cuántica), en la neurofisio

    logía o

    en

    la psiquiatría, a pesar de la exhaustiva

    ex

    ploración de las lesio-

  • 8/17/2019 Juan Arana-La Conciencia Inexplicada

    9/40

    142 Juan Arana Cañedo-Argüelles

    nes cerebrales, la modularización del sistema nervioso central, el seccio

    namiemo del cuerpo calloso estructura que

    comunica entre

    sí los

    hemisferios cerebrales) y el análisis de los trastornos de personalidad,

    conciencia escindida, esquizofrenias, etc. Resulta más llamativa esta

    unidad

    por

    cuanto contrasta

    fuertemente

    con

    otros aspectos de lamen-

    te. La v

    ida

    emocional,

    por

    ejemplo, está muy lejos

    de

    la conciencia

    en

    este aspecto,

    como apuntan entre

    otras

    mucha

    s las investigaciones

    de

    Joseph LeDoux,

    convincentemente resumidas en su libro l cerebro

    emocional:

    No existe

    la

    facultad de la «emoción» y no hay un único meca

    nismo cerebral dedicado a esta imaginaria función. Para entender los

    diversos fenómenos a los que nos referimos con l término «emo

    ción» , tenemos que analizar

    sus

    diferentes tipos. No podemos mez

    clar l

    os

    hallazgos

    so

    bre diferentes emocione

    s,

    sin tener en cuenta a

    qué tipo de emoción se refieren. Lamentablemente, gran parte de la

    investigación psicológica y neurológica ha caído en este error (Le

    Dowc, 1999: 19

    ).

    Profundizar en

    estas diferencias

    no

    s llevaría

    mu

    y lejos

    y,

    no

    habién

    dolo hecho en los capítulos anteriores, tampoco lo haré ahora. En reali

    dad,

    cuando entramos

    en casuísticas la discusión corre el riesgo de em

    pamanarse en pros y contras donde juegan un papel importante las

    preferencias subjetivas de los contendientes. Además,

    no

    es la unidad y

    continuidad

    de la conciencia mi principal punto

    de

    apoyo para defen

    der la

    insuficiencia expli

    cat

    i

    va

    del naturalismo. El

    centro

    neurálgico

    de

    mi

    argumentación radica en la entraña misma de la conciencia la consti-

    tución

    de un sujeto consciente ante

    el

    que aparecen

    desfilan

    una serie de

    contenido/

    Numerosos

    autores

    demuestran una

    sorprende

    nte

    incapaci

    dad

    para

    advertir este aspecto del asumo, porque no saben salir de

    la

    órbita de

    las objetividades, y así no tienen más remedio

    que

    convertir el

    yo

    en

    una

    representación. Veámoslo reflejado en el siguiente texto:

    Para John Kihltrom, elyo es una representación mental de la pro

    pia personalidad o identidad, formada a partir de experiencias viv

    i-

    da

    s, de pensamientos codificados en la memoria. Todo lo que nues-

    tra memoria episódica ha almacenado,

    la

    sexperiencias, las relaciones

    con otras personas, los éxitos o los fracasos, forma una representa

    ción (a menudo inconsciente) de lo que nuestro yo ha vivido y del

    modo en que lo ha hecho (Eustach

    e,

    Desgranges, 2010: 56).

    7

    Esta crucial circunstancia

    da

    mucha fuerza a los amores que, como Tim Crane,

    sub

    ra

    yan la

    intencionalidad

    como rasgo definitori o yclave de la conciencia (Cavanna,

    Nani, 2014: 15-18).

    La conciencia inexplicada 143

    Ni

    siquiera advierten lo paradójico de que el

    yo

    sea algo «a menudo

    inconsciente».

    Antonio Damasio trata

    de

    remediar la insuficiencia de

    esta

    fórmu

    la y

    nos habla

    no

    de

    un representación,

    sino

    de

    una

    acumu

    lación de ellas mediante un mecanismo análogo al cinematógrafo, en el

    que

    el movimiento se recrea gracias a la proyección sucesiva de instantá

    neas fijas:

    «la

    reactivación incesante

    de

    imágenes actualizadas acerca de

    nuestra

    identidad

    (

    una

    combinación de memorias

    del pasado y del futu

    ro planeado) constituye una parte considerable del estado del yo, tal

    como

    yo lo

    entiendo»

    (Damasio, 2009:

    275)

    . Y si

    una

    sola clase

    de

    re

    presentaciones

    no

    fuera suficiente, siempre podría mezclarse con

    una

    segunda e incluso

    una

    tercera:

    Propongo que la subjetividad emerge durante

    el

    último paso,

    cuando el cerebro está produciendo no solo imágenes de un objeto,

    no solo i m á ~ e n e s de las respuestas del organismo

    al

    objeto, sino un

    tercer tipo de imagen,

    l

    de un organismo en el acto de percibir un

    objeto y responder a él. Creo que la perspecti

    va

    subjetiva surge del

    contenido del último tipo

    de

    imagen Danmio,

    2009: 278-279).

    La

    cárcel

    conceptual

    del naturalismo imposibilita aceptar

    una

    ver

    dad tan elemental

    como

    esta: ames

    de

    que se dé el

    fenómeno de

    la

    con-

    ciencia ni siquiera tiene sentido contraponer el sujeto y sus representa

    ciones. Ambos polos subjetivo y objetivo) son el resultado inmediato de

    ella, de manera

    que cu

    ando desaparece no hay evidencia alguna

    de

    que

    sobreviva ninguno de los dos . Desaparecida la conciencia en general, ya

    no hay de qué hablar

    ni

    quien lo haga

    8

    . Los fllósofos idealistas han dado

    mil vueltas a esta perspectiva,

    que

    incluso

    admite una

    versión

    te

    ológica,

    según la cual la conciencia divina sostiene

    el

    universo. El agnóst ico Jorge

    Luis Borges poetizó el motivo con

    unos

    versos memorables:

    Si

    el Eterno

    Espectador dejara

    de

    soñamos

    Un solo instante, nos fulminaría,

    Blanco y brusco

    relá

    mpago,

    Su olvido (Borges,

    1989:

    2,

    316).

    8

    Sobre este

    punto

    ha insistido el filósofo Mariano Álvarez: «Decir para el cere

    bro es un tanro equívoco, pues es como si el cerebro ruviera conciencia.Y algo similar

    ocurriría con la expresión desde el

    punto

    de vista del cerebro . En realidad, esto nos

    lleva a darnos cuenta de que ineludiblemente caemos en una cierta trampa, si preten

    demos hablar del cerebro al margen de la conciencia, pues no es posible decir nada

    sobre el

    ce

    rebro si no es desde la conciel}cia. [ .. ] Dejemos aquí apuntada la paradoja:

    el cere

    br

    o no conoce

    ni

    tiene

    e n g u a j ~

    El no es capaz de atribuirse nada. Solo la con

    ciencia puede hacerlo en su

    lugar»

    (Alvarez, 2007: 48).

  • 8/17/2019 Juan Arana-La Conciencia Inexplicada

    10/40

      44 Juan Arana Cañedo-Argüelles

    Y

    es

    que

    el

    cartesiano

    cogito

    ergo sum no equivalía según su propo

    nente a un certificado de inmortalidad, sino que, al igual que cualquier

    fe de vida,

    tenía que ser renovado puntu almente cada vez que el sujeto

    interesado necesitaba cerciorarse de su propia existencia Descartes,

    1977: 25). Pero no voy a hacer m

    ás

    come

    nt

    arios en este sentido. Volveré

    en cambio al

    punto

    crucial

    de mi

    alegato: ¿Por qué sostengo que la cien

    cia natural carece de recursos

    para

    explicar el hecho puro y duro de la

    conciencia reducida a su mínima expresión? Me temo qu e desilusionaré

    al lector porque mi respuesta no puede ser más obvia

    9

    :

    porque la ciencia

    no habla ni puede hablar de

    otra

    cosa que de objetividades

    a

    l fin y al

    cabo, ¿no está tan ufana - y con motivo- de su objetividad? . La cien

    cia no

    es

    capaz de resolver el problema de la conciencia porque

    neces -

    riamente tiene que presuponerlo resuelto

    1

    • En su libro Mente materia, el

    físico Erwin Schroding er ha efectuado in extenso

    una

    reflexión particu

    larmente penetrante sobre todo esto

     

    Según él, si la conciencia

    no

    apa

    rece ni puede aparecer) entre los contenidos de la ciencia

    es

    porque ella

    misma se ha autoexcluido de su criatura para hacer posible que exista:

    La mente ha erigido el

    mundo

    ex terior objetivo del filósofo natu

    ral, ex

    tr

    ayéndolo de su propia sustancia. La mente no podría

    en f

    ren

    tarse con esta tareagigantesca sino mediante el recurso simplificador

    de excluirse a sí misma, r

    et

    irándose de su creación conceptual. De

    aquí que esta última

    no

    contenga a su creador Sc

    hrod

    in

    ger,

    1958:

    52 .

    Cuando

    iba al colegio nuestro profesor nos aconsejó una vez que no

    hablásemos en casa de cierto asunto relacionado con

    una

    excursión,

    porque

    rguyó-

    « l

    as

    madres siempre causan problemas.»

    Mi

    aira-

    da progenitora no recuerdo si fui yo mismo quien se chivó se enca

    ró con él y le dijo:

    «Puede

    que l

    as

    madres causemos problemas, pero

    ¿sabe usted?, si no hubiera madres, tampoco habría niños ni usted ten

    dría a quién llevar de excursi

    ón

    ..

    » Si

    no

    hay madres, tampoc o hay hijos,

    y

    si

    no h

    ay

    conciencia, tampoco cienci

    a.

    La etim ología engaña aquí,

    porque la realidad básica y sustentadora no

    es

    designa

    da

    con la voz que

    carece de prefijo, sino con la que lo ostenta. La ciencia

    es

    algo derivado.

    9

    Obvia yEoco original. Luciano Espinosa reswne el núcleo de mi arg¡.m1enro

    brillantemente Espinosa, 2011: 62), sin extraer la consecuencia antinaturalista que yo

    saco. La diferencia entre nosotros probablemente es que él cree en la

    po

    sibilidad de

    una «naturalismo bl

    ando»,

    mientras que para mí

    el

    naturalismo o es duro o no lo es.

    10

    Uno de los intentos más elaborados para conseguir una teoría naturalista del yo

    es

    el

    de

    Thoma

    s Metzinger, pero presupone solapadamente

    una

    y otra vez lo que iba a

    explicar Murillo, 201 1).

    También

    Thoma

    s Nagel insiste sobre este

    punto

    20 14: 34).

    La conciencia inexplicada 145

    Lo primitivo

    es

    la conciencia. Importa recordar que aquí estamos ha

    blando de la conciencia prescindiendo de contextos y modalizaciones

    12

    En

    esta reducidísima expresión, laciencia no está legitimada para hablar

    de la conciencia precisamente porque est oper como presupuesto,

    es

    su

    condición de posibilidad. En algunas películas de ciencia ficción un hijo

    viaja al pasado y arregla el encuentro de sus padres, pero la ciencia seria

    nunca

    ha

    admitido este tipo de paradojas causales. Volver sobre sí mis

    ma sigue constituyendo para la ciencia un círculo vicioso y no hay forma

    de volverlo virtuoso.

    Ya

    he

    confesado que no pretendía que mi

    ju

    stificación de la inexpli

    cabilidad de la conciencia fuera original. Me conformo con que funcio

    ne.

    No

    ocultaré sin embargo que he asumido al usarla

    una

    versión mini

    malista de «conciencia» que arr

    as

    tra graves dificultades. En solventar

    las se cifra todo el mérito que ambiciono. Dicho sea del modo más

    directo y brutal:

    «mi»

    conciencia quizá sea inexplicable, pero también

    está vacía. Así

    es:

    lo reconozco y acepto. Incluso me atrevo a agudizar la

    paradoja y diré que el « misterio » de la conciencia es precisamente el

    misterio de su insuperable levedad. Supera en varios órdenes de magni

    tud

    la que Kundera atribuye al ser.

    Lo

    usual es que

    un

    misterio lo sea

    por

    profundo e insondable, una cueva oscura llena de recovecos que nadie

    acaba de explora

    r.

    Sin embargo también

    ha

    y laberintos

    de

    espejos, luga

    res inaccesibles precisamente porque cuando

    se

    logra poner el pie

    en

    ellos, ya han quedado atrás. Si la conciencia qua conciencia tuviera un

    «espesor»,

    lo inexplicable sería no poder explicarla, porque siempre

    cabría el expediente de distinguir en ella capas, estructuras, heterogenei

    dades. La comprensión empieza por la disección; la fisiología, por la

    anatomía.

    En

    cambio, si la

    pura

    conciencia

    es

    algo infinitamente delga

    do, ¿dónde podríamos meter el bisturí?

    No

    hay un

    «dentro»

    de la con

    ciencia, porque, más que tener una consistencia fronteriza, ellamisma es

    fronteray nada más. Algo significa que la sede «fís

    ica»

    de la conciencia

    valga la impropiedad de la exp

    re

    sión) sea la corteza

    cerebr l

    y no la glán

    du

    la pineal, situada com o es sabido en la «entraña» del ce rebro.

    No

    en

    la médula, sino

    en

    la superficie está lo m

    ás

    sustancioso. Para hablar con

    propiedad de la conciencia conviene

    se

    r un

    poco

    menos profundo y un

    poco

    más superficial aunque no en la usual acepción del término) . Po-

    12

    El texto que acabo de citar de Schrodinger no tiene en cuenta esta restricción y

    p or eso habla más de «mente» que de «conciencia». En consecuencia se ve abocado

    al

    idealismo filosófico, del cual estoy muy alejado. Yo afirmo que la conciencia es pre

    via a

    la

    ciencia e independiente de la naturaleza. Sin embargo, rodo lo que emprende y

    realiza se convierte

    en

    naturaleza

    en

    cuanto sale de ella. En este sentido la indigencia

    de la conciencia en cuanto conciencia es insuperable. Nace p

    obre

    y permanece

    así

    du

    rante roda su t rayectoria mundana.

  • 8/17/2019 Juan Arana-La Conciencia Inexplicada

    11/40

    146

    Juan Arana Cañedo-Argüelles

    cos

    se

    dan cuenta de hasta qué punto es verídica la afirmación de que la

    conciencia

    es

    algo que emerge: no esposo es

    nata.

    Adviene a la naturale

    za muy tarde, despuésde seis arduas jornadas de transformaciones galác

    ticas y cataclismos telúricos. Nada ni nadie la esperaba, por eso tiene tan

    incómodo y provisional asiento,

    tanto

    en el mapa del ser como en el del

    conocer.

    Alguna vez

    he

    contado que, ya muy mayorcito, padecí esa enferme

    dad infantil que

    es

    la

    tosferina

    y

    con

    ella tales ataques

    de

    tos que recu

    rrentemente llegaba a perder el conocimiento. Envidioso de la capaci

    dad que tienen los científicos para documenta r empíricamente sus teo

    rías, me dediqué a hacer una fenomenología de mis propias pérdidas de

    conciencia. Eran bas tante previsibles cuando el picor de la garganta

    se

    agudizaba. Llegué a la conclusión de

    que

    los humanos perdemos la con

    ciencia con pasmosa facilidad. Una puntual bajada de tensión, una bre

    ve

    anoxia, unasub ida o bajada del azúcar y ya estamos fuera de combate.

    La llamita de una vela describe con bastante exactitud lo que nos ocurre

    cuando estamos despiertos:

    no

    solo por lo vacilante del ardiente pábilo,

    sino porque está situado

    en

    la

    punta

    del objeto físico que lo sostiene y

    alin1enta. El defecto de la imagen

    es

    que la llama es una vez más,

    un

    fe

    nómen o físico-químico, ergo natural, que no tiene nada

    de «m

    ilagro

    so».

    Tampoco la conciencia es algo « milagroso» o

    «s

    obrenatural»,

    porque es de lo más cotidiano; tanto su aparición como su desaparición,

    están presididas y arropadas por innumerables leyes y causas naturales.

    Lo radicalmente a natural no

    se me

    ocurre mejor palab ra para desig

    narlo) es su entra ña misma.

    A fines del siglo XIX el

    Times

    de Londres publicó la carta al director

    de una respetable dama victoriana que manifestaba su total incompren

    sión «p or el procedimiento tan repugnante elegido por Dios nuestro

    Señor para propagar la especie human a» . Pues bien, el expediente ele

    gido por .. ponga el lector la palabra que su fe aconseje) para suscitar en

    los humanos la conciencia no merece seguramente el calificativo de

    « repugnante » , pero bien

    puede

    parecer « chapucero

    »,

    «frágil», «in-

    seguro», « poco fiable », etc. ¿Por

    qu

    é entonces? Dejando aparte su

    inconstancia e inseguridad, ¿por qué precisamente

    en

    los cerebros del

    Romo sapiens sapiens

    parece que hubiera que repetir dos veces lo de

    «sapiens» para creerlo)? ¿No podría habérsele dado conciencia a las

    piedras, las hortensias o los salmonetes? ¿ é tienen las neuronas y sus

    asambleas que

    no

    tengan las vejigas natatorias, los estambres o las esta

    lactitas? Después de lo que he leído sobre el tema, tengo que decir que,

    en

    sí mismas,

    nada

    en absoluto

    .

    Me

    apresuro a añadir que sería

    peor

    que

    kafkiano descubrirse como la conciencia de

    un

    pedrusco enterrado en

    una montaña, o de un pólipo filtrando agua

    en un

    arrecife de coral.

    Puestos a imaginar situaciones horripilantes, pocas superan a la de un

    La conciencia inexplicada

    147

    espír

    itu

    lúcido atado a un organismo paralítico de pies a cabeza.

    Ni en

    broma

    quisieravolver a ver la

    películajohnny

    cogió su

    fusil;

    con una ten

    go de sobra para alimentar mis peores pesadillas. Pero volviendo a don

    de estábamos y puestos a emerger, mejor hacerlo donde convergen un

    buen

    puñado

    de estructuras portadoras de información y se localizan

    inestables configuraciones cuyas minúsculas fluctuaciones controlan el

    movimiento macroscópico

    de

    pies, manos, alas o aletas. O lo que

    es

    lo

    mismo: en la glándula pineal si manejo la información disponible a

    mediados del siglo XVII o cerca

    de

    la corteza motora y somato-senso

    rial si mi in formación es de principios del siglo XXI). Tal vez haya aquí

    una explicación de la precariedad del asiento material de la conciencia:

    existen luga

    re

    s mucho más seguros y estables pero sin excepción son de

    nulo interés. Si uno pretende hacer historia, no

    se

    encerrará en una isla

    desierta; si quiere salir de la ignorancia, irá a

    donde

    haya maestros, libros

    o al menos una conexión a

    in t

    ernet.

    48 . ENTRE

    CERO E

    INFINITO

    Salto ahora a otra pregunta obligada: ¿cuántos

    yos

    conscientes

    hay?

    13

    Con toda

    honestidad tengo que empezar asegurando que al

    menos uno: el mío. La cortesía y el agradecimiento me llevan a añadir

    además tantos como lectores tenga el libro. Y puestos a ser democrá

    ticos, aceptemos que

    todo

    s los seres humanos adecuadamente consti

    tuidos, educados y alimentados ti

    enen

    cada uno de ellos su

    propia

    alma ubicada en el correspondiente almario. Si hasta aquí hay consen

    so, nos movemos

    en una po

    sición intermedia entre no dos, sino tres

    extremos: O 1 e infinito. El cero se asigna al materialismo eliminato

    rio. Sería lo más cómodo de todo, pero aun

    supon

    iendo que afirme la

    verdad, cie

    rta

    s disfunciones materiales hacen

    que

    alg

    un

    os cerebros

    crean poseer lo

    que

    no tienen. En el uno se encuentran más de los

    que

    espontáneamente pensaríamos: en primer lugar los solipsistas que

    con seguridad forman el colectivo más ferozmente insolidario de

    to-

    dos. En segundo , los

    que

    afirman que tan solo existe una sustancia, al

    modo de Spinoza. En tercero, los que mantienen que todos los

    yos

    fi

    nitos o particulares se integran

    y

    colapsan

    en

    un solo yo.

    Aquí

    halla

    mos de nuevo al ya

    mentado

    Schrodinger, quien asegura que cada ce

    rebro o estructura asimilada es una ventanita por la que se asoma al

    mundo

    elyo único y pleno. Según él «JO» es una noción que nunca

    3

    Hay una presentación sumariade la oferta existente al respecto en el mercado de

    l

    as

    ideas en Bennetr, H acker, 2003: 316-322.

  • 8/17/2019 Juan Arana-La Conciencia Inexplicada

    12/40

    148

    Juan Arana Cañedo-Argüelles

    debiera flexion arse

    en

    plural, pecado

    que

    he cometido en este mismo

    párrafo

    14

    .

    La única alternativa posible es sencillamente la de atenerse a la

    expe riencia inmediata de que la conciencia es un singular del que se

    des

    conoce el plural; que existe una sola cosa que lo que parece una

    pluralidad no

    es

    m

    ás

    que una

    se

    rie de aspectos diferent

    es

    de esa mis

    ma cosa, originadospor una quimera Schrodinger, 1986: 121).

    El principal motivo por el qu e rechazo es ta propuesta es que no veo

    la razón

    de

    que ese exclusivo y solitario Superyó pierda la conciencia de

    su íntima unidad al mirar simultáneamente

    por

    los innumerabl

    es

    aguje

    ritos que lepermiten observar lo

    qu

    e hay aquí abajo. ¿Por

    qu

    é es incapaz

    de reconocerse en los otros espectadores? Schrodinger responde que

    po r una ilusión la maya indostaní) , lo cual valdría si hablásemos de los

    innumerables reflejos del so l en las aguas de un

    mar

    rizado, pero losyos

    o yoes hay que reconocer que es duro pluralizar este pronombre)

    no

    son los reflejos,

    si

    no en to

    do

    caso quien

    es

    los perciben. Y si sus perce

    p-

    ciones son ilusorias, eso no les arrebata su pe rsonal e intransferible mis

    midad:

    un

    yo equivocado es t

    an

    real como otro que rebose acierto.

    Vayamos ah

    ora

    al

    otro

    lado del espectro. La teoría de las infinitas

    subjetividades es elpampsiquismo. Tanta proliferación c b ~ P? r depre

    ciar los

    yos sin contar con que

    es

    inev

    it

    able pensar en el

    ammzsmo

    de las primeras formas que adop tó la religiosidad humana y que no d

    eJa

    de tener ciertos resabios de primitivismo. Pero si innumerable es el

    monto

    de sujetos que esta opción teórica contempl

    a,

    tampoco son

    po-

    cas l

    as

    escuelas de pensamiento que la

    han

    adoptado, movténdose ent re

    varia

    nt

    es del idealismo, espiritualismo y la teología emanatista. De e

    nt r

    e

    todos sus

    s o r e ~

    quedo con la

    i g u r

    Gottfried por

    que más que una mtsttca

    bu

    sca en el pampstqmsmo la solu

    c10

    n a graves

    cues tiones metafísicas. La primera de rodas, la de la unidad de la sustan

    cia, de cualqui

    er

    sustancia, entiéndase bien. La tesis de fondo es que

    «

    uno»

    y

    «se

    r »

    han

    de convertirse, mientras que lo material

    es

    .por

    esencia ex tenso, compuesto, plural. Se

    nt

    ados a

    mbo

    s supuestos, la tdea

    de

    «s

    ustancia material» resulta tan incongrue

    nt

    e como la de « hierro

    de

    madera».

    Para

    se

    r sustancia hay que ser esencialme

    nt

    e una; pero la

    materia es por esencia multiplicidad de partes, partes que a su vez tienen

    subpartes y así hasta llegar

    no

    a los átomos

    sicos

    nu

    evo absurdo a jui-

    I4 José Luis

    Go

    nzález ~ ó s ha efectuado un atinadísimo análisis del fenómeno

    de la inasequibilidad de las mentes González Qu irós, 2011: 9_2-95). Un u j e ~ o no

    puede ver

    otro

    sujeta en cuanto sujeto po rque todOlo que ve hawz afitera son obJetOs,

    yhacia dentro solo se ve a sí mismo

    y

    además, como de rebote).

    La conciencia inexplicada 149

    cio de Leibniz), sino áto

    mo

    s metafísicos, seres simples y esencialmente

    unidos, es decir, « sujetos». Para Leibniz la sustancia o es psíquica, o no

    es. La unidad

    qu

    e

    pres

    ume en la mónada el

    nombr

    e « m

    ónada»

    revela

    hasta qué p unto identifica este autor unicidad y ser) es la unidad de la

    percepción, del acto intencional que manifiesta la entraña í ~ t ~ a de la

    conciencia. Para poner un poco de orden

    en

    esta acumulac10n mgente

    de

    espíritus, Leibniz establece una gradación según la mayor distinción

    o confusión perceptiva. Así reintroduce la distinción entre conciencia y

    consciencia

    que yo he

    prefer

    ido obviar en

    es

    te libro. Solo l

    as

    mónadas

    que perciben y expresan el wliverso i n c i ó n son

    ces también de autoexpresarse y adqumr la consCiencia que las plemflca.

    No es momento ni

    lugar para discutir a f

    ondo

    los pu

    nt

    os capitales

    de la propues

    ta

    leibniziana.

    Concedo

    a i b ~ i que en los 360

    r d ~ s

    del horizonte no hay nada que posea una unidad comparable a la uni

    dad de la conciencia. Sin embargo,

    ¿es

    menester

    sustancia/izarla?

    La

    noci

    ón

    de «s ust

    ancia» es

    funcional

    como

    pocas ot ras, pero solo puede

    cumplir las numerosísimas tareas que los filósofos le asignan si no nos la

    tom

    amos comple

    ta

    mente en serio. Es algo que Ar i

    stót

    eles y su escuela

    consiguieron hacer

    mu

    y bien, atemperár:dola gracias a

    a r : ~ L o g í a .

    En

    cambio, cuando los racionalistas pretendieron darle un sigmficado pre

    ciso y eliminar cualquier rastro de ambiruedad, se produjo

    una

    cadena

    de cat

    ás trofes

    teóricas: según unos no había

    modo

    de comunicar las sus

    tancias ent re sí; según otro no había sitio más que para una sola; según

    un

    tercero era obligado con

    vertir

    el universo

    en

    una gigantesca sopa de

    ojos. El concepto racionalista de sustancia es un nudo gordiano que no

    hay forma de desatar; por fuerza hay que cortarlo. Por consiguiente diré

    qu

    e abla

    nd

    o en clave racionalista

     

    a conciencia tiene unidad pero

    no

    es

    sustancia. Si retornamos al uso aristotélico la conciencia puede

    muy bien ser una parte, propiedad o dimensión de las sustancias que,

    como el hombre, la tengan.

    Cómo

    pueda ser algo a la vez

    uno

    y

    parte es

    un interesante e

    ni

    gma metafísico que no considero indispensable resol

    ve r en persona.

    49

    .

    ¿ A N I M A L E S M Á ~ I N A O ANIMALES ALMA?

    Las reflexiones que aca

    bo

    de exponer autorizan a excluir cero,

    uno

    e

    infinito como cardinales apropiados para numerar al conjunto de los

    seres conscient

    es

    . Lo dicho

    en

    epígrafes anteriores hacen

    poco

    verosímil

    que posea conciencia quien no tenga

    suf

    iciente capacidad l s ~ c a el adje

    tivo no es ocioso) para recopilar información del entorno e

    p l ~ m ~ n -

    tar respuestas adecuadas incidie

    nd

    o en dicho entorno. O sea:

    s i ~ i l -

    ción de info rmaci

    ón

    y coordinación de movimientos son los reqmSitos

  • 8/17/2019 Juan Arana-La Conciencia Inexplicada

    13/40

    150

    Juan Arana Cañedo-Argüelles

    que

    han

    de cumplir las entidades físicas que aspiren a poseer algo que

    merezca ser llamado

    «c o

    nciencia » . Los

    espíritus puros

    constituyen una

    innegable posibilidad ontológica sobre la que me declaro incompeten

    te. Solo hablo de los

    es

    píritus

    «mixtos»,

    «encarnados» o como

    se

    les

    quiera llamar. Entiendo haber concedido tal prerrogativa al conjunto de

    los

    se

    res

    humanos carentes de impedimentos serios. Pero a renglón

    se-

    guido las dudas proliferan: ¿Solo

    nosotros

    poseemos conciencia? ¿Cuán

    do

    surgieron los primeros hombres sobre este planeta? ¿Tenía concien

    cia el neandertal, el

    Homo

    erectus el

    Homo habilis

    los australopitecos, el

    ramapiqueco? ¿Son conscientes los primates, los delfines, los cánidos,

    los elefantes, las gaviotas? ¿En qué especie, familia, género,

    philum se

    acabó lo que

    se

    daba?

    ¿Y

    qué pasa c on los marcianos saturninos, andro

    medianos?

    ¿ ~ é

    razón hay para discriminar a los computadores actua

    les o del porvenir, a la máquina que ganó

    una

    part ida a Kaspárov,

    por

    ejemplo?

    Noten

    la astucia con que he ido acumulando suficientes pre

    guntas difíciles para que

    no

    se note mucho si dejo algunas sin respuesta.

    Ya

    sería bastante solucionar alguna a plena satisfacción.

    Empezaré rompiendo otra lanza más en favor del presunto culpable

    de todos los males, Descartes. Son kilómetros de buen tejido los que

    han sido

    rasgados

    por

    escandalizados oponentes a su doctrina del

    an i

    mal máquina

    15

    . Lo más sorprendente es que muchosde ellos en realidad

    defienden la alternativa del

    cualquier-bicho-viviente-máquina

    hombre

    incluido). Quizás les molesta cualquier tipo de diferenciación: o todos

    moros, o todo s cristianos. También es posible que encuentren ofensiva

    no

    la idea de máquina en

    sino la clase de artilugios en que el ftlósofo

    francés quiso convertir a los animales: meros ingenios hidráulicos a base

    de bombas, tuberías presurizadas, cilindros y émbolos. Ahora bien, para

    que esta censura no resulte intempest

    iv

    a, convendría aceptar que

    si

    Des

    cartes empleó el más avanzado tipo de máquinas disponible

    en

    el mer

    cado de las ideas de la época - como en efecto

    hizo-, no

    cometió nin

    gún desafuero.

    Lo que más molesta a muchos críticos

    es

    la discontinuidad que el

    dualismo cartesiano introduce

    en el

    reino de la vida Churchland, 2001:

    247). ¿Por qué hacer del

    hombr

    e una excepción, cuando a veces

    es

    m

    ás

    fácil entender se con

    el

    gato del vecino que con el vecino mismo? Aquí

    topamos con la

    ley de continuidad

    que Aristóteles, Newton, Leibniz y

    Darwi n usaron con tanto éxito. Si esa

    es

    la dificultad,

    no

    sería insolubl

    e

    porque,

    en

    prime r lugar, los grandes hombres mencionados admitieron

    la existencia de excepciones en la vigencia de la ley; en segundo porque,

    aun reservando la conciencia a los humanos, se puede mantener cierta

    15

    Doctóna, porcierro, que fue anticipada porGómez Pereira Carpintero,2000: 38).

    La conciencia n e ~ p l i c a d a

    151

    continuidad con los no-humanos;

    en

    tercero porque la r uptura de la

    continuidad se replantea a pesar de que dotemos de conciencia a los

    animales,

    solamente que esta vez se traslada a la franja que separa los anima

    les

    superiores de los inferio r

    es

    los animales de los vegetales, los vegetales

    de los hongos, o los eucariotas de los procariotas. Por ese derrumbadero

    pronto

    desembocamos en el pampsiquismo.

    Una

    y otra vez olvido que estas páginas deben subordinar la reseña

    de lo que otros han dicho a la exposición de mi propia alternativa, sin

    poner mucho empeño en maquillar sus insuficiencias. Me reporto y

    anuncio que defiendo

    una

    neta discontinuidad entre ser consciente y no

    serlo. Es algo

    como el swing

    o

    el duende:

    se tiene o

    no

    se tiene. Debe te

    nerse en cuenta que mi discurso no

    es

    teológico ni metafísico: me mue

    vo en

    un

    campo intermedio entre la antropología y la ftlosofía

    de

    la na

    turaleza, abierto además al diálogo interdisciplinar. Contemplaré dos

    aspectos del problema:

    a é n s

    podrían dentro del horizonte cósmi

    co tener conciencia.

    b Q0énes

    la tienen

    deJacto.

    A la cuestión

    a

    ya he respondido.

    Por lo que

    respecta a la ciencia

    natural, ta nto podría n tener conciencia todas las entidades mundanas

    como ninguna, ya que la ciencia

    no

    es competente para explicar qué es y

    quién la puede

    adqu

    irir. Sin embargo, el sentido común dicta que la

    conciencia solo tendrá provecho y utilidad de asociarse a configuracio

    nes corpóreas capaces de asimilar información y coordinar movimien

    tos. Este ftltro deja pasar tanto al género humano como a los, digámoslo

    así, «animales superiores» . También a otras formas de vida eventual

    mente aparecidas

    en

    otros lugares del universo con prestaciones equiva

    lentes o superiores a los animales superiores. Tampoco podrían ser

    ex-

    cluidos dispositivos no vivos

    c o ~ t i t ~

    p ~ r a c ~ p t a r

    informac_ión

    y

    cuyo comportamiento no sea caonco este regido

    por

    mecamsmos

    deterministas o meramente aleatorios.

    En definitiva, la respuesta a

    a es

    que están en principio abiertos a la

    posibilidad de la conciencia todos aquellos agentes capaces de actuar

    dentro del universo y hacer

    un

    uso inteligente de la información a su

    alcance sin que,

    no

    obstante, la ciencia n

    atu

    ral sea capaz de explicarlos

    exhaustivamente ahora mismo o en

    un

    futuro previsible.

    Toca ahora afrontar la pregunta

    b .

    Pues bien: defiendo que son

    conscientes los seres que, independientemente de su aspecto, manifie

    s-

    tan signos de conciencia y son capaces de probarlo fehacientemente a

    otros seres cuya conciencia se considere indudable.

    Si

    se quiere interpre

    tar así defiendo que

    el

    club de la conciencia solo admite nuevos socios

    por

    cooptación. Los que desconfíen de la política en general y de la de

    mocracia en particular estarán poco satisfechos. Sabido

    es

    que Calígula

    nombró cónsul a su caballo. A pesar de este antecedente y de la nómina

    casi infinita de males perpetrados desde todos los sistemas políticos, lo

  • 8/17/2019 Juan Arana-La Conciencia Inexplicada

    14/40

    152

    Juan Arana Cañedo-Argüelles

    cierto

    es

    que

    se

    cuentan con los dedos de la mano los despropósitos a la

    hora de conceder derechos de ciudadanía a vivientes

    no

    humanos. Por

    que, digámoslo de una vez: estoy persuadido de que sobre este planeta

    los únicos que tenemos conciencia somos nosotros .

    Co

    nfieso haber es

    tado tentado a pensar de

    otro modo

    tras observar la mirada inteligente

    de las vacas mientras rum ian el rico pasto de los campos, la triste expre

    sión de un perro mo ribun do mientras espera que el veterinario le admi

    nistre la inyección que

    pondrá

    fin a sus desdichas, o las festivas piruetas

    de los delfines en el acuario. Pensemos

    en

    el entrenador o entrenadora

    que

    ll

    eva años adiestrando a

    un

    inteligente chimpancé, o simplemente

    en el empleado del zoo que al imenta a lustrosos y aburridos mamíferos.

    Ambos nos contarán portentos y retarán a señalar una sola habilidad

    humana

    en

    la que

    no

    hayan dado los primeros pasos. Antonio Diéguez

    y José María Atienza

    han

    recopilado las evidencias disponibles que

    apuntan

    en

    esta dirección (Diéguez, Atienza, 2014). Sin embargo, no

    estoy regateando a los animales

    -sobre

    todo a los más

    aventajados

    inteligencia, habilidad, cuquería, sentimientos, memoria, previsión, es

    trategia y muchas cosas más. Lo que afirmo

    es

    que

    no

    tien

    en

    conciencia,

    es decir, que carecen de la capacidad de ser espectadores de sí mismos, de

    constituirse frente al

    mundo

    como sujetos de conocimiento y volición.

    ¿Cómo

    podría salir de mi error

    si

    estoy equivocado? Sin

    duda

    ha

    bría que desarrollar una versión del test de Turing, enfocado a la con

    ciencia más que a la mera inteligencia.Prohibiríamos enmascarar la apa

    riencia del candidato, ya que no habría que «parecer humano», sino

    demostrar que

    se es un

    mono o un computador

    «realm

    ente conscien

    te

    ».

    Tampoco exigiríamos alcanzar metas concretas, porque cualquier

    tarea bien especificada

    que se pueda

    completar en un número finito de

    pasos puede resolverse de modo algorítmico. El test contemplaría

    un

    prolongada interacción con otros seres conscientes, con idea de mani

    festar

    si

    realmente hay alguien « detrás» de todos los órganos, disposi

    tivos, instintos, instrucciones y programaciones recibidos

    como

    dota

    ción genética o adquiridos automáticamente a partir de ellos. El proce

    dimiento no tendría que ser infalible. Pod ría darse el caso de que a lguna

    persona descubriera un buen día que llevaba diez años casada con

    un

    zombie

    des lm do

    o un

    robot

    diseñado para desorientarla. Pero estoy

    convencido de que

    en

    un 99 por 100 de los casos cualquier

    duda

    razo

    nable quedaría rápidamente despejada.

    Mi

    colegaJavier Hernández-Pacheco propuso una

    prueba

    bien sen

    cilla a

    laque he dado en llamar «el test de Kant» . Supongamos que una

    mañana de estas aterriza frente a nuestra casa un vehículo con forma de

    disco de un br uñido refulgente.

    De una

    trampilla surge una criatura de

    color verde con trompetillas

    donde

    nosotros tenemos orejas. Su aspecto

    es

    amistoso, despliega

    un

    aparato electrónico frente a

    nue

    stra puerta,

    La conciencia inexplicada

    153

    mascullasonidos inauditos que tras algunos ajustes una pantalla tradu

    ce

    en

    frases castellanas

    in t

    eligibles. Por señas nos anima a responder

    ante el o_tro

    m i r ~ o n o

    el cual suscita

    en

    otra pantalla raros jerogUficos

    que fascman

    al

    VISitante. ¡Se ha consumado un encuentro

    en

    la tercera

    fase   ¿Cómo averiguamos

    si

    de verdad tiene conciencia nuestro interlo

    cutor? Hernández-Pacheco propone indagar

    si

    el cielo estrellado sobre

    sus trompetillas act iva los paneles de admiración que tiene al efecto y

    si

    la ley moral acelera la

    bomba

    de distribución de fluidos que hay

    en

    su

    interior. Si la respuesta

    es

    doblemente positiva, propone darle un abra

    zo, siempre que no

    ha

    ya riesgo de contagio o reacciones alérgicas.

    Desde luego no será nada fácil llegar a conclusiones definitivas en

    muchos casos. Más improb able todavía será que nos veamos

    en

    la tesitu

    ra de aplicar el test

    de

    Kant o cualquier otro equivalente. Mi conclusión

    en este asunto

    es

    que resulta

    s importante y decisivo ser racional (en

    tendiendo aquí la racionalidad como sinónimo de conciencia) que hu

    mano, vital o terráqueo. Páginas atrás recogía la acusación de racismo

    que lanzó Minsky contra cualquiera que

    por

    principio distinga entre

    ell s

    (las máquinas) y

    nosotros

    (los humanos).

    Yo

    estaría de acuerdo si

    esas máquinas demostraran tener lo que según él tampoco tiene el hom

    bre: conciencia.

    50.

    MONISMO, DUALISMO, PLURALISMO

    Pasemos ahora de considerar el número de

    yos

    que hay dentro del

    escenario cósmico a evaluar

    cuánt

    os tipos de sustancias operan en

    él.

    Aquí, ya lo siento,

    no

    puedo estar con Descartes y

    su

    calumniado dua

    lismo. Más aceptable me parece el dualismo que mucho más reciente

    mente

    han

    defendido

    John

    Eccles y sobre tod o Karl Popper. Este último

    dictamina que todos los