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"JURISPRUDENCIA RECIENTE EN MATERIA DE RESPONSABILIDAD PATRIMONIAL DE LA ADMINISTRACION". Francisco José Navarro Sanchís. Magistrado. 1.INTRODUCCION.- 1.1. EXPOSICION DE LAS CARACTERISTICAS FUNDAMENTALES.- 1

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"JURISPRUDENCIA RECIENTE EN MATERIA DE RESPONSABILIDAD

PATRIMONIAL DE LA ADMINISTRACION".

Francisco José Navarro Sanchís.

Magistrado.

1.INTRODUCCION.-

1.1. EXPOSICION DE LAS CARACTERISTICAS

FUNDAMENTALES.-

La formulación del principio general de

responsabilidad patrimonial extendido al conjunto de las

Administraciones Públicas, se introduce en nuestro ordenamiento

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jurídico mediante el art. 121 de la Ley de Expropiación Forzosa

en cuanto establecía que daría lugar a indemnización, toda

lesión que los particulares sufrieran en los bienes y derechos,

siempre que aquella fuera consecuencia del funcionamiento

normal o anormal de los servicios públicos o la adopción de

medidas de carácter discrecional no fiscalizables en vía

contenciosa. Posteriormente, el art. 133 del Reglamento de

Expropiación Forzosa incluyó un concepto global de los daños

indemnizables, comprendiendo los daños corporales y los morales

al referirse a los que "sean susceptibles de ser evaluados

económicamente".

El segundo instrumento normativo que estableció el

principio de responsabilidad patrimonial fue el art. 40 de la

Ley del Régimen Jurídico de la Administración del Estado.

La Constitución recoge en el art. 106.2 el principio

de responsabilidad patrimonial de la Administración, al señalar

que

"los particulares, en los términos establecidos por la ley, tendrán

derecho a ser indemnizados por toda lesión que sufran en cualquiera

de sus bienes o derechos, salvo en los casos de fuerza mayor, siempre

que la lesión sea consecuencia del funcionamiento de los servicios

públicos".

Esta regulación no supone una verdadera innovación

respecto de la legislación precedente, sin embargo sí tiene

valor especial su instauración al más alto valor normativo,

llegando a considerarse la institución como una "pieza

fundamental del Estado de Derecho" y una garantía para los

ciudadanos.

Es de recordar aquí la célebre expresión de

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HAURIOU, que indica que la estructura básica del Derecho

Administrativo descansa sobre dos principios capitales (la

teoría del contencioso-administrativo contra las decisiones de

la Administración y la de la responsabilidad patrimonial de

ésta por los daños que en su actividad puedan resultar para los

particulares), principios que constituyen la contrapartida

necesaria de los privilegios del poder público.

La Ley 30/1992, de 26 de noviembre, sobre Régimen

Jurídico de las Administraciones Públicas y del Procedimiento

Administrativo Común dedica su Título X a la responsabilidad de

las Administraciones Públicas.

El art. 139 de la Ley establece que:

"1. Los particulares tendrán derecho a ser indemnizados por las

Administraciones Públicas correspondientes, de toda lesión que sufran

en cualquiera de sus bienes y derechos, salvo en los casos de fuerza

mayor, siempre que la lesión sea consecuencia del funcionamiento

normal o anormal de los servicios públicos.

2. En todo caso, el daño alegado habrá de ser efectivo, evaluable

económicamente e individualizado con relación a una persona o grupo de

personas.

3. Las Administraciones Públicas indemnizarán a los particulares por

la aplicación de actos legislativos de naturaleza no expropiatoria de

derechos y que éstos no tengan el deber jurídico de soportar, cuando

así se establezcan en los propios actos legislativos y en los términos

que especifiquen dichos actos.

4. La responsabilidad patrimonial del Estado por el funcionamiento de

la Administración de Justicia se regirá por la Ley Orgánica del Poder

Judicial".

Del contenido del anterior precepto y conforme

manifiesta el Profesor MARTIN REBOLLO, pueden afirmarse como

notas características del régimen de responsabilidad

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patrimonial, las siguientes:

1) Es un sistema unitario, por cuanto rige para todas las

Administraciones Públicas.

2) Constituye un régimen general, pues se aplica a toda la

actividad administrativa, sea de carácter jurídico, fáctico,

por acción o por omisión, y tanto a la actividad pública como

privada.

3) Se trata de un sistema de responsabilidad directa, por

cuanto la Administración cubre de forma directa la actividad

dañosa de sus autoridades y funcionarios, sin perjuicio de la

acción de regreso cuando aquéllos hubieran incurrido en dolo,

culpa o negligencia grave.

4) Es un régimen de carácter objetivo, por cuanto se

prescinde de la idea de culpa para fundamentar la

indemnización.

5) Trata de lograr una reparación integral.

Para el mismo autor, tanto el contencioso-

administrativo como la responsabilidad patrimonial juegan un

papel de control y garantía de la actuación administrativa,

para concluir, en una reflexión que no puede por menos que

compartirse íntegramente, al afirmar que: "La responsabilidad

como institución así entendida no debe ser mirada como un freno

a la actividad pública, sino como un elemento de orden del

sistema, un instrumento para configurar y modular aquella

actuación, una pieza esencial de las relaciones entre las

Administraciones públicas y los ciudadanos, un principio

constitucional, en suma".

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La regulación de la responsabilidad patrimonial ha

sido objeto de la reciente modificación operada por la Ley

4/1999, de 13 de enero, norma que contiene variaciones en las

siguientes materias:

1) Regulación de los supuestos de concurrencia de la actuación

de varias Administraciones públicas en la causación del daño;

2)Modificación en materia de prescripción del plazo para el

ejercicio de la acción;

3)Formulación concreta de la fuerza mayor como causa excluyente

de la exigencia de responsabilidad;

4)Introducción de mecanismos de actualización de las

indemnizaciones; y

5) Reforzar la efectividad de la responsabilidad patrimonial de

las autoridades y personal al servicio de las Administraciones

Públicas.

Para completar el panorama legislativo, hemos de

referirnos al Real Decreto 429/1993, de 26 de Marzo por el que

se aprueba el Reglamento de los Procedimientos de las

Administraciones Públicas en materia de responsabilidad

patrimonial.

Desde el punto de vista sociológico y fenomenológico,

esto es, examinando la responsabilidad patrimonial al margen de

los caracteres ya sabidos puede afirmarse que, desde esta

perspectiva, es una de las materias más vivas del Derecho

Administrativo. A la hora de buscar las razones que justifican

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por qué la responsabilidad patrimonial de la Administración -

hoy mucho más que la responsabilidad penal o civil de sus

autoridades, funcionarios y agentes - es una de las materias

administrativas que generan más reclamaciones y procesos

judiciales (no más, sino en número progresivamente creciente),

pueden proponerse las siguientes:

* Una mayor conciencia social de los derechos e

intereses, y una mayor exigencia de que los servicios públicos

funcionen correctamente.

* Hay una tendencia expansiva en el Derecho, no sólo

en el Derecho Público, sino en el Privado, a universalizar la

reparación de los daños, a objetivar la responsabilidad y a

dejar indemne al lesionado.

* Hay, a su vez, una progresiva tendencia a que las

Administraciones Públicas, directamente o por medio de

entidades o instituciones que ellas crean al efecto,

intervengan cada vez más en todos los aspectos de la vida

social y, a su vez, creen más riesgos con su actividad.

* El número de abogados es también creciente y en

proporciones inaceptables de saturación. Aunque está reflexión

llevaría a un coloquio totalmente distinto, creo que se trata

de uno de los problemas más graves que aquejan al sector

jurídico en general: legiones de licenciados con el título

recientemente obtenido que actúan indistintamente en toda clase

de procesos. Pues bien, la responsabilidad es uno de los campos

aún por explorar, donde se puede provocar el proceso sobre la

base de una conexión mínima o indirecta de los hechos con un

servicio público.

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1.2. LA JURISPRUDENCIA.

Acotando el concepto jurídico indeterminado de

jurisprudencia reciente al periodo 1996-1999 (sin perjuicio de

citar sentencias anteriores que sean relevantes en la

conformación de la doctrina jurisprudencial), vamos a examinar

la jurisprudencia de la Sala III del Tribunal Supremo,

prescindiendo, en principio, de las Sentencias del Tribunal

Constitucional que, de una manera u otra, inciden en la

cuestión, así como de las de los Tribunales de grado inferior

(Audiencia Nacional y Tribunales Superiores de Justicia), al

margen de alguna alusión que resulte interesante.

Creo que esta es una de las materias donde se hace

más difícil establecer criterios generales de aplicación a

todos los posibles casos que se presenten, y donde el valor del

precedente ha de tener en cuenta, fundamentalmente, las

circunstancias de hecho a que se refiere el caso (hechos y sus

circunstancias principales, relación causal, sujetos

intervinientes, extensión del daño y de su reparación). Es una

materia, por lo tanto, muy casuística.

Me parece, además, que se trata de una de las

disciplinas reguladas con más acierto en la Ley 30/92, Ley que,

por lo demás y en otros aspectos de su regulación, ha recibido

críticas casi unánimes de la doctrina.

Creo, además, que la regulación de las

responsabilidad patrimonial que, por cierto, obedece a un

competencia exclusiva del Estado (art. 148.1.18ª de la

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Constitución) y que, por tanto, unifica para todas las

Administraciones un sistema de responsabilidad patrimonial

común (sin perjuicio de alguna peculiaridad, como en Derecho

Urbanístico, según veremos), está influida, en buena medida,

por la doctrina jurisprudencial consolidada durante más de

treinta años, al aplicar e interpretar los viejos arts. 121 de

la Ley de Expropiación Forzosa y 40 de la Ley de Régimen

Jurídico de la Administración del Estado.

Es más, la reciente reforma de la Ley 30/92, de 26 de

noviembre, de Régimen Jurídico de las Administraciones Públicas

y del Procedimiento Administrativo Común, por la Ley 4/99, de

13 enero, de modificación de la Ley 30/1992, de 26 de

noviembre, de Régimen Jurídico de las Administraciones Públicas

y del Procedimiento Administrativo Común, está en buena medida

motivada por la respuesta jurisprudencial y doctrinal en la

aplicación de aquélla.

Se trata de una materia donde la línea

jurisprudencial se ha mantenido más o menos sin sobresaltos ni

estridencias, pero con un creciente y progresivo designio de

interpretar generosamente los términos de la Ley para ampliar

el campo de acción de la responsabilidad, lo que se pone de

manifiesto con singular claridad en determinados aspectos de la

regulación:

a) ampliando el ámbito de los sujetos responsables,

incluso creando antes de su acogida legal la responsabilidad

solidaria entre Administraciones Públicas;

b) creando un principio de reparación integral del

daño como principio general del derecho, informador de toda la

disciplina que nos ocupa, con importantes reconocimientos en

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favor del lucro cesante, la admisión de los daños morales, la

satisfacción de intereses o la actualización económica de la

indemnización para combatir la depreciación monetaria;

c) extendiendo los casos donde se reconoce la

existencia del nexo causal, no exigiendo que éste sea

exclusivo, sino sólo directo y, en algunos casos, indirecto o

mediato; admitiendo la concurrencia de culpas, etc.;

d) creando una interpretación restrictiva de la

prescripción extintiva de la acción, favorecedora del ejercicio

del derecho en caso de duda;

e) recalcando la carga de la prueba, por parte de la

Administración, sobre los hechos impeditivos o extintivos

(prescripción, fuerza mayor, culpa del perjudicado o de un

tercero, etc.);

f) si bien la responsabilidad de la Administración

como tal goza de un reconocimiento amplio, las llamadas

responsabilidades del Estado-legislador y del Estado-juez se

manifiestan en campos diferentes, con una cierta resistencia a

profundizar en ellas, no tanto jurisprudencial como legal.

Tras siete años de vigencia del régimen legal común

de la responsabilidad patrimonial de la Administración y con

una reciente reforma que altera parcialmente ciertos aspectos

de la regulación, régimen que la jurisprudencia ha interpretado

generosamente y en sentido cada vez más expansivo de la

responsabilidad, creo que nuestro país posee un régimen de

responsabilidad patrimonial bastante adecuado, aunque, como es

sabido, para la satisfacción de los derechos, la de verdad, no

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bastan sólo las declaraciones de las leyes. Es preciso que

exista una Administración diligente, que cumpla puntualmente

sus deberes - y el primero de todos, en el plano formal, que es

el de resolver - y una justicia ágil y eficaz, lo que no

siempre se consigue. Basta examinar el tiempo transcurrido

entre el acaecimiento del hecho dañoso y su reconocimiento

final, a menudo por sentencia de casación - que fácilmente

puede superar los diez años - para comprobar que aún queda

camino por recorrer.

1.3. REFLEXION SOBRE EL SENTIDO Y LIMITES DE LA

RESPONSABILIDAD PATRIMONIAL.-

Ahora bien, este impulso universalizador tiene sus

evidentes riesgos. Es sabido que la responsabilidad no sólo se

proyecta sobre el funcionamiento anormal de los servicios

públicos, entendidos éstos de la manera más amplia posible,

esto es, cuando es apreciable una infracción legal, el dolo o

la negligencia de alguien o, simplemente, una desviación neta

entre lo que debe ser el servicio y cómo, efectivamente,

funciona. También la Administración responde del funcionamiento

normal, esto es, de los efectos dañosos del funcionamiento

normal. De ahí que se apele a los llamados "estándares" o

patrones de calidad media de los servicios. En estos estándares

influyen muchos factores: las posibilidades presupuestarias; la

conciencia o asimilación administrativa del principio de

eficacia, que es una norma de relevancia constitucional (art.

103); el nivel de exigencia de los ciudadanos; la intervención

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creciente de la Administración en todos los órdenes de la vida

y la potencialidad objetivamente dañosa de muchas de sus

actuaciones. Estos estándares pueden estar formalizados o no,

recogidos en una norma o no, formando parte o no de los

contratos usuario-concesionario o usuario-Administración para

la utilización de los servicios públicos.

Si bien se observa, en la determinación misma del

concepto de lesión se halla la clave para extender o no el

régimen de responsabilidad. A mayores exigencias de calidad de

los servicios, a mayor exigencia de perfección, menos existirá

el deber de soportar el daño. A la tolerancia de ciertos

márgenes de error, de imperfección, incluso de inactividad -

por la que también se responde - más posibilidad habrá de

considerar que los daños son cargan inherentes a la vida en

sociedad. Y el debate no sólo es económico, como es de suponer,

es decir, no está en juego sólo la posibilidad de las

Administraciones de afrontar la carga presupuestaria de

responder por los daños que causan, con ser esto importante,

sino que es el debate mismo del nivel de exigencia de los

servicios, del grado de eficacia de una Administración y, si se

quiere, como más importante, de la satisfacción del principio

democrático básico, esto es, el control de los gobernantes por

los gobernados, de los representantes por los representados, en

tanto que exista la sensibilidad suficiente para atender las

demandas sociales, para mejorar la calidad de la vida en común,

para, en palabras de la Constitución, "servir con objetividad

los intereses generales".

La Constitución de 1978 regula este principio

indemnizatorio en el art. 106.2 al disponer que

"los particulares, en los términos establecidos por la ley, tendrán

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derecho a ser indemnizados por toda lesión que sufran en cualquiera

de sus bienes o derechos, salvo en los casos de fuerza mayor, siempre

que la lesión sea consecuencia del funcionamiento de los servicios

públicos",

y por otro lado su aplicación a todas las Administraciones

Públicas, al configurar como competencia exclusiva del Estado

en el art. 149.1.18 "el sistema de responsabilidad de todas las

Administraciones Públicas".

La Ley 30/1992, de 26 de noviembre, sobre Régimen

Jurídico de las Administraciones Públicas y del Procedimiento

Administrativo Común dedica su Título X a la responsabilidad de

las Administraciones Públicas, regulando esta materia en

términos parecidos a la anterior regulación de los arts. 121

LEF y 40 a 49 de la LRJAE con un par de novedades sustanciales:

a) la responsabilidad derivada de las leyes

("responsabilidad del Estado legislador") y

b) la previsión de un procedimiento abreviado de

reclamación de responsabilidad.

Esta Ley ha sido reformada por la más reciente Ley

4/99, de 13 de enero, en estos aspectos que luego analizaremos:

* en materia de responsabilidad concurrente de las

Administraciones Públicas.

* en materia de actualización de cuantías.

* el estado actual de la ciencia como límite

interno de la fuerza mayor.

* responsabilidad de Derecho Privado.

* responsabilidad penal del funcionario. 12

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La referida disposición previene igualmente el

establecimiento reglamentario de los procedimientos en materia

de responsabilidad civil. En cumplimiento de la referida

remisión, se publica el Real Decreto 429/1993, de 26 de marzo,

por el que se aprueba el Reglamento de los Procedimientos de

las Administraciones Públicas en materia de Responsabilidad

Patrimonial.

2. LOS ELEMENTOS SUBJETIVOS DE LA RELACION JURIDICA.-

2.1. EL SUJETO ACTIVO.-

Según el art. 139.1. de la Ley 30/92, de 26 de

noviembre, de Régimen Jurídico de las Administraciones Públicas

y del Procedimiento Administrativo Común:

"Los particulares tendrán derecho a ser indemnizados por las

Administraciones Públicas correspondientes, de toda lesión que sufran

en cualquiera de sus bienes y derechos...".

¿Qué quiere decir particulares? La expresión está

tomada del texto constitucional, pero no significa que no deba

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ser objeto de una interpretación extensiva: Así, no sólo son

particulares los sujetos privados, sino también los sujetos

públicos, las Administraciones Públicas o, como se ha aceptado,

los funcionarios públicos en el ejercicio de sus cargos, cuando

sufran lesiones por parte de la Administración de las que éstas

hayan de responder.

Ahora bien, ¿Quienes tienen derecho?

En primer lugar, el propio lesionado, es decir, quien

sufre la lesión en sus bienes o derechos.

La cuestión radica en que, en caso de muerte, el

lesionado no puede, obviamente, ni accionar ni ser sujeto

activo de una relación, ni obtener una reparación.

En caso de muerte, pueden reclamar los perjudicados,

que no son lo mismo, exactamente, que los herederos.

La jurisprudencia trata el caso como daño moral o

"pretium doloris", es decir, que en caso de muerte, se

indemniza al entorno inmediato de la víctima, a quien hayan

sufrido un perjuicio con su muerte, no sólo en el terreno

económico, sino en el moral y afectivo.

En general, se reconoce en favor de las personas que

convivían con el fallecido, con o sin relación matrimonial y al

margen del grado de parentesco, así como con relaciones

estables de afectividad análogas al matrimonio.

A la hora de cuantificar la indemnización, sin embargo, se

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tienen en cuenta las diversas circunstancias.

La sentencia del Tribunal Supremo de 28 de febrero de

19995 (ponente Goded Miranda) expresa:

"En primer lugar debe señalarse que el único concepto indemnizable a

sus hermanos por la muerte de D. José es el daño moral o "pretium

doloris", ya que dichos parientes en nada dependían económicamente del

fallecido. Este TS tiene declarado que los daños morales escapan por

su naturaleza a toda objetivación mensurable, por lo que su

cuantificación ha de moverse dentro de una ponderación razonable de

las circunstancias del caso, situándose en el plano de la equidad

(cfr. SS 2 febrero 1980, 29 enero 1986, 4 abril 1989 y 26 octubre

1993). En el supuesto ahora enjuiciado son circunstancias que debemos

considerar las de que el fallecido contaba 67 años de edad; que los

parientes que tienen derecho a la indemnización son sus tres hermanos,

D. Antonio, D. Francisco y D. Manuel, vínculo familiar no tan cercano

como el que existe entre padres e hijos; así como que los referidos

hermanos no convivían ni tenían a su cuidado a D. José, que estaba

internado en el Centro de Deficientes Mentales Adultos de Armilla

desde el día 1 marzo 1976. Ello determina que fijemos equitativa y

razonablemente los daños morales en que la Diputación Provincial de

Granada debe indemnizar a los hermanos de D. José en la cantidad total

de 1.000.000 pts., que, por otra parte, es la que el Mº Fiscal

solicitó como indemnización para los herederos del fallecido en el

acto del juicio de faltas que tuvo lugar el 25 enero 1989 en el

Juzgado de Distrito núm. 3 de Granada".

También se atribuye la condición de perjudicado a la

compañía de seguros que indemnizó, por virtud del contrato de

seguro, al perjudicado, en ejercicio de la acción que le

confiere para ello la Ley del Contrato de Seguro de 1990.

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2.1.1. TITULARIDAD DEL DERECHO EN EL SUPUESTO DE

LESION A LOS DERECHOS AL HONOR, INTIMIDAD FAMILIAR O A LA

PROPIA IMAGEN.-

En tal caso, hay una regla especial de legitimación:

La Ley Orgánica 1/1982, de 5 de mayo, de Protección Civil del

Derecho al Honor, a la Intimidad Personal y Familiar y a la

propia Imagen, que establece en su artículo 4:

"Uno. El ejercicio de las acciones de protección civil del honor, la intimidad o la imagen de una persona fallecida corresponde a quien ésta haya designado a tal efecto en su testamento. La designación puede recaer en una persona jurídica.

Dos. No existiendo designación o habiendo fallecido la persona designada, estarán legitimados para recabar la protección el cónyuge, los descendientes, ascendientes y hermanos de la persona afectada que viviesen al tiempo de su fallecimiento.

Tres. A falta de todos ellos, el ejercicio de las acciones de protección corresponderá al Ministerio Fiscal, que podrá actuar de oficio a la instancia de persona interesada, siempre que no hubieren transcurrido más de ochenta años desde el fallecimiento del afectado. El mismo plazo se observará cuando el ejercicio de las acciones mencionadas corresponda a una persona jurídica designada en testamento".

Pero, como dice González Pérez, no es lo mismo estar

legitimados para accionar que ser titulares del derecho a la

indemnización.

2.1.2. EL SUPUESTO DE LA CONCURRENCIA DE VARIOS

PERJUDICADOS.-

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Otra de las posibles cuestiones, que aquí sólo

citaré, en la relativa a la concurrencia entre diversos

acreedores por razón de la afectación en sus bienes y derechos

de la actividad administrativa causante de la lesión. en tal

caso, un problema que se plantea es el de saber si el crédito

es solidario o mancomunado, caso de que existan varios

perjudicados, cuestión en la que creo que hay que estar a los

arts. 1137 y 1138 del Código Civil). Sobre la base de una

presunción de mancomunidad, habrá que examinar cada caso

concreto, para verificar si se han producido lesiones

patrimoniales a varias personas, o se ha dado un caso de lesión

en un bien o derecho de titularidad colectiva.

2.2. SUJETO PASIVO.-

La nueva ley se aplica a todas las Administraciones

Públicas, sin que se establezcan excepciones al respecto. La

competencia estatal en la materia es plena y exclusiva: le

corresponde al Estado determinar "el sistema de responsabilidad

de todas las Administraciones Públicas" (art. 149.1.18 CE). En

congruencia con ello, la legislación local remite en este tema

a la legislación general sobre responsabilidad administrativa

(art. 54 de la Ley reguladora de las Bases de Régimen Local de

1985) y las leyes autonómicas suelen hacer lo mismo.

La ley debe entenderse aplicable además a la

responsabilidad que pueda generar la actuación sujeta al

Derecho Administrativo de los demás órganos constitucionales

encuadrados en el poder legislativo (Parlamento estatal y

Asambleas Legislativas de CC.AA.) o en el poder judicial

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(CGPJ), a los órganos dependientes de ellos (Tribunal de

Cuentas y Defensor del Pueblo); o a los órganos

constitucionales no insertos en ninguno de los tres poderes

clásicos (Casa del Rey, Tribunal Constitucional), etc.

Sólo queda exceptuada la indemnización de daños

derivada de la actuación de los Tribunales, por tener una

regulación específica (art. 121 de la CE y 292 y siguientes de

la LOPJ).

2.2.1. LA ADMINISTRACION A LA QUE SEA IMPUTABLE LA

ACCION U OMISION DETERMINANTE DEL DAÑO.-

Es decir, responderá, en principio, la Administración

titular del servicio a consecuencia de cuyo funcionamiento se

ha producido la lesión patrimonial.

Le puede ser imputable tal hecho a la Administración

en función de su actividad administrativa propia, es decir,

jurídica, o como consecuencia de una actividad o inactividad

puramente material.

Ha de precisarse que, dado el sistema de

responsabilidad objetiva, no siempre se produce una

identificación entre imputación y relación de causalidad.

Esta identificación existe cuando el sujeto

responsable es el que causa materialmente el daño; pero también

puede ocurrir que la ley califique de responsable a un sujeto

que no sea el autor material del hecho en relación de

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causalidad con el cual se ha producido el daño, en cuyo caso es

exigible no sólo la relación de causalidad, que luego

estudiaremos, sino también un título jurídico de imputación al

sujeto responsable.

Cabe distinguir, a tales efectos, entre:

* Administración Pública como persona jurídica

responsable.

* Persona natural a la que sea imputable el daño.

* Organos de la Administración Pública competentes

para instruir y decidir el procedimiento.

2.2.1.1. ADMINISTRACION PUBLICA.-

Esta responsabilidad, como es sabido, es objetiva y

directa. Responsabilidad directa, en el sentido expuesto,

significa que no es una responsabilidad subsidiaria de la que

tengan sus funcionarios y agentes. Esto aparece claramente en

el art. 145.1 LRJPA, según la Ley 4/99, de 13 de enero:

"1. Para hacer efectiva la responsabilidad patrimonial a que se refiere el capítulo I de este Título, los particulares exigirán directamente a la Administración pública correspondiente las indemnizaciones por los daños y perjuicios causados por las autoridades y personal a su servicio".

La determinación de cuál sea la Administración

responsable, en función de la titularidad del servicio público

o de la competencia ejercitada no siempre es fácil, lo que, al

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margen de las situaciones de concurrencia de actividad, que

luego analizaremos, puede dar lugar a conflictos. Es frecuente

en un doble campo: la titularidad de las carreteras y los

procesos de transferencias de competencias entre el Estado y

las Comunidades Autónomas.

2.2.1.2. PERSONA A LA QUE LE ES IMPUTABLE EL DAÑO.-

Tradicionalmente, se entendía que la responsabilidad

podía surgir por "falta del funcionario" o por "falta del

servicio", expresión acuñada por el Consejo de Estado francés,

cuando no se localizaba un funcionario o agente directamente

responsable de la acción u omisión.

En el primero de los casos, ha de tratarse de una

persona integrada en la organización administrativa. Ha de

recordarse que el art. 145.1 LRJPA, según la Ley 4/99, de 13 de

enero, habla de "...las autoridades y personal a su servicio".

Este concepto incluye a autoridades (cargos públicos,

altos cargos de designación discrecional), funcionarios

públicos "stricto sensu", funcionarios eventuales o interinos,

personal laboral, contratados. Cabe incluir, en esta categoría,

a los soldados de reemplazo o a un cónsul honorario (Sentencia

de 5 de junio de 1989, ponente Reyes Monterreal).

Si el daño surge de la conducta de una persona

física, basta constatar la integración de la misma en la

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Administración prestadora del servicio o actividad, puesto que

la expresión "funcionamiento normal de los servicios públicos",

al independizar las nociones de ilicitud y responsabilidad,

hace innecesaria cualquier otra indagación.

Ello requiere las siguientes puntualizaciones:

1.- Positivamente, el hecho de la integración en la

organización administrativa permite ampliar la noción de

funcionario a estos efectos más allá de los límites que

resultan del concepto formal a todo tipo de autoridades,

empleados o contratados e incluso a cualesquiera agentes que

por un título desempeñen, aunque de modo ocasional, esas

funciones. Sobre esta misma base, el fenómeno de imputación a

la Administración se extiende también a los daños causados a

terceros por personas que sin aún entrar en el concepto amplio

que acabamos de exponer, se encuentran situados bajo la

autoridad o custodia de la Administración.

Es concluyente en este sentido la sentencia de 12 de

marzo de 1975 ("caso de los novios de Granada") que imputa

responsabilidad a la Diputación Provincial por los daños

causados a los novios al arrojarse un enfermo mental desde una

ventana del Hospital Provincial de Granada.

2.- Negativamente, por no estar integrados en la

organización, no imputan su actividad dañosa a la

Administración, los concesionarios, los contratistas y en

general los profesionales libres que ejercitan privadamente

funciones públicas (por ej. Notarios, Registradores de la

Propiedad, Corredores de Comercio, Prácticos de Puerto), o

desempeñen servicios públicos de los llamados virtuales (como

taxistas o farmacéuticos).

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Sin embargo, dos sentencias reconocen la

responsabilidad de los prácticos de puerto (26 de febrero de

1982 y 20 de septiembre de 1983).

En el caso de los concesionarios, hay que observar

que aunque la responsabilidad se califique de administrativa y

se reconozca a la Administración la competencia para resolver

su procedencia según las reglas aplicables a ésta (art. 123

L.E.F.), los daños producidos a terceros en el ámbito del

servicio concedido no se imputan a la Administración

concedente, sino a ellos mismos,

"salvo en el caso en que el daño tenga su origen en alguna claúsula

impuesta por la Administración al concesionario y que sea de

ineludible cumplimiento para éste" (art. 121.2 L.E.F.).

Por su parte, la nueva Ley 13/1995, de 18 de mayo, de

Contratos de las Administraciones Públicas, en cuanto a la

responsabilidad de los contratistas (en toda clae de contratos,

incluído el de gestión de servicios públicos, señala:

Artículo 98.Indemnización de daños y perjuicios

1. Será obligación del contratista indemnizar todos los daños y perjuicios que se causen a terceros como consecuencia de las operaciones que requiera la ejecución del contrato.

2. Cuando tales daños y perjuicios hayan sido ocasionados como consecuencia inmediata y directa de una orden de la Administración, será ésta responsable dentro de los límites señalados en las leyes. También será la Administración responsable de los daños que se causen a terceros como consecuencia de los vicios del proyecto elaborado por ella misma en el contrato de obras o en el de suministro de fabricación.

3. Los terceros podrán requerir previamente, dentro del año

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siguiente a la producción del hecho, al órgano de contratación para que éste, oído el contratista, se pronuncie sobre a cuál de las partes contratantes corresponde la responsabilidad de los daños. El ejercicio de esta facultad interrumpe el plazo de prescripción de la acción civil.

4. La reclamación de aquéllos se formulará, en todo caso, conforme al procedimiento establecido en la legislación aplicable a cada supuesto.

El art. 219, para el contrato de elaboración de

proyectos de obras, establece:

Artículo 219.Responsabilidad por defectos o errores del proyecto

1. Con independencia de lo previsto en los artículos anteriores, el contratista responderá de los daños y perjuicios que durante la ejecución o explotación de las obras se causen tanto a la Administración como a terceros, por defectos e insuficiencias técnicas del proyecto o por los errores materiales, omisiones e infracciones de preceptos legales o reglamentarios en que el mismo haya incurrido, imputables a aquél.

2. La indemnización derivada de la responsabilidad exigible al contratista alcanzará el 50 por 100 del importe de los daños y perjuicios causados, hasta un límite máximo de cinco veces el precio pactado por el proyecto y será exigible dentro del término de diez años, contados desde la recepción del mismo por la Administración, siendo a cargo de esta última, en su caso, el resto de dicha indemnización cuando deba ser satisfecha a terceros.

Y, finalmente, la Disposición Adicional 5ª de la Ley

de Contratos del Estado, en relación con la responsabilidad de

las autoridades y personal derivada de sus actuaciones en

materia de contratos, dispone lo siguiente:

Disposición Adicional Quinta.Responsabilidades de las autoridades y del personal al servicio de las Administraciones Públicas

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1. La responsabilidad patrimonial de las autoridades y del personal al servicio de las Administraciones Públicas derivada de sus actuaciones en materia de contratación administrativa, tanto por daños causados a particulares como a la propia Administración, se exigirá con arreglo a lo dispuesto en el Título X de la Ley de Régimen Jurídico de las Administraciones Públicas y del Procedimiento Administrativo Común y en el Real Decreto 429/1993, de 26 de marzo, por el que se aprueba el Reglamento de los procedimientos de las Administraciones Públicas en materia de responsabilidad patrimonial.

2. La infracción o aplicación indebida de los preceptos contenidos en la presente Ley por parte del personal al servicio de las Administraciones Públicas, cuando mediare al menos negligencia grave, constituirá falta muy grave cuya responsabilidad disciplinaria se exigirá conforme a la normativa específica en la materia.

3. EL OBJETO DE LA RELACION JURIDICA.-

El art. 2.1 del Real Decreto 429/1993, de 26 de marzo, por

el que se aprueba el Reglamento de los procedimientos de las

Administraciones Públicas en materia de responsabilidad

patrimonial señala que

"mediante los procedimientos previstos en este Reglamento las

Administraciones públicas reconocerán el derecho a indemnización de

los particulares en los términos previstos en el capítulo I del Título

X de la Ley de Régimen Jurídico de las Administraciones Públicas y del

Procedimiento Administrativo Común por las lesiones que aquéllos

sufran en cualquiera de sus bienes y derechos siempre que la lesión

sea consecuencia del funcionamiento normal o anormal de los servicios

públicos, salvo en los casos de fuerza mayor o de daños que el

particular tenga el deber jurídico de soportar de acuerdo con la Ley".

El concepto básico sobre el que gira todo el sistema

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es el de lesión. Este régimen se parta, por lo tanto, de la

idea de culpa, para implantar un sistema de responsabilidad

objetiva.

La Sentencia de 21 de abril de 1998 (ponente Xiol)

señala que:

"Los presupuestos de la responsabilidad patrimonial de la

Administración del Estado propugnada por el actor -según los artículos

40 de la Ley de Régimen Jurídico de Administración del Estado y 121 y

122 de la Ley de Expropiación Forzosa, aplicables por razones

temporales a los hechos que se someten a nuestra consideración-, son,

como reiteradamente ha expuesto la jurisprudencia:

a) Que el particular sufra una lesión en sus bienes o derechos real,

concreta y susceptible de evaluación económica.

b) Que la lesión sea antijurídica, en el sentido de que el perjudicado

no tenga obligación de soportarla.

c) Que la lesión sea imputable a la administración y consecuencia del

funcionamiento normal o anormal de los servicios públicos.

d) Que, por tanto, exista una relación de causa a efecto entre el

funcionamiento del servicio y la lesión, y no sea ésta consecuencia de

un caso de fuerza mayor".

Otras muchas sentencias, antes y después de la

reforma, se refieren a estos requisitos.

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3.1. LA LESION.-

3.1.1. LA LESION PATRIMONIAL COMO REQUISITO DE LA

RESPONSABILIDAD DE LA ADMINISTRACION PUBLICA.-

El primer requisito para que nazca el derecho a la

indemnización es que se haya producido una lesión en cualquiera

de los bienes y derechos de una persona o grupo de personas; y

que esa lesión sea efectiva, evaluable económicamente e

individualizada con relación a una persona o grupo de personas.

Al construirse la responsabilidad de la

Administración al margen de toda idea de culpa, el fundamento

de aquélla se desplaza desde la perspectiva tradicional de la

acción del sujeto responsable a la del patrimonio de la persona

lesionada; así el concepto de lesión patrimonial se convierte

en la base del sistema.

3.1.1.1. Distinción del concepto de perjuicio .

El perjuicio, en concepto puramente económico, es un

detrimento patrimonial cualquiera; para que exista lesión se

requiere además que ese detrimento sea antijurídico, no ya

porque la conducta de su autor sea contraria a Derecho

(antijuricidad subjetiva) sino porque el sujeto que lo sufre no

tenga el deber jurídico de soportarlo (antijuricidad objetiva).

Así lo señalan el Consejo de Estado y el Tribunal Supremo.

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La Sentencia del Tribunal Supremo de 7 de julio de

1997 (ponente González Rivas) establece la distinción entre

daño y perjuicio, manifestando lo siguiente (se trata de la

suspensión de una corrida de toros, en Albacete, acordada por

la autoridad gubernativa ante el riesgo de alteración del orden

público, por causa imputable al empresario, que modificó

unilateralmente el cartel. Además, la legalidad del acto de

suspensión fue confirmada jurisdiccionalmente):

"...como señalan las precedentes SSTS 4 junio 1990, 21 enero 1991 y 25

junio 1992, entre otras, el primer elemento estructural de la

responsabilidad patrimonial es la lesión patrimonial, equivalente por

su contenido a cualquier daño o perjuicio, pero no es suficiente el

menoscabo económico que constituye el factor material, sino que se

requiere, simultáneamente, la concurrencia de otro factor

cualificativo consistente en que la conducta sea antijurídica y, por

tanto, el afectado o la víctima no tenga el deben de soportarlo. En

consecuencia al exigirse que la lesión sea antijurídica, no se está

haciendo referencia a que el autor de la misma haya obrado

culposamente basado en una antijuricidad subjetiva, sino a la

necesidad de que el que la sufra no tenga el deber de soportarla,

basado en una antijuricidad objetiva".

"No concurre en el presente caso el requisito de que, efectivamente,

se haya producido una lesión, en el sentido técnico-jurídico del

término, porque si bien toda lesión es integrante de un daño y

perjuicio, no todo daño y perjuicio es constitutivo de una lesión,

dentro del marco de los arts. 121 y 122 LEF, 40 LRJAE, 106,2 CE y 139

y ss. L 30/1992".

"Esa antijuridicidad o ilicitud sólo se produce cuando el afectado no

hubiera tenido la obligación de soportar el daño o el perjuicio y ese

deber de soportar el daño o el perjuicio sufrido se da en los

supuestos en que la Ley y el grupo normativo de ella derivado

justifican dichos detrimentos de un modo expreso o implícito. Así, del

examen de las SSTS 7 abril, 19 mayo y 19 diciembre 1989, entre otras,

se infiere que el criterio esencial para determinar la antijuridicidad 27

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del daño o perjuicio causado a un particular por la aplicación de un

precepto legal o normativo debe ser el de si concurre o no el deber jurídico de soportar el daño, ya que las restricciones o limitaciones

impuestas por una norma, precisamente por el carácter de generalidad

de la misma, deben ser soportadas, en principio, por cada uno de los

individuos que integran el grupo de afectados, en aras del interés

público".

"La antijuricidad y la ilicitud debe existir siempre, sin que con ello

se haga referencia a si la responsabilidad ha de ser subjetiva u

objetiva, pues esto es otro tema, el de la concurrencia o no de culpa,

por lo que si la ley, como ocurre en este caso, faculta a la

Administración para actuar de la manera en que lo ha hecho, no existe

la obligación de indemnizar y no hay antijuricidad e ilicitud, pues

concurre una causa que la excluye y un derecho que ampara el actuar

administrativo, generando la obligación jurídica de soportar el daño y

perjuicio por parte del recurrente".

En el mismo sentido, la sentencia de 16 de diciembre

de 1997, por la que se desestima el recurso interpuesto por el

Abogado del Estado contra sentencia que reconocía la

responsabilidad patrimonial de la Administración por haber

actuado discriminatoriamente con el diario editado por la

demandante ("El Alcázar") al negar injustificadamente la

inserción de publicidad institucional. La Sala reconoce la

existencia de todos los elementos que obligan a la

Administración a indemnizar; la acusación de un perjuicio

efectivo inmediato y directo producido por la denegación de la

publicidad, la susceptibilidad de ser valorado económicamente,

debido la perdida de unos ingresos seguros y no meramente

contingentes, dando como consecuencia la aparición de un lucro

cesante indemnizable, y finalmente el daño antijurídico ha sido

producido por una relación de causa a efecto.

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La nueva ley ha recogido expresamente esta

concepción, al decir en el art. 141.1 que

"sólo serán indemnizables las lesiones producidas al particular

provenientes de daños que éste no tenga el deber jurídico de soportar

de acuerdo con la Ley".

3.1.1.2. Inexistencia de causas de justificación.-

Para que la lesión sea resarcible es necesario que no

existan causas de justificación que legitimen como tal el

perjuicio de que se trate. Estas causas han de ser expresas y

deben consistir siempre en un título que determine o imponga

como jurídicamente querido el perjuicio contemplado (por

ejemplo, cumplimiento de un contrato, ejecución administrativa

o judicial, exacción de un impuesto o el cumplimiento de

cualquier otra obligación impuesta expresamente por la ley).

Así, el Dictamen del Consejo de Estado de 5 de abril de 1968.

A este respecto, la Sentencia del Tribunal Supremo de

10 de octubre de 1997 (ponente Movilla Alvarez), sobre decisión

adoptada por Confederación Hidrográfica, en época de sequía

que acordó un determinado régimen de desembalse del agua para

el Pantano de Sana Ana, estableciendo en razón de la

excepcional sequía una temporal regularización de los caudales

a recibir que beneficiaba fundamentalmente a los usuarios del

Canal de Aragón y Cataluña:

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"El punto clave para la exigencia de la responsabilidad no está,

pues, en la condición normal o anormal del actuar

administrativo, sino en la lesión antijurídica sufrida por el

afectado y que éste no tiene el deber jurídico de soportar, por

lo que la antijuridicidad desaparece cuando concurre una causa

justificativa que legitime el perjuicio, "un título que imponga

al administrado la obligación de soportar la carga" -STS 3 enero

1979- o algún precepto legal que imponga al perjudicado el deber

de sacrificarse por la sociedad -STS 27 septiembre 1979-".

En el mismo sentido, la de 16 de octubre de 1997

(Ponente Ledesma Bartret), que confirmó la resolución de la

Consejería de Industria y Energía de la Generalitat de

Cataluña, sobre la modificación de derechos declarados al

otorgar la concesión directa de explotación de la cantera de

caliza, pues

"tal resolución no supuso más que aplicación de lo dispuesto en el

ordenamiento jurídico y por ello la recurrente tiene el deber jurídico

de soportar la limitación que se le impone y que, a la vista del

desarrollo cronológico de la actuación administrativa, no puede

considerarse como restrictiva o limitadora de derechos que ya tuviera

reconocidos con anterioridad por la Administración recurrida. No hay

funcionamiento anormal ni menos aún desviación de poder, alegación

esta que dedujo en la instancia, que la sentencia no consideró ni

rechazó expresamente y sobre la que esta Sala entiende procedente

pronunciarse para evitar que quede sin contestación, aunque no haya

sido reiterada tal alegación en el recurso de apelación".

También la Sentencia de 16 de diciembre de 1997

(ponente González Rivas), sobre el caso del diario "El

Alcazár").

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3.1.1.3. Posibilidad de imputación a la

Administración, derivada de la anulación de actos

administrativos.

Si el perjuicio se imputase al mismo titular no

habría antijuricidad y si se imputase a una causa extraña o a

una fuerza mayor, además de faltar la antijuricidad, no

existiría un sujeto al que atribuir el deber de resarcimiento.

Una de las manifestaciones típicas de la

responsabilidad es la que deriva de la nulidad de los actos

administrativos.

Al margen de las cuestiones relativas al

procedimiento previsto, a la prescripción, etc., nos importa

ahora señalar dos cosas:

a) que, con arreglo al art. 142.4 de la Ley 30/92

"La anulación en vía administrativa o por el orden jurisdiccional

contencioso-administrativo de los actos o disposiciones

administrativas no presupone derecho a la indemnización", pues ello

dependerá del contenido y efectos del acto administrativo.

Es decir, si del acto administrativo anulado surge un

daño efectivo, evaluable y residenciable en una persona o

grupo, entonces habrá derecho a la indemnización.

b) que, obviamente, si el acto es ilegal, será

antijurídico y también lo será el daño o perjuicio que

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produzca, en el sentido de que quien lo padezca no tenga deber

alguno de soportarlo.

La sentencia de 4 de noviembre de 1997 (Ponente

Xiol), sobre indemnización procedente por demolición de una

obra sin licencia, declarada ilegal - la demolición -, en que

se contiene un interesante pronunciamiento acerca de que la

mera existencia de un acto firme por consentido no excluye el

derecho a la indemnización, no legitima, en suma, el daño

causado.

"No puede afirmarse que la actuación administrativa plasmada en actos

administrativos consentidos por no haber sido recurridos en tiempo y

forma excluye por principio la existencia de responsabilidad

patrimonial de las administraciones públicas, ya que la presunción de

validez de los actos administrativos y las exigencias del principio de

seguridad jurídica que imponen el respeto a los actos administrativos

firmes, aun constituyendo un elemento valioso para ponderar las

circunstancias concurrentes en orden a la determinación de una posible

responsabilidad, no alcanzan a legitimar de modo absoluto todo

perjuicio originado por la actividad administrativa, y por

consiguiente la aplicación de estos principios no es incompatible con

que pueda apreciarse la causación de perjuicios reparables si las

circunstancias revelan que el particular que los padeció no debía

soportarlos (S 28 octubre 1997, rec. núm. 3428/1993)".

Añadiendo la misma sentencia en un momento posterior:

"A los supuestos que la sentencia enumera como susceptibles según la

jurisprudencia de eximir al particular de la obligación de soportar el

daño causado - sin perjuicio de otros, como aquellos en que se produce

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un perjuicio por prestación de un servicio por debajo de los

estándares objetivamente exigibles según las circunstancias o una

omisión del ejercicio de competencias específicamente encaminadas a

evitar perjuicios causados por terceros o riesgos originados por

agentes naturales en materias de policía especial - merece añadirse

como susceptible de especial consideración el de la existencia de

perjuicios originados por la ejecución de un acto administrativo

posteriormente anulado por los tribunales. En este supuesto la

jurisprudencia, además de los restantes requisitos antes enumerados,

exige, en cuanto al que aquí es objeto de consideración, que la

anulación acordada por los tribunales no tenga por objeto el margen de

apreciación que corresponde a la administración en la aplicación de

conceptos jurídicos indeterminados o en el ejercicio de potestades

discrecionales, dado que la concurrencia de este tipo de facultades

comporta la obligación del particular de soportar las consecuencias

negativas que la introducción de criterios de oportunidad o la falta

de determinación normativa del resultado de la operación de

apreciación puede comportar (S 5 febrero 1996).

También, la sentencia de 19 de noviembre de 1992

(Ponente Rodríguez Zapata) y la de 2 de febrero de 1993

(Ponente Esteban Alamo): En que el Tribunal Supremo estima la

apelación, revoca la sentencia impugnada y declara ajustados a

derecho los acuerdos del Ayuntamiento de Paterna (Valencia)

denegatorios de la petición de indemnización de gastos de

abogado y procurador, en base a la anulación judicial de

acuerdo municipal de declaración de ruina.

"Ya el art. 40 LRJAE, texto refundido de 26 julio 1957, al tratar de

la responsabilidad patrimonial del Estado establecía que la simple

anulación en vía administrativa, o por los Tribunales contenciosos, de

las resoluciones administrativas no presupone derecho a indemnización.

Prescripción que acoge la nueva L 30/92 en el art. 142.4 y que es

absolutamente razonable, ya que lo contrario podría propiciar

presunciones de duda sobre la actuación administrativa con arreglo al

art. 103 CE y una constante petición de indemnización por

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responsabilidad patrimonial de la Administración, cuando, como ocurre

en el caso que nos ocupa, los Tribunales no han estimado temeridad

alguna en el comportamiento de la misma al efecto de una particular

condena en las costas a tenor del art. 131 LJCA.

Finalmente, y como lógica consecuencia de lo anterior, no hay relación

alguna de causalidad entre los actos administrativos impugnados por

haber declarado la ruina del inmueble y el pago de los honorarios y

derechos a los profesionales elegidos por los recurrentes en defensa

de su postura opuesta a la declaración de ruina".

En el mismo sentido, la de 31 de mayo de 1997

(Ponente Peces Morate), que además, plantea el tema de la

devolución de los gastos de aval necesarios para obtener la

suspensión administrativa de los actor tributarios en vía

económico-administrativa.

"el art. 40 LRJAE (en la actualidad art. 142,4 Ley 30/1992) no

consagra un principio de exoneración de la responsabilidad patrimonial

de la Administración en los supuestos de anulación de resoluciones

administrativas, sino que, por el contrario, establece la posibilidad

de que tal anulación, de acuerdo con el carácter objetivo de la

responsabilidad patrimonial de la Administración, sea presupuesto

inicial u originario para que tal responsabilidad pueda nacer siempre

que concurran los requisitos para ello.

En relación con la aducida falta de nexo causal entre la actuación de

la Administración y el resultado producido, no es aceptable tal

planteamiento por el hecho de que la decisión de prestar aval para

garantir el pago de las liquidaciones practicadas fuese adoptada

libremente por la entidad demandante, ya que la causa determinante de

la presentación del aval fueron unas actas incorrectas levantadas por

la Inspección de Tributos del Estado, cuyas liquidaciones fueron

posteriormente anuladas por el TEAC, si bien, hasta que tal anulación

se acordó, obligaban a la entidad demandante a presentar garantía

suficiente o a pagar el total de la deuda indebidamente liquidada, por

lo que si, por expresa disposición legal, la Administración

Tributaria, en el caso de efectuarse el pago, deberá restituir la suma 34

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indebidamente cobrada además del interés legal, en el caso de haberse

prestado aval con el fin de garantir un pago que no procedía efectuar,

la Administración habrá de responder de los gastos originados con

dicho aval, como esta Sala del Tribunal Supremo (Sec. 2ª) ha

declarado, entre otras, en sus SS 16 julio 1994 (f. j. 7º) y 18 enero

1995, ya que concurren todos los requisitos para que surja la

responsabilidad patrimonial administrativa conforme a la reiterada

interpretación jurisprudencial de los preceptos contenidos en los

arts. 40 de la citada LRJAE (hoy art. 139,1 y 2 Ley 30/1992 de 26

noviembre) y 121 y 122 LEF, cual son la producción de un daño

antijurídico, imputable al funcionamiento del servicio público, sin

que exista fuerza mayor".

Un caso interesante es el que plantean las sentencias

de 29 de octubre de 1982 y de 6 de junio de 1990 (ponente

Llorente Calama): el del daño causado al haber obrado la

Administración en contra de la contestación a una consulta,

aunque ésta no tuviera el carácter de vinculante.

En el supuesto de anulación de licencias

urbanísticas, la jurisprudencia ha venido aceptando la

procedencia de indemnización, a tenor del art. 240 de la Ley

del Suelo. Así, las Sentencias de 10 de julio de 1996 (ponente

Sieira); 4 de noviembre de 1997 y 10 de marzo de 1998 (ponente

en ambas Xiol Ríos). Esta última deniega la petición

indemnizatoria, por falta de prueba del daño derivado de un

acto de paralización de licencia en estos términos:

"Cuando esta Sala ha examinado casos de anulación de acuerdos de

suspensión de licencias de construcción por infracción urbanística

manifiesta y grave ha sido, en términos de principio, proclive a

aceptar la existencia de responsabilidad patrimonial de la

administración teniendo en cuenta que la anulación del acuerdo de

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suspensión, en cuanto pone de manifiesto su ilegalidad, parece en

principio acreditar la anormalidad del ejercicio de las potestades de

suspensión por parte de la Administración (sentencias de 20 de febrero

de 1989 y 22 de febrero de 1993, recurso número 10161/1990, entre

otras); pero la jurisprudencia se ha mostrado al propio tiempo muy

rigurosa en cuanto al cumplimiento de los concretos requisitos que

deben concurrir para la existencia de responsabilidad patrimonial de

la Administración, especialmente en cuanto a la existencia de un

perjuicio verdadero y efectivo (sentencia de 4 de julio de 1988), de

modo particular teniendo en cuenta el mayor precio de venta que el

retraso en la edificación puede comportar en relación con el mayor

coste de las obras, y la prueba efectiva de los costos o pérdidas

sufridas, dado que otro modo de proceder, atendidas las especiales

circunstancias en que este tipo de suspensiones se produce, podría

comportar una abusiva aplicación de los fondos públicos a fines no

justificados (sentencia de 30 de septiembre de 1985).

En el supuesto que examinamos, partiendo de los hechos sentados por la

sala de instancia, completados con el examen de las actuaciones, debe

concluirse que no existe prueba alguna de los perjuicios sufridos como

consecuencia de la paralización y consiguiente aplazamiento de la

ejecución de la obra proyectada, pues en el proceso de instancia la

prueba solicitada por ambas partes fue denegada por la sala. Por lo

que a la actora se refiere, se presentaron antecedentes documentales

sobre coste del proyecto, liquidación de un préstamo por una entidad

financiera y minutas de honorarios, pero no se ha practicado prueba

alguna, a pesar de haberse solicitado en la instancia, que acredite,

en primer término, el nexo de causalidad entre los perjuicios alegados

con la suspensión y aplazamiento de la obra, y, en segundo término,

que algunos de ellos, particularmente los relativos al incremento del

coste de la obra, no resultaron compensados con el incremento de

precios, como exige la jurisprudencia de esta sala (sentencia de 13 de

noviembre de 1981)".

3.1.1.4. Funcionamiento normal o anormal del servicio

público.-

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El daño ha de ser consecuencia del funcionamiento

normal o anormal de un servicio público, entendido en sentido

amplio, comprensivo de toda la actividad administrativa.

Dice la sentencia de 5 de junio de 1997 (Ponente Xiol

Ríos, Juan Antonio), que declaró el derecho del hijo del actor

a ser indemnizado en una cantidad, como consecuencia de la

paraplejía sufrida por la caída con su bicicleta, que

"no sólo no es menester demostrar para exigir aquella responsabilidad

que los titulares o gestores de la actividad administrativa que ha

generado un daño han actuado con dolo o culpa, sino que ni siquiera es

necesario probar que el servicio público se ha desenvuelto de manera

anómala, pues los preceptos constitucionales y legales que componen el

régimen jurídico aplicable extienden la obligación de indemnizar a los

casos de funcionamiento normal de los servicios públicos.

Debe, pues, concluirse que para que el daño concreto producido por el

funcionamiento del servicio a uno o varios particulares sea

antijurídico basta con que el riesgo inherente a su utilización haya

rebasado los límites impuestos por los estándares de seguridad

exigibles conforme a la conciencia social. No existirá entonces deber

alguno del perjudicado de soportar el menoscabo y, consiguientemente,

la obligación de resarcir el daño o perjuicio causado por la actividad

administrativa será a ella imputable".

Como afirma la sentencia de 10 de octubre de 1997

(Ponente Movilla Alvarez)

"la expresión "servicio público" debe entenderse de acuerdo con

asentados criterios jurisprudenciales como sinónimo de "actividad

administrativa" (SSTS 14 abril 1982 y 21 septiembre 1984), de "giro o

tráfico administrativo" (S 12 marzo 1989), de "hacer y actuar de la

Administración" (SS 10 noviembre 1983 y 20 febrero 1986), es indudable

que las decisiones de la Confederación Hidrográfica del Ebro entrarían

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en el concepto de funcionamiento de los servicios públicos que recoge

el art. 40 Ley de Régimen Jurídico del Estado y 121 LEF, normativa

aplicable en este proceso, funcionamiento que ha sido calificado como

normal en las sentencias de la Sala de lo Contencioso-administrativo

de la AT Zaragoza S 9 junio 1988 confirmada posteriormente por la de

esta Sala S 12 julio 1990".

No es necesario, por tanto, que se trate de la

existencia de un servicio público entendido en sentido estricto

como una prestación ofrecida al público de forma regular y

contínua -señala González Pérez- bastando que se trate de una

actividad pública.

En la sentencia de 28 de enero de 1986 (ponente Díaz

Eimil), El Tribunal Supremo desestima la apelación promovida

por el Abogado del Estado contra la sentencia de la Sala de lo

Contencioso-Administrativo, en recurso sobre indemnización por

daños y perjuicios, en base a que la huida de una persona ante

el requerimiento policial de detención no constituye conducta

que justifique el empleo de armas de fuego para impedirla.

"Los arts. 121 LEF, 40 LRJAE y 106.2 CE confieren a dicha

responsabilidad un intenso sentido objetivo comprensivo de los daños

ocasionados por el funcionamiento de los servicios públicos, sea éste

normal o anormal, siempre que no intervenga fuerza mayor o culpa de la

víctima, pues lo que quieren los preceptos legales citados es que la

colectividad representada por el Estado asuma la reparación de los

daños individualizados que produzca el funcionamiento de los servicios

públicos por constituir cargas imputables al coste del mismo en justa

correspondencia a los beneficios generales que dichos servicios

reportan a la comunidad, lo cual constituye un fundamento

esencialmente equiparable al del instituto expropiatorio".

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En trance de poner de manifiesto diversos ejemplos

jurisprudenciales en que se ha apreciado la existencia de

supuestos determinantes de responsabilidad, tenemos los

siguientes:

* Ausencia de alumbrado y existencia de peligro sin

señalización o advertencia, en tráfico rodado de vehículos de

motor (sentencia de 5 de junio de 1990, ponente Bruguera).

* La mera colocación de carteles o señales de peligro

no exime de responsabilidad patrimonial a la Administración,

sino con carácter provisional (sentencia de 27 de octubre de

1990, ponente Bruguera).

* Deficiente estado del pavimento, al no estar

colocada la tapa de registro de una arqueta de alumbrado

público, quedando en la acera un hueco peligroso al aire libre,

sin ni siquiera estar señalizada tal circunstancia (sentencia

de 10 de noviembre de 1994, ponente Sanz Bayón).

* Desplome de un muro, como consecuencia del mal

estado del firme de la calle, con socavones en el pavimento

(sentencia de 30 de octubre de 1990, ponente García Estartús).

* Daños causados en un inmueble por la fuga del agua

de conducciones del servicio municipal de abastecimiento de

aguas (Sentencia de 28 de febrero de 1995, ponente Mateos

García).

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* Quedar la fachada de una vivienda por debajo del

nivel de la calzada como consecuencia de la elevación del nivel

para la realización de obras (sentencia de 18 de diciembre de

1990, ponente Morenilla).

* Obras de remodelación de vía pública que causan

graves dificultades de acceso a un local de negocio en ella

instalado (sentencia de 14 de febrero de 1998, ponente Peces

Morate).

* Retraso en la concesión de unos beneficios de

amnistía laboral, determinante de la imposibilidad de reintegro

en puesto de trabajo (sentencia de 22 de diciembre de 1988,

ponente Trillo Torres).

* Por revocación de autorización para realizar una

actividad, al margen del procedimiento de revisión de oficio de

los actos declarativos de derechos (sentencia de 9 de marzo de

1989, ponente Llorente Calama).

* Por venta en pública subasta de un vehículo

aprehendido, pese a la denuncias insistentes de los

propietarios por robo de aquél (sentencia de 16 de mayo de

1989, ponente Mateos García).

* Por negar injustificadamente publicidad

institucional a un diario (16 de diciembre de 1997, ponente

González Rivas).

* Por no gestionar los órganos diplomáticos el pago

del precio de un artículo expropiado (sentencia de 5 de junio

de 1989, ponente Reyes Monterreal), aunque, en sentido

contrario, no nace la responsabilidad si la actividad

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diplomática es la normal y adecuada (Sentencia de 17 de febrero

de 1998, ponente Xiol Ríos).

* Por ocupación de terrenos para aparcamiento de

vehículos y otros servicios durante el Campeonato Mundial de

Fútbol, realizando obras en el subsuelo, sin que existiera

ninguna relación jurídica válida entre el propietario y la

Administración (sentencia de 18 de julio de 1989, ponente

Martínez Sanjuán).

* Por inundaciones agravadas como consecuencia de la

realización de obras en una autopista (sentencia de 29 de

septiembre de 1989, ponente Ruiz Sánchez).

* Por actuación de las Fuerzas de Orden público en

defensa del orden (sentencia de 2 de junio de 1994, ponente

Sánchez Andrade), aunque no si la manifestación era ilegal y la

actuación policial fue proporcionada a las circunstancias, o

cuando medió provocación de los manifestantes.

* Por los daños ocasionados en un edificio como

consecuencia de la demolición de los edificios colindantes por

un Ayuntamiento (sentencia de 14 de marzo de 1994 y de 2 de

febrero de 1995, ponente Sánchez Andrade).

* Por daños causados por fuegos de artificio

autorizados por la Administración municipal (sentencia, entre

otras, de 23 de febrero de 1995, entre otras (ponente Sieira),

en la que, por cierto, la reclamante es el INSALUD para el

reintegro de los gastos médicos ocasionados en la atención

sanitaria).

* Por la muerte de un recluso a manos de otro, por

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funcionamiento anormal (por culpa in vigilando) de la

Administración penitenciaria (entre otras, sentencia de 5 de

noviembre de 1997 (ponente González Rivas), o en virtud de

suicidio (la muy reciente de 19 de enero de 1999, ponente

Mateos Garcia).

* Por daños causados como consecuencia de inundación

o desbordamiento de aguas, bien por acción administrativa

positiva, bien por omisión unida a la creación de una situación

previa de riesgo, bien por incumplimiento de deberes (de

limpieza, de acometimiento de obras, etc) (sentencias de 24 de

enero de 1992, ponente Ruiz Sánchez y 7 de octubre de 1997,

ponente Xiol Ríos).

* Por daños ocasionados con ocasión de fiestas

populares, en cuanto al mantenimiento de la seguridad

(sentencia de 15 de diciembre de 1997, ponente González Rivas)

* Daños ocasionados como consecuencia de

paralización, por procedimiento sancionador, de obras

constructivas, por menoscabo patrimonial respecto de la

promoción y venta de apartamentos (sentencia de 20 de enero de

1997, ponente Mateos García).

* Responsabilidad en materia urbanística de los arts.

40 a 43 de la Ley del Suelo, TR de 1992, donde por cierto se

atribuye a tales preceptos, salvo al art. 43.2, carácter de

legislación básica -no completa-, en aparente contradicción con

el art. 148.1.18ª de la Constitución).

A tal respecto, la Sentencia de 31 de enero de 1997

(ponente Sieira) resume la doctrina jurisprudencial, en

aplicación de la legislación urbanística:

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"...varios son los requisitos que han de concurrir para que surja el

derecho a la indemnización, amen claro está de los generales para los

supuestos de responsabilidad patrimonial de la Administración Pública

a que se refieren los arts. 139 LRJAP, 106 CE y 121 y cc. LEF, ya que

la norma que nos ocupa, el art. 87,3 del T.R. de la Ley del Suelo de

1976 no es otra cosa que una especificación del principio general

contenido en aquellos. Los citados requisitos son: a) Que el daño que

se pretende sea resarcido deriva de una ordenación urbanística, b) que

sea consecuencia de una vinculación o limitación singular, c) que tal

vinculación o limitación conlleve una restricción del aprovechamiento

urbanístico y d) que la efectividad del daño resulte de imposible

compensación a través de las técnicas prescritas por la ley para

lograr la equitativa distribución de beneficios y cargas".

* Sobre retraso en el otorgamiento de licencias, la

sentencia de 17 de febrero de 1998 (ponente Xiol Ríos), destaca

que:

"En el ámbito de los derechos generados por el proceso urbanizador

esta perspectiva es especialmente útil, pues ya en la aplicación del

artículo 87 de la Ley sobre Régimen del Suelo y Ordenación Urbana de

1976 --que concede una indemnización por cambio de ordenación del

suelo antes de transcurrir los plazos de ejecución del planeamiento o

por limitaciones o vinculaciones singulares que no puedan ser objeto

de distribución equitativa en dicha ejecución--, esta sala ha venido

insistiendo en la necesidad, para que pueda entenderse procedente el

derecho a ser indemnizado por el cambio de planeamiento, de que

existan derechos consolidados (sentencia del Tribunal Supremo de 4 de

marzo de 1992, recurso número 4729/1990), lo cual ocurre:

a) Cuando existe de un plazo de ejecución del planeamiento

modificado no precluído o se ha producido el transcurso de éste

sin ejecución del planeamiento, por causas imputables a la

Administración (sentencias de 1 de febrero de 1982 y 16 de

diciembre de 1985).

b) Cuando el plan parcial se encuentra en la fase final de

realización y la modificación afecta a una parte de los 43

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propietarios que han cumplido los requisitos o cargas de la

anterior ordenación, sin haber obtenido beneficio equivalente y

resultar, por ello, discriminados con el resto de los

propietarios del sector (sentencias de 29 de septiembre de 1980,

30 de junio de 1980, 24 de noviembre de 1981, 1 de febrero de

1982, 6 de julio de 1982, 20 de septiembre de 1982, 28 de marzo

de 1983, 25 de abril de 1983, 14 de junio de 1983, 10 de abril de 1985, 12 de mayo de 1987, 24 de abril de 1992 y 26 de enero

de 1993, recurso número 4017/1990).

c) Cuando el cambio de calificación del suelo respecto de una

finca individualizada comporta que sólo sea factible, por la

imposibilidad de integrarla en un polígono, en razón al

desarrollo urbanístico derivado de la aplicación del plan

precedente, realizar el pago de la indemnización pertinente en

el momento de ejecución del nuevo planeamiento (sentencia de 20

de mayo de 1986).

Esta conexión entre el perjuicio causado por una disposición de

carácter general --en este caso con valor de ley-- inherente a la

privación singular de un derecho o interés económico consolidado o

incorporado al patrimonio del afectado y el mecanismo indemnizatorio a

que da lugar la aplicación del principio de responsabilidad

patrimonial de los poderes públicos aparece proclamado sin ambages en

la sentencia del Tribunal Constitucional de 13 de febrero de 1997,

número 28/1997, dictada en la cuestión de inconstitucionalidad número

278/1991 --que constituye el presupuesto de la resolución judicial que

dictamos--, pues en dicha resolución se afirma, respecto de la ley a

la que se imputa el perjuicio por los aquí recurridos, que el hecho de

que en ella no se disponga expresamente un cauce reparador para

compensar las prohibiciones y limitaciones al ejercicio del derecho de

propiedad que se derivan de la misma no puede ser considerado como una

exclusión vulneradora de lo dispuesto en el artículo 33.3 de la

Constitución, sino que ha de entenderse que ese extremo quedará

sometido a la normativa general del ordenamiento jurídico sobre la

responsabilidad patrimonial por actos de los poderes públicos que

procede otorgar a quienes, por causa de interés general, resulten

perjudicados en sus bienes y derechos".

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En cuanto a la responsabilidad de la Administración

en materia urbanística, cabe reseñar que los arts. 41 a 44 de

la Ley 6/98, de 13 de abril, sobre Régimen Jurídico del Suelo y

Valoraciones, prevén varios supuestos de responsabilidad

patrimonial en el campo urbanístico, a los que denomina

"supuestos indemnizatorios", en el bien entendido de que no se

trata de una relación "numerus clausus", pues es concebible la

existencia de otros supuestos, siempre que concurran los

requisitos generales. A título de ejemplo, cita Martín Rebollo

los siguientes: caso de suspensión ilícita de otorgamiento de

licencias; paralización de obras u orden de ejecución

posteriormente anulada en vía judicial; declaración de ruina,

etc.

Señalan, en cualquier caso, tales preceptos:

TITULO V

SUPUESTOS INDEMNIZATORIOS

Artículo 41.Indemnización por alteración de planeamiento

"1. La modificación o revisión del planeamiento sólo podrá dar lugar a

indemnización por reducción de aprovechamiento si se produce antes de

transcurrir los plazos previstos para su ejecución en el ámbito en el

que a dichos efectos se encuentre incluido el terreno o transcurridos

aquéllos, si la ejecución no se hubiera llevado a efecto por causas

imputables a la Administración.

2. Las situaciones de fuera de ordenación surgidas por los cambios del

planeamiento no serán indemnizables, a excepción de lo previsto en el

apartado anterior".

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Artículo 42.Indemnización por alteración del planeamiento, con

licencia en vigor

"1. Si en el momento de entrada en vigor de la modificación o revisión

del planeamiento se hubiera obtenido la licencia de construcción, pero

aún no se hubiera iniciado la edificación, se declarará extinguida,

con audiencia del interesado, la eficacia de la licencia en cuanto sea

disconforme con la nueva ordenación, debiendo fijarse la

indemnización, en el mismo expediente, por la reducción del

aprovechamiento resultante de las nuevas condiciones urbanísticas, así

como por los perjuicios que justificadamente se acrediten de

conformidad con la legislación general de expropiación forzosa.

2. Si la edificación ya se hubiera iniciado, la Administración podrá

modificar o revocar la licencia, fijándose la indemnización de acuerdo

con Io establecido en el número anterior".

Artículo 43.Indemnización por limitaciones singulares

"Las ordenaciones que impusieran vinculaciones o limitaciones

singulares en orden a la conservación de edificios, en lo que excedan

de los deberes legalmente establecidos, o que lleven consigo una

restricción del aprovechamiento urbanístico del suelo que no pueda ser

objeto de distribución equitativa entre los interesados, conferirán

derecho a indemnización".

Artículo 44.Otros supuestos indemnizatorios

"1. Serán en todo caso indemnizables los gastos producidos por el

cumplimiento de los deberes inherentes al proceso urbanizador, dentro

de los plazos establecidos al efecto, que resulten inservibles como

consecuencia de un cambio de planeamiento o por acordarse la

expropiación.

2. Cuando se produzca la anulación de una licencia, demora

injustificada en su otorgamiento o su denegación improcedente, los

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perjudicados podrán reclamar de la Administración el resarcimiento de

los dados y perjuicios causados, en los casos y con la concurrencia de

los requisitos establecidos en las normas que regulan con carácter

general dicha responsabilidad. En ningún caso habrá lugar a

indemnización si existe dolo, culpa o negligencia graves imputables al

perjudicado".

* La sentencia de 14 de mayo de 1999 (ponente Ledesma

Bartret) alude a otro caso de responsabilidad: el extravío, por

parte de la Administración, de un boleto premiado de quinielas,

dando preferencia al sistema integral de responsabilidad que a

las normas reglamentarias que disciplinan el servicio y pueden

suponer una frustración del derecho a la indemnización:

"El recurso debe ser estimado y la sentencia de instancia anulada por

interpretar las normas que aplica en contradicción con preceptos

constitucionales y otros contenidos en normas con rango formal de Ley,

así como también por ser contraria a la jurisprudencia del Tribunal

Supremo. La STS de 1 de diciembre de 1994, invocada por el demandante

en los autos de instancia y pese a ello no considerada por la

sentencia impugnada, al pronunciarse sobre un supuesto análogo -

apuestas de la Lotería Primitiva- al que es objeto de este recurso,

sentó, en su fundamento de derecho cuarto, una doctrina a la que

pertenecen las siguientes consideraciones:

"En la sentencia de instancia se estudia con todo detalle que la

conducta seguida (por la demandante) demuestra una intención

evidente de formalizar la apuesta, cumpliendo todas las reglas

del juego, presentando el boleto, rellenándolo con la

combinación (que determina), pegándole el sello, abonando

cincuenta pesetas y entregándolo al depositario nombrado por la

Administración. Todo ello presidido por la mejor buena fe que no

permite poner en duda su validez. Aquí terminan sus obligaciones

para concretar la apuesta y a partir de este momento es la

Administración la que debe cumplir los tramites siguientes de la

recogida y conservado de los boletos, su clasificación o

escrutinio, la separación de los cuerpos B-1 y B-2, el

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microfilmado, y remisión a las Oficinas Centrales bajo la

custodia de la Junta Superior de Control, y si durante este

camino la apuesta formulada correctamente se pierde o destruye,

no será por culpa del apostante sino por culpa o negligencia de

la Administración o de las personas o agentes que obran en su

nombre y por tanto nos encontramos ante un supuesto de

responsabilidad patrimonial de la misma conforme dispone el art.

40 de la L.R.J.A.E., vigente cuando sucedieron los hechos, y

conforme establece el art. 106 de la C.E.".

Y añade esta sentencia:

"Al estar acreditado en autos que como consecuencia de un

funcionamiento anormal de los servicios de Loterías y Apuestas del

Estado se ha causado un daño, valorable económicamente (en la cantidad

que precisa) que hubiera percibido si la apuesta se hubiese

formalizado por los servicios correspondientes de Loterías y Apuestas

del Estado, nos encontramos en presencia de una situación de estricta

justicia que debe ser atendida por el Tribunal de instancia, sin

necesidad de hacer acudir a la recurrente a la vía de reclamación

contra el Estado al amparo del art. 40 de L.R.J.A.E., sometiéndola de

nuevo a otro procedimiento judicial".

Más recientemente, la STS de 23 de diciembre de 1998 (recaída en el

recurso de casación nº 5717/1994, Sección Sexta, de esta Sala Tercera

del Tribunal Supremo) ha ratificado aquella doctrina jurisprudencial.

De las diferentes razones que se exponen en esta sentencia, nos

interesan en particular las que afirman:

1º) La naturaleza jurídico-administrativa de la actividad

desarrollada por los órganos encargados de la organización y

gestión del juego de la Lotería Primitiva (fº.jº cuarto ).

2º) La incardinación de los establecimientos receptores de las

apuestas en la organización administrativa y la consideración de

tales establecimientos como instrumentos de la Administración

(fº.jº. quinto).

3º) La inexistencia de un deber jurídico exigible al apostante

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de soportar el daño que se produce como consecuencia del

extravío del boleto (fº.jº. quinto, último párrafo).

También guarda relación con nuestro supuesto la STS de 20 de marzo de

1998 (dictada en el R. de Casación 2410/1996) a cuyas consideraciones

nos remitimos, específicamente a las que lucen en el fundamento de

derecho segundo sobre la construcción dogmática y positiva de las

responsabilidad objetiva de las Administraciones Públicas en el

ordenamiento jurídico español y al análisis de los requisitos que

deben concurrir para apreciar aquella responsabilidad (fº.jº tercero,

B.3). El hecho de que en los supuestos a que acabamos de referirnos se

tratara de reclamaciones relacionadas con la Lotería Primitiva no

impide en absoluto que sea plenamente aplicable esa jurisprudencia a

nuestro caso, puesto que los presupuestos jurídicos son los mismos.

Hay, pues, jurisprudencia complementadora del ordenamiento jurídico

(art. 1.6 del C. Civil) contraria a la interpretación realizada por la

sentencia recurrida.

Teniendo en cuenta las normas que el recurrente. en su escrito de

interposición de este recurso de casación, considera infringidas y

aplicando la jurisprudencia que acabamos de invocar, es clara la

procedencia de la estimación de este recurso de casación.

Efectivamente:

a) Se ha deducido una reclamación en relación con el perjuicio

sufrido a consecuencia del extravío del boleto producido cuando

el pronosticador había cumplido la totalidad de las obligaciones

que le eran exigibles y el documento estaba ya en poder de los

agentes de la Administración, de donde se sigue que el extravío

tuvo como única causa eficiente el funcionamiento de la

Administración Pública.

b) Ese extravío ha sido determinante de la anulación del boleto,

anulación que, aunque el dato no tenga importante significación,

pues el título jurídico para reclamar la indemnización de los

daños y perjuicios echa sus raíces en razonamientos más

importantes, no consta que fuese anunciada en el establecimiento

del receptor, incumpliendo así uno de los requisitos previsto en

la norma 30 de las reguladoras del concurso.

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c) Extravío y posterior anulación han provocado como resultado

que el pronosticador no haya percibido el importe de los dos

premios que le correspondían, uno por importe de 14.502.791

ptas. y otro por importe de 420.371 ptas., tal y como con toda

claridad y precisión se consigna en el suplico del escrito de

interposición de este recurso de casación y que, en términos

sustancialmente coincidentes, se suplicaba en el escrito de

demanda deducido en la instancia.

d) Al haber cumplido el pronosticador reclamante la totalidad de

sus obligaciones, no tiene el deber jurídico de soportar el daño

que la anulación del boleto le causa, debiendo ser inaplicadas

las normas contenidas en la Instrucción del Patronato que se

opongan a lo establecido en el art. 106.2. de la C.E. y en el

art. 40 de la L.R.J.A.E. Mas concretamente, no cabe fundar la

desestimación de la reclamación en el contenido de las normas 30

y 39 aprobadas por la Resolución de 21 de julio de 1984. Su

inaplicación deriva de lo establecido en los arts. 9.3

(principio de jerarquía normativa) y 103.1 (sometimiento pleno

de la Administración a la Ley y al Derecho) de la C.E., 23.1, 26

y 28 de la L.R.J.A.E. (aplicable, como hemos dicho antes, por

razón del tiempo en que los actos administrativos se produjeron)

y 6 de la L.O.P.J.

e) Los daños y perjuicios sufridos se encuentran en relación de

causalidad con la actuación administrativa que los ha provocado.

f) La devolución del importe del boleto, que impone la norma 30,

no constituye suficiente reparación del perjuicio experimentado,

pues sólo la entrega del importe total de los premios obtenidos

satisface con la plenitud ínsita en las exigencias del principio

de responsabilidad objetiva de la Administración la lesión

económica que, indebida e injustamente, ha experimentado el

reclamante. Esa exigencia de plenitud reparatoria impone a su

vez que la Administración proceda al pago de aquellas cantidades

más el importe de los intereses legales por demora en el pago

desde la fecha en que el hoy recurrente formuló la reclamación

ante la Administración (lo que tuvo lugar, según se desprende

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del expediente administrativo, el 18 de febrero de 1985) hasta

su efectivo abono".

* Modificación de normas sobre seguridad de bancos y

entidades de crédito, generadoras de gastos inesperados

(sentencia de 10 de febrero de 1989, ponente Fuentes Lojo).

* Daños producidos por el derrumbamiento de un

edificio por no haber sido declarado en ruina, como debía por

razón de su estado estructural (sentencia de 5 de enero de

1990, ponente Barrio Iglesias).

* Demora en la fijación de precios máximos agrícolas

cuando se vendió a un precio inferior (sentencia de 4 de

diciembre de 1989, ponente Fuentes Lojo).

(Sobre esta materia, existe una doctrina plasmada en

numerosas sentencias, relativas a la demora en la fijación de

precios agrarios, entre las que destaca la de 4 de diciembre de

1991 y 28 de octubre de 1995 (en las que se deniega la

pretensión por falta de prueba del daño padecido, no por un

obstáculo estructural al reconocimiento de este derecho).

* Daños derivados de la supresión de accesos a

autovía (en general se deniega, como en la sentencia de 18 de

abril de 1995, ponente Sieira).

* Daños derivados de contaminación de las aguas por

una empresa, que dio lugar a la prohibición de venta en lonja

de los moluscos procedentes de los bancos naturales y de los

establecimientos de acuicultura (sentencia de 6 de marzo de

1998)

Esta sentencia es muy interesante, ya que aborda el 51

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tema de los límites del sistema de responsabilidad:

"El que dicha Administración tuviese indiscutiblemente competencias

sobre las indicadas materias y en los expresados sectores no le hace,

sin más, responsable de la contaminación de las aguas del litoral y de

todas la consecuencias derivadas de ésta, pues no es acorde con el

principio de responsabilidad objetiva, recogido por los artículos 40.1

de la Ley de Régimen Jurídico de la Administración del Estado y 139.1

de la vigente Ley de Régimen Jurídico de las Administraciones Públicas

y del Procedimiento Administrativo Común de 26 de noviembre de 1992,

la generalización de dicha responsabilidad más allá del principio de

causalidad, aun en forma mediata, indirecta o concurrente, de manera

que, para que exista aquélla, es imprescindible la concurrencia del

nexo causal entre la actuación de la Administración y el resultado

lesivo o dañoso producido, que en este caso, como ha declarado la Sala

de instancia, no puede apreciarse aunque la Administración hubiera

incumplido sus deberes de vigilancia para evitar vertidos

contaminantes, pues se desconoce el factor o agente determinante del

aumento de los niveles máximos autorizados de metales pesados en las

aguas del litoral onubense con el consiguiente riesgo en el consumo de

moluscos bivalvos, que obligó a la Administración demandada, en uso de

sus aludidas atribuciones, a prohibir su comercialización como medida

para salvaguardar la salud".

"La socialización de los riesgos, que justifica la responsabilidad

objetiva de la Administración cuando actúa en defensa de los intereses

generales lesionando para ello intereses particulares, no permite

extender dicha responsabilidad hasta cubrir las pérdidas en este caso

de los acuicultores por más que su actividad hubiese sido promovida y

fomentada por la propia Administración, ya que, cuando así procedió,

no existía el riesgo después generado por hechos y circunstancias en

los que no se ha acreditado que la misma tuviese participación alguna

directa ni indirecta, inmediata o mediata, exclusiva ni concurrente.

La asunción por la Administración autonómica de competencias

transferidas por el Estatuto de Autonomía no liberaba a las empresas

dedicas a la acuicultura de soportar los riesgos procedentes de la

posible contaminación de las aguas con la consiguiente paralización de las capturas y venta de ostreidos, pues no cabe considerar que el

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vigente sistema de responsabilidad patrimonial objetiva de las

Administraciones Públicas convierta a éstas en aseguradoras

universales de todos los riesgos con el fin de prevenir cualquier

eventualidad desfavorable o dañosa para los administrados, derivada de

la actividad de éstos, por el hecho de que ejerzan competencias en la

ordenación de un determinado sector o sea necesaria su autorización,

porque, de lo contrario, como pretende la representación procesal de

la recurrente, se transformaría aquél en un sistema providencialista

no contemplado en nuestro ordenamiento jurídico.

* En orden a la determinación del concepto de

servicio público, entendido en sentido amplio, se reconoce en

el accidente sufrido por un administrado en edificio destinado

al servicio público como consecuencia del golpe contra una

puerta de vidrio consecutiva de otra anterior abierta

lateralmente, sin señal ni indicación alguna que advirtiera de

su existencia (en la que se alegaba que, como el daño procedía

de una instalación arquitectónica en nada distinta de las

privadas, no había implicado servicio público alguno. La

sentencia de 21 de abril de 1998 (ponente Xiol) da respuesta a

estos interrogantes:

"No puede acogerse la distinción que la sala de instancia realiza

entre el lugar de prestación del servicio público como separable de la

actividad en que éste consiste, fundada en la irrelevancia del

sometimiento de los edificios afectos al servicio al estatuto de la

propiedad demanial y en que el elemento arquitectónico productor del

daño carecía de característica alguna que lo diferenciase de los

propios de una construcción privada.

El régimen del servicio público no depende, ciertamente, del régimen

jurídico a que estén sometidos los elementos instrumentales que

integran la actividad de prestación en que el servicio público

consiste, puesto que éste admite formas muy diversas de gestión. No

obstante, cuando el elemento personal o real causante del daño esté

dedicado o afecto a un servicio público o a la función administrativa

en general -entendida en un sentido lato, comprensivo del ejercicio de

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funciones o potestades públicas de las que no es predicable la noción clásica de servicio público-, no cabe considerar dicho elemento,

cualquiera que sea su naturaleza, ajeno al servicio; y en este sentido

sí es relevante que la Ley de Patrimonio del Estado considere como

afectos al servicio público (hasta el extremo de sujetarlos a un

régimen jurídico exorbitante) los edificios en que se alojan los

órganos del Estado y son propiedad del mismo. En el caso examinado no

existe duda alguna sobre la concurrencia de este supuesto, pues la

función desempeñada por la Jefatura de Tráfico admite la sala de

instancia que lo era en un edificio afecto a la misma, cuyo vestíbulo,

en el que se produjo el accidente, constituía su entrada.

La falta de diferenciación de los elementos arquitectónicos afectos al

servicio no se opone a la conclusión anterior, pues lo que distingue

la actividad administrativa, en el sentido de los servicios públicos a

los que se refiere la ley cuando disciplina la responsabilidad

patrimonial de las administraciones públicas, no es que sus elementos

instrumentales sean diferentes o estén modificados en función de una

actividad prestacional o de otra índole de la administración, sino el

fin a que en su conjunto la actividad administrativa se dirige (la

satisfacción de los intereses generales), el carácter con que lo hace

(de modo continuo o regular), los límites a que está sujeta (los

fijados por la atribución de potestades por el ordenamiento jurídico)

y las prerrogativas inherentes a la específica regulación del

ejercicio de las potestades en el marco del derecho público. Los

elementos personales o reales que se integran en la actividad

administrativa no deben ser diferentes de los necesarios para el

desarrollo de cualquier actividad humana útil o productiva, pues su

característica radica en la afección teleológica o instrumental al

servicio. Desde este punto de vista tampoco puede merecer duda que el

vestíbulo de protección de la entrada a un organismo dedicado al

ejercicio de potestades administrativas en relación con el tránsito de

vehículos de motor se integra instrumentalmente en el servicio o

actividad administrativa, puesto que, siendo un componente del

inmueble en el que el órgano del Estado tiene su alojamiento y lleva a

cabo su actuación pública, su fin es el de permitir el acceso de los

funcionarios encargados de realizar la actividad administrativa y de

las personas que, con el carácter de administrados, resultan afectados

por la misma en su condición de ciudadanos".

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* Atención especial merecen los supuestos de

responsabilidad patrimonial por deficiente funcionamiento de

los servicios públicos sanitarios, ahora parece que

definitivamente residenciados en el orden jurisdiccional

contencioso-administrativo. La Sentencia de 9 de marzo de 1998

(ponente González Rivas), tiene el acierto de resumir la

doctrina jurisprudencial en los supuestos de culpa o

negligencia médica:

"a) La culpa o negligencia médica surge con dotación de suficiente

casualidad cuando no se realizan las funciones que las técnicas de

salud aconsejan y emplean como usuales, en aplicación de la

deontología médica y del sentido común humanitario y así lo ha

reconocido esta Sala Tercera en relación con el ejercicio de la acción

de responsabilidad patrimonial, en sentencias de 13 de marzo, 7 de

abril y 27 de diciembre de 1989, 19 de enero y 14 de diciembre de

1990, de la Sección Primera; 20 de febrero, 6 de marzo y 25 de octubre

de 1989, 8 de febrero de 1991, de la Sección Tercera; 5 de febrero y

20 de abril de 1991, 10 de mayo de 1993, de la Sección Sexta; 11 de

febrero de 1991, de la Sección Séptima; y, en posteriores sentencias,

como la de 27 de noviembre de 1993, de esta misma Sección.

b) También la Sala Primera del Tribunal Supremo se ha pronunciado en

temas de actuación médica por responsabilidad extracontractual y ha

adoptado criterio similar en relación con esta problemática en

sentencias de 5 de mayo y 21 de septiembre de 1988, 27 de enero y 7 de

abril de 1989, 30 de enero y 23 de noviembre de 1990, 30 de julio de

1991, 4 de noviembre de 1992, 15 de marzo y 21 de septiembre de 1993,

8 de abril de 1996, completándose estos mismos criterios en sentencias

de 6 de julio de 1990 y en la posterior sentencia de 11 de marzo de

1996.

c) Es reiterada la doctrina de esta Sala que considera esencial

para que se estime la responsabilidad patrimonial de la

Administración la existencia de un nexo causal directo e inmediato

entre el acto imputable a la Administración y la lesión causal que 55

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para ser resarcible, ha de consistir en un daño real, habiendo

precisado la jurisprudencia (en sentencias de 20 de octubre de 1980,

10 de junio de 1981 y 6 de febrero de 1996, entre otras), que el

nexo causal ha de ser exclusivo sin interferencias extrañas

procedentes de tercero o del lesionado, pues la norma que inspira el

artículo 40 de la Ley de Régimen Jurídico de la Administración del

Estado, que se invoca por la parte recurrente, es la de una

responsabilidad objetiva que ha de ser entendida en un sentido

amplio, al tratar de cubrir los riesgos que para los particulares

puede entrañar la responsabilidad del Estado, pero para que esa

responsabilidad se haga efectiva, se exige la prueba de una causa

concreta que determine el daño y la conexión entre la actuación

administrativa y el daño real ocasionado, como han puesto de

manifiesto sentencias como las de 24 de octubre y 5 de diciembre de

1995".

La sentencia de 6 de febrero de 1996 (ponente Tejada

González) se refiere a la materia sanitaria también, al

tratarse del caso de transfusión de hemofactor por el que

se transmite el virus del SIDA.

"El recurrente invoca, por último, en el 4º motivo de casación,

formulado al amparo del art. 95,1-4 LJCA, la vulneración del art. 40

LRJAE y la doctrina contenida en diversas sentencias del TS a las que

ya antes nos hemos referido. Este motivo se fundamenta, vuelve a

repetir el recurrente, como ya había expuesto en el motivo 1º, en un

elemento externo a la prestación del servicio, cual es la existencia

en el mercado farmacéutico de un producto debidamente registrado el

hemofactor de "Laboratorios G.", en el que se contenía el VIH donde

había de encontrarse la causa de la infección. La Junta de Andalucía y

su Servicio de Salud, dice el recurso, ni han fabricado ese

medicamento ni lo ha autorizado ni registrado, por lo que no pueden

imputársele sus deficiencias cuando confiados en los productos

sanitarios de los fármacos registrados los utilizó. Aún cuando este

razonamiento es estimable y pudiera dar lugar a que la Junta de

Andalucía y su Servicio de Salud formularan las reclamaciones que

estimaran oportunas, es obvio que no rompe la relación de causalidad

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entre los daños y perjuicios infringidos a D. Francisco -que

terminaron provocando su fallecimiento- y la transfusión de

hemofactor, origen de los mismos, que le transmitió el virus de la

inmunodeficiencia humana, transfusión a la que fue sometido en la

"Ciudad Sanitaria V.", dependiente del Servicio Andaluz de Salud de la

Junta de Andalucía, según ha resultado probado. Es reiterada la

doctrina de esta Sala a tenor de la cual la responsabilidad

patrimonial de la Administración requiere la existencia de un nexo

causal, directo e inmediato, entre el acto imputable a la

Administración y la lesión causal, que para ser resarcible ha de

consistir en un daño real habiendo precisado constantemente la

jurisprudencia, como han puesto de manifiesto las SS 20 octubre 1980,

10 junio 1981, que el nexo de causalidad ha de ser exclusivo sin

interferencias extrañas procedentes de terceros o del propio

lesionado. La norma inspiradora del art. 40 LRJAE, que invoca el

recurrente, es la de una responsabilidad objetiva que ha sido recibida

por nuestro ordenamiento jurídico y por la jurisprudencia en un

sentido amplio, al tratar de cubrir los riesgos que para los

particulares pueda entrañar la responsabilidad del Estado; pero para

que esta responsabilidad pueda hacerse efectiva se exige la prueba de

la causa concreta que determinó el daño, es decir, la conexión entre

la actuación administrativa y el daño real ocasionado, como ya

pusieron de manifiesto las SS de esta Sala 24 octubre y 5 diciembre

1995. Y en el presente caso y tal como pone de relieve la resolución

judicial recurrida la causa concreta que determinó el daño fue la

transfusión realizada a D. Francisco en la "Ciudad Sanitaria V.", por

lo que ha de desestimarse el motivo articulado".

* en relación con la inactividad de la

Administración, cabe citar la sentencia de la Audiencia

Nacional, sección octava, de 7 de octubre de 1999, relativa a

responsabilidad patrimonial de la Administración del Estado,

por daños y perjuicios ocasionados a consecuencia del

funcionamiento anormal de los servicios públicos, derivado de

la inactividad de la Administración, al no elaborar ni publicar

las resoluciones a que se refería el punto 7.1 de la Orden

Ministerial de 6 de setiembre de 1996, de la que dependía la

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fijación de los precios máximos autorizados de venta de los

gases licuados del petróleo.

4. REQUISITOS DEL DAÑO.-

El daño ha de reunir los caracteres de efectividad,

posibilidad de evaluación económica e individualización en

relación a una persona o grupo de personas (art. 139.2 de la

ley 30/92).

4.1. DAÑO EFECTIVO.-

La Sentencia de 3 de febrero de 1989 (Ponente Martín

Martín) señala:

"Con base en doctrina jurisprudencial consolidada deben resaltarse las

siguientes afirmaciones:

1º El principio de la indemnidad o de la reparación integral de todos

los daños y perjuicios sufridos, de modo que la reparación atienda a

objetivos totalizadores e integrales (SS de 2-2-80, 30-12-83, 12-7-

1985, 21-7-88, etc.).

2º El daño indemnizable es únicamente el que se ha producido de una

forma real y efectiva, no siendo indemnizables los meramente

conjeturados, eventuales o hipotéticos, comprendiendo también a los

morales (SS de 16-5-77, 26-1-78, 13-7-83, 16-7-84, etc.).

3º Es necesario el acreditamiento mediante una prueba suficiente de

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tales daños, la cual pesa -conforme a las reglas generales, art. 1214

del Código Civil, etc.- sobre el solicitante,

4º Resaltar la dificultad de valorar económicamente el daño producido,

fundamentalmente en casos como el presente, en que se reclaman daños

materiales (incluidos perjuicios) junto a daños morales. A tal efecto

se ha declarado reiteradamente la imposibilidad de evaluar

cuantitativamente y con exactitud el daño material y moral sufrido por

el administrado, por cuya razón la fijación de la cuantía de la

indemnización se efectúa, generalmente, de un modo global,

atemperándose a los módulos valorativos convencionales utilizados por

las jurisdicciones civil, penal y laboral y sin que en ningún caso

haya de reputarse necesario que la cantidad globalmente fijada

represente la suma de las parciales con las que se cuantifique cada

uno de los factores o conceptos tomados en consideración (SS de 31-10-78, 2-2-80 y 18-2-80, 3-12-82, 13-7-83, 16-7-84, etc.)".

La Sentencia de 2 de enero de 1990 (Ponente Reyes

Monterreal), acerca de la efectividad del daño, dispone que

"es indispensable que, entre otros requisitos, el daño que se invoque,

además de ser evaluable económicamente, sea real y efectivo, por más que esta realidad o efectividad no solo hayan de tenerse por cumplidas

cuando se trata de con secuencias lesivas pretéritas o actuales, sino

también de futuro acaecimiento, pero, por supuesto, siempre que, por

su carácter fatal derivado de esa anterioridad o actualidad, sean de

producción indudable y necesaria, por la anticipada certeza de su

acaecimiento en el tiempo, y no, por el contrario, cuando se trata de

aconteceres autónomos con simple posibilidad, que no certeza, de su

posterior producción, dado su carácter contingente y aleatorio, que es

lo que sucede generalmente con las simples expectativas, de cuya

naturaleza y caracteres claramente participa el precio no perceptible

y consiguiente lucro cesante que el frustrado constructor alega por no

poder vender los pisos que, al amparo de la licencia cuyos efectos

fueron suspendidos, podía haber construido".

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Respecto de los daños derivados de la construción de

un edificio, la Sentencia de 10 de mayo de 1990 (Ponente Oro

Pulido), resume la jurisprudencia:

"para la viabilidad de la pretensión indemnizatoria es necesario que

el daño ocasionado, con la aludida paralización de la construcción de

las viviendas, sea real, es decir, efectivo y patrimonialmente

evaluable (art. 40.1 citada ley) y el apelante no ha acreditado tal

presupuesto, pues, en orden a la determinación concreta de los

perjuicios derivados de una paralización de la construcción de un

edificio destinado, no a uso propio, sino a la venta de viviendas y

locales comerciales, la jurisprudencia -SS 13-11-81 2-4-82, 23-1-84,

30-9-85, 27-11-87, 26-9-89, etc.) viene destacando que es necesario

contemplar globalmente la operación de construcción y venta en su

conjunto, pues es normal que el mayor coste de la construcción se vea

compensado por el mayor precio de venta de los pisos y locales, porque

no es el aumento del coste de construcción el que determina la

realidad del daño sufrido, sino que éste, para ser real y efectivo,

surge solamente en el presente caso, en el supuesto de un menor éxito

en la conjunta operación, lo cual, como hemos dicho, no ha sido

probado por el apelante".

En el mismo sentido, la Sentencia de 10 de marzo de 1998

(Ponente Xiol).

El daño no sólo tiene que se efectivo, sino que

incumbe probar su existencia y extensión a quien afirme ser

perjudicado, de conformidad con el art. 1214 del Código civil.

Es significativa, a este respecto, la Sentencia de 11 de

febrero de 1994 (Sánchez Andrade y Sal).

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4.2. DAÑO EVALUABLE ECONOMICAMENTE.-

Deben indemnizarse, no sólo los daños materiales,

sino también los morales.

La jurisprudencia se opuso, en un principio, a la

indemnizabilidad de los daños morales, por carecer de un

contenido económico susceptible de evaluación. Una sentencia de

3 de diciembre de 1982 (Ponente Díaz Eimil) define

extraordinariamente los daños morales: (Se trata de un caso en

el que el Tribunal Supremo estima el recurso interpuesto contra

la denegación de la reclamación de indemnización por daños y

perjuicios formulada por los recurrentes, como consecuencia de

la muerte de su hijo por disparos de agentes de la Guardia

Civil).

"Que, los perjuicios económicos que comporta para los padres la muerte

de su hijo son en cierta medida de fácil cuantificación, pues ésta

puede encontrar adecuado fundamento en datos objetivos aptos para ser

convertidos en términos dinerarios, como son, el importe de los

ingresos normales del hijo, la ayuda que con cargo a ellos reciben los

padres, la edad de aquél y de éstos, el índice previsible de

desvalorización de la moneda y cualesquiera otros que, en conjunción

con los anteriores, intervengan como factores cuantificables en el

contexto económico-familiar alterado por el hecho de la muerte del

hijo, susceptibles todos ellos de coadyuvar a una capitalización con

arreglo a criterios rigurosamente matemáticos; pero no ocurre lo mismo

en relación con los daños morales en cuanto que éstos se producen en

un área espiritual y afectiva que es difícilmente reducible a métodos

propios de las ciencias exactas y, si bien debe reconocerse el serio

esfuerzo de la Administración en hallar una solución justa a dicha

dificultad, acudiendo a la aplicación analógica del Régimen del seguro obligatorio de viajeros, la esencial diferencia que existe entre éste,

sometido a tarifas fijas que responden al designio de establecer una

cobertura predeterminada aplicable a casos previstos en términos de

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generalidad, y el del instituto de la responsabilidad patrimonial del

Estado por funcionamiento normal o anormal de los servicios públicos,

en el que es esencial encontrar en cada caso concreto una

indemnización que sea proporcional y adecuada al real perjuicio

sufrido por el ciudadano, obliga a tener presente en todo momento las

especiales circunstancias que concurran en el caso específicamente

contemplado y someterlas a una valoración subjetiva global, pues

aunque ello equivale a moverse en un marco de gran relatividad e

indeterminación, no existe otro medio de apreciar la intensidad del

sufrimiento moral inferido y, con arreglo a ello, resulta innegable la

extraordinaria gravedad que alcanza el dolor moral de unos padres de

avanzada edad se que se ven condenados a la más completa soledad por

el resto de sus vidas a consecuencia de la muerte, ocasionada al

margen de cualquier género de culpa propia, de un hijo en plena

juventud, que constituía su única compañía y sustento y que le

aportaba la fundada esperanza de ampliar la convivencia familiar con

motivo de su próximo e inmediato matrimonio, y tales consideraciones,

unidas a los perjuicios económicos, a pesar de haber sido éstos en

cierta forma paliados por la pensión concedida por la mutualidad a que

pertenecía su hijo fallecido, evidencian que la indemnización

solicitada de 3.000.000 pts., teniendo en cuenta además las cantidades

normalmente concedidas por los tribunales, en casos análogos, no se

manifiesta como excesiva para compensar los daños económicos y morales

ocasionados a los recurrentes".

En el mismo sentido, la sentencia de 17 de abril de 1998

(Ponente Sieira Míguez)

"el daño moral o afectivo es absolutamente independiente de las

circunstancias económicas que rodean al perjudicado, ya que lo que se

valora es algo inmaterial ajeno por completo a toda realidad física

evaluable, así lo ha afirmado esta Sala en sentencia de 4 de Diciembre

de 1980 y, de otra parte, parece olvidarse que la pensión

extraordinaria y la indemnización por responsabilidad patrimonial

obedecen a títulos distintos y por tanto el principio de indemnidad

debe aplicarse sobre cada uno de ellos de forma independiente, sin más

limitación que la derivada de sus propios condicionamientos como

titulo individual...".

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Ahora bien, el daño ha de ser evaluable

económicamente.

A tal respecto, la Sentencia de 17 de noviembre de

1990 (ponente Morenilla), en la que se estima parcialmente el

recurso contencioso-administrativo interpuesto contra una

resolución del Ministerio de Obras Públicas y Urbanismo, y

reconoce el derecho de los recurrentes a ser indemnizados por

los daños y perjuicios irrogados con motivo de un accidente de

circulación sufrido como consecuencia del estado de la calzada

tras cerrarse una zanja de conducción de agua que cruzaba la

misma, sin que existiera señalización alguna de peligro, se

expone que la cuantificación de la indemnización contemplará

tanto el lucro cesante como el daño emergente, así como las

"secuelas y pretium doloris", excluyéndose los daños eventuales

o simplemente posibles, pero no actuales, en estos términos:

"La jurisprudencia de esta Sala posterior a la Constitución (ad

exemplum, SS de 14-7-84, 7-10-89 y 1-12-89), viene interpretando más

ampliamente el expresado precepto legal (que se corresponde con el

art. 133 del reglamento de la Ley de Expropiación Forzosa, respecto a

los supuestos a que se refieren los arts. 120 y 121 de esta Ley) dando

al concepto de lesión resarcible su más exacto sentido que comprende

no sólo los perjuicios económicos concretos, evaluables e

individualiza dos que producen un detrimento en el patrimonio del

reclamante, sino las lesiones físicas o mentales y los sufrimientos

causados por el acto u omisión resarcible (daños morales), de manera

que la reparación alcance todas las consecuencias producidas por el

funcionamiento de los servicios públicos en la esfera del individuo

afectado que no deben ser soportadas por el y sí por la

Administración, que asegura aquellos servicios en el cumplimiento de

sus fines.

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La reparación se extiende no sólo al valor de la pérdida o menoscabo

sufrido daño emergente, sino también a la ganancia dejada de obtener -

lucro cesante- (SS de 25-9-84, 9-3-85 y 27-9-85 y 21-6-88) siempre que

quien lo alega pruebe suficientemente su realidad, que puedan ser

evaluadas económicamente según una ponderación equilibrada y que sean

consecuencia directa o indirecta del funcionamiento normal o anormal

de los servicios públicos. Se excluyen solamente como expresa la

doctrina "y no por su naturaleza, sino por su falta de efectividad,

los llamados daños eventuales o simplemente posibles, pero no

actuales" sin perjuicio de que puedan ser reclamados cuando esa

actualización se produzca en el futuro...".

La Sentencia de 10 de mayo de 1996 (Ponente Sieira):

"La resolución del presente recurso contencioso ha de tener por

presupuesto el que las disposiciones reglamentarias únicamente dan

lugar a responsabilidad patrimonial de la Administración en los

supuestos en que de las mismas se deriven cargas generadoras de daños

individualizados y evaluables, no con carácter general y uniforme a

los administrados en cuanto miembros de una colectividad..., sino en

aquellos supuestos en que tales cargas se impongan de modo

singularizado y especial a determinados agentes, entidades o personas

que actúan en el sector de referencia en función de una específica

circunstancia que en ellos concurra; ello es así por cuanto solo en

este último caso estaremos ante un supuesto en el que concurra el

requisito de la antijuridicidad de la lesión sufrida por el

administrado, requisito que como es sabido resulta indispensable para

que pueda operar el instituto de la Responsabilidad Patrimonial que

nos ocupa".

La Sentencia de 1 de diciembre de 1989 (Ponente

García Estartús), se refiere al daño moral. Alude además al

principio de indemnidad con una declaración que es fundamental:

que la pensión extraordinaria obtenida por los padres (tras el

fallecimiento de su hijo en acto de servicio, a consecuencia de

las heridas sufridas estando prestando el servicio como

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soldado) no puede excluir el carácter íntegramente reparador de

la indemnización y, por tanto, abarcador del daño moral

sufrido.

"La prueba de la existencia efectiva de daños y perjuicios evaluables

económicamente queda justificada por el hecho del fallecimiento de un

hijo del reclamante, en este caso hijo único; toda vez que sin

perjuicio del daño moral compensable, según doctrina unánime en el

ámbito doctrinal y reiterada jurisprudencia de este Tribunal, entre

otras, SS de 12-3-75, 16-7-84 y las que en ésta se consignan y la

reciente de 7-10-89, esa pérdida comporta ineludiblemente la de la

asistencia que en el orden afectivo y material resulta conforme a la

naturaleza de la relación paterno filial, que para los progenitores a

medida que transcurre el tiempo biológicamente considerado se hace más

necesario; cuanto más en este supuesto ha quedado probado que el

fallecido participaba en las tareas agrícolas de su padre que dejó al

incorporarse al servicio militar de forma voluntaria y por el tiempo

de permanencia en filas, y no otro, por lo que no es admisible

entender que cesó en ese trabajo; no obstante lo cual, por no haber

concretado cuáles fueron económicamente los perjuicios irrogados por

esa falta de prestación en las labores agrícolas y su trascendencia en

el presente y en un futuro racionalmente estimado, este perjuicio cabe

apreciarlo desde la vertiente afectiva y el dolor moral indemnizable

económicamente; integrando en éste, además, la alteración psíquica y

trastornos emocionales experimentados por la madre del difunto como se

acreditó por certificación médica en el expediente administrativo, lo

que, por otra parte, debe estimarse natural, y que no ha sido

controvertido por la Administración; debiéndose declarar, en

definitiva, que la indemnización por los daños y perjuicios que se

infieren por el funcionamiento normal o anormal de los servicios

públicos, art. 40 Ley de Régimen Jurídico del Estado, o por el

funcionamiento sin especificar si se adecuaron aquéllos a la normativa

aplicable o no a que se refiere el art. 106.2) de la Constitución,

comprende el perjuicio afectivo y moral causado en la medida en que

éste es reparable, y por ello en este punto, que en principio se

reconoció en el dictamen del Consejo de Estado de 22-5-86, al declarar compensable el daño moral inferido al recurrente y a su esposa,

procede estimar la incidencia de este daño y, por ende, admisible la

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pretensión articulada.

La declaración de muerte en acto de servicio del hijo del recurrente y

la pensión extraordinaria concedida a sus padres de conformidad con el

art. 34 del decreto de 13-4-72, que se aduce por la Administración al

resolver el recurso de reposición, no puede excluir la indemnización

por el daño moral sufrido, teniendo aquélla por objeto el

reconocimiento de una pensión originada por una muerte en acto de

servicio que no es incompatible con la indemnización reclamada, toda

vez que la pensión tiene por finalidad atender a las necesidades de

los familiares, viuda, hijos, y padres legítimos adoptantes o

naturales, que en tanto no compensen debidamente los daños y

perjuicios causados en un supuesto concreto no excluye la

indemnización de éstos, y, por tanto, el daño moral que en el orden

afectivo se haya originado; compatibilidad reconocida por el Consejo

de Estado en su primer dictamen de 13-3-85 al entender que la pensión

e indemnización proceden de títulos distintos; debiendo, en

consecuencia, desestimar esta causa aducida como obstativa por la

Administración de la pretensión del recurrente".

4.3. DAÑO INDIVIDUALIZADO EN UNA PERSONA O GRUPO DE

PERSONAS.-

El daño, además, ha de individualizarse en una

persona o grupo determinado de personas.

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Señala González Pérez que "si, en definitiva, el

fundamento último de la responsabilidad patrimonial -como de la

institución expropiatoria- es el principio de igualdad ante las

cargas públicas, es obvio que únicamente serán indemnizados los

que afecten a una persona o grupo cierto, y no los que afecten

con carácter general a todos los administrados".

Concurre, por ejemplo, este requisito, en la

Sentencia 10 de mayo de 1996 (Ponente Sieira) (referente a

rebaja en el margen comercial de los productos farmacéuticos

acordado por disposición reglamentaria):

"La resolución del presente recurso contencioso ha de tener por

presupuesto el que las disposiciones reglamentarias únicamente dan

lugar a responsabilidad patrimonial de la Administración en los

supuestos en que de las mismas se deriven cargas generadoras de daños

individualizados y evaluables, no con carácter general y uniforme a

los administrados en cuanto miembros de una colectividad, cual sería

el caso de consecuencias desfavorables para los agentes intervinientes

en un determinado sector de actividad al que va dirigida la norma

reglamentaria en cuestión de manera general al estar dicho sector

sometido a un régimen jurídico especial, sino en aquellos supuestos en

que tales cargas se impongan de modo singularizado y especial a

determinados agentes, entidades o personas que actúan en el sector de

referencia en función de una específica circunstancia que en ellos

concurra…”.

5. LA RELACION DE CAUSALIDAD.-

5.1. EL PROBLEMA DE LA CAUSALIDAD.-

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Cualquier acontecimiento lesivo se presenta

normalmente no como el efecto de una sola causa, sino más bien

como el resultado de un complejo de ellas, por lo que las

dificultades nacen con el propio concepto de relación causal.

Una consideración abstracta determinaría que

cualquiera de esas causas es suficiente en la medida en que

todas ellas contribuyen (así lo entiende la teoría de la

equivalencia de las condiciones), pero ello es difícil de

aceptar en términos de justicia; por ello se acude a determinar

que la causa sea en sí misma idónea (teoría de la causalidad

adecuada), pero aquí se plantea el problema de deslindar el

poder causal de cada hecho y asignar a cada causa una parte del

daño; por ello la Jurisprudencia (española y extrajera)

renuncia a todo intento de categorización y se limita a

resolver con un criterio pragmático caso por caso.

5.1.1. Incidencia de causa extraña, culpa de la

víctima y hecho de un tercero.

1) Incidencia de causa extraña. Es el supuesto de

fuerza mayor en el sentido antes expuesto que determina la

exclusión de la responsabilidad.

2) Concurrencia de culpa de la víctima y del hecho de

un tercero.

La Jurisprudencia comenzó rechazando las demandas de

resarcimiento cuando apreciaba la interferencia en el proceso

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causal de la conducta de la víctima o de una tercera persona,

aunque con ellas concurriera a la producción del daño la

actividad de la propia Administración, porque exigía una

relación no sólo directa sino también exclusiva.

Sin embargo, posteriormente tanto el Consejo de

Estado como el Tribunal Supremo han admitido que la

concurrencia de culpas, ampliamente aceptada por la

Jurisprudencia civil, no es una circunstancia determinante de

exoneración de responsabilidad de la Administración, sino

exclusivamente de una moderación de la misma.

Vamos a ver ahora un resumen de la evolución

jurisprudencial en esta materia.

Es presupuesto que exista una relación o nexo

causal entre el funcionamiento del servicio público y la lesión

patrimonial.

La Sentencia de 17 de febrero de 1998 (ponente Xiol

Ríos), por la que el TS desestima recursos contencioso-

administrativos acumulados, interpuestos en reclamación de

responsabilidad extracontractual de la Administración dimanante

de convenio suscrito con Marruecos sobre indemnización por

tierras recuperadas por el Estado marroquí, afirma lo

siguiente:

"La responsabilidad patrimonial del Estado, personalizado en la

Administración, como sujeto gestor del presupuesto, abarca la

actividad desplegada en el ámbito de las relaciones internacionales,

pues el reconocimiento de un ámbito discrecional en favor de la

potestad de dirección política del Gobierno no es obstáculo al

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carácter indemnizable de los perjuicios singulares que puedan

producirse a cargo de particulares no obligados a soportarlos. A su

vez, no es menester acudir a lo que esta sala viene en recientes

sentencias declarando en torno a la responsabilidad por actos

legislativos que generan un perjuicio o conllevan una privación

patrimonial singular sacrificando el principio de confianza legítima

fundado en la actuación previa o concomitante de la Administración...

Los presupuestos de la responsabilidad patrimonial de la

Administración del Estado propugnada por los actores --según los

artículos 40 de la Ley de Régimen Jurídico de Administración del

Estado y 121 y 122 de la Ley de Expropiación Forzosa, aplicables por

razones temporales a los hechos que se someten a nuestra

consideración--, son, como reiteradamente ha expuesto la

jurisprudencia, que el particular sufra una lesión en sus bienes o

derechos que no tenga obligación de soportar y que sea real, concreta

y susceptible de evaluación económica; que la lesión sea imputable a

la Administración y consecuencia del funcionamiento normal o anormal

de los servicios públicos; y que, por tanto, exista una relación de

causa a efecto entre el funcionamiento del servicio y la lesión, y no

sea ésta consecuencia de un caso de fuerza mayor".

La concreción de los anteriores requisitos, en congruencia con los

hechos que dan lugar a este proceso y con el planteamiento realizado

por los recurrentes al formular su pretensión indemnizatoria, permite

sistematizar los términos del debate diciendo que sólo existirá la

responsabilidad patrimonial que se propugna si este tribunal llega a

la convicción de que concurre alguna de las siguientes situaciones: a)

que se ha producido un funcionamiento anormal de la actividad

desplegada para la firma del convenio; b) que en las condiciones

establecidas por éste se ha sacrificado en todo o en parte la posición

de las personas afectadas por la expropiación en aras de los intereses

generales ligados a las relaciones internaciones de España, con lesión

de principio de igualdad de las cargas públicas; o c) que mediante la

firma del convenio se ha impedido a dichos particulares, en aras de

estos mismos intereses u otros de carácter general, el ejercicio de

acciones eficaces encaminadas a recuperar la parte de valor de los

bienes no obtenida mediante las negociaciones entre ambos Estados",

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para finalizar con esta reflexión:

"...debemos, sin embargo, abstenernos de proseguir en esta línea de

examen, pues los actores de modo expreso y terminante han admitido que

la actividad diplomática del Gobierno fue normal y adecuada, de tal

suerte que el título de imputación de la responsabilidad cuyo

reconocimiento solicitan, según las protestas que reiteradamente han

formulado ante nosotros para salir al paso de las afirmaciones del

Consejo de Estado en su dictamen, no es el del funcionamiento anormal

de los servicios públicos, sino el de la desigualdad de la carga

padecida en virtud de una actividad diplomática totalmente adecuada y

correcta en términos de los intereses generales del Estado a los que

debe responder".

La Sentencia de 6 de marzo de 1998 (ponente Sieira),

que alude al problema antes indicado de los daños y perjuicios

causados por la Orden de la Consejería de Agricultura y Pesca

de la Junta de Andalucía, que prohibió la captura y venta en la

lonja de los moluscos bivalvos procedentes de los bancos

naturales y de acuicultura del litoral onubense señala, dando

cobertura a la denominada "concurrencia de culpas", que

"No cabe duda que la jurisprudencia ha declarado (Sentencias de esta

Sala y Sección de 25 de enero de 1997, 26 de abril de 1997 y 16 de

diciembre de 1997 -recurso de casación 4327/1993-) que la

imprescindible relación de causalidad entre la actuación de la

Administración y el resultado dañoso producido puede aparecer bajo

formas mediatas, indirectas y concurrentes siempre que pueda colegirse

la existencia de nexo causal entre el funcionamiento del servicio

público y el daño o perjuicio, de modo que, de concurrir varias

causas, se debe atribuir proprocionalmente la reparación".

Por su parte, la Sentencia de 16 de diciembre de 1997 71

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(ponente González Rivas) avanza en la determinación de la

relación de causalidad, dando paso a las formas indirectas o

mediatas, siempre que pueda colegirse el nexo causal entre la

lesión y el funcionamiento del servicio público. Se desestima

el recurso antes mencionado, interpuesto por el Abogado del

Estado contra sentencia que reconocía la responsabilidad

patrimonial de la Administración por haber actuado

discriminatoriamente con el diario editado por la demandante al

negar injustificadamente la inserción de publicidad

institucional. En lo relativo a la relación causal, afirma:

"Los anteriores principios permiten constatar el examen de la relación

de causalidad inherente a todo caso de responsabilidad

extracontractual, debiendo subrayarse:

a) Que entre las diversas concepciones con arreglo a las cuales

la causalidad puede concebirse, se imponen aquellas que explican

el daño por la concurrencia objetiva de factores cuya

inexistencia, en hipótesis, hubiera evitado aquél.

b) No son admisibles, en consecuencia, otras perspectivas

tendentes a asociar el nexo de causalidad con el factor

eficiente, preponderante, socialmente adecuado o exclusivo para

producir el resultado dañoso, puesto que -válidas como son en

otros terrenos- irían en éste en contra del carácter objetivo de

la responsabilidad patrimonial de las Administraciones Públicas.

c) La consideración de hechos que puedan determinar la ruptura

del nexo de causalidad, a su vez, debe reservarse para aquéllos

que comportan fuerza mayor -única circunstancia admitida por la

ley con efecto excluyente-, a los cuales importa añadir la

intencionalidad de la víctima en la producción o el padecimiento

del daño, o la gravísima negligencia de ésta, siempre que estas

circunstancias hayan sido determinantes de la existencia de la

lesión y de la consiguiente obligación de soportarla.

d) Finalmente, el carácter objetivo de la responsabilidad impone

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que la prueba de la concurrencia de acontecimientos de fuerza

mayor o circunstancias demostrativas de la existencia de dolo o

negligencia de la víctima suficiente para considerar roto el

nexo de causalidad corresponda a la Administración, pues no

sería objetiva aquélla responsabilidad que exigiese demostrar

que la Administración que causó el daño procedió con

negligencia, ni aquella cuyo reconocimiento estuviera

condicionado a probar que quien padeció el perjuicio actuó con

prudencia".

La sentencia de 26 de noviembre de 1998 (ponente

González Rivas) declaró el derecho de la actora a percibir como

indemnización de daños y perjuicios la suma de dos millones de

pesetas como consecuencia del ahorcamiento de su hijo en el

Centro Penitenciario de La Coruña. La sentencia llega a la

consideración de que la actuación anormal del preso fallecido

-que padecía psicosis paranoide y que acababa de incendiar su

propia casa- debió alterar suficientemente a la Administración

Penitenciaria para poner en marcha las oportunas medidas de

vigilancia y seguridad que, de haber sido adoptadas, hubieran

evitado el fallecimiento del recluso y revela también la

posibilidad de imputar a la Administración los daños causados

directamente por la propia víctima o por un tercero, si una

actuación adecuada de la Administración los hubiera evitado:

"a) Es reiterada la jurisprudencia de esta Sala en el caso de

fallecimientos de internos en establecimientos penitenciarios que pone

de manifiesto la necesaria determinación de si ha tenido lugar la

intervención de una tercera persona como agente activo, al exigir la

jurisprudencia de manera constante la presencia de algún elemento de

anormalidad en el servicio penitenciario que fuera suficiente para

establecer un nexo de causalidad entre la omisión administrativa y el

fallecimiento, determinando con ello el carácter antijurídico del daño

producido, a pesar de haber intervenido terceras personas en su

producción.

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Este criterio jurisprudencial resulta, entre otras, de las sentencias

de 15 de julio de 1988, 22 de julio de 1988, 13 de marzo de 1989, 4 de

enero de 1991, 13 de junio de 1995, 18 de noviembre de 1996, 25 de

enero de 1997, 26 de abril de 1997 y 5 de noviembre de 1997.

b) En los casos de fallecimiento de internos en establecimientos

penitenciarios, no es obstáculo para la existencia del reconocimiento

de responsabilidad patrimonial el carácter directo, inmediato y

exclusivo con que la jurisprudencia caracteriza el nexo causal entre

la actividad administrativa y el daño o lesión producida, pues como ha

reconocido esta Sala (así en sentencia de 25 de enero de 1997), la

imprescindible relación de causalidad entre la Administración y el

resultado dañoso producido, puede aparecer bajo formas mediatas,

indirectas y concurrentes, aun admitiendo la posibilidad de una

moderación de responsabilidad en el caso de que intervengan otras

causas, lo cual se traduce en la necesaria ponderación a la hora de

fijar la relativa indemnización.

c) Finalmente, esta Sala y Sección, excluye la existencia de

responsabilidad patrimonial de la Administración en el caso de no

advertir anomalía en la prestación del servicio, por la existencia de

una vigilancia adecuada (en el caso de la sentencia de 5 de mayo de

1998, en el recurso de casación núm. 7098/93) o la inexistencia de

omisión de los servicios públicos penitenciarios (en el caso de la

sentencia de 19 de junio de 1998, en el recurso de casación núm.

1985/94)..."

"...La sentencia impugnada llega a la consideración que la actuación

anormal del preso fallecido, que había incendiado su casa en la que

vivía con su madre y que declara cuando es detenido por la Guardia

Civil que la causa del incendio fue debida a que la casa "se le caía

encima" y que además, escribió con su propia sangre en la copia del

Auto de procesamiento la frase "esto es un abuso" ha debido de alertar

suficientemente a la Administración Penitenciaria para poner en marcha

las oportunas medidas de vigilancia y seguridad, que de haber sido

adoptadas, hubieran evitado el fallecimiento del recluso...".

"...Todos estos elementos circunstanciales propiciaban la adopción,

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por parte de los Servicios Públicos Penitenciarios, de las medidas

necesarias, al haberse detectado con anterioridad a producirse los

hechos reseñados en el Auto de procesamiento que, con carácter

provisional, acuerda el 1 de septiembre de 1986 su ingreso en prisión,

ratificando anterior Auto de prisión provisional de 20 de agosto de

1986, unas probadas anomalías psíquicas que tenían que haber supuesto

un imprescindible control médico exigible e incumplido por parte de la

Administración, máxime cuando en el Centro Penitenciario en el que

ingresa, ninguno de los miembros del Equipo de Observación y

Tratamiento posee titulación médica o sanitaria específica en el

ámbito psiquiátrico, como dice el informe de la Dirección del Centro

Penitenciario de La Coruña de 25 de febrero de 1991 y además, desde el

momento de su detención, no fue atendido por ningún médico psiquiatra

ni fue remitido a ningún Centro Psiquiátrico al no considerarlo

necesario el equipo médico, según consta en el informe del Servicio

médico del Centro de La Coruña de 14 de febrero de 1991".

"...En suma, existió una omisión imputable a la Administración

Penitenciaria causante de un resultado, sin ruptura del nexo causal,

pues se trata de un suicidio respecto del cual debieron adoptarse

medidas previas de control médico, máxime teniendo en cuenta que se

conocía con anterioridad la situación mental del interno que se

suicida y que ya antes de la comisión del hecho determinante de su

ingreso en prisión había dado muestras de una conducta anormal...".

En trance de ensanchar el campo de la

responsabilidad, la jurisprudencia invoca, en ocasiones, como

título de imputación, la culpa "in vigilando". Así, en la

sentencia de 28 de febrero de 1995 (ponente Goded Miranda), el

recurrente impugna la sentencia que le denegó la indemnización

por los daños y perjuicios producidos por el fallecimiento de

su hermano, deficiente mental, al ser atropellado por automóvil

tras su fuga de centro dependiente de la Diputación Provincial

de Granada. El TS entiende que la muerte tuvo su causa directa

en la falta de una necesaria e imprescindible vigilancia por

parte del personal del centro, que hizo posible su fuga, y fija

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la indemnización por daños morales, reduciendo la solicitada

por el recurrente en función de las circunstancias

concurrentes. Señala la Sentencia que:

"Entendemos que para resolver la cuestión debemos tomar en cuenta que

D. José, deficiente mental de grado medio, estaba incluido en el grupo

de internos necesitados de vigilancia o acompañamiento en sus salidas

del Centro, dando lugar a que fuese vigilado o acompañado en sus

desplazamientos hasta el Centro ocupacional y en salidas de otra clase

(informe del Centro de Armilla de 17 febrero 1987); que el mencionado

D. José se fugaba frecuentemente del Centro de internamiento, lo que

sin duda debió exigir una atención y vigilancia especial por parte de

los directivos y empleados de dicho Centro para evitar tales fugas;

que, según declaración de uno de los empleados del Centro (verificada

en el acto del juicio de faltas celebrado el 25 noviembre 1987),

existían unos 30 enfermos en vigilancia especial, que normalmente se

prestaba por 7 u 8 sanitarios, pero que el día en que se produjo el

hecho enjuiciado estaba desempeñada por 4 sanitarios. Estos hechos,

habida cuenta del estado de salud mental de D. José, determinan que

debemos entender que su muerte por atropello de un vehículo automóvil

tuvo su causa directa en la falta de una necesaria e imprescindible

vigilancia por parte del personal del Centro de Deficientes Mentales

de Armilla, que hizo posible su fuga del Centro en la tarde del 12

noviembre 1986 y su deambular sin vigilancia alguna, lo que, dado su

estado mental, provocó su muerte por atropello de un vehículo

automóvil".

La jurisprudencia del Tribunal Supremo no da una

solución única y universal, es decir, válida para todos los

casos, que acoja una u otra de las teorías sobre la relación de

causalidad. La Sentencia de 11 de junio de 1993, en asunto

seguido por perjuicios causados a entidad recurrente, a causa

de la prohibición de movimientos de animales y carnes frescas

como consecuencia de normas de prevención de la peste porcina

africana (ponente Goded Miranda) sienta este criterio general:

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"de los requisitos exigidos para la apreciación de la responsabilidad

patrimonial de la Administración, el nexo causal entre la actuación

administrativa y el perjuicio sufrido tiene singular relevancia, como

factor expresivo de la relación de causa a efecto entre el actuar

administrativo y los daños originados, determinante de que éstos sean

consecuencia de aquél, y sobre ello se ha de argumentar que si bien

esa vinculación entre los factores dichos, implica un juicio

valorativo de lo acreditado en autos o en el expediente, y no se ha de

llegar a exigir una prueba concluyente, de difícil consecución en la

mayoría de los casos, si se ha de precisar para su apreciación

deducir, conforme a las reglas del criterio racional, un enlace

preciso y directo entre uno y otro (el actuar administrativo y los

daños originados), expresivo de esa dependencia entre ambos",

aunque niega su concurrencia en el presente caso.

5.1.1. Incidencia de la posible culpa de la víctima o

de un tercero.-

Como hemos señalado antes, esta era la doctrina

predominante hasta bien avanzados los años 80: La relación de

causalidad entre el daño o lesión y el funcionamiento de los

servicios públicos había de ser no sólo directa sino también

exclusiva. Son ejemplos de la doctrina de esta época, entre

otras, las sentencias de 8 de octubre de 1986 (ponente

Garralda) y 23 de octubre de 1986.

Para la primera de ellas, se niega la relación causal

en caso de existencia de una mancha de aceite en una carretera,

sobre la base de argumentar que

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"...el tema de la causalidad exigida en este tipo de responsabilidad

por constante jurisprudencia (SS 16 marzo, 4, 23 y 29 mayo, 5 abril y

13 junio 1984 y 15 noviembre y 9 diciembre 1985), es decir, en la

relación de causa a efecto entre el actuar de la Administración los

perjuicios originados, que constituye el vínculo de unión de ambos

factores, determinantes de que estos sean consecuencia de aquél como

exige el art. 40 citado y sobre ello se ha de argumentar reiterando el

criterio de la Sala expuesto en S 8 octubre 1986, en la que se

enjuició el siniestro objeto del presente recurso, bien que desde el

punto de vista de reclamación indemnizatoria promovida por la viuda

del conductor del vehículo de autos fallecido en el accidente causante

también de la destrucción del automóvil y en la que se decía, que si

bien esa vinculación entre los elementos dichos implica un juicio

valorativo de lo acreditado en autos o en el expediente y no se ha de

llegar a exigir una prueba concluyente de difícil consecución en la

mayoría de los casos, sí se ha de precisar para su apreciación, que

pueda deducirse conforme a las reglas del criterio racional un enlace

preciso y directo entre uno y otro, expresivo de esa dependencia entre

ambos y que en este caso se ha de concretar en delimitar el alcance de

la función de policía y vigilancia de las carreteras que incumbe al

organismo correspondiente de la Administración.

Asimismo se estableció en dicha sentencia y es de plena aplicación al

caso actual, que de lo actuado resulta patente la realidad de la

mancha de aceite en el punto indicado, situado a la salida de una

curva y cambio de rasante, pero sin embargo no se ha podido acreditar

el origen de la misma, que presumible y fundadamente se atribuye el

derrame a pérdida de un vehículo, sin que exista tampoco el menor

antecedente acerca del momento en que tuvo lugar y por consiguiente si

ocurrió horas o minutos antes de que se produjera el accidente de

autos y de aquí se desprende en primer lugar, la intervención en el

hecho causante del accidente, de un tercero desconocido pero ajeno a

la Administración que ocasionó consciente o inadvertidamente la

situación de peligro generadora del daño, con lo que se rompe ese

preciso carácter directo entre el actuar administrativo y el perjuicio

ocasionado de que antes se trató y sólo queda como vía de posible

responsabilidad de aquélla, la omisión de la vigilancia debida a la

carretera en la que se apoya la parte actora en realidad su

reclamación y sobre esto se ha de decir, que si bien es cometido del

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organismo correspondiente la vigilancia de las carreteras para

mantenerlas útiles y libres de obstáculos de todo tipo que impidan o

dificulten su uso con las debidas garantías de seguridad y conste en

el expediente que tal función de policía se realizaba en aquella zona

en la forma habitual, la naturaleza indicada del factor causante del

accidente y la posibilidad de que se hubiera producido poco antes de

ocasionarse aquél, hace que, por muy estricto concepto que se tenga de esa función de vigilancia, no quepa imputar a la Administración en el

caso de autos incumplimiento de aquélla o cumplimiento defectuoso de

la misma, por no eliminar perentoriamente y con toda urgencia una

mancha de aceite, que en un momento determinado se puede producir de

forma tan repentina como impensable y de consiguiente, falta ese nexo

causal preciso entre el daño ocasionado y el actuar de la

Administración en el mantenimiento del servicio público de carreteras,

que habría de servir de base para que aquél pudiera estimarse

"consecuencia" del obrar de ésta, como acertadamente ha entendido

tanto la propuesta de resolución formulada por la sección, como todos

los informes emitidos por los órganos asesores y consultivos en el

expediente".

De la jurisprudencia recaída con posterioridad, son

de destacar las siguientes sentencias:

La de 21 de diciembre de 1990 (ponente Sánchez

Andrade) rechazó la reclamación de daños y perjuicios formulada

por el actor, por inactividad de la Administración, como

consecuencia de haber retenido, sin causa justificada, la

entrega de las guías provisionales de circulación de diez

máquinas recreativas tipo B, por él solicitadas. La Sala

entiende que el hecho de no tener en su poder las referidas

guías dentro del normal plazo a contar desde su concesión, no

es imputable tan sólo a la inactividad de aquélla en

notificarle la resolución que, accediendo a lo solicitado, se

la concedía, sino también a la pasividad del aquí apelante, al

no denunciar la mora:

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"Este Tribunal viene declarando con reiteración que la responsabilidad

de la Administración en función de lo dispuesto en el art. 40 LJAE,

exige que se pruebe cumplidamente la existencia de un nexo causal,

directo e inmediato, entre el actuar imputable a la Administración y

la lesión sufrida por el particular, relación de causa a efecto entre

el funcionamiento de un servicio público y la lesión, que ha de

producirse sin interferencias externas por parte del particular,

solicitante de la indemnización por lesión, circunstancia que, como

dicho queda, no se da en el presente caso, en el que, por otra parte,

el daño cuya indemnización no solicita no se ha probado fuese

efectivo".

En la de 4 de junio de 1992 (ponente Baena del

Alcázar), se aborda la cuestión del recurso de apelación

interpuesto por el Ayuntamiento de Madrid contra pago de

indemnización de 8.000.000 de pesetas por fallecimiento del

hijo del reclamante, disminuido psíquico, en piscina municipal,

reconociendo la responsabilidad patrimonial del Ayuntamiento,

la existencia de relación de causalidad entre el funcionamiento

de la piscina y el fallecimiento, dada la presencia de un solo

socorrista cuando el reglamento sobre piscinas vigente exige al

menos dos, y afirmando la prestación indebida del servicio, por

concurrencia de culpa in vigilando:

"En el supuesto que ahora se estudia la conexión causal debe

entenderse acreditada porque, según se desprende de la declaración

prestada por el propio socorrista en su día ante el Juzgado de

instrucción, cuando llegó a sacar a la persona del agua de la piscina

ya tuvo que auxiliar a un cuerpo sumergido aproximadamente a la mitad

del nivel del vaso de la piscina en cuestión. Ello puede deberse bien

a la negligencia del único socorrista, bien a que, aun habiendo

cumplido éste su deber hasta donde le era posible, no se hubiera

producido el fallecimiento si hubiera existido más de un socorrista,

lo que hubiera permitido la debida vigilancia. La conclusión es, por

tanto, que el fallecimiento se produce a consecuencia del

funcionamiento del servicio municipal.

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De ello se deduce que al existir un nexo causal debe declararse la

responsabilidad del Ayuntamiento por el funcionamiento del servicio,

que concretamente en el caso de autos fue un funcionamiento anormal al

no haberse cumplido la norma reglamentaria aplicable. En consecuencia

procede confirmar en este punto la sentencia apelada".

Posteriormente, el Tribunal Supremo da un giro a su

doctrina. No sólo admite que la relación de causalidad no sea

exclusiva, sino que, en ocasiones, admite que pueda no ser

directa, sino indirecta, mediata o concurrente. En suma, que

cabe apreciar la responsabilidad a pesar de que la lesión sea

debida, primordialmente, a un acto voluntario o negligente de

la víctima o de un tercero, siempre que el funcionamiento de

los servicios público coopere a la producción del resultado o

al agravamiento de sus consecuencias dañosas.

Magnífico ejemplo de la doctrina más amplia y

generosa es la sentencia de 27 de noviembre de 1993 (ponente

Peces Morate), en la que el Tribunal Supremo desestima el

recurso de casación sobre responsabilidad patrimonial de la

Administración Pública, considerando que no ofrece duda alguna

la inexistencia del nexo causal entre la actuación de la

Administración y el incendio producido; sin embargo, es

evidente que hubo relación de causalidad entre la ineficacia de

las instalaciones contra incendios del Depósito Municipal de

detenidos y el dramático desenlace. Por lo que la concurrencia

de causas diferentes, unas imputables a la Administración y

otras a conductas ajenas, debe valorarse para moderar y

atemperar equitativamente la responsabilidad administrativa:

"Aunque, en este caso, no ofrece duda alguna la inexistencia de nexo

causal entre la actuación de la Administración y el incendio

producido, sin embargo es evidente que hubo relación de causalidad

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entre la ineficacia de las instalaciones contra incendios del Depósito

Municipal de Detenidos, que (como expresa en la propia sentencia de

instancia) "eran objetivamente insuficientes y fallaron", y el

dramático desenlace, y, en consecuencia, al haberse causado un daño

(inicialmente de do fue determinado también por el mal funcionamiento

del sistema de extinción de incendios en los calabozos, concurre el

requisito del nexo causal entre el daño, cuya reparación se pretende

(la pérdida de los hijos fallecidos), y el funcionamiento de servicio

público, exigido por la Jurisprudencia de este TS para que nazca la

responsabilidad patrimonial de la Administración Pública conforme los

preceptos antes citados, si bien, según doctrina consolidada, la

concurrencia de causas diferentes, unas imputables a la Administración

y otras a conductas ajenas (en este caso a las propias víctimas del

incendio), debe valorarse para moderar y atemperar equitativamente la

responsabilidad administrativa (SS de la antigua Sala 4ª de 28

noviembre 1988 y 10 febrero 1989, y de la Sec. 1ª de la actual Sala 3ª

de 14 septiembre 1989, y de la Sec. 6ª de 29 mayo 1991)".

"Por las razones expuestas debemos declarar que ha lugar a la

estimación del recurso de casación y, en atención al indicado

principio de concurrencia de culpas (dado que la de los detenidos,

víctimas del incendio, fue la que provocó éste), fijaremos la cuantía

de la indemnización, a cargo del Ayuntamiento demandado (ahora

recurrido), en la parte dispositiva de esta resolución...".

En la fundamental sentencia de 18 de julio de 1997

(ponente Sieira), el Tribunal Supremo desestima el recurso

interpuesto por la Administración del Estado contra la

sentencia que estimó parcialmente el promovido contra la

denegación al actor de la indemnización solicitada por atentado

terrorista en el establecimiento Hipercor, afirmando, en cuanto

a la relación de causalidad, lo siguiente:

"Partiendo, pues, de los presupuestos o antecedentes fácticos

consignados en la sentencia impugnada en casación, los cuales por

demás resultan de las actuaciones obrantes en los autos, y

ponderándolos en su conjunto, se obtiene la conclusión de que se

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produjo una cierta pasividad o por mejor decir conducta omisiva de las

Fuerzas de Seguridad -a buen seguro determinada por la subjetiva

impresión de que se tratarla de una simple alarma, como tantas otras

veces, pues nunca se había intentado con anterioridad, en actuación

indiscriminada contra establecimientos mercantiles-, en cuanto la

Policía no consideró conveniente o factible la evacuación del edificio

ni se impidió la entrada de vehículos al aparcamiento ni en fin acudió

el Servicio de detección de explosivos, a pesar de que según los

Bomberos eran suficiente para el desalojo del recinto diez minutos, lo

cual puede interpretarse, al modo que lo hace la Sala de instancia,

que no se adoptaron las debidas precauciones, máxime cuando la

explosión se demoró desde las 15.40, límite superior señalado por los

terroristas y en cuyo momento se reintegró al servicio normal una de

las dos dotaciones policiales, hasta las 16.08.

Las afirmaciones que dejamos consignadas en el fundamento anterior son

demostrativas ciertamente de la inexistencia del nexo causal directo

entre la actividad administrativa y los daños y perjuicios producidos,

pues éstos fueron, como apunta el Consejo de Estado "obra directa de

los terroristas", pero tal circunstancia no empece para que haya de

reconocerse, al modo que señalábamos en la sentencia de esta Sala y

Sección de 27 noviembre 1993, que hubo una "cierta relación de

causalidad entre la constatada conducta omisiva, por no adoptarse las

debidas precauciones (que pudieron, en su caso, aminorar los efectos

nocivos), y el dramático desenlace" que justifica la imputación de los

danos producidos a la Administración, en razón de la "concurrencia de

ese nexo causal entre el daño cuya reparación se pretende y el

funcionamiento defectuoso del servicio público", dimanante de la

omisión de aquellas actuaciones que antes relatábamos, y como, de otra

parte, en modo alguno resulta aplicable la jurisprudencia invocada por

el recurrente, a cuyo tenor la Administración queda exonerada de

responsabilidad patrimonial en los supuestos de acontecimientos

imprevisibles e inevitables, en razón de no concurrir en el supuesto

enjuiciado fuerza mayor, que la indemnización pretendida en el proceso

resulta distinta y compatible con la derivada de la especial

legislación reguladora de los resarcimientos por daños a víctimas de

bandas armadas y elementos terroristas, como muestra de solidaridad

con aquellas, según ya declaró esta Sala en la S 27 diciembre 1988,

que la determinación del "quantum" indemnizatorio, según afirma el

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recurrente no constituye normalmente materia casacional y, en fin, que

las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad tienen como misión propia y

específica garantizar la seguridad ciudadana, según determina el art.

104,1 CE, es por todo ello, por lo que no puede estimarse procedente

el motivo aducido para basamentar la casación, habida cuenta que la

sentencia impugnada no incide en las infracciones acusadas por la

parte recurrente".

Por su parte, la conocida Sentencia de 9 de mayo de

1989 (ponente González Navarro), condena a la Administración

por hechos, en principio, imputables al concesionario y de los

que éste, también en principio, debía responder directamente.

La solución a la que llega puede ser algo extrema. De hecho, no

ha sido seguida por otras posteriores. Pero centra la relación

causal en la "culpa in vigilando". En ella se reconoce el

derecho del actor a ser indemnizado por el Ayuntamiento de

Palencia por los daños que le fueron ocasionados en un edificio

de su propiedad, como consecuencia del funcionamiento anormal

del servicio público de abastecimiento de aguas, al ser

responsabilidad directa de la Corporación Local la actuación

del concesionario, con independencia de una posible repetición

contra el mismo.

"Es evidente que en estos supuestos concretos previstos en nuestra

legislación, el concesionario actúa funciones o poderes públicos con

arreglo a procedimiento de Derecho público. De manera que el

concesionario en estos casos no ya sólo actúa por la Administración

sino que es la Administración. Pero hay que añadir que no sólo en

estos supuestos tiene el concesionario condición de delegado, esto es

de ejecutor de unas competencias de titularidad administrativa. Porque

lo cierto es que también cuando actúa dentro del giro o tráfico normal

de su empresa actúa como un verdadero y propio delegado. Al respecto

debe recordarse que en el supuesto de la concesión de un servicio

público y, en general, en la gestión de los servicios públicos

mediante contrato, la Administración ha asumido previamente la

actividad de que se trata, por considerarla indispensable para la vida

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de la sociedad. Se ha producido lo que la doctrina ha llamado

"publicatio" de dicha actividad, y que no supone otra cosa que la

conversión de tal actividad en competencia administrativa. Así, con

toda claridad, en el art. 197, del reglamento de Contratos del Estado:

" (Antes de proceder a la contratación de la gestión de un servicio

público deberá hallarse promulgado el régimen jurídico básico del

mismo que atribuya las competencias administrativas... y que declare

expresamente que la actividad de que se trate queda asumida por el

Estado como propia del mismo". En segundo lugar, hay que tener

presente que la Administración concedente no pierde la titularidad por

el hecho de conceder el servicio. Dicha titularidad la conserva la

Administración Así también, con toda claridad, en el art. 26, del

reglamento de servicios de las Corporaciones locales: "En la

ordenación jurídica de la concesión se tendrá como principio básico

que el servicio concedido seguirá ostentando en todo momento la

calificación de servicio público de la Corporación local a cuya

competencia estuviere atribuido". Nótese que dice: En todo momento,

esto es mientras dure la concesión y cualquiera que sea el tipo de

relaciones -públicas o privadas- a que dé lugar en su

desenvolvimiento. Y porque mantiene su titularidad la Administración,

le alcanza la responsabilidad por los hechos o actos del concesionario

-gestor, incluso cuando éste entra en relaciones de derecho privado.

La Administración es gestora contingente y responsable necesaria de

los intereses colectivos prevalentes. En el supuesto estudiado, esta

afirmación se nos revela certera: La Administración no gestiona, esto

lo hace el concesionario pero la Administración no queda al margen de

aquella actuación, sino que sigue siendo responsable de esta situación

de riesgo que ha creado, sin perjuicio, claro está de repetir contra

el concesionario, cuando corresponda Por ello cabe decir -según ya ha

quedado anticipado- que el concesionario es en todo caso -y no sólo

cuando actúan poderes públicos extraconcesionales cuyo ejercicio

específicamente se le haya transferido (policía, recaudación, etc.)-

un delegado de la Administración".

El estado actual de la jurisprudencia, en cuanto a la

influencia de la actuación de la víctima o de un tercero, puede

resumirse en dos puntos:

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a) en primer término, que la culpa del perjudicado o

de un tercero (lo que se ha venido en llamar "interferencias",

no siempre determina la exoneración de responsabilidad de la

Administración;

b) en segundo lugar, que tales interferencias no

rompen el nexo causal pero atemperan la responsabilidad, lo que

tiene su adecuado reflejo en la determinación del "quántum"

indemnizatorio.

La sentencia de 3 de febrero de 1989 (ponente Martín

Martín) se refiere a la concurrencia de concausas, sobre

indemnización por el Estado por daños morales producidos como

consecuencia de un error judicial -condena de prisión con

posterior absolución en virtud de revisión-,en estos términos:

"si el actor hubiera extremado la diligencia que ex oficio le es

exigible al factor o administrador mercantil, aun con más rigor de lo

que es exigible a un buen padre de familia, se hubieran evitado las

insuficiencias de la investigación sumarial y del proceso penal, dado

que también el acusado estaba obligado a aportar todas las pruebas a

su disposición para lograr una efectiva defensa, y es obvio que una

prudencia elemental aconsejaba retener los duplicados o copias de los

libramientos de todo tipo sobre la Caja Social unido a la necesidad

también de llevar al día y de una forma completa la contabilidad de la

sociedad. En estos supuestos cabe hablar de una concurrencia de

concausas, que imponen criterios de compensación (asumiendo en teoría,

cada parte lo que le corresponde) o atemperar la indemnización a las

características o circunstancias concurrentes del caso examinado. En

este sentido, se ha pronunciado la doctrina de la Sala en las

sentencias, entre otras, de 8-1-67, 27-5-84, 11-4-86 y 22-7-88, etc".

aunque, en este caso, se trata, no de una concurrencia en la

producción del hecho, sino de una negligencia en orden a la

prueba de la extensión del daño.86

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La sentencia de 19 de noviembre de 1994 (ponente

Peces Morate), se refiere a la determinación de la suma

indemnizatoria, excluyendo que exista concurrencia de culpas,

por no estar probada, trasladando con ello la carga de la

prueba a la Administración:

Es cierto que, de haberse acreditado la culpa de la víctima, el

Tribunal "a quo" debería haber tenido en cuenta la misma para fijar la

indemnización a cargo de la Administración. Sin embargo la Sala de 1ª

instancia no atiende a tal circunstancia para conceder al padre del

fallecido la exigua suma indicada sino que alude a hechos que nos

parecen ilógicos para tal reducción de la cantidad pedida de

10.000.000 pts., cual son que la víctima tenía 17 años, era soltero y

no se le conocían cargas familiares, como si el daño moral por la

muerte de un hijo tuviese alguna relación con esas circunstancias.

En nuestra ya transcrita S 27 noviembre 1993, atendiendo a que se

había acreditado la participación de las víctimas en el incendio que

causó su muerte, fijamos, en favor de cada uno de los padres de los

fallecidos, la indemnización de 4.000.000 pts., siguiendo doctrina

jurisprudencial (SS de la antigua Sala 4ª de 28 noviembre 1988, 10

febrero 1989, y de Sec. 1ª de la actual Sala 3ª de 14 septiembre 1989

y de esta Sec. 6ª de la misma Sala de 29 mayo 1991), según la cual la

concurrencia de causas diferentes, unas imputables a la Administración

y otras a conductas ajenas, debe valorarse para atemperar

equitativamente la responsabilidad administrativa, al mismo tiempo que

reconocíamos que el resarcimiento del daño moral, derivado de la

muerte de los hijos, como cualquier otro de la misma naturaleza, por

su carácter afectivo y de "pretium doloris" carece de parámetros o

módulos objetivos, lo que conduce a valorarlo en una cifra razonable,

que siempre tendrá un cierto componente subjetivo (SS Sec. 1ª Sala 3ª

de 1 diciembre 1989, de la Sec. 2ª de la misma Sala 4 abril 1989, y

Sec. 3ª de la propia Sala de 31 octubre 1990).

No obstante, si en el caso que nos ocupa, como se declara en la propia 87

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sentencia apelada (sin que en esta segunda instancia haya desvirtuado

la Administración apelante tal tesis), se ignoran las causas del

incendio y, en consecuencia, se desconoce si en su producción tuvieron

participación los reclusos fallecidos, no cabe moderar la

responsabilidad administrativa atendiendo a simples conjeturas en

cuanto a la actuación de aquéllos, de manera que la Administración

apelante ha resultado suficientemente favorecida con una tan drástica

moderación de su deber de indemnizar, declarada por el Tribunal "a

quo" con fundamento en motivos insuficientemente convincentes y poco

razonables, cual son la edad y estado civil de la víctima del

incendio, sin que dicho Tribunal, con manifiesta incongruencia, haya

hecho consideración alguna ni se haya pronunciado sobre los intereses

reclamados en la demanda, lo que nos lleva a rechazar también el

último de los motivos de impugnación aducidos por el Letrado de la

Administración responsable".

La sentencia de 11 de julio de 1995 (ponente Sieira

Míguez), recuerda que no es imprescindible la exclusividad en

el nexo causal. Esta sentencia reconoce el derecho de los

actores a que la Administración efectuase las obras necesarias

para la consolidación del suelo y reparación de las viviendas -

tras los daños sufridos como consecuencia de un corrimiento de

tierra al ejecutarse un proyecto de acondicionamiento de la

carretera:

"No es ineludible el requisito de exclusividad en el nexo causal,

pues, como ésta ha declarado reiteradamente, por Sentencias de 27

noviembre 1993, 19 noviembre 1994, y 25 febrero 1995, la concurrencia

de causas diferentes en la producción de un resultado dañoso no

exonera de responsabilidad patrimonial a la Administración sino que ha

de valorarse para moderar equitativamente la cuantía de la reparación

o indemnización, en el caso sometido a nuestro juicio no se ha

acreditado, como se deduce de los múltiples dictámenes periciales

emitidos, concausa alguna determinante del deslizamiento del terreno,

al haber sido la ejecución del talud, sin adoptar precauciones, la que

produjo la ruptura del equilibrio existente, que, por ser precario,

exigía la realización de estudios previos y la consiguiente adopción

de singulares medidas de seguridad al ejecutar la obra pública, que ni 88

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hizo ni guardó la Administración demandada, y, que, aun teniendo

noticia del resultado, no cuidó rápidamente de evitar que aumentase el

daño al producirse retrasos en el trámite administrativo por la

pérdida de tiempo en comunicaciones internas, elaboración de proyectos

y aprobación de presupuestos complementarios, que no impidieron la

ruina y demolición de viviendas y la destrucción de viales y

canalizaciones".

6.- LA FUERZA MAYOR.-

Según el art. 139.1 de la Ley 30/92, de 26 de

noviembre, de Régimen Jurídico de las Administraciones Públicas

y del Procedimiento Administrativo Común:

"Los particulares tendrán derecho a ser indemnizados por las

Administraciones Públicas correspondientes, de toda lesión que sufran

en cualquiera de sus bienes y derechos, salvo en los casos de fuerza

mayor".

La fuerza mayor, por lo tanto, exonera a la

Administración. De esta afirmación derivan varias

consecuencias:

1) que el caso fortuito, como consecuencia del

carácter objetivo de la responsabilidad, no libera a la

Administración.

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2) que, probado el hecho, la lesión y la relación

causal, incumbe a la Administración la carga de probar la

concurrencia de la fuerza mayor.

A este respecto, cabe señalar que una de las

modalidades de imputación de responsabilidad es el riesgo

creado en su actividad por la Administración, del que pueden

derivar daños a los ciudadanos sin culpa de nadie.

Ello resulta no sólo de la referencia al

funcionamiento normal de los servicios públicos, sino también

al hecho que el art. 106.2 de la CE y el art. 139.1 de la Ley

30/92 se limitan a excluir "los casos de fuerza mayor",

precisión que indica que los daños fortuitos quedarán a cargo

de la Administración.

El Consejo de Estado (ya desde el dictamen de 29 de

mayo de 1970) y la jurisprudencia han entendido que a los

efectos de la doctrina del riesgo, el caso fortuito se

caracteriza por dos notas esenciales, la indeterminación (la

causa del accidente productor del daño es desconocida, o bien

cabe determinarla, pero no se puede imputar a culpa o

negligencia) y la interioridad (daño directamente conectado al

hecho productor del mismo), cuyos contrarios, la determinación

irresistible (ordinariamente imprevisible en su producción y en

todo caso irresistible aún en el supuesto de que hubiera podido

ser prevista) y la exterioridad (causa extraña) singularizan la

fuerza mayor.

La sentencia de 28 de julio de 1986 (ponente Pérez

Fernández), analiza la posible fuerza mayor en el supuesto de

daños causados por la crecida del río Tormes del 10 abril 1979,

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en las fincas sitas en la margen derecha de dicho río y en los

términos municipales de Encianas de Abajo, Huerta, Machacón y

Villagonzalo, crecida producida según manifiestan los

perjudicados por la apertura inesperada de las compuertas del

embalse de Santa Teresa:

"siendo de pertinente aplicación la doctrina contenida en la S 4 marzo

1984 de esta Sala, al declarar que aunque el mecanismo de solidaridad

introducido en nuestro derecho por el principio de responsabilidad

objetiva no debe de quebrarse por las limitaciones en que nace y actúa

un servicio público con sus propios elementos estructurales, ello sin

embargo, no debe aplicarse a los acontecimientos insólitos y extraños,

so pena de proclamar in extenso la socialización o colectivización de

los perjuicios, y es unánime la concreción de insólitas a las lluvias

caídas en aquellas fechas y las vertidas por el embalse en ese 25%,

lluvias que participan de esas dos notas que caracterizan la fuerza

mayor recogidas por la doctrina científica y jurisprudencial, cuales

son los acontecimientos, fuesen imprevisibles e inevitables caso de

ser previstos, y como imprevisible se pone especial énfasis, la

calificación de las lluvias caídas en las fechas referidas que habrá

de insistirse se califican de insistentes por cuanto se produjo en

este caso la interferencia radical de un acontecimiento tan ajeno a la

órbita de la actuación administrativa cual es una riada extraordinaria

originada a su vez por un temporal de lluvias rigurosamente

excepcional, hecho a los que conviene la calificación jurídica de

fuerza mayor con los consiguientes efectos liberadores para la

responsabilidad del Estado, sin que puedan atribuirse los daños, a una

inadecuada apertura de compuertas del embalse, ya que el efecto

laminador de crecidas encomendado a la presa operó dentro de los

márgenes posibles".

La sentencia de 19 de abril de 1997 (ponente Peces

Morate) analiza el concepto de fuerza mayor alegado por la

Administración. En esta sentencia, el TS desestima el recurso

de apelación interpuesto por la Generalidad de Cataluña contra

sentencia que estimó parcialmente la reclamación de daños y

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perjuicios derivados del accidente de tráfico sufrido por el

recurrente, considerando que el acopio de barro sobre la

calzada de la carretera no puede entenderse causa de fuerza

mayor, ya que aunque se aceptase el carácter imprevisible de

las lluvias, no cabe aceptar que resulte inevitable el que la

tierra arrastrada por las lluvias no hubiera podido ser

retirada de la calzada para evitar su endurecimiento, ya que

las lluvias terminaron un día antes de producirse la colisión

contra la capa de barro:

"Según doctrina jurisprudencial (entre otras, SS de esta Sala 23

febrero 1995, 30 septiembre 1995, 18 diciembre 1995 y 6 febrero 1996),

para que sea apreciable la fuerza mayor se requiere que el hecho sea

imprevisible o que, previsto, resulte inevitable, pero estas

circunstancias no concurrieron porque, aunque se aceptase el carácter

imprevisible de las precipitaciones pluviales (lo que la Sala de 1ª

instancia rechaza por ser propias de la meteorología estacional), no

cabe aceptar que resulte inevitable el que la tierra arrastrada por

las lluvias no hubiera podido ser retirada de la calzada para evitar

su endurecimiento y el consiguiente riesgo para la normal circulación

de vehículos, ya que las lluvias terminaron un día antes de producirse

la colisión contra la capa de barro endurecido de un espesor entre

quince y veinte centímetros, y, de no ser posible su limpieza,

deberla, al menos, haberse señalizado adecuadamente su existencia, de

manera que no cabe apreciar la existencia de fuerza mayor y,

consiguientemente, se ha de considerar ajustada a derecho la

declaración de responsabilidad patrimonial de la Administración, a la

que correspondía el cuidado y vigilancia de las condiciones de

vialidad de la carretera en la que se produjeron los hechos".

En la sentencia de 11 de julio de 1995 (ponente

Sieira) el TS considera que dicha pretensión de exclusión por

fuerza mayor es ilógica, pues la Administración no estudió con

carácter previo a la ejecución del proyecto de obra las

peculiaridades del terreno sobre el que aquélla habría de

ejecutarse, lo que pone de relieve una conducta negligente de

aquélla que afirma la existencia de un funcionamiento anormal 92

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de los servicios públicos:

"El concepto de fuerza mayor, aplicable en el supuesto del art. 40

LRJAE y por ende del 106 CE, se define por dos notas fundamentales

cuales son el ser una causa extraña exterior al objeto dañoso y a sus

riesgos propios, imprevisible en su producción y absolutamente

irresistible o inevitable aun en el supuesto de que hubiera podido ser

prevista.

Pues bien, en el caso que nos ocupa el corrimiento de tierra que dio

origen a los daños causados en la urbanización A. ni eran

imprevisibles ni inevitables, como ponen de relieve los informes

periciales obrantes en autos y acertadamente recoge la sentencia de

instancia al valorar la prueba pericial practicada, valoración que por

otra parte no puede ser combatida al no haberse articulado el

correspondiente motivo de casación por supuesta infracción del art.

632 LEC, ya que tanto en la pericia efectuada por el Departamento de

Geodinámica de la Universidad de Granada, como en el informe del

Ingeniero Sr. H. se hace referencia a la previsibilidad del evento

producido, razones todas ellas suficientes para que no pueda prosperar

el motivo de casación que nos ocupa".

No basta con el carácter natural o atmosférico del

fenómeno que determina la realización del daño, sino que se

precisa, además, que se trata de un acontecimiento imprevisible

o, caso de poder ser previsto, inevitable, no ya en su

acaecimiento mismo, sino en las consecuencias dañosas que sea

capaz de generar.

Así, la sentencia de 12 de diciembre de 1989 (ponente

Jiménez Hernández), en la que el TS desestima el recurso de

apelación interpuesto por la Junta de Extremadura contra

sentencia que anuló la resolución denegatoria de la solicitud

de indemnización por daños sufridos en la vivienda de la

recurrente por el derrumbamiento de parte de la Torre

Desmochada de la Muralla de la ciudad de Cáceres, ya que el

mismo fue debido a la falta de medidas municipales tomadas en 93

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orden a su conservación:

"Aunque es cierto que el art. 40 Ley de Régimen Jurídico de la

Administración del Estado excluye a la Administración de

responsabilidad en los casos de fuerza mayor, lo cierto es que tal

circunstancia no se da en el caso de autos, pues sucedido el

derrumbamiento de la parte de la torre desmochada de la muralla de la

ciudad de Cáceres el 7-2-85 ocasionando daños en la vivienda y enseres

de la hoy apelada, resulta patente que tal situación no fue algo

inopinado e imprevisible o inevitable, ya que la situación de peligro

era conocida desde bastantes meses antes y aunque el informe del

arquitecto municipal Sr. Hernández manifestaba la inexistencia de una

situación de ruina inminente, con posibilidad de un derrumbamiento

inmediato, también añadía que la situación podría variar si se

producían circunstancias climatológicas adversas, todo lo cual fue

comunicado a la Junta hoy recurrente por el Excmo. Ayuntamiento de

Cáceres, en cuanto responsable de la conservación y seguridad de la

citada torre de la muralla cacerense, sin que por dicha Junta con

tiempo adecuado para tomar medidas en orden a evitar el derrumbamiento

finalmente acaecido, se tomara precaución alguna para garantizar la

seguridad de los bienes y personas afectadas, y no se aleguen las

lluvias caídas en los tres días anteriores al derrumbamiento y las del

día en que este se produjo por cuanto las de los días anteriores son

mínimas, ya que tan sólo la del día 6 alcanzan un litro por metro

cuadrado, siendo las precedentes inferiores y aunque las del día 7

tuvieron alguna mayor intensidad, al alcanzar unos 10 litros por m2

sobre las diez de la mañana de esa jornada, tal cantidad de agua

hubiera resultado inocua si por la Junta recurrente se hubieran tomado

un mínimo de medidas en orden a la conservación y seguridad de la

mencionada torre".

La de 8 de junio de 1993 recuerda, en un supuesto de

denegación presunta de indemnización, en concepto de

responsabilidad patrimonial del Estado por funcionamiento

anormal de los servicios públicos, con respecto a inundación

producida en fábrica, a causa de desagües defectuosos

instalados por la Administración pública en carretera

colindante que:94

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"Es claro, que en el presente caso, el funcionamiento anormal de un

servicio de la Administración pública, ha sido el determinante de los

daños causados a la propiedad de la citada industria, cuantificables

económicamente e individualizadas, existiendo una directa relación,

inmediata y exclusiva de causa a efecto entre tal defectuoso

funcionamiento y los perjuicios causados, sin que tampoco puede

hablarse de fuerza mayor como paladinamente se reconoce en la propia

propuesta de resolución formulada por el Jefe de Sec.. de 6 mayo 1987,

pues de los datos pluviométricos aportados al expediente se deduce que

si bien en febrero 1985 los índices de lluvia caída en la zona fueron

superiores a la media de años anteriores, de ningún modo la intensidad

pluviométrica alcanzó cotas exageradamente cuantiosas que causaron o

produjeran riadas o avenidas catastróficas en aquellos parajes, o al

menos, nada de ello se ha probado y ni siquiera aludido.

Tal como se expresa en el art. 132 RCE, se consideran casos de fuerza

mayor, los incendios causados por la electricidad atmosférica, daños

por terremotos y maremotos, los que provengan de movimientos de

terrenos, los destrozos violentos a mano armada, y las inundaciones

catastróficas producidas como consecuencia del desbordamiento, de ríos

o arroyos siempre que los daños no se hayan producido por la

fragilidad de las defensas que se hubieran debido construir, o

cualquier otro de efectos análogos a los anteriores. Resulta obvio

resaltar, que ninguno de tales eventos de fuerza mayor, resulta de

aplicación al supuesto enjuiciado".

Hay que hacer referencia a la reforma de la Ley

30/92, por la Ley 4/99, de 13 de enero, en lo que respecta a la

fuerza mayor. Según el art. 141.1, en la versión reformada

"No serán indemnizables los daños que se deriven de hechos o

circunstancias que no se hubiesen podido prever o evitar según el

estado de los conocimientos de la ciencia o de la técnica existentes

en el momento de producción de aquéllos, todo ello sin perjuicio de

las prestaciones asistenciales o económicas que las leyes puedan

establecer para estos casos".

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Aunque, lógicamente, aún no existe ningún

pronunciamiento jurisprudencial en interpretación de este

precepto, pude señalarse que se trata de introducir un límite

al concepto objetivo de fuerza mayor, exonerando a la

Administración en los casos en que los efectos dañosos fueran

imprevisibles o inevitables, según el estado de la ciencia o de

la técnica, en el momento de producirse, aunque posteriormente

pudiera constatarse su potencialidad dañosa.

Parece pensado el precepto para los casos de daños

surgidos en el seno de la Administración sanitaria, a la hora

de diagnosticar o tratar enfermedades aún no suficientemente

conocidas, o también en el caso de comercialización de

medicamentos - o su aplicación en centros sanitarios públicos -

cuando no puedan preverse efectos nocivos para la salud en el

estado actual de la ciencia. Para tales casos se salva la

posibilidad de que sean tales daños indemnizados por vía

asistencial.

Pero, como señala GONZALEZ PEREZ, otra cosa distinta

s que los profesionales sanitarios, los fabricantes o los

farmacéuticos hubieran incumplido las obligaciones derivadas de

la Farmacovigilancia; o si, habiéndolas cumplido, las

autoridades sanitarias no reaccionan con la debida diligencia

ante los efectos inesperados o tóxicos ocasionados, en cuyo

caso sí sería apreciable la existencia de responsabilidad.

A tal efecto, procede citar los artículos 57 y 58 de

la Ley 25/90, de 20 de diciembre, del Medicamento:

"Artículo 57.Obligación de declarar

1. Los profesionales sanitarios tienen el deber de comunicar con celeridad a las autoridades sanitarias o a los centros especializados

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que aquéllas designen, los efectos inesperados o tóxicos para las personas o la salud pública que pudieran haber sido causados por los medicamentos.

2. Los fabricantes y titulares de autorizaciones sanitarias de medicamentos también están obligados a declarar a la Administración del Estado y a las Comunidades Autónomas que ostenten competencias de ejecución en materia de productos farmacéuticos los efectos inesperados o tóxicos de los que tengan conocimientos y que pudieran haber sido causados por los medicamentos que fabrican o comercializan.

Artículo 58. Sistema español de farmacovigilancia

1. El sistema español de farmacovigilancia, que coordinará el Ministerio de Sanidad y Consumo, integrará las actividades que las Administraciones Sanitarias realicen para recoger y elaborar la información sobre reacciones adversas a los medicamentos.

2. El Ministerio de Sanidad y Consumo evaluará la información recibida directamente o a través de otros programas y la integrará en los programas internacionales de farmacovigilancia.

3. En el Sistema Español de Farmacovigilancia estarán obligados a colaborar médicos, veterinarios, farmacéuticos, enfermeros y demás profesionales sanitarios.

4. Las Autoridades Sanitarias podrán suspender aquellos programas de farmacovigilancia en los que se aprecien defectos graves de recolección de datos y tratamiento de la información obtenida. Dicha suspensión requerirá el previo informe favorable de la Comisión Nacional de Farmacovigilancia.

5. Los datos obtenidos de los programas de farmacovigilancia no tendrán carácter global y definitorio, en tanto no sean evaluados, conjuntamente con los que disponga, por la Comisión Nacional de Farmacovigilancia.

6. La Comisión Nacional de Farmacovigilancia se constituirá con representantes de las Administraciones Sanitarias y expertos calificados designados por aquéllas".

7.- LA RESPONSABILIDAD CONCURRENTE ENTRE LAS ADMINISTRACIONES PUBLICAS.-

El artículo 140 de la Ley 30/1992, de 26 de

noviembre, de Régimen Jurídico de las Administraciones Públicas 97

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y del Procedimiento Administrativo Común, sobre

"Responsabilidad concurrente de las Administraciones Públicas",

en su redacción originaria, establecía que:

"Cuando de la gestión dimanante de fórmulas colegiadas de actuación

entre varias Administraciones Públicas se derive responsabilidad en

los términos previstos en la presente Ley, las Administraciones

intervinientes responderán de forma solidaria".

Tras la reforma operada por la Ley 4/1999 de 13

enero, de modificación de la Ley 30/1992, de 26 de noviembre,

de Régimen Jurídico de las Administraciones Públicas y del

Procedimiento Administrativo Común, el precepto ha quedado así:

"1. Cuando de la gestión dimanante de fórmulas conjuntas de actuación

entre varias Administraciones públicas se derive responsabilidad en

los términos previstos en la presente Ley, las Administraciones

intervinientes responderán de forma solidaria. El instrumento jurídico

regulador de la actuación conjunta podrá determinar la distribución de

la responsabilidad entre las diferentes Administraciones públicas.

2. En otros supuestos de concurrencia de varias Administraciones en la

producción del daño, la responsabilidad se fijará para cada

Administración atendiendo a los criterios de competencia, interés

público tutelado e intensidad de la intervención. La responsabilidad

será solidaria cuando no sea posible dicha determinación".

Como afirma BLASCO ESTEVE: "el precepto reduce su

ámbito de aplicación a los procedimientos complejos en que

intervienen Administraciones Públicas de diferente orden, no

incluyendo los supuestos de concurrencia causal entre

Administración y particulares, y opta decididamente por la

tesis de la solidaridad de las Administraciones intervinientes.

Esta declaración tan rotunda es sin duda la más satisfactoria

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desde la perspectiva de la garantía de la víctima, pero

posiblemente no lo es tanto desde el punto de vista de las

Administraciones intervinientes, cuya participación en la

producción del daño puede ser muy diversa... Esta consecuencia

tan rigurosa de la solidaridad en todo caso debía haberse

dejado posiblemente al criterio de los Tribunales, pero no

parece razonable imponerla 'ex lege', en un momento histórico

de incremento acelerado de los procedimientos administrativos

conjuntos, con un grado y unas modalidades de participación muy

variable de las distintas Administraciones en presencia".

Por su parte, MMUÑOZ MACHADO apuntaba en la misma

dirección considerando que la solución correcta no es la de

generalizar el principio de solidaridad. La solidaridad debería

reservarse para los casos en que resulte imposible o difícil

evaluar de modo previo la cuantía exigible a cada una de las

Administraciones públicas concurrentes. Pero en los demás

casos, debería acudirse a los criterios de imputación y

cuantificarse económicamente en la medida de la participación

de cada interviniente.

Un segundo problema que planteaba el precepto, se

refería a su posible limitación a los supuestos de actuación

concurrente mediante fórmulas colegiadas.

Según LOPEZ MEDEL: "la realidad es más amplia y la

concurrencia de entes públicos no puede quedar reducida a esta

fórmula, toda vez que son múltiples las situaciones e hipótesis

en que intervienen varios entes públicos", señalando, entre

otros, los supuestos de órganos mixtos, el ejercicio de

potestades de control o de potestades delegadas.

Los supuestos en los que operaba consecuentemente el

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art. 140 eran los siguientes:

1) Aplicación a los órganos colegiados.

2) Supuestos de las relaciones entre Administraciones

previstas en el título I de la Ley, esto es, las conferencias

sectoriales y los convenios de colaboración.

3) Supuestos de la asistencia prevista en la letra d)

del artículo 4.1 de la Ley.

4) La encomienda de gestión entre distintas

Administraciones, prevista en el artículo 15 de la Ley.

La modificación del art. 140 introducida por la Ley

4/1999, trata de hacer frente a las dos cuestiones que hemos

dejado planteadas. y el vigente art. 140 señala en la

actualidad que:

"Cuando de la gestión dimanante de fórmulas conjuntas de

actuación entre varias Administraciones públicas se derive responsabilidad en

los términos previstos en la presente Ley, las Administraciones

intervinientes responderán de forma solidaria. El instrumento jurídico

regulador de la actuación conjunta podrá determinar la distribución de la

responsabilidad entre las diferentes Administraciones públicas".

De este primer punto de la nueva Ley se deriva que se

ha clarificado el supuesto regulado al sustituirse la mención a

los órganos colegiados, por los supuestos de gestión derivada

de fórmulas conjuntas de actuación recogidas en la propia Ley,

admitiendo, de otra parte que, en los convenios, encomiendas de

gestión, etc. pueda establecerse la distribución de

responsabilidad entre ellas e incluso, en mi opinión, la

asunción de la exclusiva responsabilidad por una de ellas.

100

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Sin embargo la novedad más trascendente se refiere a

la previsión específica para aquellos supuestos de concurrencia

no recogidos en la Ley, supuestos para los que se introduce un

criterio de imposición de la obligación atendiendo a la

intensidad de la responsabilidad, la cual vendrá medida por la

concurrencia de criterios tales como la competencia, interés

público tutelado e intensidad de la intervención, surgiendo

exclusivamente la responsabilidad solidaria cuando no sea

posible la determinación del grado de responsabilidad de cada

una de las Administraciones públicas intervinientes por ese

sistema.

Debe destacarse la importancia de esta nueva

previsión, ya que resulta patente el gran número de supuestos

en los que aparecen manifestaciones de lo que se han denominado

"competencias concurrentes", pudiendo citar a título de ejemplo

y sólo en lo que se refiere al ámbito del urbanismo, el

contenido del art. 117 de la Ley de Costas, en referencia a la

aprobación de los planes, el art. 20.3 de la Ley de Patrimonio

Histórico, respecto de las autorizaciones previas en los

supuestos de licencias en zonas afectadas por dicha normativa

que carezcan de Plan Especial, el supuesto del art. 44 del

Reglamento de Gestión Urbanística, sobre autorizaciones de

construcciones en suelo no urbanizable etc.

La solidaridad, como ha destacado SERRERA CONTRERAS,

en todo caso, opera en el lado externo de la relación jurídica.

En la faceta interna que une a las Administraciones Públicas

intervinientes, procederá el reparto entre las mismas de la

carga de la indemnización; lo cual habrá de hacerse con arreglo

a los criterios que voluntariamente acordaren o a los que en

última instancia decidan los Tribunales de Justicia.

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7.1. DOCTRINA JURISPRUDENCIAL.-

Es sabido que, en algunos ejemplos jurisprudenciales,

ya se fijó la regla de la solidaridad entre Administraciones

públicas concurrentes a la causación de un daño, ejemplos que,

en general han surgido después de la entrada en vigor de la Ley

30/92, si bien se aplican a supuestos regidos, "ratione

temporis", por el art. 121.1 de la Ley de Expropiación Forzosa

y, en su caso, por el art. 40 de la Ley de Régimen Jurídico de

la Administración del Estado.

En cuanto a la responsabilidad de la Administración

por os daños ocasionados por la Administración Institucional,

la Administración Corporativa y las empresas públicas, destaca

la sentencia de 23 de febrero de 1995 (ponente Sieira),

relativo a recurso interpuesto por el INSALUD frente a la

denegación por el Ayuntamiento de San Sebastián de reintegro de

los gastos sanitarios prestados a lesionados en quema de fuegos

artificiales:

"Finalmente hemos de referirnos a la tesis sostenida por el

Ayuntamiento de San Sebastián de que el organizador de las fiestas de

la Semana Grande, entre cuyos actos se incluía la sesión de fuegos

artificiales en la que se produjo el resultado lesivo, fue el CAT,

Organismo con personalidad jurídica propia separado del Ayuntamiento.

A este respecto ha de señalarse que la citada Administración

demandada, tal y como ya se dice en S de esta Sala 18 octubre 1993,

contrariamente a lo dispuesto concordadamente por los arts. 94,3 LPA

de 1958 y 38,2 de la Ley de esta Jurisdicción, guardó silencio

respecto de la reclamación formulada en vía administrativa y pese a

ello no se recata en alegar que el organizador fue la Fundación

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Pública del Servicio Municipal "Centro de Atracción y Turismo de San

Sebastián" en lo que la propia Administración Municipal demandada

ostenta una posición preponderante, como lo demuestra el hecho de que

no sólo crea la Fundación, sino que la dota de su patrimonio,

contribuye a su financiación mediante aportaciones establecidas en el

presupuesto ordinario municipal, se integra en su junta rectora por la

presencia en la misma del Alcalde y ocho Concejales, ostentando el

primero igualmente la presidencia de la Fundación, así como mediante

la integración del Secretario e Interventor Municipales que a su vez

desempeñan la condición de Secretario e Interventor de la Fundación

Pública Municipal. No es legítimo, afirma la sentencia citada, dar la

callada por respuesta para reservar la alegación de falta de

legitimación pasiva a la vía jurisdiccional, de manera que el silencio

administrativo solo puede interpretarse como desestimación de la

pretensión de fondo formulada en su día en relación con los perjuicios

causados por la explosión ocurrida durante la sesión de fuegos

artificiales, lo que obliga a desestimar la alegación que se formula

por el Ayuntamiento. Cuestión íntimamente relacionada con la que

acabamos de exponer, es la supuesta responsabilidad del tercero que

contrató con la Administración demandada y la naturaleza de la

responsabilidad de los demandados como mancomunada o solidaria. Es

doctrina unánime, desde la S 5 noviembre 1974, la aceptación de un

vínculo de solidaridad entre los distintos responsables del perjuicio

causado, incluso en los supuestos en que uno de los hipotéticos

coautores sea un tercero ajeno a la administración, como único medio

para dar satisfacción a las exigencias propias del principio, básico

en la materia, de la garantía de la víctima, que, de otro modo,

correría el riesgo de quedar burlado, razón por la que no existe

inconveniente para que se ejercite la acción sólo contra la

Administración, sin perjuicio de que esta pueda repetir contra los

terceros, de tal manera que la vía atractiva del proceso civil sólo se

produce cuando se ejercita acumulativamente la acción de

responsabilidad contra la Administración y los terceros

intervinientes, pero sin que esto, como queda dicho, resulte necesario

por las razones antes dichas".

La Sala III, en la primera ocasión que ha tenido

respecto de la responsabilidad de la Administración del estado

por los actos de los Colegios Profesionales -integrados, como

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se sabe en la denominada Administración Corporativa- ha

declarado la inexistencia de aquélla.

Así, en la sentencia de 5 de febrero de 1991 (ponente

Mateos García), se indica:

"... como los daños pretendidos en el proceso se enlazan o anudan con

las determinaciones adoptadas por Juntas de Gobierno de Colegios

Profesionales, es por lo que y como anticipábamos, deviene a todas

luces improcedente la pretensión actualizada en la litis, pues

aquellos Colegios no constituyen la Administración del Estado

constituida, con personalidad jurídica única, por órganos

jerárquicamente ordenados (art. 1 Ley de Régimen Jurídico), sino que

son corporaciones de derecho público, amparadas por la ley y

reconocidas por el Estado, con personalidad jurídica propia y plena

capacidad para el cumplimiento de sus fines -art. 1 L 2/74, de 13 de

febrero-, advirtiendo que es irrelevante el hecho de que los Colegios

Profesionales se relacionen orgánicamente con la Administración a

través Mº correspondiente, pues tal relación de carácter meramente

tutelar, no obsta a la realidad que dejamos constatada de la absoluta

diferenciación existente entre la Administración del Estado y los

Colegios Profesionales ello aparte de que, como antes decíamos, la

Secretaría General Técnica Mº de comercio estimó en su día el recurso

promovido contra el acuerdo de la Junta, reparando la infracción

cometida.

En consecuencia, no siendo la lesión aducida consecuencia de hechos o

actos imputables a la Administración del Estado ni producto del

funcionamiento normal o anormal de los servicios públicos, entendidos

éstos en su verdadero significado, resulta obvia y obligada la

confirmación de la sentencia impugnada en cuanto estimó que los daños

reclamados no traían causa de la actividad administrativa, debiendo,

en fin, hacer constar:

a) que el art. 1.2 Ley Jurisdiccional no abona conclusión

contraria, por cuanto el meritado precepto pretende concretar el

ámbito de la Administración Pública a los solos efectos del

apartado primero, o sea para determinar la competencia de la

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Jurisdicción Contencioso-Administrativa en relación con los

Actos de la Administración Pública sujetos al derecho

administrativo, pero ello no empece para diferenciar y

distinguir según hace la propia norma, entre Administración del

Estado y la Administración local, de un lado, y las

Corporaciones e Instituciones públicas sometidas a la tutela del

Estado o de alguna Entidad local, resultando, por demás,

congruente con el art. 8.1 Ley de Colegios Profesionales que

residencia en nuestra Jurisdicción la fiscalización de los actos

de los órganos de los Colegios, en cuanto sujetos al derecho

administrativo;

b) la resolución de la Secretaría General Técnica estimatoria

del recurso promovido contra la decisión colegial en manera

alguna resulta origen de los daños reclamados, máxime cuando

aquélla revocó el acto recurrido, cuya circunstancia sirve para

refrendar nuestro criterio de que los daños son exclusivamente

imputables al Colegio respectivo;

c) las Juntas de Gobierno no son Agentes de la Administración

del Estado, a pesar de la tutela que se encomienda a la misma,

ni los miembros de aquélla son funcionarios del Estado, ni cabe

imputar al Mº al que se adscribe la relación orgánica con la

Administración, los "daños ocasionados por individuos, en el

ejercicio de cargos representativos de los Colegios titulados",

ni, en fin, según ya anticipábamos, pueden reputarse los daños

peticionados como consecuencia del funcionamiento de los

servicios públicos prestados por el Estado.

Lo mismo ocurre con las empresas públicas, que si

gestionan algún servicio público estatal, tendrían la

consideración de concesionarios (Sentencia de 14 de junio de

1983, respecto de CAMPSA y de 16 de enero de 1991 -ponente

Murillo Martín de los Santos), en relación con RENFE).

Establece en esta última la Sala la competencia de la

jurisdicción civil, dada la naturaleza jurídica de RENFE en

orden a la exigencia de responsabilidad por daños causados en

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la prestación de sus servicios, propia e independiente de la

del Estado; aplica así el Tribunal su doctrina según la cual

RENFE está sometida a las normas comunes sobre competencia y

jurisdicción aplicables a las personas de derecho privado:

“Las contrapuestas posiciones sustentadas por las partes contendientes

en el presente recurso sobre si cabe exigir responsabilidad

patrimonial a la Administración del Estado, por los daños y perjuicios

derivados del meritado accidente ferroviario -posición de los

recurrentes-, o si por el contrario tales daños y perjuicios sólo son

actuables en vía civil y frente a RENFE -posición de la

Administración-, debe ser resuelta en favor de esta última tesis, a la

vista del régimen jurídico de RENFE, reflejado en el decreto-Ley

27/62, de 19 de julio sobre su Organización y funcionamiento y en su

Estatuto aprobado por decreto 2170/64 de 23 de julio.

Con arreglo a este último, que recoge principios y normas ya plasmadas

en aquel decreto-ley, RENFE "es entidad con personalidad de derecho

público actuando en régimen de empresa mercantil" (art. 1), que tiene

"personalidad jurídica independiente del Estado y plena capacidad para

el desarrollo de sus fines" (art. 2), que "no está sujeta a las leyes

de la Administración y Contabilidad del Estado y Entidades Estatales

Autónomas, ni tiene condición de Administración Pública a los efectos

de las leyes de Procedimiento Administrativo y de Jurisdicción

contencioso-administrativa" (art. 4) y que además "está sometida a las

normas comunes sobre competencia y jurisdicción aplicables a las

personas de derecho privado" (art. 68).

Resulta pues evidente a la vista de dicha normativa que reclamaciones

como la presente en la que se pide la indemnización de daños y

perjuicios derivados de un accidente ferroviario, deben ser instados

frente a RENFE y ante la Jurisdicción civil, como así lo han venido

entendiendo los Tribunales de este orden jurisdiccional civil, que

vienen conociendo pacífica y sistemáticamente pretensiones

indemnizatorias de esta índole, como lo evidencian reiteradas

sentencias de la Sala 1ª TS -SS de 29-5-72, 13-11-73, 30-4-74, 8-10-

88, entre otras muchas-...".

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Respecto de los casos suscitados entre el Estado y

las Corporaciones Locales, señala MUÑOZ MACHADO que todas las

sentencias acaban pronunciándose por la responsabilidad de una

u otra Administración, según los casos. Afirma este autor que,

en la práctica, no existían muchos pronunciamientos sobre el

tema, no porque no se dieran en la práctica, sino porque cuando

tal cosa ocurría, lo normal era que los demandantes optaran por

una u otra Administración y a ella dirigieran su reclamación,

con exclusión de las demás posibles. No se aplicaba, por tanto,

el art. 1138 del Código Civil, sobre la mancomunidad, que

presupondría la división por cuotas de la indemnización entre

todos los posibles responsables, sino que en realidad se elegía

uno de ellos, salvo que se admitiera la responsabilidad

solidaria, en cuyo caso el perjudicado podía dirigir su acción

contra la Administración que le ofreciera mayores garantías de

cobro, sin perjuicio de la acción de repetición de la

Administración condenada frente a las demás.

Veamos algunos ejemplos:

(seguir luego).-

8.- LA INDEMNIZACION O REPARACION DEL DAÑO.-

Respecto a la reparación del daño e indemnización de

los perjuicios, el art. 141, apartados 2, 3 y 4 de la Ley

30/92, en su redacción actualizada por la Ley 4/99, de 13 de

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enero, establece:

"2. La indemnización se calculará con arreglo a los criterios de

valoración establecidos en la legislación de expropiación forzosa,

legislación fiscal y demás normas aplicables, ponderándose, en su

caso, las valoraciones predominantes en el mercado.

3. La cuantía de la indemnización se calculará con referencia al día

en que la lesión efectivamente se produjo, sin perjuicio de su

actualización a la fecha en que se ponga fin al procedimiento de

responsabilidad con arreglo al índice de precios al consumo, fijado

por el Instituto Nacional de Estadística, y de los intereses que

procedan por demora en el pago de la indemnización fijada, los cuales

se exigirán con arreglo a lo establecido en la Ley General

Presupuestaria.

4. La indemnización procedente podrá sustituirse por una compensación

en especie o ser abonada mediante pagos periódicos, cuando resulte más

adecuado para lograr la reparación debida y convenga al interés

público, siempre que exista acuerdo con el interesado".

El primer principio que resulta de la jurisprudencia

del Tribunal Supremo es el de la llamada "reparación integral

del daño", esto es, reparar totalmente a la víctima por el daño

causado, indemnizarle, esto es, dejarle indemne.

Bien es cierto que resulta a menudo complicado hablar

de reparación integral ante la pérdida de bienes

irreemplazables, como la vida, la integridad física o la salud,

que una indemnización no puede compensar "in integrum", pero se

persigue la más completa y exacta restitución, que sitúe al

lesionado en la situación inmediatamente anterior a la

producción del evento dañoso.

De este principio de reparación integral derivan las

siguientes consecuencias:

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a) La compatibilidad de la indemnización derivada del

título de responsabilidad patrimonial con otras prestaciones o

pensiones públicas específicas.

b) La deducción, del importe de aquéllas, de lo

percibido en tal concepto de pensiones, para evitar situaciones

de enriquecimiento injusto.

c) El reconocimiento de actualizaciones de la

valoración hecha, así como de intereses, para compensar la

depreciación monetaria, así como el retraso en el pago.

d) La admisión tanto del daño emergente como del

lucro cesante, así como de los daños morales.

e) La admisión de la restitución "in natura" y de los

pagos periódicos como fórmula indemnizatoria, "cuando resulte

más adecuado para lograr la reparación debida y convenga al

interés público".

Afirma la Sentencia del Tribunal Supremo de 19 de

julio de 1997, (ponente Peces Morate):

"la responsabilidad patrimonial de la Administración conlleva la

reparación integral de los daños y perjuicios producidos, la cual no

se alcanzaría si la deuda de valor no se actualizase bien con la

aplicación de un coeficiente corrector bien con el devengo del interés

legal de la cantidad debida (sentencias de fechas 2 julio 1994, 11

febrero 1995, 6 febrero 1996 y 12 noviembre 1996), al igual que

sucedería de haberse producido en legal forma la expropiación del

terreno ocupado con el devengo de los intereses de demora en la

tramitación y pago del justiprecio debido, que, en este caso, se

sustituye por la expresada indemnización a causa de la actuación de la

Administración generadora de su responsabilidad patrimonial".

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La sentencia de 24 de enero de 1997 (ponente Xiol

Ríos) se refiere al principio de reparación integral para

definir el alcance de los conceptos indemnizatorios (el recurso

de casación versa sobre la procedencia de distintos conceptos

indemnizatorios no reconocidos en la sentencia impugnada, en

relación con los daños producidos en la vivienda del recurrente

con ocasión de la modificación del trazado de una carretera, al

producirse un corrimiento de tierras que causó grietas

generalizadas en ella):

"Como cuarto motivo de casación, al amparo del art. 95,1 4º LJCA, se

invoca la infracción de la jurisprudencia que proclama el principio de

reparación integral de los daños y perjuicios, por cuanto no se

remunera la intervención de profesionales que ha sido necesaria, ni

tampoco los gastos por traslado a otra vivienda ni los gastos de

mantenimiento de la propiedad.

El principio de total indemnidad, que caracteriza la responsabilidad

patrimonial de la administración por el funcionamiento normal o

anormal de los servicios públicos, es una consecuencia del carácter

objetivo de esta responsabilidad. El deber de resarcir alcanza por

ello todas las consecuencias que objetivamente se deriven del hecho

dañoso, siempre que no se aprecie una ruptura del nexo de causalidad

entre los daños o perjuicios causados y la actividad de la

administración. Para determinar si existe o no este nexo deben

compulsarse únicamente los factores objetivos de la existencia de una actividad de la Administración y de la inexistencia de una carga por

parte del particular de soportar el riesgo o los daños o perjuicios

que dicha actividad pueda ocasionar. No debe exigirse, en

consecuencia, que los daños o perjuicios fueran previstos o

previsibles, ni siquiera que fueran evitables, salvo que concurra una

circunstancia de fuerza mayor.

Estos criterios de interpretación deben ser tenidos en cuenta tanto en

relación con el art. 40 LRJAE, vigente en el momento de la producción

de los hechos, como en la interpretación de la cláusula legal que

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actualmente rige la materia (art. 139 Ley de Régimen Jurídico de las

Administraciones Públicas y del Procedimiento Administrativo Común).

Los principios expuestos nos llevan a deducir que el deber de

resarcimiento debe comprender los gastos que hayan repercutido sobre

el recurrente como consecuencia de la intervención de profesionales

para la realización de estudios para determinar el alcance de los

daños causados a la finca de su propiedad, para dejar constancia de

ellos y para recabar asistencia técnico-jurídica encaminada a obtener

su resarcimiento, excepto que no sean estrictamente necesarios o que

se refieran a actuaciones procesales en la 1ª instancia o en la

casación, pues sobre ellos decidiremos al resolver sobre las costas.

La sentencia de instancia infringe, en consecuencia, la jurisprudencia

establecida sobre el principio de total reparación cuando no incluye

entre los conceptos indemnizables los gastos derivados de la actuación

de profesionales que no pueden ser incluidos en una tasación de

costas, y cuya existencia se desprende de las actuaciones.

Asimismo, la ruina de una vivienda determinante de su inhabitabilidad

genera, igualmente, unos gastos derivados de la necesidad de

sustituirla por otra que permita unas condiciones de habitabilidad

semejantes o unos perjuicios generados por la privación de esta

posibilidad. El hecho de que, a juicio de la Sala de instancia, no se

hayan probado las cantidades devengadas por alquiler de otra vivienda

no debe llevar a excluir este concepto, por lo que, al hacerlo así, la

Sala infringe igualmente la jurisprudencia invocada por el recurrente.

Igual sucede con los gastos de mantenimiento de la finca, pues, si

bien es cierto que algunos de ellos dejan de producirse cuando la

vivienda no se habita, otros derivan exclusivamente del mantenimiento

de la propiedad, justificada en función de las expectativas de la

reconstrucción, por lo que deben ser incluidos".

La sentencia de 12 de mayo de 1997 (ponente González

Rivas) resume la doctrina jurisprudencial aplicable al

principio reparatorio, en un supuesto en que recurre la entidad

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actora frente a acuerdo del Consejo de Ministros que desestimó

su reclamación de indemnización por lucro cesante, en materia

de responsabilidad patrimonial de la Administración, en

relación con la eliminación de cupos de importación de pescados

exentos de derechos arancelarios y compensatorios variables:

"si bien la aplicación del principio de la reparación integral implica

que la misma comprende, dentro del ámbito de la responsabilidad

patrimonial de la Administración, los daños alegados y probados por el

perjudicado, lo que supone la inclusión de los intereses económicos

valuables y los conceptos de lucro cesante y daño emergente, partiendo

del principio contenido en los arts. 1106 CC y 115 LEF y de reiterada

jurisprudencia del Tribunal Supremo (entre otras, las SS 7 octubre y 4

diciembre 1980, 14 abril y 13 octubre 1981, 12 mayo y 16 julio 1982,

16 septiembre 1983, 10 junio, 12 y 22 noviembre 1985), es de tener en

cuenta que en el concepto de lucro cesante:

A) Se excluyen las meras expectativas o ganancias dudosas o

contingentes, puesto que es reiterada la postura jurisprudencial

del Tribunal Supremo (así en S 15 octubre 1986) que no computa

las ganancias dejadas de percibir que sean posibles, pero

derivadas de resultados inseguros y desprovistos de certidumbre,

cuando las pruebas de las ganancias dejadas de obtener sean

dudosas o meramente contingentes (...)

B) Se excluye, igualmente, la posibilidad de que a través del

concepto de lucro cesante y del daño emergente se produzca un

enriquecimiento injusto, puesto que la indemnización ha de

limitarse al daño emergente que genera el derecho a la

indemnización (...).

C) Finalmente, de acuerdo con la jurisprudencia de esta Sala (S

3 febrero 1989, entre otras) falta una prueba que determine la certeza del lucro cesante, pues tanto en el caso de éste como en

el caso del daño emergente, se exige una prueba rigurosa de las

garantías dejadas de obtener, observándose que la indemnización

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de lucro cesante, en coherencia con reiterada jurisprudencia de

la Sala 3ª del Tribunal Supremo (S 15 octubre 1986 entre otras)

ha de apreciarse de modo prudente y restrictivo, puesto que no

es admisible una mera posibilidad de dejar de obtener unos

beneficios, lo que se acredita por la variabilidad

cuantificadora y el distinto ámbito temporal previsible, que se

contiene en los diversos dictámenes periciales".

La sentencia de 5 de abril de 1989 (ponente Cancer

Lalanne), por la que el TS estima el recurso interpuesto contra

la Resolución del Ministerio de Defensa que denegó a los

actores la indemnización solicitada por el fallecimiento de su

hijo durante el servicio militar, como consecuencia de los

disparos procedentes de un arma de funcionamiento defectuoso

portada por otro compañero, entiende que el supuesto es

encuadrable en el art. 40 LRJAE, ya que, calificado por la

propia Administración Militar como acto de servicio, es

imputable al funcionamiento de los servicios públicos. Siendo,

por otro lado, perfectamente compatible la indemnización

solicitada por esta vía con la pensión extraordinaria e

indemnizaciones complementarias establecidas a favor de los

padres del fallecido, dado que son diferentes los títulos que

fundan las respectivas indemnizaciones.

"...sin que ofrezca duda que se ha provocado un perjuicio individualizado en los padres junto a los que aquél convivía

privándoles del afecto consiguiente a su condición de hijo, y de la

previsible ayuda para poder llevar adelante la familia, perjuicio que,

aunque de orden preponderantemente moral, no por ello debía quedar sin

reparación, en aplicación del precepto citado regulador de la

responsabilidad patrimonial objetiva del Estado, que según

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interpretación jurisprudencial constante, ha de tender a proporcionar

una compensación integral del daño producido.

Sin que este Tribunal comparta la solución a que llegó la

Administración, denegando la indemnización solicitada, en razón de que

ya había existido una específica compensación a través del

señalamiento de la pensión extraordinaria e indemnizaciones

complementarias, dado que son diferentes los títulos que fundan las

respectivas indemnizaciones, pues la pensión se reconoce en

consideración a la prestación del servicio y en favor de los

familiares determinados por la ley, bastando con que se demuestre que,

para ser extraordinaria, el fallecimiento se produjo en acto de

servicio, y que se tiene la calidad familiar para reclamar, en los

términos y grados fijados por las leyes reguladoras de la pensión,

mientras que la indemnización por responsabilidad patrimonial y

objetiva del Estado exige la demostración de que concurren los

requisitos del art. 40 LRJAE, es decir la existencia del perjuicio

individualizado, la evaluabilidad del mismo, y la relación de

causalidad con el funcionamiento del servicio, pudiendo ser excluida

cuando exista una causa de justificación legal; de modo que aunque en

este caso de autos las personas perjudicadas coincidan con los

beneficiarios de la pensión, ello puede no ocurrir.

Por lo que como ha de reiterarse que el principio que domina la

regulación de la responsabilidad patrimonial del Estado, consagrado,

además de en el precepto citado, en el art. 106 CE, es el de procurar

al perjudicado, la compensación integral del daño sufrido, y, en el

supuesto enjuiciado, es claro que el perjuicio que produjo en su

círculo familiar la muerte del soldado Juan Antonio, no pudo quedar

totalmente cubierto por la pensión extraordinaria de poco más de once

mil pts. mensuales, y las exiguas ciento diez mil pts. fijadas como

indemnización, y no se ve razón para que no se puedan compatibilizar

dichos beneficios con los procedentes de la reparación por

responsabilidad patrimonial y objetiva del Estado, y puesto que parece

adecuada e incluso moderada la indemnización de tres millones de pts.,

que por este último concepto solicitan los padres, vista la edad del

hijo, esperanza lógica de vida, normal afecto y existencia de otros

hermanos a cargo de los padres, ha de concluirse con que se estima

procedente la pretensión del recurrente, debiendo dictarse sentencia

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anulatoria del acto impugnado, reconociendo el derecho del actor a la

reclamación que suscitó".

La sentencia de 18 de julio de 1989 (Ponente Martínez

Sanjuán), en la que el TS desestima el recurso de apelación

interpuesto contra la sentencia que reconoció el derecho del

recurrente a ser indemnizado en la cuantía correspondiente, por

los daños y perjuicios ocasionados como consecuencia de la

ocupación temporal de una finca particular por el Comité

Organizador del Mundial de Fútbol de 1982. La cuantificación de

la indemnización contemplará tanto el lucro cesante como el

daño emergente, excluyéndose los daños eventuales o simplemente

posibles, pero no actuales:

A este último respecto se acepta la cuantificación efectuada por la

sentencia apelada:

a) Porque, es el resultado de una correcta valoración de las pruebas

practicadas y obrantes en las actuaciones, a través de una adecuada

determinación de las partidas económicas que han de formar el total de

la indemnización.

b) Porque, sólo son susceptibles de indemnización los daños y

perjuicios soportados por el particular propietario de los bienes

ocupados o de la privación de sus derechos en el momento existentes;

pero sin que la indemnización pueda convertirse nunca en un motivo de

lucro o enriquecimiento injusto, para el propietario de los bienes o

titular de los derechos.

Por lo que normalmente ha de limitarse al denominado "daño emergente"

(el cual genera derecho a la indemnización en todo caso), y, sólo

habrá de tenerse en cuenta el denominado "lucro cesante" en los casos

en que su producción sea jurídicamente posible por el cumplimiento de

los requisitos y circunstancias necesarios, de las que haya de

derivarse.

c) Porque, así como por la ocupación temporal del solar, se encuentra

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probada la realidad de los daños y perjuicios ocasionados al

reclamante y su valoración económica: en 2.700.000 pts., derivados de

las obras de la "pasarela" aludida, incluidos los destrozos producidos

en la superficie del solar, y, en 3.600.000 pts., por el uso del mismo

para aparcamiento en exclusiva de 200 vehículos durante el mes de

duración de los campeonatos, y, en 1.000.000 pts. por la instalación

permanente en el subsuelo, a los que en total alude acertadamente la

sentencia recurrida.

No ocurre otro tanto, respecto a la partida incluida en la demanda, de 11.000.000 pts., por denegación de la autorización de vallas

publicitarias en el solar en cuestión (amén de que la denegación

alegada fue producida por el Ayuntamiento de Madrid), al estimar que

expresada partida, no incluida por la sentencia apelada como

integrante del "quantum" de la indemnización reconocida, respondía a

"un lucro cesante" que también debería ser indemnizado.

Pues bien, como antes se dice, dicho "lucro" sólo habría de computarse

en el total de la indemnización, si la adquisición del derecho a la

autorización de referidas "vallas publicitarias" fuera jurídicamente

posible, pues, la autorización administrativa correspondiente debe ser

obtenida por el que la solicita y, sin dicho otorgamiento, no puede

ser ejercitado el derecho a la instalación de las mismas ni exigido su

respeto tanto a la Administración como a terceros, con la consecuencia

de que si mencionada autorización no ha sido obtenida y no puede ser

ejercitada jurídicamente, mal se pueden causar daños y perjuicios

porque otro distinto al propietario del solar, la obtenga; máxime que,

no se encuentra acreditado en las actuaciones, ni que D. Ricardo

hubiera agotado todos los cauces para obtener la pretendida

autorización administrativa para la instalación de las "vallas

publicitarias", acudiendo incluso a la jurisdicción contencioso-

administrativa donde podría haber obtenido, en su caso el

reconocimiento de dicha situación jurídica individualizada, anulando

el acto administrativo denegatorio de la autorización, ni tampoco

agotó los pertinentes cauces administrativos y contencioso-

administrativos para obtener la denegación de la autorización, a tal

fin solicitada y obtenida del Ayuntamiento, por la Administración

demandada.

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Por todo lo anteriormente expuesto ha de tenerse por correctamente

fijado el "quantum" indemnizatorio, en la suma de 7.300.000 pts., cual

lo fijó la sentencia apelada".

La sentencia de 10 de febrero de 1998 (ponente

González Rivas) aborda el principio indemnizatorio, no en el

seno del procedimiento de responsabilidad patrimonial, sino en

compensación al actor por el cierre temporal acordado en una

sanción después anulada. Se trata de un supuesto en el que se

produjo la clausura por tres meses de una sala de bingo, por

considerar la Administración que se habían cometido varias

infracciones graves previstas en el Rgto. Provisional del juego

del bingo, lo que dio origen a una sanción de 500.000 pts. y a

la suspensión por tres meses de la prórroga concedida a la

autorización otorgada en su día para la apertura y celebración

de partidas en dicha Sala, pero al haberse revocado en virtud

de sentencia firme la anterior sanción, y quedar ésta reducida

a una multa de 25.000 pts. por la comisión de una falta leve,

anulándose la sanción de clausura, se produjo un perjuicio

patrimonial.

"La aplicación del principio de la reparación integral implica que la

misma comprende, dentro del ámbito de la responsabilidad patrimonial

de la Administración, los daños alegados y probados por el

perjudicado, lo que supone la inclusión de los intereses económicos

valuables y los conceptos de lucro cesante y daño emergente, partiendo

del principio contenido en los artículos 1.106 del Código Civil y 115

de la Ley de Expropiación Forzosa y de reiterada jurisprudencia del

Tribunal Supremo (entre otras, las sentencias de 7 de octubre y 4 de

diciembre de 1980, 14 de abril y 13 de octubre de 1981, 12 de mayo y

16 de julio de 1982, 16 de septiembre de 1983, 10 de junio, 12 y 22 de

noviembre de 1985)"

En la sentencia de 15 de octubre de 1990 (ponente

Mendizábal), el TS declara la nulidad de la Orden de 10 agosto

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1985, por la que se rebajaba el margen comercial en la venta de

medicamentos correspondiente a los farmacéuticos y reconoce que

procede el devengo de una indemnización -en concepto de

responsabilidad patrimonial de la Administración Pública- como

consecuencia de las ventas de medicamentos realizadas a

clientes no pertenecientes a la Seguridad Social y a entidades

integrantes de ésta:

"Así, en suma, se cumple el principio de reparación integral que

informa nuestro sistema de responsabilidad patrimonial de la

Administración, uno de los más progresivos para nuestra satisfacción.

Este principio, con una raíz profunda pero implícita en la Ley ha sido

formulado explícitamente por este Tribunal Supremo hasta consolidarse

en "doctrina legal", pero con el valor normativo complementario que le

asigna el Código Civil, dentro de las fuentes del Derecho (art. 1.6).

En efecto, un conjunto muy numeroso de nuestras sentencias ha

proclamado, sin desmayo alguno, que la indemnización debe cubrir todos

los daños y perjuicios sufridos, hasta conseguir la reparación

integral de los mismos y con ello la indemnidad del derecho subjetivo

o del interés lesionado -S 9-4-79 y 2-2-80, como más significativas-".

La sentencia de 11 de mayo de 1992 (ponente Reyes

Monterreal), en virtud de recurso de apelación interpuesto

contra sentencia que declaró la responsabilidad del

Ayuntamiento de Villareal de Alava, en la cogida de una

vaquilla al recurrente: el TS lo estima en parte, revoca la

sentencia apelada, fijando la indemnización en una cifra

inferior a la establecida por la sentencia apelada. Analiza los

temas de la indemnización por secuelas y baja por incapacidad

laboral transitoria; improcedencia de duplicidad de

indemnizaciones; falta de prueba de la concurrencia de culpas

del Ayuntamiento y existencia de relación de causalidad.

"el efecto de esta clase de responsabilidad, lo mismo que no puede

producir un empobrecimiento injusto por dimanar de un acto u omisión

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lesivo, a la inversa, tampoco puede dar por resultado un injusto

enriquecimiento para el mismo, y es el caso que, aunque está

acreditado el tiempo en que permaneció en baja laboral el interesado,

precisamente por incapacidad transitoria que, luego, sostiene que

resultó definitiva, al reconocérsele el derecho a aquel primer

concepto, abonándole, consiguientemente, la cantidad reclamada, de no

practicar aquella conjugación, se daría lugar a que por una distinción

de conceptos que coincidían en un determinado lapso temporal, se dé

lugar a una parcial duplicidad de indemnizaciones, y es por ello por

lo que ha de hacerse ahora una valoración conjunta, sobre todo si se

repara en que la cantidad reclamada por las secuelas de la lesión se

señaló por la parte dejando de probar -aunque bien fácil le era

probarlo por medio de un informe médico acreditativo de su sanidad-

cuál fuera el grado en que para el desempeño de su actividad

profesional las mismas habían influido, el defecto, deformidad y demás

anomalías que de tal lesión se siguieran, la irreversibilidad de todo

ello, y, en otro aspecto, la inidoneidad del recurrente para el

desempeño de otros trabajos o funciones compatibles con dichas

secuelas, atenciones familiares que por consecuencia de éstas no

pudiera satisfacer, etc.; siendo, por cuanto razonado queda, por lo

que esta Sala considera procedente reconocer -como ya hizo la de 1ª

instancia- el derecho de aquel a que se le indemnice por el

Ayuntamiento apelante el importe íntegro de aquel primer concepto, y,

en cambio, reducir en un 60% el que aquélla le reconoció por el

segundo; decisiones todas las precedentes de necesaria adopción, dadas

las circunstancias del caso y el grado de convicción, ciertamente

insuficiente, que nos merece la subjetiva cuantificación de los

conceptos en cuestión por parte del recurrente".

8.1. MODALIDADES INDEMNIZATORIAS.-

Como hemos visto, el art. 141 se refiere a varias

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modalidades reparatorias:

a) una, que es el supuesto normal, la indemnización,

que se puede acordar en una cantidad fija que se paga de una

vez o en pagos periódicos (art. 141.4 Ley 30/92).

b) la segunda es la compensación en especie, es

decir, la restitución de la cosa o la reparación "in natura”

del daño (art. 141.4 Ley 30/92).

8.1.1. INDEMNIZACIONES DINERARIAS.-

En lo que se refiere a los criterios de valoración,

el art. 141.2 de la Ley 30/92, en su versión actual, dada por

la Ley 4/99, señala que:

"2. La indemnización se calculará con arreglo a los criterios de

valoración establecidos en la legislación de expropiación forzosa,

legislación fiscal y demás normas aplicables, ponderándose, en su

caso, las valoraciones predominantes en el mercado".

El art. 120 de la Ley de Expropiación Forzosa también

se remitía a las normas de la propia Ley relativas a "los daños

de la ocupación temporal de inmuebles y al justiprecio de los

muebles" y el derogado art. 134.3 del Reglamento de desarrollo

de la Ley de Expropiación Forzosa declaraba que habían de

tenerse en cuenta, en lo posible "los criterios de valoración

previstos en la L.E.F. y este Reglamento". La novedad, por

tanto, estriba en añadir a los criterios de la legislación

expropiatoria los de la legislación fiscal y demás normas

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aplicables" (como la urbanística, por ejemplo),

A pesar de la dicción literal de la Ley, no es

extraño comprobar como una de las grandes críticas que se

efectúan al sistema de responsabilidad patrimonial es la

excesiva discrecionalidad que se deja en manos de los Jueces y

Tribunales en el momento de fijar la cuantía de la

indemnización, planteándose la posibilidad de establecer

criterios legales que seirvan para limitar el "poder" del juez

en esta materia, soluciones que apuntan esencialmente a un

sistema de baremos o módulos vinculantes para el juzgador.

La realidad impone que, a pesar de los diferentes

sistemas alternativos que se postulen y las referencias

legislativas que se contienen, el grado de discrecionalidad ha

sido alto, si bien encontramos alguna decisión jurisprudencial

que ha venido a establecer un cierto criterio al fijar la

cuantía de la indemnización. Entre tales criterios podemos

mencionar:

A) Utilización para la valoración de daños físicos de

los criterios indemnizatorios del Seguro Obligatorio del

automóvil (Sentencia del Tribunal Supremo de 16 diciembre

1994); y

B) Distinta intensidad de la reparación según nos

encontremos ante un supuesto de funcionamiento normal o

anormal, pues en el primer caso se postula que sólo sean

indemnizables los perjuicios directos y en el segundo la

totalidad de los perjuicios conocidos (Sentencia del Tribunal

Supremo de 8 de febrero de 1991).

La solución y al mismo tiempo el medio de control más

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eficaz para la discrecionalidad, pasa por la exigencia de

motivación derivada de lo dispuesto en el art. 54 de la LRJA-

PAC, pues, como afirma reiterada jurisprudencia, a través de la

motivación se protege al administrado contra el arbitrio de la

Administración, al ser necesario aportar las razones en que se

funda la decisión, de forma tal que pueda impugnarla con

conocimiento de causa, facilitando al tiempo el control

jurisdiccional de la Administración consagrado en el art. 106.1

de la Constitución.

Establecer criterios legales de valoración tiene sus

ventajas e inconvenientes: las ventajas indudables son las de

unificar los criterios y reducir el margen de apreciación

judicial, evitando, además, en los posible, resoluciones

contradictorias o criterios de valoración muy dispares.

Pero tiene el inconveniente fundamental de constreñir

excesivamente, estableciendo valores convencionales o

estándares de valoración, que a menudo pueden pugnar con el

principio de valoración integral.

Un ejemplo evidente es el de las valoraciones

inmobiliarias, por remisión a las normas fiscales o

urbanísticas: en realidad, éstas se remiten a las valoraciones

fiscales. A la hora de valorar la pérdida de una vivienda, la

apelación a un valor fiscal no actualizado puede contradecir el

principio de reparación integral. Igual sucede si se atiende a

los criterios de la Ley de Expropiación Forzosa, donde ya casi

nadie acude a los que se contienen para justipreciar cada clase

de bienes, sino al art. 43 de la LEF, que establece un criterio

subsidiario, por aplicación de los valores reales, que a la

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postre ha prevalecido, no sólo para la Administración, sino

para los Tribunales.

De hecho, pienso que tal precepto no va a suponer una

verdadera unificación de los valores indemnizatorios. Además,

se echa en falta una alusión a los valores que rigen respecto

de la

evaluación de los daños físicos o corporales, en la legislación

del seguro o en la de accidentes de trabajo y que, con carácter

orientativo, aplican los Tribunales, sin perjuicio de su

carácter no vinculante. Porque, precisamente, donde existen más

dificultades de valoración es respecto de aquéllos bienes cuyo

pérdida es, realmente irreparable: la valoración de la vida

humana es imposible. Y también lo es la pérdida de la

integridad física, la de la salud, la de un órgano o miembro,

la existencia de secuelas o incapacidades, los daños morales.

Pero al menos, tales baremos orientan y detallan con un alto

grado de objetividad las circunstancias de posible

concurrencia.

Para terminar esta reflexión, es preciso formular dos

precisiones: la primera, que se juzga fundamental la motivación

que, en la sentencia, se otorgue a la indemnización que se

declare, sobre todo en aquellos casos en que se establece con

criterios de ponderación, prudenciales o de equidad (por

ejemplo, en la valoración de los daños morales).

En segundo término, que resulta esencial, en aras de

la más adecuada determinación del daño y su indemnización, la

prueba pericial, sin perjuicio de las demás pruebas practicadas

en el expediente administrativo y en el proceso, valoradas

según las reglas de la sana crítica, conforme a los principios

de valoración libre y valoración conjunta de la prueba.

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A tal respecto, la sentencia de 22 de junio de 1995

(ponente Sieira) en recurso que formula el Ayuntamiento de

Sagunto (Valencia), contra sentencia dictada en proceso seguido

sobre indemnización al actor de los daños causados a un huerto

de naranjos de su propiedad por un vertedero de basura

lindante, del que es titular el Ayuntamiento apelante, señala:

"Por contra, el acuerdo en cuanto a la valoración de los distintos

conceptos es escaso, lo que nos lleva a la necesidad de un análisis

crítico de las distintas valoraciones y, en especial, de la prueba

pericial practicada en autos, aun admitiendo el carácter preferente de

ésta sobre las pericias de parte en vía administrativa".

Y en la de 20 de marzo de 1998 (ponente Gota Losada)

-que no es un proceso sobre responsabilidad patrimonial, sino

un procedimiento de apremio donde, perdido el inmueble y

anulados los actos administrativos, procede la indemnización

reparatoria-, El TS, de acuerdo con el art. 106,2 CE y el 139

Ley 30/1992 entiende que, puesto que la inmobiliaria no puede

recuperar el terreno, pues el adjudicatario en la subasta lo

vendió a su vez y este tercero ha inscrito su derecho en el

Registro, el daño sufrido es efectivo y real, evaluable

económicamente, individualizado en la persona de la entidad

recurrente, existiendo relación de causalidad entre el daño

sufrido y la actuación de la Administración, por lo que debe

restablecerse el orden jurídico perturbado y procede la

indemnización de los daños y perjuicios. Puesto que el acto

ejecutivo ha sido declarado nulo, el valor de la adjudicación

por la subasta, que se dijo era el de mercado, no es eficaz,

debiendo tomarse el del informe pericial que consta en los

autos de instancia.

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8.2. EL DAÑO EMERGENTE Y EL LUCRO CESANTE.-

En principio, no sólo es indemnizable el daño

emergente, sino también el lucro cesante: criterio que ya

establecía la Ley de Expropiación Forzosa al regular las

indemnizaciones por ocupación temporal, reconociendo al

propietario la satisfacción de las rentas vencidas y dejadas de

percibir como consecuencia de la ocupación.

A la hora de determinar el lucro cesante, no sólo su

existencia sino también su cuantía, es donde surgen las

dificultades, porque resulta complicado, en ocasiones, tasar

algo que no se conoce totalmente, algo que pudiera haber sido y

no fue como consecuencia de la actuaciones de la

Administración. Sobre todo, es necesario deslindar tal concepto

de las meras expectativas o "sueños de ganancias", Estos no son

indemnizables, por no responder a la idea de "daño efectivo".

La sentencia de 3 de febrero de 1989 (ponente Martín

Martín), en la que se estima el recurso contencioso-

administrativo, anula la resolución del Ministerio de Justicia

y declara el derecho del actor a ser indemnizado por el Estado

por daños morales producidos como consecuencia de un error

judicial. En relación con el lucro cesante, señala que:

"En cuanto al segundo concepto o partida "beneficios dejados de

retirar en calidad de socio durante el período de 1-1-1968 a 31-12-85,

en su valor actualizado" (...)al valorar esta partida se desconocen no

sólo los beneficios que haya podido producir la sociedad, sino incluso

el hecho mismo de la existencia de la misma. En consecuencia, se trata

de daños eventuales o meramente posibles, resultado de un cálculo

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apoyado en factores inciertos. En consecuencia, esta falta de certeza

unida a la no aportación de prueba alguna justificadora de lo pedido

conduce inexcusablemente al rechazo de esta partida, como así se

formula en la propuesta de resolución".

La sentencia de 12 de mayo de 1997 (ponente González

Rivas) resume la doctrina jurisprudencial en los siguientes

puntos:

"...es de tener en cuenta que en el concepto de lucro cesante:

A) Se excluyen las meras expectativas o ganancias dudosas o

contingentes, puesto que es reiterada la postura jurisprudencial del

Tribunal Supremo (así en S 15 octubre 1986) que no computa las

ganancias dejadas de percibir que sean posibles, pero derivadas de

resultados inseguros y desprovistos de certidumbre, cuando las pruebas

de las ganancias dejadas de obtener sean dudosas o meramente

contingentes (...)

B) Se excluye, igualmente, la posibilidad de que a través del concepto

de lucro cesante y del daño emergente se produzca un enriquecimiento

injusto, puesto que la indemnización ha de limitarse al daño emergente

que genera el derecho a la indemnización (...).

C) Finalmente, de acuerdo con la jurisprudencia de esta Sala (S 3

febrero 1989, entre otras) falta una prueba que determine la certeza

del lucro cesante, pues tanto en el caso de éste como en el caso del

daño emergente, se exige una prueba rigurosa de las garantías dejadas

de obtener, observándose que la indemnización de lucro cesante, en

coherencia con reiterada jurisprudencia de la Sala 3ª del Tribunal

Supremo (S 15 octubre 1986 entre otras) ha de apreciarse de modo

prudente y restrictivo, puesto que no es admisible una mera

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posibilidad de dejar de obtener unos beneficios, lo que se acredita

por la variabilidad cuantificadora y el distinto ámbito temporal

previsible, que se contiene en los diversos dictámenes periciales".

La sentencia de 18 de julio de 1989 (Ponente Martínez

Sanjuán), antes vista, sobre indemnización por los daños y

perjuicios ocasionados como consecuencia de la ocupación

temporal de una finca particular por el Comité Organizador del

Mundial de Fútbol de 1982, establece que:

"No ocurre otro tanto, respecto a la partida incluida en la demanda,

de 11.000.000 pts., por denegación de la autorización de vallas

publicitarias en el solar en cuestión (amén de que la denegación

alegada fue producida por el Ayuntamiento de Madrid), al estimar que

expresada partida, no incluida por la sentencia apelada como

integrante del "quantum" de la indemnización reconocida, respondía a

"un lucro cesante" que también debería ser indemnizado.

Pues bien, como antes se dice, dicho "lucro" sólo habría de computarse

en el total de la indemnización, si la adquisición del derecho a la

autorización de referidas "vallas publicitarias" fuera jurídicamente

posible, pues, la autorización administrativa correspondiente debe ser

obtenida por el que la solicita y, sin dicho otorgamiento, no puede

ser ejercitado el derecho a la instalación de las mismas ni exigido su

respeto tanto a la Administración como a terceros, con la consecuencia

de que si mencionada autorización no ha sido obtenida y no puede ser

ejercitada jurídicamente, mal se pueden causar daños y perjuicios

porque otro distinto al propietario del solar, la obtenga; máxime que,

no se encuentra acreditado en las actuaciones, ni que D. Ricardo

hubiera agotado todos los cauces para obtener la pretendida

autorización administrativa para la instalación de las "vallas

publicitarias", acudiendo incluso a la jurisdicción contencioso-

administrativa donde podría haber obtenido, en su caso el

reconocimiento de dicha situación jurídica individualizada".

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Ahora bien, tal exigencia de prueba, no sólo respecto

de la realidad del daño sino de su extensión, no excluye la

posibilidad de indemnizar aquéllos respecto de los cuales no

haya sido posible una prueba plena y concluyente, sino que, en

ocasiones, se procede a una valoración ponderada o prudencial,

como en la sentencia de la Audiencia Nacional relativa a los

daños y perjuicios irrogados al diario "El Alcázar" por haber

sido excluido de la publicación de propaganda institucional. La

Sentencia del Tribunal Supremo que se refiere al asunto, de 16

de diciembre de 1997 (ponente González Rivas) señala, en orden

a la cuantificación del perjuicio por los ingresos dejados de

percibir, lo siguiente (obsérvese, además, la invocación

realizada al art. 1.107 del Código Civil, ante el actuar doloso

de la Administración):

"A la vista de lo que antecede y ante la imposibilidad reconocida por

la propia Sentencia del Tribunal Supremo de 14 de enero de 1988, de

calcular exactamente el quantum indemnizatorio con que se debe

resarcir al recurrente, hay que confirmar, al amparo de la libertad

ponderada de juicio que asiste a la Sala de instancia, que para la

determinación de la indemnización se puede considerar como elemento

prudencialmente indicativo, el criterio esgrimido por el actor, a

saber: una ratio de proporcionalidad respecto de los ingresos

recibidos por diarios de tirada semejante al publicar la propaganda

institucional y la relación de Secciones, Mesas y Locales electorales.

Este criterio permitió concluir que, en efecto, el diario "E.", por su

tirada y por su difusión o "audiencia" (número de lectores por

ejemplar) en el momento de la campaña institucional, debió haber

ingresado una cantidad superior a la pagada al diario YA e inferior a

la obtenida por "D." y, en todo caso, muy próxima por exceso o por defecto a los doce millones solicitados.

Ahora bien, al mismo tiempo hay que ponderar, por una parte, que en lo

que a la propaganda institucional se refiere, la publicación no llegó

a efectuarse y, por tanto, tampoco se devengaron los gastos inherentes

a dicha publicación; por otra parte, también hay que reparar en que se

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ha acreditado el actuar doloso de la Administración en la producción

del daño, lo que hace inexcusable, a la hora de fijar la

indemnización, la aplicación del art. 1.107 del Código Civil, que

lleva a resarcir todos los daños que conocidamente se deriven, incluso

los indirectos. En este sentido, no se puede ignorar, como elemento

para la determinación de la indemnización, el perjuicio sufrido por la

tesorería de la empresa recurrente al negársele la consabida

contratación de publicidad. Al respecto, hay que reconocer que este

perjuicio es, sin duda, de difícil evaluación, pero también innegable en su realidad".

Para el caso de responsabilidad derivada de la

paralización de una explotación, la sentencia de 23 de junio de

1995 (ponente Hernando Santiago):

"Establecido el ámbito temporal de la paralización de la actividad

extractora imputable al Ayuntamiento de Quirós por su conducta,

procede cuantificar la lesión patrimonial sufrida por los reclamantes

durante dicho periodo, que en vía administrativa es cifrada por

"Compañía Explotadora de Minas Q., S.A.", en 317.620.582 pts. por los

siguientes conceptos: a) Por los beneficios o ganancias dejadas de

obtener, al no haber podido la Compañía reclamante extraer y vender

las 60.000 toneladas estimadas como existentes en la Zona y Area de

"F.": 292.380.000 pts. b) Por los salarios e indemnizaciones adeudados

a los trabajadores de la Compañía derivados de la paralización total

de sus actividades empresariales: 25.240.582 pts. c) Los intereses

legales de dichas sumas desde que la reclamación se efectuó. En la

demanda rectora del proceso la representación procesal de dicha

mercantil postula: a) 422.079.768 pts. por ganancias o beneficios

dejados de obtener, b) 1.055.199.420 pts. por las ganancias o

beneficios dejados de obtener durante la segunda prórroga del contrato de arrendamiento que se vio imposibilitada a solicitar por razón de la

situación de crisis económica padecida por razón de la paralización

decretada, c) 46.125.748 pts. por reclamaciones por salarios y

despidos del personal adscrito a dicha Compañía, del que se vio

obligada a prescindir por razón de la situación económica creada por

la paralización ordenada, y d) 70.830.792 pts., adeudadas a

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proveedores por la misma razón".

8.3. LA VALORACION DE LOS DAÑOS MATERIALES.-

Como daños materiales pueden considerarse tanto los

que recaen sobre las cosas (pérdida o deterioro de cosas

corporales, privación o desventaja en el ejercicio de los

derechos, lesiones corporales, daños psíquicos, lucro cesante,

etc...

El inciso final del art. 141.2 de la Ley 30/92, tras

apelar a las valoraciones establecidas en la Ley, se remite a

otro criterio

"...ponderándose, en su caso, las valoraciones predominantes en

el mercado".

A tal efecto, es primordial la prueba pericial (ver

sentencia antes reseñada, de 22 de junio de 1995 (ponente

Sieira).

La sentencia de 21 de abril de 1998 (ponente Xiol

Ríos), sobre indemnización en concepto de responsabilidad

patrimonial por los daños corporales sufridos por aquél

(incapacidad permanente total para su trabajo de agricultor),

ya que el accidente sufrido por el demandante ocurrió en las

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instalaciones de acceso a la Jefatura de Tráfico expresa, en

relación con la valoración de las lesiones ocasionadas:

"...La aplicación de las reglas de tasación legal de los daños

corporales contenidas en el anexo de la Ley sobre Responsabilidad

civil y seguro de vehículos de motor, modificada por la Ley de 8 de

noviembre de 1995, número 30/1995, de Ordenación y supervisión de los

seguros privados, titulado "Sistema para la valoración de los daños y

perjuicios causados a las personas en accidentes de circulación", que

tomamos con valor orientativo, por no ser aplicable a los supuestos de

responsabilidad de la Administración, nos pone de manifiesto que -aun

cuando no pueden conocerse con exactitud los datos médicos de la

hospitalización, de la sanidad y de la lesión biológica que

permitirían determinar con precisión la indemnización que hubiera

procedido de ser aplicables las correspondientes tablas-, la

indemnización básica por incapacidad temporal correspondiente al

prolongado periodo de sanidad y a los numerosos días de

hospitalización, con intervenciones quirúrgicas y práctica de

rehabilitación, en unión de la suma procedente por lucro cesante por

el mismo concepto, más la indemnización derivada de la lesión

biológica de paralización del nervio mediano, calculada en relación

con la edad del paciente, y la corrección de la indemnización básica

así obtenida mediante la aplicación de los factores de corrección

previstos en la citada ley por lucro cesante y por incapacidad

permanente total arrojarían una cantidad similar a la solicitada, que

esta sala en consecuencia, haciendo uso de sus facultades de

apreciación considera procedente, como suma actualizada al día de hoy,

para el resarcimiento de los distintos conceptos que han quedado

expresados".

8.4. LA VALORACION DE LOS DAÑOS MORALES.-

131

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Como hemos afirmado anteriormente, la valoración de

los daños morales suscita grandes dificultades estimativas.

La sentencia de 20 de julio de 1996 (ponente Peces

Morate) nos ilustra sobre la doctrina de la Sala, que recoge y

resume: en ella, El TS desestima el recurso de casación

interpuesto por la Junta de Andalucía confirmando la sentencia

impugnada en cuanto fija la indemnización que la Junta debe

abonar a los recurrentes por el fallecimiento de su hijo a

consecuencia de la caída de la rama de un árbol cuando visitaba

el recinto del Conjunto Histórico Arqueológico de Itálica.

"La doctrina consolidada de esta Sala del Tribunal Supremo en relación

con la indemnización por perjuicios morales, según se recoge, entre

otras, en SS 1 diciembre 1989, 4 abril 1989, 31 octubre 1990, y en las

sentencias de esta propia Sección de 27 noviembre 1993, 19 noviembre

1994 y 2 diciembre 1995 (recurso de casación 1101/92, ff. jj. 5º y

8º), citada correctamente en la sentencia recurrida, no es otra que la

de que aquéllos son susceptibles de compensación económica a pesar de

las dificultades en su determinación cuantitativa por carecer de

parámetros o módulos objetivos para valorar el "pretium doloris", por

lo que dicha indemnización siempre tendrá un cierto componente

subjetivo y habrá de consistir en una suma razonable.

Dicha doctrina jurisprudencial ha sido respetada por el Tribunal "a

quo" al decidir la cuantía de la indemnización a satisfacer por la

Administración a los padres del fallecido a consecuencia de la caía de

la rama de un árbol cuando visitaba un conjunto arqueológico

gestionado por dicha Administración".

También resulta interesante la de 21 de abril de 1998

(ponente Xiol), antes citada. en lo relativo a los daños 132

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morales, señala:

"Esta Sala tiene reiteradamente declarado que el resarcimiento del

daño moral por su carácter afectivo y de "pretium doloris" carece de

parámetros o módulos objetivos, lo que conduce a valorarlo en una

cifra razonable, que siempre tendrá un cierto componente subjetivo

(sentencias del Tribunal Supremo de 1 de diciembre de 1989, 4 de abril

de 1989, 31 de octubre de 1990, 27 de noviembre de 1993, 19 de

noviembre de 1994, 2 diciembre 1995, 20 de julio de 1996, 26 de abril

de 1997 y 5 de junio de 1997, entre otras).

Al igual que sucede con el daño moral, en el que puede considerarse

incluido el daño biológico, la apreciación del perjuicio patrimonial

como consecuencia de la disminución de actividades durante la vida

futura del lesionado tampoco permite una valoración fundada en datos cuantitativamente precisos y exige del tribunal una ponderación de las

circunstancias que previsiblemente puedan afectarle.

Finalmente, aun cuando el lucro cesante derivado de la incapacidad

temporal sí puede determinarse con exactitud en función de la prueba

practicada, la jurisprudencia civil y penal viene admitiendo, en caso

de no demostrarse la existencia de un perjuicio superior, la fijación

de una cantidad diaria de modo presuntivo, técnica aceptada por el

sistema legal de valoración del daño corporal".

8.4.1. En caso de muerte.-

Habrán de ser valoradas las implicaciones económicas

de la falta de la víctima en las condiciones de vida de quienes

convivían con ella (cónyuge, hijos, padres), habiéndose

establecido, con carácter de principio, el de conservación de

los ingresos de la familia, además de que han de indemnizarse

los daños morales o "pretium doloris".133

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Una sentencia de 3 de diciembre de 1982 (Ponente Díaz

Eimil), a la que antes nos referimos, define

extraordinariamente los daños morales: (Se trata de un caso en

el que el Tribunal Supremo estima el recurso interpuesto contra

la denegación de la reclamación de indemnización por daños y

perjuicios formulada por los recurrentes, como consecuencia de

la muerte de su hijo por disparos de agentes de la guardia

civil).

"Que, los perjuicios económicos que comporta para los padres la muerte

de su hijo son en cierta medida de fácil cuantificación, pues ésta

puede encontrar adecuado fundamento en datos objetivos aptos para ser

convertidos en términos dinerarios, como son, el importe de los

ingresos normales del hijo, la ayuda que con cargo a ellos reciben los

padres, la edad de aquél y de éstos, el índice previsible de

desvalorización de la moneda y cualesquiera otros que, en conjunción

con los anteriores, intervengan como factores cuantificables en el

contexto económico-familiar alterado por el hecho de la muerte del

hijo, susceptibles todos ellos de coadyuvar a una capitalización con

arreglo a criterios rigurosamente matemáticos; pero no ocurre lo mismo

en relación con los daños morales en cuanto que éstos se producen en

un área espiritual y afectiva que es difícilmente reducible a métodos

propios de las ciencias exactas y, si bien debe reconocerse el serio

esfuerzo de la Administración en hallar una solución justa a dicha

dificultad, acudiendo a la aplicación analógica del Régimen del seguro

obligatorio de viajeros, la esencial diferencia que existe entre éste,

sometido a tarifas fijas que responden al designio de establecer una

cobertura predeterminada aplicable a casos previstos en términos de

generalidad, y el del instituto de la responsabilidad patrimonial del

Estado por funcionamiento normal o anormal de los servicios públicos,

en el que es esencial encontrar en cada caso concreto una

indemnización que sea proporcional y adecuada al real perjuicio

sufrido por el ciudadano, obliga a tener presente en todo momento las

especiales circunstancias que concurran en el caso específicamente

contemplado y someterlas a una valoración subjetiva global, pues

aunque ello equivale a moverse en un marco de gran relatividad e

indeterminación, no existe otro medio de apreciar la intensidad del 134

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sufrimiento moral inferido y, con arreglo a ello, resulta innegable la

extraordinaria gravedad que alcanza el dolor moral de unos padres de avanzada edad se que se ven condenados a la más completa soledad por

el resto de sus vidas a consecuencia de la muerte, ocasionada al

margen de cualquier género de culpa propia, de un hijo en plena

juventud, que constituía su única compañía y sustento y que le

aportaba la fundada esperanza de ampliar la convivencia familiar con

motivo de su próximo e inmediato matrimonio, y tales consideraciones,

unidas a los perjuicios económicos, a pesar de haber sido éstos en

cierta forma paliados por la pensión concedida por la mutualidad a que

pertenecía su hijo fallecido, evidencian que la indemnización

solicitada de 3.000.000 pts., teniendo en cuenta además las cantidades

normalmente concedidas por los tribunales, en casos análogos, no se

manifiesta como excesiva para compensar los daños económicos y morales

ocasionados a los recurrentes".

También, como hemos visto, constituye una doctrina

jurisprudencial riterada que son compatibles las pensiones u

otras prestaciones y las indemnizaciones reclamadas en concepto

de responsabilidad patrimonial (a este respecto, las sentencias

de 12 de marzo de 1991; 2 de marzo y 28 de noviembre de 1995; y

27 de marzo y 17 de abril de 1998).

En ésta última (ponente Sieira) se establece, en

relación con dicha compatibilidad y la necesidad de deducir el

importe de las prestaciones que hayan sido percibidas, a fin de

evitar situaciones de enriquecimiento injusto:

"...la sentencia impugnada en modo alguno hace abstracción de las

cantidades reconocidas en concepto de pensión extraordinaria sino que

muy al contrario las ha tenido en cuenta para llegar a la cifra

indemnizatoria que señala, lo que se aprecia con la simple lectura del

inciso final del fundamento jurídico cuarto cuando afirma que debe

evitarse una doble compensación mediante la coordinación de los

aspectos cuantitativos.

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Establecido pues el criterio de compatibilidad legal entre aquéllas y

estas prestaciones, ese principio de indemnidad integral ha de operar

siempre, pues cada uno de los títulos indemnizatorios es independiente

de los demás y debiendo de aplicarse sobre cada uno de ellos

independientemente considerados ese principio de indemnidad sin ningún

otro tipo de modulación o límite que el derivado de sus propios

condicionamientos como título individual, pues de lo contrario no

podría hablarse de títulos indemnizatorios distintos, de tal manera

que si bien cuando estemos ante pensiones indemnizatorias no

contributivas el quantum de estas ha de tenerse en cuenta a la hora de

fijar la indemnización derivada de la responsabilidad patrimonial de

modo que entre ambos conceptos no se llegue a producir un

enriquecimiento injusto, ello no ocurrirá en los casos de pensiones

derivadas del régimen de clases pasivas ya que aquella se percibiría

igual cuando concurra el supuesto fáctico previsto para ello aun

cuando éste no tuviese relación con el actuar en la Administración".

Y la de 27 de mayo de 1995 (ponente Peces Morate), se

refiere también a dicha compatibilidad:

Sin embargo, el Tribunal "a quo" rechaza, para fijar la indemnización

en favor de la perjudicada, tener en cuenta el resarcimiento acordado

al efecto por la Jurisdicción Penal con el argumento de que la

decisión de ésta no puede limitar ni condicionar la potestad

específica de la jurisdicción Contencioso-administrativa y de que

aquélla se cifró en atención sólo a la responsabilidad del conductor,

pero, aunque una y otra obligación nacen de causas distintas (la

primera de la falta cometida y de la responsabilidad punible de su

autor mientras que la segunda dimana del funcionamiento de los

servicios públicos y de la responsabilidad patrimonial o

extracontractual de la Administración), sin embargo se ha de evitar el

enriquecimiento injusto que supondría duplicar la reparación o

indemnización de los daños y perjuicios realmente sufridos por la

víctima de la falta, quien, al mismo tiempo, experimentó una lesión

por el no funcionamiento del servicio público de seguridad vial, por

lo que, determinar la referida indemnización para la lesionada, la

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Sala de 1ª instancia debió ponderar la cantidad que la jurisdicción

del orden penal había concedido en concepto de reparación de daños e

indemnización y perjuicios. A pesar de no haberlo hecho, nos está

vedado pronunciarnos sobre el "quantum" indemnizatorio por no haber

sido esta cuestión suscitada, como motivo de impugnación, en este

recurso de apelación, ya que la representación procesal de la apelante

se limita a invocar la inexistencia de la acción de responsabilidad

patrimonial de la Administración, cuyo planteamiento, como hemos

expresado, resulta inaceptable.

8.4.2. Lesiones corporales.-

Pueden ser objeto de diversos conceptos

indemnizatorios:

* los gastos derivados de la lesión (gastos

hospitalarios, médicos, farmacéuticos, de rehabilitación, de

prótesis y otros), incluyendo los de desplazamiento que se

acrediten, los de auxilio de tercera persona, etc.

* El lucro cesante durante el periodo que se vio

imposibilitado el lesionado de trabajar (excluyendo los que

sean objeto de cobertura por la Seguridad Social).

* Disminución física o incapacidad creada, así como

las secuelas o la deformidad ocasionadas.

* Los daños morales.

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la Sentencia de 2 de junio de 1994 (ponente Sánchez

Andrade y Sal), en que el TS estima en parte el recurso de

apelación sobre responsabilidad patrimonial del Estado y

declara el derecho del recurrente a ser indemnizado por el

Estado por la perdida de la visión de un ojo, debido al impacto

de una pelota de goma en el curso de un enfrentamiento entre la

Guardia Civil y los trabajadores, indemnización que se le será

satisfecha siempre y cuando por tal motivo, no hubiese sido

indemnizado por la Seguridad Social, resume los conceptos

indemnizables:

"...resulta obligado declarar su derecho a ser indemnizado por el

Estado del daño que efectivamente sufrió, daño cuya evaluación, en

cuanto a la pérdida de visión de su ojo izquierdo, se fija en

5.000.000 pts., indemnización que le será satisfecha siempre y cuando,

por tal motivo, pérdida de la visión de su ojo izquierdo, ocurrida el

9 abril 1987, no hubiera sido indemnizado por la S.S., en cuyo caso la

indemnización a satisfacer por el Estado, de 5.000.000 pts. se

reducirá en la cantidad que la S.S. le hubiere satisfecho. No

procediendo indemnizarle los salarios que le corresponderían durante

el tiempo que estuvo dado de baja por las lesiones sufridas el 9 abril

1987, al estar acreditado que fueron abonadas por la TGSS".

Por su parte, la de 16 de diciembre de 1994 (ponente

Martínez Sanjuán), señala:

"La curación de las lesiones corporales sufridas por un accidentado,

ya se produzcan aquellas por colisión entre vehículos de motor o como

resultado directo del mal estado de las carreteras y, por ende, del

anormal funcionamiento de un servicio público encomendado a la

administración, han de tener una misma calificación jurídica, -

lesiones producidas en accidente de circulación-, y, una misma

extensión y calificación de su responsabilidad, ya sea producida

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directamente por un particular o por el funcionamiento del servicio

público; encomendado a la administración. Para el particular que sufre

la lesión le es indiferente quien sea el responsable de dicha lesión,

su sufrimiento espiritual y corporal es de la misma identidad; luego

si, en el supuesto de lesiones acaecidas por una colisión producida,

de automóviles entre si o de un automóvil con un obstáculo entre

particulares, cabe la indemnización por "precium doloris"; no existe

razón jurídica alguna para excluir de referida posibilidad, cuando la

colisión se produce con ocasión de la circulación de un automóvil, sin

culpa o negligencia alguna del conductor, contra un obstáculo de la

carretera que la administración debió a su tiempo haber evitado.

El problema de la evaluación económica de referido "daño o sufrimiento

espiritual" del accidentado, para determinar el "quantum" de la

indemnización, se salva, acudiendo a los criterios establecidos en la

reglamentación del seguro de automóviles, en relación con los de la

jurisprudencia producida con motivo de la indemnización de los daños

sufridos por los lesionados en accidentes de circulación de vehículos

de motor; cual hace la sentencia ahora recurrida; por lo que ha de ser

ésta confirmada en este concreto extremo".

8.4.2.1. Daños morales ocasionados en relación con la

actividad empresarial.-

A tal respecto, la sentencia de 4 de octubre de 1997

(ponente Peces Morate), sobre la responsabilidad patrimonial

del Ayuntamiento de Lugo en concepto de resarcimiento de daños

y perjuicios ocasionados por la paralización de la construcción

de un edificio, expresa:

"Se niega la Sala de 1ª instancia a conceder indemnización alguna por

el daño moral con el argumento de que no se ha acreditado el

incumplimiento de contratos con terceros, pero, aparte de carecer de

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sólida justificación si se ha denegado a los demandantes el

recibimiento a prueba, entre los perjuicios morales reclamados no sólo

se incluyen los incumplimientos con proveedores y clientes, lo cual es

normal cuando una obra, que está ejecutándose, se paraliza por causas

ajenas a la empresa constructora, sino que se invoca también la

desviación de la posible clientela compradora, que, ante la

incertidumbre producida por la paralización, desiste de su opción

inicial, y cuyos perjuicios se calculan por los peritos

extraprocesales en 3.000.000 pts., sin que tal cantidad deba reputarse

inadecuada dado el componente subjetivo de la reparación del daño

moral, reiteradamente recordado por la jurisprudencia de esta Sala

(entre otras, SS 1 diciembre 1989, 4 abril 1989, 31 octubre 1990, 27

noviembre 1993, 19 noviembre 1994, 2 diciembre 1995 y 20 abril 1996),

y la cuantía de los demás daños y perjuicios causados con al indebida

paralización de las obras, que el silencio de la Administración

demandada ha impedido contrastar con otros criterios valorativos, por

lo que debe estimarse también dicha pretensión encaminada a obtener la

reparación del daño moral".

8.5. MOMENTO DE VALORACION DEL PERJUICIO.-

8.5.1. LA FIJACION DE LA INDEMNIZACION Y SU

ACTUALIZACION.-

Hay que distinguir dos momentos: el de la fijación de

la indemnización y el del pago, entre los cuales puede

transcurrir un periodo de tiempo lo suficientemente amplio como

para devaluar el valor real de la cantidad fijada.

El art. 141.3 de la Ley 30/92, en su redacción

modificada por la Ley 4/99, dice así:

140

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"3. La cuantía de la indemnización se calculará con referencia al día

en que la lesión efectivamente se produjo, sin perjuicio de su

actualización a la fecha en que se ponga fin al procedimiento de

responsabilidad con arreglo al índice de precios al consumo, fijado

por el Instituto Nacional de Estadística, y de los intereses que

procedan por demora en el pago de la indemnización fijada, los cuales

se exigirán con arreglo a lo establecido en la Ley General

Presupuestaria".

Atendiendo al principio de reparación integral, la

jurisprudencia había venido admitiendo la actualización de las

cantidades, contando desde el momento del hecho hasta el de la

fijación de la cantidad, sin perjuicio del devengo de intereses

hasta el momento del pago. Tales mecanismos consisten, bien en

la aplicación de un índice corrector de la depreciación

(normalmente, el IPC), bien con el devengo de intereses.

La sentencia de 19 de julio de 1997 (ponente Peces

Morate), afirma:

"Como ha declarado reiteradamente esta Sala, la responsabilidad

patrimonial de la Administración conlleva la reparación integral de

los daños y perjuicios producidos, la cual no se alcanzaría si la

deuda de valor no se actualizase bien con la aplicación de un

coeficiente corrector bien con el devengo del interés legal de la

cantidad debida (sentencias de fechas 2 julio 1994, 11 febrero 1995, 6

febrero 1996 y 12 noviembre 1996), al igual que sucedería de haberse

producido en legal forma la expropiación del terreno ocupado con el

devengo de los intereses de demora en la tramitación y pago del

justiprecio debido, que, en este caso, se sustituye por la expresada

indemnización a causa de la actuación de la Administración generadora

de su responsabilidad patrimonial".

y la de 16 de diciembre de 1997 (ponente González

Rivas), en parecidos términos:

141

Page 142: JURISPRUDENCIA RECIENTE EN MATERIA DE ...seminari.fmc.cat/ARXIUS/autors99-00/08.doc · Web viewDe las diferentes razones que se exponen en esta sentencia, nos interesan en particular

"Sin entrar en la polémica, puramente académica, de si el abono de los

intereses legales de las cantidades, que han de compensar el perjuicio

por responsabilidad patrimonial de la Administración, constituye una

forma equilibrada de resarcimiento total, al actualizar la deuda, o

más bien se trata de una indemnización complementaria por demora en el

pago de la cantidad que, como principal, debió satisfacerse en su día

a fin de reparar el perjuicio, lo cierto es que la jurisprudencia de

esta Sala Tercera del Tribunal Supremo ha declarado, hasta

consolidarse como doctrina legal, que la indemnización por

responsabilidad patrimonial de la Administración debe cubrir todos los

daños y perjuicios sufridos hasta conseguir la reparación integral de

los mismos, lo que no se lograría si el retraso en el cumplimiento de

tal obligación no se compensase, bien con la aplicación de un

coeficiente actualizador bien con el pago de intereses por demora,

pues ambos sistemas propenden precisamente a la consecuencia de una

reparación justa y eficaz.

Sea con uno u otro significado, la Administración demandada debe pagar

el interés legal de las cantidades exigibles como principal desde que

éstas le fueron reclamadas por la perjudicada hasta la notificación de

la sentencia, calculado según el interés de demora vigente a la fecha

del devengo, contabilizándose año por año conforme al tipo expresado

en las leyes de Presupuestos Generales del Estado, sin perjuicio de

los intereses legales que, a su vez, puedan devengarse hasta el

completo pago (Sentencias del Tribunal Supremo de 11 de noviembre de

1985 de la antigua Sala Cuarta, 15 de octubre de 1990, 24 de febrero

de 1992, 9 de marzo de 1992, de la Sección Tercera de la Sala Tercera,

y de esta Sección Sexta de la propia Sala Tercera de fechas 14 de mayo

de 1993 - recurso 135/90 - fundamento de derecho quinto, 22 de mayo de

1993 - recurso 137/90 - fundamento de derecho quinto, 22 de enero de

1994 - recurso 153/90 - fundamento de derecho cuarto, y 29 de enero de

1994 - recurso 184/90 - fundamento de derecho séptimo)".

y la de 21 de abril de 1998 (ponente Xiol):

142

Page 143: JURISPRUDENCIA RECIENTE EN MATERIA DE ...seminari.fmc.cat/ARXIUS/autors99-00/08.doc · Web viewDe las diferentes razones que se exponen en esta sentencia, nos interesan en particular

“Esta Sala viene considerando como uno de los instrumentos

adecuados para hacer efectivo el principio de indemnidad que

palpita tras la institución de la responsabilidad patrimonial de

la Administración -junto con otros posibles procedimientos de

actualización o compensación de la mora, como el abono de

intereses (sentencia de 20 de octubre de 1997)-, la

consideración de la obligación pecuniaria de resarcimiento como

una deuda de valor, que lleva a fijar la cuantía de la deuda

actualizada al momento de su determinación o fijación, y no al

momento de producción del daño (sentencias de 15 de enero de

1992, 24 de enero de 1997 y 16 de diciembre de 1997, entre

otras). En el caso examinado, dado el largo tiempo transcurrido

entre el hecho acaecido y la resolución definitiva del caso,

este procedimiento parece especialmente adecuado".

Idéntica doctrina se contiene en las sentencias de 19

y 23 de noviembre de 1996; 24 de enero, 15 de febrero, 19 de

abril y 6 y 31 de mayo de 1997.

8.5.2. ACTUALIZACION DE LA INDEMNIZACION A LA FECHA

EN QUE SE PONGA FIN AL PROCEDIMIENTO.-

Se trata de una de las novedades de la Ley 4/99, que

consagra legalmente el principio de actualización, consecuencia

del de indemnidad que ya venía reconociendo la jurisprudencia.

Lo recoge el art. 141.3:

"...sin perjuicio de su actualización a la fecha en que se ponga fin

al procedimiento de responsabilidad con arreglo al índice de precios

al consumo, fijado por el Instituto Nacional de Estadística...".

143

Page 144: JURISPRUDENCIA RECIENTE EN MATERIA DE ...seminari.fmc.cat/ARXIUS/autors99-00/08.doc · Web viewDe las diferentes razones que se exponen en esta sentencia, nos interesan en particular

A juicio de González Pérez, este principio opera

dentro del procedimiento administrativo, como del proceso

judicial.

Sin embargo, lo que no prevé la Ley es la tasación de

las ulteriores lesiones surgidas de la fuente del daño inicial.

es decir, en otras palabras, un mecanismo semejante al de la

retasación, cuando hayan variado las circunstancias esenciales

determinantes de la valoración, por consecuencia directa del

daño inicial, como sucede con los agravamientos, dolores o

secuelas inicialmente no previstos.

Queda decir que la actualización se llevará a cabo

conforme al Indice de Precios al Consumo, sin que la Ley prevea

o autorice otra revalorización monetaria que no sea esa.

8.5.3. INTERESES POR DEMORA EN EL PAGO.-

Según González Pérez, se trata de una de las

cuestiones más confusas de las que se plantean en materia de

responsabilidad patrimonial. De hecho, el art. 141.3 establece

que la actualización lo es

"...(sin perjuicio) de los intereses que procedan por demora en el

pago de la indemnización fijada, los cuales se exigirán con arreglo a

lo establecido en la Ley General Presupuestaria".

El problema es interpretar que, una vez actualizada

la cuantía en el momento de poner término al procedimiento, ya 144

Page 145: JURISPRUDENCIA RECIENTE EN MATERIA DE ...seminari.fmc.cat/ARXIUS/autors99-00/08.doc · Web viewDe las diferentes razones que se exponen en esta sentencia, nos interesan en particular

queda compensado el perjudicado por los perjuicios originados

con la demora en la fijación de la valoración y que, por lo

tanto, sólo procederían los intereses desde dicho momento hasta

el completo pago. Pero tal interpretación pugnaría con el

principio de reparación integral.

La jurisprudencia más reciente acepta el devengo de

intereses desde la reclamación en vía administrativa (lo que,

en cierto modo, altera el régimen general de los intereses, en

aras del citado principio de reparación integral, pues venía

siendo un dogma jurisprudencial que las deudas no líquidas no

generaban intereses, lo que en otras materias (contratos,

expropiación forzosa, etc...) impedía el reconocimiento de

intereses moratorios en caso de condena parcial, es decir, de

estimación parcial de la demanda contencioso-administrativa.

Así, la de 31 de mayo de 1997 (ponente Peces Morate): "La indemnización por responsabilidad patrimonial de la Administración

debe cubrir todos los daños y perjuicios sufridos hasta conseguir la

reparación integral de las mismos, lo que, entre otras formas, puede

conseguirse con el pago del interés legal por demora, y de aquí que

sea doctrina jurisprudencial consolidada la de que las cantidades que

la Administración debió abonar para reparar en su momento el daño

causado devengan, desde que fueron reclamadas en vea administrativa

por los damnificados hasta que sean íntegramente satisfechas, el

interés legal, contabilizado año por año, conforme al tipo expresado

en las Leyes de Presupuestos Generales del Estado, sin que los dos

puntos de incremento fijados por el art. 921 LEC puedan imponerse

cuando la obligada al pago sea la Administración General del Estado

(SS 14 mayo 1993, 22 mayo 1993, 22 enero 1994, 29 enero 1994, 2 julio

1994, 11 febrero 1995, 23 febrero 1995, 9 mayo 1995, 6 febrero 1996,

24 junio 1996, 12, 19 y 23 noviembre 1996, 24 enero 1997, 15 febrero

1997, 19 abril 1997 y 6 mayo 1997, entre otras)".

Esta rebaja de los dos puntos del art. 921 de la

L.E.C. al Estado no es aplicable a las Comunidades Autónomas 145

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(sentencia de 13 de noviembre de 1997, ponente Sieira, entre

otras muchas).

La previsión específica de la fijación de la

indemnización con referencia temporal al momento en que la

lesión efectivamente se produjo, resultaba ser contradictoria

con el principio general de reparación integral del daño

causado. En efecto como se encargó de poner de relieve la

Sentencia del Tribunal Supremo de 21 de enero de 1991:

"así como la justicia tardía lleva en sí misma un germen de

injusticia, una indemnización apropiada -justa, en definitiva-, puede

deteriorarse gravemente por obra del tiempo, si trascurre con exceso

desde el momento en que debió haber sido pagada y aquel otro en que se

cobró. El retraso en el cumplimiento de la obligación de indemnizar se

convierte de tal guisa en una nueva lesión patrimonial que el acreedor

no tiene tampoco el deber de soportar".

La Ley contenía como único sistema de compensación

por la mora de la Administración el pago de los

correspondientes intereses, que según la sentencia de 14 de

febrero de 1998 deben computarse desde que se reclamó a la

Administración en la vía previa hasta su completo pago,

incrementado en dos puntos dicho interés legal desde la fecha

de la sentencia pronunciada en la instancia conforme al art.

921 de la Ley de Enjuiciamiento civil.

Como afirma Martín Rebollo "interesa decir algo

también de lo que significa una reparación integral cuando está

por medio un importante desfase temporal entre los hechos y la

sentencia condenatoria, y aún entre ésta y su ejecución. La

solución tradicional en estos casos es la condena al pago de

intereses sobre la cantidad que supone la indemnización. Pero

cabe también apuntar, partiendo de la base de que se trata de

146

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deudas de valor y no de cantidad, a la retasación en el propio

proceso".

El principio y técnica de la actualización de las

indemnizaciones había sido acogido por la doctrina

jurisprudencial, así en la sentencia de la Sala de Revisión del

Tribunal Supremo de 12 de marzo de 1991, y también por el

propio Consejo de Estado en el Dictamen 1677/91 de 2 de abril

de 1992. Incluso reciente jurisprudencia, a pesar de los

términos en que venía redactada la Ley seguía manteniendo tal

criterio, así la Sentencia del Tribunal Supremo de 30 de junio

de 1998, señala que la jurisprudencia "considera como uno de

los instrumentos adecuados para hacer efectivo el principio de

indemnidad que palpita tras la institución de la

responsabilidad patrimonial de la Administración -junto con

otros posibles procedimientos de actualización o compensación

de la mora, como el abono de intereses- la consideración de la

obligación pecuniaria de resarcimiento como una deuda de valor,

que lleva a fijar la cuantía de la deuda actualizada al momento

de su determinación o fijación y no al momento de producción

del daño. En el caso examinado la Sala considera adecuado el

procedimiento de actualización con arreglo al IPC a la fecha de

la sentencia de instancia, determinada en ejecución de

sentencia".

La modificación operada en la Ley 30/92 acoge

plenamente tal criterio en cuanto junto a los intereses se

establece que

"La cuantía de la indemnización se calculará con referencia al día en

que la lesión efectivamente se produjo, sin perjuicio de su

actualización a la fecha en que se ponga fin al procedimiento de

responsabilidad con arreglo al índice de precios al consumo, fijado

147

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por el Instituto Nacional de Estadística...".

8.6. LA COMPENSACION EN ESPECIE.-

8.6.1. LA PRESTACION DISTINTA A LA INDEMNIZACION EN

DINERO.-

Lo normal es la indemnización en metálico, que

compense económicamente los daños y perjuicios sufridos,

dejando al perjudicado indemne de la lesión, en los términos

que hemos visto.

El art. 141.4. de la Ley 30/92 señala:

"La indemnización procedente podrá sustituirse por una compensación en

especie o ser abonada mediante pagos periódicos, cuando resulte más

adecuado para lograr la reparación debida y convenga al interés

público, siempre que exista acuerdo con el interesado".

Como ya hemos dejado apuntado uno de los principios

fundamentales en que se basa el sistema español de

responsabilidad patrimonial de la Administración, es el de

reparación integral, concepto que significa o exige la

necesidad de que la víctima recupere el 'status' patrimonial

anterior a la lesión, quedando por ello absolutamente indemne

del perjuicio ocasionado.

La reparación integral se logra mediante dos 148

Page 149: JURISPRUDENCIA RECIENTE EN MATERIA DE ...seminari.fmc.cat/ARXIUS/autors99-00/08.doc · Web viewDe las diferentes razones que se exponen en esta sentencia, nos interesan en particular

sistemas: de un lado mediante la extensión y ampliación de los

medios destinados a lograr tal reparación, esto es, a través de

una adecuada configuración del concepto de indemnización y, de

otro, a través de una concepción amplia de los daños

indemnizables, ampliables, no sólo a los daños patrimoniales

sino también a los morales etc., como ya hemos visto.

Como afirma la Sentencia del Tribunal Supremo de 24 de enero de

1997 (ponente Xiol Ríos):

"El principio de total indemnidad, que caracteriza la responsabilidad

patrimonial de la administración por el funcionamiento normal o

anormal de los servicios públicos, es una consecuencia del carácter

objetivo de esta responsabilidad. El deber de resarcir alcanza por

ello todas las consecuencias que objetivamente se deriven del hecho

dañoso, siempre que no se aprecie una ruptura del nexo de causalidad

entre los daños o perjuicios causados y la actividad de la

Administración. Para determinar si existe o no este nexo deben

compulsarse únicamente los factores objetivos de la existencia de una

actividad de la Administración y de la inexistencia de una carga por

parte del particular de soportar el riesgo o los daños o perjuicios

que dicha actividad pueda ocasionar. No debe exigirse, en

consecuencia, que los daños o perjuicios fueran previstos o

previsibles, ni siquiera que fueran evitables, salvo que concurra una

circunstancia de fuerza mayor".

8.6.2. Sistemas de reparación.-

Desde la perspectiva de la indemnización, la

reparación puede lograrse "in natura", esto es, restableciendo

la situación jurídica violentada, al margen de toda

consideración económica, piénsese en el acceso a la

Administración pública de un trabajador injustamente 149

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postergado, si bien lo normal, también en muchos casos como el

anterior, es que se opte decididamente por la vía supletoria de

la indemnización de contenido económico.

En cuanto a la reparación "in natura", cabe citar la

sentencia de 11 de julio de 1995 (ponente Sieira), en la que el

TS considera que dicha pretensión de exclusión por fuerza mayor

es ilógica, pues la Administración no estudió con carácter

previo a la ejecución del proyecto de obra las peculiaridades

del terreno sobre el que aquélla habría de ejecutarse, lo que

pone de relieve una conducta negligente de aquélla que afirma

la existencia de un funcionamiento anormal de los servicios

públicos:

"Centrándonos en el análisis del primero de los motivos de casación

articulados, el Sr. Abogado del Estado alega infracción del art. 40

LRJAE así como de la Jurisprudencia que lo interpreta, si bien es

cierto que no cita sentencia alguna en la que fundamentar el último

extremo de su afirmación, limitándose, en su argumentación, a señalar

que tanto el art. 40 citado, como el art. 106 CE reconocen el derecho

de los particulares a "ser indemnizados" y en el presente caso, afirma

el Sr. Abogado del Estado, "se condena a la Administración a una

obligación de hacer y no solamente al pago de una indemnización, lo

que, en opinión del Sr. Abogado del Estado, es contrario a los

preceptos citados, que lógicamente, al tratarse de un supuesto de

responsabilidad extracontractual que en definitiva proviene del art.

1902 CC, contemplan una obligación de pago del daño, pero en absoluto

una obligación de hacer".

Tal afirmación del recurrente no puede ser admitida como argumento

bastante para hacer prosperar el motivo de casación que analizamos,

pues en modo alguno puede sostenerse, en los términos absolutos en que

se afirma, que el hecho de que la ley se refiera únicamente a

indemnización ello signifique que quede excluida en todo caso la

reparación in natura. Ello es así por que la lesión patrimonial puede

tener su origen tanto en un hecho material como en un acto 150

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administrativo formalmente tal, y en este último caso la acción de

resarcimiento puede canalizarse a través de la impugnación del acto y

si así se hace la propia normativa reguladora de la Jurisdicción

Contenciosa abre la vía de la reparación "in natura" dado que el

demandante podrá solicitar, conforme al art. 42 de la Ley de la

Jurisdicción, las medidas adecuadas para el pleno restablecimiento de la situación jurídica individualizada, lo que no es óbice para que la

restitución específica pueda y deba ir acompañada de una indemnización

adicional si el acto anulado hubiera causado una lesión evaluable. Sin

embargo, atendida la finalidad del art. 40 de la Ley Reguladora de la

Jurisdicción, que, como bien dice el recurrente, responde a la misma

finalidad que el art. 1902 CC, que no es otra que el pleno

resarcimiento o reparación del daño causado, no puede sostenerse

tampoco que la vía de la indemnización en dinero sea la única para

llevar a cabo dicho resarcimiento, máxime en aquellos supuestos en que

tal indemnización no permite la reparación integral del daño causado.

El art. 40 LRJAE, cuyo contenido ha quedado constitucionalizado por el

art. 106,2 CE, configura el deber del Estado de tener que indemnizar,

reparar, compensar o resarcir el daño producido, o lo que es lo mismo

la responsabilidad u obligación en definitiva de dejar el patrimonio

del administrado, que ha resultado perjudicado, en la situación en la

que estaba antes de ser perturbado por la lesión sufrida como

consecuencia del funcionamiento normal o anormal de los servicios

públicos, salvo en los casos de fuerza mayor, resarcimiento que podrá

ser in natura o por equivalente al tener que abonar una suma dineraria

que sea la que satisfaga el "it quod interest" mas los perjuicios

producidos ulteriormente.

Tal criterio interpretativo viene ya sostenido desde antaño por la

Sala 1ª de este TS en relación con los supuestos del art. 1902 CC,

precepto con el que el recurrente incardina el art. 40 de la Ley de la

Jurisdicción que ahora examinamos. En efecto, la STS 3 marzo 1978,

Sala 1ª afirma que los verbos indemnizar a que alude el art. 1101 CC,

al igual que lo hace el art. 40 LRJAE que ahora nos ocupa, el verbo

reparar a que se refiere el art. 1902 CC, con el que el recurrente

incardina el art. 40 de la Ley de Régimen Jurídico al regularse en

ambos casos, en definitiva, una responsabilidad extra contractual,

responden a la misma finalidad de restablecer la situación económica y

151

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patrimonial del perjudicado, con lo que ambos están incluidos en el

concepto jurídico que a la palabra indemnización asigna el art. 1106

CC, según establecen ya entre otras las SS 22 octubre 1932 y 9 junio

1949, siendo el primero, indemnizar, de mayor amplitud que el segundo,

reparar, cuyo significado , según el Diccionario Oficial de la Lengua,

significa "componer, aderezar o enmendar el menoscabo que ha padecido

una cosa", por lo que al estar este segundo concepto incluido en el

primero de mayor amplitud, no puede excluirse la reparación in natura

por el simple hecho de que el precepto en cuestión utilice el verbo

indemnizar, dado que, como queda dicho, la finalidad esencial del art.

40 de la Ley de Régimen Jurídico es dejar el patrimonio del

administrado, que ha resultado perjudicado, en la situación que estaba

antes de ser perturbado por la lesión sufrida como consecuencia del

funcionamiento normal o anormal de los servicios públicos y esa

reposición del patrimonio a su situación anterior a la lesión causada

podrá serlo tanto mediante la reparación in natura como por la vía de

la reparación equivalente en dinero. Pero no ha sido sólo la

Jurisprudencia de la Sala 1ª de este TS la que ha declarado la

procedencia de la reparación in natura en los supuestos del art. 1902

CC, sino que también la Jurisprudencia Contencioso Administrativa se

ha pronunciado ya sobre este punto en relación con el art. 40 LRJAE,

así S 17 junio 1987 de la antigua Sala 4ª y sentencias de esta misma

Sala y Sección 14 febrero 1990 y 20 marzo 1995.

Conviene finalmente recordar aquí que la Ley 30/92 en su art. 141,4

prevé ya de manera expresa la reparación in natura en aquellos casos

en que resulte más adecuado para lograr la reparación debida, convenga

al interés público y exista acuerdo con el interesado, precepto que si

bien no es aplicable al caso que nos ocupa por razón de la fecha, si

nos sirve como elemento integrador de la interpretación favorable a la

posibilidad de entender incluida la reparación "in natura" en el

ámbito del art. 40 LRJAE, si bien en la actual redacción del art.

141,4 Ley 30/92 se produce una restricción, al exigirse acuerdo de las

partes, no exigible en los supuestos como el que nos ocupa que se

rigen por el art. 40 de la Ley de Régimen Jurídico por razones

temporales.

En el caso que nos ocupa, del análisis de lo actuado se deduce con

absoluta claridad que la reparación equivalente en dinero no garantiza

152

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la reparación del patrimonio lesionado y ello de una parte porque para

conseguir tal fin ha de actuarse sobre bienes de dominio público

mediante la realización, en los muros de contención de la C.N. 340 a

su paso por la urbanización A., de las obras de reforzamiento

necesarias para la consolidación definitiva de los terrenos, evitando

así que continúen produciéndose daños en el patrimonio de los

demandantes y de otra parte, como pone de relieve el informe emitido

por el Ingeniero Sr. H., ratificados por el Departamento de Geología

de la Universidad de Granada, resulta conveniente una acción conjunta

sobre la carretera y la urbanización en orden a la ejecución de las

medidas que recomienda, acción conjunta que resulta extremadamente

dificultosa ni hubiese de actuarse separadamente sobre cada clase de

bienes, razón esta que justifica que la reparación deba efectuarse in

natura por la propia Administración demandada, resolviéndose las

discrepancias que en este punto puedan surgir en trámite de ejecución

de sentencia, debiendo concretarse las reparaciones a efectuar sobre

los bienes propiedad de los demandantes a las necesarias para eliminar

los daños tanto en edificaciones como en solar y elementos afectados

que se recogen en el informe pericial, practicado de periodo

probatorio, emitido por el arquitecto Luis M. y las que han de

efectuarse en suelo público a fin de lograr la estabilización de los

terrenos a las que figuran en el informe del ingeniero Sr. H.,

resolviéndose, como decimos, las discrepancias que puedan surgir al

respecto en cuanto a la realización de las mismas en trámite de

ejecución de sentencia, sin que la intervención de los técnicos que

los demandantes puedan contratar a efectos de controlar dicha

ejecución pueda interferir en la dirección y ejecución de las obras

que haya de efectuarse en suelo público para la estabilización del

terreno y que se recogen, como queda dicho, en el informe del

Ingeniero Sr. H.".

El típico campo de actuación de esta reparación en

especie es el de los daños causados en la realización de obras

públicas, pues la reparación puede consistir en la reposición

de

la situación jurídica anterior: reconstrucción de lo demolido,

reposición de un camino, etc.

153

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También se puede dar en el campo sanitario, mediante

el cuidado y tratamiento del paciente en instituciones propias

de la Administración responsable y aún puede afirmarse que esta

fue una de las razones determinantes de la previsión legal

acerca de la reparación "in natura".

Sin embargo, donde sí tiene un reflejo legal

específico es en el campo de las indemnizaciones urbanísticas.

Así, en el art. 37 de la Ley 6/98, de 13 de abril, sobre

régimen del suelo y valoraciones y en el art. 217 de la Ley del

Suelo,

Texto refundido de 1992 (artículo no afectado por la Sentencia

del Tribunal Constitucional 61/91, de 20 de marzo), a cuyo

tenor:

Artículo 217. Pago del justiprecio por adjudicación de terrenos

"En las expropiaciones no motivadas por el incumplimiento de deberes

urbanísticos, la Administración actuante podrá satisfacer el

justiprecio mediante la adjudicación de terrenos equivalentes situados

en la misma área de reparto que los expropiados. Por convenio con el

afectado podrán adjudicarse también terrenos situados fuera de dicha

área".

O sea, que se puede indemnizar en aprovechamiento

urbanístico patrimonializable. Y lo que es predicable de la

expropiación forzosa, puede extenderse al campo de la

responsabilidad patrimonial.

Puede recordarse, aquí, lo expresado respecto de la

responsabilidad patrimonial en materia urbanística.

Volviendo a la reparación "in natura", cabe afirmar

que es un supuesto totalmente normal si se piensa que una de

las vías de reconocimiento y restablecimiento de los bienes y 154

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derechos es la procesal de acumulación a la pretensión de

nulidad de la pretensión de resarcimiento (restitución de una

situación jurídica funcionarial, admisión a participar en unas

pruebas selectivas, obligación de tramitar un procedimiento

administrativo, etc.).

Lo que sucede es que, como señala González Pérez, el

principio indemnizatorio es inverso, porque en el seno del

proceso y como petición de restablecimiento de una situación

jurídica particular alterada por el acto o disposición que se

impugne, lo normal es la restitución "in natura", abriendo paso

a la indemnización en metálico cuando aquélla no sea posible.

Por el contrario, en materia de responsabilidad patrimonial, la

regla general es la inversa, es decir, el pago de una suma de

dinero, y sólo cuando sea preferible para satisfacer el

principio de reparación integral se admite la restitución o

reparación en especie.

Como establece el art. 141.4 de la Ley de

Procedimiento Administrativo:

"4. La indemnización procedente podrá sustituirse por una compensación

en especie o ser abonada mediante pagos periódicos, cuando resulte más

adecuado para lograr la reparación debida y convenga al interés

público, siempre que exista acuerdo con el interesado".

Con ello se hace alusión a los dos requisitos a que

se somete esta modalidad indemnizatoria:

a) que resulte más adecuado para lograr la reparación debida

y convenga al interés público y

b) que exista acuerdo con el interesado, acuerdo que podrá

155

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suscitar el interesado en su reclamación o en un momento

posterior, mediante convenio e incluso una vez establecida la

indemnización dineraria, como fórmula novativa.

En cuanto al primero de los requisitos, no es sino

una especificación del principio según el cual "la

Administración sirve con objetividad los intereses

generales..." (art. 103 de la Constitución, según el cual la

Administración ha de actuar orientada a la satisfacción del

interés público.

Debe finalizarse este punto afirmando que, en cuanto

al contenido, variará en cada caso, pero no podrá significar

una reducción o desconocimiento del principio de reparación

integral. No existe jurisprudencia sobre el tema y su

extensión, fuera de los casos contemplados en relación con la

prestación acumulada a la de nulidad del acto.

9.- PROCEDIMIENTO PARA EXIGIR LA RESPONSABILIDAD PATRIMONIAL.-

El Preámbulo del Real Decreto 429/1993, de 26 de

marzo, por el que se aprueba el Reglamento de los

procedimientos de las Administraciones Públicas en materia de

responsabilidad patrimonial, señala, de forma sintética, las

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características esenciales del nuevo régimen de exigencia de

responsabilidad a la Administración, que pueden resumirse en

las siguientes:

1) La posibilidad de iniciación de oficio de los

procedimientos.

2) La sumisión al nuevo procedimiento de la

responsabilidad derivada de la actividad de las

Administraciones públicas tanto en relaciones de Derecho

público como privado.

3) La declaración de que las resoluciones de los

procedimientos ponen fin a la vía administrativa y, por

tanto, la improcedencia del recurso administrativo

ordinario, quedando expedita la vía jurisdiccional

contencioso-administrativa y

4) El establecimiento de un procedimiento abreviado de

reconocimiento de la responsabilidad patrimonial de las

Administraciones públicas, cuando se den los supuestos de

inequívoca relación de causalidad entre la lesión y el

funcionamiento del servicio público, que la valoración del daño

y cálculo de la cuantía de la indemnización sean, asimismo,

inequívocos.

Como hemos señalado, el Reglamento regula dos tipos

de procedimientos diferenciados, de un lado el procedimiento

general y, de otro, el procedimiento abreviado.

Resumiremos ahora su regulación, para centrarnos en

los aspectos en lo que existen pronunciamientos

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jurisprudenciales relevantes.

9.1. PROCEDIMIENTO GENERAL.- (ARTS. 4 a 13)

9.1.1. INICIACION.-

El procedimiento general se puede iniciar de oficio o

por reclamación de los interesados:

A) Iniciación de oficio.- Se produce cuando el órgano

competente para iniciar el procedimiento de responsabilidad

patrimonial entiende que se ha producido una lesión en los

bienes y derechos de los particulares.

El Acuerdo de iniciación se notifica a los

particulares presuntamente lesionados, concediéndoles un plazo

de 7 días para que formulen alegaciones y aporten documentos e

información, al tiempo que podrán proponer cuantas pruebas

consideren oportunas.

El procedimiento se instruirá, aún cuando los

particulares no se personen en el plazo establecido.

B) Iniciación por reclamación del interesado.- La

solicitud del interesado deberá contener las especificaciones

del art. 70 de la LRJA-PAC, esto es, el nombre y apellidos o

designación de representante, el medio o lugar a efectos de

notificaciones, la fecha, la firma, el órgano ante el que se

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presenta, etc.. Igualmente y de forma concreta debe contener:

1) Lesiones producidas.

2) Relación de causalidad entre éstos y el funcionamiento

del servicio público.

3) Evaluación económica de la responsabilidad y

4) Momento en que se produjo la lesión.

Admitida la reclamación el procedimiento se impulsará

de oficio.

9.1.2 TRAMITACION.-

A) Práctica de pruebas.- Se practicaran en el plazo

de 30 días, sólo podrán rechazarse las pruebas propuestas por

los interesados cuando sean manifiestamente improcedentes o

innecesarias mediante resolución motivada, existiendo la

90posibilidad excepcional de abrir un período extraordinario de

prueba.

B) Informes.- En el plazo de 10 días, salvo que se

acuerde por las circunstancias del caso un plazo mayor o menor

que no podrá exceder de un mes, se solicitarán los que se

convinieran necesarios y, en todo caso, al servicio cuyo

funcionamiento haya ocasionado la presunta lesión indemnizable.

C) Audiencia.- Tiene lugar después de la instrucción

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y antes de la propuesta de resolución, salvo en los supuestos

del art. 37.5. LRJA-PAC.

El plazo para formular alegaciones es no inferior a

10 días ni superior a 15, pudiendo presentar los documentos que

estime pertinentes e incluso proponer al órgano instructor la

terminación convencional del procedimiento fijando los términos

del acuerdo indemnizatorio.

En los procedimientos iniciados de oficio, cuando el

interesado no se haya personado en ningún trámite y no lo

hiciese en el de audiencia, el instructor propondrá que se

dicte resolución declarando el archivo provisional, tal archivo

se convierte en definitivo cuando transcurre el plazo de

prescripción de la reclamación salvo que el interesado se

persone en dicho plazo.

D) Dictamen.- En los supuestos en que resulte

preceptivo, recabándose en el plazo de 10 días del Consejo de

Estado o del órgano Consultivo de la Comunidad Autónoma,

acompañando todo lo actuado en el procedimiento y una propuesta

de resolución o propuesta de acuerdo de terminación

convencional.

El dictamen que se emitirá en el plazo máximo de dos

meses se pronunciará sobre:

1) Relación de causalidad entre el funcionamiento del

servicio público y la lesión producida.

2) Valoración del daño causado.

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3) Cuantía y fórmula o modalidad de indemnización.

La sentencia del Tribunal Supremo de 27 de noviembre

de 1990 (ponente García Manzano) pone de relieve la importancia

de este dictamen del Consejo de Estado:

"En el procedimiento administrativo para decidir sobre reclamaciones

de responsabilidad patrimonial frente a la Administración del Estado,

el art. 22, núm. 13, de la LO 3/1980, de 22 de abril, del Consejo de

Estado, dispone la previa y preceptiva consulta a la Comisión

Permanente del alto órgano consultivo, reiterando la prescripción

contenida en el art. 134.3 del reglamento de Expropiación Forzosa, de

manera tal que, como ha destacado una reiterada jurisprudencia que por

conocida excusa su cita en detalle, el dictamen del Consejo de Estado

se erige en un trascendente requisito formal, de carácter garantizador

no sólo para el particular reclamante sino para los órganos de la

Administración activa que han de pronunciarse sobre la procedencia y,

en su caso, cuantía de la indemnización. Su ausencia produce, por

tanto, la nulidad del acto expreso denegatorio de la indemnización,

dado su carácter no convalidable (arts. 48.2 y 53.5 Ley de

Procedimiento Administrativo), y determina la retroacción del

procedimiento administrativo al momento en que sea recabado el omitido

dictamen previo, solución propugnada por el mismo defensor de la

Administración demandada en su contestación a la demanda".

Y la sentencia de 19 de enero de 1989 (ponente Burón Barba), lo

considera un requisito esencial:

"Planteado así, desde el principio uno de los aspectos jurídico -

materiales que podían influir en la procedencia de la reclamación de

daños y perjuicios formulada a la Administración del Estado, tanto

esta cuestión como la de la insuficiencia de prueba de la certeza de

los hechos y de la cuantía de los daños y perjuicios debieron

inexcusablemente someterse al preceptivo informe del Consejo de Estado

antes de declarar su inadmisibilidad a la vista de lo ordenado en el

art. 22.13 LO de dicho cuerpo consultivo y 130 de su reglamento.

Tercero.-- El principio de economía procesal que esgrime el letrado

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del Estado no autoriza, ni puede autorizar prescindir de la consulta

obligada, en un caso en el que se ha pretendido resolver la

reclamación con una aplicación mecánica de la teoría de la carga de la

prueba que no se aviene con los principios del Procedimiento

Administrativo -arts. 81.1 y 88.2 LPA -, por todo lo cual procede

anular el expediente desde el momento anterior al de dictar la

resolución de 23.9.83, para que se cumpla lo previsto en el art. 22.13

LO del Consejo de Estado, sin perjuicio de que previamente pueda

completarse la instrucción si así lo acuerda el Organo Administrativo

competente",

que la Sentencia de 15 de noviembre de 1990 (ponente

Cancer Lalanne) considera un defecto insubsanable:

"...como los términos del art. 22 pfo. 13 LO 3/1980, de 22 de abril,

son claros respecto a la necesidad del dictamen del Consejo de Estado

en las reclamaciones de indemnización, que, como la de autos, se

suscitan ante la Administración del Estado, y como sea que dicha

omisión era insubsanable, según el art. 53 pfo. 5º Ley del

Procedimiento Administrativo, hay que concluir con que era conforme a

Derecho la sentencia que se apela, lo que determina la consiguiente

desestimación de la apelación, puesto que desde la posición de apelado

asumida por la Abogacía del Estado, que supone la necesidad de

solicitar la confirmación de la sentencia impugnada, no cabe que se

entre a dilucidar sobre la incompetencia del órgano Ministerio de

Obras Públicas y Urbanismo para pronunciarse sobre la solicitud

indemnizatoria planteada por el actor, frente a la actuación del

Estado legislador".

Ahora bien, la Sala III, en su más reciente

jurisprudencia, considera que no es válido que el Estado

esgrima la ausencia de un dictamen que con su conducta

contribuyó a omitir, en los casos de desestimación presunta por

silencio administrativo.

"En el motivo sexto se denuncia la falta de audiencia del Consejo de

Estado en el expediente de responsabilidad patrimonial. El motivo no

puede prosperar, por las siguientes razones:

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a) Plantea una cuestión nueva no planteada en la instancia, la cual no

ha sido sometida, en consecuencia, al principio de contradicción en

relación con las facultades de alegación y prueba de las partes, y no

puede ser por ende, según una jurisprudencia inveterada de este

Tribunal, planteada en casación.

b) El defecto, de existir, sería imputable a la propia Administración

que lo causó con la defectuosa tramitación del expediente de

responsabilidad patrimonial, la cual no hubiera podido hacerlo valer

desde la posición de parte demandada que adoptó en el proceso, sino

sólo haciendo uso de las facultades de revisión de oficio de los actos

administrativos, que exigen la previa declaración de lesividad para

impugnarlos ante la jurisdicción contencioso-administrativa.

c) En aquellos casos en los que la administración deniega la

reclamación por el concepto de responsabilidad patrimonial sin

solicitar el informe del Consejo de Estado o del órgano consultivo

autonómico correspondiente, entender que el tribunal competente para

fiscalizar la actividad administrativa no puede pronunciarse en favor

del reconocimiento de la responsabilidad patrimonial sin retrotraer el

procedimiento para que se recabe el dictamen omitido supondría hacer

recaer sobre el particular un nuevo perjuicio por el retraso como

consecuencia del error cometido por la administración de modo

incompatible con el derecho a un proceso sin dilaciones indebidas que

consagra el artículo 24.2 de la Constitución como derecho fundamental.

Así viene entendiéndolo de modo habitual esta Sala, salvo los casos excepcionales en los que, dada la complejidad de las cuestiones

debatidas, considera que no tiene a su disposición elementos de juicio

suficientes para resolver sobre el fondo del asunto (sentencia de 17

de mayo de 1988)".

9.1.3 TERMINACION.-

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a) Convencional. - En cualquier momento del

procedimiento anterior al trámite de audiencia, el órgano

competente a propuesta del instructor podrá acordar con el

interesado un acuerdo indemnizatorio.

b) Normal.- Mediante resolución expresa o por

silencio con carácter desestimatorio si transcurre un plazo de

6 meses desde el inicio del procedimiento o el plazo que

resulta de añadirle el plazo extraordinario de prueba.

La resolución se pronunciará, necesariamente, sobre

la existencia o no de la relación de causalidad entre el

funcionamiento del servicio público y la lesión producida y, en

su caso, sobre la valoración del daño causado y la cuantía de

la indemnización, explicitando los criterios utilizados para su

cálculo.

9.2. PROCEDIMIENTO ABREVIADO.-

Sólo podrá iniciarse antes del trámite de audiencia

en el procedimiento general, cuando el instructor considere que

son inequívocos la concurrencia de los elementos de la

responsabilidad.

1) Audiencia.- Notificación del acuerdo de iniciación

del procedimiento abreviado y plazo de 5 días para formular

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alegaciones o acordar la terminación convencional del

procedimiento.

2) Dictamen.- En los supuestos en que proceda que

será emitido en el plazo de 10 días.

3) Terminación.- Recibido el dictamen o transcurrido

el plazo para su emisión, el órgano competente resolverá el

procedimiento o someterá la propuesta de acuerdo para su

formalización por el interesado y por el órgano administrativo

competente para suscribirlo. Si el dictamen discrepa de la

propuesta de resolución o de la propuesta de terminación

convencional, el órgano competente para resolver acordará el

levantamiento del procedimiento general y la remisión de lo

actuado al instructor, notificándolo al interesado.

Transcurridos 30 días sin resolución expresa, se haya

formalizado acuerdo o se haya levantado la suspensión del

procedimiento general, podrá entender que la resolución es

contraria a la indemnización del particular.

10. ESPECIAL REFERENCIA A LA PRESCRIPCION DE LA ACCION DE RESPONSABILIDAD.-

10.1 CRITERIOS GENERALES.- 165

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La prescripción de la acción de responsabilidad se

regula en el art. 142.5 de la Ley 30/1992, cuando establece

que:

"En todo caso el derecho a reclamar prescribe al año de producido el

hecho o el acto que motive la indemnización o de manifestarse su

efecto lesivo. En caso de daños, de carácter físico o psíquico, a las

personas el plazo empezará computarse desde la curación o la

determinación del alcance de las secuelas".

La Ley deja claro que se trata de un supuesto de

prescripción de acciones y no de caducidad, lo que determina la

aplicación de los supuestos de interrupción legalmente

previstos.

La jurisprudencia, ya antes de la entrada en vigor de

la Ley 30/92, consideraba que se trataba de un plazo de

prescripción, y no de caducidad, dando entrada a la posibilidad

de interrupción, pese al tenor literal del art. 40 de la Ley de

Régimen Jurídico de la Administración del Estado. Esta

jurisprudencia era numerosa y cabe citar, entre otras, las

sentencias de 22 de marzo de 1990; 16 de mayo de 1990; 17 de

julio de 1992; 25 de noviembre de 1992; y 2 de noviembre de

1994.

La de 12 de mayo de 1997 (ponente González Rivas), ya

citada varias veces, resume la doctrina sobre la cuestión,

invocando, además, la teoría de la "actio nata" que rige en

Derecho Civil.

"El plazo es de prescripción y no de caducidad, como reconocieron los

dictámenes del Consejo de Estado de 11 julio 1968, 18 febrero 1971 y

17 marzo 1983, así como el posterior dictamen de 13 diciembre 1984, y

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ha sido la jurisprudencia del Tribunal Supremo, en una S 11 noviembre

1965 inicial, siguiendo las disposiciones contenidas en los arts. 1969

y 1973 CC, sobre el comienzo del cómputo del plazo de prescripción, la

que ha puesto de manifiesto como la diferencia de los conceptos de

caducidad y prescripción extintiva, mientras no se produzca durante un

cierto tiempo implica la inactividad del titular y el derecho tiene su

origen preciso y duración determinada a partir del nacimiento del

mismo, que ha de buscarse siempre en el acto que posibilita su

realización, pues de otra forma se estaría ante una atribución

imaginaria, comenzando a correr desde que se estabilizan los efectos

lesivos en el patrimonio del reclamante, por lo que es necesario

valorar, a efectos de indemnización, el cómputo del plazo para

reclamar, teniendo en cuenta el enlace entre el hecho motivador y el

daño producido, de forma que cuando los efectos se proyectan en el

tiempo a través de un proceso necesario para la aparición,

estabilización y consolidación de los daños y para la determinación de

su alcance y la posibilidad consiguiente de diferente valoración, no

cabe el hecho como punto inicial del cómputo del plazo por la esencial

relevancia que tiene a efectos de la responsabilidad administrativa,

no ya el hecho en sí, sino su trascendencia lesiva y sólo cuando el

daño se ha hecho patente puede ser ejercitado el derecho a la

indemnización en las condiciones exigidas en el propio precepto legal,

al imponer que el daño sea efectivo, evaluado económicamente e

individualizado, circunstancias que mal pueden acreditarse cuando no

ha tenido aun cumplida realidad el efecto dañoso, aunque sus causas se

remonten a un momento anterior.

Otras sentencias posteriores (SSTS 14 abril 1991 y 30 septiembre 1993,

Sala 1ª) reconocen que para que se inicie el plazo de prescripción es

preciso que se conozca la trascendencia e importancia de los daños que

puedan ser objeto de reclamación".

10.2. COMPUTO DEL PLAZO:

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Según el art. 142.5 de la Ley 30/92:

"En todo caso, el derecho a reclamar prescribe al año de producido el

hecho o el acto que motive la indemnización o de manifestarse su

efecto lesivo. En caso de daños, de carácter físico o psíquico, a las

personas el plazo empezará a computarse desde la curación o la

determinación del alcance de las secuelas".

Antes nos hemos referido a la doctrina de la "actio

nata", en virtud de la cual el cómputo del plazo para ejercer

la acción sólo puede comenzar cuando ello es posible

(sentencias de 27 de diciembre de 1985 y 13 de marzo de 1987).

La de 5 de noviembre de 1997 (ponente González Rivas)

se refiere a ella:

"teniendo en cuenta que el Código Civil sigue el principio de la

"actio nata" y dispone en el artículo 1969 que el tiempo para la

prescripción de toda clase de acciones, cuando no hay disposición

especial que otra cosa determine, se contar desde el día que pudieran

ejercitarse las respectivas acciones, lo que a efectos de una posible

exigencia de responsabilidad implica el cómputo del término para la

prescripción a partir del momento en que el perjudicado tuvo

conocimiento del daño que sufrió, plazo prescriptorio de la acción que

determina que ésta comienza a correr al tener conocimiento del daño,

aunque no sea preciso el conocimiento de la cantidad líquida del

reclamante a que asciende el mismo".

Y la repetida de 12 de mayo de 1997 (ponente González

Rivas) reitera:

"En suma, ante el dilema derivado de la estimación retroacción del

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plazo al momento de entrada en vigor del Tratado de Adhesión de España

a la Comunidad Económica Europea (1 enero 1986) y la fecha que

consigna la parte recurrente como determinante del cómputo de la

acción para exigencia de responsabilidad (1 enero 1993), habiéndose

formulado la reclamación el 4 diciembre 1993, es decir, dentro del

plazo de 1 año, hay que interpretar, en coherencia con la

jurisprudencia de la Sala (SS 5 febrero 1980, 3 febrero, 29 abril

1986, 10 febrero, 8 junio 1989 y 7 febrero 1997), en un sentido

ampliatorio y favorable para el actor el inicio del cómputo de

prescripción, siendo de tener en cuenta, a mayor abundamiento, el

principio "pro actione", flexible en cuanto a las inadmisibilidades

por defectos procesales, con sujeción a lo propugnado en el contenido

constitucional del art. 24 CE y el art. 11,3 LOPJ".

Finalmente en este punto, la de 28 de abril de 1998

(ponente Xiol Ríos), afirma:

"La conclusión obtenida tiene su origen en la aceptación por este

Tribunal (sentencias de la Sala Tercera de 19 de septiembre de 1989, 4

de julio de 1990 y 21 de enero de 1991) del principio de la «actio

nata» (nacimiento de la acción) para determinar el origen del cómputo

del plazo para ejercitarla, según el cual la acción sólo puede

comenzar cuando ello es posible y esta coyuntura se perfecciona cuando

se unen los dos elementos del concepto de lesión, es decir, el daño y

la comprobación de su ilegitimidad".

Con carácter general, el "dies a quo" del plazo de

prescripción, se computa desde que se produzca el daño o el

acto que motive la indemnización, sin embargo existen supuestos

especiales:

A) Los supuestos de manifestación posterior del

efecto lesivo que hasta tal momento se desconocía.

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B) Los casos de daños de carácter físico o psíquico a

las personas, en los que el plazo empezará a computarse desde

la curación o la determinación del alcance de las secuelas.

C) Los supuestos de los denominados daños

continuados. El Tribunal Supremo en Sentencia de 22 de junio de

1995, distingue entre los daños continuados en contraposición

al concepto de daños permanentes, entendiendo por los primeros

aquéllos en que el acto generador de los mismos se agota en un

momento concreto, aun cuando sea inalterable y permanente en el

tiempo el resultado lesivo, en tanto que los segundos son

aquéllos que en base a una unidad de acto se producen día a día

de manera prolongada en el tiempo y sin solución de

continuidad. En el primero de los supuestos el plazo de

prescripción no empieza a computarse hasta que no cesan los

efectos lesivos, por contraposición a lo que ocurre en el

supuesto de daños permanentes en que el plazo empieza a

computarse en el momento en que se produce la conducta dañosa.

Por último conviene hacer referencia al supuesto

regulado en el art. 142.4 a cuyo tenor

"la anulación en vía administrativa o por el orden jurisdiccional

contencioso-administrativo de los actos o disposiones administrativas

no presupone derecho a la indemnización, pero si la resolución o

disposición impugnada lo fuese por razón de su fondo o forma, el

derecho a reclamar prescribirá al año de haberse dictado la Sentencia

definitiva, no siendo de aplicación lo dispuesto en el punto 5".

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Concretamente, un supuesto bastante común lo constituye la

aplicación del efecto interruptivo en los casos de iniciación

anterior de un procedimiento de naturaleza penal. En este

sentido, el art. 146.2 señalaba que:

"La exigencia de responsabilidad penal del personal al servicio de las

Administraciones Públicas no suspenderá los procedimientos de

reconocimiento de responsabilidad patrimonial que se instruyan ni

interrumpirá el plazo de prescripción para iniciarlos, salvo que la

determinación de los hechos en el orden jurisdiccional penal sea

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necesaria para la fijación de la responsabilidad patrimonial".

Consecuentemente se establecía como regla de carácter

general la no interrupción del plazo de prescripción en los

supuestos de existencia de un previo procedimiento penal, de

forma tal que, el efecto interruptivo quedaba limitado a los

casos, tan inseguros de determinar, en los que la determinación

de los hechos en el orden jurisdiccional penal sea necesaria

para la fijación de la responsabilidad patrimonial.

La nueva redacción del precepto introducida por la

Ley 4/99, mantiene la referencia a la no suspensión de los

procedimientos administrativos, pero hace desaparecer la

mención a la interrupción de los plazos de prescripción. Esta

omisión debe ser interpretada en el sentido de considerar

nuevamente vigente la anterior doctrina jurisprudencial que

venía sosteniendo el efecto interruptivo como norma general.

Como afirmaba la sentencia del Tribunal Supremo de 2

de noviembre de 1994, reveladora de la doctrina a que acabamos

de referirnos:

"Pese a la expresión literal del art. 40,3, 'in fine', de la Ley de

Régimen Jurídico de la Administración del Estado, según el cual «el

derecho a reclamar caducará al año del hecho que motiva la

indemnización», es criterio jurisprudencial (Sentencia de 11 abril de

1987, por todas) que en razón al principio 'pro actione', dicho plazo

ha de entenderse de prescripción, como establece el art. 122 de la Ley

de Expropiación Forzosa, y, consiguientemente, susceptible de

interrupción, lo que determina que el referido plazo no debe ser

computado necesariamente desde la fecha en que se produjo el evento

dañoso, dado que la existencia de otras actuaciones encaminadas a

restablecer la situación alterada por tal evento interrumpe el plazo,

que habrá de iniciarse cuando la finalización de las mismas permita

ejercitar el derecho con pleno conocimiento de los elementos que lo

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definan y cuya concurrencia resulte exigible para su eficacia, por

ello la Jurisprudencia (Sentencia de 25 octubre de 1989, entre otras)

ha calificado reiteradamente como 'prescriptivo' el plazo regulado en el art. 40 de la Ley de Régimen Jurídico de la Administración del

Estado para exigir responsabilidad del Estado y no de caducidad, con

los efectos interruptivos propios de aquel instituto, criterio

jurisprudencial que ha tenido su plasmación legal en la Ley 30/92, de

26 noviembre sobre el Régimen Jurídico de las Administraciones

Públicas y del Procedimiento Administrativo Común que en su art. 142,5

establece que en todo caso el derecho a reclamar 'prescribe al año de

producido el hecho o el acto'... aún cuando la Jurisprudencia viene

señalando que por naturaleza prescriptiva que atribuye al plazo de un

año que establece la ley, tal plazo se interrumpe por las diligencias

y actuaciones de orden penal que se instruyan con motivo del mismo

hecho que fundamenta la reclamación indemnizatoria administrativa,

también señala que el plazo comenzará a correr desde que se produzca

el sobreseimiento de tales diligencias".

Con carácter general, el 'dies a quo' del plazo de

prescripción, se computa desde que se produzca el daño o el

acto que motive la indemnización, sin embargo existen supuestos

especiales:

A) Los supuestos de manifestación posterior del efecto

lesivo que hasta tal momento se desconocía.

B) Los casos de daños de carácter físico o psíquico a las

personas, en los que el plazo empezará a computarse desde la

curación o la determinación del alcance de las secuelas.

C) Los supuestos de los denominados daños continuados. El

Tribunal Supremo en sentencia de 22 de junio de 1995, distingue

entre los daños continuados en contraposición al concepto de

daños permanentes, entendiendo por los primeros aquéllos en que

el acto generador de los mismos se agota en un momento

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concreto, aun cuando sea inalterable y permanente en el tiempo

el resultado lesivo, en tanto que los segundos son aquéllos que

en base a una unidad de acto se producen día a día de manera

prolongada en el tiempo y sin solución de continuidad. En el

primero de los supuestos el plazo de prescripción no empieza a

computarse hasta que no cesan los efectos lesivos, por

contraposición a lo que ocurre en el supuesto de daños

permanentes en que el plazo empieza a computarse en el momento

en que se produce la conducta dañosa.

Por último conviene hacer referencia al supuesto

regulado en el art. 142.4 a cuyo tenor

"la anulación en vía administrativa o por el orden jurisdiccional

contencioso-administrativo de los actos o disposiones administrativas

no presupone derecho a la indemnización, pero si la resolución o

disposición impugnada lo fuese por razón de su fondo o forma, el

derecho a reclamar prescribirá al año de haberse dictado la Sentencia

definitiva, no siendo de aplicación lo dispuesto en el punto 5".

En esta materia y más concretamente en lo referente

al cómputo del plazo de prescripción mediante la determinación

del "dies a quo" se ha producido una significativa novedad, que

no se contiene en la reforma de la Ley 30/92, sino en la nueva

LJCA. En efecto el art. 72.2 de la nueva Ley establece que "la

anulación de una disposición o acto producirá efectos para

todas las personas afectadas. Las sentencias firmes que anulen

una disposición general tendrán efectos generales desde el día

en que sea publicado su fallo y preceptos anulados en el mismo

periódico oficial en que lo hubiera sido la disposición

anulada. También se publicarán las sentencias firmes que anulen

un acto administrativo que afecte a una pluralidad

indeterminada de personas".

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El Tribunal Supremo, en sentencia de 14 de junio de

1993, defendió que el plazo de prescripción debía computarse no

desde la publicación e inserción en el BOE, sino desde la fecha

de la publicación de la sentencia, coincidente con la fecha de

la misma, procediendo a declarar la prescripción de la acción

ejercitada por un farmaceútico como consecuencia de la nulidad

de la Orden Ministerial que fijaba el margen profesional en las

oficinas de Farmacia. La referida sentencia señalaba que la

acción para exigir la responsabilidad patrimonial de la

Administración del Estado sólo puede comenzar cuando ello es

posible, momento que no es otro, sino aquel en el cual haya

ganado firmeza la sentencia donde se declare la nulidad del

acto administrativo o disposición general origen o causa de la

responsabilidad patrimonial.

Al analizar esta doctrina el Tribunal Constitucional

en su sentencia 160/97, de 2 de octubre, afirmó que la cuestión

sometida a su conocimiento, al versar sobre la interpretación

de los plazos de caducidad y los de prescripción, constituye

una cuestión de legalidad ordinaria. Sin embargo acto seguido

efectuó una valoración en la que sostenía que el Tribunal

Supremo muy posiblemente no estuviera optando por la

interpretación más beneficiosa para la viabilidad de la acción

ejercitada, como acaso hubiera sido la de su inserción en el

BOE, o la de su notificación a las partes, por cuanto el

señalar como fecha de inicio del cómputo la de "lectura y

publicación" puede reducir, dependiendo del carácter que en la

práctica asuman dichas formalidades, el lapso temporal

efectivamente puesto a disposición de los particulares.

La cuestión puede considerarse resuelta. De una parte

y para el supuesto de anulación de disposiciones generales y de

actos que afectan a una pluralidad indeterminada de personas,

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el plazo debe empezar a computarse, tal y como señala la Ley

jurisdiccional, desde su publicación en el Boletín Oficial

correspondiente, de otro lado, y para el supuesto de nulidad

del resto de los actos administrativos, debe partirse de la

fecha de notificación de la sentencia.

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