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1 Referencias histórico-jurídicas de la Toma de Posesión de las Indias Occidentales Autor: Luis Gabriel Urquieta Introducción La conquista de América o Toma de posesión de las Indias Occidentales fue un amplio y complejo proceso histórico que inició el 12 de octubre de 1492 con el famoso desembarco de las tres carabelas en la isla de Guananhaní. Si bien en aquel momento Colón no tenía idea de la amplitud geográfica de su hallazgo, es un hecho que ese día significó el encuentro de civilizaciones que se habían desarrollado de forma independiente y que se desconocían mutuamente. Así inició, una fortuita relación que al paso del tiempo desencadenó el paulatino dominio europeo sobre los pueblos originarios del otro lado del atlántico. Españoles y portugueses, poseedores de un poderío armamentístico superior y un anhelo expansionista, ejercieron, en la mayoría de los casos, una violencia sistemática y discriminadora que encontró su sustento argumentativo en la gracia divina, representada terrenalmente por la Iglesia Católica Apostólica Romana y su máximo jerarca, el Papa. Si bien la incursión europea en América tuvo características propias de un genocidio promovido por anhelos expansionistas, cuyo deseo prioritario fue la búsqueda de riqueza y poder, también es cierto que las coronas española y portuguesa se arroparon en una narrativa religiosa propia de un “destino manifiesto”, que justificaba su intervención y sometimiento de los pueblos como un acto humanitario que procuraba salvar a los indios del pecado original, al considerar que todo aquel que no conocía sus creencias o fe estaba condenado al sufrimiento perpetuo después de la vida terrenal. De tal forma, este proceso, desde la óptica del opresor se trató de un acto benevolente. El llamado descubrimiento de América y la posterior posesión de las denominadas Indias Occidentales nos muestran una negación sistemática y dolosa del otro, del

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Referencias histórico-jurídicas de la Toma de Posesión de las Indias Occidentales

Autor: Luis Gabriel Urquieta

Introducción

La conquista de América o Toma de posesión de las Indias Occidentales fue un

amplio y complejo proceso histórico que inició el 12 de octubre de 1492 con el

famoso desembarco de las tres carabelas en la isla de Guananhaní. Si bien en

aquel momento Colón no tenía idea de la amplitud geográfica de su hallazgo, es

un hecho que ese día significó el encuentro de civilizaciones que se habían

desarrollado de forma independiente y que se desconocían mutuamente. Así

inició, una fortuita relación que al paso del tiempo desencadenó el paulatino

dominio europeo sobre los pueblos originarios del otro lado del atlántico.

Españoles y portugueses, poseedores de un poderío armamentístico superior y un

anhelo expansionista, ejercieron, en la mayoría de los casos, una violencia

sistemática y discriminadora que encontró su sustento argumentativo en la gracia

divina, representada terrenalmente por la Iglesia Católica Apostólica Romana y su

máximo jerarca, el Papa.

Si bien la incursión europea en América tuvo características propias de un

genocidio promovido por anhelos expansionistas, cuyo deseo prioritario fue la

búsqueda de riqueza y poder, también es cierto que las coronas española y

portuguesa se arroparon en una narrativa religiosa propia de un “destino

manifiesto”, que justificaba su intervención y sometimiento de los pueblos como un

acto humanitario que procuraba salvar a los indios del pecado original, al

considerar que todo aquel que no conocía sus creencias o fe estaba condenado al

sufrimiento perpetuo después de la vida terrenal. De tal forma, este proceso,

desde la óptica del opresor se trató de un acto benevolente.

El llamado descubrimiento de América y la posterior posesión de las denominadas

Indias Occidentales nos muestran una negación sistemática y dolosa del otro, del

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indio. La colonización implicó la imposición de un sistema de gobierno que

discriminaba y menospreciaba la cultura autóctona americana. Como plantea el

filósofo argentino-mexicano Enrique Dussel, fue un proceso encubrimiento a lo

diferente, sin darle la oportunidad de un diálogo que permitiera contrastar

semejanzas y diferencias en la percepción del mundo. Europa impuso su poder y

construyó una justificación mística que le daba Derecho a atropellar otras

civilizaciones en nombre de Dios.

Esta percepción etnocéntrica, promovida desde el seno de la Iglesia Católica,

continúa incólume hasta la actualidad. Claro ejemplo de ello, se manifestó en

Brasil, en la V Conferencia general del Episcopado latinoamericano y del Caribe,

celebrada el 13 de mayo del 2007, cuando el Papa Benedicto XVI dijo.

“¿Qué ha significado la aceptación de la fe cristiana para los pueblos de

América Latina y del Caribe? Para ellos ha significado conocer y acoger a

Cristo, el Dios desconocido que sus antepasados, sin saberlo, buscaban en

sus ricas tradiciones religiosas. Cristo era el Salvador que anhelaban

silenciosamente.”1

Para después realizar una polémica declaración:

“El anuncio de Jesús y de su Evangelio no supuso, en ningún momento,

una alienación de las culturas precolombinas, ni fue una imposición de una

cultura extraña.”

Ante tales palabras, no se hicieron esperar las críticas, incluso el presidente de

Venezuela, Hugo Chávez, arremetió contra el Papa.

“¿Cómo va a decir el Papa eso aquí, en esta tierra donde todavía deben

estar calientes los huesos de los mártires indígenas que fueron masacrados

1SesióninauguraldelostrabajosdelaVConferenciaGeneraldelEpiscopadoLatinoamericanoydelCaribe,13demayodel2007.Véaseensiguientelink:http://www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/speeches/2007/may/documents/hf_ben‐xvi_spe_20070513_conference‐aparecida_sp.html

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por el imperio europeo? Aquí ocurrió algo mucho más grave que el

Holocausto en la segunda guerra mundial y nadie puede negar esa verdad

que a nosotros tiene que dolernos todavía 500 años después. Nadie puede

negarlo, ni Su Santidad puede venir aquí a nuestra propia tierra a negar el

Holocausto aborigen…” 2

A pesar de que Hugo Chávez mostró un claro sentido común en su discurso, la

posición del Papa se remite a una postura histórica que ha asumido la Iglesia

Católica en relación a la conquista de América. En el siguiente trabajo, desde una

óptica académica y secular, conoceremos el entramado de justificaciones

teológicas, documentos y argumentaciones jurídicas que utilizaron las coronas de

España y Portugal para justificar cómo el Papa, en su papel de vicario de Cristo,

concedió, e incluso enalteció, la conquista y posesión de tierras lejanas.

2ComentariodelPresidenteHugoChávezFríasenrelaciónalasafirmacionesdelPapaBenedictoXVIsobreelHolocaustoaborigen.14demayodel2007.Sepuedeleeryescuchareldiscursoenelsiguientelink:http://www.embavenelibano.com/chavez010607s.html

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Donación de Constantino

Para entender el surgimiento de la Iglesia Católica como una institución influyente

en Europa, Asia Menor y el norte de África, debemos remitirnos al Imperio

Romano, en especial al periodo en que el emperador Constantino, recordado

honoríficamente como el treceavo apóstol, sentó las bases que hicieron pasar al

cristianismo de una práctica pagana ilegal y penada, a una estructura bien

conformada que terminaría por convertirse en religión oficial.

A partir del siglo I, la fe predicada de Jesús de Nazaret se comenzó a diseminar

dentro y fuera del Imperio Romano de forma clandestina. De aquella época,

sobresalen cientos de historias sobre mártires cristianos sacrificados cruelmente

por mandato de los emperadores romanos, quienes no toleraban religiones

distintas a la oficial.

Desde sus orígenes el cristianismo, como la mayoría de las religiones, tuvo un

afán de expansión universal, el cual sería crucial para que siglos después la

Iglesia católica estimulara la adición de indígenas americanos a su credo.

"Y Jesús se acercó y les habló diciendo: Toda potestad me es dada en el

cielo y en la tierra. Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones,

bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo;

enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí

yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén."3

Para el tercer siglo de nuestra era, el cristianismo ya era un credo ampliamente

extendido en la Europa mediterránea, fue en este contexto que en el año 306,

Falvio Valerio Aurelio Constantino, con 34 años, fue proclamado augusto o

emperador en Eboracum, actual York (Inglaterra). En aquella época, la disputa

por el poder había fraccionado al imperio, y para el año 307 compartían el título de

augustos: Constantino, Majencio, Maximiano y Galerio. Entre múltiples batallas en

3LaBiblia,Mateo28:18‐20.

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busca del poder, Constantino se enfrentó a Majencio en la mítica batalla de

Puente Milvio (28 de octubre de 312), a las afueras de Roma, de donde se relata

que Constantino, a través de un sueño, recibió una señal divina que consistía en la

aparición de la cruz acompañada por una voz que le decía “en este signo,

conquistarás” en griego, por lo que el emperador mandó a pintar los escudos de

sus tropas con ese símbolo que, se desea creer, fue determinante en la victoria

sobre Majencio.

Resulta irónico que la fe cristiana, basada en las enseñanzas pacifistas de Jesús,

cuyas citas bíblicas recogen planteamientos como “Si alguno te golpea en la

mejilla derecha, preséntale también la izquierda”4 o “Amen a sus enemigos, hagan

el bien a los que los odian y rueguen por los que los persiguen y calumnian, para

que sean hijos de su Padre celestial”5, de pronto, en el delirio del emperador

Constantino, haya pasado a ser un emblema de guerra. La Batalla de Puente

Milvio representó la primera vez, de la que se tenga registro, que se haya

exhortado a soldados a matar en nombre del cristianismo. Ante tal contradicción,

el escritor ruso Lev Tolstói llegaría a afirmar en el siglo XIX, que la promoción de la

guerra en nombre de Cristo es una de las peores herejías comúnmente

aceptadas6. Por lo tanto, fue el emperador Constantino, quien fue el pionero en

dotar al cristianismo y a la Iglesia constituida bajo su imperio, una lógica

beligerante y violenta.

Tras la batalla de Puente Milvio, el imperio romano quedó gobernado bajo la

alianza de dos emperadores, Constantino y Licino. En el año 313 ambos

emperadores reunidos en Milán, realizaron una serie de cartas dirigidas a todos

los gobernadores del imperio, en las cuales se exigía una absoluta tolerancia

hacia los cristianos. Esta reforma política, conocida históricamente como el Edicto

de Milán, hizo legal por primera vez la práctica del cristianismo.

4LaBiblia,Mateo. 5, 38-348

5LaBiblia,Mateo,5,43‐48

6Tolstói,Lev,“ElReinodeDiosestádentrodeVosotros”,1886.

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Aunque Constantino legalizó la nueva fe, según muestran múltiples relatos, estaba

lejos de ser un buen cristiano, sin embargo el impulso definitivo que dio a la nueva

religión, lo elevó en su momento a ser concebido como isochristos (igual a Cristo),

divinidad viviente vinculada directamente con el culto al sol. No obstante, el Dr.

Eduardo Luis Feher, catedrático de la UNAM, resalta rasgos de su cruel

personalidad:

“Fue muy criticado porque condenaba a los prisioneros de guerra a librar

combates mortales con bestias salvajes en Tréveris y Colmar, y por las

masacres colectivas en África del Norte. No sentía respeto por la vida

humana, y como emperador ejecutó a su hijo mayor, a su segunda esposa,

al marido de su hija favorita y a “muchos otros” sobre la base de

acusaciones dudosas.”7

Ante tales hechos, ¿qué legitimidad ética podría tener el emperador al ostentar

una fe que enaltecía la virtud del perdón hacia los ofensores?, mucho se podría

decir y especular sobre la influencia de Constantino, sin embargo resaltaremos un

cuestionamiento oportuno que realiza el Dr. Feher “¿El imperio se rindió al

cristianismo, o el cristianismo se prostituyó ante el imperio?” 8 A mi juicio, ambas

respuestas son afirmativas.

En el año 324, nuevos enfrentamientos por el poder terminaron con la derrota y

asesinato de Licino, lo que llevó a Constantino a ser la máxima y única autoridad

del Imperio Romano. Entre sus objetivos principales, el emperador deseaba

construir una Iglesia cristiana oficial, en la que el clero estuviese formado por

funcionarios civiles; con tal objetivo, el 20 de mayo de 325, se convocó el primer

Concilio ecuménico en Nicea (actualmente Iznik, Turquía), que buscó sentar las

bases ideológicas e institucionales del cristianismo. Al evento fueron invitados

todos los jerarcas cristianos del imperio, entre ellos el obispo de Roma, Silvestre I.

7Feher,LuisEduardo“LaTomadeposesióndelasIndiasOccidentales”,Porrúa,México,D.F,2012.p.34.

8Ibidem,p.36

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Como consecuencia del Concilio, se procedió a organizar la Iglesia en

patriarcados y diócesis, otorgándose el mismo rango a las sedes patriarcales de

Roma, Alejandría, Antioquia y Jerusalén, cuyos titulares recibieron el nombre de

arzobispos.

En particular, nos ocuparemos de la relación de Constantino con el obispo de

Roma, Silvestre I, ya que el supuesto favoritismo del emperador por él, es un tema

que la Iglesia Católica ha utilizado para justificar su preponderancia sobre los

demás jerarcas cristianos, gobernar como monarca la ciudad de Roma y sus

alrededores, y plantear un trascendental antecedente sobre cómo la máxima

autoridad terrenal, representada por Constantino El Grande, cedió y reconoció que

el Papa es el auténtico portador y vocero de la voluntad divina y, por lo tanto,

representa un poder sobrenatural por encima de cualquier rey o emperador.

La Donación de Constantino es un documento comprobadamente apócrifo desde

1440, cuando el humanista napolitano Lorenzo Valla pudo demostrar que se

trataba de un fraude de la curia romana a través del análisis lingüístico del texto

que hacía notar que el documento no podía estar fechado alrededor del año 300.

Este documento se basa en una leyenda escrita por Gregorio de Tours en la

“historia de los francos”, la cual relata que Constantino sufría de lepra y el Papa,

San Silvestre, a través de la gracia divina, hizo el milagro y lo curó. Como

agradecimiento, el emperador, humildemente, renunció a su título imperial a favor

de Silvestre, pero el Papa en un acto de mayor humildad, se negó a aceptar el

gigantesco poder terrenal. Como muestra de agradecimiento, Constantino condujo

a pie el caballo que montaba el pontífice y dejó Roma y el imperio occidental en

manos del Papa, motivo por el cual Constantino se mudó a oriente, a la nueva

capital, Constantinopla.9

Este controvertido manuscrito llamado en latín Constitutum domni Constantini

imperiatoris, está escrito, supuestamente, por el mismísimo Constantino, quien se

9Ibidem,66.

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dirige al Papa Silvestre en dos partes; la primera lleva por título de Confessio,

epístola donde el emperador reconoce cómo el Papa lo instruyó al cristianismo, lo

curó de lepra y lo salvó del pecado a través del bautismo. La segunda parte,

titulada la Donatio, afirma la disposición del emperador a conferir los siguientes

privilegios y posesiones al Papa: Primeramente, se reconoce al obispo de Roma

como sucesor directo de San Pedro y se le eleva como máxima autoridad cristiana

sobre la Tierra. Asimismo, el emperador dona al Papa la posesión del llamado

patrimonio de San Pedro, el cual consta de la basílica de San Juan de Letrán y

abundantes posesiones territoriales en la península itálica. Según el texto, la idea

de Constantino de establecer la nueva capital del imperio romano en

Constantinopla, se debe a que el emperador consideró inoportuno que pudiera

ejercer su poder donde Dios estableció la residencia de la máxima autoridad

cristiana.

Se especula que este documento tuvo su verdadero origen hacia el año 750,

cuando el Papa Esteban II solicitó al rey de los francos, Pipino el Breve, su apoyo

para obtener más territorios en la península itálica. Como contrapartida, el papa

Esteban II convalidó que Pipino usurpase el trono de Francia y derrocase a la

legítima dinastía merovingia. Por lo tanto, la creación del documento tenía una

finalidad clara: generar una historia que, de manera ejemplar, describiera cómo el

Papa, desde su posición religiosa, poseía legítimamente un poder espiritual

superior a cualquier monarca terrenal. En pocas palabras, la Donación de

Constantino hacía del Obispo de Roma una especie de Rey de reyes o emperador

del mundo. Bajo esta lógica, las monarquías que reconocían a la Iglesia católica

estaban sujetas a los caprichos del heredero de San Pedro, quien en su momento,

dispuso dividir el mundo entre españoles y portugueses.

Aunque hoy es sabido el fraudulento origen de la supuesta Donación de

Constantino, la Iglesia Católica no ha reconocido la falsedad del documento, por lo

que simplemente se ha convertido en un tema incómodo que dejó de ser citado

por el papado en los siglos posteriores al balconeo de Lorenzo Valla.

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Bulas Papales

“Jesucristo, aún como hombre, había recibido del Padre

Eterno todos los poderes terrenales, tanto en el reino espiritual

como en el temporal. Cristo a su vez, había legado esta

potestad única e indivisible al Papa, su vicario. La soberanía

de este último se extendía por lo tanto sobre todas las

regiones del mundo, independientemente de que estuviese

habitado por fieles a Cristo o por infieles a él. El Para era, por

lo tanto, la única persona capacitada para delegar su poder a

los diversos reyes y príncipes de toda la Tierra”

Enrico di Susa, Cardenal Arzobispo de Ostia (Suma Aurea,

Siglo XIII)

A finales del siglo XV, cuando la corona portuguesa y posteriormente la recién

unificada corona de Castilla y Aragón comenzaron a explorar nuevas rutas

comerciales por el océano Atlántico, se generaron disputas por la exclusividad y

dominio de las tierras descubiertas, proceso en el que el Papa Aljenadro VI, sin

conocimiento preciso sobre las dimensiones del mundo, pero justificándose como

máxima autoridad religiosa del planeta, distribuyó entre ambas monarquías el

derecho de posesión sobre todas aquellos lugares susceptibles a ser dominados.

En Portugal, Enrique el Navegante, hermano del rey Eduardo I, comenzó a

organizar una serie de exploraciones marinas en el océano Atlántico que llevaron

a los lusos al descubrimiento y posterior dominio de Madeira en 1418, las islas

Azores en 1426 y Cabo Verde en 1444. Por su parte, por los mismos años,

Castilla se apoderó, con ciertas dificultades, de las Islas Canarias.

Ante estas primeras disputas por el Atlántico, entre 1452 y 1455 el Papa Nicolás V favoreció los esfuerzos de los portugueses con una serie de bulas que les

otorgaban el control exclusivo sobre los territorios que abarcaban los cabos

Bojador y Nam, la Guinea y todo aquello que se encontrara al sur de ésta última.

Esto llevó a los portugueses a asaltar y apresar barcos castellanos que

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regresaban de comerciar en Guinea, hechos que provocaron un enfrentamiento

diplomático. Para 1475, la situación se agravó cuando el trono castellano se

disputaba entre Juana (comprometida con Alfonso V, rey de Portugal) e Isabel

(comprometida con Fernando de Aragón). Tras una breve guerra sucesoria y ágil

negociación política, Isabel fue coronada en perjuicio del orgullo luso, lo que derivó

en un acuerdo internacional que pudiera calmar los ánimos. El documento se firmó

en 1479, en Alcáçovas, Portugal y entre muchos puntos, se fijaron los dominios

ultramarinos de ambas coronas: prácticamente todo el Atlántico, con excepción de

las Islas Canarias, pasó a ser parte del incipiente imperio portugués.

En 1492, el panorama cambió drásticamente con el arribo de Cristóbal Colón al

continente americano, descubrimiento que fue reclamado por el rey de Portugal,

Juan II, quien en virtud del tratado de Alcáçovas, afirmó que las nuevas tierras le

pertenecían por derecho. Dicha reclamación fue rechazada por Castilla, ya que el

tratado de Alcáçovas no contemplaba un hallazgo de tales dimensiones, lo cual,

consideraron los reyes católicos, merecía un nuevo acuerdo.

Precisamente en 1492, llegó a ser Papa, Rodrigo Borja (Borgia en italiano), bajo el

nombre de Alejandro VI, a quien le correspondería dirimir el conflicto citado entre

las coronas ibéricas. Alejandro VI, fue el segundo Papa de origen aragonés

(particularmente de Valencia), el primero había sido su abuelo Calixto III, quien

hizo lo posible por perpetuar su estirpe a la cabeza de la iglesia católica.

Entre sus primeras acciones, Alejandro VI recibió a un embajador de la Corona

de Castilla y Aragón, posiblemente a Bernardino López de Carbajal, obispo de

Cartagena, quien negoció, a puerta cerrada, la legitimación y exclusividad de los

descubrimientos hechos en América, a lo que el pontífice respondió con cuatro

bulas papales, firmadas el 3 y 4 de mayo de 1943, las cuales concedían a España

la totalidad de los territorios encontrados al occidente del Atlántico.

La primera bula, titulada como Intercaetera, concedía a España la ruta exclusiva

de Occidente, las tierras descubiertas y por descubrir a cambio de su

cristianización; la segunda bula, titulada Eximia Devotiones, otorgaba los mismos

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derechos sobre las tierras descubiertas que habían adquirido los reyes de

Portugal, y en caso de que un cristiano pisara estos territorios sin autorización de

la corona de Castilla, se le castigaría con la excomunión. La tercera bula, también

llamada Intercaetera, dividía España y Portugal por medio de una línea imaginaria

llamada “alejandrina”. Dicha delimitación fue trazada de norte a sur a unas cien

leguas de occidente de las islas de Azores y Cabo Verde, a partir de ella, todo

territorio le pertenecería a Castilla. Por último, el 25 de septiembre, el Papa firmó

una última bula llamada Dudum Siquiedem, que otorgaba una ampliación a

Castilla de sus territorios que alcanzaron de este, oeste y sur de las Indias,

siempre y cuando estos territorios no estuvieran bajo el poder de un gobierno

cristiano.

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Tratado de Tordesillas

El rey Juan II de Portugal no quedó satisfecho con las bulas alejandrinas y abrió

una negociación diplomática directa con los Reyes Católicos, la cual culminó en la

firma del Tratado de Tordesillas el 7 de junio de 1494.

El punto más importante del nuevo tratado fue negociar una nueva línea de

demarcación, la cual se estableció a 370 leguas al oeste de las islas de Cabo

Verde. La diferencia con las bulas pontificias fue que la parte más oriental de

América, el extremo este del actual Brasil, quedaría en la zona de influencia

portuguesa. Esta nueva línea imaginaria le dio “legitimidad” a Pedro Álvares

Cabral de tomar posesión de las tierras brasileñas a su arribo en el año de 1500.

Como curiosidad histórica, es interesante mencionar que en el momento de la

firma del Tratado de Tordesillas, ningún navegante español o portugués había

llegado a las costas del actual Brasil, no obstante Juan II de Portugal se mostró

obstinado en marcar la línea a 370 leguas. Quizá nunca sabremos si se trató de

un golpe de suerte o una negociación con conocimiento de causa, sin embargo sí

podemos afirmar que sin la agilidad política del monarca portugués para

renegocias las demarcaciones con España, hoy Brasil hablaría castellano.

Por la complejidad técnica que implicaba el trazo de esta línea imaginaria sobre la

gigantesca costa sudamericana, la delimitación presentó amplias variables según

quien fuera el encargado de llevar a cabo el mapeo. El tratado declaraba que la

frontera sería establecida por una expedición conjunta entre España y Portugal

que nunca se llevó a cabo.

La primera representación gráfica conocida de la línea podría ser la del mapa de

Juan de la Cosa del año 1500.

Al ver los límites actuales de Brasil resulta evidente que los portugueses se

extralimitaron en su colonización, no obstante debe de tomarse en cuenta que

durante 60 años el tratado dejó de tener sentido legal, puesto que entre 1580 y

1640 Castilla y Portugal tuvieron un mismo monarca en una unión dinástica-

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El 13 de enero de 1750, Fernando VI de España y Juan V de Portugal firmaron el

Tratado de Madrid, el cual anuló la línea de Tordesillas y se basó en el principio de

derecho romano Uti possidetis, ita possideatis (quien posee de hecho, debe

poseer de derecho), en virtud de este tratado, Portugal amplió los límites de Brasil,

sobretodo en el área amazónica. Sin embargo el Tratado de Madrid fue anulado

por el Tratado de El Pardo de 1761, que restableció la línea de Tordesillas hasta

que fue abandonada definitivamente por el Tratado de San Ildefonso del 1 de

octubre de 1777.

Hoy en día los documentos originales del Tratado de Tordesillas se encuentran en

el Archivo General de Indias en Sevilla (España) y en el Arquivo Nacional da Torre

do Tombo en Lisboa (Portugal).

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Controversias sobre la Toma de Posesión de las Indias Occidentales

“Decid ¿con qué derecho y con qué justicia tenéis en

tan cruel y horrible servidumbre aquestos indios? ¿Con

qué auctoridad habéis hecho tan detestables guerras a

estas gentes que estaban en sus tierras mansas y

pacíficas, donde tan infinitas dellas, con muerte y

estragos nunca oídos habéis consumido?”10

Antonio Montesinos

Como hemos visto, la toma de posesión de las Indias Occidentales realizada por

españoles y portugueses necesitó de una construcción narrativa que justificara, e

incluso impulsará, como si de una obligación moral se tratase, la dominación de

los nativos americanos para civilizarlos y, sobretodo, salvarlos del pecado original

que los condenaba al desprecio divino. No obstante, ante el trato cruel y

esclavizador que adoptaron no pocos invasores, emanaron divergentes posiciones

respecto a la naturaleza del ser humano y su derecho a ser tratados dignamente.

A partir de 1493, las bulas alejandrinas, invitaban a los españoles a tomar

posesión de las tierras que, el mismísimo Papa, vicario de Cristo, les había

asignado en el nombre de Dios. Esta pretensión dominadora implicó, por lo

general, el sometimiento violento de los indígenas a los caprichos de los

invasores. Como denuncia clara a estos abusos, sobresalen los sermones

pronunciados por el fraile dominico Antonio de Montesinos, quien al ver la

crueldad de los españoles sobre los indios taínos en la Isla de La Española, actual

República Dominicana, sentenció el 21 de abril de 1511 “todos estáis en pecado

mortal y en él vivís y morís, por la crueldad y tiranía que usáis con estas inocentes

gentes.”

10Las Casas Bartolomé de, Historia de las Indias, en Obras Completas, 5. Historia de las Indias, III, Madrid 1994.p. 1761-1762

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Montesinos, en nombre de la ética cristiana, observó atroz el comportamiento de

los conquistadores y en su regreso a España logró escabullirse ante el Rey para

hacer de su conocimiento los tratos inhumanos que había presenciado. Después

de ello, el rey ordenó examinar detenidamente la situación y convocó a teólogos y

juristas que promulgaron las llamadas Leyes de Burgos en 1512, el primer código

de las ordenanzas para intentar proteger a los pueblos indígenas, regular su

tratamiento y conversión, y limitar las demandas de los colonizadores españoles

sobre ellos; sin embargo, en la práctica fueron escasamente acatadas por los

encomenderos y las autoridades.

En las leyes de Burgos, destacó la aplicación del llamado Requerimiento, documento redactado por el jurista Juan López de Palacios Rubios y cuyo nombre

completo era Notificación y requerimiento que se ha dado de hacer a los moradores de las islas en tierra firme del mar océano que aún no están sujetos a Nuestro Señor. Por disposición real, cuando los conquistadores

establecían su primer contacto con pueblos americanos, éstos debían de dar

lectura a un texto (escrito en español) que daba a conocer a los indios que, por

disposición del Papa, representante de Dios en la Tierra, se les exhortaba a

convertirse en vasallos de la Corona española y a aceptar la religión católica so

pena de ser sometidos por la fuerza. El texto advertía:

“Si no lo hiciéreis, o en ellos dilación maliciosa pusiéreis, certifícoos que con

la ayuda de Dios yo entraré poderosamente contra vosotros y vos haré

guerra por todas las partes y maneras que yo pudiere, y os sujetaré al yugo

y obediencia de la Iglesia y de Su Majestad y tomaré vuestras mujeres e

hijos, y los haré esclavos, y como tales los venderé y dispondré de ellos

como su Majestad mandare, y os tomaré vuestros bienes y os haré todos

los males y daños que pudiere”11

11Galeano,Eduardo,“LasvenasabiertasdeAméricaLatina”,SigloXXI,novenaedición,Madrid,2009,p.29

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Como era de esperarse, miles de indígenas no aceptaron abandonar sus

tradiciones y fe ante la arrogante imposición extranjera, por lo que hubo

enfrentamientos de resistencia que se prolongaron por años y dejaron a su paso

cruentas guerras que redujeron, en la mayoría de los casos, a los pobladores

originarios en siervos de los invasores. Ante tales hechos, humanistas religiosos

como Fray Bartolomé de las Casas y Francisco de Vitoria, alzaron su voz crítica

ante el abuso español.

Si bien las críticas provenían de religiosos, quienes consideraban por antonomasia

necesaria la expansión de la fe católica a través de la evangelización de los indios,

discrepaban en relación a la justificación jurídico-religiosa que permitía, a través

de las bulas papales, la toma de posesión de la Indias y el sometimiento de sus

habitantes originarios.

Francisco de Vitoria, considerado precursor del Derecho Internacional, analizó las

fuentes y los límites de los poderes civil y eclesiástico. Rechazó la supremacía

universal del Papa. Dispuso que el poder civil estaba sujeto a la autoridad

espiritual del papado, pero no a su poder temporal. Vitoria afirmó que los indios no

eran seres inferiores, sino que poseían los mismos derechos que cualquier ser

humano y que, por lo tanto, eran dueños legítimos de sus tierras y bienes. Antes

de que la teoría política francesa concibiera el concepto de soberanía, Vitoria se

basó en el Ius Gentium (Derecho de Gentes) aplicado en el Imperio Romano, que

reconocía ciertos derechos a quienes no eran propiamente ciudadanos romanos,

era un derecho complementario al Ius Civile.

Vitoria llegó a afirmar que Cristo no tuvo un dominio temporal del orbe, por lo que

la Papa, como su vicario, tampoco debería de tener ese dominio o potestad sobre

los infieles. Asimismo, aseguró que no se podía forzar a los bárbaros a acoger la

religión, porque la infidelidad no otorgaba el derecho de despojar de sus bienes a

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nadie, para finalmente afirmar que los cristianos carecían de causas justas para

declarar la guerra a los indios. 12

“Los bárabaros no están obligados a creer en la fe de Cristo al primer

anuncio que se les haga de ella, de modo que pequen mortalmente no

creyendo por serles simplemente anunciado y propuesto que la verdadera

religión es la cristiana y que Cristo es salvador y redentor del mundo, sin

que acompañen milagros o cualquiera otra prueba o persecución en

confirmación de ello”13

Asimismo, Fray Bartolomé de las Casas se destacó por defender a los indios de

forma activa y a través de escritos como la polémica Brevísima Relación de la

destrucción de las indias, obra que describe los métodos crueles y sanguinarios

que usaron los españoles para “pacificar” a los indios. El texto lapidario concluía

diciendo: «Y con color de que sirven al rey los españoles en América, deshonran a

Dios, y roban y destruyen al Rey».

De las Casas fue un férreo opositor a la evangelización y conquista violenta, por la

contradicción ética que forzaba, a través de la guerra, imponer una religión basada

en preceptos bondadosos y redentores de la humanidad. Con gran fama por su

defensa de los indios y promover un adoctrinamiento que se sustentara en la paz,

el amor y el buen ejemplo, Fray Bartolomé participó en la llamada Junta de

Valladolid, célebre debate acaecido entre 1550 y 1551 en el Colegio de San

Gregorio de Valladolid, cuyo objetivo era definir el rol social que tendrían los

indígenas americanos bajo el dominio español. Bartolomé se enfrentó a Juan Ginés de Sepúlveda, quien, sin conocer físicamente tierras americanas ni ser

religioso, creía que los bárbaros estaban obligados a recibir el imperio de los

españoles conforme a la ley de la naturaleza, al afirmar que a ellos ha de serles

todavía más provechoso que a los españoles dicho dominio, porque “la virtud”, “la

12DeVitoria,Francisco,“ReleccionesdelEstado,delosIndiosyDelDerechoalaGuerra”,Porrúa,México,D.F,2000,p.p.44a47.

13Ibidemp.52

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humanidad” y “la verdadera religión” resultaba más preciadas que el oro y la

plata.14 Por el contrario, Bartolomé se refirió al sometimiento de los pueblos

originarios como una usurpación injustísima, propia de tiranos. Se opuso

abiertamente a las encomiendas y repartimientos de indios. Exhortó a los

españoles a regresar lo robado y expresó que todos los naturales que habían sido

sometidos por la fuerza poseían el derecho justísimo de hacer la guerra para

liberarse del yugo opresivo. De Las Casas explicó así su concepto de conquista:

“Conquistar no es otra cosa sino ir a matar, robar, cautivar, y sujetar y quitar

sus bienes y tierras y señoríos a quienes están en sus casas quietos y no

hicieron mal, ni daño, ni injuria de quien las reciben”15

En esta cita se observa el punto medular de Fray Bartolomé, quien observa al

indígena como víctimas inocentes de los españoles. Los nativos no habían

cometido acciones malas contra los cristianos, pero los cristianos los trataban y

castigaban como si fueran culpables de un crimen jamás sucedido.

El Papa Alejandro VI pidió a los españoles evangelizar a los indígenas, así como

Cristo le llegó a pedir a sus apóstoles que difundieran su palabra: “Os envío como

ovejas en medio de lobos; por tanto, sed astutos como las serpientes e inocentes

como las palomas.”16 Sin embargo, los hechos crueles que observó Bartolomé, le

hicieron reformular la cita evangélica de Jesús invirtiendo los papales, los

indígenas eran las inocentes ovejas devoradas por hambrientos lobos:

“En estas ovejas mansas y de calidades susodichas por su Hacedor y

Creador así dotadas, entraron los españoles, desde luego que las

14Feher,Op.citp.160.

15Ibidemp.194

16LaBiblia,Mateo10:16

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conocieron como lobos y tigres y leones crudelísimos de muchos días

hambrientos.”17

Para Fray Bartolomé las guerras que significaron la muerte de millones de

indígenas fueron claramente injustas, los españoles no tenían ningún derecho

para tiranizarlos y someterlos a la esclavitud. No obstante, Ginés de Sepúlveda

encontró en ciertas prácticas indígenas, como la antropofagia, la idolatría y los

sacrificios humanos, razones suficientes para dominar a los indios por la vía

armada.

17.Feher,Op,citp.195.

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Conclusiones

Si juzgamos con los criterios de nuestra época la llamada toma de posesión de

las Indias Occidentales por parte de España y Portugal, resulta evidente la

vulneración sistemática de Derechos humanos y la violación flagrante a los

mínimos principios del Derecho internacional; sin embargo los procesos históricos

deben ser juzgados bajo la percepción de su tiempo.

El diálogo platónico entre el sofista Calicles y Sócrates bien podría presentarnos

de una manera didáctica lo acaecido en América. Calicles afirmaba que la

naturaleza (physis) y la ley (nomos) no debían contraponerse, por lo que el

hombre que poseyera mayor fuerza tenía el derecho a imponer su ley sobre el

débil. En un sentido estricto, y casi de manera natural, la afirmación de Calicles

cobró vida en América: los españoles, por su poderío militar tuvieron la fuerza

necesaria para hacer viable un paulatino, pero consistente, dominio sobre los

indios. Por otro lado, Sócrates increpaba la afirmación de Calicles al sostener que

la mayor fuerza se encuentra en la población, por ello se le debe proteger y

gobernar con sabiduría en búsqueda del bien común. También, en un sentido

amplio, la incursión europea en América buscó justificarse, e incluso concebirse,

como un acto salvador, humanitario y civilizador sobre pueblos que vivían en la

barbarie. Es innegable que las palabras de Antonio Montesinos y Bartolomé de las

Casas repercutieron en replanteamientos éticos que buscaron dotar de virtud al

español como gobernante del indígena. La visión de Calicles se afirma con el

devenir histórico de los pueblos, el más fuerte se impone y domina, sin embargo la

postura de Sócrates también se afirma como un postulado que dota de legitimidad

a la fuerza, más aún si ésta fuerza se sustenta en una fe que pondera la

misericordia como uno de sus valores esenciales.

La fe monopolizada por la Iglesia Católica Apostólica Romana, permitió dotar de

legitimidad la toma de posesión de América, sin embargo la misma Iglesia posee

una legitimidad altamente cuestionable, desde el hipotético y mítico designio que

supuestamente hizo Jesús a San Pedro para guiar a su rebaño, hasta la impúdica

falsificación adjudicada a Constantino que reconocía al Papa como la máxima

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autoridad espiritual. En tal contexto, podemos afirmar que algo ilegítimo no puede

afirmar la legitimidad de sus actos. Expresa un principio fundamental en Derecho:

Quod initio vitiosum est non potest tractu temporis convalescere (Lo que desde un

inicio está viciado no podrá convalidarse con el paso del tiempo), y aunque es

relativamente sencillo afirmar que la invasión de América es ilegítima, también

resulta altamente complejo afirmar qué sí es legítimo. Incluso el jurista austriaco

Hans Kelsen, al conformar su llamada Teoría Pura del Derecho que buscaba

encontrar una racionalidad científica en la legitimidad y aplicación de la norma,

terminó por fundamentar al Derecho en la llamada Grundnorm o norma hipotética

fundamental, la cual estaba revestida de misticismo metafísico. Es decir, el

Derecho, como creación humana, carece de una legitimación originaria, nace

como una imposición proveniente de un poder determinado, en una época dada, y

su aceptación, a través de la costumbre, lo consolida y le da vigencia, pero hablar

de su pureza es simplemente un postulado imposible de alcanzar.

La historia es un proceso construido por personas que interpretan al mundo de

una manera subjetiva y única. Si bien todo individuo puede orientar sus acciones

bajo estrictas normas provenientes del Derecho secular o de la religión, es cierto

que todos poseemos voluntad propia y cierta libertad de acción (libre albedrío).

Las atrocidades y abusos cometidos por los españoles y portugueses en América,

se pueden explicar, en gran medida, a que las lejanas tierras representaban una

libertad única e inquietante para los conquistadores, un ámbito del todo nuevo, sin

leyes ni obstáculos aparentes. La mayoría de los hombres que se aventuraron en

el atlántico iban en busca de riquezas, de poder, de gloria. Bajo esa lógica, los

fines justificaban los medios. Un caso que ejemplifica cómo la obsesión aventurera

se sobrepuso al débil orden jurídico aplicable, fue la desobediencia de Hernán

Cortés, quien sin contar con la autorización del gobernador de Cuba, Diego de

Velásquez, se aventuró a tierras continentales que, en pocos años, le hicieron

encumbrarse como uno de los conquistadores más exitosos de todos los tiempos.

Finalmente, Cortés nunca fue procesado o castigado por su desacato y múltiples

crímenes, más bien ganó condecoraciones de la Corona española, sedienta de

riquezas e historias triunfalistas.

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La violencia ejercida contra los pueblos originarios constituye una cicatriz

imborrable en América. Si bien el daño está hecho, en las últimas décadas es

notable cómo sociedad y gobierno han ido forjando una mayor sensibilidad hacia

la causa indígena. Aunque tal tema implicaría un amplísimo análisis, y no deseo

caer en simplismos, considero representativo que ciertas naciones, como es el

caso de Bolivia, comiencen a utilizar epítetos como “Estado Multinacional”; que en

la República Bolivariana de Venezuela los indígenas tengan una representatividad

permanente en la Asamblea Nacional; y que en México la constitución federal

reconozca en su artículo segundo la composición pluricultural de la nación

sustentada originalmente en los pueblos indígenas. Sin duda hay notables

avances; no obstante, el camino es largo y en ocasiones confuso, el indígena de

hoy, tras siglos de dominación y sujeto a un incesante proceso de globalización,

ha incorporado (aunque haya excepciones) innumerables elementos exógenos,

quizá el más notable sea la misma fe católica. Ante tal realidad, existe un debate

continuo que, por un lado defiende la creación de leyes especiales para los

indígenas (como los mismos españoles lo hicieron), y por otro, busca aplicar leyes

generales sin distingos, que sean universales y tiendan a unificar a las naciones.

Los debates sobre la causa indígena son apasionantes, sin embargo, considero

que el reto principal que debemos afrontar está en despojarnos de prejuicios

históricos y culturales sobre “el indígena”, ideas que oscilan entre un funesto

racismo que menosprecia lo autóctono o un romanticismo ridículo que se asemeja

a la idea rousseauniana del “buen salvaje”. Para conocer al otro, el primer paso,

es saber escuchar y tratar de entender sus necesidades y sus ideas, sin embargo

esta simple acción fue poco aplicada por los españoles, quienes impusieron su

credo y creían fielmente en su supremacía cultural.

La conquista de América significó una disrupción divisora entre razas, estamentos

sociales que prevalecen en el imaginario popular y continúan planteando un

esquema discriminador que se observa en el propio lenguaje: los indígenas no

tienen Derecho, ejercen sus “usos y costumbres”; los indígenas no tienen religión,

tienen “creencias” o “brujería”, los indígenas no tienen idiomas, tienen “dialectos”.

El cambio está la conciencia, pero dicha conciencia proviene del acceso a la

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información. Hoy en día la información es más accesible que nunca, lo cual tiene

una notable repercusión, las sociedades tienden a ser más abiertas, plurales y

tolerantes; sin embargo, creo, debería acelerarse desde la instrucción básica,

programas de estudio menos pragmáticos y más humanistas, más apegados a la

realidad regional, que contemplen la enseñanza de las bases lingüísticas del habla

autóctona. Una educación que aspire, prioritariamente, a la integración regional, a

generar un concepto de comunidad nuevo que permita, como lo plantea el ideario

zapatista “un mundo donde quepan muchos mundos”.

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Bibliografía

Tolstói, Lev, “El Reino de Dios está dentro de Vosotros”, 1886.

Feher, Luis Eduardo “La Toma de posesión de las Indias Occidentales”, Porrúa, México, D.F, 2012

Las Casas, Bartolomé de, Historia de las Indias, en Obras Completas, 5. Historia de las Indias, III, Madrid 1994.

Galeano, Eduardo, “Las venas abiertas de América Latina”, Siglo XXI, novena edición, Madrid, 2009.

De Vitoria, Francisco, “Relecciones del Estado, de los Indios y Del Derecho a la Guerra”, Porrúa, México, D.F, 2000.

La Biblia