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  Este País 69 Diciembre 1996 ¿Cuánta democracia acepta la desigualdad? TERRY KARL El fin de la guerra fría, el triunfo del mercado y la ola de democratización que ha recorrido casi todas las regiones del globo han provocado el renacimiento de una de las falacias centrales de los años sesenta: la hipótesis de que "todo lo bueno llega a la vez". En la actualidad, tanto en los círculos políticos como en los académicos se expresa reiteradamente la convicción de que la liberalización económica y la política se refuerzan y complementan mutuamente. Los mercados abiertos, con su promesa de altos niveles de crecimiento económico, alentarán y alimentarán la democracia política. La democracia  política, co n su insistencia e n el imperio de la ley y en los derec hos individu ales, brinda el marco de referencia idóneo para el mercado. Este tipo de convicciones van acompañadas de recetas políticas, procedentes sobre todo de los Estados Unidos y de las agencias multinacionales, que proclaman que hay que seguir un modelo general: la difusión de los mercados y de la propiedad privada preparará el terreno a la democracia, y las nuevas democracias, si es que quieren florecer, darán más valor a la eficiencia que a la distribución. Cuando es necesario tomar decisiones y determinar su orden, se considera en general deseable que las reformas económicas sean las principales y que tengan preferencia sobre las políticas, aunque sólo sea porque se considera que el capitalismo es una precondición para la democracia. Las razones se remontan a una correlación innegable que Seymour Martin Lipset fue el primero en indicar: es probable que niveles superiores de riqueza estén asociados a una mayor igualdad, a más comunicación social, industrialización, etcétera, factores que a su vez exigen los sistemas políticos complejos y descentralizados característicos de la democracia. Pero incluso una mirada superficial de América Latina demuestra que esas convicciones y las recetas políticas que las acompañan son discutibles. Aunque puede que sea cierta la correlación entre desarrollo económico y democracia política en el caso de otras regiones y otros periodos, en la América Latina contemporánea es igualmente  plausi ble sosten er que la tende ncia actua l al libera lismo econó mico no condu cirá a la formación de democracias estables y si las nuevas democracias quieren sobrevivir, se verán cada vez más obligadas a ampliar su base social y a fortalecer sus Estados, aun a costa del alcance y del ritmo de las reformas económicas. Esta predicción parte de dos fenómenos relacionados característicos de la región: los enormes obstáculos generados por los niveles excepcionalmente altos de desigualdad y el problema de la estatalidad democrática. Estos fenómenos, tal vez más que ningún otro, diferencian a América Latina de Asia. El círculo vicioso de la desigualdad La ola reciente de democratización/mercantilización en América Latina ha tenido lugar en un contexto que enfrenta una desigualdad mayor que cualquiera de las existentes en otras regiones del globo. Aunque América Latina tiene en proporción menos pobres que otras partes del mundo en desarrollo, la distribución del ingreso ha sido más asimétrica: el

Karl Cuánta Democracia Acepta La Desigualdad

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Quais as consequências da acentuada desigualdade latino-americana na consolidação das instituições democráticas? A tese de que liberalismo econômico e político caminham progressivamente juntos é valida no cenário latino-americano? Terry Karl busca responder estas questões neste artigo.

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    Cunta democracia aceptala desigualdad?

    TERRY KARL

    El fin de la guerra fra, el triunfo del mercado y la ola de democratizacin que ha recorridocasi todas las regiones del globo han provocado el renacimiento de una de las falaciascentrales de los aos sesenta: la hiptesis de que "todo lo bueno llega a la vez". En laactualidad, tanto en los crculos polticos como en los acadmicos se expresareiteradamente la conviccin de que la liberalizacin econmica y la poltica se refuerzan ycomplementan mutuamente. Los mercados abiertos, con su promesa de altos niveles decrecimiento econmico, alentarn y alimentarn la democracia poltica. La democraciapoltica, con su insistencia en el imperio de la ley y en los derechos individuales, brindarel marco de referencia idneo para el mercado.

    Este tipo de convicciones van acompaadas de recetas polticas, procedentes sobretodo de los Estados Unidos y de las agencias multinacionales, que proclaman que hay queseguir un modelo general: la difusin de los mercados y de la propiedad privada prepararel terreno a la democracia, y las nuevas democracias, si es que quieren florecer, darn msvalor a la eficiencia que a la distribucin. Cuando es necesario tomar decisiones ydeterminar su orden, se considera en general deseable que las reformas econmicas seanlas principales y que tengan preferencia sobre las polticas, aunque slo sea porque seconsidera que el capitalismo es una precondicin para la democracia. Las razones seremontan a una correlacin innegable que Seymour Martin Lipset fue el primero enindicar: es probable que niveles superiores de riqueza estn asociados a una mayorigualdad, a ms comunicacin social, industrializacin, etctera, factores que a su vezexigen los sistemas polticos complejos y descentralizados caractersticos de la democracia.

    Pero incluso una mirada superficial de Amrica Latina demuestra que esasconvicciones y las recetas polticas que las acompaan son discutibles. Aunque puede quesea cierta la correlacin entre desarrollo econmico y democracia poltica en el caso deotras regiones y otros periodos, en la Amrica Latina contempornea es igualmenteplausible sostener que la tendencia actual al liberalismo econmico no conducir a laformacin de democracias estables y si las nuevas democracias quieren sobrevivir, se verncada vez ms obligadas a ampliar su base social y a fortalecer sus Estados, aun a costa delalcance y del ritmo de las reformas econmicas. Esta prediccin parte de dos fenmenosrelacionados caractersticos de la regin: los enormes obstculos generados por los nivelesexcepcionalmente altos de desigualdad y el problema de la estatalidad democrtica. Estosfenmenos, tal vez ms que ningn otro, diferencian a Amrica Latina de Asia.

    El crculo vicioso de la desigualdad

    La ola reciente de democratizacin/mercantilizacin en Amrica Latina ha tenidolugar en un contexto que enfrenta una desigualdad mayor que cualquiera de las existentesen otras regiones del globo. Aunque Amrica Latina tiene en proporcin menos pobres queotras partes del mundo en desarrollo, la distribucin del ingreso ha sido ms asimtrica: el

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    coeficiente Gini promedio a fines de los ochenta era 0.50, comparado con 0.39 en lospases no latinoamericanos, una diferencia significativa. Segn el Banco Mundial yclculos de Nora Lustig,1 el 20 por ciento ms rico de la poblacin de Amrica Latinatiene un ingreso promedio diez veces superior al del 20 por ciento ms pobre, comparadocon 6.7 por ciento en otros pases de ingreso bajo y medio. Para empeorar las cosas, esasgrandes desigualdades han persistido en el contexto de un crecimiento del PNB per capitarelativamente bajo durante el periodo de la posguerra, visto en relacin con otras regiones.Comprese por ejemplo el crecimiento promedio de Amrica Latina entre 1950-1989 (1.2)con el de Asia (3.6), Europa Occidental, Oriente Medio, Africa del Norte y Europa del Este(2.0), miembros de la OCDE (2.3) y todas las economas en desarrollo (2.7).2

    Hay algo especialmente notable en esa desigualdad, y es su exacerbacin en lamayora de los pases durante el periodo ms reciente de liberalizacin econmica y dedemocratizacin. Slo Colombia (donde la produccin y el trfico de narcticos parece queha tenido un efecto ecualizador) es la clara excepcin, aunque es posible que tantoUruguay como Costa Rica se hayan librado de esta tendencia. Los datos estadsticoscorrespondientes a todos los pases son incompletos o inexistentes, pero lo que se puede irrecabando es muy inquietante. En Brasil, Per, Venezuela, Argentina, Chile,3 Bolivia,Mxico, Guatemala, Honduras y Panam la desigualdad aument, y en la mayora de loscasos sustancialmente. La pobreza tambin aument mucho en todo el continente.4 En losaos ochenta, cuando la mayora de los pases latinoamericanos sufrieron fuertesdepresiones econmicas, los costos del ajuste recayeron de un modo desproporcionado enlos muy pobres (sobre todo en Per), en los trabajadores de cuello azul (sobre todo enArgentina, Brasil y Panam) y en los trabajadores de cuello blanco (sobre todo en Mxico,Venezuela y Honduras). Ms importante an, en virtualmente todos los pases, salvoColombia, aument la participacin en el ingreso del 10 por ciento de quienes estn en lacima.5

    Esto no quiere decir que lo anterior sea un resultado inevitable de la crisiseconmica ni del proceso de reforma, pero no es sorprendente. A pesar de la retrica queindica lo contrario, la liberalizacin, cuando se aplica a contextos especialmenteestratificados sin que haya polticas sociales compensatorias, tiende a reforzar o aexacerbar las desigualdades existentes. Aunque el desarrollo econmico estuvo asociadohistricamente con niveles decrecientes de desigualdad social en las que hoy son laseconomas de mercado desarrolladas de Europa occidental y en Estados Unidos (hasta losaos ochenta), al igual que en el caso de los dragones asiticos, no se trat ni de unanecesidad funcional ni de una consecuencia inevitable. Tampoco ha sido sta laexperiencia de Amrica Latina, donde los experimentos de libre comercio de los aosveinte perpetuaron los modelos ya existentes de exclusin, y de ingreso y riquezaconcentrados en las lites, que slo abrieron el espacio poltico cuando fue absolutamentenecesario y fomentaron la "patologa de la desigualdad"6 que explica la exclusinsocioeconmica y poltica actual de grandes segmentos de la poblacin.

    En Amrica Latina se gener un crculo vicioso: las desigualdades socioeconmicasbrindaron la base social a regmenes elitistas excluyentes (o autoritarios o democrticos),yesos regmenes perpetuaron a su vez modelos econmicos que beneficiaron de un mododesproporcionado a los ricos y poderosos. Slo aquellos pases que consiguieron crearfuertes sistemas de partido, sindicatos influyentes y una tradicin de polticas socialessiguieron trayectorias algo diferentes (por ejemplo, Chile, Uruguay y Costa Rica). En todoslos casos, cuando hubo alguna incorporacin popular (medida en funcin del ingreso per

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    capita creciente, de la movilidad y de los derechos polticos), sta tuvo lugar en el contextode un Estado intervencionista, de proteccionismo econmico y de presiones masivas desdeabajo, un modelo definitivamente falto de liberalidad.7

    Abordar la desigualdad: la mxima prioridad poltica

    Por qu habra de importar esa desigualdad, dejando aparte los remordimientos deconciencia que pueda provocar? Ms importante an, por qu la reduccin de ladesigualdad se convierte en la preocupacin principal de los polticos que trabajan en osobre Amrica Latina? Muchos reformadores econmicos y demcratas proclamaninsistentemente que slo el crecimiento renovado, y no la igualdad, es la mejor recetapoltica para la regin. Amrica Latina no est en peores aprietos que otras regionessealan, y si se consigue "rectificar los precios", se corregirn ineficiencias delpasado, habr economas de arranque rpido, se fomentarn los ahorros domsticos y secrearn los empleos tan necesarios. Por ejemplo, cuando contemplan los indicadores de laseguridad social, los liberalizadores sealan que el desempeo de Amrica Latina secompara favorablemente con el de otras zonas en desarrollo con ms igualdad; en lamayora de los casos, sus ciudadanos viven mucho mejor que los habitantes de, pongamospor ejemplo, el Africa subsahariana o de Sudasia. Con mucha frecuencia, los que defiendenque la liberalizacin econmica debe tener prioridad sobre las reformas econmicas u otraspolticas econmicas destacan el ejemplo del Chile democrtico, donde desde 1987,aproximadamente 1.5 millones

    de personas se han librado de la pobreza y el porcentaje de personas que vive pordebajo de la lnea descendi de 46.6 por ciento a aproximadamente 30 por ciento en 1993,a consecuencia de un crecimiento econmico continuo.8

    Pero estas argumentaciones no son convincentes desde una perspectiva econmicay poltica. En el terreno econmico, tanto la investigacin como el sentido comn indicanque la desigualdad del ingreso puede ir en detrimento del crecimiento porque acta comoun obstculo para la acumulacin de capital humano y fsico. Una distribucin msequilibrada del ingreso puede aumentar, por ejemplo, la matrcula escolar, lo cual a su vezaumenta el crecimiento, el tipo de crculo virtuoso caracterstico de los NIC asiticos.9Incluso en Chile, el ejemplo latinoamericano del xito, la desigualdad es hoy el mayorimpedimento para que se avance en el combate contra la pobreza. Si bien la pobreza seredujo en el periodo posterior a 1987 con altas tasas de crecimiento que redujeron eldesempleo creando nuevos puestos de trabajo, a medida que el pas se acerca al plenoempleo las reducciones ulteriores dependern de que mejore la distribucin de la riqueza yde los recursos necesarios para sostener ese crecimiento.

    En el terreno poltico, la argumentacin es, en todo caso, an ms apremiante. Haycada vez ms pruebas de que el grado de desigualdad econmica (ms que el nivel dedesarrollo econmico) es el que mejor explica la estabilidad y la inestabilidad democr-ticas.10 Simplemente dicho, las democracias con una desigualdad de ingreso especialmentealta son inestables. Es difcil formar o mantener instituciones democrticas en una sociedadprofundamente dividida por el ingreso y la riqueza, sobre todo en una sociedad que da laimpresin de no hacer mucho para remediar esa situacin o, peor an, que la exacerbaactivamente. No cabe duda de que ste es el mensaje de los conflictos centroamericanos,del levantamiento de Chiapas en 1994 en Mxico y de las revueltas urbanas en Argentinaen 1993 y en Venezuela en 1989; en cada uno de los casos la percepcin (y la realidad) de

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    un tratamiento econmico desigual e injusto y no slo la pobreza desencaden eldesasosiego.

    No se trata simplemente de que las reformas econmicas ocasionen unapropagacin del sufrimiento; si esos costos se consideran necesarios (tal vez porque losrecuerdos de la hiperinflacin son fuertes) y estn equitativamente distribuidos, el impactopoltico tal vez no sea grande. Pero si los costos recaen de un modo desproporcionadosobre los menos privilegiados, su significado poltico es muy diferente. All donde se creany amplan subclases alienadas, se empobrecen las clases medias y se enriquecen los yaricos, la legitimidad de las reformas econmicas se pondr cada vez ms en duda. Si a lavez esas polticas tergiversan la representatividad de los sistemas democrticos recientes,entonces son una frmula de desintegracin social y hasta de violencia poltica. Esa inesta-bilidad no slo repercute negativamente en el crecimiento desalentando la inversin (porejemplo, la crisis del peso mexicano), sino que se convierte en el terreno propicio para unrenacimiento de los programas de poltica populista o de las insurrecciones armadas, quetanto han predominado en el pasado.

    Puede que esas afirmaciones parezcan alarmistas a los que creen firmemente en lacomplementariedad necesaria de las reformas neoliberales y de la democratizacin, sobretodo a la luz de los resultados electorales recientes en Amrica Latina. Contrariamente a lasexpectativas de que las polticas de ajuste estructural iban a ser polticamente fatales, hayuna serie de pases en los que los reformadores del libre mercado y/o sus partidarios fueronreelegidos a pesar del aumento de las desigualdades. Prueba de ello, Menem en Argentina,Fujimori en Per o la victoria del PRI en 1994 en Mxico.11 Pero el hecho de que losliberalizadores consiguieran ser reelegidos en los aos ochenta y principios de los noventa,no constituye una garanta de la continuidad de sus polticas o de la salud de la democraciaen el futuro. Las reformas orientadas al mercado tardan aos en ponerse en prctica ymuchas veces pasa un lapso sustancial antes de que generen un crecimiento vigoroso.

    Como ha observado Joan Nelson, los problemas polticos ms difciles vienendespus de haber lanzado esas reformas; problemas polticos que inicialmente puede quesean menores, tienden a agrandarse y son mayores a mediano plazo. A medida que esosproblemas crecen, baja la capacidad de atribuir la responsabilidad de ellos a las polticas deregmenes autoritarios anteriores. En cambio, frente a desigualdades cada vez mayores,servicios en deterioro y una creciente penetracin extranjera de la economa, la culpatiende a atribuirse primero al gobierno o al partido en el poder. Pero si no se hace nada porcambiar las trayectorias existentes, la alternancia en el poder que permite la democracia talvez no baste para impedir que la responsabilidad se atribuya en definitiva al proyecto deliberalizacin, o incluso a la propia democracia.

    Son de esperar cada vez ms problemas polticos en Amrica Latina a medida quenos acercamos al ao 2000. Los primeros liberalizadores pudieron cosechar los beneficioselectorales de haber hecho bajar la inflacin y de restaurar el crecimiento, pero a medidaque las reformas entran en una "segunda etapa" ms difcil, en la que un nmero mayor deactores necesita participar y los pactos polticos se vuelven ms esenciales, el recuerdo deesos beneficios corre el riesgo de ser desplazado por conflictos de distribucin cada vezmayores y por la falta de un consenso nacional amplio sobre la direccin general de laspolticas econmicas y sociales. En contraste con las polticas caractersticas de la primeravuelta de la reforma, los costos de un cambio ininterrumpido se concentran fuertemente engrupos especficos que es posible que pierdan permanentemente los privilegios que

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    gozaban tradicionalmente.12 En este contexto, las apuestas suben, la oposicin polticacrece y no sera sorprendente una reaccin violenta contra "las cosas como de costumbre".

    La democracia al rescate?

    Si la desigualdad amenaza con retardar el crecimiento a la vez que refuerza laprobabilidad de inestabilidad, qu se puede hacer? Est Amrica Latina simplementecondenada a largo plazo a un crculo vicioso de desigualdad, crecimiento decepcionante einestabilidad poltica? Las respuestas estn en la capacidad (o falta de ella) de priorizar lasreformas polticas sobre las econmicas con el doble propsito de ampliar y profundizar lademocracia en Amrica Latina, reconfigurando simultneamente el proyecto de libera-lizacin/democratizacin en el mbito internacional. Una estrategia dual de este tipopermitira una distribucin ms equitativa de los costos y los beneficios de la reformaeconmica, acabando as con la perniciosa y autorreforzada dinmica entre riqueza eco-nmica concentrada y poder poltico asimtrico.

    Esto es precisamente lo que no ha sucedido an. Lo ms asombroso cuando seanalizan los diferentes planteamientos del ajuste en Amrica Latina es que ningn pasestaba preparado ni era capaz de proteger a los pobres del impacto de las polticas deajuste, y muchos de ellos ni siquiera lo intentaron hasta un tiempo despus de que sepusieran en prctica reformas econmicas. Tampoco han habido polticas destinadas aimpedir el creciente descontento de las capas medias (funcionarios, trabajadoressindicalizados, jubilados, etctera), cuya cercana a los aumentos flagrantes de la riquezacontribuye a crear un sentimiento especialmente corrosivo de injusticia. Al contrario, enuna serie de casos, polticas especficas aumentaron innecesariamente la pobreza ysesgaron an ms la distribucin del ingreso. Por ejemplo, los subsidios que se concedierona los bancos chilenos en 1983 fueron diez veces ms cuantiosos que el costo anual delprograma de empleo de emergencia del rgimen de Pinochet. Algunas polticas en Argen-tina muestran un patrn similar.

    A largo plazo, ese descuido de la poltica social es contraproducente. Hay muchasalternativas an abiertas para los gobiernos que reducen el nivel de desigualdad y elevan laproductividad laboral, incluidos el apoyo a la educacin primaria, transferencias deingresos a los pobres para mejorar la alimentacin, mejor acceso a la infraestructura socialy programas de crdito preferencial para vivienda de bajos ingresos. Es obvio que esaspolticas funcionan cuando se ponen en prctica con eficacia, como lo ilustra el mejordesempeo de Uruguay, Costa Rica y Chile, pases con antiguas tradiciones de polticasocial progresista y sistemas de redes de seguridad bastante bien desarrollados. Laevidencia del impacto de esas polticas es an ms apremiante cuando las polticas socialesde los dragones asiticos se comparan con las de Amrica Latina. Por ejemplo, en elperiodo inmediato a la posguerra, Taiwn mostraba una distribucin de la riqueza y delingreso muy similar a la de El Salvador. Pero cuando despus puso en prctica una reformaagraria y una mezcla progresista de polticas sociales (que fue en parte una respuesta a lapresin de los Estados Unidos y que se pag en parte con ayuda estadunidense), la brechaentre los dos pases respecto a casi cualquier indicador de crecimiento/equidad se volvienorme. Ahora que ambos han entrado en un proceso de democratizacin, Taiwn tiene laventaja de un punto de partida mucho ms equitativo.

    Pero ah est la trampa. Las polticas sociales no caen del cielo; son una respuesta agrupos domsticos muy organizados y/o a la presin internacional, o se ponen en prctica

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    como una forma de ataque preventivo. En la Amrica Latina contempornea hay dosproblemas: esas polticas exigen recursos adicionales del gobierno en un momento en elque las rentas son limitadas o hasta decrecientes; tambin tienen que ser resultado defuertes coaliciones progresistas transnacionales, pero stas son en trminos generalesinexistentes. La solucin obvia a lo primero, la reforma fiscal, es probable que se tope conuna poderosa resistencia de los ricos, incluso cuando la economa est en crecimiento. Laexistencia del segundo problema significa que es posible que prevalezca la voluntad deellos a falta de una presin compensatoria. La dcada anterior de desigualdad exacerbadaincrement la ya desproporcionada influencia de los ricos, aun cuando redujo el poderpoltico de los partidos, de los sindicatos, de los movimientos sociales y de lasorganizaciones de clase media. Al mismo tiempo, polticas deliberadas para desmantelar oreducir el Estado, cualesquiera que sean sus ventajas, eliminaron muchas de las palancastradicionales a travs de las que se efectuaban reformas. En suma, las fuerzas necesariaspara crear una "coalicin para la igualdad" son dbiles y estn desorganizadas, y la capa-cidad de los reformadores estatales de fomentar o aliarse con esas coaliciones es limitada.

    Es ante todo esa realidad la que hay que invertir. Esto no significa un retorno alpopulismo del pasado, que estaba basado en atraer a pblicos masivos relativamentedesorganizados prometiendo recursos que los gobiernos no tenan. El reto consiste enintroducir reformas basadas en coaliciones especficas que sean econmica y polticamentesustentables. Esto exige una estrategia dual: por una parte, hay que ampliar la base socialde las nuevas democracias a travs de una serie de medidas que faciliten la participacinpoltica y la representacin de diversos intereses. Esto incluye bajar las barreras de entradaal sistema electoral, la apertura de partidos polticos a nuevas bases electorales y lacreacin de nuevas fuentes de poder municipal. Por otra parte, el programa de liberaliza-cin/democratizacin de los actores internacionales (desde gobiernos hasta institucionesfinancieras) tambin se ha de expandir. Ms concretamente, habra que dar el mismo peso auna reforma fiscal progresiva que a la reduccin del dficit en los convenios financieros denegociacin/condicionalidad, as como a los programas de nivelacin del terreno de juegopoltico hay que darles la misma importancia que a que se celebren elecciones parapromover la democracia.

    Este embate dual, que efectivamente crea una coalicin transnacional contra ladesigualdad, tiene varias ventajas. Podra tener el efecto gradual de presionar a los sectoresprivados latinoamericanos, tanto desde arriba como desde abajo, para que contribuyan consu parte a la salud fiscal del Estado, un cambio poltico importante respecto a la poca enque prstamos externos aparentemente sin costo sustituyeron a los impuestos. Al mismotiempo, podra servir de ayuda hacer alas autoridades estatales ms responsables ante losciudadanos mediante el suministro eficiente de servicios, otra diferencia bienvenidarespecto a la poca en que la falta de responsabilidad se manifestaba en una busquedaextendida de rentas. Este programa reformista no aportar el alivio rpido que tantoslatinoamericanos necesitan, pero promete polticas ms participativas y estables que son laprecondicin fundamental para un desarrollo econmico a largo plazo. La alternativa esuna continuacin del crculo vicioso latinoamericano y el fomento a sociedades endesintegracin en las que no pueden vivir confortablemente ni siquiera los privilegiados.

    Traduccin: Este Pas

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    I Vase Nora Lustig, ed., Coping with Austerity: Poverty and Inequality in LatinAmerica, Washington, D.C., Brookings Institution, 1995, p. 2.

    2 Banco Mundial 1991, Cuadro 1-1.3 Tngase en cuenta que esta tendencia se invirti en Chile entre 1987-1990, tema

    al que volveremos ms adelante.4 Segn estadsticas de la Cepal, los niveles de pobreza aumentaron de 41 por

    ciento de la poblacin en 1980 a 46 por ciento en 1990. A fines de los aos ochenta, haba71 millones ms de personas que vivan en la pobreza, incluidos 28 millones que lo hacanen la pobreza extrema. Las estadsticas citadas son de Philip Oxhorn y GracielaDucanzeiler. The Problematic Relationship Between Economic and PoliticalLiberalization: Some Theoretical Considerations, ponencia preparada para el xtx CongresoInternacional de la Asociacin de Estudios Latinoamericanos, Washington, D.C., 28 al 30de septiembre.

    5 Este aumento ha sido especialmente notable en Mxico, donde la participacindel 10 por ciento de los situados en la parte superior de la escala aument casi 5 puntosporcentuales entre 1984 y 1989 y despus sigui expandindose en los aos noventa, segnLustig, p. 24.

    6 La frase pertenece al difunto Fernando Fajnzylber.7 Esto no quiere decir que ese patrn anterior fuera eficiente ni especialmente

    democrtico (no lo era), pero s indica que al menos parte de las rentas que en la actualidadpasan a grupos de altos ingresos a travs de las reformas neoliberales se utilizaron algunavez (por muy ineficientemente que fuera) para otros grupos sociales y polticos condiferentes consecuencias.

    8 Tambin pretenden, muy errneamente, que los dragones asiticos son unejemplo fructfero de reformas neoliberales sucesivas antes de las aperturas polticas. Estosupone equivocadamente que s exista una opcin de orden y que esos pases aplicaron unpaquete de polticas similar al que se recomienda en la actualidad. Para comentarios sobreel caso chileno, vase Philip Oxhorn y Graciela Ducanzeiler, op. cit.

    9 Vase por ejemplo, Nancy Birdssall y Richard Sabot, "Virtous Circles: HumanCapital, Growth and Equity in East Asia", Washington, Banco Mundial, 1994, e"Inequality and Growth Reconsidered", Washington, Banco Mundial, 1994.

    10 Vase por ejemplo, E. Muller, "Democracy, Economic Development andIncome Inequality", American Sociological Review, 53, febrero 1988.

    11 Vase Carlos Gervasoni, "Economic Policy and Electoral Performance in LatinAmerica: 1982-1995", tesis de maestra, Centro de Estudios Latinoamericanos,Universidad de Stanford, 1995.

    12 Moises Naim explica el dilema de esta segunda etapa: "Las oscilaciones deprecios que son secuela de una devaluacin de la moneda o de la restriccin de la polticamonetaria no estn dirigidas a ningn grupo en particular y en teora, aunque no siempre enla prctica, son temporales. Pero los despidos en una siderrgica privatizada y laeliminacin de subsidios agrcolas, ambos son cambios permanentes con costosrespaldados por grupos especficos. Los grupos inmediatamente afectados por reformasespecficas son ms fciles de movilizar polticamente que loS segmentos ampliamentedispersos de la sociedad que soportan el peso inicial del ajuste macroeconmico." Vase su"Latin America's Journey to the Market", San Francisco, Centro Internacional deCrecimiento Econmico, 1995, p. 11.

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    Este texto se present en el taller Constructing Democracy and Markets:Comparing Latin America and Asia, patrocinado por el Pacific Council on InternationalPolicy y el Council on Foreign Relations y realizado en Los Angeles los das 26 y 27 deenero de este ao.

    Director del Centro de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Stanford yprofesor adjunto de ciencia poltica.

    Economa

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