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8/2/2019 Karl Lowith_ Tiempo Divino y Tiempo Profano
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lwith, KARl,Historia del mundo y salvacin: los pre supues-tos teolgicos de la losofa de la historia, Buenos Aires,Katz Editores, 2007.
Tiempo divino y tiempo profano. Los lmites
de la losofa de la historia
No cualquier opinin sobre la historia es una losofa de la historia.
Una losofa de la historia consiste en una comprensin totalizadora
de la historia de los hombres, articulada por un eje que vincula
acontecimientos y que los reere a un sentido ltimo. Tampoco lalosofa de la historia es, como se cree a menudo, un producto de
la modernidad. Lo propiamente moderno de la moderna losofa
de la historia es su carcter secular. Por ello, Lwith se opone a la
visin que supone que el autntico pensamiento histrico comenz
en el siglo xviii, desestimando as el inters losco por 14 siglos
de pensamiento sobre la losofa de la historia.
El libro de Karl Lwith fue publicado originalmente en los Es-
tados Unidos en 1949, con el ttulo Meaning in History. La versin
alemana, hecha por Hanno Kesting cuatro aos ms tarde, y revisada
por Lwith, lleva el nombre de Weltgeschichte und Heilsgeschehen.
Die teologischen Voraussetzungen der Geschichtsphilosophie. La ver-
sin espaola fue publicada el ao pasado. A partir del anlisis del
proceso de secularizacin de las categoras occidentales sobre la
historia, este libro casi sexagenario es, para muchos, uno de los aportes
ms valiosos que este lsofo ha brindado a la losofa poltica.
Sus planteamientos tienen la misma vigencia y el mismo alcance
que los ms recientes de Koselleck, Foucault o Esposito, entre otros,
acerca de los presupuestos teolgicos de todo pensamiento que le
adjudique a la historia un principio rector, un origen y un n (en
el sentido de acabamiento o completamiento). Presupuestos que,
tal como reconoce el pensamiento contemporneo, sea ste ateo o
creyente, atraviesan toda losofa moderna de la historia que se pre-
cie de tal.La indagacin acerca del origen bblico, principalmente neotes-
tamentario, de los conceptos de la moderna losofa de la historia,
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hace explotar las anbologas de esta ltima. Lwith seala, conagudeza, la imposibilidad de que la moderna losofa de la historia
deje de ser una versin secularizada de la escatologa judeocristiana
si no se libera de categoras heredadas tales como progreso, sujeto
y, sobre todo, sentido histrico. Ms an, Lwith se pregunta: es
factible pensar una historia universal del mundo, bajo un principio
rector, sin dejar de lado los presupuestos de la historia de la salva-
cin cristiana?
La losofa de la historia, para decirlo un poco esquemticamente,
es en su origen el resultado de la interpretacin, apropiacin e in-
versin del concepto pagano de historia desde un punto de vista
creacionista y, como consecuencia, de la redenicin de la tempora-
lidad de lo propiamente histrico.
Para los historiadores antiguos, como Herdoto y Tucdides, la
historia relataba acontecimientos polticos y blicos ya consumados,
pasados. Sabemos bien, por otra parte, que, segn la losofa clsica,
lo divino era sinnimo de eterno (sempiterno, para ser ms precisos)
e inmutable. La losofa griega, entonces, se daba como tarea la
reexin acerca del orden (kosmos) de las cosas y de su ley (dike o
logos). Lo propio de la losofa era todo aquello que, incorruptible,
permaneca siempre en el mbito de la identidad. Lapolis, en cambio,
constitua el mbito del cambio y lo perecedero. La teologa griega
del eterno retorno de lo mismo no hubiera podido vincular, de modo
alguno, un pensamiento de lo inmutable con un pensamiento queslo se ocupa de los ciclos de lo mudable. La idea de una losofa
de la historia, para un antiguo, slo hubiera podido causarle una
risa losca. La losofa griega, as como la potica (en su sentido
ms amplio), versaban sobre el logos del kosmos y sobre la physis.
El pensamiento histrico antiguo, por otra parte, lejos de admitir un
acontecimiento singular que cambiara de una vez y para siempre el
sentido universal de la historia, era cclico. No hay sentido ltimo
ni primero, ya que nada extraordinario puede suceder. La naturaleza
humana es, fue y ser siempre la misma; por lo tanto, la historia tan
slo puede ser historia poltica. Resulta evidente, entonces, que la
historia segn la concepcin clsica es ontolgicamente inferior a
la losofa y a la poesa. O, en otras palabras, podramos decir que lahistoria no calica ontolgicamente para ser proferida en tanto logos.
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Si la historia clsica era asunto de hombres de Estado, para elmonotesmo es asunto de profetas y predicadores. Segn Lwith,
la historia, para judos y cristianos, es historia de la salvacin. El
verbo griego historein, como veamos, estaba ntimamente vincu-
lado con el pasado; en la Biblia, en cambio, se conjuga enfuturo.
La historia judeocristiana es, por lo tanto, una preparacin para un
acontecimiento futuro.
La interpretacin de la historia busca el sentido del obrar y del
padecer de los hombres. El elemento originario de la interpretacin
de la historia surge en la experiencia del mal y del sufrimiento,
ocasionados por la accin en la historia. Segn Lwith, las dos
respuestas principales de la cultura occidental al sufrimiento de
los hombres en la historia son el mito de Prometeo y la fe en el
Crucicado: Ni el paganismo ni el cristianismo se entregaron a
la moderna ilusin de que la historia es una evolucin progresiva,
en la que el problema del mal y el sufrimiento se resuelve por su
paulatina superacin.
As pues, en el proyecto bblico, el mundo adquiere sentido en
tanto creacin divina. La historia de la salvacin comprende al
pasado como preparacin del futuro. Si la historia de la antigedad
pagana era la historia de los grandes acontecimientos polticos,1 el
n de la historia cristiana, su schaton, es independiente de los acon-
tecimientos polticos de las naciones, porque se trata de la salvacin
individual, del pecado y de la redencin. La historia del mundo esprofana y su sentido slo puede ser esclarecido por el principio tras-
cendente de la providencia.
El anlisis de Lwith rota sobre dos ejes fundamentales: por un
lado, desbroza los conceptos teolgicos secularizados en las lo-
sofas de la historia de los modernos Marx, Hegel, Comte, Voltaire
y Vico, entre otros; adems, efecta una lcida lectura de la interpre-
tacin cristiana de la historia, desde Orosio y Agustn, pasando por
el pensamiento de Joaqun de Fiore e, incluso, de Bossuet. Lwith
nos enfrenta al penoso esfuerzo de traduccin que la lengua lo-
sca secular opera sobre los conceptos de la teologa cristiana.
1 Michel Foucault, en su curso Il faut dfendre la socit distingue, a la luz deNietzsche, una historia jupiteriana, clsica, que relata los acontecimientos poltico-blicos que forjaron la grandeza de los pueblos, y la historia de estilo bblico, en lacual las intervenciones divinas articulan su sentido.
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Penoso, porque la articulacin cristiana de la historia que hereda lamodernidad, an en los intentos ms radicalmente desteologizadores,
es incompatible con un sentido que se pretenda a la vez mundano y
trascendente.
El segundo eje de anlisis deja de lado las cuestiones ms gen-
ticas y se enfrenta de lleno con el proyecto moderno de una historia
universal, formulando una serie de debates de gran vigencia. Ya
desde el comienzo, Lwith nos aclara que no se trata de denunciar
los presupuestos teolgicos de la losofa de la historia como lo
irracional de sta para as desacreditarla, sino de profundizar las
dicultades que plantea lo que podemos llamar el proceso de secu-
larizacin del pensamiento occidental. Una de esas dicultades,
la ms destacada y problemtica quiz, es la idea de una historia
del mundo en tanto realizacin del hombre de forma progresiva o
revolucionaria. La moderna losofa de la historia cae, as, presa
de aquellos conceptos que crea poder hacer propios y que, sin em-
bargo, se resisten a una domesticacin racional que no admita lo
trascendente. El hombre moderno, nuevo Seor de la historia, ha
pretendido reemplazar al fatum de la concepcin del eterno retorno
de lo mismo y a laprovidencia divina por la realizacin progresiva de
sus capacidades en el mundo histrico. En lugar de Dios, es el hom-
bre quien realiza su propio destino.
En el esquema heredado de la revelacin cristiana, la idea de un
progreso carece de sentido sin una historia que suponga un origeny un n ltimo. Burckhardt fue consciente de esta dicultad, al
sostener que la historia es un centro en constante movimiento del
cual no conocemos ni su origen ni su n. Una losofa de la historia
debe renunciar a la verdad en tanto adecuacin: la realizacin futura
del hombre no es pasible de convertirse en intuicin racional. Y, si
bien la losofa, al igual que la teologa y a diferencia de la ciencia,
puede y debe formularse cuestiones sin respuestas empricas (pues,
si las tuvieran, no seran problemas loscos), tambin debe ser
consciente de que, en este caso, la losofa de la historia, en cuanto
tal, ser siempre dependiente de su origen teolgico. En este sentido,
la empresa de Hegel puede explicarse de dos maneras: como un
ataque a la teologa cristiana o como su defensa mediante el lenguajelosco. La esencial ambivalencia de todos los intentos modernos
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de realizar el espritu cristiano sin fe ni esperanza se mostr yacuando Hegel se dio a la tarea, por primera vez, de construir un
sistema, aclarndose a s mismo qu puede signicar acercarse a
Dios .
De otro modo, deberamos renunciar a la pretensin de una -
losofa de la historia sin Dios, junto con Burckhardt, o renovar,
junto con Nietzsche, la concepcin cclica de los paganos con
la pesada carga de un fatum inexorable que hace que todo avance
sea, a la vez, un retroceso. A pesar de su tentativa de restaurar la
concepcin pagana del tiempo, de erigirse en un anticristo y de
decretar la muerte de dios, Nietzsche incurri en los poco paganos
y muy cristianos anuncios de una losofa del futuro y de un
nuevo hombre. La premisa nietzscheana de amar al destino es
una tautologa. Si el destino es inexorable, resulta difcil entonces
comprender el papel de la voluntad del hombre sin pensar en el
Nuevo Testamento. Burckhardt, menos pagano y ms humilde,
supo bien que una losofa que rechace la fe en una salvacin fu-
tura debe, indefectiblemente, renunciar a una Filosofa de la Histo-
ria. Y fue justamente esa certeza la que lo hizo desistir de seme-
jante proyecto.
Federico Donner