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Yasunari Kawabata Mil grullas Traducción de María Martoccia emecé lingua franca

Kawata, Yasunari - Mil Grullas

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Kawata, Yasunari - Mil Grullas

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  • Yasunari Kawabata

    Mil grullas Traduccin de Mara Martoccia

    emec lingua franca

  • Kawabata, Yasunari Mil grullas.- 1a ed. - Buenos Aires : Emec, 2003. 144 p.; 22x14 cm. - (Lingua franca)

    Traduccin de: Mara Martoccia

    ISBN 950-04-2519-X

    1. Literatura Japonesa I. Ttulo CDD 895.6

    Diseo de cubierta: Mario Blanco

    Emec Editores S.A. Independencia 1668, C 1100 ABQ, Buenos Aires, Argentin*

    Ttulo original: Sembazuru Ttulo de la traduccin al ingls: Thousand Cranes

    Traduccin del ingls: Mara Martoccia

    1935-47, The Heirs of Yasunari Kawabata 2003, Emec Editores S.A.

    1" edicin: 4.000 ejemplares Impreso en Talleres Grficos Leograf S.R.L., Rucci 408, Valentn Alsina, en el mes de noviembre de 2003.

    Reservados todos los derechos. Queda rigurosamente prohibida, sin la autorizacin escrita de los titulares del "Copyright", bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproduccin parcial o totl de esta obra por cualquier medio o procedimiento, incluidos la reprografa y el tratamiento informtico.

    IMPRESO EN LA ARGENTINA / PRINTED IN ARGENTINA Queda hecho el depsito que previene la ley 11.723 ISBN: 950-04-2519-X

  • Mil grullas: la ceremonia del t y sus tazones fantasma

    Por Amalia Sato

    Figura emblemtica, miembro de la Escuela de las Nuevas Sensibilidades (Shinkankaku School), guio-nista de un clsico del cine experimental de 1926 (Una pgina de locura, dirigida por Kinugasa Teinosuke), Ka-wabata Yasunari desde muy joven se instala activa-mente en el medio artstico. Su vida se haba iniciado con una presencia de muerte que slo "el intil esfuer-zo", sobre el que permanentemente vuelve, poda mi-tigar en parte: intil esfuerzo por acceder a la belleza, a los conocimientos de un Occidente trasvasado, intil esfuerzo de la escritura. Perseguido por las prdidas, la de su padre cuando era una criatura de dieciocho meses, su madre un ao ms tarde, su nodriza a los seis, su hermana a los diez, a los catorce su ltimo fa-miliar, el abuelo, en esa sucesin leyeron los estudio-sos japoneses una "disposicin de hurfano", que slo encontr refugio en un mundo literario.

    En una conferencia que dict en Hawaii en 1969, titulada "La existencia y el descubrimiento de la belle-za", Kawabata cuenta cmo sentado en un lujoso ho-tel, tiene una maana la visin de mesas dispuestas en

  • 6 Introduccin

    una terraza, con cientos de vasos colocados boca abajo brillando como diamantes bajo el sol tropical. Algo que nunca haba visto y que lo deleita. Sentencia entonces que la literatura no hace sino registrar tales encuentros con la belleza.

    Para Kawabata, los mejores calificados para descu-brir la pura belleza son los nios pequeos, las muje-res jvenes y los hombres moribundos. As, las mejores sorpresas de estilo las deparan los textos escolares; as, toda su obra refleja su fascinacin con un tipo de in-maculada mujer idealizada. Y por eso su ensayo clave se titula "Los ojos de un hombre moribundo".

    La trama de Mil grullas (Sembazuru) gira alrededor de uno de los ritos consagrados de la cultura japonesa, la ceremonia del t, encuentro que desde el siglo xm pacificaba a los guerreros. Para imaginar las escenas con los objetos apropiados se justificara la consulta a una enciclopedia de arte: las grullas del pauelo son un auspicioso smbolo de longevidad; los tazones cere-moniales de cermicas renombradas: el Oribe oscuro con toques de blanco y diseo de helchos de la primera ceremonia; la jarra Shino de esmalte blanco y tenue rojo para la ofrenda floral fnebre; el par de Raku, ne-gro y rojo tazones hombre/esposa; el terrible Shino cilindrico con la huella imborrable de un lpiz de la-bios que ser lanzado en una suerte de exorcismo pe-ro cuyos pedazos habr que enterrar con respeto; el Karatsu verduzco con toques de azafrn y carmes, de i asimtrica factura coreana que conformar con el an-j terior otra bella pareja de objetos-fantasma. Las acua-relas de Sotatsu y las caligrafas del poeta Muneyukj

  • Sato

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  • 8 Introduccin

    rece y Kikuji sospecha que se ha suicidado igual que su madre, la seora Ota.

    La prctica novelstica de Kawabata no coincide con sus teorizaciones sobre la estructura en tres pasos. Sus novelas podran terminar en cualquier punto y se di-ra que nunca hay un final. Se percibe un crecimiento sin un plan preconcebido, influido por la tcnica del fluir de la conciencia que admiraba en la narrativa de Joyce y Proust, y la tradicin japonesa de una continui-dad por adicin, como en el Cenji o El libro de la almo-hada. No haca caso del concepto de argumento, una supersticin heredada de la aplicacin de conceptos dramticos, que no aplicaba a sus novelas, que se iban conformando, como las redacciones infantiles, con oraciones impredecibles, libres, iluminadas. Kawaba-ta, que dej muchsimos escritos inconclusos, tambin sola practicar otro curioso ejercicio: reduca los textos extensos a lo que llamaba "relatos del tamao de la pal-ma de una mano", operacin en la que lo consideraban maestro.

    Al recibir en 1968 el Premio Nobel, para el que mu-cho colaboraron las esplndidas traducciones al ingls de Edward Seidensticker, Kawabata invoc el bello Ja-pn, el Japn esttico que desde el siglo xix intriga a Occidente. Un Japn tradicional, "que se ha ido", pero que l encontraba en espacios naturales alejados de lo urbano o en los lugares donde se cumplan los viejos ritos: "el otro mundo" ajeno a la cotidianeidad, donde hay una regresin a lo maternal al dejarse dominar el hombre por el sentimiento de amae (tomar provecho de la benignidad de otro, mostrarse como un nio con-

  • Amalia Sato 9

    sentido). Aqu, la casita del jardn, donde se practica la ceremonia del t, espacio preservado donde los tazo-nes se cargan de una emotividad que desafa el tiempo y en el cual el rito convoca a un eros que se vierte en ca-da gesto, contaminando a sucesivas generaciones de amantes. Pero la experiencia espiritual y esttica se convierte, en manos de Chikako, en un ejercicio de la perversin, en un momento de gran tensin, en una exhibicin de poder, como en el siglo xvn lo haca To-yotomi Hideyoshi, el jefe militar, al desplegar los ob-jetos ceremoniales de sus predecesores.

    Como esas "islas en un mar distante" que le atraan, trabaja Kawabata su estilo elusivo tan influido por su clsico favorito, el Romance de Genji. Para percibirlo en bruma hay que sostener la ilusin de una lengua donde hay un modo para los hombres y otro para las mujeres, con una entonacin, desinencias verbales y vocabularios diversos, donde los adjetivos declinan con indicaciones temporales, donde hay infinidad de recursos para expresar la duda, la suposicin, lo in-completo. El primer episodio de Mil grullas se public en 1949; en 1951 la da por terminada. En un haiku del mes de enero de 1953, prometa:

    En el cielo de Ao Nuevo mil grullas vuelan o as me parece.

    Pero la breve historia que inicia entonces, con el mismo protagonista, queda inconclusa. '"

  • Mil grullas

    Aun cuando haba alcanzado a llegar a Kamakura y al Templo Engakuji, Kikuji no saba si acudira a la cere-monia del t. Ya llegaba tarde.

    Siempre que Kurimoto Chikako oficiaba la cere-monia del t en la morada interior del Engajuki, l reciba una nota. Sin embargo, no haba asistido ni si-quiera una vez desde la muerte de su padre. Conside-raba las notas tan slo gestos formales en memoria de su padre.

    Esta vez haba una posdata: ella quera que l cono-ciera a una joven a quien le estaba dando clases para la ceremonia del t.

    Mientras lea, Kikuji pens en la mancha de naci-miento de Chikako.

    Tena ocho, quiz, nueve aos? Su padre lo haba llevado a visitar a Chikako y la haban encontrado en

  • 12 Mil grullas

    la sala del desayuno. Tena el kimono abierto. Estaba cortndose el pelo de la mancha con un pequeo par de tijeras. La mancha, grande como la palma de una mano, le cubra la mitad del pecho izquierdo y se des-plazaba por el hueco entre ambos pechos. Pareca estar creciendo pelo sobre la mancha negro-morada, y Chi-kako estaba en el proceso de cortarlo.

    Trajiste al muchacho contigo? Sorprendida, se acomod el cuello del kimono.

    Luego, quiz porque apresurarse slo haba complica-do sus esfuerzos por cubrirse, se volvi ligeramente y, con cuidado, meti el kimono dentro del obi.

    Su sorpresa debi de haber sido causada menos por la aparicin del padre de Kikuji que por Kikuji. Pues-to que una doncella los haba recibido en la puerta, Chikako deba saber, por lo menos, que el padre de Ki-kuji haba llegado.

    El padre de Kikuji no entr en la sala del desayuno. En cambio, se sent en la habitacin contigua, la habi-tacin donde Chikako daba sus lecciones.

    Podra tomar una taza de t? pregunt el pa-dre de Kikuji de manera ausente. Mir la lmpara del nicho.

    En el peridico que estaba sobre su rodilla, Kikuji haba visto pelos que eran como los de una barba.

    Aunque haba plena luz de da, las ratas corretea-ban por el espacio vaco del cielo raso. Haba un duraz-nero en flor junto a la veranda.

    Cuando al fin ocup su lugar junto al brasero del t, Chikako pareca preocupada.

    Unos diez das despus, Kikuji haba odo a su ma-

  • Yasunari Kawabata 13

    dre decirle al padre, como si fuera un secreto extraor-dinario, que l no poda desconocer que Chikako no se haba casado a causa de la mancha de nacimiento. Ha-ba compasin en los ojos de su madre.

    Ah s? el padre de Kikuji cabece, aparente-mente sorprendido. Pero no importara si su esposo lo viese, verdad? En especial, si saba de su existencia antes de casarse...

    Eso es exactamente lo que le dije. Pero, despus de todo, una mujer es una mujer. No creo que yo hu-biera sido capaz de decirle a un hombre que tena una mancha enorme en mi pecho.

    Pero ya no es joven. Aun as, no sera fcil. Es probable que un hom

    bre con una mancha pueda casarse y simplemente rer se cuando se lo descubren.

    T has visto esa mancha? No seas tonto. Claro que no. Slo hablaron de l? < - . r - Ella vino para mi leccin y hablamos de toda clase

    de cosas. Supongo que sinti deseos de confesarse. El padre de Kikuji permaneca en silencio. Imagina que ella estuviera por casarse. Qu pen-

    sara el hombre? Casi seguro sentira rechazo. Pero puede que en-

    contrara algo atractivo en l, al tenerlo como algo se-creto. Por otra parte, el defecto puede realzar aspectos interesantes. De todas formas, no es un problema del cual valga la pena hablar.

    Le dije que no era un problema en absoluto. "Pe-ro est sobre el pecho", dijo ella.

  • 14 Mil grullas

    Ahs? .. ,v. Lo ms difcil sera tener un nio que amaman-v

    tar. El esposo podra tolerarlo, pero el nio... La mancha impedira que saliera la leche? No es eso. No, el problema sera tener al nio mi-

    rando la mancha mientras lo amamanta. Mis conside-raciones no haban llegado a tanto, pero una persona que en realidad tiene una mancha piensa en esas cosas. Desde el da de su nacimiento se alimentara all y, des-de el da que comenzara a ver, vera esa horrible man-cha en el pecho de su madre. Su primera impresin del mundo, la primera impresin de su madre, sera esa horrible mancha, y all quedara esa impresin, a lo lar-go de toda la vida del nio.

    Ah, pero, no es eso inventarse preocupaciones? Uno podra alimentarlo con leche de vaca, su-

    pongo, o contratar a una nodriza. Para m lo importante es si hay leche o no, no si

    hay una mancha o no. Me temo que no. Yo en verdad solloc cuando lo

    escuch. No quisiera que nuestro hijo se amamantara de un pecho con una mancha de nacimiento.

    Ah s? Ante esta muestra de ingenuidad, una oleada de in-

    dignacin haba embargado a Kikuji, una oleada de re-sentimiento hacia su padre, quien poda pasarlo por alto, aunque tambin l haba visto la mancha.

    Ahora, sin embargo, casi veinte aos ms tarde, Ki-kuji poda sonrer ante el recuerdo de la confusin de su padre.

    Desde la poca en que tena diez aos, ms o me-

  • Yasunari Kawabata 15

    nos, pensaba a menudo en las palabra^ de su madre y se sobresaltaba incmodo ante la idea d.e un medio her-mano o media hermana que mamara en la mancha.

    No era el simple temor a tener un hermano o her-mana lejos del hogar, un extrao para l. Era ms bien el temor de ese hermano o hermana en particular. Ki-kuji estaba obsesionado con la idea de que un nio que mamara de ese pecho, con la mancha de nacimiento y los pelos, sera un monstruo.

    Aparentemente, Chikako no haba tenido hijos. Uno poda, si lo deseaba, sospechar que su padre no se lo haba permitido. La asociacin entre la mancha y un beb que habra entristecido a la madre podra haber sido el ardid de su padre para convencer a Chikako de que ella no quera nios. En todo caso, Chikako no tu-vo ninguno, ya fuera cuando su padre viva o despus de su muerte.

    Quiz Chikako haba realizado su confesin poco tiempo despus de que Kikuji viera la rnancha, porque tema que Kikuji hablara del asunto.

    Chikako no se haba casado. Entonces, la mancha haba regido toda su vida?

    Kikuji nunca se olvid de la mancha. A veces inclu-so poda imaginar que sus destinos estaban enmaraa-dos en ella.

    Cuando recibi la nota que le avisaba que ella se propona realizar la ceremonia del t como excusa pa-ra presentarle a una joven, la mancha flot ante l una vez ms y, puesto que la presentacin la realizara Chi-kako, se pregunt si la joven tendra la piel perfecta, una piel libre de la ms leve marca.

  • 16 Mil grullas

    Haba su padre ocasionalmente apretado la man-cha con los dedos? La haba mordido incluso? Tales eran las fantasas de Kikuji.

    Aun ahora, mientras caminaba por los jardines del templo y escuchaba el gorjeo de los pjaros, stas eran las fantasas que le venan a la mente.

    Unos dos o tres aos despus del incidente, por al-guna razn Chikako se haba vuelto masculina en sus modales. Ahora era bastante asexuada.

    En la ceremonia de hoy, ella trajinara de un lado a otro con energa. Quizs el pecho con la mancha se ha-ba marchitado. Kikuji sinti que una sonrisa de alivio afloraba a sus labios. Justo entonces, dos mujeres jve-nes se apresuraron detrs de l.

    Se detuvo para dejarlas pasar. >\ > Saben ustedes si la casa que ocupa la seorita

    Kurimoto queda en esta direccin? 1K, i-1

    J a

  • Yasunari Kawabata 17

    Cuando Kikuji lleg, las dos muchachas se estaban cambiando los tabi1.

    Mir el cuarto desde detrs de ellas. La habitacin principal era grande, unas ocho esterillas de extensin.

    Aun as, los invitados presentaban una slida hile-ra de rodillas. Pareca haber slo mujeres, mujeres en brillantes kimonos.

    Chikako lo vio de inmediato. Como si estuviera sorprendida, se puso de pie para saludarlo.

    Entra, entra. Qu fortuna! Por favor, estar bien entrar desde all seal la puerta corrediza en el ex-tremo superior de la habitacin, antes del nicho.

    Kikuji se ruboriz. Sinti los ojos de todas las mu-jeres.

    Slo mujeres. Ms temprano estuvo un caballero, pero se mar-

    ch. T eres el nico rayo de sol fulgurante. Apenas fulgurante, dira. Oh, no te preocupes, renes todos los requisitos.

    El nico rayo escarlata. Kikuji agit la mano para indicar que prefera una

    puerta menos llamativa. La joven envolva las medias usadas en el paue-

    lo con las mil grullas. Se hizo a un lado para dejarlo pasar.

    La antesala estaba abarrotada con cajas de dulces,

    1 Tabi: Medias cortas. - :- ' , , , s

  • 18 Mil grullas

    utensilios para el t que haba trado Chikako y bultos que pertenecan a los invitados. En un rincn alejado, una mucama lavaba algo.

    Chikako entr. Bueno, qu piensas de ella? Una muchacha bo-

    nita, no? La que tiene el pauelo con las mil grullas? Pauelo? Qu puedo saber yo sobre pauelos?

    La que estaba aqu, la bonita. Es la joven Inamura. Kikuji asinti vagamente. Pauelo. En qu cosas extraas te fijas. Uno tie-

    ne que tener muchsimo cuidado. Pens que haban lle-gado juntos. Me sent encantada.

    De qu hablas? Se encontraron en el camino. Es una seal de

    unin entre ustedes. Y tu padre conoca al seor Ina-mura.

    -S? La familia tena un negocio de seda en Yokoha-

    ma. Ella no sabe nada sobre lo planeado para hoy. Pue-des examinarla a gusto.

    La voz de Chikako no era suave y Kikuji se sen-ta angustiado por temor a que la oyeran a travs de la puerta con paneles de papel que los separaba del grupo principal. De pronto, ella acerc su rostro al de l.

    Pero existe una complicacin baj la voz. La seora Ota est aqu, y su hija con ella estudi la ex-presin de Kikuji. Yo no la invit, pero la norma es que cualquiera que se halle en el vecindario puede ve-nir. El otro da incluso recib a unos norteamericanos.

  • Yasunari Kawabata 1 9

    Lo siento pero, qu puedo hacer si ella huele un ro-mance? Por supuesto, no sabe nada de ti y la muchacha Inamura.

    Con respecto a m y la muchacha Inamura? Pe-ro yo...

    Kikuji quera decir que no haba venido preparado para un miai, un encuentro cuyo propsito anunciado era considerar una posible boda. Por alguna razn las palabras no salan de su boca. Sinti los msculos de la garganta ponerse rgidos.

    Pero la seora Ota es quien debera sentirse in-cmoda. T puedes simular que nada anda mal.

    La manera en que Chikako desechaba el asunto lo fastidi.

    Si bien la intimidad con su padre haba tenido cor-ta duracin, durante el resto de la vida de su padre, Chikako haba sido de utilidad en la casa. Ella haba asistido para ayudar en la cocina cuando se realizaba una ceremonia del t e incluso cuando esperaban a in-vitados corrientes.

    La idea de que la madre de Kikuji comenzara a sen-tir celos de la asexuada Chikako pareca algo divertido, merecedora slo de una risa irnica. No haba dudas de que su madre saba que el padre haba visto la mancha, pero la tormenta ya haba pasado y Chikako, como si ella tambin lo hubiera olvidado, se convirti en la acompaante de su madre.

    Con el correr del tiempo, Kikuji tambin lleg a tratarla con naturalidad. A medida que diriga sus ca-prichos infantiles hacia ella, la asfixiante repugnancia de su niez pareci desvanecerse.

  • 20 Mil grullas

    Era quizs una vida apropiada para Chikako haber permanecido en lo asexuado y haberse convertido en un elemento til.

    Con la familia de Kikuji como su base, tena un modesto xito siendo instructora en la ceremonia del t.

    Kikuji incluso sinti una leve compasin por ella cuando, con la muerte de su padre, se le ocurri que Chikako haba reprimido a la mujer dentro de ella des-pus de ese romance breve y fugaz.

    La hostilidad de la madre de Kikuji, por otra parte, estaba refrenada por la cuestin de la seora Ota.

    Despus de la muerte de Ota, que haba sido su compaero en la actividad referida al t, el padre de Ki-kuji se haba encargado de disponer de los utensilios de t de Ota y, de esta manera, se haba acercado a la viuda.

    Chikako se apresur a informarle a la madre de Ki-kuji.

    Chikako, por supuesto, se convirti en la aliada de su madre. Una aliada por cierto demasiado empeo-sa. Acechaba al padre y con frecuencia amenazaba a la seora Ota. Sus latentes celos personales parecieron estallar.

    La introspectiva y tranquila madre de Kikuji, des-concertada por esa fogosa intervencin, se preocup por aquello que la gente pudiera pensar.

    Aun delante de Kikuji, Chikako regaaba con ve-hemencia a la seora Ota y, cuando su madre daba se-ales de desagrado, Chikako deca que a Kikuji no le hara dao escuchar.

  • Yasunari Kawabata 21

    Y la vez anterior tambin, cuando fui para poner las cosas en claro, all estaba la nia, escuchndolo to-do. Imagnese, no es cierto que o de repente un llo-riqueo en la habitacin contigua?

    Una nia? La madre de Kikuji frunci el ceo. S. Once aos, creo que dijo la seora Ota. Real-

    mente, algo no funciona bien con esa mujer. Yo pens que regaara a la nia por estar escuchando a escon-didas y lo que hizo fue levantarse y traerla y sentarse abrazndola, bien frente a m. Supongo que necesita-ba una actriz que la acompaara con los sollozos.

    Pero, no crees que es un poco triste para la nia? Es por eso que deberamos utilizar a la nia para

    vengarnos de ella. La nia sabe todo. Aunque debo de-cir que es una nia bonita. Un pequeo rostro redon-do. Chikako mir a Kikuji. Y si organizamos para que Kikuji hable con su padre...

    Intenta no derramar demasiado el veneno, si no te importa. Hasta la madre de Kikuji tuvo que pro-testar.

    T mantienes el condenado veneno dentro de ti, se es el problema. Recbrate, lrgalo de una vez. Mi-ra lo delgada que ests, y ella toda regordeta y resplan-deciente. Hay algo en ella que realmente no funciona: cree que si solloza de manera suficientemente patti-ca, todo el mundo comprender. Y all mismo, en la ha-bitacin en la que ella recibe al seor Mitani, tu mari-do, tiene en exhibicin un cuadro de su propio marido. Me sorprende que el seor Mitani no le haya hablado del asunto.

    Y, despus de la muerte del padre de Kikuji, la mis-

  • 22 Mil grullas

    ma seora Ota apareci en la ceremonia del t de Chi-kako e incluso con su hija.

    Kikuji tuvo la sensacin de que algo fro lo tocaba. Chikako dijo que no haba invitado a la seora Ota

    ese da. Aun as era asombroso: las dos mujeres se ha-ban estado viendo desde la muerte de su padre. Qui-zs inclusive la hija estuviera recibiendo lecciones para la ceremonia del t.

    Si te molesta, puedo pedirle que se marche. Chi-kako lo mir a los ojos.

    Para m, es lo mismo. Por supuesto, si ella quiere marcharse...

    Si fuera una persona que tomara en cuenta ese ti-po de cosas, no les hubiera causado tanta infelicidad a tu padre y a tu madre.

    La hija est con ella? Kikuji nunca haba visto a la hija.

    Le pareca mal conocer a la muchacha de las mil grullas antes que a la seora Ota. Y senta aun ms re-chazo ante la idea de conocer a la hija ese da.

    Pero la voz de Chikako le rasg los odos y crisp sus nervios.

    Bueno, sabr que estoy aqu. No puedo huir aho-ra. Se puso de pie.

    l entr por la puerta junto al nicho y ocup un lu-gar en el extremo superior de la habitacin.

    Chikako lo sigui muy de cerca. l es el seor Mitani. El hijo del anciano seor

    Mitani. Su tono de voz era formal en extremo. Kikuji hizo una reverencia y, mientras levantaba la

    cabeza, tuvo una clara visin de la hija. Algo turbado, en

  • Yasunari Kawabata 23

    un principio no haba distinguido a una dama de la otra en medio de la brillante correntada de kimonos. Ahora vea que la seora Ota estaba justo frente a l.

    Kikuji era la seora Ota. Su voz, que se poda or en toda la habitacin, era francamente cariosa. Hace tanto tiempo que no te escribo. Y hace tanto tiempo que no te veo. Le dio un tirn a la manga de su hija, instndola a que se apresurara con los saludos. La hija se ruboriz y mir el piso.

    Para Kikuji esto era, por cierto, extrao. No poda detectar la ms leve sugerencia de hostilidad en el com-portamiento de la seora Ota. Ella pareca totalmente cordial, tierna, rendida de placer ante el inesperado en-cuentro. Uno slo poda concluir que desconoca por completo su lugar en la reunin.

    La hija se sent ceremoniosamente, con la cabeza inclinada.

    Al fin, al percibirlo, la seora Ota tambin se rubo-riz. Sin embargo, continu mirando a Kikuji como si quisiera correr a su lado o como si hubiera cosas que deba decirle.

    Entonces, ests estudiando para la ceremonia del t, no?

    No s nada en absoluto al respecto. De verdad? Pero lo llevas en la sangre. Las

    emociones que senta parecan ser demasiado para ella. Tena los ojos hmedos.

    Kikuji no la vea desde el funeral de su padre. Ape-nas haba cambiado en esos cuatro aos.

    El cuello blanco, un poco largo, era como siempre haba sido, y los hombros regordetes combinaban de

  • 24 Mil grullas

    una manera extraa con el cuello esbelto: tena una fi-gura joven para sus aos. La boca y la nariz eran peque-as en proporcin a los ojos. La pequea nariz, si uno se molestaba en observar, estaba modelada con nitidez y era sumamente atractiva. Cuando hablaba, su labio superior sobresala un poco hacia adelante, como si es-tuviera haciendo pucheros.

    La hija haba heredado el cuello largo y los hombros regordetes. Sin embargo, su boca era ms grande y la mantena apretadamente cerrada. Haba algo casi di-vertido en los delgados labios de la madre junto a los de su hija.

    La tristeza empaaba los ojos de la muchacha, ms oscuros que los de la madre.

    Chikako removi las brasas del brasero. Seorita Inamura, haga t para el seor Mitani.

    No creo que le haya tocado todava. La muchacha de las mil grullas se puso de pie. Kikuji la haba observado junto a la seora Ota. Sin

    embargo, haba evitado mirarla una vez que vio a la se-ora Ota y a su hija.

    Chikako, por supuesto, estaba exhibiendo a la mu-chacha para que l la inspeccionara.

    Una vez que ocup su lugar junto al brasero, se vol-vi a Chikako.

    Qu tazn usar? Djame ver. El Oribe2 sera apropiado respon

    di Chikako. Perteneci al padre del seor Mitani. Le tena mucho cario y me lo regal. -< ,

  • Yasunari Kawabata 25

    Kikuji record el tazn de t que Chikako haba colocado frente a la muchacha. En verdad haba per-tenecido a su padre, y su padre lo haba recibido de la seora Ota.

    Y qu respecto de la seora Ota, que en la ceremo-nia de hoy vea un tazn que haba sido atesorado por su difunto esposo y haba pasado del padre de Kikuji a Chikako?

    Kikuji se senta consternado ante la falta de tacto de Chikako.

    Pero uno no poda evitar concluir que tambin la seora Ota haba mostrado cierta falta de tacto.

    Aqu, preparando t para l, claramente al margen de las enconadas historias de las mujeres de edad ma-dura, la joven Inamura le pareci hermosa.

    3

    Sin conciencia de que estaba en exhibicin, ejecu-t la ceremonia sin vacilar y ella misma coloc el t de-lante de Kikuji.

    Despus de beber, Kikuji mir el tazn. Era un Oribe negro, salpicado de blanco en un costado y de-corado all tambin de negro, con unos brotes de hel-cho en forma de gancho.

    Debes recordarlo dijo Chikako del otro lado de la habitacin.

    Kikuji respondi de manera evasiva y baj el tazn.

  • 26 Mil grullas

    El diseo da la sensacin de las montaas en l dijo Chikako. Uno de los mejores tazones que co-nozco para comienzos de la primavera. Tu padre lo uti-lizaba con frecuencia. Estamos un poco fuera de esta-cin, pero entonces pens que para Kikuji...

    Pero, qu diferencia hace que mi padre lo haya tenido durante un tiempo? Despus de todo, tiene cuatrocientos aos. Su historia se remonta a Momoya-ma y al mismo Rikyu3. Lo han cuidado maestros del t y ha ido pasando a travs de los siglos. Mi padre no es tan importante. As Kikuji intent olvidar las aso-ciaciones que el tazn evocaba.

    Haba pasado de Ota a su esposa, de la esposa al pa-dre de Kikuji, del padre de Kikuji a Chikako. Los dos hombres, Ota y el padre de Kikuji, estaban muertos, y aqu estaban las dos mujeres. Haba algo casi fantasma-grico en la historia del tazn.

    Aqu, otra vez, la viuda de Ota y la hija, y Chikako y la joven Inamura y otras muchachas tambin, toma-ban el viejo tazn de t entre sus manos y se lo llevaban a los labios.

    Podra tambin yo beber t del Oribe? pre-gunt de repente la seora Ota. Me diste uno dife-rente la ltima vez.

    Kikuji se sobresalt de nuevo. La mujer era tonta o desvergonzada?

    Se sinti inundado de compasin por la hija, toda va sentada con la cabeza baja. <

    3 Sen Rikyu (1521-91), uno de los primeros maestros de la ce remonia del t. '. 1 /"

  • Yasunari Kawabata 27

    La joven Inamura realiz la ceremonia una vez ms para la seora Ota. Todos la observaban. Ella probable-mente no conoca la historia del Oribe negro. Realiz los ensayados movimientos.

    Fue un desempeo directo, desprovisto por entero de singularidades personales. Su porte, desde los hombros hasta las rodillas, sugera buenos modales y refinamiento.

    La sombra de las hojas jvenes caa sobre la puerta de papel. Uno perciba el suave reflejo que emanaba de los hombros y de las largas mangas del alegre kimono. El cabello pareca luminoso.

    La luz era en verdad demasiado brillante para una casa de t, pero haca resplandecer la juventud de la muchacha. La servilleta de t, a tono con la muchacha, era roja e impresionaba menos por su suavidad que por su lozana, como si de la mano de la muchacha flore-ciera una flor roja.

    Y uno vea mil grullas, pequeas y blancas, comen-zando a volar a su alrededor.

    La seora Ota tom el Oribe negro en la palma de su mano.

    El t verde contra el negro, como las seales del verde a comienzos de la primavera.

    Pero ni siquiera entonces mencion que el tazn haba pertenecido a su esposo.

    Despus, hubo una inspeccin mecnica de los utensilios de t. Las muchachas saban poco sobre ellos y la mayora estuvo satisfecha con la explicacin de Chikako.

    La jarra para el agua y el medidor de t haban per-

  • 28 Mil grullas

    tenecido al padre de Kikuji. Ni l ni Chikako mencio-naron el hecho.

    Mientras Kikuji observaba a las muchachas mar-charse, la seora Ota se le acerc.

    Temo haber sido muy descorts. Debo de haberte fastidiado, pero cuando te vi me pareci que los viejos tiempos eran lo ms importante...

    -S? Pero mira el caballero en que te has convertido.

    Pareca como si fuera a llorar. Oh, s. Tu madre. Tu-ve intenciones de asistir al funeral y, luego, por alguna razn, no pude.

    Kikuji se senta incmodo. Tu padre y luego tu madre. Debes de estar muy

    jsolo. S, quiz lo estoy. ' > - t ,"-. No te marchas todava? Bueno, en realidad... , v, . >,. Hay tantas cosas sobre las cuales alguna vez de-

    beramos hablar. Kikuji llam Chikako desde la habitacin con-

    tigua. La seora Ota se puso de pie con pesar. Su hija se

    haba ido y estaba esperando en el jardn. Las dos se marcharon despus de haberse despedi-

    do de Kikuji con una leve inclinacin de la cabeza. Ha-ba un aire de splica en los ojos de la muchacha.

    Chikako, con una doncella y dos o tres de sus dis-cpulas preferidas, estaba limpiando la otra habitacin.

    Y qu tena para decir la seora Ota? Nada en particular. Nada en absoluto. /s.i

  • Yasunari Kawabata 29

    Debes tener cuidado con ella. Tan dcil y suave, siempre se las ingenia para parecer como si no pudie-ra hacer el menor dao. Pero uno nunca puede saber lo que est pensando.

    Supongo que viene a menudo a tus celebracio-nes, no? pregunt Kikuji con un toque de sarcas-mo. Cundo comenz?

    Para escapar del veneno de Chikako, se encamin hacia el jardn. i.f/ ,* . , ,

    Chikako lo sigui. Te gusta ella? Una muchacha bonita, no crees? Una muchacha muy bonita. Y hubiera parecido

    ms bonita si la hubiera conocido sin todos ustedes re-voloteando alrededor, t y la seora Ota y el fantasma de mi padre.

    Por qu debera molestarte eso? La seora Ota nada tiene que ver con la joven Inamura.

    Es slo que no me pareci apropiado para la mu-chacha.

    Por qu? Si te molest que la seora Ota haya estado aqu, me disculpo, pero debes recordar que yo no la invit. Y debes pensar en la joven Inamura por se-parado.

    Temo que debo marcharme se detuvo. Si sala caminando con Chikako, no haba forma de saber cundo ella lo dejara.

    Solo otra vez, not que las azaleas de la ladera de la montaa tenan pimpollos. Lanz un profundo sus-piro.

    Estaba disgustado consigo mismo por haberse de-jado seducir por la nota de Chikako; pero la imagen de

  • 30 Mil grullas

    la muchacha con el pauelo de las mil grullas se impo-na, lozana y ntida.

    Quizs era por ella que la reunin con dos de las mujeres de su padre no lo haba contrariado an ms.

    Las dos mujeres todava hablaban de su padre, y su madre estaba muerta. Sinti una oleada de algo pare-cido al enojo. Volvi a recordar la horrible mancha.

    Una brisa vespertina haca crujir las hojas nuevas. Kikuji caminaba lentamente, sombrero en mano.

    Desde lejos vio a la seora Ota, de pie a la sombra del portn principal.

    Busc una manera de evitarla. Si optaba por la de-recha o por la izquierda, era probable que pudiera aban-donar el templo por otra salida.

    No obstante, se encamin hacia el portn. Una le-ve insinuacin de severidad le inund el rostro.

    La seora Ota lo vio y se acerc a l. Tena las meji-llas encendidas.

    Te esper. Quera verte de nuevo. Puedo parecer desvergonzada, pero tengo que decir algo ms. Si nos hubiramos despedido all, no habra tenido manera de saber cundo te vera otra vez. ?'

    Qu sucedi con tu hija? ... s Fumiko sigui caminando. Estaba con una amiga. s Entonces saba que t estaras esperndome? t.. S. Lo mir a los ojos.

    Dudo de que lo apruebe. All en la casa sent pe-na por ella. Era obvio que no quera verme. Puede que las palabras hayan sido bruscas y, por otra parte, quiz fueron prudentes; pero la respuesta de ella fue muy franca.

  • Yasunari Kawabata 31

    Verte fue una prueba para Fumiko. Puesto que mi padre le caus un enorme dolor. Kikuji quera sugerir que la seora Ota le haba causado un enorme dolor.

    En absoluto. Tu padre fue muy bueno con ella. Alguna vez debo contarte. Al principio, ella no era

    amistosa, sin importar lo amable que fuera l; pero, luego, hacia fines de la guerra, cuando los ataques a-reos eran espantosos, cambi. No tengo idea de por

    qu. A su manera, hizo todo lo que pudo por l. Lo mejor que pudo, digo, aunque era slo una nia. Lo mejor era

    salir para comprar pollo y pescado y cosas semejantes para l. Tena mucha determinacin y no le importaba correr riesgos. Sala al campo para conseguir arroz, aun

    durante los ataques. Tu padre estaba asombrado, el cambio fue tan repentino. Yo, por mi parte, lo hallaba

    muy conmovedor, tan conmovedor que casi dola. Al mismo tiempo, senta que me regaaban.

    Kikuji se pregunt si l y su madre tambin haban recibido favores de la muchacha Ota. Los notables presentes que su padre llevaba de tanto en tanto a la ca-sa eran parte de sus adquisiciones?

    No s por qu cambi Fumiko. Quiz fue porque no sabamos si al da siguiente estaramos con vida. Su-pongo que ella senta pena por m y fue a trabajar tam-bin para tu padre.

    En la confusin de la derrota, la muchacha debi advertir con cunta desesperacin su madre se aferra-ba al padre de Kikuji. En la violenta realidad de aque-llos das, debe de haber dejado en el pasado a su propio padre y slo vera la realidad presente de su madre.

  • 32 Mil grullas

    Notaste el anillo que tena puesto Fumiko? No. Tu padre se lo regal. Aun cuando estaba conmi-

    go, tu padre volva al hogar si avisaban que habra un ataque areo. Fumiko lo acompaaba a casa y nadie po-da convencerla de lo contrario. No haba manera de sa-ber lo que le pasara si iba solo, deca ella. Una noche Fumiko no regres. Yo tena esperanzas de que se hu-biera quedado en tu casa, pero tema que los hubieran matado a ambos. Luego, por la maana, ella regres y dijo que lo haba acompaado hasta el portn de tu ca-sa y haba pasado el resto de la noche en un refugio. La siguiente vez que vino, l se lo agradeci y le regal ese anillo. Estoy segura de que se sinti avergonzada de que lo vieras.

    Kikuji estaba muy incmodo. Y era extrao que la mujer, como la cosa ms corriente, pareciese esperar compasin.

    Sin embargo, su estado de nimo no distingua con claridad si era disgusto o desconfianza. Ella tena una calidez que le haca bajar la guardia.

    Cuando la muchacha haca desesperadamente to-do lo que poda por su padre, haba estado cuidando a su madre y, al mismo tiempo, mostrndose incapaz de cuidarla?

    Kikuji pens que la seora Ota, al hablar de la mu-chacha, estaba hablando de su propio amor.

    Con toda esa pasin ella pareca estar suplicando algo y, en su implicacin final, el ruego pareca no distinguir entre el padre de Kikuji y el mismo Kiku-ji. Haba en el ruego una nostalgia profunda y afee-

  • Yasunari Kawabata 33

    tuosa, como si ella estuviera hablando con el padre de Kikuji.

    La hostilidad que Kikuji, igual que su madre, sen-ta por la seora Ota haba perdido algo de fuerza, aun-que sin desaparecer por completo. Incluso temi que, a menos que fuera cuidadoso, poda encontrar en su propia persona al padre que haba amado la seora Ota. Lo tent imaginar que haca mucho tiempo haba co-nocido el cuerpo de esa mujer.

    Su padre pronto haba abandonado a Chikako, Ki-kuji lo saba, pero haba estado con la seora Ota has-ta su muerte. Aun as, era probable que Chikako hu-biera tratado burlonamente a la seora Ota. Kikuji vio en su propia persona seales de la misma crueldad y hall algo seductor en la idea de que poda hacerle da-o con cierta alegra.

    Asistes a menudo a las reuniones de Kurimoto? pregunt. No tuviste ya bastante de ella en los viejos tiempos?

    Recib una carta suya despus de la muerte de tu padre. Yo extraaba muchsimo a tu padre. Me senta muy sola. Hablaba con la cabeza inclinada.

    Y asiste tambin tu hija? Fumiko? Fumiko slo me hace compaa, o Haban cruzado las vas y haban dejado atrs la es-

    tacin Kamakura Norte. Ahora trepaban por la colina situada frente al Engakuji.

    )" i , * !

  • 34 Mil grullas

    . !

    La seora Ota tena al menos cuarenta y cinco aos, unos veinte ms que Kikuji, pero logr que l olvida-ra su edad cuando hicieron el amor. Kikuji senta que tena entre sus brazos a una mujer ms joven que l mismo.

    Al compartir una felicidad que provena de la ex-periencia de la mujer, Kikuji no senta nada de la reti-cencia bochornosa de la inexperiencia.

    Senta como si fuera la primera vez que conoca a una mujer y como si por primera vez se conociera a s mismo como hombre. Era un extraordinario desper-tar. Nunca haba imaginado que una mujer poda ser tan enteramente dcil y receptiva, una pareja que lo acompaaba y, al mismo tiempo, lo induca a sumirse en una fragancia tibia.

    Kikuji, el soltern, a menudo se haba sentido man-cillado despus de tales encuentros; pero ahora, cuan-do la sensacin de contaminacin deba resultar ms aguda, slo era consciente del tibio reposo.

    Casi siempre quera hacer de su partida un momen-to brusco, pero hoy era como si por primera vez al-guien estuviera clidamente a su lado y l se dejaba arrastrar de buena gana. Hasta entonces no haba visto cmo poda acompaar la oleada femenina. Al entre-gar su cuerpo a esa ola, sinti incluso una satisfaccin que era como adormecerse en la victoria, el conquista-dor a quien un esclavo le lava los pies.

    Y haba un sentimiento maternal en ella.

  • Yasunari Kawabata 35

    Kurimoto tiene una mancha de nacimiento enor-me. Lo sabas? l mene la cabeza al hablar. Sin pen-sarlo de antemano, haba introducido lo desagradable. Posiblemente porque las fibras de su conciencia se ha-ban relajado, aunque no sinti que agraviaba a Chika-ko. Extendi la mano. Aqu, en el pecho, as.

    Algo haba brotado dentro de s para hacerle decir eso. Algo urticante que quera surgir contra el mismo Kikuji y herir a la mujer. O quiz tan slo ocultaba la dulce timidez de querer ver su cuerpo, de ver dnde se ubicaba la mancha. Qu repugnante! Ella se acomod el kimono con rapidez. Pero all pareca haber algo que no poda aceptar por completo. No lo saba dijo sosegada mente. No puedes verla bajo el kimono, no? No, es imposible. No! Cmo puedes? Sera visible si estuviese ac, me imagino. Detente. Ests mirando para ver si yo tamhin tengo una mancha de nacimiento? ' !

    No. Pero me pregunto cmo te sentiras en un momento como ste si tuvieras una mancha as.

    Aqu? La seora Ota se mir el pecho. Pero, por qu tienes que hablar de eso? Qu importa? A pesar de la protesta, sus modales eran dciles. El vene-no diseminado por Kikuji pareca no surtir efecto. Re-gresaba a raudales al propio Kikuji. Pero s importa. Yo la vi una vez, cuando tena ocho o nueve aos, y puedo verla incluso hoy. Por qu? T tambin estuviste bajo el hechizo de esa man-

  • 36 Mil grullas

    cha. No es cierto que Kurimoto te atac como si estu-viera peleando por mi madre y por m?

    La seora Ota asinti y se apart. Kikuji le impri-mi fuerza a su abrazo.

    Ella siempre fue consciente de esa mancha. La hi-zo cada vez ms rencorosa.

    Qu idea tan aterradora. Y quiz tambin quiso vengarse de mi padre. Por qu? Pens que l la menospreciaba por la mancha. In-

    cluso puede que se haya convencido de que l la aban-don a causa de eso.

    No hablemos de una cosa tan repugnante. Pe-ro ella estaba hacindose una idea clara de la mancha en su cabeza. Supongo que la seorita Kurimoto ya no se preocupa ms por eso. Hace mucho tiempo que el dolor debe de haberse disipado.

    Entonces el dolor se disipa y no deja rastros? Uno a veces hasta se pone sentimental por su

    causa. Hablaba como si an estuviera medio dor-mida.

    Luego Kikuji dijo aquello que a toda costa tena in-tenciones de no decir:

    Recuerdas a la muchacha a tu izquierda, hoy por la tarde?

    S. Yukko. La joven Inamura. Kurimoto me invit hoy para que pudiera verla. No! Ella lo mir con los ojos muy abiertos, sin

    pestaear. Era un miaP Nunca lo hubiera sospe-chado.

    No un miai, realmente. r*/i ? 'i^ k;;;-1v:. : '. ....

  • Yasunari Kawabata 37

    Eso era. Camino a casa despus de un miai. Una lgrima dibuj una lnea desde el ojo hasta la almoha-da. Los hombros le temblaban. Fue incorrecto. Inco-rrecto. Por qu no me lo dijiste?

    Apretaba el rostro contra la almohada. Kikuji no esperaba una respuesta tan violenta. Si es incorrecto es incorrecto, ya sea que regreso

    a casa de un miai o no. l fue bastante franco al res-pecto. No veo la relacin entre las dos cosas.

    Pero la figura de la muchacha Inamura junto al bra-sero de t se le antepuso. Poda ver el pauelo rosado y las mil grullas.

    La figura de la mujer sollozando se haba vuelto fea. Oh, fue incorrecto. Cmo pude hacerlo? Las co-

    sas de las que soy culpable. Sus hombros regordetes temblaban.

    Si Kikuji se hubiera arrepentido del encuentro, ha-bra sentido la acostumbrada sensacin de contamina-cin. Al margen de la cuestin del miai, era la mujer de su padre.

    Pero, hasta ahora, no senta arrepentimiento ni aversin.

    No comprenda cmo haba sucedido, con tanta naturalidad haba ocurrido. Quizs, ella se estuviera disculpando por haberlo seducido y, aun as, ella pro-bablemente no haba tenido intenciones de seducir-lo ni Kikuji senta que haba sido seducido. No haba existido, de parte de la mujer, el menor atisbo de re-sistencia. No haba habido escrpulos, podra haber dicho.

    Haban ido a una posada en la colina situada fren-

  • 38 Mil grullas

    te al Engakuji y haban cenado, porque ella an conti-nuaba hablando del padre de Kikuji. Kikuji no tena por qu escuchar. En efecto, en cierta medida era ex-trao que hubiera escuchado tan calmo, pero la seora Ota, evidentemente sin la menor sensacin de extra-eza, pareci excusarse por sus anhelos del pasado. Al escucharla, Kikuji se sinti intensamente benvolo. Un cario apacible lo embarg.

    Se le ocurri que su padre haba sido feliz. Aqu, quiz, resida el origen del error. El momento

    de decirle que se marchara haba pasado y, en la dulce flojera de su corazn, Kikuji se rindi.

    Pero en lo profundo de su corazn qued una som-bra oscura. Con malicia, habl de Chikako y de la jo-ven Inamura.

    El veneno fue demasiado eficaz. Con el arrepenti-miento lleg la idea de contaminacin y repugnancia, y lo inund una violenta oleada de odio a s mismo, que lo forz a decir algo todava ms cruel.

    Olvidmonos. No fue nada dijo ella. No fue nada en absoluto.

    Recordabas a mi padre? Qu! Ella levant la mirada sorprendida. Ha-

    ba sollozado y tena los prpados enrojecidos. Los ojos estaban empaados y, en las pupilas dilatadas, Kikuji vio la habitual languidez femenina. Ante eso no ten-go respuesta. Pero soy una persona muy desdichada.

    No necesitas mentirme. Kikuji le abri el ki-mono con brusquedad. Si all hubiera una mancha de nacimiento, nunca lo olvidaras. El recuerdo... Es-taba desconcertado por sus propias palabras.

  • Yasunari Kawabata 39

    No debes mirarme fijamente. Ya no soy joven.' Kikuji se le acerc como si fuera a morderla. $ La oleada anterior regres, la oleada femenina, M f; Se qued dormido sintindose seguro. Medio dormido, oy el gorjeo de los pjaros. Era

    como si por primera vez despertara con el canto de los pjaros.

    Una niebla matinal humedeca los rboles de la ve-randa. Kikuji sinti como si hubieran lavado las partes ms recnditas de su mente. No pensaba en nada.

    La seora Ota dorma dndole la espalda. Se pre-gunt cundo se haba dado vuelta. Apoyado en un co-do, le mir el rostro en la oscuridad.

    A h<

    Unas dos semanas ms tarde, la joven Ota visit a Kikuji.

    l hizo que una doncella la condujera hasta el reci-bidor. En un esfuerzo por aplacar los latidos de su co-razn, abri el aparador del t y sac algunos dulces. La muchacha haba venido sola o estaba la madre es-perando afuera, incapaz de entrar?

    Cuando abri la puerta, la muchacha se puso de pie. Tena la cabeza inclinada y Kikuji vio el sobresaliente labio inferior firmemente cerrado.

    Te hice esperar. Kikuji abri las puertas de cris-tal que daban al jardn. Cuando pas detrs de la mu-

  • 40 Mil grullas

    chacha, sinti el tenue perfume de la peona blanca en el florero. Sus hombros regordetes estaban apenas in-clinados hacia adelante.

    Por favor, sintate. Kikuji tom asiento. Se sen-ta extraamente sosegado viendo la imagen de la ma-dre en la hija.

    En realidad, debera haber llamado por telfono antes. An tena la cabeza inclinada.

    En absoluto. Pero me sorprende que hayas podi-do hallar el lugar.

    Ella movi la cabeza. Entonces, Kikuji record: durante los ataques a-

    reos, ella haba acompaado a su padre hasta el portn. l haba escuchado la historia de boca de la seora Ota en el Engakuji.

    A punto de mencionarlo, se detuvo. Mir a la mu-chacha.

    La cordialidad de la seora Ota lo persuadi como una ducha tibia. Ella, record Kikuji, haba renunciado a todo mansamente y l se haba sentido a resguardo.

    A causa de ese resguardo, ahora sinti que su fatiga se desvaneca. La muchacha no le devolvi la mirada.

    Yo... se detuvo y levant la vista. Tengo un pedido que hacerle. Acerca de mi madre. '

    Kikuji retuvo el aliento. >: Quiero que la perdone. Que la perdone? Kikuji percibi que la madre

    le haba contado a la hija sobre l. Yo soy quien debe ser perdonado, si es que hay alguien que debe serlo.

    Me gustara que la perdonara en nombre de su padre tambin.

  • Yasunari Kawabata 41

    Y no es l quien debe ser perdonado? Pero, de todos modos, mi madre ya no vive. Entonces, quin impartira el perdn?

    Es culpa de mi madre que su padre haya muerto tan pronto. Y su madre. As se lo dije a mi madre.

    Ests imaginando cosas. No debes ser cruel con ella.

    Mi madre debi haber muerto primero. Habla-ba como si sintiera que la vergenza era intolerable.

    Kikuji se dio cuenta de que ella hablaba de la rela-cin de l con su madre. Cuan profundamente debie-ron de haberla herido y avergonzado!

    Quiero que la perdone dijo una vez ms la mu-chacha con un ruego apremiante en la voz.

    No es cuestin de perdonar o no perdonar. Ki-kuji habl con precisin. Le estoy agradecido a tu madre.

    Ella es mala. No es buena y usted no debe tener nada ms que ver con ella. No tiene que preocuparse por ella. Las palabras manaban de su boca y le tem-blaba la voz. Por favor.

    Kikuji comprendi lo que ella quera decir cuando hablaba de perdonar. Ella inclua el pedido de que no viera ms a la seora Ota.

    No le hable por telfono. La muchacha se ru-boriz al decirlo. Levant la cabeza y lo mir, como si estuviera haciendo un esfuerzo por dominar la timi-dez. Haba lgrimas en sus ojos abiertos, casi negros, y ningn rastro de malicia. Los ojos exponan un pedi-do desesperado.

    Entiendo dijo Kikuji. Lo siento.

  • 42 O !!-'. Mil grullas

    Por favor, se lo ruego. A medida que la ver-genza se profundizaba, el rubor se desparram por su largo, niveo cuello. Vesta ropa estilo europeo y un co-llar resaltaba la belleza de su garganta. Ella concert una cita por telfono y no cumpli. Yo la detuve. Cuan-do intent salir, me aferr a ella y no le permit mar-charse. La voz ahora transmita un dejo de alivio.

    Al tercer da del encuentro, Kikuji haba telefonea-do a la seora Ota. Ella dio la impresin de sentirse re-bosante de jbilo, aunque no haba acudido al saln de t sealado.

    Al margen de esa llamada telefnica, Kikuji no ha-ba vuelto a comunicarse con ella.

    Despus sent pena por ella, pero en el momento era algo tan despreciable, estaba desesperada por im-pedir que fuera. Entonces, me dijo que me negara en su nombre y llegu hasta el telfono y no pude decir nada. Mi madre miraba fijamente el telfono y las l-grimas le corran por el rostro. Lo senta all, en el tel-fono. S que lo haca. sa es la clase de persona que es.

    Los dos se quedaron en silencio durante un rato. Luego, habl Kikuji:

    Por qu abandonaste a tu madre despus de la fiesta de Kurimoto mientras me esperaba?

    Porque quera que supiera que no era tan mala co-mo podra haber pensado. -i Ella es todo lo contrario de mala. v ... La muchacha baj la mirada. Bajo la nariz bien delineada poda ver la pequea boca y el labio inferior, que sobresala como si estuviera haciendo pucheros. El rostro suavemente redondeado le recordaba al de su madre.

  • Yasunari Kawabata 43

    Yo saba que la seora Ota tena una hija y desea-ba poder hablar con esa muchacha acerca de mi padre.

    Ella asinti. Yo deseaba ms o menos lo mismo. Kikuji pens lo bueno que sera hablar con libertad

    de su padre y no tomar en cuenta a la seora Ota. Pero era porque ya no poda "tomarla ms en cuen-

    ta" que pudo perdonarla y, al mismo tiempo, sentir que perdonaba lo que ella y su padre haban sido. Deba hallar extrao el hecho?

    Quiz, sospechando que se haba quedado dema-siado tiempo, la muchacha se puso de pie precipitada-mente.

    Kikuji la acompa hasta el portn. Espero que alguna vez tengamos la oportunidad

    de hablar de mi padre. Y de tu madre y de toda la belle-za que hay en ella. Kikuji temi, de alguna manera, haber elegido una forma exagerada de expresarse. Sin embargo, senta lo que haba dicho.

    Pero pronto se casar. -S? ' S. Mi madre me lo dijo. Era un miad con la joven

    Inamura, dijo. No era eso. Una pendiente comenzaba al salir del portn y, a

    mitad de camino, la calle realizaba una curva. Al mirar hacia atrs, uno slo vea los rboles del jardn de Ki-kuji.

    Record la imagen de la muchacha con el pauelo de las mil grullas. Fumiko se detuvo y se despidi.

    Kikuji se encamin de regreso a la casa. ,,

  • .\

  • rboles en et sf dla tarde

    Chikako llam por telfono a la oficina de Kikuji. Regresars directamente a casa? l iba directamente a su casa, pero frunci el ceo. Bueno... Ve derecho a casa. Por respeto a tu padre. Hoy es

    el da de su ceremonia del t. Yo, pensando en eso, ape-nas poda quedarme quieta.

    Kikuji no dijo nada. La casa en el jardn... Hola? Estaba limpiando la

    casita del jardn y de repente quise cocinar algo. De dnde llamas? De tu casa. Estoy en tu casa. Disculpa, deb ha-

    brtelo dicho. Kikuji se senta alarmado. Simplemente no poda quedarme quieta. Pens

    que me sentira mejor si rae dejabas limpiar la casita del

  • 46 Mil grullas

    jardn. Debera haber telefoneado primero, lo s, pero seguro que t te habras negado.

    Kikuji no haba utilizado la casita del jardn desde la muerte de su padre.

    En los meses previos a su muerte, su madre haba salido de vez en cuando para sentarse en la casita. Sin embargo, no haba colocado carbn en el brasero ni ha-ba llevado agua caliente con ella. Kikuji esperaba in-quieto su regreso. Lo afliga imaginar lo que ella estara pensando, sola en la quietud.

    A veces haba querido visitarla de paso, pero al fi-nal haba mantenido la distancia.

    Chikako se haba ocupado de la casita ms que su madre mientras su padre viva. Su madre rara vez en-traba.

    Desde la muerte de su madre haba permanecido cerrada. Una mucama que haba estado con la fami-lia desde la poca de su padre la aireaba varias veces al ao.

    Cundo fue la ltima vez que limpiaste el lugar? No importa lo fuerte que frote, no puedo sacar el mo-ho. Su voz era estridente. Y cuando estaba limpian-do, sent ganas de cocinar. Se me ocurri esa idea. No tengo todo lo que necesito, pero espero que vengas de-recho a casa.

    No crees que ests siendo un poco impertinente? Estars solo. Por qu que no traes algunos ami-

    gos de la oficina? Poco probable. Ninguno de ellos est interesado

    en el t. Mucho mejor. No esperarn demasiado, los pre-

  • Yasunari Kawabata 47

    parativos han sido insuficientes. Todos podemos dis-tendernos.

    Ni la ms mnima probabilidad Kikuji lanz las palabras al telfono.

    Una lstima. Qu haremos? Crees que podra-mos llamar a alguien que comparta el pasatiempo con tu padre? Pero no podemos, a esta hora. Llamo a la jo-ven Inamura?

    Ests bromeando. Por qu no llamarla? Las Inamura estn muy in-

    teresadas en ti y sta sera la oportunidad para que vie-ras a la muchacha otra vez, la examinaras bien y hablaras con ella. Yo simplemente la llamar por telfono. Si viene, ser la seal de que, en lo que a ella respecta, to-do est en orden.

    La idea no me gusta para nada. Kikuji sinti que el pecho se le oprima dolorosamente. Y de todas for-mas, no regresar a casa.

    sa no es la clase de tema que se resuelve por te-lfono. Hablaremos de ello ms tarde. Bueno, as son las cosas. Ven a casa ya mismo.

    Cmo son las cosas...? De qu hablas? Oh, no te preocupes. Slo estaba siendo imper-

    tinente. La maliciosa persistencia le lleg a travs del cable del telfono.

    Kikuji pens en la mancha de nacimiento que le cubra medio pecho. El sonido de su escoba se convir-ti en una escoba que le barra los contenidos de la mente, y el pao que lustraba la veranda, en un pao que le frotaba la mente.

    La aversin lleg primero. Pero dirigirse a la casa

  • 48 Mil grullas

    cuando el dueo estaba afuera y hacerse cargo de la co-cina era una historia notable.

    Hubiera sido ms fcil perdonarla si se hubiera li-mitado a limpiar la casita del jardn y hubiera colocado algunas flores en memoria de su padre.

    Dentro de la aversin que senta, titil la imagen de la joven Inamura, una veta de luz.

    Despus de la muerte de su padre, Chikako se ha-ba alejado. Tena intenciones de utilizar a la joven Inamura como una especie de carnada para acercarlo otra vez? Iba a enredarse con ella nuevamente?

    Como siempre, ella haba logrado volverse intere-sante: uno sonrea con desconsuelo y las propias de-fensas caan; aunque su obstinacin pareca contener una amenaza.

    Kikuji temi que la amenaza tuviera origen en su propia debilidad. Dbil y temblando, realmente no po-da enojarse con la insistente mujer.

    Ella haba percibido la debilidad y se apresuraba para sacar ventaja?

    Kikuji fue a Ginza y entr en un bar pequeo y mu-griento.

    Chikako tena razn: l debera regresar a casa. Pe-ro la debilidad era una carga pesada de llevar.

    Era difcil que Chikako pudiera saber que Kikuji haba pasado la noche en la posada de Kamakura, o haba visto despus a la seora Ota?

    Le pareci que en la persistencia de Chikako no ha-ba nada ms que la acostumbrada desfachatez.

    Sin embargo, de la manera ms natural para ella, es-taba promoviendo el galanteo a la joven Inamura.

  • Yasunari Kawabata 49

    Durante un rato se entretuvo inquieto en el bar. Luego se encamin hacia la casa.

    Mientras el tren se acercaba a la Estacin Central de Tokio, observ la avenida bordeada de rboles.

    Corra de este a oeste, casi en ngulo recto con las vas del ferrocarril. El sol la baaba desde el oeste y la calle resplandeca como una lmina de metal. Los rbo-les, con el sol detrs, estaban oscurecidos, casi negros. Las sombras eran fras; las ramas, anchas; las hojas, vo-luminosas. Unos edificios slidos de estilo occidental flanqueaban la calle.

    Cosa extraa, haba poca gente. La calle estaba tran-quila y vaca a lo largo de todo el camino que llegaba al foso del Palacio. Los faros de los coches, brillantes y en-ceguecedores, tambin estaban calmos.

    Mirando desde el tren abarrotado, sinti que la ave-nida flotaba sola en ese peculiar momento de la tarde, como si un pas extranjero la hubiera dejado caer all.

    Tuvo la ilusin de que la joven Inamura caminaba en la sombra de los rboles, el pauelo rosa y sus mil grullas blancas bajo el brazo. Poda ver las grullas y el pauelo con nitidez.

    Percibi algo fresco y limpio. Se le hinch el pecho. La muchacha ahora poda es-

    tar llegando a su puerta. Pero, qu haba tenido Chikako en mente al de-

    cirle que llevara amigos y, cuando l se neg, al suge-rirle que llamara a la joven Inamura? Haba querido, desde un principio, llamar a la muchacha? Kikuji no lo saba.

    Chikako lleg corriendo a la puerta.

  • 50 M* grullas

    E s t s s o l o ? : : . . - . . : : . : . ; . ; ; . : " . ' i : , Kikuji asinti. Es mejor as. Ella est aqu. Chikako tom su

    sombrero y el maletn. Te detuviste camino a casa, ya veo. Kikuji se pregunt si su aliento ola a alcohol. En dnde te detuviste? Llam otra vez a la oficina y me dijeron que te habas marchado. Yo saba cunto tiempo te llevara llegar a casa.

    Nada de lo que hagas debera sorprenderme, su-pongo.

    Ella no se disculp por haber venido sin que la in-vitaran ni por hacerse cargo de la casa.

    Era evidente que tena intenciones de acompaar-lo a su habitacin y de ayudarlo a cambiarse la ropa por el kimono que la mucama haba colocado en ex-hibicin.

    No te molestes. Puedo arreglrmelas solo. En mangas de camisa, Kikuji se retir a su habitacin.

    Pero Chikako todava lo estaba esperando cuando sali. .,.< , . .. . ....

    Los solteros son increbles. ,.; > s j . - M u c h o . : : , ; . . : : : ' , . - , . , Pero no es una buena manera de vivinRcalice-

    mos un cambio. oe;* : : < " Aprend la leccin viendo a mi padre. Ella le lanz una mirada como un relmpago. Haba tomado prestado un delantal de la mucama

    y tena las mangas arremangadas. El delantal haba per-tenecido a la madre de Kikuji.

    La carne de sus brazos era desproporcionadamente blanca y regordeta, y el msculo dentro del codo era

  • Yasunari Kawabata 51

    como una cuerda. Muy raro, pens Kikuji. La carne le haba parecido dura y densa.

    Supongo que la casa del jardn ser mejor. Su modo se volvi ms prctico. Ahora est en la casa principal.

    Hay luz all? No recuerdo haber visto ninguna. Podramos comer a la luz de las velas. Eso sera

    ms interesante. Noparam. , , - f . - ~ . . v : f < _ . . * . . . . Chikako pareci recordar algo. ,;, , ; ? xi U, Cuando habl por telfono con la seorita Ina-

    mura, me pregunt si yo quera que la madre tambin viniera. Yo le dije que sera mejor si podan venir am-bas, pero haba razones por las cuales la madre no po-da venir y slo conseguimos a la muchacha.

    "Conseguimos" dices, pero t lo hiciste todo. No supones que ella pens que era un poco grosero ser convocada as, sin previo aviso?

    Sin duda. Pero aqu est. Ella est aqu y eso no anula mi grosera?

    Por qu debera? Oh, s. Est aqu y eso significa que, en lo que a

    ella respecta, las cosas marchan a las mil maravillas. A m, si en el curso de los acontecimientos parezco un poco extraa, me pueden perdonar. Cuando todo est en orden, ustedes dos pueden rerse de la extraa per-sona que es Kurimato. Las conversaciones que van a consolidarse se van a consolidar, ms all de lo que uno haga en el proceso. sa es mi experiencia.

    As Chikako arroj luz sobre su comportamiento. Era como si hubiera ledo el pensamiento de Kikuji.

  • Milgrudas 52

    Entonces, lo has debatido con ella? i:; "' ' '-"> Por supuesto. "Y no evadas el tema" parecan

    decir sus gestos. Kikuji camin por la veranda hacia el recibidor. Un

    gran rbol de granadas creca en parte bajo el alero. Ki-kuji luch por controlarse. No deba mostrar desagra-do al recibir a la joven Inamura.

    Mientras miraba la profunda sombra del granado, pens una vez ms en la mancha de nacimiento de Chi-kako. Agit la cabeza. La ltima luz de la tarde brillaba en las piedras del jardn que se vean desde el recibidor.

    Las puertas estaban abiertas y la muchacha estaba cerca de la veranda.

    Su resplandor pareca iluminar los rincones ms alejados y oscuros de la habitacin.

    Haba lirios japoneses en el nicho. Haba lirios sibe-rianos en el obi de la muchacha. Quizs era una coinci-dencia. Pero los lirios eran las flores ms comunes de la estacin y, quizs, ella haba planeado la combinacin.

    Los lirios japoneses recortaban sus pimpollos y sus hojas en el aire. Uno saba que Chikako los haba arre-glado haca poco tiempo.

    ,< r nt

  • Yasunari Kawabata 53

    Y fue tambin en busca del perfum d la joven Inamura. '

    Hizo que la mucama llevara un paraguas y, al bajar al jardn, not que haba una filtracin en la canaleta del alero. Un chorro de agua caa justo frente al rbol de las granadas.

    Tenemos que hacer reparar eso dijo a la mu-cama.

    S, seor. Kikuji record que haca tiempo que en las noches

    lluviosas el sonido de agua que caa lo molestaba. Pero una vez que empecemos a hacer reparacio-

    nes, no habr fin. Debo vender el lugar antes de que se desmorone.

    Las personas con casas grandes parecen decir to-das lo mismo. Ayer la joven se sorprendi ante el ta-mao de la casa. Hablaba como si algn da fuera a vi-vir en ella.

    La mucama le estaba diciendo que no la vendiera. La seorita Kurimoto mencion la posibilidad? S, seor. Y cuando lleg la joven, parece que la

    seorita Kurimoto le mostr la casa. Qu ser lo prximo que haga! La muchacha no le haba dicho nada a Kikuji sobre

    haber visto la casa. El pens que ella haba pasado de la sala a la casita

    del jardn y ahora l mismo quera ir de la sala a la ca-sita.

    La noche anterior no haba dormido. Haba senti-do que el perfume de la muchacha an permaneca en la casita y haba querido salir en medio de la noche.

  • Mil grullas

    Ella siempre estar lejos, haba pensado, mientras intentaba dormirse.

    No haba sospechado que Chikako le haba hecho recorrer la casa.

    54

    Orden a la mucama que trajera brasas de carbn y sali por los escalones de piedra.

    Chikako, que viva en Kamakura, se haba marcha-do con la joven Inamura. La mucama haba limpiado la casita. La nica tarea de Kikuji era guardar los utensi-lios apilados en un rincn. Pero l no estaba seguro de qu lugar le corresponda a cada uno.

    Kurimoto lo sabra murmur para s mismo, mirando la pintura del nicho. Era una pequea acuare-la Sotatsu4, suaves trazos de tinta, coloreados con de-licadeza.

    Quin es el poeta? haba preguntado la noche anterior la joven Inamura, y Kikuji no le haba podido responder.

    Me te abra decirlo sin un poema. En mo que no sesta clase de retratos, todos los poetas se parecen res-pondi l.

    Ser r siempre Muneyuki5 dijo Chikako. "Poverdes, los pinos, sin embargo, son ms verdes en la primavera". La pintura ya est un poco fuera de la es-tacin, pero tu padre le tena mucho cario. La sacaba en la primavera.

    ; >> : -:jr v "> '.>:'>

    4 Uno de perodo Ed,ciiyos datos los primeros pintores delde nacimiento y muerte son inciertos. !',' ... ' '*! iv

    5 Minamoto Muneyuki muri en el ao 939. ' ,r e g^, -|

  • Yasunari Kawabata 55

    Pero por el cuadro podra ser tanto Tsurayuki5

    como Muneyuki objet Kikuji. Ni siquiera hoy poda hallar algn rasgo distintivo

    en la vaga figura. Pero haba fuerza, una sugerencia de volumen y pe-

    so en los trazos escasos y rpidos. Al mirarlo durante un rato, pareci atrapar un leve perfume, algo limpio y ntido.

    La pintura y los lirios en la sala le recordaron a la jo-ven Inamura.

    Siento haber demorado tanto. Pens que sera mejor dejar que el agua hirviera un rato. La mucama lleg con carbn y una tetera.

    Debido a que la casa era hmeda, Kikuji haba que-rido caldearla. No haba pensado en hacer t.

    La mucama, sin embargo, haba utilizado su propia imaginacin.

    Kikuji, distradamente, dispuso el carbn y coloc la tetera sobre el brasero.

    A menudo, hacindole compaa a su padre, haba asistido a la ceremonia del t. Nunca lo haba tentado, sin embargo, adoptar l mismo ese pasatiempo y su pa-dre tampoco lo haba presionado.

    Cuando el agua hirvi, slo corri un poquito la ta-pa de la tetera y se sent con la vista fija en el brasero.

    Haba olor a moho. Las esterillas tambin parecan hmedas.

    El color profundo y discreto de las paredes haba destacado la figura de la joven Inamura hasta lograr un

    6 Kino Tsurayuki mim en el ao 945. i ; , , r

  • 56 (.-Ja* Mil grullas

    efecto mejor que el habitual; pero hoy estaban simple-mente oscuras.

    Haba existido cierta incongruencia, como cuando alguien que vive en una casa de estilo europeo usa un kimono. Kikuji le haba dicho a la muchacha:

    Debe de haberte enfadado que Kurimoto te ha-ya llamado. Fue idea de Kurimoto traernos hasta aqu.

    La seorita Kurimoto dice que hoy es el da que tu padre realizaba la ceremonia del t.

    As parece. Yo me haba olvidado. Supones que se comporta de modo extrao al

    invitar a alguien como yo en un da como ste? Me te-mo no haber estado practicando.

    Pero tengo entendido que la misma Kurimoto lo record hoy por la maana y vino a limpiar el lugar. Hueles el moho? Se trag a medias las siguientes palabras: Si vamos a ser amigos, no puedo dejar de pensar que hubiera sido mejor que nos presentara otra persona que no fuera Kurimoto. Debera disculparme ante ti por eso.

    Ella lo mir con suspicacia. Por qu? Si no hubiera sido por la seorita Ku-

    rimoto, quin podra habernos presentado? Era una protesta simple y, sin embargo, daba en la

    tecla. Si no hubiera sido por Chikako, ellos dos no se habran encontrado en este mundo.

    Kikuji sinti como si un ltigo centellante lo hu-biera azotado.

    La manera de hablar de la muchacha sugera que su propuesta era aceptada. As le pareci a Kikuji. Por lo

  • Yasunari Kawabata 57

    tanto, la extraa suspicacia de sus ojos se transform para l en algo deslumbrante.

    Cmo haba interpretado ella cuando l despidi a Chikako como "Kurimoto"? Saba que Chikako haba sido, aunque por corto tiempo, la mujer de su padre?

    Yo tengo malos recuerdos de Kurimoto la voz de Kikuji casi temblaba. No quiero que el hado de esa mujer toque bajo ningn aspecto el mo. Es difcil creer que ella nos haya presentado.

    Habiendo servido a los dems, Chikako apareci con una bandeja que retuvo para s misma. La conver-sacin se vio interrumpida.

    Espero que no les importe que me una a ustedes. Chikako se sent. Inclinndose un poco hacia ade-lante, como si estuviera recuperando el aliento por ha-ber estado trabajando de pie, mir el rostro de la mu-chacha. Es un poco solitario ser la nica invitada. Pero estoy segura de que el padre de Kikuji tambin se siente feliz.

    Sin afectacin, la muchacha mir el piso. De ninguna manera estoy capacitada para estar

    en la casa de t del seor Mitani. Chikako ignor la acotacin y continu hablando,

    a medida que los recuerdos del padre de Kikuji y de la casita del jardn le venan a la mente.

    Aparentemente, ella crea que el matrimonio ya es-taba arreglado.

    Kikuji, alguna vez visitars la casa de la seorita Inamura dijo ella, mientras se marchaban. Vere-mos de concertar una cita.

  • 58 Mil grullas

    La muchacha slo miraba el piso. Era evidente que quera decir algo, pero las palabras no le salan. Una es-pecie de timidez primaria la sobrecogi.

    La timidez fue una sorpresa para Kikuji. Lo inun-d como si fuera la tibieza del cuerpo de la muchacha.

    Y aun as sinti que estaba envuelto en una cortina oscura, mugrienta y sofocante.

    Ni siquiera hoy poda arrancrsela. La suciedad no estaba slo en Chikako, que los ha-

    ba presentado. Estaba en Kikuji tambin. Poda ver a su padre mordindole la mancha de na-

    cimiento con dientes mugrientos. La figura de su pa-dre se convirti en la figura del mismo Kikuji.

    La muchacha no comparta con l su desconfianza por Chikako. sta no era la nica razn para su falta de resolucin, pero pareca ser una razn.

    Cuando Kikuji le indicaba su desagrado por Chika-ko, haba hecho que pareciera que sta estaba forzando el matrimonio. Era una mujer que poda prestarse a es-tos fines.

    Preguntndose si la muchacha haba percibido to-do eso, Kikuji sinti nuevamente el centellear de ese ltigo. Se vio a s mismo como la figura que golpeaba y sinti repulsin.

    Cuando terminaron de cenar, Chikako fue a prepa-rar los utensilios para el t.

    ste es nuestro destino. Tener a Kurimoto con-trolndonos dijo Kikuji. T y yo no parecemos te-ner la misma opinin de ese destino. La acotacin, sin embargo, sonaba como un intento por justificarse.

    De Kikuji no le spus de la muerte de su padre, a

  • Yasunari Kawabata 59

    gustaba que su madre fuera sola a la casa del jardn. Su padre, su madre y el mismo Kikuji, vea l ahora, haban tenido sus propias ideas por separado en ese lugar.

    La lluvia salpicaba las hojas. Con la lluvia en las hojas lleg el sonido de la lluvia

    sobre un paraguas. La mucama grit a travs de la puerta cerrada. Kikuji dedujo que alguien llamado Ota haba llegado.

    La joven seorita? No, seor, la madre. Est terriblemente delgada.

    Me pregunto si habr estado enferma. Kikuji rpidamente se puso de pie. Sin embargo, se

    qued all, sin moverse. A dnde la llevo? *? u ,,. La casa del jardn estar bien. J; :', S, seor. * " " - - ' " ' ' ! ^ * ' * La seora Ota no tena paraguas. Quiz lohabade-

    jado en la casa principal. '* ^ ' v.-.i :c l pens que la lluvia le haba azotado el rostro, pe-

    ro eran lgrimas. Supo que eran lgrimas por el caudal constante que

    corra sobre sus mejillas. Y l haba pensado que eran gotas de lluvia; sa era

    la medida de su falta de atencin. Qu sucede? casi grit al acercarse a ella. La seora Ota se arrodill en la veranda con ambas

    manos sobre el piso y delante de ella. Se acomod suavemente, de cara a Kikuji. Gota a gota la veranda cerca del umbral estaba hmeda. Las lgrimas caan con regularidad y Kikuji de nue-

    vo se pregunt si seran gotas de lluvia.

  • 60 Mil grullas

    La seora Ota no dej de mirarlo. Su mirada pare-ca impedirle caerse. Kikuji tambin sinti que ella co-rrera peligro si le sacaba los ojos de encima.

    Tena hundidos los ojos y haba pequeas arrugas alrededor, y ojeras debajo. El pliegue de los prpados estaba enfatizado de una manera extraa y malsana, y los ojos suplicantes resplandecan de lgrimas. l sin-ti una ternura indescriptible en ellos.

    Lo siento. Quera verte y no pude mantenerme alejada dijo con calma.

    Haba cierta ternura tambin en su figura. Estaba tan delgada que l apenas hubiera soporta-

    do mirarla si no hubiera sido por la ternura. Su sufrimiento lo atraves. Aunque l era la causa

    de ese sufrimiento, tuvo la fantasa de que en la ternura su propio sufrimiento se aligeraba.

    Te mojars. Entra. De repente, Kikuji la rode con un abrazo profundo, casi cruel, desde la espalda al pecho, y la levant en el aire.

    Ella intent incorpor v arse. s lo liviana que soy. \, Sultame, sultame. Ve

    Muy liviana. 'T: :

    Soy tan liviana. He perdido peso. ?' Kikuji estaba un poco sorprendido consigo mismo,

    por la manera abrupta e tomado a la mujer n que habaen sus brazos.

    No se preocupar tu hija? y/>?j^ < ' % * * - , -. Fumiko? v * v v

    Ella est contigo? dijo como si la muchacha es-tuviera cerca.

    No le dije que vena. Las palabras eran peque-

  • Yasunari Kawabata 61

    os sollozos. No me saca los ojos de encima. Por las noches se despierta si hago el menor movimiento. ltimamente ella misma se ha comportado de ma-nera extraa, por mi culpa. La seora Ota estaba aho-ra de rodillas y erguida. Me pregunt por qu yo haba tenido slo un hijo. Dijo que yo debera haber tenido un hijo con el seor Mitani. Dijo cosas espan-tosas.

    Kikuji percibi, por las palabras de la seora Ota, cuan profunda deba de ser la tristeza de la muchacha.

    l no poda sentirla como la tristeza de la madre. Era la tristeza de Fumiko.

    El hecho de que Fumiko hubiera hablado de un hi-jo de su padre lo atraves como una lanza.

    La seora Ota continuaba mirndolo. Quiz venga hoy, despus de m. Yo me escabu-

    ll cuando ella no estaba. Est lloviendo y ella pens que yo no me marchara.

    Debido a la lluvia? Ella parece pensar que ahora estoy demasiado d-

    bil como para salir a la lluvia. Kikuji slo asinti. ' > Fumiko vino a verte el otro da? ,,.: ' i : ; La vi. Ella dijo que deba perdonarte y no pude

    pensar en una respuesta. S cmo se siente. Por qu he venido, entonces?

    Las cosas que hago! Pero yo te estoy agradecido. Es bueno orte decir eso. Con eso basta. Me

    he estado sintiendo muy desdichada. Debes per-donarme.

  • 62 Mil g s rulla

    Qu hay que te hace sentir culpable? Nada en absoluto, pensara yo. O quizs el fantasma de mi padre.

    La expresin de la mujer no cambi. Kikuji sinti como si hubiera intentado asir el aire.

    Olvidemos todo dijo la seora Ota. Me siento avergonzada. Por qu debera haberme sentido tan mal ante el llamado de la seorita Kurimoto?

    Kurimoto te telefone? S. Esta maana. Dijo que estaba todo dispuesto

    en tre t y la seorita Yukiko Inamura. Me preguntopor qu tena que contrmelo.

    Tena los ojos humedecidos, pero de repente son-rea. No era la sonrisa de quien llora. Era una sonrisa simple, natural.

    Nada est dispuesto en absoluto respondi l. Imaginas que Kurimoto ha adivinado sobre no-sotros? La has visto desde entonces?

    No. Pero ella es una persona con la que uno tiene q -ue tener cuidado, y puede saberlo. Debo de haber sonado extraa esta maana cuando llam. No soy bue-na para disimular. Casi me desmay y supongo que le grit. Ella poda darse cuenta, s que poda, aun por te-lfono. Me orden que no interfiriera.

    Kikuji frunci el ceo. No tena nada que decir. No interferir. Por qu, yo slo pens en el dao

    q ue le hice a Yukiko. Pero desde esta maana me hesentido atemorizada por la seorita Kurimoto. No po-d le temblaban a quedarme en la casa. Los hombrosco mo si estuviera poseda. Tena la boca torcida haciaun lado, y una fuerza exterior pareca mantenerla er-

  • Ya ri Kawabata suna 63

    guida. Toda la fealdad de aos pareca aflorar a la super-ficie.

    Kikuji se puso de pie y le coloc una mano sobre el hombro.

    Ella asi la mano. Estoy atemorizada, atemorizada. Ech una mi-

    rada alrededor de la habitacin, se estremeci y, de re-pente, la fuerza la abandon.

    En esta casa? Confundido, Kikuji se pregunt qu poda haber

    querido decir. Srespondi con vaguedad. ; , i Es una casa muy bonita. Ella recordaba que su difunto esposo haba toma-

    do almente? O recordaba al padre de el t all ocasionKikuji?

    Es sta la primera vez que ests aqu? pregun-t l.

    S. . . ' . , . . . Qu miras? Nada. No miro nada. La pintura es un Sotatsu. Ella asinti y, al hacerlo, dej la cabeza inclinada. Y nunca has estado en la casa principal? Nunca. Me pregunto si puede ser verdad. Estuve all una vez. En el funeral de tu padre.

    Su voz se apag. El agua hierve. Tomamos t? Despus te sen-

    tirs mejor y, en realidad, a m me gustara tambin un tazn.

  • 64 Mil grullas

    Ests bien? Comenz a incorporarse y se tam-bale ligeramente.

    Kikuji sac los tazones y otros utensilios para el t de unas cajas del rincn. Record que la noche anterior la joven Inamura los haba utilizado, pero los sac de todas maneras.

    Las manos de la seora Ota temblaban. La tapa tin-tine sobre la tetera.

    Ella se inclin para levantar el medidor de t de bamb y una lgrima humedeci el borde de la tetera.

    Tu padre fue bastante bueno como para comprar-me esta tetera.

    De verdad? No lo saba. Kikuji no hall nada desagradable en el hecho de

    que la tetera hubiera pertenecido al esposo de la mu-jer. Y no pensaba que sus palabras fueran algo raro; s-lo las haba dicho.

    No puedo acercrtelo. Ella haba terminado de hace arr el t. Ven a busc lo.

    Kikuji se acerc al brasero y tom el t all. La mujer se cay en su regazo como si se desma-

    yara. l le rode el hombro con el brazo. El hombro tem-

    blaba y su respiracin se volva cada vez ms tenue. En sus brazos, ella era tan tierna como un nio pequeo.

    < ' .

  • Yasunari Kawabata

    .v. *J>i*.; ";''

    Kikuji la sacudi con fuerza. r

    Como si la fuera a estrangular, coloc ambas ma-nos y la clavcula. La clavcula sobre- entre la garganta sali, pronuncindose.

    No puedes ver la diferencia entre mi padre y yo? No debes decir eso. Tena los ojos cerrados y su voz era apacible. Toda-

    va no estaba preparada para regresar del otro mundo. Kikuji le haba hablado menos a ella que a su deso-

    segado corazn. l haba sido conducido con facilidad a ese otro

    mundo. Slo poda pensar en eso como en otro mun-do donde no haba distincin entre su padre y l. La sensacin de ese otro mundo era tan fuerte que lo in-vadi el desasosiego.

    l poda preguntarse si ella era humana, si era pre-humana u- o, por otra parte, la ltima mujer de la raza hmana.

    l poda imaginarla en ese otro mundo, sin distin-guir entre su difunto esposo, el padre de Kikuji y el mismo Kikuji.

    Piensas en mi padre, no? Y mi padre y yo nos convertimos en una sola persona...

    Perdname. Las cosas que he hecho. Las cosas de las cuales soy culpable. Una lgrima se derram des-de una comisura del ojo. Quiero morir. Sera tan agra-dable morir ahora. Estabas a punto de estrangularme. Por qu no lo hiciste?

  • 66 ;&,; Mil grullas

    IL

    No debes bromear con eso. Pero siento ciertas ga-nas de estrangular a alguien.

    Ah, s? Gracias. Arque su largo cuello. Es delgado. No tendras problemas.

    Podras morir y dejar a tu hija? No importa. De todas formas, me desgastar y

    morir pronto. Cuida a Fumiko. Si es como t... De repente, ella abri los ojos.

    > ^ Kikuji se asombr de sus propias palabras. Haban Sido involuntarias por completo. r a Cmo haban resonado en odos de la mujer?

    Ves? Ves como late mi corazn? No pasar mu-cho tiempo ahora. Tom la mano de Kikuji y se la lle-v al pecho.

    Quiz su corazn se haba sobresaltado, sorpren-dido ante las palabras de Kikuji.

    Cuntos aos tienes? .^ j* ,

  • Yasunari Kawabata 67

    mediadora. Toda la malicia de los viejos tiempos est en e de tenerte al final. sa mujer. Mi padre tuvo suerte

    Debes apresurarte y casarte con Yukiko. idir. '; sa es una cuestin que debo decLo m n. La san-ir con fijeza, sin la menor expresi

    gre abandon sus mejillas y se coloc una mano en la frente.

    La tas. habitacin da vuelDeb un taxi y subi a ir a su casa, dijo. Kikuji llam

    con ella. E os cerrados, una lla se reclin en un rincn, los oj

    figura indefensa por completo. Las ltimas brasas co-rran ligro de apagarse. pe

    Kikuji no la acompa hasta la casa. Al bajarse del taxi, los dedos fros de la seora Ota abandonaron los suyos.

    A maana, recibi un llamado de Fu- las dos de lamiko.

    re recin... La Hola, el seor Mitani? Mi madvoz se nte, l u interrumpi por un insta uego contincon firm to. eza. Recin ha muer >.~.

    Qu!? Qu sucedi? > ataque al corazn. Madre est muerta. Sufri un

    ltimamente, ha estado tomando una gran cantidad de pastillas para dormir.

    Kikuji no respondi. Me temo que... Debo pedirle un favor, seor Mi-

    tani. S? Si hay un mdico que usted conozca bien y, si le

    pare ? ce posible, puede traerlo hasta aqu

  • 68 t.rd* M ullas il gr

    Un mdico? Necesitas un mdico? Deber apresurarme.

    Kikuji estaba asombrado de que todava no hubiera llamado a un mdico. Entonces, de rep ompente, c ren-di. La seora Ota se haba suicidado. La muchacha es-taba pidindole que la ayudara a ocultar el hecho., , W

    Comprendo. rat Por favor. Antes de llamarlo, ella lo haba pensado con cuida-

    do, l lo saba y, por lo tanto, haba sido capaz de enun-ciar lo indispensable del asunto con algo parecido a la precisin formal.

    Kikuji se qued sentado junto al telfono con los ojos cerrados.

    Vio el sol de la tarde como lo haba visto despus de la noche con la seora Ota: el sol de la tarde a travs de la ventana del tren, detrs de la arboleda del templo Ho 7mmonji .

    El rojo sol pareca derramarse sobre las ramas. La arboleda se recortaba oscura. El sol derramndose por las ramas se introdujo en

    sus ojos cansados. Los cerr. Las grullas blancas del pauelo de la joven Inamu-

    ra volaron en el sol de la tarde, que todava estaba en sus ojos.

    Jtt M

    0

  • Shno8 decorado

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    5 V f : ' ,p < *> * . }

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    .r ' -. T/ ' T

    El da despus de las ceremonias fnebres, realizadas al sptimo da de la muerte, Kikuji realiz la visita.

    Habra sido de noche si, segn su cronograma ha-bitual, hubiera realizado la visita al volver a casa des-de la oficina. Haba tenido intenciones de retirarse del trabajo temprano, pero ya haba concluido el da cuan-do pudo reunir fuerzas para emprender la tarea.

    Fumiko lleg hasta la puerta. Oh! Se arrodill en el umbral en relieve y lo mir. Te-

    na las manos apoyadas en el piso, como si estuviera estabilizando los hombros.

    Gracias por las flores de ayer. . - . . .Pomada. . . . ,

    8 Porcelana de los hornos Oribe.

  • 70 Mil grullas

    Pens que no lo vera. , v ic Por qu res por no? La gente a veces enva flo

    adelantado y realiza la visita despus. Aun as, no lo esperaba. * Las envi de una florera que est muy cerca de

    aqu. Fumiko asinti. No haba nombre, pero yo supe de inmediato. Kikuji record cmo rodeado por las flores haba

    pensado en la seora Ota. Record que el perfume de las flores haba suavi-

    zado la culpa. Y ahora, gentilmente, Fumiko lo reciba. Ella vesta t lo un vestido liso de algodn. Ex-an s

    cepto por un toque de lpiz de labios en sus labios se-cos, no estaba maquillada.

    -Pens que ayer era mejor mantenerme alejado dijo Kikuji.

    Fumiko se inclin un poco hacia un lado, invitn-dolo a pasar.

    Quiz porque estaba decidida a no sollozar, se li-mit a los saludos ms corrientes; pero pareca que de todas formas iba a llorar, a menos que se moviera o per-maneciera callada.

    No puedo decirle lo feliz que me sent al recibir las flores. Pero usted debera haber venido. Se incor-por y lo sigui.

    No qu tus parienteise incomodar a s respondi l, esperando que fuera de manera mesurada.

    Esa clase de cosas ya no me preocupa ms. Las palabras eran firmes y claras.

  • Yasunari Kawabata 71

    En l la urna. a sala, haba una fotografa delante de Slo estaban las flores que Kikuji haba enviado el

    da anterior. Pen miko ha dejado s que eso era extrao. Fu ba

    slo las suyas y se haba llevado el resto? O haba si-do una ceremonia solitaria? Sospech que as haba sido.

    Una jarra de agua, ya veo. l miraba el florero en el cual haba dispuesto sus

    flore e la ceremonia del t. s. Era la jarra para el agua dS. Pens que sera lo apropiado. Una delicada pieza Shino. Para ser una jarra de

    ceremonias, era un poco pequea. l haba enviado rosas blancas y claveles plidos.

    Combinaban bien con la jarra cilindrica. Madre a veces la utilizaba para las flores. Por eso

    no se vendi. K ll delante de la urna para encender ikuji se arrodi

    incienso. Enlaz las manos y cerr los ojos. Peda disculpas. Pero el amor inund la disculpa,

    para consentir y apaciguar la culpabilidad. La seora Ota haba muerto sin poder escapar de

    la culpa que la acechaba? O, acechada por el amor, ha-ba h az de controlarlo? Era el amor allado que era incapo la culpa lo que la haba matado? Durante una sema-na Kikuji haba debatido el problema.

    A staba arrodillado delante de las hora, mientras ecenizas, con los ojos cerrados, su imagen se negaba a surgir, pero la calidez de su contacto lo envolvi, em-briagndolo con su fragancia.

    Era un hecho extrao pero que, debido a la mujer,

  • 72 Mil grullas

    no pareca para nada sobrenatural. Y aunque senta su contacto, la sensacin era menos tctil que auditiva, musical.

    Incapaz de dormir desde su muerte, Kikuji haba estado tomando sedantes con sake. Sin embargo, ha-ba podido despertarse rpido y haba tenido muchos sueos.

    No haban sido pesadillas. En la vigilia, se haba sentido adormecido y dulcemente embriagado.

    Que una mujer muerta pudiera hacer sentir su abra-zo en los sueos a Kikuji le pareca algo misterioso. El era joven y no estaba preparado para una experiencia tal.

    "Las cosas que he hecho!", haba dicho ella dos ve-ces, cuando pas la noche con l en Kamakura y cuando fue a la casita en el jardn. Las palabras haban trado como consecuencia el delicioso temblor y los entrecor-tados sollozos y ahora, mientras se arrodillaba delan-te de sus cenizas y se preguntaba qu la haba hecho morir, pens que por el momento deba admitir que haba sido culpable. La admisin slo trajo de vuelta su voz, hablando de su culpa.

    Kikuji abri los ojos. Detrs, oy un sollozo. Fumiko pareca estar con-

    teniendo las lgrimas; un sollozo se le haba escapado, slo uno.

    Kikuji no se movi. Cundo tomaron la fotografa? pregunt. Hace cinco o seis aos. Yo hice ampliar una ins-

    tantnea. La tomaron en una ceremonia del t?

  • Yasu wabata nari Ka 73

    Cmo lo supo? .r;>>f.:--y-

  • 74

    Kikuji se dio vuelta para mirarla. " La mirada, ahora en el piso, haba estado clavada en

    su espalda. Tena que dejar la urna y la fotografa, y enfrentar-

    la. Cmo poda disculparse? Encontr el modo en la jarra Shino para el agua. Se

    arrodill delante de la jarra y la mir evalundola, co-mo se miran los recipientes de t.

    Un tenue rojo se trasluca en el esmalte blanco. Ki-kuji estir la mano para tocar la superficie voluptuosa, clida y calma.

    Suave, como un sueo. Incluso cuando uno sa-be tan poco como yo, puede apreciar una buena pieza Shino.

    Como el sueo con una mujer, haba pensado, pe-ro haba eliminado las ltimas palabras.

    Le gusta? Permtame que se la entregue en me-moria de mi madre.

    Oh, no. Por favor. Kikuji levant la vista, cons-ternado.

    Le gusta? Madre estara feliz tambin. S que as sera. No es una pieza mala, me imagino.

    Es una pieza esplndida. As deca mi madre. Por eso coloqu sus flores

    all. Kikuji sinti que le asomaban unas lgrimas tibias

    a los ojos. La aceptar, entonces, si me permite. Madre estara contenta. Pero no me parece probable que la utilice para el

    t. La convertir en un florero.

  • Yas ri Kawabata 75 una

    a utilizaba pa-Por favor, hgalo. Madre tambin lra las flores.

    Me temo que no quiero decir flores para la cere-monia del t. Parece algo triste que un recipiente de t abandone la ceremonia del t.

    Yo estoy pensando en dejar de realizar la ceremo-nia del t.

    Kikuji se dio media vuelta para enfrentarla y se puso de pie al hacerlo.

    Haba almohadones cerca de las puertas que con-du desayuno. Em