de Historia antigua en la Philipps
Universität de Marburgo y ha sido
invitado en diversas ocasiones por el
Institute for Advanced Study de la
Universidad de Princeton. Sus estu-
dios sobre la crisis y el ocaso de la
República romana se han convertido
en referencia de la investigación cien-
tífica sobre la materia. En esta misma
colección, ha publicado su monogra-
fía sobre Juliano.
N o t a s
...........................................................................................................
2 79
Tabla cro nológica y árbol g en ealó g ic o
........................................ 315
Referencias sobre fuentes y literatura científica
..................... 319
Indice de abrevia tu
ras...........................................................................
331
Animado por mi colega de Fráncfort Manfred Clauss, he redac
tado esta biografía de Augusto. Fui consciente de la dificultad
del
empeño, y no habría osado hacerle frente si no hubiera tenido
que
ocuparme ya de Augusto y su época en el volumen de
estudios Augus
tus und die Begründung des römischen Kaisertums, aparecido en
la Akademie
verlag, y en otras muchas ocasiones diferentes.
Una de las características significativas de la época augustea
es
que Augusto y su acción pública tuvieron en todos los medios de
la
palabra y de la imagen disponibles en aquel entonces una
publicidad
sin igual en la Antigüedad. Para dar al menos una idea del uso
que
Augusto hizo de la «fuerza de las imágenes», en esta biografía
he
incluido un número relativamente elevado de ellas,
acompañadas
de explicaciones detalladas. En esta tarea he contado con una
esti
mable ayuda del lado arqueológico y numismático: de mis dos
cole
gas de Fráncfort Götz Lahusen y Helmut Schubert, quien, como
ya
antes en el mencionado volumen de estudios, se ha encargado
ahora
de las reproducciones numismáticas.
Para la concepción de la biografía me he basado en la forma
de
Dirk Wiegandt M. A, usualmente seguida . El dibujo de los mapas
es
obra de Meter Scholz. Este libro, que quizá sea el último mío, lo
dedico a mis hijos Jan,
Martin y Felix, para los que frecuentemente tuve poco tiempo,
debido a mi trabajo, cuando crecían.
Introducción
Augusto es la figura más potente y más contradictoria de la
histo
ria romana. Él abrió las puertas a la fase última, la más
devastadora, de
la época guerracivilista y fue, sin embargo, el fundador de una
paz
universal que lleva, en su honor, el nombre de «paz augusta». El
paci
ficador fue al mismo tiempo un conquistador que, a lo largo de
cua
renta años, llevó a cabo muchas guerras y amplió las fronteras
del
Imperio como ningún romano hizo ni antes ni después de él. Fue
el
enterrador de la República herida de muerte y, sin embargo,
encontró
la máxima satisfacción en los homenajes que recibió por haber
devuelto la Res publica , el Estado romano, en virtud de sus
plenos
poderes para disponer de ella, a la libre determinación del Senado
y
del Pueblo, es decir, de las instituciones que representaban a la
Repú
blica. Comenzó como reo de alta traición y al final fue «padre de
la
patria». En sus comienzos trató el derecho y la ley a puntapiés, y,
sin
embargo, entró en la historia como restaurador del derecho y de
la
ley, y como creador de un orden que él mismo y probablemente
la mayoría de sus coetáneos reconocieron como la situación mejor
y
más feliz del Estado romano. Para definir su puesto dentro de ese
orden se autodenominó
«príncipe», es decir, el hombre primero y principal del Estado.
De
este modo conectaba con la forma de hablar de la República, según
la
cual el grupo de los senadores más influyentes se llamaban
principes
civitatis, los hombres principales de la ciudadanía. Al
monopolizar
ese concepto en su persona ponía de manifiesto, por supuesto
sin
pretenderlo, la novedad oculta en lo antiguo: que la influencia
princi
pal había pasado de un colectivo a una sola persona. Siguiendo
esta
autodenominación, nos hemos acostumbrado, según el procedi
miento de Theodor Mommsen, a llamar principado a la
ordenación
del Estado romano fundada por Augusto y a entender por tal el
puesto de liderazgo de Augusto y de los emperadores romanos que
le
sucedieron dentro del tejido de la constitución republicana.
Una
12 I A ugusto
la ofrece el apellido «imperator», es decir, «general», que
él utilizó a
partir del año 40 delante de su nombre. El término hace referencia
a
un viejo uso por el que el ejército victorioso aclamaba como
imperator
a su comandante supremo y lo cualificaba con ello para recibir
el
honor máximo, un triunfo que se celebraba en Roma.
Aunque Augusto fue cualquier otra cosa menos un gran general,
en su vida fue proclamado imperator en 21 ocasiones, más
veces que
cualquiera de los grandes generales de campo de la República.
Por
tanto, cuando en los comienzos de su carrera tomó este título
como
elemento de su nombre, estaba haciendo referencia a la especial
rela
ción que lo unía con los soldados y el ejército. A esta relación,
al lla
mado patronazgo del ejército, debía su poder en solitario. Este
patro
nazgo lo había heredado de su padre adoptivo, el dictador César,
y
esta herencia supo utilizarla como instrumento para conseguir
el
poder y mantenerlo. En las lenguas europeas modernas, el título
impe
rator y el apellido familiar Caesar se han
convertido en denominaciones
de la monarquía aspirante al rango máximo dentro del círculo de
las
monarquías europeas: kaiser y zar, emperor y empereur. Pero,
aunque es ver
dad que apellido y título tuvieron así la con no tación de una
monar
quía military sus comienzos fueron los de un déspota militar,
Augusto
espantó los espíritus que evocaban y supo conjurar los peligros
que
había suscitado la militarización de los conflictos internos desde
los
últimos tiempos de la República.
Qué relación hubo entre todo ello y cómo una cosa fue conse
cuencia de la otra son el objeto de esta biografía, que se
propone
poner a la personalidad de Augusto y su acción pública en
relación
con las condiciones de la época. El camino que él recorrió desde
sus
comienzos como reo de alta traición hasta ser celebrado como
«padre de la patria» no fue la plasmación de un plan maestro
conce
bido desde el principio. En el año 44 a.C. él no sabía adonde iba
a
conducirle la decisión de utilizar para su propio ascenso la
herencia,
sin duda peligrosa, del dictador César. Si a alguien puede citarse
para
probar lo acertado del dicho de que llega más lejos quien no
conoce
la meta, ése es Augusto. La biografía sigue el ancho camino que
él
recorrió e intenta dar justa cuenta de la persona y de su acción,
tanto de sus rasgos problemáticos como de su obra positiva.
Toda biografía es deudora de la calidad de las fuentes
disponi
In trod ucció n I 13
puede esperarse para la historia antigua, no es mala, pero -e n com
pa
ración con lo que originariamente existió- hoy representa
lógica
mente un campo en ruina. De ello nos da una visión clara la
biogra
fía de Augusto de Suetonio, de la época de Adriano, con su
cúmulo
de citas de fuentes perdidas. Por lo que se refiere a la propia
obra de
Augusto, sólo nos quedan fragmentos, si exceptuamos el relato de
sus
hechos que redactó para la posteridad. Dichos fragmentos son
res
tos de ensayos literarios suyos, de su autobiografía, de su
numerosa
correspondencia privada y oficial ,y de sus discursos. A ellos se
aña
den, la mayoría de las veces gracias a felices hallazgos,
inscripciones,
edictos y decisiones jurisdiccionales, así com o anécdotas y
manifes
taciones sacadas de la tradición literaria, relativamente bien
acredita
das como auténticas, de las que había en la Antigüedad
colecciones
especiales. Estas fuentes primarias se completan con la tradición
bio
gráfica e historiográfica. La primera está representada por la ya
men
cionada biografía de Augusto de Suetonio, que se ha
conservado
completa, así como por el fragmento de otra escrita por el
diplomá
tico y erudito griego Nicolás de Damasco. Este fragmento
abarca
desde el nacimiento hasta el año 44 a.C. y representa una
fuente
importante para la historia juvenil de Augusto. La tradición
historio-
gráfica se la debemos sobre todo a tres autores: Veleyo
Patérculo,
Apiano de Alejandría y Casio Dión. El primero, testigo en el
tiempo
de las campañas en Germania, escribió su Historia de Roma en
la época
de Tiberio, y los dos historiadores griegos, en el siglo II o al
comienzo
del III. A diferencia de Veleyo Patérculo, Apiano de Alejandría
y
Casio D ión utilizaron para la historia de Augusto obras más
antiguas,
que para nosotros se han perdido. Lamentablemente, la Historia
de
Roma de Apiano acaba en el año 36/35 a.C., y por eso sólo
representa
una fuente, detallada y meritoria, para los comienzos de Augusto
y
la llamada época del triunvirato.
Todas estas obras, junto con el resto de la tradición escrita, de
la
que forman parte tanto las inscripciones y los papiros como la
poe-
sía y la literatura augustea, conforman la base fundamental de
nuestro
conocimiento de la vida de Augusto y de la historia de su
tiempo.
De la contradicción entre un poder en solitario de hecho y la
pre-
tensión de haber llevado a su perfeccionamiento la tradición de
la
República surgía una necesidad de legitimación que encontró su
plas
14 I A ugusto
imágenes, y no en último término en imaginería y numismática.
Para
este fenómeno, hace años que Paul Zanker acuñó una fórmula
suge-
rente en el título de su libro Augusto y la fu erza de las
imágenes.
Toda la masa de tradición, de distintas épocas y muy variada,
contiene elementos que permiten obtener un amplio panorama de
la
época de Augusto. El objeto de este libro no puede ser intentar
una
propuesta de visión panorámica de esa clase, pero permítase al
autor
asegurar que la imagen de la vida de Augusto que él traza está
fun
dada en un amplio espectro de las fuentes existentes. Para los
datos
concretos, me remito al apartado anexo de «Referencias de fuentes
y
literatura científica» .
E l marco fami li ar e hi stóri co
El hombre que entró en la historia con el nombre honorífico
de
Augustus (el «venerable») había nacido en Roma el 23 de
septiembre
de 63 a.C. como Gayo Octavio. La familia del padre1procedía
de
Velitrae, una ciudad rural situada en la vertiente sur de los
Montes
A lban os.2 Este mu nicipio de origen volsco , cuya lengua no era
el
latín, había sido conquistado por los romanos al final de la
Guerra
de los Latinos (340-338 a.C.). Las familias principales de la
ciudad
fueron deportadas y en sus tierras se establecieron colonos
romanos
que pertenecían a la circunscripción de la tribus
Scaptia fundada en el
año 332 a.C. Velitrae se convirtió en un municipio con autogo
bierno dentro de la confederación romana, en un municipium
civium
romanorum, cuya clase política dirigente, exactamente igual
que
el estamento senatorial en Roma, era una aristocracia
terrateniente.
A ella pertenecían desde antiguo los Octavios. En la Segunda
Guerra
Púnica un miembro de la familia había llegado a pretor, el
segundo
rango más alto del Estado romano.3El hijo de este Gneo Octavio,
del
mismo nombre, llegó incluso a cónsul en el año 165 a.C.,
después
de que, en su condición de comandante de flota en la Tercera
Gue
rra Macedónica, hiciera prisionero al rey Perseo de Samotracia tras
la
batalla de Pidna (168 a.C .).4 D e este modo, esta rama de los
Octavios
había ascendido dentro del círculo interno de la aristocracia
senato
rial, la llamada nobleza, compuesta por familias de antiguos
cónsules, y sus descendientes gozaban por ello de buenas
oportunidades para
afrontar, siempre que quisieran y estuvieran en condiciones
de
hacerlo, las duras exigencias de la carrera de honores y
alcanzar
igualmente el consulado. De hecho, lo lograron en total en
cuatro
ocasiones: en los años 128, 87, 76 y 75 a.C.5 El último Octavio
de
esta rama de la familia luchó contra César del lado de los
republica
nos y encontró la muerte en el norte de África sin haber
alcanzado
los rangos máximos, la pretura y el consulado.6
16 I A ugusto
La línea más joven, de la que procedía Augusto, permaneció en
Velitrae. Aquí contaba entre las familias principales, se
conformaba
con los cargos locales y multiplicó su riqueza. Del abuelo de
Augusto
cuenta la tradición que ocupó los cargos municipales en Velitrae
y
que alcanzó una elevada edad con gran riqueza y en un retiro
cómodo.7 El padre fue el primero que se atrevió a dar el salto a
la
escena política de la ciudad de Roma. Como era usual, el
dinero,
la influencia local, las relaciones con la aristocracia de la
ciudad de
Roma y el matrimonio con la hija de un senador facilitaron el
ascenso del recién llegado a la clase dirigente.
Gayo Octavio se casó en segundas nupcias con Atia, la hija de
M arco Atio Balbo, procedente de la vecina Aricia, y de Julia, una
her
mana de César.8 De este matrimonio nacieron dos hijos·. Gayo
Octa
vio, el que luego sería Augusto, y, como hija mayor, la
segunda
Octavia. Porque del primer matrimonio del padre había nacido
otra
hija, la Octavia primera. Hacia el año 70 a.C. el padre de Augusto
fue
elegido cuestor, y la llegada a este primer rango de la carrera de
ho
nores le hizo miembro de por vida del Senado. Como muy tarde
en
el año 64 a.C. ocupó el puesto de edil, y el año 61 a.C., la
pretura, el
puesto de los magistrados supremos de Roma. Fue luego
gobernador
de la provincia de Macedonia, donde tras una victoria sobre la
tribu
tracia de los bessi fue aclamado «imperator» por sus soldados.9
De
este modo cumplió el requisito para el reconocimiento de un
triunfo,
el honor máximo que el Senado concedía a sus generales
victoriosos,
y también se acreditó públicamente en el cumplimiento de sus
tareas
civiles impartiendo justicia y en la administración.
Cuando Cicerón dirigió un largo memorial a su hermano Quinto,
que administraba como propretor la provincia de Asia, le señaló
el
ejemplo que Gayo Octavio había dado como pretor y
gobernador.10
Le estaba reservado, naturalmente, el premio por su valía, el
triunfo y
el consulado. Pero de vuelta de su provincia murió repentina e
inespe
radamente en la Campania, en Ñola (verano de 59 a.C.).
Un año más tarde la madre se casó con un miembro de la
nobleza, Lucio Marcio Filipo, que alcanzó el consulado en 56
a.C."
En casa de éste creció el joven Octavio con la madre y la hermana,
y
tal vez también con uno de sus dos hermanastros, el hijo más
joven
del prim er m atrimonio de su pad rastro.12 A su padre bio ló gico
no
1. I nfa nc ia y ju v en tu d I 1 7
vía de los abuelos maternos, relaciones de parentesco con los
dos
políticos y generales que iban a convertirse en los enterradores de
la
República romana, Pompeyo y César.
El joven Octavio era sobrino nieto de César,· su abuela Julia,
her
mana de César, había entrado por matrimonio en la familia de los
Atii
Balbi, y su suegro, el Atio Balbo mayor, había emparentado a
través
de su mujer Lucilia, una sobrina del célebre poeta Lucilio, con
el
padre de Pompeyo. Todos ellos pertenecían a la clase de los
terrate
nientes ricos que, a excepción de la familia de César, no
ascendieron a
la aristocracia senatorial de Roma hasta la segunda o la primera
mitad
del siglo I a.C. Por lo que se refiere a la familia de César, ésta
pertene
cía a una estirpe de la más antigua nobleza de cuna de los
patricios,
pero, después de una irrelevancia prolongada, fue en la
generación
de su padre cuando de nuevo comenzó a tener sitio en el
reducido
círculo de poder de la nobleza. El tío de César Sexto fue cónsul en
el
año 91, y un año más tarde también otro pariente, Lucio César,
des
empeñó como cónsul un papel importante en la finalización de
la
guerra de los aliados al promulgar la ley que abrió a los aliados
el
acc eso al derech o de ciudadanía rom an a.13 Tres años más
tarde
coro nó su carrera con la censura. D e todos modos, el padre de
César
sólo había llegado a pretor. Con el matrimonio de su hermana, la
tía
de César, había establecido una alianza de familia con Gayo Mario,
el
cual conoció un ascenso meteórico como vencedor del rey
númida
Yugurta y de la federación de nómadas germanos de cimbrios y
teuto
nes. Pero tras el ascenso vino, en el año 100, el año del
nacimiento de
César, la caída más profunda de Mario. Cuando luego, en el año
87,
en alianza con Lucio Cornelio Cinna se abrió de nuevo paso hacia
el
poder por la fuerza, Lucio César, que había llegado hasta cónsul
y
censor, y su hermano Gayo César, de apodo Estrabón, fueron de
las
primeras víctimas cruentas de la revuelta. El joven César, el que
luego
sería dictador, se había casado con Cornelia, la hija de Lucio
Corne
lio Cinna. Pero éste murió pronto, en el año 84, y su partido
sucum
bió ante Lucio Cornelio Sila, que volvía de Oriente con su ejército
y
que despreciaba a sus enemigos, y provocó entre ellos un baño
de
sangre. César salió con vida de aquello, a pesar de que se había
negado
a repudiar a la hija de Cinna. Como otros miembros de la
aristocra
18 I A ugusto
que fue tratado con desconfianza en el círculo del partido
guerraci-
vilista llevado al poder por Sila, tras la muerte de éste supo
sacar
ventaja, con notoria habilidad, del orden por él instaurado y
cuidar su
carrera. En el año 63, el año del nacimiento de su sobrino nieto
Gayo
Octavio, fue elegido representante supremo de la religión
estatal
romana, Pontifex Maximus, y pretor para el año
siguiente.
El año 63 fue en general un año mem orable.14 Pompeyo reorga
nizaba por aquel entonces, tras su victoria sobre los reyes
Mitrídates de
Ponto y Tigranes de Armenia, la soberanía romana desde el Mar
Negro
hasta las fronteras de Egipto y procuraba al Estado romano,
aparte
de los inconm ensurables bo tines , unos ingresos regulares cuyo v
o
lumen superaba a los de las provincias antiguas. Mientras
Pompeyo
hacía y deshacía como un rey en Oriente, el cónsul Marco
Tulio
Cicerón se enfrentaba en Roma con un intento de golpe armado.
Éste
partió de Lucio Sergio Catilina, que en el verano había
fracasado
por segunda vez en las elecciones consulares. Encontró
seguidores
tanto en la aristocracia como en las capas inferiores urbanas y
rurales
y, no en último término, también entre los veteranos que Sila
había
asentado en las ciudades de Italia. La predisposición al golpe,
que
reunió a fracasados aspirantes a puestos, a aprovechados y a
víctimas
de las proscripciones de Sila, a jornaleros del campo y a
trabajadores
eventuales de Roma, se vio alentada por un muy extendido
endeuda
miento debido ora a las sumas invertidas en lograr puestos y en
una
vida lujosa, ora a la simple imposibilidad de conseguir ingresos
sufi
cientes con lo que se poseía o con el trabajo. Era la otra cara de
la
acumulación en manos de una pequeña minoría de la riqueza
proce
dente de los recursos de un imperio universal. Cuando, tras el
asesi
nato del dictador César, Salustio comenzó su segunda carrera, la
de
historiador, haciendo una exposición de la conjura de Catilina,
unió
su digresión sobre la lucha de los partidos en Roma con una
consi
deración sobre el contraste entre la imponente expansión exterior
y
la crisis interior de Roma, tal como aparecía como ejemplo a sus
ojos,
los de un coetáneo, en el año 63:
En aquel tiempo el imperium del Pueblo romano me parecía
con
mucho el más lamentable. Aunque desde la salida del sol hasta
su caída todo le pertenecía por la fuerza de las armas, y en el
inte
I. In fan cia y ju v en tu d I 1 9
les tienen por bienes supremos, había, sin embargo,
ciudadanos
obstinadamente interesados en arruinarse a sí mismos y al
Estado.
Porque, a pesar de las dos resoluciones senatoriales, ni uno
solo
de la masa [de los participantes en el intento de rebelión de
Cati
lina] desveló la conjura atraído por la recompensa decidida
ni
abandonó, ninguno de ellos, las filas de Catilina: tal era la
grave
dad de la enfermedad que como una epidemia había invadido
los ánimos de muchos ciudadanos.15
En la decisiva sesión del Senado del 5 de diciembre César
había
advertido del peligro de ejecutar sin sentencia judicial a los
partida
rios de Catilina detenidos y convictos de la conjura, y propuesto
que,
en lugar de eso, se garantizara su seguridad hasta que, calmada
la
situación, se les pudiera abrir el proceso. Pero la realidad es que
no
sacó adelante su objetivam ente bien fundamentado voto y al abando
nar la Curia fue amenazado de muerte por la guardia personal
del
cónsul Marco Cicerón, formada por jóvenes del estamento de
los
équités:16 la voz de la razón no tenía lugar alguno en la atmósfera
del
momento llena de miedo. La conjura de Catilina fue derrotada,
pero
sus efectos hicieron a la Italia rural, sobre todo el Sur, todavía
más
insegura de lo que ya era por mor de las bandas reclutadas
entre
esclavos, expropiados y endeudados.
Y, así, el padre de Octavio, que se encontraba en camino hacia
su
provincia de Macedonia, en la región de Thurium (en la actual
Cala
bria, en el golfo de Tarento), recibió del Senado el encargo de
aca
bar con los restos de los seguidores de Espartaco, que había
encabe
zado la rebelión de los esclavos de los años 73-71 , y de
Catilina.17 Por
esta exitosa actuación policial de su padre el muchacho recibió
el
mote chistoso de «Turino», que significa tanto el «vencedor de thu-
rios», por analogía con otros motes de victoria célebres, como
afri
cano, macedónico, numídico. Naturalmente, la victoria del
padre
sobre bandas que aterrorizaban al país no daba más que para
un
chiste. No podía sacarse de ahí el capital ideal: al contrario,
cuando
más tarde Gayo Octavio tuvo otro apellido, el de César, y
rivalizaba
con Marco Antonio por el poder, éste se burlaba del poco
impresio
nante jef e militar llamándole «vencedor de turios», y finalmente
a
partir del mote se urdió la historia de un oscuro origen de la
familia
en los turios.18
2 0 I A ugusto
Para el marco histórico y la carrera del joven Gayo Gneo
sería
importante, por cierto, no la conjura de Catilina y sus
consecuencias,
sino la fatal alianza que en el año 60 a.C. sellaron dos parientes
suyos,
su tío abuelo Gayo Julio César y el hermano político de su
abuelo
materno Gneo Pompeyo Magno, con intervención del rico Marco
Licinio Craso, afectado de una ambición insaciable. La razón de
la
alianza, del llamado Primer Triunvirato, fue que tanto el
general
Pompeyo, de vuelta victorioso de Oriente, como Julio César, elegido
cónsul para el año 59, sólo en un proceder común veían la
oportuni
dad de imponer sus objetivos políticos e impedir así el peligro de
un
fin de sus respectivas carreras. Y por lo que se refiere a Craso,
husmeó
vientos nuevos para sus ambiciones y, a pesar de sus celos hacia
Pom
peyo, se dejó arrastrar por C ésar a la alianza, que se basaba en
la cláu
sula general de que a ninguno de los tres le estaba permitido
empren
der nada en contra de los intereses de sus otros dos
aliados.19
Los intereses vitales de que se trataba eran los siguientes:
Pom
peyo no lograba imponer, en contra de la mayoría del Senado, ni
la
provisión de tierras a sus soldados desmovilizados ni la
ratificación de
las disposiciones por él adoptadas en Oriente. El general, que
había
seguido las huellas de Alejandro Magno, demostró no estar a la
altura
de la microguerra política de Roma y corría el peligro de perder
la
cara ante su clientela. Ello hubiera significado su final político
y pre
cisamente por eso todos sus desafortunados esfuerzos por hacer
valer
sus metas se vieron bloqueados por sus enemigos, a los que
hacía
tiempo que molestaba su carrera por encima de los límites del
dere
cho administrativo y su acumulación de poder e influencia.
También César se hallaba entre la espada y la pared. Es verdad
que
había conseguido ser elegido cónsul, pero sus enemigos dentro
del
Senado le habían asignado un ámbito administrativo que no
prome
tía ni fama ni provecho financiero: debía emprender una revisión
de
las dehesas de pasto y las vías de ganado estatales situadas en
Italia.
Del provecho financiero debía estar pendiente porque tenía
que
devolver las deudas adquiridas para el soborno de sus
electores.
Y, además de eso, lo que César buscaba eran los medios que
habían
hecho grande a Pompeyo: un amplio terreno de acción militar,
una
guerra que le proporcionara un ejército adicto, botines, poder e
influencia. Estaba dispuesto a imponer a toda costa la provisión
de
I. In fa nc ia y j uv e nt u d I 2 1
había adoptado en Oriente si, en contrapartida, de ello salía para
él
mismo un mandato extraordinario.
El tercero de la alianza, Craso, que disponía de una gran
riqueza
y de la consiguiente influencia, se había unido a ella con el
propó
sito de poder obrar a su antojo más adelante. Cuando estaba ya
a
punto de lograrlo, en el año 55 a.C., y recibió, con la provincia
de
Siria, una opción de una gran guerra contra los partos en
Mesopota
mia, pagó la guerra suscitada por nada con su derrota en la batalla
de
Carres y su muerte (53 a.C.).
En su año de consulado, César impuso por la fuerza, e infrin
giendo el derecho, el programa legislativo acordado por los
aliados,
y le fueron asignadas a él como provincia la Galia Cisalpina y la
lla
nura del Po, junto con el Ilírico, en la costa oriental de
Adriático, y
la Galia Transalpina. El cártel de poder de los tres aliados tenía
sitios,
dinero y oportunidades de carrera que repartir, y hubo
numerosos
miembros de los dos estamentos que componían la clase alta
romana,
el senatorial y el de los équités, que se dejaron ganar en apoyo
del
triunvirato. Entre ellos estuvo el abuelo materno de Octavio,
cuñado
de César, Marco Atio Balbo. Este entró en la comisión de 20
miem
bros que tenía por misión repartir la tierra de acuerdo con las dos
dis
cutidas leyes agrarias de César, y participó, según sabemos, en
la
distribución de la tierra en Campania.30
No podemos saber si el padre de Octavio se habría adherido
también al cártel de haber seguido con vida. A favor de dicha
hipóte
sis estaría su supuesta intención de pretender el consulado tras
la
vuelta de su provincia.21
Se ha dicho con razón que el núcleo de un partido en Roma
eran
la familia y sus relaciones de parentesco,22 y, en este sentido, es
lógico
suponer que Gayo Octavio habría promovido su candidatura en
estrecha relación con el cártel de poder del triunvirato. Pero, por
otra
parte, los brutales métodos con que César quebró la resistencia de
los
optimates tuvieron efectos polarizadores hasta en las familias de
la
aristocracia. Frente a los seguidores de los triunviros, quienes
habían
prestado su adhesión mirando por su seguridad o su provecho,
estaba
el núcleo duro de la aristocracia senatorial, que defendía la
soberanía
colectiva del Senado bajo la dirección de las viejas familias de
la
22 I Augusto
triunvirato,· había sido un hombre de alta consideración, y por
eso,
por lo menos, no hay que descartar que se habría mantenido al
mar
gen de la dudosa alianza.
Pero, sea como fuere, la oposición entre la triple alianza y
los
optimates no fue la única constante que definió la política de la
ciu
dad de Roma en los años cincuenta. Roma vivía sin aliento con
las
maquinaciones de Publio Clodio, quien en 58 a.C. había llegado
a
tribuno del pueblo con la ayuda de los triunviros, pero que se
zafó
de sus padrinos y movilizó al pueblo de la ciudad contra
Pompeyo.
Violencia y contraviolencia dom inaban la escena, y más de una
vez
resultó imposible llevar a cabo regularmente las elecciones de
los
magistrados de la ciudad. Quien siga el caos de la política diaria
por
las cartas de Cicerón estará dispuesto a suscribir el juicio de
Theo
dor Mommsen formulado de modo insuperable:
Pretender escribir la historia de este aquelarre político sería
tanto
como querer trasladar a notas una cencerrada,· tampoco lleva
a
nada relatar todos los asesinatos, las ocupaciones de
viviendas,
los incendios y demás escenas de rapiña en medio de una
ciudad
universal, y enumerar cuántas veces se recorrió la escala que
iba
del cuchicheo y el grito al escupitajo y el pisoteo, y de aquí
al
apedreamiento y el desenvainar de espadas.23
En este tiempo inquieto, entre la muerte del padre y el inicio
de
la guerra civil entre César y Pompeyo en el año 49 a.C.,
transcurrió la
infancia del joven Gayo Octavio. La pasó en la casa de su
padrastro
Lucio Marcio Filipo. Este pertenecía, igual que ya su padre, a los
no
pocos miembros de la clase dirigente que se comportaban con
una
reserva prudente en la lucha de los partidos y evitaban en lo
posible
apoyar a una de las partes. De esta manera superó indemne su
año
de consulado (56 a.C.), en el que César hizo fracasar en el
último
minuto el peligroso intento de sus enemigos de hacer saltar el
triun
virato. Cuando en el año 49 se inició la guerra civil, él se
mantuvo
neutral, al menos externamente. Pero la verdad es que en
secreto
estaba de acuerdo con César, para el que era muy importante que
el
mayor número posible de miembros de la aristocracia senatorial no
se
solidarizara con el gobierno y Pompeyo en su contra. Al acabar
la
1. In fa nc ia y ju v en tu d I 2 3
campanas al vuelo cuando en enero del año 49 se dictaron las
reso
luciones llamando de nuevo a César. Sobre un asunto menor
puso
un interdicto contra una de estas resoluciones,24 pero en todos
los
puntos decisivos se mantuvo reservado.
La prudencia taimada se había convertido en la segunda natura
leza de la familia en la que creció Gayo Octavio. Al casarse con
Atia,
Marcio Filipo había establecido lazos familiares con César, pero
su
hija del primer matrimonio se la había dado com o esposa al más
claro
enemigo de César, el joven Catón.
Acabara como acabara la lucha de los partidos, lo que
importaba
siempre era que el rango de la familia siguiera intacto y que,
en
último extremo, ésta quedara del lado del batallón más fuerte. En
este
ambiente pasó el joven Gayo Octavio su infancia y su juventud,
y
hay buenas razones para suponer que en la casa de su padrastro
se
formaron ciertos rasgos básicos de su carácter que fueron
condición
de su posterior ascenso político: la prudencia taimada unida a un
mar
cado instinto de poder.
Los años de j uventud. P reparar se para una vi da dedicada a
la polí ti ca
Los hijos de las grandes familias de Roma estaban destinados a
la
política. Las hijas se casaban de acuerdo con las necesidades de
alian
zas familiares de la aristocracia, y de los varones se esperaba
que
supieran demostrar su valía en la guerra y en la paz mediante
hechos,
que siguieran la carrera de honores hasta el consulado y
multiplicaran
la herencia familiar de poder e influencia. Por la posición pública
a la
que estaban predeterminados necesitaban ciertas condiciones
físicas
y psíquicas, y una educación que les transmitiera los hábitos de
la
clase dirigente y los preparara para las tareas en que tenían que
acre
ditarse.25 De adultos habían de cumplir con su deber como soldados
y
generales, como acusadores y defensores en los juicios, como
aseso
res de sus clientes y expertos en cuestiones jurídicas, en la
administra
ción del Estado y del Imperio, en las negociaciones con
enviados
extranjeros y en conseguir ser líderes de opinión en los gremios
polí
ticos del Senado y de la Asamblea del Pueblo. Es evidente que
esta
poder y competencia, sino también ciertas condiciones
naturales:
buena salud y capacidad de sufrimiento tanto corporal como
espi
ritual.
En este sentido, las cosas no fueron óptimas en el caso del
niño
Gayo Octavio ya desde la cuna. Era enfermizo desde pequeño.26
Padecía resfriados frecuentemente, tenía problemas importantes
de
piel y lo acosaban ataques nefríticos y estados de debilidad; a lo
largo
de su vida tuvo que pasar varias enfermedades graves que lo
pusie
ron al borde de la muerte. No soportaba ni el calor ni el frío. Su
pier
na izquierda, desde la cadera hasta los tobillos, era más débil que
la
derecha, de modo que cojeaba con frecuencia,· y su dentadura
fue
mala ya desde joven. No estaba hecho para la situación
excepcional
de la batalla en campo abierto, y su salud, sencillamente lábil,
podía
quebrarse en los momentos difíciles de la guerra y de la política.
La
educación y el sistema de vida tenían que compensar lo que la
natu
raleza le había negado. Desde la niñez estuvo obligado a la
autodisci plina. Le estuvo vedado vivir la vida con la plenitud de
la energía
juvenil. Ello significó, por otra parte, que no estuvo
expuesto a las
tentaciones de la vida dulce a la que procuraba entregarse la
juventud
dorada de Roma, al dispendio de tiempo, energía y dinero. Con
el
apoyo y la dirección de una madre aferrada a la rigidez de las
anti
guas costumbres romanas, llevó desde niño una vida de ascesis
dedi
cada por completo a formarse y a preparar su carrera
política.27
Durante toda su vida se mantuvo alejado del lujo en la mesa, en
el
vestido y en los adornos extendido entre los compañeros de su
clase.
No cultivaba el comer y el beber, y en atención a su débil
estómago
tomaba varias veces el día sólo pequeñas, frugales comidas.
Durante
el día raras eran las veces que tomaba vino: «En lugar de be b er-
escri
bió su biógrafo Suetonio-, solía tomar un pedazo de pan
empapado
en agua fría o un trozo de pepino, un troncho de lechuga o una
fruta
fresca o seca con ligero sabor a vino».28
Los primeros cuatro años de vida los pasó el niño en una ha
cienda del abuelo en Velitrae. Su habitación infantil, que todavía
en
la época del emperador Adriano era venerada como lugar
sagrado,
era pequeña y modesta, no más grande, según nos ha
transmitido
nuestro confidente, que una despensa.29 El padre, que cultivaba
su
1. Infancia y juv en tud I 2 5
repentina en el año 59, Augusto tenía justo cuatro años, demasiado
joven, por tanto, para que su educación pudiera ponerse én
manos de
un preceptor particular. Esto se hizo luego, en casa de su
.padrastro
Marcio Filipo. Aquí sus padres, la madre y el padrastro juntos,
según
se cuenta, se preocuparon de su formación y lo pusieron en manos
de
un esclavo bien formado de nombre Esfero.30 Como indica su
nom
bre, provenía del Oriente de habla griega. Era tarea suya, aparte
de
vigilar e instruir al muchacho en las técnicas elementales de la
lectura,
la escritura y las cuentas, introducirlo en el griego, cuyo
conoci
miento era obligatorio para todos los miembros de la
aristocracia
romana desde mediados del siglo II a.C. El joven Octavio leía
el
griego y también apreciaba la literatura clásica de los griegos,
pero
nunca dominó la lengua hasta el punto de hablarla con fluidez o
de
habituarse a escribir una carta en griego sin la ayuda de
traductores.31
Gayo Octavio mostró hacia su primer maestro un apego del tipo
del que suele darse muchas veces en la relación entre el ama de
cría
y el niño amamantado. De adulto, dio la libertad al que había sido
su
maestro y cuando Esfero murió en el año 40, a pesar de estar
enton
ces metido a vida o muerte en una guerra civil, dedicó al difunto
un
entierro público.32 Lo honró así del mismo modo que a su
propia
madre, que había muerto dos años antes.33
Padres e instructores procuraban trabajar muy juntos en la
educa
ción de los hijos, y no era inusual que un padre o la madre
colabora
ran, en este sentido, para inculcar en sus hijos capacidades y
conoci
mientos elementales. De Augusto se cuenta que más tarde él no
dejó
que otros enseñaran a leer, escribir y hacer cuentas, ni tampoco
otras
disciplinas, a su nieto, al que había adoptado.34 Si Marcio Filipo
se
ocupaba de su hijastro de ese mismo modo, no se sabe. Pero sí se
nos
cuenta que ambos padres dedicaron gran atención a la educación
del
hijo. En su biografía de Augusto, Nicolás de Damasco anota:
«Su
madre y el marido de ella, Filipo, se ocupaban de él. Cada día
pregun
taban al instructor y al protector que habían encargado del joven
adonde había ido y cóm o y con quién había pasado el día».35
La educación de un muchacho destinado a entrar en la clase
diri
gente de Roma tenía por meta dotarlo de las capacidades que
nece
sitaba para acreditarse en la guerra y en la paz, y aguantar la
compe
tencia con los compañeros de su clase. Tenía que prepararse para
el
2 6 I Augusto
aprender a nadar y a montar a caballo, y ejercitarse lo antes
posible
en el uso de las armas. Tampoco al joven Octavio se le ahorraron
tales cosas,36 pero -lo que no es de extrañar dada su
constitución-
no era especialmente bueno en la artes de la equitación, la espada
y la
jabalina. A pesar de todo, aguantó y contin uó los ejercicios
con las
armas más allá del tiempo de su formación hasta el final de la
guerra
civil, o sea, hasta el año 30 a.C. Luego abandonó aliviado tales
ejerci
cios obligatorios y limitó su ejercicio físico al juego de pelota,
y ade
más procuraba moverse dando paseos.37
En cam bio, Octavio era un alumno brillante en las disciplinas
que
exigía el adiestramiento de un futuro orador y político.38 En
este
terreno, según afirma al menos Nicolás de Damasco, incluso
supe
raba a sus maestros. Solían leerse e interpretarse obras de las
literatu
ras griega y latina, tanto poesía como prosa, y seguía luego la
clase
teórica y práctica en el arte de la oratoria, así como el estudio
com
plementario de la filosofía.39 La retórica y la filosofía eran
original
mente plantas de la cultura intelectual griega, y ello explica,
junto a la
necesidad de aprender la lengua griega com o lingua fran ca
del mundo
de entonces, el importante puesto de los maestros griegos y las
obras
griegas en la formación de la juventud romana.
A la formación griega se unió en el siglo I a.C., en pie de
igual
dad, otra análoga en lengua latina. Existían ya una literatura
latina y
gramáticos romanos, es decir, profesores de literatura y
oradores.
Sólo en el campo de la filosofía, como repetidas veces resaltó
Cice
rón, seguía yendo Roma con retraso. El propio Cicerón se
dedicó,
durante la dictadura de César, o sea, todavía en la época de
juventud
de Octavio, a una amplia exposición de la filosofía griega en
lengua
latina, y con ello tenía como objetivo, no en último término,
hacer
una aportación a la educación político-moral de la juventud desti
nada a la dirección política.
Desde el siglo II a.C. se habían dedicado a este rol social
especial·
mente los estoicos, y no es casualidad, seguro, que los dos
filósofos
que fueron nombrados profesores del joven Gayo Octavio fueran
representantes de esta escuela: Areios, procedente de Alejandría,
del
que recibió lecciones junto con los hijos del mismo, Dionisio y N
ica
nor,40 y Atenodoro, el hijo de Sandon de Tarso, en Cilicia.41
Con
I. In fa ncia y ju v en tu d I 2 7
ciones. Areios ejerció de gobernador suyo en Sicilia, y cuando se
des
hizo de su rival Marco Antonio y se dedicó a la administración
de
Egipto, distinguió de manera especial a Areios al declarar
pública
mente en Alejandría que su maestro era uno de los tres motivos
por
los que perdonaba a la ciudad. A pesar de todo, el filósofo supo
guar
dar su independencia. Rechazó la oferta de hacerse cargo de la
direc
ción de la administración financiera de Egipto. Más o menos por
la
misma época, Atenodoro llegó a la cúspide de su ciudad,
Tarso,
donde puso fin al dominio de Boethos, un hombre de confianza
de
Antonio, y dio a Tarso una nueva constitución.
Por lo que se refiere a la retórica, una disciplina clave para la
for
mación de futuros políticos, Octavio tuvo un profesor latino y
otro
griego: Marco Epidio, que tenía en Roma una renombrada
escuela
de retórica -citarem os com o alumnos prominentes, junto a
Augusto,
al triunviro Antonio y al poeta Virgilio-, y Apolodoro de
Pérgamo,
uno de los más célebres maestros de retórica del mundo griego,
que
le dio clases en Roma y hacia finales del año 45 lo siguió hasta
Apo-
lonia, al otro lado del Adriático, para seguir instruyéndolo en
la
ciudad griega.42
de ser declarado mayor de edad solemnemente mediante la
imposi
ción de la toga viril en el Foro. Este acontecimiento tuvo lugar el
18
de octubre de 48, o sea, poco tiempo después de su 15°
aniversa
rio.43 Durante su época de formación, que duró con
interrupciones
hasta el primer mes del año 44, puso los cimientos de su
excelente
conocimiento de las lenguas griega y latina, y durante toda la
vida
poseyó un criterio estético seguro sobre la calidad
literaria.
Cuando posteriormente se halló en la cima del poder, Gayo
Octa
vio concedió el máximo valor a que sólo los mejores autores se
ocupa
ran de él y de su obra: preferentemente pensó en Virgilio y
Horacio.44
El trato con la poesía y la prosa lo llevó, como a otros, a ensayos
tem pranos de producción propia.45 Escribió epigramas y fue capaz
de com
ponerlos al estilo de Catulo, habiéndose conservado uno de época
pos
terior contra su rival Antonio.46 Del mito de Áyax sacó materia
para
una tragedia, pero cuando percibió que su vis creadora era
escasa,
borró lo que tenía escrito. Al ser preguntado por un amigo por los
pro
gresos de su Á yax, respondió aludiendo irónicamente al
suicidio del
2 8 I Au gusto
época de juventud las «Exhortaciones a la filosofía», fruto de las
clases
de filosofía.48 De si el poema sobre Sicilia, del que sólo se ha
conser
vado el título, era un poema didáctico de tema geográfico,
sabemos
tan poco como del momento de su redacción.49 Aunque durante
toda
su vida Augusto tuvo sensibilidad para la calidad estética de la
poe
sía, su relación con la literatura estaba mucho más marcada por
una
actitud moral y finalista. Un poeta del amor lascivo tan elegante
y
genial como Ovidio no hallaría más tarde gracia a los ojos del
refor
mador que se había propuesto restablecer el rigor de costumbres
de
la antigua Roma. De ambas literaturas, de la griega y de la latina,
tenía
por costumbre entresacar normas y ejemplos que le parecían ser
de
utilidad tanto en la vida privada como en la pública.50
Por lo que respecta a la oratoria, Gayo Octavio tuvo que
luchar
desde niño con problemas de voz.51 Cuando tenía resfriado y
ron
quera, era incapaz de hablar ante un público numeroso.
Entonces
tenía que mandar que otros leyeran lo que antes él había escrito.
Con
el aumento de su debilidad en la vejez se vio obligado a la
comuni
cación por escrito. Pero durante la juventud luchó con todas sus
fuer
zas contra la desventaja de su escasa energía de voz. Para el
ejercicio
retórico de la declamación se sirvió de un foniatra, y, tal como
cuenta
Nicolás de Damasco, después de la pubertad guardó abstinencia
sexual todo un año con el fin de fortalecer su constitución y su
voz,52
cosa que, dada su permanente preferencia por bellezas jóvenes,
cier
tamente no debió de resultarle fácil.
Tras terminar su formación, Gayo Octavio continuó con sus
ejer
cicios de retórica: según sabemos, ni siquiera los abandonó en
medio
de los apuros de la Guerra Mutinense (43 a.C.).53 Poseía Octavio
la
facultad de un discurso libre, fluido, era rápido en la réplica y
capaz
de manejar con brillantez las armas de la ironía y del sarcasmo.54
De
todos modos, cuando se trataba de cosas importantes, evitaba
el
discurso improvisado. Los discursos públicos los trabajaba
cuidadosa
mente por escrito hasta su literalidad y leía el texto. Ello no se
corres
pondía con las costumbres antiguas, y quedó debidamente adver
tido.55 También a las entrevistas importantes acudía con
notas
escritas, y ni siquiera de su discreta tercera esposa, Livia, hacía
excep
ción en esto .56 Está claro que ya desde jov en se había
acostumbrado a
no dejar nada a la casualidad y a prepararse con extraordinaria
con
centración para cualquier situación.
I. In fan cia y ju v en tu d I 2 9
La racionalidad finalista se convirtió para el joven Octavio
en
una segunda naturaleza ya desde muy pronto, y a ella respondía
su
estilo oratorio. Dotado de una inteligencia sobresaliente,
captaba
fácil y rápidamente el punto destacado de lo que era obligado
o
conveniente decir, y fijaba toda su atención en expresarlo con
cla
ridad y sin fiorituras. Suscitar afectos, que se consideraba la
obra
máxima del arte oratoria, no era lo suyo, y en Apolodoro de Pér-
gamo tuvo un maestro que parece que fortaleció su tendencia a
la
argumentación racional y a la composición clara.57 Como
César,
evitaba toda palabra rara, y se reía de los aficionados al estilo
arcai
zante, así como de todos los que empleaban una forma de expre
sarse rebuscada o ampulosa.58 Desde lo alto de su superioridad
inte
lectual y retórica sermoneó más tarde a Antonio por su
incapacidad
para expresarse con claridad y por su estilo malo, oscilante
entre
extremos: «¿Y todavía tienes dudas de si imitar a Cimber Annio o
a
Veranio Flaco en la manera de emplear las palabras que Crispo
Salustio sacó de los Orígenes de Catón, o si utilizar en
nuestra len
gua la palabrería vacía de ideas del orador asiático?».59
Tampoco
tenía nada de la forma de hablar afectada y barroca de su
amigo
Mecenas. Pero, mientras comprometía sin piedad al enemigo
polí
tico en la guerra de las palabras, el amigo sólo era objeto de
burlas
bondadosas.60
imperceptiblemente y luego cada vez más claramente, en el
campo
de gravitación de su tío abuelo Gayo Julio César. En el año 51
a.C.,
cuando C ésar estaba ocupado en com pletar el som etimiento de
las
Galias, murió su hermana, la abuela de Octavio. Sin cumplir
todavía
los 12 años, después de César era el segundo pariente varón de
la
difunta y por ello le tocó el deber de pronunciar el discurso
funerario
de la abuela y de evocar en él ante la opinión pública la
antigüedad y
la prez de la familia Julia.61 Luego, en el paso de los años 50 a
49,
comenzó la guerra civil.62 Los enemigos de César del campo de los
optimates habían con
seguido separar a Pompeyo de su aliado político y atraerlo a su
causa.
Su plan era hacer volver a César de las Galias lo antes posible
para,
como aspirante sin cargo al consulado del año 48, llevarlo
ajuicio
en Roma por las muchas transgresiones jurídicas por él cometidas
en
ello hubiera significado el final de su carrera política.
Lógicamente,
César no lo permitió. A la resolución de 7 de enero de 49 por la
que
se le llamaba de nuevo, él respondió con el inicio de la guerra
civil.
No quería dar a sus enemigos tiempo alguno para que
movilizaran
contra él los recursos de Italia y del Imperio romano. En dos meses
se
apoderó de toda la península italiana, y obligó a Pompeyo y
al
gobierno a huir por el Adriático y luego, en una brillante
campaña,
desplazó a los generales de Pompeyo a Hispania, de modo que a
comienzo de agosto de 48 tuvieron que capitular, y al año
siguiente
llevó la guerra a través del Adriático hasta Grecia, donde
Pompeyo
había reunido una potente fuerza bélica.
César consiguió librarse de la precaria situación en que
había
caído en Dirraquio (Dürres) y el 9 de agosto de 48 ganó en Tesalia
la
decisiva batalla de Farsalia. Persiguió a Pompeyo en su huida
hasta
Egipto, pero ya no volvió a encontrarlo vivo. El gobierno tutelar
que
dirigía los asuntos en Alejandría lo mandó matar el 28 de
septiembre
al llegar a puerto. César se vio envuelto en las luchas por el
trono de
los Ptolomeos, permaneció varios meses en Alejandría y en el
Oriente
del Imperio y hasta comienzos de octubre de 47 no volvió a
Roma.
Por lo que se refiere a Gayo Octavio, al declararse la guerra
civil
los padres lo trasladaron de Roma a la seguridad de una finca rural
del
padre.63 Cuando acabó la campaña en Italia y huyeron Pompeyo y
el
gobierno, volvió a Roma. En octubre de 48 fue declarado mayor
de
edad con la solemne imposición de la toga viril y con 15 años
acce
dió al puesto de sacerdote en el gremio dirigente de la religión
esta
tal romana que había quedado libre por la muerte del enemigo
de
César, Lucio Domicio Ahenobarbo, en la batalla de Farsalia.64
No
hace falta probar que tal cosa se hizo teniendo en cuenta el
paren
tesco de Octavio con el vencedor de Farsalia.
Aproximadamente medio año después, en la primavera de 47 ,
sin
haber cumplido los 16 años y con el título de prefecto de la
ciudad,
Octavio ejerció durante un día como cónsul suplente de Roma
cuando en la fiesta de los latinos los magistrados ordinarios
marcha
ron en solemne procesión al santuario de Júpiter Latiaris en los
Mon
tes Albanos para ofrendar al dios un sacrificio por el Estado.65
Era un
honor que se hacía a los jóvenes varones de las grandes familias
anti
1. In fa nc ia y j uv e ntu d I 31
cer tal honor de nuevo a su tío abuelo. Evidentemente, se había
pre
parado bien para su aparición pública.
Nicolás de Damasco relata que el joven prefecto de la ciudad
causó gran sensación con las medidas jurídicas que adoptó en
lugar
de los cónsules y los pretores. U nos conocim ientos elementales
sobre
el derecho romano formaban parte del programa formativo de
los
futuros senadores, y a través de lo vivido en la casa paterna, de
la
que entraban y salían los clientes en busca de consejos, el jov en
pudo
adquirir la experiencia y la seguridad en sí mismo que le
hicieran
pasar la prueba de la primera aparición en un puesto público.
En
general, Octavio empezó a estar de forma cada vez más clara en
el
centro de atención del público. Como varón pariente cercano
de
César, le presionaban la gente de su edad y los compañeros de
estu
dios, esperando ayuda en sus carreras u otras ventajas. Cuando
salía
de la ciudad para practicar la equitación o para hacer visitas, le
acom
pañaba un gran número de personas.66
César volvió a Roma en octubre de 47, pero ya en diciembre
par
tió para Africa para acabar con el nuevo centro de resistencia
republi
cana que se había formado allá. Octavio quiso acompañar a su
tío
abuelo para acumular bajo su mirada las primeras experiencias
béli
cas. Un curso práctico de este tipo formaba parte de la
preparación
para el llamado cursus bonorum, del mismo modo que el estudio
inten
sivo de la retórica y el contacto con un senador de éxito en su
actua
ción como experto y político en el Foro. Lógicamente, en el
ruido
de la guerra civil el arte de la oratoria guardó silencio. En el
campo de
los enfrentamientos ante el tribunal y la Asamblea del Pueblo
no
había nada que aprender, com o durante la juventud de Cicerón. D
is
tinta era la cosa en el arte de la guerra. Aquí Octavio habría
podido ir
a aprender con el más grande general del momento. Pero Atia,
la
madre, protestó, y el hijo obedeció.67 Su salud era demasiado
poco
sólida, y en la familia se consideró mejor que permaneciera en casa
y
mantuviera su forma de vida habitual. La ausencia de Octavio del
escenario bélico africano no impidió
a César honrar a su sobrino nieto con distinciones militares con
oca
sión de su triunfo, celebrado con gran dispendio (20-30 de
septiem
bre de 46, que corresponde al 20-30 de julio del calendario
refor
mado juliano). Entre las distinciones mencionadas le fue
permitido
32 I Augusto
César en esta campaña».68 Pero, sobre todo, César hizo que
apare
ciera com o el mediador que defendía ante el Dictador los asuntos
de
los que buscaban favores. El hermano de su amigo Agripa había
luchado del lado de la República y estaba en prisión. Agripa pidió
al
amigo que intercediera por el prisionero, y Octavio logró el
indulto
de César.69 En general, su actividad mediadora tenía éxito la
mayor
parte de las veces,70 y hay buenas razones para suponer que el
papel
que desempeñaba estaba acordado con su tío abuelo, y formaba
parte
del plan seguido por César para allanar el camino de su sobrino
nieto
hacia la influencia y el poder.
La organización de las representaciones en el teatro griego
que
César le encomendó debió de estar destinada a darlo a conocer a
un
público más amplio. Octavio se entregó a la tarea con todas sus
fuer
zas, pero su débil constitución se vio superada. Se quebró. El
día
más caluroso del año sufrió un golpe de calor en el teatro.71
Cuando en noviembre del año 46 César marchó a Hispania a
causa de la guerra contra los hijos de Pompeyo, Octavio todavía
no
se había repuesto del incidente sufrido en verano y por tanto
de
nuevo se vio obligado a permanecer en casa. Sólo a comienzos
del
año siguiente se unió a César con un pequeño séquito, habiendo
recha
zado la compañía de la madre. El viaje no estuvo libre de peligros:
nau
fragó y tuvo que seguir por tierra a través de caminos amenazados
por
el enemigo. Cuando finalmente alcanzó a César cerca de Carteya
(San
Roque, Cádiz), éste ya había ganado la victoria decisiva de
Munda
(17 de marzo del año 45 a.C.),72 pero a partir de ese momento
fue
acogido en la plana mayor de un tío abuelo que lo observaba
atenta
mente y con frecuencia conversaba con él. Si nos atenemos a la
expo
sición que nos llega de Nicolás de Damasco, la prueba es
clarísima:
«Cuando César advirtió que Octavio era certero, sensato y
conciso
en la expresión, y que siempre daba con las respuestas adecuadas,
lo
acogió en su corazón y lo quiso mucho».73
De nuevo se le dio a Octavio la oportunidad de acreditarse
como
mediador e intercesor, esta vez en el nuevo orden de Hispania, y
de
asegurarse así una clientela obligada al agradecimiento. Especial
reco
nocimiento mereció su exitosa defensa de Sagunto, que en la
guerra
había estado del lado de los pompeyanos. Nicolás de Damasco
escribe: «Se hizo defensor de ellos [los saguntinos], y, com o
argu
I. In fa ncia y ju v en tu d I 3 3
les hacían y los despidió para casa con ánimo amistoso. Ellos lo
ensal zaban ante toda la gente como su salvador».74
La buena impresión que César obtuvo de su sobrino nieto le
dio
ocasión para, en su último testamento fechado en 13 de
septiembre
de 45 a.C., nombrarlo heredero principal y adoptarlo, siempre
que
antes que él muriese no hubiera nacido un hijo suyo propio.75
Más o menos por la misma época en que César redactó su testa
mento en la Italia del Norte, Octavio pidió permiso, y lo obtuvo,
y
volvió a Roma. Al llegar, se acercó a recibirle con una gran
comitiva
un tal Amacio, alias Herófilo, que se dijo hijo de Gayo Mario, y
por
el parentesco existente -Mario se había casado con la tía de
César—
planteaba a César el derecho a formar parte de la familia Julia. El
falso
Mario quería ganar a Octavio para su causa, pero éste, listo com o
era,
evitó comprometerse y remitió al solicitante a César como cabeza
de
familia, el cual, tras su vuelta, lo desterró de Roma.76
En el otoño de 45 Octavio pasó algunas semanas en Roma. Vol
vió a vivir bajo la estricta vigilancia de la madre, en una casa
propia
que, por cierto, antes había pertenecido al orador y poeta
Licinio
Calvo, el amigo de Catulo y antagonista de Cicerón en el
concurso
por el mejor estilo en oratoria, pero dicha casa se hallaba cerca
de la
de los padres, y la madre hacía todo lo posible para mantener a
su
hijo alejado de las tentaciones de la vida dulce, y sobre todo del
trato
con mujeres.77
Parece que ya antes de la campaña en Hispania Octavio había
pedido ser nombrado lugarteniente del Dictador, magister
equitum (jefe
de los équités) como rezaba el viejo título. Su petición no fue
aten
dida.78 Pero luego, cuando César planeó su campaña de Oriente
para
acabar con el nuevo centro de resistencia pompeyana en Siria y
diri
gir la guerra contra los partos en Mesopotamia, accedió al
deseo
anteriormente planteado por su sobrino nieto y lo elevó a
segundo
hombre del Estado, no sólo promoviéndolo a la clase patricia,79
la
nobleza primigenia de Roma, sino también designándolo magister
equi
tum ante la inminente campaña.80 En calidad de tal acompañaría
al
Dictador a Oriente.
Ya hacia finales del año 45, Octavio, junto con su amigo
Marco
Agripa, se dirigió a través del Adriático a la base de partida de
la cam
paña planeada. Su lugar de residencia fue la ciudad portuaria de
Apo-
3 4 I A u gu sto
quio, el puerto principal frente a Brundisium, en la costa oriental
del
Adriático, de donde partía hacia Oriente la gran calzada militar,
la via
Egnatia, a través de Macedonia hasta Tesalónica. En Dirraquio
desem
barcaron las tropas previstas para la campaña en Oriente y se
acuar
telaron en los alrededores de la via Egnatia. O ctav io y
Agripa iban
acompañados del instructor de ambos en oratoria Apolodoro de
Pér
gamo, y los varios meses que duró la espera hasta la llegada
prevista
de César los ocuparon continuando co n sus estudios y e jercic
ios.81
Una tras otra se desviaban unidades de caballería de Macedonia
a
Apolonia, con las que se ejercitaban en el arte ecuestre. Los
oficiales
visitaban al sobrino nieto de César, y éste supo trabar con
todos
ellos relaciones de amistad. De esta manera se introdujo bien en
el
ejército. Todo estaba preparado y en espera de los generales,
para
partir hacia Oriente. Entonces, en la segunda mitad de marzo,
llegó
la noticia de que César había caído víctima de un atentado el 15
de
ese mes en Roma. El Dictador había muerto,· la designación de su
sus
tituto quedaba anulada. Parecía acabada la carrera iniciada con
toda
esperanza bajo la égida de César.
II. El heredero de César
El reo de alta traición
Entre el 20 y el 25 de marzo de 44 llegó de Roma un mensajero
a Apolonia y entregó a Octavio una carta de su madre. La
carta
estaba escrita inmediatamente después del asesinato de César bajo
la
impresión del suceso. Y Atia animaba a su hijo a volver a Roma
con
ella,· ella misma no sabía cómo evolucionarían las cosas, y
quería
que su hijo reaccionara con ánimo y sensatez ante las
circunstancias
porvenir.1El mismo mensajero, un liberto de la familia, se
hallaba
todavía bajo la impresión del asesinato de César y contó que el
par
tido de los del atentado no era pequeño y que habían comenzado
a
desterrar de Roma y matar a los seguidores de César,· que los
parien
tes de César estaban en peligro gravísimo, y que en lo primero
que
había que pensar era en la propia salvación.2 Estas valoraciones
refle
jaban el pánico con que los cesarianos habían reaccionado
ante el
asesinato del Dictador. El propio cónsul Marco Antonio había
sido
presa del mismo pánico y había huido del lugar de los hechos
atolon
dradamente.
Pero cuando el mensajero llegó a Apolonia, la situación había
cambiado.3Los protagonistas del atentado no habían logrado
atraer
a su lado al pueblo de Roma, y el cónsul volvía a tener la sartén
por el
mango. En la sesión del Senado de 17 de marzo los partidos se
pusie
ron de acuerdo en un compromiso para hacer realidad la paz
interior:
todos los actos.de gobierno de César, incluida la distribución de
car
gos, mantendrían fuerza legal, y los responsables del atentado
no
serían castigados. Tres días más tarde las honras fúnebres por
César,
hábilmente escenificadas, cambiaron nuevamente la situación en
la
ciudad por completo: los responsables del atentado y sus
simpatizan
tes tuvieron que huir de la ira popular y Antonio logró alejarlos
de
Roma, el centro político. Casio y Bruto, las dos cabezas
dirigentes
de la conjura, siguieron siendo pretores, pero no pudieron
seguir
través de una resolución senatorial.
Octavio no podía todavía saber nada de estos cambios cuando,
tras recibir al enviado, consultaba con sus amigos, con Marco
Agripa
y Salvidieno Rufo a la cabeza, sobre cómo había que
reaccionar
frente a las noticias catastróficas llegadas de Roma. El consejo de
bus
car refugio en el ejército macedonio y marchar con él hacia Italia
para
vengar la muerte de César, lo rechazó.4 La situación era
demasiado
complicada, y, aunque él estaba indignado con el asesinato, le
repug
naba jugárselo todo en una situación inextricable. Entonces se
atuvo
ya a la máxima de su vida, un refrán griego equivalente al
español
«vísteme despacio que tengo prisa»,5 alabó por su benevolencia
a
los soldados y los ciudadanos de Apolonia que le habían
prometido
su apoyo y se despidió de ellos pidiéndoles que lo tuvieran en
cuenta
cuando los necesitara.6 Luego partió hacia Italia con una
pequeña
comitiva y desembarcó cerca de Lupiae, la actual Lecce, para
antes
que nada recabar noticias más exactas sobre la situación. Por
precau
ción evitó la gran ciudad portuaria de Brundisium, que estaba
ocu
pada por tropas, y se dirigió en primer lugar al pequeño y recónd
ito
puerto de Lupiae. Aquí recibió también noticias más actualizadas
del
estado de cosas en Roma. En Lupiae incluso escuchó a testigos
ocula
res de los sucesos que habían tenido lugar en la capital entre el
15 y
el 20 de marzo. Estos testigos oculares también le hablaron del
tes
tamento de César publicado ya el 18 de marzo. Se enteró de
este
modo de que su tío abuelo, al no tener un hi jo propio, lo había
adop
tado a él y le había dejado la herencia principal, con tres cuartas
par
tes de su fortuna.7
Cuando Octavio fue informado de que Brundisium no estaba en
manos de los enemigos de César, se dirigió allá, donde recibió
una
nueva carta de su madre y otra de su padrastro. Atia no contaba
más
que lo que ya él sabía: que en Roma se había producido un cambio
en
perjuicio de los asesinos de César. Marcio Filipo, en cambio, le
urgía
para que no aceptara la peligrosa herencia, haciendo referencia a
la
señal de alarma que era la muerte violenta del testatario.8 La
adver
tencia era del todo comprensible, ya que el apellido y la herencia
no
eran asunto puramente privado, sino que tenían implicaciones
polí
ticas que, por la posición que César había ocupado, excedían de
lo
II. El h e re de ro d e C é s ar I 3 7
imposición al heredero de donar al pueblo de Roma, hombre a
hom
bre, un legado de 300 sestercios,· para ello, contando con un total
de
300.000 receptores, había que aportar la enorme suma de 90
millo
nes, lo equivalente al sueldo anual de 100.000 legionarios. La
cláusula
testamentaria correspondiente era una pesada carga para los hered
e
ros, pero pondría las bases para un cambio en la gratitud del
pueblo y
estaba destinada a facilitar al heredero la entrada en la gran
política.
Ciertamente, Octavio era un hombre rico. Disponía de la gran
for
tuna de los Octavios, y ésta se multiplicó cuando César lo hizo
su
heredero. Ahora bien, las grandes fortunas en Roma estaban
forma
das sólo en parte por dinero efectivo o activos financieros, y
lo
demás, por inmuebles y fincas agrícolas y urbanas. Las ventas
en
grandes cantidades conllevaban inevitablemente una caída de
los
precios. Aunque sólo sea por este motivo -había otras dificultades
de
las que se tratará más adelante—, no era fácil reunir la suma de
dinero
contante necesaria para hacer efectivo el legado a favor del
pueblo
romano.
del testamento. Todos los seguidores y los beneficiarios del
mandato
de César veían en su heredero absolutamente al abogado natural
de
sus intereses y trasladaban al hijo la lealtad debida al padre. Se
tra
taba, en primer lugar, de la plebe de la ciudad de Roma y de los
vete
ranos y los soldados de César que sentían inquietud por la
provisión
de sus tierras, tanto si ya las habían recibido como si estaban a
la
espera de su asentamiento en Campania. Veteranos y soldados, o
sea,
el poder armado que, llegado el caso, podía ser movilizado
también
como ultima ratio en la lucha por el poder en política
interior. Así lo
había enseñado la historia desde los tiempos de Mario y Sila, y
preci
samente con la guerra civil de César la prueba se había
convertido
en ejemplo. Estaban luego los muchos miembros del estamento
sena
torial y de los équités, promovidos por César y unidos a él por
lazos
de amistad y gratitud. Tras los idus de marzo, todos ellos temían
por
sus propiedades y sus puestos. Los había también amigos y
admirado
res de César, que, al igual que la plebe de la ciudad y los
soldados y
los veteranos, lloraban profundamente al Dictador y habrían
prefe
rido clarísimamente vengarlo al instante. Ahora bien, según la
visión
romana y de la Antigüedad en general, era el hijo o el pariente
más
para la venganza parecía obstruida: el cónsul Marco Antonio
había
llegado a un compromiso con los asesinos de César y sus
seguidores
que les aseguraba la amnistía. Esto le perjudicaba ante el pueblo
de
Roma y ante los veteranos de César, así como entre no pocos
bene
ficiarios del mandato de César bien situados. Todo ello
significaba
que el heredero de César, aunque fuera una persona privada sin
cargo
alguno, podía contar con un fuerte respaldo en el campo cesariano
y
vendría a ser potencialmente el hombre más poderoso de Roma.
Naturalmente, la aceptación de la herencia encerraba también
con
siderables riesgos, pues no había que dar por descontado que
un
jo ven completamente inexperto estuviera a la altura del
papel que le
exigía la difícil herencia. Aunque Antonio se había colocado en
una
situación ambivalente con la línea de compromiso seguida,
como
cónsul en ejercicio era indiscutiblemente el dirigente potencial
del
campo cesariano y quien, como titular de la más alta
magistratura,
marcaba las líneas de la política estatal.
Pero co n el final de su consulado eso terminaría, y por ello An
to
nio estaba obligado a aprovechar la posición de poder que le
confe
ría el imperium por un tiempo limitado para construir su
futura posición
política, y eso tanto más cuanto que en aquel momento todo el
mundo contaba con el inicio de una nueva guerra civil. Sólo la
poca
claridad de la situación retraía por el momento a todos los
partidos
del uso de la fuerza abiertamente. Con la aparición del heredero
de
César, Antonio tuvo que advertir que la situación entre los
cesarianos
empeoraría, y en seguida vio que corría el peligro de tener que
hacer
una guerra en dos frentes, contra el heredero de César, digamos
que
contra el administrador natural de todos los intereses y los lazos
emo
cionales referidos a la persona y a los asuntos de César, y contra
los
asesinos de César y todos sus simpatizantes aferrados al ideal de
la
República aristocrática. A ello se añadía que el titular del poder
ejecu
tivo estatal no podía estar seguro en absoluto de que los soldados
lo
siguieran en contra de un jefe que les pareciera mejor defensor
de
sus intereses. En las condiciones de una guerra civil latente
también
un cónsul tenía que halagar a los soldados, y en todo caso estaba
por
ver quién sería el ganador en la competición por conseguir su
favor,
si el cónsul, comprometido expresamente con los asesinos de
César,
o el heredero de César, de quien en todo caso se podía decir
clara
II. El h e re d er o d e C é s a r I 3 9
Octavio, decidió aceptar la difícil herencia y, apoyándose en los
con
sejos de los antiguos asesores de César como Oppio y Balbo, se
diri
gió a sus amigos y a la gran cantidad de seguidores de César con
el
objetivo táctico de utilizar el nombre y la herencia de César
como
palanca para su extraordinario ascenso político.9 Por encima de
los
temores de su madre y de las consideraciones de su prudente
padras
tro, se impuso él.
Ambas partes, tanto el cónsul como también el heredero, eran
conscientes de que contar con grandes sumas de dinero era
decisivo
para lograr poder e influencia. En la carrera por hacerse con el
metá
lico del que había dispuesto el dictador César, ni el uno ni el
otro
hicieron distinción entre dineros privados y públicos. Antonio,
inme
diatamente después del asesinato de César, exigió a su viuda
Calpur
nia que le entregara el dinero guardado en la casa del Dictador y
se
apoderó también del tesoro público depositado en el templo de
Ops.
Según se dice, se trataba en total de la enorme suma de 800
millones de
sestercios.10 El heredero de César, por su parte, en Brundisium se
apo
deró de la caja de guerra de César y del tributo anual de la
provincia de
Asia llegado allí hacía p oco.11 Las sumas de la caja de guerra se
desco
nocen, pero del tributo de la provincia de Asia sabemos que se
ele
vaba a 1.600 talentos de plata, que eran 38,4 millones de ses
tercios.12
Es verdad que Nicolás de Damasco, el biógrafo de Augusto, ha
inten
tado salvar a su héroe del reproche de haberse apropiado de
dineros
públicos aduciendo que Octavio sólo se habría quedado con lo
que
era de César y que habría custodiado hasta Roma los dineros
pertene
cientes al pueblo, pero sigue sin averiguarse cuánto de las
sumas
incautadas sería propiedad privada de César.
Como ya en Apolonia, también en Brundisium los amigos de
Octavio le habrían aconsejado movilizar en nombre de César a
los
soldados residenciados en Campania o en espera de la asignación
de
tierras para una campaña en contra de sus asesinos. Pero de nuevo
él
rechazó esta propuesta pe ligrosa .13 Antes de nada, él quería
tomar
posesión de la herencia oficialmente y sondear el terreno en
Roma,
y sólo enton ces decidiría cóm o convertir la herencia en
provecho
político. Se tom ó tiempo para el viaje a Roma. El 18 de abril
estaba él
en Nápoles, el 21 entró en Putéolos y se aposentó en la villa de
su
los consulares, Marco Tulio Cicerón, que tenía también una
villa
directamente vecina. Por fin, a comienzos de mayo estaba en Roma
y
el día 6 o 7 de este mes declaró que aceptaba la herencia ante
Gayo
Antonio, un hermano del cónsul, pretor de la ciudad en
ejercicio.
Luego, en una asamblea informal, el tribuno del pueblo Lucio
Anto
nio, otro hermano, presentó al pueblo de Roma al heredero de
César,
que en adelante llevó el nomb