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Conv er sando en la noche con mi mamita, me enteré que er an ustedes que habían ll egado, sabien do que est aba s señ or ita y vestida medio lujosa, según me dijeron; al otro día tempranito me fui a la jalca. Ahora que ha vuelto togada, peor qué caso me va a hacer, diciendo no quise darte cara. Pero tamaña fue mi sorpresa cuando al volver esa tarde matancando mis varillas par a la techa de mi casa que estaba levantando junto a la placita, me viniste a dar el encuentro por la bajada de Escalón, después que en mi casa habías preguntado por mí. Recién ahí me enteré que siempre, siempre me habías estado ech ando menos y hasta rec ado habías mandado una vez con mi hermano Lupo, invitándome para tu santo. El cada año iba a la fi es ta de Huaylas acompañándos e con los de Rayán; pero nunca me contaba que te había visto. De envidioso seguro, a pesar que yo disimuladamente nomás le preguntaba. Ahora Floria, tenemos dos guaguas. Al mayorcito lo has puesto su sobrenombre de Paliaco, como me decían a mí en la escuela. Tú y yo nos compr end emos, para qué… tus tai tas también mucho me estiman. Como dice el verso, ahora que estás fregada y ya nada puedes hacer, te confiaré mujer, un secreto: esa vez, faltando poco para que se vayan a Huaylas cuando te encontré afanada sacando leche de tu vaca, sin que te dieras cuenta nomás, lo eché a tu balde el polvito del tuktupillín; y ahora sí le creo al Marcial que me dijo riendo, ¿A toda la leche lo has echao? Ya los fregaste a todos, sonso; era sólo a su tasa de ella. Bueno qué se va hacer, ahora, hasta sus viejos te van a querer… FIN Kuya Kuya Oscar Colchado Lucio

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Conversando en la noche con mi mamita, meenteré que eran ustedes que habían llegado,sabiendo que estabas señorita y vestida mediolujosa, según me dijeron; al otro día tempranito mefui a la jalca. Ahora que ha vuelto togada, peor qué

caso me va a hacer, diciendo no quise darte cara.Pero tamaña fue mi sorpresa cuando al volver esatarde matancando mis varillas para la techa de micasa que estaba levantando junto a la placita, meviniste a dar el encuentro por la bajada de Escalón,después que en mi casa habías preguntado por mí.Recién ahí me enteré que siempre, siempre mehabías estado echando menos y hasta recadohabías mandado una vez con mi hermano Lupo,

invitándome para tu santo. El cada año iba a lafiesta de Huaylas acompañándose con los deRayán; pero nunca me contaba que te había visto.De envidioso seguro, a pesar que yodisimuladamente nomás le preguntaba.

Ahora Floria, tenemos dos guaguas. Al mayorcito lohas puesto su sobrenombre de Paliaco, como medecían a mí en la escuela. Tú y yo noscomprendemos, para qué… tus taitas también

mucho me estiman. Como dice el verso, ahora queestás fregada y ya nada puedes hacer, te confiarémujer, un secreto: esa vez, faltando poco para quese vayan a Huaylas cuando te encontré afanadasacando leche de tu vaca, sin que te dieras cuentanomás, lo eché a tu balde el polvito del tuktupillín;

y ahora sí le creo al Marcial que me dijo riendo, ¿Atoda la leche lo has echao? Ya los fregaste a todos,sonso; era sólo a su tasa de ella. Bueno qué se vahacer, ahora, hasta sus viejos te van a querer…

FIN

KuyaKuya

Oscar Colchado Lucio

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Un tuktupillín rojito, como si fuera el espíritu de eseque maté en el eucalipto, cantó con voz mediocansada en la punta de un aliso bien ramoso quecrecía ahí al lado de tu casa. Ese mismo ratito,como si te hubiera mandado llamar, asomastecorriendo a donde yo estaba; puesto tu sombreronuevo, con tus trenzas largas al viento y unasonrisa en tus labios que hacía tiempo ya no veía.Pablo, dijiste con voz de cariño llegando a mi lado,dice mi taita que vayas, esperándote está. Así diciendo te regresaste apurada, casi en el mismo

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también, de puro chismosos, estaban por ahí quedaban vueltas. Yo no me acercaba temiendo quemis lágrimas me fueran a vencer ahí delante detodos. Por eso miraba de lejitos nomás sentadosobre una pirca.

KUYA KUYA

Oscar Colchado LucioLOS SÁBADOS Y DOMINGOS, como no habíaestudio, mi mamita me mandaba por abajo, porCajón, a partear mis cabras y mis dos borreguitasque teníamos… botado sobre la huaylla paraba yopor ahí, todito el día, durmiéndome a ratos o sino

juegue y juegue con el sol, probando la resistenciade mi vista. De los cerrados que estaban mis ojos,poquito a poco los iba abriendo, aguantando,aguantando el chorro de luz que con fuerza sequería meter. A veces aunque sea lagrimeandolograba como sea vencerlo, ¡qué caray! Ahí eracuando el sol desparramaba sus colores: azulitos,rojos, medio verdes, morados; toda laya; hastacolores que nunca había viso. Después cuandocerraba mis ojos, así nomas los colores no se iban.Ahí se quedaban un rato todavía, nadando sobreamarillo o brillando en la oscuridad… cansándomeya, si no me quedaba dormido, lo que más megustaba hacer era pensar en ti, en lo lindo quesería casarnos cuando fuéramos grandes.

¡Achallau!, decía yo, ella con su monillo blanco y sufalda floreada y yo con mi sombrero nuevo en laiglesia de Huaylas, bonita pareja haríamos…,medio flojo nomás era yo para el trabajo, meacuerdo; diferente a mi hermano Lupo que le

gustaba andar de minga, ayudando a uno y a otro.Pero más que por ayudar, era por comer. De lotragón que era no me olvido. Yo sólo cuando mimamita me decía ha venido don Quintiliano asuplicarme que lo ayudes en su chacra, me iba sinrenegar. Cierto no hay cariño sin interés. Tus viejosque ni se iban a imaginar que si aceptaba era solopara tener pretexto de llegar y verte, aunque tú nome

hicieras caso, aunque pusieras mala cara cuandointentaba acercarme y preguntarte algo… ¡Pasahijo, ven siéntate, vamos a servirnos algo!, medecía tu mamita alcanzándome el plato de comidadespués que volvíamos ya tarde de la chacra contu taita. Yo ni comía casi por estar mirándote, porestar arrimándome con disimulo, tratando de dehallarme lo más cerca de ti. Quería sentir tualiento. Ver el reflejo de tus ojos junto al fogón,

saber como hablabas, como reías entre los tuyos,fuera de la escuela, donde viéndote a diario meparecías ausente. Lo que más anhelaba cuandoestaba en tu casa era que alguna vez me dijerantus viejos. Vamos a quedarnos hijo, aquí pasaremos la noche. Pero no me decían, aún

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cuando a veces la noche estaba muy oscura y yaera muy tarde. Haciéndome el cansado yoesperaba hasta el último momento por si nosdejaran algún instante solo. Y cuando eso ocurría,aprovechaba para decirte, ¿Vamos Floria? ¿Vamos

a jugar?, y tú molestándote como siempre, ¡Manamunatsu!, ¡No quiero!, me respondías. De malagana salía entonces y me iba sin despedirme ninada, escuchando ya lejitos, por el camino cómo tehuajayllabas jugando a las cosquillas, con elAmosho tu hermanito.

TRISTE ME VERÍA seguro mi mamita llegar a la

casa, por eso medio preocupada me preguntaba,¿Qué tienes hijo? ¿Te han resondrado? No, le decíayo, estoy cansado solamente, harto hemostrabajado champeando esa chacra. Calladita sequedaba entonces, como si le remordiera habermemandado trabajar. Tú a esa hora ya ni teacordabas de mi seguro, peor que ni ibas amaliciar que a la hora que me vencía el sueño, yote veía señorita casándote casi siempre con

alguien que no erafue a la chacra y tu mamita daba de comer a susgallinas, vi que salías empuñando un balde y teibas en dirección a tu corral. Seguro va a sacarleche de su vaca, pensé y me fui por tu trasnomás, manteniéndome un poco a la distancia. No

me sentiste al principio. Juegue y juegue con tubalde, golpeándolo en las rodillas te ibas.

Cuando llegaste, yo me quedé paradito tras lapirca. Bonito relumbraba la mañana, verdor nomásera por todos lados. Hasta las piedras setransparentaban; olía a hierba, a tierra mojada.Pero yo estaba triste: mis manos en el bolsillo, lacabeza un poco gacha…, tu vaca la barrosa,parecía mirarte con pereza y con sueño, cuandollegué a tu lado. El becerrito allí cerca, alzando latrompita, miraba el cerro.

Con la soguilla que estaba fijada a la estaca poruna punta agarrando la otra, la maneaste a la

vaca; y después haciéndolo levantar al becerrito loacercaste a las ubres para que mamara. Despuésque un ratito estuvo chupando el animalito, conotra estaca que estaba por ahí botada dabas en latrompa nomás para que se alejara y te dejaraexprimir. Pero el animalito le había agarrado gustoa la leche que no quería desprenderse. Nosabiendo qué hacer, lo empujabas, pero el becerrote vencía, te vencía. Con una mano exprimías

ahora y con la otra lo lapeabas. Viéndote así afanada, hallé pretexto para acercarme.

Quebrando una rama, llegué a tu junto. Exprimenomas, diciéndote, yo me encargo del becerrito.Nada me respondiste. Medio jetona te pusiste alverme. Echaste atrás tu reboso, que te atajaba, y

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con ambas tus manos empezaste a exprimir. Yopor atrás de la vaca, con la rama chicoteaba lanariz del becerrito, haciéndolo retroceder. Un ratitoen que se quedó tranquilo el

agarrado, creo pensando en ti, un día dije, No hayotro remedio le daré Kuya Kuya, y toqué la cajitade fósforos en mi bolsillo donde estaba el polvitoque el Marcial había preparado, al fin y al cabo,seguí pensando, es ella misma quien se la busca,yo no tengo la culpa que no quiera quererme.

Varios días estuve viendo la manera como nomáshacer que te lo consumieras el polvito; en eso unanoche en que la tía Llusha llegó a visitarnos, la

oigo que le cuenta a mi mamita, que donQuintiliano, tu taita, había determinado llevarles avivir a Huaylas, en las chacras que su hermanahabía conseguido en arriendo, y que dentro de doso tres días nomás ya se iban, porque era urgente…Mi hermano Lupo que orejeaba por ahí, pelando supapa, taimado como era, alegrándose hacíamuecas para darme cólera. Cuando mi tía sedespidió, y mi mamita salió acompañándola hasta

afuerita, abriendo su bocaza se reía el Lupohaciéndome zumba, ¡jo! ¡jo! ¡jo! ¡jo! ¡jo! ¡jo! Lofregaron al enamorado, ahora pues… y comoseguía burlándose incluso cuando mi mamita yahabía vuelto, sin que ésta se diera cuenta nomás,una patada le di por debajo de la mesa,

estirándome. Aguantó. Se quedó calladito. Élquería quedar siempre bien ante mi mamita. Eraun sabido. Con señas nomás me amenazó. Yoestaba que reventaba y como ya sabía como iba areaccionar yo si me seguía molestando prefirió

disimular.Dormí mal esa noche. A cada rato me quitaba elsueño. Amanecí dándome vueltas y vueltas en lacama.

AL OTRO DÍA tempranito me fui a rondar tu casa.Ganas tenía de encontrarme, de hablar contigo.Luego que tu taita se

yo. Llorando me despertaba entonces. ¡Qué tienes!¡Qué tienes!, me sacudía mi mamita,despertándome de lo que ya estaba despierto. Ycomo yo no le daba contestación, tratando deadivinar me decía, el alma te está machucandoquizá… sin saber qué responder, sí le decía nomás.Preocupada se ponía entonces, tu taita seguro,hablaba, su misa quiere, así me ha revelado en

sueños, y como me quedaba callado, oyéndola ellaseguía. A veces, hijo, clarito cuando estoymirándolo veo que entra empujando la puerta,haciendo sonar, reeeech, y después siento que memachuca con ese peso que parece que todo el airede la tierra lo estuviera a uno aplastando, hasta

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dejarnos después con el cuerpo tembloroso, llenade espanto. A veces se le ocurre cosquillarme. Feocosquillan, hijo, los muertos, hacen doler, y nosdejan con el cuerpo todo verdeado. Por eso

juntando estoy algunos centavitos, para hacerlo

decir de una vez su misa en el día de todos lossantos…así hablando que estaba, yo me volvía adormir; de rato en rato, ¿me oyes? ¿Me oyes?,sentía que me codeaba. Sí, seguramente lerespondía entre mi sueño, y ella estaría dale y dalequien sabe hasta qué hora. Quien no despertabapor más que se cayera la casa era mi hermanoLupo. Como pagado roncaba ahí a mi lado. Él erael único que sabía mi sufrimiento por ti. Y cada queyo le daba cólera o peleábamos, de vengativo medecía, cojudo, carajo, ¿crees que la Floria te va aquerer? Ella aborrece a los paliacos, bienecho. Así diciendo, dándome un puntapié se corría. Verdadtodos en la escuela me decían Paliaco desde que elprofesor Alicho me pusiera ese sobre nombre,disque porque yo era flaquito y medio trompudo,como esos zorritos que bajan de la puna y a veceslos pescamos con las orejitas paradas aguaitandolos corrales desde un altito. Sólo tú me llamabaspor mi nombre;

pero no por cariño seguro creo que por distanciartede mí más bien…

“QUÉ NO MÁS hiciera para robarme su corazón dela Floria”, me acuerdo que estuve piense y pensémás de una semana, “Tal vez dándole una prendade recuerdo”, me dije, “Pero qué nomás”… paraver qué me decían otros pregunté al Eusebio en la

escuela qué le compraría él a su china si estuvieraenamorado. Una casa me dijo, sin darmeimportancia y corrió a patear una pelota queasomó rodando desde el patio, luego lo vi que semetió en la pelotera en que se hallaban afanadoschicos y grandes a esa hora del recreo. Cuando mefui a preguntarles a otros, eso mismo, no sabíanqué responder. Estaba visto que a ellos no lesinteresaban las mujeres. En cambio yo hasta cóleratenía ya de no poder apartarte de mi mente ni porun ratito. Peor todavía desde el día anterior teviera buenamoza, más de lo que eras, puesta unsombrero nuevo con cinta colorada. ¡Caramba, ah;bonito te queda!, te dije haciéndome elencontradizo. ¡Calla!, me respondistemolestándote, ¡qué te importa!...

NUNCA HABRÍA SABIDO qué regalarte si no esporque una tarde de casualidad te escuché decirlea tu mamita, después que llegó de Huaylasarreando su burro, ¿mamá has traído mi gancho? Yella te diría no, seguramente (estaba detrás delanimal desatando la carga y no se oyó bien lo que

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habló), porque ahí mismito te pusiste a renegar y aponerte malcriada, sin hacerle caso cuando te dijo¡Lleva esto adentro!... Entonces

y correr hacia la parva, donde los demás nosesperaban entre una bullería.

Pensativo me quedé esa noche, ¿Por qué laShenita me pareció en un momento que eras tú enel caserón? Quien sabe esa niña será una WayraWarmi, me dije, una mujer de viento; cuando unopiensa mucho en una chica, la Wayra Warmidizque toma su apariencia para engañarlo yencantarlo después al hombre; quién sabe espíritunomás será la Shenita diciendo, un poco empecé a

desconfiar de ella y eludí seguir jugando a lasescondidas.

CUANDO DOS DÍAS DESPUÉS VOLVÍAMOS al pueblocon mi tío, arreando los buros cargados de papas;desde la última lomita de Cunca, de ahí donde la viesa vez que llegamos, ya para bajar la pendiente,descubrí a la Shenita que desde la otra loma, con

su sombrero en alto, me hacía adiós. Cargadito suquipe al igual que su mamita, arreando su burro,ya se iban ellas también por el camino contrario.Sentí un poco de pena y añoré su cariño de aquellanoche. Pero me resigné pensando, que si no eraniña de viento, alguna vez me toparía con ella en

algún pueblo, en algún camino en alguna fiesta;mientras tanto, mi pensamiento volvía hacia ti;quien sabe me estará extrañando, y al vermearrepentida, vendrá al darme el encuentro.

PERO NO FUE ASÍ. Ni siquiera te asomaste cuandollegué. Y los días que vinieron, igual nomás deevasiva seguiste conmigo. El Basilio Más bien unpoco había modificado su manera de ser. Menosprepotente lo veía ahora, y hasta respeto me había

EN LA NOCHE, después del trabajo, toda la gente

que vino a ayudar se reunió a un ladito de lachacra a sancochar y azar papas mientrasconversaban y hacían chistes. Después deservirnos las ricas y harinosas papas huairo, con suajicito sazonado con huacatay, los muchachos nosfuimos a jugar en la paja que más arribita estabaamontonada. Cholitos y chinitas brincoteábamos anuestras anchas. También Shenita que ahora sehuajayllaba, sin recelo, como si de cuando ya nos

conociera. La luna también como si estuvieraalegre ahí encima nuestro nomás, con fuerzarelumbraba.

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Como la chacra era grande y había que ayudarhasta el último para recibir nuestro peyllé (miya),nos quedamos varios días.

Los chicos, en las noches nos acostumbramos al juego. Ahí fue, me acuerdo, que jugando a lasescondidas, la Shenita y yo nos escondimos juntos.Paraditos, uno al lado del otro, detrás de uncaserón, yo sentía que mi corazón quería saltarsede su sitio por la emoción. Un tanto debía ocurrircon ella, porque hasta me parece haberleescuchado sus latidos. Como los otros demorabanen hallarnos, yo ya no resistía la tentación decoger su mano que rozaba con la mía. Agarrandovalor, de un de repente la agarré y la apreté fuerte.Entonces, ella en vez de sacudirse, la abandonó asu cuenta y me besó más bien al lado de la oreja.¡Pucha! La sangre se subió a mi cara y tontamentesentí vergüenza, solté su mano. Nos quedamosmirando en la penumbra. Y entonces por uninstante me pareció que no era ella, sino tú que mesonreías con qué dulzura en los ojos, un tropel quese acercaba a nuestro escondite, nos hizoapartarnos

ella agarró un chicote y te sigueteó hasta cerca dela escuela. De allí se regresó de recelo del profesorAlicho que salía ese ratito con un balde a traeragua de la represa… Yo que me había quedadopensativo ahí sobre la pirca de un de repente di un

salto, ¡Ya está!, diciendo, ¡ya está!, un gancho,claro, un gancho es lo que le compraré a Floria;¡achallau!, bonito para que relumbre en su pelo…A partir de este día me puse a averiguar comocuanto costaría más o menos. Será pues unas

veinte libras, me dijeron. Otra preocupación ahora:¿de dónde sacar la plata? En mi casa mi mamitanunca nos daba propina. Es que siempre anda fallola pobre. De dónde nos iba a dar? Más biennosotros, el Lupo y yo, de algunos mandaditos quehacíamos, le entregábamos casi siempre nuestraspropinas. Aunque el Lupo, sabidazo, a vecesdespués de darle, le robaba, y tenía la cara dedecirle que yo seguro le había sacado. Pero ya mimamita maliciaba y prefería quedarse callada sólopara que no andáramos peleando.

COMO NOMÁS SERÁ, pero el echo es que juntandode a sol, de a cincuenta centavos, como en dosmeses logré reunir los dos cientos soles. Ahora sí,dije, a quien nomás lo encargo. Pensé en elMarcial, que siempre, siempre iba de arriero aHuaylas. El era el único muchacho a quien podíaconfiarle cualquier cosa sin recelo, a pesar que erabromista. Pero cuando fui a buscarlo a su casa deMishua, me di con la mala nueva que se habíaescapado dizque con la Marcelina, su hija de don

Justo Obregón, la noche anterior nomás y que los

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padres de la muchacha se habían ido a denunciarloal puesto de Jimbe. “A ese cholo feo, bizco, malatraza, qué pues lo habrá visto la muchacha paraque lo siga; tan buena moza ella”. Oyéndola a la

gente, hablan por hablar, decía yo; peroescuchaba, “¿Acaso el Marcial ya pues anda conkuya kuya ocllao en su cuello, ¿no saben?” ¿Kuyakuya?, preste atención. “Lo ha de hacer”,continuaban hablando, “sólo para mañoso vale esecholo ocioso, que ni trabaja”. ¿Y ahora?, dijedejando de oírlos, qué hago, a quien nomás losuplico? Me acordé de don Gregorio, quien sabe éltendrá en su tienda, pensé. Pero yo bien sabía queaparte de fósforos, velas, coca, sal, azúcar y trago,otra cosa no vendía. Pero en fin, por si acaso fui. Ycomo qué, No hay me dijo, esas cosas no tenemos.Medio avergonzado salí. A quien nomás, a quiennomás, pensando. Hasta que una noche decididoya a ir yo mismo, le dije a mi mamita, quiero ir aHuaylas a comprarme mi cuaderno, ya se haterminado. ¿Tienes plata? Me preguntó. Sí le dije.¿?De qué?, se quedó orejeando. De lo que heestado ayudando a don Quintiliano, le mentí, ayer

me ha dado mi propina. ¿Sólo por cuaderno vas a irtan lejos?, me dijo, no tendrás tu juicio. Hay queencargarlo a don Remigio nomás, él va dejando unsábado llevando negocio. Bueno, entonces…, lerespondí de mala gana, ya lo voy a decir…,ycambié de conversación como para que se

olvidara. ¡Don remigio! Tan latero que era, ahí mismo vendría con el chisme: Un gancho lo estámandando encargarme, verdad?, diciendo.

A LA ESCUELA ME FUI piense y piense. Cómo,cómo, nomás hago… A la hora de formaciónparadito que estoy ahí, no sé como reparo y te veoparlando con el Basilio, juntitos los dos, algo de tucuaderno le enseñabas, y él con qué atenciónmiraba, poniendo su fea cara juntito a la tuya.Hasta rabia me entró. No supe qué hacer. Menosmal que ese ratito el profesor ordenó, ¡Columna acubrir! Y tú y él, mal que les pese, tuvieron que

observando desde arribita, detrás de sus burrosque meaban, ¡Apura, hijo!, me gritó, ¿en qué estáspensando? No, tío, en nada, le dije nomás medioavergonzado, ahorita le alcanzo. Así diciendo,acomodé bien mi alforjita y seguí subiendo lacuesta. Ya el sol estaba alto y en el fondo de laquebrada, sigueteándose entre los lúcumos,alborotaban los sirguillitos, esos, pajaritos,amarillos, bullangueros.

ALLÍ EN CUNCA CONOCÍ A SHENITA, másbuenamoza que la flor de Amancay entre lospastos de mayo. Sobrina de don Artemio Cano, me

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dijeron desde Quilcay había venido con su mamitaa cambiar granos por papas. Asomando por laprimera lomada nomás lo vi. Con su trajecitofloreado y su mantita roja amarrada al cuello,distraída miraba encima el papal, mientras el

viento hacía ondear las florecitas moradas de lasplantas.

Recelosa la Shenita, apenas uno le hablaba,rapidito se coloreaba o abría sus ojazos sin saberpara donde reparar; como esa vez que me acerquépor vez primera a su lado, después que mi tío fue aamarrar los burros. Buenos días niña, le hable unpoco arrecelado, ¿quisieras que te ayude?Calladita se quedó evitando la mirara en sus ojos.Al ratito todavía respondió, después que lo volví ahablar insistiendo en mi ayuda, capaz mi mamá seva ha molestar. En eso que estamos llegó suprimo, hijo de don Alberto Cano, todo malicioso ymedio celoso, ¿Ya acabas, Shena? Apura, tu mamáte está esperando, dice que vayas a ayudarla.Vamos, vamos, te acompaño, diciendo se la llevó.Pucha, dije entre mí, resoplando de cólera, dondequiera que uno esté, tiene que haber alguien

fregando, ay, vida, vida…enojar. Porque cuando se trataba de llevar algopara el sustento, ella no se oponía, así faltáramos ala escuela.

Esa madrugada me acuerdo, entre el canto de losgallos y el friecito que bajaba de la cordillerahaciéndonos tiritar, subimos la cuesta hacia Cunca.Abajo, al pie, entre la neblina, quedaban comodormidos todavía las casitas del caserío arrimadas

junto a las paredes blancas de la escuelita.Durmiéndote con gusto estarías a esa hora,mientras yo, por tu culpa haciendo estaba un viajeque ni en sueños pensé hacer. Ah, pashtañahui,flor de amapola, dije suspirando, ¿Qué pues nuncame llegarás a querer? Y me acordé del corazón del

Tuktupillín que hacía dos días recién le había dadoal Marcial para que hiciera Kuya Kuya, luego queestuve a punto de votarlo, después de hallarlo todochucreao, como piedra, ahí donde lo había dejado.“Así está bien, hom”, me dijo mi amigo “ahora lollevaré para molerlo y mezclarlo con flor deazularía; ya verás”. Ahora si por fin te quedaráscon tu gusto enano, cara de sapo, dijeacordándome del Basilio, sintiendo que mi cuerpose abrigaba por el esfuerzo de la subida y tambiénseguro por el solcito que ya despuntaba entre laspuntas filosas de la Cordillera Negra. Ahora ya nohay quien te haga la mala, seguí hablando en mimente al Basilio; pero espérate nomás, cuando seagrande te voy a sacar la última. Pero luego me reí acordándome que hasta ese entonces tambiénseguro el Basilio iba a crecer y que a lo mejor todosería igual nomás. Pero, si se mete con la Floria,me acuerdo que lo dije con rabia, va a ver ese

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enano, yo me voy a meter con su hermana, con laCelinda, sólo por fregarlo. Pero luego me asaltó laduda: ¿Y si la Celinda lo toma en serio? ¿Y si deveras se enamora de mi?; entonces a lo mejor mehace problemas. No, dije, mejor no; así nomás

estoy bien. Mi tío que me había estadoentrar a la fila antes que les resondrara yrecibieran su jalón de orejas. Eso me dejódesganado toda la mañana. El profesor se diocuenta como a la mitad de la clase, qué tienesPaliaco, éstas con sueño, me dijo haciéndomezumba. Todos se rieron hasta tú. Sí profesor, estoycon sueño, le respondí. Hay que dormir bien pues,hijo, no hay que trasnochar, me dijo. Ese Paliaco,profesor, intervino el Gallito no duerme seguro porcomer gallinas. Todos se rieron, hasta el profesor.

Todo podía soportar, pero lo que me dolió de verasfue que al reírte, lo hicieras exageradamente,como a propósito, para darme cólera. Eso meresintió. Ya no le regalo nada, dije entre mí; tafregado, caray… Eso pensé. Pero cuando al otro díael profesor preguntó quien se animaba aacompañarlo a Huaylas a cobrar su pago,

ganándoles a los demás, me paré yo. Entonces elprofesor haciéndoles bajar la mano al resto, lesagradeció y dijo, esta vez le toca a Paliaco, hastaahora él todavía no me ha acompañado.

VARIOS DÍAS YA LO ANDABA EL GANCHO que tecompre en Huaylas, sin saber cómo nomásentregártelo. Me daba vergüenza decirte, estegancho lo he comprado para ti, Floria, quisiera quete pusieras… Y no sólo vergüenza tenía miedo

también que tomándolo a mal, lo fueras a decir atu taita o al profesor Alicho. Por eso nomás meaguantaba, me aguantaba, algún modo habrádiciendo… mientras tanto estando a solas, megustaba estarle mire y mire. Bonito relumbraba,como plata todavía. De esos ganchitos medio finosera, no cualquiera. Me acuerdo que para comprarlotuve que hacerlo alcanzar con lo que el profesorme dio de propina, encima haciéndolo rebajar alhombre. Me aficioné viéndolo en sus cabellos deuna muchacha Huaylina. Así le va ha quedar a miFloria, diciendo.

Un día en el salón de tanto que lo andaba ya, conrecelo lo saqué de mi bolsillo, para usarlo comoregla, aprovechando que todos se hallaban en elrecreo. En eso que estoy, siento que alguien por laventana bonito nomás está aguaitando, y cuandointento reparar disimuladamente, ya lo escucho

que, ¡pum, pum, pum!, corría por detrás de laescuela y ahora se acercaban sus pasos por lapuerta. Cuando entró lo vi que era el Eusebio.¡Achallau gancho, oy! ¿Bonito relumbra, di?,hablando así lo quiso agarrar. Rápido lo empuñésin darle tiempo. ¿A ver préstame, oy?; no seas

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malo; se quedó parado ahí en mi delante, ¿te loshallao?, preguntó viéndolo que lo metía en mibolsillo. ¿Hallao?, le respondí poniendo agria micara, ¿estás sonso o qué?; lo he comprado con miplata. Véndeme, oy, para mi hermanita; para qué

vas a necesitar vos. ¿Para qué? Para mi china pues,para qué más? ¿China?, dijo torciendo fea su boca,calla Paliaco alabancioso, qué china te va a querera vos. Así diciendo me dio un lapo a lo descuidadoy salió corriendo. De cólera lo seguí buscandopiedras para tirarlo; pero rapidito como una bala,detrás de una casa se perdió. Renegando me volví ya al salón pensando cómo nomás desquitarme,cuando siento que algo me casca en la espalda yrebota al suelo. Volviéndome a mirar lo veo a laVictoria, su hermana del Eusebio, que acababa decascarme con una coronta. Había estado jugandovoli contigo. Sólo porque ahí estabas me aguantede correr a darle su lapo o su patada, ¿Qué tienes,ah?, ¿qué te pasa?, me acuerdo nomás que legrité. Y ella todo fresca; para qué lo has queridopedrear a mi hermanito, ¡toma bienecho!, diciendobailaba, chancando con el puño de su mano

alegre y sencilla. Quedé helado, ¿y si se escondecon el Basilio?, pensé. No, caracho, ¡Yo también juego!, dije dejándolo a mis huachitos que sefueron de su cuenta. Viendo que me acercaba algrupo, el Basilio vino a mi encuentro, ¿No, tú nohas querido jugar!, diciendo. No he querido jugar

chicotito caliente, le repliqué alzando la voz, pero alas escondidas, sí. Tú te hacías la disimuladareparando a su trigo de don Remigio, desde dondelas palomas estaban que volaban a las quebradas,antes que la oscuridad los cegara. El Basilio

acercándose a mi ladito, ¿Sabes qué..?, me dijo envoz baja, ahora, sí mierda, si juegas te saco laúltima. ¡¡A ver saca!!, dije bien fuerte para quetodos oyeran. Ya estaba harto de soportarlotambién a ese enano. Como para asustarme,poniendo cara de malo hizo ademán depuñetearme. Pero lo que no esperó fue latrompada que le mandé sorpresivamente en lanariz, bañándolo en sangre. Apreté la carrera entesque reaccionara, perdiéndome por entre laschacras, derechito a mi casa. Al ratito nomás, lo vique se venía su mamá, acompañada de su perro,mientras mi mamita inocente de todo, atizaba sucandela preparando la comida.

Calladito, sin avisarle quien venía, agachándome,agachándome, para que no me viera la mujer, salí detrás de mi casa y ganando la pirca del corral, mefui esa bajada, sin parar, hasta su chacra de mi tío

Sinfronio.

AL DÍA SIGUIENTE BIEN TEMPRANO, antes queamanezca, hice viaje a Cunca, acompañándolo ami tío. Con mi primito nomás que estaba en la

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escuela mandé recado para que así le avisara a mimamita. Yo ya sabía que ella no se iba a

Forzosamente tuviste que venir tu misma, ya quenadie había alrededor.

DURANTE VARIOS DÍAS notándote estuve que memirabas boca bajadita nomás. Recuerdo quealgunas veces hiciste la prueba de quererhablarme. Pero no te di el gusto. Haciéndome elsonso buscaba yo cualquier pretexto para no dartecara.

Esa, vez ya tardecito cuando volví de recoger mis

animales del cerro, vi que junto a la represa hartosmuchachos jugaban, entre hombres y mujeres,sigueteándose. En eso que estoy pasando. Oigoque me llamas, ¿Quieres jugar chicotito caliente?Diciéndome. Me quedé dudando. Quería seguirhaciéndome el molesto. ¿Voy o no voy?, pensé. Ahí estaba también la Isha. Decían que a ella legustaba jugar a las escondidas con los hombres, yque la expulsaron de la escuela porque una vez la

habían hallado con su hijo de don GumersindoCerna, de la quebrada de Castillo, metidos en unacasita de ramas, jugando a marido y mujer.Viéndola a ella casi me animo sólo para darte celosarrimándome a su lado. Pero preferí mantener miorgullo y mi respuesta fue. No, no juego. Tengo

que hacer… Aunque mis huachitos ya de ahí dondeestaban conocían y se iban solos, me hice elapurado. Entonces, oyendo cuando estoy, paradarme celos sin duda, dijiste. ¡Bashi!, hay que

jugar a las escondidas mejor, ¿ya?, y te volteaste

como para consultar al resto. Recién me di cuentaque el Basilio también estaba ahí entre ustedes. Lohubieran visto al enano cómo se alegró al oír loque dijiste. Bueno, dijo ahí mismo, con los ojos quele brillaban, hay que echar la suerte para ver quienbusca. ¡Yo, yo busco!, dijo tu primita dePachahuaín, que había venido a visitarles y erabien

abierta. Con la pelota en tus manos, le decías quese apurara; mirándome como aburrida o como sino me conocieras. Ahí nomas tocó el pito y toditosse asomaron, sigueteándose, empujándose,huajayllándose.

DESDE PRIMER GRADO HASTA QUINTO, en dossalones separados, un solo profesor nos enseñaba:El profesor Alicho. Sexto grado no había. Los quequerían terminar su primaria tenían que ir aHuaylas o a Jimbe o sino a la costa… el profesornos tenía a los de cuarto y quinto en un salón y alos de primer grado, segundo y tercero en otro.

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A Amosho, tu hermanito, que estaba recién enprimer grado, mucho le gustaba venirse al salóndonde estudiábamos nosotros (tú en cuarto, yo enquinto) a estarse ahí con cualquier pretexto. Unavez entró, me acuerdo, a buscar creo que borrador

o navaja, y cuando pasaba por mi lado, se meocurrió sacar el gancho de mi bolsillo yenseñárselo, mira, le dije, ¿no quieres que teregale? Lo miró medio de costadito nomás, tododesconfiado, ¡Bah!, dijo después, ¿para qué quierocosas de mujer? Y se pasó de largo. Al ratito lo vi atu lado, y que tú le preguntabas como interesadaen algo, mirando, mirando a donde yo estaba.Entonces malicié que habías visto lo que le enseñé,y algo me anunció que vendría de nuevo. Esperécon ansiedad a que eso ocurriera. Y de veras, casiahí nomas, de mala gana lo vi que avanzaba.Cuando llegó y algo iba a decirme, a mala hora elprofesor que estaba leyendo, levantó la cabeza y lovio, Qué quiere por ahí andando a cada rato eseAmasho?, lo molestó, ¿ya terminaste tu tarea, hijo?Su punta de mi lápiz se ha acabado, profesor,buscando navaja estoy, le respondió el otro.¿Navaja? Dijo el profesor, ven, ven, toma. Quiera ono quiera el Amosho tuvo que ir. Ahora sí, leadvirtió alcanzándole, anda a tu hermana a que telo taje, y después te me vas a tu salón,¿entendido? Sí, profesor, diciendo se fue a tucarpeta.

LAMENTANDO MI MALA SUERTE, veía cómo elAnbercio dibujaba a mi lado con un gusto ydespreocupación que daba envidia, mientras yoseguía piense y piense, a qué es lo que habíavenido? ¿Qué es lo que le habías dicho? Con laduda hubiera seguido de no ser porque ese ratitouna bullarada levantaron los chiuches del otrosalón. Empuñando su regla, el profesor fue averlos. Ahí aproveché para llamarlo al Amosho.Este levantó su cabeza con aburrimiento al oírmenombrarlo. Le hice señas que viniera. Sin hacermecaso se puso a trabajar en su cuaderno. Y nohubiera venido a no ser porque tú lo animaste porlo bajo nomás, según pude darme cuenta. ¿Quécosa, ah?, ¿para qué me has llamado?, dijoparándose a mi lado. Hace rato querías decirmealno, no?, ¿para que nomás sería?, le dije. Ah, sí,respondió, dice mi hermana que le regales esegancho que me enseñaste, ¿puedes? Claro, le dijeahí mismo, como no; aquí está, y metí mi mano ami bolsillo haciéndome el rebuscar un ratito,mientras de reojo te miraba que estabas atenta.

Entrégale le dije, toma, le dices que es un regalo,un regalo para ella. Pero el Amosho, que ya estabaempezando a aburrirse de nuevo, a las justas merecibió y sin dar las gracias ni nada empezó a irse.Lo malo es que no se fue rápido. Se detuvo a mirarel cuaderno de uno de los que afanados se hallaba

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dibujando, y de puro travieso o acaso porque elotro le dijo que se retirara, lo había rayado sucuaderno con el filo del

taita Paliaco, me decía haciéndome zumba, ya va amishquipar a su china, solo tiene que esperar quese vuelva chucro el corazón del animalito.

Pero ese día me quedé amargo, después de lo quele oí hablar al Basilio., ¡Oh! Qué tanto por último,dije, lo que voy a hacer desde ahora, es olvidarmemejor, está visto que ella no me quiere, ni conbrujería seguro, en cambio a otros sí como le dabuena cara se ríe y hasta se juega. Lo que voy ahacer en adelante es ya no darle importancia, ya ni

la voy a mirar siquiera; que tal lisura, toda la vidaatrás, atrás de ella, y ella como si nada, como sicuanto ya valiera…

Esa determinación tomé por eso, desde esa vez enel salón ponía atención sólo a mis clases, y ya no aestarte mirando como otras veces. En el recreotambién como vivía cerca felizmente corriendo meiba a mi casa hasta que tocara el pito. Cuando unatarde el Amosho vino a decirme que tu taita menecesitaba para ayudarlo a trabajar, le mandédecir con él mismo que no iba yo a poder. Peromentira nomás fue, ni ocioso para ir a ayudarlodiciendo agarré mi hondilla y me fui a buscarlo alAbercio para irnos a cazar perdices por laquebrada.

Poco a poco empezaste a darte cuenta que ya note hacía caso como antes, y parece que eso mediote inquietó. Una tarde cuando jugabas voli con tusamigas, rebotando vino la pelota a caer a mi lado.Hoy lo va a aventar diciendo seguro no te moviste

de tu sitio, sabiendo que a ti te correspondía ir porella. Pero te chasqueaste feo. Yo ni por gracia meacomedí. Lo vi ahí y como si nada. Lo que hice fuemás bien sacar mi hondilla del bolsillo y ponerme a

jugar tirándolo al aire.

Al ver que ya ganaba los trigales, dejó de correr.Algunos que estaban gustándose de la actuación,viéndonos será pues, señalándonos estaban quereían. De mala gana el Basilio se volvía, mientras

yo, avergonzado de lo que me habían vistoescaparme, por ahí nomás me di la vuelta y me fuia mi casa.

“ALGUNA VEZ TE VOY A ENCONTRAR solo en elcerro, espérate nomás cojudo, ahí no te vas a

escapar, recuerdo que me dijo al siguiente día.Menos mal que eso fue todo. Se acordó seguro queel profesor le tenía bien advertido de no metersemás en peleas, porque la próxima lo expulsaría.

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Conforme fueron pasando los días, pareció irseolvidando. De todas maneras, cuando me iba alcerro, al cuidado nomás paraba; pero no logrétoparme con él. Lo que más bien me acuerdo esque cuando una vez tú le dijiste enano, riéndote;

él, como para hacerme oír, le dijo al Eusebio queno te decía nada solo porque eras su warmi, suchica, y que terminado los estudios te iba a robar;así como había echo el Marcial con la Marcelina.¡Pucha!, eso me dio rabia. Quien sabe será cierto,pensé, mientras yo sigo sufrido como un zonzo, alo mejor él ya la estará aprovechando, y si no a verpor qué a él le hace caso y a mí no; kuya kuyaquien sabe le habrá dado ese cholito mañosodiciendo nomás me atormenté. Ese rato vino, a mimente el tuktupillín que yo estaba disecando en mitecho. El día anterior lo había visto y seguía mediofresco nomás. Sería porque esos días estabahaciendo friecito, aunque no llovía. Cada que nosencontrábamos con el Marcial, hablábamos de eso.Paciencia

gancho. El muchacho empezó a hacer escándalo, justo cuando ese ratito el profesor volvía del otro

lado. Profesor, profesor, gritó, el Amosho ha rayadomi cuaderno con un fierro. El Amosho, medioasustado, rapidito trató de meterlo el gancho en subolsillo. Pero ya el profesor lo había visto. ¿Otraves tú?, le dijo colérico, ¿no te dije que te fueras atu salón? A ver trae para acá eso, le dijo pidiéndole

el gancho. El otro lo alcanzó. ¿Y esto?, dijo elprofesor conociéndolo que era gancho, ¿de quiénes? Todo tonteado tu hermano, señalándome dijo,del Paliaco, profesor. ¿Del Paliaco?, se admiró elprofesor, ¿y él para que anda con esto? ¿Se puede

saber? Toditos los del salón se rieron haciendoque hasta los chiquitos del otro lado se asomaran aaguaitar. Feo sentí que mi cara se encendía y quehasta mis orejas empezaban, a arder. Paliaco,¿verdad que esto es tuyo?, me preguntó elprofesor. De vergüenza de los otros se fueran aburlar más. No, profesor, dije nomás, con voz queapenitas se oyó. ¿Entonces de quién es?, volvió apreguntar. En eso el Eusebio, que se sentaba en lafila de atrás, parándose dijo, de mi hermanita esprofesor, ella ha perdido su gancho el otro día. ¿Deveras?, le preguntó a la Victoria. Sí profesor,respondió ella, mío es, conociéndolo estoy. ¡Pucha!Eso me dio rabia, no supe qué hacer. ¿Mentiraprofesor, dije parándome, ese gancho es mío.¿Tuyo?, dijo el profesor encogiendo sus cejas ralas,¿tuyo? ¿Acaso tú usas eso? Otra vez una riza se lotapó al salón. Total, dijo el profesor, ahora todosson dueños. Victoria, calladita, me miraba molesta,de costaó. De mi hermanita es, profesor, volvió adecir el Eusebio, pero medio acobardado.

Temiendo que fueran a quitarme lo que con tantosacrificio lo había comprado para ti, tuve quealegar, ellos mienten profesor, yo lo he compradocon mi plata, en Huaylas. ¡Así? Dijo él, ¿y se puede

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saber para qué? Para la Floria, profesor, le respondí sin importarme nada ya, para regalárselo a ella…

UN MES PASARÍA sin que ni por gracia me hablaras

o alzaras tus ojos para mirarme. Esa vez también,sin no hubiera sido porque tu taita te mandóllamarme apurao. Dios sabe hasta cuándo hubiesesseguido molesta.

Me acuerdo que yo estaba echado en la paja,atrasito de mi casa, al cuidado no más queasentara un tuktupillín, que hacía rato ya lo veníapasteando, listo con mi hondilla para tumbarlo;cuando en eso, como entre sueños, oigo tu voz quesuena a mis espaldas. Dice mi taita que vayas,esperándote está. Cuando me volví a mirarte,como una flecha te ibas, por abajito ya…

Para entonces como decía la gente, yo andabapara arriba y para abajo con el Marcial, despuésque volvió de la costa de lo que se lo robó a laMarcelina. Sus suegros también ya lo habíanrecibido. Un día que fuimos por varillas a potrero,

le conté que tenía mis sentimientos por ti; peroque tú lejos de corresponderme, parecíasaborrecerme más bien. Qué nomás me aconsejas,le dije, qué nomás hiciera para ganarme su cariño.Se huajaylló fuerte ahí en la quebrada, haciéndolesespantar a esos sirguillitos que, como en una

fiesta, chillaban sobre los montes. Poca confianza,hom, dijo después, calmándose, si esto mehubieras contado antes, ya estarías con tu china,abrazao, y tu guagua también por venir, así diciendo volvió a huajayllarse: y ya más serio me

dijo, trata de cazar como sea un tuktupillín macho,con eso haremos kuya-kuya, ya verás.

cólera. ¡Sí, tu gallina me lo voy a comer so enano;ahora peor ya no vas a crecer! Eso le cayó engracia al público, que agarrándose la barriga sereían algunos. Ese Paliaco es un jodido, unpendejo, diciendo. Cuando a lo disimulado lo miréal Basilio, lo vi de todos colores, que sonreía comoazonzado. Después cuando alzó sus ojos a

mirarme, vi que me quería comer todavía con sufea mirada. Después dándose vuelta, se metióentre la gente y se perdió. No sé si tú verías algo,pero creo que ese ratito estabas dentro de laescuela quitándote el disfraz. Mientras micompañero contestaba el diálogo atrasito de lagente, lo vi al Basilio amenazándome con la manoabierta, como diciendo, espérate nomás, ahora mevas a ver. Sentí un poco de miedo acordándome lo

buen trompero que era, que hasta los másgrandes, como el Loncho, lo respetaban.

Después que terminé de dar mi papel, el profesorme esperó adentro, amargo. Me resondró despuésde jalarme la oreja bien fuerte, diciendo que

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porque dizque hacía yo caso a la gente cuandoestaba en plena actuación, que había malogrado elnúmero y no sé qué más. Yo por último ni atenciónle prestaba siquiera; más me preocupaba lo queme esperaba afuera.

En cuanto salió el profesor a dar su discurso queese rato le tocaba, yo salí por la ventana de atrás,pensando engañarlo al Basilio. Pero el sabidazohabía estado al cuidado nomás, y en cuanto me viocaer al otro lado, corrió a chaparme saltando laacequia, que pasaba por un canto del huertoescolar, rasmillándome al cruzar el cerco deespinas, yo corrí esa subida hacia los trigales deHuanca Rumi, dejándolo binen atrás al enano, que

por más esfuerzo que hacía maliciaba que no iba aalcanzarme.

delgadita, y sabías accionar con las manos ysonreír. No eras chuncha como la Celinda o laLuisa, que cantaban sin moverse, con cara de palo.

Tú hasta pedías palmas al público, me acuerdo. Yno ni pensabas seguro que quién aplaudía más erayo.

Cuando vino la fuga, bonito nomás acercándote alpúblico, de un de repente al Basilio lo jalaste abailas. ¡Pucha! Ese rato creo que el mundo metapó. Todo esperaba menos eso. Aún no me habíaolvidado de esa vez que les vi conversando en laformación, juntitos; y ahora lo preferías sacándolo

casi de mi lado, porque yo también estaba cerca.Como escalofríos sentí en mi cuerpo ese rato. Mipelo también, de lo peinado que estaba, se chorreósobre mi frente. Fue como una puñalada que mediste en el corazón. ¡Pucha!, dije entre mí, ¿Porqué

ya da tanta importancia a ese retaco, más feo queyo? La gente, como enseñada para darme cólera,la hubieran visto cómo aplaudía, ¡Así Bashi!,animándole, ¡ofrécele! ¡Ofrécele! Y el tanco delBasilio, se portaba zapateando, medio queriéndoloabrazar todavía… cuando terminó, alguien deatrás, un hombre ya de respeto, creo que don Gillo,comentó, ¡Ta bueno, ah! ¡Buena pareja!

Por eso, a la hora que me tocó salir en el diálogo,

yo estaba desganado totalmente. Sólo porque elprofesor ya había anunciado el número, no pudeecharme atrás y además porque mi compañeroestaba que me apuraba. Mi cabeza, qué feo dabavueltas y mi estómago que me dolía. Chucaque medaría seguro. Para colmo, así que estoy dando mipapel, el Basilio, orondo como estaba, al vermeactuar mal seguro riéndose dijo en medio delsilencio de los demás, ese Paliaco fijo que está

pensando comer gallina, por eso se olvida surecitación. Y como la gente se huajaylló fuerte,olvidándome de mi papel, le respondí con

Por eso fue que esa mañana me encontraba afanaoen darlo caza a ese animalito de pecho y moño

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colorados, que era bien malicioso y varios días yase me escapaba se me escapaba nomás. Ahorahabía asentado en su eucalipto de don Gerónimo,abajito al pie del maizal, y yo estaba atentoespiándolo. Más lueguito voy a ir a verlo a donQuintiliano, más lueguito, pensando.

La mañana estaba calurosa. Del fondo de laquebrada subía la voz de un becerro como sillamara a su madre. Doña Viñe y doña Eleuterialavaban ropa en la acequia, y yo estaba miedosode que el ruido de los mazos lo hiciera asustar alpajarito.

Agachándome, agachándome fue que logré llegar

hasta un cerco, justo detrás del eucalipto. Estabaen la punta distraído, mirando las nubes blanquitasde la cordillera. Ahí fue que lo tumbé de unhondillazo. Como plomo cayó, me acuerdo; sin darni un aleteo el pobre. Apartando las espinas logréagarrarlo como sea, cuando ya las aguas de laacequia se lo arrastraban por abajito.

ESPERÁNDOME HABÍA ESTADO TU TAITA, ratito ya,sobre el poyo a la entrada de tu casa, vendrá o novendrá diciendo. Apenas me asomé nomás, medijo, ¿Hoy sábado tienes pensado hacer algo, hijo?Quisiera que me ayudes a trabajar en mi chacra.Bueno, don Quinti, le respondí, le ayudaré pues

hasta las cuatro porque a esa hora tenemosensayo en la escuela para la actuación de mañanapor el día de la madre. A ver pues, hijo, ayúdameentonces, diciendo, me hizo pasar alegre a tu casa,donde tu mamita me invitó papitas con queso quelo habían tenido dizque guardado para mí. Comoera bien avanzado la mañana, ya no tuve tiempode llevarlo el tuktupillín a mi casa donde pensabadestriparlo y ponerlo a secar al sol su corazón talcomo me indicara el Marcial: “siquiera unos quincedías tiene que darlo el solazo, después ya verásque hacemos…”

Cargando las herramientas nos fuimos a la chacra.

DURO TRABAJAMOS ESE DÍA jalando hierbas ycombinando los terrones. Al medio día llegastetrayendo el almuerzo en una vianda. No fuimos atu casa por avanzar. Cuando asomaste por lalomita de Castillo cargando la comidita, ya hastame parecía que eras mi mujer y tu taita mi suegro.Buenamoza como siempre apareciste, y mástodavía con ese sombrero de cinta colorada queuna vez alabé y tú me respondiste molestándote…A la hora que te sentaste a esperar queacabáramos de comer yo no sé de dónde te salióesas ganas de sonreírme. Fue una solita vez, meacuerdo; pero bastó para que mi pecho se

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iluminara. Y más todavía cuando toda comedida,me preguntaste si deseaba más agua. Sólo por nodesairarte te dije que bueno, aunque mi barrigaestaba ya que reventaba. Mientras tomaba,empecé a sospechar del tuktupillín, ¿estaráempezando a hacer sus milagros? Me dijepensativo. Y lo toqué en mi bolsillo. Allí estaba,abrigadito, su cuerpo muerto del pobre pajarito.

Después que te fuiste, con harta alegría continuétrabajando. Teníamos que terminar cómo sea. Peromás que por avanzar para asistir al ensayo, yasabes por qué estaba yo muy animoso.

Tu taita al verme así, contento trabajaba a mi lado.

Así, hijo, vivo, vivo, alentándome…

CÓMO A LAS DIEZ EMPEZARÍA LA ACTUACIÓN alotro día. Después que entonamos el himnonacional empezaron los números. Casi toditas lasmamás estuvieron allí, llenando el patio. Hombrestambién había, pero menos. Hubo un número, meacuerdo donde un cholito que hacía de cachaco,con qué sentimiento lloraba leyendo su carta a unamadre analfabeta, que le enviaba su hijo. Esa cartaera muy triste. Daba pena. Ya no me acuerdo qué

decía pero de lo que no me olvido es que a variasmujercitas les hizo derramar las lágrimas.

Después de eso unas niñas cantaron el yaraví “Madre”, también muy triste. Y hubo otrosnúmeros de danzas y poesías. Pero lo que dio rizay alegró, a la gente fue cuando salieron losborrachos, agarrados sus botellas, cantando ytomando. Uno de ellos era mi hermano Lupo, que,itacado su poncho y llevándose con su cuerpo, sehacía el de invitar trago a los que mirabanadelante. Las personas huajayllándose, loaplaudían más que a los otros.

Cuando saliste tú a cantar, togada, con tu vestido

de ñusta, ¡achallau! Diciendo la gente abrió suboca; y yo sentí celos que los demás te admiraran.

Fue el Alfonso, su hijo de mi tía Llusha (que ya noestudiaba porque tenía más de veinte anos), quiente acompañó con la guitarra cuando diste tucanción. Linda era tu voz, medio