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LA HIJA DEL REY DRAGÓNCUENTOS DE LA DINASTÍA TANG

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LA HIJA DEL REY DRAGÓNCUENTOS DE LA DINASTÍA TANG

TraducciónJosé Zacarías Tallet

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Título del original en inglés: The Dragon King’s Daughter

Edición y corrección: Mónica Gómez López Composicióncomputarizada: Ofelia Gavilán Pedroso Diseño de cubierta: Lisvette Monnar Bolaños

Versión Ebook: Rubiel A. González Labarta

Primera edición, 1988Segunda edición, 2007

© Sobre la presente edición:

Editorial Arte y Literatura, 2017

ISBN 978-959-03-0846-8

Colección HURACÁNEditorial Arte y Literatura

Ins�tuto Cubano del LibroObispo no. 302, esq. a Aguiar, Habana Vieja

CP 10 100, La Habana, Cuba e-mail: [email protected]

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L

AL LECTOR

a extensa y valiosa historia de la literatura china está integrada por diversos textos, pioneros en el campo de las ideas, y poseedores de

profundo sen�do inves�-ga�vo y didác�co.La literatura es aquella forma del arte que refleja la vida por medio deimágenes ar�s�camente escritas. A través de la palabra, expresada consingularidad especial, se describe o fija una situación, una época osimplemente la belleza circundante. La historia de la literatura de los viejossiglos sirve para comprender más claramente el presente. Y la dinas�aTang, la décimotercera que reinó en China (618-907), fue una de las másdesarrolladas; suele denominársele como la edad de oro de la literatura deese lejano país.Cientos de relatos de la dinas�a Tang, todavía hoy, siguen haciéndosenotar, pues el inagotable caudal de sabiduría, cultura y patrimonio literarioque ellos trasmiten es di�cil de obviar, a pesar de los siglos transcurridos.Durante la dinas�a Tang se producen cambios económicos y polí�cosimportantes. Entre ellos resaltan, el declinar de los terratenienteshereditarios y su condicionamiento, como clase, a un mayor centralismopolí�co, el surgimiento de agudos conflictos entre los campesinosexplotados y los terratenientes, así como la creciente prosperidaddesarrollada por las industrias artesanales y el comercio. Este úl�mocambio daría nacimiento a grupos urbanos con sus propias perspec�vas,propiciadoras de un desarrollo literario futuro.También son frecuentes en este período las invasiones a China por tribusprovenientes del norte, que provocan resistencia popular y antagonismosde clase vinculados a la lucha por la independencia nacional.En los finales de la dinas�a Sui (561-618) ocurre una importante revueltacampesina. Precisamente a con�nuación de esa revuelta queda establecida

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la dinas�a Tang. Ya a comienzos del siglo vii el primer emperador de losTang, Li Yuan, y su hijo Li Shimin, aprovechando la sublevación campesina,ocupan Chang’an y completan la unificación de su país. Terminan así cuatrosiglos de separa�smo local, de invasión extranjera y de caos imperante,hasta entonces, en la China medieval.Todos estos factores �enen una profunda influencia en la literatura, ya queposibilitan un amplio abanico temá�co y contribuyen a la creación denuevas formas, diversificadoras de los intereses vitales de los escritores y,por consiguiente, de los géneros literarios. Un ejemplo de ello son loschuanqui o cuentos de la dinas�a Tang, que implican un importantedesarrollo en esos �empos. Vistos en su totalidad llenan un gran espacioliterario dentro de la citada dinas�a, ya que abarcan tres períodos. Unocomprendido entre los inicios del siglo vii y principios del viii, cuandoaparecen los primeros relatos. El otro incluido en la mitad del siglo viii y quellega hasta los años iniciales del siglo ix, etapa en la que se escriben relatosde gran es�ma. Y el tercer período que se inaugura en las primicias delsiglo ix.No obstante, la vida de estos hombres medievales era dura y susperspec�vas, en relación con nuestros días, limitadas, por carecer de unaexplicación cien�fica de los fenómenos naturales y sociales que losrodeaban.Cielo, �erra, sol, luna, montañas, ríos, viento, lluvia, truenos, relámpagos,animales, plantas, la invención de los instrumentos y su u�lización, asícomo el origen de la vida misma se convierten en magia, mito y leyenda,en la mayoría de las situaciones planteadas en los diez relatospertenecientes a La hija del rey dragón, narrados desde la visión deaquellos aspirantes a engrosar las clases poderosas —mediante uncomplicado sistema de exámenes—, pero siempre con un trasfondo desabiduría popular e intuición, que los hace valiosos, a la luz de cualquieróp�ca actual, precisamente por lo que de tradición e historia conllevan. Asícomo porque —en unos relatos más que en otros— proporcionan un vivazy fantasmagórico cuadro de una sociedad orientada hacia la decadencia ylas sucias disputas por el poder, en detrimento de las grandes mayoríassojuzgadas.Chang’an —actualmente Xi’an—, lugar floreciente donde se daban citacomerciantes, sacerdotes y profesores extranjeros, devino, rápidamente,

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centro de promoción cultural. Es una de las grandes ciudades chinasdescrita en muchos de estos relatos, en los cuales vemos transcurrir ydesenvolverse historias sobrenaturales, de tema polí�co, de aventuras y deamor, escritas con lenguaje fluido y es�lo sorprendentemente sencillo.Cuentos como «La zorra encantada», «La hija del rey dragón» y «Elbotarate y el alquimista» pueden considerarse entre los sobrenaturales. Desá�ra polí�ca y de aventuras, «El gobernador del Estado Tributario delSur», «El mono blanco», «El hombre de la barba rizada» y «El esclavoKunlun». Y como fascinantes cuentos de amor, «La hija del príncipe Huo»,«Historia de una cortesana» y «Wushuang, la incomparable».Esta edición cubana de La hija del rey dragón posee la peculiaridad dehaber sido traducida del inglés por el destacadísimo poeta cubano, yafallecido, José Zacarías Tallet. Circunstancia que imprime un innegabletoque de poesía y crea�vidad a esta publicación.

Dania Pérez rubio

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E

EL MONO BLANCO1

Anónimo

n el año 545, durante la dinas�a Liang, el emperador envió al general LinQin con una expedición al sur. En Guilín aniquiló las fuerzas rebeldes de

Li Shigu y Chen Che. Al mismo �empo, su lugarteniente Ouyang Ge, en elcombate, se abrió paso hasta Changle, venció a todos sus enemigos y

condujo su ejército hacia un territorio di�cil.La esposa de Ouyang era muy hermosa y delicada, y poseía un cu�s muyblanco.—No debiste haber traído a esta mujer tan bella —dijeron sus hombres—.Por estos contornos anda un dios que rapta a las mujeres jóvenes,especialmente a las bien parecidas. Convendría que la cuidaras como esdebido.Ouyang se asustó. Al anochecer situó guardias en torno a la casa, y ocultó asu esposa en una cámara interior muy bien custodiada por una decena decriados vigilantes. Durante la noche se presentó un fuerte viento y seensombreció el cielo, pero, aparentemente, no pasó nada adverso; pocoantes del alba, los exhaustos guardianes pudieron conciliar el sueño. Mas,de repente, despertaron alarmados y descubrieron que la esposa deOuyang había desaparecido. La puerta seguía con llave, y nadie sabía cómopudo abandonar la pieza. Se pusieron a buscar por la empinada ladera,pero una espesa niebla borraba todo a una gran distancia, lo que hacíaimposible con�nuar la búsqueda. Al amanecer seguían sin encontrar elmenor rastro de la muchacha.Lleno de cólera y pesar, Ouyang juró que no regresaría solo. Pretextandouna enfermedad, se detuvo allí con sus tropas, y todos los días ordenabaregistrar valles y lomas, en todas direcciones. Pasado un mes, después dehaber recorrido unas treinta millas, encontraron uno de los zapatosbordados de la joven, empapado por la lluvia pero reconocible.Loco de dolor, Ouyang intensificó la búsqueda. Con treinta hombresescogidos, muy bien armados y con alimento suficiente, se dirigió hacia ellomerío. Transcurridos diez días más llegaron a un lugar situado a unas

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setenta millas del campamento, desde donde acertaron a dis�nguir, haciael sur, una montaña verde, cubierta de árboles que sobresalían.Emprendieron el ascenso y ya en la cima notaron que estaba rodeada poruna profunda corriente de agua. Para cruzar tuvieron que construir unpequeño puente. Más adelante, entre los precipicios y la esmeralda de losbambúes, vislumbraron trajes de colores y oyeron conversación y risas demujeres. Cuando subieron por los riscos con ayuda de enredaderas ycuerdas, encontraron avenidas plantadas de árboles, raras flores y unverde prado, fresco y blando como una alfombra. Era un re�ro campestreapacible, sobrenatural. Hacia el este había una puerta, incrustada en laroca, y a través de ella podía verse a varias docenas de mujeres, ataviadascon trajes de vivos colores, que cantaban y reían mientras paseaban. Al vera los extraños, se detuvieron a mirarlos. Cuando los hombres se acercaron,ellas preguntaron qué los había llevado hasta allí.Después que Ouyang contó su historia, las mujeres se miraron ysuspiraron.—Tu esposa está aquí desde hace más de un mes —le informaron—. Ahoraprecisamente se halla enferma. Puedes entrar a verla.Después de pasar por una puerta de madera empotrada en la piedra,Ouyang advir�ó tres espaciosos recintos donde se veían unos canapésadornados con cojines de seda, que estaban pegados a las paredes. Suesposa yacía en un lecho cubierto de esteras y mantas, con ricos manjarescolocados ante ella. Al acercarse Ouyang, se volvió y lo miró, pero conseñales le indicó que se marchara.—Algunas de nosotras hace ya diez años que estamos en este lugar —dijeron las otras mujeres— mientras que tu esposa acaba de llegar. Aquí esdonde vive el monstruo. Es un homicida que puede enfrentarse a cienguerreros. Es mejor que te vayas con cautela antes de que regrese. Si nosconsigues cuarenta galones de vino fuerte, diez perros para que se loscoma, y varias docenas de ca�s de cáñamo, podremos eliminarlo. Ven almediodía, no más temprano, de hoy en diez días. —Así lo instaron a que semarchara rápidamente.

Ouyang regresó el día fijado, con el licor fuerte, el cáñamo y los perros.—El monstruo es un gran bebedor —dijeron las mujeres—, y le gustatomar hasta quedarse atolondrado; después desea siempre probar su

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fuerza, y nos ordena que le atemos brazos y piernas con cuerdas de sedamientras yace tendido en el lecho. De inmediato se suelta de un solo �rón.No obstante, en cierta oportunidad lo amarramos con tres cuerdas juntas yno pudo romperlas. Por eso, si ahora torcemos cáñamo con la seda,estamos seguras de que no podrá cortar las cuerdas. Todo su cuerpo escomo el hierro, pero se protege, invariablemente, unas pocas pulgadas devientre debajo del ombligo; debe ser su punto vulnerable. —Luego,señalando para un precipicio cercano, añadieron—: En ese si�o es dondeguarda su alimento. Pueden ocultarse ahí. Manténganse en silencio yesperen. Coloquen el vino junto a las flores y los perros en el bosque. Sinuestro plan triunfa, los llamaremos.Ouyang y sus hombres hicieron lo que se les dijo, y aguardaron con elaliento entrecortado. Ya bien entrada la tarde, algo así como una largapieza de seda blanca cayó como si volara de lo alto de una loma distante alfondo de la cueva; poco después, salía de ella un hombre de seis pies conuna magnífica barba. Ves�do de blanco y con un bastón en la mano, ibaatendido por dos mujeres. Dio un suspiro al ver a los perros y enseguidasaltó hacia ellos, los agarró y comenzó a devorar miembro por miembro, demodo increíble, hasta quedar sa�sfecho. Las mujeres le ofrecieron el vinoen copas de jade, y juntos bromeaban y reían alegremente. Después debeber varios azumbres de vino, lo ayudaron a entrar. Desde afuera seescuchaba el alborozo.Transcurrido un largo �empo, las mujeres salieron para llamar a Ouyang ysus hombres, quienes entraron portando sus armas. Dentro estaba ungigantesco mono blanco amarrado al lecho por sus cuatro extremidades.Cuando vio a los hombres se retorció, pugnó inú�lmente por desatarse, ysus ojos furiosos despedían destellos como relámpagos. Ouyang y su gentecayeron sobre él solo para encontrarse con que su cuerpo era como dehierro o piedra. Pero cuando lo apuñalaron en el vientre por debajo delombligo, sus espadas se hundieron en la carne y brotó sangre. El monoblanco exhaló un largo suspiro y le dijo a Ouyang:—Esta debe ser la voluntad del cielo, porque de otra suerte no habríaspodido matarme. Tu esposa ha concebido. No des muerte a la criatura quenazca de ella, porque crecerá para servir a un gran monarca y tu familiaprosperará. —Y con estas palabras expiró.

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Registraron sus posesiones, y hallaron gran can�dad de piezas preciosas asícomo abundancia de sabrosos manjares sobre las mesas. Estaban todos lostesoros conocidos del mundo, incluyendo varios galones de raras esenciasy un par de espadas, finamente labradas. Las mujeres, más o menos ennúmero de treinta, eran todas bellezas exquisitas; algunas ya llevaban diezaños en ese lugar. Ellas explicaron que cuando envejecían eran sacadas deallí, y no se sabía la suerte que les estaba reservada. El mono blanco era sudueño único, pues no tenía secuaces.Todas las mañanas, tanto en invierno como en verano, el mono se lavaba,se ponía un sombrero y un traje de seda blanca. Tenía una pelambretambién blanca, de varias pulgadas de largo. Cuando se quedaba en casaleía unas tablillas de madera inscriptas con jeroglíficos que nadie más sabíadescifrar; al concluir las colocaba debajo de un escalón de piedra. Cuandohacía buen �empo, solía prac�car el juego de las dos espadas que loenvolvían como destellos de relámpagos, formando un halo semejante a laluna en derredor suyo. Comía y bebía los alimentos más diversos,par�cularmente nueces, y gustaba también mucho de los perros, cuyasangre le agradaba beber. Al mediodía se iba volando a recorrer millas ymillas, y retornaba por la noche. Tenía la costumbre de volver a casa todaslas noches.Cada vez que se antojaba de algo no descansaba hasta conseguirlo. Denoche se privaba del sueño para retozar por todas las camas,aprovechándose de las mujeres. Sabía conversar elocuentemente, a pesarde su forma simiesca.Un día, a principios de otoño de ese año, cuando comenzaban a caer lashojas, el mono blanco pareció aba�do y dijo:—Las deidades de las montañas me han acusado y condenado a muerte.Pero si solicito la ayuda de otros espíritus, puede que logre escapar.Inmediatamente, después de la luna llena, se produjo un fuego bajo elescalón de piedra, que consumió sus tablillas.—He vivido mil años —comentó desalentado—. Ahora esta mujer estáencinta, y ello significa que mi muerte se acerca. —Recorrió con la vista atodas las mujeres y lloró un rato.—A esta montaña apartada y empinada ningún hombre ha podido llegarhasta ahora. —Y prosiguió—: Desde las cimas he visto manadas de lobos,

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�gres y otras bes�as feroces al pie de la montaña, y ni siquiera un leñadorha aparecido aquí en las alturas. Si no fuera la voluntad del cielo, ¿cómopodrían los hombres venir hasta aquí?Ouyang regresó a su campamento y se llevó el jade, las piedras preciosas ylos bellos tesoros, así como las mujeres, incluso algunas de ellas lograronvolver a sus hogares.Antes del año, la esposa de Ouyang tuvo un hijo idén�co al mono. Mástarde Ouyang fue condenado por el emperador Wu de la dinas�a Chen.Pero un viejo amigo suyo, Jiang Zong, se aficionó al hijo de Ouyang a causade su sobresaliente inteligencia y se lo llevó a su casa. Así escapó elmuchacho a la muerte. Y creció para ser un buen escritor y calígrafo y unaconocidísima figura de su época.

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U

LA ZORRA ENCANTADAShen Jiji

2

n señor llamado Wei Ying, noveno descendiente de la hija del príncipede Xin’an, había sido en su juventud un tanto alocado y gran bebedor.

El marido de su prima, de apellido Zheng, cuyo nombre personal no seconoce, y solo se sabe que era el sexto hijo de su familia, había estudiadolas artes militares y era también aficionado a la bebida y a las mujeres.Como era pobre y no tenía casa propia, vivía con la familia de su mujer.Zheng y Wei entablaron una inseparable amistad.En el sexto mes del noveno año del período Tianlao (año 752) paseabanjuntos por la capital. Se dirigían hacia una francachela en el barrio deChang’an, cuando Zheng, mo�vado por unos asuntos privados que debíaatender, dejó a Wei al sur del barrio de Xuanping y le dijo que más tarde sereunirían en la fiesta. Después par�ó Wei hacia el este en su caballoblanco, mientras que Zheng cabalgó rumbo al sur, en su asno, a través de lapuerta septentrional del barrio de Shengping.En el camino, Zheng se encontró con tres mozas; una de ellas ves�a untraje blanco y era excesivamente bella. Ante esa agradable sorpresa,fus�gó a su asno para dar la vuelta alrededor de las jóvenes, pero le faltóvalor para abordarlas. Como la joven ves�da de blanco no cesaba demirarlo en forma al parecer alentadora, Zheng, riendo, preguntó:—¿Por qué unas muchachas tan lindas como ustedes andan a pie?La joven de blanco respondió sonriente:—Si los hombres que van montados no son corteses para ofrecernos sucabalgadura, ¿qué podemos hacer?—Mi pobre borrico no es lo suficientemente bueno para damas tan bellascomo ustedes —protestó Zheng—. Pero está a su disposición, y yo tendrémucho gusto en seguirlas a pie.Ambos jóvenes se miraron y rieron, y con las bromas de las otras dosdoncellas pronto llegaron a tratarse con familiaridad. Se dirigieron todos aleste, al parque de Loyu. Al oscurecer llegaron a una magnífica mansión

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con macizas paredes y una puerta imponente. La joven de blanco entró, nosin antes decir: «¡Aguarden un momento!».Una de las doncellas se quedó en la puerta y preguntó su nombre a Zheng.Cuando este se lo dijo, indagó por el de la muchacha y se enteró de que sellamaba Ren y pertenecía a una familia muy numerosa.Al poco rato lo invitaron a entrar en la mansión. Cuando Zheng ató su asnoa la puerta y colocó su sombrero en la albarda, la hermana de la muchacha—mujer de unos treinta años— salió a saludarlo. Se encendieron luces ypusieron la mesa. Después de beber varias copas de vino, la muchacha, yacambiada de traje, se unió a ellos. Siguieron tomando mucho ydivir�éndose. A la hora de dormir fueron a la cama juntos. La coqueteríade la joven, su encanto, el modo como cantaba, reía y se movía, todo eraexquisito y sobrenatural. Poco antes del amanecer Ren dijo:

—Ahora es mejor que te vayas. Mi hermano es miembro del RealConservatorio de Música y presta servicio en la Guardia Real. Llegará a casa

al romper el día y no debe verte.Persuadido por la muchacha y después de convenir el regreso, Zhengpar�ó.Cuando llegó al extremo de la calle, la puerta de la muralla estaba todavíacerrada. Mas había allí cerca una panadería extranjera en la que ardía unaluz y estaba encendido el horno. Zheng, sentado bajo el toldo, yaguardando el toque de tambor de la mañana, comenzó a charlar con eltendero. Le señaló donde había pasado la noche, y le preguntó:—Cuando desde aquí se toma hacia el este se da con una casa grande. ¿Aquién pertenece?—Todo ahí no es más que ruinas —repuso el tendero—.No queda casa ninguna.—Pero si yo estuve allí —insis�ó Zheng—. ¿Cómo puedes decir que no haycasa alguna?El tendero comprendió al punto lo sucedido.—¡Ah, ya veo! —exclamó el tendero—. Hay allí una zorra encantada que amenudo �enta a los hombres para que pasen una noche con ella. Se le havisto tres veces. ¿De modo que tú también la viste, eh?Avergonzado de confesar la verdad, Zheng negó. Cuando amaneció, volvióa inspeccionar el si�o y se encontró con las paredes y la gran puerta pero

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solo �erra inerme y un jardín abandonado detrás.Cuando Zheng regresó a su casa, Wei lo recriminó por no habérselereunido el día anterior, mas en vez de decirle la verdad, Zheng dio unaexcusa. Estaba todavía hechizado por la belleza de la zorra. Sin embargo,anhelaba volver a verla, y no era capaz de olvidar su imagen.Casi quince días después, en una �enda de ropa del mercado occidental,Zheng volvió a encontrar a la joven acompañada de sus doncellas. Cuandoquiso hablarle, ella intentó escapar por entre la muchedumbre paraesquivarlo; pero él la llamó por su nombre repe�das veces y abriéndosepaso entre la gente, llegó hasta la muchacha.Entonces ella, de espaldas y con un abanico, dijo:—Tú sabes quién soy. ¿Por qué lo niegas?—¿Y por qué he de hacerlo? —preguntó Zheng.—Me da vergüenza enfrentarme con�go —repuso ella. —Te amo tanto.¿Cómo pudiste dejarme? —protestó él. —No quiero dejarte. Solo temoque tú tengas que odiarme.Cuando Zheng juró que aún la amaba y persis�ó en sus ruegos, lamuchacha se volvió, bajó el abanico y se mostró tan arrebatadoramentehermosa como siempre.—Hay muchas zorras encantadas por ahí —dijo al joven—. Lo que pasa esque tú no dis�ngues lo que son. No lo imagines como cosa insólita.Zheng rogó que volviese a él, a lo que ella respondió:—Las zorras encantadas �enen mala fama porque a menudo hacen daño alos hombres, pero yo no soy de esas. Si no he perdido tu favor quisieraservirte toda la vida.Al preguntar Zheng dónde podrían vivir, dijo ella:—Al este de aquí verás una casa con un gran árbol que descuella por sobreel techo. Es una parte tranquila de la población: ¿Por qué no alquilarla? Elotro día cuando te encontré por primera vez, al sur del barrio de Xuanping,otro caballero se separó de � rumbo hacia el este. ¿No era tu cuñado? Ensu casa hay muchos muebles que puedes pedir prestados.Justamente, en esa época, los �os de Wei debieron ausentarse al serllamados para cumplir órdenes oficiales, por esto dejaron sus muebles endepósito. Siguiendo el consejo de Ren, Zheng pidió a Wei que le prestaralos muebles. Al indagar su amigo la razón, Zheng replicó:

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—He conocido a una bellísima joven y le he alquilado una casa. Quiero queme prestes el mobiliario para que ella lo disfrute.—Conque una belleza, ¿eh? —repuso Wei riendo—. A juzgar por tuaspecto debes haber encontrado una preciosidad.Su amigo le prestó cor�nas, lecho, ropa de cama y a un diligente criadopara conocer a la joven. Al poco rato, el sirviente regresó sin aliento ysudado.—¿Y bien? —indagó Wei, saliéndole al paso—. ¿La has visto? ¿Qué tal es?—¡Una maravilla! ¡Jamás he visto mujer más bella!Wei, que tenía muchas relaciones y había conocido muchas mujereshermosas en el transcurso de sus innumerables aventuras, preguntó si laamada de Zheng podía compe�r con alguna de aquellas.—¡No hay comparación! —exclamó el sirviente.

Wei mencionó cuatro o cinco nombres más pero siguió recibiendo unarespuesta nega�va. Su cuñada, la sexta hija del príncipe de Wu, era una

belleza sin par, tan bella como un hada.—¿Se le puede comparar con la sexta hija del príncipe de Wu? —preguntóal criado.Pero otra vez el hombre declaró que no había comparación posible.—¿Es cierto? —exclamó Wei ba�endo palmas y lleno de asombro.Enseguida pidió agua para asearse, se puso un sombrero nuevo y se fue avisitar a su amigo.Zheng no estaba, y al entrar Wei se encontró a un joven sirviente quebarría y a una doncella en la puerta, pero a nadie más. Interrogó almuchacho, y este dijo, riendo, que no había nadie en la casa. Mas alregistrar los cuartos, Wei advir�ó una falda roja detrás de una puerta. Seacercó y descubrió a Ren, escondida allí. Cuando la joven salió de surefugio, a Wei le pareció aún más bella de lo que le habían dicho. Loco depasión la tomó en sus brazos para abrazarla, pero solo recibió una fuerteresistencia. La oprimió con más fuerza, hasta que ella dijo:—Puede que logres tu propósito, pero antes déjame recobrar el aliento.Sin embargo, cuando Wei la acome�ó de nuevo, la joven volvió a resis�rsecomo antes. Esto se repi�ó dos o tres veces. Por fin, Wei la apretó contodas sus fuerzas y la muchacha, exhausta y sudorosa, comprendió que eradi�cil escapar.

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Impotente e inerte, Ren lo miró tristemente.—¿Por qué estás tan triste? —inquirió Wei.Con un largo suspiro repuso ella:—Compadezco a Zheng con toda mi alma.—¿Qué quieres decir? —preguntó Wei.—Tiene más de seis pies de estatura pero no ha logrado protegerme.¿Cómo puede llamarse hombre? Tú eres joven, rico y �enes muchasadmiradoras hermosas. Has visto a otras como yo. Pero Zheng es pobre yyo soy la única mujer a quien ama. ¿Cómo puedes robarle su único amor,cuando tú �enes tantos? Porque es pobre �ene que depender de otros.Usa tu ropa, come tu comida, y por tanto está en tu poder. Si pudieramantenerse no habríamos llegado a esto.Al oír aquellos reproches, Wei, hombre galante y con sen�do de la jus�cia,desis�ó, controló sus deseos y se disculpó. En ese momento regresó Zhenge intercambiaron cordiales saludos. En lo adelante, Wei los ayudó en todassus necesidades.Ren con frecuencia veía a Wei y salía con él ya sea a pie o en carruaje. Sepasaban gran parte del día juntos, llegaron a ser los mejores amigos y sedeleitaban en la mutua compañía. Era todo para él, excepto su amada; larespetaba y no le esca�maba nada. Pero hasta cuando comía y bebía nopodía olvidarla.Conociendo el amor de Wei por ella, Ren le dijo un día:—Me avergüenzo de aceptar tantos favores de �. No merezco tantabondad. Y no puedo traicionar a Zheng para hacer lo que deseas. Nací enShaanxi y me eduqué en la capital. Si vez a alguna joven hermosa y nopuedes enamorarla, me agradaría ayudarte para conseguir su amor, enpago de tus atenciones.Wei aceptó el ofrecimiento. Una modista nombrada Zhang de la plaza delmercado llamó su atención y se interesó por ella. Preguntó a Ren si laconocía y esta contestó:—Es prima mía, puedo hablar con ella fácilmente.Al cabo de diez días, Wei tenía relaciones con la modista. Pero mesesdespués, cuando ya dejó de querer a Zhang, Ren le dijo:—Las muchachas del mercado son asequibles. Piensa en alguna máshermosa pero di�cil de abordar, y haré por � cuanto pueda.

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—El otro día, en el fes�val de Hanshi3 —dijo Wei—, fui al templo de Qianfucon algunos amigos cuando el general Diao Mian trajo sus músicos paratocar en el salón. Uno de ellos era ejecutante de sheng,4 una joven comode dieciséis años con dos bucles sobre las orejas. Era encantadora.¡Bellísima! ¿La conoces?—Es la favorita del general —respondió Ren—. Su madre es hermana mía.Veré lo que puedo hacer.Wei hizo una reverencia y Ren reiteró su promesa de ayudarlo. Fue visitafrecuente en casa del general. Cuando hubo transcurrido todo un mes, Weila instó a que se apresurase e indagó acerca de los planes que tenía. Ellapidió dos piezas de seda para emplearlas como cohecho, y él se las dio. Dosdías después Wei estaba comiendo con Ren, cuando llegó un mayordomodel general. Este rogaba a Ren que fuese a su casa. Al oír esta pe�ción lamuchacha sonrió y dijo a Wei.—¡La cosa está hecha!Para comenzar, Ren había logrado que la favorita del general contrajerauna dolencia contra la cual la medicina resultara impotente y ante esto lamadre no supiera qué hacer. Tanto esta como el general habían consultadoa una curandera, pero Ren la había sobornado para que dijese que erapreciso llevar la chica a su casa. Así dijo la curandera al general:—La muchacha no debe permanecer en esta casa sino que debe ir a viviren la que está en el sudeste, para aspirar las influencias vivificadoras deallí.Cuando inves�garon y vieron que se trataba de la casa de Ren, el general lepidió que recibiera a la chica. Al principio Ren se opuso, con el pretexto deque su casa era demasiado pequeña, y solo después de repe�das súplicas,consin�ó. Enseguida el general envió a la muchacha en un carruaje a casade Ren, con ropas y alhajas, acompañada de su madre. Tan pronto comollegó quedó curada. A los pocos días Ren le presentó secretamente a Wei yun mes más tarde la joven estaba embarazada. Su madre se asustó y ladevolvió presurosamente al general. Así acabó aquel amorío.Un día Ren preguntó a Zheng:—¿Puedes hacerte de cinco mil o seis mil monedas? Si puedes te prometouna magnífica u�lidad.Cuando Zheng hubo conseguido un préstamo de seis mil monedas ella dijo:

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—Vete a ver al chalán en el mercado. Verás un caballo con una mancha enla grupa; cómpralo y llévalo a casa.Zheng fue al mercado y allí vio a un hombre que trataba de vender uncaballo con una mancha negra en la grupa. Por consiguiente lo compró y selo llevó a su casa.Sus cuñados se burlaron de él.—Nadie quiere un caballo como ese. ¿Por qué has comprado semejantepenco?Poco después Ren dijo:—Ha llegado la hora de vender el caballo. Debes de pedir treinta mil por él.Zheng llevó el caballo al mercado y le ofrecieron por él veinte mil, pero senegó a venderlo.Todos en el mercado se maravillaban.—¿Por qué ofreces semejante precio? ¿Por qué te niegas a venderlo?Cuando Zheng iba a marcharse, el que quería comprar lo siguió hasta laverja y elevó la oferta a vein�cinco mil, pero Zheng no quiso aceptar.—Nada menos de treinta mil —declaró. Mas entonces sus cuñados secongregaron en torno suyo y lo importunaron para que vendiera el animalen menos de treinta mil.Más tarde comprendió la razón de la insistencia del comprador. Aquelhombre era el palafrenero del distrito de Zhaoyin y uno de sus caballos quetenía una marca en la grupa había muerto tres años antes. Este sujeto iba aser exonerado pronto, y debían pagarle sesenta mil por haber cuidado loscaballos. Si podía comprar un caballo por la mitad de esa suma, yentregarlo al gobierno, todavía saldría ganando. Le pagarían por el forrajede tres años que nunca había sido consumido. Por eso había insis�do encomprarlo.Una vez Ren pidió a Wei unos trajes nuevos, pues sus an�guos ves�dosestaban estropeados. Él quería comprarle seda, pero ella rehusó y dijo queprefería ropa hecha. Wei encargó a un tendero llamado Zhang que losconsiguiese pero que antes viera a Ren para saber lo que ella deseaba.Cuando el mercader la vio quedó tan atónito que más tarde dijo a Wei:—Esa no es una mujer común y corriente, debe ser de alguna casa noble.Tú no �enes derecho a retenerla. Espero que la devuelvas pronto a sufamilia para evitar complicaciones.

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Un año más tarde, Zheng fue nombrado capitán de la prefectura de Huaili,con residencia en Jincheng Zheng. Como en ese momento Zheng tenía unamujer legí�ma en la casa, se veía obligado a salir de día y volver a casa paradormir, por lo cual no podía pasar la noche con Ren y la extrañaba y laechaba de menos. Cuando iba a ocupar el cargo ofrecido le pidió a Ren quelo acompañara, pero ella se negó.—Nosotros estamos juntos hace solo un mes o dos —le dijo ella—. Casi novale la pena. Mejor será que calcules cuánto tendré que gastar mientrasestás ausente, y déjame aguardarte en casa hasta tu regreso.Aunque Zheng suplicó y rogó, Ren se mantuvo impasible. Entonces Zhengpidió un préstamo a Wei, y este fue a persuadir a la muchacha e indagar larazón de su nega�va. Tras algún �tubeo la joven contestó:—Una bruja me dijo que sería para mí de mal agüero ir este año al oeste.Por eso quiero quedarme aquí.Pero Zheng estaba tan ansioso que no podía pensar en otra cosa. Los doshombres se burlaron de ella y preguntaron:—¿Cómo es posible que una chica tan inteligente como tú sea tansupers�ciosa? —Y trataron de razonar con ella.—Si lo que la agorera dijo fuera cierto —repuso Ren—, y yo muriera si voyal oeste, ¿lo lamentarían?—¡Tonterías! —exclamaron los dos hombres e insis�eron de nuevo. Por finla obligaron a par�r, pese a sus lamentaciones.Wei les prestó un caballo y los despidió en Lingao. Al día siguiente llegarona Mawei. Ren cabalgaba delante y Zheng detrás en su asno, seguido por ladoncella de la muchacha y otros domés�cos.Los guardabosques del exterior de la puerta occidental habían estadoadiestrando sus sabuesos en Luochuan desde hacía diez días y justamentecuando pasaba Ren, los perros saltaron de la maleza. Entonces Zheng vioque su amada se arrojaba del caballo, se conver�a en zorra encantada yhuía hacia el sur perseguida por la jauría.Zheng se puso a gritar desesperadamente y corrió detrás de los perros,pero no le fue posible contenerlos. Después de avanzar un gran tramo, Renfue alcanzada por los animales. Llorando como un niño, Zheng sacó dinerodel bolsillo para comprar un ataúd y recobrar el cadáver, que fue sepultadoluego. Con un palo pun�agudo, clavado en el suelo, se señaló el lugar.

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Cuando volvió la cabeza hacia el caballo que ella montaba, este pacía layerba a orillas del camino, mientras que las medias y los zapatos de lajoven colgaban de los estribos, como la piel desprendida de una cigarra.Sus dijes habían caído al suelo, pero todas las demás pertenencias habíandesaparecido, incluso su doncella.Unos diez días después Zheng regresó a la capital. Wei se mostróencantado de verlo y le preguntó:—¿Cómo está Ren?—Ha muerto —contestó Zheng con lágrimas en los ojos. Wei experimentóun dolor profundo al oír la infausta nueva. Se abrazaron y lloraronamargamente.Luego Wei preguntó qué repen�na enfermedad se la había llevado.—La mataron los sabuesos —contestó Zheng.—Pero ni los perros más feroces pueden matar a las personas —protestóWei.—Es que ella no era un ser humano.Wei lanzó un grito de sorpresa, y su amigo contó toda la historia. Wei nopodía hacer más que asombrarse y exhalar un suspiro tras otro. Al díasiguiente fueron juntos en carruaje a Mawei y después de abrir la sepulturapara contemplar los restos, regresaron postrados de dolor. Cuandopensaban en su conducta, el único recuerdo insólito que tenían era lanega�va de la joven a ves�rse con ropa a la medida.Más tarde Zheng llegó a ser inspector del establo real y hombre muyacaudalado, con un establo propio de unos doce caballos. Falleció a lossesenta y cinco años.

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LA HIJA DEL REY DRAGÓNLi Chaowei

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urante el período Yifeng (676-678), un erudito nombrado Liu Yi fracasóen los exámenes oficiales, y, cuando regresaba al valle del río Xiang

(provincia de Hunan), decidió ir a despedirse de un paisano suyo que seencontraba en Jingyang (provincia de Shaanxi). Habría cabalgado unas dosmillas cuando un ave que echó a volar desde el suelo espantó a su caballoy lo hizo desbocarse y galopar a escape dos millas antes de poderdetenerlo. Entonces Liu Yi vio a una joven que pastoreaba unas ovejasjunto al camino real. Era asombrosamente bella, pero sus cejas finamentearqueadas expresaban preocupación, sus ropas estaban todas sucias, y sehallaba inmóvil, en pie, escuchando atentamente como si aguardara lallegada de alguien.—¿Qué te ha traído a situación tan miserable? —preguntó Liu.La muchacha primero le dio muestras de su gra�tud con una sonrisa;luego, sin poder contener las lágrimas, replicó:—¡Desdichada criatura que soy! Puesto que me preguntas la razón ¿cómopuedo ocultar el profundo pesar que me agobia? ¡Escucha pues! Yo soy lahija menor del rey dragón del lago Dong�ng. Mis padres me hicieron casarcon el segundo hijo del dragón del río Jing, pero mi marido, dedicado aplaceres y extraviado por sus cortesanos, me trataba con menosamabilidad cada día. Me quejé a mis suegros, pero estos queríandemasiado a su hijo para ponerse de mi parte. Cuando insis� en quejarme,se encolerizaron y me desterraron aquí.Al terminar estas palabras, la joven no pudo contenerse y se puso asollozar.—El lago Dong�ng está tan lejos —con�nuó—. Se halla más allá de la líneadel horizonte lejano, y yo no puedo enviarle recado a mi familia. Micorazón se destroza y los ojos me duelen de tanto mirar, pero no hay nadieque conozca mi pena o se apiade de mí. Ya que vas hacia el sur y pasaráscerca del lago, ¿puedo molestarte pidiéndote que lleves una carta?

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—Amo la jus�cia —repuso Liu—, y su historia me hace hervir la sangre.Solo desearía tener alas para volar allá... ¿por qué hablar de obstáculos?Pero el lago es muy hondo, y yo solo sé andar en �erra. ¿Cómo voy aentregar su mensaje? Temo no poder pasar, y demostrar así que no soydigno de su confianza al fracasar en mi ardiente deseo de ayudarla. ¿Sabríadecirme cómo hacer el viaje?—No sé expresar lo que aprecio su bondad —dijo la joven derramandolágrimas—. Si alguna vez recibo contestación, te recompensaré aún a costade mi vida. Antes de que prome�era ayudarme, no me atreví a decirlecómo llegar a mis padres: pero en realidad, entrar al lago no es más di�cilque entrar en la capital.Y cuando Liu pidió la dirección, la muchacha dijo:—Al norte del lago hay un gran naranjo que es el árbol sagrado de la aldea.Tome este cinturón, ate cualquier cosa en su extremo y golpee el troncotres veces, como quien llama a una puerta. Alguien acudirá a su llamada ysi lo sigue no tendrá dificultad alguna. Te he abierto mi corazón además deconfiarte mi carta. Hágame el favor de contar a mis padres lo que ha oído.¡No me falle!Liu prome�ó hacer lo que ella decía. Luego la joven sacó del bolsillo unacarta y se la entregó con una reverencia, siempre mirando hacia el este yllorando en una forma que par�a el alma.Cuando hubo me�do la carta en su bolsa de cuero, Liu preguntó:—¿Puedo saber por qué pastoreas ganado? ¿Comen carne también lasdeidades?—Estas no son ovejas, sino provocalluvias.—¿Qué cosa son?—Truenos, relámpagos y cosas así.Liu miró con atención las ovejas, y vio que se movían al�vamente, con lacabeza erguida y los ojos fulgurantes. Pastaban la hierba también de mododiferente, aunque tenían el mismo tamaño que las ovejas corrientes y lamisma lana y cuernos.—Ahora que voy a ser su mensajero —dijo—, espero que en lo futuro,cuando vuelva al lago, no rehúse verme.—¡Por supuesto que no! —exclamó ella—. Lo trataré como a un parientequerido.

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Luego se dijeron adiós y él par�ó rumbo al este. Al cabo de una docena depasos volvió la vista atrás, pero tanto la muchacha como el ganado habíandesaparecido.Aquella noche llegó a la ciudad y dijo adiós a su amigo. Tardó un mes enllegar a casa, y marchó enseguida al lago Dong�ng. Halló el naranjo al surdel lago, se cambió de cinturón, se llegó al árbol y llamó tres veces. Delagua salió un guerrero que le hizo una reverencia.—¿Para qué has venido aquí, honorable señor? —indagó.Sin contar la historia, Liu repuso simplemente:—A ver a su rey.El guerrero apartó las olas, señaló el camino, y dijo a Liu mientras loconducía abajo:—Cierre los ojos y llegará en un instante.Liu hizo lo que se le dijo, y pronto llegaron a un gran palacio donde viotorres hacinadas y pabellones, millones de puertas y arcos rodeados detodas clases de plantas y árboles de los más raros del mundo. El guerrero lepidió que aguardara en el extremo de un gran salón.—¿Qué lugar es este? —preguntó Liu.—Es el Palacio de la Bóveda Divina.Mirando detalladamente a su alrededor, Liu vio que el palacio estaba llenode todo género de objetos preciosos conocidos por el hombre. Los pilareseran de jade blanco, los peldaños de jaspe, los canapés de coral, lasmamparas de cristal. Los dinteles de esmeralda estaban engastados decristal tallado y las vigas color de arcoíris, incrustadas de ámbar. Todocreaba una impresión de extraña belleza e insondable profundidad quedesafiaba cualquier descripción.El rey dragón tardaba mucho �empo en aparecer, y Liu preguntó alguerrero:—¿Dónde está el príncipe de Dong�ng?—Su Majestad está en el Pabellón de Perlas Negras — fue la respuesta—.Discute el Estatuto del Fuego con el Sacerdote del Sol, pero prontoterminará.—¿Qué cosa es el Estatuto del Fuego? —quiso saber Liu.—Nuestro rey es un dragón —fue la respuesta—, por eso el agua es suelemento, y con una gota de agua puede inundar montañas y valles. El

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sacerdote taoísta es un hombre, por lo que el fuego es su elemento, y conuna antorcha puede quemar un palacio entero. Puesto que las propiedadesde los elementos difieren, �enen efectos diferentes. Como que elSacerdote del Sol es experto en las cosas de los hombres, nuestro rey lo hainvitado para conversar con él.Apenas había terminado de hablar cuando se abrió la puerta del palacio.En medio de una escolta de nubarrones apareció un hombre ves�do depúrpura con un cetro de jaspe en la mano. El guerrero se cuadró enatención exclamando: «¡Este es nuestro rey!». Enseguida se adelantó einformó al soberano sobre la llegada de Liu.El rey dragón miró a Liu y le preguntó:—¿No eres del mundo de los hombres?Liu replicó que sí, e hizo una reverencia. El rey lo saludó a su vez y le pidióque se sentara.—Nuestro reino de las aguas es oscuro y hondo, y yo soy un ignorante —dijo el rey dragón—. ¿Qué te ha traído, señor, desde tal distancia?—Yo soy del mismo distrito que Su Majestad —replicó Liu—. Nací en el surpero he estudiado en el noroeste. No hace mucho, después de fracasar enlos exámenes, cabalgaba junto al río Jing cuando tropecé con su hija quepastoreaba ganado lanar en el campo. Expuesta al viento y a la lluvia, suaspecto inspiraba lás�ma. Cuando la interrogué me contó que habíallegado a tan lamentable situación a causa del desamor de su marido y lanegligencia de los padres de él. Le aseguro que sus lágrimas, cuando mehablaba, me llegaron al corazón. Entonces ella me confió esta carta y yo leprome� entregarla. Por eso estoy aquí.—Sacó la carta y se la entregó al rey.Después de leer la misiva, el rey se cubrió el rostro y lloró.—Aunque yo soy su viejo padre —se lamentó— he sido como un ciego ysordo, ignorante de que mi hija sufría lejos, en tanto que usted, un extraño,vino en su auxilio. Mientras yo viva no olvidaré su bondad. —Siguióllorando y todos sus cortesanos lloraron también.Entonces un eunuco del palacio se acercó al rey, quien entregó la carta conla orden de pasarla a las mujeres del interior del palacio. Desde allí seescucharon quejidos y lamentos, alarmado el rey dijo a los de su séquito:

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—Pronto, digan a las mujeres que no alboroten tanto, pues el príncipe deQiantang podría oírlas.—¿Quién es ese príncipe? —indagó Liu.—Mi hermano menor —contestó el rey dragón—. Era príncipe del ríoQiantang pero ahora se ha re�rado.—¿Por qué no quiere que se entere?—Porque es muy violento —fue la respuesta—. Los nueve años deinundación en �empos del an�guo y sabio rey Yao6 se debieron a una desus cóleras. No hace mucho riñó con los ángeles del cielo e inundó las cincomontañas. Gracias a algunas buenas acciones que se abonan a mi crédito,el emperador celes�al lo perdonó; pero hay que guardarlo aquí concadenas. El pueblo de Qiantang todavía espera todos los días su regreso.Apenas había terminado de hablar cuando se oyó un gran estrépito, comosi cielo y �erra se hubieran roto en dos pedazos. El palacio retembló ehirvió una especie de niebla mientras se precipitaba en el si�o un dragónescarlata de más de mil pies de largo. En el cuello llevaba una gran cadenade oro atada a un pilar de jade. Sus ojos brillaban como relámpagos, sulengua era del color de la sangre, y tenía rojas escamas y una ígneamelena. Tronaba y relampagueaba a su alrededor y luego comenzó a caerespesa y rápida nieve y granizo, tras de lo cual remontó el vuelo por el cieloazul.Dominado por el pánico, Liu cayó. Mas el rey mismo lo ayudó aincorporarse diciéndole:—¡No tema! No ha pasado nada.Al cabo de largo rato, Liu se recobró un tanto. Y cuando se sin�ó bastantecalmado, pidió permiso para re�rarse.—Más vale que me vaya mientras pueda —explicó—. No sobreviviría a otraexperiencia como esa.—No hay necesidad de que se marche —dijo el rey—. Esa es la forma deactuar de mi hermano, pero no será así cuando vuelva. Quédese un pocomás. —Pidió vino y bebieron para cimentar su amistad.Luego se levantó una suave brisa, arrastrando auspiciosas nubes. Entreestandartes y banderas y el sonido de flautas y caramillos, entraronmillares de jóvenes vistosamente ataviadas, riendo y parloteando. Entreellas iba una de bellas cejas arqueadas que ostentaba ��lantes joyas y un

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traje de la más fina gasa. Cuando se acercó, advir�ó Liu que era lamuchacha que le había encomendado el mensaje. Ahora derramabalágrimas de gozo, al avanzar en medio de una fragante neblina roja ypúrpura hacia el interior del palacio.El rey dijo riendo a Liu:—¡Aquí viene la prisionera del río Jing!Se excusó y abandonó el salón, y desde el interior del palacio se oyó unmurmullo de regocijo. Luego volvió el rey a salir para agasajar a Liu.A poco se acercó un hombre ves�do de púrpura y se situó junto al rey.Llevaba un cetro de jaspe y era de aspecto vigoroso y lleno de energía. Elrey lo presentó como el príncipe de Qiantang.Liu se puso de pie para hacerle una reverencia que devolvió el príncipe.—Mi desdichada sobrina fue insultada por el joven tunante —dijo—. Fueuna gran acción suya, señor, con profundo sen�do de la jus�cia, el traerhasta tan lejos las nuevas de sus malandanzas. A no ser por usted, lapobrecita habría languidecido de dolor junto al río Jing. No hay palabraspara expresarle nuestra gra�tud.Liu se inclinó profundamente y le dio a su vez las gracias. Luego el príncipedijo a su hermano:—Llegué al río en una hora, comba� allí durante otra hora, y tardé otrahora en retornar. En mi viaje de regreso volé a los altos cielos para informaral emperador celes�al; y cuando conoció la injus�cia infligida, me perdonó.A decir verdad, perdonó también mis pasadas faltas. Pero estoysumamente avergonzado de que en mi indignación no me detuviera a deciradiós. Lamento haber alborotado todo el Palacio y sobre todo consideroimperdonable el haber alarmado a nuestro honorable huésped. —Y tornóa inclinarse para ejecutar otra reverencia.—¿Cuántos mataste? —quiso saber el rey.—Seiscientos mil.—¿Talaste algunos campos?—Unas trescientas millas.—¿Dónde está el bribón de su marido?—Me lo comí.El rey dio muestras de sen�rse apenado.

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—Claro está que el joven tunante era insufrible —dijo—. Pero, eso fue irdemasiado lejos. Es una suerte que el emperador celes�al fueseomnisciente y te perdonara después de haber come�do tan gran injus�cia.De otro modo, ¿qué habría podido decir yo en tu defensa? ¡No vuelvas ahacer eso! —El príncipe se inclinó una vez más.Aquella noche alojaron a Liu en el Salón de la Claridad Cristalina, y al díasiguiente se dio otra fiesta en el Palacio de las Esmeraldas. Allí se reunió lafamilia real. Hubo un gran concierto y sirvieron toda clase de vinos ymanjares. Trompetas, cuernos y tambores redoblaron mientras que diezmil guerreros danzaban con banderas, espadas y alabardas en el ladoderecho, en tanto que uno se adelantaba para anunciar que aquella era lamarcha triunfal del príncipe de Qiantang. Esta ostentación espectacular eimponente impresionó a cuantos la vieron. Luego, al acompañamiento decímbalos y ba�n�nes e instrumentos de bambú, mil muchachas ataviadascon trajes de seda y adornadas con joyas bailaron en el lado izquierdo,mientras que una se adelantaba para anunciar que esta música era paracelebrar el regreso de la princesa. Las melodías eran quejumbrosas ydulces, y sin quererlo todo el mundo dejó caer las lágrimas. Cuando las dosdanzas terminaron, el rey dragón, de muy buen humor, hizo a losdanzantes obsequios de seda. Luego los invitados se sentaron a fiestar ybeber hasta más no poder.

En plena fiesta el rey se incorporó y golpeando la copa sobre la mesa,cantó:

Si tan ancha es la �erra y gris el cielo, ¿quién oír puede un grito tandistante? La zorra se agazapa en su guarida, mas hasta allí puede

alcanzarla el trueno. Un recto defensor de la jus�cia me devolvió mi niñaidolatrada, ¿cómo puedo pagar tan gran servicio?

Después de terminar su canción el rey, el príncipe hizo una reverencia ycantó a su vez:

La existencia y la muerte fija el hado:nuestra princesa ha hallado un digno cónyuge. Forzada a errar del Jing en

la ribera, en medio de la lluvia y la nevada. Trajo este gen�lhombre su

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misiva, y la niña y yo volvimos a estas costas. Eternamente lorecordaremos.

Después de esta canción el rey y el príncipe se levantaron y al unísono cadauno ofreció una copa a Liu, quien �tubeó �midamente antes de aceptarlas,bebió el vino a grandes tragos, devolvió las copas y cantó:

Cual capullo de flor bajo la lluvia, su hogar en vano ansiaba la princesa; yotraje nuevas de sus desventuras y sus afrentas fueron reparadas. Hoy en

fiestas; mas pronto separados, pues tengo que par�r hacia mis lares. Llenami corazón nostalgia acerba.

Esta canción suya fue acogida con aplausos.El rey trajo un cofre de jaspe y un cuerno de rinoceronte que podía apartarlas olas, y el príncipe un plato de ámbar con jade que brillaba en la noche.Ambos hicieron estos presentes a Liu, que los aceptó muy agradecido.Luego los residentes del palacio comenzaron a apilar seda y joyas al ladode él, hasta que estuvo todo rodeado de suntuosos objetos. Riendo ycharlando con los presentes, no tuvo un momento de reposo. Saciado alfin de vino y de placer, se excusó y se fue a dormir en el Salón de laClaridad Cristalina.Al día siguiente lo volvieron a festejar en el Pabellón de la Límpida Luzcuando el príncipe de Qiantang, acalorado por el vino y repan�gado en uncanapé, dijo con insolencia:—Una dura roca puede ser quebrada pero no cede, y un hombre valientepuede ser muerto pero no avergonzado. Tengo una proposición quehacerle. Si está conforme, todo será sa�sfactorio entre nosotros. Si no,podemos perecer juntos. ¿Qué me dice?—Permítame escuchar su proposición —repuso Liu.—Como sabes, la esposa del señor de Jing es hija de nuestro soberano —dijo el príncipe—. Es una chica excelente, de muy buen carácter, muyes�mada por todos sus parientes pero harto desdichada por haber sufridoafrentas por parte de aquel bribón. Sin embargo, eso es cosa del pasado.Nos agradaría confiársela y ser sus parientes para siempre. Entonces ella,que le debe gra�tud, le pertenecerá, y nosotros que la amamos sabremos

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que se encuentra en buenas manos. Un hombre generoso no debe dehacer las cosas a medias. ¿Está de acuerdo?Durante un momento Liu asumió una ac�tud de gravedad. Enseguida conuna carcajada replicó:—Yo nunca pensé que el príncipe de Qiantang tuviera ideas tan indignas.He oído decir que una vez en que cruzaste los nueve con�nentes,estremeciste las cinco montañas para desfogar su cólera; y yo lo he vistoquebrar la cadena de oro y arrastrar el pilar de jade para rescatar a susobrina. Yo creía que no había nadie tan valiente y tan justo como usted,que se atrevía, a desafiar la muerte para realizar un acto de jus�cia, y quesacrificarías la vida por aquellos a quienes amas. Estas son señales deverdadera grandeza. Sin embargo ahora, mientras se toca música yanfitrión e invitado están en armonía, trata de obligarme a hacer suvoluntad a despecho del honor. ¡Nunca habría esperado tal cosa de usted!Si yo lo encontrara en el mar proceloso o entre oscuras montañas, con susaletas y barbas al aire y rodeado de niebla y lluvia, aunque me amenacescon la muerte yo te consideraría una mera bes�a y no te tendría en cuenta.Pero ahora estás en figura humana. Hablas de modales y das muestra deuna profunda comprensión de las relaciones humanas y de los hábitos delos hombres. Tienes un mejor sen�do del decoro que muchos valientes enel mundo de los hombres, para no hablar de los monstruos de lasprofundidades del piélago. Sin embargo, intentas usar tu fuerza y tucarácter irascible —fingiendo estar ebrio— para obligarme a convenir contu propósito. Este mal puede ser correcto. Aunque asaz pequeño paraocultarme bajo una de tus escamas, no temo tu cólera. Espero quereconsideres tu proposición.Entonces el príncipe se excusó.—Criado en el palacio, nunca se me enseñó e�queta —dijo—. Acabo dehablar sin freno y lo he ofendido; su reproche fue merecido. Que esto noafecte nuestra amistad.Aquella noche volvieron a festejar juntos tan alegremente como siempre, yLiu y el príncipe se hicieron grandes amigos.Al día siguiente, Liu pidió permiso para marcharse. La reina le dio otrafiesta en el Salón de la Luz Difusa, a la que asis�ó gran número de hombresy mujeres, doncellas y sirvientes. Derramando lágrimas la reina dijo:

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—Mi hija le debe tanto, que nunca podremos pagarle. Y lamentamos tenerque decirle adiós. —E indicó a la princesa que le diera las gracias.—¿Volveremos a vernos? —preguntó la reina.Ahora a Liu le pesó no haber estado de acuerdo con la proposición delpríncipe. Sen�a un peso en el corazón. Después de la fiesta, cuando hubodicho adiós, todo el palacio se llenó de suspiros, y le dieron incontablesjoyas como presentes de despedida.Dejó el lago por donde había venido, escoltado por una docena o más deservidores que llevaron sus maletas hasta su casa antes de separarse de él.Liu fue a donde un joyero en Yangzhou para vender algunas joyas, de lascuales bastaba una pequeña parte para hacerlo millonario, mucho más ricoque todos los hombres acaudalados al oeste del río Huai.Se casó con una muchacha llamada Zhang, pero pronto murió esta. Luegovolvió a casarse con una joven llamada Han; pero al cabo de varios mesesmurió ella también, y Liu se mudó para Nanjing.La soledad lo tentó a casarse por tercera vez, y un casamentero le dijo:—Hay una muchacha llamada Lu del condado de Fanyang, cuyo p adre, LuHao, fue magistrado en Qingliu. En sus años de senectud estudió lafiloso�a taoísta y vivió solo en el desierto, de suerte que ahora nadie sabedónde está. La madre de la muchacha se llama Zheng. El año antepasadola joven se casó con un miembro de la familia Zhang, de Qinghe, pero pordesdicha murió su marido. Porque es joven, inteligente y muy bella, sumadre quiere encontrarle un buen esposo. ¿Estás interesado?Así pues, Liu se casó con esta joven en un día fasto, y como las dos familiaseran ricas, la magnificencia de los regalos y el ajuar de boda impresionó atoda la ciudad de Nanjing.Al volver a su casa una noche alrededor de un mes después de sumatrimonio, llamó la atención de Liu el parecido de su mujer con la hija delrey dragón, salvo que gozaba de mejor salud y era más hermosa. Por talmo�vo le contó lo que le había pasado.—No puedo creerlo —replicó Lu. Luego le dijo que estaba embarazada, yLiu se tornó más enamorado de ella que nunca.Un mes después del nacimiento del niño, la esposa de Liu vis�ó un ricoatavío, se puso sus joyas, e invitó a todos sus parientes a la casa. Antetodos los allí congregados le dijo a su marido con una sonrisa en los labios:

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—¿No recuerdas haberme visto antes?—Una vez llevé un mensaje de la hija del rey dragón — replicó él—. Eso esalgo que nunca he olvidado.—Yo soy la hija del rey dragón —manifestó Lu—. Afrentada por mi primermarido, fui rescatada por �, y juré pagarte con bondad. Pero cuando mi �oel príncipe sugirió que nos casáramos, tú te negaste. Después de nuestraseparación vivimos en dos esferas diferentes y yo tenía miedo de enviartealgún recado. Más tarde mis padres querían casarme con otro dios fluvial,el hijo del dios del río Zhoujin, pero yo seguía fiel a �. Aunque tú meabandonaste y no había esperanza de volver a verte, yo hubiera muertoantes que dejar de amarte. Poco después mis padres se compadecieron demí y decidieron acercarse a � otra vez; pero tú te casaste con jóvenes delas familias Zhang y Han, y no pudimos hacer nada. Después que tusesposas murieron y tú viniste a vivir aquí, mi familia es�mó que el enlaceera fac�ble. Pero yo nunca me atreví a pensar que algún día podía ser tuesposa. Ahora que he podido servirte y amarte, durante toda la vida teestaré agradecida, seré feliz y moriré sin pesar. —Y diciendo esto rompióen llanto.—No me descubrí antes —con�nuó a poco— porque sabía que no teimportaba mi belleza. Pero puedo decírtelo ahora que sé que tú me hasdado pruebas de amor. Yo no soy lo suficientemente atrac�va paraconservar tu amor, por lo que cuento con tu cariño hacia el pequeño pararetenerte. Antes de saber que me querías, ¡me sen�a ansiosa ypreocupada! Cuando tomaste mi carta me sonreíste y dijiste: «Cuandovuelvas al lago no te niegues a verme». ¿Querías que fuéramos marido ymujer en el futuro? Más tarde, cuando mi �o te propuso matrimonio y túrehusaste, ¿realmente lo querías así o solo es que te sen�as ofendido?¡Contéstame!—Todo estaba señalado por los dioses —repuso Liu—. Cuando te vi por vezprimera junto al río, tenías tal aspecto de agraviada y estabas tan pálidaque mi corazón sangró por �. Pero creo que a la sazón lo único que queríayo era llevar tu mensaje y que se te hiciera jus�cia. Cuando dije queesperaba no te negarías a verme en el futuro, fue solo una observacióncasual sin doble sen�do. El intento del príncipe de obligarme a contraermatrimonio me molestó porque no me gusta que se me impongan. Puesto

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que un sen�do de jus�cia había mo�vado mi acción, di�cilmente podíacasarme con la mujer a la que acababa de causar la muerte del marido.Como hombre de honor tenía que hacer lo que consideraba correcto. Poreso cuando bebíamos hablé lo que sen�a en el corazón, diciendo soloaquello que era justo, sin que temiera a tu �o. Sin embargo, cuando llegó lahora de par�r, y vi el pesar retratado en tus ojos, me sen� muy triste. Perodespués que salí del lago, las cosas de este mundo me tuvieron demasiadoocupado para hacerte saber mi amor y mi gra�tud. Ahora pues, queperteneces a la familia Lu y eres una mujer, descubro que mis viejossen�mientos por � eran algo más que una pasión fugaz después de todo.¡De ahora en lo adelante siempre te amaré!Su esposa se sin�ó hondamente conmovida y replicó ver�endo lágrimas:—No creas que solamente los seres humanos conocen la gra�tud.Recompensaré tu bondad. Un dragón vive diez mil años y yo compar�ré milapso de vida con�go. Viajaremos libremente por �erra y mar. Puedesconfiar en mí.—¡Nunca pensé que podías tentarme con la inmortalidad! —rio Liu.

Volvieron al lago Dong�ng, donde la magnificencia de la recepción realsuperó toda descripción.

Más tarde vivieron en Nanhai durante cuarenta años.Sus mansiones, mobiliario, fiestas y trajes eran tan espléndidos como losde un príncipe, y Liu pudo ayudar a todos sus parientes. Su juventudperenne asombraba a todo el mundo. Durante el período Kaiyuan (713-741), cuando el emperador puso todo su interés en descubrir el secreto dela longevidad y buscaba por todas partes alquimistas, no se dejabatranquilo a Liu y este volvió al lago con su esposa. Desapareció, pues, delmundo durante más de diez años. Al cabo de este período, su joven primoXue Gu, perdió su puesto de magistrado de la capital y fue enviado alsudeste. En su viaje Xue cruzó el lago de Dong�ng. Era un día claro y élmiraba a lo lejos cuando vio que una montaña verde emergía de las ondasdistantes. Los remeros retrocedieron horrorizados gritando:—¡Aquí nunca hubo ninguna montaña! ¡Debe ser un monstruo marino!Mientras contemplaba a la montaña acercarse, una embarcación pintadaavanzaba velozmente hacia ellos y los hombres que iban en ella llamaron aXue por su nombre. Uno de ellos le dijo: «Maese Liu le manda sus

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saludos». Entonces Xue comprendió. Tan pronto llegó al pie de la montañarecogió el faldón de su túnica y bajó rápidamente a �erra. En la montañahabía palacios como los de la �erra, Liu estaba allí, los músicos delante deél y detrás enjoyadas doncellas. La riqueza de los objetos de artesobrepasaba en mucho a las del mundo de los hombres. Hablando con máselegancia y con un aspecto aún más joven que antes, saludó a Xue en laescalinata, y lo tomó por la mano.—No hemos estado separados mucho �empo —le dijo— y sin embargo tucabello encanece.—Tu sino es ser inmortal y el mío conver�rme en huesos secos —repusoXue riendo.Liu le regaló cincuenta cápsulas y le dijo:—Cada una de estas te dará un año más de vida. Cuando se te acabenvuelve otra vez. No permanezcas demasiado �empo en el mundo de loshombres, donde �enes que sufrir tantas calamidades.Celebraron el encuentro con una alegre fiesta, y luego Xue par�ó. Liudesapareció, pero Xue con frecuencia relataba esta historia. Y cuarenta yocho años después él también se desvaneció de este mundo.Este cuento demuestra que las principales especies de cada categoría7 decriaturas vivientes posee poderes sobrenaturales, porque, ¿cómo de otrasuerte los rep�les podrían asumir las virtudes de los hombres? El reydragón de Dong�ng se mostró realmente magnánimo, mientras que elpríncipe de Qiantang era impetuoso y recto. Ciertamente que sus virtudesno salieron de la nada. El primo de Liu, Xue Gu, fue el otro ser humano quepenetró en aquel reino de las aguas, y es una lás�ma que no se hayaconservado ninguno de sus escritos. Pero como este relato �ene tantointerés, lo he registrado aquí.

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LA HIJA DEL PRÍNCIPE HUOJiang Fang

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urante el período de Dali (766-779), había un joven de Longxi llamadoLi Yi. A la edad de veinte años pasó uno de los exámenes del servicio

civil y al año siguiente los mejores expedientes de su rango iban a serescogidos para cargos oficiales mediante un nuevo examen en el Ministeriode Asuntos Civiles. En el sexto mes llegó él a la capital y se alojó en elbarrio de Xinchang. Era de buena familia, daba muestras de ser unabrillante promesa, y sus contemporáneos lo reconocían como un escritorincomparable. Hasta los eruditos de más edad lo miraban con respeto.Como no tenía mezquina opinión de sus propias dotes, esperaba conseguiruna esposa bella y bien educada. Mas por largo �empo y en vano buscóentre las famosas damas y cortesanas de la capital.Había en Xinchang una casamentera nombrada Bao, que era el undécimovástago de su familia. Había sido doncella en casa del príncipe consorte,pero una docena de años antes de estos sucesos se había redimido ycontraído matrimonio. Lista y de lengua pronta, conocía a todas lasgrandes familias y era gran experta en asuntos galantes. Li le dio ricospresentes y le pidió que le hallase una esposa, y ella se mostró muydispuesta a complacerlo.Una tarde, meses después, estaba Li sentado en el pabellón meridional desu alojamiento cuando oyó insistentes llamadas y se anunció a Bao.Recogiendo las faldas de su bata, corrió Li a su encuentro.—¿Qué la trae tan inesperadamente, señora? —indagó.—¿Jamás tuvo usted un buen sueño? —dijo riendo Bao—. Ha bajado a la�erra un hada a quien nada le interesa la riqueza pero admira el ingenio yla gallardía. ¡Está hecha para �!Cuando Li oyó aquello saltó de gozo y se sin�ó como si estuviesecaminando por el aire. Tomando la mano de Bao se inclinó profundamente,le dio las gracias y dijo:—¡Seré su esclavo mientras viva!

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Preguntó enseguida dónde vivía la muchacha y cómo se llamaba, a lo quecontestó Bao:—Es la hija más joven del príncipe Huo. Se llama Jade y el príncipe la queríacon delirio. Su madre, Jingchi, era la esclava favorita. Cuando murió elpríncipe, sus hijos se negaron a dejar la niña en la casa porque era deorigen humilde; le dieron la parte que le correspondía e hicieron que semarchara. Ella se ha cambiado el nombre por el de Zhang y la gente nosabe que es la hija del difunto príncipe. Pero es la criatura más hermosaque has visto, con una sensibilidad y una gracia sin comparación posible.También está bien versada en música y en los clásicos. Ayer me pidió que lebuscase un buen marido, y cuando mencioné tu nombre se mostróencantada, porque te conoce por tu reputación. Viven en la calleja delTemplo Viejo en el barrio de Shengye, en la casa que se halla a la entradade la calzada de los carruajes. Ya he concertado una cita con�go. Vemañana al mediodía al extremo de la calleja, y averigua por una doncellallamada Guizi. Ella te mostrará la casa.Apenas se marchó la casamentera, Li comenzó a prepararse para la granocasión. Envió a su criado Qiuhong a pedir prestado a su primo Shang, queera ayudante general de la capital, un corcel negro con arneses dorados.Aquella noche lavó su ropa, se dio un baño, y se rasuró. La alegría queexperimentaba no lo dejó dormir en toda la noche. Al amanecer se puso sugorro y se examinó al espejo, temiendo que le faltara algún detalle. Asíocupó el �empo hasta el mediodía. Entonces pidió el caballo y galopórumbo al barrio de Shengye. Cuando llegó al lugar indicado lo aguardabauna doncella:—¿Eres maese Li?Él desmontó, dijo a la doncella que llevara el caballo al establo, y entróprecipitadamente en la casa, después de cerrar tras de sí el portón confuerza.La casamentera salió de la casa sonriendo y desde lejos gritó:—¿Quién es el que viene así sin que lo inviten?Mientras bromeaban, Li vio que lo introducían a través de un portóninterior a un pa�o donde había cuatro cerezos, y colgaba en el ladonoroeste la jaula de un loro.Al ver a Li, el loro chilló: «¡Ha llegado un huésped! ¡Bajen la cor�na!».

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Naturalmente �mido, Li había experimentado ciertos escrúpulos y dudabasi debía entrar. Enseguida el loro lo alarmó y lo hizo pararse en seco hastaque la madre de la joven bajó la escalinata y dio al mozo la bienvenida,rogándole que pasara adelante y tomara asiento ante ella. La madre, dealgo más de cuarenta años, era una mujer esbelta y atrac�va, de modalesencantadores.—Hemos oído hablar de tu brillantez como erudito —dijo a Li— y ahoraque veo cuán apuesto mozo eres, estoy segura de que tu fama es bienmerecida. Tengo una hija que, aunque carente de educación, no es malparecida. Ha de ser una pareja adecuada para �. La señora Bao hapropuesto ya el enlace, y hoy me agradaría ofrecerte a mi hija en matrimonio.—Yo soy un ente torpe —replicó él—, y no merezco tal dis�nción. Si meaceptas, lo tendré por un gran honor mientras viva.Luego se preparó una fiesta; la madre llamó a Jade, que estaba en lacámara del este y Li se inclinó para saludarla. Al verla entrar sin�ó como sila habitación se hubiese transformado en una glorieta de rosas y cuandolos ojos de ambos jóvenes se encontraron él quedó ofuscado por la miradade ella. Jade se sentó al lado de su madre, quien le dijo:—A � te gusta repe�r estos versos:

Cuando el viento susurra de bambú en la cor�na se me antoja que se hallacerca de mí, mi amigo.

—Pues aquí �enes al autor del poema. Lees sus obras con frecuencia; ¿quéte parece ahora que lo �enes delante?Jade bajó la cabeza y contestó con una sonrisa:—No es lo que yo me imaginaba. ¿No debe un poeta ser más apuesto?Li se puso de pie y se inclinó reverente varias veces:—Tú amas el talento y yo admiro la belleza —dijo—.¡Entre nosotros tenemos ambas cosas!Jade y su madre se miraron y sonrieron.Cuando juntos hubieron bebido varias copas de vino, Li se levantó y pidió ala joven que cantara. Al principio esta se negó, pero insis�ó su madre yentonces, con voz clara, entonó una complicada melodía. Cuando yahabían bebido hasta saciarse llegó la noche, la casamentera llevó al joven

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hacia el ala izquierda de la casa a fin de que descansara. Las habitacionesestaban apartadas, en un tranquilo pa�o, y los cor�najes eran magníficos.Bao dijo a las doncellas Guizi y Wansha que le quitaran a Li las botas y elcinturón. Luego apareció la propia Jade. Con gen�l travesura y encantadorrecato se quitó la ropa. Después bajaron las cor�nas del lecho, setendieron sobre los almohadones y se gozaron mutuamente a su enterasa�sfacción. Al joven le parecía que estaba acostado con una diosa.Durante la noche, sin embargo, la muchacha se le quedó mirando derepente a través de sus lágrimas y dijo:—Como cortesana, sé que no soy cónyuge para �. Ahora tú me amas pormi belleza, pero cuando la pierda cambiarán tus sen�mientos, y seré comouna enredadera que no �ene donde asirse, o como un abanico descartadoen el otoño. Por eso en la cúspide de mi regocijo no puedo menos queafligirme.Li se sin�ó conmovido y echándole el brazo alrededor del cuello le dijo condulce acento:—Hoy he realizado el sueño de mi vida. Te juro que moriré antes dedejarte. ¿Por qué hablas así? Dame un trozo de seda blanca paraempeñarte mi palabra por escrito.Secándose las lágrimas, Jade llamó a su doncella Yingtao para que alzara lacor�na y sostuviera una vela mientras daba a Li un pincel y �nta. Cuandono estaba ocupada con la música a Jade le gustaba leer y su escritorioportá�l, pinceles y �nta procedían todos del palacio. Sacó pues un estuchebordado y de él tomó tres pies de seda blanca forrada de negro para que Liescribiese. El joven tenía un don para la composición rápida, y tomando elpincel escribió prontamente. Juró por las montañas y los ríos, por el sol y laluna, que sería fiel. Escribió apasionada y conmovedoramente, y cuandohubo terminado dio a Jade su prenda de fidelidad a fin de que la guardaraen el cofre de sus joyas.Después de aquello vivieron felices durante dos años como una pareja demar�n pescadores remontándose en el aire, juntos día y noche. Pero en laprimavera del tercer año, Li quedó en primer lugar en los exámenes y fuenombrado secretario general del distrito de Zheng. En el cuarto mes, antesde par�r a ocupar su puesto y visitar a sus padres en Luoyang, dio unafiesta de despedida a todos sus parientes de la capital. Era la estación que

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media entre la primavera y el verano. Cuando terminó la fiesta, losinvitados se marcharon, el joven y la muchacha se llenaron de profundopesar ante la inminente separación.—Con tu talento y tu fama —dijo Jade—, �enes muchas admiradoras aquienes les interesaría emparentar con�go por medio de un matrimonio. Ytus ancianos padres carecen allá en su hogar de una nuera que los cuide.Por eso cuando te vayas a ocupar este cargo, estás llamado a encontraruna buena esposa. La palabra que me empeñaste no te ata. Pero tengo unpequeño ruego que hacerte, y que espero tomarás en consideración.¿Puedo decirte cuál es?Li se sobrecogió y protestó:—¿En qué he podido ofenderte para que hables así? Dime lo que estásimaginando, y te prometo hacer lo que me pidas.—Tengo dieciocho años —contestó la muchacha—, tú solamente vein�dós.Te faltan aún ocho años para llegar a los treinta, la edad en que un hombredebe de casarse. Querría en esos ocho años todo el amor y la felicidad demi vida. Después tú puedes elegir por esposa a una joven de buena familia;no será demasiado tarde. Yo entonces me re�raré del mundo, me cortaréel cabello y me haré monja.Este es el gran deseo de mi vida y no pido más.Herido en lo más hondo de su corazón, Li no pudo contener las lágrimas.—Te juro por el sol que nos alumbra —aseguró a la joven—, que mientrasviva te seré fiel. Lo único que temo es que pueda dejar de agradarte;¿cómo voy a pensar en otra cosa? Te ruego que no dudes de mí, quetengas fe y confianza en mi firmeza. Llegaré a Huazhou en el octavo mes yvendré a buscarte. Volveremos a estar juntos antes de que transcurramucho �empo.

A los pocos días se despidió de ella y marchó al este.Diez días después de la llegada de Li a su puesto, pidió permiso para ir aLuoyang a ver a su padres. Antes de que llegara a su casa, su madre habíaarreglado un matrimonio entre él y una prima de la familia Lu, ya se habíaconcluido un convenio verbal. Su madre era tan estricta que Li, aunquevacilante, no se atrevió a negarse; por consiguiente celebró las ceremoniaspreliminares y se fijó la fecha para la boda. Como la familia de la muchachaera poderosa, exigió un millón en efec�vo como dinero de esponsales. Si

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demoraban en entregar el dinero, se anularía el compromiso matrimonial.Pero la familia de Li era pobre, este tuvo que pedir prestado el dinero; y seaprovechó de su licencia para visitar a amigos distantes, recorriendo enuna u otra dirección el valle de los ríos Huai y Changjiang desde el otoñohasta el verano siguiente. Sabiendo que había infringido su promesa de ir abuscar en determinado �empo a Jade, no le envió ningún mensaje, yesperó que ella lo abandonara. Pidió también a sus amigos que nodescubriesen la verdad.Como Li no volvió en el �empo convenido, Jade trató de averiguar quéhabía sido de él, solo para recibir no�cias contradictorias. Consultótambién a muchos adivinos y oráculos. Esto con�nuó por más de un año,hasta que la joven cayó enferma de dolor; y tendida en su alcoba solitaria,fue de mal en peor. Aun cuando no había recibido nueva alguna de Li, suamor por él no vaciló un momento y daba presentes a amigos y conocidospara que consiguieran no�cias de él. Hizo esto con tal persistencia quepronto se le acabó todo su dinero y con frecuencia tenía que enviarsecretamente a su doncella a vender trajes y dijes, por medio de unmesonero del Mercado del Oeste.Un día Jade envió a Wansha a vender una horquilla de ama�sta y en elcamino la doncella se encontró con un viejo tallador de jade que trabajabaen el palacio. Cuando vio lo que la muchacha llevaba lo reconoció en elacto.—Esta horquilla la hice yo —dijo—. Hace muchos años, cuando la hijamenor del príncipe Huo se hizo su primer peinado, él me ordenó quefabricara esta horquilla y me dio diez mil en efec�vo por mi trabajo.Siempre lo he recordado. ¿Tú quién eres? ¿Y cómo vino esta joya a tusmanos?—Mi ama es la hija del príncipe —respondió la doncella—. Ha venido amenos, y el hombre con quien se casó se fue a Luoyang y la abandonó. Poreso está enferma de pesar, y nuestra casa en decadencia desde hace dosaños. Quiere que yo venda esta alhaja a fin de sobornar a alguien para quele busque nuevas de su marido. El tallador de jade ver�ó lágrimas yexclamó:—¿Pueden los hijos de los nobles llegar a semejante estado? Mis díasestán contados, pero la historia de esta malhadada dama me oprime el

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corazón.Entonces el anciano llevó a Wansha a casa de la princesa Yanxian y cuandoesta hubo escuchado la historia ella también suspiró profundamente. Porúl�mo dio a la doncella ciento veinte mil en efec�vo por la horquilla.Ahora bien, la muchacha con quien estaba comprome�do Li se hallaba enla capital. Después de reunir la suma que necesitaba para su matrimonio,el joven regresó a su puesto en el distrito de Zheng; pero al cabo del añovolvió a pedir una licencia para ir a Shangan a casarse. Y se buscó unalojamiento apartado y tranquilo, con el objeto de que no se conociese suparadero. Sin embargo, un joven erudito nombrado Cui Yunming, que eraprimo de Li y hombre de corazón bondadoso, había en otro �empo bebidocon Li en las habitaciones de Jade y reído y charlado con ella hasta quedarde lo más amigos. Siempre que recibía no�cias de Li, se lo decía a Jade sinreservas, y ella lo había ayudado tan a menudo con dinero y ropa que él sesen�a profundamente endeudado con ella.Cuando Li vino a la capital, Cui informó a Jade, quien suspiró y exclamóindignada:—¿Cómo puede ser tan femen�do?Rogó a todos sus amigos que pidieran a Li que fuese a visitarla, perosabiendo él que había quebrantado su promesa y que la muchacha sehallaba moribunda, se sen�a demasiado avergonzado para verla. Sehabituó a salir de su casa muy temprano y regresar muy tarde para evitarlas visitas. Aunque Jade lloraba día y noche, y el anhelo de verlo no ladejaba comer ni dormir, él nunca fue.Y la indignación y la honda pena la pusieron peor. Cuando se supo lahistoria aquella en la capital, todos los jóvenes doctos se conmovieron anteel amor de la muchacha, mientras que todos los jóvenes galanesexperimentaron hondo resen�miento ante la falta de corazón de Li.Llegó la primavera, la estación de los viajes de placer, y Li fue un día concinco o seis amigos al templo de Chongjing a ver florecer las peonías.Mientras paseaban por la galería del oeste, recitaba poemas a suscompañeros. Un amigo ín�mo de Li llamado Wei Xiaqing, nacido enChang’an, formaba parte del grupo.—La primavera es bella y en ella florecen los capullos —dijo a Li—. Pero tuviejo amor alimenta su dolor en su alcoba, solitaria. Es un acto

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verdaderamente cruel de tu parte el haberla abandonado. Un hombre deverdad no hace eso. Piénsalo bien.Mientras Wei suspiraba y reprochaba a Li, se acercó un joven galán queves�a una camisa de seda amarilla y portaba una ballesta.Era apuesto e iba espléndidamente ataviado, pero por único séquitollevaba a un muchacho de Asia Central con el cabello cortado al rape.Como caminaba detrás de ellos, entreoyó su conversación; y a poco elrecién llegado se adelantó, se inclinó ante Li y dijo:—¿No te llamas Li? Mi familia procede del este, y estamos emparentadoscon la casa real. Aunque yo no poseo talento literario, lo sé apreciar en losdemás. Hace �empo que soy admirador suyo y siempre esperé conocerlo yhoy he tenido la suerte de encontrármelo. Mi humilde morada no estálejos de aquí, y tengo músicos para entretenernos. Poseo asimismo ocho onueve bellas chiquillas, y una docena de buenos caballos, todo ello a sudisposición. Solo espero que me haga el honor de una visita.Cuando los amigos de Li oyeron aquellas palabras quedaron encantados.Cabalgaron tras el joven galán, que después de dar vueltas y más vueltaslos llevó hasta el barrio de Shengye. Como que se acercaban adondeestaba situada la casa de Jade, Li se mostró renuente a ir más lejos einventó una excusa para volverse atrás.Pero el desconocido dijo:—Mi humilde casa está a solo cuatro pasos de aquí. ¡No nos deje ahora! —Y tomando por la brida el caballo de Li �ró de ella.No tardaron en llegar a casa de la muchacha. Li estaba aterrado e intentóvolverse, pero el otro rápidamente ordenó a unos servidores que lodesmontaran y lo condujeran adentro. Lo empujaron a través del portónque cerraron en el acto, y alguien gritó en voz alta:—¡Aquí está el joven señor maese Li!Luego, en toda la casa se dejaron oír exclamaciones de regocijo y sorpresa.La noche antes, Jade había soñado que Li había sido llevado a su casa porun hombre ves�do con una camisa amarilla y que a ella le habían dichoque se quitara los zapatos. Cuando despertó contó el sueño a su madre, yañadió:—Los zapatos significan la unión; eso significa que marido y mujer volverána encontrarse. Pero quitárselos significa separación. Nos uniremos y nos

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separaremos de nuevo... para siempre. A juzgar por este sueño, lo veré unavez más y luego moriré.Por la mañana pidió a su madre que la peinara. La madre pensó que Jadedesvariaba y no le hizo caso, pero al insis�r la complació. Apenas estuvopeinada cuando llegó Li.Hacía tanto �empo que Jade se hallaba enferma que ni siquiera podíavolverse en la cama sin ayuda. Mas al oír que su amante había venido selevantó con rapidez, se cambió de ropa y salió corriendo como unaposeída. Encarándose con Li en silencio, fijó en él sus airados ojos. Tanfrágil estaba que apenas podía tenerse en pie, no hacía más que apartar elrostro y luego, contra su voluntad, tornaba a mirarlo, hasta que todos lospresentes no pudieron contener las lágrimas.Pronto trajeron varias docenas de platos de comida y vino, y cuando lospresentes preguntaron llenos de asombro de dónde había venido aquelbanquete, descubrieron que lo había ordenado el joven galán. Cuandoestuvo preparada la mesa, se sentaron. Jade, aunque se había alejado deLi, le echaba miradas de soslayo; y por fin, alzando su copa de vino, ver�óuna libación en el suelo y dijo:—Soy la mujer más desdichada del mundo, y tú el hombre más sinentrañas. Al morir joven con el corazón deshecho, no podré cuidar a mimadre; y tengo que decirle adiós para siempre a mis trajes de seda y a lamúsica, para sufrir los tormentos del infierno. ¡Esta es tu obra, señor!¡Adiós! Después de mi muerte seré un espíritu vengador y no daré paz atus esposas y concubinas.Apretando el brazo de Li con la mano izquierda arrojó la copa al suelo.Luego, después de llorar varias veces, cayó muerta. Su madre colocó elcadáver en el regazo de Li y le dijo que la llamara, pero él no pudo revivirla.Li se vis�ó de luto y lloró amargamente durante el velorio. La noche antesde las exequias ella se le apareció detrás de la cor�na funeraria, tan bellacomo cuando estaba viva. Llevaba una falda de color rojo granada y unamanteleta verde. Reclinándose contra la cor�na y manoseando las borlasbordadas, lo miró y le dijo:—Todavía debes sen�r algún afecto por mí, ya que has venido adespedirme. Ese es un consuelo para mí, aquí entre las sombras. —Y conestas palabras se desvaneció.

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Al día siguiente fue sepultada en Yusuyuán, cerca de la capital. Después deplañir junto a su tumba, Li regresó; y un mes más tarde se casó con suprima. Pero estaba muy aba�do después de todo lo que había pasado.En el quinto mes, Li, en compañía de su esposa, volvió a su puesto en eldistrito de Zheng. Unos diez días después de su llegada, estaba durmiendocon su mujer cuando oyó un suave silbido fuera de la cor�na y al fijarse vioun apuesto joven escondido detrás de las colgaduras y que hacía repe�dasseñas con la cabeza a su esposa. Li se levantó de un salto y registró lacor�na varias veces en busca del intruso, pero allí no había nadie. Esto lotornó tan suspicaz que no le daba tregua ni reposo a su mujer hasta quealgunos amigos lo persuadieron a que se apaciguara, y comenzó a sen�rsemejor. Sin embargo, unos días más tarde, al volver a casa se encontró a suesposa tocando el laúd sentada en un canapé. De pronto alguien arrojódentro de la habitación un pequeño estuche de cuerno de rinoceronte,como de una pulgada de diámetro, atado con un endeble nudo de amor,de seda. El estuche cayó en el regazo de su esposa. Cuando Li lo abrió,halló dentro dos guantes de amor, una cantárida y otros afrodisíacos yamuletos amorosos. Aullando como una bes�a salvaje, en su cólera seapoderó del laúd y con él pegó a su mujer sin compasión mientras exigía laverdad. Pero ella no pudo jus�ficarse. Después de aquella escena confrecuencia le pegaba salvajemente y la trataba con la mayor crueldad; porúl�mo la denunció a los tribunales y se divorció de ella.Después de divorciarse de su esposa, todas las sirvientas y esclavas aquienes había favorecido se le hicieron sospechosas e inclusive a varias lasmató, impulsado por sus celos. Una vez fue a Yangzhou y compró unafamosa cortesana nombrada Ying, que era la undécima hija de su familia.Era tan encantadora y bella que Li la quería mucho. Pero cuando estabanjuntos, él gustaba de hablarle de otra chica que había comprado, y decómo la había cas�gado por varias faltas. Le contaba tales cosas todos losdías para que le temiera y no se atreviese a tener otros amantes. Cada vezque salía la dejaba me�da en cama y cubierta con una bañera sellada atodo su alrededor; y al regresar examinaba cuidadosamente la bañera portodas partes antes de dejarla salir. Tenía siempre a mano una afilada daga ysolía decir a sus doncellas: «Este es acero de Gexi. ¡Es bueno para cortarlesel cuello a las mujeres infieles!».

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Cualquier mujer que tenía despertaba enseguida sus celos, y fue un maridomuy celoso para con las otras dos esposas con quienes se casó más tarde.

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C

EL GOBERNADOR DEL ESTADO TRIBUTARIODEL SUR

Li Gongzuo9

hunyu Fen, un na�vo de Dongping, conocido galán de la región del ríoChangjiang, era aficionado a la bebida, irascible y del todo indiferente a

los conven-cionalismos. Había acumulado una gran fortuna y actuado como protectorde muchos arrojados mozos. Por sus proezas militares lo habían hechoayudante general del ejército de Huainan, pero en estado de embriaguezofendió a su general y fue despedido. Entonces, decepcionado, procediósin moderación y se entregó a la bebida.La casa de Chunyu estaba a unas tres millas al este de Yangzhou. Al sur deella había un enorme fresno con grandes ramas y espeso follaje, que dabasombra a un acre de terreno; y bajo este árbol Chunyu y sus buenoscompañeros de francachelas bebían hasta saciarse todos los días. En elnoveno mes del décimo año del período de Zhenyuan (794), Chunyu seembriagó y dos de sus amigos lo llevaron a su casa y lo tendieron en lacámara oriental.—Es mejor que duermas un rato —dijeron—, mientras, nosotros daremospienso a los caballos y nos lavaremos los pies. No nos iremos hasta que tesientas mejor.Chunyu se quitó el gorro y reposó la cabeza en la almohada, en estado deembriaguez, soñando a medias y a medias despierto. A poco vio dosmensajeros ves�dos de púrpura, que entraron en la cámara e hincándosede rodillas ante él anunciaron:—Su Majestad el Rey del Fresno nos ha enviado a nosotros, sus humildessúbditos, a invitarle a su reino.Chunyu se levantó de su canapé, se vis�ó y siguió a los mensajeros hasta lapuerta, donde encontró un pequeño carruaje verde �rado por cuatrocaballos. Siete u ocho sirvientes lo ayudaron a entrar en el coche. Al salirhacia la entrada de la casa, caballos, carruaje y séquito se dirigieron alfresno y —para asombro de Chunyu— se me�eron en el hueco que había

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debajo del árbol. No obstante lo extraño de esta acción él no se atrevió apreguntar nada. El panorama que veía a lo largo del camino —lasmontañas y los ríos, árboles y otras plantas— era del todo diferente a losdel mundo de los hombres. El clima también había cambiado. Después derecorrer unas diez millas, comenzó a dis�nguir las murallas de una ciudad,y la carretera empezó a poblarse de carruajes y de gente. Los lacayos de suvehículo no cesaban de gritar que despejaran el camino y los peatones seapartaban presurosos. Entraron en una gran ciudad por una puerta rojacon figura de torre sobre la cual había una inscripción con letras de oro quedecía EL GRAN REINO DE ASHENDON. Los porteros se inclinaronprofundamente con gran deferencia.De pronto se acercó a medio galope un jinete que dijo a voces:—Puesto que Su Alteza el príncipe consorte ha venido desde tan lejos, SuMajestad ordena que se le conduzca a la Hostería del Este para quedescanse. —Y se puso a la cabeza del cortejo.Chunyu vio que delante de él se abría una puerta. Se bajó del carruaje ypasó a través de ella. Vio balaustradas y pilastras de vivos colores yfinamente talladas entre terrazas de árboles florecidos con raras frutas,mientras que en el salón donde se preparaba un opíparo banquete, habíanpuesto mesas y alfombra, cojines y biombos. Chunyu estaba encantado. Apoco se anunció que había llegado el primer ministro y Chunyu fue al piede las gradas del salón para aguardarlo respetuosamente. Ves�do depúrpura y con un cetro de marfil en la mano, el ministro se acercó y amboscambiaron corteses saludos. Hecho esto, dijo el ministro:—Aunque nuestra �erra está lejos de la tuya, nuestro rey te ha invitado avenir aquí, pues espera una alianza con�go mediante un matrimonio.—¿Cómo puede una humilde persona como yo llegar tan alto? —replicó eljoven.El ministro pidió a Chunyu que lo siguiera al palacio. Anduvieron comounas cien varas y entraron por una puerta en que había profusión delanzas, hachas y alabardas y entre varios centenares de oficiales, que sehallaban a uno y otro lado del camino para abrirles paso, se encontrabaChou, el viejo amigo y compañero de borracheras de Chunyu. Este sealegró en secreto pero no se atrevió a acercársele.

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Entonces el ministro condujo a Chunyu a un atrio donde los guardas sehallaban en correcta formación, indicando con ello que estaban en la realpresencia. Vio en el trono una figura imponente que ves�a una túnica deseda blanca y se tocaba con un gorro escarlata. Poseído de temerosorespeto, el joven no se atrevió a alzar la vista, pero se inclinóprofundamente como le indicaran los asistentes.—Por deseo expreso de tu padre —dijo el rey—, te hemos invitado anuestro reino para ofrecerte por esposa a nuestra segunda hija —añadió—: Puedes volver a la casa de los huéspedes y prepararte para laceremonia.Mientras lo acompañaba de nuevo el ministro, Chunyu iba pensando quepuesto que su padre era un general de la frontera, hacía �empo reportadocomo desaparecido, era posible que, habiendo concluido la paz con losreinos fronterizos, fuera responsable de esta invitación. Sin embargo, eljoven se sen�a perplejo y sin saber explicarse todo aquello.Esa noche, entre gran pompa y esplendor, se exhibieron los presentes deesponsales: corderos, cisnes y seda. Hubo música de instrumentos decuerda y de bambú, festejos a la luz de linternas y bujías, y mul�tud decarruajes y caballos. A algunas de las damitas presentes se les llamabaninfas de las Montañas Floridas o Cinghsi, a otras, hadas de la regiónsuperior o inferior. Asis�das por un gran séquito, se tocaban con adornosde cabeza verdes, de plumas de fénix; ves�an áureos atuendos semejantesa nubes y se adornaban con dijes de oro y piedras preciosas que ofuscabanla vista. Estas muchachas retozaban, y jugaban encantadoras travesuras aChunyu, a quien le era di�cil contestar sus agudas bromas.—En el úl�mo fes�val de la purificación de primavera10 —dijo una de lasjóvenes—, fui con la dama Lingzhi al monasterio de Chanzhi para ver aYouyan ejecutar la danza brahmana en el Pa�o Kindú. Estaba sentada conlas otras chicas en el banco de piedra situado en el lado norte cuandollegaron tú y tus galanes y desmontaron de sus cabalgaduras para mirar. Seacercaron a nosotras y nos mor�ficaron e hicieron chistes, ¿no recuerdasahora cómo Qiongying y yo atamos un pañolón escarlata al bambú? Mástarde, en el décimo sexto día del sép�mo mes, fui con Shang Zhenzi almonasterio de Xiaogan a escuchar al monje Qixuan pla�car sobre el sutrade Avalokitezvara. Doné dos horquillas de oro en forma de fénix y mi amigauna cajita de cuerno de rinoceronte. También tú estabas allí, y pediste al

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monje que te dejara ver esos presentes. Después de admirarlos y elogiarprofusamente su artesanía, te volviste hacia nosotros y dijiste: «¡Estoslindos objetos y sus dueñas sin duda no pertenecen al mundo de loshombres!». Luego preguntaste mi nombre y quisiste saber dónde vivía,pero no lo dije. Tú quedaste mirando como si estuvieras herido de amor;¿no lo recuerdas? Chunyu replicó citando una canción:

Oculto está en lo hondo de mi pecho, ¿cómo puedo olvidar?

Las doncellas exclamaron:—¿Quién había de imaginar que llegarías a ser nuestro pariente? —comentó la chica.En aquel momento se presentaron tres hombres magníficamenteataviados. Haciéndole una reverencia a Chunyu, declararon:—Por orden de Su Majestad hemos venido a ser tus padrinos de boda. —Uno de ellos le pareció que era un viejo amigo.—¿No eres Tian Zihua de Fengyi? —preguntó Chunyu. Cuando el otro dijoque sí, Chunyu se adelantó a estrecharle la mano y hablaron del pasado. Alpreguntar Chunyu cómo había llegado allí, su amigo respondió:—En mis viajes conocí al señor Duan, el primer ministro, y se hizo miprotector. —Cuando Chunyu preguntó si estaba enterado de la presenciade Zhou allí, contestó—: A Chou le ha ido bien. Ahora es el comandante dela ciudad y �ene mucha influencia. En varias ocasiones me ha hechofavores.Charlaron alegremente hasta que se anunció que el príncipe consortepodía entrar para la ceremonia. Mientras los tres padrinos le entregaban laespada, los pendientes, la ropa y el tocado y lo ayudaban a ves�rse, dijoTian:—Nunca pensé en asis�r con�go a una gran ceremonia como la de hoy. Nodebes olvidar a tus viejos amigos.Varias docenas de doncellas comenzaron a tocar una música peregrina,penetrantemente �erna y de una infinita tristeza, cuyo igual jamás habíaoído Chunyu. Otras docenas de sirvientes sostenían antorchas a todo lolargo de la senda larguísima cercada a ambos lados por biombos coloresmeralda, llama�vamente pintados e intrincadamente tallados. Se sentómuy derecho en el carruaje, más bien nervioso, mientras que Tian

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bromeaba con él para tranquilizarlo. Las muchachas que había visto antesarribaban también en vehículos de alas de fénix. Cuando llegó a la puertadel palacio de Xiu Yi, ellas se hallaban allí y se indicó a Chunyu que bajase.Par�cipó en una ceremonia igual a la del mundo de los hombres, al cabode la cual se quitaron biombos y abanicos, y le permi�eron ver a su novia,la Princesa de la Rama de Oro. Tendría unos quince años, bella como unadiosa y bien adiestrada en la ceremonia nupcial.Después de la boda Chunyu y la princesa llegaron a amarse �ernamente, ysu poder y pres�gio aumentaba día a día. Su modo de vida y sus fiestaseran solo inferiores a las del rey. Un día este llevó a Chunyu y algunos otrosfuncionarios como guardas suyos a cazar en la Montaña de la TortugaDivina situada en el oeste, donde había altos picachos y exuberantesbosques atestados de toda suerte de aves y bes�as. Los cazadoresvolvieron aquella noche con innúmeras piezas.Otro día Chunyu dijo al rey:—El día de mi boda Su Majestad dijo que había enviado a buscarmeaccediendo a los deseos de mi padre. Este prestó servicios, antes, comogeneral de la frontera. Después de una derrota se le reportó comodesaparecido, y durante dieciocho años no he tenido no�cias de él. Puestoque Su Majestad sabe dónde se encuentra ahora, yo quisiera ir a visitarlo.—Tu padre sigue prestando servicios en la frontera septentrional —seapresuró a contestar el rey—. Nosotros estamos en permanente contacto.Mejor es que te limites a escribirle. No hay necesidad de que vayas allá.El rey ordenó a la princesa que preparara presentes para mandarlos a susuegro, y al cabo de unos días llegó la respuesta de puño y letra delanciano general. Expresaba este su nostalgia por el hijo y escribía como ensus an�guas cartas, preguntando si ciertos parientes vivían aún y quénuevas había de su pueblo natal. Puesto que la distancia entre ellos era tangrande, decía, resultaba di�cil mandar no�cias. Su carta era triste y llenade pesar. Le decía además a Chunyu que no fuera a verlo, pero le prome�aque se verían dentro de tres años. Con esta carta en sus manos, Chunyulloró amargamente, sin poder contenerse.Un día la princesa le preguntó:

—¿No quisieras ocupar un puesto oficial?

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—Estoy acostumbrado a una vida libre de cuidados — repuso él—. Noen�endo de asuntos oficiales.—Ocupa un puesto —apremió ella—, que yo te ayudaré. Y le habló al rey,su padre.—No todo anda bien en mi Estado Tributario del Sur —dijo el monarca aChunyu días después—, y el gobernador ha sido des�tuido. Me agradaríaemplear tu talento para poner en orden sus asuntos. Podrías ir allá con mihija.Cuando Chunyu consin�ó, el rey ordenó a quienes de esas cosas seocupaban que le preparase el equipaje. Oro, jade y seda, cofres yservidores, carruajes y jinetes formaban un largo tren de bagaje cuandoChunyu y la princesa estuvieron prestos a par�r. Y puesto que aquel dejoven se había mezclado con ociosos galanes, no más, y nunca soñó en serun funcionario, halló aquello de lo más sa�sfactorio.Le envió al rey un memorandum que decía: «Como hijo de una familia demilitares nunca he estudiado las artes del gobierno. Ahora que se me hadado este importante puesto, temo no solo deshonrarme sino arruinar elpres�gio de la corte. Por tal mo�vo quisiera buscar por todas parteshombres sabios y talentosos que me ayudaran. He observado que elcomandante de la ciudad, Zhou, de Yingchuan, es un oficial leal y honrado,que sabe hacer cumplir la ley y sería un excelente ministro. Tambiénconozco a Tian Zihua, un gen�lhombre de Fengyi, que es prudente y fér�len estratagemas y que ha ahondado bien en los principios del gobierno.Hace diez años que conozco a estos dos hombres. Aprecio su talento y losconsidero dignos de confianza; por tanto solicito que se nombre a Zhouconsejero en jefe y a Tian ministro de hacienda de mi estado. Porque así elgobierno estará bien administrado y se guardarán las leyes».Los dos hombres fueron, pues, nombrados por el rey para aquellos cargos.La tarde de la par�da de Chunyu, el rey y la reina le dieron una fiesta dedespedida al sur de la capital.—El Estado del Sur es una gran provincia —dijo el rey—. La �erra es allífér�l y el pueblo próspero, y tú debes adoptar una polí�ca benévola.Asesorándote Zhou y Tian, espero que te vaya bien y no defraudesnuestras esperanzas.

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—Tu marido —dijo por su parte la reina a la princesa— es impetuoso,amigo de la bebida y es joven todavía. Una esposa debe ser dulce yobediente. Con�o en que lo cuides bien. Aunque no estarás lejos denosotros, ya no podrás saludarnos todas las mañanas y las noches, y mecuesta trabajo contener las lágrimas ahora que te marchas.Luego Chunyu y la princesa se despidieron, entraron en su carruaje ypar�eron para el sur. Charlaban alegremente en el camino y varios díasdespués llegaron a su des�no.Los funcionarios de la provincia, los monjes y sacerdotes, ancianos,músicos, servidores y guardas salieron todos a darles la bienvenida. Lascalles estaban atestadas, mientras que desde varias millas a la redondapodía oírse el tañido de las campanas y el rataplán de los tambores. Alentrar por la gran puerta de la ciudad, Chunyu vio una hermosa formaciónde torrecillas y pabellones; sobre la puerta había la siguiente inscripción enletras de oro: CAPITAL DEL ESTADO TRIBUTARIO DEL SUR.Al llegar a su residencia pudo ver las ventanas pintadas de rojo y un granportón de entrada con una magnífica vista. Después de su llegada estudiólas condiciones locales y prestó ayuda a cuantos estaban enfermos oafligidos. Confió el gobierno a Zhou y a Tian, que administraron la provinciabien. Fue gobernador de ella durante veinte años, y el pueblo que sebenefició de su buena administración entonaba sus alabanzas y fijó tarjasexaltando sus virtudes o construyó templos en su honor. Como resultadode ello, el rey lo honró todavía más: le dio feudos y �tulos y lo elevó alcargo de canciller del estado, mientras que Zhou y Tian devinieronasimismo muy conocidos altos funcionarios ascendidos varias veces.Chunyu tuvo cinco hijos y dos hijas. A sus hijos se les dio puestos oficialesreservados a la nobleza, mientras que sus hijas se casaron con miembrosde la familia real. Así pues, su fama y renombre no tenían rival.Un año el reino de Sándaloviña atacó aquella provincia, y el rey ordenó aChunyu que reclutase un ejército y la defendiese. Chunyu hizo a Zhoucomandante de treinta mil hombres para resis�r a los invasores en laciudad de la Torre de Jade, pero Zhou se mostró arrogante y temerario,subes�mando al enemigo. Sus tropas fueron derrotadas, y, después deabandonar su armadura, huyó solo a la capital provincial, de noche.Entretanto, los invasores, después de capturar su bagaje y sus armas se

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re�raron. Chunyu hizo arrestar a Zhou y exigió su cas�go, pero el rey losperdonó a los dos.Aquel mismo mes Zhou murió de un forúnculo en la espalda. Diez díasdespués también la princesa murió a causa de una enfermedad, y se leconcedió a Chunyu la solicitud de dejar la provincia y acompañar al féretroa la capital. Tian, el ministro de hacienda, fue nombrado gobernadorinterino en su lugar. Agobiado de dolor, Chunyu siguió al féretro. En elcamino mucha gente lloraba, funcionarios y ciudadanos corrientes lerendían a la muerta su postrer homenaje. Mul�tudes enormes bloqueabanel camino y no se apartaban de la carroza fúnebre. Cuando llegó aAshendon, el rey y la reina lo aguardaban en las afueras de la capital,ves�dos de luto y llorando. A la princesa se le dio el �tulo póstumo deSgun Yi (Obediente y Graciosa). Se trajeron guardas, doseles y músicos y sele sepultó en el Monte del Dragón Enroscado, a unas tres millas de laciudad. Ese mismo mes, el hijo de Zhou llegó con el féretro de su padre.Aunque Chunyu había estado gobernando por muchos años un estadotributario fuera del reino propiamente dicho, se las había agenciado paraconservar la amistad de todos los nobles y funcionarios influyentes de lacorte. Después de su regreso a la capital se portó con una gran libertad deacción y reunió en torno suyo muchos amigos y seguidores. Creció supoder tan rápidamente que el rey comenzó a sospechar de él. Un díaciertos ciudadanos informaron al rey que había aparecido un misteriosopresagio y que el estado se hallaba condenado a sufrir una catástrofe: lacapital sería trasladada y destruidos los templos ancestrales. Esto locausaría un hombre de origen extranjero, muy ligado a la familia real.Después de deliberar con los ministros, llegaron a la conclusión de quehabía peligro en el lujo y la presunción de Chunyu. De inmediato fueconfinado en su casa y se le prohibió todo contacto con el exterior.Consciente de que no había gobernado mal durante todos esos años en suprovincia, sino que se le calumniaba, Chunyu se sin�ó en extremo aba�do.Adver�do el rey, le dijo:—Tú has sido mi yerno durante más de veinte años. Desdichadamente mihija murió joven y no pudo vivir con�go hasta la vejez. Esto es un graninfortunio.

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La reina se hizo cargo en persona de los hijos de Chunyu, y el rey leaconsejó:—Hace mucho �empo que dejaste tu patria. Es mejor que regresesdurante algún �empo para que veas a tus parientes. Deja a tus hijos aquí yno te preocupes por ellos. Dentro de tres años volveremos a traerte.—¿No es esta mi patria? —preguntó Chunyu—. ¿A qué otra patria tengoque volver?—Viniste del mundo de los hombres —replicó el rey riendo—. Esta no es tupatria.Al principio a Chunyu le pareció como si estuviera soñando, pero luegorecordó cómo había ido allí y, con lágrimas en los ojos, pidió permiso pararegresar. El rey ordenó a sus asistentes que lo despidieran, y con unareverencia Chunyu par�ó.Los mismos dos mensajeros ves�dos de púrpura lo acompañaron hasta lasalida. Pero ahora se escandalizó al ver un carruaje desvencijado sinservidores o enviados que lo acompañaran. Sin embargo, entró en elvehículo, y después de recorrer unas millas dejaron atrás la ciudad.Viajaron por el mismo camino por donde habían venido. Las montañas, losríos y llanos no habían cambiado, pero los dos mensajeros se veían tanandrajosos que Chunyu se sin�ó totalmente vencido. Al preguntarlescuándo llegarían a Yangzhou, con�nuaron cantando sin prestarle atención.Solo ante su insistencia, contestaron: «Pronto».A poco emergieron del hueco y Chunyu vio su aldea sin cambio alguno. Seapoderó de él honda tristeza, y no pudo menos que derramar lágrimas. Losdos mensajeros lo ayudaron a bajar del carruaje, lo acompañaron a travésde la puerta de su casa, y escalinata arriba. Luego se vio tendido en lacámara del este, y sin�ó tanto miedo que no se atrevía a moverse. En aquelmomento los dos mensajeros lo llamaron por su nombre, y despertó.Vio a sus criados barriendo el pa�o. Sus dos invitados seguían lavándoselos pies junto al canapé, el oblicuo sol aún no se había puesto tras lamuralla del oeste y su copa de vino medio vacía se hallaba junto a laventana del este. Así comprendió que había vivido toda una vida en susueño. Profundamente conmovido no pudo menos que suspirar. Y cuandollamó a sus dos amigos y les contó el sueño, se quedaron igualmente

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pasmados. Fueron a ver el hueco debajo del árbol y Chunyu, señalándolocon el dedo, dijo:—Por ahí fue por donde fui en el sueño.Sus amigos creían que aquello debía ser obra de alguna zorra encantada odel espíritu del árbol, por lo cual ordenaron a los domés�cos que trajeranun hacha y cortaran el tronco y las ramas del fresno para averiguar dóndeterminaba el hueco. Tenía unos diez pies de largo y concluía en una cavidadiluminada por el sol y lo bastante grande para que cupiera en ella uncanapé. En la cavidad había mon�culos de �erra que semejaban lasmurallas de una ciudad, pabellones y pa�os, y allí se congregaban mul�tudde hormigas. En el hormiguero había una torre pequeña y rojiza ocupadapor dos enormes hormigas de tres pulgadas de largo, con alas blancas ycabezas rojas. Estaban rodeadas por una docena de hormigas grandes, y lasotras no se atrevían a acercárseles. Estas hormigas enormes eran el rey y lareina y aquella era la capital Ashendon.Luego los hombres siguieron hurgando por otro agujero que yacía bajo larama meridional del árbol y tenía por lo menos cuarenta pies de longitud.En este túnel había otro hormiguero con pequeñas torres atestadas dehormigas. Era el Estado Tributario del Sur que gobernara Chunyu. Hacia eloeste corría serpenteando otro gran túnel de unos veinte pies, de formafantás�ca, y en este encontraron el carapacho podrido de una tortuga deregular tamaño, empapada en lluvia y cubierta de exuberante hierba. Era laMontaña de la Divina Tortuga, donde Chunyu había estado cazando.Siguieron otro túnel de más de diez pies de largo, situado al este, donde lasnudosas raíces del árbol habían asumido la forma de un dragón. Había allíun túmulo de �erra con un pie de alto, y esta era la tumba de la princesa,esposa de Chunyu.Al pensar en lo pasado, Chunyu se sin�ó hondamente conmovido, porquetodo lo que encontraron coincidía con su sueño. No dejó que sus amigosdestruyeran esos hormigueros, y ordenó que cubrieran los túneles comoestaban antes. Sin embargo, aquella noche hubo una repen�na tormenta ya la mañana siguiente, cuando examinó los agujeros, las hormigas habíandesaparecido. Así se cumplió la profesía de que Ashendon sufriría una grancatástrofe y la capital sería trasladada. Luego se acordó de la invasión porel reino de Sándaloviña, y pidió a sus dos amigos que la reconstruyeran.

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Estos descubrieron que, a unas seiscientas varas de la casa de Chunyu,exis�a el lecho de un río hacía �empo seco, y junto a él crecía un gransándalo tan tupidamente cubierto por una enredadera o vid que el sol nopodía atravesarlo. Un pequeño agujero que había a su lado, donde seagolpaba inmenso número de hormigas, debía ser el reino de Sándaloviña.Si hasta los misterios de las hormigas son tan insondables, ¿qué decirentonces de los cambios causados por las grandes bes�as en los cerros ylos bosques?En aquel entonces los amigos de Chunyu, Zhou y Tian se hallaban ambosen el distrito de Liuhe, y él hacía diez días que no los veía. Envió unsirviente a toda prisa a inves�gar y descubrió que Zhou había muerto de unrepen�na dolencia, mientras que Tian yacía enfermo en cama. EntoncesChunyu comprendió cuán vacuo había sido su sueño, y que todo eravanidad en el mundo de los hombres. Por tanto se hizo taoísta y se abstuvodel vino y las mujeres. Tres años más tarde murió en su casa, a los cuarentay siete años de edad, como se le predijo en el sueño.En el octavo mes del undécimo año del período de Zhenyuan (795), cuandohacía un viaje de Suzhou a Luoyang, me detuve en Huai y, por casualidad,me encontré con Chunyu. Lo interrogué y examiné los hormigueros,empapándome bien de su relato. Creyéndolo genuino sin duda, he escritoesta narración para los que puedan interesarse. Aunque trata de cosassobrenaturales e inortodoxas, puede contener una moraleja para losambiciosos. Que los futuros lectores no crean que esta historia es unamera serie de coincidencias, y que se cuiden de enorgullecerse de la famay posición mundana en el mundo.Porque, como comentó Li Zhao, an�guo ayudante general de Huazhou:

Llega hasta el firmamento su pres�gio, derribar puede con su influjo unreino; empero tanta pompa y poderío, son para el sabio solo un

hormiguero.

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E

HISTORIA DE UNA CORTESANABai Xingjian

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n el período de Tianbao (742-756) el señor de Xingyand, cuyo nombre yapellido omi�ré, era gobernador de Changzhou. Era muy respetado y

extremadamen-te rico. Cuando comienza nuestra historia tenía cincuenta años y un hijocasi de veinte —un mozo inteligente de sobresaliente capacidad literaria,admiración de todos sus contemporáneos—. Su padre lo amaba conternura y había puesto en él grandes esperanzas.«Este —solía decir— es el potro de las mil leguas de nuestra familia».Cuando llegó el momento de que el muchacho hiciera los exámenesprovinciales, su padre le dio buena ropa, equipo para el viaje, y dinero parasus gastos en la capital.—Con tus dotes debes de triunfar en la primera prueba —dijo—. Pero teasigno una pensión para dos años, y muy generosa por cierto, a fin de quepuedas trabajar sin preocupaciones.El joven también tenía confianza en que triunfaría y ya se veía pasando losexámenes con la claridad con que se veía la palma de la mano.Un mes después de par�r de Changzhou llegó a la capital y se alojó en elbarrio de Buzheng. Un día que regresaba del Mercado del Este, entró por lapuerta oriental del barrio de Pingkang para visitar a un amigo que vivía enla parte suroeste.Cuando llegó a la callejuela de Mingke vio una casa con una entrada y pa�obastante angostos. La casa misma, sin embargo, era magnífica y desde laentrada podían verse muchas construcciones que se alargaban al fondo. Lamitad de la doble puerta estaba abierta y de pie junto a ella se hallaba unachica, atendida por su joven doncella.Era de una belleza exquisita, hechicera, tal como raras veces se ha visto.Cuando la vio, el joven frenó inconscientemente su cabalgadura y quedóvacilante, incapaz de alejarse. De intento dejó caer su fusta y aguardó aque su criado la recogiera, sin dejar un momento de contemplar a la joven.

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Esta, por su parte, devolvió la mirada con otra de admiración. Pero al caboel mozo con�nuó su camino sin atreverse a hablarle.En adelante fue como un hombre aturdido, y secretamente rogó a unamigo, que conocía bien la capital, averiguase quién era aquella beldad.—La casa pertenece a una cortesana llamada Li —le informó su amigo.—¿Sería posible conseguirla? —preguntó el enamorado.—Ella es muy rica —repuso su amigo—, porque sus tratos previos han sidocon hombres de acaudaladas y aristocrá�cas familias, que le pagarongenerosamente. A menos que le des un millón en efec�vo, no querrá sabernada de �. —Lo único que quiero es ganarla —contestó el joven—. No meimporta si me cuesta un millón.Días después, vis�ó sus mejores galas y par�ó, con un séquito deservidores, rumbo a la casa de la seductora mujer. Cuando llamó a lapuerta, le abrió una joven doncella.—¿Podrías decirme de quién es esta casa? —indagó el joven.La doncella no contestó sino que echó a correr hacia dentro gritando atoda voz.—¡Aquí está el caballero que dejó caer la fusta el otro día!La joven ama contestó con evidente sa�sfacción:—Hazlo pasar. Saldré en cuanto me cambie de ropa y me componga unpoco.Al oír aquello el joven se sin�ó en su fuero interno enajenado de gozomientras seguía a la doncella dentro de la casa. Vio a la madre de lamuchacha —una mujer de cabellos grises y algo cargada de espaldas— yhaciendo una profunda reverencia dijo:—He oído que �enes un pa�o vacante que acaso estarás dispuesta aarrendar. ¿Es cierto?—Me temo que sea demasiado pobre y pequeño para un caballero comousted —contestó ella—. Puede ocuparlo si desea pero no me atrevo acobrarle renta alguna por él. —Luego lo llevó al salón de recibo, que eramuy espléndido, le pidió que tomara asiento, diciéndole—: Tengo una hijamuy joven y con pocas prendas, pero que gusta de la compañía devisitantes. Quisiera que la conociera.Inmediatamente llamó a su hija. La muchacha tenía unos ojoscentelleantes y arrebatadores brazos blancos. Se movía con una gracia tan

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consumada que el joven solo pudo saltar en sus pies lleno de confusión sinatreverse a levantar la vista. Cuando se saludaron, él hizo algunasobservaciones sobre el estado del �empo, consciente, mientras hablaba,de que la belleza de aquella chica era incomparable.Volvieron a sentarse. Se preparó té y se escanció vino. Las tazas y vasosusados eran de una limpieza inmaculada. Él se quedó hasta tarde y cuandose oyó el toque de queda de tambor, la madre preguntó si vivía muy lejos.—Varias millas más allá de la Puerta de Yanping —respondió él min�endo,con la esperanza de que lo invitaran a quedarse.—Ha sonado el tambor —dijo la dama—. Tendrá que marcharse enseguidasi no quiere infringir la ley.—La estaba pasando tan bien —repuso el muchacho—, que no noté lotarde que era. Mi casa está muy lejos y no tengo parientes en la ciudad.¿Qué voy a hacer?—Si no piensa que nuestra casa es demasiado humilde —intervino lamuchacha— ¿qué de malo �ene que pase la noche aquí?El mozo echó dos o tres miradas a la anciana dama, quien asin�ó.Llamó él a sus criados y ordenó que trajeran dos piezas de seda,12 queofreció para los gastos de la fiesta. Pero la muchacha lo detuvo y protestóriendo:—No, eres nuestro huésped. Queremos agasajarte esta noche con nuestrosrús�cos y corrientes manjares. Tú puedes invitarnos en otra ocasión.Él intentó rehusar, pero a la postre ella se salió con la suya, y todos setrasladaron al salón occidental. Las cor�nas, biombos, persianas, canapéseran todos de un deslumbrante esplendor, los neceseres, cobertores yalmohadas el sumun del lujo. Se encendieron velas y se sirvió unaexcelente comida.Después de la cena, cuando se hubo re�rado la madre, el joven y lamuchacha comenzaron a hablar ín�mamente, riendo y bromeando a susanchas.—Pasé el otro día por tu casa —dijo el muchacho—, y dio la casualidad queestabas en la puerta. Desde aquel momento no pude apartarte de mimente. Tendido para descansar o comiendo a la mesa no podía dejar depensar en �.—Lo mismo me sucedió a mí —fue la respuesta.

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—Sabrás que no vine hoy simplemente en busca de alojamiento —dijo él—. Vine con la esperanza de que me otorgaras el deseo de mi vida. Pero noestaba seguro de mi suerte...Mientras conversaban regresó la anciana dama y preguntó acerca de loque hablaban. Al decírselo se echó a reír y sentenció:—Hay una atracción natural entre los sexos. Cuando los amantesconcuerdan ni siquiera sus padres pueden controlarlos. Pero mi hija es deorigen humilde, ¿estás seguro de que es digna de compar�r tu lecho?El joven bajó inmediatamente del estrado y haciendo una profundareverencia repuso:—¡Por favor, acépteme como su servidor!Después de aquello la anciana lo consideró como yerno; bebieron muchojuntos y finalmente se separaron. A la mañana siguiente él hizo traer todosu equipaje a la casa e hizo de ella su hogar.En adelante se encerró hermé�camente allí y sus amigos no volvieron asaber de él. Se mezclaba solo con actores, bailarines y gente de esa calaña,pasando el �empo en desenfrenadas diversiones y festejos sin propósitoalguno. Cuando se le acabó el dinero vendió sus caballos y sus sirvientes.En poco más de un año habían desaparecido dinero, propiedades,sirvientes y caballos.La anciana dama había comenzado a tratarlo con frialdad, pero lamuchacha parecía más apegada a él que nunca. Un día le dijo:—Hace un año que estamos juntos pero todavía no he concebido. Dicenque el espíritu de la Enramada de Bambú responde a las oraciones comoun eco. ¿Vamos al templo a ofrecer una libación?No sospechando complot alguno, el joven se sin�ó encantado. Y comohabía empeñado su gabán a fin de ad-quirir vino y carne para el sacrificio, fue con ella al templo y oró al espíritu.Pasaron dos noches allí y regresaron al tercer día, el joven montado en unasno que seguía al carruaje de la muchacha. Cuando llegaron a la puertanorte del barrio de Xuanyang, ella se volvió hacia él y dijo:—La casa de mi �a está en una callejuela del este, cerca de aquí. ¿Qué teparece si descansamos un rato allí?Gustoso la complació, y apenas habían recorrido poco más de cien pasoscuando vieron una ancha calzada. Su sirviente detuvo el carruaje y dijo:

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—Hemos llegado.El joven se apeó del asno mientras salía a su encuentro un criado quepreguntó quiénes eran. Cuando le dijeron que era la señora Li, entró en lacasa y la anunció. A poco salió una mujer de unos cuarenta años, quiensaludó a nuestro héroe y preguntó:—¿Ha llegado mi sobrina?La muchacha bajó del carruaje y su �a le dio la bienvenida, con amablesreproches:

—¿Por qué hace tanto �empo que no vienes por acá?Cambiaron miradas y rieron. Luego la muchacha presentó al joven, tras delo cual todos fueron a un jardín lateral cerca de la puerta del oeste. Habíaallí un pabellón situado en medio de una profusión de bambúes y árboles,rodeados de la quietud de estanques y glorietas.—¿Pertenece este jardín a tu �a? —indagó el muchacho.La muchacha se echó a reír pero en vez de contestarle se puso a hablar deotra cosa.Se sirvió un té delicioso y pasteles. Pero casi enseguida llegó cabalgando atoda carrera un hombre en un caballo de Fergana, todo cubierto deespuma.—La anciana ama ha caído muy enferma —jadeó—. Comienza a delirar.Mejor es que partan en el acto.—Cuanto lo lamento —dijo la joven a su �a—. Déjame el caballo y yo irécabalgando delante. Enseguida lo devolveré y tú y mi marido puedenregresar más tarde.El joven sen�a deseos vehementes de acompañar a su amada, pero la �adijo al oído a una doncella que lo detuviera en la puerta.—Ya mi hermana debe de haber muerto —dijo—. Tú y yo debemos discu�rjuntos acerca de los funerales. ¿Qué vas a sacar corriendo detrás de Li, enun caso de emergencia como este? —Él se quedó, pues, para tratar sobrelos funerales y los ritos luctuosos.Ya era muy tarde cuando aún no había regresado el caballo.—No sé qué habrá pasado —dijo la �a—. Es mejor que corras a enterarte.Yo iré más tarde.El joven par�ó. Al llegar a la casa se encontró la puerta bien cerrada ysellada. Asombrado preguntó a los vecinos.

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—La señora Li tenía solo arrendada esta casa —le dijeron—. Cuando sevenció el contrato de arrendamiento, el dueño la quiso, y ella se mudó. Sefue hace dos días. —Pero cuando él preguntó la nueva dirección, nosupieron decírsela.Pensó volver presuroso al barrio de Xuangyang a interrogar a la �a, pero yaera demasiado tarde. Empeñó, pues, parte de su ropa para procurarse quécenar y una cama. Sin embargo, se sen�a demasiado airado para poderdormir, y no pegó los ojos en toda la noche. Por la mañana muy tempranofue cabalgando en su asno a casa de la �a, pero transcurrió el �empo ynadie respondió. Por fin sus gritos trajeron con paso tardo a la puerta a unlacayo.El joven le preguntó inmediatamente por la �a.—Ella no vive aquí —respondió el lacayo.—Pero estaba aquí anoche —protestó el joven—. ¿Quieres burlarte de mí?—E indagó de quién era la casa.—Esta es la residencia de Su Excelencia Maese Cui. Ayer alguien le alquilóel pa�o para agasajar a un primo que venía de una comarca distante, perotodos se fueron antes del anochecer.Perplejo y casi enajenado, el joven no sabía qué hacer. Regresó a suan�guo alojamiento del barrio de Buzheng. El casero le cogió lás�ma yofreció darle de comer; pero en su desesperación no podía comer nada, yal cabo de tres días cayó gravemente enfermo. En una quincena se pusotan débil que el casero temió que no viviría y lo llevó a los empresarios depompas fúnebres. Mientras yacía a punto de expirar todos los empresariosde pompas fúnebres del mercado se compadecieron de él y lo cuidaron,hasta que pudo levantarse y andar con un bastón.Luego los empresarios de pompas fúnebres lo alquilaron para sostener lascor�nas de luto, y de esa manera se ganaba lo suficiente para mantenerse.A los pocos meses volvió a estar bastante fuerte, pero las endechasfúnebres siempre le hacían lamentar el no poder cambiarse por losmuertos, y rompía a sollozar y llorar, incapaz de contener las lágrimas.Cuando volvió a su casa solía imitar aquellos tristes cantos. Como erahombre inteligente, pronto logró dominar el arte y se convir�ó en el másexperto plañidero de toda la capital.

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Aconteció que los empresarios de pompas fúnebres de los mercados delEste y del Oeste eran rivales por esa época. Los del Mercado del Esteproducían magníficos carros fúnebres y ataúdes —en esto no tenían rival—pero los plañideros que suministraban eran muy pobres en el desempeñode su come�do. Al enterarse de la habilidad de nuestro héroe, elempresario le ofreció veinte mil en efec�vo por sus servicios; y los expertosdel Mercado del Este enseñaron secretamente al joven todas las nuevastonadas que sabían, cantando en armonía con él. Esto con�nuó en secretovarias semanas. Entonces los dos empresarios en jefe convinieron en daruna exhibición en la calle de Tienmén para ver cuál era el mejor. Elperdedor pagaría cincuenta mil en efec�vo para cubrir el costo delrefrigerio ofrecido en aquella ocasión. Se redactó, debidamentetes�moniado, un contrato al efecto.Decenas de millares de personas se congregaron para presenciar elconcurso. El jefe del barrio se enteró de lo que pasaba y advir�ó al jefe depolicía. Este se lo dijo al primer magistrado. Pronto todos los ciudadanosde la capital corrieron al si�o y las casas de la ciudad quedaron vacías.La exhibición comenzó al amanecer. Carrozas fúnebres, féretros y todos losobjetos funerarios habían estado expuestos toda una mañana, pero losempresarios de pompas fúnebres del Mercado del Oeste no podían darmuestras de superioridad y su jefe se sen�a lleno de vergüenza. Levantóuna plataforma en la esquina sur de la plaza, y un hombre con una largabarba se adelantó, llevando en la mano una campanilla, seguido de variosasistentes. Meneó la barba, enarcó las cejas, cruzó los brazos e hizo unareverencia. Luego, subiendo a la plataforma, entonó el canto fúnebre delCaballo Blanco. Orgulloso de su habilidad, miró a diestra y siniestra como sise considerara sin rival. Por todas partes se oyeron gritos de aprobación yél quedó convencido de que era el mejor cantante de endechas de suépoca, a quien nadie podría sobrepasar.A poco el empresario en jefe de pompas fúnebres del Mercado del Esteerigió una plataforma en la esquina septentrional de la plaza; y se adelantóun joven que se tocaba con un gorro negro, lo acompañaban cinco o seisauxiliares y llevaba en la mano un ramo de plumas fúnebres. Era nuestrohéroe.

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Se ajustó su indumento, miró sin prisa arriba y abajo, luego se aclaró lagarganta y comenzó a cantar con gesto �mido. Entonó la endecha de ElRocío sobre el Peral, y su voz se elevó tan penetrantemente y con talclaridad que sus ecos hicieron retemblar los árboles del bosque. Antes deque hubiera terminado la primera estrofa cuantos lo escuchabansollozaban y escondían sus lágrimas. Empezaron a burlarse del empresarioen jefe del Mercado del Oeste hasta que este, vencido por la vergüenza, ahurtadillas, dejó el dinero que había perdido y huyó, para asombro de lamul�tud.Ahora bien, el emperador hacía poco que había ordenado a losgobernadores de las provincias distantes que conferenciasen con él, en lacapital, una vez al año. A este se le llamaba el «Año del Ajuste de Cuentas».Por ese mo�vo el padre de nuestro héroe se encontraba en la capital conalgunos de sus colegas —no sin previamente quitarse las túnicas e insigniasoficiales—, que se habían deslizado entre la turba para presenciar elconcurso. Con ellos iba un viejo sirviente, marido de la nodriza de nuestrohéroe. Habiendo reconocido el acento y el andar de nuestro joven quisoacercársele pero no se atrevió y rompió a llorar. Sorprendido, el Señor deYingyang le preguntó por qué lloraba.—Señor —repuso el criado—, ese joven que está cantando me recuerda asu perdido hijo.—Mi hijo fue asesinado por ladrones porque yo le di demasiado dinero —repuso el Señor de Xingyang—. Este no puede ser él. —Así diciendo seechó a llorar y volvió a su alojamiento.Pero el viejo criado se acercó a uno de los agentes de pompas fúnebres y lepreguntó quién era el cantante y dónde había aprendido tan rara habilidad.Le contestaron que era el hijo de fulano de tal, y cuando indagó el nombredel muchacho tampoco este le resultó familiar. Pero tan intrigado estaba elviejo criado que determinó probar personalmente. Mas al verlo el jovendio un respingo e intentó ocultarse entre la muchedumbre. El criado lo asiópor la manga y le dijo: «¡Seguramente eres tú!». Y ambos se abrazaron ylloraron y poco a poco se alejaron juntos.Sin embargo, cuando el joven llegó al alojamiento de su padre, el Señor deXingyang se mostró enojadísimo con él y dijo:

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—Tu conducta ha deshonrado a nuestra familia. ¿Cómo te atreves a darmela cara? —Diciendo esto lo sacó de la casa y lo condujo a los terrenossituados entre Qujiang y Xingyuan. Allí lo desnudó y con su fusta le propinóvarios centenares de la�gazos hasta que el joven sucumbió al dolor y sedesmayó. El padre se marchó creyéndolo muerto.Sin embargo, el maestro de canto del joven había pedido a unos amigosque lo vigilaran secretamente, y aquellos volvieron para darle cuenta de losucedido. Todos se turbaron en extremo y enseguida despacharon a doshombres con una estera roja para que lo sepultaran. Cuando llegaronadvir�eron que aún le la�a el corazón, y cuando lo tuvieron incorporadoalgún �empo, comenzó a respirar de nuevo. Lo llevaron, pues, a su casa yle administraron alimento líquido por medio de un absorbente. A lamañana siguiente recobró el sen�do, pero no pudo mover brazos nipiernas. Además, las llagas hechas por los la�gazos se infectaron yexhalaban un hedor que sus amigos no podían soportar, y una noche loabandonaron junto al camino.Los peatones, sin embargo, se compadecían de él y le arrojaban migajas decomida. Por eso, no se murió de hambre. Al cabo de tres meses se sin�óbastante bien para cojear con ayuda de un palo. Ves�do con un gabán dehilo —anudado en cien lugares que parecía tan harapiento como la cola deuna codorniz— y llevando un plato roto en la mano, se dio a pedir limosnapor los dis�ntos barrios de la ciudad. El otoño había cedido paso alinvierno. Él pasaba la noche en retretes y sótanos, y los días rondandomercados y barracas.Un día en que nevaba fuerte, el hambre y el frío lo habían lanzado a lascalles. Su amargo clamor punzaba el corazón de cuantos lo oían. Pero lanieve era tan espesa que apenas había una casa con la puerta exteriorabierta.Ya a la entrada oriental del barrio de Anyi, se dirigió hacia el norte a lolargo de la muralla hasta llegar a la sép�ma u octava casa y vio que habíandejado la mitad izquierda de su doble puerta, abierta. Era esta la casadonde vivía a la sazón la joven Li Wa, aunque el joven no lo sabía.Se paró ante la puerta gritando con persistencia. Y el hambre y el fríohabían hecho su plañido tan las�mero que apenas se podía soportar eloírlo.

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La muchacha lo escuchó desde su alcoba y dijo a su doncella:—Ese es mi amante. Conozco su voz.Voló a la puerta y lo encontró allí, tan enflaquecido, tan extenuado ycubierto de llagas que apenas si parecía un ser humano.—¿Es posible que seas tú? —exclamó ella conmovida. El joven se limitó aasen�r con la cabeza, demasiado embargado por la cólera y la excitaciónpara hablar.Ella le arrojó los brazos al cuello, luego lo envolvió en su propia chaquetade seda, lo condujo a la cámara occidental y dijo con voz ahogada:—Todo lo que ha sucedido es culpa mía —y con estas palabras sedesvaneció.La vieja llegó presurosa llena de alarma y gritando:—¿Qué es esto?Cuando la muchacha, después de recobrado el sen�do, contó lo sucedido asu madre, esta, de inmediato, interpuso objeciones:—¡Échalo rápidamente! —gritó—. ¿Para qué lo has traído aquí?Pero la muchacha contestó con gravedad:—¡No! Este es el hijo de una noble casa. En un �empo rodaba suntuososcarruajes y ves�a ropas riquísimas. Al año de haber venido a nuestra casaperdió cuanto tenía. Entonces me deshice de él mediante un despreciableardid. Hemos arruinado su carrera y hecho que sus semejantes lodesprecien. El amor de padre e hijo es inculcado por el cielo; sin embargo,por nuestra causa su padre endureció su corazón y quiso matarlo,abandonándolo luego hasta que quedó reducido a este lamentable estado.Todo el mundo en esta �erra sabe que fui yo quien lo trajo a su actualsituación. La corte está llena de parientes suyos. Una vez que lasautoridades quieran inves�gar este asunto, nos hundiremos. Y puesto quehemos engañado al cielo y perjudicado a hombres, ningún espíritu sepondrá de nuestra parte. ¿Queremos ofender a los dioses y atraer talesinfortunios sobre nuestras cabezas?»Yo he vivido como hija tuya durante veinte años, y mis gananciasascienden a cerca de mil piezas de oro. Tú �enes ya más de sesenta años, yme agradaría darte lo suficiente para que cubrieras tus gastos duranteotros veinte años, a fin de comprar mi libertad para poder vivir encualquier otra parte con este joven. No iremos muy lejos. Me ocuparé de

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que estemos lo bastante cerca para presentarte nuestros respetos mañanay noche».La anciana vio que la muchacha estaba resuelta y consin�ó. Cuando hubopagado su rescate, le quedaron a la joven bastantes piezas de oro, y conellas alquiló unas habitaciones, a cinco puertas de donde vivía antes. Allídio al muchacho un baño, cambió su ropa, lo alimentó, primero con atolecaliente, que era fácil de digerir, y más tarde con queso y leche.A las pocas semanas ya le daba los manjares más selectos de la �erra y elmar. Lo vis�ó también con los más finos gorros, zapatos y medias que pudocomprar. A los pocos meses comenzó él a ganar en peso, y a fines del añosu salud estaba tan robusta como antes.—Ahora estás otra vez fuerte —le dijo un día la muchacha— y hasrecobrado tu energía. Procura pensar cuánto recuerdas de tus an�guosestudios literarios.—Como la cuarta parte —respondió él tras cavilar un momento.Entonces ordenó ella que dispusiesen su carruaje, y el joven la siguió acaballo. Cuando llegaron a la librería clásica de la puerta lateral, al sur de laTorre de la Bandera, le hizo escoger todos los libros que necesitaba, porvalor de cien piezas de oro. Con estos en el carruaje volvió a la casa. Loobligó a dejar toda otra preocupación, a entregarse en cuerpo y alma a losestudios. Todas las tardes se embebía en sus libros con la muchacha a sulado, y no se iba a dormir antes de medianoche. Si ella veía que estabafa�gado, le aconsejaba escribir un poema o una oda como vía de reposo ydistracción.En dos años hizo grandes progresos, después de haber leído todos loslibros del reino.—Ahora puedo presentarme a exámenes —dijo.Pero ella le contestó:

—No, es mejor que lo repases todo de nuevo, a fin de estar listo paracualquier con�ngencia.

Y al cabo de otro año le dijo:—¡Ahora sí puedes!Pasó los exámenes con altas calificaciones en la primera prueba y sureputación se difundió por todo el Ministerio de Ceremonias. Hasta

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hombres maduros cuando leían sus composiciones experimentaban elmayor respeto por él y querían ser amigos suyos.Pero la muchacha le decía:—¡Aguarda un poco! Hoy en día cuando un bachiller en artes ha pasadosus exámenes, cree que merece llegar a ser un alto funcionario y gozar defama a través de todo el imperio. Pero tu sombrío pasado te pone endesventaja al lado de los eruditos compañeros tuyos. Tienes que afilar tusarmas para ganar una segunda victoria. Entonces podrás rivalizar con losmás doctos.El joven, pues, siguió trabajando con más ahínco que nunca y su reputaciónaumentó. Ese año había un examen especial para seleccionar eruditos desobresaliente talento de todas partes del imperio. El joven escogió el temasobre crí�ca de gobierno y consejos al emperador, y quedó en primer lugar.Fue nombrado Inspector del Ejército en Chengdu. Muchos altosfuncionarios del gobierno eran ahora amigos suyos.Cuando estaba a punto de asumir su puesto, la muchacha le dijo:—Ahora que has recuperado tu posición apropiada, ya no me parece quete he infligido daño. Déjame marcharme e ir a cuidar a la vieja hasta quemuera. Debes casarte con alguna hija de gran familia, que sea digna de tusantepasados. No te perjudiques con un casamiento imprudente. ¡Cuídatemucho! Tengo que dejarte.—¡Si me dejas, me degollaré! —exclamó el joven rompiendo en lágrimas.Pero ella insis�a en que debían separarse.Él le rogó cada vez más apasionadamente, hasta que ella le dijo:—Está bien. Yo iré con�go al otro lado del río hasta Jianmen. De allí debovolver acá.Él aceptó.Al cabo de pocas semanas llegaron a Jianmen. Antes de marcharse seenteraron de que una proclama anunciaba que el padre del joven, quefuera gobernador de Changzhou, había sido llamado a la capital ynombrado gobernador de Chengdu e inspector de Jianmen. Doce díasdespués el gobernador Chengdu llegó a Jianmen, y el joven envió su tarjetaa la estación de posta donde paraba aquel. El señor de Yingyang no podíacreer que este fuera su hijo. Sin embargo, la tarjeta ostentaba los nombresdel padre y el abuelo del joven, con sus rangos y �tulos. Estaba pasmado.

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Envió por su hijo y, cuando este llegó, se arrojó a su cuello, llorandoamargamente.—Ahora eres otra vez mi hijo —dijo, y pidió contara lo sucedido. Cuando lohubo escuchado, el Señor de Yingyang se quedó hecho una pieza e inquiriódónde se hallaba la muchacha.—Vino hasta aquí conmigo —contestó el joven—. Pero ahora se vuelve.

—No puede ser —declaró el padre terminantemente.Al siguiente día llevó a su hijo en su carruaje a Chengdu, pero dejó a lajoven en Jianmen, no sin buscarle un adecuado alojamiento. Al otro díaordenó al casamentero que arreglara la boda y preparara las seisceremonias para darle la bienvenida a la novia. Así, pues, se casaron comoes debido. En los años que siguieron la muchacha demostró ser una esposadevota y una competente ama de casa, amada por toda su parentela.Años más tarde los padres del joven murieron, y él dio tales muestras depiedad filial en el luto que un hongo divino apareció en el techo de la chozafúnebre y el grano en aquel distrito creció con tres espigas en cada tallo.Las autoridades locales reportaron esto al emperador y también leinformaron de que varias docenas de golondrinas blancas habían hecho sunido en los aleros del techo de nuestro héroe. El emperador quedó tanimpresionado que inmediatamente elevó al joven de rango.Cuando terminaron los tres años de luto, fue sucesivamente ascendido avarios puestos importantes. En diez años fue gobernador de variasprovincias en tanto que a su esposa se le dio el �tulo de DuquesaQuianguo. Tuvieron cuatro hijos, todos los cuales llegaron a ser altosfuncionarios, y hasta el menos destacado de ellos llegó a ser gobernadorde Taiyuan.Los cuatro hijos se casaron con doncellas de grandes familias, de suerteque todos sus parientes eran poderosos y prósperos y su buena fortunainigualada.¡Cuán asombroso que una cortesana hubiera dado muestras de unaconstancia raras veces sobrepujada por las heroínas de antaño! ¡Es cosaque de veras lo deja a uno sin aliento!Mi �o abuelo fue gobernador de Jinzhou, funcionario del Ministerio deHacienda, y más tarde inspector de Carreteras y Vías Fluviales. Elprotagonista de esta historia fue su predecesor en estos cargos, de modo

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que mi �o abuelo conocía todos los detalles de sus aventuras. Un día,durante el período de Zhenyuan (785-805), Li Gongzuo de Longxi y yohablábamos de las esposas que se habían dis�nguido por su integridad, yle conté la historia de la Duquesa de Qianguo. Escuchó con extasiadaatención y me pidió que la escribiera. Por eso tomé mi pincel, lo mojé en�nta, y anoté este tosco bosquejo de lo sucedido para conservarlo. Fueescrito en el octavo mes del año Yihai (795).

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L

WUSHUANG, LA INCOMPARABLEXue Diao

13

iu Zhen, un cortesano del período Jianzhong (780-783), tenía un sobrinollamado Wang Xianke a quien crio en su familia porque el padre de

Wang había muerto. La hija de Liu, Wushuang, la incomparable era unosaños más joven que Wang y los dos niños jugaban juntos; y la esposa de Liuquería tanto a su sobrino que le decía mil nombres mimosos.Transcurrieron varios años durante los cuales Liu fue tan bondadoso comole era posible con la viuda de su hermano y su hijo.Un día la madre de Wang cayó enferma y ya moribunda dijo a Liu:—No tengo más que este hijo y tú sabes cuánto lo quiero. Lamento no vivirhasta verlo casado. Wushuang es una chica bella e inteligente y a ellatambién la quiero mucho. No la cases en otra familia. Te con�o a mi hijo. Sitú consientes en el matrimonio de ambos, moriré contenta.—Tranquilízate; vas a curarte —repuso Liu—. No te preocupes por nadamás. —Pero la madre del joven murió, y Wang llevó el ataúd a su casa deXiangyang para sepultarlo.Al cabo de los tres años de luto pensó: «Estoy solo en el mundo. Mejor esque tome una esposa y tenga hijos. Wushuang �ene ya edad para casarse,y mi �o no volverá sobre su palabra aun cuando ahora es un altofuncionario». Preparó su equipaje y par�ó para la capital.Ya entonces Liu era comisario de la contribución territorial y tenía unamagnífica mansión, siempre llena de visitantes de alto rango. CuandoWang se le presentó, Liu lo alojó en la escuela familiar con sus hijos. Mas,aunque reconocido como sobrino, durante largo �empo el joven no oyódecir nada sobre el matrimonio. Había visto un día a Wushuang desde unaventana y comprobó que era tan radiantemente hermosa como una diosabajada a la �erra. Se enamoró locamente de ella; pero, temeroso de que su�o no consin�era en el matrimonio, vendió cuanto tenía para reunir variosmillones en efec�vo. Con este dinero proporcionó generosas propinas a losasistentes y sirvientes de su �o y su �a, y dio fiestas y banquetes en que seprodigaba el vino, hasta que hubo ganado el acceso al interior de la casa.

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También trataba con el mayor respeto a los primos entre quienes vivía. Eldía del cumpleaños de su �a, le dio mucho gusto comprándole bellísimos yraros presentes, dijes de cuerno de rinoceronte tallado y de jade. Y unosdiez días después, envió una vieja a pedir la mano de Wushuang.—Esto es lo que yo también quiero —dijo la �a—. Tenemos que hablarsobre el par�cular.Días más tarde un criado le informó:

—La señora ha estado conversando con el señor acerca del matrimonio.Pero a juzgar por la forma en que se condujo el amo, parece haber algún

tropiezo.Cuando Wang oyó tal cosa cayó en una profunda desesperación y no pudodormir en toda la noche, por miedo de que su �o se negase. Sin embargo,siguió haciendo cuanto pudo por agradarle.Un día Liu fue a la corte pero regresó a casa, al amanecer, galopando,sudando y sin aliento, capaz solo de jadear: «¡Echen los cerrojos a lapuerta! ¡Pronto!». Luego todo fue confusión en la casa, y nadie podíaadivinar lo que había sucedido. A poco, Liu les dijo:—Las tropas de Jinyuan se han sublevado, y Yao Lingyan ha entrado en elEdificio Hanyuan de la corte imperial con sus fuerzas armadas. Elemperador ha salido de palacio por la Puerta del Norte, y todos susministros han huido con él. El afecto por mi esposa e hija me han hechoregresar para poner mis asuntos en orden. Llamen enseguida a mi sobrino,a quien con�o mi familia y concedo la mano de mi hija Wushuang.Al enterarse de esto Wang quedó sorprendido y encantado. Dio las graciasa su �o, quien después de mandar cargar veinte acémilas de oro, plata yseda, le dijo:—Cámbiate de ropa y saca estas cosas por la puerta de Kaiyuan, luegoalquila aposentos en una posada tranquila. Yo llevaré a tu �a y a Wushuangpor la Puerta Qixia, y nos reuniremos con�go.Wang hizo lo que se le dijo, aguardó en un mesón en las afueras de laciudad; a la puesta del sol todavía no habían llegado, y desde el mediodíase habían cerrado las puertas de la ciudad. Cansado de mirar hacia el suren espera de la llegada de la familia de su �o, Wang montó a caballo y conuna antorcha en la mano cabalgó alrededor de la ciudad hasta la Puerta

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Qixia. Esta puerta también estaba cerrada y había ante ella guardas congarrotes en la mano. Unos de pie y otros sentados.—¿Qué ha sucedido en la ciudad? —se aventuró a preguntar Wang,desmontando—. ¿Alguien ha pasado por esta vía?—El Mariscal Zhu Tse se ha proclamado emperador — dijo uno de losguardas—. Por la tarde un hombre ricamente ves�do que llevaba consigocuatro o cinco mujeres trató de salir por esta puerta. Todos en la calle loconocían. Decían que era Liu, el comisario del impuesto territorial, por loque el oficial que mandaba aquí no lo dejó pasar. Más tarde llevaron a todasu familia a la parte norte de la ciudad.Wang estalló en sollozos y volvió a su posada. Hacia la medianoche laspuertas de la ciudad se abrieron de golpe y brillaron como el díainnumerables antorchas mientras que soldados portando espadas y otrasarmas salían en tropel a grito herido, para dar caza y matar a cualquiercortesano que hubiera huido. Abandonando sus pertenencias, Wang huyóposeído de pánico.Al cabo de tres años, pasados en su casa de campo de Xiangyang, cuandollegaron nuevas de que la rebelión había sido aplastada, restaurado elorden en la capital, y pacificado todo el imperio, regresó a Chang’an paraaveriguar lo que había sido de su �o. Había llegado al sur del barrio deXinchang y al detener su caballo sin saber a dónde ir, alguien lo abordó; ymirándolo fijamente vio Wang que era su an�guo sirviente Saihong. EsteSaihong había servido al padre de Wang, y Liu, viendo que era ú�l, loconservó a su lado. Wang asió su mano y ambos derramaron lágrimas.—¿Están bien mi �o y mi �a? —indagó el joven.

—Viven en el barrio de Xinghua —contestó Saihong.—Allá voy entonces —exclamó Wang arrebatado de gozo. —Ahora soy unhombre libre —dijo Saihong—. Vivo con un sujeto que �ene una pequeñacasa propia y se gana la vida vendiendo seda. Ahora es tarde. Mejor es quepases la noche conmigo, y mañana podremos ir juntos.Saihong, pues, lo llevó a su casa, donde comieron y bebieron bien y enabundancia. Más tarde, en la noche, se enteraron de que, por habertrabajado Liu para los rebeldes, él y su esposa habían sido ejecutados yWushuang llevada al palacio como doncella.

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En su dolor Wang rompió en un llanto desgarrador que despertó la piedadde todos los vecinos.—Ancho es el mundo —dijo a Saihong—, no tengo parentela propia.¿Dónde podré ir? —Luego preguntó—: ¿Queda alguno de los an�guosservidores de la familia?—Solo Caiping, la doncella de Wushuang —replicó Saihong—. Ahoratrabaja en casa del general Wang, capitán de la guardia imperial.—Si no puedo volver a ver a Wushuang —suspiró Wang—, al menos morirécontento si puedo ver siquiera a su doncella.Hizo una visita al general que había sido amigo de su �o, le contó toda suhistoria de principio a fin y pidió redimir a la doncella mediante una buenasuma de oro. El general se conmovió con su relato y convino en ello.Entonces Wang alquiló una casa, donde vivió con Saihong y Caiping.

—Joven amo —le dijo un día Saihong—, ahora eres un hombre hecho yderecho, y debieras buscarte algún puesto oficial en vez de pasarte el día

aba�do en casa.Wang se dejó persuadir y solicitó la ayuda del general. Este lo recomendóal magistrado de la Ciudad Li, quien consiguió hacerle nombrar magistradode Fuping y a la vez jefe de la estación de posta de Changle.Varios meses después llegó un informe de que un oficial de palacio llevaríaa treinta doncellas des�nadas al servicio al mausoleo para poner aquelsi�o en buen orden. Viajarían en diez carruajes encor�nados y sedetendrían en la parada de postas de Changle.—He oído decir que las doncellas selectas de palacio son todas muchachasde buenas familias —dijo Wang un día a Saihong—. Me pregunto siWushuang estará con ellas. ¿Podrías averiguármelo?—Hay millares de doncellas en el palacio —repuso Saihong—. ¿Por quéWushuang ha de ser una de ellas?

—Ve de todos modos —le instó Wang—. Nadie sabe.Por consiguiente Saihong fingió ser un funcionario de estación y fue ahervir té fuera de la cor�na del alojamiento de las doncellas. Wang le diotres monedas y le dijo:—Quédate junto al hornillo. No abandones el si�o. Y si la ves infórmameenseguida.

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Pero las doncellas del palacio permanecían fuera de la vista, al otro lado dela cor�na, y solo podía oírlas parloteando por la noche. Cuando se hizotarde y todo estaba en calma, Saihong lavó sus escudillas y a�zó el fuegopero no se atrevió a dormir. De repente alguien lo llamó desde el otro ladode la cor�na.—¡Saihong! ¡Saihong! ¿Cómo supiste que yo estaba aquí? ¿Está bien miprome�do? —Luego oyó unos sollozos.—Nuestro joven amo está ahora a cargo de esta estación de posta —dijoSaihong—. Se imaginó que podías estar aquí hoy, por lo que me envió asaludarte.—Ahora no puedo decirte nada más —replicó la joven—. Mañana, despuésque partamos encontrarás una carta para mi prome�do debajo de lacolcha púrpura en el pabellón del norte. —Después de decirle esto, sealejó.A poco Saihong oyó una gran conmoción dentro y gritos de «¡Se hadesmayado!». El oficial a cargo de las doncellas pidió a gritos un cordial.Era Wushuang la que se había desmayado.Saihong corrió a contar todo aquello a Wang, quien lleno de desesperaciónpreguntó:—¿Cómo podré verla?—El puente de Wei está en reparación —sugirió Saihong—. Podrías fingirque eres el funcionario encargado de las obras y situarte cerca de donde�enen que pasar los carruajes. Cuando Wushuang te reconozca, apartará lacor�na y la verás.Wang hizo lo que le proponía Saihong. Cuando pasó el tercer carruaje, secorrió la cor�nilla y la vista de Wushuang lo llenó de pesar y de nostalgia.Entretanto Saihong había hallado la carta debajo de la colcha del pabellón.Eran cinco hojas de papel con un diseño impreso, cubiertas con la escriturade la joven, contándole todo lo sucedido y su extrema desdicha. Wangderramó amargas lágrimas mientras leía, experimentando en su corazón lacerteza de que nunca volverían a encontrarse otra vez. Pero en unapostdata a la carta Wushuang escribía: «He oído decir que en Fuping hayun alguacil nombrado Gu Ya que es un hombre a quien se puede acudircuando está uno en apuros. ¿No podrías rogarle que te ayudara?».

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Wang pidió a su superior que lo relevara de sus obligaciones en la estaciónde postas y volvió al puesto de magistrado en Fuping. Visitó al alguacil Guen su casa de campo y siguió haciéndole frecuentes visitas durante todo unaño, tratando por todos los medios de agradarle, haciéndole innumerablespresentes de seda bordada y joyas preciosas. Pero ni una sola palabrapronunció en todo ese �empo sobre su aspiración. Y cuando finalizó eltérmino de su cargo se quedó en el distrito.Un día Gu fue a verlo y le dijo:—Yo soy un soldado rudo, entrado ya en años. No hay mucho que puedahacer por alguien. Pero tú me has tratado bien, y experimento la sensaciónde que quieres algo de mí. Siento la caballerosidad y aprecio tu amistadtanto que tengo el propósito de pagarte tus bondades aunque me cueste lavida.Wang derramó lágrimas e hizo una profunda reverencia; luego contó todasu historia. Cuando la hubo escuchado, Gu miró al cielo y se golpeó con lamano en la cabeza muchas veces.—¡Esto es muy di�cil! —exclamó—. Trataré de ayudarte, pero no esperesresultados muy pronto.Wang volvió a inclinarse y respondió:—Si siquiera pudiese verla otra vez viva, no me importa cuánto �empotenga que esperar.Transcurrió medio año sin una sola nueva. De pronto un día alguien llamó ala puerta de Wang y le entregó una carta de Gu, que decía: «Mi enviado almonte de Mao ha regresado. Ven». Wang salió en el acto al galope, peroGu no le dijo nada. Cuando le preguntó acerca del enviado, replicó:—Le he dado muerte. Bebe una taza de té.Más tarde, aquella noche, le preguntó:—¿Tienes una doncella que conozca a Wushuang?Wang le dijo que Caiping la conocía y en el acto lo hizo llevar a donde seencontraban. Después de examinarlo con cuidado, Gu sonrióaprobadoramente y dijo:—Te la pediré prestada por unos días. Ahora puedes volver a tu casa.Unos días más tarde se comentó que un alto funcionario había pasado porel distrito, y una de las doncellas del palacio había sido muerta. Lleno de

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recelos, Wang le pidió a Saihong que inves�gara, y descubrió que lamuchacha ejecutada era Wushuang. Lloró y sollozó a margamente.—Yo había esperado que Gu pudiera prestarme ayuda —suspiró—, peroahora ella está muerta. ¿Qué voy a hacer? —Derramó lágrimas y lanzóquejidos sin poder dominarse.Aquella misma noche, después de las doce, Wang oyó violentos golpesdados a su puerta y cuando abrió se encontró a Gu con una camilla.—Esta es Wushuang —dijo al recién llegado—. Según todas las aparienciasestá muerta, pero su corazón late aún. Revivirá mañana y puedes darlealguna medicina. Pero ¡estate tranquilo! —Wang llevó a la joven adentro yse mantuvo vigilante a su lado. Al amanecer sus miembros comenzaron atornarse �bios y abrió los ojos, pero al ver a Wang exhaló un grito y sedesmayó. Este corrió a atenderla y le administró cordiales hasta que en lanoche se recobró.—Hoy —dijo Gu a Wang—, te estoy pagando cabalmente tus bondades. Oídecir que un sacerdote del monte de Mao tenía una extraña droga. Todo elque la toma parece morir de repente pero en realidad revive a los tres días.Por eso envié a alguien por dicha droga, y logré conseguir una píldora. Ayerpedí a Caiping que se vis�era como un enviado imperial y le diera aWushuang esta píldora, ordenándole que se suicidara, pues estaba enconnivencia con el par�do rebelde. En el mausoleo fingí ser pariente suyo yredimí su cuerpo con cien piezas de seda. Tuve que sobornar con gruesassumas a todos en el camino para evitar ser descubierto. No debesquedarte aquí más �empo. Fuera de la puerta hallarás diez cargadores demaletas, cinco caballos y cien piezas de seda. Llévate lejos de aquí aWushuang antes del alba. Cámbiense el nombre y cúbranse sus huellaspara evitar problemas.Antes de la aurora, par�eron Wang y Wushuang. Viajaron por las gargantasde la sierra hasta llegar a Changjiang, donde permanecieron unos días.Cuando no oyeron nada de la capital que los alarmara, Wang llevó a suesposa para su casa de campo en Xiangyang, donde permanecieron todasu vida y tuvieron muchos hijos.Hay muchas vicisitudes, extraños encuentros y separaciones en la vidahumana, pero no he oído nada comparable a este relato que confrecuencia digo que es único en la historia. Wushuang perdió su libertad en

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�empos tormentosos, pero Wang permaneció leal a su amor y finalmentela ganó, gracias a las extrañas medidas tomadas por Gu. Después de vencertantas dificultades, la joven pareja logró eventualmente escapar y retornara su hogar, donde vivieron felices como marido y mujer durante cincuentaaños. ¡Una notable historia!

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EL BOTARATE Y EL ALQUIMISTALi Fuyan

14

u Zichun, que vivió a fines de la dinas�a septentrional Zhou (557-581) yprincipios de la dinas�a Sui (581-617) era un joven botarate que

desatendía su hacienda. Disoluto, aficionado a la bebida y a los placeresbajos, pronto malbarató su fortuna; y los parientes a quienes pidió que lo

recibieran en su casa le volvieron todos la espalda porque se negaba atrabajar. Un día de verano, andrajoso y hambriento, ganduleaba hasta muytarde por los alrededores de la puerta occidental del Mercado del Este, sin

saber a dónde ir. Retrato vivo de la miseria, allí estaba mirando al cielo ysuspirando.

Un anciano, apoyado en un bastón, se le acercó y le preguntó:—¿Por qué suspiras?Du le contestó exteriorizando indignación por la falta de piedad de suparentela. El rostro reflejaba sus sen�mientos.—¿Cuánto dinero necesitas? —indagó el anciano.—Podría arreglármelas con treinta o cuarenta mil —repuso Du.—No es bastante —dijo el anciano—. Vuelve a pensar.—Cien mil.—No es bastante. —Un millón.—No es bastante.—Tres millones.—Ya eso es más razonable —declaró el viejo. Sacó algún dinero de lamanga y se lo dio a Du, diciéndole—: Esto es para esta noche. Mañana almediodía te espero en la hostería persa en el Mercado del Oeste. No dejesde llegar a la hora exacta.Du fue puntualmente al siguiente día al si�o indicado, y el anciano le dio nimás ni menos que tres millones en efec�vo, pero enseguida se marchó sindecirle su nombre.Ahora que era rico, Du se convir�ó de nuevo en un botarate, confiado enque había terminado para siempre su vida de vagabundo. Comprómagníficos caballos y ricos trajes, y congregó en torno suyo a muchos

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amigos de francachelas y parrandas para gozar de la música y la danza enel barrio de las cortesanas. Ni una sola vez se le ocurrió inver�r su dinero.En un par de años no le quedaba nada y tuvo que vender sus ricos trajes,sus carruajes y sus caballos para comprar otros más baratos. A la postrevendió su úl�mo caballo y compró un asno, luego vendió el asno y tuvoque andar a pie, hasta que finalmente se encontró tan indigente comoantes.Una vez más no supo qué hacer, y solo podía lamentar su suerte a la puertadel mercado. De pronto apareció el anciano, lo tomó de la mano y le dijo:—¡Cómo! ¿Reducido a esto otra vez? Dime cuánto necesitas y te ayudaré.Du tuvo vergüenza de responderle, y aunque el viejo seguía apremiándoloél insis�a en rechazar la oferta. Por fin el anciano dijo:—Ve mañana al mediodía al si�o donde nos vimos antes.A pesar de su vergüenza, Du fue y recibió diez millones en efec�vo. Antesde aceptar este dinero ya había decidido doblar una nueva hoja y entrar ennegocios a fin de sobrepujar a los hombres más ricos. Pero con el dinero yaen sus manos, olvidó las buenas resoluciones y se entregó a los placerescomo antes. Naturalmente, a los tres o cuatro años estaba más pobre quenunca y de nuevo se encontró con el anciano en el mismo si�o. Agobiadopor la vergüenza, Du ocultó el rostro y se volvió para marcharse, pero elanciano lo asió por el brazo y lo detuvo, diciéndole:—¡Qué mal administras! —y sin más ni más le dio otros treinta millones,añadiendo—: Si esto no te cura, no �enes salvación posible.Du pensó: «He llevado una vida disoluta, malgastado toda mi hacienda, yninguno de mis parientes me ha ayudado nunca. Aquí está ese viejo queme ha dado dinero tres veces. ¿Cómo podré pagarle?». Y dirigiéndose alanciano le dijo:—Con esta suma puedo solucionar mis problemas materiales, ayudar a misparientes pobres y sa�sfacer todas mis obligaciones. Le estoyprofundamente agradecido. Después de arreglar todos mis asuntos haré loque digas.—Eso es lo que yo deseo —fue la respuesta del anciano—. Después quehayas arreglado tus asuntos, ve a buscarme al décimo quinto día delsép�mo mes del año que viene, debajo de los enebros gemelos que hayfrente al templo taoísta.

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Como la mayoría de los parientes pobres de Du vivían en el vallemeridional del río Huai, aquel compró más de mil quinientos acres de

�erra cerca del Yangzhou, erigió mansiones en los suburbios de la ciudad yconstruyó más de cien quintas de campo junto a las principales carreteras.

Habiendo establecido allí a sus parientes pobres, concluyó contratos dematrimonio para sus sobrinos y sobrinas y trasladó al cementerio ancestral

los restos de todos los miembros del clan que habían sido sepultados enotra parte. Recompensó también a cuantos le habían auxiliado y saldó

cuentas con sus viejos enemigos. Hecho esto fue al templo el día señalado.Encontró al anciano cantando a la sombra de los enebros gemelos y juntospar�eron para el Picacho de Yuntai en la montaña de Hua. Después dehaber caminado unas quince millas llegaron a una imponente mansión quea las claras se veía no ser la morada de un hombre común y corriente.Sobre ella se cernían claras nubes y por los alrededores revoloteabanfénices y cigüeñas. En el salón central había una paila de más de nueve piesde altura en la cual se estaban cociendo drogas, y la llama púrpuraproyectaba una luz brillante sobre las ventanas. Alrededor de la paila habíamágicas figuras de las Vírgenes de Jade, los Dragones Verdes y los TigresBlancos.Estaba al ponerse el sol cuando el anciano se quitó la ropa corriente quellevaba y se mostró como un sacerdote ataviado con un gorro amarillo yuna esclavina roja. Dio a Du tres píldoras de mármol blanco y una copa devino, y lo hizo sentarse sobre una piel de �gre junto a la pared occidentalmirando al este.—¡No pronuncies ni una sola palabra! —le advir�ó—. Ni siquiera si vieresdeidades, demonios, vampiros, bes�as salvajes, los horrores del infierno, oa tus parientes atados y en la más espantosa agonía: todo será ilusión. Perono debes hablar ni moverte. No temas, porque no te sobrevendrá ningúnmal. A toda costa recuerda lo que te he dicho. —Y con estas palabrasdesapareció.Cuando Du recorrió el salón con la vista, no vio nada más que una jarrallena de agua.Apenas se hubo marchado el sacerdote, las colinas y los valles circundantesse cubrieron de millares de carros de guerra y de jinetes tremolandobanderas y blandiendo relucientes armas. Sus gritos de combate hacían

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retemblar cielo y �erra. Su comandante tenía más de diez pies de estaturay tanto él como su caballo estaban cubiertos de dorada armadura queofuscaba la vista. Este gigante condujo a varios centenares de guerreros endirección al salón, donde desenvainaron sus espadas y tendieron sus arcos.—¿Quién eres? —rugió el comandante dirigiéndose a Du—. ¿Cómo teatreves a enfrentarte conmigo?Todos los guerreros avanzaron con las espadas desnudas para preguntarlea Du su nombre y por qué se encontraba allí. Pero él no pronunció una solapalabra. Esto los enfureció tanto que gritos de «¡Asaetéalo! ¡Mátalo!»,resonaron como truenos. Mas Du seguía callado, y por úl�mo elcomandante se re�ró furioso.Enseguida se precipitaron en el salón en gran número feroces �gres,mor�feros dragones, grifos, leones y decenas de millares de cobras,rugiendo y silbando, amenazando con tragarse a Du o arrojarse sobre él.Pero ni un solo músculo de su cara se movió, y pronto se desvanecierontodos aquellos monstruos.Entonces comenzó a caer una lluvia torrencial y se oscureció el día. Losrelámpagos relumbraban a su alrededor y a su lado caían rayos, hasta queno pudo abrir los ojos. A poco en el pa�o había más de diez pies de aguaque penetraba en el salón con la rapidez del relámpago, el estruendo delos truenos y tan persistente como un diluvio. En un abrir y cerrar de ojosel agua había llegado a Du. Pero este seguía sentado en su si�o sin hacercaso hasta que el diluvio desapareció también.Muy pronto regresó el comandante, al frente de unos carceleros concabeza de toro y otros repugnantes demonios del infierno. Colocarondelante de Du una paila hirviente y lo rodearon de largas picas, espadas ytridentes.—Si dice su nombre, déjelo ir —ordenó el comandante—. Si no, atraviésalode parte a parte y échalo en la paila.A pesar de eso Du no dijo nada.Entonces trajeron a su esposa y la arrojaron al pie de la escalinata queconducía al salón. Señalando para ella, dijeron a Du:—Habla y la perdonaremos.Pero él siguió sin replicar.

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Enseguida le dieron la�gazos a la mujer y la apalearon. Dispararon flechas yla sajaron, quemaron y marcaron con hierro candente, hasta que todo sucuerpo era una sanguinolenta masa agonizante.—Yo sé que soy una simple mujer que no te merezco —gritó—. Pero te heservido durante más de diez años. Ahora los demonios se han apoderadode mí y el dolor que experimento es más de lo que puedo soportar. No tepediría que te humillases a rogarles; pero si pronuncias una sola palabrame perdonarán la vida. ¿Cómo puedes ser tan despiadado que esca�messiquiera una palabra? —Las lágrimas le corrían por las mejillas mientras lereprochaba y maldecía. Pero Du seguía sin prestar atención.—¿Te imaginas que no puedo darle muerte? —preguntó el comandante. Yenseguida ordenó a los demonios que trajesen una cuchilla de carnicero yrabanó los pies de la mujer pulgada a pulgada. La esposa de Du chillaba dedolor, pero él seguía sin prestar atención.—Este bribón es bien versado en la magia —comentó el comandante—. Nopodemos dejarlo vivir. —Y ordenó a sus guardas que matasen a Du.Cuando lo hubieron inmolado, su espíritu fue arrastrado ante el rey delinfierno.—¿Es este el brujo del Pico Yuntai? —preguntó el rey del infierno—.Tortúralo.Enseguida le echaron plomo derre�do por la garganta, lo golpearon convarillas de hierro, lo majaron con manos de almireces, lo trituraron entrepiedras de molino, lo arrojaron a un foso de fuego, lo hirvieron en unapaila y lo arrojaron contra una selva de espadas. Mas a través de todos sussufrimientos tuvo presente lo que le había dicho el sacerdote, y no dejóque el menor quejido se escapara de sus labios. Cuando sus carcelerosanunciaron que se le había some�do a todas las torturas, el rey dijo:—Este es un bribón. No debe permi�rse que sea un hombre. Que renazcacomo mujer en la familia de Wang Qin, el magistrado del distrito deShanfu, en Songzhou.Entonces Du renació como una mujer. De niña fue delicada y a menudoenfermaba. Ni un solo día se vio libre de un doloroso tratamiento médico.Una vez se cayó de la cama y en otra ocasión cayó en la estufa. El dolor fueintenso, pero no se le escapó ni un sonido. Creció hasta conver�rse en unabella joven, pero no pronunció nunca una palabra, por lo que su familia

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creyó que había nacido muda. Sus parientes la insultaban de muchos ydiversos modos, pero ella nunca les replicaba. Un hombre docto del mismodistrito, nombrado Lu Gui, oyó hablar de la belleza de aquella joven muda yenvió a un casamentero a pedir su mano. Cuando la familia se la negó porser ella muda, Lu dijo:—No �ene que hablar para ser buena esposa. Y será un excelente ejemplopara las mujeres que hablan demasiado.Entonces la familia accedió, y Lu se casó con Du, con la debida ceremonia.Llegaron a amarse, y después de varios años de matrimonio Du dio a luz unhijo. A los dos años de edad el niño era asombrosamente precoz.Lu no podía creer que su esposa fuera realmente muda. Un día,sosteniendo al niño en sus brazos, le habló a Du, pero esta no respondió.Lu ideó varios medios de hacer hablar a su mujer, sorprendiéndola conalgunas tretas, pero Du con�nuaba guardando silencio siempre. Anteaquella ac�tud, Lu montó en cólera y dijo:—En los �empos de antaño el ministro Jia tenía una esposa que lodespreciaba y nunca le sonreía; pero al ver lo buen cazador que era élcambió de parecer. Yo no soy tan malo como ese Jia y mi talento literario esmuy superior a la habilidad cinegé�ca; sin embargo, tú te niegas ahablarme. ¿Para qué sirve un hijo cuando el marido es despreciado por suesposa?Dicho esto, asió al niño por los pies y le estrelló la cabeza contra la pared.El cráneo del pequeño se hizo pedazos, y la sangre corrió varios pies por elpiso. El amor por el hijo hizo que Du olvidara su compromiso y exhalarauna exclamación de horror.Cuando la exclamación se hallaba aún en los labios de Du, este se encontróde nuevo sentado en el salón, con el sacerdote delante de él. Las llamaspurpúreas de la enorme paila atravesaron el techo hasta tocar el cielo, ypor todas partes se prendió un fuego que redujo la casa a cenizas. —¡Miralo que has hecho! ¡Has echado a perder mi trabajo, mentecato! —exclamóel sacerdote—. Solo al amor no pudiste vencer. Si no hubieras exhalado esegrito mi elixir habría quedado completo y tú también hubieras podido serinmortal. ¡Cuán di�cil es hallar a un hombre capaz de alcanzar la divinidad!Sin embargo, puedo volver a elaborar mi elixir, mientras tú sigues siendo

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un mortal y llevando tu vida en la �erra. ¡Adiós! —Luego señaló a Du elcamino de regreso.Du, sacando fuerzas de la flaqueza, miró en torno. En la paila estropeadahabía una barra de hierro como del grueso del brazo de un hombre y devarios pies de largo. Quitándose su ropa exterior el sacerdote comenzó acortar esa vara con un cuchillo.Después de haber regresado al mundo, Du se sen�a avergonzado de nohaberle podido pagar al anciano sus bondades y se juró reparar su fracaso.Pero cuando volvió al Pico Yuntai no había nadie allí. Tuvo que regresartristemente a su casa.

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EL ESCLAVO KUNLUN15

Pei Xing16

urante el período de Dali (766-779) había un joven llamado Cui, guardiadel palacio, de la Orden de los

Mil Toros, cuyo padre era alto funcionario y amigo ín�mo de un ministro.Un día su padre lo envió a visitar al ministro para preguntar por su salud.Cui era un joven apuesto, más bien �mido y tranquilo, de muy buenosmodales. El ministro ordenó a sus doncellas, dedicadas al servicio, quelevantaran la cor�na y lo hiciesen pasar. Al ver como Cui se inclinabaprofundamente y daba el recado de su padre, le cayó muy simpá�co eljoven, por lo que hizo que se sentara, y charlaran.Estaban presentes tres doncellas arrebatadoramente hermosas, quepelaron unos melocotones, los pusieron en cuencos de oro, ver�eroncrema azucarada sobre las frutas y las presentaron al ministro. Este ordenóa una doncella ves�da de rojo que diera una cuchara a Cui; pero el mozoera demasiado apocado para comer delante de las doncellas. Entonces elministro ordenó a la ves�da de rojo que le sirviera la fruta con la cuchara yCui se vio obligado a comerse un melocotón mientras la joven sonreíapicarescamente.Cuando el joven se puso de pie para marcharse, el ministro le dijo:—Vuelve cuando tengas �empo. No te pagues de ceremonias. —Y ordenóa la joven del traje rojo que lo acompañara hasta la puerta. Al salir delpa�o Cui volvió la cabeza para verla, y ella levantó tres dedos, volvió haciaarriba la palma de la mano tres veces, y luego señaló para el espejito quellevaba sobre el pecho y dijo: «¡Recuerda!».Después que Cui contó la visita a su padre, volvió a su sala de estudioperdido en un mar de pensamientos. Se tornó silencioso y aba�do. Sumidoen tristes cavilaciones, no comía nada. Lo único que hacía era declamar unpoema:

Llevado por mi sino a una montaña de hadas, contemplé allí unos ojosradiantes como estrellas. Brilla, a través, la luna, de una cancela roja, y allí

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yace olvidada una blanca belleza.

Ninguno de sus sirvientes sabía lo que le pasaba. Pero había en la familiaun esclavo Kunlun llamado Mole que lo estuvo observando durante algún�empo y al fin le preguntó:—¿Qué es lo que te atribula que se te ve tan triste siempre? ¿Por qué nodecírselo a tu viejo esclavo?—¿Qué saben los sujetos como tú? —replicó Cui—. ¿Por qué fiscalizas misasuntos?—Dime no más —lo instó Mole— y te prometo conseguir lo que deseesesté cerca o lejos.

Impresionado por su tono de confianza, Cui le contó toda la historia.—Eso es muy sencillo —declaró Mole—. ¿Por qué no me lo dijiste antes,en vez de aba�rte como estás?Cuando Cui describió las señas hechas por la joven, Mole dijo:—Eso es fácil de entender. Cuando levantó los tres dedos, quiso decir quehay diez habitaciones en la casa del ministro y que ella ocupa la tercera.Cuando volvió hacia arriba tres veces la palma de las manos estabasumando quince dedos, equivalentes al día quince del mes. Y el espejito ensu pecho representaba la luna llena en la noche del quince. Esa es la fechaen la que quiere que vayas a verla.—¿Tengo alguna manera de sa�sfacer mi anhelo? — preguntó Cui poseídode suma sa�sfacción.—Mañana —repuso Mole sonriendo— es la decimoquinta noche. Damedos medidas de seda azul oscuro para hacer dos trajes sumamenteajustados. El ministro �ene un perro salvaje para custodiar el alojamientode las doncellas y matar a cualquier intruso que intente penetrar allí. Es unanimal de la famosa raza de Haichou, rápido como el rayo y feroz como el�gre. Yo soy el único hombre del mundo que puede matar ese perro. Estanoche lo acabaré a golpes en obsequio suyo.Cui le dio carne y vino al perro salvaje y al anochecer del día siguientepar�ó Mole portando un mar�llo de hierro con cadenas adheridas a él. Enmenos �empo del que se tarda uno en ingerir una comida regresó y dijo:—Ya está muerto el perro. Ahora no hay nada que nos detenga.Poco antes de medianoche, el esclavo ayudó a Cui a ponerse el traje deseda azul oscuro, y con el joven a cuestas saltó unos doce muros hasta

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llegar a los aposentos de las doncellas. Se detuvieron en la tercera pieza. Lapuerta tallada no estaba cerrada, y la lámpara de bronce, encendidaadentro, arrojaba una luz tenue. Oyeron a la joven suspirar mientrasaguardaba expectante. Se estaba poniendo unos pendientes de esmeralday se había recién pintado el rostro, pero en este se adver�a una expresiónde pesadumbre mientras canturreaba:

La oropéndola llora, por su amado penando, que bajo los capullos learrebató su joya; hoy está frío el cielo azul y no hay misiva. Por eso toca

ella en su flauta de jade todos los días, llenos de profunda tristeza.

Los guardas dormían y reinaba la mayor quietud. Cui levantó la cor�na yentró. Durante un momento la muchacha se quedó sin habla; luego saltódel canapé y asiendo la mano de Cui dijo:—Yo sabía que un hombre inteligente como tú entendería las señales quete hice con los dedos. ¿Pero mediante qué magia has llegado hasta aquí?Cui contestó que todo el plan había sido fraguado por Mole y que elesclavo Kunlun lo había llevado hasta allí. —¿Dónde está Mole? —indagó ladoncella.—Allá afuera —repuso Cui.Entonces la muchacha dijo a Mole que pasara adelante, y le ofreció vino enuna escudilla de oro.—Yo procedo de la frontera septentrional y mi familia fue rica —dijo lajoven a Cui—. Pero mi amo actual era comandante del ejército allí y meobligó a ser su concubina. Me avergüenzo de no haber podido matarme yde vivir en la deshonra. Aunque me empolvo y me pinto la cara, mi corazónestá siempre triste. Tenemos exquisitos manjares servidos en vajilla de jadee incienso en pebeteros de oro; ves�mos las más suaves sedas y dormimosbajo colchas ricamente bordadas. Sin embargo, estas cosas no puedenhacerme feliz, cuando a cada segundo pienso que soy una prisionera. Yaque tu sirviente posee esa rara habilidad, ¿por qué no me rescatan de estacárcel? Si yo volviera a ser libre podría morir contenta. Pero quisiera ser tuesclava y tener el honor de servirte. ¿Qué dices, señor?Cui cambió de color y no contestó nada, pero Mole repuso:—Si estás resuelta, la cosa es bien sencilla.La muchacha dio muestras de insólito regocijo.

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Mole pidió primero que lo dejaran sacar el equipaje de la joven. Despuésde haber dado tres viajes, dijo:—Temo que amanezca pronto. —Luego, con Cui y la joven a la espaldasaltó una docena de elevados muros, como cuando habían venido él y eljoven. Y durante ese �empo los guardas del ministro no oyeron nada. Porúl�mo, regresaron al alojamiento de Cui, y escondieron allí a la muchacha.A la mañana siguiente, cuando en la casa del ministro descubrieron queaquella había desaparecido y el perro estaba muerto, el ministro se quedóespantado.—Mi casa siempre ha estado bien custodiada y atrancada —dijo— y sinembargo alguien parece haber venido volando pues no ha dejado huellas.Esto �ene que ser obra de algún aventurero nada común. No digan palabrade lo ocurrido porque podría ocasionarnos algún p erjuicio.La muchacha permaneció oculta en casa de Cui durante dos años. Pero undía de primavera en que fue en un pequeño carruaje a Qujiang para ver lasflores, fue reconocida por un miembro de la casa del ministro. Cuando estese enteró del paradero de la chica, se quedó asombrado y llamó a Cui parainterrogarlo. Lleno de temor y temblando, el joven no se atrevió a ocultarla verdad, sino que le contó al ministro toda la historia de cómo había sidollevado allí por su esclavo.—Ha sido una mala acción de la muchacha —sentenció el ministro—. Peropuesto que te ha servido durante tan largo �empo, es demasiado tardepara demandar jus�cia. Es�mo mi deber deshacernos de tu esclavoKunlun: ese hombre es una amenaza pública.Enseguida ordenó que cincuenta guardas armados hasta los dientesrodearan la casa de Cui y capturaran al esclavo Kunlun. Pero Mole, con unadaga en la mano, saltó el muro con tal velocidad que parecía tuviera alas,como un gavilán. Aunque llovían sobre él las flechas, ninguna lo alcanzó, yen un pestañar logró escapar.La familia de Cui se llenó de pánico. El ministro también se arrepin�ó de loque había hecho y tuvo miedo. Durante todo un año se hizo custodiar denoche por guardas armados de espadas y alabardas.Más de diez años después, un miembro de la familia de Cui vio a Molevendiendo medicinas en el mercado de Luoyang. Parecía tan vigorosocomo siempre.

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EL HOMBRE DE LA BARBA RIZADADu Guangting

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uando el emperador Yang de la dinas�a Sui (605-618) visitó a Yangzhou,ordenó al consejero Yang Su18 que guardara la Capital Occidental. Ahora

bien, Yang Su,ese orgulloso noble, se jactaba de que en aquellos inestables �emposnadie en el imperio tenía mayor poder o pres�gio que él. Dando riendasuelta a su afición al lujo y a su arrogancia, dejó de portarse como unsúbdito. Recibía por igual a funcionarios y huéspedes, sentado en uncanapé, e iba de un lado a otro sostenido por hermosas doncellas,usurpando con su comportamiento las prerroga�vas del emperador. Sepuso peor en su edad provecta cuando, olvidando su deber para con susoberano, no hizo el menor esfuerzo por salvar el reino de la ruina total.Un día, Li Jing, que sería más tarde duque de Wei pero entonces era unciudadano común, solicitó una entrevista para ofrecer consejos sobrepolí�ca gubernamental. Yang Su, como de costumbre, lo recibió sentado. Lise le acercó y le dijo con una reverencia:—El imperio está sumido en una barahúnda y los audaces con�enden porel poder. Como consejero en jefe de la casa imperial, Su Alteza debieraestar pensando cómo reunir en torno suyo a hombres buenos y no deberecibir a los visitantes sentado.Aquellas palabras impresionaron a Yang Su, quien se puso en pie para darexcusas. Después de hablar con Li quedó muy sa�sfecho de él y aceptó sumemorándum.Mientras Li había estado discurseando con elocuencia, una de las doncellasde Yang —una chica muy bella que se hallaba frente a ellos con un cepillorojo en la mano— lo había estado mirando fijamente. Cuando Li semarchaba, la joven dijo al oficial de la puerta:—Pregúntale su nombre y dónde vive. —Li se lo dijo al oficial. La muchachahizo un gesto de asen�miento con la cabeza y se re�ró. Mientras, Liregresaba a su hostería.

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Aquella noche, poco antes del alba, se oyó llamar suavemente a la puertade Li, y cuando este se levantó a abrir se encontró con un desconocidotocado con un gorro y ataviado con una veste púrpura; llevaba un bastón yun saco. Como le preguntó quién era, el extraño dijo:—Yo soy la doncella del cepillo rojo que viste en casa del consejero Yang.Li la dejó pasar en el acto. Cuando se quitó la ves�menta exterior y elgorro, vio que era una hermosa joven de unos diecinueve años, de tezclara, y ves�da con ropas flamantes. Hizo una reverencia que él devolvió.—He servido a Yang Su largo �empo —dijo la muchacha—, y he vistomuchos visitantes. Pero nunca hubo ninguno como tú. La hiedra no puedecrecer por sí sola sino que necesita un árbol al que adherirse. Por eso hevenido a �.—Pero el consejero Yang �ene un gran poder en la capital; ¿cómo esposible hacer eso? —dijo Li.—Que no te importe, es un viejo imbécil —replicó ella—. Muchasdoncellas se han marchado, sabiendo que él caerá; y él se esfuerza muypoco en recobrarlas. He reflexionado mucho sobre este paso. No tepreocupes.Al preguntarle su nombre dijo a Li que se llamaba Chang y que era la mayorde su familia. Él la consideró un ángel por su tez, sus modales, su palabra ysu carácter. A la vez feliz y alarmado ante aquella inesperada conquista, notenía un momento de paz espiritual. La gente curiosa no cesaba de a�sbara través de su puerta y durante unos cuantos días se emprendió unabúsqueda nada ac�va de la desaparecida doncella. Luego Li y la joven,vis�endo magníficos atavíos, huyeron a caballo de la capital a Taiyuan.En el camino se detuvieron en una hostería, en Lingshi. Se preparó la cama,se hirvió carne en la olla, Chang peinaba su larga cabellera frente al lecho yLi estaba atendiendo los caballos a la puerta, cuando llegó cabalgando enun asno de pésimo aspecto un hombre de barba roja y rizada. Arrojó sumaleta de cuero ante la estufa, sacó una almohada y se tendió en la camaa contemplar a la muchacha peinarse. Furioso, pero sin saber qué medidatomar, Li siguió almohazando los caballos. La joven miró fijamente el rostrodel forastero, sosteniendo con una mano su cabello mientras con la otrahacía señas a Li detrás de ella a fin de impedir que se encolerizara. Luego,recogiéndose rápidamente el cabello con alfileres, hizo una cortesía al

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desconocido y le preguntó su nombre. Tendido aún en el lecho élrespondió que se llamaba Chang.—Mi nombre también es Chang —declaró ella—. Puede que yo sea suhermanita.Con una reverencia le preguntó su posición en la familia, y él respondióque era el hijo tercero. Cuando a su vez ella le dijo que era la mayor de sushermanos, el forastero rio y replicó:—Entonces tú eres la mayor de mis hermanitas.—Ven a ver a mi primo —dijo la muchacha, llamando a Li, quien hizo unainclinación de cabeza y se sentó con ellos junto al fuego.—¿Qué están cociendo? —indagó el forastero.—Carnero. Ya debe estar a punto.—Me muero de hambre —dijo el hombre de la barba rizada. Mientras queLi salió a comprar pan, el hombre sacó de su cinturón una daga y trinchó lacarne de carnero. Comieron juntos, y después de haber terminado, elforastero hizo lascas de lo que quedaba y se lo dio al asno. Todo fue hechoen un instante.—Pareces un hombre muy pobre —observó el desconocido dirigiéndose aLi—. ¿Cómo te conseguiste una chica tan maravillosa?—Puedo ser pobre, pero no soy necio —contestó Li—. A nadie más se lodiría, pero a � no quiero ocultarte nada.—Y le contó cómo había sido la cosa.—¿A dónde vas ahora? —indagó el otro.—A Taiyuan —repuso Li.—Entre paréntesis, he venido sin ser invitado: ¿�enes por casualidad vino?Li dijo que al oeste de la hostería había una taberna, y allí fue a compraruna jarra de vino. Mientras bebían juntos, el extraño dijo a Li:—A juzgar por tu aspecto y conducta, eres un hombre resuelto. ¿Conoces aalgún valiente en Taiyuan?—Conocí hace �empo a un hombre a quien reputaba de verdaderamentegrande —replicó Li—. Mis otros amigos son buenos solo para generales ycapitanes.—¿Cómo se llama?—Se llama también Li.—¿Qué edad �ene?

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—Solo �ene veinte años.—¿Qué es ahora?—Es hijo de un general provinciano.—Me parece que es el hombre que yo ando buscando —declaró elforastero—. Pero tendré que verlo para cerciorarme. ¿Puedes concertaruna entrevista?—Yo tengo un amigo nombrado Lin Wenching que lo conoce bien —dijo Li—. Podemos concertar una entrevista por medio de Liu. Pero, ¿para quédeseas verlo?—Un astrólogo me dijo que había habido un extraño presagio en Taiyuan, yque yo debía de estudiarlo. Ustedes parten mañana, ¿cuándo llegarán?Li calculó el �empo que tardarían y el desconocido dijo:—Espérame al romper el alba en el puente de Fenyang, el día siguiente detu llegada.Luego montó en su asno y se alejó con tal velocidad que pronto se perdióde vista.Li y la muchacha se quedaron asombrados y encantados.—Tan bravo sujeto no nos engañará —se dijeron—. No tenemos quepreocuparnos.—Al poco rato fus�garon sus cabalgaduras y par�eron.El día señalado entraron en la ciudad de Taiyuan, y les sa�sfizo muchovolver a encontrar al forastero. Fueron en busca de Liu y le dijeron:—Un buen adivino quiere verse con Li Shimin.19 ¿Quieres enviar por él?Liu es�maba mucho a Li, por lo que inmediatamente envió un mensajero apedirle que viniera. A poco llegó Li Shimin, sin gabán ni zapatos, solo conun capote de piel �rado sobre los hombros. Estaba de e xcelente humor ysu aspecto era muy llama�vo.El hombre de la barba rizada, sentado en silencio en el extremo de la mesa,se sin�ó impresionado apenas lo vio. Después de beber unas copas con élllamó aparte a Li y dijo:—Este es indudablemente el futuro emperador.Cuando Li contó aquello a Liu, este se regocijó sobremanera y se sin�ó a lavez sa�sfecho de sí mismo.Después que Li Shimin hubo par�do, el hombre de la barba rizada declaró:

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—Tengo un ochenta por ciento de seguridad, pero mi amigo el sacerdotetaoísta debe verlo también. Vuelvan ustedes dos a la capital, peroencuéntrense conmigo una tarde en la taberna situada al este de Mahang.Si ven este asno y otro flaco, eso significará que mi amigo el sacerdote y yoestamos allí, y pueden entrar sin �tubeos. —Enseguida se marchó y otravez hicieron lo que se les dijo.El día señalado fueron a la taberna y vieron los dos asnos. Recogiendo lasfaldas de sus ves�dos subieron las escaleras, y se encontraron allí con elhombre de la barba rizada y el sacerdote, que bebían. Se mostraroncontentos de ver a Li, le pidieron que se sentara y bebieron juntos comouna docena de copas.—Abajo, en el aparador —dijo el hombre de la barba rizada—, encontraráscien mil sapecas en efec�vo. Procúrate un lugar tranquilo para alejar a tumujer, y búscame nuevamente otro día en el puente de Fenyang.Cuando Li fue al puente encontró ya allí al hombre de la barba rizada y alsacerdote, y juntos fueron a ver a Liu. Lo hallaron jugando al ajedrez, ydespués de saludarlo se pusieron a charlar. Li envió una nota a Li Shiminpara invitarlo a presenciar el juego. El sacerdote jugó con Liu, mientras queel hombre de la barba rizada y Li miraban.Cuando llegó Li Shimin, su aspecto inspiró respeto a todos. Él se inclinó y sesentó luego, con tal aire de serenidad, y habló tan bien que la atmósferaparecía refrescarse y un resplandor esparcirse por todo el ámbito. Al verlo,el sacerdote se había puesto pálido, y al hacer su siguiente jugada dijo:—Para mí todo ha terminado. He perdido la par�da, y no hay modo deevitarlo. ¿Qué más hay que decir? —Dejó de jugar y se despidió. Una vezafuera dijo al hombre de la barba rizada—: Para � no hay si�o en este país.Es mejor que pruebes tu suerte en otra parte. No cejes ni pierdas laesperanza. —Y decidieron par�r hacia la capital.El hombre de la barba rizada dijo a Li:—Al día siguiente de tu llegada, ven con tu esposa a mi humilde morada.Yo sé que tú no �enes propiedades. Quiero presentarte a mi mujer ydiscu�r los asuntos. No me falles. —Y en un suspiro par�ó.Li volvió cabalgando a su alojamiento. Más tarde fue con su esposa a lacapital a visitar al hombre de la barba rizada. La casa de este úl�mo tenía

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una sencilla puerta de madera. Cuando llamaron, un hombre abrió, hizouna reverencia y dijo:—Hace �empo que el amo aguarda su llegada.Fueron conducidos a través de puertas interiores, cada una más suntuosaque la anterior. En el pa�o había cuarenta jóvenes sirvientas y veinteesclavos que los condujeron al salón del este, donde hallaron una granostentación de raros y preciosos objetos. Tantos eran los cofres magníficos,aparadores, tocados, espejos y dijes que les pareció que habían dejado elmundo de los hombres. Después de haberse lavado se pusieron extraños yexquisitos atuendos, y luego fue anunciado el anfitrión. Este entró tocadocon un gorro de gasa, y cubierto el cuerpo con un gabán de pieles. Suaspecto resultaba magnífico y regio. Cuando se saludaron cordialmente,aquel hizo llamar a su esposa y advir�eron que era también una beldad.Los invitaron a pasar a la sala central, donde tenían preparado un granbanquete que superaba a todos los fes�nes reales. Mientras se celebrabala fiesta, veinte mujeres tañedoras de instrumentos tocaban una músicaque parecía creada en el paraíso. Cuando habían comido hasta saciarse, sesirvió vino. Luego los criados trajeron del salón oriental veinte canapéscubiertos de seda bordada. Quitaron las colchas y Li vio que los canapésestaban cargados de libros de cuentas y de llaves.—Este es todo el tesoro que poseo —dijo el hombre de la barba rizada—.Todo te lo doy. Yo me proponía dis�nguirme en el mundo, y luchar conhombres valientes durante diez años o más para hacerme de un reino. Masahora que se ha encontrado al verdadero soberano, ¿por qué he dequedarme aquí? Tu amigo Li Shimin, de Taiyuan, será un gobernanteverdaderamente grande, que restaurará la paz al imperio después de tres ocuatro años. Con tus dotes sobresalientes, si te esmeras bajo su serenadirección, no hay duda de que llegarás al más alto rango de los consejeros.Y tu esposa, con su gran belleza y discernimiento, ganará fama y honor através de su ilustre marido. Solo una mujer como ella era capaz dereconocer tu talento y solo un hombre como tú capaz de aportarle gloria.Un ministro idóneo está llamado a descubrir un monarca sabio. No esaccidente que cuando el �gre ruja el viento sople, y cuando el dragónbrame se junten las nubes. Puedes emplear mi dona�vo para ayudar alverdadero monarca y realizar grandes hazañas. ¡A ello! De hoy en diez

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años, a varios centenares de millas al sudeste de China, ocurrirán extrañosacontecimientos, será cuando yo realice mi ambición. Cuando llegue esemomento, ustedes dos beberán señalando hacia el sudeste paracongratularme. —Ordenó a sus servidores que ofrecieran sus respetos a Liy a su esposa, diciendo—: De hoy en lo adelante estos son su amo y suama. —Luego el hombre de la barba rizada y su mujer vis�eron uniformesmilitares y se alejaron cabalgando, asis�dos solo por un esclavo. Pronto seperdieron de vista.Después de tomar posesión de la casa del hombre de la barba rizada, Li seconvir�ó en personaje acaudalado y empleó su fortuna en ayudar a LiShimin a conquistar todo el imperio.Durante el período de Zhenguan (627-649), cuando Li era ministro y primerministro interino, los tribeños del sudeste reportaron que mil grandesbarcos y cien mil hombres armados habían penetrado en el reino de Fuyu,dado muerte al rey y ocupado la �erra. Ya todo estaba de nuevo en paz. Lise dio cuenta de que el hombre de la barba rizada había triunfado en suempeño. A su regreso de la corte se lo contó a su esposa, y ambos sepusieron trajes de ceremonia y bebieron apuntando hacia el sudeste paracongratular a su viejo amigo.De esto inferimos que el poder imperial no lo gana cualquier gran hombreque aspire a él, y mucho menos cualquier hombre que no sea grande. Unsúbdito que vanamente intente rebelarse es como una man�s religiosa quese arrojara contra las ruedas de un carro de guerra, porque el cielo haquerido que nuestro imperio prospere durante un miriadar degeneraciones.Se ha sugerido que gran parte de la estrategia militar de Li se la enseñó elhombre de la barba rizada.

Notas

[←1]

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«El mono blanco» es una sá�ra sobre el famoso calígrafo Ouyang Xiu, quien tenía fama deparecerse a un mono. (Todas las notas que aparecen en el texto han sido tomadas de la

edición china).

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[←2]Shen Jiji (750-800) era oriundo de Suzhou y un conocido literato e historiador. Es autortambién de otra narración: «Confidencias de una almohada».

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[←3]En este día, a principios de la primavera, no se encienden los fogones y la gente ingierecomida fría. Es muy probable que esto esté relacionado con el Día de la Comida Fría deépocas remotas, cuando Wen Gong al ser proclamado príncipe de Jin, congratuló a sussubalternos con cargos y premios, por haberlo acompañado en sus penas y alegrías duranteel exilio. Sin embargo uno de ellos, Jie Zitui, quien le había salvado la vida, rechazó todo y sefue a las montañas, pero aun así Jie Zitui no apareció y prefirió morir entre las llamas junto asu madre. Las generaciones posteriores no u�lizaban el fuego en el aniversario de su muerte,de ahí el origen del Día de la Comida Fría.

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[←4]Instrumento musical de viento, tradicional en China.

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[←5]Li Chaowei nació hacia el año 800. Era oriundo de Longxi (hoy provincia de Gansu). Esta bellahistoria sirvió de tema a buen número de dramas escritos en dinas�as posteriores.

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[←6]Según la mitología china, Yao, junto con Shun, ambos héroes muy exaltados en las leyendaspopulares, eran descendientes de Huangdi, deidad que se remonta a los orígenes mismos delpueblo chino. Durante la época de Yao se produjeron grandes inundaciones. Para detenereste verdadero desastre que afectaría al pueblo, Yao empleó sus grandes habilidades.

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[←7]Los an�guos chinos dividían el reino animal en cinco categorías: plumados, cubiertos de piel,de concha dura, escamosos y sin pelos. Las principales especies de estas categorías eran elfénix, el unicornio, la tortuga, el dragón y el hombre. Del hombre, el más inteligente detodos, esos otros derivaron algo de sus virtudes.

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[←8]Vivió al principio del siglo ix. Ha dejado dos volúmenes de poemas, así como este cuento.

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[←9]Li Gongzuo (770-850) era amigo del escritor Bai Zingjian. Quedan de él otros tres cuentos.

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[←10]En estos días todo el pueblo chino celebraba efusivamente, con festejos, el final del inviernoy el arribo de nuevas cosechas que pudieran resultar fruc�feras. Y en este fes�val, que cae enel tercer día del tercer mes, la gente solía bañarse en los ríos para «purificarse» y de esemodo protegerse contra todo mal durante el año siguiente.

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[←11]Bai Xingjian (776-826) era hermano del famoso poeta Bai Juyi. Entre sus obras se incluye lanarración �tulada «Los tres sueños».

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[←12]En la dinas�a Tang la seda se usaba con frecuencia como dinero.

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[←13]Xue Diao (830-872), oriundo de Hezhohg (hoy provincia de Shanyi), era erudito de laAcademia Imperial.

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[←14]Li Fuyan vivió en la primera parte del siglo ix y escribió cinco libros de cuentos y anécdotas.

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[←15]Durante la dinas�a Tang, los esclavos llevados a China desde los mares del Sur erancomúnmente conocidos como esclavos de Kunlun.

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[←16]Vivió durante la segunda mitad del siglo ix. Compiló tres libros de narraciones que tratabanprincipalmente de hadas y espíritus.

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[←17]Du Guang�ng (850-933) era oriundo de Chuzhou (actualmente la provincia de Zhejiang).Estudió taoísmo en la montaña Wutai, en Shanyi, y más tarde vivió como eremita en lamontaña de Qingcheng, en Sichuan. Se afirma que escribió muchos libros, pero solo unospocos cuentos suyos han llegado a nosotros.

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[←18]Escritor que junto a Xue Daoheng, Li E y otros, durante la dinas�a Sui comba�eron, con susobras, tendencias decadentes y apreciaciones falsas, mantenidas por literatos de lasdinas�as del Sur y el Norte.

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[←19]Li Shimin fue hijo de Li Yuan, fundador de la dinas�a Tang. En 626, Li Shimin obtuvo el tronode manos de su padre y supo aprovechar las experiencias y fracasos de la dinas�a anteriorhasta llegar a conver�rse en el famoso emperador Tang Tai Zong, cuya polí�ca y estrategiaprocuraba métodos adecuados que consolidaran el poder feudal, es�mulando,inteligentemente, a sus ministros y asesores a que dieran opiniones e in- formacionesbeneficiosas para su gobierno.