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.. LA ATLANTIDA Y EL DESCUBRIMIENTO DE AMERICA Manuel Jáuregui, S.}." Hace qz4inientos afíos, uno wm:rior al Descu})rimieitto. navegantes de España y Portug<i/ recordarían -asf la creemos- una historül eme. pura los griegos de veinte siglos antes, era Vl!l'da• dera. 14 habia r.e{erttlo Pfatón en 1.1no de sus diálogos. Crttlo:J -uno de los interloczuotes- comaba que /a hobfa recogido (je labios tle Solón, y. éste a su vez. deuna tradición venerable de nueveMil años . Era cotiServaiJ¡¡. por los ancianos sacerdDtes- egipcios: el mito encantador de la At!Jintida. Los atenienses contemporáneos no guardaban (era una lástima), rernl!rdo alguno de la brillante hazaña de sus amepasados Pla<ón, flieto de Drbptdas. la llab!a ol'du leníu 1 O <VIVS de edad y, ahora >'a 1.. eonsigl!aba por escrito. l. EL PAfS QUE LOS GRIEGOS LLA- MARON ATLANTIDA Dicha isla gigantesca fue un reino poderoso de larga historia, hasta que un cataclismo la sume r"&ió en el mar donde apenas ba ncos de aren a seft alan et lugar_ Hubo u nu isla. un pals mucho rnás extenso que el Asia y Litia unidas, situa- do más allá de las Columnas <k Hércu\e.$ (hoy Gibraltar), con un archipiélago de islas menores. Los griegos J¡l denomina· ron At!á ntid·a. De \lsta manera se irücib con Platón una intel'J1linable serie de illquietudes y se alerHó la irnagil1ación de los marinos. La idea de la existencia de pueblos ape- de la Academia Colombiana de la Le"gua,, Wembro de Númaro de la Academia de tli<toria <le ele la ll• la Real Academia Española. Master of Arts de ¡a Universidad de úxford. 49

LA ATLANTIDA Y EL DESCUBRIMIENTO DE AMERICA · con San Brendano, Avalón, Antilla o la de las Siete Ciudades, y algunas más. Los pueblos precolombinos ignora ron, hasta el Descubrimiento,

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LA ATLANTIDA

Y EL DESCUBRIMIENTO DE AMERICA

Manuel Bticeñ~> Jáuregui, S.}."

Hace qz4inientos afíos, uno wm:rior al Descu})rimieitto. num~rosos navegantes de España y Portug<i/ recordarían -asf la creemos­una historül eme. pura los griegos de veinte siglos antes, era Vl!l'da• dera. 14 habia r.e{erttlo Pfatón en 1.1no de sus diálogos. Crttlo:J -uno de los interloczuotes- comaba que /a hobfa recogido (je labios tle Solón, y . éste a su vez.deuna tradición venerable de nueveMil años . Era cotiServaiJ¡¡. por los ancianos sacerdDtes- egipcios: el mito encantador de la At!Jintida. Los atenienses contemporáneos no guardaban (era una lástima), rernl!rdo alguno de la brillante hazaña de sus amepasados preh~tóricos. Pla<ón, flieto de Drbptdas. la llab!a ol'du ct~<JIIdV leníu 1 O <VIVS de edad y, ahora >'a l~Wfu, 1.. eonsigl!aba por escrito.

l. EL PAfS QUE LOS GRIEGOS LLA­MARON ATLANTIDA

Dicha isla gigantesca fue un reino poderoso de larga historia, hasta que un cataclismo la sumer"&ió en el mar donde apenas bancos de aren a seft alan et lugar_ Hubo unu isla. un pals mucho rnás

extenso que el Asia y Litia unidas, situa­do más allá de las Columnas <k Hércu\e.$ (hoy Gibraltar), con un archipiélago de islas menores. Los griegos J¡l denomina· ron At!ántid·a.

De \lsta manera se irücib con Platón una intel'J1linable serie de illquietudes y se alerHó la irnagil1ación de los marinos. La idea de la existencia de pueblos ape-

• Oir~ctor de la Academia Colombiana de la Le"gua,, Wembro de Númaro de la Academia de tli<toria <le Colamh\~. ele la E~le>\~stica ~ ll• la Real Academia Española. Master of Arts de ¡a Universidad de úxford.

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nas soñados estimuló a los v1a¡eros y navegantes, ~n especial a los antiguos marineros a buscar el contecto con lo desconocido. Los inet>.ntivos de esta búsqueda eran, en gen~ral, económicos y debían fundarse en la posibilidad de que el mundo fuera mayor de lo que se pensaba, basados en las nociones geográ­ficas y astronómicas de entonces sobre la forma y extensión de la tietra.

Los mismos griegos - testigo Pinda­ro- c.refan que " nadie se podía atrever a av~nt\U"arse má~ allá de las Columnas de Hércules, de hondfsimos curuentos, rumbo al inaccesible mar, donde no ltabfa sino ti nieblas . . . "Mas, tornando a1 diálogo platónico, uno de los sacerdotes de Sais en el Delta del Nilo, había dicho a Solón, el más sabio de los Siet~, que los helenos eran unos nifios, ya que un grie­go jamás era viejo_: por eso no tenían opinión alguna de las antiguas tradicio· nes que les suministraran una cien~-ia fruto de canas venerables. Solo que esta ignorancia 11ra en ellos una enfermedad incurable. Pues en épocas ant~riores hubo catástrofes gigamescas, tragedias devastadoras y diluvios que el ciclo había. enviado para purificar la tierra, en las cuales Jos hombres, sorprendidos por los cataclismos, perecieron en todas las regiones habitadas. Ca<ia una de esas crtlamidadet hizo desaparecer los monu· mentos escritos )' aún la tradición oral de las grandes hazafias de otros tiempos. Esta era la razón de que Atenas ig,norara a<.¡uel período de la más aJta antiguedad, el de la al10rada Atlántida . ..

2. LOS ROMANOS PROFETIZARON SOBRE UNA ATLANTlDA MIS­TERIOSA

Los romanos parece que tuvieron alguna notici~, así hubiera. sido vaga pero esperanzador4 de. un continente desapa· recido. Lucio Anneo Séneca, filó&ofo,

e\Critor y dramatutgo de comienzos del siglo 1 de nuestra era, el más alto expo­nente de\ estoicismo de la época imperial, ttae un pasaje celebérrimo en todas \as edades, que parecería profetizar el h.alíazgo de esa Atlántida mister1osa. En su tragedia Medea termina el acto 11 con estas palabras que vale la pena recor-dar: ·

"En edades tardias. han de venir unos sig!Ds en que el Océano relajará las cade­nas del mundo y se abrirá una tierra inmensa: Tetis (la diosa del mar) tev\\Jará un nuevo mundo y Tule {el último confiii sepcentr.ional del universo) ya no será la postreta de las tierras".

Y en otro pasaje de !as CuesticJrtes Naturales (Vll, 25) dice que ' ' tiempo vendrá en que un día venturoso y un estudio atento y seguido durante muchos siglos sacará a la lu~ de todos estos míster(os de la Naturaleza". Y ailade: "Vendrá un dfa en que. nuestros descen­die.ntes se admirarán de nuestra ignoran· cia en cosas tan claras".

Así los romanos. Los e.scrltores medievales recibieron esa noticia (le parte de los geógrafos árabes, junto co~ otras tradtciones de ISlas en el occidente del océano, probablemente aquellas que Jos lll;lenos denominaban de Los .l3iena­ventmados o las Islas Afortunadas, de verano pemmnente y envidiable abun­dancia, o de Jos Feacios quizás, de quie­nes havla Homero.

E11 ~a Edad Media, cristianos, arabes y judíos hicieron del diálogo de Platón - d Timeo principalmente- uJJo de SllS

libros canón.icos: lo conocieron, leyeron y releyeron, si no en el t~xto original griego al menos en 13 traducción !atina de Ca1cidio, del siglo Vl de nuestra era.

Para ciertos ca.rtógrafos de los siglos XIV y XV estas se identificaban ~on Madeira y las Canarias o las Azores, o

so lnvesti~3dÓn y OC$3troUo Social, Santafé de Sogotá. CM .. V o. 3 No. 1 EN"E'RO-AQ ftll.- t ~2

con San Brendano, Avalón, Antilla o la de las Siete Ciudades, y algunas más.

Los pueblos precolombinos ignora­ron, hasta el Descubrimiento, la existen­cia de otro mundo. El oriente asiático y las poblaciones que vivían más allá del territorio musulmán fueron una incógni­ta para los pueblos occidenta les y medi ­temtneos.

3. EL RENACIMIENTO CREYO EN LA AAORADA ATLANTIOA

En el Renacimiento se quiso raciona­lizar el mito y se creyó que la anorada Atlántlda era real, y que los viajeros podlan pasar de esta a las demás para ganar todo el Con tinente, en la costa opuesta de un mar que merecía de veras ese nombre. Se sabía además que en uno de los lados, dentro del estrecho de que hablamos, no babia más que un puerto de boca muy cerrada y que, del otro lado hacia afuera, existia un gran océano desconocido. La tierra que lo rodeaba se

• podia llamar con exactitud un Conti­nente.

La Inquietud de Jos eruditos de todos los tiempos se ha apasionado con esas narraciones legendarias de la antigüedad. Los mismos griegos prehistóricos - afladc la leyenda- hubieron de habérselas con el pueblo de los Atlsntes, procedentes de esa isla portentosa que exhtió más aJJ:l de las Columnas de Hércules. Y se preguntan los sabios: ¿fue rea l, o una simpl~ alegoría mitológica? ¿tuvo como punto de partida un acontec imiento auténtico? ¿Era un continente interme­dio de Europa y América? Muchos, que interpretan a la letra y dan valor de relato histórico a Jos textos de Platón. responden que en época antiquisima existió ese continente, la patria primiti-

• va d~ un pueblo, cuya civilización fue el origen de todos los que han venido después. Otros, no "en sino una creación m( tí en de Platón quien, ya viejo y desen-

gañado, buscó en su fantasía poética un mundo diferente donde siíuar sus suellos.

Es imposible, por lo visto, decidir qué es leyenda o realidad. Más la cues­tión sigue preocupando a los hombres de ciencia y a los de cultura media.

4. EL MITO GRIEGO Y LOS RITOS EN I..A POUS PRINCIPAL

Pero remontémonos más arriba. El mito griego nos lleva a Jos orígenes donde, si bien obseiVamos, nos va a parecer encontrar lejanas reminiscencias de los monumentos y fortalezas incaicas y aztecas, y de nuestras cordiUeras y volcanes y pampas y sabanas y fortifica· ciones costaneras.

Porque sucedió, dice la leyenda, que los dioses echaron a suerte la tierra entre ellos. Poseidón recibió como heredad la isla Atlántida e instaló en el macizo central montanoso de la ínsula los hijos que había engendrado de Clito, una joven mortal de quien se había enamora­do y la cual había perdido a sus padres Evenor y Leucipe. Cerca del mar, pero a la altura del centro de toda la isla, había una ~ran llanura -son palabras de Platón- , la más bella de todas las llanu­ras y la más fértil: contigua a esa plani­cie, distante su centro como unos cincuenta estadios, había una montalla que tenia en todas sus partes una altura mediana. Y para defenderla "fortificó y aisló circularmente la acrópolis en que ella vivfa. Con ese fin hizo recintos de mar y de tierra, grandes y pequetlos, unos en torno de otros. Dos de tierra, tres de mar. Y, por así decirlo, los redon· deó comenzando por el corazón de la isla, del cual esos recintos distaban en todas partes de manera igual. En esta fonna resultaban infranqueables para los hombres, pues en aquel entonces no había barcos todavía ni se conoc!a la navegación". Aqú! vivió con ella largo tiempo el divino Poseidón.

ln•·utl¡t•d6n y O.nnollo S<>cial, Son,.re do Bo~oú. Col. V o. J No. 1 E~RO·ABRIL ·1992 SI

Para los hijos que engendró, cinco pares de gemelos, él mismo dividió la Ath1ntida en diez partes que fueron habi· radas por numerosas generaciones y concedió la supremacia a quien denominó Atlas. Este varón prudente que, como di ce Homero, "conocía todos los a bis· mos del insondable océano", moraba 11n el Jardín de las Hespérides, en compaflfa de lss l'lé)•lldes, sus b.ijas y dr las deseen· diente~ de Héspero. el lucero de la larde. Jard!n florido situado donde cada atar· decer el sol desaparece, región ignota poblada de mislerios. más allá de los linderos de la tierra, en los extremos límites del mar, donde - según Eurlpides en una úc sus tragedias- "hay un punto en qu~ el supremo señor del mnr veda a Jos navegantes continuar su camino: porque en él está el augus10 confín del universo,,

As{ lo imaginó la bella mitología de los griegos. Por su parte, los atlantes, los b.ijos del titán, adquirieron tal abundan­cia de riqu~¿as como nunca antes naclie disfrutó, ni probablemente después las conseguirá. Porque la isla poseí u u na opulencia extrema por su nora y tesoros minera les. Pu~:s cuanto era necesario par~ vivir lo proporcionaba espontám•anwntc el suelo, además de todos los metales duros o maleables que se pueden extraer de las minas: entre ellos el oricalco que brillo como el fuego y el oro, lo más precioso que cxistfa en esa época. Además, el derroche de cuanto pueden dar los bosques para el trab¡¡Jo de carpin­teros y ebunistas, junto con numorosisi­mos animales salvajes y domésticos, de toda clase y pasto para todas las especies que viven en las mon tafias, en los bos· ques, en los pei!ascos, rocas y llanuras, o las que se mueven en los lagos, pantanos y rlos. Y esencias aromáticas, resinas, raices, frutas, olivos, vides, flores, cerea· les, semillas ... , pues aquella isla ilumi­nada por el sol, daba todo fruto, vigoro­so, soberbio, magnifico, en cantidades inagotables.

Con tantas riquezas los habitantes de la Atlántida construyeron ciudades mag· níficas, templos gigantescos con estatuas de oro y piedras preciosas, pala.cios esplendorosos, jardines, muelles, arsena· les y embellecieron el resto del pa{s. Fabricaron galerías subterráneas o túne· les complicados para facilitar la defensa y el comercio; y escalinatas o graderías de piedra. y canales y puentes; rodearon las orillas del mar con muros circulares de roca y torres y pucrras sobre los puentes, en los lugares donde pasaba el mar. Y levantaron murallas.

Habla piedra blanca, negra y roja. Las construcciones unas eran populares, sencillas; en otras entremezclaron las diversas clases de mármoles y variaron los colores para agradar a la vista dándolos una apariencia natmalmente atrnctiva.

Las ciudades estaban del todo cubier· ras de casas en ¡¡can número y apretadas unas contrn otras. Las multitudes produ· cían, día y noche, un continuo alboroto de voces, tumultos incesantes y diversos.

En el resto del país, el territorio que daba al mar era l~vantado en al¡¡unas panes. ~r¡¡uido como cortado a pico. mientras el terreno en tomo a las ciuda· des era plano. La llanura misma a su vez estaba cercada de cadenas de montanas que se prolongaban hasta el mar. La región, en toda la isla. estaba orientada de cam al sur, al abrigo de los •ientos del norte. Muy alabadas eran las altas monto· ñas que las protegían, las cuales en número, en grandeza y en belleza aventa· jaban a todas las que existen en la aciUa· lidad. Pero también en las montanas había buena cantidad de villas bien pobladas, y ríos. lagos, praderas capaces de alimen1ar toda clase de animales de alli originarlos y un gran número de bosques extensísimos y sustancias tan diversas que proporcionaban abundante material propio para todos los trabajos posibles.

52 Investigación y Desarrollo Soobl, Santaféde Bo¡;o!i, Col. V o. 3 So. t ENERO-ABRIL· J 992

Lo~ habitantes cos.e~naban do~ veces al tilo los productos del a~t'(). Lot de las montal\&.s y del cesto del pac~. sumaban. ~e&ún te decía. un mimero inm~n'lO. Todos, de acuerdo con lo$ empi•Lanuen· tos y los poblados. hablan sido rtpani­dos en tr~ los distritos y puc1tos bajo el mando de sus Jefes. Cada ar\o se rcunian en la polls principal para urta c~rcn,o nia ritunl sa¡rada, despué~ de la cual se juzgaban recfprocamcnt,., r~l'l~~tlo.lo\ de un ¡¡ran m3nto color azul os.;uro, en plena noche. que tcmllnabll cuando toda~ la• antorchas se 1\abísn exttn¡¡uufo y bs cemz.u cálidas aún. de l0¡ sacnli­ciO&, quedaban humeante>.

Durante mucho tiempo lo~ r~yes ¡¡oberrwron sc¡lun j11sticia. 1 llos poclf~n custil!ar y condenar a mucne :1 qu ien les ven la en voluntad. Era en e ;as rcunio­nn .:uanclo deliberaban <i al~unt. de lo> monarcas había cometido mtraccJOn<"-' de ~u~ deberes. r era jutgado tuml:li~n. Gntin a la consranr~ pr4:S<'rlCI:t enlfl.' tll~ lld principio di•·illo, no deJaban de MH'I\>;n\dr ~n provecho propio y en d ,,k los hubuilos los bienc~ dd cid u.

Do man~raqu~ en e~\ a i~IJ ,\ ll~nrida. uno., r~yc~ ho.bísn f<lrmadu un unrerio llfllnde, pró$¡let'(), mara,iUQ>l), qut &luró mue hu ~:cneraciort<:s ~ ~ con,'!rtl6 .-n, l donunador de toda ('>4 tlern y lle muchaS Olta• isla:, \'o!Cin~, r .. ro fi:CJOI" dcten<'Undo y entone.,~ .:o:~1~n1ó a ~r~c~r en los monarcJs y en t.Jú,r. ch1sc d~ ¡1oiJcrnHJ1lcs d orgullo, la umbid<'IJI y muyo¡ nnsür de poder llu~w ltc¡!.ut u convertirse en rirano5. cort ln rcnd6tl <.l<! subyu~ur las resranres ,,acionc~ Jd un,verso. Jn~paces, enronccs, Jc ~>tc­Mr la rr~pc;idad pre<cnrc, incurrwron t'l'l la 1ra de lcU$. quitn 'e vió oJ>h~Jo a castJprJo •.

tlustu uqu(, resumid •. la narración del filósofo-poeta que se w pcrr,·ch\mcn­IC· t<nfocudn con mcntali,la,l jll'IC!W, ~11 la cuul nu podla faltar el rnnr, mdximr si se

piensa que la cl~be como una 151a, por más gi[!antesca que fuera. Al fin y al cal><> en un Q()ntmtnte todeado por dos océano~. Y Pf,¡on prosigue refimndo ~~ fascínantc mno que lo; ancianos S3terdo­t~s -egipc1~ 1t contaron a Sc>lón. PU<) bien. anade ,¡ue por culpa d~ los hom­bres se de~l\1\aron guerras y vinieron terrible~ 1~111bl1>r~$ d~ lierru catuclislllcls. Durante un dCa y una noche hom·llclO\, todas lo\ ll•bltan\~~ fueron lr•g•do• Jc golpe l\(lr el •udo que pisaban )' la Atlánuda se sumcr~ en 1:15 a~!l~. Los ab.orbtó b tcyend~. ~o quedó de ¡u llisroruJ rná~ qu~ un fo11do limos<> lnlran· qucable dlf(O:II obstáculo para 101 navcgJrllc> que lHt.dan sus singlolll\1111~ nacl!l el ~rnn u,~a!lo.

''Fsr:. hi.•wriJ. decía Hcrmó·~ral~' a Critra~ n rl lrmeo de Plat•'n d(bcn conrarscl~ a Sócurcs para qu, el ¡ut.¡,"1.te si es utWL~ble o no pBTa lo que no' 11& prescrJro ''

\ <d J<tuf IJ 2nrig113 k renda d~ la Atlánt1tlu <IW tdnl<> parecido pudJ,·ra rener en muchos 11spcctos ~on nue~rra AmO::ricu l ' q 11 ~ hoy ~sramos rcc()nlnrr do en vfsp~ r·u, del V Cenrcnario. C'cnr~ · n,:¡¡jo. ¡•r,·~uru Jlll<)~. ¿ d~ la ·\ rláJlli<l3 '1

¡.d!l mun<lo~. ,,<.k"''· ~ue,·o ~orlllo,·nt~ ·•

S. [L Al.\QUf l>E L~ A\I,\/0\,\S

o,odor,, ~lculo un htstonotlor ¡;ric¡:o di!! ~t$1o 1 Je !ll>•'ltra .:rl. <]Uien e<e·rbi(> una fllbii<>t<'< ~ <if lu~ll)rW5 ~n ~lr;rT<-nt.r libro.\, C(lll !11~ qu~ pt~S\ó impl)r!,>nlc~ .>ervicios .~ .¡uq ~nntc~-npo r,\~\x-:~)~ J· '' h'' mod~rnu' illl o'llil!adore~. rcco¡:~ Ul)a \la• Jicióu .:ur .o~, 1>~11.;.11 t< diferent!, 1'~'" <¡u.- C<'mplcmC'nts l;t pot!tica itna)linac¡'.\n <k/ arcnrcnsc. Orce (ll. S.;t que 10\ atlanrcs, fueron a1u..:a<.l<>s pcr la.. ,\m:¡~o­nas. \fu4~a . la noma. oblllli) <;<l- '"

t;íércuo d< rnurcrt\. ¡¡randes l'iCtOriJ\ Y, en¡u-dd:~, d~cluró In guerra tt lo> ucl~nt<'~. un paj,, >ill.rodo al borde del o~•':wo. donde hubt'an nacido numerosos dio~'''

Con un batallón de tres mil amazonas combatieron a pie y veinternil a cabaUo hasta lograr denotar al enemigo, y con­quistar el territorio y apoderarse de la capital, donde Mirina hiz.o :pa~ar por la espada a todos los hombres y se !levó cautivas solo a las mujeres, para luego poner fuego a la ciudad. Los demás atlantes capítularon.

El mito continúa deleitándonos, pero no es del caso proseguir con él, pues debemos retornar al romance filosófico de Platón, quien colo<:a la Atlántida donde estaría11 las islas de los Bienaven­turados, 5egún la tradidón griega, o las islas Afortunadas,

E.~ el mome-nto de decir con el poeta: "Sofiemos, alma, soñemos. , ." como sin duda so.ñó Colón y sus ilusos aventureros cont-emporáneos hace quinientos años ... , como sofiaron portugueses, italíanos y tantos más.

Peto, tal vez no fue una mera ilttsíón. En tiempos recier\tes se ha buscado con ansiedad la manera de situar la Af!ántida, si de veras existió y se. ha Investigado por todas partes, induso en el Mediterráneo oriilnta.l y husta en. el océano fndi()O, Lú crítica moderna cl'eyó en un vnncipio insoluble el problema. Sin embargo, en 1865 el médico y botáriico austriaco Francisco Unger comentaba que hasta entonces no se había dado al pasaj~ del Tfmeo ninguna explicación satisfactoria ni por parte de los historiadores, ni de los filólogos, ni de los naturalistas y afladfa - son palabras textuales- que "habría osadía en suponer que toda la tradición es imaginaria, habiéndose pro­bado que hay en eUa un fuJJdamento seguro'·'. Y explica que la hipótesis de un continente central tiene observaC-io­nes en su favor: las faunas litor&les de Europa y Améria ~e asemejan muc)Jo. sobre todo !as de la época terciaria; la misma observación puede hacerse f\Jl la

pobfación ind{g~:na . , . ; Jos !)otánlcos lo confirman aún rnás, deducido del exame-n de las plantas que aparecen en Europa en forma fósil ~· las americanas de. la actuali­dad, pertcnecientlls aque-llas al período • tetci:trio y en Amérlc.a al actual. Unger conclu}'e que. "en e.J período terciario existía un continente intermedio de E4Topa y América, que podemos llamar ,41/onJJ,r, y que se extendía, hacia el norte., .hasta lslandia, comprendiendo además las islas Atlánticas" .

Los geólogos, apoyados en lo.s datos que suministra la distribución ¡¡eográfica de las esrec!es de la. fauna, afirman que los archipiél~gos atlántlcos estuvieron en otro ciempo soldados en un continente unido a Portugal y a Manuecos y que al sur se hallaba limitado por una costa entre Cabo Verde y Venewela.

6. EL GEOLOGO 'fERNIER: SI f:XlS­TIO LA ATLANTlDA

El sabio gcólo~w M.O. Tcrn ier ha Uegado a la conclusión de que la famosa i~la de la cual tratamos sí existió, precisa­mente en el lugar en que !a sitúa Pllltón en el Timeo (Bulletin del tnstítut Océa· nograplüque, junio de 191 3). "En una ~poca relatívament() rC!cíente, hacia el fin de la era cuaternaria - escribe el sabio- , al oeste de! Estrecho de G ibraltar se hundió una vasra región continental D formada de gtandes islas y las hu~llas de. este cataclismo quedan l'isiblcs todavJa para el geólogo,

L¡¡s dos riberas .este u oeste del Océa­no Atlánricocstán vord~adas por profun­das fosas longitu<Hnales. Desde las islas Coug h11sta el islote de Jan Mayen hay aún una seri~ de vokanes que jalonan el A frica, el borde oriental de la fosa ocea- • nica. St-ncleos de 1898 al notte de las A<cores han sacado a la luz fragmentos de la~a vitrificada_, de UM especie que solo

54 Investigación y Desanollo Social, SanWé de llogotá, Col. V o. 3 No, 1 t NERQ·ABRU. - J<J'J2

se fonna baio la influencia de la presión dtwu:.(éd ca, anterio r, por tanto, a la época del hundimiento de Jos ,rolcancs. Y los cuatro archipiélagos, que serian los últimos vestigios del conllnente desapa­recido -Azores, Madera , Canarias, Cabo Verde- conservan aún una fauna de origen c.:ontirl~n tal, parecidn a In de las Antillas y a fas de las cos tas de Senegal. Todavía mas. el Critias (otro diálogo eJe Platón) comienc una des..'Tipción geoló­gica de la Atlántida, que corresponde exactamente a la estructuro actual del suelo de esos archipiélagos". Hasta aquí ~ 1 sabio geólogo.

Modernamente hay la te nde ncia de creer que en el re lato pla tón ico ex iste un fondo de verdad o de realidad le¡¡Mdaria, mezclado corl w1a gran dosis de inven­ción pQé.tica. Mas la~ o¡li!ÜO"es ,;.e llalla" divididas dado que, segun Rcné Vcrneau, célebre médico y anrropólogo francés, existe el obstáculo de 13 gran profundi­dad que separa actu31mente 3 estos diver­sos archipi~lagos, profundidades de n\áS de tres mil metros. " Estimo, concluye Vcrncau, que ninguna de Jas observacio­nes clcr1\ Jfica>, re lacionadas an tcrio rmcn­re. ad uce pr uebas en favor de la 1\tlánti­da tle Platón. La batimctrla, ~~ verdad, ha revelado enue el anti{lUO y el nuevo mundo. lu presencia de mesetas wbmari­nas que han hecho pen~ur a muchos geólogo~ en la cxistenci~. duralltc la épocu terciaria. dt! tierra. más o menos vustas. hoy d{a sepul tadas bajo las aguas: pero esta A tlántida rerCi(lria. no tiene !'lada que ver con la de\ fílósofo gr'rego. l..a sumersión se remontarla en una época tan lej¡ma que los más viejos ate­nien<;cs no h3brfan podido ser iesrigos dtl cataclismo que, en decir de los sl\C~:rdotcs de Sah. provocó d ~úbíto cn¡Eullimienro· ·.

Verneau afirma ba Jo anterior ~n 1934. Tul es la cuestión en la époc~ actual, 'mo> -c0mo \\emo~ víslo- ofilin­<.l os a unu teorfa, otros a o t ru, s in dar

aün la solución definitiva del asunto. Pero el mito en si produce en nosotros una fascinación de la cual es muy difícil <.>scapar, y 1eguúnos aprovechándonos del crédito universal que los lec!Ores de todos Jos tiempos han acordado n las obras del Maestro.

Y hay más rodavfa. Segün la fantnsla de los griego>. Poseidón, d ivinidad del mar. fundador de la Atlántida, había tomado precauciones para mantener en su fnsula el reino de la justicia y pre$Cri­to una serie de ceremonias religiosas paro contribuir a esra conservación. Precaucíon~s. sin embargo, que resulta­ron insu ficl~n t es, porque al fin triunfó la barbo ric, la insolencia y el crin1en que ocasion~ron el castigo d ivino.

7. LA ISLA DE JACINTO VEROA­GU ER

No podtmos terminar sin un reglllo p<Jétioo. Jacinlo Verrlaguer, dc.licioso ba rdo catuliln, mspirado en la leyenda platónica compuso una obra de fam8 universal, con el nom bre de la isln. Se inicia con una introducción - alegre fant~!.!a que ~apta la ~ur1osidad ?OI h> insólito de la aventura imsginar~~ -. l::n alta mar. cu~nta el felibre, .;e encuentran una n:.vc veneciana y otra genowsa que acometen ~n batalla. De pronto sobre· viene recio temporaL Un rayo 111.1oela el po lvorín de una de e llas. la cual se rl!Ja por la n 1do1.a eJe la ca tástrofe, y arrastra consigo la o tra a los abismos. Barco$. soldados y marineros son tragados poi las aguas. Solo un ioven genovés, t~br:lu• do a un troto de mástil consigue arribar a lierra. A orillas del mar vive un sabio anacoreta en una choza de rocas y rama­je. Recibe el náufrago, lo conduce a una rüsrica ermita de la Virgen, lo conforta y, luego de ~rn refrigerante descanso, d istrae al anigido huésped conrándolc la antigua h is\or\~ de nl¡uell as a11uas turbu­lentas. E l joven se llama CriStóbal,

lnvc•:ts :aclon y O.m rotlo So.:bl, S..ntaft de Do¡.ootó. CoL V o. 3 No 1 1 'ERO·AURIL- 1992 SS

oriundo de Génova, quien oye por pri­mera vez el legendario mito de un conti­nente sepultado en e.J océano por un cataclismo geológico y concibe la idea de .ir a bu.scar un d fa el otro extremo del mundo, más allá del que fue absorbido por el mar.

El poema, de brillante fuerza imagi­nativa, comprende diez soberbios cantos y una conclusión, en el cual no debemos ex tendernos más.

8. EN LOS UMBRALES DEL V CEN­TENAR lO DEL I)ESCUBRIMJEN. TO DE AMERICA

En cuanro al pensamknro griego, él sí supo llegar a la raíz de la hlstoria: sin fe, sin Dios no hay justicia duradera. Y. cosa curiosa, fuera de las del Mediterrá-

neo, de las Cicladas y Espórades helenas, los hebreos, los del Antiguo Testamento, no conocieron otras islas. &, pues, posi­ble que a ellos hubiera llegado la noticia exótica de esa legendaria utop!a de Platón perdida en el océano, rodeada de islotes fantástico~. Tal vez a ella aluda el profeta Jeremías cuando exclama:

"Oíd la palabra de Yallweh, naciones, y anuneiadla por las islas lejanas. , . (31' 10),

Y el salmista cuando canta que "el Senor reina, la tierra goza, se alegran las islas innumerables . .. (96, 1 ).

Ventutosamente escuchó la palabra de Yabweh la supuesta Atlá.ntida redi'li­va, o la 1 ierra inc:ógnila que habitamos ...

56 lnvonlpclón y lleunollo SocW, Son~éde llof,ot,, Col V o. 3 No.) ENUO.AB!UL · 1 ~92