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LA AUTOPERCEPCIÓN DE LA SALUD Y EL BIENESTAR PSICOLÓGICO COMO INDICADOR DE CALIDAD DE VIDA
PERCIBIDA EN LA VEJEZ.
Manuel F. Martínez García y Manuel García Ramírez Departamento de Psicología Social
Facultad de Psicología Universidad de Sevilla
RESUMEN
El estudio de los determinantes de la calidad de vida en los ancianos es un tema que viene suscitando un creciente interés por parte de los científicos sociales. Y ello no sólo por encontrar un modelo teórico integrador, sino también por la necesidad de optimizar y orientar las intervenciones dirigidas a este sector de la población. En este trabajo se aborda la evaluación de algunas de las posibles dimensiones de la calidad de vida -autopercepción de salud, satisfacción vital y estado de ánimo- y sus relaciones con diversas variables psicosociales. Palabras clave: Calidad de Vida, Salud, Bienestar Psicológico, Satisfacción Vital, Estado de Ánimo.
ABSTRACT
The study of certain tapies of the quality of life in elderly people is a subject of growing interest within social scientists who have tried to find an integrated theoretical model to orientate and optimize directed interventions in this sector of the population. In this study we have dealt with the evaluation of sorne dimensions of the quality of life -selfperception of health, life satisfaction, morale -and their relationship to different psychosocial variables. Key words: Quality of Life, Health, Well Being, Life Satisfaction, Morale.
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MF. Martínez García y M. García Ramírez
INTRODUCCION
Desde la década de los sesenta se viene prestando un creciente interés al estudio de los determinantes de la calidad de vida por parte de los científicos sociales. Ello coincide con el logro de importantes niveles de desarrollo económico y social de los países occidentales en el marco de la denominada sociedad del bienestar (Veenhoven, 1994). Numerosos estudios han puesto de relieve la incidencia de factores socio-demográficos, políticos, económicos, etc., como determinantes de la calidad de vida, pero en todos ellos subyace el reconocimiento de que el desarrollo económico, por sí solo, es un indicador insuficiente de progreso, ya que éste debe garantizar una respuesta global a la necesidad que tienen las personas de: 1) sentirse satisfechas con sus vidas durante todo el ciclo vital; 2) disponer de capacidad y competencia para conseguirlo; y 3) adquirir y/o mantener poder y control sobre su entorno y sus condiciones de vida (Campbell, Converse y Rodgers, 1976; Andrews y Withey, 1976).
En dichos estudios se pone de manifiesto que la calidad de vida no solo se expresa a través de condiciones objetivas de bienestar social sino que también deben incluirse otros aspectos subjetivos referidos a la evaluación que las personas hacen de la calidad de vida realizada (Veenhoven, 1994). Este es el enfoque característico de la perspectiva psicosocial, que entiende la calidad de vida como el conjunto de evaluaciones que las personas realizan sobre cada una de las áreas significativas de sus vidas (Campbell et al., 1976; Lawton, 1984; Blanco, 1985). Esta perspectiva pretende, además, abordar la calidad de vida como un concepto integrador en el que se englobe la felicidad, el bienestar, la satisfacción con la vida, la salud, etc., como dimensiones valorativas de la misma, ya que hasta ahora han sido consideradas bien como sinónimos bien como independientes lo que ha contribuido a crear una cierta confusión en la literatura especializada (Calman, 1987; García-Riaño, 1991).
Uno de los campos en los que más se ha desarrollado este concepto tiene que ver con las consecuencias de uno de los hechos sociológicos más notables de los últimos tiempos: el cambio que se ha producido en la pirámide poblacional y el consiguiente incremento de la población anciana. A una reducción drástica de la tasa de natalidad, se ha unido un aumento importante de la esperanza de vida. Cada generación vive más que la anterior hasta tal punto que el grupo de personas entre 75 y 84 años llegará a incrementarse en el año 2000 en un 57% y el de más de 85 años en un 91%
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(Kalish, 1982; Martínez et al., 1992). Esto ha despertado una gran preocupación por dar una respuesta innovadora y adaptativa a una población anciana con circunstancias y exigencias peculiares respecto a- otros grupos de población (Levet-Gautrat, 1990; San Román, 1990; Martínez et al. 1992, Fernández-Ballesteros y Macia, 1993).
En el marco de las políticas encaminadas a la atención a los ancianos y con el ánimo de optimizar al máximo los recursos disponibles, se vienen prestando una especial atención al análisis de aquellos factores que inciden -positiva o negativamente- en su bienestar. Aspectos como la amplitud del rango de edad -la vejez ha pasado de ser una etapa residual de la vida a constituir casi una cuarta parte de ella-, los rasgos diferenciales entre hombre y mujeres en cuanto a la forma de vivir la ancianidad, o las consecuencias para los individuos de los cambios de domicilio tan habituales en esta etapa de la vida, .son, entre otros, factores a tener muy en cuenta a la hora de diseñar una política de intervención. En esta línea, los gerontólogos sociales, que se vienen preocupando reiteradamente por encontrar indicadores fiables de la calidad de vida -realizada o percibida- en los ancianos, han destacado como muy relevante la percepción que los mismos tienen de su salud y de su bienestar psicológico (Diener, 1984; Vennhoven, 1984; Argyle, 1987; Eysenck, 1990; Duffy y MacDonald, 1990; Arrindell et al. 1991; etc.). Analicemos más detenidamente estos aspectos.
Respecto a la salud de los ancianos un hecho parece bastante consensuado: resultan totalmente inadecuadas las definiciones tradicionales de salud en términos de ausencia de enfermedad o como completo estado de bienestar físico, psíquico y social (OMS, 1978); bien por reduccionista o por inalcanzable, la salud así entendida parece como si sólo estuviera al alcance de personas jóvenes o de mediana edad y que tienen un status privilegiado en los países ricos. Por ello, muchos investigadores destacan un semblante más sutil del concepto de salud para los mayores, en el que cobran particular valor aspectos cognitivos, psicosociales y funcionales (SanMartín y Pastor, 1985; Martínez, et al. 1987). La salud en los ancianos debe entenderse en términos de: 1) conservación de las habilidades necesarias para llevar a cabo las actividades de la vida cotidiana; 2) capacitación para mantener sus estilos de vida; y 3) promoción de competencias y habilidades para adaptarse tanto al deterioro biológico como a los característicos eventos vitales de este período. Cobran, por tanto, especial relevancia los aspectos subjetivos de la salud y se relativizan sus elementos objetivos (Engle, 1986; Patrick et al, 1973, DiCicco y Apple, 1968; Ernts y Ernst, 1984; Kane y Kane, 1987; Duffy y MacDonald, 1990); en este sentido Zautra y Hempel
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(1983) encontraron que la salud percibida está fuertemente relacionada con la calidad de vida, en tanto que los indicadores objetivos de salud mantenían una débil relación con la misma.
El bienestar subjetivo o psicológico también adquiere connotaciones particulares en los ancianos. Término vagamente entendido como lo que lleva a la gente a evaluarse en términos positivos (Diener, 1984, pp. 84) se utiliza en muchas ocasiones como sinónimo de calidad de vida. En diversos trabajos se han encontrado relaciones positivas del bienestar psicológico con áreas como la realización profesional, la adquisición de un nivel económico elevado, la ausencia de enfermedades, una vida social intensa, etc. (Blau, 1973; Lopata, 1972; Medley, 1980; Mussen et al, 1982), así como con ciertas características de personalidad más o menos estables (Costa y McCrae, 1980). Igual que la salud el bienestar psicológico también se nos presenta, a veces, como algo que sólo está al alcance de quienes son jóvenes, ricos, fuertes y además ... tienen suerte. Actualmente, y superando planteamientos maniqueistas, se entiende que el bienestar psicológico debe conceptualizarse como un constructo multidimensionalligado al sistema de valores, aspiraciones, expectativas y metas de los individuos (incluidos los ancianos), y que posee una dimensión cognitiva -que expresa la satisfacción con el curso de la vida- y otra emocional, ligada a experiencias recientes, (Andrews y Whitey ,1976; Arrindell et al. 1991).
El componente cognitivo se ha identificado con la satisfacción con la vida que ha sido definida como la evaluación global de la vida que las personas realizan de acuerdo con criterios elegidos por ella misma (Shin y Johnson, 1978). Supone una evaluación estable del bienestar subjetivo, y aunque en algunas ocasiones se ha relacionado con el self (Bradburn, 1969) se asume su estricta referencia a la percepción subjetiva de bienestar (George, 1981). Por su parte en el componente emocional/afectivo del bienestar se suelen distinguir el afecto positivo y el afecto negativo (Sánchez-Cánovas, 1994); en realidad son los dos polos de una misma dimensión -el estado de ánimoen el que se valora por un lado los sentimiento de placer activo, la euforia, etc. (Bradburn, 1969), y por otro las preocupaciones, la depresión, etc (Bradburn, 1969; Lawton, 1977). Estos aspectos, ligados lógicamente al estado anímico de los sujetos, representan los componentes más transitorios y situacionales en la percepción de bienestar (Cooper et al., 1992).
Las reflexiones anteriores nos permiten considerar la calidad de vida como un constructo multidimensional (Calman, 1987; García Riaño, 1991), que en la población anciana pasa por la consideración de tres componentes o dimensiones: la autovaloración de la salud, la percepción de satisfacción
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que hacen de sus propias vidas y el estado de ánimo o afectivo que presentan.
Gráfico 1.-
CALIDAD DE VIDA
Satisfacción con la vida Estado de ánimo
No obstante son muy escasos los estudios empíricos que hayan relacionado estos factores en su conjunto de forma que permitan corroborar el modelo de inter-relaciones propuesto, ya que en la mayoría de ellos se hacen aproximaciones parciales y en algunos casos con resultados contradictorios. Estudios como los de Wilson y Elison, (1981) o los de Hawkins et al. (1988) al evaluar la salud de los ancianos como medida de calidad de vida encontraron en general una escasa relación, llegando a afirmar que la salud pierde su capacidad predictiva de calidad de vida en la vejez (Wiley y Camacho, 1980).
En otros trabajos se ha considerado la satisfacción con la vida como sinónimo de bienestar y calidad de vida (Krause, 1991) y se ha relacionado con acontecimientos angustiosos (stressful events) (Joreskog et al.,1988; Rolden et al., 1986). Se sugiere que dichos acontecimientos pueden distorsionar de manera coyuntural la satisfacción global con la vida como valoración cognitiva de logros o expectativas y que por tanto deben ser aislados en los trabajos empíricos (George, 1981; Diener, 1984; Krause, 1991, etc.).
Por su parte, el estado de ánimo (mora/e) ha sido analizado principalmente para referirse a la salud mental de los ancianos - especialmente como predictor de los trastornos depresivos- (Veit y Ware, 1983). No obstante, y a pesar de que desde hace tiempo nadie se cuestiona la relación entre el estado de ánimo y el disfrute de una buena calidad de vida (Bradburn, 1969), ni tampoco es cuestionada la im-portancia que tiene el estudio de esta variable en la vejez -tan susceptible de sufrir acontecimien-
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tos vitales adversos que afectan al estado de ánimo- (Lawton, 1972; Pierce y Clark, 1973; Diener y Emmons, 1984; Zevon y Tellegen, 1982), son muy escasos los trabajos que la consideran como una dimensión explicativa de la calidad de vida de los ancianos y la relacionan de forma natural a ella (Cooper et al., 1992).
Con el propósito de esclarecer algunos de los problemas planteados en los párrafos anteriores, en el presente trabajo analizaremos la evaluación que realiza una muestra de ancianos andaluces acerca de su satisfacción vital, su percepción de salud, y su estado de ánimo -posibles dimensiones de la calidad de vida percibida- así cómo las interrelaciones que puedan presentarse entre ellas. Todo ello en función de la edad, sexo y tipo de hábitat.
MATERIAL Y METODO
La elección de la muestra se realizó de acuerdo a los porcentajes de sujetos de diferentes rangos de edad, según datos del Anuario Estadístico Andaluz (1991). La muestra, tal como se refleja en la tabla no 1, está compuesta por 101 sujetos ancianos (65 años o más) y fueron reclutados en los Hogares de Tercera Edad y Residencias de la Red de Dispositivos de Servicios Sociales dependientes del Instituto Andaluz de Servicios Sociales, que patrocinó y financió este estudio.
Tabla 1.- Distribución de la muestra según la edad y el género.
EDAD HOMBRES MUJERES TOTAL (65-69) 14 13.9% 16 15.8% 30 29.7% (70-74) 12 11.9% 13 12.9% 25 24.8% (75-79) 13 12.9% 12 11.9% 25 24.8% (80-84) 8 7.9% 5 5.0% 13 12.9% (>85~ 3 3.0% 5 5.0% 8 7.9%
Total 50 49.5% 51 50.5% 101 100%
La edad media para el total de la muestra es de 74.22 años (Rango: 65-92) con una desviación típica de 6,67. Destacamos la diferencia entre el porcentaje de varones viudos (16%) en relación con las mujeres (64,7% ), consonante con el hecho suficientemente contrastado de una mayor supervivencia de estas últimas. Del total de la muestra, algo más del64% vivía en su domicilio propio, algo menos del27% en residencias y el resto vivía con algún familiar.
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Para evaluar la satisfacción vital hemos utilizado el LiJe Satisfaction Index (LSI) (Neugarten, Havighurst y Tobin, 1961) Este índice es el resultado del esfuerzo por medir la satisfacción con la vida de una forma relativamente independiente del nivel de actividad o participación social. El instrumento permite evaluar la satisfacción en un rango de O a 19, y el coeficiente de fiabilidad alpha de Cronbach que hemos encontrado es de .71. El estado de ánimo se ha medido empleando la Philadelphia Geriatric Center Morale Scale (PGC) (Lawton, 1972) que consta de 16 ítems y ha sido sometida a numerosas revisiones. En su aplicación hemos obtenido un alpha de Cronbach .78. Por último hemos empleado una Escala de Autovaloración de la Salud (EAS) de un solo ítem con un rango de 1 a 4. La utilidad de la misma ha sido contrastada en numerosos estudios (Ferraro, 1980; Krause, 1987; Calsyn y Roades, 1991; Sugisawa y otros, 1994).
Nuestra evaluación, aunque presenta algunos de los problemas típicos de los autoinformes ( deseabilidad social y aquiescencia por parte de los sujetos), no ve afectada, sin embargo su consistencia interna (Kozma y S tones, 1980; Larson, 1978) y validez convergente de las mismas (Forrester, 1980; Lohmann, 1977; Moriwaki, 1974; Paintal, 1978); habiéndose comprobado que no son medidas redundantes (Morris y Sherwood, 1975; Morris, Wolf y Klerman, 1975; Lawton, 1977; Kane y Kane, 1987).
ANALISIS Y DISCUSION DE LOS RESULTADOS
Acerca de la Autovaloración de la Salud. Tal como podemos observar en la Tabla 2, en general los ancianos de
nuestra muestra se perciben con un buen estado de salud, ya que el 78.2 % ha informado poseer una salud normal, buena o excelente, frente a sólo un 21.8% que la considera deficiente. Igualmente podemos constatar que conforme avanzamos en el intervalo de edad se incrementa el porcentaje de individuos que se manifiestan con una deficiente salud, pero al analizar estadísticamente los datos en su conjunto (F= .735, Alpha= .5331) debemos concluir que las diferencias encontradas no son significativas. Nuestro resultados son, por tanto, consonantes con la idea de que el paso de los años no deteriora la autoevaluación de la salud, y apoyarían la propuesta de Becker (1984) en el sentido de que en los ancianos los procesos cognitivos de evaluación van más en la línea de creencia de salud suficiente que de creencia de ausencia de enfermedad. Se produce así una evaluación de la salud ligada a la edad y no a un estándar óptimo o ideal.
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Tabla 2.- Escala de Autovaloración de Salud. Porcentajes en función de Edad, Sexo y Hábitat.
VARIABLE (!Obre normal buena excelente EDAD (65-69) 20.00 26.67 40.00 13.33
(70·74) 16.00 24.00 44.00 16.00 (75-79) 20.00 24.00 32.00 24.00 (80-84) 30.77 15.38 38.46 15.38 (>84) 37.50 12.50 25.00 25.00
SEXO hombre 22.00 22.00 30.00 26.00 mujer 21.57 23.53 45.10 09.80
TIPO DE r~~idencia 37.04 25.93 29.63 07.41 HABITAT con familiar 15.38 21.54 38.46 24.64
ETOEiO 22.22 22.22 55.56 TOTALES 21.80 22.80 37.60 17.80
Algunos gerontólogos han señalado que esta valoración positiva que los ancianos tienen de su salud está ligada a los estilos de vida saludable que desarrollan corno grupo, debido, entre otras cosas, a su alto nivel de preocupación por estos ternas (Brown y McCreedy, 1986; Hawkins et al. 1988). Si estas afirmaciones son ciertas, podernos pensar que nuestro ancianos poseen estos hábitos de vida, lo que también contribuiría a explicar nuestros resultados. Parece, por ello, incuestionable la importancia que las actividades de promoción de la salud tienen para que los ancianos se mantengan funcionalmente sanos, se evalúen corno tales y se impliquen de forma activa con su salud (Ostrow y Dzewaltowski. 1986; Paffenbarger et al. 1987; Vertinsky y Aurnan, 1988; Hogstel y Kashka, 1989).
Del mismo modo y aunque se observan diferencias entre la autopercepción de salud que realizan hombres y mujeres -fundamentalmente para las categorías buena y excelente- no son estadísticamente significativas (X2= 5.27, ALPHA= .1528). Estos resultados contrastan con aquellos que informan de una mejor percepción de salud por parte de las mujeres en consonancia con unos hábitos de vida más saludables que los de los hombres: fuman y beben menos, tienen una dieta más equilibrada, etc. (Belloc y Breslow, 1972; Breslow y Engstrorn, 1980; Wilson y Elinson, 1981; Branch y Jette, 1984) y por tanto tienden a experimentar menos enfermedades crónicas y menos limitaciones con el paso de los años (Verbrugge, 1985). Nuestros datos irían más en consonancia con lo ya comentado acerca de la relativa independencia que en la autopercepción de salud tiene la ausencia de enfermedades y con la progresiva igualación en los estilos de vida entre hombres y mujeres.
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En el análisis de las diferencias entre los distintos tipos de hábitat, hemos preferido utilizar como razón crítica una F de Snedecor -más de un 40% de las casillas de cruce tienen frecuencias teóricas por debajo de 5-, y suponer igual diferencia entre las categorías de la variable de percepción de salud. Las medias encontradas para cada categoría son significativamente distintas (F= 4.23, ALPHA= .017). Un mejor estado de salud (2.72) es percibido por aquellos ancianos que permanecen en sus viviendas habituales frente a aquellos que viven con algún familiar (2.33) o están internados en residencias (2.07). No obstante, nuestros resultados podían estar poniendo de manifiesto que los ancianos con mejor salud son los que viven solos, y que en la medida en que pierden objetivamente capacidad funcional, van modificando sus lugares de residencia. Las expectativas de tener cubiertas las necesidades de asistencia en el área de la salud -distintas según tipo de hábitat- podrían también ser un elemento que condicione los niveles de su salud percibida.
Acerca de la Satisfacción Vital. Como se recoge en la Tabla 3, el nivel de satisfacción vital de la muestra se
sitúa la zona media del intervalo en que se mueve esta escala, con un valor de 10.34 (des. Tip.= 3.66). Si bien no encontramos diferencias entre hombres y mujeres (F= .8185, ALPHA= .3678), con la edad van disminuyendo progresivamente las puntuaciones obtenidas en la escala, pasando de 10,81 a 8,65 para los mayores de 84 años (R= -2391, ALPHA >.01). Igualmente la diferencias entre las puntuaciones medias obtenidas por los sujetos en función del tipo de hábitat son significativas (F=16.76, ALPHA = .001), a favor de una mayor satisfacción con la vida en la personas que permanecen en sus propios domicilios frente a las que residen en instituciones asilares.
Tabla 3.- Puntuaciones medias obtenidas en el Indice de Satisfacción Vital (LSI) por grupos de edad en función del género y el tipo de hábitat.
EDAD GENERO TIPO DE HABITAT inténralos hombre mujer r* d.J!. * d.f.*
(65·69) 10.42 11.19 05.50 11.54 09.25. (70-74) 13.58 10.08 08.00 12.75 14.00 (75-79) 09.38 10.17 07.33 11.80 10.00 (80-84) 09.38 07.80 07.00 09.63 09.00 (>84) 09.33 08.00 07.83 10.50 N !E
TOTAL 10.68 10.02 07.41 11.63 09.89
(*) r.: residencia; d.p.: domicilio propio; d.f.: domicilio familiar.
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TOTAL
10.83 11.76 09.76 08.77 08.50 10.34
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Estos resultados nos sugieren, además, que el domicilio familiar es el que reporta mayor satisfacción vital en niveles de edad en los que los ancianos se consideran miembros activos en la estructura familiar, y que cuando esta colaboración no es posible - individuos de edad mas avanzada- se torna el domicilio propio como el que proporciona una mejor satisfacción.
Esta influencia de variables sociodemográficas sobre la satisfacción vital no nos permiten corroborar los planteamientos que sugieren que la satisfacción vital es una dimensión que se mantiene estable e independiente de los acontecimientos que conforman el día a día (Larson, 1978, Cleary, 1980). Si bien es una variable que se refiere de manera global a los logros en cuanto a metas y valores que conforman las expectativas vitales de las personas -y en este sentido se puede considerar como un indicador de alta consistencia a lo largo de la vida-, la percepción que se tiene de ella está impregnada por factores situacionales, y por ello su evaluación no puede ignorar los acontecimientos vitales en curso.
Estas reflexiones vienen a abundar en la polémica aún vigente que se suscitó en torno a las propuestas de Diener (1984) acerca de la posible relación entre los acontecimientos vitales y la satisfacción vital. Por un lado, suponía que las experiencias de logros durante la vida influye sobre la percepción que se tiene de los acontecimientos vitales en curso y que estos se verán influido positiva o negativamente por la historia de refuerzos. Pero también podría ocurrir que los acontecimientos vitales determinen la evaluación que se realiza de la satisfacción con la vida. En un estudio reciente sobre la calidad de vida percibida durante la vejez, realizado por la Universidad de Michigan sobre una muestra de casi 1000 ancianos, en el que se evaluaba la influencia que tenía sobre la satisfacción global con la vida determinados acontecimientos como las pérdidas graves de salud, Krause (1991) se ha informado que ambas propuestas -al menos durante la vejez- sean complementarias y no excluyentes; de tal modo que la primera de ellas determinaría la satisfacción global de la vida en ausencia de sucesos graves (procesos de enfermedad invalidantes, pérdida de vínculos afectivos, cambios negativos en la finanzas, etc.); pero que la segunda formulación adquiere relevancia ante la presencia de estos episodios tan frecuentes en la vejez (Rolden et al. 1986).
Nuestros datos apoyan la tesis formulada por Krause, ya que indican como el paso de los años (llenos de acontecimientos negativos- y la pérdida de expectativas de vida, influyen en la evaluación global que de ésta se hace. Pero también hemos observado que en la medida que los ancianos encuentran respuestas satisfactorias a los problemas y necesidades que el
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vivir la ancianidad conlleva, estos reportan mejores indicadores de satisfacción global, tal como se puede inferir de las diferencias que se encuentran respecto al tipo de hábitat, variable íntimamente ligada con la satisfacción por la procedencia de los recursos (George, 1989).
Acerca del Estado de Animo. Tal como podemos observar en la Tabla 4, la media obtenida para el total
de la muestra fue de 9,30 (des. Tip.= 3.70), y tras los análisis estadísticos oportunos constatamos que las diferencias encontradas entre los distintos intervalos de edad (r= -.126, ALPHA= n/s), así como entre hombres y mujeres (F= 1.075, ALPHA= .3022) no son significativas. En cambio sí se constatan diferencias significativas importantes (F= 15.41, ALPHA= .0001) en función del tipo de hábitat y se comprueba cómo los ancianos que habitan en residencias asilares presentan las puntuaciones más bajas (5.67) frente a los que viven con algún familiar (8.33) o en su propio domicilio (9.81).
Tabla 4.- Puntuaciones medias obtenidas en la aplicación de la escala de Philadelphia Geriatric Center (PGC) por grupos de edad en función del
género y el tipo de hábitat.
EDAD GENERO TIPO DE HABITAT TOTAL intérvalos hombre mujer r* d.J!.* d.f.*
(65-69) 08.64 08.63 03.50 09.12 08.25 08.63 (70-74) 10.75 08.63 06.50 10.75 10.00 09.64 (75-79) 07.92 08.67 05.89 10.07 03.00 08.28 (80-84) 08.38 07.40 04.50 09·:63 09.00 07.00 ~>84) 09.33 05.40 06.00 09.50 N !E 06.88
TOTAL 08.96 08.19 05.67 09.81 08.33 08.57
(*} r.: residencia; d.p.: domicilio propio; d.f.: domicilio familiar.
Ya hemos comentado en páginas precedentes que el estado de ánimo ha sido evaluado más como un indicador de trastornos mentales depresivos que como una dimensión del bienestar subjetivo y de la calidad de vida percibida. (Zarit y Zarit, 1984; Lewinsohn et al, 1976; Kane y Kane, 1987); sin embargo, la propia investigación clínica gerontológica sobre la depresión no ha ignorado la influencia que esta variable -estado de ánimo "normal"ejerce sobre el bienestar de los ancianos, y la capacidad de anticipación que permite sobre los trastornos depresivos (George y Bearon, 1980; Liang, 1985; Stock et al. 1986). Se ha argumentado que la vejez es una etapa de la
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vida especialmente proclive a sufrir alteraciones del estado de ánimo debido tanto a la separación de los contextos naturales donde se generan acontecimientos potencialmente reforzadores como a la escasa disponibilidad de refuerzos sociales (Lewinsohn, et al., 1976; Lewinsohn y Ameson, 1978; Lewinsohn, y Arconada, 1981). En este sentido, el desmembramiento de la familia nuclear, la pérdida de vínculos significativos, la jubilación, pueden considerarse causas naturales que favorecen la escasa accesibilidad y disponibilidad de refuerzos sociales; lo que explicaría que conforme se adentran las personas en estadíos mas avanzados de la senectud, estas circunstancias se vayan acumulando como factores de riesgos para las alteraciones del estado de ánimo y predisponiendo a sufrir crisis depresivas.
Especial significación adquieren los traslados de domicilio que suponen, especialmente cuando estos se producen hacia contextos asilares, un desarraigo profundo de las redes naturales de los ancianos. No obstante y aunque en parte los argumentos anteriores explican las diferencias que hemos encontrado al analizar nuestros datos en función del tipo de hábitat, estas se deben completar desde la teoría de Seligman (1975) sobre indefensión aprendida. Entre otros, Abramson et al. (1978) han puesto de manifiesto que cuando las personas experimentan ausencia de control sobre las consecuencias de su conducta -hecho habitual en las residencias asilares donde los ancianos suelen tener un rol de mero receptor y están desprovisto de participación activa de sus asuntos personales- tienden a desarrollar síntomas depresivos. Estas consideraciones explican que los sujetos que viven en sus domicilios propios sean los que presentan mejor estado de animo, y que este se vaya deteriorando en la medida en que su tipo de hábitat reduce su capacidad para controlar y gestionar sus vidas.
Acerca de las relaciones entre la autoevaluación de la salud, estado de ánimo y satisfacción vital.
Un hecho se pone de manifiesto a partir del análisis conjunto de nuestros resultados: autoevaluación de la salud, estado de ánimo y satisfacción vital pueden ser buenos indicadores de la calidad de vida subjetiva y cada uno de ellos enfatiza aspectos diferentes si consideramos el distinto comportamiento de los mismos respecto de las otras variables con las que han sido contrastados.
Hemos realizado también diversos análisis discriminantes para comprobar la concordancia entre el agrupamiento que se puede realizar según las puntuaciones obtenidas en nuestros tres indicadores tomados en conjunto y el que resulta según las categorías de las variables sexo, edad y tipo de
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hábitat. Los resultados de los análisis son consonantes con los expuestos anteriormente. El porcentaje de casos correctamente clasificado teniendo en cuanta los tres criterios fue muy bajo para la variable edad (25.74% ), algo mayor para el sexo (56.44), de un 62.38% para el tipo de hábitat. De nuevo esta variable se nos presenta como la de mayor poder explicativo de las diferencias encontradas en las puntuaciones obtenidas por nuestros ancianos en los tres indicadores de calidad de vida considerados.
Por último comprobamos que las tres escalas utilizadas (Indice de Satisfacción Vital -LSI-, escala del Philadelphia Geriatric Center -PGA- y Escala de Autovaloración de la Salud -EAS-) mantienen entre si correlaciones significativos. Los resultados obtenidos muestran que la EAS correlaciona positivamente tanto con el LSI (F= 5.50; p= .002) como con el PGA (F= 9.75; p= .0001); por otra parte, también se da una correlación positiva entre el Indice de Satisfacción Vital y la escala del Philadelphia Geriatric Center (R= 0.6950; p= .001). Al considerarlas en conjunto mediante una regresión lineal y considerar cada una de ellas como dependiente, los coeficientes de determinación encontrados son todos significativos, destacando cómo las variaciones en el estado de animo son explicadas en un 53.71% (R= .7329) por las fluctuaciones de las otras dos.
Se ha argumentado que las relaciones entre estos indicadores van más allá de la simple correlación estadística ya que en el fondo subyace una interrelación natural (García-Riaño, 1991), que se pone de manifiesto en toda su expresión cuando se analiza en poblaciones de edad avanzada (Medley, 1980; Mussen et al, 1982). De hecho nadie se cuestiona que entre los factores relacionados por naturaleza con la calidad que los ancianos perciben están: la presencia de un humor positivo en relación con la realización de actividades, la percepción de capacidad y competencia para afrontar con éxito las vicisitudes de la vida diaria y los problemas, y una buena valoración cognitiva de lo que uno ha logrado en la vida y aún significa para sí mismo y para los demás (Andrews y Withey, 1976; Muñoz y Lewinsohn, 1982; Liang, 1985; Stock et al, 1986; Sánchez-Cánovas, 1994; etc.).
CONCLUSIONES
Este trabajo sólo ha pretendido ser una primera aproximación al complejo problema de la evaluación de la calidad de vida en la vejez, y debido a las limitaciones propias de su diseño y del tipo de análisis realizado, nuestras conclusiones deben de ser entendida más como sugerencias a tener en
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cuenta en futuras investigaciones ya que pueden contribuir eficazmente al establecimiento de relaciones causales entre las variables que han sido analizadas:
1.- Los ancianos perciben su salud desde la creencia de salud suficiente y por ello en la medida que conservan capacidad funcional para mantener su autonomía y realizar sus actividades diarias se perciben sanos. De igual modo, algunas características psicosociales -capacidad de ayuda del ambiente y disponibilidad de sus redes sociales naturales, etc.- contribuyen a mejorar dicha percepción con cierta independencia de los procesos de enfermedad. 2.- La evaluación que los ancianos realizan acerca de su satisfacción vital no se presenta en nuestros resultados como una variable estable e independiente de ciertas circunstancias vitales y características psicosociales de los sujetos. En este sentido, cobran vigencia los planteamientos que sugieren que la percepción de satisfacción vital está vinculada y en parte condicionada no solo por la historia de logros de expectativas y metas sino también por los acontecimientos vitales en curso característicos de esta edad. No obstante el hecho de encontrar respuestas satisfactorias a los problemas y necesidades que el vivir la ancianidad conlleva -especialmente si proceden de los recursos sociales naturales- facilita una visión de calidad vida realizada dentro de parámetros adecuados y positivos. 3.- La evaluación del estado de ánimo es un valioso indicador de las características situaciones que están implicadas con la percepción de la calidad de vida. Podemos afirmar que ciertos acontecimientos ligados a la ancianidad como el traslado a una institución asilar -donde se desarrollan conductas cognitivas qu,e generan indefensión- son factores de riesgo que favorecen un estado de ánimo negativo, debido a que dificultan la accesibilidad y disponibilidad de refuerzos sociales, indispensables para mantener un estado de animo o afecto positivo. 4.- En resumen, nuestros resultados permiten pensar que la calidad de vida de los ancianos está en función de la satisfacción vital que manifiestan, el estado de ánimo y la autoevaluación que hacen de su salud y como cada uno de ellos se refiere a un aspecto concreto de la calidad de vida, deben ser utilizados conjuntamente para su evaluación. En este sentido se debe entender que tener un humor positivo, percibirse con capacidad y competencia para resolver los problemas, tener habilidades y suficiente salud para mantener sus estilos de vida, valorar positivamente lo que se ha logrado en la vida y saberse útil para uno mismo y para los demás,
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son elementos que facilitan una evaluación de la vida en términos de una buena calidad.
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