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La bofetada o el atentado de Anagni de septiembre de 1303 Por José Luis Morales Chávez Frente a las iniciativas francesas buscando una vía de conciliación, Bonifacio VIII endureció su posición. El día de Todos los Santos, unos cuarenta obispos se habían reunido en Roma con el papa. El 18 de noviembre el papa promulgó la bula Unam Sanctam. Esta bula es la última y más perfecta expresión de la teocracia pontificia. Bonifacio VIII hace una síntesis del pensamiento de Inocencio III y de San Bernardo, de Hugo de San Víctor, de Santo Tomás de Aquino y de Gilíes de Roma. El denso razonamiento procede por afirmaciones categóricas: “no hay más que una Iglesia, santa, católica y apostólica. Fuera de ella, no hay salvación. El papa, Vicario de Cristo, es la cabeza de la Iglesia. El pontífice romano dispone de una doble autoridad, espiritual y temporal —las dos espadas—. Usa de la primera a su agrado; la segunda es manejada para la Iglesia por los príncipes a requerimiento del pontífice. El papa no tiene superior terrestre; nadie lo puede juzgar. En cambio, los príncipes son instituidos por el papa, que los juzga si obran mal”. El documento se termina con esta conclusión perentoria: «Declaramos, decimos y definimos que someterse al pontífice romano es necesario a toda criatura para su salvación». Guillermo de Nogaret, que dirigía desde hacía ocho años el Consejo del rey, conocía todos los asuntos. No aceptó la humillación del rey, pero tampoco puede intentar un cisma de la Iglesia de Francia. Nogaret y los suyos fijan la estrategia: pasan la lucha del plano de los principios al plano de las personas; atacan al papa en su persona a fin de

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La bofetada o el atentado de Anagni de septiembre de 1303

Por José Luis Morales Chávez

Frente a las iniciativas francesas buscando una vía de conciliación, Bonifacio VIII endureció su posición. El día de Todos los Santos, unos cuarenta obispos se habían reunido en Roma con el papa. El 18 de noviembre el papa promulgó la bula Unam Sanctam. Esta bula es la última y más perfecta expresión de la teocracia pontificia.

Bonifacio VIII hace una síntesis del pensamiento de Inocencio III y de San Bernardo, de Hugo de San Víctor, de Santo Tomás de Aquino y de Gilíes de Roma. El denso razonamiento procede por afirmaciones categóricas: “no hay más que una Iglesia, santa, católica y apostólica. Fuera de ella, no hay salvación. El papa, Vicario de Cristo, es la cabeza de la Iglesia. El pontífice romano dispone de una doble autoridad, espiritual y temporal —las dos espadas—. Usa de la primera a su agrado; la segunda es manejada para la Iglesia por los príncipes a requerimiento del pontífice. El papa no tiene superior terrestre; nadie lo puede juzgar. En cambio, los príncipes son instituidos por el papa, que los juzga si obran mal”.

El documento se termina con esta conclusión perentoria: «Declaramos, decimos y definimos que someterse al pontífice romano es necesario a toda criatura para su salvación».

Guillermo de Nogaret, que dirigía desde hacía ocho años el Consejo del rey, conocía todos los asuntos. No aceptó la humillación del rey, pero tampoco puede intentar un cisma de la Iglesia de Francia. Nogaret y los suyos fijan la estrategia: pasan la lucha del plano de los principios al plano de las personas; atacan al papa en su persona a fin de recibir la adhesión de un clero francés más dispuesto a sancionar la indignidad del papa que ha tomado deliberadamente partido por la realeza frente a la Santa Sede. En junio de 1303, en una asamblea compuesta de cuarenta arzobispos, obispos y abades, Guillermo de Plaisians enumera veintinueve capítulos de acusación contra Bonifacio VIII: herejía, simonía, sodomía, violencia...

A partir de entonces, Felipe el Hermoso y su consejo se emplean en convencer al clero y convocar un concilio general en Lyón para juzgar y deponer a Bonifacio VIII y elegir un antipapa. Guillermo de Nogaret se encontraba en Italia para notificar la convocatoria del concilio al papa y los cardenales. Bonifacio VIII había abandonado Roma por su residencia en su villa natal de Anagni.

Conociendo la obstinación de Felipe el Hermoso, Bonifacio había preparado una bula de excomunión del rey de Francia que eximía a todos sus vasallos del juramento de fidelidad al rey. La bula Super Petri solio debía ser promulgada el 8 de septiembre.

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Nogaret debía citar al papa ante el concilio para suspender la excomunión y llevar el asunto ante el concilio. El papa se prepara para lanzar la excomunión contra el rey y sus colaboradores en la fiesta de la Natividad de María, el 8 de septiembre. Nogaret, acompañado de una escolta armada, llegó a Anagni en la noche del 6 al 7 de septiembre de 1303. Sciarra Colonna se encontraba igualmente a la cabeza de una tropa formada por unos centenares de hombres, dispuestos a forzar el palacio pontificio, imponer a Bonifacio VIII la abdicación y exigirle la reparación de todo el daño hecho a los Colonna. La complicidad de los habitantes de Anagni facilitó la entrada en la ciudad. Al final del día, el palacio pontificio fue forzado. Sciarra Colonna se encontró en presencia de Bonifacio VIII que sostenía en sus manos el Lignum Crucis; el papa prefirió la muerte a la abdicación: «He aquí mi cuello, he aquí mi cabeza». La leyenda dice que Sciarra le diera una bofetada. Nogaret leyó al papa la requisitoria lanzada contra él, lo puso en arresto y le anunció que sería llevado a Francia para presentarlo ante el concilio.

Guillermo de Nogaret invade la ciudad y entrega al pillaje el palacio papal. Al día siguiente, el 9 de septiembre, los habitantes de Anagni, inquietos al ver sus casas presas del pillaje, cambiaron de opinión. Tras combatir en las calles durante dos horas, expulsaron a los invasores.

Las tropas de Scierra Colonna y la escolta de Guillermo de Nogaret sólo dejaron en Anagni al viejo humillado. Bonifacio VIII lejos de fulminar la excomunión contra los responsables de la agresión, perdonó a todos e hizo liberar a los prisioneros. Inquieto por su seguridad, regresó a Roma en pequeñas etapas, protegido por una fuerte escolta. Amargado y descorazonado, vencido por la celeridad de Felipe el Hermoso, Bonifacio VIII murió el 11 de octubre de 1303.