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RAFAEL GONZALEZ

La chivata bolera

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Cuento novelado, jocoso, con toque de erotismo subliminal

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RAFAEL GONZALEZ

DEDICATORIA

Al amor libre y puro

Prologo

Desconozco si en Venezuela, en los 12 meses y 365 días del año, haya otro día tan prolífico en efemérides como el 24 de junio. La celebración de San Juan Bautista (eclesiástico), la Batalla de Carabobo (patrio), Día del Ejército (militar), Parranda de San Juan (folclore), y muerte de Carlos Gardel (luctuoso). Precisamente por este último, viajábamos rumbo a la población de Cúa, este 24 de Junio del 2014 Rafael y Yo, para asistir a los actos en homenaje al "Zorzal Criollo", acompañados por el marco musical de tangos instrumentales, cuando Rafael dice: lee, entregándome el original de un cuento titulado "La chivata bolera", donde narra un hecho muy humano, vigente en la actualidad, ambientado en Los Llanos venezolanos, en su etapa de transición de lo rural a lo urbano; ya sin montoneras pero si de gamonales, paludismo, tifus, tuberculosis, purgantes, lámparas de carburo, topias, pilón. Pero con suficiente carne, gallinas, arroz, maíz y todo lo referente al condumio diario. Siendo lo más avanzado las rockolas barrigonas, el pickup, discos de 78 RPM. Naturalmente, muy lejos de lo que vendría después; PC, laptos, DVD, PIN, blue ray, HD, 3D, scanner, inseguridad, escasez, inflación, IVA, SICAD I, II, y hasta III. Ah carajo, me estoy desviando. Volviendo al cuento. De inicio me atrapó su fina prosa, sencilla y fácil para describir escenas amorosas entre una joven pareja muy unida,

hasta que empieza la acción; donde encontramos una ambientación minuciosa, impecable en los detalles, siendo notable la sencillez como se expl ican acontecimientos amorosos muy complejos que permite a los lectores comprender sin mayores dificultades, pues el autor ha dibujado tanto y tan bien, el erotismo desde un concepto artístico (literario), y a su vez, absolutamente terrenal, con impecable puesta en escena en la recreación de todo un "jujú" (bien criollito). Explotando un campo muy interesante desde el punto de vista erótico, no tan convencional, pues la historia se podía tornar dramática.

Afortunadamente ocurre todo lo contrario y agradecemos la naturalidad y "buena onda" de su atmósfera en armonía al cambio del campo al pueblo.

Quedé gratamente sorprendido por la frescura en su narrativa. Infiero es un homenaje del autor hecho desde la tierra del golpe tuyero para el Llano, donde plasma su ambivalencia en querencias y afectos por ambos terruños.

"Mientras haya realidad y quien esté dispuesto a escribirla, habrá historias contadas"

ColofónDespués de leerla Rafael me dijo: ¡El prólogo es

tuyo, hazlo¡Con esto quiero realzar ese valor tan caro al ser

humano "LA AMISTAD". Ambos compartimos ideologías distintas y no profesamos para nada esos horribles anti valores morbosos que corroen el alma del pueblo; fanatismo, intolerancia, sectarismo, odio, violencia.

Busquemos urgente el antídoto y estrechemos nuestras manos VENEZUELA

Luis Alexi Salas ArroyoJulio 2014

_Julián, ya recogimos las patillas, las ahuyamas y los melones para llevarlos al pueblo. Dile al socio que estamos recogiendo el maíz para entregárselo el viernes, a más tardar, son 20 fanegas; negocia con él las 10 pagüeñas que le hablé. …Trae bastimento pa' la casa. Decía el padre al hijo cuando se encontraron en el camino del conuco, al culminar la jornada.

Corrían los años 60. Se gestaba en el país un cambio socioeconómico, a raíz de los acontecimientos del 58, que comenzó a sacar al campesino de sus quehaceres naturales del trabajo agrícola para otras ocupaciones. Toma fuerza la explotación organizada del petróleo en los pueblos más remotos de Venezuela. Las compañías americanas se interesaron en reclutar la mano de obra para los trabajos rudos, necesarios en la instalación de balancines, tuberías, mechuzos; y otras tareas en los pozos petroleros.

Pero también se puede decir que comenzaba, progresivamente, el abandono del trabajo en el campo. Atrás iba quedando el arreo del ganado, el ordeño, la siembra y la cosecha; así como t amb i én e l u s o d e l a s h e r ram i en t a s rudimentarias, como el machete, el garabato, la escardilla, la chícora, el mandador, etc. No obstante, apareció la maquinaria pesada para trabajar la tierra fértil, nueva tecnología agrícola, atención profesional para los animales y productos especiales para la siembra.

Julián Montiel es un campesino, con 32 años de edad, de los cuales más de 20 transcurrieron en el campo, labrando y sembrando la tierra, para cosechar los productos que luego vendía en el comercio del pueblo con la influencia de su padre, Don Simón; el viejo campesino que levantó toda una familia con el esfuerzo del trabajo como productor artesanal.

Julián nace en un caserío cercano al pueblo, donde logró estudiar hasta el cuarto grado en la escuela rural. Pero, las exigencias de Don Simón, como al resto de sus hijos, se centraron en realizar las labores del campo, cortando así su crecimiento escolar. …Importante era producir para llevar pa' la casa, decía el viejo con sus costumbres de la época y prolija ignorancia.

Julián comparte su niñez, su infancia y juventud con el resto de los niños de las pocas familias que habitaban su lugar de nacimiento, ubicado a unos 15 kilómetros del pueblo, monte adentro. Con escaso tiempo para la recreación los niños de entonces apenas podían encontrarse en la escuela, en el conuco o en los corrales de las 4 ó 5 vacas que poseían, algunos cochinos, unas cuantas gallinas y guineos. La poca distracción para ellos eran las metras, el trompo, la perinola, el gurrufío y los animalitos silvestres. No obstante, el destino buscó tiempo para que el joven campesino conociera y se relacionara con Clarita, su vecina y amiguita de la escuela, quien sería más adelante su compañera de vida.

Con el tiempo, y de tanto roce infantil y juvenil; habiéndose comido el mandado, Julián y Clarita fueron conminados a contraer matrimonio por la insistencia impositiva de los padres de ambos jóvenes, quienes se empeñaron en cubrir las apariencias y exigencias de sus costumbres rurales…Pero más que todo, cuidarse del ¿…qué dirán?.

La recién pareja no cambió mucho su estilo de vida luego de unirse en sacramento. La rutina siguió el curso de sus ocupaciones. El trabajo de la casa para Clarita, quien, con su inteligencia y dedicación, sí logró llegar hasta el sexto grado en la escuela; y cuyo nombre fue escogido en honor a Santa Clara. Mientras que la atención del conuco, de los animales y el traslado de los productos al pueblo, seguían ocupando a Julián.

Así llegaron a procrear dos hijos, Juliancito y Carmina; con 7 y 5 años, respectivamente.

La llegada de la explotación petrolera a la región llanera toca el destino de la joven pareja campesina.

En una mañana del domingo, durante el desayuno; luego de haber visitado a sus amistades en el pueblo, Don Simón, con su acostumbrada parsimonia al hablar, dice:

_ Julián, hijo, parece que llegó una “contrata” al pueblo, y andan buscando gente pa' trabaja', creo que tiene que ver con algo del petróleo; …Sebastián habló conmigo y me preguntó si estabas interesado. Acotó el viejo.

_ Mañana temprano voy papá, respondió Julián, mientras partía la arepa del desayuno, para bañarla con suero de leche.

Cumpliendo lo prometido, Julián tuvo la entrevista con Sebastián, el encargado de reclutar el personal; y es contratado por la “American Petroleum Company”, como obrero. Regocijo para la nueva familia y algo de tristeza para Don Simón, quien sentirá un vació en los corrales y en el conuco. La rutina de trabajo, y también el futuro de aquel joven campesino, fueron afectados para bien de todos.

Al poco tiempo de haber sido contratado, la aparición de los sobres con los sueldos de las semanas de trabajo, muy por encima de las ganancias cuando estuvo trabajando con su padre; fueron minando las mentes de Julián y Clarita; los ingresos económicos apuntaban hacia un cambio de vida mejor, vislumbraban el progreso de la familia. Más a ella, quien comenzó a empujar para dejar el campo e irse a vivir al pueblo…hasta que lo logra.

Instalados en su nuevo hogar, con un entorno prácticamente familiarizado con su hábitat inicial, la nueva familia vive alquilada en una casa ubicada en las afueras de la población; con suficiente terreno para seguir en contacto con sus animales domésticos que fueron trayendo del campo donde vivían, frondoso patio, amplias habitaciones y baños higiénicos. Con servicio eléctrico permanente, calles pavimentadas; y mejor aún, conexión con la civilización. Otra vida. Tal como lo pensó Clarita. Y ahora con un jardín de rosas, geranios y crotos que atender.

Con estos cambios fueron apareciendo otros beneficios. La casa y sus nuevos moradores comienzan a exigirle al sobre de Julián.

Fue necesario inscribir los hijos en el colegio religioso del pueblo; equipar la casa con los accesorios de la vida moderna que asoma la época: nevera, lavadora, plancha eléctrica, cocina, televisión, equipo de sonido, camas con lencería y ropa nueva, fueron llegando a la casa; previo compromiso de crédito con los merchantes del pueblo, y gracias a las relaciones de Julián con sus clientes cuando comercializaba los productos del campo. Luego llegaría el vehículo, una camioneta de segunda mano, pero en buenas condiciones, la cual obligó a Julián a enseñar a su esposa a conducir.

El nuevo modo de vida de la pareja campesina promete otros compromisos, el nuevo estatus social se presenta sin que ellos se den cuenta; aún falta el roce social con los lugareños. Nada fácil, porque la casa esta apartada del casco de la población, no hay vecinos cercanos, el sector está desolado. Sin embargo, para Clarita se presenta la ocasión de ver a otras personas, puesto que tiene que llevar los niños al colegio, hacer las compras de la casa, poner gasolina en la camioneta, acudir a Misa los domingos; y otros contactos que se van presentando de manera fortuita. Sin contar que ahora debe lidiar con la lavadora y demás artefactos, los cuales debe aprender a usar. Todo es cuestión de práctica y costumbre.

Las limitaciones de Clarita en el campo no fueron impedimento para adaptarse a esta nueva vida. Llevar a los niños al colegio en su camioneta, asistir a las reuniones de padres y representantes, son obligaciones que más adelante la catira de pelo ensortijado y ojitos de riñón maduro, agradecería por orientarla hacia un mundo hasta ahora desconocido. Un nuevo mundo, el cual estaba dispuesta a conquistar. Era lo que ella siempre quiso.

En unos de esos días, cuando la rutina se torna diferente para la familia que experimenta estos cambios, en horas de la mañanita, se oye a Julián decir:

_ Mi amor, mi amor, me voy... quédate tranquila, sigue durmiendo; te dejé el café preparado y unas arepitas para ti y los niños, no se te olvide llevar a Viki a la veterinaria…chao'. Dijo Julián a su esposa, a eso de las seis de la mañana, susurrándole al oído, cuando se despedía para ir a su jornada de trabajo en el campo petrolero; mientras afuera lo esperaba el transporte, como todos los días. A lo que la mujer respondió un poco adormitada:

_ Ujjuu, no me apagues el ventilador. Al mismo tiempo que se daba la vuelta, con medio muslo al desnudo, para seguir en los brazos de Morfeo.

Son las nueve de la mañana de cualquier día de mayo, el pueblo está en movimiento. Luego de dejar a sus hijos en el colegio, Clarita se dispone llevar a Viki a la casa veterinaria para aplicar las inyecciones y medicinas del mes. Viki es la chivita mascota que regaló Julián a la niña, cuando cumplió los cinco años.

Durante su espera del turno para recibir atención, la inquieta catira, de robusta pero atractiva figura, le da un vistazo a las revistas que tiene la clínica en el mostrador. Cuando de pronto llega una camioneta de color rojo, último modelo, sirena instalada y demás perolitos de la época. La curiosidad e instinto de mujer hicieron lo suyo en los ánimos de Clarita, quien no pudo ocultar su interés en ver por encima de los anteojos negros que cubrían sus brotados y chispiantes ojos, color claro; para saber de quién se trataba.

Botas vaqueras, camisa a cuadros, filosos pantalones ruston, color kaki y sombrero tejano; expusieron la atlética figura del visitante que venía también por atención medica para su chivato, que traía en el cajón de la pick up. Otra mascota.

Mientras bajaban el pequeño animal, la mujer escrutaba en la humanidad del nuevo cliente sin dejar muestras de su interés, solo por curiosidad; pero, tal vez dando riendas sueltas a la imaginación.

En el pequeño corredor de espera ambos animales se enfrentan con mirada arisca pero con el atractivo de la misma raza y especie. Viki, siendo de menor edad, logra acercarse al macho que llega; por lo que Clarita le da un leve tirón a la soga que la mantiene atada y le hace un llamado de atención:

_Quieta Viki, vente para acá, le dice al animal

El nuevo cliente responde:

_ Tranquila señora, ese no le hace nada, también es un bebe, apenas tiene 7 meses; refiriéndose al bicho, atado con una cadena plateada y un collar amarillo.

Al terminar la consulta, Clarita sale airosa del consultorio, batiendo la ancha falda floreada, diciendo:

_ Hasta luego Doctor, gracias por todo, nos vemos el otro mes para la consulta. Y agregó: _ Viki despídete de tu amiguito, volteando ligeramente hacia el otro animal, mientras se dirigía hasta su camioneta.

No habían transcurrido 30 minutos cuando llega Clarita al consultorio nuevamente, con vistoso nerv ios ismo, apurada; preguntando a l dependiente del negocio:

_ Me fui sin recoger las medicinas y el alimento de Viki. ¿Será que las tiene por allí ?. Salió el diligente ayudante del veterinario con el paquete olvidado.

Oportunidad que aprovecha la astuta mujer para coincidir con la salida del amo del chivato macho, y escuchar cuando el veterinario le dijo al cliente:

_ Todo bien, vengase el sábado, temprano, para cambiar la porción de la medicina.

Clarita apuntaba en la memoria la cita que el Doctor asignó para atender el otro animal. Sin duda nació un interés que no se había planteado nunca la abnegada mujer de Julián, durante los años de casada. Pero, como dice Simón Díaz en su famosa pieza musical “Caballo viejo”: “Cuando el amor llega así de esta manera, uno no tiene la culpa...”.

Desde entonces, la hacendosa mujer comenzó a experimentar situaciones extrañas que nunca antes había sentido ni practicaba. Cantaba cuando lavaba, ponía el equipo de sonido a toda mecha cuando limpiaba la casa, tarareando canciones románticas, hablaba con los animales del patio cuando los alimentaba, abrazaba a Viki continuamente; y no dejaba de dar vueltas en el carro por todo el pueblo, luego de dejar a los niños en el colegio; metiendo el ojo para ver si se encontraba con aquel vaquero nuevamente. No sabía cómo expresar aquello; si era curiosidad o simplemente una nueva atracción. Lo que sí sabía era que seguramente podría repetirse el fortuito encuentro este sábado en la veterinaria. Era una carta que estaba dispuesta a jugar; aún cuando seguía sintiendo las tiernas y amorosas despedidas de Julián en las mañanas, dejando listo el café y las arepitas.

Los siguientes 7 días no transcurrieron en vano para Clarita. Otras amistades fueron llegando a su entorno en diferentes reuniones y en un par de verbenas de las damas de la iglesia católica; fueron escenario para la Clarita, que ahora estaba dispuesta a mejorar su apariencia, su comportamiento social, y hasta su forma de hablar. Faltaban las maripositas en el estomago.

Todo este viraje requería de un refrescamiento en el nuevo loock de la catira; ropa nueva y ajustada al cuerpo, botas vaqueras y maquillaje moderno. Todo proveniente del sobre petrolero del marido, que la adora. Pero que el duro trabajo, de Lunes a Viernes, y el ciego amor a su damisela, incluyendo la veneración a los hijos, impedían cualquier mal pensamiento en su contra.

Cinco días de besitos, café, arepitas y despedidas, pasan. Se aproxima el sábado y con él el reto de enfrentar lo que en verdad podría ser. La acuciosidad de la mujer, los castillos de naipes; y tal vez, los deseos reprimidos por aquellas largas noches de inactividad debido al cansancio y los ronquidos del hombre; dejan pasar un pequeño detalle: la cita es el sábado, día en que Julián no trabaja, no hay que llevar los niños al colegio. ¿Cómo hacer para ir al encuentro con el vaquero ?.

Astucia de mujer

La catira comienza a resbalar por el tobogán de la infidelidad, la mente se activa para el engaño, y monta el ardid.

_ Mi amor, mañana tengo que llevar a Viki a la veterinaria; y como debes estar cansado por el trabajo, quédate con los niños, juega con ellos un rato. Decía Maribel a su marido mientras lograban conciliar el sueño en la habitación.

_ Está bien mi amorcito, así comparto más con ellos y le atiendo un poco a los animalitos…y a la casa. Respondió el enamorado y fiel esposo.

Desde la siete de la mañana se oyó el motor de la camioneta de Julián, revisando los aceites, el agua y el aire de los cauchos. Moviéndose apresurada, Clarita montó el café y ordenó un poco la casa, para luego dedicarse al maquillaje y vestirse; y así llevar a Viki a la consulta.

La estrategia de la interesada mujer incluía pasar varias veces por la veterinaria para ver si estaba la camioneta roja, mientras la chivata estaba atada en el cajón del vehículo.

A la tercera vuelta comenzó a palpitar aceleradamente el pecho de la catira. A lo lejos se veía la imponente camioneta roja, con el chivato en el cajón. Llegó la presa.

Ambos carros quedan estacionados, uno al lado del otro, en el amplio terreno de la veterinaria. Al darse cuenta de la llegada de Viki, el chivo macho se encabrita y comienza a dar señas de querer soltarse para salir a su encuentro. Por su parte, la chivata comienza a poner los ojos como si la tuvieran degollando, esperando impaciente que su ama le soltara las amarras.

En esta oportunidad ambos conductores se mostraron más amables, en tono de respeto cruzaron el saludo de los buenos días, mientras soltaban los animales que llevaban adentro…de la camioneta.

En el largo corredor de la veterinaria los animalitos comenzaron a congeniar, el olfato, el contacto con sus colas, la transpiración acelerada y el brillo intenso de sus ojos, daban testimonio del inicio de lo que pudiera ser una buena amistad, que podría trascender más adelante en momentos idílico inconfesables.

Mientras la escena glamorosa de ambas bestias protagonizaba aquel encuentro, los amos manifestaron un comportamiento de asombro.

_ Míralos a ellos, parece que se hubiesen conocido de toda la vida. Dijo Clarita en tono displicente.

_ Bueno, así es la vida. Dios los crea y ellos se juntan,… como la gente. Ripostó el vaquero.

Aún era temprano para la consulta; apenas estaban llegando los empleados de la veterinaria, y el Doctor no había llegado. Lo que obligó a los primeros clientes del sábado a esperar el turno; mientras tanto la chivata y el macho cabrío seguían congeniando y retozando en el corredor.

Como las cosas del amor deseado y el interés de tomar lo prohíbido, la mujer, con la astucia para lo cual se preparó toda la semana, toma la delantera y dice:

_Muy bien con eso aprovechamos y conversamos un rato, así nos conocemos mejor…mucho gusto, soy Clarita, la dueña de Viki; mientras extendía su mano hacia el galán que tenía en frente, al mismo tiempo que impregnaba el espacio con los aromas del perfume que bañaban su cuerpo.

El vaquero, medio desconcertado y abrumado por la rapidez de las cosas que allí estaban ocurriendo, se despoja del pelo'e guama y responde al saludo, con discreto respeto. Mucho gusto, soy Víctor, el propietario de la mascota de mi hijo.

Tal vez para Víctor el nombre del chivato no importaba, o se le olvidó; a lo mejor ni lo tenía. Su desconcierto nacía del asombro que le provocaba la forma como lo abordaba una mujer tan guapa, coqueta y con estampa de llanera recia. Pues, Maribel estaba ataviada con pantalones blancos ajustados a la cintura, camisa manga larga a cuadros rojos y blancos, aretes colgantes, que de vez en cuando se ocultaban con los rizos de sus cabellos; …y para rematar botas de cuero a la rodilla. Sin contar el carmesí de sus carnosos labios.

Frente a los amoríos de los chivatos y los pequeños tropiezos que se oían en el interior de la clínica, cuando los empleados arreglaban el lugar, no había otro silencio comparado al roce de aquellas manos que se juntaron por instantes, y que parecieron una eternidad, sin ánimo de despegarse; toda la mañana.

Al reponerse de aquel encuentro fortuito, pero también buscado; ambos tomaron asiento y comenzó una charla frívola, sin sentido, que ocultaba palabras indecibles y deseos reprimidos, por ser la primera vez.

Viki seguía en lo suyo, aquello no tenía freno, hasta que llamaron al chivato para la consulta. Las notas de las revistas del mostrador parecieron interminables para Clarita, quien relajó su humanidad en la portrona del corredor a esperar, no su turno, sino que saliera el dueño del paciente que estaban atendiendo. Porque ya no hay vuelta atrás. Apareció otro cambio en su vida; y no se trataba, precisamente de la civilización, ni de la casa y enceres nuevos. Aparecieron las mariposas en el estomago, que no había sentido nunca.

Al salir Víctor, el vaquero, de su turno; la despedida fue rápida, no hubo tiempo de reafirmar el roce de las manos; pero sí de cruzar miradas que parecían decir… nos vemos luego. Para entonces no existían los teléfonos, muchos menos PIN…y ni pensar en la Internet; sin embargo Maribel, para continuar lo que había emprendido, aprovechó el momento en que el veterinario atendía a Viki, para salir y apresurarse a llegar a la camioneta roja.

_ Bueno, hasta luego, ojalá nos volvamos a ver, ofreciendo nuevamente su mano al vaquero. Y agregó, utilizando el tuteo. ¿Tú no vas a Misa los domingos, …porque yo siempre voy ?. Dejando una intrigante invitación para el nuevo encuentro con el hombre que le movió el piso. Mientras Julián jugaba con sus hijos en el frondoso patio de su casa, levantaba parte de la empalizada y alimentaba a los animalitos.

Así transcurrieron tres sábados que proporcionaron aquel tórrido romance entre Viki y el macho cabrío, en los corredores de la veterinaria. Pero también algunos domingos en los bancos de la plaza, adyacente a la iglesia, donde se veían los nuevos amiguitos al salir la Misa; más por interés que por obligación cristiana.

Desocuparse de las responsabilidades del hogar, incluyendo el traslado de los niños al colegio, se convirtió en una rutina de acción rápida. La relación de Clarita con el vaquero pasó de la amistad al placer, de lunes a viernes; mientras Julián hacia arepitas, colaba café y susurraba al oído su amor por la catira, para luego irse al trabajo.

Viki se convirtió en el comodín de Clarita. No la bajaba de la camioneta, con la escusa ante sus hijos de pasearla todos los días, luego de dejarlos en la escuela. Pero la realidad era una coartada para encontrarse con el tipo y tener la oportunidad de saciar sus ansias de otros sabores, otros olores; sin importar los escenarios escogidos, bien sea el apartado camino hacia los campos del pueblo, las riberas de la vieja laguna, o la finca de Víctor. Donde también Viki y el macho cabrío daban riendas sueltas a su atracción.

Al iniciar la Semana Santa, un Domingo de ramos, Julián, sus hijos y su esposa salen de la misa, y se disponen a comprar algo de incienso, mirra y una que otra imagen para limpiar la casa, que exhibían en los pasillos de la plaza; cuando sorpresivamente el abnegado marido, exclama con voz vigorosa y expresiva: _ ¡Socio, mi socio!, que alegría verlo por aquí, por la casa de Dios…venga para presentarle a mi familia.

_ Mi amor te presento a Víctor, mi socio; él era quien me compraba la producción que vendíamos en el pueblo cuando venía del campo. Un gran amigo. Dijo el emocionado marido a su mujer mientras le presentaba a la no muy desconocida persona. Cambia la pigmentación de Clarita, aumenta su transpiración, las palabras se trancan en el pecho; y con vistoso nerviosismo, apenas logra decir: _“mucho gusto”.

Julián, ni pendiente, no pasa por su mente los intríngulis de aquella relación entre los enamorados, tampoco la de Viki con el macho cabrío. Por su parte, Clarita, con su conocida astucia e instinto de mujer, se repone rápidamente y exclama: ¡Niños!, que tal si vamos a la heladería, a comernos unos helados; mientras apartaba a los niños de los socios, que seguían la tertulia de los viejos tiempos. Víctor se cobijo en el machismo puro de la época y le siguió la corriente a la emocionada conversación de Julián.

Lo que no alcanzó a escuchar Clarita fue la invitación que le hiciera su marido al amigo que recién encontraba, luego de largo tiempo sin verse.

_ Lo invito a mi casa socio, dijo Julián al amigo. Vamos a compartir un rato con los niños y las mujeres…tú sabes, una parrillita; …no, mejor un morrocoy, lo invito a comer pastel de morrocoy; unos tragos y la música que nos gusta, para recordar viejos tiempos. A lo que el vaquero accedió para el próximo jueves santo.

Culminando la cuaresma, desde muy temprano de aquel jueves santo, Julián está afanado beneficiando cuatro quelonios que había traído de la casa de Don Simón, luego de haber limpiado y acondicionado la parte más sombría del patio de la casa para recibir al invitado especial.

Clarita, inocente de todo aquello por no haber escuchado la invitación y no tratar el tema durante los días anteriores del encuentro de los amigos, para no despertar sospechas; aún con su ropa de dormir, desde la cocina pregunta en voz alta: ¿Qué haces mi amor, por qué tanto ruido?.

¡Prepárate mi amor!. Dijo Julián. Arregla lo que puedas en la sala y los corredores, cuelga los chinchorros de moriche, que hoy viene mi socio con sus esposa y los niños; vamos a disfrutar de un pastel y unos traguitos. … Prepárate un carato de guanábana pa' los muchachos.

¿…Quéeee, …cómo es eso, por qué no me lo dijiste con tiempo? Exclamaba la catira, que comenzó a entrar en pánico, al mismo tiempo que su piel cobraba un color rojizo.

Se activaron los nervios. Arreglar la casa, la cocina, el comedor y su figura, ocuparon la mente de Clarita para recibir a quien le había alborotado las mariposas en el estomago, mismo que la plenó de satisfacción unas semanas atrás.

Son las once de la mañana, Julián sigue afanado, montando el fogón para hacer el pastel de morrocoy que había ofrecido. Clarita, por su parte, cumplía las instrucciones de su marido, con el tocadisco a media mecha con las melodías que identificaban su relación con el vaquero. La sorpresa y el nerviosismo acechan el ambiente.

Desde lejos, tal vez como una alerta, se oye la corneta de una bocina del automóvil esperado. Clarita la conoce, sabe quien viene. Julián ni la percibe, sigue desentendido de todo aquello.

_Mi amor, ahí como que viene la gente, grita la catira al marido desde la sala, dándole volumen a la romántica melodía que sonaba; con toda la intención.

Julián sale al encuentro de la visita; y, en medio de la polvareda de la carretera le va indicando al chofer para que estacione cómodamente debajo del roble que le da sombra a la casa.

La camioneta roja ahora porta tres pasajeros: Víctor, su esposa y su hijo; pero, como cosa curiosa también viene Viki, a quien se le nota intranquila, amarada en el cajón de la pik up. Los abrazos y fuertes palmadas en la espalda de aquellos hombres se producen en medio del polvo del camino, que lentamente se disipa.

Como todo un caballero, Víctor se dirige a la otra puerta del auto para abrirle paso a la mujer que lo acompaña; al mismo tiempo que dice: _Venga socio, conozca a mi esposa.

¡Rosana…! Exclamó sorprendido Julián. No puede ser, Tú eres la esposa del socio?. Decía en medio del asombro el campesino petrolero.

Socio, ella era la dama de quien bastante le hablé. Yo la conocí en la casa de su mamá, cuando le llevaba las lechosas, se portaba muy amable conmigo, me ofrecía café y teníamos una agradable conversación. Ahora estoy más contento al saber que es su esposa. Vengan, pasen adelante, están en su casa; venga Rosana pa' que conozca a Clarita, mi esposa. Continuaba diciendo Julián en tono emocionado.

La mañana transcurrió entre anécdotas, chistes y picarescas miradas. Mientras los niños jugaban en el patio con los chivitos que no cesaban de hacerse la corte y comer pasto tierno.

Sentados en la mesa para darle comienzo a la comilona, previo a la ingesta de algunos tragos y escuchar las guarachas, valses y boleros del momento; los amigos abordan la delicia del pastel que adorna la mesa, desprendiendo un exquisito olor que envuelve el lugar. Miradas entrecortadas y roces mínimos de manos y dedos, con el cruce de platos y cubiertos que van y vienen se apoderan del momento. Más silencio que palabras.

Al culminar la faena de la ingesta, casi al unísono y por mera casualidad, Rosana y Clarita, dicen: _ Sigan hablando, nosotras recogemos y fregamos; pasando del verbo a la acción. Julián y Víctor se encaminan, enlazados de hombros, como amigos que se reencuentra; se dirigen al patio, donde Viki y el macho cabrío están empeñado s en h a c e r nueva f am i l i a , aprovechando que los niños salieron a recoger las ciruelas maduran que caían.

_ Mi amor, Rosana, vengan a ver, corran para que vean lo que este par de bichos están haciendo. Gritaba Julián a las damas que están culminando de fregar los platos y sosteniendo una inteligente y bien manejada conversa, que no daba pie a ningún tipo de dudas.

Al llegar las mujeres al sitio idílico de Viki, alguien dijo: _ Sí, ellos se la pasan en eso desde hace tiempo, que descarados, no respetan. Se le salió a Clarita sin pensar que estaba dando pie para comenzar a sembrar la duda entre Julián y Rosana; quienes, al mismo instante se vieron las caras.

Ven Rosana, dijo el sorprendido marido de la catira, vamos a ver el terreno que tengo, donde pienso construir una casa nueva. Dirigiéndose al fondo del patio, y dejando a Clarita y al vaquero a su merced, contemplando el momento en que Viki y el macho cabrío disfrutaban.

En soledad, debajo de los frondosos robles y con gesto nervioso; aprovechando que Víctor y Clarita se quedan contemplando la lujuria de Viki y su pareja; Julián dice a Rosana: ¡Carajo chica, de vaina no nos descubren!.

Nadie sabe cuando el pez bebe agua.

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RAFAEL GONZALEZ