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LA CIUDADANÍAY LA GEOGRAFÍA SOCIAL DE LA NEOLIBERALIZACIÓN PROFUNDA RELACIONES 100, OTOÑO 2004, VOL. XXV John Gledhill* UNIVERSIDAD DE MANCHESTER

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LA CIUDADANÍAY LA GEOGRAFÍASOCIAL DE LA NEOLIBERALIZACIÓN

PROFUNDA

R E L A C I O N E S 1 0 0 , O T O Ñ O 2 0 0 4 , V O L . X X V

J o h n G l e d h i l l *U N I V E R S I D A D D E M A N C H E S T E R

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En los paisajes de austeridad global asociados con la conquista capita-lista del tiempo, del espacio y de la producción de la misma vida so-cial, ya no es evidente la relevancia de las clásicas nociones liberaleseuronorteamericanas de ciudadanía. Interpretaciones más optimistasde la globalización sugieren que las condiciones contemporáneas fa-vorecen la extensión de la “ciudadanía activa”, pero a menudo dichooptimismo parece tener su base en visiones de mundos sociales másbien virtuales que vividos. Como este artículo pretende mostrar me-diante un análisis centrado mayormente en el caso de Brasil los cien-tíficos sociales deben mantener un enfoque firme respecto de estetema en una época en que la lógica de los sistemas de gobierno neoli-berales ha penetrado incluso en los movimientos políticos más “so-cialmente progresistas” de América Latina. Aunque la “gobernabi-lidad global” neoliberal sigue siendo un proyecto que está lejos derealizarse en la práctica, la recrudescencia en la escena mundial de for-mas de intervención imperialistas brutales y corruptas no debe disua-dirnos de analizar las transformaciones históricas más hondas queacompañan a la aparente indiferencia de la actual sociedad latino-americana ante la persistente polarización social, una indiferencia quesocava los avances que auguraron acontecimientos positivos como elreconocimiento de las demandas de minorías y la transformación de“los pobres” de su anterior estatus como objetos del “desarrollo” esta-tal en ciudadanos cuyas capacidades y cuyo derecho a tener una vozen los asuntos públicos son reconocidos por el gobierno.

(Neoliberalismo, ciudadanía, espacio urbano, exclusión social)

ara empezar en un tono quizá parroquial, supongo queel concepto de ciudadanía tiene un atractivo particularpara los ingleses, ya que aún somos “sujetos” de un mo-narca que languidece sin constitución escrita ni decla-ración de los derechos de los ciudadanos a pesar de las

precoces luchas de nuestros antepasados contra la “vieja corrupción”.

* [email protected] Este artículo tiene su base en mi Conferencia Magistral,presentada en el Congreso de la Sociedad Canadiense de Antropología (CASCA, 2004), so-bre el tema “Ciudadanía y espacio público”, celebrada en London, Ontario del 5 al 9 de

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Hay personas en mi país natal que siguen preocupándose por esta situa-ción, aunque probablemente son menos numerosas que las que ven enla cuestión de la ciudadanía una medida que permite principalmenteexcluir a ciertos “otros” no-bienvenidos de los beneficios de vivir enuna otrora metrópolis imperial propensa a una nostalgia postimperialxenofóbica y racista.

Aquí tenemos, en forma breve y simplista, la paradoja de la formade ciudadanía para la cual la gente luchó y murió en la temprana Euro-pa moderna. Esa política de ciudadanía trataba de los “derechos” en elsentido positivo de que la gente podía luchar –y, de hecho, luchó– paratener derechos adicionales y nuevos, de modo tal que se extendió y pro-fundizó el concepto fundamental del “derecho de tener derechos” (in-cluso para los súbditos). Empero, la construcción de los ciudadanoseuropeos fue parte integral del proceso de la edificación de estados ynaciones –o, más bien, naciones-estado y estados-nación– que la histo-ria jamás había visto: naciones imperiales preocupadas por restringirlos derechos de sus súbditos coloniales. En efecto, la descalificación de loscolonos iba de la mano con el tardío otorgamiento del sufragio a las cla-ses bajas nacionales, cuya descalificación inicial obedeció a principiossemejantes (Stoler 1995). El espejo de la sociedad moderna basada enciudadanos libres e iguales era un mundo en que las capacidades del in-dividuo fueron calificadas por su “raza”.

Cuando hablamos de la ciudadanía hoy, nos referimos generalmentea una noción más bien liberal y euronorteamericana que es clave parauna cierta narrativa occidental de la modernidad, enfocada en la rela-ción entre Estado y sociedad civil. Esta es la historia que señala la ca-pacidad del ciudadano “activo” de hacer algo más que sólo disfrutar delos derechos y aceptar los deberes asignados desde arriba. Aún si inclui-mos a los “otros” colonos que fueron excluidos del momento fundacio-nal de la ciudadanía liberal, esta historia progresista quizá parezca ve-rídica, ya que la lógica de las ideas occidentales también preveía suprogreso si sólo rechazaban las bases discriminatorias (inevitablemente

mayo. Agradezco a todos los participantes en la animada discusión que siguió y, espe-cialmente, a los comentaristas: Malcolm Blincow, Marie France Labrecque, HermannRebel y Gavin Smith.

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naturalizadas) de su exclusión. Empero, este argumento sigue siendopoco convincente.

Los romanos fueron mucho más incluyentes que las naciones-esta-do europeas en cuanto al otorgamiento de los derechos de ciudadaníaen su imperio a todos los hombres libres de los territorios conquistados.En la sociedad que construyeron, los romanos definieron a la “libertad”como el contrapunto de su negación absoluta, la esclavitud; pero eraigualmente probable que cualquier víctima de la expansión militar ro-mana cayera en este estatus, ya que no se impuso sólo a grupos clasifi-cados como racialmente distintos. A pesar de su condición de absolutasumisión a la voluntad de otros, ya que no eran “dueños de sí mismos”,algunos esclavos romanos llegaron a fungir como figuras de autoridad.Además, a la larga, fue liberada una gran proporción incluso de los queestaban sujetos a la mayor abyección en su vida laboral. En contraste, eltipo de “libertad” ingeniada por las sociedades del noroeste de Europaestaba mucho más circunscrita por descalificaciones asociadas con su-puestas discapacidades innatas. Lo más que se ofrecía a los excluidosfue la esperanza de una futura inclusión, una vez corregidas esas disca-pacidades mediante la educación y la gradual inculcación de virtudescívicas que se suponían ajenas a sus predisposiciones originales. Pareceser que el supuesto universalismo del modelo liberal obligó a sus defen-sores a multiplicar los criterios de exclusión.

A primera vista, un factor clave aquí sería la mancuerna que formanla ciudadanía política y la nación, aunque está claro que en el mundoeuropeo se generaron variaciones en este sentido, según la medida enque se considerara a la relación sanguínea como criterio de pertenenciaa la nación, en contraste con otros modelos que reconocieron diversoscriterios, incluidos la inmigración, la colonización y el compromiso conla nación definida en términos político-territoriales. Sin embargo, inclu-so los Estados Unidos –esa nación erigida paradigmáticamente sobre ci-mientos pluriétnicos– ha tendido a reproducir desigualdades con baseen nociones duraderas de “aptitud” y en calificaciones de mayorías y“minorías modelos” que otorgan matices raciales a las distinciones cul-turales (Di Leonardo 1998, 126).

Al parecer, estos tipos de calificaciones son especialmente importan-tes en Norteamérica y Sudamérica, las regiones más extensamente re-

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modeladas por la colonización europea. Jorge Klor de Alva (1995) quizátenga razón en el sentido formal cuando argumenta que sólo los habi-tantes aborígenes precolombinos de América “Latina” fueron, y siguensiendo, una población verdaderamente “colonizada”, mientras que loscriollos y mestizos se convirtieron en “nativos” de naciones en procesode formación. Empero, la historia postimperial de buena parte de laAmérica española y portuguesa fue marcada no sólo por la redefinicióndel “problema del indio” que mucho se debió a la importación de ideasdecimonónicas europeas sobre las razas y la construcción del Estado yla nación, sino también por algunos terribles episodios de violencia em-prendidos por las fuerzas “civilizadoras” de la nación-estado contra losmovimientos disidentes regionales de pueblos étnicamente mezcladosque parecían personificar la amenaza que representaron para los pro-yectos modernistas del Estado el “fanatismo” y el rechazo de las “virtu-des civilizadas”. Aunque un humanista renacentista como el obispo deMéxico Vasco de Quiroga podía ver a los indios como “barro moldea-ble”, que podían ser convertidos en practicantes de las virtudes cívicasde la polis europea a través de la benigna imposición de la comunidadutópica de Tomás Moro (Verástique 2000, 121), para el siglo XIX, existíaun fuerte corpus de opinión en la región que creía que los ciudadanosmodernos dignos sólo podían crearse al “blanquear” a la población in-dígena mediante el mestizaje o su total desarraigo a manos de los inmi-grantes europeos.

La adopción generalizada de constituciones liberales trajo consigouna serie de iniciativas encaminadas a lograr la “modernidad” medianteoperaciones de ingeniería social como campañas de higiene, planeaciónurbana, privatización de tierras corporativas y, más tarde, la extensiónde la educación pública, pero las anomalías siguieron multiplicándose.Esos Estados solían alejarse de las sociedades que intentaban gobernar,donde las relaciones patrón-cliente y los caciquismos regionales dabanresultados más predecibles para los ciudadanos que el recurrir a proce-dimientos jurídico-racionales. Al tiempo que la ley funcionaba más biencomo un arma del privilegio, las desigualdades estructurales cotidianasfueron racionalizadas en términos de diferencias innatas de tipo espiri-tual o racial entre subalternos y elites, y entre hombres y mujeres.

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En este tipo de contexto, los esfuerzos por hacer realidad la prome-sa de la sociedad política liberal tendían a surgir entre los rangos bajosde la sociedad. La historia de América Latina abunda con ejemplos deluchas de individuos y grupos subalternos que recurrieron a medios le-gales para lograr que la constitución trabajara a su favor, a pesar de lascircunstancias poco propicias de la discriminación clasista, racial y degénero del aparato jurídico. Sin embargo, hoy, como antes, la maneramás segura de lograr que a uno se le atiendan sus derechos ciudadanosconsiste en recurrir a las influencias del patronazgo personal o a nego-ciar un favor burocrático. Dentro de ese marco de abyección, las honda-mente enraizadas prácticas discriminatorias siguen siendo relevantes, apesar de que son explícitamente prohibidas por la ley.

No obstante, mientras los reclamos de universalismo del liberalismo(una sociedad de ciudadanos “libres e iguales bajo la ley”), han sidosubvertidos frecuentemente tanto en el norte como en el sur, y el mode-lo social-democrático de la ciudadanía al estilo de T.H. Marshall pareceser un sueño casi olvidado en el mundo del Atlántico norte, donde laasistencia social (welfare) ha cedido su lugar al workfare, abonos y becasvinculados con la obligación de trabajar, vivimos ahora en una era enque los sistemas de gobierno que podemos llamar neoliberal o “liberalavanzado” (Rose 1999) parecen haber sido notablemente exitosos enmuchos escenarios sociales y culturales. Desde luego, hay variacionesimportantes que aún no he mencionado. En el contexto del lejano orien-te, encontramos algunos ejemplos destacados de Estados decisivamente“iliberales” en lo político, como Singapur, pero que concretaron su legi-timidad y tranquilizaron tensiones sociales y étnicas gracias a prestaruna generosa atención a los derechos sociales (Castells 2000, 261). Laprovisión de vivienda pública fue un aspecto central de los proyectos deingeniería social en Singapur y Hong Kong, lugar donde se ofreció tam-bién de facto la ciudadanía incluso a los obreros inmigrantes. No obstan-te, políticamente hablando de Singapur es ahora un caso excepcional. Aliniciar sus procesos de desarrollo económico a partir del dominio radi-cal impuesto por el Estado sobre la “sociedad civil”, lo mismo que enCorea del Sur y Taiwán condujo a la eliminación total del poder de lasantiguas oligarquías de terratenientes, los Estados más grandes del “ti-

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gre asiático” instituyeron políticas redistributivas que tuvieron efectosimpresionantes en cuanto a reducir las desigualdades sociales entre losnacionales y generaron prósperas clases medias. Con el tiempo, estoscambios sociales estimularon una mayor participación de la clase mediaen la política liberal, así como movimientos sociales que presionaronsobre asuntos como el género y el medio ambiente. Si es cierto lo quehan argumentado analistas como Castells (op cit., 377), en el sentido deque los profundos cambios estructurales en la economía global estánsuscitando “una crisis de la nación-estado como entidad soberana, ycrisis relacionadas de la democracia política”, estas tendencias se estánvolviendo igualmente relevantes para los nuevos “ciudadanos activos”de Asia oriental.

LAS POSIBLES VIRTUDES DEL NEOLIBERALISMO Y LA GLOBALIZACIÓN

Si seguimos el ejemplo de Bryan Roberts (1995) y ponemos a la ciuda-danía en el centro del análisis de las luchas políticas contemporáneas delos pobres en América Latina, entonces el neoliberalismo ha mostradola calidad paradójica de, por un lado, expandir las maneras en que sepuede definir y fincar la ciudadanía y, por el otro, “ahuecar” parte de susustancia. A primera vista, este “ahuecar” es simplemente el resultadode cambios en el capitalismo global que han generado grados cada vezmayores de polarización social y de concentración del poder económi-co, aunque los índices de bienestar social y personal basados sólo en losingresos en efectivo no cuentan toda la historia.1 Ser un ciudadano cuya

1 Aunque los “Indicadores del desarrollo mundial” del Banco Mundial para el 2004fueron calificados como “buenas nuevas”, ya que “la proporción de personas que vivenen la pobreza extrema (con ingresos menores a $1 USD por día), en los países en vías dedesarrollo cayó por casi la mitad entre 1981 y 2001, del 40 al 21 por ciento de la poblaciónglobal”, al revisarlos más detenidamente resulta que la situación global refleja principal-mente el dramático crecimiento económico de China y, en menor grado, de la India. Elsorprendente triunfo del partido Congreso en las elecciones del 2004 en este último paísrefleja el grado en que los ciudadanos más pobres juzgaron insatisfactorio el modelo neo-liberal, pero el hecho de que el gobierno comunista de West Bengal pronto aseguró al

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manera de ganarse la vida se vuelve cada vez más precaria debido aserios problemas de inseguridad personal revela claramente la disminu-ción de los derechos tradicionalmente definidos. Empero, incluso lasaparentes mejorías en los niveles materiales de vida de algunos sectoreshan sido viciados por los impactos negativos del actual modelo econó-mico sobre la vida laboral y familiar, ya que han aumentado la insegu-ridad económica y física incluso para los ciudadanos en peldaños másaltos de la escala social (Gledhill 2001).

No obstante, hay otros registros en que la transición de sistemas degobierno modernistas a sistemas neoliberales ha ampliado los derechosy prerrogativas. Éstos tienen que ver en su mayoría con la reevaluaciónde la “diferencia” en un mundo aparentemente más plural y multicultu-ral. Por ejemplo, ahora existe la ciudadanía “étnica”, a la cual se puedenotorgar concesiones reales y sustantivas. En América Latina, los proyec-tos asimilacionistas de anteriores épocas han cedido su lugar a progra-mas que brindan apoyo material para la reproducción de distintas iden-tidades culturales: grupos indígenas y de negros se han beneficiado deesquemas para reconstituir tierras comunales y territorios administrati-vamente autónomos, incluso en países acosados por la guerra como Co-lombia.2 Hoy, estas concesiones tienen el apoyo activo de agencias mul-tilaterales, notablemente del Banco Mundial, que presiona cada vez máspara que los estados recalcitrantes reconozcan la necesidad de medidasde este tipo.

Congreso que no insistiría en revertir la “reforma económica” a cambio de su apoyo enla formación del nuevo gobierno y que, en efecto, se había esforzado por atraer la inver-sión privada a su estado, son muy consistentes con el argumento de este artículo. La can-tidad de gente que vive en la pobreza absoluta en el África Subsahariana sigue aumen-tándose, mientras que las otrora economías socialistas del Europa oriental y Asia centralexperimentaron un deterioro dramático, aunque muestran ligeras señales de alivio en elnuevo milenio. El porcentaje de latinoamericanos que vive por debajo de la línea de po-breza no mostró una mejoría significativa en la década de 1990, según las medidas delpropio Banco Mundial (lo que se traduce en un crecimiento sustancial del número ab-soluto de personas que viven en la pobreza en esta región). Para mayores detalles, véasehttp//:www.worldbank.org/data/wdi2004/index.htm.

2 Para exámenes del estado de legislación en diferentes países de América Latina,véase Van der Haar y Hoekema (eds.) 2000; y Sieder (ed.), 2002.

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Es fácil, y quizá necesario, ser cínico ante estos acontecimientos.Existe a menudo una enorme brecha entre los derechos reconocidos enlas constituciones revisadas y las realidades cotidianas que vive la masade estos nuevos “sujetos de derecho”. Allí donde se otorga el derecho decontrolar recursos reales, se trata más bien de recursos no estratégicosdesde la perspectiva del capitalismo contemporáneo, que tan a menudoadopta formas particularmente predatorias y extractivas en regionestropicales donde viven tantos pueblos indígenas. Mientras que el rostro“progresista” de la globalización –que comentaré más adelante– y la di-fusión de la política de derechos proporcionan nuevos recursos de resis-tencia que han impactado tangiblemente, por ejemplo, los megaproyec-tos del Banco Mundial, los resultados prácticos siguen siendo limitadospor una gama de estrategias burocráticas y procedimientos que men-guan la sustancia de estos aparentes cambios políticos (Fox y Brown1998). Además, allí donde operan poderosos intereses privados en sóli-das alianzas con Estados locales que gozan del apoyo de una superpo-tencia militar, la posibilidad de organizar una defensa exitosa aún eslimitada.

Incluso en lugares donde los poderosos intereses externos no jueganun papel central, la dotación de tierras a pueblos indígenas puede pro-vocar conflictos si otra gente pobre no puede reclamar con éxito estetipo de identidad y se siente injustamente excluida y discriminada en elproceso. Aun cuando son apreciados en términos propios, los “derechosculturales” por sí solos pueden resultar insuficientes para lograr unimpacto significativo en los problemas cotidianos de la supervivenciaeconómica. Asimismo, resulta a menudo que los principales beneficia-dos materiales de las concesiones son los líderes, intermediarios oportavoces de la comunidad que se distancian socialmente cada vezmás de la gente que representan al participar en los mundos urbanos delos programas de financiamiento de las ONG y agencias gubernamenta-les y multilaterales.

La ironía aquí es que no se han ganado estos nuevos derechos y de-finiciones de ciudadanía sin luchas que suelen provocar el sufrimientoy la pérdida de vidas: son producto de profundas demandas de recono-cimiento. El problema es que pueden convertirse en concesiones sólomarginales que, gracias a las transformaciones económicas, son más fá-

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ciles de conceder a cambio de asegurar la “gobernabilidad” y, quizá,una “gobernabilidad” autorreguladora.

El multiculturalismo y otras formas de “respeto a las diferencias”son tan centrales para el proyecto neoliberal como el mercado libre y ladesregulación,3 porque son parte de un sistema de gobierno adaptado alos nuevos modos de acumulación global de capital. El multiculturalis-mo ayuda a los Estados neoliberales a “gobernar a distancia” (Rose1999), ofreciendo a ciertos actores antes excluidos la oportunidad departicipar en una manera que promueve la autorregulación y acota losefectos de la movilización. La fuerza “democratizadora” del liberalismoavanzado es real, ya que los nuevos rubros de “participación” y “empo-deramiento” crean mecanismos para fabricar la “sociedad civil”, paramanejar las crónicas crisis sociales y para incorporar a sectores conflicti-vos en procesos de intermediación arbitrados burocráticamente que enefecto ayudan a ahondar los principios de la sociedad de mercado y del“gobierno a distancia”. Podríamos concluir que esto simplemente im-plica que se trata de una simulación que oculta desigualdades de poderestructurales subyacentes. En cierto sentido esto es verdad, pero no essólo una simulación, ya que hay espacios reales de negociación –hastacierto punto– y esto es donde, desde el punto de vista teórico, la versióndel poder foucaultiana en términos de gobernabilidad revela sus limi-tantes para captar la agencia de los grupos subalternos. El proyecto neo-

3 Los mercados libres y la desregulación por sí mismos no son suficientes para defi-nir lo que hay de “nuevo” en el neoliberalismo y lo que lo distingue del liberalismo clási-co. Como he argumentado en otra publicación (Gledhill 2004), lo que sorprendería a unliberal clásico como Adam Smith respecto del neoliberalismo actual es su extensión delconcepto de la “sociedad de mercado” a tal grado que abarca incluso la producción dela vida misma, un principio a cuyas implicaciones volveré más adelante en este ensayo.La prescripción de que los individuos tomen responsabilidad de sus futuros dentro deuna “economía basada en el conocimiento”, al aprender cómo “comercializarse a sí mis-mos” adquiere la fuerza de un imperativo moral que permanece visible incluso en la ver-sión “más suave” del neoliberalismo asociado con la políticas del “tercer camino”. Otrascaracterísticas básicas del neoliberalismo, tales como la insistencia en que el sector públi-co adopte “mercados internos” para lograr la “eficiencia” en la asignación de recursos y,por encima de todo, una ubicua cultura burocrática basada en la evaluación y auditoría,son resultado de esta ampliación del concepto de la sociedad de mercado.

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liberal de gobernabilidad confronta continuos desafíos simplemente acausa de las consecuencias socioeconómicas del nuevo orden. No obs-tante y a pesar de que las grandes movilizaciones con amplias basescontra el neoliberalismo ahora son comunes en varios países latinoame-ricanos, el punto más relevante acerca de los sistemas de gobierno neo-liberales es que parecen estar funcionando marcadamente bien, a pesarde los aparentes desafíos.4

Antes de explorar este argumento en más detalle, me permito haceruna pausa un momento para ponderar los límites de este nuevo modode gobierno. Las principales debilidades y fuerzas del neoliberalismoestán relacionadas con el hecho de que el capitalismo global ha hechocada vez más difícil circunscribir la política en el nivel puramente nacio-nal. Por un lado están los problemas que generan los cada vez más mó-viles pueblos subalternos. Es fácil, creo, exagerar el grado de movilidadque goza la humanidad hoy y aun más fácil tomar conclusiones opti-mistas respecto de la capacidad organizativa de las redes transnaciona-les, aunque ciertamente hay casos en que organizaciones transnacio-nales de migrantes han alcanzado una fuerte influencia frente a losEstados nacionales que intervienen en sus vidas. En el caso mexicano,los estudios de indígenas migrantes de Oaxaca han plasmado esta posi-bilidad con frecuencia, aunque podríamos argumentar asimismo que si-gue siendo la excepción más que la regla para la población migrantemexicana en general y que hay muchos migrantes oaxaqueños queprefieren esquivar a los Estados y no negociar con ellos. Además, losmigrantes internacionales aún forman una minoría entre la poblacióntotal de esta región y hasta en el supuesto “mejor de los casos” están le-jos de conseguir el tipo de “ciudadanía transnacional” que reflejaríamás llanamente sus necesidades y aspiraciones.

Otro problema concierne a la relativa inmovilidad de los trabajado-res desempleados en los centros del Atlántico norte y su inclinación a

4 El poder que constriñe en esta coyuntura es evidente en el caso del gobierno deLula en Brasil y el de Gutiérrez en Ecuador, mientras que a pesar de la salida del poderespecialmente dramático de Gonzalo Sánchez de Losada en Bolivia, provocada por unasunto que confrontó directamente a la economía neoliberal, el movimiento popular si-gue lamentando que plus ça change.

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alentar un ambiente de hostilidad frente a los inmigrantes, los refugia-dos y los que buscan asilo con el fin de mantener a estas personas reciénincorporadas en los mercados laborales domésticos en una posición deabyección que los primeros consideran adecuada. Obviamente, las fron-teras nacionales y el parámetro de la ciudadanía siguen jugando un pa-pel central en un mundo económico cada vez más reconfigurado por elpeso de las remesas en las economías nacionales del Sur y por los des-plazamientos de población provocados por las intervenciones pasadasy actuales del Norte. Aunque la ciudadanía nacional quizá esté dispo-nible a algunos de los recién llegados, los beneficios que brinda han sidoseveramente acotados, incluso para los descendientes de segunda y ter-cera generación, para aquellos grupos que no pueden borrar su “difer-encia”; esto debido a la creciente paranoia característica de los Estadosque ahora gobiernan sociedades en que la desindustrialización está so-cavando las oportunidades económicas.

Contra estas tendencias negativas podemos oponer argumentos so-bre las consecuencias potencialmente “progresivas” de la globalización.Los más optimistas suelen enfatizar que las coaliciones y redes transna-cionales reticulares conducen al empoderamiento de grupos subalter-nos “resistentes” (como los zapatistas en Chiapas), antes incapaces deimpactar un mundo menos “conectado”. Argumentan que las emergen-tes esferas públicas transnacionales fortalecen el tipo de visión cosmo-polita que se requiere para contrarrestar las tendencias actuales hacia lapolarización social suscitada por la globalización capitalista.

Por ejemplo, el politólogo mexicano Benjamín Arditi sostiene que el“espectro del socialismo, o mejor, el imaginario impulsado por la tradi-ción socialista, está volviendo a entrar en el escenario público en la for-ma de un internacionalismo nuevo e informal que pretende contrarres-tar el peso de su homólogo conservador al hacer énfasis en los temas deigualdad y solidaridad a escala global” (2002, 476). Siguiendo a Derridá,Ardite sugiere que la virtud de la nueva solidaridad internacional esque ningún Estado, partido, sindicato u organización cívica la puedecontrolar o institucionalizar. Tampoco está fincada en solidaridades cla-sistas, calificadas por las visiones postmarxista y postmodernista comofactores de segmentación social incapaces de generar un verdadero uni-versalismo. En su lugar, vemos el surgimiento de convergencias multi-

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clasistas y plurales, capaces de trascender y acomodar las diferenciassociales y culturales.

Es evidente que esta visión no descalifica, a priori, el proyecto debuscar reformas locales, incluidas las del estado local, sino que sugiereque esos proyectos locales están más propensos a prosperar en el con-texto de la formación de redes internacionales que pueden aumentar lapresión a regímenes que violan los derechos universales de sus ciuda-danos al tiempo que confrontan fuerzas y organizaciones supranaciona-les con mayor eficacia que un movimiento local pudiera hacer. Esta afir-mación quizá tenga sentido. A diez años de la rebelión zapatista, sólouna enorme dosis de optimismo nos permitiría creer que el neoliberalis-mo global esté siendo desafiado significativamente desde el último re-ducto de los rebeldes en la Selva Lacandona, a pesar del continuo inge-nio de su estilo político. De hecho, dudo que el movimiento zapatistaaún estuviera desarrollando su reducido espacio de autonomía indíge-na de no ser por el nivel inusitado de financiamiento externo que recibea través de su red internacional de solidaridad. Así, entonces, unirnos alos que defienden el lado positivo de la globalización en una desenfre-nada celebración del sujeto de resistencia descentrado sin ponderar lasimplicaciones de las técnicas de gobierno neoliberales opuestas y tam-bién descentradas podría conllevar el riesgo de asumir un optimismo deespíritu no justificado y claramente contrario a la evidencia etnográfica.

La mayor parte de la humanidad no vive en lugares como la SelvaLacandona, y muchos pueblos indígenas ahora tienen serios problemaspara ganarse la vida en los espacios que controlan, debido a la crisisagrícola generalizada y al deterioro ambiental. Enseguida, presentoejemplos de otros espacios para explorar, en forma más concreta, lafuerza de la gobernabilidad neoliberal.

REDESARROLLANDO LAS “CIUDADES DIVIDIDAS” DE BRASIL

Si hay algún lugar que se ha convertido simultáneamente en el enfoquede exageradas esperanzas y de desesperación igualmente profunda so-bre la capacidad de la acción ciudadana para enfrentar los problemassociales de la ciudad metropolitana sureña, ese lugar es Brasil. Asidos

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como cangrejos a las megaciudades costeras, cuya separación del inte-rior aún subpoblado sostiene una división cultural-ideológica peculiar-mente aguda entre ciudad y campo, los brasileños parecen estar tan fas-cinados como los fuereños con las formas de exclusión social creadaspor su proceso de urbanización, como atestigua el gran éxito de la mi-niserie televisiva que TV Globo adaptó de la popular película Cidade deDeus, cidade dos Homens. Quizá sea muy cínico sugerir que esto refleje laestrategia: “si no puedes eliminar las favelas, ¿por qué no embellecerlasy explotarlas comercialmente?”, ya que los guionistas del programa cla-ramente pretenden humanizar a la gente de las favelas. En la medida enque lo logran, estas producciones culturales quizá contribuyan positiva-mente a los viejos debates sobre la función social del redesarrollo urba-no. De hecho, Brasil es un país donde –se podría argumentar– hallamosun ambiente óptimo para la conversión de esos debates en las basespara mejores políticas públicas.

Las ciudades gobernadas por el Partido dos Trabalhadores (PT, Partidode los Trabajadores) como Porto Alegre y Recife,5 han estado en la van-guardia de los esfuerzos por promover la “participación ciudadana” enla administración urbana, incluso respecto de asuntos presupuestarios.El presidente actual, Inácio “Lula” da Silva, ganó un mandato electoralsin precedentes. Si bien ha decepcionado, aunque quizá no ha sorpren-dido, a muchos de sus seguidores, el hecho de que su gobierno haya re-chazado todo acto que pudiera asustar a la “comunidad financiera in-

5 Para una discusión del caso de Recife, véase, por ejemplo, Assies (1999). En este ar-tículo, Assies presenta varios correctivos acertados respecto de los malos entendidosampliamente difundidos de las raíces de la “nueva política” en la espontaneidad de losmovimientos sociales en el nivel local que surgieron durante el periodo del gobierno mi-litar, notando que el papel de la Iglesia católica y de otros actores “institucionales” nodebe subestimarse y que los profesionistas de clase media jugaron un papel significativoen la construcción social de los movimientos. Politizados bajo las circunstancias peculia-res de la transición del gobierno militar al democrático, con la consolidación del gobier-no democrático, estos profesionistas se han encontrado en una relación nueva con la“base” popular que, como demuestra Assies, ofrece una buena ilustración de cómo lasdemandas alguna vez “radicales” para la “participación” y el “empoderamiento” “se mez-clan con una estrategia de reforma neoliberal” al tiempo que adquieren “connotaciones deautoavance y de autosuficiencia para participar como sujetos económicos” (1999, 223).

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ternacional”; no se puede dudar de su compromiso público por enraizarla democracia y fomentar el debate público de medidas diseñadas parareducir la injusticia social, tanto nacional como internacionalmente. Sinembargo, cuando escudriñamos el historial del PT en el gobierno local,especialmente en São Paulo entre 1989 y 1993, encontramos un récordno muy alentador.

A pesar de las críticas del PT a los programas adoptados por la ges-tión liberal del excéntrico Jânio Quadros para eliminar las favelas de lazona que se estaba redesarrollando según el modelo de la “ciudad glo-bal” al sureste de la ciudad, alrededor del World Trade Center de SãoPaulo, ya en el poder este partido acogió el principio de que en mediode crisis fiscales los gobiernos municipales deben tratar de resolver losproblemas sociales mediante sociedades financieras públicas-privadas(Fix 2001). Así, adoptaron el propio plan, algo maquiavélico, de Qua-dros de financiar la eliminación de las favelas y la reubicación de sus ha-bitantes (los favelados) con fondos proporcionados por los mismos es-peculadores de bienes raíces que apoyaban el esquema de revalorar unpaisaje urbano colonizado por los pobres mediante la erección de edi-ficios de oficinas, centros comerciales y edificios departamentales decalidad, de “primer mundo”, ubicados en parques “ecológicamente re-habilitados”. La plena realización de este plan tuvo que esperar a la Pre-fectura de Paulo Maluf (candidato del derechista partido Progresivo),quien inició su carrera política bajo el patrocinio del ejército, llegó a ocu-par la gubernatura, y luego entró en una época de crisis a partir del2001, cuando las denuncias por malversación, corrupción y lavado dedinero condujeron a una investigación de sus cuentas bancarias en el ex-tranjero. No obstante, para el 2004, su nivel de impopularidad entre loselectores no era mucho peor que el del prefecto de São Paulo, MartaSuplicy del PT, cuyo índice de aprobación cayó alarmantemente cuandoinundaciones destruyeron muchas casas de precaria construcción y mul-tiplicaron las miserias generadas por la persistentemente alta –y cre-ciente– tasa de desempleo. Además, la prefecta cometió un enormeerror político cuando visitó a la gente que había perdido sus casas, ves-tida de un conjunto de pantalón de alta costura. De hecho, tuvo que reti-rarse entre el caos cuando la multitud empezó a aventar fango a su ele-gante persona.

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Pero había razones de más peso atrás de esta ira popular: por ejem-plo, la mayoría de los favelados expulsados de las zonas más seguras yatomadas por los nuevos megaproyectos gracias a las políticas de Maluf,fueron obligados a recibir aquellas precarias casas. A pesar de un masi-vo programa propagandístico que promovía los nuevos proyectos devivienda popular cuyas pretensiones de ingeniería social fueron capta-das por la selección del nombre “Cingapuras”, muy pocas familias fue-ron reubicadas satisfactoriamente. El dinero recabado por el consorciode empresarios capitalistas sólo bastó para cubrir las necesidades de12% de las familias de la principal favela derrumbada, Jardín Edith (Fixop. cit., 94). Además, la mayor parte de las familias que obtuvo compen-sación –tras manifestaciones y esfuerzos por frustrar las maniobras delos líderes comunitarios constantemente tentados, por jugosos sobor-nos, a traicionar a sus seguidores– encontraron que la vivienda alterna-tiva ofrecida era muy por debajo del estándar prometido y ubicada muylejos de los lugares de empleo. Y, aun así, tuvieron que pagar por ella.

El desenlace fue típicamente brasileño. Los restos de las favelas enel nuevo enclave de corporaciones globales y consumismo están ocul-tos, discretamente trás cercas y muros, de la vista de los transeúntes queconducen en las nuevas autopistas urbanas, mientras que la mayoría delos expulsados se mudó a otras favelas o construyó nuevas en una zonano colonizada anteriormente: un área de conservación natural y, másimportante, de agua (Fix op. cit., 99). En suma, los estragos ambientalesde estos eventos han expuesto como una falacia la idea de que las socie-dades privadas-públicas ahorran impuestos. Más allá del hecho de queel gobierno se haya echado a cuestas los futuros costos de transporte yotros aspectos de infraestructura, fracasó rotundamente en calcular loscostos directos e indirectos de ese proyecto para un recurso especial-mente problemático: el agua potable.

Es irónico que algunos de estos costos también perjudicaron a los ri-cos, aunque en menor grado, al verse multiplicados por el aumento de laviolencia, sus impactos sobre la gente pobre fueron claramente negati-vos. Ellos perdieron sus tierras y casas a cambio de una miseria, mien-tras los especuladores lograron enormes ganancias capitales cuando losterrenos que colonizaron fueron revalorados gracias a su incorporaciónen el “Primer Mundo”. La mayoría de la gente desplazada tuvo que ir

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a vivir en sitios más peligrosos social y ambientalmente, así como me-nos integrados a los mercados de trabajo comparados con sus viejasfavelas en la ciudad. Hoy, es común argumentar que exactamente los ti-pos de “marginalización” que antropólogos como Janice Perlman (1976)mostraron como no característicos de los favelados en la década de 1960son los que ahora dominan las vidas de la pobre gente urbana, reduci-da a una suerte de “población relativamente excedente”. Sin embargo,en la medida en que esto sea verídico (y, como veremos abajo, los estu-dios más recientes de Perlman indican que quizá no esté totalmentecierto), al menos para Río de Janeiro,6 no es una función del “fracaso deldesarrollo” sino, al contrario, del éxito político de un modelo de desarro-llo que sería muy difícil no llamar “perverso”.

El grupo social de los favelados no fue el único que resultó perjudi-cado por el ascenso de São Paulo al estatus de una “ciudad global”.Como muestra Fix en su estudio, las familias de clase media que vivíanen casas y departamentos familiares en arboladas calles suburbanas,fueron atrapadas también en el proceso de redesarrollo debido a la ne-cesidad de mejorar las vías de comunicación con el antiguo centro de laciudad y de dotar a los vecinos de este nódulo recién integrado global-mente de un tránsito rápido al hiperespacio transnacional mediante unhelipuerto. Aunque sus líderes –un arquitecto y un funcionario del de-partamento municipal de planeación urbana, entre otros– fueron acosa-dos por la prefectura, a final de cuentas su “ciudadanía activa” tenía su-ficiente peso político para modificar los planes y lograr la introducciónde una modesta medida de “conservación” en la reestructuración de suparte del espacio urbano. Esto nos enseña que no sería de todo correctoafirmar que los ciudadanos no tienen “voz ni voto” en estos enfrenta-mientos sobre las funciones sociales de las ciudades y las responsabili-dades sociales del gobierno. Más bien, es cuestión de cuál voz tenga máspeso.

6 Desde luego, hay que reconocer que hay diferencias significativas incluso dentro deun mismo país entre ciudades de tamaño similar, así como variaciones importantes entrelas regiones y los sitios urbanos de diferentes escalas, y que el argumento de este ensayoocupa un nivel de generalización que también abstrae, inevitablemente, de las importan-tes diferencias en las formas locales de la organización capitalista que siguen existiendoen la economía global.

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DEL ESTADO DESAROLLISTA A LA NEOLIBERALIZACIÓN PROFUNDA

Como ha argumentado Caldeira (2003), el lenguaje del gobierno moder-nista en los días del Estado desarrollista brasileño no trataba de los de-rechos de los ciudadanos, sino de vencer al “subdesarrollo”. Aunque sepodría concebir al “desarrollo” como un medio para reducir la desigual-dad social, el discurso modernista del Estado consideraba a los ciudada-nos pobres como ignorantes y atrasados, incapaces de tomar decisionesracionales sobre el futuro. Entonces, ahora la cuestión es: ¿hasta quépunto ha empezado el Estado neoliberal a ver a los pobres como ciuda-danos potencialmente capaces con el derecho de tener derechos, a pesarde su carencia de recursos? A primera vista, esto es lo que parecen im-plicar las últimas modificaciones del proceso de planeación urbana delgobierno de Suplicy en São Paulo, que reconoce la legítima participa-ción de las organizaciones de los pobres –y no sólo la de los grupos declase media que se movilizaron en los noventa– en la construcción de la“ciudad que todos queremos”. Como observa Caldeira, en el Brasil con-temporáneo el Estado no ha abandonado la “voluntad de gobernar”(otra frase de Nikolas Rose), aunque parece que su actual forma de ha-cerlo faculta e incluye cada vez más una pluralidad de sectores de la so-ciedad civil, debido a su ética a priori de alentar una “ciudadanía activaen una sociedad activa”.

Antes de examinar este cambio con más detalle, me permito volverpor un momento a la cuestión de por qué debemos entender a estosacontecimientos como elementos integrales del neoliberalismo. Debidoal peso del pago de las deudas creadas por las anteriores intervencionesde agencias multilaterales y la inversión extranjera privada, el papel delas ONG, el sector terciario y las sociedades privada-públicas no es sólofruto de la ideología ni tampoco una solución rápida a los problemasque provocaron los ajustes estructurales cuando no lograron generar elcrecimiento necesario para compensarlos. Son más bien realidades prác-ticas que tanto los partidos de izquierda (como el PT) y los neoliberalesdel “tercer camino” están obligados a tomar en cuenta.

Como he argumentado en otro artículo sobre el caso específico deMéxico (2004, 338), el poder de lo que los geógrafos sociales Peck yTickell (2002, 382) llaman la profunda “neoliberalización” global des-

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cansa hasta cierto punto en sus aspectos que son atractivos aun para losciudadanos ordinarios que nunca han sido beneficiados por las políticaseconómicas neoliberales, cuando los comparamos con los del fracasadosistema de gobierno del Estado desarrollista. De hecho, ciertos aspectosde la “reforma” neoliberal quizá parezcan atractivos en comparacióncon los sistemas de gobierno de los Estados desarrollistas exitosos, aun-que, como comenté arriba, en comparación con sus homólogos euronor-teamericanos y latinoamericanos las versiones asiático-orientales de di-cho Estado fueron más eficaces en promover la igualdad de ingresos.Peck y Tickell enfatizan que, al igual que la globalización, la neolibera-lización “debe ser entendida como un proceso, no una condición final”,que es contradictoria en cuanto a su producción de contratendencias yexiste en “formas histórica y geográficamente contingentes”, de modoque las diferencias entre, digamos, la Inglaterra de Blair y el Mé-xico deFox no son triviales ni teórica ni políticamente (Ibid., 383).

Sin embargo y a pesar de su énfasis en la diversidad, Peck y Tickelltambién identifican un cambio de un neoliberalismo “regresivo” (roll-back) fincado en la “activa destrucción de las instituciones keynesianassocial-colectivistas y de asistencia social”, hacia un neoliberalismo “pro-positivo” (roll-out) que se dedica a “la construcción y consolidación in-tencionales de formas del Estado, modos de gobierno y relaciones regu-latorias neoliberalizados” (Ibid., 384). Esto ha creado “un patrón másformidable y robusto de gobierno proactivo y de metaregulación ubicua”,aunque la actual “forma difusa, dispersa, tecnócrata e institucionaliza-da del neoliberalismo” ha “engendrado un mercado libre de regresiónsocial” (Ibid., 385). En tanto un sistema ubicuo de “poder difuso” (en elsentido en que Hardt y Negri [2000] usan el término), Peck y Timlett ar-gumentan que el neoliberalismo es:

[…] cualitativamente diferente de proyectos regulatorios y experimentos“alternativos”: moldea los medio ambientes, contextos y marcos dentro delos cuales tiene lugar la reestructuración político-económica y socio-institu-cional. Así, los sistemas de gobierno neoliberales se vuelven perplejamenteescurridizos: operan entre sitios específicos de incorporación y reproduc-ción y adentro de ellos, tales como los Estados nacionales y locales. Conse-

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cuentemente, tienen la capacidad de constreñir, condicionar y constituir elcambio político y la reforma institucional en maneras trascendentes y mul-tifacéticas. Aunque sea erróneo caracterizar a la neoliberalización como uncampo de fuerza de presiones y disciplinas extralocales, carente de actores–dado lo que sabemos sobre las intervenciones decisivas y propositivas delos think-tanks, elites políticas y expertos, para no mencionar el papel funda-mental del mismo poder del Estado en la (re)producción del neoliberalis-mo– como un proyecto ideológico continuo, el neoliberalismo es claramentemás que la suma de sus partes (locales institucionales) (Ibid., 401, énfasis deloriginal).

Al conceder a los grupos de ciudadanos pobres una voz colectiva enla esfera pública (a través de sus organizaciones y representantes), elcampo político brasileño neoliberalizado proyecta la posibilidad de unasociedad plural en que los intereses de todos estarían balanceados, in-cluso al costo de aceptar un grado de desigualdad social que hubierasido impensable para anteriores proyectos izquierdistas. Esto dota a lapolítica local de un tono despolitizado, aun cuando los grupos inter-cambian gritos en las oficinas de gobierno. Y es que en medio del grite-río todos parecen iguales y es difícil distinguir un tipo de asociación deciudadanos activos de otro. Empero, como muestra Caldeira, el hechode que están diferenciados estructuralmente en términos de clase y po-der y, especialmente, respecto de su acceso a una esfera pública más am-plia a través de los medios de comunicación, en la práctica del mundoreal algunas voces siguen siendo más fuertes que otras. Al parecer,Marta Suplicy ha logrado acotar el poder “tras bambalinas” de los em-presarios de bienes raíces, comparado con la influencia que ejercieronen la admi-nistración de Maluf. Sin embargo, precisamente porque lagobernabilidad neoliberal faculta a todos los intereses, en efecto permi-te la reproducción de procesos que crean la segregación social y ahon-dan la desigualdad.

En cierta medida este es el eterno problema de la “sociedad civil”fuera del original contexto europeo que la vio nacer: la lucha de la bur-guesía contra la “antigua corrupción” del Estado absolutista. Al menosen aquel mundo entendíamos de lo que hablábamos, como también en

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el mundo que lo siguió, cuando en algunos países los sindicatos labora-les se unieron con el capital organizado en el campo político para crearsus propias estructuras de representación. En el mundo actual, los ciu-dadanos suelen estar identificados con –siguiendo a Caldeira en su usode otro término de Rose– “comunidades de lealtad” que proliferan enformas que suelen ser más bien virtuales, al tiempo que organizacionescomparativamente pequeñas consiguen una voz como interlocutores enel “gobierno a distancia” del Estado, y que las personas que articulanesa “voz” se vuelven cada vez más distanciados socialmente de sus “co-munidades” putativas, aunque no son, en el sentido estricto de estostérminos, simplemente sobornados o cooptados.

Pero hay paradojas más profundas. La mayoría de las variedadesdel neoliberalismo se preocupan por reconstruir a la “comunidad” enalgún sentido, aunque están al pendiente de cualquier desliz entre la“comunidad” y el tipo de ideología “comunitaria” que militaría en con-tra de la definitiva soberanía ético-política del ciudadano individualresponsable y activo, portador de derechos dentro de dichas colectivi-dades. Esto es, en parte, un reflejo de lo que el neoliberalismo ha hechoen el pasado para desatar aquellos lazos de comunidad que sobrevi-vieron a la “modernización” económica y al retiro del Estado asisten-cial. La “desaparición del trabajo” y el creciente empobrecimiento de lasfamilias ha reducido el alcance de las reciprocidades horizontales entrehogares que alguna vez fungían como el tejido social que construía soli-daridades en los barrios pobres (Auyero 2000, 109; González de la Ro-cha 2004, 19). Al mismo tiempo, las ONG, las agencias de desarrollo y lamaquinaria de los partidos políticos tienden a administrar los escasosrecursos disponibles para aliviar la pobreza al actuar (a veces delibera-damente, en otras no-intencionalmente), como aparatos que alientan lacompetencia entre clientes que buscan el patrocinio, a menudo en per-juicio del tipo de movilización social colectiva que alguna vez parecíaalbergar la esperanza de poder construir sociedades más bondadosas ydemocráticas (Auyero op. cit., 110). Irónicamente, hemos visto más de-mocracia al mismo tiempo que el renacimiento de la política clientelista.

En el caso de las favelas, y gracias a las películas, las bandas armadasde traficantes han llegado a ser vistas, por los impotentes, como fuentes

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quintaesénciales de ayuda económica ocasional, de justicia rústica, y deuna cierta medida de protección contra la violencia sistemática y losabusos de la policía. En la medida en que este estereotipo correspondaa la realidad, para la gran mayoría de los favelados es un tipo de depen-dencia ambigua y desdichada que ellos mismos reconocen como inde-seable. Pero, éstos no son fenómenos propios sólo de los márgenes de lasociedad. Cuando visité Salvador, Bahía (de diciembre del 2003 a enerodel 2004), un importante traficante no sólo logró escapar misteriosa-mente de una redada policiaca escenificada donde fueron atrapados infraganti varios elementos de la policía, sino que después andaba por laciudad tratando de convencer a sus patrones en el congreso estatal acumplir sus promesas de protección, además de ser visto varias vecesen compañía de diputados estatales. En México, se reconoce amplia-mente que el apogeo y caída de los narcotraficantes es, primero y siem-pre, un asunto político. México es uno de los países que mejor ilustra laafinidad entre el neoliberalismo y la recreación de varios tipos de ca-ciquismo.

No todo esto está relacionado directamente con la expansión de laeconomía ilegal, aunque el temor a que el continuo empobrecimientoinevitablemente obligue a los ciudadanos a caer en manos de los narcoses expresado con frecuencia en los círculos políticos. Allí donde el Es-tado está totalmente “ahuecado”, tras dos décadas de reformas neolibe-rales y continuos cambios estructurales en la economía y en los viejospoderes corporativos, ha perdido sus tradicionales fuentes de ingresosy su habilidad para garantizar empleos –como en el caso de Argentina–la movilización política viene a depender cada vez más del control delos pocos recursos que existen para programas diseñados para aliviar lapobreza e impulsar el desarrollo social. Gracias a los cambios en las po-líticas del Banco Mundial en la segunda mitad de los noventa, estos re-cursos han sido repartidos cada vez más entre las provincias, lo quealienta el surgimiento de regímenes casi “feudales” en el nivel local yuna mayor dependencia de aquellos movimientos sociales que logransobrevivir en los acuerdos que logran negociar con los políticos regiona-les que de alguna manera mantienen la capacidad de captar recursosdel exterior.

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“DERECHA” VS. “IZQUIERDA” DESPUÉS DE LA NEOLIBERALIZACIÓN

Si bien debemos aplaudir el celo reformista que ha mostrado Marta Su-plicy en sus intentos por combatir la corrupción en São Paulo, así comolos experimentos en el empoderamiento de la ciudadanía en Recife, lareciente historia política de Bahía nos da mucho en que pensar. Hacepoco allí, el gobierno saliente del prefecto de Salvador, Antônio Imbas-sahy, recibió el más alto grado de aprobación en el país. La política urba-na de Imbassahy ha consistido principalmente en embellecer su ciudadpara atraer al turismo y en promover la conservadora política multicul-tural instituida por el jefe de su partido, el gran cacique bahiano Anto-nio Carlos Magalhães (A.C.M.). Otro protegido del ejército, A.C.M. y supartido han jugado un papel central en la moderna política brasileña, alofrecer su apoyo tanto al gobierno de Cardoso como, más recientemen-te, al de Lula.

Como pionero del multiculturalismo, A.C.M. ha logrado una nota-ble popularidad entre sectores claves de la comunidad mayoritaria ne-gra de Bahía, gracias a su promoción del panafricanismo y sus subsidiospara la cultura negra que han generado beneficios políticos y comercia-les. Aunque el imaginario popular que concibe a A.C.M. como un ejem-plo del ejercicio corrupto y violento del poder, refleja que son pocos losciudadanos que se engañan sobre la naturaleza de su proyecto, pode-mos aprender mucho de la capacidad que mostró recientemente cuan-do sobrevivió a un escándalo por vigilancia clandestina (wiretapping) ya la disasociación pública, sólo temporal, de su persona de actores comoel prefecto Imbassahy. Lo más seguro en este caso es que A.C.M. sigacontrolando los empleos y que su nefasta reputación, lejos de ser un im-pedimento, es parte del misterio de su particular carisma no tan caris-mático. Aunque tal vez nunca logre formar una dinastía, a menos quesu nieto supere los logros de su hijo (muerto prematuramente por unataque cardiaco que se supone fue provocado por el abuso de alcohol ydrogas), lo que este caso nos enseña es que las virtudes públicas requeri-das para tener éxito político en la era neoliberal rara vez son afectadas,siquiera por los peores vicios privados.

Mientras tanto, la izquierda sigue presentándose ante el electoradocon una plataforma que reafirma su capacidad de manejar el capitalis-

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mo mejor que la derecha. Sin embargo, vivimos en una era en que la in-versión extranjera directa pesa más que la ayuda multilateral que po-dría ser usada en apoyo a las agendas de justicia social. De hecho, en lospaíses latinoamericanos en general, las remesas enviadas por los mi-grantes ya rebasan la ayuda multilateral, un factor que quizá alivie pro-blemas sociales en un nivel, pero al mismo tiempo agrava la diferen-ciación social y contribuye a sostener una situación en que la gente estápredispuesta a creer en la receta neoliberal que sostiene que la “auto-ayuda” brinda mejores resultados que la creencia en que el gobierno re-solverá sus problemas. Los escándalos de corrupción que están azotan-do al homólogo del PT brasileño en México, el Partido de la RevoluciónDemocrático (PRD), muestran cómo todos los espacios políticos suelenllegar a contaminarse por la integración de clases políticas enteras me-diante las redes de poder del Estado en las sombras que atraviesan los–aparentes– límites ideológicos en esta época en que el “realismo” tien-de a borrar las diferencias sustanciales entre partidos. Si bien se podríasostener que la administración perredista de la ciudad de México deManuel López Obrador ha hecho una diferencia en algunas áreas–como asistir a la “población de la tercera edad” y a los socialmente ex-cluidos– no ha impulsado cambios importantes en la estrategia del de-sarrollo urbano. La remodelación del centro histórico de la ciudad hasido encabezada por el empresario Carlos Slim, y la nueva “ciudad glo-bal” periférica de Santa Fe, ubicada en la orilla de un parque nacional,ha empeorado las vidas, ya de por sí precarias, de los vecinos de asen-tamientos irregulares que penden peligrosamente de las colinas y ba-rrancas que rodean esa nueva utopía de concreto, acero y vidrio con de-partamentos alquilados a precios del primer mundo alrededor de laUniversidad Iberoamericana de los jesuitas.

Aunque debemos considerar como un avance el hecho de que lospobres y marginados hayan obtenido una voz en los asuntos públicosgracias a los factores mencionados por Caldeira, su análisis de la lógicade las técnicas de gobierno neoliberales es revelador respecto del porqué este acontecimiento no ha cambiado la emergente geografía socialde la ciudad actual y tampoco ha transformado de manera radical –nien Brasil ni en México– la lógica del aparato policiaco urbano creadopara proteger los privilegios de los ricos en el nivel nacional y reflejado

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cada vez más claramente al nivel internacional por los esfuerzos globa-les de Estados Unidos y sus aliados de reducir todos los islotes de resis-tencia, que aún existen, al domino corporativo. Como Caldeira expusoen su libro City of Walls (Ciudad de muros, 2000), en las condiciones queactualmente rigen en los espacios urbanos excluyentes de las ciudadeslatinoamericanas, mucha gente trabajadora expresa entusiasmo por téc-nicas no precisamente foucaultianas para inscribir la justicia en los cuer-pos de los malvados. Por razones profundamente históricas y contempo-ráneas, no será fácil inhibir estas reacciones dentro del marco de unapolítica socialdemocrática que, si bien sigue cuestionando, ya no sesiente capaz de desafiar efectivamente las configuraciones actuales delpoder económico privado. En la ausencia de alternativas genuinas, noes difícil entender por qué los votantes en Bahía prefieren al PFL.

PODER DESCENTRADO, MARGINALIDAD Y VIOLENCIA

En una era en que muchos antropólogos exigen, razonablemente, que sepreste más atención a los entendimientos clásicos del imperialismo, conel fin de explorar la lógica de las actuales intervenciones anglonorte-americanas, quizá parezca excéntrico terminar esta discusión reiterandolo que hoy quizá parezca un llamado anacrónico a estudiar la naturale-za “descentrada” de la soberanía postmoderna. Sin embargo, lo hagosin arrepentimientos. El neoliberalismo funciona porque es un sistemade gobierno descentrado; una afirmación que de ninguna manera con-tradice el hecho de que los Estados regularmente despliegan otras for-mas de poder cuando es necesario y a veces a petición directa de gruposde interés que distan de ser invisibles. Los sistemas de gobierno neolibe-rales también alientan el poder capilar del mercado capitalista para au-mentar su penetración en la producción de la vida social, en ésta que esen realidad “la etapa más alta del capitalismo”.

Un episodio narrado en Cidade dos Homens trata del impacto simbóli-co del último estilo de tenis acojinados en la división social que separaa los protagonistas: dos muchachos negros de la favela y dos niños declase media asombrosamente blancos que observan la favela desde recá-maras cuyas ventanas deberían estar tapadas con postigos para preve-

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nir la entrada de alguna bala perdida. Incluso en esta época cuando lamarginación ha alcanzado niveles sin precedentes, muchos faveladosconservan empleos fuera de sus comunidades, mientras persiste un altonivel de “conexión” entre la menguante economía “formal” y la cre-ciente economía “informal” que nada tiene que ver con las drogas. Aho-ra los brasileños probablemente esperen menos del Estado y de los po-líticos que en el pasado, aunque aquí, al menos, retienen una identidadcon la nación (que no se reduce sólo al fútbol). Empero, los paisajes aus-teros urbanos y rurales del neoliberalismo son, cada vez más, paisajespoblados de personas que anhelan participar como consumidores en elmercado de manera importante. Allí donde las relaciones sociales hori-zontales de parentesco y vecindad que antes alentaron el sentido de“identidad personal” (personhood) están cada vez más fracturadas y cre-ce la indiferencia de las elites ante el porvenir de lo que ahora parece seruna reserva inagotable de cuerpos explotables, hay cada vez más sentidoen el intento de conservar la alegría mediante el cultivo de uno mismo.

Ciertamente, ésta no es la única manera en América Latina en que elindividuo puede cultivarse y lograr un respiro de los problemas de lavida. Otra importante forma en que los individuos buscan nuevas an-clas para sus vidas en el Brasil contemporáneo consiste en acudir a lasiglesias no-católicas que proliferan no sólo en las grandes ciudades sinotambién en pueblos y villas rurales más pequeños, donde ofrecen unavariedad de alternativas a las (rara vez exclusivas) prácticas religiosascatólicas y afrobrasileñas.7 Aunque una discusión de las relaciones entrelos ciclos globales recientes y anteriores de la expansión pentecostal estámás allá del alcance de este artículo, la profusión de “opciones” que unove en tantas calles al pasar por iglesias de mormones y testigos de Jeho-vá intercaladas con templos evangélicos y pentecostales indica que elmercado de servicios religiosos es tan amplio como el de los tenis. Al-gunas de las iglesias más prósperas, especialmente la controvertidaIgreja Univesal de Reino de Deus, fundada en Río de Janeiro pero ahorabien establecida también en Estados Unidos y Europa, ofrecen a sus fie-

7 Agradezco a Malcolm Blincow haber abordado este asunto como un tema que me-rece una atención adicional.

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les curaciones y bendiciones a cambio de donativos en efectivo y reve-lan una afinidad nada casual con el ethos capitalista en sus operaciones,aunque no existe una relación simple entre “elección” y “mensaje so-cial”, ya que el significado de su práctica religiosa para las diferentescongregaciones está relacionado asimismo con las distintas experienciasespirituales que ofrecen. Lo que sí se puede argumentar, sin embargo,es que hay pocas contradicciones importantes entre la expansión de lasidentidades religiosas no-católicas y la propagación neoliberal del ethosde la sociedad de mercado fincada en la responsabilidad individual.

En el caso brasileño, la población en severa desventaja económica ypolítica también tiene la idea agradable de que las concepciones de di-ferencia racial llevan a sus superiores en la sociedad a pensar –¡proba-blemente en forma correcta!– que ellos se divierten más. Sin embargo,las industrias capitalistas contemporáneas de música y turismo han sa-bido explotarlas con gran eficacia. Así, mientras la vida diaria de loshabitantes socialmente segregados de la ciudad se convierte en materiade encuentros cada vez más tensos y peligrosos, en los espacios éticopo-líticos ahuecados del neoliberalismo los sueños de todos convergen enlas ilusiones del consumismo.

Éstos no son los únicos sueños de los pobres, y tampoco son purailusión. Hasta las casas autoconstruidas pueden llegar a convertirse enhogares cómodos y atractivos, a pesar de estar al borde de un precipi-cio. En muchos casos, la seguridad no es un problema y se podría con-siderar un acto criminal derrumbarlas y robar a sus ocupantes su patri-monio sólo para que otros puedan satisfacer su hambre de gananciasespeculativas logradas al aumentar el valor del terreno en vez de mejo-rar la calidad de vida de los residentes mediante sistemas sanitarios yotra infraestructura. A veces, la gente que vive en casas autoconstruidasconsigue empleos más dignos donde cuenta su capacidad de leer, escri-bir y organizar. Como muestran los últimos estudios de Perlman (atreinta años de su primera obra clásica sobre las favelas de Río), losfavelados siguen siendo tan heterogéneos racial, social, cultural y eco-nómicamente hoy como en 1968 (2004, 191). Empero, sus trabajos tam-bién revelan cómo el mercado de trabajo está deteriorado para todos lossectores, ya que la clase media se está viendo obligada a aceptar em-pleos antes destinados a los más desaventajados y a reducir su servi-

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dumbre, al tiempo que trabajos que antes requerían sólo un diploma deprimaria ahora exigen requisitos más elevados (Mattar y Cheqeuer2004).

En el último análisis, es difícil tener movilidad social en sociedadesdonde ciertos ciudadanos siguen siendo sujetos de políticas de segrega-ción espacial que dejan a la población más acomodada despreocupadade la persistencia de la pobreza crónica. Río de Janeiro ha vivido unadécada de programas que pretenden transformar a las favelas en “ba-rrios” integrados a los distritos circundantes mediante la construcciónde plazas y la instalación de amenidades públicas, calles bien ilumina-das, camellones, la canalización de los ríos y la reubicación de proyec-tos de vivienda consistentes en edificios departamentales similares a losde las “Cingapuras” de São Paulo. Sin embargo, dichos programas nohan logrado borrar los linderos ni la diferenciación. Como muestra Perl-man, es cierto que ha habido un fuerte movimiento de familias de fave-las a proyectos y “barrios” no estigmatizados socialmente como favelas,aunque suele ser difícil distinguir entre ellos por la calidad de sus am-bientes construidos. El cambio de favela a barrio no constituye una for-ma de movilidad asocial y, por lo tanto, Perlman rechaza la aplicabili-dad a Río de Janeiro de la concepción triste de Loic Wacquant (1997) dela consignación de los pobres –incluso de los pobres negros– a “territo-rios de relegación urbana delimitados”, que este autor percibe como ca-racterística de Estados Unidos (2004, 192). Este modesto nivel de movili-dad jamás podrá acabar con la “ciudad dividida” mientras el empleo ylos ingresos siguen deteriorándose.

Sin un crecimiento económico mucho más sustancial que el que seha logrado en América Latina en las últimas dos décadas, acompañadode nuevas políticas impositivas y de redistribución, lo que ahora enca-ramos es –según el diagnóstico de Mercedes González de la Rocha delproblema equivalente en México– “un proceso de desventajas acumula-das” basado en “la exclusión del trabajo” que ha roto las anterioresredes de solidaridad y reciprocidad y transformado el problema de lapobreza, de aquella situación en que los pobres se adaptaban a las pri-vaciones mediante los “recursos de la pobreza” (intensificar el trabajo,restringir el consumo, juntar los esfuerzos de los miembros de la unidaddoméstica), a una nueva en que la “pobreza de recursos” mina cada vez

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más su capacidad de “actuar y reaccionar” (2004, 194-195). Si bien losesfuerzos en el ámbito local por reforzar la organización comunitaria (ycontrarrestar los estereotipos) en los barrios pobres aún no se han extin-guido totalmente en países como México y Brasil, es difícil no aceptarque estos procesos hacen sonar “hueca” la manta neoliberal de “ayudara los pobres a ayudarse a sí mismos” mediante el “reforzamiento delcapital social” (Molyneux 2002).

En abril del 2004, Luiz Paulo Conde, vicegobernador del estado deRío, fue tan lejos como proponer la construcción de un muro de concre-to alrededor de la enorme favela Rocinha en Río de Janeiro. Aunque elprefecto de la ciudad, César Maia del PFL, quien promovió la conversiónurbana de favelas en barrios durante su primer periodo en el puesto enlos noventa,8 rechazó la propuesta del vicegobernador y la llamó “autis-mo gubernamental”, luego decretó un “estado de defensa” y pidió eldespliegue de tropas federales en Rocinha para acabar de una vez portodas con el desorden violento provocado por las guerras del narcotrá-fico. Así, mientras los medios intentan humanizar a los que viven en lasfavelas, algunos sectores de la elite siguen soñando con muros que es-conderían al Tercer Mundo de la vista del Primero mientras reproducenel poder del capital y conservan formas de categorización y estigmatiza-ción sociales que la sola concesión de una “voz” y la posibilidad de unmás pleno reconocimiento de la “ciudadanía” no podrían borrar fácil-mente.

Otros pretenden intensificar la militarización como medio para“contener” los problemas sociales, lo que ha permitido que las ejecucio-nes extrajudiciales se conviertan en una práctica común de la vigilanciapoliciaca en las favelas (Caldeira 2000, 2002). En su análisis de las opera-ciones de los escuadrones de muerte de la policía brasileña, MarthaHuggins argumenta que fueron un producto secundario –junto con elvigilantismo justiciero y los informales “escuadrones de muerte a suel-do”– de la “simbiosis funcional” entre tendencias aparentemente con-tradictorias: una que buscaba “recentrar el control del Estado de la se-

8 De hecho, Conde, para entonces su aliado político, había sucedido a Maia en la pre-fectura en 1997.

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guridad interna”, y otra que quería descentrar el control social (2000,223). El brazo secreto de la institución policiaca opera en un espacio li-minal perpetuado por el fracaso inevitable de la vigilancia policiacanormal en “ganar” la guerra contra el crimen que tan fácilmente llega atransformarse en una guerra contra los pobres.

Esta es la razón de porque están tan íntimamente relacionados el es-pacio y el gozo de la plena ciudadanía, lo que sugiere que una reconcep-tualización radical del ambiente urbano edificado debe ser un compo-nente básico de todo modelo de desarrollo verdaderamente alternativo.Cuando uno cuestiona a la ciudad contemporánea como el “recipiente”de la vida social que reproduce las formas más profundas de desigual-dad, el futuro del campo también entra en debate, especialmente en unaépoca en que tantos pueblos rurales se mantienen gracias a los ingresosde los migrantes y sus remesas. De hecho, desde hace mucho ha habidopropuestas sobre la mesa para una radical reorganización espacial de lavida moderna que acabaría con la era de megaciudades opuestas a pro-vincias cada vez más empobrecidas y demográficamente reducidas yque trascenderían la división campo-ciudad. Entre ellas está el concep-to de las ciudades modulares “agropolitan” del Profesor Emérito de Pla-neación Urbana de UCLA, John Friedmann (1996). De vez en cuando enAmérica Latina también, alguien aborda la cuestión de la irracionalidaddel desarrollo urbano contemporáneo, como ocurrió cuando los cam-pesinos de Atenco se levantaron machetes en mano y con los símbolosde una revolución aparentemente derrotada hace mucho tiempo paradesafiar la construcción del nuevo aeropuerto de la ciudad de Méxicoen Texcoco, y lograron frustrar los planes de algunos de los intereseseconómicos más poderosos y políticamente conectados del país. Sin em-bargo, mientras estos momentos no encuentren un eco más amplio enproyectos que trasciendan los espacios locales para atar al liberalismoavanzado a un modelo de una economía verdaderamente progresistaque pudiera dar mayor sustancia a las promesas de empoderamiento,par-ticipación y pluralidad del neoliberalismo, es probable que sigansiendo sólo sueños que se realizan inesperadamente por instantes hastaque la negrura de la vida contemporánea vuelva otra vez a nublar elfuturo de tantos nuevos ciudadanos del siglo XXI.

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Traducción de Paul C. Kersey Johnson

FECHA DE ACEPTACIÓN DEL ARTÍCULO: 30 DE JUNIO DE 2004FECHA DE RECEPCIÓN DE LA VERSIÓN FINAL: 30 DE JUNIO DE 2004

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