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La creación literaria hispánica en situación de lenguas en contacto La traducción del mundo andino. El español y el quechua en las literaturas del Perú andino
Martín Lienhard Universidad de Zúrich (Suiza)
El español y las lenguas autóctonas
Desde los comienzos de la conquista del Perú, el español se impuso como lengua de
comunicación oficial entre los conquistadores y los conquistados. Desde el siglo XVI, la
corona española afirmó periódicamente la necesidad de castellanizar el conjunto de la
población autóctona. Nunca se tomaron, sin embargo, las medidas necesarias para realizar
este objetivo1. Además, la Iglesia, única institución colonial que hubiera podido asumir la
tarea de castellanizar a los indios comunes, se solía mostrar reacia a hacerlo. Sólo en la
costa, donde el peso de la población hispano-criolla era mayor que en otras áreas, se
generalizó el uso del español. Los gobiernos republicanos del siglo XIX y de comienzos del
siglo XX no hicieron grandes esfuerzos para modificar esta situación. En su discurso del
Politeama de 1888, Manuel González Prada (1976: 45-46) expresó su visión de la realidad
socio-cultural del Perú de aquel entonces con una frase que se volvería famosa: «No forman
el verdadero Perú las agrupaciones de criollos i extranjeros que habitan la faja de tierra
situada entre el Pacífico i los Andes; la nación está formada por las muchedumbres de
indios diseminados en la banda oriental de la cordillera».
En ese Perú todavía semicolonial, los espacios donde el español constituía la lengua
principal de comunicación se limitaban, pues, a las aglomeraciones costeñas y a los barrios
señoriales de las ciudades serranas.
El éxodo rural que se verificó a partir de las primeras décadas del siglo XX, al favorecer el
asentamiento de grandes contingentes de indios en las ciudades de la sierra y en la costa,
auspició por fin un aumento progresivo del porcentaje de los castellanohablantes en todo el
país. Aún así, en las provincias densamente pobladas del Sur peruano, el uso de las lenguas
indígenas seguía predominando ampliamente sobre el del español. Según el censo de 1940
(Arguedas 1975: 129), en la provincia de Andahuaylas, sólo un 0,2% de la población
hablaba exclusivamente el español. Un 10% era bilingüe y cerca del 90 % hablaba
exclusivamente el quechua. Nótese que en esta provincia nació el gran escritor y
antropólogo andino José María Arguedas.
Sólo en las últimas décadas se viene asistiendo a una inversión progresiva de la situación
idiomática en el Perú. Gracias a la multiplicación y la aceleración de los movimientos
migratorios, hoy en día (censo de 1993), un 60% de la población peruana habla
exclusivamente el español, un 20% se halla «en condición de bilingües» y otro 20% de la
población sigue hablando, exclusiva o principalmente, el quechua, el aymara y otras
lenguas autóctonas (Congreso de la República 2001).
La traducción del mundo andino al comienzo de la época colonial
A lo largo de toda la época colonial, lo que caracterizaba la situación idiomática en el Perú
era la diglosia. El español, lengua del sector dominante, señoreaba la esfera del poder,
mientras que las lenguas indígenas —en particular el quechua y el aymara— conservaban
su predominio en los espacios subalternos, especialmente en las comunidades indígenas de
la sierra. Dada la estrecha relación entre poder y escritura, la comunicación escrita se
realizaba mayormente en la lengua dominante. Es cierto que siempre también se
escribieron —e incluso se publicaron— textos en quechua y en otras lenguas indígenas,
pero este tipo producción, además de realizarse sobre todo en al ámbito de la Iglesia,
resultó siempre más bien marginal. Desde el siglo XVI, pues, el español fue no sólo el
idioma oficial, sino también la lengua en la cual se escribieron la mayoría de los textos
desde o sobre el mundo andino. Al versar sobre las realidades, las tradiciones y el
imaginario de un universo que se expresaba esencialmente en otra lengua, todos estos
textos eran, de una manera u otra, el resultado de una operación de «traducción». Según la
identidad, la personalidad y los objetivos del traductor, esa traducción solía apoyarse, en la
época colonial, en una de las tres estrategias siguientes:
1. La primera consiste en ofrecerle al lector —en aquel entonces
presumiblemente peninsular— un texto en español puro. Sólo se conservan
en quechua o en aymara los conceptos andinos cuya traducción al español
resulta difícil o imposible. En los textos realizados a partir de esta opción, el
diálogo entre el español y el quechua se reduce a la discusión de ciertos
términos; no se produce ninguna contaminación del español por las lenguas
autóctonas. Esta estrategia es la que adopta, entre otros, el Inca Garcilaso de
la Vega en sus Comentarios reales. En esta obra, el mundo incaico que se
despliega ante los ojos del lector es un mundo despojado de buena parte de
su alteridad y adaptado al horizonte lingüístico, cultural e ideológico de los
destinatarios del texto.
2. La segunda estrategia, empleada ante todo para el rescate escrito de las
tradiciones orales andinas, consiste en conservar o imitar en español la
sintaxis y la prosodia originales. Se conservan también, con o sin explicación,
los términos locales que no tienen equivalente en español. Los textos
producidos a partir de esta estrategia suponen un lector dispuesto a
sumergirse, de alguna manera, en un universo caracterizado por su
alteridad. Paradigma de una traducción de este tipo es La suma y narración
de los Incas de Juan de Betanzos (1987 [hacia 1550]), cronista español aliado
por matrimonio con uno de los clanes incaicos. En esta obra, Betanzos
expone de entrada, en su prólogo destinado al virrey Antonio de Mendoza, su
estrategia lingüística. Como se trata de escribir la historia andina a partir del
discurso de sus informantes indígenas, conviene— dice— «guardar la manera
y orden de hablar de estos naturales», descartando el «estilo gracioso y
elocuencia suave» que exige normalmente la retórica renacentista. Estos
argumentos se apoyan, claro está, en esa ética de la traducción que
antepone la «fidelidad al texto original» a la elegancia de la traducción.
¿Cómo se traduce, concretamente, tal estrategia? A nivel léxico, se
combinan los procedimientos del préstamo (con o sin explicación), del calco
(«casa del sol», traducción de inti wasi, ‘casa del sol’) y de la reorientación
semántica («capitán» con el significado de apu: dignatario de alto nivel en el
sistema incaico). Los tres procedimientos se combinan libremente para
restituir en español, con la máxima economía y fidelidad posible, el sistema
de las categorías quechuas, muy presentes en el texto que ofrece Betanzos.
La sintaxis, predominantemente paratáctica (y opuesta, por lo tanto, a las
tendencias del español culto de aquel entonces), parece seguir la de un texto
quechua subyacente, cuya prosodia —sucesión de sintagmas cortos,
posiblemente tetrasilábicos— el lector tiene la impresión de sentir:
[...] y estando [Inca Yupanqui] con esta pena
dicen que sería ya hora del sol puesto
y que ya oscurecía la noche
y como fuese anochecido
que dijo a sus compañeros
y a los demás sus criados
que se quedasen todos allí
juntos como estaban
e que ninguno saliese con él
y ansi se salió del aposento
sin llevar otro ninguno consigo [...]
e apartándose Ynga Yupangue de sus compañeros
la noche que ya la historia os ha contado
dicen que se fue a cierta parte
do ninguno de los suyos le viesen
espacio de dos tiros de onda de la ciudad
e que allí se puso en oración
a [...] Viracocha Pacha Yachachic [...]:
Señor Dios que me hiciste
e diste ser de hombre
socórreme en esta necesidad en que estoy
pues tú eres mi padre
y tú me formaste
y diste ser y forma de hombre
no permitas que yo sea muerto por mis enemigos
dame favor contra ellos
y pues tú me hiciste libre
y a ti solo sujeto
no permitas que yo sea sujeto de estas gentes
que ansi me quieren sujetar
y meter en servidumbre
(Betanzos 1987, caps. VII-VIII; disposición gráfica nuestra).
A menudo, el discurso atribuido al Inca pasa bruscamente, sin transición, de
la forma indirecta a la directa: indicio de que la sintaxis del discurso quechua
subyacente, que ignora la posibilidad del discurso indirecto, se va
imponiendo sobre la sintaxis española. Otro indicio más de la cercanía de un
discurso (o canto) quechua oral es la indicación sistemática del carácter
«tradicional» de lo narrado (repetición constante de «dicen que...»,
equivalente español del sufijo reportativo quechua -s / -si). En resumen, la
Suma de Betanzos suena como una traducción simultánea, no reelaborada a
partir de las exigencias del español culto, de un texto quechua —
probablemente una serie de qayllis o cantos de homenaje a un Inca (cf.
Lienhard 2003: cap. VII).
3. La tercera estrategia, finalmente, consiste en adoptar como lengua de base
el español andino que fue surgiendo en el Perú colonial a raíz del roce entre
el español y el quechua o el aymara. Esta solución es la que eligieron los
letrados indígenas Guaman Poma de Ayala en su Nueva corónica y buen
gobierno y Joan de Santacruz Pachacuti Yamqui Salcamaygua (1968 [1613])
en «Relación de antigüedades deste reyno del Perú». En Pachacuti Yamqui se
encuentran todos los rasgos característicos del español andino: a) un sistema
vocálico vacilante: i en vez de e, o en vez de u, o vice versa, rastro del
sistema trivocálico quechua a, e/i, o/u); b) la falta de concordancia singular /
plural entre sujeto y forma verbal (en quechua, un colectivo con o sin la
partícula pluralizadora -kuna admite un sufijo verbal plural o singular); c) la
no coincidencia entre el género gramatical del nombre y el artículo o la
desinencia del adjetivo (el quechua ignora el género gramatical); d) la
incorporación gramatical de vocablos quechuas: arpamiento, ‘sacrificio’, a
partir de arpay, ‘sacrificar’; e) calcos sintácticos: en qué tiempo (calco de ima
pachapi, ‘¿cuándo?’), sus pies del difunto (calco de chay ayapa chakin,
literalmente ‘del difunto sus pies’); f) interferencias del sistema temporal
quechua: preferencia por el presente histórico; el pluscuamperfecto
empleado, como el «pluscuamperfecto» quechua (sufijo -sqa), para indicar la
admiración o la emoción del locutor; g) omisión o «error» en los artículos y
las preposiciones; h) vacilación en cuanto a las normas de derivación:
temerario por temible:
Y al cabo se aparece temerario culebra, el qual dizen que consumió
mucha gente, de que [el Inca Pachakuti] abía tenido gran pena y se
aflege y alssa los ojos al çielo, pediendo socorro al Señor del çielo y
tierra, con gran aflexión y llanto. Y entonçes biene del çielo una
auancana, o aguila, con vna furia temerario, dando gran sumbidos y
arrebata a la culibra y alssa al alto de la cabeça y después la dexa
caer al suelo, y dizen que se rebentó; otra su compañera lo mismo
abía rebentado subiendo por un gran arbol para coger al capitan
Ttopacapac, su ermano bastardo del ynga; y entonces dizen que los
yndios salieron caçi todos bibos. Al fin el dicho ynga, en memoria de
aquel milagro, le manda poner en vn andenes de essa prouincia
culibra labrado de piedras, el qual se llama Uatipirca (Pachacuti 1968:
300).
Al apropiarse el español, Pachacuti Yamqui lo somete a una quechuización
radical que permite, incluso, la intrusión de sintagmas quechuas sin
traducción. Semejante es el lenguaje narrativo adoptado por Guaman Poma,
sólo que su obra ofrece también, con o sin traducción, un vasto muestrario
de discursos en quechua, en otras lenguas nativas y en varios sociolectos
peculiares que se fueron desarrollando en el Perú colonial, como el español
de los negros o el galimatías quechua-español de ciertos sacerdotes:
Apamuy cauallo. Mana micunqui. Padreta ricunqui. ¿Maymi soltera?
¿Maymi muchachas? Apamuy dotrinaman (f. 624). [Tráeme el caballo.
No comas. Vete a ver al padre. ¿Dónde está la soltera? ¿Dónde están
las muchachas? Tráemelas al catecismo.]
El principio de la mímesis lingüística sirve a Guaman Poma para ofrecerle al
lector un sugestivo equivalente literario del caos político y social que reina
en el Perú colonial.
Cabe enfatizar que al optar por una u otra de estas estrategias de «traducción», los autores
no resuelven sólo una cuestión estilística, sino que toman posición en el conflicto provocado
por el proceso de conquista y colonización y eligen al público al cual pretenden comunicar
su «visión». En este sentido, Guaman Poma es un letrado que se erige en portavoz de los
«vencidos» para reivindicar el restablecimiento —con algunos cambios— del orden antiguo.
Betanzos, sin pronunciarse abiertamente sobre la conquista, se esfuerza ante todo por
«rescatar» con la mayor fidelidad posible los valores de la civilización incaica, mientras que
Garcilaso, más ambiguo y a partir de una posición como por encima de los dos bandos,
propone, sin dejar de defender una civilización incaica idealizada y casi «renacentista», la
utopía de una convivencia pacífica entre conquistadores y conquistados. Con su español
elegante, Garcilaso pretende sin duda convencer a los lectores humanistas, mientras que
Guaman Poma, al rechazar toda pulcritud lingüística, manifiesta ante su destinatario
principal, el rey, una actitud que podemos calificar de «rebelde».
La narrativa indigenista y el caso de José María Arguedas
Recién en el siglo XX vuelve a producirse en el Perú un esfuerzo de cierta envergadura para
traducir las realidades y el imaginario del mundo andino. La insurgencia indígena en la
sierra peruana, la irradiación del indigenismo mexicano y el impacto de la Revolución rusa
son algunos de los factores que auspician la constitución de un movimiento indigenista en
el Perú. Poco familiarizados con el mundo indígena contemporáneo y eminentemente
mesiánicos, los indigenistas de la primera generación —entre ellos José Carlos Mariátegui
(1969 [1928]) y Luis Valcárcel2— aún no pueden considerarse como sus traductores, pero
ellos preparan el terreno para un escritor excepcional que retoma, con recursos nuevos y
en un contexto obviamente diferente, el trabajo iniciado por los cronistas de la época
colonial: José María Arguedas. Como Guaman Poma o Garcilaso, Arguedas asume la tarea
de traducir el mundo andino o quechua para un público que lo desconoce. Como en
Guaman Poma, se trata de un trabajo de rehabilitación y de reivindicación, destinado —
como lo dice su autor— a la «parte generosa, humana, de los opresores» (Arguedas 1971:
297).
A diferencia de la mayoría de los narradores indigenistas de su generación, Arguedas,
oriundo de la provincia más densamente quechua del Perú de aquel entonces, dominaba el
quechua desde su niñez. Al elegir el español como lengua básica de su narrativa, no lo hizo
pues por carecer de alternativa, sino en función del público al cual deseaba dirigirse. Ahora
bien, ¿en qué medida, el español le servía para traducir el mundo andino? En un ensayo
publicado en 1950, «La novela y el problema de la expresión literaria en el Perú», Arguedas
(1950), explica que «el hombre de estas regiones, sintiéndose extraño ante el castellano
heredado, se ve en la necesidad de tomarlo como un elemento primario al que debe
modificar, quitar y poner, hasta convertirlo en un instrumento propio».
En su narrativa, Arguedas no dejó nunca de esforzarse por hacerles sentir a sus lectores
que la lengua principal del mundo que pretendía traducir era el quechua. ¿Cuál fue,
concretamente, la estrategia que eligió para alcanzar esta meta? Cabe recordar, para
comenzar, que en la mayoría de sus novelas, el diálogo y otras formas de discurso directo
predominan nítidamente sobre la narración pura o indirecta. Aunque se observan grandes
diferencias entre una obra —o edición— y otra, la estrategia básica de Arguedas consistió
en crear, dentro de sus obras, una especie de equivalente de la polifonía sociolingüística
existente. Los dramas del mundo andino se representan como en un escenario teatral. En
un principio, cada personaje se expresa en un lenguaje —o sociolecto— que corresponde a
su ubicación socio-cultural y a las circunstancias de la situación comunicativa. Así, por
ejemplo, los mestizos serranos hablan entre ellos en «español andino», mientras que los
indios, cuando se dirigen a ciertos señores, se sirven de un español rudimentario. Unos y
otros, cuando se ponen a cantar, lo hacen en quechua. Ahora bien, en los muy numerosos
diálogos o monólogos cuya situación comunicativa supone —en el universo evocado— el
uso del quechua, este principio mimético no resulta directamente aplicable. Para hacerle
entender al lector que se trata de discursos «en quechua», Arguedas —siguiendo en este
punto una estrategia semejante a la de Betanzos— les atribuye a los interlocutores un
lenguaje artificial cuyo signo particular es una sintaxis quechuizante. Véase por ejemplo, en
la novela Yawar fiesta esta arenga «en quechua» que un sacerdote de la comunidad de
K’oñani dirige al auki (cerro) Ak’chi para avisarlo de que los de K’ayau pretenden llevarse
«su animal», el toro salvaje Misitu:
Desde tu cumbre estás viendo Torkok’ocha, tu laguna; de allí es Misitu, de su adentro, de su
agua, ha despertado tu animal. Aquistá tus k’oñanis, han venido en la noche, caminando
lejos, en helada, en el frío, en el viento, para avisarte, rabia de K’ayau quiere Misitu,
diciendo: ¡No vas a dejar, auki ! (Arguedas 1983 [1941] ): 139)
Otro recurso que sirve para crear un ambiente «quechua» es la introducción, igualmente
muy frecuente, de cantos en quechua (con traducción al español). El discurso propiamente
narrativo, en cambio, se realiza por lo general en un español peruano estándar. Aunque
muy esquemático, el cuadro que acabo de esbozar permite entender que las novelas y los
cuentos de Arguedas resultan, en términos lingüísticos, eminentemente polifónicos. En
parte, esta polifonía corresponde —como en Guaman Poma— a una estrategia de mímesis
lingüística, pero el uso muy frecuente de un registro lingüístico artificial, el del lenguaje que
se despliega en los diálogos en quechua, nos obliga a considerar que en su conjunto, los
textos narrativos de Arguedas son —como no lo ignoraba el propio autor— el resultado de
un «acto de creación absoluta» (Arguedas 1950).
Cabe señalar aquí que Arguedas, escritor de vanguardia, nunca dejó de experimentar con
diferentes hipótesis lingüístico-literarias. En los años 1950, período que culmina con la
publicación de su novela más difundida, Los ríos profundos (1958), optó por
una desquechuización por lo menos relativa de sus textos3. En su trabajo antropológico,
esos años corresponden a un acercamiento —pasajero— al desarrollismo. Considerando
inevitable la penetración del capitalismo en la sierra y la transformación de los indios en
mestizos de mentalidad occidental (Lienhard 2004), Arguedas tiende ahora a reducir, en
sus trabajos literarios, las marcas lingüísticas que enfatizan la alteridad andina. Poco
después, sin embargo, bajo el impacto de los movimientos revolucionarios asiáticos (China,
Vietnam) y latinoamericanos (Cuba), se deja arrastrar por el pensamiento antiimperialista
en boga. Su radicalización política repercute también en su labor literaria. Abandonando en
parte su opción básica por el español, escribe una serie de poemas —Katatay (Arguedas
1972)— y un cuento —Pongoq mosqoynin / El sueño del pongo (Arguedas 1965)— en
quechua4. En su última novela, El zorro de arriba y el zorro de abajo (Arguedas 1971), la
polifonía lingüística se amplía y se vuelve más disonante con la inclusión, al lado de algunos
fragmentos en quechua, de un gran número de diálogos y monólogos en unos lenguajes
derivados de los nuevos sociolectos costeños. A menudo violentos e «indecentes», aunque
también llenos de una poesía «salvaje», estos lenguajes, más que el español
«quechuizado» de los indios serranos en las novelas anteriores, rompen con la sintaxis, el
léxico, la fonética y el ritmo del español estándar [cf. Lienhard 1990]:
Picaflor de puta, Tinoco; de candela, de cacana mierda. Yo, yo, Paula Melchora, ¡Madrecita
del Carmen! No machorra; preñada pues, de su maldición del Tinoco preñada, yo. ¡Ay cerro
arena, pesao, de me corazón su pecho! Asno macho, culebra! (Arguedas 1971: 56).
Literatura neoindigenista y narrativa quechua contemporánea
A lo largo de toda su trayectoria de escritor y antropólogo, Arguedas —como Guaman Poma
— nunca dejó de considerarse como una especie de portavoz de los indios y los mestizos
serranos ante la «parte generosa, humana, de los opresores» (Arguedas 1950). Por eso
mismo, lo que sostiene su obra es la voluntad de explicar el mundo andino, de rehabilitar su
cultura y de reivindicar, para los indios y los mestizos, un papel central en la construcción
de un Perú nuevo y más justo. La mayoría de los escritores andinos más jóvenes que
empiezan a manifestarse a partir de la década de 1950, calificados a menudo de
neoindigenistas, parten de propósitos diferentes. Para convencerse de ello, basta pensar en
unas obras como Ñahuin de Eleodoro Vargas Vicuña (1976 [1950]), Los ilegítimos de
Hildebrando Pérez Huarancca (1980), Ángel de Ocongate de Edgardo Rivera Martínez
(1986) o Al filo del rayo de Enrique Rosas Paravicino (1988). Lectores de Faulkner y de
Rulfo, los autores que acabo de mencionar no pretenden explicar ni reivindicar nada. Sus
relatos, a diferencia de los de Arguedas, no incurren en la etnografía ni profetizan
cataclismos sociales. Asumiendo su condición de escritores provincianos, ellos se contentan
con narrar, para quien quiera oírlas, algunas de las pequeñas historias que suceden en su
mundo. Por eso mismo, sin duda, el vehículo narrativo más característico de estos
escritores es la short story, género más bien intimista, poco apto a la descripción y la
representación épica de los procesos históricos. De hecho, muchos —quizás la mayoría— de
los cuentos aludidos no pretenden representar directamente la realidad social, sino que se
limitan a sugerirla indirectamente a través de su impacto en la «corriente de conciencia» de
sus personajes. Al trasladar el foco de interés de la realidad social a sus repercusiones en la
conciencia, los autores suelen renunciar ipso facto a la mímesis lingüística.
Para muchos de los escritores andinos actuales, la cuestión de la lengua, que obsedía a
Arguedas durante toda su trayectoria de escritor, no parece ya tener gran vigencia. Esto no
se debe sólo a su voluntad de inscribirse en los grandes circuitos de distribución nacionales
e internacionales, sino también en la castellanización progresiva de amplios sectores
andinos. Cabe señalar, sin embargo, que la desquechuización lingüística de la narrativa
andina en español se ha venido acompañando de un florecimiento tal vez relativo, pero
incuestionable, de la poesía escrita en quechua (cf. Noriega 1993 y 1995) y, al mismo
tiempo, de la publicación, siempre en versión bilingüe quechua / español, de un número
relativamente importante de textos narrativos en quechua. Limitándonos a estos últimos,
cabe aclarar que se trata mayormente de la presentación o el montaje de textos de origen
oral. En 1977, Ricardo Valderrama y Carmen Escalante Gutiérrez publicaron, bajo el título
de Gregorio Condori Mamani. Autobiografía, los testimonios autobiográficos paralelos de
Gregorio, un viejo cargador cusqueño de origen rural, y de su mujer Asunta. En 1992, los
mismos editores publicaron, bajo el título de Ñuqanchik runakuna / Nosotros los humanos,
los testimonios de dos abigeos de Cotabambas (Apurímac), y en 1997, Dario Espinoza editó
Tanteo puntun chaykuna valen / Las cosas valen cuando están en su punto de equilibrio,
testimonio de Ciprian Phuturi Suni, el hombre más anciano de Willoq, comunidad de las
alturas de Ollantaytambo (Cusco). Un tercer libro editado por Escalante y Valderrama
(1977), La doncella sacrificada. Mitos del valle del Collca, reúne relatos mítico-históricos del
Valle del Collca. Kutimanco y otros cuentos de José Oregón Morales (1984) y Relatos
quechuas / Kichwapi Unay Willakuykuna de Crescencio Ramos Mendoza (1992) son sendos
volúmenes de cuentos quechuas inspirados en la narrativa campesina oral del
departamento de Huancavelica. No sería difícil alargar esta lista. Estos libros remiten, a
grandes rasgos, a tres géneros narrativos diferentes: 1. el testimonio autobiográfico, un
género discursivo que no existe en la oralidad quechua y que resulta del montaje de
fragmentos de narración testimonial; 2. la narrativa mítico-histórica de las comunidades
quechuas; y 3. una narrativa mágico-religiosa que enfoca las intervenciones de los espíritos
del «otro mundo» en la vida cotidiana de los campesinos o pastores. Poco atendidos por la
crítica literaria que prefiere abandonarlos a los antropólogos, tales libros, caracterizados por
la irrupción de unas voces y unas maneras de narrar literalmente «inéditas», constituyen de
hecho un aporte muy significativo a la narrativa andina. Ellos son también de gran interés
para el tema que tratamos de plantear en este trabajo. En todos estos libros, el
«encuentro» entre el español y el quechua se da simultáneamente en varios niveles. La
presentación sinóptica de la narración original en quechua y de su traducción al español
suscita, a primera vista, la idea de un mundo irremediablemente dividido o «dual». Un
estudio más detenido de las dos versiones corrige, sin embargo, esta primera impresión.
Las constantes interferencias del español en el original quechua delatan la copresencia de
ambas lenguas en el texto —y en la realidad socio-cultural de la cual proviene. Algo
semejante se puede decir —especialmente en el caso de los textos editados por Valderrama
y Escalante— acerca de las traducciones al español. Al optar no por el español estándar,
sino por una variedad («blanda») del español andino, los traductores, reduciendo la
distancia sintáctica, léxica y semántica entre el original y su traducción, sugieren la
existencia de un horizonte transidiomático en el cual ambas lenguas —y sus variedades
respectivas— llegan a coexistir.
Para terminar, quiero enfatizar que cualquier texto que se escribe en el Perú sobre o desde
las realidades y el imaginario andino supone, independientemente de la estrategia
idiomática y lingüístico-estilística que adopte su autor, la copresencia explícita o implícita
no sólo de varias lenguas o lenguajes, sino también de diferentes universos culturales. La
articulación específica que se establece en un texto determinado entre diferentes lenguajes
y diferentes universos de discurso es uno de los elementos que permite identificar la actitud
y visión peculiar que un escritor o editor adopta ante sus lectores en cuanto a los
interminables procesos de desestructuración y reestructuración que caracterizan la historia
andina desde la conquista.
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Notas
1. En una temprana ordenanza de 1516, la Corte exige la castellanización por lo menos
oral de los indios, especialmente de los «caciques y otros principales del pueblo»
(Pottier 1983: 20). El virrey Toledo, en 1575, «ordena y manda» el establecimiento —
en cada repartimiento— de escuelas donde se alfabetice en castellano a los «hijos de
caciques, principales y demás ricos». El objetivo declarado es la generalización
progresiva —desde «arriba» hacia «abajo»— del español a todos los sectores de la
población indígena. Dos siglos más tarde, tal castellanización no parece haberse
cumplido. En la sentencia que pronuncia contra J. G. Condorcanqui Tupac Amaru, líder
de la vasta insurrección andina de 1780, el visitador Areche exige que los indios,
«para que [...] se despeguen del odio que han concebido contra los españoles»,
aprendan —en un plazo de cuatro años— la lengua castellana «perfectamente o de
modo que se expliquen en todos sus asuntos» (Durand Flórez 1981, t.III: 276-277).
2. «Wirakocha, el dios de las cumbres y las aguas, desciende, otra vez, desde la altitud
del Olimpo andino, y a su paso los Hombres de Piedra abandonan su enclavamiento
milenario y caminan, como el Lázaro bíblico. Su voz resuena en las concavidades
graníticas, como el trueno. Y la tierra tiembla. Hombres de Piedra de este tiempo,
despertemos» . Luis Valcárcel, Tempestad en los Andes (1927), Lima, Populibros
peruanos, s/f, pp. 139-140.
3. Refiriéndose a este cambio, Alberto Escobar (1984: 138) lo calificó de «mutación del
paradigma translingüístico al diglósico».
4. Se trata, respectivamente, de Katatay (Arguedas 1975) y de Pongoq mosqoynin / El
sueño del pongo (Arguedas 1965).