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Número 63 (2006) LA CRISIS DEL RÉGIMEN LIBERAL EN ESPAÑA, 1917-1923, Ángeles Barrio Alonso ed. Introducción -El parlamentarismo liberal y sus impugnadores, Miguel Martorell y Fernando del Rey -Marruecos y la crisis de la Restauración, 1917-1923, Pablo La Porte -Entre el ejemplo italiano y el irlandés: la escisión generalizada de los nacionalismoshispanos, 1919-1923, Enric Ucelay-Da Cal -De agravios, pactos y símbolos. El nacionalismo español ante la autonomía de Cataluña, Javier Moreno Luzón -La oportunidad perdida: 1919, mito y realidad del poder sindical, Ángeles Barrio Alonso Estudios -Obedientes y sumisas. Sexualidad femenina en el imaginario masculino de la España de la Restauración, Rosa Elena Ríos Lloret -Armamento e instrucción militar. Francia y la modernización del Ejército español, 1948-1975, Esther M. Sánchez Sánchez -Caídos por España, mártires de la libertad. Víctimas y conmemoración de la Guerra Civil en la España posbélica (1939-2006), José Luis Ledesma y Javier Rodrigo Ensayos bibliográficos -«Se hace camino al andar». Balance historiográfico y nuevas propuestas de investigación sobre la dictadura franquista, Teresa M.ª Ortega López -La Segunda República española. Balance historiográfico de una experiencia democratizadora, Octavio Ruiz- Manjón

La crisis del régiment liberal en España (1917-1923)

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Monográfico de la revista "Ayer" , coordinado por Angeles Barrio Alonso

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  • Nmero 63 (2006)

    LA CRISIS DEL RGIMEN LIBERAL EN ESPAA, 1917-1923, ngeles Barrio Alonso ed.

    Introduccin

    -El parlamentarismo liberal y sus impugnadores, Miguel Martorell y Fernando del Rey

    -Marruecos y la crisis de la Restauracin, 1917-1923, Pablo La Porte

    -Entre el ejemplo italiano y el irlands: la escisin generalizada de los nacionalismoshispanos, 1919-1923, Enric Ucelay-Da Cal

    -De agravios, pactos y smbolos. El nacionalismo espaol ante la autonoma de Catalua, Javier Moreno Luzn

    -La oportunidad perdida: 1919, mito y realidad del poder sindical, ngeles Barrio Alonso

    Estudios

    -Obedientes y sumisas. Sexualidad femenina en el imaginario masculino de la Espaa de la Restauracin, Rosa Elena Ros Lloret

    -Armamento e instruccin militar. Francia y la modernizacin del Ejrcito espaol, 1948-1975, Esther M. Snchez Snchez

    -Cados por Espaa, mrtires de la libertad. Vctimas y conmemoracin de la Guerra Civil en la Espaa posblica (1939-2006), Jos Luis Ledesma y Javier Rodrigo

    Ensayos bibliogrficos

    -Se hace camino al andar. Balance historiogrfico y nuevas propuestas de investigacin sobre la dictadura franquista, Teresa M. Ortega Lpez

    -La Segunda Repblica espaola. Balance historiogrfico de una experiencia democratizadora, Octavio Ruiz- Manjn

  • Ayer 63/2006 (3): 11-21 ISSN: 1134-2277

    Las circunstancias polticas del final del franquismo y la transicininfluyeron en la eleccin y el tipo de estudios sobre la Restauracin.Una casi obsesiva predileccin en ellos por el anlisis de la naturalezay el funcionamiento del sistema canovista en detrimento del reinadode Alfonso XIII demostraba hasta qu punto la historiografa here-daba los prejuicios regeneracionistas de los coetneos al mantenercomo ncleo de la cuestin el binomio oligarqua y caciquismo y alconsiderar, como si de una patologa histrica se tratase, que la inca-pacidad del rgimen para democratizarse era su principal consecuen-cia, ignorando otros factores para la explicacin de su crisis final 1. Larenovacin de la historia poltica a partir de los aos ochenta acabprogresivamente con la primaca del fin de siglo como problema,internacionalizando algunos aspectos de la crisis del rgimen liberal ysacando a la luz las dimensiones europeas de la Espaa del reinado deAlfonso XIII, a travs de trabajos muy variados y con planteamientosmuy diversos. El estudio ms detenido del parlamentarismo y losvalores que lo impregnaron, el grado de legitimidad o erosin de lasinstituciones, las culturas polticas, la modernizacin del Estado, losnacionalismos, los derechos ciudadanos o las biografas polticas, ha

    Introduccinngeles Barrio Alonso

    Universidad de Cantabria

    1 Ya en 1997 se haca referencia a ello: SUREZ CORTINA, M.: La Restauracin(1875-1900) y el fin del imperio colonial. Un balance historiogrfico, en SUREZCORTINA, M. (ed.): La Restauracin, entre el liberalismo y la democracia, Madrid,Alianza, 1997, pp. 31-107.

  • contribuido a completar una imagen mucho ms compleja del rgi-men liberal en su evolucin en el siglo XX. Fuera de la historia exclu-sivamente poltica, los anlisis de las formas de accin colectiva, lareforma social, las identidades de clase, el sindicalismo, los empresa-rios y las instituciones, han demostrado que su crisis es un episodioms del proceso general de crisis que experimenta el liberalismo alfinal de la Gran Guerra y que las alternativas que se plantearon a lamisma, tanto las de la derecha como las de la izquierda, no fueronesencialmente diferentes a las de otros pases prximos, como tampo-co lo fue la respuesta de la sociedad.

    Interpretaciones no maniqueas del rgimen liberal espaol, repro-bacin de los estereotipos historicistas tanto como de los marxistas yplanteamiento de hiptesis deductivas ms que inductivas parecenser caractersticas de la historiografa actual sobre el periodo queresumen un estado de la cuestin en permanente renovacin. Nadieignora el significado de descomposicin del sistema canovista quetuvo la triple crisis de la que hablara Lacomba ya en 1970 en la huel-ga revolucionaria de agosto de 1917 la poltica, con la Asamblea deParlamentarios; la militar, con las juntas, y la social, con el pacto entresindicatos 2, pero los historiadores tienden ahora a desmarcarsecada vez ms del tpico de la dbacle total entre 1917 y 1923 e insis-ten en las oportunidades del rgimen para resolver una crisis que noresulta explicable en trminos reduccionistas, ya que intervienen enella simultneamente muchos factores de naturaleza diversa.

    Fracturas en los partidos y en el sistema de partidos, falta de legi-timidad del parlamentarismo, dificultades para la gobernabilidad,presiones de los nacionalismos, fracaso de la institucionalizacin de lareforma, ataques del ejrcito al poder civil, movilizaciones obreras ysindicales e, incluso, tendencias claras al autoritarismo por parte deAlfonso XIII no impidieron que de 1918 a 1923 el Parlamento fun-cionara y que los gobiernos gobernaran tratando de preservar al Esta-do de los envites, tanto por la derecha, como por la izquierda, de losenemigos del rgimen liberal, lo que justifica su capacidad de super-vivencia hasta que, finalmente, el golpe de Primo de Rivera acaba conms de cincuenta aos de parlamentarismo y constitucionalismo. Nohay desacuerdo entre los historiadores, por tanto, en la enunciacinde factores que concurren en la fase final del rgimen liberal de la

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    2 LACOMBA, J. A.: La crisis espaola de 1917, Madrid, Ciencia Nueva, 1970.

  • Restauracin, pero hay discrepancias en su jerarquizacin para unadeterminacin ordenada de causas en escala de mayor a menor y msan si se trata de la figura del rey y su responsabilidad en la crisis.

    Un elemento decisivo para el anlisis de una crisis que afectdirectamente a dos instituciones clave, el Parlamento y la Corona, esque el rgimen liberal en Espaa era una forma de Estado y no degobierno y por ello sus posibilidades de evolucin hacia la democraciaresultaban menores que las de otros pases europeos en los que habams correspondencia entre la forma de Estado y de gobierno. El rgi-men monrquico espaol era oligrquico y haba conciencia entre loscoetneos de que sus expectativas de democratizacin eran escasas loque era motivo de disgusto para unos, aunque de conformidad paraotros. La Constitucin de 1876 planteaba el doble problema de lasoberana compartida y sus efectos perversos sobre el parlamentaris-mo, y de la forma de Estado, que eliminaba toda expectativa de des-centralizacin administrativa y autonoma. El hecho de que no fuerauna democracia representativa coloc la cuestin de la legitimidad enel centro del debate poltico, alimentando una concepcin finalista dela democracia si no falsa, al menos inconsistente, como se puso demanifiesto en 1923 con la pasividad de la sociedad espaola ante elgolpe de Primo de Rivera. Pero, desde la perspectiva historiogrficaactual, y a la vista de la permanente deslegitimacin que sufra el par-lamentarismo a travs del corporativismo latente en todas las pro-puestas de cambio y transformacin de la representacin defendidastanto por la derecha catlica, como por el krausoinstitucionismo o,incluso, por ciertos sectores de intelectuales socialistas; de la violenciaverbal contra el Estado y las instituciones de los sindicatos anarquis-tas; o de las desinhibidas manifestaciones de simpata del rey por lassoluciones autoritarias, lo que sorprende, precisamente, es su supervi-vencia, aunque fuese en condiciones precarias, hasta 1923 3.

    No es el objetivo de este dossier ofrecer un recorrido exhaustivopor la crisis del rgimen liberal, compromiso, por otro lado, imposi-ble dadas las normas editoriales de Ayer, sino analizar algunos facto-res concurrentes en el proceso que confirman la complejidad de cau-sas de la misma y su paralelismo con la evolucin igualmente crtica

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    3 Vase el desarrollo del balance historiogrfico pormenorizado en Estado de lacuestin en BARRIO ALONSO, .: La modernizacin de Espaa. 1917-1939. Poltica ySociedad. Historia de Espaa del 3.er Milenio, Madrid, Sntesis, 2004.

  • del liberalismo en toda Europa. El Parlamento no poda faltar, por-que fue un elemento central en la conformacin de la estructura de lacrisis, ya que la estabilidad y el consenso de la Restauracin habansido posibles, a pesar de la gravedad del problema constitucional dela soberana compartida y la doble confianza, por los contrapesosque permitieron la convivencia pacfica de los partidos dentro delsistema poltico. sas fueron las ventajas que ofreci el sistema cano-vista, pero las concepciones bsicas del funcionamiento poltico eranelitistas, la representacin era limitada, la sociedad estaba desmovili-zada y el atraso econmico era palpable en las grandes desigualdades.Como sealan Fernando del Rey y Miguel Martorell en El parla-mentarismo liberal y sus impugnadores, estos problemas caracters-ticos de la Restauracin eran problemas del siglo XIX a los que se lesaplicaron remedios de ese siglo, la estabilidad se resinti cuando laoleada de cambios que acarre el siglo XX los dej inservibles llevan-do al primer plano el problema de la no democracia.

    El parlamentarismo haba experimentado una crisis generalizadadurante la Gran Guerra, no slo en Espaa sino en toda Europa, por-que la coyuntura de la guerra por su excepcionalidad llev a unrefuerzo del ejecutivo en detrimento del legislativo. Las diatribas con-tra el Parlamento venan tanto de la extrema derecha carlistas eintegristas haban encontrado en la progresiva capacidad movilizado-ra de la Iglesia un excelente portavoz como de la extrema izquier-da, ya que las convicciones de los socialistas acerca de la democracialiberal no eran nada firmes y, menos an, las de los anarquistas, querechazaban el Estado y el juego parlamentario. La nueva derecha demauristas y catlicosociales tampoco qued atrs en su crtica al par-lamentarismo, que, junto a la del republicanismo, dejaba prctica-mente solos a los dos partidos del turno en el frente de su defensa.Liberalismo y democracia, y sus opuestos, haban sido el eje de un dis-curso poltico articulado por los partidos dinsticos en trminos dereforma, y por los antidinsticos de ruptura, pero sesgado por losvalores antipolticos y populistas del regeneracionismo. La neutrali-dad y el clima de la guerra europea fueron la ocasin para que los anti-dinsticos, los ms crticos, mantuvieran vivo su debate en torno a losproblemas heredados, representacin y legitimidad poltica, descen-tralizacin administrativa y autonoma, derechos ciudadanos y departicipacin, etctera. Pero el fin del turno a partir de 1913 supusoun cambio de reglas: de dos partidos que se turnaban en el poder, se

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  • pas a varios, entre ellos, los nacionalistas, con aspiraciones firmes degobierno. Los aspirantes, como en otros pases europeos, se dedica-ron a practicar la obstruccin parlamentaria para debilitar a losgobiernos que, de ese modo presionados, se vean obligados a nego-ciar. La obstruccin como mtodo de desgaste se emple contragobiernos conservadores y liberales indistintamente el caso de laLliga Regionalista de Catalua es paradigmtico en ese sentido yerosion su legitimidad, ya que, incapaces de lograr respaldos parla-mentarios, se vieron obligados en muchos casos a cerrar las Cortes ygobernar por decreto.

    El fin del turno vena acompaado de la fragmentacin de lospartidos y, como era imposible la alternancia, la frmula de gobier-nos de concentracin fue una solucin que funcion slo moment-neamente, porque cuando no era la falta de acuerdos entre los gru-pos polticos, eran las presiones del ejrcito, que desde 1917 habarecuperado su antiguo protagonismo poltico y su voluntad de inter-vencin en la cosa pblica. La crisis de los partidos, sin embargo,oblig a una vuelta a gobiernos ms que de partido, de faccin, queal no disponer de mayoras suficientes ponan constantemente enpeligro la gobernabilidad. No todo fue intil, sin embargo, la refor-ma del Reglamento de las Cortes en 1918 intent evitar la obstruc-cin su artculo 112 era conocido popularmente como la guilloti-na y, aunque la inestabilidad era crnica, y de hecho hubo treselecciones sucesivas en 1918, 1919 y 1920, hubo vida parlamentariay el gobierno pudo cubrir el trmite de la aprobacin del presupues-to en 1920. Incluso, el desastre de Annual en 1921 hizo que el Parla-mento recuperara fugazmente su funcin de eje de la vida polticareflejando, con el apasionado debate de las responsabilidades, el sen-tir de la opinin pblica. Pero la crisis poltica acab con el poco cr-dito que le quedaba al parlamentarismo.

    El desastre de Annual, colofn del problema colonial en Marrue-cos, result de hecho otro de los factores clave, aunque imprevisto,en la crisis. Pablo La Porte, en Marruecos y la crisis de la Restau-racin, 1917-1923, disecciona el papel de sus componentes en ellarey, ejrcito, presupuesto, partidos, opinin pblica, escenarioeuropeo, para demostrar la distancia del rgimen con la sociedaden un terreno como el de la poltica colonial, que no debera habersido nunca en su evolucin un foco constante de conflictos. La aven-tura colonial se haba planteado inicialmente como un intento de

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  • recuperacin del papel de Espaa en el concierto de las potenciaseuropeas, una forma de demostrar que el rgimen aspiraba a lamodernizacin y al progreso, pero las sucesivas crisis marroquespusieron en evidencia, una vez ms, tanto los errores cometidos,como las oportunidades perdidas para corregirlos. La ms trascen-dental de ellas, la de Annual, sirvi de revulsivo a la opinin pblicay espole los mejores instintos de la ciudadana hacia diferentes ini-ciativas de regeneracin, pero ninguna de ellas tuvo efecto. La lenti-tud del funcionamiento de la Administracin y las dificultades de suspromotores para llevarlas a cabo demostraron que an quedabamucho recorrido por hacer en la modernizacin del Estado pero,sobre todo, el desastre de Annual puso al rey bajo sospecha y tras la todos los polticos gubernamentales. Alfonso XIII, que habadefendido desde el inicio el proyecto colonizador quiz porquepretenda un esplendor colonial que marcara diferencia con la derro-ta de Cuba que ensombreci la Regencia de su madre deteriorirreversiblemente con Annual su imagen ante la opinin pblica yperdi la confianza de sectores importantes del ejrcito.

    La cuestin colonial haba estado latente y no haba dejado deprovocar fricciones entre los partidos, tensiones entre el poder civil yel militar, as como descontento dentro del ejrcito con los africanis-tas por el problema de los ascensos, pero el desastre de Annual pusoen evidencia, ante una opinin pblica atnita por el espectculo san-griento de una derrota humillante, los problemas crnicos: falta decualificacin de los mandos para la planificacin, atraso tcnico y tec-nolgico, nepotismo, corrupcin en la gestin del presupuesto yotros males de los que hablaba el Expediente Picasso, llevaban a laexigencia de responsabilidades no slo militares, sino tambin polti-cas. La campaa de las responsabilidades dividi ms an a los mili-tares y exacerb sus sentimientos de humillacin frente a un podercivil incapaz de asumir responsabilidades polticas, y de satisfacer lasdemandas de la sociedad en la reconquista de las posiciones, la libe-racin de los prisioneros espaoles, el castigo a los rebeldes o la repa-triacin de los soldados. Por eso el desastre de Annual con su reper-torio de acciones y reacciones result un factor decisivo en el final delrgimen y revela hasta qu punto al trastocar su dinmica con lasexpectativas de regeneracin creadas en el proceso de responsabili-dades, su frustracin a causa de su propia inercia estimul entre losmilitares un afn salvador y un sentimiento patritico formulado

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  • explcitamente con el golpe de Primo de Rivera, que trataba de reme-diar la debilidad crnica del rgimen, ms que protegerlo de supues-tas amenazas externas.

    El peligro del separatismo del que tambin hablaba Primo deRivera en el Manifiesto hecho pblico la madrugada del 13 de sep-tiembre de 1923 era la interpretacin ms neurtica de la eclosinnacionalista, otro de los grandes desafos a los que se enfrentaba elrgimen, y que a partir de 1919 fue un catalizador extraordinario alcontribuir, a partir de su doble afirmacin de espaolismo y antiespa-olismo, al hundimiento del sistema de partidos ya tocado de muerteen las crisis de 1912 y 1913. Enric Ucelay-Da Cal, en Del ejemplo ita-liano al irlands: la escisin generalizada de los nacionalismos hispa-nos y sus consecuencias, 1919-1923, analiza el proceso de multipli-cacin divergente de los nacionalismos espaoles que acababa con elnacionalismo institucional caracterstico del XIX y cuestionaba unaforma de Estado que nadie haba cuestionado hasta entonces. Losefectos del espaolismo, el catalanismo, el nacionalismo vasco y elgalleguismo fueron evidentes en la poltica de identificacin queemprendieron todos los grupos polticos desde la extrema derecha ala extrema izquierda, pasando por el republicanismo, el socialismo oel sindicalismo revolucionario, y que conduca a una poltica de masasideologizada caracterstica de las sociedades europeas antes de laGuerra Mundial que dejaba irrecuperable el juego entre conservado-res y liberales.

    El catalanismo radical no era un movimiento nuevo, haba estadoatento a la evolucin de los acontecimientos de los nacionalistasirlandeses contra la soberana britnica, tanto como al ascenso delfascismo italiano, y durante los aos de la guerra europea se habaextendido a los nacionalistas republicanos, a los radicales deLerroux e, incluso, a parte de los legitimistas a travs de un modelode grandes similitudes con el modelo italiano de Mussolini y DAn-nunzio de partido-milicia. El intento de golpe independentista de losnacionalistas radicales y socialistas irlandeses en abril de 1916 enDubln que los convirti en mrtires, y el desplazamiento en las elec-ciones de diciembre de 1918 de los nacionalistas histricos por elSinn Fein fue, sin embargo, un estmulo mayor para los catalanistasradicales y tambin para los nacionalistas vascos, y dio forma a unseparatismo por primera vez explcitamente poltico. En el caso delproyecto del Partit Obrer Nacionalista de Maci, ese proyecto se

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    ngeles Barrio Alonso Introduccin

  • abra tanto a una izquierda que le aceptaba como propio como a unsector del carlismo, al tiempo que adoptaba por la influencia italianaformas paramilitares.

    La experiencia de Camb en la poltica espaola fue decisiva paraese proceso de decantacin. Su participacin en el gobierno de sal-vacin nacional de Maura de 1918, al que supuestamente hundieronentre l y Ventosa, acab con su expectativa de ser un poltico espa-ol y le oblig a volver a Catalua para tratar de ponerse al frentede un movimiento que, en su ausencia, haban estado atizando radi-cales como Maci o como Marcelino Domingo. Conservador y espa-olista en Catalua, Camb carg, sin embargo, con la responsabili-dad en Espaa del extremismo nacionalista de Barcelona con todassus consecuencias y sus expectativas quedaron desbordadas por elimpacto del nacionalismo en cada esquina del pas a partir de 1919,as como por los nuevos espaolistas que eran una rplica del militan-te de la Lliga en cuanto a estar por encima de la distincin entre con-servadores y liberales.

    La eclosin de los nacionalismos reactiv un nacionalismo espa-ol prejuicioso y mucho ms agresivo en sus manifestaciones de loque podra pensarse. Javier Moreno Luzn, en De agravios, pactos ysmbolos. El nacionalismo espaol ante la autonoma de Catalua,demuestra cmo el catalanismo provoc la emergencia de un espao-lismo muy extendido por toda la geografa espaola, que utiliz refe-rentes muy diversos. Los mitos y el recurso a la historia para la afir-macin de la nacionalidad produjeron adscripciones binarias quecontraponan, como maliciosa idealizacin noventayochista de lo cas-tellano, un regionalismo sano al perverso catalanismo de Camby la Lliga. La imagen deliberadamente deformada en las caricaturasde un Camb judaico y botiguer apareca enfrentada, a travs de laexaltacin de la lengua y la enseanza del castellano, al noble iconodel maestro, agente nacionalizador por excelencia; una representa-cin plstica muy ideologizada del viejo pleito entre Camb y Santia-go Alba en el gobierno, entre los intereses egostas de Catalua y loshonrados intereses de Castilla para la exaltacin en el recuerdo deque, precisamente, haba sido la cuestin del sueldo de los maes-tros el motivo del sacrificio poltico de Alba frente a Camb.

    Vigente siempre la cuestin del arancel detrs del debate sobre elorden de la trada, municipio, regin, nacin, las protestas de los sec-tores mercantiles anticatalanistas sirvieron para orquestar ante la ciu-

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  • dadana una de las campaas ms violentas de aquellos aos y quedesbord con amplitud los enfrentamientos que haban producidolas adscripciones polticas respecto al nacionalismo espaol y catalnen el Parlamento en el invierno de 1918-1819. Unas adscripcionesbien complicadas y no libres de contradicciones: los catlicos por suproximidad al maurismo apoyaban el catalanismo conservador de laLliga aunque Vctor Pradera fuera una excepcin en su furor anti-Lliga, los tradicionalistas y los jaimistas defendan la diversidadespaola, los republicanos eran favorables a la autonoma aunquelos viejos espaolistas como Lerroux estuvieran menos convencidosque los refomistas, y que, incluso, Marcelino Domingo y algn otrodesencantado mantuvieran una clara retrica revolucionaria en tornoa la cuestin mientras que los liberales quedaban al margen de esatransversalidad. As, el juego parlamentario de las mayoras y mino-ras resultara decisivo porque entre conservadores y liberales hacantres cuartas partes del Congreso: entre los conservadores haba unespaolismo consistente pero, frente a la mayora de Dato, la minorade Maura apoyaba ligeramente a Camb desde la conviccin de quela autonoma local estimulara los resortes para la ciudadana y que elregionalismo servira a los intereses de la regeneracin nacional; entrelos liberales, Romanones era el ms proclive a la causa de la Manco-munidad aunque en todos ellos pesaba la idea de Estado unitario,pero cuando se plante el pleito con Catalua en 1918-1919, fueAlcal Zamora y la Izquierda Liberal de Santiago Alba quienes encar-naron la representacin de Castilla frente a Catalua e, incluso, RoyoVillanova fue el adalid de la cruzada espaolista desde Valladolid.

    En el contexto de 1918-1919 la cuestin del nacionalismo se plan-te como un pulso a la monarqua y como pretexto para distraer a lasmasas de otros propsitos revolucionarios, pero las cuestiones ideo-lgicas entreveraron el debate, porque nacionalismo no era igual queindependentismo y una cosa era la descentralizacin y otra el separa-tismo. El discurso poltico se inund de trminos patriticos y ningngrupo o corporacin se mantuvo al margen de aquella polarizacinprogresiva de un espaolismo claramente anticatalanista y trminoscomo soberana nacional, municipio, regin, o nacin fueron aborda-dos con una pasin que rompe cualquier imagen pacfica del nacio-nalismo espaol.

    Pero si 1919 fue un ao decisivo para la polarizacin en torno alnacionalismo, no menos result para el sindicalismo, en donde con-

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  • fluan elementos contradictorios de ideas, derechos, estrategias yoportunidades que acabaron por frustrar la posibilidad de integra-cin de los sindicatos en el sistema, con todo lo que ello representabapara la paz social y la institucionalizacin de los derechos ciudadanos,un desafo pendiente en la modernizacin del Estado que recogera,una vez ms, la Segunda Repblica. ngeles Barrio, en La oportuni-dad perdida: 1919, mito y realidad del poder sindical, analiza el pro-ceso abierto en el invierno de 1918-1919 cuando parecan darse unascircunstancias favorables para ello: en plena vorgine de asociacionis-mo corporativo, nunca haban estado ms prximos a una ententesindical los sindicatos socialistas y anarquistas que haban depuradosus estrategias de lucha y aprovechaban la intensificacin de la movi-lizacin social en beneficio de una cada vez ms codiciada represen-tatividad sindical; el gobierno Romanones, por su parte, daba mues-tras de cierta sensibilidad para incentivar la reforma social y acometerpor fin una poltica coherente de previsin social y de trabajo, inclu-so, antes de que los compromisos diplomticos con la OIT obligarana ello; la izquierda liberal, adems, entusiasmada con el carcter reac-tivo del sindicalismo alimentaba un discurso indulgente y esperanza-do sobre la actividad sindical, confiada en que su institucionalizacinfuese un factor decisivo en la democratizacin del rgimen. Dabaigual el modelo de relaciones laborales que se defendiera, si con inter-vencin de los poderes pblicos o sin ella, y los medios empleados, loimportante era conseguir los plenos derechos sindicales para interve-nir con toda legitimidad en las relaciones laborales, y en eso parecie-ron estar todos de acuerdo, republicanos, socialistas y anarquistas,aunque por poco tiempo.

    El miedo de las patronales a la bolchevizacin del movimientoobrero, que buscaron el respaldo de los sectores ms antiliberales dela sociedad espaola, entre ellos, los militares, acab con la neutrali-dad del gobierno y rompi con las expectativas de los propios sindi-catos de utilizar el poder sindical a favor de su legitimacin comorepresentantes de los trabajadores en las relaciones laborales. Lahuelga de La Canadiense en Barcelona, donde los sindicatos de laCNT dominaron no slo la huelga sino tambin la ciudad por unosdas, represent en su controvertida evolucin una especie de infle-xin de la cual el sindicalismo sali doblemente derrotado. Al nopoder garantizar el gobierno el cumplimiento de los acuerdos a quehaban llegado los representantes sindicales con los representantes

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  • oficiales del Instituto de Reformas Sociales y del Ministerio deGobernacin por las presiones de los militares, los sindicalistas,defraudados, rompieron con su proceso de domesticacin en cier-nes y, tras la cada del gobierno, se reafirmaron con violencia en sustcticas militantes de huelga general, provocaciones a los rivales yhostigamiento a los desmoralizados. El resultado fue que un ao des-pus, en 1920, los sindicatos de la CNT estaban descabezados y laorganizacin semidesmantelada y envuelta en una guerra abierta deatentados y pistolas con agentes de la patronal; adems, era inviable laidea de un pacto con los socialistas porque en el congreso nacional dediciembre de 1919 la CNT haba decidido romper todos los puentescon la poltica y las instituciones, incluida la UGT. Otro caso ms deoportunidad perdida.

    Para concluir, el recorrido del dossier por algunos de los proble-mas nucleares de la crisis de la Restauracin aspira a ser una tentativa,si no explicativa, al menos ilustrativa, del alcance del desafo al que seenfrentaba el frgil y descompuesto rgimen liberal espaol en elumbral de los aos veinte. Su tratamiento en estas pginas obviamen-te no agota las posibilidades de la caracterizacin de la crisis en susdimensiones sociales, polticas e, incluso, culturales, pero al menospermite una visin ms depurada del problema del parlamentarismo,la forma del Estado, la cuestin nacional y regional y los nacionalis-mos, la cuestin militar con su trasfondo colonial y sus implicacionespara el prestigio de la figura de Alfonso XIII, especialmente tras eldesastre de Annual, y, finalmente, la problemtica y frustrante rela-cin sindicalismo/Estado, que para los coetneos era una pieza clavepara la paz social.

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    ngeles Barrio Alonso Introduccin

  • Ayer 63/2006 (3): 23-52 ISSN: 1134-2277

    Resumen: El sistema poltico de la Restauracin solucion uno de los princi-pales problemas del siglo XIX espaol: la incapacidad de los partidos dela monarqua constitucional para convivir de forma pacfica y estable.Fue un sistema liberal, pero no democrtico, que reserv la gestin de losasuntos pblicos a una elite articulada en dos partidos el Liberal y elConservador que se turnaron durante dcadas pacficamente en elpoder. Comenz a dar sntomas de agotamiento a medida que otros par-tidos ajenos al turno junto con varias escisiones de los dos grandes par-tidos reclamaron su derecho a gobernar. Y ello al tiempo que el siste-ma afrontaba nuevos retos, como el aumento de la conflictividad social,una guerra colonial de desgaste en frica o el conflicto entre poder civilo militar, crnico desde 1917. Los partidos dinsticos no impulsaron lademocratizacin, pero tampoco hallaron excesivos estmulos para demo-cratizar la monarqua entre una izquierda que, salvo alguna excepcin,estableci una correspondencia unvoca entre democracia y Repblica, yuna derecha antiliberal y autoritaria. La existencia de fuertes tradicionesantiparlamentarias bien arraigadas tanto en la izquierda como en la dere-cha contribuye a explicar la escasa oposicin al golpe de Estado militarque liquid en 1923 el parlamentarismo liberal.

    Palabras clave: Espaa, Restauracin, liberalismo, monarqua constitu-cional, antiparlamentarismo, parlamentarismo, representacin poltica.

    El parlamentarismo liberal y sus impugnadores *

    Miguel Martorell LinaresUniversidad Nacional de Educacin a Distancia

    Fernando del Rey ReguilloUniversidad Complutense de Madrid

    * Este trabajo se inscribe en el proyecto de investigacin Retricas de intransi-gencia y violencia poltica en la Espaa de entreguerras,1923-1945, financiado porel Ministerio de Educacin y Ciencia. Direccin General de Investigacin(Red.SEJ2005-04223/CPOL).

  • Abstract: The political system of the Restoration solved one of Spains mainproblems in the 19th century: the inability of the parties of the constitu-tional monarchy to coexist in peaceful and stable harmony. It was a li-beral but not democratic system that left the management of publicaffairs to an elite organized in two parties, the Liberal and the Conserva-tive, which for decades peacefully took turns in power. It began to showsigns of exhaustion in several splits that occurred within the two mainparties and as other parties claimed their right to govern. This happenedwhile the system faced new challenges, such as an increase in social con-flicts, a debilitating colonial war in Africa and the conflict between civi-lian and military power, chronic as of 1917. The dynastic parties did notpromote democratization, but by the same token, there was not muchencouragement to democratize the monarchy, either from the left, whichvirtually established an intrinsic link between democracy and Republic,or from the right, which was anti-liberal and authoritarian. The existenceof deeply-rooted anti-parliamentarian traditions on both the left and theright help to explain why there was little opposition to the military coupdtat that wiped out liberal parliamentarianism in 1923.

    Keywords: Spain, Restoration, liberalism, constitutional monarchy, anti-parliamentarianism, parliamentarianism, political representation.

    El sistema poltico de la Restauracin acab con casi un siglo deluchas civiles. Al comenzar el ltimo cuarto del siglo XIX, tras un lar-go y agotador ciclo de pronunciamientos e insurrecciones dirigidos aexcluir al contrario del poder, un ansia de paz y estabilidad prevalecaentre las elites polticas. Las palabras pronunciadas por el novelista ypoltico Juan Valera en el Senado, en 1876, reflejan con fidelidad estademanda de consenso: Que la era de los pronunciamientos termine,que prevalezca la ley, y que el pas logre un gobierno estable, aunqueese gobierno sea mi enemigo y yo est siempre en contra de l. Enlneas generales, se fue uno de los objetivos de Antonio Cnovas delCastillo, idelogo de la Restauracin: que todos los monrquicosconstitucionales, provinieran de las filas moderadas, progresistas,unionistas o demcratas, pudieran gobernar en paz bajo el nuevo sis-tema poltico. De ah que la Constitucin de 1876 integrara principiosdoctrinarios del ideario moderado, como la soberana compartidaentre el rey y las Cortes, junto a otros de tradicin progresista, comoel reconocimiento de una amplia gama de derechos individuales.Cnovas del Castillo agrup en el Partido Conservador a los modera-dos y a la derecha de los viejos unionistas de ODonnell. En torno a

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  • Prxedes Mateo Sagasta se uni la mayor parte de la izquierda monr-quica liberal que haba gobernado durante el Sexenio Democrtico,en un partido que primero se conoci como Constitucionalista, des-pus como Fusionista y, por ltimo, simplemente, como Liberal. A laderecha de los conservadores permanecieron los catlicos tradiciona-listas y los partidarios de la monarqua absoluta; a la izquierda de losliberales, los republicanos. Conservadores y liberales se alternarondurante dcadas en el poder y ninguno de los grupos que antes de1874 defendan la monarqua constitucional qued fuera de juego 1.

    La Restauracin en sus orgenes: estabilidad y consenso liberal

    No fue un proceso fcil ni exento de tensiones. Durante los pri-meros aos de la Restauracin, el partido de Sagasta abog por unareforma de la recin nacida Constitucin de 1876. Los liberales pre-tendan remplazar la soberana compartida entre el rey y las Cortespor el principio de soberana nacional, residente slo en el Parlamen-to, que haba vertebrado la Constitucin progresista del SexenioDemocrtico. Habra que esperar hasta 1880 para que Sagasta secomprometiera a respetar la soberana compartida. No obstante, elala izquierda del Partido Liberal apost hasta la segunda mitad de ladcada de los ochenta por el cambio constitucional. La irreversibleintegracin de todos los monrquicos liberales en torno a la Consti-tucin de 1876 lleg en las Cortes liberales de 1885-1890. Duranteeste periodo, el Parlamento recuper dos de las principales conquis-tas del Sexenio: el sufragio universal, que haba sido derogado porCnovas en 1878, y los juicios por jurado. El restablecimiento delsufragio universal tendi puentes entre los artfices de la Restauraciny los herederos del Sexenio y cerr definitivamente el ciclo de luchasentre las diversas familias de monrquicos constitucionales en torno ala naturaleza del sistema poltico: la izquierda monrquica renunci arestaurar la soberana nacional. La ampliacin del sufragio, escribirapor entonces el joven Jos Snchez Guerra, demostraba la posibili-dad de conciliar las conquistas de la revolucin con las necesidades dela autoridad gubernamental y las exigencias inevitables del orden

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    1 VALERA, J.: Discursos polticos. 1861-1876, en Obras Completas, t. L, Madrid,1929, pp. 328-329.

  • social. Y es que la Restauracin culminaba las aspiraciones de buenaparte de los monrquicos liberales, ya hubieran luchado en la revolu-cin de 1868 o combatido contra ella: un sistema liberal en lo polticoy conservador en lo social, que preservaba la gestin de los asuntospblicos para una elite reducida. La gran novedad radicaba en queningn sector de dicha elite se vera excluido permanentemente delpoder 2.

    La Constitucin de 1876 y los hbitos adquiridos durante aos deprctica poltica establecieron un complejo sistema de contrapesos,entre la Corona, el gobierno y las Cortes, que limitaba la autonomade las tres instituciones. La Corona comparta con las Cortes la potes-tad legislativa y con el gobierno la potestad ejecutiva. Adems, comodepositaria del poder moderador, supervisaba las relaciones entregobierno y Parlamento, as como entre ambas instituciones y la opi-nin pblica. Por otra parte, la necesidad de un refrendo guberna-mental para todos los mandatos del rey limitaba la autonoma de laCorona y transfera al gobierno la iniciativa de la toma de decisiones.A su vez, los gobiernos requeran la doble confianza: del rey quenombraba y separaba libremente a sus ministros y del Parlamento.La Corona y las Cortes compartan la soberana conforme al principiodoctrinario, segn el cual la monarqua era preexistente a la nacinrepresentada en el Parlamento. Esto, no obstante, entraaba unaimportante contradiccin, pues de otra parte la legitimidad de laCorona proceda de la Constitucin aprobada por las Cortes. Al igualque el gobierno o los Tribunales de Justicia, las competencias delmonarca estaban reguladas por la Constitucin: el rey, para serlo,deba jurar lealtad a la ley fundamental, de la que emanaba su poder.Comparta con el Parlamento la iniciativa legislativa, aunque en laprctica poltica eran los gobiernos quienes ejercan esta funcin. Sejerca el rey en exclusiva la sancin y promulgacin de las leyes. Porotra parte, era prerrogativa regia disolver, convocar, abrir, cerrar ysuspender las Cortes, si bien estas tres ltimas funciones las asumanlos gobiernos, en funcin de los intereses que primaran en su agendapoltica. El artculo 32 de la Constitucin exiga que tres meses des-pus de disolver las Cortes, el rey convocara otras nuevas, celebrn-

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    2 SNCHEZ GUERRA, J.: Espagne, Revue Poltique et Parlementaire, t. IV, nm. 10(abril de 1895), pp. 141-142. Tensiones en la configuracin del sistema poltico de laRestauracin, en VARELA ORTEGA, J.: Los amigos polticos. Partidos, elecciones y caci-quismo en la Restauracin (1875-1900), Madrid, Marcial Pons, 2001 (ed. orig. 1978).

  • dose elecciones en ese lapso de tiempo. Las Cortes constaban de doscuerpos legisladores de facultades similares: el Senado y el Congresode los Diputados 3.

    La recuperacin del sufragio universal, en 1890, no modific laorganizacin de los dos grandes partidos dinsticos. Tanto el Liberalcomo el Conservador siguieron siendo partidos de notables, coalicio-nes de prohombres polticos que asentaban su poder sobre grandesclientelas a las que deban satisfacer. Estas clientelas, o facciones, dis-frutaban de una gran autonoma dentro de cada partido, y no eraextrao que una faccin saltara de las filas de un partido a otro. Lospartidos polticos apenas estaban institucionalizados, no tenan esta-tutos, ni afiliados, ni rganos estables de direccin. Su lder era pri-mus inter pares del grupo de jefes de faccin y ex ministros, a cuyasclientelas se adscriban diputados y senadores. Constituan su base lasorganizaciones locales, con sus jefes o caciques, que nutran los cargosprovinciales o municipales y peleaban las elecciones en los distritos.Tampoco vari el procedimiento por el que los gobiernos ganabancada eleccin, y que permiti el turno pacfico entre los dos grandespartidos. El artculo 54 de la Constitucin de 1876 conceda al rey lafacultad de nombrar y separar a sus ministros; dicha prerrogativahaca del monarca un rbitro poltico, el poder moderador respon-sable en ltima instancia del relevo de liberales y conservadores.Poda ocurrir que el gobierno perdiera su mayora en las Cortes, yentonces la lgica parlamentaria sealaba el momento del turno, oque el rey forzara el cambio siguiendo los dictados de la opininpblica, trmino impreciso y cuyo significado vari con el tiempo.Fuera como fuere la cada del partido en el poder, el rey encargaba elgobierno al jefe del partido dinstico en la oposicin, quien reciba eldecreto de disolucin de las Cortes. Dicho decreto permita convocarelecciones para las cuales el gobierno negociaba con los notables desu partido y con las oposiciones el contenido del encasillado la lis-ta de candidatos oficiales y utilizaba cuantos recursos estaban en sumano para que dicha lista triunfara.

    El encasillado inclua diputados de todos los grupos polticos rele-vantes, con el fin de evitar que ninguno acudiera al pronunciamiento

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    3 Sistema de contrapesos, en CABRERA, M., y MARTORELL LINARES, M.: El Par-lamento en el orden constitucional de la Restauracin, en CABRERA, M. (dir.): Con luzy taqugrafos. El Parlamento en la crisis de la Restauracin (1913-1923), Madrid, Tau-rus, 1998, pp. 21-65.

  • militar o a la insurgencia para participar en la arena poltica, y era fru-to de una complicada serie de negociaciones en una triple direccin.De entrada, los gobiernos pactaban con todas las facciones de su pro-pio partido que integraran la futura mayora parlamentaria, pues undesacuerdo sobre el nmero de diputados asignado en el encasilladopoda provocar una disidencia durante la legislatura, y restar fuerza algobierno. Pero tambin deban de contemplar las aspiraciones delprincipal partido dinstico en la oposicin y de los otros pequeospartidos que tenan reservado su lugar en las Cortes, como los repu-blicanos o los carlistas. Por ltimo, el encasillado responda a unadura negociacin entre los dirigentes nacionales de los dos partidosdinsticos y sus organizaciones locales, pues estas ltimas defendan asus propios candidatos frente a los intentos del gobierno por encasi-llar a polticos relevantes, pero ajenos a los distritos. La asignacin deescaos en el encasillado era casi siempre similar: al partido delgobierno se le dotaba de una nutrida mayora parlamentaria, a la opo-sicin dinstica de la principal minora, y el resto de los partidos inte-graban pequeos grupos en las Cmaras. Los gobiernos empleabantoda su fuerza y el peso del aparato del Estado para defender a loscandidatos encasillados, fueran del partido que fueran. Por el contra-rio, se enfrentaban a quienes competan contra la lista oficial, aunquese tratara de candidatos del partido gubernamental descontentos porhaber sido desplazados fuera del juego. En un primer momento, laampliacin del sufragio no se not siquiera en las grandes ciudades:las circunscripciones electorales urbanas incluan un gran alfoz ruraldonde los partidos dinsticos, gracias a los caciques locales, podancompensar el voto republicano o socialista. Pero desde principios delsiglo XX, lentamente, el electorado urbano comenz a liberarse de esatenaza.

    La prctica parlamentaria compens en alguna medida el peque-o nmero de diputados reservado en las elecciones a los partidos aje-nos a la monarqua constitucional. De entrada, todas las minorastuvieron garantizada la participacin en algunas de las comisionesinstitucionales del Congreso de los Diputados como la de Presu-puestos, en funcin de su representacin numrica. Por otra parte,las decisiones sobre la dinmica de los debates parlamentarios seadoptaban generalmente por consenso, tras consultas del gobiernocon los jefes de todos los partidos. As, gobierno y minoras negocia-ban la duracin de las sesiones, la habilitacin de das festivos, la con-

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  • vocatoria de sesiones extraordinarias o el orden de prelacin en eldebate de los proyectos. Por otra parte, en varios momentos del cur-so parlamentario como la explicacin del sentido del voto en losproyectos de ley o en algunos debates sobre temas de excepcionalimportancia se abran rondas de intervencin de los representantesde todos los grupos, que permitan constatar la pluralidad de laCmara. Alrededor de estos y otros hbitos, poco a poco se fragu enel Congreso un cierto clima de consenso, que hall en el Reglamentode 1847, recuperado por las Cortes constitucionales de 1876, una desus principales garantas 4.

    El Reglamento otorgaba a las minoras parlamentarias numerososinstrumentos para obstruir la poltica del gobierno si ste decidalegislar con el exclusivo apoyo de su mayora, sin guardar la conside-racin debida a las oposiciones. Por el contrario, negaba a los gobier-nos herramientas eficaces para imponer su criterio en el Parlamentosin negociar con las minoras. Los gobiernos tenan que buscar elmximo acuerdo en todas las iniciativas presentadas en el Parlamen-to: deban contar, como mnimo, con el beneplcito del partido tur-nante de la oposicin; pero tambin era necesario que ninguna otraminora recurriera a la obstruccin. Y obstruir un proyecto de ley erarelativamente fcil: no exista limitacin para el nmero de enmiendasen contra; todas deban discutirse una a una y todo diputado tenaderecho a intervenir si era aludido, de modo que un orador podacitar en su intervencin a una decena de colegas y reclamar todos lapalabra, lo cual quiz consumiera varios das porque tampoco habatiempo tasado para cada intervencin. Esta gama de recursos, comnal parlamentarismo liberal europeo en el siglo XIX, protega los dere-chos de las minoras frente a la tentacin desptica de los gobiernos ysus mayoras: la obstruccin era un aliciente para que los grupos mar-ginales participaran en el juego parlamentario, pues en un momentodado les confera una capacidad de influencia en el proceso de adop-cin de decisiones superior a su tamao. Por este motivo, tanto losrepublicanos como la extrema derecha carlista o integrista fueron rea-

    4 Para este prrafo y el siguiente, vase MARTORELL LINARES, M.: Gobierno yParlamento: las reglas del juego, en CABRERA, M. (dir.): Con luz y taqugrafos...,op. cit., pp. 211-273. Sobre los reglamentos parlamentarios, vase CILLN DE ITU-RROSPE, C. del: Historia de los reglamentos parlamentarios en Espaa. 1810-1936,Madrid, Universidad Complutense, 1985.

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  • cios a toda reforma reglamentaria que redujera los recursos obstruc-cionistas contemplados en el Reglamento del Congreso 5.

    A estas alturas ya procede extraer alguna conclusin de lo expues-to en los prrafos anteriores. De entrada, el sistema poltico de la Res-tauracin resolvi uno de los principales lastres del discurrir polticoespaol durante todo el siglo XIX: la incapacidad de los partidos de lamonarqua constitucional para convivir de forma pacfica y establebajo un mismo sistema poltico. Cerr definitivamente dira el con-servador Fernndez Villaverde una lucha que dur tres cuartos desiglo. No conviene perder de vista esta perspectiva: aunque prolon-g su vida hasta la tercera dcada del siglo XX, la Restauracin resol-vi problemas acarreados a lo largo del siglo XIX con herramientashabituales en la prctica poltica del siglo XIX. Fue un sistema polticoliberal, pero no democrtico, pues aunque liberalismo y democraciallegaran con el paso del tiempo a ser compatibles, a lo largo delsiglo XIX fueron antagnicos. Antes de que la democracia existiera,el liberalismo haba combatido todos los privilegios de los monarcasabsolutos que se albergaban bajo el manto de armio, reflexionabaJos Snchez Guerra en 1911. Los artfices de la Restauracin enten-dan la poltica como un asunto a dirimir entre elites: elites que hastala fecha haban luchado entre s, y que el nuevo sistema poltico aso-ci en un marco poltico estable. Todos los monrquicos constitucio-nales aceptaron la Constitucin de 1876, en un proceso de larga y dif-cil gestin, sellado en 1890 tras la recuperacin del sufragio universal.Por otra parte, para esa misma fecha carlistas y republicanos habanrenunciado a cambiar el marco poltico por la va insurreccional; aun-que discrepaban de los principios ideolgicos de la monarqua cons-titucional, acabaron integrados en el sistema. En esa aceptacin des-empearon una funcin primordial el conjunto de prcticas yacuerdos tcitos que protegan en el Congreso a las minoras y lesotorgaban una capacidad de influencia superior a su tamao 6.

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    5 Reticencias de republicanos y carlistas a la reforma reglamentaria, en CABRE-RA, M.: La reforma del Reglamento de la Cmara de Diputados en 1918, Revistade Estudios Polticos, 93 (junio-septiembre de 1996), pp. 359-379.

    6 FERNNDEZ VILLAVERDE, R.: El Imparcial, 17 de mayo de 1903. SNCHEZ GUE-RRA, J.: Inviolabilidad e inmunidad parlamentarias: conferencia en el Crculo Conserva-dor de Zaragoza el 26 de noviembre de 1911 y discurso en la sesin del Congreso de losDiputados del 7 de febrero de 1912, con motivo de la discusin del dictamen de reformadel Reglamento, Madrid, Jaime Rats, 1912, p. 27. El trmino antagnico para defi-

  • Nuevas reglas para nuevos tiempos

    Al comenzar el siglo XX, varios cambios en el comportamientoelectoral comenzaron a entorpecer cada vez ms la confeccin delencasillado. Para empezar, el electorado urbano se emancip parcial-mente del control gubernamental. Los republicanos consiguieron en1903 un notable avance respecto a comicios anteriores, al lograr msde treinta diputados. Al tiempo, creca en Catalua la Lliga Regiona-lista, que obtuvo sus primeras actas parlamentarias en 1901, y quediez aos despus rondaba la quincena de diputados. Por otra parte,Pablo Iglesias gan el primer escao socialista en 1910, aunque serael nico representante de su partido en el Congreso de los Diputadoshasta 1918. Hubo otra mudanza menos evidente a simple vista, aun-que no por ello menos importante: aumentaron los distritos propiosen detrimento de los mostrencos. Los distritos propios, como indicael nombre, eran propiedad de un diputado que, gracias al pacto conlas fuerzas vivas locales, renovaba su escao eleccin tras eleccin sinnecesitar el apoyo del Ministerio de la Gobernacin, y con indepen-dencia de qu partido gobernara. Por el contrario, en los distritosmostrencos el gobierno impona sin problemas a cualquier candidato.La mayor cantidad de distritos propios dificult el encasillado, pueslos gobiernos disponan de menos escaos libres, y acentu el faccio-nalismo en los partidos Conservador y Liberal. La faccin que con-trolaba varios distritos propios, slidamente asentada en un territorioy con un nmero de escaos fijos, gozaba de mayor autonoma ypoda plantar cara al jefe del partido. El refuerzo de las faccionesactu como una fuerza centrfuga y provoc varias escisiones en lospartidos Conservador y Liberal. Del Partido Conservador, lideradopor Eduardo Dato desde 1913, nacieron los grupos maurista y cier-vista, acaudillados por Antonio Maura y Juan de la Cierva. Algo simi-lar ocurri en el Partido Liberal. Dirigido desde 1917 por ManuelGarca Prieto, de sus filas se separaron dos grupos: la minora roma-nonista y la Izquierda Liberal, encabezadas por el conde de Romano-nes y Santiago Alba. Debido a la consolidacin de estas nuevas fuer-zas dinsticas, unida a la irrupcin de otros partidos en el Parlamento,

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    nir las relaciones entre liberalismo y democracia en el siglo XIX procede de BERN-STEIN, S.: Los regmenes polticos del siglo XX, Barcelona, Ariel 1996, pp. 12 y ss.

  • Mercedes Cabrera y Luis Arranz han apuntado que el sistema de par-tidos de la Restauracin, a la altura de 1913, estaba ms cerca delmodelo pluripartidista de la Tercera Repblica francesa que delbipartidista ingls adoptado en origen por Cnovas y Sagasta 7.

    La transformacin del sistema de partidos cuestion el duopoliodel poder ejercido por liberales y conservadores, pues a partir de1913 creci el nmero de grupos dispuestos a gobernar. Los nuevosjugadores reclamaron un cambio en las reglas del juego. El Regla-mento del Congreso permita que un grupo pequeo de diputadosobstruyera la obra legislativa de un gobierno, pero hasta la fecha lasminoras parlamentarias slo haban recurrido a la obstruccin enmomentos puntuales, para protegerse de los abusos de la mayoraparlamentaria o para lograr un objetivo concreto. La obstruccin erauna amenaza que penda sobre los gobiernos, les obligaba a negociary, de ese modo, reforzaba el consenso. El Reglamento, afirm en unaocasin Jos Snchez Guerra, era la nica y verdadera arma de lasminoras cuando el gobierno y la mayora tratan de extremar susderechos. Ahora bien, el buen funcionamiento del Congreso depen-da en exceso de la voluntad de las minoras; mientras aceptaron unlugar relativamente testimonial en el sistema poltico, la obstruccinno fue un factor de distorsin. Pero mediada la segunda dcada delsiglo XX, las minoras comenzaron a emplear la obstruccin para blo-quear la iniciativa legislativa de los gobiernos y erosionar el turno departidos. El uso de la obstruccin por parte de las minoras para sub-vertir las viejas reglas del juego parlamentario liberal se extenda porEuropa desde finales del siglo XIX. A la altura de 1906 este tipo deasaltos estaba tan al orden del da que el jurista alemn Gustav Jelli-nek lleg a calificarlos de conducta revolucionaria de las minorasdirigida contra el mismo Parlamento. Entre 1876 y 1879, por ejem-plo, los home-rulers irlandeses utilizaron la obstruccin en nombre desus exigencias autonomistas, impidiendo el proceso legislativo en laCmara de los Comunes 8.

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    7 Aumento de los distritos propios, en MAURA GAMAZO, G.: Recuerdos de mi vida,Madrid, Aguilar, 1934, pp. 108 y ss., y DEL REY REGUILLO, F., y MORENO LUZN, J.:Semblanza de la elite parlamentaria en la Crisis de la Restauracin, Revista de EstudiosPolticos, 93 (junio-septiembre de 1996), pp. 177-205. ARRANZ, L., y CABRERA, M.: Par-lamento, sistema de partidos y crisis de gobierno en la etapa final de la Restauracin(1914-1923), Revista de Estudios Polticos, 93 (junio-septiembre de 1996), pp. 313-331.

    8 SNCHEZ GUERRA, J.: Diario de Sesiones de las Cortes, nm. 75, 2 de diciembre

  • En el Parlamento espaol la obstruccin tambin fue liderada porun partido nacionalista: la Lliga Regionalista, dispuesta a romper elsistema del turno de partidos con el fin de acceder al gobierno eimpulsar desde all la autonoma catalana. En abril de 1914, a peticinde la Lliga, el gobierno Dato instaur por decreto la Mancomunidadde Catalua. Lejos de aplacar las demandas regionalistas, la conce-sin inici un nuevo conflicto, pues la Lliga vio en la nueva institucinun camino hacia la descentralizacin administrativa y quiso dotarla deun amplio contenido poltico, econmico y cultural. Cuando a finalesde 1915 fracasaron las negociaciones entre el gobierno Dato y la Lli-ga sobre varias transferencias econmicas a la Mancomunidad, losregionalistas emprendieron una campaa de obstruccin sistemticacontra las iniciativas legislativas del gobierno en las Cortes. La obs-truccin sigui al ao siguiente, esta vez contra el gobierno liberal delconde de Romanones. En la primavera de 1916, Francesc Cambreclam en el Congreso la oficialidad de la lengua catalana y su libreempleo en la enseanza, en la vida administrativa y en los tribunalesde justicia, as como la soberana plena para una Asamblea y ungobierno catalanes. Rechazadas sus demandas, la Lliga declar la gue-rra al gobierno y ejerci la obstruccin durante todo el ejercicio par-lamentario. Tenamos que aprovechar cualquier ocasin para debili-tar a los dos partidos del turno y quitarles el Poder de las manos,escribi Camb en sus Memorias. Otras minoras se sumaron ocasio-nalmente a la obstruccin regionalista 9.

    La obstruccin bloque la actividad legislativa. Debilitados y aco-sados, los gobiernos aprovecharon todo resquicio constitucional paramantener cerradas las Cortes: en las legislaturas de 1913, 1915 y 1917apenas estuvieron abiertas ms de un mes. En un momento que exi-ga decisiones urgentes para solventar las tensiones que la guerramundial generaba en la sociedad y la economa espaolas, las Cortesapenas legislaban, y ello erosion su legitimidad. El testimonio msevidente de la crisis parlamentaria fue la incapacidad de las Cortespara aprobar un nuevo presupuesto entre 1915 y 1920, contravinien-do el artculo 85 de la Constitucin, que prescriba un presupuestoanual, que slo podra ser prorrogado una vez por decreto. La Lliga

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    de 1901, pp. 2037-2038, y JELLINEK, G.: Reforma y mutacin de la Constitucin,Madrid, 1991 (ed. orig. 1906), p. 67.

    9 CAMB, F.: Memorias (1876-1936), Madrid, Alianza Editorial, 1987, p. 245.

  • acab logrando su objetivo. Cont para ello con el apoyo del ejrcitoy de Alfonso XIII. En junio de 1917 las juntas militares derribaron algobierno liberal de Garca Prieto, y en octubre con el respaldo deAlfonso XIII al gobierno conservador de Eduardo Dato. El boicotmilitar, unido a la agotadora campaa de obstruccin parlamentariade la Lliga entre 1915 y 1917, y a la divisin de los dos grandes parti-dos en facciones, anim al rey a formar en octubre de 1917 un gobier-no de concentracin con liberales, mauristas, catalanistas y variospolticos independientes. Roto el turno, remiti la obstruccin. Noobstante, para conjugar definitivamente el fantasma obstruccionista,el Congreso aprob en 1918 una reforma de su Reglamento. El nuevoartculo 112 conocido popularmente como guillotina permitique el Congreso, a propuesta del gobierno o de un conjunto de dipu-tados, fijara la fecha lmite para la votacin de un proyecto de ley y eltope al nmero de enmiendas, as como a los discursos en defensa destas. Uno de los primeros logros de la reforma fue acabar con el blo-queo presupuestario: las Cortes aprobaron en 1920, mediante la gui-llotina, el presupuesto para el ejercicio de 1921 10.

    De las Cortes con el rey, al rey sin las Cortes

    La ruptura del turno de partidos abri una etapa de gobiernos deconcentracin integrados por distintos grupos polticos, caracteriza-da, entre otras cosas, por la sucesin de breves gabinetes y por unagran inestabilidad parlamentaria que provoc la convocatoria desucesivas elecciones en 1918, 1919 y 1920. Pero, de otra parte, la quie-bra del turno y la consolidacin del pluripartidismo reforzaron elpeso de las Cortes en el equilibrio de poderes: el fraccionamiento delas Cmaras requera la formacin de gobiernos de coalicin nacidosde las negociaciones entre los grupos parlamentarios. Adems, elpeso poltico de las Cortes aument en los ltimos aos de la Restau-racin. La crisis abierta tras el desastre de Annual otorg un nuevoprotagonismo al Parlamento. Durante los debates sobre la derrotamilitar, en 1922, hubo diputados que criticaron abiertamente a laCorona en el Congreso, y el Parlamento se plante seriamente la posi-

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    10 Sobre todo esto, vase MARTORELL LINARES, M.: Gobierno y Parlamento...,op. cit.

  • bilidad de juzgar las responsabilidades penales derivadas de las deci-siones polticas de la accin gubernamental en el momento del desas-tre. Quiz en 1922 o 1923 el Congreso de los Diputados no fuera msrepresentativo que en aos anteriores, pero era ms dinmico y esta-ba rompiendo algunos de los tabes que haban constreido su acti-vidad durante aos.

    As estaban las cosas cuando Primo de Rivera encabez el pro-nunciamiento militar que cerr las Cortes y suspendi indefinida-mente la Constitucin de 1876. Nada tuvo de inconstitucional queAlfonso XIII nombrara a Primo de Rivera jefe de su gobierno, puestal decisin era potestad regia. Ahora bien, el 15 de septiembre el reydisolvi las Cortes por decreto, y el artculo 32 de la Constitucin leobligaba a reunirlas de nuevo en tres meses. Por esta razn, el condede Romanones y el reformista Melquades lvarez, portavoces de lasoberana nacional en tanto que presidentes de los disueltos Senado yCongreso, acudieron a Palacio el 12 de noviembre de 1923 paraemplazar al rey ante su deber constitucional. Llevaban al monarcauna nota en la cual recordaban que haba jurado la Constitucinante las Cortes sobre los evangelios. Romanones describi elencuentro como breve y poco cordial: Alfonso XIII atendi a losrepresentantes de la soberana nacional en el quicio de una puerta,y no les permiti dar explicacin de ninguna clase. Al da siguien-te, Primo proclam que el pas ya no se impresionaba por pelculasde esencias liberales y democrticas y anunci que no pensaba con-vocar Cortes en mucho tiempo. Ese mismo da, Alfonso XIII firmun decreto que destitua a los presidentes del Congreso y del Senadoy disolva las comisiones de gobierno interior de ambas Cmaras. Fuejusto en ese momento cuando el rey quebrant su juramento consti-tucional. Si al liquidar el Parlamento Alfonso XIII pens que solven-taba un problema, no cay en la cuenta de que tambin estaba ero-sionando su legitimidad, tal y como le record Jos Snchez Guerraen 1927: Niego autoridad a un rey, que lo es principalmente por elpacto con la nacin, para despojarme de la suma de derechos y garan-tas que generaciones anteriores conquistaron con su sangre, que fue-ron selladas con juramentos y manifiestos y promesas por el rey res-taurado y por D. Alfonso XIII. Quiz Snchez Guerra recordaraentonces la frase que pronunci al tomar posesin de la presidenciadel Congreso de los Diputados, en 1919: El rgimen parlamentarioen Espaa es todava amparo de los derechos ciudadanos, freno para

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  • las demasas del Poder, y pasa con l lo que ocurre en los individuoscon la salud, que no se estima hasta que no se pierde. Perdida lasalud parlamentaria, culminaba casi medio siglo de liberalismo nodemocrtico, comenzaba una larga etapa ni liberal ni democrtica yesto era lo ms grave se cerraba la posibilidad de una transicinno traumtica del liberalismo a la democracia 11.

    Las fuentes de la crtica al liberalismo

    Si el golpe de Estado de aquel militar andaluz no encontr fuerteoposicin se explica porque en Espaa haba aflorado una culturaantiliberal y antiparlamentaria que, al socaire de arremeter contra lavieja poltica, haba sido interiorizada por gran parte de la opinin. Seentiende que no tanto la opinin de los ciudadanos que se hallaban almargen del mercado de las ideas y de la poltica misma mayora,posiblemente, en aquel entorno todava ms rural y caciquil que urba-no y democrtico, sino aquellos sectores, minoritarios pero de grancalado cualitativo, que s contaban en las confrontaciones electoralesy en las luchas por el poder. Cabe advertir que el antiliberalismo espa-ol, heterogneo y plural en sus fuentes, era cuando menos tan anti-guo como el rgimen constitucional. Sus diversas manifestaciones(carlistas, federales, obreristas...) recorrieron todo el siglo XIX, alter-nando la pluma y la palabra incluso con las armas, aunque a partir dela Restauracin de los Borbones en 1874 parecieron definitivamenteenviadas al bal de los recuerdos. La crisis poltica y cultural que sederiv de la prdida de las ltimas colonias en 1898 volvi, empero, aresucitar unas crticas renovadas y reformuladas que en puridadtenan cimientos filosficos ms bien arcaicos. Desde sus mltiplesversiones, el llamado movimiento regeneracionista acogi todas aque-llas voces que apostaban por la confrontacin con el rgimen consti-tucional. Posiblemente, nadie se pronunci con tanto xito como elaragons Joaqun Costa desde su contradictorio bagaje doctrinal, pre-

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    11 Conde de ROMANONES: Notas de mi vida, edicin a cargo de J. MORENOLUZN, Madrid, Marcial Pons, 1999 (ed. orig. 1928, 1930 y 1947), pp. 479-483. Rpli-ca de Primo, en RUBIO CABEZA, M.: Crnica de la dictadura de Primo de Rivera,Madrid, Sarpe, 1986, p. 93. SNCHEZ GUERRA, J.: Al servicio de Espaa, Madrid,Morata, 1930, pp. 18-19, y Diario de Sesiones de las Cortes, nm. 19, 28 de julio de1919, p. 591.

  • ado de valores tradicionalistas y teolgicos y de tomas de posturapopulistas y abiertamente antipolticas. Pocos como l expresarontanto odio a las instituciones representativas liberales, as como talcapacidad para insultar y denigrar a sus elites rectoras, englobadas deforma impenitente con el sambenito de la oligarqua. l, en fin, fueigualmente el teorizador de la solucin mgica que habra de sacar alpas y a sus ciudadanos de la postracin, sacudindose la dominacinde los grupos que durante dcadas los haban controlado. Esa solu-cin se plasm en la formulacin del cirujano de hierro, la figuraemblemtica y salvadora que se encargara de cerrar un Parlamentofarsa hiriente que no serva para nada. Ni que decir tiene que dosdcadas ms tarde Primo de Rivera se present como ese redentor,ese genio, encarnacin del pueblo y cumplidor de sus destinos, elcaudillo que arrastrar en pos de s a toda la masa 12.

    Con todo, la retrica antiliberal y antiparlamentaria, trasunto delos lamentos por la decadencia y la inminente muerte de Espaacomo nacin, devino pronto en tpico insustancial, dejando en el lim-bo de la metafsica a unos intelectuales y publicistas que no sabanhacer otra cosa que invocar los incontables males de la patria sinaportar soluciones concretas que ayudaran a superarlos. La realidaddemostr a posteriori que la prdida de los restos del imperio le sentms positiva que negativamente a Espaa, como se han encargado dedemostrar todos los indicadores que han barajado los historiadoreseconmicos en tiempos recientes. Ahora bien, la evolucin de lasmagnitudes objetivas fue una cosa y la percepcin que tuvieron loscontemporneos sobre su propia situacin otra muy distinta. Por msque la evolucin econmica y los ndices de bienestar mejoraron sus-tancialmente en Espaa entre 1898 y 1931, o precisamente por ello,las lgicas polticas siguieron unos derroteros cada vez ms alejadosde los parmetros de la estabilidad y el consenso, imposibilitando,como se acaba de indicar, la transicin pacfica del rgimen liberal auna democracia plena, a pesar de que indicios democratizadores nofaltaron en las luchas polticas de las ciudades a partir del cambio desiglo, y a pesar de que en los ltimos aos de dicho rgimen el debate

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    12 La visin de Costa como policromtico tradicionalista, en VARELA, J.: Lanovela de Espaa. Los intelectuales y el problema espaol, Madrid, Taurus, 1999,pp. 118-143. El redentor y el legado autoritario de los intelectuales del 98, tam-bin en JULI, S.: Historias de las dos Espaas, Madrid, Taurus, 2004, pp. 85-96(suyas son las comillas, p. 95).

  • parlamentario mostrara una riqueza y un vigor desconocidos hastaentonces, aunque fuera al coste de una mayor ingobernabilidad.

    La Gran Guerra que estall en 1914 supuso un nuevo punto deinflexin en la revisin crtica de la arquitectura constitucional envigor. Espaa se mantuvo al margen de aquel conflicto blico, pero nopudo sustraerse a sus mltiples consecuencias en el orden econmico,poltico e ideolgico, cuyas races ltimas se encontraban en la crisisfilosfica y cultural que precedi al estallido. Una crisis que puso encuestin las formas de vida, de cultura y de organizacin poltica quedefinan el mundo liberal, liquidando seas de identidad y certezastan consustanciales a ese mundo como la confianza en la razn y en laciencia, la tolerancia, el individualismo y la creencia en el progreso. Elnuevo ambiente intelectual y moral se proyect en todos los rinconesdel pensamiento, de la produccin de ideas e incluso de la esttica. Enla filosofa, con el vitalismo y el irracionalismo nietzscheano. En lapsicologa, con los postulados freudianos. En la sociologa y la polito-loga, bajo el culto al elitismo, al liderazgo carismtico y la glorifica-cin de la jerarqua. En la literatura, con la exploracin de los senti-mientos, el instinto y la religiosidad. En el pensamiento socialista, conla propuesta soreliana del culto a la violencia. En la ciencia, con eldarwinismo social que desemboc en el ms puro racismo. En el artey la msica, con el impresionismo y el neorromanticismo wagneriano.Pocas parcelas de la cultura de elites y de la cultura popular escapa-ron a tales influjos. Esta crisis cultural enfang definitivamente laherencia de la Ilustracin y sus representaciones optimistas de la his-toria y del hombre. Las nuevas actitudes, teoras y cambios de sensi-bilidad fueron enraizando en el imaginario colectivo, con sus inevita-bles efectos en el mbito de la poltica. Su expresin ms ntida sebas en la hostilidad creciente hacia el sistema parlamentario, com-pendio de todas las limitaciones que se le descubran al rgimen libe-ral, a la par que se apostaba por el principio de autoridad, los poderesfuertes y las soluciones simples. El parlamentarismo se asoci demanera creciente a la lentitud e ineficacia de las interminables delibe-raciones, a la insustancialidad de los debates, a los enfrentamientos ylas divisiones partidistas, rasgos que se revelaban cada vez ms inso-portables para buena parte de la opinin pblica 13.

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    13 Cf. STUART HUGHES, H.: Conciencia y sociedad. La reorientacin del pensamien-to social europeo, 1890-1930, Madrid, Aguilar, 1972. Pero nada mejor que la lcida

  • Aunque en la primera dcada del siglo XX el parlamentarismogozaba an de gran vitalidad, el clima intelectual creado fue minandode manera cada vez ms radical los soportes de la cultura establecida.Sus ideales polticos se concibieron como ficciones que enmascara-ban la verdadera naturaleza de la sociedad, cuyos supuestos realespara cada vez ms gente se hundan en la irracionalidad, las costum-bres, los mitos y los prejuicios. A las instituciones que durante largotiempo haban imperado se las censur ahora por representar un fal-so pueblo en aras de intereses particulares inconfesables, y los polti-cos profesionales fueron situados al margen de las necesidades realesde los ciudadanos. Las experiencias de la guerra de 1914-1918 lleva-ron hasta sus ltimas consecuencias todos estos postulados antilibe-rales. Dado que para muchos el rgimen parlamentario se demostrincapaz de conducir la guerra y asegurar la victoria, el poder ejecuti-vo cobr nuevos bros en detrimento de la divisin de poderes y, enparticular, de la capacidad de control del legislativo. La misma polti-ca econmica autrquica e intervencionista que se vieron obligados aimpulsar los pases beligerantes, haciendo crecer enormemente lascompetencias del Estado, empuj en idntica direccin de reforzar alejecutivo, cada vez ms al margen de la fiscalizacin de los Parlamen-tos. Por todo ello, las cmaras representativas vieron mermado supoder de decisin, obligadas continuamente a confiar a ciegas en losgobiernos. La crisis de posguerra y el difcil retorno a la normalidadde los beligerantes, en un mapa de fronteras cambiantes, convirtitales precedentes en polticas institucionalizadas. De modo que, para-djicamente, aunque 1918 haba supuesto en principio el triunfo de lademocracia liberal sobre los regmenes autocrticos, de hecho se sen-taron las bases polticas y culturales de su descrdito e incluso de sudestruccin. As, tras la hecatombe de la guerra, la crisis del liberalis-mo fue ya irreversible. Desde este punto de vista, puede sostenerseque la Primera Guerra Mundial constituy una especie de maremotoque cerr una poca e hizo nacer otra, culminando un proceso que enrealidad haba comenzado unos cuantos lustros antes. Los problemasy desequilibrios de la posguerra perpetuaron las consecuencias delconflicto afirmando los cambios producidos en la vida poltica y en lanaturaleza del Estado. En consecuencia, el alcance y las funciones de

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    visin de un contemporneo: ZWEIG, S.: El mundo de ayer. Memorias de un europeo,Barcelona, El Acantilado, 2001.

  • las instituciones representativas y de los gobiernos no volvieron a serlos mismos 14.

    Tambin en Espaa las polmicas en torno a la cuestin de larepresentacin poltica volvieron a situarse en el centro de la escenapblica. Los desafos y los interminables problemas se sucedieron apesar de la neutralidad alimentando las actitudes crticas en el marcode una intensa movilizacin social y poltica. El fraccionamiento delos partidos dinsticos, la inestabilidad de los gobiernos, la imposibi-lidad de asentar mayoras parlamentarias slidas, los choques dellegislativo con el ejecutivo, todo ello provoc una parlisis al tiempoque un grado de complejidad poltica que inevitablemente erosion laimagen de las instituciones a ojos de la ciudadana. El Parlamentoestaba ms vivo que nunca, abierto a una evolucin en sentido demo-cratizador que no se haba conocido en el largo periodo constitucio-nal, pero lo que llegaba a la opinin pblica era una imagen de caos eineficacia que naturalmente minaba al rgimen y los principios filos-ficos que lo sustentaban. Fue por ello que el gradual repliegue de losvalores individualistas corri detrs de la bsqueda de su rplica,construida desde la reivindicacin de presupuestos organicistas y cor-porativos. La superacin del parlamentarismo liberal, desde diferen-tes propuestas a izquierda y derecha, pas por la proyeccin en el mis-mo de los grupos de intereses que vertebraban la sociedad. Esto noimplicaba a ojos de todo el mundo la liquidacin de la representacinde carcter inorgnico, que slo fue defendida por las posiciones msradicales de la extrema derecha o de la extrema izquierda, las cualescuestionaban la misma existencia de los partidos polticos, las elec-ciones y el Parlamento. Pero, en la prctica, supona una mutacinradical del concepto de representacin inherente al individualismoliberal, puesto en entredicho tanto desde el mundo conservadorcomo por las distintas alternativas situadas en sus antpodas (el nuevoliberalismo, el nuevo republicanismo, el socialismo...) 15.

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    14 DEL REY REGUILLO, F.: Las voces del antiparlamentarismo conservador, enCABRERA, M. (dir.): Con luz y taqugrafos..., op. cit., pp. 279-288.

    15 GARCA CANALES, M.: La teora de la representacin en la Espaa del siglo XX (dela crisis de la Restauracin a 1931), Murcia, 1977; FERNNDEZ DE LA MORA, G.: Lostericos izquierdistas de la democracia orgnica, Barcelona, Plaza y Jans, 1985.

  • El antiparlamentarismo conservador

    Las diatribas antiparlamentarias y antiliberales, naturalmente,encontraron un campo abonado en aquellas fuerzas derechistas quenunca haban aceptado el rgimen liberal (el carlismo, el integrismo),pero tambin en los segmentos de la nueva derecha que se venanperfilando desde principios de siglo, en concreto, el catolicismosocial y el maurismo ms radical. Las dificultades del sistema parla-mentario dieron bros a estas corrientes, que se escenificaron ahoracomo las versiones hispanas de la reformulaciones neoconservadorasque sacudan toda Europa. La conformacin de un radicalismo auto-ritario en Espaa fue resultado de la sntesis de tradiciones antiguascon las nuevas ideas perfiladas desde finales del XIX, trufadas con lasinfluencias que se importaron de fuera. Todas sus versiones compar-tieron denominadores comunes: todas eran fuerzas minoritarias ytodas asumieron como propias la defensa prioritaria de la Iglesia y dela religin frente a los procesos de secularizacin cultural y polticaque haban nacido y se desarrollaban a la sombra del rgimen consti-tucional 16.

    La posicin del carlismo no era nueva. En tanto que versin casti-za del pensamiento contrarrevolucionario, su concepcin de la socie-dad era teocrtica, jerrquica, tradicionalista, estamental y organicis-ta, conforme a valores explcitamente preliberales y premodernos. Suconcepcin de la representacin poltica reclamaba la disolucin delos partidos y de los conflictos de clase. Para ser efectivamente repre-sentativas, las Cortes deberan organizarse sobre los elementos cons-titutivos naturales de la sociedad (los productores, el ejrcito, laIglesia, la aristocracia...). Nada nuevo bajo el sol, por tanto. Lo nuevoera la resurreccin que experiment este movimiento en los primeroslustros del siglo XX, cuando todo el mundo lo daba por muerto. Porsu combatividad, su espritu blico y su capacidad movilizadora fren-te a los grupos anticlericales y republicanos, result revalorizado y se

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    16 Una til visin de conjunto de las corrientes de la extrema derecha entre 1913y 1923, en GIL PECHARROMN, J.: Conservadores subversivos. La derecha autoritariaalfonsina, Madrid, Eudema, 1994, pp. 9-37. Un cuadro ms denso, desde el planopreferente de las ideas, en GONZLEZ CUEVAS, P. C.: Historias de las derechas espa-olas. De la Ilustracin a nuestros das, Madrid, Biblioteca Nueva, 2000, pp. 187-203y 221-272.

  • gan la estima de un sector significativo de la opinin conservadoraen tanto que pieza esencial de la necesaria unin de las derechas,frmula de la que se habl con frecuencia en la dcada de los aosdiez. Al mismo tiempo, la puesta al da de sus presupuestos progra-mticos a cargo de la nueva generacin de dirigentes e idelogos loconvirti en un vivero de ideas indispensable para las nuevas opcio-nes homlogas que haban aparecido en el horizonte. Fue en este con-texto cuando se tendieron puentes con el catolicismo social y con elmaurismo. Pese a sus diferencias, las tres corrientes compartan suexpreso clericalismo, el miedo obsesivo a la revolucin social, la ger-manofilia durante la guerra o los postulados organicistas. Bien es ver-dad, sin embargo, que los problemas internos que hubo de afrontar elcarlismo frustraron su potencial liderazgo en un hipottico frenteconservador autoritario 17.

    Aunque procedente del mismo tronco que el carlismo, desde fina-les del siglo anterior se perfil en Espaa un movimiento poltico diri-gido a esgrimir como sea de identidad exclusiva la defensa de la Igle-sia: el catolicismo social. Su puesta de largo tuvo que ver con lasamenazas que para la hegemona cultural de esta institucin trajeronla sociedad de masas emergente y la secularizacin vinculada a fuer-zas como el republicanismo, el socialismo y el anarquismo. El suyo seconcibi, por tanto, como un movimiento reactivo-defensivo enconexin directa con el avance de la modernizacin. Por definicin, alos catlicos polticamente ms militantes les resultaba difcil coexis-tir con la tolerancia religiosa y el pluralismo parlamentario y culturalpropios de la sociedad liberal. En estos crculos, el adjetivo liberalsiempre se utilizaba en trminos de oprobio y desprecio, porque elliberalismo era un mal al que haba que oponerse en nombre del dog-ma. Las mismas nociones de partido y poltica se rodearon deconnotaciones negativas en el vocabulario catlico. La oleada anticle-rical de la primera dcada del siglo XX recrudeci la oposicin de loscatlicos ms intransigentes al sistema constitucional. Tanto fue asque en vsperas de la Primera Guerra Mundial la Iglesia haba vueltoa retomar su papel de baluarte por excelencia del conservadurismosocial y poltico. Incluso los sectores no integristas rechazaron de pla-

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    17 La mejor y ms reciente sntesis sobre este movimiento poltico es la deCANAL, J.: El carlismo. Dos siglos de contrarrevolucin en Espaa, Madrid, Alianza,Editorial, 2000.

  • no en los aos sucesivos la democracia liberal, por considerarla unafrmula extraa a las esencias de Espaa. Al mismo tiempo comenza-ron a alabar las virtudes de la democracia orgnica. Antes de 1923no lleg a cristalizar un gran partido catlico. Para ello habra queesperar a los aos treinta, pero las primeras simientes se plantaronahora. As, en ciudades como Sevilla, Zaragoza o Valencia se consti-tuyeron a principios de siglo Ligas Catlicas en abierta competi-cin con los partidos dinsticos, cuyo electorado intentaron y enparte consiguieron atraer a sus filas. Ms tarde, en 1922, se consti-tuy un partido que, aunque formalmente aconfesional, se dijo de ins-piracin cristiana: el Partido Social Popular, cuya vocacin era tam-bin de clara repulsa del rgimen parlamentario vigente. No en vanohizo gala de una feroz retrica antiliberal y de proclividades dictato-riales, cargando las tintas contra el parlamentarismo concupiscentey caduco. Pero donde el catolicismo poltico despleg sus mximosesfuerzos fue en el terreno social y en el plano de las luchas simbli-cas, tirando para ello de la densa red asociativa, de mltiples perfiles,que se forj (sindicatos de obreros catlicos, organizaciones depequeos campesinos, asociaciones de jvenes y damas catequis-tas...). No en vano, los catlicos se marcaron como meta prioritaria lalucha contra la revolucin social, as como el combate contra las fuer-zas secularizadoras y laicistas (en particular, el republicanismo, elsocialismo y el anarcosindicalismo) 18.

    La corriente ms original de las derechas del momento la encarnel maurismo, rama escindida en 1913 del Partido Conservador. Mayo-ritariamente germanfilo durante la guerra, este movimiento persi-gui la renovacin del conservadurismo espaol al hilo de las nuevaspropuestas que estaban teniendo lugar en Europa, de ah la asuncindel maurrasianismo francs o del integralismo portugus. Aparte demodernizar el discurso de las derechas espaolas, ensay tambin for-mas novedosas de hacer poltica poltica en la calle asumiendolos mtodos y los rituales de las fuerzas de la izquierda antisistema.Nada que ver, por tanto, con la poltica de notables y el clsico clien-

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    18 Cfr. dos magnficas visiones de conjunto LANNON, F.: Privilegio, persecucin yprofeca. La Iglesia catlica en Espaa, 1875-1975, Madrid, Alianza Editorial, 1990,pp. 145-201, y CALLAHAN, W. J.: La Iglesia catlica en Espaa (1875-2002), Barcelona,Crtica, 2002, pp. 59-125. No menos magnfico es el artculo de DE LA CUEVA MERI-NO, J.: Movilizacin poltica e identidad anticlerical, 1898-1910, en CRUZ, R. (ed.):El anticlericalismo, Ayer, 27, Madrid, Marcial Pons, 1997, pp. 101-125.

  • telismo de los partidos dinsticos. Pero fue en la posguerra cuandolos mauristas radicalizaron su crtica contra el parlamentarismo libe-ral y apelaron a la necesidad de una dictadura como salida a la pro-blemtica situacin que atravesaba el rgimen de la Restauracin. Laconsagracin de Espaa al Sagrado Corazn de Jess en 1919, impul-sada por un gobierno presidido por su lder, Antonio Maura, les con-firi unos tintes clericales que acabaron de redondear la imagen dereaccionarios que se les atribua desde la izquierda del arco poltico.Al hilo de las convulsiones sociales que atravesaba el pas, como en elconjunto de los sectores ms autoritarios de las derechas, la nota pre-dominante de su retrica fue el enfrentamiento con la revolucin ensu sentido ms genrico. Si bien el lder del movimiento nunca aban-don sus convicciones constitucionales, los hombres ms jvenes,que de hecho llevaban las riendas del mismo hombres como Anto-nio Goicoechea y Jos Calvo Sotelo, demostraron ya su aversin alparlamentarismo, abogando en pro de un corporativismo elitista ytecnocrtico y un Estado puramente administrativo e interventor, enel cual los elementos tcnicos y los intereses econmicos pudierandejar or su voz y tuvieran capacidad legislativa en paridad, al menos,con las competencias del Parlamento al uso. Con tales antecedentes,no ha de extraar que en los medios mauristas calaran enseguida losprimeros ecos del fascismo mussoliniano, como tampoco que, una vezque se consum el golpe de Estado, Primo de Rivera tirara de ellos,como de los catlicos y carlistas, para proveerse del personal polticoque precisaba para asentar su rgimen 19.

    Mencin aparte merecen los destellos antiliberales que tambincabe advertir en los nacionalismos perifricos vasco y cataln de sig-no conservador. stos fueron incontestables en el caso del proyectode Sabino Arana, el padre fundador, tanto por sus enlaces ideolgicoscon el tradicionalismo carlista, como por su esencia culturalmentetotalitaria y su singularidad racista, reaccionaria y ultraclerical, aun-que bien es cierto que tras la muerte de aqul el movimiento se mode-r un tanto. Ms matizables son tales destellos en el caso del catala-nismo, dada su inequvoca aceptacin del juego parlamentario y suconversin en fuerza gobernante en varias ocasiones a partir de 1918.

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    19 TUSELL, J., y AVILS, J.: La derecha espaola contempornea. Sus orgenes: elmaurismo, Madrid, Espasa-Calpe, 1986, y GONZLEZ HERNNDEZ, M. J.: Ciudadanay accin. El conservadurismo maurista, 1907-1923, Madrid, Siglo XXI, 1990.

  • Pero esta actitud no ha de encubrir que la Lliga, explcita o implci-tamente, fue uno de los apoyos ms firmes del golpe, en su confianzade que Primo solucionara los problemas econmicos y polticos queaquejaban a Catalua. Su plan de regeneracin del agotado sistemarestauracionista, muy prximo a las tesis mauristas, se centraba enatenuar la representacin inorgnica del sufragio universal, peligro-ssima si se llegaba a cumplir seriamente, y construir una representa-cin estamental, corporativa, ms progresiva en tanto que ms real.No era mucho, en verdad, lo que se haba avanzado desde las Bases deManresa de 1892, aquel documento programtico que fij las seasde identidad del catalanismo poltico y que haba de guiar sus prime-ros pasos, una curiosa mezcla de elementos nacionalistas, gremiales,carlistas y federales, que ya se plante parecidos mecanismos corpo-rativos para encauzar los intereses y las voces de los ciudadanos deeste territorio 20.

    Sin merma de su importancia, conviene advertir que sera un errorde ptica limitar el cuestionamiento del rgimen liberal y su sistemade representacin a estas opciones partidistas. Las ideas corporativis-tas, tecnocrticas y organicistas, la interiorizacin de los valores auto-ritarios y la tentacin de aplicar polticas simples, al comps de losgrandes desafos y cambios del periodo, calaron igualmente en buenaparte de la sociedad, alentando un movimiento de contestacin alrgimen que super con creces los lmites alcanzados en su da por elregeneracionismo de entresiglos, plido antecedente de la nuevaofensiva antiliberal que tuvo lugar ahora. Con independencia de lavariedad de sus componentes, la peculiaridad de esta ofensiva es quetodos los actores implicados compartieron muchos principios y nopocos objetivos. Actores y categoras sociales que iban desde la noble-za ms rancia aterrada por lo que estaba ocurriendo en Rusia des-de 1917, la jerarqua episcopal, numerosos crculos patronales, sec-

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    20 Las comillas son de GONZLEZ CALBET, M. T.: La dictadura de Primo de Rive-ra. El Directorio Militar, Madrid, El Arquero, 1987, pp. 163-171; la segunda cita sonpalabras del lder catalanista Francesc Camb tomadas de sus memorias. Entre otrosautores, tambin subraya el papel decisivo de la burguesa aterrorizada catalana enel advenimiento de la dictadura y su connivencia con los militares golpistas BEN-AMI, S.: La dictadura de Primo de Rivera, 1923-1930, Barcelona, Planeta, 1983,pp. 33-45. Para el nacionalismo vasco, abundante en bibliografa, remitimos entreotros a los trabajos de J. Corcuera, J. L. de la Granja o A. Elorza. Este ltimo, en con-creto, en sucesivas revisitaciones al tema ha recalcado el componente totalitario delpensamiento sabiniano.

  • tores notables de las profesiones liberales y de los tcnicos, segmentosamplios del funcionariado y, por supuesto, los militares, electrizadostodos por una fiebre corporativa que les llevaba a presentar de formaagnica sus problemas particulares ante el Estado como si se estuvie-ra ante una autntica crisis de civilizacin. Sus movilizaciones y supublicstica traducan sus inquietudes frente a un orden liberal queconsideraban al borde del abismo. Todos sostenan que los verdade-ros problemas que haba que afrontar eran los suyos (siempre equipa-rados con el inters general), que lo que necesitaba el pas eran solu-ciones tcnicas y eficaces, realizaciones concretas y prcticas, nobaldas discusiones polticas. Porque todos estos grupos se considera-ban, cada uno a su manera, la verdadera encarnacin de la voluntadnacional, muy por encima, obviamente, de unos partidos que lleva-ban dcadas anulndola mediante la manipulacin electoral y susegosmos encontrados. En lgica consecuencia, haba que cambiar lasbases de la representacin de la ciudadana por cauces que les asegu-raran la defensa directa de sus intereses en las alturas del poder. Setrataba, en suma, de institucionalizar la representacin de la sociedada travs de los grupos profesionales que la componan. La prdida deconfianza en la clase poltica y en las reglas de juego establecidas cons-tituy el reverso del proceso de politizacin que experiment esteintrincado complejo de intereses. La recuperacin del viejo discursoregeneracionista, con su secuela de insultos y descalificaciones al Par-lamento y a los intiles y nocivos partidos polticos, se multipli-c hasta la saciedad en estos aos formando un coro de mltiplesvoces. En el verano de 1923 fueron muchos los espaoles con con-ciencia poltica que se mostraron hostiles, de