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La Cuestión Yaqui es un proceso histórico controvertido por su elevadaviolencia y los compromisos e intereses económicos y políticos de lasaltas esferas del Porfiriato. El artículo cuestiona las narrativas de loshistoriadores oficiales de la época, aunque mostrará el salvajismo delos indígenas y los retornos económicos de los hacendados y comerciantes,como características centrales de la época, subestimaron lainstrumentalización de los yaquis y los intereses políticos y económicos,del todo ajenos a las reivindicaciones territoriales y de autonomía de losindígenas. También muestra cómo la Cuestión Yaqui sometió a los indígenasal régimen y les otorgó una imagen negativa que se fue instaurandoen los sentimientos nacionales. Aún así fueron indispensables en laconstrucción política, económica, social y cultural del Estado-Nación.
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ERMANNO ABBONDANZA
La Cuestin Yaqui es un proceso histrico controvertido por su elevadaviolencia y los compromisos e intereses econmicos y polticos de lasaltas esferas del Porfiriato. El artculo cuestiona las narrativas de loshistoriadores oficiales de la poca, aunque mostrar el salvajismo delos indgenas y los retornos econmicos de los hacendados y comer-ciantes, como caractersticas centrales de la poca, subestimaron lainstrumentalizacin de los yaquis y los intereses polticos y econmicos,del todo ajenos a las reivindicaciones territoriales y de autonoma de losindgenas. Tambin muestra cmo la Cuestin Yaqui someti a los ind-genas al rgimen y les otorg una imagen negativa que se fue instaurandoen los sentimientos nacionales. An as fueron indispensables en laconstruccin poltica, econmica, social y cultural del Estado-Nacin.
The issue of the Yaqui people, namely the Cuestin Yaqui, is a controversialhistorical process, made polemic both by elevated levels of violence andby its ties to the economic and political interests of the upper echelons ofthe Porfiriato. This work intends to question the narratives of the officialhistorians. While they showed indigenous savagery and the economic returnsof plantation owners and merchants as central characteristics of the period,they underestimated the instrumental role played by the Yaquis, and thepolitical and economic interests, far from their territorial claims forautonomy. Second purpose is to show that these issues left the YaquiIndians in a very submissive position inside the regime while simultaneouslyreinforcing a negative image of them in the face of national sentiments.Nevertheless they took a decisive role in the political, economic, socialand cultural construction of the NationState.
KEY WORDS: HISTORIOGRAPHICAL REVIEW PORFIRIATO CUESTIN YAQUI SONORA TRIUNVIRATO SONORENSE
RESUMEN / ABSTRAC
Recepcin: 09/01/06 Aceptacin: 04/05/06
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La Cuestin Yaqui...
ERMANNO ABBONDANZA*
Dipartimento di Studi Politici-Universit degli Studi di Torino
Sr. Gral. Bernardo Reyes,Recib el final de la historia de las Guerras del Yaqui
con las correcciones que Ud. se dign hacerle y que me parecen muy sensatas e imparciales.
Puede Ud. estar seguro de que jams hubiera publicado, ni publicar dicha historia,
sin consultar en todo y para todo con Ud.FORTUNATO HERNNDEZ1
a pacificacin de los yaquis, o Guerra del Yaqui, oCuestin Yaqui, como se quiera llamar, es un hechohistrico controvertido por su alta violencia y loscompromisos e intereses econmicos y polticos de lasaltas esferas del Porfiriato. Es un acontecimiento que
1 Cfr., Centro de Estudios de Historia de Mxico (en adelante CEHM), CONDUMEX,
Distrito Federal, Fondo Bernardo Reyes (en adelante FBR), carpeta 34, leg. 6 705,
doc. 1.
PALABRAS CLAVE:
REVISIN HISTORIOGRFICA
PORFIRIATO
CUESTIN YAQUI
SONORA
TRIUNVIRATO SONORENSE
La Cuestin Yaqui en el segundo Porfiriato,1890-1909. Una revisinde la historia oficial
Signos Histricos, nm. 19, enero-junio, 2008, 94-126
L
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compromete e incluye a los hacedores de la historia oficial, a los historiadores dela poca, y son precisamente las alianzas entre stos y los crculos del poder loque complejiza este caso. Casi un siglo despus, son pocos los que recuerdanesa guerra, la cual caus estragos al pueblo yaqui porque la historia oficiallogr su cometido de borrar de la memoria de los mexicanos los atroces suce-sos cometidos.
El propsito de este artculo es cuestionar las narrativas de los historiadoresoficiales de la poca, reconstruir los hechos integrando los datos existentes conotra serie de fuentes y documentos inditos, con el fin de abrir nuevos caminospara la reconstruccin de la Cuestin Yaqui.
Regresemos a la cita inicial. Es una carta cuyo remitente es FortunatoHernndez, uno de los tres historiadores-testigos de la poca.2 El destinatarioes el general Bernardo Reyes, Ministro de Guerra y Marina durante el Porfiria-to y uno de los coordinadores federales de la campaa militar en contra de losindgenas. Afirma Hernndez en la carta: Jams hubiera publicado, ni publi-car dicha historia sin consultar en todo y para todo con Ud. Es una declara-cin que no debe y no puede ser considerada como un ejemplo aislado de viciode forma, sino que obligada a una revisin historiogrfica del asunto.
1Desde la llamada poca colonial el Valle del Yaqui tuvo un papel fundamental enla geopoltica regional. Sin embargo, fue a partir del nacimiento del Mxicoindependiente o, ms bien, al trmino de la guerra mexicanoestadounidense(1846-1848), cuando tuvo mayor importancia. Despus de la nueva redefinicinde los lmites territoriales de ambos pases, la regin recibi nuevos estmulos,haciendo que el control de ese territorio se convirtiera en un autntico sinni-mo de poder.
Antes del Porfiriato, las polticas dirigidas a la poblacin indgena por losdistintos gobernantes-caciques regionales, no respondieron a un plan estra-tgico de desarrollo, sino que fluctuaron entre las alianzas y el sometimiento de
2 ste, en efecto, junto con Francisco de Paula Troncoso y Manuel Balbs constituye todava actualmente el principal punto de
referencia de muchos trabajos histricos, politolgicos y antropolgicos.
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los yaquis, segn los intereses polticos de los gobernantes, cuyo propsito eramantenerse y prolongar su poder.
Esas exigencias se mantuvieron hasta la consolidacin del rgimen del gene-ral Porfirio Daz. A partir de la dcada de 1880, las polticas y las medidasdirigidas a los indgenas se hicieron ms complejas, porque deban responder auna maraa de reclamaciones regionales, anhelos nacionales y a las obligacio-nes internacionales resultado de la creciente asociacin econmica y comercialcon los vecinos del norte.
Nunca es fcil encontrar el momento ms adecuado para comenzar la narra-cin histrica de un acontecimiento, porque cada periodizacin que se elija,lejos de ser vlida, es ms bien la inevitable respuesta a los trazos historiogrficosdefinidos por las distintas investigaciones. Entonces, para este estudio, pens enun episodio que a mi parecer fuera suficientemente determinante para que sepudiera considerar como una ruptura o punto de cambio en el proceso a estu-diar. La nmina de Trim, como nueva sede de la Primera Zona Militar, conjurisdiccin en todo el estado al comienzo de la campaa militar del trienio1885-1887, cumple con estas caractersticas. En efecto, al amparo del nuevocuartel militar, la derrota que reportaron los indgenas al trmino de esa expe-dicin y la ejecucin del cabecilla Cajeme,3 marcaron el inicio de la expulsin delos indgenas de sus tierras y su sustitucin por colonos blancos.4
Adems, esa derrota y esa ejecucin representaron el principio de una nuevaforma de entender el problema Yaqui en cuestiones de primera importancia, loque significaba que los propsitos de control sobre el Valle y de pacificacin desus habitantes originarios, se llevara a cabo por las buenas o por las malas.
La muerte de Cajeme, entonces, no signific la paz, sino al contrario, unanueva fase ms intensa de la guerra,5 provocada por la agresividad de los ind-
3 Personaje yaqui controvertido porque fue criado en ambientes mexicanos, encargado luego por el mismo establecimiento de la
reorganizacin poltica y econmica de la comunidad y de compactarla alrededor de Los Ocho Pueblos. Sus orgenes y
comportamientos creaban desconfianza entre los yaquis y entre los yoris.
4 En este artculo se respet el uso de trminos y denominaciones de la poca, para ofrecer una fiel reconstruccin historiogrfica.
En consecuencia, cada calificativo, cuando no se aclare diversamente, lejos de expresar juicios de valor del autor, se propone
reproducir el ambiente sociocultural del periodo histrico que se estudia.
5 Cfr., Jos Velasco Toro, Los Yaquis: historia de una activa resistencia, Xalapa, Universidad Veracruzana, 1988, p. 26.
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genas, una de las ms fieras en toda la Repblica, hacia los colonizadores blan-cos, y que iba dejando ros de sangre, destruccin y robo.6
Como refera Troncoso tambin,7 los numerosos periodos ms o menos pro-longados de tregua, las hostilidades en contra de los yaquis, guiados despus dela muerte de Cajeme por Tetabiate, tomaron nuevo mpetu a principio de laltima dcada del siglo XIX, a las rdenes del general en jefe de la Zona MilitarJulio M. Cervantes.8
Sin embargo, pronto se comprendi que las derrotas ocasionadas a los ind-genas, no producan ningn efecto duradero. Muchos factores concurran paraque el conflicto siguiera y no llegara nunca a su fin; pero cada vez la responsabi-lidad de la lucha se asignaba no tanto por la infraccin objetiva de normas y deleyes, sino segn el cargo ocupado y los intereses de los distintos acusadores yacusados.
As, por ejemplo, el general en jefe de la Primera Zona Militar, Marcos Carri-llo, sucedido al general Cervantes en febrero de 1890, era la estrecha colabora-cin, con la cual las gavillas de indios podan contar en las poblaciones, ranchosy haciendas de campo del Estado en causar una prolongacin indefinida de lacampaa. Ese hecho continuaba el Militar estaba:
[]causando graves males a los intereses del Supremo Gobierno, as como a los del
Estado [] siendo adems una positiva rmora para que se [llevara] a cabo la
6 Cfr., Archivo General de la Nacin (en adelante AGN), Relaciones Exteriores, caja 28, exp. 10, The Examiner, 6 de agosto de 1891.
7 Cfr., Francisco de Paula Troncoso, Las guerras contra las tribus yaqui y mayo del estado de Sonora, Mxico, Secretara de la
Defensa Nacional, 1984 [c. 1904], vol. II, p. 19.
8 El territorio Yaqui pertenece a la Primera Zona Militar, cuyo mando efectivo han tenido por orden de sucesin los generales
siguientes:
General de Brigada, don Jos Guillermo Carb, 22 Octubre 1881.
General de Brigada, don ngel Martnez, 24 Noviembre 1885.
General de Brigada, don Julio M. Cervantes, 26 Noviembre 1888.
General de Brigada, don Marcos Carrillo, 15 Febrero 1890.
General de Brigada, don Abraham Bandala, 23 Febrero 1892.
General de Brigada, don Luis E. Torres, 6 Diciembre 1893.
Cfr., Fortunato Hernndez, La guerra del Yaqui, Hermosillo, Gobierno del Estado de Sonora, 1993 [c. 1902], p. 39.
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colonizacin de ese ro [se impona la necesidad por parte del Gobierno de] hacer
saber a los dueos o encargados de ranchos, fincas de campo, Negociaciones Mine-
ras, &, &, que seran castigados con arreglo a las leyes militares, si se les [averiguara
que encubran o proporcionaban] elementos de guerra y vveres a los indios rebel-
des que [llegaban a] sus fincas, procedentes de la Sierra, o que de alguna manera
[permitieran] que en terrenos de su propiedad se [organizaran] gavillas para incor-
porarse a las que ya [existan] en la misma Sierra.9
Para el general Marcos Carrillo slo el apoyo de los hacendados un apoyo,en algunos casos, minuciosamente documentado poda explicar el prolonga-do fracaso militar y representar uno de los principales obstculos para la paci-ficacin, no obstante los ingentes esfuerzos blicos.
La reaccin inmediata del gobierno fue difundir una circular, recordandocmo era
[]obligacin [de todos] cooperar en la esfera que a cada uno le fuera posible, a
conseguir la pacificacin completa y definitiva de los indios, como una cuestin de
patriotismo y de conveniencia propia, y recordando, al mismo tiempo, las responsa-
bilidades que [se contraan] ayudando al enemigo directa o indirectamente.10
Sin embargo, la apelacin de la autoridad civil no obtuvo particular acogi-da, ya que, un ao ms tarde, el mismo general remarcaba con energa lasdificultades para acabar con los rebeldes
[]porque al ser perseguidos en sus madrigueras de la sierra [se refugiaban] en las
haciendas y pueblos [donde no se podan aprehender] porque confundidos con
los que se [llamaban] mansos se [habra necesitado] coger a todos y dar lugar a que
los hacendados y autoridades se quejaran de atropellos aunque no los hubiera [ha-
bido], y aunque los Jefes encargados de esa comisin se hubieran [manejado] con
verdadera prudencia y sin causar mal a nadie [El problema precisaba el General
consista en que] los hacendados [] por inters de tener unos cuantos peones ms
9 Cfr., Francisco de Paula Troncoso, op. cit., 1984, p. 26.
10 Cfr., Archivo General del Estado de Sonora (en adelante AGES), en proceso de catalogacin, 1890.
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y de no disgustar a los que ya existan en sus fincas [acogan] de buena voluntad a los
bandidos que se les [presentaban y no daban] aviso de la llegada de esos indios ni
mucho menos [los aprehendan]. A ese paso y siempre que esos malvados [encon-
traran] proteccin en todas partes, no [era] posible acabar con ellos, y aunque esto
apenase mucho [a Carrillo, lo apenaba] ms saber que el Sr. Presidente ya [estaba]
disgustado [] violento de que esa mala situacin se [fuese] haciendo eterna, a pesar
de los esfuerzos que hacan sus tropas para terminarla y mucho [se tema que se
viese] obligado a darle rdenes que de alguna manera [perjudicaran] a los encubri-
dores de esos indios ladrones.11
Sin embargo, por otro lado, renunciar a la mano de obra indgena parasustituirla con la de los mestizos o inmigrantes, no era una operacin que sepudiera realizar tan fcilmente, sobre todo a corto plazo. As que con el objeti-vo de ejercer de inmediato un control ms eficaz, las autoridades civiles opta-ron por deliberar que dentro de cada hacienda o rancho, se llevara a cabo unconstante y detenido control de las altas y bajas de los yaquis, y que, en virtuddel carcter de Comisarios de Polica que la ley otorgaba, cada autoridad delestado, cualquiera que fuera su categora, contribuyera en la persecucin de losindios rebeldes.
Disposiciones terminaba el documento que habran sido objeto de unestricto control por parte de un piquete de fuerzas de caballera, instituido sinms fin que el de visitar constantemente los pueblos, comisaras, haciendas, ran-chos, minerales y fincas de todo gnero para cerciorarse de que esas prevenciones[fueran] debidamente cumplidas por todos aquellos a quienes [incumba].12
La familia de los Maytorena al solidarizar con los rebeldes eran, en muchasocasiones, los principales antagonistas polticos del Triunvirato,13 segn loscuales el refugio y el auxilio concedidos a los yaquis respondan a intereses ynecesidades puntuales e inmediatas como para cualquier otro hacendado; peropara ellos se convirtieron tambin en un til instrumento de estorbo y desesta-
11 Cfr., Marcos Carrillo a Rafael Izbal, 14 de diciembre de 1891, AGES, tomo 23, exp. 7, doc. 17 570-17 571.
12 Cfr., AGES, en proceso de catalogacin, 1892.
13 El Triunvirato, compuesto por Ramn Corral, Rafael Izbal y Luis Emeterio Torres, domin, casi ininterrumpidamente, la escena
poltica sonorense hasta el trmino del rgimen de Porfirio Daz.
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bilizacin del poder en general. Una complicidad bien conocida, como RamnCorral relat al trmino de su primer mandato en las Memorias administrativasdel Estado de Sonora, en las que, aunque como subray diplomticamenteno se refera ntimamente a la guerra del yaqui, sino a un proceso en contra delseor Ramn Maytorena y de su familia, por complicidad con los rebeldes, yque conden al latifundista de Guaymas a 16 meses de crcel.14
Sin embargo, nadie poda sentirse completamente protegido de los asaltos yde los robos de los indgenas. Y as, al lado de las noticias de ataques a haciendasy propiedades de los militares residentes,15 eran igualmente numerosos los in-formes sobre asaltos y ataques sufridos por los Maytorena.16
As, a diferencia de cuanto afirmaban los militares, entre los hacendados eradifusa la opinin de que las posibles causas de esa interminable guerra, no de-pendiesen del empleo o de trabajadores yaquis en las haciendas, sino ms biende otras causas, principalmente en el intenso trfico de armas y municiones quesurta continuamente a los yaquis de nuevo e ingente material de guerra.17
En efecto, es muy probable que el retorno econmico procedente del empleode la mano de obra indgena no pueda explicar por s solo tan eterno conflictoy que la otra parte de la responsabilidad se deba buscar en el comercio ilcito dearmas y municiones. Es importante subrayar otra intervencin administrativadel gobierno que, en la tentativa de limitar la incidencia de ese mercado paraleloen los destinos de la guerra, intent poner bajo especficas normativas y restric-ciones la venta de las armas. Sin embargo, el contrabando de armas, as como elrefugio a los fugitivos, no se detuvo porque, como subray Manuel Balbs,18
14 Cfr., Ramn Corral, Memorias de la administracin pblica del estado de Sonora, Guaymas, Luis Valds, 1891, pp. 363-364.
15 Cfr., AGES, Fondo Ejecutivo (en adelante FE), tomo 24, exp. 9, doc. 18 363, ao 1893.
16 Cfr., AGES, FE, tomo 24, exp. 9, doc. 18 313, ao 1893. Vase tambin, Francisco de Paula Troncoso, op. cit., 1984, p. 54; y Hctor
Aguilar Camn, La frontera nmada: Sonora y la Revolucin mexicana, Mxico, Siglo XXI Editores, 1985, pp. 51-52.
17Tambin la historiografa oficial proporciona detenidas informaciones acerca de las distintas preferencias de armamento.
Manuel Balbs recuerda, por ejemplo, cmo las tropas federales usaban preferentemente Mauser y Remington reformadas,
mientras los indgenas preferan los Winchester. Cfr., Manuel Balbs, Recuerdo del Yaqui: principales episodios durante la
campaa de 1899 a 1901, Mxico, Tiempo Extra Editores, 1993, p. 14. Una versin muy diferente, heroica por as decir, dan
al contrario los yaquis, con el objetivo de subrayar una vez ms el enfrentamiento impar. Cfr., Tres procesos de lucha por la
sobrevivencia de la tribu Yaqui, testimonios, Hermosillo, Universidad de Sonora, 1994, p. 49, Coleccin Etnias.
18 Cfr., Manuel Balbs, op. cit., 1993, p. 20.
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hacendados, mineros y comerciantes, todos, aprovechaban las necesidades b-licas de los indgenas para sus propios beneficios.
La instrumentalizacin de los yaquis no se limitaba a la persecucin de inme-diatos retornos econmicos por su capacidad laboral, sino que se insertaba enuna lucha mayor por el poder entre las distintas facciones polticas sonorenses.Es el caso del gran amigo y defensor de los indgenas, Jos Mara Maytorena,quien cuando cay el rgimen de Porfirio Daz pudo revestir el cargo de gober-nador del estado, ya no escondi su naturaleza, sino que manifest abiertamen-te su desprecio hacia los yaquis, declarando que habra sido preferible unainvasin de tres o cuatro Orozquistas, que tener que enfrentarse con el proble-ma Yaqui.19
La revolucin cambi la clase dirigente, la oposicin, los amigos y los enemi-gos del gobierno constituido, pero no as la instrumentalizacin de los indge-nas que sigui siendo dictada por puntuales necesidades estratgicas deconveniencia y de poder, e insertada en un juego poltico del todo ajeno a lasreivindicaciones territoriales y de autonoma yaquis:
En caso de conflicto, podemos contar con la cooperacin de los Yaquis que son
maderistas, y he considerado necesario conservar esa amistad hasta que se reciba
Usted de la Primera Magistratura y se consolide la paz de manera definitiva. Si los
hubiera perseguido y castigado severamente por sus depredaciones, nos habra-
mos enajenado su amistad, y los magonistas y otros enemigos del orden se hubieran
aprovechado de este contingente tan importante.20
Respecto a las fuerzas federales pertenecientes a la I Zona Militar, no tengo confian-
za en el General Velazco, jefe de ella y menos aun en Barrn, que tantas pruebas de
ser enemigo ha dado.
19 Cfr., Archivo Francisco I. Madero (en adelante AFIM), Tucson, Arizona University Main Library, rollo 21, doc. 2 599.
20 Cfr., AFIM, Jos Mara Maytorena a Francisco I. Madero, 17 de septiembre de 1911, rollo 18, doc. 510-511.
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Barrn se ocupa ahora de explotar la ignorancia de los yaquis, hacindolescreer que ninguna de las ofertas hechas se les cumplir.
Esto lo hace nicamente con objeto de poner mal la tribu y poder quizsaprovecharla en nuestra contra en algn caso dado.21
De todas formas, a comienzo de 1892 muri el general Marcos Carrillo, y elmando de la Primera Zona Militar pas a manos del general Abraham Bandala.Las propuestas del nuevo jefe militar no diferan de las estrategias adoptadasanteriormente, es decir, concesiones de terrenos para labrar la tierra, a cambiode un trmino inmediato de las hostilidades; lo que s pareci cambiar fue laactitud del cuartel, enfocado ms en el dilogo y la concordia que en el conflic-to, como instrumentos para llegar a una rpida solucin de la cuestin.22
Una estrategia, la de Bandala, que aunque hubiera obtenido satisfactoriosresultados, chocaba peligrosamente con los intereses personales del Triunvira-to y con su manera de interpretar la Cuestin Yaqui. En efecto, el gobierno, alhaber visto en la financiacin federal de la campaa importantes fuentes deganancia, no desperdici ocasin para exagerar la gravedad de la situacin. Eltrmino repentino del conflicto, al contrario, habra significado el fin de todoeso. As que en ocasin de la redaccin de un informe acerca del estado de laguerra, Rafael Izbal aprovech la circunstancia para manifestarle confiden-cialmente, pero con toda franqueza al presidente, como no obstante el mxi-mo empeo de cooperacin de las autoridades civiles
[] no obstante las gravsimas dificultades del erario local [habran sido] intiles
todos los esfuerzos y todos los sacrificios que se [hubieran empleado] para terminar
la rebelin de los indios y los malos que [estaban] causando, mientras el Sr. Gral.
Bandala [hubiera tenido] a su cargo la direccin de las operaciones militares [El]
Seor Gral. Bandala [prosegua diplomticamente Izbal] mereca por mil ttulos
[] estimacin: [era] un hombre honrado, que no [especulaba] con su posicin [y
tena] muchas cualidades personales y como servidor adicto del Gobierno; pero
careca de las aptitudes necesarias para esa Campaa, careca de energa, de iniciativa
y de actividad, lo cual haba hecho que los indios estuviesen [] ms insolentes y en
peores condiciones que nunca.
21 Ibid., 5 de octubre de 1911, rollo 19, doc. 759-760.
22 Cfr., La Constitucin, 8 de abril de 1892.
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Y mientras [estuviese] el mismo Jefe al frente de la Campaa [terminaba rotunda-
mente Izbal] sa no habra dado] el resultado que se [buscaba], cualquiera que
[fuese] el nmero y la calidad de las fuerzas de que se [hubiera dispuesto].23
El presidente Daz acogi la peticin del gobernador Rafael Izbal para queel general Bandala fuera substituido en el mando de la Primera Zona Militar, ydos meses despus del nombramiento, lo reemplaz con el recin ascendidogeneral Luis Emeterio Torres.
Revestido el cargo, el nuevo General reanud las operaciones militares, aun-que se puede suponer que la campaa no fue ininterrumpida, sino que prosiguidistintos episodios. Basados en la historia oficial fue una respuesta a los ataquesde los grupos rebeldes. Sin embargo, es menester subrayar que a la nueva direc-cin operativa no le importaba si al sublevarse en armas fueran los yaquis uotras comunidades indgenas; potencialmente todos eran enemigos del progre-so. Todos eran yaquis.
Claudio Dabdoub, relat cmo a partir de 1893 comenz a notarse que losgrupos de los rebeldes constituidos anteriormente por 15 o 30 hombres, habanaumentado a 100, 150 y hasta 200 guerreros.24 La confusin del historiador,que para la ocasin desorient el modus belli de los mayos con lo de los yaquis,no se debe necesariamente a una superficialidad de anlisis de l, sino a un errorde catalogacin de la misma fuente primaria, como yo mismo pude constataren algunos casos durante la consulta del Archivo de Sonora. Un error que si noest debidamente evidenciado, puede perjudicar y viciar parte del anlisishistoriogrfico.
2Sin embargo, no cabe duda que las hostilidades prosiguieron hasta la segundamitad de 1896, cuando se planearon serias tentativas de pacificacin. El procesode paz de 1896-1897, represent un momento fundamental para la CuestinYaqui, sntesis de la coordinacin de la accin (y de los intereses) de todos los
23 Cfr., AGES, FE, tomo 24, exp. 7, doc. 18 237, ao 1893.
24 Cfr., Claudio Dabdoub, Historia de El Valle del Yaqui, Mxico, Manuel Porra, 1964, p. 142.
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yoris25 fueran representantes de la esfera civil, militar o eclesistica, des-pus cuyo fracaso, en 1899, la campaa militar en contra de los indgenas seexacerbara irremediablemente.
Es difcil establecer con seguridad quin pidi la paz primero, entre yaquis yyoris. En Historia moderna de Mxico26 con base en un informe no citadodel coronel ngel Garca Pea, fueron los yaquis rebeldes quienes la solicitaron.Al contrario, Palemn Zavala Castro argument sus hiptesis con lo que habarelatado Fortunato Hernndez en su testimonio, fueron los yoris, yespecficamente, el general Luis Emeterio Torres, quien trat de obtener la su-misin de los rebeldes [ordenando que] se pusieran en libertad los prisionerosque se capturaban y [se enviaran a] sus montaas con el encargo de hacer en sunombre serias proposiciones de paz a los rebeldes; pero ninguno de stos regre-saba y jams obtuvo contestacin alguna.27
Pero, independientemente de quin dio el primer paso, entre yaquis y yoris,lo que resalta es el papel indirecto de la Iglesia en el proceso de paz, bajo lacoordinacin y proteccin de las autoridades civiles y militares; un papel ofi-cioso, al lado de la intensa negociacin oficial del coronel Francisco Peinado,evaluado de importantsimo por el presidente de la Repblica, Porfirio Daz.28
La historiografa oficial contribuye de forma determinante en la distincin delas etapas que marcaron el camino hacia la pacificacin de la tribu y la resolucinde tan crtica Cuestin, y constituye, sin lugar a duda, un importante testimoniode lo que pas, acerca de lo cual cada estudioso tiene que reflexionar.
En este sentido, por ejemplo, es fundamental el aporte de Palemn ZavalaCastro;29 quien analiz meticulosamente el intercambio epistolar que llev a lafirma del tratado de paz en Ortiz, apoyando sus aserciones en obrashistoriogrficas de la poca. Sus observaciones, atentas y puntuales, evidencia-
25 Trmino yaqui que definan a todos los no-yaquis.
26 Cfr., Daniel Coso Villegas (coord.), Historia moderna de Mxico, tomo IV, Mxico, Hermes, 1957, p. 253.
27 Cfr., Palemn Zavala Castro, El indio Tetabiate y la nacin del ro Yaqui, Hermosillo, Editoriales Imgenes de Sonora, 1997,
p. 93.
28 Cfr., Manuel Robledo S.S. J., Crnicas de La Santa Misin del Ro Yaqui, 1896-1900, transcrito por Ana Luz Ramrez Zavala,
1952, pp. 6-10.
29 Cfr., Palemn Zavala Castro, op. cit., 1997, pp. 93-126.
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ron numerosos y verdicos aspectos importantes: las dificultades lingsticas,los serios problemas de comprensin entre los dos cosmos, la facilidad demalentendidos, a los cuales las distintas cartas se prestaban, la diferente inter-pretacin que los yaquis y yoris atribuan a los acontecimientos, hasta la igno-rancia antropolgica, con la cual las negociaciones se llevaban adelante. Adems,el estudioso advirti cmo algunas declaraciones, especialmente las del cabeci-lla yaqui Tetabiate, pudieran haber sido oportunamente interpretadas.30 Conbase en esas reflexiones, Zavala Castro lleg a sus conclusiones. Sugiri, porejemplo, la existencia de
[] otra carta no declarada, ocultada, de Peinado a Tetabiate, escrita a mediados de
Febrero, en la que el militar deba haber prometido todo lo pedido por la tribu para
alcanzar la paz. La existencia de esa crucial carta de Peinado se deduca [segn Zavala
Castro] porque el 25 de ese mes [Febrero] haba habido una comunicacin de los
indios a Peinado [indicada] en el acta del mes de Marzo siguiente [en la que se
declaraba que:] la paz estaba convenida, segn [] el tenor de las cartas del
Tetabiate.31
Sin embargo esa interpretacin, plausible, adquiere un significado muy dife-rente, si los informes histricos de los militares se confrontan con lo que relatel padre misionero Fernando Mara Beltrn. En Crnicas de la Santa Misin delRo Yaqui, 1896-1900, acerca de los mismos das 24 y 26 de febrero de 1897, respec-tivamente se lee, por un lado, el informe del mismo misionero a su superior:
Ya empieza a sentirse el influjo de la misin; en todas partes de los pueblos donde he
andado y me he encontrado indios, los que he exhortado a llamar a los dispersos y a
los alzados, a ponerse otra vez en sus pueblos y an ltimamente he tenido conferen-
cias con algunos importantes que influyen, pues bien, me ha dicho el General que ya
han venido a pedir paz, y an es posible, si los preliminares que hay dando resultados
satisfactorios, que yo vaya a la sierra a terminar los negocios, y al afecto me estoy
poniendo de acuerdo con dicho General.32
30 Ibid., pp. 92-93.
31 Ibid., pp. 101-102.
32 Cfr., Manuel Robledo S.S. J., op. cit., 1952, p. 18.
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Y, por otro, las recomendaciones que el general Torres dirigi al padreBeltrn:
Voy a enviarle el indgena dentro de pocos momentos. Ruego a usted no olvide mis
recomendaciones: 1. Firmeza, 2. Demostracin de lo intil en continuar la guerra,
3. Demostracin de que comprometido; usted el Gobernador y yo, no deben des-
confiar, ni deben creer que sea posible una traicin, sino que ahora si, la paz ser un
hecho. ltimo que se ha circulado la noticia de las proposiciones de paz y toda gente
del Estado est pendiente de lo que se haga.33
As pues, aunque sea cierto que el coronel Francisco Peinado desempe unaimportante funcin en las negociaciones de paz, gran parte de sta dependi dela obra persuasiva del misionero, en el cual las autoridades militares y losindgenas rebeldes ponan [] toda su esperanza.34
En efecto, con buena fe o no, voluntariamente o como portavoz, el padreBeltrn insisti largamente en la buena disponibilidad del Gobierno para lle-gar a un acuerdo de paz, y sobre su personal empeo para que los acuerdosfueran a buen fin.35
Fue una obra persuasiva, la del misionero, que en coordinacin con las ne-gociaciones oficiales del coronel Francisco Peinado, consigui al final el resulta-do esperado, ya que el 15 de mayo de 1897, yaquis y yoris se reunieron por finpara firmar un tratado de paz:
Repblica Mexicana Primera Zona Militar. General en Jefe. Acta levantada en
Estacin Ortiz, Distrito de Guaymas, Estado de Sonora, el da quince de Mayo de mil
ochocientos noventa y siete, con el objeto que en seguida se expresa: Juan Maldonado,
Jefe de la Tribu Yaqui que ha estado en armas durante largo tiempo, reconoce la
soberana del Supremo Gobierno de la Nacin y la del Estado, y reconoce tambin
que es su deber someterse a la obediencia de las autoridades que de uno y otro
emanen y por lo mismo se somete con todos sus compaeros de armas al Supremo
33 Ibid., p. 19.
34 Ibid., pp. 22, 34-35.
35 Ibid., p. 23.
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Gobierno de la Nacin representado aqu por el seor general Luis E. Torres, el jefe de
la Zona Militar.
El General Luis E. Torres acepta en nombre del Gobierno de la Nacin la sumisin del
Jefe Juan Maldonado y sus compaeros de armas y les ofrece en nombre del mismo
Supremo Gobierno toda clase de garantas, la seguridad de que no sern molestados
ni en sus personas ni en sus intereses por motivo de la sublevacin pasada, y en
nombre del mismo Supremo Gobierno de la Federacin le ofrece terrenos en el Ro
Yaqui de los que estn desocupados en los ejidos de los pueblos y destinados para los
indgenas del Ro Yaqui.
Adems ofrece el C. General en Jefe obtener algunos recursos tanto del Gobierno
Federal como del Gobierno del Estado para proporcionarles algunos animales y
provisiones de boca a lo menos por dos meses, para ellos y sus familias; cuyos
animales y provisiones se les distribuirn en los pueblos en que radiquen.
Esta acta la firmar el Seor Gobernador del Estado, algunos de sus empleados y
personas muy conocidas y de representacin de Guaymas y Hermosillo, y se sacarn
de ella cuatro copias, una de las cuales se entregar al Jefe Juan Maldonado para su
resguardo y el de sus compaeros.36
No hay duda que el nudo central para la firma (y el siguiente fracaso) de esetratado, hayan sido las condiciones puestas por los dos bandos. Segn el testi-monio de los historiadores oficiales, en el acta de sumisin de Ortiz, no se dijoen ella que haban de salir del Yaqui los blancos y las tropas;37 y que se trat deuna manera absoluta e incondicional, la sumisin al supremo gobierno.38 Porlo tanto sugeran la reanudacin de las hostilidades en 1899, haba sidocompleta responsabilidad de los indgenas.
36 Cfr., Palemn Zavala Castro, op. cit., 1997, pp. 125-126.
37 Cfr., Francisco de Paula Troncoso, op. cit., 1984, p. 126.
38 Cfr., Fortunato Hernndez, op. cit., 1993, p. 126.
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Excepto que para calmar unas pequeas escaramuzas aisladas, el Gobiernomexicano procur cumplir exactamente las promesas hechas a los indios,39
que consistan, preferentemente, en la concesin de suficientes as como juz-gado y deliberado, previamente, por el general Daz y por el general Luis EmeterioTorres lotes de terreno en otras reas de la regin,40 o como se deca con unafrmula muy contradictoria y confusa en el tratado, de terrenos en el Ro Yaquide los que [estaban] desocupados en los ejidos de los pueblos y destinados paralos indgenas del Ro Yaqui. De todas formas, el rechazo de las nuevas tierras,por parte de los yaquis, no tena ninguna excusa, sino que al contrario, justifi-caba la clera e incluso la delusin de los rganos del poder en general, y delGeneral en Jefe de la Primera Zona en particular, segn el cual, los yaquis al verque apenas eran capaces de cultivar la dcima parte de lo que posean [debande] estar satisfechos de tener ms de lo que le haca falta para cubrir sus necesi-dades.41
Interpretados de esa manera, los nuevos levantamientos yaquis, entre ju-nio y julio de 1899, no podan ser ms que actos inesperados de violencia,cuya dura represin sustentaba el general Luis E. Torres sera slo la leg-tima y adecuada respuesta a una actitud tan amenazadora e ingrata.42 Sin em-bargo, alguna duda sobre la buena fe de los rganos de Gobierno en lasnegociaciones quiz se levantara, si se diera por ejemplo crdito a todo lo querelataba, en el pleno de las tratativas de paz, La Revista Militar Mexicana: losindios Yaquis ponen por condiciones para la paz, que nadie les gobierne, quenadie se inmiscuya en sus vidas y costumbre, hermossima utopa que la fuerzase encargar de disipar.43
39 Cfr., Manuel Balbs, op. cit., 1993, p. 19.
40 Cfr., Jess Luna, La carrera pblica de don Ramn Corral, Mxico, Sepsetentas, 1975, p. 47, citando Coleccin Porfiro Daz,
rollos 141 (doc. 7 796), 142 (doc. 9 099), 145 (doc. 15 284, 15 288, 15 296, 15 301, 15 309).
41 Cfr., Evelyn Hu-Dehart, Rebelin campesina en el Noroeste: los indios Yaquis de Sonora, 1740-1976, en Frederick Katz
(comp.), Revuelta, rebelin y revolucin, Mxico, Era, 1990, tomo 1, p. 154.
42 Cfr., Palemn Zavala Castro, op. cit., 1997, p. 152-153.
43 Cfr., Revista Militar Mexicana, 1 de marzo 1897, Hemeroteca Nacional (HN), Mxico.
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3Empero, el 25 de julio de 1899, las hostilidades se reanudaron y el Gobiernodeclar nuevamente abierta la campaa. El nuevo conflicto trastorn fuerte-mente la opinin pblica, que se dividi en conjeturar acerca de las posiblescausas y los probables responsables.
Una cuestin importante, mencionada tanto por la prensa ms radical,44
como por los sectores ms cercanos al rgimen,45 fue el destino del padre Fer-nando Mara Beltrn, retenido por los yaquis y trado a la sierra del Bacatete.
Cuestin significativa, porque alrededor de la retencin del religioso se ani-m un debate entre quien vea una imperdible ocasin para denunciar, una vezms, abusos y negligencias del Gobierno constituido; y quien al contrario, uti-lizaba el acontecimiento como pretexto para manifestarse en contra de presun-tos sentimientos anticlericales.
La importancia del episodio reside, sobre todo, en la decidida posicin queasumi el Gobierno Federal. Con razn o injustamente, la integridad de Beltrnfue defendida con firmeza, en el centro de acusaciones de traicin, por el mismoPresidente Daz, que conoca a Don Fernando desde que era alumno del Cole-gio de Tlacotalpan y [que no consideraba] capaz de una traicin [sino queestaba] siendo vctima de la abnegacin con que se haba entregado a cumplirlos deberes de su Ministerio.46 La operacin de rescate del misionero marc elevento inicial de una nueva fase de hostilidades, ms cruenta que en el pasado, yque no habra tenido tregua hasta que todos los yaquis se rindieran definitiva-mente ante el Gobierno mexicano:47
Una autntica caza al hombre:
Persiguiendo tenazmente al bandido tostado; no dndole punto de reposo a sus ya
fatigadas aunque encallecidas plantas; seleccionndolo hoy de la hacienda y maana
del rancho; ahuyentndolo al da siguiente de la encrucijada sombra y al otro de la
alta montaa, y al descender al extenso valle o a la empinada colina, hambriento
44 El Hijo del Ahuizote, 27 de agosto de 1899, HN.
45 Cfr., Manuel Robledo S.S. J., op. cit., 1952, pp. 65-71.
46 Ibid.
47 Cfr., La Constitucin, 9 de diciembre de 1899.
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quiz, abrazado por la sed, desgarradas las vestiduras y las carnes desgarradas,
volvindolo a batir y a perseguir para que, slo por el instinto de conservacin,
infernalmente alimentado por su injustificado y maldito odio al blanco, vuelva a las
tristes grietas de la montaa y a las sombras crestas de la sierra, despavorido y
desesperado a echarse como fiera salvaje que arroja por las fauces espumarajos de
fatiga y de impotente odio.48
Mientras el operativo para la liberacin del religioso se puede considerarcomo el principio de la nueva fase blica del Gobierno, el acontecimiento hist-rico que sell la definitiva ruptura con el pasado; destacndose a la vez comouno de los momentos ms cruentos de todo el conflicto, fue, sin lugar a duda, lamasacre de los yaquis del 18 de enero de 1900 en Mazocoba: una fecha memo-rable y gloriosa para las tropas que combatan en el Yaqui a los indios rebeldes[escribira Manuel Balbs unos aos ms tarde] y para stos, una fecha fatdica,que [seal] la ms tremenda y desastrosa derrota de su tribu.49
En efecto, muchos yaquis reconocieron cmo a partir de ese da su vida se hizoinsegura en toda Sonora,50 ya que las operaciones de guerra del Gobierno sefueron organizando e intensificando cada vez ms. Por ejemplo, la accin represi-va de los yoris de Sonora sobre los yaquis, con cuya saa, crueldad y falta desentimientos humanitarios sobre los vencidos [ni siquiera] los galos de Brenos,los romanos de Escipin [sic], los vndalos de Alarico, se [haban cebado].51
Por supuesto no faltaron dificultades.52 Aunque las fuerzas federales emplea-das en la campaa militar, fueron integradas continuamente con nuevos
48 Cfr., Federico Garca y Alva (ed.), lbum-directorio del estado de Sonora, Hermosillo, A.B. Monteverde, 1905-1907.
49 Cfr., Manuel Balbs, op. cit., 1993, p. 48.
50 Cfr., Jane Holden Kelley, Mujeres Yaquis: Cuatro biografas contemporneas, Mxico, Fondo de Cultura Econmica, 1982, p.
226.
51 Cfr., Jos Velasco Toro, La rebelin Yaqui ante el avance del capitalismo en Sonora durante el siglo XIX, Xalapa, Instituto de
Investigaciones y Estudios Superiores Econmicos y Sociales-Universidad Veracruzana, 1985, p. 1.
52 [] me permit reducir el nmero de columnas expedicionarias de siete a cinco y reducir el personal de stas de 180 hombres
a 150, porque no tenemos ms fuerzas disponibles que las que constan en el estado general que envi a Ud. oficialmente; en
ste me permito llamar la atencin de Ud. al gran nmero de enfermos que tenemos. No he podido completar todava los 100
hombres de caballera de Guardia Nacional por falta de caballos, pues el presente ao ha sido en extremo escaso de lluvias
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enrolamientos, relevados como inform en una ocasin el presidente mu-nicipal Baldomero E. Robles53 de los distintos pueblos de los distritos, lacondicin de los oficiales apareca en muchos casos inadecuada a las exigenciasblicas. Vale la pena mencionar un informe sobre la aptitud y dems condicio-nes de los jefes con que se [contaba] para hacer la campaa contra los yaquisrebeldes, que el general Luis Emeterio Torres envi en una ocasin a su supe-rior, el Ministro de Guerra y Marina, general Bernardo Reyes como explica-cin del motivo porque no se [adelantaba] en las operaciones de esa campaatanto como hubiera podido esperarse del nmero de tropas que el SupremoGobierno se [haba] servido poner a sus rdenes:
EN EL 4 BATALLN
El Coronel, enfermo de una afeccin crnica de la vejiga; incapaz de fatiga fuerte por
ms esfuerzo que l hace; hombre dbil de carcter; pero en cambio muy honrado y
con muy buena voluntad.
El Teniente Coronel, viejo, pesado, pero capaz de fatiga y conocedor de la campaa.
El Mayor, bueno, hasta ahora manifiesta buenas disposiciones.
EN EL 11 BATALLN
El Coronel, bueno y con las mejores disposiciones.
El Teniente Coronel, bueno; algo escaso de inteligencia, pero templado en la fatiga.
El Mayor, bueno; joven, vigoroso.
en todo el litoral del Estado, y en consecuencia escasean las pasturas y los caballos tiles. Sin embargo no ceso en este empeo
y procurar conseguir caballos aun cuando sea trayndolos de largas distancias.
Cfr., CEHM,FBR, carpeta 29, leg. 5 793, doc. 1, Luis Emeterio Torres a Bernardo Reyes, 30 de septiembre de 1900.
53 Cfr., Javier Gmez Chvez, Lucha social y formacin histrica de la autonoma Yaqui-Yoreme 1884-1939, tesis de licenciatura
en Estudios Latinoamericanos-Universidad Nacional Autnoma de Mxico, Mxico, 2004, p. 32.
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EN EL 12 BATALLN
El Coronel, bueno; algo cansado por el constante servicio, conocedor de esta clase de
guerra y muy abnegado, cuidadoso y cumplido.
El Teniente Coronel, veterano y conocedor de la campaa; pero afecto al abuso de
licor, especialmente al estar de fatiga.
El Mayor, bueno.
EN EL 17 BATALLN
El Coronel, enfermo actualmente y predispuesto a enfermedades constantes; hombre
de conocimiento terico, excelente en su empleo, honrado, muy caballeresco y cum-
plido; pero poco a propsito para esta campaa, porque es lento, carece por comple-
to de iniciativa y de experiencia y no adelanta en el conocimiento prctico de la
campaa.
El Teniente Coronel, viejo, sufrido, caballeresco y honrado; pero carece de iniciativa y
vigor, por su edad y no puede adelantar en el conocimiento de la campaa.
El Mayor, casi intil para el servicio.
EN 20 BATALLN
El Coronel, trabajador, activo, honrado, conocedor de la campaa y del terreno, pero
con el defecto ya conocido de esa Secretara, de tratar mal a sus oficiales.
El Teniente Coronel, poco conocido por m todava.
El Mayor, conocedor de la Campaa y bastante til.
EN 5 REGIMIENTO
El Coronel, con frecuencia se le exacerban enfermedades crnicas; empeoso y trabaja-
dor; pero mal administrador de su Regimiento, que se encuentra en malas condiciones.
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El Teniente Coronel, hombre til, pero poco hecho a las fatigas; cumplido y de muy
buena edad.
El Mayor, lento, pesado, torpe, de escaso conocimiento y poca aptitud.
No menciono el valor como cualidad porque todos lo poseen.
Como jefes de columna lejos del Cuartel, no tengo confianza sino en el General
Lorenzo Torres, en Coronel Garca Hernndez, en el Coronel Garca Pea y en el
Coronel Gndara, cada uno en el orden en que aqu los coloco.54
Las condiciones en la cual se encontraban los combatientes eran tales que:
[] cuando un cuerpo o un militar reciban rdenes de salir del Yaqui, era felicitado
y festejado, como si hubiera recibido la mejor recompensa que entonces se esperara
[] Quiz haba algunas excepciones que deseaban permanecer indeterminadamente
en el Yaqui; pero, con toda seguridad, eran muy contadas y de poca significacin.55
Sin embargo los testimonios de los yaquis no dejan duda de su sufrimiento:
Y as anduvimos de un lugar a otro, escondindonos en las faldas de los cerros para
no ser vistos por los enemigos; durbamos hasta dos das sin comer ni tomar agua,
y sin hablar para que no nos descubrieran. En muchos casos, cuando las seoras
llevaban nios chiquitos, los ahogaban en el pecho para que con el llanto no nos
delatara y nos mataran a todos.56
Tambin:
54 Cfr., CEHM, FBR, carpeta 29, leg. 5 733, doc. 1, Luis Emeterio Torres a Bernardo Reyes, 20 de marzo 1900.
55 Cfr., Manuel Balbs, op. cit., 1993, p. 81.
56 Cfr., Coleccin Etnias, op. cit., 1994, p. 41.
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Los Yoremes57 no aguantaban y se iban a la sierra Bacatete. Ah hay agua y se escon-
dan para pelear. No sembraban y al anochecer se bajaban a cortar elotes y calabazas,
lo que hubiera. Coman races, mataban reses. Cada da bajaban de 10 a 15 Yoremes
para buscar comida. Se iban familias enteras a la sierra. Cuando los hombres salan
a pelear, los soldados de Porfirio Daz caan a las familias matando a los nios y
bebs. Los cargaban de los pies y los sorrajaban [sic] contra las rocas. A las mujeres
se las llevaban. Si se quedaban en sus casas las mataban. Las Yoremes salan de ellas
y las cerraban como si fueran a volver al rato, a veces no volvan. Al ganado y a las
gallinas, los soltaban. A las siembras, las abandonaban.
Cuando la guerra, entraba el ejrcito a los pueblos y llevaban a todas lasfamilias y dejaban todas sus cosas. Dicen que los soldados se robaron lo pocoque tenan los yoremes. Fue cuando los yaquis se chocaron y empezaron areclutarse en la sierra y de ah se iban caminando a Estados Unidos por lasarmas y parque, tardaban un mes en la frontera. Muchos Yoremes se quedaronall y ahora tienen tierras.58
Sin exclusin de golpes, las hostilidades prosiguieron hasta julio de 1901,pues cuando mataron a Tetabiate, se consider nuevamente concluida la cam-paa en contra de los indgenas: Con ese hecho de armas [se comentaba] no[quedaron] rebeldes en [] la Sierra, pues Maldonado les haba servido dencleo.59
En efecto, poco tiempo despus, el Ministro de Guerra y Marina, el generalBernardo Reyes, comunic oficialmente a
[] los Comandantes Militares del Distrito Federal, Veracruz y Acapulco; a los Jefes
de las Zonas 1 a 7 y 9 a 12; a los Jefes de las Armas en los Distritos Norte y Sur de
la Baja California, Tampico y Tepic; al Presidente de la Suprema Corte Militar, al
Procurador General Militar como por acuerdo del C. Presidente de la Repblica, con
57 Trmino yaqui que significa individuo.
58 Cfr., Guadalupe Vargas y Jos Velasco, Testimonio de la guerra del Yaqui, en Mxico Indgena, nm. 40, julio, 1980, p. 7.
59 Cfr., AGN, Fondo Manuel Gonzlez Ramrez (en adelante FMGR), tomo 13, exp. 56-57, Partes sobre la muerte del cabecilla
Yaqui, Juan Maldonado Tetabiate.
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fecha 31 de Agosto prximo [1901] se [declaraba terminada] la campaa de Sonora
contra los indios yaquis [porque no] haba enemigo contra quien combatir.60
En las filas indgenas, a Maldonado le sucedi Luis Bule, pero ste ya nodemostr el mismo carisma que su predecesor, y la resistencia yaqui perdiunidad y organizacin, asumiendo ms bien el aspecto de meras depredaciones,dirigidas por diferentes y autnomos cabecillas.
Sin embargo, si el nuevo modus belli de los indgenas ya no era tan claro, encambio s lo era: cada vez que se cometa un crimen, los yaquis eran los primerosen ser acusados, con razn o injustamente, eso no importaba;61 pues no faltaroncasos donde los yoris atacaran a los yaquis, y acudieran despus a las autorida-des locales, denunciando haber sido atacados.62
Insertados as en un contexto cada vez ms hostil, en el que hasta la prensaiba perdiendo objetividad, y no haca ms que fortalecer sentimientos desfavo-rables entre la ciudadana y lanzar apelaciones para que el Gobierno intervinie-ra por entero y sin sentimentalismos;63 era inevitable que los yaquis fueranvctimas de ulteriores y ms drsticas medidas. Tras hacer una batida general enlos diferentes distritos del Estado,64 a partir del 19 de abril de 1902, por medio deuna circular se ratific la obligacin para todos los yaquis de vivir en predeter-minados barrios autnticas rancheras vigilados por los prefectos, los pre-sidentes municipales y los comisarios de polica; donde los indgenas no habranpodido alejarse sin haber obtenido previa y directamente del gobierno, un sal-voconducto escrito.65 A pesar de eso, la lucha indgena supo reorganizarse.
60 Cfr., Francisco de Paula Troncoso, op. cit., 1984, pp. 265-266.
61 Mail stages, sometimes with passengers and valuables, pass daily through their country; only once during the uprising of
1902 was one of these attacked and its occupants killed, and then it was not certain that the deed was done by Yaquis. Cfr.,
Ale Hrdlika, Notes on the indians of Sonora, Mexico, en American Anthropologist, vol. 6, nm. 1, enero-marzo, 1904, p. 71.
62 Cfr., Andrs Molina Enrquez, La revolucin agraria en Mxico, Mxico, Instituto Nacional de Estudios Histricos de la Revolucin
Mexicana, 1985, p. 354.
63 Cfr., El Popular, 13 de julio de 1902, El bandolerismo Yaqui. La verdad en la campaa de Sonora, HN.
64 Cfr., Francisco de Paula Troncoso, op. cit., 1984, p. 280.
65 Ibid., pp. 274-276. Manuel Balbs tambin habl de esa resolucin, pues sugiri la manera en cmo se poda establecer, en
fin, algo semejante a las llamadas reservaciones que en Estados Unidos se [haban] establecido para los pocos indgenas
que [quedaban] en ese pas. Cfr., Manuel Balbs, op. cit., 1993, p. 99.
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En efecto, adems de contar con el apoyo de los estadounidenses quieneseran mormones, como se menciona en las investigaciones del general LuisEmeterio Torres,66 o cualquier voluntario dispuesto a ayudarlos a continuar lalucha, como lo presentaba un peridico local,67 los yaquis supieron elaboraruna organizada red de abastecimiento dentro de cada hacienda, en donde unrecaudador iba juntando las cuotas de participacin a la causa de cada yaquitrabajador, para luego remitir la suma a la autoridad central [yaqui], la cual,a su vez [la mandaba] a los Estados Unidos, para comprar armas de fuego ymuniciones.68
Empero, la primera dcada del siglo XX fue tambin caracterizada por tresdistintas tentativas de paz, cuyo fracaso segn la historiografa oficial obli-g al Gobierno al acrecentamiento de la accin represiva, que en realidad res-pondi a dinmicas complejas de intereses particularistas.
La primera negociacin advino en abril de 1904, cuando los yaquis y losyoris se reunieron en San Miguel de Horcaditas, cerca de Hermosillo, paratratar una nueva paz.
El gobernador Rafael Izbal, en una larga carta dirigida a los yaquis y publi-cada despus en El Imparcial,69 pareca dar a entender, en un primer momento,las buenas disposiciones del Gobierno a la concertacin de la paz, a condicin
66 Cfr., Javier Gmez Chvez, op. cit., 2004, p. 36.
67 [] La Junta del Yaqui ha lanzado un manifiesto a la gente americana exponiendo las razones que han tenido para
levantarse en armas e invitando cordialmente a todas las personas que deseen alistarse como voluntarios por ayudarlos a
continuar la lucha.
El manifiesto declara que los Yaquis emprendieron la lucha contra Mxico primero porque no es natural que una raza
superior est dominada por otra inferior. Despus aade [] en Mayo 1898, cuando los Americanos estaban peleando
contra Espaa, la nacin Yaqui ofreci a los Estados Unidos 2,500 soldados. El Gobierno mexicano, en su odio para Estados
Unidos, impidi que los soldados Yaquis fueran a ayudar a los Americanos y desde entonces ha estado acumulando indignidades
e injurias sobre los Yaquis.
Cfr., El Tiempo, 7 de marzo de 1900, Los Yanquis de casa, HN.
68 Cfr., HN, El Diario del Hogar, 8 de febrero de 1905, La guerra del Yaqui. Parlisis completa.
69 Cfr., El Imparcial, ao XII, nm. 1 712, citado en Raquel Padilla Ramos, Yucatn, fin del sueo Yaqui: el trfico de los Yaquis
y el otro triunvirato, Hermosillo, Gobierno del Estado de Sonora, 1995, pp. 37-38.
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de que los yaquis estuvieran dispuestos a someterse a la obediencia del Gobier-no, al cumplimiento de las leyes y entregaran las armas y las municiones.
La funcin revestida por los yaquis en la economa estatal era algo que hastael mismo Izbal, como hacendado, no poda desconocer; pero, por otro lado,como Gobernador del Estado, el deber de garantizar la estabilidad interna a todoslos habitantes de Sonora, sin excepcin de razas, le impona mano firme e intran-sigencia con todos aquellos que estaban en contra y preferan apartarse del cami-no del orden y del trabajo para buscar en la guerra la miseria de sus familias y supropia destruccin.
Sin embargo, las negociaciones finalmente fracasaron, pues de repente lascondiciones establecidas por los indgenas completa autonoma y soberanasobre su territorio se consideraron inaceptables por la contraparte y, sobretodo, porque comenzaron a difundirse noticias de presuntas conspiracionesorquestadas por los yaquis que habran de estallar de ah a pocos das.70
Es difcil conocer la efectividad de esas noticias, pero en mi opinin el fracasodel acuerdo de paz de 1904 no dependi tanto, o por lo menos no exclusivamen-te, del exceso de las pretensiones indgenas, ni de la presunta conspiracin tra-mada en contra de los hacendados de ese u otro distrito, sino de una marcadaindisposicin por parte del Gobierno.
En efecto, el general Luis Emeterio Torres, supuestamente encargado de laconcertacin de la paz, no mostr a lo largo de las negociaciones ningn intersen llegar a un acuerdo satisfactorio para las dos partes en conflicto, sino que alcontrario su nica preocupacin fue la de planear junto al gobernador RafaelIzbal una trampa a los yaquis, para capturarlos a todos juntos, en el casoprobable [justificaba el General] de que no se pudiera llegar a un acuerdo. Asque el 29 de abril, en la Sierra de La Carbonara, en lugar de asistir a la cesacinde las hostilidades, se presenci la captura de 200 yaquis, que de inmediatofueron deportados fuera de Sonora.71
Para los peridicos ms radicales, el fracaso de la negociacin de paz sirvi depretexto para nuevos ataques a los abusos y a la negligencia del Gobierno.
70 AGES, vol. 1881, 1904 (El Popular, 24 de abril de 1904, ao VIII, nm. 2594), citado en ibid., p. 108.
71 Cfr., AHGES, exp. 12, vol. 1881-Campaa contra los Yaquis, citado en Javier Gmez Chvez, op. cit., 2004, p. 33.
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Por qu no fue posible terminar la guerra? [] Por qu no lleg Izbal a un acuerdo
con los yaquis? Tienen los indios sonorenses pretensiones tan desmedidas o injusti-
ficadas que hagan imposible, el que se les trate con humanidad y que exijan su
persecucin cual si fueran animales rabiosos? Diga el Gobernador de Sonora, qu
pedan los indgenas.72
Preguntaba, por ejemplo, El Colmillo Pblico, aunque ms difusa era la ideaque la responsabilidad del fracaso de la paz fuera de los yaquis. Pero la falta deun acuerdo signific, sobre todo, la reanudacin de las hostilidades y una ma-yor intensificacin de la accin represiva del Gobierno, hasta que, cuatro aosms tarde, en la primavera se present otra ocasin para una conciliacin.
Las negociaciones comenzaron el 7 de mayo de 1908, cuando el cabecillayaqui Luis Bule y el coronel Jos Gonzlez Salas se reunieron en la Sierra delBacatete para tratar un nuevo acuerdo de paz. Las condiciones, por parte de losindgenas seguan siendo las mismas, aunque esta vez los yaquis condicionabanla deposicin de las armas, el fin de las hostilidades, y la repatriacin de lasfamilias que haban sido deportadas a Yucatn.73
Por el contrario, el gobierno mexicano requiri la rendicin sin condicin yfij para el 10 de junio siguiente el ultimatum para deponer las armas. Intilesfueron las tentativas de los yaquis para obtener una prrroga de tiempo,74 y elda siguiente al trmino del ultimatum, el peridico oficial del estado, La Cons-titucin, titulaba en en ocho columnas: LOS REBELDES NO CUMPLIERONCON LAS ESTIPULACIONES DE PAZ.75
Dicho titular es muy significativo porque, de alguna manera, reflejaba lassensaciones generales de la poblacin sonorense. Como en ocasin de la ruptu-ra de la Paz de Ortiz en 1899 o del fracaso de las negociaciones de 1904, en efecto,en ese caso tambin, era por las faltas de los yaquis que no se pudo llegar a
72 Cfr., El Colmillo Pblico, 16 de mayo de 1904, La guerra del Yaqui. La ltima hecatombe, HN.
73 Cfr., The Arizona Daily Star, 16 de mayo de 1908, citado en Raquel Padilla Ramos y Mara del Carmen Tonella Trelles, La guerra
del Yaqui a travs de la prensa arizonense, en XXII Simposio de Antropologa e Historia, Hermosillo, Universidad de Sonora,
1997, p. 179.
74 Cfr., AGN, FMGR, tomo 48, exp. 124, 9 de junio de 1908.
75 Cfr., AGES, Archivo Judicial del Gobierno del Estado de Sonora (en adelante AJGES), ao 1908-Campaa del Yaqui.
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ningn acuerdo. Otro peridico, El Comercio, retomaba y subrayaba el mismoconcepto, pues sostena la inutilidad de las conferencias de paz, ya que los yaquissiempre se haban opuesto terminantemente a deponer las armas, y persuadidode que la idea de las negociaciones haba sido un mero estratagema de Bule parahacerse de vveres y evitar que siguiera las deportaciones a Yucatn.76
Otra vez en conflicto, el Gobierno aument an ms los esfuerzos blicos
[]resuelto [esta vez] a hacer la batida ms formidable que imaginarse [poda]
contra los indios rebeldes para capturarlos a fin de que [fueran] deportados para
Yucatn [porque ya no se crea] posible acabar con la rebelin de otra manera.77
Con una circular a todas las autoridades estatales, el entonces gobernadordon Alberto Cubillas llam a todos a cooperar y estar preparados no solamen-te a la defensa de sus intereses, sino para escarmentar enrgicamente al enemigo,cuando el caso se presentara. Slo de ese modo se poda pensar en acabardefinitivamente con esa situacin, y garantizar [por fin] los intereses y las vidasde los habitantes del Estado del instituto feroz de la tribu.78
Pero esta vez el Gobierno mexicano pudo contar con apoyo y colabora-cin, para aprehender a todos los yaquis y evitar la huida de los perseguidospor las tropas no slo dentro de Sonora, sino tambin afuera de los confinesnacionales.79
La guerra continu durante todo 1908, pero la falta de recursos, cada vezms grande, acab con la ltima resistencia indgena. Diezmados por la perse-cucin sin cuartel, los yaquis acudieron una vez ms al Gobierno en el otoo,para que se volvieran a entablar otros tratados de paz.80 Despus de algunas
76 Cfr., AGES, AJGES, ao 1908-Campaa del Yaqui.
77 Cfr., La Revista de Mrida, 19 de junio de 1908, ao XL, nm. 6485, p. 2, citado en Raquel Padilla Ramos, op. cit., 1995,
p. 105.
78 Cfr., AGES, AJGES, ao 1908-Campaa del Yaqui.
79 Cfr., La Revista de Mrida, 13 de agosto de 1908, ao XL, nm. 6527, p. 2, citado en Raquel Padilla Ramos, op. cit., 1997, p.
118.
80 Guiogubampo, 18 de septiembre de 1908
Capitn General de los Ocho Pueblos del ro Yaqui
Bueno seor Luis Medina Barrn,
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dificultades, por razones que no se comprendieron bien, pero que, segn elcomandante de los Rurales, Medina Barrn, se deban, obviamente, a las absur-das pretensiones de los yaquis,81 en enero de 1909 se firm finalmente la paz.82
Sin embargo, inicialmente no todos los yaquis se adhirieron a la paz. Cuan-do los indgenas se reunieron en La Pitahaya, en el Bacatete, para las negocia-ciones, algunos rebeldes, guiados por los cabecillas Ignacio Mori y Luis Matu, aldarse cuenta que numerosas tropas federales estaban rodeando la zona, temie-ron una nueva masacre, por lo que recogieron las armas y huyeron. En los dassiguientes, el Gobierno trat de tranquilizar los nimos de la colectividad pormedio de una circular, subrayando cmo la situacin ya estaba bajo control ydonde reinaba la buena armona entre las autoridades del Estado y Bule consus Capitanes y los Gobernadores de la tribu.83
La noticia del acuerdo finalmente alcanzado por los yaquis y los yoris,despus de tantos aos de sangrientos y cruentos choques, fue celebrada porla prensa con gran entusiasmo. Por ejemplo, afirmaba El Occidental en unaocasin:
Hecha la paz en nuestro territorio [quedaba por fin] abierto a la explotacin necesa-
ria del capital extranjero, que ya no [haba tenido] traba ninguna para venir a invertirse
en toda clase de negocios y convertirse en riqueza y abundancia para sus dueos y
para el lugar donde [quedaban] establecidos [slo] el capital extranjero [precisa-
ba poda ser] el impulsor en el pas; el nacional se [dedicaba] a explotaciones, tal
vez ms seguras, pero ms raquticas y menos nobles, como [eran] el agio y an la
Estos Ocho pueblos te saludan todos t slo hablaste primero y todos estn conforme con el bien mi gente; me falta
ahora porque quieren a sus familias ya no es plan estn haciendo ahora yo y todos lo recibimos a esta gente todava
est llegando por eso me perdonars.
Bueno Sr. Luis Medina Barrn, estos Ocho Pueblos dicen la verdad, quieren recibir la paz, t lo sabes, pues la
estamos siguiendo por lo que trabajas por eso Dios, lo sabr esta gente es toda la verdad y todos te saludan.
Luis Bule, Luis Matus, Ignacio Mori.
Cfr., AGN, FMGR, tomo 49, exp. 79.
81 Cfr., Jos Velasco Toro, op. cit., 1985, p. 35.
82 Cfr., AGES, AJGES, ao 1908-Campaa del Yaqui.
83 Cfr., AGES, AJGES, ao 1908-Campaa del Yaqui.
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usura, llevadas ambas, en algunos casos, al ltimo extremo de devastacin y ruina.
Mientras el capital extranjero se [inverta] en la minera, en la industria, en grandes
empresas agrcolas, etc., levantadas grandiosas; peligrosas las ms de las veces, s,
pero propias para producir el bienestar y la abundancia de toda una comarca y no la
riqueza y preponderancia de uno o dos ancianos achacosos; apropiadas [las prime-
ras] para influir en el engrandecimiento de la patria y sostener una juventud vigorosa
y flamante y no destinada como [las segundas] para formar el rico porvenir de dos
o tres jvenes inservibles y raquticos, que [haban muerto] el da que la ltima onza
de oro, legada por sus padres [pasara] a la mano de la ebria meretriz que les [haba]
servido de barragana.
Las perspectivas y objetivos son claros, por lo que aprovechar el
[]brillante filn de oro, selva interminable de preciosas maderas [esa] llamada sin
lmites, en una palabra [ese] gran campo de accin, para todo el que bajo cualquiera
forma [rindiera] culto al trabajo y [buscara] su engrandecimiento y el del suelo que
le [ayudaba] a levantarse.
Pero, prosegua el artculo, todo eso no poda realizarse sin la conservacinde sus braceros nativos, el pan del Estado, su fuerza, su vitalidad [sin los cuales]el Estado de Sonora [haba caminado] a la ruina a la desolacin y se [convirti]en una tierra solitaria y estril. He ah entonces la gran victoria de los pacificado-res del Estado: haber alcanzado la pacificacin en la tribu
[] conservando, organizando y arrancando de la muerte a los vencidos y pacifica-
dos, y no [como] en otras pocas y por otros hombres, destruyendo, matando y
aniquilando. Dos grandes triunfos: uno ante la civilizacin, arrancando de la barba-
rie una tribu intil y an perjudicial por sus fechoras y pretensiones y, la otra, ante la
humanidad, conservando a la humanidad una raza que estaba a punto de desapare-
cer de la superficie de la tierra. [Una] raza viril, indmita y guerrera, por lo mismo
necesaria para el cruzamiento con las razas degeneradas cobardes e impotentes.84
84 Cfr., AGES, AJGES, ao 1908-Campaa del Yaqui.
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Nuevas perspectivas poltico-econmicas, slidas metas socioculturales stala pacificacin de los yaquis. Una solucin, como las veces anteriores, no sehaba mantenido estable por mucho tiempo, pues a pesar de que con ella seabrieron muchas puertas, tambin era cierto que el trmino de las hostilidadeshaba daado otros intereses, construidos alrededor del conflicto.
Ms all de una guerra de reivindicacin territorial y de autonoma de losindgenas, la Cuestin Yaqui acab por volverse Cuestin Yori. Una dialcticapoltica, econmica, social y cultural.
Esta etapa de la guerra del yaqui lleva a entender que una de las bases delconflicto es el enfrentamiento de dos cosmos muy diferentes, en donde el dilogopara llegar a una solucin satisfactoria para ambos fue dificultado por conti-nuos malentendidos interpretativos e incomprensiones lingsticas.
Las fuentes consultadas acerca de la guerra del yaqui en especial los relatosde los historiadores de la poca estn cargados por la legitimidad impuestadesde el Estado, en donde se mostraron caractersticas centrales como el salva-jismo de los indgenas o los retornos econmicos de hacendados y comercian-tes, mientras se subestim o hasta se dej de lado otros igualmente importantes,como la instrumentalizacin de los yaquis o el juego poltico que haba detrsde los hechos. Sucesos del todo ajenos a las reivindicaciones territoriales y deautonoma de stos. Es clara la funcionalidad de esa historia al establecimientoy a sus polticas.
Cuando se habla de los retornos econmicos y del papel de los hacendados yotros agentes econmicos las fuentes indican que exista la colaboracin dealgunos actores con los yaquis, sin embargo, la responsabilidad fue general-mente asignada segn el cargo ocupado y los intereses de los distintos acusadoresy acusados, y no tanto por la infraccin objetiva de normas y de leyes.85
85 Fue el tema de la cooperacin de los hacendados con los yaquis el cual ha sido tratado por distintos autores. En este contexto,
sin duda alguna, pueden verse Evelyn Hu-Dehart, Yaqui Resistance and Survival. The Struggle of Land and Autonomy, 1821-
1910, Madison, University of Wisconsin Press, 1984. Sin embargo, pero reservando a otra sede mayores reflexiones,
cabe subrayar que esa relacin fue muy contradictoria, resultante de una constante evaluacin de costos y beneficios por
parte de los diferentes agentes no-yaquis involucrados.
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Del mismo modo, la adopcin de las medidas en contra de los indgenasrespondi a puntuales necesidades estratgicas de conveniencia, de poder y pre-cisas exigencias y presiones poltico-econmicas.
Los mismos sentimientos hacia los yaquis, se insertaban en el ambiente na-cional y fluctuaban entre el odio y la fascinacin. Estigmatizados, por un lado,para justificar la accin represiva del Estado, y por otro, estos indgenas repre-sentaban lo indmito y salvaje, algo que se resista fieramente al inevitable trans-curso del tiempo.
En cada caso, mucho de cierto s haba: cada vez que se cometa un crimen,los yaquis eran los primeros en ser acusados, con razn o injustamente, lo cualno importaba. No caba duda para los gobernantes del estado y para la pobla-cin, que reciba las comunicaciones de la poca, que la responsabilidad delpermanente estado de guerra era de los indgenas, porque el Gobierno intenta-ba cumplir fielmente todas las promesas hechas a los indios.
El ejemplo ms claro se refiere a la cuestin agraria: la concesin de tierrashechas por el Gobierno deba ser suficiente para satisfacer las reclamacionesindgenas, ms all que cualquier objecin. De esa manera, la reivindicacinque los yaquis hacan de su propio territorio no poda encontrar ninguna justi-ficacin legtima. Incluso, ese rechazo justificaba la clera de los yoris y losobligaba a intensificar las medidas represivas.
La retrica y los actos del estado, la cooperacin de los peridicos, de losprotagonistas polticos y econmicos y de los historiadores como sus intelectua-les orgnicos dejaron a los yaquis en una posicin de sometimiento y les otorga-ron una imagen negativa, cercana a la maldad frente a los sentimientosnacionales.
Finalmente, la Cuestin Yaqui fortaleci los sentimientos nacionales, a pesarde las diferencias de intereses, y particip de manera decisiva en la construccinpoltica, econmica, social y cultural del Estado-Nacin. Es indudable laplaneacin hecha por las altas esferas pblicas en la construccin de la nacindesde arriba.
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