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LA DESNATURALIZACIÓN DEL CRISTIANISMO: El planteamiento filosófico postcartesiano y la respuesta protestante. RESUMEN A partir de la Modernidad, la razón se convierte en la instancia crítica última y todo es sometido a su juicio. Por eso, se le arrebata a la revelación cristiana su hegemonía y el cristianismo deja de vivirse con naturalidad para ser cuestionado desde criterios puramente racionales. El problema fue que los filósofos, al intentar que las verdades reveladas superasen el tribunal de la razón, desnaturalizaron el cristianismo, es decir, lo despojaron de elementos y contenidos fundamentales. De ahí que los teólogos no tuvieran más remedio que preguntarse por lo esencial del cristianismo para tratar de devolverle a éste su identidad. Y esto fue lo que hizo Harnack en su conocido libro La esencia del cristianismo.

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LA DESNATURALIZACIÓN DEL CRISTIANISMO:

El planteamiento filosófico postcartesiano

y la respuesta protestante.

RESUMEN

A partir de la Modernidad, la razón se convierte en la

instancia crítica última y todo es sometido a su juicio. Por

eso, se le arrebata a la revelación cristiana su hegemonía y

el cristianismo deja de vivirse con naturalidad para ser

cuestionado desde criterios puramente racionales. El problema

fue que los filósofos, al intentar que las verdades reveladas

superasen el tribunal de la razón, desnaturalizaron el

cristianismo, es decir, lo despojaron de elementos y

contenidos fundamentales. De ahí que los teólogos no tuvieran

más remedio que preguntarse por lo esencial del cristianismo

para tratar de devolverle a éste su identidad. Y esto fue lo

que hizo Harnack en su conocido libro La esencia del

cristianismo.

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PLANTEAMIENTO DE LA CUESTIÓN.

El “cogito ergo sum” cartesiano es el origen de las

distintas corrientes de pensamiento que han surgido en la

filosofía moderna y contemporánea1: racionalismo, empirismo,

idealismo, existencialismo, nihilismo... Descartes, por medio

de su duda metódica, y buscando el principio metodológico de

su filosofía, estableció el “yo” como fundamento del ser y

nuevo punto de partida. Y fue a partir de ese momento cuando

el hombre tomó especial protagonismo en el pensamiento y se

convirtió en el centro de atención. Desde entonces todo

girará en torno a él y estará en función suya. Cualquier

avance filosófico, intelectual, científico o técnico se

produce en pro de la felicidad del hombre y de satisfacer sus

deseos por saber y dominar sobre lo que le rodea.

El cristianismo, por supuesto, también se vio afectado

por esta nueva perspectiva filosófica. Dios, Cristo, Iglesia,

Sagrada Escritura, Sacramentos... sufrirán la influencia de

este antropocentrismo iniciado por Descartes. Y el problema

que surge cuando se intenta explicar los contenidos

fundamentales de la fe desde criterios puramente racionales

es la desnaturalización del cristianismo, o sea, la

alteración y tergiversación de lo que es esencial a la fe

cristiana.

En este artículo presentaremos algunos de los enfoques

filosóficos postcartesianos que desvirtuaron el cristianismo

y que, de algún modo, despertaron a principios de siglo XX en

Harnack la pregunta por la esencia del cristianismo. Cada uno

1 Whitehead escribió que la historia de la filosofía moderna es la

historia del desarrollo del cartesianismo en su doble faceta de idealismo

y mecanicismo; y Bertrand Rusell afirmó que Descartes es el fundador de

la filosofía moderna. Ambos textos se encuentran citados en: G. REALE –

D. ANTISERI, Historia del pensamiento filosófico y científico. Del

humanismo a Kant (Barcelona 1992), vol. II, 305.

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de los autores que trataremos tiene una visión muy particular

de lo que es fundamental en la fe cristiana, pues cada uno, a

su modo, ha querido diferenciar los contenidos esenciales de

los prescindibles. Así pues, por una parte estudiaremos a

cuatro filósofos representantes de distintas corrientes de

pensamiento: Baruc Spinoza, John Locke, Immanuel Kant y

Ludwig Feuerbach; y, por otra, al teólogo historiador

protestante Adolf von Harnack.

1.- BARUC SPINOZA: EL CRISTIANISMO Y LA RELIGIÓN UNIVERSAL.

El eje central de la filosofía spinoziana es la noción

de Dios. Baruc Spinoza (1632-1677), partiendo de un monismo

sustancial, considera que Dios es la única sustancia

existente, y fuera de ella no subsiste nada. Él no enuncia a

Dios como un ser trascendente del mundo, sino como la causa

inmanente de su ser. Por esta razón incurre en un panteísmo

radical, aunque no llegará a equiparar a Dios y al mundo:

Dios no se identifica con la naturaleza perceptible

empíricamente (natura naturata), sino con la natura naturans,

principio activo y eterno de todo ente. Y estos presupuestos,

que Spinoza presenta de forma explícita en su obra maestra

póstuma Ethica, ya estaban presentes en su exposición crítica

a toda religión revelada que aparece en su Tractatus

Theologico-Politicus.

El proyecto filosófico spinociano consiste en buscar un

saber que salva, una verdad capaz de otorgar sentido a la

existencia humana, de hacer feliz al hombre. Para conseguir

eso, Spinoza describe dos vías: la vía racional y la vía

fiducial. La vía racional es la vía de la razón, de la

revelación natural o filosofía; y la vía fiducial es la vía

de la obediencia, de la revelación histórica. La primera es

seguida por una minoría, pues son pocos los que pueden llegar

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a la verdad por medio de la razón; la segunda, en cambio, es

seguida por la mayoría, ya que es suficiente con obedecer una

doctrina revelada. Dice Vilanova al respecto: Éste es el

objetivo de la filosofía: alcanzar la verdad. El objetivo de

la religión, en cambio, es la obediencia y la piedad [...] De

modo que tenemos dos niveles de salvación: el que proporciona

la filosofía, que es en régimen de interioridad, y la

salvación por la fe, que es en régimen de exterioridad2.

Spinoza, por tanto, en esta división entre religión

natural y religión revelada, desnaturaliza la revelación y

establece una simetría entre la verdad que el hombre puede

alcanzar por la razón universal y la que recibe por la

revelación. Su interés es determinar qué es la fe y cuáles

son sus fundamentos y separar, al mismo tiempo, la fe de la

filosofía, que es el objetivo de toda esta obra3. Para eso,

el filósofo holandés, en la línea de lo que se llamará más

tarde el proyecto ilustrado, pretende fijar los puntos

esenciales de la religión racional apoyándose en la religión

revelada. Ésta será un paso histórico necesario para que la

mayoría de los hombres puedan alcanzar la salvación, ya que

sólo unos pocos pueden conseguirla por la razón: el vulgo

debe obedecer y cumplir las normas reveladas si quiere

salvarse; el filósofo se salva a través de su razón4.

Sin embargo, esto no significa que la religión revelada

positiva no tenga unos límites. Hay algunas cosas en esta

religión que son prejuicios históricos, y no contenidos

verdaderamente esenciales. Por eso, siguiendo un método

2 E. VILANOVA, Historia de la teología cristiana. Siglos XVIII, XIX

y XX (Barcelona 1992), vol. III, 86.

3 B. SPINOZA, Tratado Teológico-político, (Madrid 1986), capítulo

XIV, p. 309. A partir de ahora aparecerá citado de la siguiente forma:

T.T.P., XIV, 309.

4 Cf. T. T. P., V, 163.

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crítico de interpretación de la Sagrada Escritura, Spinoza

eliminará de la revelación todo lo que, según su criterio, no

sea fundamental, destruirá todos los prejuicios y

restablecerá su pureza originaria. Así presentará un

cristianismo racionalista y universal, cuyos contenidos

coincidirán con aquellos que la razón puede descubrir por sí

misma; y rechazará de la Escritura todo lo que sea contrario

al sentido común y muestre algún tipo de incoherencia en la

exposición o en las enseñanzas. Para él, el método de

interpretar la Escritura no es diferente del método de

interpretar la naturaleza, sino que concuerda plenamente con

él. Pues así como el método de interpretar la naturaleza

consiste primariamente en elaborar una historia de la

naturaleza y en extraer de ella, como de datos seguros, las

definiciones de las cosas naturales; así también, para

interpretar la Escritura, es necesario diseñar una historia

verídica y deducir de ella, cual de datos y principios

ciertos, la mente de los autores de la Escritura como una

consecuencia lógica5.

El filósofo holandés lleva a cabo esta interpretación

crítica, esta búsqueda de la esencia del cristianismo, en

tres momentos: primero, determinando las novedades de la

revelación neotestamentaria con respecto a la

veterotestamentaria; segundo, analizando la obra de Cristo y

quitando de ella todo elemento sobrenatural; y tercero,

examinando el cristianismo histórico.

1.1. La novedad de la revelación cristiana.

5 T.T.P., VII, 193.

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Spinoza considera que no existe ninguna diferencia, en

cuanto a contenidos esenciales, entre la revelación judía y

la revelación cristiana; es decir, entre la revelación

veterotestamentaria y la neotestamentaria: ambas pretenden

que los hombres practiquen la justicia y la caridad. La

diferencia entre ellas consiste sólo en “aspectos formales”:

en el cristianismo se universaliza el mensaje salvífico, que

estaba reducido al pueblo judío; se espiritualizan los

motivos de obediencia y piedad, que en AT era el cumplimiento

externo de una serie de leyes; y se interioriza, cuando en el

judaísmo era necesaria la exteriorización6. Por lo tanto, los

aspectos formales que confieren la novedad a la religión

cristiana son tres: universalidad, espiritualización e

interiorización.

Por otra parte, Spinoza, como racionalista, distingue

entre el orden de lo necesario, donde se encuentra la verdad,

y el orden de lo contingente, donde está el hombre, que sólo

puede llegar a la verdad por medio de la Razón. El hombre

sólo dispone de la razón para ponerse en contacto con la

verdad; ella es el único medio posible. Por eso no tiene

sentido, y es ilógico, afirmar que lo absoluto se ha

manifestado en la historia, elevando ese mismo momento a la

categoría de absoluto. En la historia sólo podemos encontrar

momentos en los que un individuo ha estado más cerca de la

verdad o ha revelado la verdad que la razón puede llegar a

descubrir, pero nunca encontraremos un momento histórico en

6 La fe en las historias es necesaria para poder transmitir la

doctrina, pues la Escritura no establece sus verdades siguiendo el orden

de los razonamientos; los milagros ayudan a dar crédito a la fe propuesta

o impuesta; los ritos y ceremonias cumplen la función de recordar en todo

momento la total dependencia respecto de Dios y de su representante en la

tierra. Las historias, los milagros y los ritos son medios por los que la

ley es enseñada, reafirmada e introyectada. La religión entendida como

ley del pueblo judío, alcanza así el mayor grado de exterioridad. J. J.

GARRIDO ZARAGOZÁ, Spinoza y la interpretación del cristianismo: Anales

Valentinos 2 (1976) 122.

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el cual la verdad aparezca como una novedad absoluta para la

razón. La verdad es de siempre, y este “de siempre”

relativiza el momento de su revelación7.

1.2. La persona y la doctrina de Jesucristo.

El anterior presupuesto hace que el acontecimiento de

Jesús sea para Spinoza un momento histórico especial, pero no

absoluto. Él distingue entre el “Cristo según la carne” y el

“Cristo según el espíritu”8. El “Cristo según la carne”

corresponde al Cristo de la historia, al Jesús histórico que

vivió en Palestina; y el “Cristo según el espíritu” a la

doctrina que enseñó el “Cristo según la carne”, y que

coincide con las verdades que descubre la razón. El “Cristo

según el espíritu” es la religión universal y verdadera, es

la Palabra de Dios que se encuentra en el corazón del hombre

y en la Sagrada Escritura, como un reconocimiento explícito

de lo implícito en el ser humano. Quien realmente salva es

este “Cristo según el espíritu”, pues el “Cristo según la

carne” lo que hace es ofrecer a muchos hombres (a los

incapaces de elevarse por sí mismos a la verdad) el camino de

salvación por la obediencia. De modo que el Jesús histórico

adquiere para Spinoza una superioridad sobre los demás

individuos humanos, es el hombre más perfecto y único de la

humanidad, no por su naturaleza divina, sino por haber

percibido las verdades eternas de Dios como tales verdades.

7 Ibid., 125.

8 Garrido hace la siguiente advertencia: Esta distinción

spinociana, basada en San Pablo, no debe confundirse con la de «Jesús de

la historia» y «Cristo de la fe» que la teología actual utiliza con tanta

profusión. El «Jesús de la carne» de Sp incluye elementos que el teólogo

y el historiador situarían en el «Cristo de la fe». Y el «Jesús según el

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Jesús, por una parte, es más que un profeta, porque no

recibió la revelación de Dios mediante palabras o figuras

realmente percibidas, como les ocurrió a los profetas del

Antiguo Testamento, sino que recibió la revelación de una

manera inmediata. Los profetas recibieron la revelación por

medio de la imaginación, Cristo por medio del entendimiento9.

Y, por otra, Jesús es más que un filósofo, porque sabe cómo

pueden salvarse los hombres sencillos que no son filósofos.

Estos saben que el verdadero conocimiento los salva, pero no

saben cómo se pueden salvar los demás; en cambio, Jesús sí lo

sabe y lo comunica a los hombres. Por esta razón, Spinoza no

considera a Jesús de Nazaret como al Salvador, sino como al

hombre que predica una doctrina salvífica universal10.

Esta separación entre Salvador y doctrina salvífica

explica que no se puedan aceptar de la misma forma todos los

momentos de la vida de Jesús. Lo esencial de su vida, y lo

que se ha transmitido con fidelidad en los evangelios, es su

pasión, muerte y sepultura. Los otros momentos importantes,

como son la encarnación, los milagros y la resurrección,

deben ser considerados sólo en función del anuncio de la

doctrina salvífica que los hombres deben obedecer. La

encarnación es la manera de expresar la superioridad de Jesús

sobre los hombres, los milagros son signos exteriores para

que el vulgo acepte más rápidamente la doctrina y la

resurrección es la expresión simbólica, adaptada a la mente

de los discípulos, del alto grado de libertad de Cristo y de

la entrada en la eternidad definitiva de la parte de su alma

reflexiva que percibe las cosas en el tercer grado de

espíritu» no coincide formalmente con el reconocimiento post-pascual de

Jesús como Señor, Cristo y Salvador. Ibid., 126.

9 Cf. T.T.P., IV, 144-145.

10 Cf. T.T.P., V, 153.

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conocimiento, es decir, la parte de su alma que permite ver

las cosas en su proceder desde Dios11.

La revelación cristiana y el acontecimiento histórico de

Cristo pierden su carácter soteriológico y son considerados

como la expresión accesible al vulgo de la religión

universal, que enseña la verdadera manera de vivir, la cual

consiste en la caridad y en la sinceridad. En efecto,

Spinoza, al igual que después la mayoría de los ilustrados,

elimina del cristianismo los elementos sobrenaturales, porque

no encajan en la razón ilustrada, y destaca su contenido

moral.

1.3. El cristianismo histórico.

El filósofo holandés reconoce la Sagrada Escritura en

cuanto que es “Palabra de Dios”, es decir, doctrina que

conduce a los hombres a la salvación. Según él, en la

Escritura no hay misterios profundos o algo inaccesible a la

razón humana, sino enseñanzas muy simples, fácilmente

captables, que requieren ser obedecidas. Todo lo que en la

Escritura no esté implicado o sea consecuencia del mandato

fundamental del amor es insignificante. En cambio, todas las

verdades que contiene la Escritura necesarias para la

11 Spinoza distingue tres grados de conocimiento: el primer grado es

el conocimiento empírico, aquel que está ligado a las percepciones

sensoriales y a las imágenes; el segundo grado es el conocimiento

científico (halla su típica expresión en la matemática, la geometría y la

física), aquel que se basa en las ideas adecuadas, comunes a todos los

hombres y que representan las características generales de las cosas; y

el tercer grado es el conocimiento llamado ciencia intuitiva, aquel que

permite ver todas las cosas en la visión misma de Dios. Cf. G. REALE – D.

ANTISERI, o.c., 366-367.

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salvación pertenecen a la religión universal12. Ésta es la

religión de la razón a la que pueden llegar los filósofos,

pero no el resto de los hombres que necesitan que les

formulen de manera sencilla algunas de las propiedades de

esta religión universal. Estas propiedades son la

interioridad, la espiritualidad y el universalismo, y el

único capaz de hacerlo es el “Cristo según la carne”. Así

pues, no puede haber contradicción entre la religión

universal y la religión cristiana, ya que ésta es la

formulación clara, sencilla y accesible de aquélla.

El cristianismo histórico, por su parte, no ha expuesto

fielmente esta enseñanza de la Escritura. Los apóstoles,

enviados por Jesús a anunciar su doctrina a todo el mundo y

enseñar y escribir como doctores, se vieron en la necesidad

de hacer una interpretación del Evangelio para que la novedad

no resultase tan extraña a los hombres de su tiempo. Y esta

interpretación y adaptación que es necesaria, origina un

problema cuando se confunden las interpretaciones y lo

esencial. Si al leer la Escritura no se hace una distinción

entre lo esencial y la interpretación se corre el riesgo de

provocar en la Iglesia divisiones y controversias, como las

que se han producido a lo largo de la historia.

Spinoza, además, acusa a los teólogos de ser los

responsables de mezclar las especulaciones y la Palabra de

Dios; y, en consecuencia, de originar las divisiones y las

disputas en el seno eclesial. Los teólogos se han encargado

de decir que la Escritura contiene misterios profundos y

12 Estas verdades son siete: existe un Dios, un ser supremo modelo

de vida verdadera; Dios es único; Dios está presente en todas partes;

Dios tiene supremo derecho y poder sobre todas las cosas, y no hace nada

obligado jurídicamente, sino todo por su absoluto beneplácito; el culto o

la obediencia a Dios consiste en la sola justicia y caridad, esto es, en

el amor al prójimo; todos los que obedecen a Dios, y sólo ellos,

siguiendo esta regla de vida, se salvan; y Dios perdona los pecados a los

que se arrepienten. Cf. T.T.P., XIV, 314-315.

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sublimes especulaciones, con lo cual han despreciado la

naturaleza y la razón. Ellos han confundido lo esencial con

las interpretaciones, y por eso la propuesta de Spinoza es,

precisamente, corregir y eliminar estos prejuicios de los

teólogos y elaborar un método de interpretación de la

Escritura que permita reconocer lo fundamental. Haciendo esto

se eliminarán esas divisiones que existen en el cristianismo

histórico, puesto que se reconocerá lo auténticamente

cristiano: el mensaje moral que salva al hombre.

A modo de recapitulación: el pensamiento religioso

spinociano valora positivamente la revelación cristiana por

dos motivos: supera la revelación judía, que es origen de la

religión de un pueblo donde todo se reduce al cumplimiento

externo de unas leyes y de unos cultos y ritos; y es

expresión sencilla de la religión universal, cuyas

características son la universalidad, la espiritualización y

la interiorización. Por otra parte, Spinoza distingue entre

el Jesús de la historia y el mensaje salvífico que comunica,

entre el “Cristo según la carne” y el “Cristo según el

espíritu”. Lo que puede salvar al hombre es la acogida del

“Cristo según el espíritu”, que es la doctrina salvífica que

comunica el “Cristo según la carne”, pero que cualquier

hombre puede descubrir por medio de su razón. Jesús es el

hombre más perfecto, el superior, pero él no salva. Lo que

salva es la obediencia al contenido moral que él comunica, no

su persona. Por eso, el Jesús histórico es importante, en

cuanto formula de manera sencilla la religión universal para

que el vulgo se pueda salvar; pero no absoluto, pues los

filósofos descubren su doctrina por medio de la razón. Por

último, Spinoza considera que el cristianismo histórico ha

cometido el grave error de no distinguir entre lo que es la

Palabra de Dios y lo que son interpretaciones de esa palabra.

Los apóstoles tuvieron que interpretar y adaptar la Palabra

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12

de Dios a sus coetáneos, pero eso no significa que tengan el

mismo valor las interpretaciones que lo esencial. Así pues,

Spinoza elabora un método de interpretación de la Escritura

según el cual sólo es esencial en el cristianismo aquello que

esté relacionado o en función del mandamiento del amor y no

contradiga la razón.

2.- JOHN LOCKE: LA RACIONALIDAD DEL CRISTIANISMO.

Si Spinoza en su Tractatus Theologico-Politicus

presentaba una concepción racionalista del cristianismo, Jonh

Locke en su obra La racionalidad del cristianismo intentará

hacer una lectura de la Escritura que permita mostrar la

compatibilidad entre una interpretación racional del

cristianismo y el cristianismo auténtico. Spinoza equipara

los contenidos de la revelación natural o filosofía y la

revelación histórica, es decir, hace coincidir los contenidos

de la razón y los de la fe; y Locke puntualiza que la

revelación histórica (la fe) muestra a la razón verdades a

las que ella no puede llegar del todo. O sea, que para Locke,

de algún modo, la fe tiene un papel complementario a la

razón.

Las consideraciones lockeanas sobre el cristianismo son

el primer hito de la gran tradición ilustrada que va a

interpretar el fenómeno religioso de acuerdo con el ideal de

la humanidad. Por eso, Locke puede ser considerado, gracias a

su obra La racionalidad del Cristianismo, el iniciador del

proceso de humanización de la religión revelada que se lleva

a cabo en la Ilustración.

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13

2.1. La razón y la fe.

John Locke (1632-1704) sobresale por haberle dado forma

a la nueva manera de concebir la realidad surgida en

Inglaterra: el empirismo. Son Bacon y Hobbes los que primero

esbozan este nuevo sistema filosófico, pero hay que esperar a

Locke para encontrar un desarrollo teórico del mismo. Después

de él, Berkeley y Hume, especialmente éste último, serán los

que se encarguen de hacer que el empirismo evolucione hasta

su últimas consecuencias: el escepticismo.

Ahora bien, a Locke no se le puede considerar un

empirista “puro”, pues en él encontramos un cierto talante

racionalista13. Locke se mueve entre el racionalismo y el

empirismo, y gracias a él y a Newton, Descartes queda

eclipsado14 y el racionalismo no acapara todo el pensamiento

filosófico del siglo XVII. Asimismo, tampoco se le puede

considerar como un deísta15 en sentido propio de la palabra.

Él no diluye el cristianismo en una religión racional y

naturalista16, sino que parte de la religión cristiana para

mostrar su carácter racional y universal. Por eso, en

definitiva, Locke no es ni un empirista ni un deísta, por más

que se atisben en él características propias del empirismo y

del deísmo.

13 Dice Ferrater Mora: Locke es considerado como uno de los más

distinguidos e influyentes representantes de dicha corriente [el

empirismo inglés], aunque debe tenerse en cuenta que el empirismo de

Locke se halla entrelazado con no pocos motivos y supuestos de índole

racionalista. J. FERRATER, Locke, en: Diccionario de Filosofía (Madrid

1980), vol. III, 1993-4.

14 Cf., P. HAZARD, El pensamiento europeo en el siglo XVIII (Madrid

1998) 263.

15 Para tener una visión más amplia del deísmo cf. Ibid., 345-380;

G. GUSDORF, La conciencia cristiana en el siglo de las luces (Estella

1977) 115-198.

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14

El pensador inglés intenta mantener el equilibrio entre

la religión de la razón y la religión revelada; o sea, entre

la revelación natural y la revelación sobrenatural. A lo

largo de todo un capítulo en su Ensayo sobre el entendimiento

humano17 comprobamos que en ningún momento contrapone razón y

fe, aunque sí los diferencia. Él intenta armonizar los

contenidos que el hombre puede adquirir por la razón y los

que puede recibir por la revelación histórica. Quiere

mantener la tensión entre las verdades reveladas y las

verdades de la razón18.

Para conseguir esto John Locke “racionaliza el

cristianismo”, es decir, hace que las verdades de fe sean

razonables. Por eso, según él, el contenido de la revelación

no puede ser contrario a la razón. Locke insistía en que,

aunque ciertamente Dios puede revelar verdades que

trascienden la razón en el sentido de que la razón sola no

puede establecerlas como tales, debe demostrarse

racionalmente que dichas verdades han sido reveladas antes de

ser aceptadas como verdades de fe. Así, el pensador inglés

acepta que las verdades reveladas son superiores a las

racionales, lo cual no significa que sean contrarias. Las

verdades de fe son superiores porque las conocemos gracias al

testimonio de Dios, pero deben pasar por la criba de la razón

para que el hombre las pueda acoger, pues para Locke la

racionalidad es la primera y única garantía de toda

revelación divina.

16 C. VALVERDE, Génesis, estructura y crisis de la modernidad

(Madrid 1996) 160.

17 J. LOCKE, Ensayo sobre el entendimiento humano (Madrid 1980),

volumen II, libro 4, capítulo 18, pp. 1021-1033. A partir de ahora

aparece citado de esta manera: Ensayo II, 4, 18, [punto], 1021-1033.

18 Para un estudio más detallado sobre este tema de la relación fe-

razón en Locke cf. M. SINA, L’avvento della ragione. «Reason» e «above

Reason» dal razionalismo teologico inglese al deismo (Milano 1976) 284-

438, especialmente 370-395.

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Este intento de explicar racionalmente los contenidos

revelados por Cristo no significa, como hemos dicho antes,

que Locke quiera eliminar la revelación cristiana. Él acepta

totalmente la revelación de Cristo, no tiene ningún problema

en creer cada uno de los misterios revelados; pero eso no

significa que asienta a dichos misterios desde la razón. Él

pretende compatibilizar en todo momento su pensamiento con su

creencia, de tal manera que su religión sea una religión

razonable aceptable por todos.

Ahora bien, el problema surge cuando los contenidos

revelados no son reconocidos por la razón. En este caso,

Locke se inclina claramente a favor de la razón. Para él, en

ella está la primera impresión que Dios realiza

inmediatamente sobre cualquier hombre, lo que él llama

“revelación original”; y hay que distinguirla de la

“revelación tradicional”, que son aquellas impresiones

transmitidas a otros mediante palabras y a través de las vías

normales de comunicación de nuestros conceptos entre sí19. No

debe haber conflicto entre esa revelación original

(revelación natural) y la revelación tradicional (revelación

sobrenatural), pero en caso de que lo hubiera cualquier

verdad que lleguemos a descubrir claramente, a partir del

conocimiento, y de la contemplación de nuestras propias

ideas, será siempre más cierto que aquel que nos llega

mediante la revelación tradicional20.

Por tanto, como la razón es la que tiene la última

palabra, y aquello que ella no acepte debe ser rechazado,

Locke determina como asunto propiamente de fe toda

proposición revelada, de cuya verdad nuestra mente, por sus

facultades y nociones naturales, no puede juzgar o sólo puede

19 Cf. Ensayo II, 4, 18, 3, 1024.

20 Ensayo II, 4, 18, 4, 1025.

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hacerlo con probabilidad. En este caso, cuando los principios

de la razón -dice Locke- no han evidenciado que una

proposición es verdadera o falsa, una revelación clara puede

determinar la mente, como un principio más de la verdad y

como fundamento del asentimiento; y de esta manera puede ser

asunto de fe y estar sobre la razón21.

Así pues, según nuestro autor, no se puede considerar

que la razón sea un conjunto de principios universales

disponibles en cada hombre, ni que la racionabilidad del

cristianismo esté establecida por un cuerpo dogmático de

verdades o sea una inspiración. La razón es el poder de cada

individuo para controlar el organismo (totalidad) del que

forma parte, y la racionabilidad del cristianismo está

establecida por el poder de cada individuo para ejercitar la

crítica intersubjetiva de las propias elecciones, ateniéndose

a las alternativas ofrecidas por la Escritura. Asegura Locke,

en el que posiblemente sea el texto más significativo sobre

la relación entre la revelación natural y la revelación

sobrenatural: La razón es la revelación natural, por la que

el Padre eterno de la luz y el origen de todo conocimiento

comunica al género humano esa porción de verdad que ha

colocado dentro del alcance de sus facultades naturales; la

revelación es la razón natural aumentada por toda una serie

de conocimientos nuevos, comunicados inmediatamente por Dios,

y de los que la razón manifiesta su verdad mediante el

testimonio y las pruebas que tiene de que proceden de Dios.

De tal manera que el que desecha la razón para sustituirla

por la revelación, apaga la luz de ambas y actúa

aproximadamente igual que el hombre que intentara convencer a

otro de que se sacara los ojos para recibir mejor, por medio

21 Ensayo II, 4, 18, 9, 1031-1032.

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17

del telescopio la luz remota que procede de una estrella

invisible22.

Se observa en este texto cómo Locke desarrolla lo que se

conoce con el nombre de “razón ilustrada”; y será en ella

donde encontramos lo característico de su visión sobre el

cristianismo. La razón ilustrada no se apoya en un conjunto

establecido de verdades, sino que es una conquista

intersubjetiva: todo aquello que puede ser conocido debe

estar basado en la facultad humana natural de comprender. Por

eso, en consonancia con este modo de entender la razón, el

objetivo de La racionalidad del cristianismo va a consistir

en llevar a cabo una lectura de las Escrituras que permita

mostrar que la interpretación racional del cristianismo no es

incompatible con el cristianismo auténtico23.

2.2. El cristianismo: un proyecto ético.

Para Locke la esencia del cristianismo está en la

caridad y en la fe práctica (fe de las obras) que no nace de

la fuerza, sino del amor. Por eso, la investigación de esas

nuevas creencias esenciales del cristianismo, que unen a

todos los cristianos, y del verdadero contenido de la ética

cristiana van a ser el objeto de La racionalidad del

cristianismo.

Lo primero que hace el autor inglés en esta obra es

plantear el tema de la justificación. Él piensa que la

naturaleza humana24 y la historia salvífica están

22 Ensayo II, 4, 19, 4, 1036.

23 J. LOCKE, La racionalidad del cristianismo (Madrid 1977) 33.

24 Para Locke el estado de naturaleza no es un continuo estado de

guerra, como pensaba Hobbes, sino el estado en el que se encuentra el

Page 18: La desnaturalización del cristianismo (Giennium 2002).pdf

18

determinadas por la caída de Adán. El pecado de Adán hizo que

el hombre se apartara del estado de inmortalidad en el que

vivía y obligó a Dios a imponer a los hombres el cumplimiento

de una serie de leyes para que pudiesen recuperar dicho

estado. Sin embargo, los hombres, dada su condición limitada

y pecadora, no pudieron cumplirlas, y por eso Dios buscó otra

manera de justificarlos. Esa otra manera fue la redención de

Jesucristo y la ley de la fe. El Hijo de Dios devolvió a la

humanidad el estado de inmortalidad por medio de su

resurrección y enseñó que para gozar de él era necesario

cumplir las leyes divinas, pero teniendo en cuenta que la fe

supliría las deficiencias humanas en el cumplimiento de

dichas leyes25.

Con este planteamiento Locke reconoce que el hombre es

incapaz de procurarse autónomamente su propia salvación y que

necesita de la gracia divina para conseguirla. Y también

piensa que, aunque el hombre sea justificado por Cristo, se

ve en la obligación de dar una respuesta a Dios cumpliendo

sus mandamientos. En definitiva, Locke, al igual que la

doctrina católica, conjuga la gracia de Dios y la respuesta

libre del hombre en el tema de la justificación. No obstante,

el autor, en este desarrollo, considera que la encarnación de

hombre guiado por su razón. El estado de naturaleza es el estado de

libertad que vive el hombre en su relación con los demás, y que está

determinado por una ley moral natural que puede descubrirse por la razón

(cf. J. LOCKE, Dos ensayos sobre el gobierno civil (Madrid 1991), ensayo

II, capítulo 3, punto 19, p. 216. A partir de ahora aparecerá así: EG II,

3, 19, 216). El hombre lleva inscrita en su naturaleza esta ley que le

obliga y condiciona por el hecho de ser criatura de Dios. Por eso, el

hombre, por naturaleza, posee una ley moral que determina todas sus

acciones independientemente del Estado y de su legislación (cf. EG II, 2,

6, 206-207).

25 Dice el pensador inglés: Por lo tanto, la regla de rectitud es la

isma que existió siempre; la obligación de observarla es también la

misma; la diferencia entre la ley de obras y la ley de la fe es sólo

ésta: que la ley de obras no permite faltar en ninguna ocasión [...]

Pero, por la ley de la fe, se permite que la fe supla el defecto de la

obediencia plena; así, los creyentes son admitidos a la vida y a la

inmortalidad, como si fueran rectos. LOCKE, La racionalidad..., 65.

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19

Cristo es necesaria en función del pecado del hombre y olvida

que la gracia es también necesaria sin pecado, pues sólo si

Dios nos atrae hacia sí o viene él hacia nosotros podemos

encontrarnos con él.

Por otra parte, en segundo lugar, Locke hace una

exposición concordada de la Escritura con la finalidad de

presentar cuál es el mensaje esencial, el núcleo de lo que se

debe creer; y la conclusión a la que llega es clara: el

Evangelio fue escrito para inducir a los hombres a la

creencia en esta proposición: «Que Jesús de Nazaret es el

Mesías»; creyéndola, entonces tendrían vida26. El autor, por

activa y por pasiva, analizando la vida, la predicación y los

milagros de Jesús, llega siempre a la misma deducción: la

única cosa que necesitamos creer para participar de la vida

eterna es que Jesús es el Mesías. Así que para el autor

inglés esto sería lo esencial de la fe cristiana: reconocer a

Jesús de Nazaret como el Mesías, el Hijo de Dios.

Por último, y como colofón, Locke presenta su propia

visión del cristianismo como religión y como liberación, es

decir, como mensaje salvífico y como propuesta ética. Después

de criticar duramente los sistemas teológicos y presuponer lo

dicho sobre la ley de obras y la ley de fe, demuestra que la

creencia en Jesús como el Mesías conlleva un compromiso

práctico de buenas obras; siendo éstas las que en realidad

justifican. En otras palabras, para él no es suficiente

creer, también es necesario convertirse, apartarse de los

pecados hacia una vida nueva y distinta. Él dirá: Esto era el

resumen y la esencia del Evangelio que predicaba San Pablo y

era todo lo que sabía que era necesario para la salvación:

«Arrepentimiento y creencia en Jesús como Mesías»27.

26 Ibid., 73.

27 Ibid., 203.

Page 20: La desnaturalización del cristianismo (Giennium 2002).pdf

20

Y es en este último apartado donde aparece lo que

podríamos considerar la aportación más importante del

pensamiento lockeano a la desnaturalización del cristianismo.

Se trata de su particular punto de vista sobre Jesucristo y

la reducción del mensaje salvífico a proposiciones éticas

sencillas de carácter universal. El pensador inglés no entra

en el tema de la divinidad de Cristo. Es decir, él en ningún

momento reflexiona sobre la naturaleza divina de Jesús y las

implicaciones que para el cristianismo tiene la Trinidad,

sino que se limita a analizar la encarnación del Hijo de Dios

en función de las ventajas que descubre a la razón humana. La

venida del Mesías revela, según él, aspectos de Dios y del

hombre a los que la razón podría llegar, aunque nunca con

tanta autoridad.

Por otra parte, Locke considera que son cinco las

ventajas de la revelación de Jesús:

1.- Jesús revela a un solo Dios, frente al

politeísmo que estaban viviendo los hombres por culpa de

los sacerdotes. Éstos habían deformado la razón y era

necesaria una ayuda de la revelación para volver al

monoteísmo.

2.- Jesús revela el deber de la humanidad y lo hace

de una forma clara y sencilla para que pueda entenderlo

el pueblo llano. La razón podría haberlo descubierto,

pero hubiese tardado mucho más tiempo. La revelación, en

cambio, presenta con anterioridad las normas morales y

de tal manera que puede entenderlas y vivirlas la gente

sencilla.

3.- Jesús reforma el culto haciendo desaparecer las

ceremonias rituales. El culto que Él enseña y que Dios

quiere es en espíritu y en verdad.

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21

4.- Jesús estimula una vida virtuosa y piadosa que

será recompensada con otra vida más allá de la muerte.

El anuncio de la inmortalidad despierta en el hombre ese

deseo por vivir la virtud como preparación para la otra

vida.

5.- Por último, Jesús envía la ayuda del Espíritu

Santo para que el hombre descubra lo que debe hacer y

cómo hacerlo. Así, el ser humano se estimula a vivir la

virtud y a practicar la religión verdadera.

La revelación de Cristo, por tanto, queda reducida a

estos cincos aspectos, y especialmente al segundo de ellos:

la ética. El carácter ético del cristianismo es algo

necesario e importante para la historia de la humanidad, a

pesar de la existencia de la ley natural. Sólo la revelación

sobrenatural ha podido establecer los deberes éticos

universales y accesibles a cualquier hombre, pues la razón es

incapaz de llegar a la claridad y sencillez de la moralidad

cristiana. Así pues, como dice Valverde, el libro reduce el

cristianismo a una religión sencilla, racional y

comprensible, «libre de las sutilezas de los teólogos», apta

para todos, sabios o ignorantes. Por eso importa poco que

haya diversidad de confesiones cristianas con tal que

mantengan los artículos de fe necesarios: existencia de Dios,

la espiritualidad e inmortalidad de alma, creer que hay penas

y recompensas en la otra vida, y sobre todo, reconocimiento

de Jesucristo como Mesías enviado por el Padre para

revelarnos las verdades y los misterios que se encuentran en

la Escritura28.

En pocas palabras: el pensador inglés intentó hacer algo

realmente loable, ya que, según afirma Gusdorf, se le puede

28 C. VALVERDE, o.c., 159.

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22

acusar a Locke de haber inaugurado el comienzo del fin del

cristianismo; pero entonces hay que sostener la tesis de una

cristianismo irracional y desrazonable, con todas las

consecuencias de semejante actitud, incluido el riesgo de

fanatismo y de superstición29. Si bien en un primer momento

él considera como fundamental para ser cristiano sólo

reconocer a Jesús de Nazaret como Mesías, después añadirá a

esto la necesidad de actuar y comportarse como Él enseña.

Esto último será lo que especialmente destaque al final de su

obra, en detrimento de aquello. Por eso, Locke, en el último

momento, reducirá el cristianismo a moralidad y lo despojará

de su dimensión salvífica, que está más allá de los

contenidos morales. El autor no tiene en cuenta que Cristo es

la mediación entre el misterio eterno del tres veces santo,

Padre, Hijo y Espíritu, y la humanidad creada y pecadora, a

fin de restablecer entre los dos una relación de amor

compartido y de vida comunicada30.

3.- KANT: LA RELIGIÓN DENTRO DE LOS LÍMITES DE LA MERA RAZÓN.

En el desarrollo de nuestro estudio, y avanzando en los

planteamientos ilustrados presentados, no podemos olvidar al

gran filósofo alemán Immanuel Kant (1724-1804). Él fue quien

inició el giro copernicano en la teoría del conocimiento y

quien situado entre la ortodoxia y el librepensamiento, entre

el racionalismo francoalemán y el empirismo inglés, en una

época de ateísmo creciente defendió la fe en Dios contra «los

ladridos de la razón» y trató de mantener a ésta sujeta a su

29 G. GUSDORF, o.c., 124.

30 Cf. B. SESBOÜE, Jesucristo, el único mediador. Ensayo sobre la

redención y la salvación. El relato de la salvación: propuesta de

soteriología narrativa (Salamanca 1993), vol. II, 18.

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23

propia cadena31. Kant fue el primer filósofo que presentó

expresamente la cuestión del hombre como la pregunta

primordial y básica de todo el preguntar humano32, y por eso

todo lo explicará a partir de esa pregunta, incluso la

religión.

Su filosofía intentará responder a estas cuatro

cuestiones esenciales para el hombre: ¿qué puedo saber? ¿qué

debo hacer? ¿qué puedo esperar?, en definitiva, ¿qué es el

hombre? Cada pregunta está referida a algún aspecto

existencial del ser humano: el conocimiento, el deber, el

futuro (la esperanza) y el ser. Por esta razón, Kant hace un

análisis de la metafísica, de la moral, de la religión y de

la antropología, respectivamente; y de esta manera responde a

dichas cuestiones33.

El filósofo de Königsberg está influenciado por el

racionalismo de Wolff y el empirismo de Hume. Sin embargo, no

serán éstas las únicas corrientes de pensamiento que

31 H. KÜNG, ¿Existe Dios? Respuesta al problema de Dios en nuestro

tiempo (Madrid 1979) 733-734. La mayoría de la bibliografía consultada

considera que Kant reduce la religión a moral, sin embargo autores como

Küng y Gómez Caffarena no aceptan esa simple reducción, sino que

reconocen en Kant un intento reconciliador entre la razón y la fe, y

siempre dándole preferencia a ésta. Gómez Caffarena dice: Kant no

«reduce» la religión a moral; porque quizá lo que la noción descubre es

cuánta religiosidad había en las básicas posiciones éticas kantianas. I.

KANT, La contienda entre las facultades de filosofía y teología (Móstoles

1992) XVII.

32 J. ALFARO, De la cuestión del hombre a la cuestión de Dios

(Salamanca 1989) 29.

33 Dice Kant en la introducción de su Curso de Lógica: El campo de

la filosofía en este sentido cosmopolita puede reducirse a las siguientes

preguntas: 1) ¿qué puedo saber?. 2) ¿Qué debo hacer?. 3) ¿Qué me está

permitido esperar?. 4) ¿Qué es el hombre?. A la primera pregunta responde

la Metafísica, a la segunda la Moral, a la tercera la Religión y a la

cuarta la Antropología. Pero en el fondo se podría considerar todo esto

como perteneciente a la Antropología, pues las tres primeras preguntas se

refieren a la última. Citado por Felipe Martínez Marzoa en el prólogo a

I. KANT, La Religión dentro de los límites de la mera razón (Madrid 1969)

16.

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24

influirán en él; también lo hará el pietismo34, especialmente

a través de sus maestros M. Knutzen y F. A. Schultz, y la

tradición cristiana protestante asumida desde una perspectiva

ilustrada y fundamentalmente ética35. Racionalismo, pietismo

y protestantismo: tres elementos que, de algún modo, están en

la base de todo el pensamiento kantiano.

Sus aportaciones sobre Dios, la religión, el

cristianismo... se encuentran a lo largo de toda su obra,

pero especialmente en La Religión dentro de los límites de la

mera razón (1793) y La contienda entre las facultades de

filosofía y de teología (1798). En ellos, Kant expone lo que

podríamos denominar su “Filosofía de la Religión”36; lo que

para él es el fenómeno religioso. Y será a partir de esto de

lo que nosotros extraigamos aquello que el pensador alemán

considera lo fundamental del Cristianismo, su esencia; o como

diría él: el noúmeno del cristianismo.

Kant distingue dos tipos de proposiciones de fe:

estatuarias y morales. Él dice: los artículos de fe que deben

ser considerados al mismo tiempo como mandamientos divinos

son, o bien estatuarios, esto es, dogmas revelados y de

naturaleza contingente, o bien morales, los cuales, al

hallarse vinculados a la conciencia de su necesidad y ser

cognoscibles a priori, suponen doctrinas racionales de la fe.

El conjunto de los primeros viene a constituir el credo

34 Cf. G. GUSDORF, o.c., 75-114. El pietismo es un movimiento

religioso difícil de definir porque no es una confesión, ni una secta,

sino un estado del alma, que desafía a las clasificaciones de los

especialistas de la teología y de la historia de las religiones (p. 86).

Surgió propiamente con la enseñanza de Philippe Jacob Spener (1635-1705)

y su pretensión fue buscar un acceso a la verdad en su plenitud por el

camino de la experiencia interior, fuera de los caminos trillados de la

ortodoxia (p. 90), o sea, una vuelta a la autenticidad cristiana, oculta

bajo revestimientos abusivos (p. 79-80).

35 Cf. E. VILANOVA, o.c., 247.

36 Para un estudio más amplio de la filosofía de la religión de

Kant, cf. J. BRUCH, La philosophie religieuse de Kant (Aubier 1968).

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25

eclesiástico, mientras que los otros configuran la fe

religiosa pura37. Así pues, para Kant las proposiciones de fe

pueden ser: estatuarias, que son doctrinas reveladas, sólo

casuales para nosotros y que constituyen la fe eclesiástica o

fe histórica; y morales, que son doctrinas racionales a

priori que constituyen la fe de la Religión o la fe

racional38. Aquellas están ligadas a determinados espacios

culturales y temporales, mientras que éstas son proposiciones

de fe necesarias y cognoscibles a priori, o sea, tienen un

carácter universal y no están vinculadas a ninguna cultura o

tradición particular.

Según esta distinción, podemos llegar a tres

conclusiones sobre el pensamiento religioso kantiano:

1. Las proposiciones de fe son mandamientos divinos, es

decir, un conjunto de normas morales que se deben

cumplir.

2. Pueden existir muchas doctrinas religiosas que tengan

pretensión de haber sido reveladas, pero sólo hay una

única fe de la religión, es decir, sólo hay una

religión que tenga un carácter universal.

3. Como consecuencia de esto, la búsqueda de la esencia

de la religión, según Kant, consistirá en determinar

cuál es la fe de la religión y diferenciarla de la fe

eclesiástica o fe histórica.

37 I. KANT, La contienda..., 30; también cf. La Religión..., 105.

38 La terminología kantiana es muy amplia, pero como nota

aclaratoria podríamos resumirla así: por un lado, religión natural,

religión moral, religión de la forma buena de vida, fe racional, fe de la

razón y fe de la Religión; por otro, religión revelada, religión cúltica,

religión de la conquista del favor divino, religión erudita, fe

eclesiástica, fe histórica, fe estatuaria. Cf. E. M. UREÑA, La crítica

kantiana de la sociedad y de la religión. Kant, predecesor de Marx y

Freud (Madrid 1979) 73, nota 45.

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26

Después desarrollaremos estas tres conclusiones, pero

antes será necesario decir algo sobre la existencia de Dios

en la filosofía kantiana.

3.1. Sobre Dios.

Según el filósofo de Königsberg no es posible demostrar

la existencia de Dios desde la razón pura. Él critica todos

los argumentos de la metafísica tradicional sobre la

existencia de Dios, especialmente el ontológico, el

cosmológico y el físico-teológico o teleológico.

Teóricamente, según él, el hombre tiene la idea trascendental

de Dios, pero no puede saber nada sobre su existencia porque

no tiene una percepción sensible suya y, por tanto, no puede

emitir juicios científicos sobre Él39. Por eso, el hombre no

puede afirmar si existe o no existe Dios desde la razón pura;

tiene que recurrir a la razón práctica.

La existencia de Dios, según Kant, sólo se explica desde

la razón práctica, desde la moralidad. Dios es el totalmente

otro que escapa a toda objetivación y del que no se puede

decir nada. Su existencia, empero, se hace necesaria como

condición de posibilidad del bien supremo y de que la

debilidad de la naturaleza humana practique el bien. En otras

palabras, el hombre necesita de Dios como a priori para

cumplir su deber ético y saber que el cumplimiento de ese

deber le traerá la felicidad40. Este planteamiento, no

39 Esto aparece ampliamente desarrollado en: I. KANT, La crítica de

la razón pura (Madrid 1998) 485-567.

40 Cf. G. REALE – D. ANTISERI, o.c., 772; I. KANT, Sobre Dios y la

Religión (Barcelona 1972) 53 (la introducción ha sido realizada por José

María Quitana Cabanas); E. VILANOVA, o.c., 258; y A. LÉONARD, Pensamiento

contemporáneo y fe en Jesucristo. Un discernimiento intelectual cristiano

(Madrid 1985) 161-163.

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27

obstante, no significa que la existencia de Dios esté

fundamentada de forma apodíctica41.

Por otra parte, el que la moral postule la necesidad de

Dios no significa que Dios sea el fundamento de la moral.

Kant deja bien claro, en el prólogo a La Religión, que la

moral se fundamenta en el mismo ser del hombre: la Moral, en

cuanto que está fundada sobre el concepto de hombre como un

ser libre que por el hecho de ser libre se liga él mismo por

su Razón a leyes incondicionadas, no necesita ni de la idea

de otro ser por encima del hombre para conocer el deber

propio, ni de otro motivo impulsador que la ley misma para

observarlo42. Así, el filósofo intenta defender la autonomía

de la moral, la capacidad que tiene el hombre de descubrir

por sí mismo el valor intrínseco de los principios morales,

sin necesidad de una revelación histórica. Si no fuese de

esta manera, Kant no podría afirmar la universalidad de los

imperativos categóricos.

El recurso personal a Dios, pues, aparece en el último

momento, en función de la pregunta “¿qué puedo esperar?”.

Kant, influido por la idea agustiniana de una moralidad

recompensada y la idea luterana de que el hombre busca la

salvación pero no puede encontrarla, vincula la ética a la

religión. Para él, la moral no necesita de Dios para

subsistir, pero sí que se abre a Él cuando se trata de

responder a la finalidad última del hombre.

Ahora bien, ¿de qué Dios se trata? ¿cuál es ese Dios al

que recurre la razón práctica? Kant responderá con estas

palabras: Esta idea de un soberano moral del mundo es una

tarea para nuestra Razón práctica. Para nosotros no se trata

41 Cf. J. A. ESTRADA, Dios en las tradiciones filosóficas. 2. De la

muerte de Dios a la crisis del sujeto (Madrid 1996) 123.

42 KANT, La Religión..., p. 19.

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28

tanto de saber qué es Dios en sí mismo (su naturaleza), sino

qué es para nosotros como ser moral [...] Conforme a esta

necesidad de la Razón práctica, la universal fe religiosa

verdadera es: 1) la creencia en Dios como el creador

todopoderoso del cielo y de la tierra, esto es: moralmente

como legislador santo; 2)la creencia en él, el conservador

del género humano, como gobernante bondadoso y sostén moral

del mismo; 3) la creencia en él, el administrador de sus

propias leyes santas, esto es: como juez recto43. Éste es el

Dios kantiano: un Dios postulado por la razón práctica y que

no necesita revelarse para que el hombre lo pueda conocer. Es

cierto que Kant hablará de revelación, pero ese Dios revelado

se debe ajustar al Dios de la razón, y no al revés.

3.2. La religión como moral.

Por lo que se refiere al tema concreto de la religión

como moral, Kant se encuentra con un dilema: o reduce la

religión pura y exclusivamente a ética, haciéndola, por

tanto, desaparecer como entidad aparte; o afirma la

existencia de la religión al lado de la moral, con lo cual la

contrapondría a ella. La solución del autor a esta antinomia

es la separación entre lo empírico y lo inteligible, es

decir, la separación entre lo dado y lo planteado. El hecho

de que la religión pura se convierta en ética pura constituye

un postulado que jamás se ha realizado ni se realizará en el

mundo de los fenómenos históricos. No obstante, esto no

significa que ese punto de convergencia entre la religión

racional pura y la ética pura sea algo imaginario, ya que la

religión está orientada en esa trayectoria. Por eso, la

43 Ibid., 139-140.

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29

religión, allí donde se presente como realidad histórica,

debe llevarnos a ese punto de convergencia44.

¿Cuál es el problema? El problema es que la religión

necesita aferrarse a signos sensibles para ser comunicable, y

esto hace que esté condicionada por las categorías

específicas del espacio y el tiempo. En consecuencia, la

religión histórica no puede presentar la idea de lo que la

religión es en toda su pureza, no pude manifestar la religión

natural, pero sí puede prepararle el camino. Caso aparte,

como ya veremos, es la religión cristiana, pues él,

refiriéndose a ella, estima que puede una Religión ser la

Religión natural religión y ser también revelada, si está

constituida de tal modo que los hombres, por el mero uso de

su Razón, hubieran podido y debido llegar por sí mismos a

ella, aunque no habrían llegado tan pronto ni en extensión

tan amplia como se requiere, por lo cual pudo ser sabia y muy

provechosa para el género humano una revelación de esa

Religión en un cierta época y en un cierto lugar, pero de

modo que, una vez que la Religión así introducida está ahí y

ha sido dada a conocer públicamente, en adelante todos pueden

convencerse de la verdad de ella por sí mismos y por su

propia Razón. En este caso la Religión es objetivamente

natural, aunque subjetivamente revelada45.

Kant, por tanto, como creyente ilustrado, llega a

convencerse por sí mismo y por el uso de la razón, que es una

razón moral, de su propia fe religiosa. Por eso distingue

entre una religión revelada o cúltica y una religión natural

o moral, y considera que lo importante sólo es afirmar una

religión racional y moral que sea universal, aceptable por

todos, y que no esté condicionada por categorías históricas.

44 Cf. E. CASSIRER, Kant, vida y doctrina (México 1968) 448.

45 KANT, La Religión..., p. 151.

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30

Por eso, la religión revelada sólo será aceptable si

contribuye de alguna manera al establecimiento de aquélla.

Esta reducción de la religión revelada a religión moral

lleva consigo otra consecuencia: la revelación será divina y

tendrá que aceptarse en función de la coincidencia con

nuestra razón moral: El Dios que habla a través de nuestra

propia razón (práctico-moral) es un intérprete infalible de

esa palabra suya, que resulta universalmente comprensible, y

en modo alguno cabe ningún otro intérprete fidedigno de su

palabra (cual sería el testimonio histórico), ya que la

religión es asunto de la razón pura46. A Kant no le interesa

destruir la revelación, sino considerar los contenidos

esenciales de dicha revelación desde la razón pura; dicho de

otra manera, darle nueva forma a los contenidos revelados. En

este sentido, rechazará todo aquello que repugne a la razón y

aquello que acepte de la revelación será un contenido moral

bajo un determinado ropaje simbólico47.

Esto nos lleva a pensar que, para Kant, las religiones

“positivas” son momentos y puntos de transición en la

educación del género humano. Y, en este sentido, descubrimos

la afinidad que existe entre el filósofo de Königsberg y

Lessing, en su obra La educación del género humano. En ella,

este último considera que todas las religiones no serían más

que etapas en las que se realiza la religión ideal de la

humanidad, es decir, serían como acontecimientos

preparatorios para la llegada de la verdadera y definitiva

religión: la religión ilustrada. Para Lessing, la revelación

tiene su puesto lógico y razonable dentro de la historia de

la razón en desarrollo, y alcanzará su meta en la

ilustración, cuando el hombre tenga la autonomía que le hace

46 KANT, La contienda...., p. 46.

47 E. CASSIRER, o.c., 444.

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31

capaz de una actuación virtuosa pura, sin necesidad del

Otro48. Por eso, asegurará Vilanova sobre Kant: La religión

dentro de los límites de la razón no es entonces una especie

particular o artificial de religión, sino el núcleo mismo de

toda religión auténtica49.

No obstante, esto no significa que todas las

revelaciones tengan el mismo valor. Kant, como cristiano,

defiende el cristianismo sobre todo y le concede un valor

absoluto y universal; características propias de la religión

de la razón.

3.3. El Cristianismo como máxima expresión de la

religión moral.

Kant ve en el cristianismo una religión revelada y moral

a la vez. Pero es más: considera que el cristianismo es la

única religión que contiene en sí la religión moral o de la

razón, y también que es imposible que surja otra religión

revelada nueva de la que pueda decirse lo mismo: [La religión

cristiana] tiene, sin embargo, sobre el judaísmo la gran

ventaja de que se la representa salida de la boca de su

primer maestro como una Religión no estatuaria, sino moral,

y, poniéndose de este modo en la más estrecha ligazón con la

Razón, pudo mediante ella ser por sí misma, sin erudición

histórica, extendida con la mayor seguridad a todos los

tiempos y pueblos50. Es decir, la religión cristiana aparece

como la única religión histórica que puede ser religión

48 Cf. PIEPMEIER, Lessing en: K.WEGER, La crítica religiosa en los

tres últimos siglos. Diccionario de autores y escuelas (Barcelona 1986),

241-244.

49 E. VILANOVA, o.c., 262.

50 KANT, La Religión..., p. 163

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32

moral, ya que presenta la moral más pura y humana de todas

las que han existido.

Ahora bien, ¿cuáles han sido los problemas históricos

del cristianismo? Por una parte, según Kant, la religión

cristiana surgió en un tiempo en el que los hombres aún no

estaban preparados: La Religión cristiana tiene, ciertamente,

un destino semejante en cuanto que, si bien los sucesos

santos de ella tuvieron lugar públicamente ante los ojos de

un pueblo erudito, sin embargo su historia se retrasó más de

una generación antes de penetrar en el público erudito de ese

pueblo, y por lo tanto su autenticidad ha de carecer de la

confirmación por medio de los contemporáneos51. Por otra

parte, el cristianismo confundió su verdadera misión (o sea,

llevar a los hombres a la religión de la razón) y se

convirtió él mismo, con su organización y sus leyes y ritos

estatuarios, en la definitiva religión universal: Si de la

institución del Cristianismo no resultase con todo bastante

claro que su verdadera mira primera no ha sido ninguna otra

que introducir una fe religiosa pura, sobre la cual no pueden

darse opiniones en conflicto, en tanto que todo ese tumulto

por el que el género humano fue perturbado y es aún dividido

proviene sólo de que, por una propensión de la naturaleza

humana, lo que al principio debía servir para introducir la

fe religiosa pura, esto es: para ganar a la nación

acostumbrada a la fe antigua –histórica- para la nueva a

través de sus propios prejuicios, fue hecho luego fundamento

de una universal Religión del mundo52. Por eso, los orígenes

51 Ibid., 163.

52 Ibid., 133-134. También cf. La Contienda..., 30 y La religión...,

175. Llega a decir: quien pone por delante la observancia de leyes

estatuarias, que necesitan de una revelación, como necesaria para la

Religión, y no sólo como medio para la intención moral, sino como la

condición objetiva para hacerse por ello inmediatamente agradable a Dios,

y pospone a esta fe histórica el esfuerzo en orden a una buena conducto

de vida [...] ése transforma el servicio de Dios en un mero fetichismo y

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33

del cristianismo no son la implantación definitiva de la

religión de la razón, sino el germen del desarrollo que

tendrá lugar en la Ilustración, cuando el hombre adquiera la

“mayoría de edad”: Si ahora se pregunta qué tiempo de toda la

historia de la iglesia hasta ahora conocida es el mejor, no

dudo en decir: es el actual, y lo es de modo que se puede

simplemente dejar que se desarrolle más y más, sin

impedimento, el germen de la verdadera fe religiosa tal como

ahora ha sido puesto, ciertamente sólo por algunos, pero

públicamente, en la Cristiandad, para esperar de ello una

aproximación continua a aquella iglesia que une siempre a

todos los hombres, la cual constituye la representación

visible (el esquema) de un reino invisible de Dios sobre la

tierra53. Así pues, el cristianismo, aunque se ha apartado de

su principal objetivo, es la religión racional que se ha ido

desarrollando a lo largo de la historia y que adquiere su

pleno significado en el siglo de las luces.

La prueba más clara para Kant de que el cristianismo es

la religión racional ética del hombre es, por supuesto, su

carácter moral, pero también su existencia a lo largo de los

años. Si el cristianismo no se correspondiese, de alguna

manera, con la religión natural no se entiende que hubiese

permanecido tantos siglos54. Por eso, se debe considerar al

ejerce un falso servicio que anula todo trabajo en orden a la verdadera

Religión (p. 175).

53 I. KANT, La Religión..., 134. El significado kantiano de

“iglesia” está totalmente acotado por la eclesiología protestante. La

verdadera iglesia es una iglesia invisible, una iglesia de espirituales.

No se trata de un institución visible divina, sino una organización

humana donde se vive la fe. Se puede ver ampliamente el concepto de

Iglesia que tiene Kant en las pp. 99-111.

54 Afirma Cassirer: la misma permanencia del cristianismo a través

de los siglos es para él [Kant] una prueba de que necesariamente tenían

que encerrarse en esta religión aspectos de indiscutible validez

absoluta, pues de otro modo, sin la fuerza creadora y perpetuadora propia

de los motivos fundamentales de una religión racional ética pura, no

podrían tampoco explicarse esta su existencia y esta su perennidad. E.

CASSIRER, o.c, 451.

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34

cristianismo como la religión que todo hombre racional busca

para contestar a la pregunta ¿qué puedo esperar?”. Él hace

posible que el hombre descubra cómo puede ser feliz y cómo

puede agradar a Dios de tal manera que, al final, participe

de su misma plenitud eterna.

Lo dicho hasta aquí nos hace darnos cuenta de la

importancia que para Kant tiene la religión cristiana en

cuanto portadora de los valores morales humanos y reveladora

del fin que todo hombre espera. Ahora bien, ¿cuál es la idea

que Kant tiene sobre la persona de Jesucristo y su misión?

Para el filósofo de Königsberg Jesucristo es el ideal de

perfección moral, el arquetipo de la intención moral en su

total pureza, que se rebaja, haciéndose hombre, para ser

modelo del cumplimiento moral que la Razón propone, darnos

fuerza en el cumplimiento de esa moral y padecer para

promover el bien del mundo: el ideal de la humanidad

agradable a Dios [...] no podemos pensarlo de otro modo que

bajo la idea de un hombre que estaría dispuesto no sólo a

cumplir él mismo todo los deberes de hombre y a extender a la

vez alrededor de sí por la doctrina y el ejemplo el bien en

el ámbito mayor posible, sino también –aún tentado por las

mayores atracciones- a tomar sobre sí todos los sufrimientos

hasta la muerte más ignominiosa por el bien del mundo e

incluso por sus enemigos55. Aquí el Hijo de Dios aparece como

el modelo de hombre, como el maestro que con su ejemplo

enseña la lección a sus alumnos para que éstos puedan superar

la prueba. La vida de Cristo es el ejemplo que el hombre debe

seguir para llegar a ser agradable a Dios. Él es el pedagogo,

el experto que explica cómo se debe actuar para tener una

buena conducta de vida.

55 KANT, La Religión..., p. 67.

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35

En este sentido, Kant desdeña el carácter soteriológico

de la redención de Cristo para hacer hincapié en el carácter

ejemplar de su vida. El filósofo le arrebata a Dios su

protagonismo en la salvación y hace que ésta dependa

“exclusivamente” del comportamiento ético que el hombre

tenga. No es Dios el que salva, es el hombre el que se salva.

La distinción que Kant hace entre la Religión de la petición

de favor, en la que es Dios quien hace dichoso al hombre sin

que tenga él necesidad de hacerse un hombre mejor, y la

Religión de la buena conducta de vida, en la que es el hombre

el que tiene que hacer todo lo posible para hacerse un hombre

mejor y después esperar que Dios supla lo que él no puede,

reflejan claramente que es el hombre el protagonista de su

salvación, y no Dios. De esta manera se entiende que Kant

considere más importante el comportamiento que la fe. Lo

esencial para él no es conocer a Jesucristo, sino llevar una

conducta de vida acorde con el deseo de Dios: «No es

esencial, y por lo tanto no es necesario para todo hombre,

saber qué es lo que en orden a su beatitud hace o ha hecho

Dios», pero sí saber qué tiene que hacer él mismo para

hacerse digno de esta asistencia [una intervención de Dios en

el hombre que le permite ser mejor y suplir aquello que él no

puede por su naturaleza limitada]56.

Kant distingue entre la Idea Christi y Jesús como hombre

histórico, es decir, entre el ideal de hombre perfecto,

agradable a Dios, que tiene su sede exclusivamente en la

razón y el sabio fundador del cristianismo. La Idea Christi

es la idea personificada del Buen Principio, el ideal del

hombre perfecto que es agradable a Dios por su comportamiento

moral, el arquetipo de moralidad. Se representa o simboliza

en el lenguaje religioso con las siguientes expresiones: el

56 Ibid., 61.

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36

Hijo de toda la eternidad, el Hijo único de Dios, el Verbo

del prólogo joánico. Éste se ha hecho hombre y se ha rebajado

hasta sufrir y morir para mostrar que el cumplimiento del

Bien exige todos los esfuerzos y todos los sacrificios. O

sea, se puede decir que Kant hace una abstracción de la vida

histórica de Jesús y una lectura simbólica de la misma. De

otra parte, el filósofo ve al Jesús histórico, al Maestro del

Evangelio, al fundador del cristianismo. Para él, en un

momento de la historia apareció un hombre llamado Jesús que

vivió ese ideal de moralidad de la Idea Christi, y por eso se

debe someter a ese hombre histórico a juicio de la razón,

según el criterio universal de moralidad, para despojarlo de

los añadidos sobrenaturales y quedarse con los aspectos

morales. Así, Kant acepta la posibilidad de la historicidad

del Hijo de Dios, del Modelo, pero sin llegar a confundir

este Modelo con el hombre singular e histórico que es Jesús.

Éste vivió como nadie el ideal que todo hombre debería vivir,

pero no se puede identificar con dicho ideal. Por tanto,

distingue entre la pura fe moral, que sería la Idea Christi,

y la pura religión, que sería el cristianismo, e intenta

unirlas mediante el traslado de la primera a la segunda. En

definitiva, Kant lo que ha hecho ha sido desligar la Idea

Christi de la historia y ponerla en relación con la moral

cristiana57.

A este respecto, pensamos que es interesante la

siguiente cita:

Si en una cierta época hubiese descendido en cierto modo

del cielo a la tierra un hombre tal, de intención

verdaderamente divina, que mediante doctrina, conducta y

sufrimiento hubiese dado en sí el ejemplo de un hombre

57 Cf. X. TILLIETTE, El Cristo de la Filosofía. Prolegómenos a una

cristología filosófica (Bilbao 1944) 96-101.

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37

agradable a Dios en la medida en que se puede pedir de la

experiencia externa (en tanto que el arquetipo de un hombre

tal no ha de buscarse en ninguna otra parte que en nuestra

Razón), si hubiese producido por todo eso un bien moral

inmensamente grande en el mundo mediante una revolución en el

género humano; aún así no tendríamos motivo para aceptar en

él otra cosa que un hombre engendrado de modo natural (pues

el hombre naturalmente engendrado también se siente obligado

a dar él mismo en sí un ejemplo semejante), si bien no por

ello se negaría absolutamente que pudiese ser un hombre

engendrado de modo sobrenatural. Pues en una mira práctica no

puede proporcionarnos ninguna ventaja suponer lo último, ya

que el arquetipo que nosotros ponemos por base a ese fenómeno

ha de ser buscado siempre en nosotros mismos (hombres

naturales) y su existencia en el alma humana es ya por sí

misma lo bastante inconcebible para que no haya necesidad de,

además de aceptar su origen sobrenatural, aceptarlo también

hipostasiado en un hombre particular. [...] En efecto, aunque

la naturaleza de aquel hombre grato a Dios fuese pensada como

humana hasta tal punto que a él se le pensase como afectado

por las mismas necesidades y, en consecuencia, también por

los mismos padecimientos, por las mismas inclinaciones y, en

consecuencia, también las mismas tentaciones de

transgresiones que nos afectan a nosotros, pero, por otra

parte, fuese pensada como sobrehumana hasta el punto de que

una pureza inmutable de la voluntad, no adquirida, sino

innata, hiciese absolutamente imposible para él toda

transgresión, entonces la distancia respecto al hombre

natural se haría tan inmensamente grande que aquel hombre

divino ya no podría ser puesto como ejemplo para éste. [...]

Ciertamente el pensamiento de que aquel hombre divino estaba

desde la eternidad en posesión efectiva de esta grandeza y

beatitud (y no tenía que merecerla primero mediante tales

Page 38: La desnaturalización del cristianismo (Giennium 2002).pdf

38

padecimientos), que se desposeyó de ella dócilmente en pro de

puras gentes indignas, incluso de sus enemigos, para

salvarlos de la perdición eterna, tendría que disponer

nuestro ánimo a la admiración, el amor y la gratitud hacia

él; igualmente la idea de un comportamiento según una regla

de moralidad tan perfecta podría desde luego para nosotros

ser representada válidamente como precepto a seguir, pero no

él mismo como ejemplo a imitar, y, por lo tanto, tampoco como

prueba de la agibilidad y alcanzabilidad para nosotros de un

bien moral tan puro y alto58.

En este texto se ve claramente la separación que Kant

hace entre el hombre Jesús y el contenido moral de su mensaje

y de su vida. Para él lo importante es lo que vive y dice

Jesús, no la persona de Jesús y su significado salvífico en

cuanto Hijo de Dios encarnado. Jesús vive el ideal moral del

hombre, pero siempre el ideal debe estar por encima de

cualquier realidad histórica.

Así pues, de todo lo dicho podemos concluir que lo

esencial del cristianismo para Kant es el contenido moral de

éste y el ejemplo de Jesús. No es su persona, ni la Iglesia

por Él fundada, ni la dimensión religiosa del hombre como

algo más que una simple moral, ni el Dios trinitario que

Jesús revela, ni los sacramentos... en definitiva, ni todo

aquello que los cristianos católicos han defendido,

transmitido y vivido a lo largo de casi veinte siglos de

historia.

4.- FEUERBACH: LA REDUCCIÓN ANTROPOLÓGICA.

58 KANT, La Religión..., 69-70.

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39

La Ilustración, que aprecia de la religión sólo su

dimensión ética y, de este modo, la despoja de trascendencia,

debido a su afán por romper con lo anterior y hacer que todo

pase por el tribunal de la Razón, desembocó en el idealismo,

y éste, a su vez, en el materialismo y en el existencialismo.

Feuerbach se sitúa en medio: entre el gran pensador de la

teoría, Hegel, y el gran pensador de la praxis, Marx. Él,

desde su filosofía e influenciado por Schleiermacher59,

desmonta el idealismo hegeliano y establece las bases de la

filosofía política marxista60.

Por otra parte, Feuerbach (1804-1872), nacido en un

ambiente cristiano y formado en la teología cristiana, es

inevitable que tenga como punto de referencia al

cristianismo. Su crítica a la religión se centra en los

aspectos fundamentales de la religión bajo la forma de

religión cristiana. Según él, el cristianismo es la máxima

59 Schleiermacher, enemigo de Hegel, quiere dejar el idealismo

transcendental en dirección de un cierto panteísmo religioso, el Uno-Todo

inspirado en Spinoza: tomar cada cosa particular como una parte del Todo,

cada cosa limitada como una presentación del Infinito, eso es la

religión. A. LÉONARD, o.c., 188.

60 Es importante no olvidar que Feuerbach pertenece a la izquierda

hegeliana. Como es sabido, el cristianismo especulativo de Hegel, después

de su muerte, y gracias a la obra de Strauss, Vida de Jesús, se

interpretó en dos direcciones, creándose lo que hoy conocemos como

derecha e izquierda hegelianas. La derecha se caracterizó por ver el

cristianismo hegeliano como un intento de justificar racionalmente las

verdades de fe cristianas e interpretarlas en su más hondo sentido

especulativo con el fin de hacerlas aceptables, accesibles, inteligibles

y hasta razonables. Es el criterio de los que piensan que se debe

conservar la religión en la filosofía. A ella pertenecen, entre otros,

Karl Friedrich Göschel (1781-1861), Kasimir Conradi (1784-1849), Georg

Andreas Gabler (1786-1853), Johann Eduard Erdmann (1805-1892) y Kuno

Fischer (1824-1907). La izquierda, por su parte, vio el cristianismo

hegeliano como un intento de presentar las verdades de la fe cristiana de

una forma intuitivo-representativa, provisional y deficiente de la

auténtica verdad, de la verdad autoconsciente, perfecta, definitiva, esto

es, de la filosofía, de la razón especulativa y su absoluto saber. Es el

criterio de los que piensan que hay que separar la religión de la

filosofía. A esta última corriente de pensamiento pertenecen Feuerbach,

David Friedrich Strauss, Bruno Bauer, Max Stirner, Arnold Ruge y Karl

Marx. Cf. H KÜNG, ¿Existe Dios?, 277-279; REALE – ANTISERI, o.c., 158-

159; y E. VILANOVA, o.c., 416-418.

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40

expresión religiosa que existe, la religión del hombre por

excelencia; y hacia ella se dirige su crítica.

Por consiguiente, podemos decir que la crítica

feuerbachiana tiene dos frentes: la filosofía hegeliana y la

religión, especialmente el cristianismo. Por una parte,

Feuerbach acomete la filosofía hegeliana por su carácter

especulativo y porque, según él, sacrifica la religión a la

filosofía pretendiendo deducir los artículos de la fe como

una verdad lógico-metafísica necesaria. Por otra parte, su

crítica religiosa, como analizaremos detenidamente, está

fundamentada en su sobrestimación antropológica, y se centra

especialmente en el cristianismo por su contenido

mitológico61.

Él analiza la raíz que da origen a la religión y

descubre que ésta es una creación humana: Dale la vuelta y

tienes la verdad: el saber del hombre acerca de Dios no es

sino el saber que el hombre tiene de sí mismo, de su propia

esencia62. Feuerbach lo único que hace es cambiar la

perspectiva hegeliana y considerar que la conciencia infinita

queda «superada» en la conciencia finita; o lo que es lo

mismo, el espíritu absoluto en el espíritu humano. Con otras

palabras: cambia la perspectiva trascendente del sistema

hegeliano por una perspectiva inmanente donde el hombre ocupa

el lugar privilegiado de toda reflexión. Así nos encontramos

con el ejemplo de lo peligroso que resulta para la fe en Dios

y para el cristianismo la identificación hegeliana de la

conciencia finita y la conciencia infinita63.

61 Para ver una síntesis más detallada de la crítica religiosa de

Feuerbach cf. C. CESA, Introduzione a Feuerbach (Roma-Bari 1978) 63-104.

62 Citado por J. ALFARO, o.c., 35.

63 Cf. CESA, o.c., 71-73.

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41

Para Feuerbach el Dios de cualquier religión es la

hipostatización de una proyección humana que no existe

realmente. Desde su presupuesto fenomenológico sólo existe

aquello que es sensible; y Dios no lo es. Dios es una ilusión

humana a la que el hombre le ha dado existencia; el verdadero

Dios del hombre es el hombre mismo: Homo hominis Deus est64.

En este sentido, dice Feuerbach: La conciencia de Dios es la

autoconciencia del hombre; el conocimiento de Dios el

autoconocimiento del hombre. Conoces al hombre por su Dios, y

viceversa, conoces a su Dios por el hombre; los dos son una

misma cosa65.

El filósofo alemán, en La esencia del cristianismo, no

reduce únicamente a antropología lo que podríamos denominar

los predicados filosóficos de la divinidad (infinitud,

unicidad, incorporeidad,...), sino también los teológicos o

supuestamente revelados. Para él, la manifestación clara de

que Dios es una proyección del hombre la encontramos en el

Dios autónomo y personal del cristianismo. En esta religión

ve de una manera evidente que los atributos divinos no son

más que atributos pertenecientes a la esencia misma del

hombre.

Feuerbach ve al cristianismo como la religión absoluta,

la religión por antonomasia, porque responde como ninguna a

los anhelos y deseos más profundos del hombre y porque Cristo

es la imagen de la conciencia del género humano66. Todo

hombre tiene deseos de vivir para siempre y de ser feliz,

pero nunca satisface plenamente dichos deseos. Sin embargo,

64 Cf. J. A. ESTRADA, o.c., 157.

65 L. FEUERBACH, La esencia del cristianismo (Madrid 1995) 65.

66 Dice Feuerbach: Donde surge la conciencia del género en cuanto

género, ahí desaparece Cristo, sin que desaparezca su esencia verdadera;

pues él era ya el representante, la imagen de la conciencia del género.

Ibid., 310.

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42

en los dogmas cristianos, cuando se habla de resurrección y

salvación, se encuentran los deseos realizados del corazón

del hombre: la inmortalidad, la felicidad y la

bienaventuranza67. Dice el filósofo alemán al respecto: El

fin de la religión es el bienestar, la salvación y la

felicidad del hombre, la relación del hombre a Dios no es más

que la relación del mismo a su salvación; Dios es la

realización de la salvación del alma o el poder ilimitado de

realizar la salvación y la felicidad del hombre68.

Por otra parte, según Feuerbach, el cristianismo ha

hecho desaparecer al hombre como humanidad, como especie y

como comunidad universal, sustituyéndolo por el concepto de

Dios, que es todo en todas las cosas. Sin embargo, él observa

que en la historia del cristianismo se ha producido un

proceso de secularización, y que éste culminará en un ateísmo

universal y en la desaparición de la religión cristiana: lo

que ayer todavía era religión, hoy ya no lo es, y lo que hoy

pasa por ateísmo, será mañana tenido por religión69.

Feuerbach quiere luchar para que poco a poco se le devuelva

al hombre todo aquello que el cristianismo le había quitado

para depositarlo en la ilusión trascendente del Dios

cristiano70.

Para conseguir esto, Feuerbach trata numerosos aspectos

del cristianismo en La esencia del cristianismo, pero

67 FRIES, Feuerbach en: WEGER, o.c., 101.

68 FEUERBACH, o.c., 231.

69 Ibid., 82. Para completar este tema cf. CESA, o.c., 78-79; FRIES,

o.c., 104-105; KÜNG, ¿Existe Dios?, 286-287.

70 No podemos olvidar que el período histórico en el que vive

Feuerbach es el final de la ilustración. Fue un período en el que la

cosmovisión cristiana desapareció para dar paso a una cosmovisión

científica, a una visión empírica; y fue el período en el que Strauss

afirmó la mitificación de Jesús después de hacer un análisis histórico-

crítico de los evangelios. En estas circunstancias es cuando Feuerbach

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43

nosotros sólo nos detendremos en algunos de los dogmas y

misterios cristianos que él presenta. Antes bien, destacar

que esta visión feuerbachiana es interesante si se quiere

hacer una simple lectura antropológica de cada uno de los

misterios que nos han sido revelados por Cristo. La reducción

que hace Feuerbach es radical y total: no hay posibilidad

para la trascendencia; el hombre es el principio y el fin de

sí mismo.

El misterio de la Encarnación de Dios es la

manifestación del hombre hecho Dios: El hombre existía en

Dios, era ya Dios antes de que Dios hubiera llegado a ser

hombre71. El misterio del amor de Dios al hombre es el

misterio del amor del hombre a sí mismo. Precisamente aquí es

Dios algo más que el Dios del entendimiento y de la ley: la

encarnación es la manifestación del corazón que tiene

sentimientos humanos. Dice Feuerbach: ¿No es acaso el amor de

Dios por el hombre fundamento y centro de la religión, el

amor del hombre hacia sí mismo, objetivado y contemplado como

verdad suprema, como esencia suprema del hombre?72.

El misterio de la Pasión, del Dios doliente, es el

misterio de los sentimientos humanos. En este misterio, para

Feuerbach, se descubre el sufrimiento del hombre por otros,

el sentimiento en general: El sufrimiento de Cristo no

representa más que el sufrimiento moral, el sufrimiento

voluntario, el sufrimiento del amor, de la fuerza, el

sacrificio de sí mismo por el bienestar de los demás73.

El otro misterio es el de la Trinidad. En él se

significa el misterio de la vida social inherente al hombre:

dirá que el período en el que vive es el período de decadencia del

cristianismo (Cf. H. KÜNG, ¿Existe Dios?, 292).

71 FEUERBACH, o.c., 101-102.

72 Ibid., 108.

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44

Sólo la vida en comunidad es la verdadera vida divina que se

satisface a sí misma; este simple pensamiento, esta verdad

natural e innata al hombre es el secreto del misterio

sobrenatural de la trinidad74. Por lo tanto, para Feuerbach,

la vida en comunidad es una característica ontológica del

hombre, que al proyectarla en Dios ha creado lo que conocemos

como vida trinitaria. Además, explica cada una de las

personas de la Trinidad en función del amor, y se detiene

especialmente en el Espíritu Santo, amor con el que Dios se

ama a sí mismo y a la humanidad.

El misterio del Logos, de la Palabra, es el misterio de

la palabra humana, que tiene una fuerza redentora,

reconciliadora, beatificante y libertadora. La palabra hace

libre al hombre, ella misma es la libertad, pues gracias a

ella el hombre puede exteriorizarse y comunicarse75.

El misterio de la resurrección de Cristo es la

satisfacción del anhelo del hombre por conseguir la certeza

inmediata de su inmortalidad personal. El hombre experimenta

el deseo de no morir, pero vive con la incertidumbre de la

muerte. Él tiene el deseo de una vida mejor después de la

muerte y, al mismo tiempo, el deseo de la certidumbre de esa

esperanza. Esta certidumbre sólo puede darla el que un muerto

resucite de la tumba; y eso es precisamente lo que ocurre con

el cristianismo: la resurrección de Cristo es, por lo tanto,

la satisfacción del deseo humano de una certeza inmediata de

su persistencia personal después de la muerte: la

inmortalidad personal como un hecho sensible, indubitable76.

73 Ibid., 111.

74 Ibid., 118.

75 Cf. Ibid, 129.

76 Ibid., 181-182.

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45

Algunos de los otros misterios que Feuerbach analiza

son: la madre de Dios (pp. 120-123), el misterio de la imagen

divina (pp. 124-127), el misterio del principio creador del

mundo en Dios (pp. 131-135), el misterio del misticismo o el

misterio de la naturaleza en Dios (pp. 136-148), el misterio

de la providencia y la creación ex nihilo, la omnipotencia

del sentimiento o el misterio de la oración, el misterio de

la fe, el misterio del milagro...

Como se puede observar, el estudio que hace Feuerbach de

cada uno de estos misterios es, en definitiva, una

profundización en la antropología que subyace en el seno de

la religión cristiana. Él intenta responder a las mismas

preguntas humanas a las que responde el cristianismo, pero

quitando toda trascendencia: el hombre puede contestarse a

sus mismos interrogantes, no tiene que proyectarlos fuera de

sí. Por eso, el interés de Feuerbach es expropiar al

cristianismo de su dimensión antropológica y hacer que el

mensaje salvífico del hombre no sea el de Cristo, sino el del

hombre mismo como individuo y como comunidad.

En resumen: el filósofo alemán considera que la esencia

del cristianismo es su idea de hombre. En la antropología

cristiana subyace la idea verdadera de hombre y, por eso,

según él, será necesario despojar al cristianismo de toda

trascendencia. Así es como la religión cristiana queda

reducida a mera antropología y todos sus misterios pierden

totalmente su dimensión trascendente. Por consiguiente, se

puede decir que la visión feuerbachiana es el colofón de la

desnaturalización de la religión que se inició con el

racionalismo y que continuó en la ilustración y en el

idealismo.

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46

5.- ADOLF VON HARNACK: LA ESENCIA DEL CRISTIANISMO.

Todos estos planteamientos filosóficos sobre la

religión, el cristianismo, la revelación, Jesucristo, etc.,

inciden, inevitablemente, en el campo de la teología. Pero

hay que esperar al protestantismo liberal, también denominado

liberalismo teológico, para que en el ámbito teológico se

formule explícitamente la pregunta por lo esencial del

cristianismo.

Adolf von Harnack (1851-1930), con sus conferencias

pronunciadas en la Universidad de Berlín durante el invierno

1899-1900, y que luego se recogieron en el libro titulado Das

Wesen des Christentums77, fue el primer teólogo, después de

que Feuerbach publicara su famosa obra, que se pregunta por

la esencia del cristianismo78. Podemos decir que es el

“primer teólogo” que se interesa por esta cuestión79, aunque

77 El libro Das Wesen Christentums fue publicado por primera vez en

Leipzig en 1900, después de que un alumno estenografiara las conferencias

de Harnack, y éste hiciese las oportunas correcciones estilísticas que

requiere el texto escrito. Nosotros hemos utilizado la edición española:

A. HARNACK, La esencia del cristianismo (Barcelona 1094), 2 vols. A

partir de ahora aparecerá abreviado como AEC más el número del volumen

correspondiente: I ó II.

78 En este sentido, conviene advertir que nos estamos refiriendo a

un período posterior a Feuerbach, pues antes de que Harnack publicara sus

conferencias ya existía una monografía sobre la “esencia del

cristianismo” escrita por el pietista francés Pierre Yvon y titulada

Essentia religionis christianae, según los estudios presentados por el

teólogo Hans Wagenhammer en su obra Das Wesen Christentums. Eine

begriffsgeschichtliche Untersuchung, Grünewald, Maiz, 1973. En esta obra,

además, el autor muestra que la pregunta por la esencia del cristianismo

no tiene su origen en el Romanticismo, como pensaba Troeltsch, sino que

tiene una larga historia que va desde el medievo hasta la teología de la

Ilustración del siglo XVIII tardío. Cf. H. KÜNG, El cristianismo..., p.

32; R. GIBELLINI, La teología del siglo XX (Santander 1998) 17.

79 Es importante destacar que Harnack cuando se pregunta por la

esencia del cristianismo no se preocupa del concepto en sí mismo, sino

del contenido. Sobre el concepto escribirá después el teólogo y filósofo

de Heidelberg Ernst Troeltsch (1865-1823), en un ensayo publicado en

1903, y que lleva por título Was heisst «Wesen des Christentums»? En él

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47

su inquietud es simplemente histórica, porque su saber

histórico está, sin duda, sostenido y organizado por una

visión filosófica y teológica concreta80. De ahí que afirme

Poulat: Supo [Harnack] conciliar su libertad como historiador

con una piedad personal, poco dogmática pero muy viva; se

confiesa como cristiano convencido y activo que no hace dos

partes de su vida y de su trabajo […] Lejos de arrastrar al

naufragio de la fe, el método histórico-crítico le parece

ser, por el contrario, el mejor para actualizar el mensaje

cristiano puesto que conduce directamente, superando las

brumas de la filosofía religiosa, las vegetaciones

lujuriantes de las ortodoxias y las negaciones radicales que

se pretende exigidas por la ciencia, al Evangelium Christi

durante mucho tiempo oculto por el Evangelium de Christo81.

El interés de Harnack por la esencia del cristianismo es

una cuestión que ya empieza a vislumbrarse en su Manual de la

historia de los dogmas (1886-1889). En él, el profesor

germano, receptor de la preocupación exegética de su época

por distinguir entre el núcleo de la verdad bíblica y el

ropaje literario en que la misma se encuentra expresada,

aplica esta misma preocupación a las ciencias eclesiásticas

con la intención de diferenciar en el desarrollo histórico de

los dogmas cristianos el núcleo de su ropaje científico82. Y

considera que el origen de esta pregunta se encuentra en la intuición

histórica y en el arte del Romanticismo. Cf. Ibid., 17.

80 Cf. G. FONI, L’«essenza del cristianesimo». Il problema

ermeneutico nella discussione protestane e modernista (1897-1904)

(Bologna 1992) 35.

81 E. POULAT, La crisis modernista. Historia, dogma y crítica

(Madrid 1974) 44-45.

82 El autor en esta obra hace una historia de los dogmas

considerando que el helenismo ha falseado la verdad evangélica, pues,

según él, con la helenización en la formulación del dogma, la Iglesia

habría deformado el cristianismo en su esencia al hacer prevalecer en

dicha formulación el factor ciencia sobre el factor fe. Y es que Harnack

parte de un presupuesto: en los primeros siglos de la Iglesia, los

cristianos introdujeron una serie de elementos extraños en el

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48

será, pues, esta inquietud por clarificar lo esencial y lo

accidental, lo que le llevará a afrontar de forma llana y

sintética el tema de la definición de la esencia del

cristianismo por vía histórica.

Harnack, como buen alumno de Ritschl83, sigue las pautas

del protestantismo liberal e intenta que la teología responda

a la situación cultural de su tiempo. Dice Emile Poulat: Las

conferencias de Harnack constituyen un esfuerzo de

actualización: sobre un tema que desde el siglo XVIII

constituye un lugar clásico de la dogmática protestante,

Harnack intenta responder a los grandes problemas –monismo,

socialismo, tolstoismo- que agitan a la juventud estudiantil,

y mostrar que el cristianismo, lejos de reducirse a una

mística inconsistente, a una ilusión desencarnada, guarda

todo su valor, sólidamente cimentado, para el mundo

moderno84. Por eso, estas conferencias del profesor germano

no son más que su aportación al proyecto del protestantismo

liberal, cuyo afán era demostrar que el cristianismo es

racional en su conjunto y provechoso para el bien común, y

que es legítimo ante la idea de un “yo” libre y responsable.

En aquellas conferencias impartidas a principios de

siglo en la universidad de Berlín, Harnack sólo pretende

cristianismo (el dogma, el culto y la jerarquía) para defenderse del

ataque de sus adversarios. Cf. J.M. GÓMEZ GÓMEZ-HERAS, Teología

protestante. Sistema e historia (Madrid 1972) 158; E. VILANOVA, o.c.,

615.

83 Es importante esta apreciación porque A. Ritschl (1822-1899)

imprime una nueva modalidad de entender la teología liberal y el

cristianismo. Él considera que el centro del cristianismo es el amor

práctico al prójimo, realizado de manera concreta en la vida social. Así

que tanto él como su escuela considerarán la ética como el fundamento de

su la teología y la clave hermenéutica que aplicarán a la exégesis y a la

historia de los dogmas. Una ética que, por otra parte, se extrae del

análisis histórico-crítico de la Biblia y de su imagen de Jesús. Cf. E.

VILANOVA, o.c., 611-616; K. HECKER, Liberalismo y teología liberal, en:

K. RAHNER (dir.), Sacramentum Mundi. Enciclopedia teológica (Barcelona

1978), tomo IV, cols. 273-284, especialmente cols. 281-282.

84 E. POULAT, o.c., 44.

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49

estudiar el cristianismo desde un punto de vista histórico.

¿Qué es el Cristianismo? –dice él- Tal es la cuestión que

estudiaremos e intentaremos resolver únicamente en el aspecto

histórico, acudiendo a la ciencia histórica y la experiencia,

de que la historia es maestra85. Es decir, su estudio no será

el de un creyente, que con la sencillez de su espíritu intuye

la esencia del Evangelio que ha fructificado en la historia,

sino el de un historiador, que a partir de las ciencias

históricas y de su experiencia histórica vivida, se adentra

en el desarrollo de la esencia del Evangelio para llegar

inductivamente a ella. Es la opción más difícil, pero también

la que facilitará distinguir la substancia dentro de las

formas externas transitorias86 y, precisamente por eso, la

que dará los resultados más precisos87.

Quiere estudiar la religión cristiana porque en su época

había pareceres muy diversos sobre ella: quienes la

asemejaban al budismo, quienes la consideraban una evolución

del hebraísmo, quienes, como los filósofos de la religión,

sólo dan un valor metafísico al Evangelio…88, es decir, que

había opiniones y concepciones del cristianismo que no se

correspondían con la realidad. Por eso, en este ambiente de

“confusión”, Harnack quiere presentar qué es la religión

cristiana, y para ello hace un análisis histórico sobre el

Evangelio de Jesucristo, la primera generación de cristianos

y todas las manifestaciones posteriores y sucesivas que se

85 AEC I, 9-10.

86 Cf. Ibid., 14-15.

87 El problema es, como advierte Harnack, que el historiador sólo

puede relatar los acontecimientos tal como se realizaron, pero no puede

hacer juicios absolutos sobre dichos acontecimientos, porque sus juicios

siempre serán relativos. En este sentido, las aportaciones del

historiador, aunque serán importantes para establecer la fe auténtica,

siempre serán insuficientes. Los conocimientos y el saber no aprehenden

totalmente todos los aspectos de la fe. Cf. AEC I, 20-21.

88 Cf. Ibid., 6.

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50

han dado en la historia sobre el espíritu cristiano, pues así

como para conocer una planta debemos estudiarla no solamente

en el tronco y las raíces, sino también en la corteza, las

ramas y las flores; así también para conocer a fondo la

religión cristiana es indispensable indagar toda su

historia89. De esta forma conseguirá su propósito: alcanzar

la substancia del Evangelio, despojándola de la vestidura en

que la ha envuelto la historia90.

Harnack no considera que el Evangelio se mantenga

idéntico a lo largo de la historia, sino que parte del hecho

de que en sus distintas formas históricas hay algo que

conserva su valor en todo tiempo: “lo evangélico en el

Evangelio”, “la substancia del Evangelio”91. Por eso será

necesario analizar toda la historia del cristianismo, desde

sus orígenes hasta nuestros días, ya que precisamente porque

podemos considerar el Cristianismo no solamente en sus

comienzos, sino en todo su desenvolvimiento histórico, será

más firme y seguro el criterio que nos guiará para discernir

lo que sea esencial y verdaderamente precioso92. Y esto es lo

que hace el profesor a lo largo de sus dieciséis lecciones.

En ellas analizará, primero, el Evangelio de Jesucristo,

después la impresión producida por Jesús y su Evangelio en la

primera generación de sus discípulos y, por último, las

89 Ibid., 14.

90 Ibid., 17.

91 Cf. AEC II, 156-157.

92 AEC I, 17. En este sentido, las premisas de Harnack parecen ser

no sólo metodológicas, sino también en cierto sentido ontológicas. Él ha

considerado la “vida” como un proceso de desarrollo que, manteniendo la

unidad del organismo, se enriquece de nuevas determinaciones; y ha

atribuido esta característica al propio cristianismo para eliminar un

eventual estancamiento (o fijación) de tipo doctrinal o intelectual. Es

decir, el profesor germano, asimilando el cristianismo a la “vida”,

afirma que no todo el cristianismo es relativo y mudable, sino que

existe, y esto es lo más grave, un “todo” sacralizado que resulta

necesario. Cf. G. FONI, o.c., 37-38.

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51

variaciones históricas más importantes del cristianismo. En

otras palabras, podemos decir que Harnack sigue dos líneas de

estudio: en primer lugar, descubrir qué es lo esencial en el

Evangelio mismo, para lo cual recupera la interpretación más

conservadora de la Sagrada Escritura, destacando el valor y

la importancia de ésta frente a la interpretación de

Schleiermacher, Baur y Strauss, que desvirtúa con criterios

racionalistas los relatos bíblicos; y, en segundo lugar,

indicar cuál es el Evangelio en la Iglesia, es decir, lo que

ha permanecido idéntico y no ha cambiado a lo largo de la

historia eclesial. Para esto distingue los siguientes

momentos históricos: los tiempos apostólicos, la gran

transformación del siglo II y la purificación del siglo XVI.

5.1. El “evangelio” en el Evangelio.

A lo largo de sus ocho primeras lecciones, Harnack

quiere exponer cuál es la esencia del Evangelio que ha

fructificado en la historia, es decir, aquello que hace de

Jesús y su mensaje una realidad totalmente nueva para sus

coetáneos y siempre viva para todos los hombres. Y es que,

según él, quiso Jesucristo iniciar, e inició, efectivamente,

una vida religiosa nueva, independiente de cualquier otra;

tanto que su grandeza verdadera consiste en haber llevado a

los hombres hasta Dios, en haber logrado que, finalmente,

vivan los hombres la vida propia de Cristo93.

Para descubrir esta “nueva vida” el historiador germano

se adentra en el estudio de los Evangelios sinópticos, que,

como han demostrado los métodos histórico-críticos, no están

elaborados para ser simples obras históricas, sino obras de

propaganda, destinadas a suscitar la fe en la persona y

93 AEC I 14.

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52

misión de Jesucristo94. De ahí que, a partir del estudio de

los sinópticos, especialmente del primero y el tercero que

son los más históricos, de lo que se trata es de buscar esos

datos que verdaderamente suscitan la fe en Cristo y que, a

continuación, nos mostrarán cuál es la semilla del Evangelio.

Dichos datos son los siguientes: la predicación de

Jesús, tanto en sus principios fundamentales como en sus

aplicaciones particulares, el éxito de Jesús al servicio de

su misión y la impresión que produjo en el ánimo de sus

discípulos y que éstos prorrogaron a las gentes. Son tres

datos gracias a los cuales se explica el propósito de Jesús,

lo que era y lo que significa para el ser humano95.

Por tanto, como se puede deducir de estos datos, para

saber cuál es la novedad del cristianismo se tendrá que

estudiar y analizar la predicación de Jesús, que, por otra

parte, no es tan importante por el contenido cuanto por la

forma. Harnack asiente con Wellhausen: Ciertamente, lo que

Jesucristo dijo, y lo que antes que él había dicho el

Bautista en su predicación de penitencia96, constaba ya en

los profetas, y aún se puede seguir en la tradición hebraica

del tiempo de Cristo […] Estaba, sí, en ellos la idea

cristiana, pero quebrantada, oscurecida, deforme, perdida su

eficacia y su dignidad a causa de innumerables accesorios que

tomaban por integrantes de la verdadera religión97. Por eso,

a partir de este principio general, para el profesor germano

la novedad del cristianismo no es tanto el contenido de la

predicación de Jesús en cuanto tal como la pureza y

94 Ibid., 23.

95 Cf. Ibid., 33.

96 Con respecto a la relación y continuidad que existe entre Juan el

Bautista y Jesús, cf. Ibid., 50-51.

97 Ibid., 48.

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53

austeridad con las que predica el mensaje que los sacerdotes

y fariseos habían degenerado

Y por lo que respecta al contenido, para Harnack la

predicación de Jesús se divide en tres temas que contienen en

sí la revelación entera y son, además, los que constituyen la

esencia de dicha predicación, es decir, la esencia del

Evangelio. Estos tres temas son: El reino de Dios y su

advenimiento; la paternidad de Dios y la infinita perfección

del alma humana; la mejor justicia y la ley del amor. Y todos

los demás temas, como son el ascetismo, la cuestión social,

las instituciones humanas, la civilización, la cristología y

la profesión de fe, deben ser considerados como asuntos

derivados del Evangelio, pero nunca elementos esenciales de

la revelación de Cristo.

a) El Reino de Dios y su advenimiento.

Sobre el Reino de Dios y su advenimiento, Jesús, según

Harnack, rechaza la concepción judía político-eudemonística,

conserva la concepción escatológica, según la cual el Reino

de Dios será un acontecimiento futuro en el que se

manifestará externamente la omnipotencia de Dios, y concibe

un mensaje totalmente nuevo: el Reino de Dios no sólo llegará

en el futuro, en el día del Juicio Final, sino que ya está

entre nosotros. El Reino de Dios –afirma el historiador-

viene, en cuanto llega a los individuos, penetra en las almas

y se deja poseer por ellas. El Reino de Dios es el dominio de

Dios santo en el corazón de cada uno de los hombres, es el

mismo Dios con su poderío98. Es decir, el Reino de Dios ha

venido ya y sigue viniendo con la acción salvadora de Jesús,

que se pone de manifiesto en sus curaciones y, sobre todo, en

98 Ibid., 56.

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54

el perdón de los pecados, que el hombre experimenta en el

interior de su ser. De ahí que el Reino de Dios es grandeza

espiritual, potencia que impregna el alma, y que sólo por el

alma puede ser estimada99.

b) La paternidad de Dios y la grandeza del alma humana.

En cuanto a la paternidad de Dios y la grandeza del alma

humana, Jesús es el único que las ha revelado, si bien habría

que decir más exactamente que ha realizado y constituido

definitivamente lo que permanecía en estado de conato vago y

confuso100. En cualquier caso, ambas cosas, la paternidad

divina y la perfección del alma, se descubren en cuatro

lugares del Evangelio: el Padrenuestro; Lc 10, 20: “No os

alegréis de que los espíritus se os sometan; alegraos de que

vuestros nombres estén escritos en los cielos.”; Mt 10, 29-

30: “¿No venden dos pájaros por un as? Pues bien, ni uno de

ellos caerá en tierra sin el consentimiento de vuestro Padre.

En cuanto a vosotros, hasta los cabellos de vuestra cabeza

están todos contados”; y Mt 16, 26: “Pues ¿de qué le servirá

al hombre ganar el mundo entero si arruina su alma?” En estos

cuatro lugares evangélicos se revela la Providencia, la

filiación divina de Jesús y de todos los hombres, y la

perfección atribuida al alma humana. Jesús revela a los

hombres su cualidad de hijos de Dios y, por tanto, que tienen

una dignidad superior a todo lo creado, y que nadie les puede

arrebatar. Se trata de una inversión de valores con respecto

al pensamiento griego y al resto de religiones, que nunca han

dado esta dignidad al ser humano. Y es que, como dice el

historiador germano, no aporta esta religión [el

99 Ibid., 60.

100 Ibid., 68.

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55

cristianismo] más que una experiencia, pero con ella suscita

una nueva concepción del universo; no deja espacio más que

para lo eterno, quedando reducido lo temporal a un medio para

alcanzar un fin, y clasifica al hombre entre las cosas

eternas101.

c) La mejor justicia y la ley del amor.

Por último, acerca de la mejor justicia y la ley del

amor, Jesús lo que hace es aprovechar el caudal abundante y

profundo de ética que existía en el judaísmo para establecer

un sistema original de principios éticos, cuyas

características son las siguientes:

- Ataca el culto externo, la liturgia y las prácticas

religiosas porque no son consideradas como un

servicio al prójimo, sino como algo tendencioso y

egoísta.

- Busca la raíz de una cuestión moral, la intención.

- Afirma que el amor es la raíz y el motivo de toda la

moral.

- Une la moral y la religión de tal manera que la

religión es el alma de la moral y la moral es el

cuerpo de la religión. Así, pues, se comprende como

Jesús acercó el amor a Dios y el amor al prójimo

hasta confundirlos en uno solo.

En definitiva, Jesús lo que hace es revelar que la

verdadera religión práctica consiste en el amor al prójimo y

en la misericordia; no en la práctica de ritos, liturgias y

cultos vacíos. Y si exige la actitud y el comportamiento

misericordiosos es, en primer lugar, porque de esta manera

101 Ibid., 68.

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56

los hombres son imitadores de Dios ( Lc 6, 36: “sed

misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso”) y, en

segundo lugar, porque es a Jesús mismo, que se ha querido

identificar con los más necesitados, a quien se le hace (cf.

Mt 25, 31-46).

d) Conclusión.

En estos tres temas se encuentra la esencia del

Evangelio y, por tanto, las líneas fundamentales de la

revelación de Jesús. Además, los tres órdenes de ideas que

hemos enumerado –dice Harnack- (el Reino de Dios, Dios Padre

y la infinita perfección del alma humana, y la mejor justicia

que se manifiesta en el amor) coinciden, si se mira bien, ya

que el Reino de Dios no es, al fin y al cabo, más que el

tesoro que el alma humana es capaz de hacerse suyo en el Dios

eterno y misericordioso; y de ahí dimanan todos los conceptos

de fe y de amor que la cristiandad, fundada en las palabras

de Jesús, proclama y mantiene102

.

Estos tres temas conforman la semilla que Jesús plantó.

Y eso significa que todas las demás cuestiones, que en el

transcurso de la historia eclesiástica fueron consideradas

fundamentales y han tenido tanta importancia, sólo son

derivados de aquella semilla. Así que el Evangelio ni es un

libro de ascetismo, aunque defienda la abnegación contra el

egoísmo; ni es un proyecto social, si bien se preocupa como

ninguna religión de los pobres; ni es un libro de donde

surjan instituciones humanas, pese a que habla de una

autoridad y de un derecho cuya fuente es Dios; ni está

vinculado a una determinada civilización, aunque nace en una

muy concreta; y no está condicionada por una profesión de fe,

102 Ibid., 74.

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57

por unos determinados conocimientos, pues la única manera de

profesar sinceramente la fe es viviéndola. El Evangelio –

afirma Harnack- se refiere a los íntimos fundamentos del ser

humano, y a ellos exclusivamente103

.

En efecto, lo importante del Evangelio es la nueva

relación entre Dios y el hombre, la unión interior que se

establece entre Él y el alma humana. Todo lo demás está en

función de esto, incluso reconocer a Jesús como Hijo de Dios.

Jesús es el Hijo de Dios porque fue el único que consideró a

Dios como un Padre y porque ha transmitido, con un lenguaje

sencillo, cuestiones vitales para los hombres que conservan

hasta hoy su fuerza y su vitalidad. Es decir, que Jesús,

según el profesor germano, no es en verdad el Hijo de Dios

hecho hombre, el Dios encarnado que con su muerte ha redimido

a la humanidad. Jesús no es más que el paradigma de confianza

en Dios, de bondad humana y de servicio en medio de los

hombres. Él sólo es un promotor, pero no pertenece al

evangelio como contenido.

5.2. El “evangelio” en la Historia.

Harnack, en sus ocho últimas lecciones, hace un estudio

de la historia de la religión cristiana a partir de su

filosofía protestante de la historia, para mostrar cuáles han

sido las mediaciones que han invadido la esfera de lo

absoluto buscando la utilidad del momento y aquello del

Evangelio que ha permanecido en dichas mediaciones. Su

intención será responder a estas preguntas: después de cada

etapa del cristianismo, ¿cómo se ha realizado la

103 Ibid., 115.

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58

transformación del Evangelio? ¿cómo se ha conservado el

Evangelio después de la transformación?

Se pueden distinguir tres etapas: la época apostólica,

el siglo II y la evolución hacia el catolicismo (griego y

romano) y la purificación que ha supuesto el protestantismo.

a) La época apostólica.

Se puede decir que es el primer momento del

cristianismo. Es el período en el que se reúne el grupo de

los doce apóstoles que Jesús congregó en torno a él y, por

consiguiente, cuando nace la primera comunidad cristiana. Una

nueva comunidad que se caracteriza por tres cosas: todos

acataban que Jesús era Dios vivo; todos vivían para la

religión, se sentían ligados a Dios con un vínculo real; y

todos llevaban una vida santa, se amaban como hermanos y

aguardaban el pronto regreso de Cristo. Como se puede

observar, tres elementos perfectamente aceptables por el

hebraísmo.

Pero es esto precisamente lo que quieren evitar los

apóstoles: confundir la religión cristiana con la judía. Por

eso, la gran transformación llevaba a cabo por los apóstoles,

especialmente por Pablo104, consiste en establecer las

diferencias entre ambas religiones. Y la forma que tienen de

hacerlo es resaltando los elementos nuevos del cristianismo

frente al judaísmo: Jesucristo es Señor, pero no ya solamente

de Israel; es el Señor de la historia, el caudillo de la

104 S. Pablo fue quien mejor comprendió la obra de Jesús y quien con

mayor eficacia la continuó. De hecho él se encargó de diferenciar la

religión cristiana del hebraísmo por medio de los siguientes hechos:

anunciando la salvación como una realidad presente, acontecida en la

crucifixión y resurrección de Cristo; promulgando que el Evangelio abolía

la religión judía; asegurando que el cristianismo atañe al individuo, es

decir, a todos los hombres; y sistematizando el Evangelio mediante el

dualismo: Espíritu-carne; vida eterna-vida interior; muerte- vida. Cf.

AEC II, 29-30.

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59

humanidad. La comunión directa con Dios, substancia de la

nueva religión, inutiliza el intermediario del culto

tradicional y de sus sacerdotes. La nueva hermandad rebasa

todas las asociaciones antiguas y les quita todo el mérito.

La evolución interna, impulsada virtualmente por el principio

nuevo, empieza sin tardanza105.

Además, esta diferenciación es de suma importancia

porque una nueva idea religiosa -según Harnack- podrá

prosperar durante un tiempo determinado; pero si en el

momento decisivo no tiene la energía necesaria para romper

todo lazo con el pasado, y para formarse –por así decirlo- un

cuerpo, no durará mucho, y volverá a la nada sin remisión.

Nada más conservador, más tenaz que una religión constituida,

que no deja sitio para ninguna otra forma algo más elevada,

de manera que no queda más remedio que aniquilarla. Por

consiguiente, si el cristianismo de la época apostólica

hubiese persistido en sus quintesenciadas y conceptuosas

interpretaciones de la Ley, en su empeño de conciliar la

nueva religión con la antigua, no habría logrado resultado

alguno duradero106. Así pues, era necesario que el

cristianismo se creara su nuevo “cuerpo”, como lo denomina el

historiador germano, es decir, sus nuevos principios

fundamentales, distintos de la tradición hebrea, para que el

cristianismo como religión pudiera perpetuarse en la

historia.

Sin embargo, al mismo tiempo que se derrumbaban las

antiguas barreras de la tradición judía, surgieron nuevas

dificultades que le quitaron sencillez y fuerza al mensaje

anunciado por Cristo. Dichas dificultades son:

105 Ibid., 27.

106 Ibid., 28.

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60

- Fundar nuevas iglesias en sustitución de la sinagogas

judías, cuando la comunidad de Cristo, la Iglesia,

era realmente algo celestial, suprasensible y como

perteneciente a la conciencia. En otras palabras, al

elemento espiritual de la Iglesia se le añadió un

elemento externo (derecho, disciplinas, dogmas,…).

- Considerar que la redención no está por venir, sino

que está ya consumada, lo cual suponía: descuidar el

cumplimiento de las exigencias que trae el

cristianismo; quedarse sólo con la persona y obra de

Cristo, y no tener una auténtica vivencia cristiana;

quedarse sólo con la venida de Cristo, con el hecho

de que Dios se ha hecho hombre, y olvidarse del

Evangelio en sí.

- Conservar el Antiguo Testamento, con lo cual puede

penetrar en la nueva Iglesia un elemento anticuado y

moralmente inferior.

b) El siglo II y la evolución hacia el Catolicismo.

La segunda gran transformación producida en la historia

de la religión cristiana aconteció en el siglo II. Fue

entonces cuando agotado el primitivo entusiasmo, en el más

alto sentido de la palabra, prontamente lo sustituye la

religión de la ley y de las formas107. Se pasó de una religión

del sentimiento y del corazón, a la que uno se adhería

después de convertirse, a una religión de la costumbre, de la

forma y de la ley, a la que uno pertenecía por tradición,

porque su familia era cristiana. Se trata de un proceso de

legalización por el cual el cristianismo adquiere unas formas

107 Ibid., 53.

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61

tangibles en las normas y en las leyes que son consideradas

el contenido de la religión.

A lo largo del siglo II aparece un elemento nuevo en el

cristianismo: la asociación del Evangelio al helenismo. Una

vez que el Evangelio había sido totalmente desvinculado del

judaísmo era necesario que encontrara un “cuerpo”, un sistema

de pensamiento por el cual los cristianos pudieran dar a

conocer el Evangelio a los hombres. Y los elementos griegos

que más arraigaron serán la ética y la cosmología,

especialmente lo referido al Logos108.

Ahora bien, como consecuencia de esta helenización,

también surgió inmediatamente en la Iglesia la necesidad de

defenderse de una “helenización aguda”, que encuentra en el

gnosticismo su máxima expresión. Así que esto obligó a la

Iglesia a dictar leyes precisas para determinar su doctrina y

repudiar a todo aquel que no la acatara. El problema fue que

la Iglesia se transformó en una comunidad compacta, dotada

con un sistema doctrinal y un culto externo bien definido109.

En definitiva, que adoptó formas análogas a las que

condenaban en los gnósticos110.

108 Cf. Ibid., 56-60.

109 Cf. Ibid., 66-70. Los cambios producidos en la Iglesia por esta

lucha contra la “helenización aguda” son:

- Represión de la libertad y la independencia en materia

religiosa.

- La religión cristiana se veía cada día más como “doctrina”

universal que lo abraza todo.

- Cobra tal importancia la Iglesia como “institución” que se

hace indispensable para la religión.

- El Evangelio deja de ser pregonado como una buena nueva, o al

menos con menos energía que antes, porque la experiencia

personal pierde vigor y prevalecía especialmente el

sentimiento de expectación escatológica del fin del mundo,

con lo cual se imponía una moral rigorista.

110 Cf. Ibid., 62.

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62

Este es el nacimiento de la Iglesia católica: la Iglesia

de la doctrina y de la ley, la Iglesia de la autoridad y los

dogmas, la Iglesia donde el Evangelio son las normas. La

Iglesia católica surgió por la incompetencia para someter al

gnosticismo de otra manera que no fuese la aceptación de la

ortodoxia aprobada por los sacerdotes. Y es que aquellos –

dice Harnack- que no comprenden la religión sino en cuanto es

costumbre y obediencia, hacen necesarios a los sacerdotes a

quienes cargan con la parte principal de los deberes que son

patrimonio de la conciencia común o colectiva; y hacen

necesaria la ley también porque conviene más al vulgo la ley

que el Evangelio111.

Ahora bien, dentro del catolicismo se pueden distinguir

dos ramas: el catolicismo griego (u ortodoxo) y el

catolicismo romano. El primero se caracteriza por su relación

con la religión griega y no tener nada en común con la

religión de Cristo. La Iglesia Griega –según el historiador

germano- es un Paganismo declarado que se apoderó de algunos

conceptos evangélicos; o mejor dicho, es el antiguo Paganismo

que se ha sobrepuesto al Evangelio112. Y por lo que respecta

al catolicismo romano, está colocado al lado del Imperio

Romano y tampoco tiene nada que ver con el Evangelio. Dice

Harnack: Al proclamar que Cristo ha fundado un reino, que

este reino es la Iglesia Romana, a la cual armó con la espada

–o mejor con dos espadas, la espiritual y la temporal- el

Catolicismo de Occidente seculariza el Evangelio113. El

problema del catolicismo romano ha sido mezclar lo divino con

lo humano y eliminar esa distancia que existe entre lo

interior y lo exterior.

111 Ibid., 63.

112 Ibid., 97.

113 Ibid., 118.

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63

Así que el catolicismo ortodoxo y el romano no tienen

relación alguna con el Evangelio, más bien están en abierta

contradicción. Y si algo bueno han hecho ha sido conservar la

proclamación del Evangelio, con lo cual han posibilitado que

Dios actuara en el corazón del hombre a pesar de todo114.

c) El siglo XVI y la Reforma Protestante.

La última y más grande transformación acontecida en la

historia de la religión cristiana tuvo lugar en el siglo XVI

con el nacimiento del Protestantismo. Dice Harnack: Quien se

fije en la historia de Europa desde el siglo II hasta

nuestros días, no dejará de reconocer la Reforma del siglo

XVI, entre tantos acontecimientos, como el más grande y

beneficioso, superior aún a la admirable transformación de

todas las cosas, que se inició en el siglo XIX115

.

Sin duda alguna, el Protestantismo ha significado una

gran transformación para la historia del cristianismo porque

restauró el Evangelio en su espiritualidad y en su posesión

del hombre interno, en la idea fundamental del Dios

misericordioso, en el culto en espíritu y en verdad, y en la

idea de la Iglesia como comunión de la fe116. En otras

palabras, el Protestantismo ha devuelto a los cristianos la

doctrina de la salvación anunciada por Cristo, que había sido

desvirtuada por el catolicismo.

El cristianismo protestante es, ante todo, una Reforma y

una Revolución del Catolicismo, su Iglesia, su autoridad y su

114 Cf. Ibid., 73-124. A lo largo de estas páginas Harnack

desarrolla aspectos tanto del catolicismo griego como del romano: cuáles

han sido las obras que han realizado, cuáles son los caracteres

distintivos de cada una de sus Iglesias, las modificaciones que ha

sufrido el Evangelio en ellas y lo que han conservado.

115 Ibid., 124.

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64

relevancia. Fue una Reforma porque renovó lo que atañe a la

sustancia de la religión cristiana, o sea la doctrina de la

salvación. Y eso se demuestra en tres cosas:

- La religión fue devuelta a sus orígenes: se restituyó

la supremacía del Evangelio y la vida religiosa que

de él procede.

- Se fijó el significado de “Palabra de Dios”, que no

es la doctrina de la Iglesia, sino la predicación

espontánea de Dios, de la gracia de Dios tal y como

la ofrece Cristo; y de “experiencia interior”, que no

es la certidumbre de la gracia, sino creer y fiarse

de que Dios es misericordioso.

- Se transformó el culto tanto individual como

colectivo, pues el primero se considera la fe activa,

mientras que el segundo no es más que orar y

proclamar la fe con alabanzas y acciones de gracias a

Dios117

.

Por otra parte, el Protestantismo es, además, una

Revolución del Catolicismo, porque se opone a su condición

legal vigente. Concretamente, la religión protestante está en

contra de lo siguiente:

- El sistema jerárquico y sacerdotal de la Iglesia.

- Toda autoridad formal y externa de la Iglesia, es

decir, toda la autoridad de los concilios, los

clérigos y de cualquier tradición eclesiástica.

- El culto tradicional, el ritualismo.

116 Cf. Ibid., 141.

117 Cf. Ibid., 125-128.

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65

- El sacramentalismo, excepto el Bautismo y la

Eucaristía, que los considera simples símbolos.

- La moral “superior”, es decir, aquella moral que

propone la abstención de ciertos dones y ciertas

fuerzas de la creación porque eso es grato a Dios118.

En definitiva, el Protestantismo lo que hace es, según

Harnack, renovar y revolucionar el catolicismo, y con él toda

la historia de la religión cristiana. Lutero, al intentar

restaurar en la Iglesia cristiana la pureza primitiva de la

religión sin ministros y sin sacrificios, sin autoridad

externa y sin leyes, no sólo abolió la “corteza” añadida por

el Catolicismo, sino que abolió también ciertas formas que ya

existían en la época apostólica, tales como la disciplina de

los ayunos, la institución de los obispos y diáconos, etc119.

Se trata, por tanto, de una vuelta a la esencia del

cristianismo, es decir, al Evangelio mismo.

Ahora bien, Lutero volvió a los orígenes del

cristianismo, al Evangelio, pero sólo en la medida de sus

posibilidades. Él no conocía a fondo ni la historia de los

dogmas, ni la crítica histórica del Nuevo Testamento y de la

primitiva Cristiandad, por lo que hay numerosos problemas que

él ignora por completo y que son, evidentemente, deficiencias

de la Reforma120. De ahí que esa Reforma deba continuarse en

118 Cf. Ibid., 133-138.

119 Cf. Ibid., 140-141. Tal es la purificación llevada a cabo por el

Protestantismo que el historiador germano se atreve a considerar la

doctrina de la justificación de Lutero como la reproducción fundamental

de la idea de Pablo, y más aún como exacta continuación en su finalidad,

de la predicación de Jesús. Para Lutero –dice Harnack-, lo mismo que para

Jesucristo, lo que mayormente importa es saber que Dios es el Padre y que

en él poseemos al Dios de Misericordia, poseer la consoladora confianza

en su providencia y en su gracia, tener fe en la remisión de los pecados.

Ibid., 141-142.

120 Cf. Ibid., 146-152. Para Harnack las deficiencias de la Reforma

son cuatro:

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el tiempo, sin renunciar a las ideas fundamentales y

decisivas de ella.

5.3. Recapitulación.

La intención de Harnack con sus conferencias ha sido

presentar cuál es la esencia del cristianismo, es decir, el

Evangelio anunciado por Cristo, y cómo esa esencia se ha

visto envuelta a lo largo de la historia por una serie de

“formas históricas” que, si bien han servido para que el

mensaje de Cristo fuese transmitido a los hombres en un

momento dado, también han hecho que se oculte y tergiverse el

contenido de dicho mensaje.

La tarea del profesor germano ha consistido en

distinguir el núcleo de la corteza y, por tanto, lo que ha

sido un progreso o un retroceso en la historia de la religión

cristiana121

. Él ha querido diferenciar el núcleo del

- Lutero considera que el Evangelio tiene fuerza por sí mismo

para obligar a las conciencias y, sin embargo, acepta algunos

dogmas eclesiales como pueden ser el de la Trinidad y el de

las dos naturalezas de Cristo.

- Lutero sólo aceptaba lo que estuviese en la Sagrada

Escritura, sin embargo no llegó hasta sus últimas

consecuencias. Por un lado, reconoce la necesidad de obedecer

a “lo que está escrito” y, por otro, afirma que las

conciencias no deben ser esclavas de “lo que está escrito”.

- Destacaba la gracia como la remisión de los pecados, una

gracia dada por Dios misericordioso, pero discutía sobre los

medios sobre la gracia.

- No dejó clara la relación entre la verdadera Iglesia, que era

la Iglesia formada por la santa comunidad de fieles, y las

Iglesias que identificaron el Evangelio con su propia

doctrina y se consideraron la “verdadera Iglesia”.

121 El cristianismo es progreso como anuncio moral, fundamentado en

la libertad y la interioridad de la relación hombre-Dios, como vida

interior universal; sin embargo, es regreso en cuanto se lega a una

particular institución, leyes y costumbres, un particular desarrollo

dogmático, metafísico y mitológico; es progreso como protestantismo

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cristianismo de lo que son simples “formas históricas

accidentales”, es decir, corteza jurídica, política y

filosófica en la que se encuentra expresado dicho núcleo,

pues esta corteza ayuda a vivir y a proponer la doctrina de

Cristo, pero también ha supuesto una cierta decadencia del

mismo.

Según Harnack, la esencia del Evangelio, despojada de

toda corteza, consiste en la revelación de Cristo, cuyos

contenidos son: la venida del Reino de Dios al interior del

hombre, la paternidad de Dios y el valor infinito del alma

humana, y la práctica del amor y la misericordia como único

culto agradable a Dios. Estos tres aspectos constituyen la

esencia del Evangelio y, por tanto, la esencia del

cristianismo.

El problema han sido las transformaciones sufridas por

ese mensaje a lo largo de la historia. Inevitablemente el

Evangelio ha necesitado transformarse para adaptarse a los

distintos momentos históricos que le ha tocado vivir, pero

eso no significa que esas “adaptaciones” se conviertan en

aspectos fundamentales del Evangelio. El error cometido ha

sido mezclar la sustancia con los accidentes, y convertir

éstos en cuestiones esenciales del mensaje salvífico. Por

eso, Harnack, una vez que ha expuesto cuál es la esencia del

Evangelio, analiza las tres grandes transformaciones

ocurridas en la historia de la religión cristiana, y

considera que de todas ellas la Reforma protestante ha

significado una auténtica vuelta al Evangelio mismo. El

protestantismo supuso una renovación y una reforma de todo lo

que el catolicismo, tanto griego como romano, habían

desvirtuado del Evangelio, con la creación de la institución

(“núcleo”), es regreso como catolicismo (“corteza”); es progreso como

evangelio de Jesús, es regreso como evangelio sobre Jesús. Cf. G. FONI,

o.c., 53.

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eclesiástica, la autoridad, los dogmas, las prácticas

litúrgicas, etc. Y esto significa, por tanto, que para

Harnack, de las tres ramas del cristianismo, el

Protestantismo sería la que conserva realmente el verdadero

mensaje salvífico de Cristo.

Él, desde sus categorías histórico-protestantes, ha

hecho un gran esfuerzo por determinar cuál es la esencia del

cristianismo, pero ha cometido un grave error: despojar al

cristianismo de su cristología, soteriología, eclesiología y

escatológica, es decir, de todo. Por eso, al final, con la

visión de Harnack sobre la religión cristiana estamos –como

asegura Olegario- ante una reducción del cristianismo a

profetismo purificado y radicalizado en torno a Dios y al

alma, en clave individualista y moral[…] No hay revelación en

sentido estricto, ni redención en el sentido de santificación

por el Espíritu e integración en la vida divina o

divinización […] El cristianismo es sólo propuesta de

sentido, programa de vida moral, invitación a la

responsabilidad histórica122.

6.- CONCLUSIONES

En este artículo, en el que podríamos haber estudiado

más autores, encontramos, por una parte, los planteamientos

filosóficos de Spinoza, Locke, Kant y Feuerbach, y, por otra,

los histórico-teológicos de Harnack. Es decir, los

planteamientos que después tendrán en cuenta los teólogos

católicos de la primera mitad del siglo XX (entre los que

destacan Romano Guardini y Karl Adam) cuando respondan a la

pregunta por lo esencial del cristianismo.

122 O. GONZÁLEZ, o.c., pp. 217-218.

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Todos los autores que hemos estudiado, salvando las

diferencias, por supuesto, coinciden en una serie de aspectos

fundamentales.

En primer lugar, ellos se acercan a la revelación desde

unos determinados supuestos, bien sean racionales o

históricos, para concluir que lo importante y novedoso del

cristianismo sólo es el mensaje y, concretamente, los

contenidos éticos. Contenidos que, por otra parte, la razón

podría haber descubierto perfectamente, sin necesidad de la

revelación. Esto significa, pues, que para ellos no es la

revelación la que establece sus propios contenidos, sino que

son los prejuicios racionalistas, ilustrados e históricos los

que determinan qué es aceptable o no de la revelación.

En este sentido, reducen el cristianismo a una ética y,

lo que es más grave aún, desvinculan a Cristo de su mensaje.

Éste es el segundo de los aspectos en el que todos coinciden.

Para ellos, Jesús de Nazaret sólo fue un hombre que anticipó

y vivió la ética que la razón hubiese desvelado tarde o

temprano. Sin embargo, en ningún momento reconocen que Jesús

es el Hijo de Dios que redime con su muerte al mundo y que el

contenido de su mensaje es, precisamente, su propia persona.

Por último, hay que destacar que en todos los autores

estudiados existe un desplazamiento total y absoluto de la

realidad eclesial. En sus trabajos, ellos sólo se han

interesado por el mensaje de Cristo, y tal vez por su ejemplo

de vida. Pero en ningún sitio exponen la relación existen

entre Cristo y la Iglesia, y cuando Harnack lo hace, por

ejemplo, es precisamente para resaltar cómo la Iglesia ha

supuesto una degradación para el mensaje de Cristo. Así que

han eliminado totalmente el verdadero significado que la

Iglesia, como Cuerpo místico de Cristo, tiene para el

cristianismo y la vida del cristiano.

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JOSÉ ANTONIO SÁNCHEZ ORTIZ.

Licenciado en Teología Histórica.