74
1 Este documento contiene fragmentos de mi tesis doctoral 1 ; en concreto, los capítulos 1 y 2, el epílogo y la bibliografía, que creo que sirven de apoyo a la sesión sobre la interveción del Estado en las economías capitalistas. Página Capítulo 1 2 Capítulo 2 22 Epílogo 48 Bibliografía 61 1 “Los procesos de privatización en el Reino Unido durante el período 1979-1997”, escrita por Jaime González Soriano y dirigida por Xabier Arrizabalo, presentada en el Departamento de Economía Aplicada I en enero de 2008.

La Economia Capitalista y El Estado

Embed Size (px)

Citation preview

Page 1: La Economia Capitalista y El Estado

1

Este documento contiene fragmentos de mi tesis doctoral 1; en concreto, los capítulos 1 y 2, el epílogo y la bibliografía, que creo que sirven de apoyo a la sesión sobre la interveción del Estado en las economías capitalistas.

Página Capítulo 1 2 Capítulo 2 22 Epílogo 48 Bibliografía 61

1 “Los procesos de privatización en el Reino Unido durante el período 1979-1997”, escrita por Jaime González Soriano y dirigida por Xabier Arrizabalo, presentada en el Departamento de Economía Aplicada I en enero de 2008.

Page 2: La Economia Capitalista y El Estado

2

Capítulo 1

LA ECONOMÍA CAPITALISTA Y LOS DETERMINANTES

DE LA INTERVENCIÓN DEL ESTADO

El elemento básico, último, al que se puede reducir la lógica del funcionamiento del modo

de producción capitalista es la generación de ganancia a través de la producción de mercancías.

Recurrir a su análisis para, desde ahí, construir un aparato teórico que permita comprender la

mecánica de la economía capitalista constituye el método que Karl Marx utilizó en su obra2. Dado

que el enfoque que guía este trabajo se basa en el enfoque marxista, el punto de partida de esta

introducción es necesariamente el mismo que el de Marx.

Las mercancías son el objeto de la producción de una economía capitalista. La finalidad

de su creación es el intercambio, lo que constituye el eje del comercio y uno de los fundamentos

de las relaciones sociales en general. La acción de intercambiar implica que una determinada

cantidad de una mercancía es considerada equivalente a otra cantidad de otra mercancía. En

definitiva, las mercancías son intercambiables porque tienen un valor cuantificable.

El valor de las mercancías es asignado por el tiempo que, de media, se tarda en

producirlas en una sociedad determinada, con unas herramientas y máquinas (medios de

producción) determinados; en otras palabras, su valor procede del tiempo de trabajo socialmente

necesario para producirlo. En el caso de bienes complejos, la cuantificación de su valor incluye el

tiempo que ha sido necesario para fabricar los medios de producción, empleados y/o consumidos

en su fabricación.

Uno de los elementos definitorios de la sociedad capitalista es la configuración concreta

de la división del trabajo (las relaciones de producción) que se da en su seno: determinados

agentes (los capitalistas) detentan la propiedad de los medios de producción, mientras que otros

2 Marx (1867/1894).

Page 3: La Economia Capitalista y El Estado

3

(los trabajadores), carentes de dichos medios, venden su mano de obra a los primeros a cambio

de dinero que permita su sustento. El pago que los trabajadores perciben por su labor se

denomina salario.

Juntando mano de obra y medios de producción, los capitalistas producen mercancías, de

las que esperan obtener una ganancia, de modo que la cantidad de dinero que invierten en la

producción sea inferior a la que obtienen por la realización de las mercancías. Pero, ¿de dónde

procede la diferencia entre el dinero que gastan y el que esperan ingresar?

La fuerza de trabajo humano es también una mercancía; una mercancía especial. Su valor

procede, al igual que sucede con las otras mercancías, del tiempo socialmente necesario para

producirla y reproducirla. La producción de fuerza de trabajo abarca el sostenimiento vital del

trabajador, su alimentación, su vivienda, su ropa y la de su familia; y también los cuidados

médicos que precise, sus necesidades de ocio, y los conocimientos que haya recibido, en tanto

que la fuerza de trabajo es una mercancía compleja que incluye sus propias herramientas, en

forma de saberes prácticos y/o teóricos.

Sin embargo, a diferencia de los medios de producción, la mercancía mano de obra detenta

una característica excepcional: crea, produce valor. Las máquinas y las materias primas incorporan al

proceso productivo su propio valor, lo consumen en él. Sin embargo, el ser humano tiene la

capacidad de transformar los medios de producción dotándoles de un valor nuevo,

multiplicándolo; el ser humano es capaz de producir durante su jornada laboral un valor distinto y mayor que el

requerido para producir la suma del valor de su fuerza de trabajo y del de los medios de producción. Ese

excedente, procedente de la diferencia entre el valor de uso de la fuerza de trabajo (lo que

produce) y su valor de cambio (la remuneración que recibe) es la plusvalía o plusvalor. Y es esa

diferencia, la plusvalía, la que los capitalistas se apropian, aprovechando su posición

predominante en la sociedad como propietarios de los medios de producción.

Pero no toda la plusvalía queda en manos de los empresarios industriales: en virtud de las

relaciones intercapitalistas, distintas porciones son canalizadas hacia el capital comercial (que

participa en el proceso mediante la realización-comercialización de las mercancías) y hacia el

capital financiero (que adelanta el capital necesario para la puesta en marcha de los negocios). Es

decir, del circuito productivo se nutren los sectores comerciales y financieros.

De la fracción de plusvalía que recibe cada grupo capitalista, una parte pasa a acrecentar el

capital al convertirse en inversión. La inversión permite incrementar el gasto en medios de

producción y fuerza de trabajo, aumentar la escala de la producción y, potencialmente, acrecentar

la tasa de ganancia, de forma que se genera una dinámica de crecimiento que posibilita la

reproducción ampliada del sistema, dando lugar una acumulación capitalista que permite superar

Page 4: La Economia Capitalista y El Estado

4

los límites de la acumulación originaria. La dinámica de la acumulación tiene como corolarios las

tendencias de expansión (espacial), concentración y centralización del capital.

Otra parte de la plusvalía se consume de forma no productiva: bien con carácter

suntuario, sin relación alguna con la dinámica de acumulación; bien se destina a la creación,

mantenimiento y fortalecimiento del aparato político (superestructura) del modo de producción

capitalista, el Estado, a cuyo sostenimiento también contribuyen los salarios.

Lo que viene a continuación es un análisis del sentido de la existencia de ese entramado

político dentro del sistema capitalista; un análisis enfocado desde la madurez del momento actual

de desarrollo de este modo de producción, y presidido por una concepción funcionalista de la

sociedad y la economía, que se expresa en la hipótesis de que si el Estado existe es porque

realizaba o realiza alguna función útil en el sistema; o en otras palabras, si el Estado existe, es

porque sirve para algo.

En este contexto, los interrogantes que dirigen la investigación son varios: ¿qué

significado tienen la intervención del Estado en la economía, las políticas sociales, las empresas

públicas? ¿qué tienen de funcional al sistema y al modo de producción capitalista? ¿son producto

de la dinámica de concesión-conquista del movimiento obrero en el marco de la lucha política que se

abre en las democracias burguesas durante todo el siglo XX?.

Dicha intervención abarca actividades muy distintas entre sí; para poder responder a estas

preguntas es preciso caracterizarlas previamente en función de su significado dentro del sistema

económico capitalista, determinando su carácter productivo o improductivo (en el nivel de la

estructura), y su finalidad dentro del sistema social (en el nivel de la superestructura). En el siguiente

apartado nos referimos a la primera variable.

Diagrama I: Resumen de contenido I

MERCANCÍADIVISIÓN DEL

TRABAJO

CAPITALISTAS TRABAJADORES

VALOR DE LA

MERCANCÍA

PLUSVALÍA

INVERSIÓN

CONSUMO

IMPRODUCTIVO

Page 5: La Economia Capitalista y El Estado

5

El carácter productivo o improductivo de las actividades estatales

Desde una perspectiva económica, la intervención del Estado se puede dividir en

actividades productivas e improductivas. Utilizando el aparato conceptual marxista que hemos

presentado, decimos que las primeras se distinguen porque son homologables a las realizadas por

los capitalistas, es decir, en ellas hay creación de ganancia: el capital fructifica. Esto significa que un

capital inicial, D, se utiliza para adquirir medios de producción, MP, y fuerza de trabajo, FT, que

producen una mercancía M’ que supone la creación de un nuevo valor a partir de los valores de

MP y FT, y mayor que éstos; si se consigue realizar el valor de M’ (si se consigue vender M’ en el

mercado), se obtendrá una nueva cantidad de dinero D’, mayor que D. Todo esto implica que la

producción se destina al consumo privado, que cada consumidor paga por cada unidad de

producto y que la inversión inicial se realiza buscando rentabilidad. Este tipo de actividades las

llevan a cabo empresas públicas industriales, comerciales o financieras, nacionalizadas o creadas

por el Estado.

Las actividades improductivas no generan ganancia: no se llevan a cabo con vista a

obtener una cantidad D’ superior a D, el capital no fructifica, no se busca la rentabilidad y la

producción se destina al consumo público (el consumidor del producto no paga directamente por

la mercancía). Dentro de este ámbito se sitúan las obras públicas, los gastos de sostenimiento del

Estado (que incluyen al aparato legislativo y judicial, a la administración pública, etc.), el gasto

militar y las políticas sociales (sanidad, educación, subvenciones, exenciones, etc.). Es importante

subrayar que con este tipo de intervención no se genera capital, sino que se produce un traslado

de recursos desde un ámbito a otro, una ordenación de los mismos de acuerdo con una serie de

criterios decididos desde el Estado; es una forma de programación capitalista dirigida por el

Estado.

En esta investigación, las actividades del Estado se van a agrupar en alguna de estas dos

categorías, prescindiendo de otras intermedias como las empleadas por James O’Connor o Ian

Gough3. Estos autores califican de indirectamente productivos los gastos estatales en capital social (la

inversión social y el consumo social)4, porque parece que podrían favorecer en última instancia a

3 O’Connor (1973), Gough (1979). 4 “La inversión social consiste en los proyectos y servicios que incrementan la productividad de una determinada cantidad de fuerza de trabajo y que, en igualdad de condiciones, aumentan la tasa de beneficios. Un buen ejemplo lo constituyen los parques industriales financiados por el Estado. El consumo social consiste en proyectos y servicios que disminuyen el coste de reproducción del trabajo y que, en igualdad de condiciones, incrementan la tasa de beneficios. Un ejemplo de ello lo constituye la seguridad social, que hace aumentar el poder de reproducción de la fuerza de trabajo a la vez que disminuye el coste del trabajo” (O’Connor, 1973: 26-27). Gough, por su parte, explicita que las empresas públicas y la construcción de infraestructuras son indirectamente productivas.

Page 6: La Economia Capitalista y El Estado

6

la inversión privada5. De la validez de esta categoría para este trabajo, y por tanto de las razones

para no emplearla, se discutirá un poco más adelante; pero antes vamos a tratar de explicar qué

sentido tiene la entrada, la intervención del Estado en el esquema de producción de ganancia

capitalista.

Diagrama II: Resumen de contenido II

¿QUÉ LUGAR OCUPA EL ESTADO EN ESTE ESQUEMA?

ACTIVIDADES PRODUCTIVAS

ACTIVIDADES IMPRODUCTIVAS

MERCANCÍA

DIVISIÓN DEL

TRABAJO

CAPITALISTAS TRABAJADORESVALOR DE LA

MERCANCÍA

PLUSVALÍA

INVERSIÓN

CONSUMO

IMPRODUCTIVO

La finalidad de las actividades estatales: acumulación y legitimación

De acuerdo con lo expuesto por James O’Connor en su trabajo clásico La crisis fiscal del

Estado, las actividades estatales son de dos tipos: las que protegen la acumulación capitalista y las

que aportan y aseguran la legitimidad del sistema. Ambas funciones se constituyen como los fines

últimos de todo Estado6.

La función de protección de la acumulación incluye una serie de actividades con las que el

Estado trata de facilitar la obtención de ganancias por parte de los capitalistas, de eliminar los

obstáculos y las contradicciones que se interponen al paso de D a D’ a través del circuito

productivo. Por su parte, la función de legitimación pretende lograr la adhesión de los

trabajadores al sistema (o, en palabras de Gough, que “la mayoría de la población acepte esta

dominación del capital”7), con la intención de desactivar o suavizar la lucha de clases. En todo

caso, no hay que entender estas categorías como compartimentos estancos: las distintas acciones

5 Para O’Connor (1973), lo único que no es productivo el gasto social, destinado a proteger la armonía social y fomentar la legitimidad (asistencia social y control de la población). 6 El carácter vital de la acción del Estado queda reflejado en esta cita del tratado coordinado por Enrique Palazuelos y Francisco Alburquerque (1990: 93): “El Estado ha sido parte integral y básica en el funcionamiento del sistema capitalista, y sin tener en cuenta su intervención resulta imposible entender en su totalidad el desarrollo de este último”. De acuerdo con los autores de este trabajo, las funciones del Estado son cuatro: acumulación, legitimación, reproducción de la fuerza de trabajo y ampliación de los mercados (Palazuelos y Alburquerque, 1990: 105 y ss.). En cuanto a la tercera misión, entendemos que como tal su coste está incluido en la noción de salario, y que todo lo que haga el Estado por favorecer y apoyar la reproducción de la FT puede caber dentro de la función de legitimación; y en lo referente al cuarto objetivo, que “hace posible la realización del excedente”, según los autores, para simplificar podría subsumirse en el objetivo más general de protección de la acumulación. 7 Gough (1979: 109).

Page 7: La Economia Capitalista y El Estado

7

que lleva a cabo el Estado se pueden asignar a una u otra área, pero no de forma tajante y

definitiva, porque todas comparten rasgos de cada uno de los dos ámbitos.

Pudiera parecer que las actividades productivas coinciden con las que favorecen la

acumulación, y las improductivas con las que apoyan la legitimidad, pero en realidad no existe tal

correspondencia: el gasto militar es una actividad improductiva que sirve fundamentalmente al

propósito de promover la producción de plusvalía (como señala Louis Gill, por ejemplo8),

mientras que las empresas públicas rentables son sobre todo funcionales a la legitimación, al

tiempo que productivas.

Diagrama III: Resumen de contenido III

MERCANCÍA

DIVISIÓN DEL

TRABAJO

CAPITALISTAS TRABAJADORESVALOR DE LA

MERCANCÍA

PLUSVALÍA

INVERSIÓN

CONSUMO

IMPRODUCTIVO

Para favorecer la acumulación capitalista, el Estado pone en práctica políticas económicas

que responden a las necesidades del capital. De acuerdo con la subordinación particular del gobierno a

según qué entidades empresariales, éste despliega su política económica: si el capital nacional es

preponderante la política será distinta de si la primacía corresponde a capitales transnacionales.

Dichas políticas pueden ser expansivas e incluir subvenciones, exenciones y desgravaciones

fiscales, subcontrataciones, compra de bienes producidos por el sector privado o protección

frente a la competencia externa; o contractivas, como las políticas de ajuste, que implican la puesta

en marcha de procesos de privatización, liberalización de los mercados, desreglamentación,

establecimiento de un (más o menos) rígido control sobre las magnitudes macroeconómicas, etc.

En cualquier caso, y en general, la actuación estatal en conjunto sirve para transferir recursos

desde los salarios hacia el capital, y para reasignarlos entre las distintas fracciones de éste.

Las formas más intervencionistas de política económica intentan establecer una planificación

de la economía por el Estado, trascendiendo las propuestas keynesianas y dándole un carácter a la

actuación no ya puntual y corrector, sino sistemático, extremo al que se llega en momentos de

8 Gill (2002: 610 a 629).

Page 8: La Economia Capitalista y El Estado

8

debilidad del capital. Como parte de ese modelo de actuación estatal más intervencionista,

después de la Segunda Guerra Mundial algunos de los Estados capitalistas más avanzados

llevaron a cabo políticas de apoyo a la producción y al empleo que se materializaron en la

nacionalización de empresas privadas y en la creación de sociedades públicas en las esferas

industrial (absorbiendo empresas dedicadas a la fabricación y comercialización de automóviles,

por ejemplo), comercial (fundando compañías que detentaban un monopolio sobre el comercio

exterior, por ejemplo) y financiera (surgiendo bancos y cajas de ahorro de titularidad pública, por

ejemplo).

Sin embargo, el significado de estas formas de intervención estatal en la economía ha

cambiado con el tiempo: durante la segunda posguerra mundial, las empresas públicas fueron

funcionales a la acumulación privada en tanto que sirvieron para vertebrar el tejido productivo de

unas economías destruidas por la guerra, y para reactivar y fomentar la producción9. Según el

capital se fue desarrollando y concentrando cada vez más, y adquiriendo la capacidad de hacerse

cargo de estas actividades, el mantenimiento de estas empresas bajo el paraguas público sólo

podía responder a criterios dictados por la función de legitimación: de mantenimiento de un

cierto nivel de empleo y de renta de los trabajadores, de unos precios de venta reducidos, etc.

Con un valor parecido al de estas políticas de intervención activa en las esferas

productiva, comercial y financiera de la economía, el Estado emprende también la construcción de

las infraestructuras y la realización de las obras públicas necesarias para el capital privado: carreteras, vías

férreas, redes de telecomunicaciones y de transporte aéreo, embalses, trasvases hidrográficos... En

este caso, el análisis es semejante al del caso anterior: mientras al capital no le resulta rentable el

desempeño de este tipo de actividades, la participación del Estado en ellas podrá seguir estando

encuadrada dentro de la función de apoyo a la acumulación privada; en caso contrario, habrá que

incluirlas en la función de legitimación.

9 Al sector privado de la economía no le interesa, en principio, que el Estado lleve a cabo actividades productivas porque compiten con su producción. Sin embargo, para explicar su existencia se puede argumentar que las empresas públicas productivas eran funcionales a la acumulación en determinados sectores porque a) el Estado no era un competidor directo y actuaba como proveedor o cliente de la empresa privada, haciendo su actividad viable y/o más rentable; b) si no hubiera existido la intervención estatal en ciertos ámbitos, como en los ferrocarriles o en la telefonía, éstas actividades no habrían podido ser asumidas por el sector privado y sencillamente no existirían o estarían muy atrasadas. En contra de este argumento, y llevando la discusión al absurdo, se puede defender que dichas actividades no son realmente necesarias, que no deberían existir porque no son interesantes para el capital privado en tanto que no rentables. Si bien esta idea podría ser aceptable desde una óptica puramente economicista, desde un punto de vista más holístico hay que recurrir a la variable de la función de legitimación, y recordar que dichas actividades sí resultaban necesarias en el contexto en el que se crearon, a causa de la conflictividad social que habría surgido en su ausencia (porque el crecimiento del empleo habría sido más lento, por los efectos del atraso en que estarían sumidas, por ejemplo, las comunicaciones y los transportes sobre el nivel de vida, etc.). Sin embargo, en momentos de crisis, el capital no está dispuesto a soportarlas porque son i) un competidor indeseado, ii) un lastre si no son rentables, o iii) un espacio de generación de ganancia muy apetecible si se puede sacar provecho de ellas.

Page 9: La Economia Capitalista y El Estado

9

También dentro de la función de protección de la acumulación, el Estado crea

ordenamientos jurídicos que amparan la acumulación capitalista. Ésta es defendida desde las normas

fundamentales (por ejemplo, la identificación de la economía española como una economía de

mercado está sancionada en el artículo 38 de la Constitución española10); desde el ordenamiento

laboral (por ejemplo, cuando se introducen normas que abaratan el despido, permiten la

precarización de las condiciones de trabajo o adecuan la duración de los contratos a las

necesidades de la producción, etc.); o desde la reglamentación fiscal (fundamentalmente,

aumentando los impuestos indirectos y reduciendo los indirectos y los que gravan los beneficios;

en el IRPF, reduciendo la progresividad y los tramos).

Por último, y todavía dentro de la función de apoyo a la acumulación privada, el gasto

militar, por los menos el realizado en Estados Unidos, tiene un fin muy determinado desde tres

vectores: el del apoyo a los intereses imperialistas de los grandes capitales nacionales y el

disciplinamiento de los gobiernos que no se sometan a sus directrices, del que existen sobrados

ejemplos durante los dos últimos siglos; el de la destrucción periódica de valores (no siendo

preciso que se produzca una guerra para que dicha destrucción tenga lugar), necesaria porque

sanea la economía en tanto que ayuda a eliminar la sobreproducción de valores; y el de la

promoción de la innovación tecnológica y su posterior uso en actividades productivas privadas

civiles11.

Por su parte, la función de legitimación abarca principalmente las políticas sociales y

redistributivas, de educación, sanidad e integración, y las transferencias a los trabajadores en

forma de pensiones o de prestaciones de desempleo. Muchas de estas medidas son concesiones

que la clase trabajadora arrancó del Estado en el marco de la lucha de clases, desde que a finales

del siglo XIX se publicaran las primeras leyes sociales de la historia12. Podría creerse que dichas

concesiones no son necesarias, que el desempeño de la función de legitimación no es realmente

necesario, que un simple mantenimiento coercitivo del orden social es suficiente; pero el coste

humano de esta opción sería inviable, o, como escribe Colin Crouch13,

10 “Se reconoce la libertad de empresa en el marco de la economía de mercado. Los poderes públicos garantizan y protegen su ejercicio y la defensa de la productividad, de acuerdo con las exigencias de la economía general y, en su caso, de la planificación” (Sección Segunda, Capítulo II, Título I, “De los derechos y deberes de los ciudadanos”). 11 Para una revisión más detallada del debate en torno al valor de los gastos militares del Estado, Gill (2002: 610 a 629); es especialmente interesante el informe de J.K.Galbraith analizado por este autor (Gill, 2002: 617 a 620). 12 Gough (1979: 133 y ss.). 13 Crouch (1988: 47). Peter Taylor-Gooby también argumenta en favor de la necesidad del Estado para los sistemas capitalistas, y de su función de asegurar la libertad de los menos poderosos en una economía de mercado (en Rodríguez-Cabrero, 1991: 145). Parece que Taylor-Gooby entiende que las tareas comprendidas en este área son concesiones del Estado y del capital, frente al argumento de que son conquistas del movimiento obrero; el propio autor niega validez a esta idea un poco más adelante, cuando les da el valor de prevenir y contener la “violencia callejera” y la “cólera” de los menos favorecidos (op.cit.: 161).

Page 10: La Economia Capitalista y El Estado

10

“El Estado consiste en un tejido de instituciones que encuentran su sanción última en el monopolio del poder coactivo, pero que dependen para su funcionamiento suave del no ejercicio de ese poder coactivo”.

El carácter ambiguo (en cuanto a su verdadera utilidad) de las actividades legitimadoras se

hace aún más complejo cuando nos encontramos con que además su naturaleza es ambivalente.

Y es que aquí se abre otro debate, en este caso en torno al significado de las llamadas por

O'Connor infraestructuras sociales: las políticas sociales de educación y sanidad. Según este autor,

este tipo de actividades estatales garantizan la reproducción de la fuerza de trabajo y reducen los

costes laborales, por lo que, desde su punto de vista, son funcionales a la acumulación de capital,

en tanto que

a) reducen el tiempo necesario para la (re)producción de la fuerza de trabajo, y por tanto su

valor y su precio (el salario); y

b) sirven para dotar a la fuerza de trabajo de una mayor cualificación.

Por ambos motivos, aduce O’Connor, habría que situar a los gastos sociales en el ámbito

de la acumulación.

En contra de esta calificación se puede observar que no es necesario que el Estado lleve a

cabo estas actividades, dado que pueden ser realizadas por el capital privado y dado que, en un

determinado momento del desarrollo capitalista, la actuación estatal no puede sino estorbar a

aquél (reduciendo su margen de ganancia). Así, la existencia de políticas sociales cobra sentido

cuando se las comprende dentro de la función de legitimación, como una garantía de acceso

universal a la cultura y a la salud, ya que nunca alcanzaron la dimensión que tuvieron las empresas

públicas o la creación de infraestructuras como factores vitales en la reconstrucción del esquema

de reproducción capitalista y en la protección de la acumulación. O, en otras palabras, la vigencia

de la titularidad pública sobre la educación o la sanidad reside en su dimensión social, no en sus

efectos sobre la acumulación, para la que llegan a ser contraproducentes.

Por otro lado, la función de legitimación también comprende la publicitación y

promoción de la ideología liberal, que se constituye como uno de los dos vectores ideológicos del

modo de producción capitalista, y que legitima el orden económico y la acumulación capitalista; la

publicitación y promoción de la democracia y justicia burguesas (y la creación de instituciones

que las representen, en especial asambleas nacionales, administraciones públicas y tribunales),

expresión de la ideología democrática burguesa, segundo vector ideológico del sistema, y que

legitima el espacio político contenido en éste, y por tanto a la propia función de legitimación; y la

socialización e integración de los individuos en el sistema, que incluye la adquisición y la

interiorización de los mecanismos de premios y castigos, y de los valores ideológicos señalados.

Page 11: La Economia Capitalista y El Estado

11

De los elementos señalados, el de la democracia burguesa es uno de los más interesantes

desde nuestro punto de vista, porque permite vislumbrar las contradicciones que se producen

entre las distintas funciones del Estado. El componente demócrata-burgués es el que justifica la

pseudo-participación de los ciudadanos en la toma de decisiones políticas, y trata de integrar a los

representantes de los trabajadores en el proceso político, como forma de desactivar la lucha de

clases, a través de dos construcciones ideológicas que se sucedieron en el tiempo: la de la

democracia pluralista burguesa y la del corporatismo14.

En cualquiera caso, el debate en torno a la democracia y las críticas contra el

corporatismo a que nos referimos en el cuadro de texto I deben entenderse como una

advertencia contra el exceso de permeabilidad que admite el aparato legitimador del Estado,

contra la extensión que ha alcanzado la intervención del mismo en los regímenes democrático-

burgueses contemporáneos y contra la influencia de los sindicatos. El debate libertad vs. democracia

es en realidad una mistificación de las tensiones existentes entre las funciones contradictorias de

acumulación (a la que paradójicamente se asocia con los valores de la libertad y con la defensa de

los derechos de propiedad) y legitimación (a la que se asocia con la participación en las

instituciones democrático-burguesas). Cuando esta lucha trascendió o trasciende el ámbito

teórico y alcanzó o alcanza a la política práctica, el Estado sacrifica, por lo general, los elementos

legitimantes: como señala O’Connor, el Estado desvirtúa sus políticas convirtiéndolas en

cuestiones de índole administrativa (tratando de hacer pasar las decisiones políticas por trámites

meramente técnico-administrativos) y alterando el lenguaje, modificando la relación entre

significantes y significados o directamente vaciándolo de contenido (de significado), de tal forma

que la realidad no se corresponda con las palabras15.

En tercer lugar, dentro de la función de legitimación, hay que referirse a un tipo de

actividades cuyo carácter es ambiguo y que resultan difíciles de encuadrar sin una reflexión un

poco más profunda. El sostenimiento de aparatos de represión (policía y, de nuevo, tribunales), que

garantizan un orden social interno adecuado para la actividad capitalista, tiene un carácter

contradictorio. Por ejemplo, el Departamento de Estado de Estados Unidos asegura que el éxito

de una política económica (monetarista, en este caso) depende del control del contexto político y

social a que se someta un determinado país16; en ese sentido se podrían entender este tipo de

actividades estatales como de defensa de la acumulación, comprendidas en el primer apartado.

14 Crouch (1988: 20). 15 Sólo así cabe entender, por ejemplo, los artículos 35 (derecho al trabajo) o 47 (derecho a la vivienda) de la Constitución que rige en España en la actualidad. 16 U.S. Department of State (1994: capítulo 3).

Page 12: La Economia Capitalista y El Estado

12

Cuadro de texto I: Corporatismo, corporativismo y democracia pluralista

De acuerdo con el diccionario de la Real Academia de la Lengua, corporativismo

significa “1. Doctrina política y social que propugna la intervención del Estado en la solución

de los conflictos de orden laboral, mediante la creación de corporaciones profesionales que agrupen a trabajadores y empresarios.

2. En un grupo o sector profesional, tendencia abusiva a la solidaridad interna y a la defensa de los intereses del cuerpo.”

Precisamente para evitar las connotaciones peyorativas de la segunda acepción, los

politólogos han acuñado y tienden a utilizar el término corporatismo (no recogido en el diccionario de la RAE) para referirse al primer significado, a la actuación del Estado a favor de una negociación tripartita de los conflictos laborales, organizando los encuentros y promoviendo la creación de las organizaciones que van a participar en ellos.

Por otro lado, y desde un punto de vista histórico, el corporatismo es una adaptación de la democracia burguesa, caracterizada por el pluralismo y la representación proporcional del sujeto-contribuyente burgués, a las necesidades de un sistema de producción capitalista de masas, en el que no se puede seguir negando el derecho de voto a la clase trabajadora.

La tensión a que son sometidos los valores y las normas de la democracia burguesa casi desde el momento de su concepción (tensión que aparece ya atestiguada en las respuestas que los filósofos conservadores y tradicionalistas oponen a los teóricos más progresistas de la Revolución Francesa, y que en España encuentra eco en la obra de Juan Donoso Cortés o, unas décadas más tarde, en la de José Ortega y Gasset), provoca una intensa discusión teórica que culmina con un vaciado de contenido de la construcción política pluralista para evitar precisamente que la clase trabajadora se hiciera con el poder político.

La teorización de este proceso se realizó a lo largo de varias décadas a caballo entre los siglos XIX y XX e incluyó un complejo debate entre algunos de los más importantes pensadores políticos del momento: así lo reflejan los trabajos de Max Weber (“Economía y Sociedad”, 1922), Hans Kelsen (“Esencia y Valor de la Democracia”, 1920) o Carl Schmitt (“Teoría de la Constitución”, 1927). Con la ayuda de las diferentes respuestas que estos autores dieron al problema de cómo articular la integración de la clase obrera en el sistema capitalista, terminaron de perfilarse las dos ideologías clave para entender el devenir político del siglo: la socialdemocracia y el fascismo. Así, Weber y Kelsen sientan las bases para crear un régimen en el que la obediencia a las normas esté fundamentada en una participación ya no directa ni proporcional, sino corporatista, de los ciudadanos en la toma de decisiones políticas, a través de órganos profesionales. Por contra, Schmitt desconfía de la estabilidad de un sistema de dichas características, en tanto que dicha obediencia tiene que subsumirse a un cuerpo extraño, que se sitúa fuera y por encima de lo político, que condiciona la libertad y la participación ciudadana: la acumulación capitalista. Es precisamente el sometimiento a la lógica del beneficio lo que impide, en la construcción teórica de Schmitt, la materialización de la democracia (que no es otra cosa que un ideal inalcanzable), y lo que justifica el establecimiento de un régimen fascista que asegure la realización de plusvalía.

El debate en torno a cómo materializar la participación de los individuos en la toma de decisiones y al alcance de la misma continúa en la actualidad en las obras de teóricos sociales y políticos como John Rawls (“Teoría de la Justicia”, 1971), Klaus Offe (“Capitalismo y Estado”, 1985; “Contradicciones en el Estado del Bienestar”, 1988), Jürgen Habermas (“Problemas de legitimación en el capitalismo tardío”, 1975), o Niklas Luhmann (“Teoría Política del Estado de Bienestar”, 1987).

Page 13: La Economia Capitalista y El Estado

13

Sin embargo, la cuestión es más compleja: supongamos que la represión es una función

heredada del pasado, que debe desaparecer en tanto que no es necesario que la lleve a cabo el

Estado y en cuanto que resulta improductiva según la lógica capitalista. Desde esta hipótesis,

deberían ser los propios empresarios capitalistas los que pudieran elegir y pagar sus propios

servicios de seguridad, sin que el poder público decida las sumas a gastar y en qué y cómo

gastarlas (evitando así la prestación de un servicio universal por el que no todos pagan). Si

aceptamos esta posibilidad, el que la policía y el poder judicial estén en manos del Estado es, al

mismo tiempo, un vestigio del pasado y una forma de dotar de credibilidad al sistema, frente a un

escenario hipotético en el que existirían ejércitos privados al servicio de las corporaciones

capitalistas. Por ello, vamos a incluir a las actividades represivas del Estado dentro de la función de

legitimación, junto a las instituciones de la democracia burguesa; ésta parece la interpretación más

correcta. En definitiva, tanto la administración pública como la policía, los tribunales o el ejército

conforman lo que se puede llamar un Estado mínimo, un conjunto de actividades de las que el

capital no puede prescindir sin renunciar al “funcionamiento suave” al que se refiere Crouch.

El siguiente cuadro sirve para resumir lo expuesto hasta aquí, teniendo en cuenta que

ninguna actividad estatal se puede asignar en puridad a ninguna de las dos categorías de

acumulación y legitimación. Como se ha señalado, se trata de una taxonomía muy simplificada y

sujeta a todo tipo matizaciones.

Luhmann, en concreto, percibe en el crecimiento de las funciones que desempeña el

subsistema político, en detrimento del económico, una grave amenaza para el conjunto del sistema social. En esta línea, los economistas James M. Buchanan y Samuel Brittan han concentrado sus esfuerzos en deconstruir el papel del Estado y en criticar la sobrecarga que éste sufre como consecuencia indeseada de la actuación de los mecanismos de participación y del corporatismo (Crouch, 1988: 12-16). Buchanan es uno de los defensores de la teoría de que los ciclos económicos se ven afectados negativamente por las decisiones políticas, especialmente durante los períodos electorales en los que se multiplican las actuaciones estatales. A esta tesis se suma el sociólogo Ramesh Mishra (1992), que entiende que la competencia electoral y la presión de los grupos de interés son los causantes de la dinámica creciente, y difícil de frenar, del gasto público. Por su parte, Brittan ha protagonizado las discusiones en torno al antagonismo entre libertad y democracia, en las que argumenta que sólo reduciendo la segunda (la participación y/o influencia de ciudadanos y grupos de interés sobre la toma de decisiones), se puede asegurar la primera, en tanto que se defienden mejor los derechos individuales de los ciudadanos.

Page 14: La Economia Capitalista y El Estado

14

Tabla I: Categorías de gastos del Estado

Categorías de gastos del Estado Carácter productivo o improductivo

Función que desempeñan fundamentalmente

1) Infraestructuras Improductivo Acumulación en un determinado momento histórico, legitimación

en la actualidad 2) Empresas públicas no rentables Improductivo

3) Empresas públicas rentables Productivo

4) Política económica (control de magnitudes, regulación del funcionamiento de la economía, intervención en los acuerdos entre capital y trabajo, apoyo directo al capital en forma de transferencias -subvenciones, consumo público, etc.-)

Improductivo Acumulación

5) Políticas sociales (educación, sanidad, etc.) y transferencias a los trabajadores

Improductivo Legitimación fundamentalmente

6) Ejército y gasto militares en general Improductivo Acumulación fundamentalmente

7) Administración pública, policía, asambleas nacionales, aparato judicial

Improductivo Legitimación fundamentalmente

Este esquema sirve de guía para explicar el ritmo de los procesos de privatización llevados

a cabo en el Reino Unido, que son el objeto de esta investigación. De acuerdo con el marco

teórico presentado hasta aquí, es probable que el Estado liquide en primer lugar aquellas

actuaciones legitimadoras que perjudiquen a la acumulación y que no sean imprescindibles según

el argumento de Crouch. Como podremos observar, las privatizaciones amenazan a casi todas las

actividades que aparecen recogidas en el cuadro, pero han encontrado fuertes resistencias en 5) y

se han mostrado poco viables en 4), 6) y 7), por lo que su avance ha sido más lento. Pero a todo

esto nos referiremos unas páginas más adelante, al final del capítulo tercero.

Diagrama IV: Resumen de contenido IV

MERCANCÍA

DIVISIÓN DEL TRABAJO

CAPITALISTAS TRABAJADORESVALOR DE LA MERCANCÍA

PLUSVALÍA

INVERSIÓN

CONSUMO IMPRODUCTIVO

Page 15: La Economia Capitalista y El Estado

15

Independencia del Estado y tensiones contradictorias en su seno

Resumiendo los argumentos aportados hasta aquí, podemos referirnos a la legitimación

como la expresión del no-ejercicio del poder desnudo por parte de la clase capitalista. En cuanto que técnica

para lograr la obediencia de los individuos no es una gran innovación, puesto que en todas las

sociedades han existido mecanismos que garantizaran dicha obediencia aunque su naturaleza

fuera muy diversa, de acuerdo con Max Weber17: los campesinos medievales satisfacían el pago

del diezmo a la Iglesia por su creencia en las tradiciones y en la legitimidad de aquellos designados

por las tradiciones para ejercer la autoridad (autoridad tradicional); los ciudadanos franceses

siguieron a Napoleón a causa de determinadas características concretas de la personalidad de los

caudillos: su heroicidad, su santidad y/o su ejemplaridad (autoridad carismática); por último, la

legitimidad democrática burguesa descansa en la creencia “racional” en la legalidad de las

ordenamientos jurídicos y de la dominación de los llamados por esas ordenamientos a ejercer la

autoridad (autoridad legal-racional).

En la actualidad, la “racionalidad” de la obediencia a la que se refiere Weber se apoya en

materiales de derribo procedentes del régimen burgués anterior, del que se incorporaron la

participación política de todos los ciudadanos en la toma de decisiones (el concepto de ciudadanía

se universaliza) y el resto de los derechos políticos (reunión, expresión, etc.). A estos elementos

de participación se añaden las políticas de protección social (acceso gratuito a un servicio

sanitario, protección frente al desempleo, sistema de pensiones, educación pública), funcionando

ambos, derechos políticos y derechos sociales, como los ejes de la legitimidad del sistema18.

Pero, ¿qué habría sucedido si las propuestas teóricas de Weber, Hans Kelsen y otros no se

hubieran materializado, primero, y no se hubieran consolidado, después?. El propio hecho de que

se puedan registrar distintos tipos de legitimidad parece sugerir la posibilidad de que existan

además sistemas políticos y sociales en los que ésta esté ausente, en los que la dominación, el

poder coactivo, se manifieste de forma desnuda. Es el caso, por ejemplo, de los regímenes fascistas

(que emergieron cuando la crisis económica y la falta de asentamiento del incipiente modelo

socialdemócrata propiciaron el ascenso de Mussolini, Franco, Hitler o Pinochet), o de los inicios

del modo de producción capitalista (durante el período del Estado Liberal). En aquellos

regímenes no existía entre el capital y los trabajadores un agente que regulara los conflictos

sociales, los cuales se hacían visibles de la forma más virulenta posible. En las democracias

burguesas, por contra, el Estado actúa como un ente que permite una cierta continuidad en el

tiempo de las conquistas del movimiento obrero (visualizables en forma de derechos sociales y 17 Weber (1922: 170 y ss.) 18 En todo caso, hay que subrayar que tanto las democracias burguesas, como el Estado Liberal que las precedió, como los regímenes fascistas, no son sino distintas expresiones políticas, superestructurales, del modo de producción capitalista. Desde luego, no constituyen modos de producción distintos.

Page 16: La Economia Capitalista y El Estado

16

políticos y de políticas sociales), lo que facilita la suavización o la desactivación temporal de la

lucha de clases.

Teniendo todo esto en cuenta, ¿qué es lo que ha permitido al Estado situarse en esa

posición pretendidamente neutral?, ¿qué factores habilitaron la conversión de la herramienta de

poder político que tenía el capital en un espacio en el que la clase trabajadora podía hacerle

frente? Para responder a estas preguntas, tenemos que recordar que el objeto de la función de

legitimación es el sistema en conjunto. Esto significa que el Estado trata de legitimar la reproducción

capitalista, a través de las políticas sociales, de los aparatos de represión y de la ideología liberal; pero

también a sí mismo, a través de la democracia y la justicia burguesas, de la producción de la

ideología democrática, de la socialización y la educación, etcétera.

La necesidad del Estado de dotarse a sí mismo de credibilidad ante la clase trabajadora y

el desempeño de la función de legitimación le confieren a aquél cierta autonomía frente a los

intereses de la clase capitalista; se abre así la posibilidad de convertir al propio Estado en un

escenario de la lucha de clases, o, más concretamente, la posibilidad de que el movimiento obrero

utilice los mecanismos, procedimientos e instituciones de la democracia burguesa para reivindicar

para sí los derechos políticos, además de lo que Gough llama derechos de bienestar. La autonomía

estatal está reforzada además por el hecho de que el Estado, como garante de la acumulación

capitalista, tiene que actuar como árbitro entre los diferentes intereses capitalistas, situándose por

encima de los intereses concretos de los distintos grupos. Por ello, no se trata de una autonomía

del Estado frente al sistema (que produce y necesita la función de legitimación), sino frente a los

capitalistas (o frente a una fracción de ellos). Dicho de otra manera, la relativa autonomía del

Estado está prevista, está incluida dentro de la lógica del sistema.

¿Qué es lo que obliga entonces al Estado a proteger los intereses capitalistas? ¿no es

suficiente esa independencia de que está dotado para romper la relación de vasallaje con el capital?

Hemos justificado que el Estado lleva a cabo la función de legitimación, pero hasta ahora no se

ha argumentado por qué es necesaria la otra función, la de apoyo de la acumulación capitalista.

Diversos autores, como Crouch y Gold, Lo y Olin Wright19, no encuentran satisfactorias las

explicaciones marxistas tradicionales de por qué existe una relación tan estrecha entre el Estado y

los “intereses del capital en su conjunto”. A este respecto, Gough, siguiendo a Ralph Miliband,

señala la existencia de tres niveles en los que se pueden situar los argumentos marxistas que

relativizan la autonomía del Estado: los de corte funcionalista-instrumentalista subrayan la

identidad de clase entre el capital y la cúspide política y funcionarial; otros aluden a la propiedad y

el control de los recursos económicos que detenta el capital, suficiente para mantener bajo su

19 Crouch (1988: 29); Sonntag y Valecillos (1977: 26-37).

Page 17: La Economia Capitalista y El Estado

17

control al Estado20; por último, los estructuralistas apelan a la lógica del funcionamiento del

sistema y sus instituciones para explicar la sumisión del Estado21.

Todas estas explicaciones no son incompatibles entre sí, sino complementarias, como

subraya Enrique Palazuelos22. Condensándolas, podemos decir que el capital tiene un gran

número de posibilidades de decidir quién gobierna y quién forma los parlamentos, porque, al

margen de la identidad personal que pueda existir entre los individuos que pertenecen a las élites

económicas y las políticas, financia las campañas electorales de los candidatos políticos y tiene un

fuerte ascendente sobre la opinión pública; a esto hay que añadir que los representantes electos

están constreñidos estructuralmente en sus decisiones, explícitamente a través de las normas

jurídicas que sancionan la economía de mercado y la propiedad privada23, e implícitamente a

través de la amenaza de los propietarios de entidades financieras, medios de comunicación y

grupos industriales y comerciales de retirarles su apoyo. Este hecho determina además que los

pequeños y medianos capitales se encuentren infrarrepresentados en la esfera política, y que en

realidad el papel de arbitraje del Estado entre los intereses capitalistas se refiera en todo caso a los

enfrentamientos entre grandes compañías.

Por ello, las actividades de apoyo a la acumulación privada se suelen imponer sobre las

actividades y los ordenamientos que aportan la legitimidad, como ya hemos visto; y así se

entiende el retroceso de los derechos laborales de los trabajadores o la imposición de normativas

tributarias regresivas24. En todo caso, la capacidad que tengan los representantes del capital de

hacer valer este tipo de medidas contrarias a la clase obrera, así como la configuración concreta

de las relaciones laborales, el ordenamiento jurídico, las políticas sociales, el espectro político y el

gasto público de un país dependerán del resultado de la lucha de clases, de las victorias o derrotas

parciales en huelgas, manifestaciones y todo tipo de acciones sociales y políticas, y de hechos

puntuales y coyunturales como la existencia de pleno empleo a causa de los requerimientos

productivos o la centralización estatal existente tras la segunda guerra mundial, que otorgaron un

20 Frank Longstreth narra cómo, en el caso británico, una fracción de la clase capitalista, el capital financiero radicado en la City de Londres, dominó la política estatal en su conjunto durante todo el siglo XX; a su texto nos referiremos más adelante, cuando revisemos la política económica británica. Longstreth en Crouch (1988: 198 y ss.). 21 Negarse a acatar dicha lógica no es factible desde el momento en que la ley del valor opera a escala mundial, por lo que no se puede escapar de aquélla. Gough (1979: 108-109). 22 Palazuelos (1986: 117-118); y, también, Palazuelos (1990: 96-97). 23 Por ejemplo, en el artículo 38 de la Constitución española; ver, también, Palazuelos (1986: 128-129). 24 “En las democracias liberales el poder de la clase trabajadora ha sido mantenido en un nivel fundamentalmente pasivo. Las libertades civiles, el derecho de asociación y el sufragio universal permiten al trabajo destruir, pero no conducir alternativas. En tanto pueda contenerse la destrucción, salen muy bien parados los intereses dominantes (...) La limitación de los sindicatos a actuar como partes contrapuestas en la negociación colectiva puede tener su precio en huelgas y aumentos salariales excesivos, pero con ello no se pone en peligro el control esencial de la industria”. Crouch (1988: 55).

Page 18: La Economia Capitalista y El Estado

18

gran poder de negociación a los sindicatos y un amplio espacio en el que entablar batallas25. De

acuerdo con Dominic Strinati26:

“La intervención estatal en las relaciones laborales se deriva de la relación sistémica dentro del capitalismo entre el Estado y la economía como estructuras institucionales distintas dentro de las cuales el Estado aporta ciertas condiciones indispensables para el mantenimiento y continuidad de la acumulación de capital, de tal manera que así como el capitalismo implica modos específicos de producción económica, así también implica modos específicos de intervención estatal. Sin embargo, aunque esto determina si habrá o no intervención estatal, la naturaleza de la forma y el contenido de esa intervención son configurados por los intereses de clase y por la luchas de clases, por los conflictos políticos, por las actuaciones, prácticas, reglas y estructuras del Estado y de sus aparatos y por las organizaciones políticas.

(…) Los conflictos de clase y las luchas políticas (el nivel integración social) por sí mismos no determinan la intervención estatal; ésta se deriva del nivel de integración del sistema y de los problemas del sistema, de la relación entre el Estado y la acumulación de capital. Tales problemas, que pueden impedir el proceso de acumulación, son engendrados en forma de articulación de los intereses económicos y políticos de clases y de conflictos que son inherentes y proceden del proceso de acumulación y del Estado (...) Puede asimismo afirmarse, aunque este es un punto que no vamos a estudiar aquí, que las consecuencias de la intervención estatal tienden a “superdeterminar”, más que a resolver, las causas que llevan a la intervención”.

Es importante terminar este epígrafe subrayando el carácter contradictorio, y antagónico

en ocasiones, entre las funciones de protección de la acumulación y de legitimación. La pugna

entre ambas es visible en muchos ámbitos, algunos de los cuales ya han sido señalados: así, nos

hemos referido o nos podemos referir a cómo los derechos laborales reconocidos de los

trabajadores son percibidos como un obstáculo para la acumulación, y por ello se procura

desnaturalizarlos; a cómo las políticas de salud y educación son privatizadas según las necesidades

del capital; a cómo se (re)diseñan los sistemas tributarios y se reducen los impuestos a los más

ricos; a cómo se vacían de contenido las normas que recogen los derechos de los ciudadanos y a

cómo se anatematizan las instituciones democráticas, como hacen Buchanan y Brittan. Todo ello

es resumido de forma magistral por David Harvey, que recuerda que

“Aunque en principio los individuos tienen libertad para elegir, se supone que no deben recurrir a la creación de instituciones colectivas poderosas (como los sindicatos), en contraposición a las asociaciones voluntarias más débiles (como las organizaciones de beneficencia). Fundamentalmente, no deben inclinarse por crear partidos políticos que tengan como objetivo promover la intervención del Estado en el mercado, o la eliminación de éste. Para protegerse de sus mayores temores (…), los neoliberales han tenido que establecer unos firmes límites al gobierno democrático, apoyándose en su lugar en instituciones no-democráticas y que no responden ante nadie (como la Reserva Federal o el FMI) para tomar decisiones. Así surge la paradoja de que está emergiendo una intervención estatal profunda, y un gobierno de las élites y los “expertos”, en un mundo en el que se supone que el Estado no debe intervenir (...) Enfrentado con movimientos sociales que exigen una mayor intervención colectiva, el Estado neoliberal se ve obligado a actuar él

25 La “acción estatal existe en un espacio histórico-concreto por el que discurre la dinámica de las clases sociales influyendo en el aparato estatal de un modo específico y distinto, según los momentos y características de ese espacio”. Palazuelos (1986: 118). 26 Strinati, en Crouch (1988: 240-241).

Page 19: La Economia Capitalista y El Estado

19

mismo, a veces de forma represiva, negando las mismas libertades que se supone que defiende. En esta situación, sin embargo, echa mano de su arma secreta: la competencia internacional y la globalización pueden ser utilizadas para disciplinar a los movimientos que se oponen al programa neoliberal en cada país concreto. Y si este mecanismo fracasa, el Estado recurrirá entonces a la persuasión, la propaganda o, si es necesario, a la fuerza bruta y la violencia policial para suprimir la oposición al neoliberalismo”27. En definitiva, muchas veces la contradicción entre acumulación y legitimación se transforma

en antagonismo; o mejor dicho, siguiendo a Crouch y a Kazimierz Laski28, ambas funciones

incrementan su antagonismo cuando se agudizan las crisis capitalistas: en caso de estancamiento

o retroceso económico…

“los supuestos del capitalismo contradicen las implicaciones de la democracia. Si se prolonga la fase de contracción, es preciso, o bien eliminar el proceso democrático, o bien cambiar los supuestos económicos sobre los que se basa la sociedad”.

O, en palabras de Karl Polanyi29,

“Desde el momento en que el hombre, la naturaleza y la organización de la producción se vieron cuestionados, la organización del mercado se convirtió en un peligro” Y un poco más adelante30:

“El origen de este miedo latente no ha sido el peligro ilusorio de una revolución comunista, sino el hecho innegable de que las clases obreras estaban en situación de poder promover intervenciones de consecuencias posiblemente desastrosas para el sistema de mercado, y es esto lo que en un momento crucial se ha condensado, dando lugar al pánico fascista”

Las amenazas a que son sometidos el proceso democrático y el bienestar social aparecerán en

los capítulos prácticos de este trabajo; pero antes nos detendremos, en el próximo capítulo, en

exponer la forma en cómo afectan las crisis a la intervención del Estado en la economía.

27 Harvey (2005: 69-70). 28 K. Laski, citado en Crouch (1988: 16). 29 Polanyi (1944: 264). 30 Polanyi (1944: 307).

Page 20: La Economia Capitalista y El Estado

20

Diagrama V: Resumen de contenido V

MERCANCÍA

DIVISIÓN DEL

TRABAJO

CAPITALISTAS TRABAJADORESVALOR DE LA

MERCANCÍA

PLUSVALÍA

INVERSIÓN

CONSUMO

IMPRODUCTIVO

Page 21: La Economia Capitalista y El Estado

21

Cuadro de texto II: Un caso ilustrativo: las compañías del agua británicas

¿A qué función, de legitimación o de acumulación, servían las compañías públicas de

agua británicas? Quizá una de las discusiones que encontramos en uno de los estudios clásicos sobre la privatización del sector británico del agua (Saunders y Harris, 1994) podría resolverse de forma sencilla si se planteara esta cuestión desde el comienzo.

Los autores del estudio, que enfocan su trabajo desde una perspectiva económica ortodoxa, intentan explicar la oposición de una de las más importantes organizaciones patronales británicas (la Confederation of British Industry, CBI) a la privatización de las compañías proveedoras de agua. La venta del sector supuso un encarecimiento del producto (un input importante para algunos de los socios de la CBI), lo que, según los autores, dejó al descubierto que el Estado había estado subvencionando de forma encubierta a las industrias cobrándoles el agua a un precio muy reducido.

De forma sorprendente, Saunders y Harris recurren a los “teóricos marxistas de la década de 1970” para fundamentar su argumento. En concreto, acuden a Nicos Poulantzas para asegurar que “los estados capitalistas pueden ayudar a la acumulación de capital en la economía en conjunto socializando algunos de los costes corrientes de las empresas, impulsando de esta manera sus márgenes de beneficio. Medidas como la nacionalización de las industrias básicas, que pueden parecer antitéticas al desarrollo del capitalismo, pueden ser funcionales o incluso indispensables para la supervivencia de un sector capitalista sólido”. (Saunders y Harris, 1994: 117).

Siguiendo nuestra hipótesis, la existencia de compañías del agua bajo titularidad pública en Gran Bretaña servía para - Asegurar el abastecimiento de un bien esencial a la población, a un precio de coste o

incluso por debajo de éste, como parte de la función de legitimación - Reducir los costes operativos de la industria británica, como parte de la función de

acumulación ¿Qué concluyen Saunders y Harris de este caso concreto? Primero, que el ejecutivo, al decidir la venta de estas sociedades, tenía otras

prioridades (“the government had other fish to fry”); es decir, otros intereses le forzaron a ignorar las presiones de la CBI. Esta omisión no resta fuerza, según los autores, al argumento de que el ejecutivo está sometido a las presiones de los empresarios; más bien, hace palpable la existencia de distintas fracciones del capital, con intereses enfrentados en ocasiones, que conducen la agenda política de los gobiernos. El cambio de rumbo llevado a cabo por Margaret Thatcher se hizo en también detrimento del capital industrial británico, como veremos más adelante.

Segundo, que la privatización del sector fue beneficiosa para el “público en general”, porque al aumentar las tarifas del agua se eliminaron los subsidios que los contribuyentes pagaban a la industria. Sin embargo, respondemos nosotros, una reducción de los impuestos a cambio de un incremento de las tarifas no puede entenderse como una medida progresiva, puesto que los impuestos (directos) pueden servir a fines redistributivos si gravan con mayor dureza a los más ricos, mientras que las tarifas no discriminan entre los consumidores en función de su renta.

Page 22: La Economia Capitalista y El Estado

22

Capítulo 2

EL ESTADO SOCIAL DE DERECHO Y EL PERÍODO DE ACUMULACIÓN

POSBÉLICO

Las primeras leyes de protección social con carácter sistemático se promulgaron en

Alemania durante la década de 1890 fruto de la lucha del movimiento obrero alemán, que se vio a

la postre favorecida por la estrategia al mismo tiempo represiva y propensa a las concesiones del

canciller Otto von Bismarck. Tanto en Alemania como en Francia e Inglaterra se habían

publicado anteriormente leyes aisladas, que concedían subsidios para alcanzar un salario mínimo

(el sistema Speenhamland inglés, de 1795), daban trabajo público a los parados (ley de Ateliers

Nationaux francesa de 1848) o trataban de adecentar los barrios obreros y de proteger a los

trabajadores en paro (Public Works Act inglesa de 1863). Con estas normativas como modelo, las

proto-políticas sociales se fueron extendiendo a otros países europeos.

Por otro lado, las primeras medidas de intervención estatal en la economía, a gran escala,

comenzaron a implantarse durante la década de 1930 en diversos países. Inspirados por las

teorías de John Maynard Keynes (que ponían en duda el argumento del laissez faire y proponían el

uso de la demanda agregada para contrarrestar la crisis) y en las propuestas y debates que habían

tenido lugar en la década precedente en Suecia y Alemania, los gobiernos de Suecia, Gran

Bretaña, Alemania o Estados Unidos se decidieron a utilizar el gasto público de forma generosa

para crear empleo estatal e intentar superar así los efectos de la crisis de 1929 y el estancamiento

del Período de Entreguerras. En palabras de Joseph Stiglitz31,

“Aunque los conservadores le vilipendiaron, Keynes en realidad hizo más por salvar al sistema capitalista que todos los financieros promercado juntos. Si se hubiera seguido a los conservadores, la Gran Depresión habría sido todavía peor y la exigencia de una alternativa al capitalismo habría sido más fuerte”.

31 “Para que funcione la globalización”, en El País, 17 de septiembre de 2006, página 9 del suplemento “Panorama”.

Page 23: La Economia Capitalista y El Estado

23

Y según Louis Gill32

“La [crisis] de 1929 reveló también, por la larga depresión que le siguió, que el proceso de saneamiento necesario para la reanudación se había convertido en impotente por sí mismo para restaurar la rentabilidad necesaria para la reanudación. Por tanto, el Estado se encontró forzado a intervenir”.

En Alemania, tras el ascenso al poder del Partido Nacionalsocialista, el gasto público y la

creación de empleo se concentraron en el sector armamentístico. En aquel contexto no tardó en

exacerbarse el enfrentamiento entre los grandes capitales alemanes, ingleses y franceses,

enfrentamiento que terminó dando lugar a la Segunda Guerra Mundial.

Características del modelo de acumulación posbélico

La Segunda Guerra Mundial tuvo una importante repercusión sobre los sistemas

económicos nacionales y sobre el sistema económico internacional, en tanto que supuso:

- una gran destrucción de valores y de fuerzas productivas

- la puesta en práctica de una serie de avances tecnológicos que más tarde serían aplicados al

proceso productivo, abriendo paso a una fuerte renovación tecnológica con importantes

efectos sobre la producción

- la imposición a la clase obrera de una férrea disciplina y la generalización de nuevas técnicas

de organización del trabajo

- la anticipación de nuevas formas de intervención del Estado en la economía

- la fundación de una nueva hegemonía política, económica y militar, la de Estados Unidos, y

de un sistema institucional internacional que la soporta aún hoy día

Los efectos que produjo este conjunto de factores se manifestaron en todas las áreas de la

economía, la política (doméstica e internacional) y la sociedad durante las décadas que sucedieron

a la guerra: así, se registraron cambios en los sectores productivos, en la esfera circulatoria y el

modo de consumo, en la distribución del excedente y en el papel del Estado; y, a escala global, en

la división internacional del trabajo, en las instituciones internacionales y en los mecanismos de

dependencia entre los países. Todo ello se analiza a continuación.

La destrucción bélica y la recuperación posbélica

La guerra permitió superar la crisis financiera y el estancamiento productivo de los años

precedentes, en tanto que liquidó el viejo y obsoleto aparato productivo y aceleró su sustitución

por uno nuevo. Además, el esfuerzo bélico aplazó los problemas de sobreproducción y absorbió los

32 Gill (2002: 542).

Page 24: La Economia Capitalista y El Estado

24

capitales que necesitaban rentabilizarse, y ayudó a encubrir una parte de las contradicciones que

planteaba el sistema capitalista a nivel ideológico, en tanto que el derrotado fascismo era hasta ese

momento el máximo enemigo de la clase obrera.

Durante el tiempo que duró la contienda (que produjo unos 40 millones de muertos), la

producción de la mayoría de los países desarrollados (sin considerar a ningún país del bloque

soviético33) disminuyó considerablemente: entre 1943 y 1947, el PIB de Gran Bretaña se redujo

en un 13,4% acumulado, el de Francia un 49,1% entre 1939 y 1944, el de Alemania un 60% entre

1944 y 1946, el de Italia un 43,4% entre 1940 y 1945, el de Holanda un 50,1% entre 1939 y 1944,

el de Japón un 52,2% entre 1943 y 1945... Sólo Estados Unidos aumentó su producción, en

concreto un 108,4% acumulado entre 1938 y 194534.

Existe una cierta correlación entre estos datos y los de la evolución de la producción en la

posguerra: en general, fueron los países más devastados los que más crecieron después:

Tabla II: Crecimiento del PIB real, 1913-1979, para 16 países seleccionados (tasas medias anuales a precios constantes)

País 1913-1950 1950-1973 1973-1987

Alemania 1,3 5,9 1,8 Australia 2,1 4,7 2,9 Austria 0,2 5,3 2,2 Bélgica 1,0 4,1 1,8 Canadá 3,1 5,1 3,4 Dinamarca 2,5 3,8 1,8 Estados Unidos 2,8 3,7 2,5 Finlandia 2,7 4,9 2,8 Francia 1,1 5,1 2,2 Gran Bretaña 1,3 3,0 1,6 Holanda 2,4 4,7 1,8 Italia 1,4 5,5 2,4 Japón 2,2 9,3 3,7 Noruega 2,9 4,1 4,0 Suecia 2,7 4,0 1,8 Suiza 2,6 4,5 1,0

Media 2,0 4,9 2,4

Fuente: Maddison (1989: 43)

El incremento del PIB fue acompañado de crecimientos en el volumen de la población

activa (a causa del boom de natalidad de la posguerra y de la incorporación de la mujer al trabajo),

de la inversión y de la productividad.

A la cabeza del esfuerzo inversor se situaron Japón (que dedicó a este concepto un 33%

de su PIB de media anual entre 1960-1972), Alemania (25%) y Francia (22%); en Estados Unidos

fue del 17%. La inversión en la industria fue significativa, acumulando una tasa media para la

década de 1960 del 13% en Japón, del 8% en Francia y Estados Unidos (8% entre 1960 y 1965) y

del 4% en Alemania e Italia. 33 De aquí en adelante, en este epígrafe, las referencias a Alemania se refieren a la República Federal de Alemania. 34 Arrizabalo (1997: 53).

Page 25: La Economia Capitalista y El Estado

25

El crecimiento medio anual del stock de capital fijo (sin contar las viviendas) fue del 5,5%

entre 1950 y 1970 en las seis principales potencias capitalistas, destacando Japón (8%), Alemania

(6%) y Francia (5,5%), y quedando por debajo Italia (5,1%), Gran Bretaña (3,9%) y Estados

Unidos (3,8%). Si se pone en relación dicha tasa con el número de personas-horas trabajadas, la

tasa se reduce ligeramente, al 4,7%, para esos mismos países (6,8% Japón, 5,9% Alemania, 5,2%

Francia, 4% Gran Bretaña, 2,7% Estados Unidos)35. En todo caso, se produjeron modificaciones

radicales en la productividad laboral (Enrique Palazuelos asegura que en términos de persona-

hora empleada, la tasa media anual de casi todos los países industrializados multiplicó varias veces

la obtenida en los períodos históricos precedentes36), que se sumaron a los incrementos de la

densidad del capital (relación entre capital fijo y trabajo) y del rendimiento (relación entre

producto y capital).

En cuanto a los sectores económicos, la productividad creció sobre todo en la agricultura,

lo que unido a la incorporación de avances tecnológicos (pesticidas, abonos, manipulación

genética, mecanización, refrigeración y otras técnicas de conservación, mejora de las técnicas de

cultivo, etc.) permitió, por ejemplo, duplicar los rendimientos del trigo y del algodón en Estados

Unidos entre 1950 y 1970, y cuadruplicar los del maíz. Sin embargo, fue la industria la que

aumentó su participación en el PIB en detrimento del sector agrícola, gracias a que su crecimiento

era mayor (3,8% frente al 1,9% de la agricultura en Estados Unidos durante 1950-1973; 13,8%

frente a 3,2% en Japón; 7,1% frente a 2,3% en Alemania, etc.). En consecuencia, se redujo el

porcentaje de población dedicada a este sector, siendo absorbido el excedente de mano de obra

por la industria y los servicios.

Todo ello tuvo un impacto enorme sobre el comercio internacional: valga como muestra

el dato de que el comercio conjunto de Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia, Alemania, Japón

y Holanda creció a una tasa media anual del 9,4% en el período 1950-1973, frente al 0,5% de

1913-195037.

Cambios en la esfera productiva

La renovación tecnológica propiciada por la adaptación civil de los avances bélicos (que

dio lugar a una fase tecnológica ascendente38) afectó tanto a los medios de producción como a las

mercancías producidas. Se introdujeron nuevas materias primas y auxiliares (aleaciones, por

35 Palazuelos (1986: 98-99). 36 Palazuelos (1986: 98). 37 Arrizabalo (1997: 49). 38 La actividad científica se convirtió en parte del proceso productivo, lo que significó una aceleración significativa en la aparición de innovaciones tecnológicas: si se consideran las innovaciones básicas surgidas en el período de 1800 a 1973, el 35% se concentra en los 30 años que van de 1931 a 1960. Palazuelos (1986: 76 y ss.). La estructura y contenidos de este epígrafe están basados en este texto de Palazuelos.

Page 26: La Economia Capitalista y El Estado

26

ejemplo), maquinaria, herramientas, técnicas de producción, instalaciones y sistemas de montaje,

al tiempo que comenzaba la hegemonía de las fuentes de energía procedentes de la rama

petroquímica. Todo ello permitió la generalización de la deslocalización de la producción y su

(semi)automatización, requisito necesario para la organización del trabajo fordista, a través de la

creación de cadenas de montaje y de la incorporación de autómatas y computadoras. Así se logró

una producción en masa estandarizada, que los avances en los transportes y en la transmisión de

información permitieron conectar con las esferas comercial y financiera.

Tras el empuje inicial procedente de la conversión de tecnología militar en tecnología

civil, las innovaciones se integraron en el proceso productivo a través de la incorporación de

científicos a las plantillas de las empresas y de la profundización del pragmatismo en la

investigación (conectando de forma más fluida la investigación básica con la los departamentos de

I+D). De esta forma, el conocimiento científico relevante para el capital (relevante en tanto que

era capaz de reducir costes y de crear nuevas líneas de productos) fue monopolizado por las

grandes empresas (capaces de realizar grandes inversiones), lo que repercutió sobre la división

internacional del trabajo y sobre el allanamiento tecnológico posterior.

Además, las innovaciones posibilitaron una reducción de costes en la extracción y

generación de productos energéticos, lo que dio lugar a un gran crecimiento de la demanda y a

una utilización extensiva del petróleo. Éste se convirtió en la fuente energética predominante, al

tiempo que se reducía el uso del carbón y que se producía un fuerte crecimiento de la

electrificación. En todo caso, el uso de las fuentes de energía era distinto en Estados Unidos,

Europa y Japón, como diferente era su posición de dependencia con respecto a ellas (mucho

mayor en Europa Occidental, y sobre todo en Japón). Por otro lado, en 1960 se creó la

Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), hecho que tuvo importantes

repercusiones en la década siguiente y que fue posible gracias a la nacionalización del sector del

petróleo en algunos países árabes.

Como era lógico, tras la destrucción producida por la guerra era necesaria una sustitución

del equipamiento productivo, y dicha sustitución vino determinada por las características

concretas de la nueva base tecnológico-energética. Ello dio lugar a un gasto mayor en equipos, a

un incremento del uso del petróleo y de la mecanización, a un ahorro de trabajo y, como

resultado, a una producción estandarizada, más diversificada y, sobre todo, en masa: sólo el

incremento en la escala aseguraría la rentabilidad de las elevadas inversiones que se habían

realizado.

La renovación se concentró inicialmente en ciertas ramas y secciones, para extenderse

paulatinamente al conjunto del aparato productivo. En cualquier caso, las ramas y secciones

Page 27: La Economia Capitalista y El Estado

27

punteras (la metal-mecánica, la química, la electrónica, la aeronáutica, la armamentística, las

industrias de fabricación de vehículos, maquinaria, electrodomésticos, productos petroquímicos,

las de construcción de infraestructuras y viviendas, etc.) eran las más rentables y las que

registraban una mayor concentración, centralización y transnacionalización del capital39:

Cambios en las esferas comercial y financiera

El comercio, tanto doméstico como internacional, experimentó un gran auge gracias a las

nuevas técnicas introducidas en el ámbito productivo. A este factor se unió la necesidad de

integrar más estrechamente los momentos de producción y de consumo (con la intención de

asegurar la realización de la producción y reducir el tiempo que transcurría entre ésta y aquélla), lo

que determinó una mayor inversión en redes comerciales, transporte, comunicaciones, servicios

financieros, publicidad, márketing y estudios de mercados. Como resultado, al modo de

producción en masa se asoció un modo de consumo de masas, cuyos objetos esenciales eran los

electrodomésticos, los automóviles y las viviendas. La necesidad de los capitalistas de que crear

un ejército de consumidores que aseguraran la realización de la producción estaba cubierta por una

dinámica salarial ascendente (que, sin embargo, no llegaba a amenazar a la rentabilidad del capital:

el abaratamiento de los alimentos y los vestidos permitió que los trabajadores pudieran comprar

los nuevos bienes de consumo sin que sus salarios crecieran más rápido que la productividad),

por la proliferación de préstamos encauzados al consumo privado y por las transferencias del

Estado hacia los individuos más desfavorecidos.

En el ámbito financiero, la banca privada trataba de maximizar sus ganancias fomentando

la emisión de créditos: en Estados Unidos, en el período 1945-1970, mientras que el PNB

aumentó un 190% y la producción industrial un 200%, el capital que buscaba invertirse en el

mercado financiero o en manos de intermediarios financieros se acrecentó un 750%40. Este

fenómeno produjo una expansión sin precedentes del crédito internacional, al tiempo que, a nivel

doméstico, ayudó a sostener el patrón de consumo de masas, la inversión de las empresas y su

necesidad de financiación en general, y el gasto público. En la otra cara de la moneda, emergió el

problema de que dicha emisión no estaba anclada a ninguna variable, ya que no se descontaba del

ahorro preexistente: los bancos estaban capacitados para aumentar la cantidad de dinero existente

39 La tendencia a la concentración y centralización de capital y la necesidad de emprender inversiones cuantiosas explican el auge de las empresas transnacionales en este período: “Estamos ante el mundo de los grandes oligopolios que concentran tales cuotas de producción, de ventas, de beneficios o de capitales, que una minoría de firmas controlan la actividad económica en la mayoría de las ramas” (Palazuelos, 1986: 107). Estas empresas adquirían el estatus de monopolios u oligopolios, y se situaban en una posición muy favorable de cara a captar rentas extraordinarias procedentes de sectores, ramas y empresas subordinadas y dependientes de aquéllas, gracias sobre todo a su control tecnológico. Por otro lado, la competencia entre grandes empresas no se manifiesta sólo en términos de precios, sino de diferenciación de productos. 40 Palazuelos (1986: 109).

Page 28: La Economia Capitalista y El Estado

28

en la economía, sin necesidad de crear más valor. De esta forma, la emisión excesiva de créditos,

fruto de la búsqueda de maximización de la ganancia por parte del capital financiero, ahondaba

las tendencias inflacionistas latentes en las economías de la posguerra41.

La generalización de una nueva forma de organización del trabajo

Los autores adscritos al enfoque regulacionista han acuñado la expresión de régimen de

acumulación y regulación para referirse al conjunto formado por una organización del trabajo, una

norma salarial, un modelo de consumo y unas funciones del Estado concretos. Cada régimen de

regulación trata de “orientar y canalizar el proceso de acumulación” y de “contener los

desequilibrios”, hasta que llega un momento en que fracasa en su cometido y es sustituido42.

Según los regulacionistas, tras la Segunda Guerra Mundial no sólo se sustituyó el aparato

productivo, sino que se fundó un nuevo régimen de organización del trabajo, el fordista, apoyado

en la semiautomatización, la estandarización, la producción en masa y las cadenas de montaje

(junto a sus características de ritmicidad, uniformidad, simplificación de tareas y reducción del

protagonismo del trabajador individual), que permitieron centrar la producción en la extracción

de plusvalía relativa -tras unos primeros años, en la década de 1950, en los que primó la

apropiación de plusvalía absoluta43, y en los que se contuvieron los salarios reales pese a la

inflación, y en los que no se dudó en reprimir al movimiento obrero como forma de apaciguar la

lucha de clases. Así, durante la posguerra se alcanzó una cierta paz social, fruto de varios factores:

- El ataque directo sufrido por los sindicatos antes, durante y después de la guerra (sobre todo,

en Alemania y Japón), y el establecimiento de legislaciones laborales muy restrictivas (en

Japón, el general MacArthur llegó a prohibir el derecho de huelga y los sindicatos de rama); la

parte más combativa del movimiento obrero fue expresamente debilitada, siendo sus

dirigentes perseguidos.

- La creación de mecanismos que permitían una cierta participación de la clase obrera en la

toma de decisiones laborales (mediante la negociación colectiva con sus representantes más

moderados) y políticas (mediante las instituciones de la democracia burguesa), sin que se

pudiese llegar a poner en cuestión la organización del trabajo o el sistema político-económico

41 Louis Gill (2002: 567-587; 658-667) defiende que la emisión masiva de créditos durante la posguerra tenía en realidad como uno de sus objetivos primordiales elevar los precios, para así reducir el poder de compra de los trabajadores. 42 Boyer y Freyssenet (2000: 13-37, 135-149). 43 El número de horas anuales trabajadas por persona creció un 7% en Japón durante esta década. En la República Federal de Alemania se mantiene el número de horas de 1938, que había crecido con respecto a 1929 en un 1,4%; en este caso, lo significativo es que en este país, en 1950, se trabajaban 2316 horas de media, ¡un 24% más que en Estados Unidos! (Arrizabalo, 1997: 54).

Page 29: La Economia Capitalista y El Estado

29

en general. El movimiento obrero fue reconstruido paulatinamente bajo estas premisas, de

forma que los sindicatos más radicales fueron reducidos a espacios minoritarios.

- Tras esos primeros años en los que la jornada de trabajo se alargó y los salarios reales fueron

minados por la inflación y por la contención de los salarios nominales (en nombre de la

disciplina, la abnegación y el esfuerzo que se exigían a las poblaciones para reconstruir la nación),

se produjo una relativa elevación de las condiciones de vida, gracias al establecimiento de un

sistema salarial que debía servir para absorber los cambios de escala en la esfera productiva, lo

que dio lugar a la nueva norma de consumo.

Según fue avanzando el período, el sistema salarial se jerarquizó en torno a dos categorías,

la de trabajadores cualificados y la de no cualificados, y a través de tres variables: la productividad

de la empresa, el nivel de beneficios y la fuerza de la organización sindical existente en la misma.

Los salarios eran generalmente más altos en las empresas punteras, pero tendían a igualarse como

consecuencia de la presión que ejercían las organizaciones sindicales. Éstas se fueron

fortaleciendo y ganando poder de negociación tanto en los convenios colectivos, a nivel micro,

como en los mecanismos de participación corporatista desde los que se diseñaban las políticas

sociales, a nivel macro. Ambos fenómenos explican la particular configuración del componente

de bienestar del Estado interventor posbélico.

La creación de un nuevo escenario internacional con la hegemonía de los Estados Unidos y con la profundización

de la división internacional del trabajo preexistente

En las postrimerías y al final de la guerra se idearon y crearon instituciones como el

Fondo Monetario Internacional (FMI, 1944), el Banco Mundial (BM, 1945), la ONU (1945), el

GATT (1947, sucedido en 1995 por la Organización Mundial de Comercio, OMC), la

Organización para la Cooperación Económica Europea (OEEC, 1948; refundada en 1961 como

Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico, OCDE) y la OTAN (1949), todas

ellas funcionales al modelo económico y la hegemonía política que Estados Unidos quería

imponer a expensas del bloque soviético. En este marco, los capitalistas trataron de crear nuevos

espacios de acumulación y ganancia, a través de la transferencia de plusvalía desde los países

subdesarrollados a los desarrollados, mediante mecanismos financieros y comerciales.

Según Enrique Palazuelos, tras la Segunda Guerra Mundial se intensificó el proceso de

internacionalización del capital, caracterizado por una vuelta de tuerca a la extensión a escala

global del proceso económico y un auge de las empresas transnacionales: a las eclosiones de la

internacionalización del capital-mercancía y del capital-dinero (como hemos señalado, tanto el

movimiento de capitales como el de mercancías a nivel mundial se expandieron aún más que en

Page 30: La Economia Capitalista y El Estado

30

períodos anteriores) les sucede la del capital productivo, dado que las nuevas características

productivas (tecnológicas y financieras) generaban negocios que eran más rentables a escala

mundial, si se localizaban las distintas fases de la producción en diferentes países con vistas a

reducir de costes (laborales, de materias primas) o lograr ventajas fiscales. Este fenómeno no

desembocó en una igualación de los aparatos productivos de los países implicados en la

generación de valores, por dos motivos:

- los más desarrollados conservaron en sus territorios las fases de la producción en las que era

necesaria una tecnología más avanzada y una mano de obra más cualificada, remunerada de

acuerdo con las necesidades de la sociedad de consumo reinante en Occidente, y

- las instalaciones más modernas situadas en los países subdesarrollados solían tener carácter de

enclave, manteniéndose fuera de esas áreas de mayor innovación tecnológica la orientación

primario-exportadora.

Fruto de todo ello fue la proliferación de grandes empresas transnacionales, la mayor

parte de ellas norteamericanas y prácticamente todas creadas con capital de y con sedes radicadas

en países desarrollados, cuya producción y redes comerciales se repartieron por todo el planeta, y

cuya lógica giraba en torno a la extracción de plusvalía a escala mundial, sobre todo en los

sectores del petróleo, la minería y la fundición, y las manufacturas. El trasvase de ganancias entre

las empresas filiales y la casa matriz se realizaba muchas veces de forma encubierta en forma de

compras obligadas y operaciones que se escondían en mayor o menor medida a los gobiernos de

los países menos desarrollados. La escala a la que se realizaba este proceso se puede observar en

el dato de que el comercio entre empresas filiales representaba a final de los años sesenta

aproximadamente la tercera parte del comercio mundial44.

Cambios en la intervención del Estado en la esfera económica. El Estado social de Derecho

La Segunda Guerra Mundial inauguró un período en el que la intervención social, política

y económica del Estado creció de forma fabulosa en determinados países, en forma de

planificación económica, regulación de los derechos de los trabajadores o difusión de

propaganda45, labores relacionadas con la refundación de la función de legitimación a que nos

hemos referidos en capítulos precedentes. Pero además la reconstrucción posbélica fue

conducida por los aparatos estatales, en un contexto en el que se temía que el movimiento obrero

se articulara y consiguiera nuevas adhesiones para el bloque soviético. De acuerdo con David

Harvey46,

44 Palazuelos (1990: 137). 45 Crouch (1988: 18). 46 Harvey (2005: 9).

Page 31: La Economia Capitalista y El Estado

31

“la reestructuración de las formas estatales y de las relaciones internacionales después de la Segunda Guerra Mundial se diseñó para prevenir el retorno a las condiciones catastróficas que habían amenazado el orden capitalista en la gran depresión de la década de 1930”.

Ese papel dirigista, tanto en lo económico como en lo político y lo social, se mantuvo

vigente durante las décadas posteriores47, en las que se intensificó la intervención en la economía

a través del llamado Estado de bienestar en Europa Occidental48 o de la economía del armamento en

Estados Unidos. El gasto público, y en concreto el militar, se erigió como una importante

herramienta de política anticíclica49 que permitía sostener el crecimiento y el empleo.

Es en este contexto en el que surge la amalgama de actuaciones estatales que hemos

analizado en el primer capítulo: desde las transferencias a los ciudadanos en forma de pensiones o

seguros de desempleo (logradas a partir de las reivindicaciones obreras) a la creación de empresas

públicas que ostentan un monopolio en sectores estratégicos (para reconstruir o vertebrar de

nuevo la producción, como en Gran Bretaña, o como herencia de los países vencedores, como en

Austria). Las Ciencias Sociales se ven obligadas a acuñar nuevos conceptos para referirse a esta

nueva realidad política, económica y social, y así surgen expresiones como la de Estado de Bienestar,

que ya hemos empleado, o la de Estado Social de Derecho, ambas aplicables, sobre todo, a los países

europeos que reunían todas las variantes posibles de intervención pública. Pero la homogeneidad

que tiende a generar la generalización teórica no debe hacernos ignorar que dentro del mismo

modelo europeo de Estado de Bienestar hubo grandes variantes, desde las políticas de pleno empleo

y la utilización de técnicas keynesianas en Gran Bretaña a la planificación económica positiva en

Francia, todo ello combinado con políticas sociales. En este escenario, Gran Bretaña se convirtió

en un ejemplo paradigmático del desempeño económico del Estado interventor, y es por ello que

el análisis de los componentes de sus políticas sociales y económicas se manifiesta revelador (ver

cuadro de texto III).

Frente al modelo de gasto en políticas sociales predominante en Europa, el gasto militar

estadounidense era más funcional para la acumulación capitalista, porque aportaba innovaciones

tecnológicas al proceso productivo, destruía las capacidades productivas excedentarias (del

mismo modo que hacen las crisis, y como hemos visto que sucedió durante la Segunda Guerra

Mundial), aseguraba la hegemonía de los intereses capitalistas en todo el mundo y contribuía a la

concentración y centralización del capital, reforzando los intereses oligopólicos y monopólicos

47 No olvidemos que los países capitalistas seguían teniendo un enemigo enfrente; de hecho, la desaparición definitiva del bloque soviético sirvió para animar el aquelarre de las políticas de ajuste, de las medidas más agresivas en contra de los trabajadores, sobre todo en los países desarrollados. 48 El concepto de Estado de Bienestar corresponde a una construcción histórica particular, por lo que algunos autores prefieren utilizar el de Estado Social (o Estado Social de Derecho), que se puede aplicar a países de fuera de Europa. En este trabajo se va a emplear el término Estado de Bienestar en tanto que alude a la propia realidad para la que fue creado. 49 Palazuelos (1990: 146-147).

Page 32: La Economia Capitalista y El Estado

32

frente a los de las pequeñas y medianas empresas50. Desde esta perspectiva, el corporatismo europeo

era un mal menor para el capital, algo que los empresarios tenían que aceptar a cambio de la

armonía social51 en un espacio que social y culturalmente no era comparable con el norteamericano.

Conclusión

Según un informe del FMI52,

“...queda claro ante todo que no es la gestión de la economía, sino la existencia de condiciones de crecimiento excepcionalmente favorables lo que ha estado en el origen de los resultados económicos generalmente buenos de los años 50 y 60”.

Unos resultados económicos detrás de los cuales estaba el conflicto bélico: se puede decir

que la Segunda Guerra Mundial realizó una función catártica que permitió refundar el sistema

económico mundial sobre esas “condiciones de crecimiento favorables”, condiciones que para los

países desarrollados, europeos y norteamericanos, se pueden resumir así:

1) Se abrieron nuevos espacios de acumulación gracias a la destrucción de valores producida por

la guerra y a la recuperación de los que se habían mantenido ociosos durante la contienda. Y

nacieron nuevos campos en los que invertir, todos muy rentables, como los de la industria

automovilística, la electrónica, la de los electrodomésticos, etc.

2) A la sobreexplotación inicial de la fuerza de trabajo, impuesta y defendida en aras del esfuerzo

por la reconstrucción y favorecida por una gran oferta de mano de obra, dio paso a un período de

concertación política y laboral que trató de aplazar temporalmente la lucha de clases, y que se

apoyó en la aplicación de avances tecnológicos para incrementar la plusvalía relativa,

reduciéndose la jornada laboral e implantándose políticas sociales.

3) Se incrementó la transferencia de plusvalía desde los países subdesarrollados, a través de la

internacionalización del capital productivo (gracias a la incorporación de avances que

permitían la deslocalización de la producción y a la creación de empresas transnacionales) y

de la acción de mecanismos comerciales (los términos del intercambio beneficiaban a los

países más desarrollados) y financieros (sobre todo, a través de la concesión de préstamos de

interés variable y de créditos para la compra de tecnología53).

4) El Estado se esforzó en proteger y reanimar la lógica de la acumulación capitalista, a través de

la reconstrucción del tejido empresarial privado y de la economía del armamento; y actuó en favor

50 Arrizabalo (1997: 59). 51 Crouch (1988: 26). 52 Citado en Arrizabalo (1997: 51). 53 González Soriano (2002: 64 a 68).

Page 33: La Economia Capitalista y El Estado

33

de la legitimidad del sistema, sobre todo con la aplicación de políticas sociales y de pleno

empleo54.

5) Los mecanismos financieros sostuvieron todo este entramado, el modo de producción y los

patrones de consumo de masas, aplazando el desencadenamiento de una crisis.

De esta forma se consiguió soslayar la caída tendencial de la tasa de ganancia y superar las

contradicciones inherentes al sistema. Al menos hasta que se agotó el impulso generado por la

reconstrucción posbélica, y una nueva conjunción de factores confluyeron en la llamada crisis del

petróleo, que hizo necesaria una nueva reorganización del capital y acabó con la hegemonía

keynesiana en la política económica.

54 Según Whitfield (1983: 3), las tres razones más importantes detrás de la configuración particular del sector público

durante la posguerra mundial eran la existencia de fallos del mercado a la hora de proveer de servicios públicos, la presión (en forma de huelgas y de disturbios) de la clase obrera y el interés de la industria por tener garantizados un suministro de energía y unas redes de comunicaciones y de transporte, que el sector privado no era capaz de aportar a causa de su escaso interés en invertir en estos sectores y de su incapacidad para racionalizar la competencia.

Page 34: La Economia Capitalista y El Estado

34

Cuadro de texto III: Los componentes teóricos e ideológicos del Estado interventor

británico

El vector keynesiano de la política económica británica de la posguerra partía de la

premisa de que el laisser-faire defendido por los economistas clásicos generaba unos elevados costes sociales (en forma de desempleo y conflictividad social) y económicos (en forma de estancamientos periódicos del nivel de producción, de despilfarro y de ineficiencia); costes que no eran fácilmente asumibles en el contexto político de las décadas de 1940 y 1950. De acuerdo con las tesis keynesianas, el Estado podía y debía controlar la demanda y asegurar un crecimiento más o menos sostenido con una manipulación adecuada de las variables macroeconómicas, lo que incluía la utilización del gasto público para asegurar el pleno empleo (incurriendo en déficit publico si era necesario), a través de la realización de obras públicas y de la organización de la inversión. En todo caso, el carácter de la intervención estatal debía ser correctivo y complementario de la iniciativa privada. La propuesta keynesiana cuajó en un momento histórico en que era necesaria la reconstrucción material de la economía y en que el capital estaba relativamente desorganizado; contribuyó a racionalizar la reconstrucción de Europa, al tiempo que su objetivo de lograr el pleno empleo ayudaba a legitimar al sistema.

La doctrina de Beveridge era el segundo componente del modelo. Sus antecedentes más remotos enraizaban con las concesiones de Bismarck a la clase obrera alemana, y sus fundamentos más próximos se hallaban en las proto-políticas sociales que puso en práctica David Lloyd George tras la Primera Guerra Mundial. Frente a las medidas propuestas por este último, el proyecto de Beveridge incorporaba como innovaciones una intervención estatal explícita y muy amplia, y la idea de que el Estado era el responsable y el garante de unos niveles de vida mínimos. Además, defendía la universalidad de las prestaciones a través de la asistencia social, la socialización del riesgo a través de la seguridad social y el logro del pleno empleo como el objetivo último de la política económica, a través de estrategias corporatistas de concertación social. Todo ello se materializó en la Education Act, la National Insurance Act y la National Health Service Act, normas que situaron a Gran Bretaña “a la cabeza de la sociedad occidental", según Martín Seco (1995: 81). Mientras que el componente keynesiano pretendía ante todo apuntalar la acumulación capitalista, el beveridgiano tenía como misión exclusiva legitimar el sistema.

Además, el período de posguerra coincidió con el auge de ciertos enfoques en las ciencias sociales, que añadieron a la intervención del Estado matices industrialistas, cientifistas y pseudo socialistas, y formas de análisis y prescripciones procedentes del funcionalismo. Las premisas teóricas del funcionalismo postmoderno se resumen de la siguiente manera: toda sociedad alcanza un momento de madurez en el que está dotada de una serie de mecanismos que le permiten alcanzar la estabilidad y el equilibrio más allá de las disfunciones sociales. Los teóricos funcionalistas creían que en la sociedad de la posguerra el antagonismo (cleavage) entre socialismo y capitalismo, el más serio al que se enfrentaban las ciencias sociales, había sido superado gracias al advenimiento de la sociedad postindustrial, o postcapitalista. Dicha sociedad se había situado por encima de los ciclos económicos y más allá de los conflictos entre trabajadores y capitalistas gracias a la hegemonía de una nueva clase, la clase media, que se había acomodado perfectamente a un nuevo régimen, el del Estado de Bienestar. A decir de algunos socialdemócratas (que mantenían la raíz dialéctica-hegeliana de Marx, pero ningún otro elemento de la doctrina de éste), tal armonía era fruto de la convergencia entre capitalismo y socialismo, y de la superación de ambos modos de producción; en otras palabras, el Estado de Bienestar era su síntesis. El Fin de la Historia, de acuerdo con la expresión de Francis Fukuyama (también hegeliano), se había terminado alcanzando.

Page 35: La Economia Capitalista y El Estado

35

Dentro de esta sociedad, la economía, la sociología y la psicología lograron un estatus

igual al de las ciencias naturales, dotadas de un poder predictivo y prescriptivo similar al de la física o las matemáticas. Como resultado de esta equiparación se intentó desarrollar una ingeniería social de marcado carácter racionalista que permitiría resolver todo tipo de conflictos: la lucha de clases había quedado reducida a un problema técnico. A la moda tecnocrática, que alcanzó su cénit en la década de 1970, y a los símbolos de la democracia burguesa, del consumo de masas y de la gran y omnipresente clase media, se abrazaron todas o casi todas las fuerzas políticas del espectro político, en casi todos los países de Europa occidental. Ya estuvieran insuflados por un candor imposible o por una lucidez carente de escrúpulos, casi ningún partido quiso quedar excluido del consenso social-tecnocrático-corporatista reinante en Europa tras la guerra.

Page 36: La Economia Capitalista y El Estado

36

Capítulo 3

LA CRISIS DE 1973 Y LAS POLÍTICAS DE AJUSTE

Las crisis en el modo de producción capitalista

La presente investigación parte de la hipótesis de que el origen de las crisis del sistema

capitalista está en el circuito productivo. Los desajustes en éste área serían el factor necesario de

las crisis, sin perjuicio de que toda una amalgama de factores secundarios intervengan en su

maduración. Es por ello que la definición de crisis que mejor se ajusta al marco teórico empleado

es la de Arrizabalo y De Blas55:

“Una crisis es esencialmente una interrupción, o ralentización, del proceso de acumulación que deriva de las dificultades de rentabilidad que impiden la fluidez en la valoración del capital”.

Entendemos que el proceso de acumulación capitalista (el paso de D a D’ a través del

circuito productivo, donde una parte de D’ se convierte de nuevo en D para realimentar el

mecanismo), al que ya nos hemos referido, no es constante y se ve expuesto a interrupciones y

ralentizaciones que lo hacen peligrar, y que se manifiestan en forma de crisis.

El leit motiv de la acumulación capitalista es obtener una tasa de ganancia (g’), que se

calcula poniendo en relación la plusvalía (pv) que obtienen los capitalistas (la diferencia entre D’ y

D) con el capital adelantado D:

g’=(pv)/D

Recordemos que D se utiliza para comprar medios de producción (capital constante, C) y

para pagar los salarios de los trabajadores (capital variable, V):

g’=(pv)/(C+V)

55 Guerrero (2002b: 157)

Page 37: La Economia Capitalista y El Estado

37

El capitalista obtiene en cada ciclo productivo un excedente, la plusvalía, que le permite

acrecentar D en el siguiente ciclo; pero la tasa de ganancia está sometida a limitaciones crecientes.

Esto se debe al incremento de la composición orgánica de capital, esto es, al aumento del capital

constante (C) en relación a la fuerza de trabajo (V).

En el marco de la competencia capitalista, cada capital particular tiende a mecanizar

crecientemente su proceso productivo (mayor gasto relativo en C) para aumentar la

productividad y, de esta manera, mejorar su posición competitiva (al disminuir el valor unitario de

las mercancías, puede venderlas más baratas). Los demás capitales tienden a imitar ese

movimiento, de modo que a escala agregada se provoca un aumento de la composición orgánica

del capital (C/V). Esto es, una reducción relativa de la otra mercancía que participa en el proceso

productivo, la fuerza de trabajo o capital variable (V), de la que depende la creación del valor (ya que, de

hecho, es la única fuente creadora de nuevos valores56). Al reducirse relativamente la participación de V,

g’ está presionada a la baja de forma creciente, fenómeno que Marx formuló como ley del descenso

tendencial de la tasa de ganancia.

Para evitar que esa presión a la baja se materialice en una caída efectiva, los capitalistas

buscan esencialmente aumentar la extracción relativa de plusvalía, que expresamos como:

pv’=pv/v

(o sea, la relación entre D’-D y la parte de D que se gasta en salarios).

Para aumentar pv’ hay que reducir el precio que se paga por la fuerza de trabajo (v) o

aumentar la jornada de trabajo. En ambos casos existen límites físicos que no pueden ser

rebasados (el valor de la fuerza de trabajo siempre tendrá que ser mayor que 0, y la jornada menor

de 24 horas), además de la oposición de los trabajadores a medidas de este tipo. Por ello, el

crecimiento de la tasa de plusvalía está limitado.

Existe la posibilidad de aumentar el número de jornadas simultáneas de trabajo

(agrandando la plantilla), pero esto tiene como contrapartida un incremento de los medios de

producción necesarios (C). Así, como afirma Gill57,

“la acumulación provoca el descenso de la tasa de ganancia al aumentar la composición orgánica del capital, pero este descenso solamente puede ser compensado por un aumento de la tasa de plusvalía, la cual sólo puede aumentar gracias a un nuevo aumento de la composición orgánica”.

56 Los medios de producción aportan a los nuevos valores producidos su desgaste, o sea, que consumen su valor, el valor por el que han sido adquiridos. La diferencia entre D’ y D, la plusvalía, tiene que proceder por tanto del trabajo, de la acción de V, no de C. La plusvalía es, en definitiva, la diferencia entre el valor que aporta la fuerza de trabajo al output del proceso productivo y el valor de esa fuerza de trabajo (que se calcula a partir del coste de su producción, en todos los sentidos: alimentación, transporte, adquisición de conocimientos, vivienda, etc.). 57 Gill (2002: 529)

Page 38: La Economia Capitalista y El Estado

38

A su vez, la necesidad de acrecentar la tasa de plusvalía constantemente para amortiguar la

tendencia al descenso de la tasa de ganancia obliga a un desarrollo extra de la capacidad

productiva -de la composición orgánica del capital. Ello da lugar a una sobreacumulación de

capital (porque hay demasiado capital que quiere invertirse, pero que no encuentra una tasa de

ganancia satisfactoria), que produce una infrautilización de las capacidades, una rentabilidad

reducida de las inversiones, una sobreproducción de mercancías58, y, en definitiva, una

ralentización o detención de la acumulación (que da lugar a una elevación del desempleo y a una

reducción del consumo). Las contradicciones se acentúan en tanto que la producción y la

asignación de recursos capitalista no está programada; y en cuanto los capitalistas tratan de

contener los salarios, al tiempo que necesitan realizar la producción (necesitan que se verifique el

paso de M a D’) a través del (menguante) consumo de los trabajadores. Todo esto en conjunto

refleja cómo actúa el mecanismo que inicia las crisis capitalistas, cuyo trasfondo, en todo caso, se

encuentra en la creciente incapacidad del capital para producir la suficiente plusvalía. Como

resume Andrew Gamble59,

“El capitalismo, como sistema económico, siempre se ha caracterizado por su inestabilidad, que deriva fundamentalmente de su propia tendencia a expandirse. La acumulación de capital es un modo de producción poderosísimo, aunque ha perdido vigor (...) En su búsqueda del beneficio, el capital trata de superar todos los obstáculos que se interponen a la acumulación (...), pero su progreso hacia la superación de estos límites ha sido interrumpido por grandes crisis de sobreproducción, dado que la acumulación de capital tiende a ir más allá de las condiciones que pueden sostenerla. El sistema mundial capitalista ha sufrido veinte crisis generales de sobreproducción desde 1825, las cuales han sido progresivamente más graves”.

Una vez ha eclosionado, la crisis implica una destrucción de valores, en forma de cierre de

las empresas menos rentables y de despido de trabajadores. Dicha destrucción puede,

eventualmente, restaurar la rentabilidad de las inversiones, porque la acumulación se reinicia

sobre una nueva base en la que la competencia se ha reducido, se han eliminado los componentes

menos rentables del proceso productivo (liberándose el capital líquido asociado a ellos), se ha

depreciado el capital físico (recomprado a bajo precio a las empresas quebradas) sin que éste haya

perdido su capacidad productiva, y se han contraído los salarios (dado que el salario es un precio,

y que los precios pivotan en torno a un valor como consecuencia de la oferta y la demanda, un

aumento de la oferta como consecuencia de un nivel elevado del desempleo hace caer el precio -

58 “La insuficiencia de plusvalía, causa última de la crisis localizada en la producción, se manifiesta en el mercado de manera invertida, con la forma de una sobreabundancia de mercancías (invendibles). La tendencia del capital a valorizarse sin límites se identifica absolutamente aquí con la puesta de barreras a la esfera del cambio, (...) a la realización del valor puesto en el proceso de producción (…) Cualquiera que sea la manera en la que se desencadene, la crisis se manifiesta con la forma de una sobreproducción de mercancías”. Gill (2002: 540 y 541). 59 Gamble (1994: 7).

Page 39: La Economia Capitalista y El Estado

39

el salario). El capital sale reforzado, más concentrado y obtiene una tasa de plusvalía mayor

(gracias a la reducción de v).

Las crisis además se ven amplificadas por las contradicciones que implica la extensión del

circuito especulativo-financiero. En este contexto, la capacidad regeneradora de las crisis es cada

vez más limitada. De ahí que tras el colapso de 1929 y tras la Segunda Guerra Mundial, se hiciera

imprescindible la intervención del Estado para tratar de recomponer unas condiciones favorables

para la acumulación.

La crisis que estalla en 1973

El sustrato de la crisis de 1973 es la interrupción del proceso de acumulación capitalista y

el colapso del modelo que se había materializado desde el final de la Segunda Guerra Mundial.

Redundando en las definiciones de Wallerstein, Arrizabalo, De Blas y Gamble, incorporamos

aquí este diagnóstico de Palazuelos60:

“la crisis económica significa la desestructuración del modelo de acumulación vigente (...), la quiebra de la relación orgánica de los mecanismos de acumulación del sistema que venían funcionando durante el período de auge”. En los próximos apartados nos vamos a referir a cómo se quebró en la práctica la relación

orgánica entre los mecanismos de acumulación, de acuerdo con la expresión de Palazuelos.

Problemas en la esfera productiva y en la organización del trabajo

El crecimiento de la tasa de ganancia se venía reduciendo desde mediados de la década de

1960 en la mayor parte de los países industrializados. Desde finales de esa década se observaba

una desaceleración en el crecimiento del PIB (sobre todo en los países más industrializados), en

todos los sectores productivos y en especial en el industrial, y, paralelamente, descensos en el

incremento de la formación bruta de capital fijo, en la demanda interna y en la inversión en

general61. Estos fenómenos tenían su origen en los desequilibrios internos del proceso

productivo.

Además, desde la década de 1960 se aprecia una fase de allanamiento tecnológico, producto

del carácter oligopólico de las empresas punteras y de las consecuencias de la competencia; es

decir, fruto de la internacionalización y de la generalización de los avances tecnológicos, que

terminaron generando una reducción del interés por invertir en las líneas de investigación que

60 Palazuelos (1990: 344). 61 Todo ello sin perjuicio de que exista un exceso de capital buscando rentabilizarse, cosa que no consigue. Así, Palazuelos afirma que “a mediados de los años sesenta se fue produciendo una sobreacumulación relativa de capital, reveladora de las condiciones de sobreproducción y de los problemas de realización -según las ramas-, existentes en aquel aparato industrial”. Palazuelos (1988: 92).

Page 40: La Economia Capitalista y El Estado

40

producían innovaciones radicales, al tiempo que incentivaban el aprovechamiento de las ya

existentes:

“las propias empresas que concentran la investigación y los resultados tecnológicos reducen su interés por la disminución de costes y lo desplazan hacia la diferenciación de sus

productos en el mercado”62

…así como hacia la racionalización y la reducción de costes laborales (que no de otros

inputs materiales)63. Por ello, el proceso de maduración del impulso tecnológico posbélico no

sólo acabó limitando la investigación más innovadora (lastrando a la estructura productiva en su

conjunto y condenándola a una pérdida de dinamismo, vital para hacer frente a la caída de la tasa

de ganancia y a la crisis), sino que además intensificó la sustitución de trabajadores por máquinas,

a pesar de que la fuente de la plusvalía, que es el sostén de la acumulación capitalista, está

precisamente en la apropiación del sobretrabajo que realizan los empleados (como se ha señalado,

una reducción de la participación de la fuerza de trabajo en la producción implica una reducción

de la ganancia). De esta forma, la pugna por reducir los costes laborales significó una importante

merma para las ganancias de los capitalistas a largo plazo.

Por otro lado, la organización fordista del trabajo se fue debilitando según se agotó la

oferta de mano de obra barata, y conforme crecieron el absentismo, la desafección y las

enfermedades laborales consecuencia de una forma de producción que dejaba secuelas físicas y

psíquicas sobre los trabajadores; todo ello contribuyó a reducir la tasa de productividad64, que se

sumó al incremento del componente orgánico del capital en el proceso de compresión de la tasa

de ganancia del capital. Desde finales de la década de 1960, y apoyándose en el repunte del

desempleo, los empresarios y la clase política iniciaron una lucha por contener la dinámica salarial

del modelo, comenzando el período de intensas luchas laborales que jalonaron el decenio de 1970

en algunos países europeos.

Tabla III: Tasa media anual de productividad

Países 1960-1968 1968-1973 1973-1979 1979-1985

Estados Unidos 2,6 1,0 0,0 1,1

Japón 8,8 7,3 2,9 3,0

RFA 4,2 4,1 2,9 1,6

Francia 4,9 4,7 2,8 1,4

Gran Bretaña 2,7 3,0 1,3 1,8

Italia 6,3 4,9 1,7 1,0

Canadá 2,6 2,5 1,3 1,0

Europa Occidental 4,4 4,2 2,1 1,5

OCDE 4,1 3,4 1,5 1,6 Fuente: Palazuelos (1990: 15)

62 Palazuelos (1986: 84). 63 Palazuelos (1990: 44). 64 Palazuelos (1986: 96 y 97).

Page 41: La Economia Capitalista y El Estado

41

A estos fenómenos hay que añadir otros factores, que sin ser las raíces del problema,

ayudaron a desestabilizar y distorsionar el funcionamiento de la esfera productiva:

a) el modo de producción fordista era demasiado rígido para adaptarse a los cambios bruscos de

la demanda que se generalizaron según maduró el modelo y se profundizó en la

internacionalización del capital

b) se hizo manifiesta una profunda desestructuración industrial, determinada por las nuevas

necesidades de reconversión dadas por las condiciones de competencia a escala global entre

grupos oligopólicos: la relocalización de la producción y la adecuación a los cambios en la

división internacional del trabajo

c) a partir de 1973, se impuso la necesidad de sustituir los equipos intensivos en consumo de

petróleo ante la elevación del precio de éste.

En este contexto, se redujo la tasa de ganancia de forma generalizada en todas las

economías desarrolladas (excepto en Japón), por lo que creció el desempleo (a causa de la quiebra

de empresas, de la reconversión, de la atonía inversora, de la incorporación de la mujer al

trabajo...) y los índices de precios se dispararon.

Dificultades en la esfera circulatoria

Mientras el crecimiento fue fuerte y estable, no hubo problemas con los precios. Pero

paulatinamente fueron aflorando tensiones inflacionistas (el índice de precios de la OCDE se

situó en torno al 10% en la década de 1970, cuando era del 3% en la anterior), que se agudizaron

cuando los niveles de productividad y de producción mostraron síntomas de debilidad y las

disfunciones del aparato productivo se hicieron evidentes. El problema radicaba en que los

empresarios trataron de proteger sus ganancias elevando los precios (al tiempo que los sindicatos

se resistían a dejar que los salarios fueran por detrás de la inflación), y en que la estructura

oligopólica predominante en muchas ramas determinaba el predominio de precios de oferta.

A ello se unieron, fuera de la esfera productiva, el papel egoísta del sistema financiero,

preocupado únicamente por colocar créditos al consumo y con enormes masas monetarias

invertidas en la financiación del inmovilizado empresarial (lo que se tradujo en una elevación de

los costes financieros, y de los precios de sus servicios); el exceso de liquidez y el desorden que se

manifestaban a nivel internacional, a causa de la afluencia de grandes cantidades de dinero que

buscaban rentabilizarse, procedentes de los países productores de petróleo a partir de 1973; el

déficit fiscal de los Estados, que crecía enormemente, como veremos más adelante, y que se

trataba de cubrir recurriendo al endeudamiento e incrementando la masa monetaria; y el alza de

precios de algunos productos en la escena internacional, como veremos a continuación.

Page 42: La Economia Capitalista y El Estado

42

La situación internacional

A causa de las dificultades en la esfera productiva se redujo la tasa de crecimiento del

comercio internacional, que pasó del 8,5% en la década de 1960 al 5% en la de 1970, y al 2,5%

para el período 1980-1987. Y paralelamente a esta ralentización de los intercambios externos,

desde comienzos de la década de 1970 comenzó una escalada de los precios de los productos

básicos, acompañada de fuerte subidas del precio del crudo en 1973 y 1979. Este hecho propició

la ruptura del esquema energético, que atañía no sólo a la inflación y al déficit externo, sino que

cuestionó los patrones de consumo energético, lo que afectó al conjunto de la base productiva y

ayudó a debilitar aún más el proceso de generación de ganancia. El encarecimiento del petróleo

perjudicó especialmente a las empresas europeas y japonesas, que tuvieron que adentrarse en un

proceso de reconversión de los equipos intensivos en el uso de petróleo, mientras que permitió a

las estadounidenses mejorar su posición65.

Por otro lado, el descontrol producido por la conducta de las empresas transnacionales, la

actividad en ocasiones irresponsable que se registraba los mercados financieros, el exceso de

liquidez, las debilidades del sistema monetario, el déficit de la balanza de pagos de Estados

Unidos y la especulación a gran escala provocaron un importante desorden a nivel internacional,

que se tradujo en la necesidad de devaluar la moneda en varios países desarrollados y en

importantes convulsiones en los movimientos internacionales de capital66.

El gasto público y la intervención del Estado

Los mecanismos financieros y de intervención del Estado, que habían coadyuvado al

crecimiento durante el período de expansión, empezaron a mostrar su cara negativa y

potenciaron el efecto destructivo de la crisis, en la medida en que los ingresos públicos se

redujeron (como consecuencia de la recesión) mientras que los gastos aumentaron (en forma de

transferencias a empresas y particulares), de forma que hubo que recurrir a la emisión de moneda

y de deuda pública y a los préstamos para financiar el déficit. Este momento de debilidad fue

aprovechado por el capital para atacar al Estado de Bienestar y a sus referentes teóricos económicos

y sociales, que sufrieron una importante pérdida de legitimidad; sobre todo ello vamos a tratar

más extensamente a partir de ahora.

65 Palazuelos (1990: 57-58). 66 Según Gamble (1994: 9), los niveles de inversión de Estados Unidos en el extranjero y en su aparato militar sólo eran sostenibles en la medida en que sus aliados le ayudaran a financiarlos, por lo que la renuencia de éstos puede citarse como una de las causas de la caída del dólar y de la desintegración del sistema monetario internacional en 1971.

Page 43: La Economia Capitalista y El Estado

43

Tabla IV: Gasto público total como porcentaje del PIB a precios de 1986

País 1913 1929 1938 1950 1973 1986

Alemania 17,7 30,6 42,4 30,4 41,2 47,8ª

EE.UU. 8,0 10,0 19,8 21,4 30,7 37,1

Francia 8,9 12,4 23,2 27,6 38,8 53,2

G.Bretaña 13,3 23,8 28,8 34,2 41,5 45,9

Holanda 8,2b 11,2 21,7 26,8 49,1 58,0

Japón 14,2 18,8 30,3 19,8 22,9 35,5

Media 11,7 17,8 27,7 26,7 37,4 46,3 a 1985;

b 1910 Fuente: Maddison (1989: 94)

Page 44: La Economia Capitalista y El Estado

44

Un intento de solución a la crisis: las políticas de ajuste

Palazuelos enuncia a modo de resumen que67,

“todo ello está sucediendo en el seno de la crisis del modelo de acumulación de posguerra, donde los desajustes comerciales, financieros, monetarios y otros, convergen con los industriales, energéticos, tecnológicos, etc., mostrando que las distorsiones son generales; y ésa es precisamente la característica predominante del sistema en esta nueva fase recesiva, tanto a escala nacional como a nivel internacional, donde se ponen en cuestión las líneas de especialización productiva y aparecen nuevos modos de inserción en el mercado mundial”.

Como parte de esos nuevos modos de funcionamiento nacen las denominadas políticas de ajuste,

que tienen como objetivo proteger el mecanismo de generación de ganancias capitalistas y cuyos

ejes son tres: los procesos de privatización, la desregulación y la apertura externa68. La

argumentación teórica y el entramado ideológico de las políticas de ajuste serán tratados en el

próximo capítulo; ahora vamos a concentrarnos en establecer que tipo de relaciones existen entre

la crisis económica de la década de 1970 y el fenómeno que es objeto de estudio en este trabajo,

las privatizaciones.

Como hemos visto, desde que a finales de la década de 1960 se empezaron a manifestar

los síntomas de la crisis se hicieron necesarias medidas que permitieran a los capitalistas

salvaguardar la tasa de ganancia; y dado que la fase de allanamiento tecnológico impedía el recurso a la

plusvalía relativa, contener y reducir los salarios reales se convirtió en uno de los objetivos

principales de empresarios y políticos. Al mismo tiempo se abrió la posibilidad, técnica y política,

de que el sector privado se hiciera cargo y convirtiera en rentables las políticas sociales y las

actividades productivas que estaban en manos públicas69. Así, necesidad y condiciones se aliaron para

introducir cambios en el modelo de acumulación.

De acuerdo con lo señalado en el primer capítulo, el gasto privado (la inversión) es

productor de ganancia, mientras que el gasto público es, en general, consumidor de ganancia -es

consumidor de ganancia cuando la actividad que financia es improductiva. Hemos acordado que en

determinados momentos el gasto público es relativamente necesario, mientras que cuando hace

aparición la crisis, la intervención del Estado se convierte en un obstáculo para la acumulación

capitalista; o más exactamente, algunos de sus gastos se muestran como un lastre. Por todo ello,

el capital conminó a las Administraciones para que actuaran en tres direcciones:

a) aportando nuevos espacios para la generación de ganancia capitalista

b) reduciendo los costes de producción

c) limitando el consumo público

67 Palazuelos (1990: 347). 68 Arrizabalo (1997: 97-109). 69 Rodríguez Cabrero (1991: 22).

Page 45: La Economia Capitalista y El Estado

45

Los procesos de privatización y de subcontratación satisfacen los tres objetivos70. En

primer lugar, porque sirven para ensanchar los espacios de acumulación privada, ya sea mediante

la desafectación de empresas rentables, o a través de la externalización (outsourcing) de la

realización de determinadas actividades no productivas, que pueden ser servicios en sí mismos,

como la recogida de basuras, o estar asociadas a actividades productivas, como los servicios de

cafetería para empleados. Y en segundo lugar, porque la liquidación de empresas públicas y

servicios sociales no rentables, y los procesos de ajuste de personal subsiguientes, permiten

b1) reducir los salarios indirectos y acabar con las punciones que pudieran pesar sobre las

ganancias capitalistas

b2) debilitar a la organización de la fuerza de trabajo, reduciendo su poder negociador y

por ende los costes laborales

Pero observemos estos fenómenos de una forma un poco más detallada. La destrucción

pura y simple de fuerzas productivas causada por la crisis y por las privatizaciones hizo posible la

renovación del capital y la reconstrucción de la actividad económica sobre unas nuevas bases

mucho más atractivas para el sector privado, a partir de una flexibilización de la producción

(tanto en lo referente a la organización del trabajo como a la introducción de nuevas técnicas), de

la proliferación de formas de trabajo no convencionales hasta entonces y la transformación de las

relaciones salariales (emergió un nuevo mercado laboral caracterizado por la subcontratación y la

desaparición de los contratos fijos)71, y del advenimiento de un nuevo cambio tecnológico: el

tránsito del fordismo al neofordismo y la terciarización de las actividades productivas se plasmaron en

el paso del principio mecánico al principio informático, que permitió disminuir el número de empleados

en ciertos ámbitos y reducir el valor de la fuerza de trabajo, al rebajarse formalmente su

cualificación72. De esta forma, y ante una elevada tasa de desempleo, se liquidaron puestos de

trabajo estables y se sustituyeron por otros de carácter informal y con unas condiciones generales

mucho más desventajosas para el empleado, cuyos representantes sindicales adoptaron un actitud

defensiva ante los ataques mediáticos de los ideólogos del capital; ataques que se materializaron

rápidamente en reformas de los ordenamientos jurídicos que protegían a los trabajadores. El

propio proceso de destrucción del tejido productivo iniciado por la crisis y continuado por el

cierre de empresas y la privatización de los activos públicos desarmó aún más a los sindicatos,

70 Según Whitfield (1983: 3), los motivos que están detrás de los procesos de privatización son dos: en primer lugar se sitúa la necesidad del capital, en un momento de recesión mundial, de acceder a nuevos sectores en los que hallar rentabilidad. Pero también, en segundo lugar, aparece el objetivo de abaratar la fuerza de trabajo y reducir los costes laborales en general; no necesariamente a través de grandes ajustes de personal, sino sacando a la fuerza de trabajo del paraguas de la administración y segmentándola. 71 Palazuelos (1990: 53-55). 72 Gill (2002: 565).

Page 46: La Economia Capitalista y El Estado

46

que experimentaron una fuerte mengua de afiliados y una importante pérdida de poder en las

negociaciones con los empresarios.

Todo ello, la apertura de nuevos espacios de acumulación, los recortes de los servicios sociales, la

transformación de las relaciones laborales y el debilitamiento de los entes de representación de los trabajadores,

junto a las tendencias a la desregulación (y, en especial, la del mercado laboral) y a la reducción de la

presión impositiva (que en la práctica se tradujo en una rebaja de los impuestos directos y en un

aumentos de los indirectos), sirvió para revigorizar de forma decisiva la dinámica de generación

de ganancia capitalista.

Pero frente a la protección de la acumulación habíamos colocado otra función del Estado,

la de legitimar el sistema, que se opone a la primera y que presta una tribuna desde la que la clase

trabajadora puede resistir los embates de los partidarios de las políticas de ajuste. ¿Cómo afectó la

variable legitimidad a los procesos de privatización, de liquidación y de subcontratación? Vamos a

tratar de responder a esta pregunta de una forma pretendidamente concisa retomando la

taxonomía de actividades estatales que empleamos en el capítulo primero:

Tabla V: ¿Por qué se privatiza, subcontrata o liquida?

Categorías de gastos ¿Por qué se privatiza, subcontrata o liquida?

1) Infraestructuras Perjudican a la acumulación en la medida en que al capital no le son directamente necesarias. En tanto que el capital pueda hacerse cargo de su acometida y/o explotación y hacerlas rentables, el Estado subcontratará o no su construcción.

2) Empresas públicas no rentables

Perjudican a la acumulación en la medida en que al capital no le son necesarias. El Estado tratará de liquidar estas actividades, aunque su eliminación suele perjudicar enormemente a la función de legitimación en determinadas áreas geográficas.

3) Empresas públicas rentables

No perjudican directamente a la acumulación capitalista; si son interesantes para el capital, son privatizadas.

4) Transferencias al sector privado (subvenciones, etc.)

Llevando la argumentación hasta el extremo, perjudican a la acumulación capitalista en tanto que son una forma de programación capitalista, y ésta la deben llevar a cabo, en todo caso, las propias empresas. Además, este tipo de políticas genera un gasto público que el sector privado no quiere asumir. Como mucho, las transferencias podrían ser admisibles concebidas como un fondo de garantía interempresarial.

5) Políticas sociales (educación, sanidad, etc.) y transferencias a los trabajadores

Perjudican la acumulación capitalista. Aunque, como afirma Gough (1979), sean gastos indirectamente productivos para el capital porque suponen un flujo de trabajo no pagado desde el Estado al capital, su reducción o eliminación/subcontratación equivale a una reducción salarial. Además, son espacios vírgenes en los que el sector privado puede obtener ganancias. El límite al que llegarán las privatizaciones es difuso y dependerá de las características sociales, culturales y políticas de cada país.

6) Ejército y gastos militares en general

En parte perjudican la acumulación capitalista, por lo que, según Singer (2003), se maximiza su eficiencia (profesionalización del ejército), se reducen sus efectivos (se incrementa la composición orgánica del ejército, se reduce el capital variable) y se privatizan algunas de sus funciones (subcontratación a empresas privadas de mercenarios). Sin embargo, su privatización total chocará con fuertes resistencias, además de que este tipo de gastos son, por otro parte, relativamente funcionales al capital (en forma de soporte del imperialismo, de inversión en investigación tecnológica y de destrucción de valores).

7) Administración pública, policía, asambleas nacionales, aparato judicial.

Perjudican la acumulación y se privatizan/subcontratan en la medida de lo posible (con la potenciación de las empresas de seguridad en todos los ámbitos, la gestión privada de las prisiones, la subcontratación de tareas administrativas, la renuncia a legislar en materia laboral y la cesión de esta potestad a entes privados, etc.). El límite está en el perjuicio que su privatización puede suponer a la legitimidad y en las resistencias de los ciudadanos. Su liquidación supondría, en la práctica, la propia eliminación del subsistema político, de la esfera política.

Page 47: La Economia Capitalista y El Estado

47

En definitiva, la privatización de las actividades en manos del Estado y su periodización

dependerán de la situación concreta de cada país que se trate, de la correlación de fuerzas en la

lucha de clases (lo que incluye a la tan popular cultura política de la población y su resistencia a

renunciar al Estado de Bienestar) y del momento en que se hizo más patente la crisis. Pero, en todo

caso, podemos establecer tres hipótesis que deberán ser contrastadas a lo largo del trabajo:

- será más razonable, desde la óptica del capital y del Estado, privatizar empresas o servicios relacionados

con la función de legitimación del sistema, que aquellos que tengan por finalidad apoyar directamente a la

acumulación capitalista y que sólo puedan ser llevados a cabo por el Estado

- será posible privatizar aquellas empresas o servicios cuya explotación resulte rentable al capital privado,

quedando en manos del Estado aquéllos de los que no sea sencillo extraer ganancias

- los trabajadores harán frente a las privatizaciones en tanto que suponen un ataque contra sus conquistas

sociales, tratando de impedir los procesos de liquidación

Es por todo ello que el gobierno conservador de Margaret Thatcher emprendió y financió

importantes procesos de reestructuración en diversas empresas públicas antes de su venta, y que

determinados segmentos del aparato estatal quedaron fueran de los procesos de privatización; al

mismo tiempo, los sindicatos organizaron los principales campos de batalla en los servicios

públicos más visibles, los más simbólicos y centrales: la sanidad y la educación públicas, dilatando

la entrada del capital privado en ellos. Volveremos sobre estas consideraciones en los capítulos

finales de este trabajo.

A modo de conclusión de este epígrafe, señalaremos que la crisis de 1973 supuso una

convulsión que cuestionó el equilibrio entre acumulación y legitimidad. En el trasfondo de este

trabajo está investigar cómo se ha readaptado el modelo de acumulación capitalista a las nuevas

circunstancias, fijándose en el caso particular del Reino Unido y en los efectos de dicha maniobra

sobre la clase trabajadora.

Page 48: La Economia Capitalista y El Estado

48

EPÍLOGO: ¿QUÉ PASA CON LA LEGITIMIDAD?

La rutina habitual de las cenas –primero el palique habitual de las

presentaciones, luego un poco de conversación con un ligero toque fascista- se vuelve más acelerada. Esta noche, antes del plato fuerte, toca elogiar explícitamente a los dictadores fascistas. Dejo caer en la charla la noticia de que en Alemania están intentando extraditar a Donald Rumsfeld, acusado de torturas.

Un hombre con la cara colorada, que parece un huevo al que le han pegado un bigote –un bigote que siempre tiene un rictus enfadado-, dice: ‘Si los alemanes creen que pueden hacerse responsables del mundo… me importan un pimiento los tribunales alemanes. Que los bombardeen’. Entonces hago referencia al precedente de Pinochet, y Kate me corta en seco: ‘Tratar a Don Rumsfeld como si fuera Pinochet es repugnante”. El Hombre Huevo pega un puñetazo en la mesa: ‘Tratar a Pinochet como lo han tratado es repugnante. Pinochet es un héroe. Salvó Chile”.

‘Exactamente’, añade Jim. ‘Y privatizó la Seguridad Social’. Johann Hari,

“Neocons de crucero: lo que dicen los conservadores cuando creen que no les oimos”, en The Independent, 17 de julio de 2007

Tras casi cuatrocientas páginas de argumentación y de exposición de datos, podemos

convenir que las privatizaciones británicas

a) respondieron a la necesidad de proteger el proceso de acumulación capitalista, y

b) dañaron seriamente el modelo del Estado de Bienestar británico, y las conquistas alcanzadas

por la clase obrera durante las seis décadas previas

...pero no generaron una agudización realmente amenazadora de los conflictos sociales, ni

a mediados de la década de 1980 ni durante el siguiente decenio; es más, el Partido Conservador

siguió ganando elecciones generales hasta 1997. Sí es observable un deslizamiento hacia un estilo

de gobierno autoritario, del que se eliminó la negociación con los trabajadores, usuarios y

consumidores, a los que se impuso un nuevo statu quo mucho más desigual y discriminatorio.

Pero, ¿dónde está la desobediencia que debería haber surgido con la pérdida de legitimidad?

¿Cómo pudo suceder que, ante la desaparición de valores y referentes ideológicos y morales que

supuso el desmantelamiento del sector público británico, no emergiera una respuesta más

contundente? ¿Acaso esa falta de contundencia demuestra que, a pesar de los datos que hemos

aportado hasta ahora, su situación vital no se vio en realidad tan perjudicada? ¿Y qué pasó con la

legitimidad a la que hacíamos referencia al comienzo de este trabajo?

Quizá todas las preguntas encuentren respuesta si nos concentramos en la última de ellas.

Recordemos que la legitimidad está estrechamente ligada a la obediencia a las normas; es la

identificación del individuo con la bondad de esas normas la que justifica el acatamiento del

orden social. Pero, tras los cambios acaecidos en el Reino Unido como consecuencia de la

aplicación de las políticas neoliberales, ¿qué sustituyó a los valores del Estado de Bienestar? ¿se

Page 49: La Economia Capitalista y El Estado

49

produjo un tránsito hacia un nuevo modelo ético y moral? Si fue así, ¿en qué consistió? ¿está

asentado el cambio?.

Vamos a intentar responder a estas cuestiones en las próximas páginas, partiendo de la

siguiente hipótesis: lo que ocurrió fue que la crisis legitimatoria fue superada porque desde el

sistema político se abrieron nuevos cauces a través de los cuales se disipó, se reprimió y se desvió

la tensión social acumulada a lo largo de la década de 1980. Dichos cauces fueron

fundamentalmente dos, uno de carácter inmediato y otro con un calado más profundo:

1. La situación se distendió con la dimisión de la jefa del ejecutivo

2. El ajuste económico afectó y alteró a la cultura política británica, de forma

controvertida y en dos momentos diferentes

¿Cómo (y por qué) se inició el tránsito hacia un nuevo modelo de valores?

El triunfo parcial de la estrategia neoliberal de Thatcher se gestó a partir de la segunda

mitad de la década de 1980. Tras la victoria conservadora de 1983, posibilitada por el auge del

sentimiento patriótico que emergió a raíz de la guerra de las Malvinas, el apoyo hacia el partido en

el gobierno se redujo como consecuencia del deterioro económico y social que experimentó una

parte de la población. Hacia finales de 1985 los sondeos pronosticaban un triple empate en

intención de voto entre conservadores, laboristas y la alianza de socialdemócratas y liberales.

Sin embargo, la derrota de los mineros y de los sindicatos en general privó de armas

defensivas a la clase trabajadora. La sucesión de privatizaciones desmoralizó a los empleados de

las empresas afectadas, que no encontraban amparo alguno ante la ofensiva gubernamental. Y los

palos, además, fueron acompañados de algunas zanahorias73 muy poco sutiles, como la apelación

al patriotismo y a la unidad nacional a partir de 1983, el incremento del gasto público en 1986 con

el fin de promover el consumo antes de las elecciones del año siguiente, y la abolición de la poll

tax en 1990-1991, ya con Major en el poder, también antes de unos comicios. Pero para que los

éxitos electorales tuvieran una repercusión más profunda, para que los mensajes neoliberales

tuvieran la oportunidad de calar profundamente, para que la nueva ideología se consolidara de

forma hegemónica y pudiera generar algún tipo de cambio sobre la cultura política de los

británicos, el movimiento neocon aún tenía que superar un último escollo: tenía que librarse,

sacándola de la escena política, de su principal mentora y promotora, Margaret Thatcher.

Thatcher se había significado por su desprecio por la negociación y por su nulo respeto

hacia la oposición y los sindicatos, y en general hacia toda agrupación política, económica o social

que disintiera de sus ideas, ya fueran huelguistas, opositores a la poll-tax, a los despidos o a las

73 Según la expresión de la propia Margaret Thatcher (1993: 514).

Page 50: La Economia Capitalista y El Estado

50

privatizaciones, europeístas o los wets de su propio partido, adjetivación en la que Thatcher incluía

a aquellos que, aunque compartieran su enfoque neoliberal y derechista de la política y la

economía, no comulgaran con su forma de hacer las cosas -como Nigel Lawson, Michael

Heseltine, Geoffrey Howe, William Waldegrave o Chris Patten. Todos ellos fueron marginados,

en el mejor de los casos, o criminalizados, excluidos de los procesos de toma de decisiones e

incluso expulsados de los escenarios políticos, laborales, económicos o culturales en los que

solían manifestarse; Thatcher no gobernaba para el pueblo, sino para los “ciudadanos leales”.

Aunque el thatcherismo permitió al Partido Conservador mantenerse en el poder durante 18

años, su líder se convirtió en un problema hacia la mitad de ese período. Thatcher pasó de ser,

sucesivamente, “la mujer más impopular del Reino Unido”, según el tabloide The Sun, a “el

primer ministro más impopular de la historia del Reino Unido”, al menos desde que se hacían

encuestas de opinión. Según las encuestas de Gallup, la imagen de la jefa del gabinete se deterioró

en casi todas sus facetas: lo mejor que se podía decir de ella en 1989 era que tenía unas ideas bien

asentadas, las cuales exponía con rotundidad y claridad; pero también con aires de superioridad, y

de una forma excluyente.

Tabla XXVI: Imagen pública de Margaret Thatcher

(porcentaje de encuestados que se manifestaron de acuerdo con cada ítem) Ítems Abril de 1978 Julio de 1984 Abril de 1989

Tiene una personalidad fuerte 80 95 93

Habla claro 82 89 90

Tiene un elevado concepto de sí misma 62 72 75

Tiene ideas nuevas/buenas 53 40 47

Causa una buena impresión 45 44 36

Es presuntuosa 43 58 54

Divide al país 40 67 72

Sus ideas son destructivas 30 47 41

Sabe de lo que habla 67 63 63 Citado por Broughton, en Dorey (1999: 206)

A tenor de los resultados de la tabla XXVI, las “ideas” de los conservadores eran cada vez

menos buenas y menos nuevas, y más destructivas; el análisis que realizaron en el partido

posiblemente señaló como culpable a la primera ministra y a sus estridencias. Suponemos que esa

debió de ser la conclusión a la que llegaron en la medida en que el propio grupo parlamentario

tory forzó la dimisión de Thatcher en noviembre de 1990 y su sustitución por John Major. Esta

maniobra supuso dos cosas:

a) Una reducción de la confrontación política en todos los espectros políticos

Page 51: La Economia Capitalista y El Estado

51

Major era considerado un político mucho más pragmático, menos hostil y más dialogante

con sus contendientes, y de hecho durante los primeros momentos de su mandato se mostró

mucho más proclive a llegar a acuerdos con ellos74:

“Los primeros indicios señalaban que la filosofía de las consultas podría predominar de nuevo. El gobierno de Major manifestó un deseó de tender puentes con aquellos intereses que habían sido apartados durante la década previa, como los profesores, los médicos, los sindicatos en general o las asociaciones de autoridades locales. Una encuesta sobre un centenar de grupos llevada a cabo un año después de que Major se convirtiera en Primer Ministro reflejaba que muchos grupos creían que la situación había cambiado para mejor. Casi el 40% aseguraban que el nuevo gobierno era más comprensivo, estaba más predispuesto a escuchar y a permitir el acceso a los órganos importantes de toma de decisiones”.

Más adelante reaparecieron en él algunos de los rasgos autoritarios de Thatcher, sobre

todo cuando desde el ejecutivo se trató de recuperar la estrategia de confrontación para sacar

adelante ciertas reformas en algunas áreas, como las de sanidad y educación, en las que los

sindicatos profesionales peleaban por evitar la externalización de tareas; pero “carente de los

recursos políticos de su predecesora, los gobiernos de Major fueron en ocasiones forzados a

transigir y a negociar más en profundidad con los intereses organizados en las últimas fases del

proceso de formación de las políticas, sobre todo durante la implementación” 75.

b) Un nuevo barniz para la política económica y exterior

La orientación económica del gobierno se mantuvo dentro de los cánones del

neoliberalismo thatcherista, pero se acompañó de un aumento del gasto público destinado a

sanidad, educación y transporte (el PSNW creció hasta superar en cinco puntos del PNB)76 y de

un mayor refinamiento de la política de privatizaciones, que comenzó a centrarse en la

subcontratación más que en la cesión de activos y puso algo de atención en las recomendaciones

de las entidades que vigilaban los procesos (el PAC y la NAO); en este sentido, el impulso

desnacionalizador de Major fue calificado por los sindicatos de funcionarios como de

“privatización a hurtadillas” (privatisation by stealth)77. Además, el nuevo gabinete introdujo una

regulación más estricta sobre los precios de los servicios públicos, en un intento de aplacar, si

74 Rob Baggott y Victoria McGregor-Riley, en Dorey (1999: 74). Estos mismos autores señalan que Thatcher no era exactamente anti-corporatista y enemiga por sistema de los grupos de interés; lo que ocurrió durante su gobierno es que penalizó a determinados colectivos y entidades (los sindicatos, las autoridades locales, la CBI) mientras favorecía y otorgaba prebendas a otros, en especial al resto de organizaciones empresariales, a los grupos de defensa de los valores tradicionales y a los think-tanks conservadores (op.cit.: 72). En todo caso, la entidad más beneficiada por la sustitución de Thatcher fue la CBI. Tras el ascenso de Major, y de la mano de un rehabilitado Heseltine, se restablecieron relaciones con el capital industrial, que trató de renovar la “relación armoniosa” que la patronal industrial había tenido con el Estado durante los años de la posguerra (op.cit.: 85). 75 Baggott y McGregor-Riley, en Dorey (1999: 82). 76 McKay, en Budge y McKay (1993: 25). 77 Dorey (1999: 227). Bien es cierto que el grueso del aparato productivo había sido desnacionalizado por Thatcher, y que a Major no le quedaba mucho que vender.

Page 52: La Economia Capitalista y El Estado

52

quiera levemente, el daño que la venta de las utilities había causado a los usuarios, erradicó la poll

tax y aprobó la firma del Tratado de Maastricht, lo que supuso una “traición definitiva” al ideario

de su predecesora, según juzgó ella misma78.

Por supuesto, nada de esto significó una vuelta atrás en la estrategia global, sino todo lo

contrario: recordemos que fue el gobierno de Major el que abolió los wage councils (consejos

salariales) y el NEDC, profundizó los procesos de privatización y externalización, declinó firmar

la carta social (social chapter) de Maastricht, excluyó a los sindicatos de los programas de

cualificación y asignación de empleo, promovió la liquidación de la negociación colectiva o su

traslado a nivel de centro, congeló los salarios de los funcionarios, incrementó los impuestos

indirectos (y en especial el IVA, que aumentó 2,5 puntos) y sancionó las normas laborales

represivas y antisindicales que se elaboraron durante la última etapa del gobierno anterior. Pero

todo ello lo hizo sin mostrar animadversión ni acritud hacia los colectivos hacia los que

perjudicaba, manteniendo siempre en las encuestas una alta calificación como político “afable”79 y

sin recurrir sistemáticamente a la retórica del bien contra al mal. Esta forma de actuar se reveló

mucho más provechosa para el capital que la de Thatcher, en la medida en que permitió

a) vencer en las elecciones de 1992 al Partido Conservador, a pesar del intenso desgaste que

había sufrido durante la legislatura previa

b) ganar tiempo a los laboristas de la tercera vía para hacerse con el control absoluto de su

propio partido (Neil Kinnock dimitió en 1992), y así poder presentar una alternativa

electoral que garantizara totalmente la defensa de los intereses empresariales, y sobre todo

financieros80.

Finalmente, Major terminó perdiendo los comicios de 1997, que significaron su

defenestración política y se convirtieron en la mayor derrota electoral del Partido Conservador de

toda la historia. Son varios los factores que explican la debacle conservadora81. Primero, el capital

financiero dejó de confiar en el gobierno tras la crisis del miércoles negro de septiembre de 1992, que

forzó una devaluación de la libra y la salida del Reino Unido del mecanismo de cambio del

Sistema Monetario Europeo. Esta pérdida de apoyo tuvo un reflejo sustancial en los medios de

comunicación, pues seis de los diez diarios más importantes del Reino Unido se posicionaron

abiertamente a favor de Tony Blair durante la campaña, incluido el Sun de Rupert Murdoch, y

todos se empeñaron en subrayar el débil carácter de Major. Segundo, el gobierno se vio

78 Thatcher (1993: 557); Dorey (1999: 223). 79 Dorey (1999: 234). 80 Es por ello que Ludlam y Smith (en Dorey, 1999: 226) concluyen que “el ‘Majorismo’ es más estilo que sustancia (…) La orientación de Major ha consistido en ejecutar el thatcherismo, más que en desafiar sus bases. En todas las áreas de las políticas públicas Major ha conservado la agenda de Thatcher”. 81 Broughton, en Dorey (1999: 215-216); y Dorey (1999: 231, 240-250).

Page 53: La Economia Capitalista y El Estado

53

desestabilizado a causa de dos graves focos problemas: la controvertida privatización de British

Rail y los accidentes y retrasos que se sucedieron, y la crisis de las vacas locas y su (deficiente)

respuesta sanitaria; ambos desacreditaron al ejecutivo ante la opinión pública y espolearon las

críticas contra su gestión en los medios de comunicación. Y tercero, Major no fue capaz de

unificar al partido en torno suyo, sino que, por el contrario, su estilo directivo facilitó la

formación de distintas familias en el grupo parlamentario. Al final, tanto los euroescépticos como

el bloque de los “conservadores compasivos” (los one-nation tories, autodefinidos como

democristianos, europeístas, anti-thatcheristas y partidarios de un discurso social-reformista

próximo al del consenso de posguerra) terminaron por darle la espalda. Según Dorey, la

profundización de las políticas de “reforma del bienestar” chocaron con la base electoral de los

conservadores cuando pasaron de perjudicar fundamentalmente a las clases más bajas, a los

trabajadores de las empresas privatizadas o a las madres solteras, y amenazaron directamente el

nivel de renta de las familias situadas en los estratos medios de ingreso, así como las prestaciones

sanitarias y las pensiones82.

En este contexto, el Partido Laborista comenzó a cobrar una amplia ventaja en los

sondeos preelectorales a partir de 1993, lo que hizo cundir el pánico entre los diputados

conservadores más moderados, que temían perder su escaño si no se libraban del epígono de

Thatcher (entre aquel año y 1996, al menos tres de ellos desertaron formalmente del bando tory y

se pasaron a las filas de los laboristas o los liberales). Así se terminó gestando una particular

noche de los cuchillos largos dentro del Partido Conservador, con Major y sus acólitos como

damnificados en esta ocasión.

¿Qué sustituyó y con qué vigor a los valores del Estado de Bienestar?

En los capítulos teóricos afirmábamos que la legitimidad tiene dos vertientes: legitimar el

orden social en su conjunto y legitimar el proceso específico de acumulación capitalista. La

desaparición parcial del Estado de Bienestar dañó específicamente al primer vector, mientras que

el segundo permaneció relativamente incólume; los neoliberales confiaban tanto en su fortaleza,

que intentaron refundar una nueva legitimidad sobre los valores del capitalismo anglosajón-

estadounidense. Frente a los principios de igualdad y la solidaridad que reclamaba como propios

82 Según el filósofo John Gray, “el libre mercado daña las tradiciones y anula la autoridad tradicional (…) funciona en contra de los valores tradicionales del Conservadurismo” (citado en Dorey, 1999: 237). En realidad, lo que sucedió tanto en el Reino Unido como en otros países de Europa Occidental es que el ajuste neoliberal no fue implementado por los partidos cuya orientación ideológica lo defendía expresamente. Bien porque no existiera una formación política ad-hoc, bien porque esta no tuviera suficiente fuerza electoral (como sucedía en Gran Bretaña con los liberal-demócratas), conservadores, democristianos o socialdemócratas se vieron abocados a y se esforzaron en aplicar unas políticas más adecuadas al programa de los partidos liberales. En todo caso, esta problemática fue resuelta sin angustias ni complejos por parte de las cúpulas, cooptadas por el capital, de los partidos aludidos, y no tuvo mayores repercusiones políticas más allá del caso puntual al que aludimos.

Page 54: La Economia Capitalista y El Estado

54

el consenso de posguerra, el orden neoliberal post-ajuste afirma los valores del individualismo, de

la capacidad de progreso personal y de la movilidad económica y social. Es decir, apela a un

retorno al discurso liberal burgués que era hegemónico antes de los conflictos de clase que

sacudieron las sociedades capitalistas a partir de la crisis de 1929.

Este modelo de relaciones sociales necesitó una serie de transformaciones paralelas, tanto

en la percepción que los ciudadanos tenían del sistema político, que derivó hacia un mayor

desapego por las instituciones y una reducción de la participación en la toma de decisiones

políticas y de los trabajadores en los organismos de representación, como en las pautas laborales:

es posible decir que la economía del Reino Unido está en la actualidad más basada en un modelo

de bajos salarios, un desempleo relativamente reducido y una inversión de capital por trabajador

más escasa, a diferencia de los patrones seguidos hasta entonces por los sistemas alemán o

francés. En este sentido, Florio afirma que83

“Ningún gobierno de la Unión Europea hubiera considerado aceptable duplicar el porcentaje de gente viviendo en condiciones de pobreza en menos de dos décadas (…) El sistema económico británico está ahora más cerca del modelo de capitalismo de Estados Unidos que del patrón europeo, pero sin los beneficios que reportan a los norteamericanos su liderazgo tecnológico, su espíritu empresarial emprendedor y su hegemonía mundial”.

Así pues, la aplicación de las políticas neoliberales requería la edificación de una cultura

política populista que abrazara al mercado y que estuviera sustentada en el consumismo y el

individualismo; y encontró el complemento perfecto en el impulso del postmodernismo, en las

ideas-fuerza del sueño americano, del fin de la Historia, de que la lucha de clases ha sido superada y de

que un mercado laboral más flexible hará más ricos y más felices a los trabajadores84. Ideas que

no eran nuevas y que se habían intentado promover desde el final de la Segunda Guerra Mundial,

pero que esta vez arraigaron con un poco más de vigor.

En el contexto de la década de 1980, tras la crisis del petróleo y mientras el recurso a

estos eslóganes y valores funcionaba, la ampliación de la desigualdad social no significaba un

problema para los gobiernos conservadores, y ni siquiera era relevante que una porción creciente

de la población no fuera “consumidora” (o lo fuera en muy pequeña escala). Pero el entusiasmo y

la adhesión iniciales se fueron tiñendo de amargura y de cinismo a partir de la de 1990, cuando la

ciudadanía comenzó a experimentar de forma generalizada los efectos de las políticas

neoliberales. Según los sociólogos Salvador Giner y Luis Moreno85

83 Florio (2004: 363-364). Florio continúa diciendo en esas mismas páginas: “Muchos economistas profesionales parecen ahora dispuestos a admitir que los beneficios de la privatización estaban exagerados por el ‘consenso de Washington’ defendido por el FMI y otras instituciones financieras internacionales. De acuerdo con un importante disidente del consenso de Washington, Joseph Stiglitz, las reformas estructurales deberían poner más énfasis en la liberalización y en el buen gobierno [governance] que en la existencia de propiedad pública”. 84 Harvey (2005: 42, 53, 57). 85 En “Albión Invertebrada”, El País del 4-V-1989.

Page 55: La Economia Capitalista y El Estado

55

“Su éxito [el del proyecto thatcherista] refleja la rotura del consenso político posbélico que en Gran Bretaña apoyaba al Estado asistencial sin destruir el tradicional tejido liberal y tolerante de la sociedad civil. Ayer placentera, está hoy crispada y es, inesperadamente, violenta. El neoliberalismo thatcheriano ha vuelto a poner en vigor la máxima grosera de tanto ganas tanto vales. Ha legitimado la insolidaridad”.

Las encuestas de opinión empezaron a reflejar de forma mayoritaria una importante

desconfianza hacia el capital y daban eco a las voces que pedían un mayor peso del Estado. Si a

pesar de ello Major todavía ganó las siguientes elecciones, fue por accidente, según Dorey: su

victoria estuvo favorecida por el efecto de “válvula de escape” que supuso la renuncia de

Thatcher86. Según este autor, para 1993 la opinión pública británica era contraria a las

contrarreformas neoliberales, aunque hubo que esperar a que el capital retirara su apoyo a los

conservadores para que se materializara la salida de los tories del poder.

Los hechos parecen dar la razón a Dorey. En primer lugar, porque los laboristas

consiguieron mantenerse en la pugna electoral, con casi un tercio del electorado a su favor en los

sondeos antes de las elecciones de 1992, a pesar de defender un programa izquierdista,

lejanamente inspirado en la Estrategia Económica Alternativa y que incluía la salida de la CEE, la

destrucción del arsenal nuclear, un aumento del gasto público, la renacionalización de una parte

de la economía y la abolición de la Cámara de los Lores87.

En segundo lugar, el desencanto de la opinión pública con las políticas neoliberales, y con

el programa de privatizaciones en concreto, era creciente. El mejor ejemplo de ello es la

desnacionalización de las RWA, puesto que la aparente esquizofrenia de sus empleados parece

ilustrar a la perfección el estado de desconcierto del ciudadano medio británico. A pesar de que la

mitad de la plantilla de las compañías del agua votó al Partido Conservador en las elecciones

municipales de 1989, esa misma proporción de trabajadores se manifestaba en contra de la

privatización de la empresa en aquel momento. Un año y medio después de la venta, en 1991, la

situación se había radicalizado, pues la mayoría de los trabajadores consideraba negativa la venta

de las compañías del agua y creía necesario revertirla, y la mitad de ellos se declaraba a favor de

renacionalizar las empresas privatizadas en general. En las encuestas realizadas por O’Connell

Davidson y Saunders y Harris que hemos citado se refleja además una importante desconfianza

respecto al sector privado, en tanto que los trabajadores pensaban que el sector público era tan

eficiente o más que aquél, daba un mejor servicio a los clientes y aseguraba unas condiciones de

trabajo más estables; y es muy significativo que estas opiniones fueran compartidas en mayor o

menor medida por los equipos directivos.

86 Dorey (1999: 240-245, 247, 249). 87 Finer, en Macridis (1987: 48-49)

Page 56: La Economia Capitalista y El Estado

56

Las mismas tendencias se observaban en la sociedad británica en conjunto cuando ya

todos los ciudadanos habían podido sufrir las políticas neoliberales en toda su magnitud. En

1997, la BBC realizó una encuesta preelectoral88 en la que se preguntó si el nuevo gobierno

debería llevar a cabo más privatizaciones; el 73% de los encuestados contestó que no. También se

cuestionó sobre si el gobierno debería aumentar el impuesto de la renta para incrementar el gasto

en educación pública, en lo que estuvieron de acuerdo un 72% de los encuestados; dos tercios de

ellos, además, pensaban que el gobierno debería intensificar su labor redistributiva e intervenir

para que se repartiera mejor la riqueza del país. Estas preocupaciones se vieron corroboradas en

otro sondeo de la BBC, en el que se indagaba en torno a los temas que más interés generaban en

el electorado de cara a decidir el voto. La sanidad, la educación, el desempleo y el mantenimiento

de los planes de pensiones estaban entre los cinco mayores problemas que percibían los

británicos, que en general no le prestaban atención a los temas que los conservadores habían

convertido en sus principales caballos de batalla: los sindicatos y la transferencia de competencias

hacia el Ulster, Escocia o Gales.

Tabla XXVII: Factores que deciden el voto en 1997

(porcentaje de votantes que cita cada uno de los ítems) 1. Sanidad 70 9. Europa 24

2. Educación 62 10. Medio ambiente 24

3. Ley y orden 50 11. Transporte 21

4. Desempleo 45 12. Protección de los animales 12

5. Pensiones 42 13. Irlanda del Norte 11

6. Impuestos 35 14. Sindicatos 10

7. La economía en general 32 15. Descentralización, y autodetermi-nación de Escocia y Gales

10 8. Vivienda 28

Citado en Dorey (1999: 245)

Estas observaciones se ven confirmadas en todas las investigaciones consultadas. En la

llevada a cabo por Takashi Inoguchi89 en verano de 2000 se cuestionó a ciudadanos de nueve

países europeos (Francia, Alemania, Grecia, Irlanda, Reino Unido, Portugal, Suecia, Italia y

España) sobre diferentes ítems sociales, económicos y políticos. Si el encuestado estaba en total

acuerdo con una afirmación, a su respuesta se la tabulaba con un 10; si estaba en total

desacuerdo, se le asignaba un -10. En los resultados se observa una dispersión menor de lo

esperado (normalmente, de en torno a cuatro puntos sobre una escala de veinte), lo que indica

que los encuestados podrían compartir algo parecido a una “cultura política europea” más o

88 Citada por Dorey (1999: 247). En la misma investigación se realizó esta otra pregunta: “¿Cree usted que el Partido Conservador/Laborista es bueno para una, o para todas las clases sociales?”. Sólo un 30% de los encuestados creía que los tories eran “buenos” para todas las clases, frente a un 70% que opinaba lo mismo de los laboristas. No hay que olvidar que el concepto de clase está muy arraigado en la cultura británica: dos tercios de los entrevistados en el Social Attitudes de 1993 (encuesta realizada por Oficinal Nacional de Estadísticas británica) se autoclasificaban como clase trabajadora o clase trabajadora alta, según cita Briggs (1994: 455). 89 Blondel e Inoguchi (2006), 80-83.

Page 57: La Economia Capitalista y El Estado

57

menos común; por ello es interesante fijarse en qué cuestiones se desmarcaban los ciudadanos

británicos del resto.

Por un lado, los habitantes del Reino Unido eran los europeos que menos confiaban en

su gobierno, como queda reflejado en dos ítems: a la pregunta de si cree que su gobierno sabe qué es lo

mejor para el país respondieron de media con un -4, con Portugal en el extremo opuesto con un 2;

y a la cuestión de si los ciudadanos deben hacer lo que el gobierno dicta se oponían con fiereza,

colocándose con un -5,5 sólo por detrás de Alemania, con un -6, y en contraposición a los

italianos, que se aproximaban al 0. Por otro lado, los británicos se destacaron en el rechazo a la

proposición de si es positivo para la sociedad que los beneficios empresariales sean libres, con un -2,5, en

desacuerdo frontal con los italianos, que se señalaron en el otro extremo con un 2,5. Por último,

también es relevante señalar que casi todos los europeos pensaban que el gobierno debe hacerse

responsable del nivel de empleo y que la protección del medio ambiente debe prevalecer sobre el crecimiento

(estando los británicos en torno a 7-7,5), y que no están muy de acuerdo con que el bien individual

se anteponga sobre el de la sociedad: los británicos se situaban en la media (-1), frente al -3,5 de los

franceses y el 0,5 de suecos y españoles.

Por último, en el Eurobarómetro de la Comisión Europea de 1992 se preguntó a ciudadanos

de la UE si los sistemas de seguridad social eran demasiado caros, y si los servicios y las

contribuciones deberían reducirse. Lo llamativo del estudio no es que los europeos estuvieran, en

general, en contra de esa posibilidad, sino que los británicos eran los que de una forma más

mayoritaria se oponían a ella:

Tabla XXVIII: Actitudes en la UE hacia el gasto en seguridad social, 1992

“La seguridad social es demasiado costosa para la sociedad. Los beneficios deberían reducirse y las contribuciones rebajarse. ¿Está usted de acuerdo con esta afirmación?” País De acuerdo En desacuerdo Diferencia

Holanda 40 54 -14

Italia 50 38 +12

Francia 46 51 +5

Bélgica 47 47 0

Dinamarca 41 56 -15

Luxemburgo 33 66 -33

Alemania 25 68 -43

España 48 36 +12

Grecia 27 57 -30

Reino Unido 17 73 -56

Irlanda 32 55 -23

Portugal 47 44 +3 Citado en Hills (2004: 140)

En definitiva, la década de 1980 probablemente supuso un cambio en la cultura política

británica, dadas las victorias conservadoras de 1979, 1983 y 1987. Pero el cambio no se estabilizó,

Page 58: La Economia Capitalista y El Estado

58

sino que se transformó en cinismo político90 en los comicios de 1991, y en abierta oposición a los

resultados de las políticas neoliberales desde 1992-1993. Unas páginas más atrás exponíamos este

fenómeno en referencia a los trabajadores de las compañías del agua:

“Es otras palabras, mientras que los argumentos en favor de la condena de las acciones sindicales durante la década previa habían calado entre todos los grupos de trabajadores, incluidos los manuales, la privatización había supuesto un vuelco relativo en esta percepción, llevando a una proporción importante de los empleados (un 60% de los trabajadores manuales, un tercio del personal de oficina, ¡y un más de un tercio de los directivos!) a compartir y/o comprender posiciones más combativas y radicales que las de los propios sindicatos”.

Explicar el motivo o los motivos más profundos por el/los que esta radicalización no

tuvo una respuesta política más contundente, o al menos más contundente que la derrota del

Partido Conservador en 1997, excede los límites y el terreno en el que está ubicada esta

investigación. Dichos límites no han sido en ningún momento rígidos, como se puede apreciar en

que el trabajo no se ha encorsetado en ningún momento dentro de la disciplina económica. Pero

emprender un análisis de los factores que determinan la movilización o la militancia, y de los

condicionantes estructurales que operan en las acciones colectivas, se situaría de lleno en los

campos de la Ciencia Política y la Psicología Social. La explicación expuesta hasta aquí se ha

mantenido esencialmente dentro de los márgenes de la Ciencia Económica; una respuesta más

holística requeriría un esfuerzo multidisciplinario que desde el comienzo de la investigación no se

ha planteado.

¿Cuál es el límite? Una advertencia

Frente al criterio que la consultora Coopers and Lybrand esgrimía para recomendar el paso a

manos privadas de una tarea pública (“las autoridades deberían preguntarse, si acaso, ¿por qué

tenemos prestar este servicio?”)91, diversos autores advierten en contra de los excesos a que dan

lugar los procesos de privatización. Recordando el argumento de Andrew Gamble de que “la

estabilización económica requiere estabilización social”, y su desarrollo lógico de que “la

estabilización económica genera desestabilización social”, es importante subrayar que, pese a la

obsesión de Thatcher y el Partido Conservador con “la ley y el orden” y a su esfuerzo por

reprimir tanto las protestas políticas como los delitos comunes, durante la década de 1980

aumentó muy sensiblemente la criminalidad (de tres millones de delitos y faltas registrados en

90 Esta categoría es de uso común en los textos sociológicos, y hace referencia a la ausencia de concordancia entre lo que los individuos dicen opinar en las encuestas y su conducta como consumidores o votantes. 91 Informe de Coopers and Lybrand, citado por Whitfield (1983: 19).

Page 59: La Economia Capitalista y El Estado

59

1981 se pasó a 5,6 millones en 199292) al tiempo que nacía el fenómeno de los disturbios

suburbanos que tanto indignaba a la primera ministra. Como relata David McKay93,

“La consecuencia última de la pérdida de la base industrial, y de la generación de una prosperidad desigual, fue una intensificación del conflicto político en muchos niveles de la sociedad. En el más bajo, los violentos disturbios en muchos centros urbanos en 1981, 1985 y 1991 avisaron de que los grupos sociales desfavorecidos no podían ser abandonados a cargar ellos solos las consecuencias del paro. Y aunque los sindicatos han sido debilitados por la legislación y el desempleo, [las protestas de los mineros, los profesores y otros trabajadores] demuestran que aún perduran serios problemas en las relaciones industriales”.

En otras palabras, los gobiernos que apliquen políticas neoliberales no pueden esperar

que éstas queden impunes, que no se genere algún tipo de reacción, ya sea organizada y política,

ya sea desorganizada e incluso delictiva, contra ellas. El problema radica en que si se lleva hasta el

extremo el desarrollo teórico neoliberal, prescindiendo de la función de legitimación, los Estados

tienen que construir y desarrollar unos inquietantes aparatos de represión para evitar que el

hiperbólico laissez-faire se lleve por delante los preciados derechos de propiedad burgueses. En

palabras de Peter Singer94,

“Cuando el gobierno deja de ser responsable de distintos aspectos de la seguridad, la lógica de la obediencia ciudadana se debilita. Es más, en tanto que deja de imponer su propio monopolio de la fuerza, la misma legitimidad del régimen es rebatida. La política está ahora abiertamente enlazada con los intereses económicos (en términos normativos, es un retorno a un sistema de gobierno basado en la riqueza, timocrático), lo que puede conducir a una ruptura del respeto a la autoridad estatal, y que incluso deslegitima su derecho a legislar (...). Cualquier pérdida de la legitimidad estatal es un motivo de preocupación, en la medida en que cuando esto ocurre los regímenes y sus agentes suelen hacerse más proclives a depender de la coerción si quieren permanecer en el poder”.

La cuestión es que al mismo tiempo que reprimen, los gobiernos tienen además que

limitar aquellos derechos individuales y políticos que puedan permitir, precisamente, la

organización de los individuos en torno a conceptos como el de conciencia de clase. Recordemos

que el gobierno británico emprendió una campaña para contrarrestar los efectos del ajuste sobre

la movilización política, que incluyó la reducción del poder de los ayuntamientos, la eliminación

de los metropolitan councils, la aprobación de una legislación represiva en contra de los trabajadores,

la utilización de los servicios de inteligencia para reventar los movimientos de protesta y el

desprestigio de los funcionarios y trabajadores públicos, en especial de los maestros y profesores

que se salieran de las rígidas normas del pensamiento conservador. Y es por todo ello que

Massimo Florio95 se pregunta retóricamente

“¿Dónde debe terminar el proceso de desguace del Estado? ¿Cuánto debe menguar el Estado antes de que la comunidad deje de ser una polis? ¿Y qué extensión alcanzarán la

92 Briggs (1994: 456). 93 McKay, en Budge y McKay (1993: 29). 94 Singer (2004: 227). 95 Florio (2004: 369).

Page 60: La Economia Capitalista y El Estado

60

represión y el principio de autoridad cuando el Estado quede reducido a proteger el orden (y redistribuir los ingresos), si este orden no está basado en un sistema bien definido que permita el acceso a ciertos bienes tan básicos como el agua o la energía, o tan complejos como la educación y la sanidad? En otras palabras, ¿qué es la ciudadanía, y qué es el Estado sin la responsabilidad colectiva de garantizar el acceso universal a ciertos bienes esenciales?”.

Esta problemática, que como vimos ya fue teorizada por los principales pensadores

políticos de finales del siglo XIX y principios del XX, como Max Weber, Hans Kelsen o Carl

Schmitt, resurge sistemáticamente en los momentos de crisis, y desde entonces se intenta

resolverla una y otra vez, aunque no parece posible encontrar nuevas soluciones. Las respuestas

pierden frescura, la discusión se encierra en una espiral argumentativa sin salida. Todas las

propuestas posibles ya están escritas. “¿Qué es la ciudadanía, y qué es el Estado sin la

responsabilidad colectiva de garantizar el acceso universal a ciertos bienes esenciales?” Hace

ochenta años Schmitt descartó, por inviable, la posibilidad de construir un sistema político

democrático-real y estable dentro del modo de producción capitalista; la respuesta a Florio es

simple: un Estado burgués capitalista, sin el componente legitimatorio, es un régimen fascista.

Page 61: La Economia Capitalista y El Estado

61

BIBLIOGRAFÍA

- ALFORD, B.W.E (1995). British Economic Performance 1945-1975. Cambridge University Press,

Cambridge, 1995.

- ANDERSON, Perry (1992): English Questions, Verso, Londres, 1992.

- ARIÑO ORTIZ, Gaspar (Ed.) (1999): Privatización y liberalización de servicios. Universidad

Autónoma de Madrid / Boletín Oficial del Estado, Madrid, 1999.

- ARMSTRONG, Mark, COWAN, Simon, y VICKERS, John (1998): Regulatory reform: economic

analysis and British experience. Massachussets Institute of Technology Press, Cambridge,

Massachussets (Estados Unidos), 1998.

- ARRIZABALO MONTORO, Xabier (1996): Las privatizaciones de la Unión Europea: (crisis,

ajuste y regresión social). Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales, Universidad

Complutense, Madrid, 1996.

- ARRIZABALO MONTORO, Xabier (Ed.) (1997): Crisis y ajuste en la economía mundial.

Síntesis, Madrid, 1997.

- ASHER, Kate (1987): The Politics of Privatisation. Contracting out Public Services. Palgrave

Macmillan, Basingstoke, Hampshire, 1987.

- AYLEN, Jonathan (1988): “Privatisation of the British Steel Corporation”, en Fiscal Studies

volumen 9, número 3: 1-25, Institute for Fiscal Studies / Blackwell, Oxford, 1988.

- BAILEY, Elizabeth y PACK, Janet Rothenberg (Eds.) (1995): The political economy of

privatization and deregulation. Edward Elgar / Brookfield, Aldershot, Hants (R.U.), 1995.

- BAUER, Peter (1984): Reality and Rethoric: Studies in the Economics of Development, Harvard

University Press, Cambridge, Massachussets, 1984.

- BEESLEY, Michael (1997): Privatization, regulation and deregulation (Second Edition). Routledge /

Institute of Economic Affairs, Londres, 1997.

- BISHOP, Matthew y KAY, John (1988): Does privatization work?. London Business School,

Londres, 1988.

- BISHOP, Matthew y KAY, John (1992). “El impacto de la privatización en la eficiencia del

sector público en el Reino Unido”, en Información Comercial Española, número 707: 22-34,

Ministerio de Economía y Hacienda, Madrid, 1992.

- BISHOP, Matthew, y THOMPSON, David (1992): “Regulatory Reform and Productivity

Growth in the UK’s Public Utilities”, en Applied Economics 24, número 11: 1181-1190, Taylor

and Francis Journals, Routledge, Londres, 1992.

Page 62: La Economia Capitalista y El Estado

62

- BISHOP, Matthew, KAY, John y MAYER, Colin (Eds.) (1994): Privatization and economic

performance. Oxford University Press, Oxford, 1994.

- BISHOP, Matthew, y GREEN, Mike (1995): Privatisation and Recession: The Miracle Tested.

Centre for Study of Regulated Industries, Londres, 1995.

- BLOCK, Fred (1977): “The ruling class does not rule: notes on the Marxist theory of the

state”, en Socialist Review, páginas 6 a 28, número 33, mayo-junio de 1977.

- BLONDEL, Jean, e INOGUCHI, Takashi (2006): Political Cultures in Asia and Europe. Citizens,

states and societal values, Routledge, Abingdon (R.U.), 2006.

- BLYTON, Paul, y MORRIS, Jonathan (Eds.) (1991): A Flexible Future? Prospects for Employment

and Organization, Walter de Gruyter, Berlín, 1991.

- BÖS, Dieter (1991): Privatization. A theoretical treatment. Clarendon Press, Oxford, 1991.

- BOYER, Robert, y FREYSSENET, Michel (2000): Los modelos productivos, Fundamentos,

Madrid, 2003.

- BRADDON, Derek, y FOSTER, Deborah (Eds.) (1996): Privatization: Social Science Themes and

Perspectives. Dartsmouth, Aldershot (Hants), 1996.

- BRIGGS, Asa (1994): Historia Social de Inglaterra. Alianza, Madrid, 1994.

- BROWNING, Angela, et al. (1994): Privatisation 1979-1994. Everyone’s a Winner. Conservative

Political Centre, Londres, 1994.

- BUCHANAN, James M. (1975): The Limits of Liberty. Between Anarchy and Leviathan. The

University of Chicago Press, Chicago, 1975.

- BUDGE, Ian, y McKAY, David (Eds.) (1993): The Developing British Political System: the 1990s

(3rd edition). Longman, Harlow (R.U.), 1993.

- BUSTELO, Pablo (1999): Teorías Contemporáneas del Desarrollo Económico. Síntesis, Madrid,

1999.

- BUTLER, Eamonn, y BOYFIELD, Keith (Eds.) (2003): Around the World in 80 Ideas. Adam

Smith Institute, Londres, 2003.

- CAIRNCROSS, Alec (1995). The British Economy Since 1945 (2nd edition). Blackwell, Oxford,

2002.

- CANO SOLER, Diego (1998): Políticas de privatización: aproximación teórica: experiencias prácticas y

propuesta para España. Consejo Económico y Social, Madrid, 1998.

- CARRAU RAMÓN, Josep María (1995): “Quince años de privatizaciones en Europa: un

balance”, en Presupuesto y Gasto Público, Instituto de Estudios Fiscales, número 17/1995.

- CASEY, Terrence (2002): The social context of economic change in Britain. Between policy and

performance. Manchester University Press, Manchester, 2003.

Page 63: La Economia Capitalista y El Estado

63

- CAWTHRON, Ian (1999): “Regulated Industries: Returns to Private Investors to May 1998”,

en Occasional Paper número 11, Centre for the Study of Regulated Industries, Londres, 1999.

- CHAPMAN, Colin (1990): Selling the Family Silver. Has Privatization Worked?. Hutchinson

Business Books, Londres, 1990.

- CHENNELLS, Lucy (1997): “The Windfall Tax”, en Fiscal Studies, volumen 18, número 3:

279-291, Institute for Fiscal Studies / Blackwell, Oxford, 1997.

- CHONG, Alberto, y LÓPEZ DE SILANES, Florencio (2002): “Privatization and Labor

Force Restructuring around the World”, en World Bank Working Papers- Labor&Employment,

Labor Market Policies and Institutions, número 2884, Banco Mundial, Washington, 2002.

- CIPFA (1993): Accounting for social services in Great Britain. CIPFA, Londres, 1993.

- CLARKE, Thomas y PITELIS, Christos (Eds.) (1993): The political economy of privatization.

Routledge, Londres, 1993.

- COINTREAU, Edouard (Dir.) (1986): Privatización, el arte y los métodos. Unión Editorial /

Centro de Observación y Prospectiva Sociales, Madrid, 1986.

- COOK, Judith (1989): Dirty Water. Unwin Paperbacks, Londres, 1989

- CRAFTS, Nicholas (1998): “The Conservative Government’s Economic Record: An End of

Term Report”, Occasional paper número 104, Institute of Economic Affairs, Londres, 1998.

- CROUCH, Colin (Comp.) (1988): Estado y economía en el capitalismo contemporáneo. Ministerio de

Trabajo y Seguridad Social, Madrid, 1988.

- DAVIDMANN, Manfred (1996): The Trustee Savings Bank Give-Away. Disponible en

www.solbaram.org/indexes/ecnmcs.html, 1996.

- DEL CASTILLO, Graciana (1995): Privatization in Latin America: from myth to reality. Naciones

Unidas / CEPAL, Santiago de Chile, 1995.

- DINERSTEIN, Ana Cecilia (1993): “Privatizaciones y legitimidad: la lógica de la coerción”,

en Realidad Económica (Argentina), nº 113, enero-febrero de 1993.

- DOMBERGER, Simon y PIGGOTT, John (1994): “Políticas privatizadoras y empresas

públicas: una visión panorámica”, en Hacienda Pública Española, nº 128, enero de 1994,

Instituto de Estudios Fiscales, Ministerio de Hacienda, Madrid, 1994.

- DOREY, Peter (Ed.) (1999): The Major premiership. Politics and policies under John Major.

Macmillan, Basingstoke, 1999.

- DRAKEFORD, Mark (1999): Privatisation and social policy. Longman, Londres, 1999.

- ECKEL, Catherine, ECKEL, Doug y SINGAL, Vijay (1997): “Privatization and Efficiency:

Industry Effects of the Sale of British Airways”, en Journal of Financial Economics 43, número 2,

páginas 275 a 298, 1997.

Page 64: La Economia Capitalista y El Estado

64

- ECONOMIC AND SOCIAL RESEARCH COUNCIL (ESRC) (2004): The UK’s Productivity

Gap. What research tells us and what we need to find out. ESRC Seminar Series, ESRC, Swindon,

2004.

- ESTEBAN GALARZA, Marisol, y MORENO DÍAZ, José (1995): La privatización: una

panorámica internacional hacia nuevas formas de regulación estatal. Círculo de Empresarios Vascos,

Bilbao, 1995.

- ESTRUCH MANJÓN, Alejandro (2001): “Estado de bienestar, desigualdad y redistribución:

Algunos datos e ideas en el cambio de siglo”, Documento de trabajo del GR-PPRE de la

Universidad de Barcelona, Barcelona, 2001.

- FINE, Ben y BAYLISS, Kate (1998): “Beyond Bureaucrats in Business: A Critical Review of

the World Band Approach to Privatization and Public Sector Reform”, en Journal of

International Development, volumen 10, número 7: 841-55, SOAS, University of London,

Londres, 1998.

- FITZ, John, y BEERS, Bryan (2001): “Education Management Organizations and the

Privatization of Public Education: A Cross-National Comparison of the USA and the UK”.

Occasional Paper No.22, National Center for the Study of Privatization in Education,

Universidad de Columbia, Nueva York, junio de 2001.

- FLORIO, Massimo (2004): The Great Divestiture. Evaluating the Welfare Impact of the British

Privatizations 1979-1997. M.I.T., Massachusetts (EE.UU.), 2004.

- FONDO MONETARIO INTERNACIONAL (2000): Perspectivas de Economía Mundial.

Octubre 2000, y otros años.

- FOREMAN-PECK, James y WATERSON, Michael (1985): “The Comparative Efficiency of

Public and Private Enterprise in Britain: Electricity Generation between the World Wars”, en

The Economic Journal, volumen 95 (suplemento): 83-95, Royal Economic Society / Blackwell,

Oxford, 1985.

- FOREMAN-PECK, James, y MILLWARD, Robert (1994): Public and Private Ownership of

British Industry 1820-1990. Clarendon, Oxford, 1994.

- FRASER, Derek (2003). The Evolution of the British Welfare State (3rd edition). Palgrave MacMillan,

Basingstoke, Hampshire, 2003.

- FRIEDMAN, David (1989): The Machinery of Freedom: Guide to Radical Capitalism (2nd edition).

Open Court Press, Lasalle, Illinois, 1989.

- GALAL, Ahmed, JONES, Leroy, TANDON, Pankaj, y VOGELSANG, Ingo (1994): Welfare

consequences of Selling Public Enterprises: An Empirical Analisys, Oxford University Press/World

Bank, Nueva York, 1994.

Page 65: La Economia Capitalista y El Estado

65

- GAMBLE, Andrew (1989): “Privatization,Thatcherism, and the British State”, en Journal of

Law and Society, volumen 16, número 1, Cardiff University / Blackwell, Oxford, 1989.

- GAMBLE, Andrew (1994): Britain In Decline. Economic Policy, Political Strategy and the British State

(4th edition). Macmillan Press, Houndmills / Londres, 1994.

- GILES, Christopher, y JOHNSON, Paul (1994): “Tax Reform in the UK and Changes in

Progressivity of the Tax System, 1985-95”, en Fiscal Studies, volumen 15, número 3, 64-86,

Institute for Fiscal Studies, Londres, 1994.

- GILL, Louis (2002): Fundamentos y Límites del Capitalismo, Trotta, Madrid, 2002.

- GONZÁLEZ GONZÁLEZ, Manuel Jesús, y MENDOZA FERNÁNDEZ, Isabel (1994):

“Las privatizaciones o el velo de Penélope”, en Boletín Económico del Círculo de Empresarios,

número 59: 107-130, Círculo de Empresarios, Madrid, 1994.

- GONZÁLEZ SORIANO, Jaime (2002): Política económica y desarrollo en Argelia: de la estrategia

industrializadora al ajuste fondomonetarista, Trabajo de Investigación del Departamento de

Economía Aplicada I, Universidad Complutense de Madrid, Madrid, 2002.

- GOUGH, Ian (1979): Economía política del Estado del bienestar. H. Blume, Madrid, 1982.

- GOURVISH, Terry (2004): British Rail, 1974-1997: From Integration to Privatisation. Oxford

University Press, Oxford, 2004.

- GRAHAM, Cosmo y PROSSER, Tony (1991): Privatizing public enterprises (Constitutions, the State

and Regulation in comparative perspective). Clarendon Press, Oxford, 1991.

- GREEN, Francis (Ed.) (1989): The Restructuring of the UK Economy. Harvester Wheatsheaf,

Hertfordshire, 1989.

- GREEN, Richard y HASKEL, Jonathan (2001): “Seeking a Premier League Economy: The

Role of Privatisation”, en Seeking a Premier League Economy, de Richard Blundell, David Card y

Richard Freeman (Eds.), University of Chicago Press, Chicago, 2001.

- GREGG, Paul, y MACHIN, Stephen (1993): Is the UK rise in inequality different?. Discussion

Paper no.45, National Institute of Economic and Social Research, Londres, 1993.

- GREGORY, Martyn (2000): Dirty Tricks, British Airways’ secret war against Virgin Atlantic. Virgin

Publishing, Londres, 2000.

- GRIFFIN, Keith (1989): Alternative Strategies for Economic Development. MacMillan / OECD

Development Centre, Londres, 1991.

- GUERRERO, Diego (1995): Competitividad: Teoría y Política. Ariel, Barcelona, 1995.

- GUERRERO, Diego (Coord.) (2002a): Manual de Economía Política. Síntesis, Madrid, 2002.

- GUERRERO, Diego (Coord.) (2002b): Lecturas de Economía Política. Síntesis, Madrid, 2002.

Page 66: La Economia Capitalista y El Estado

66

- GUISLAIN, Pierre (1997): The privatization challenge: a strategic, legal, and institutional analysis of

international experience. World Bank, Washington, 1997.

- GUPTA, Sanjeev, SCHILLER, Christian, y MA, Henry (1999): Privatization, Social Impact, and

Social Safety Nets, IMF Working Paper 99/68. FMI, Washington, 1999.

- HABERMAS, Jürgen (1975): Problemas de legitimación en el capitalismo tardío. Amorrortu, Buenos

Aires, 1991.

- HANCOCK, Ruth y WADDAMS PRICE, Catherine (1998): “Distributional Effects of

Liberalising UK Residential Utility Markets”, en Fiscal Studies, volumen 19, número 3: 295-

319, Institute for Fiscal Studies, Londres, 1998.

- HANNAH, Leslie (1994): “The Economic Consequences of the State Ownership of Industry

1945-1990”. En The Economic History of Britain since 1700 (2nd edition), de Roderick Floud y D.N.

McCloskey (Eds.), volumen 3 (1939-1992): 168-194, Cambridge University Press, Cambridge,

1994.

- HARE, Paul, y SIMPSON, Leslie (1993). British Economic Policy. A Modern Introduction.

Harvester Wheatsheaf, Hemel Hempstead, Hertfordshire (R.U.), 1993.

- HARRIS, Lisa, PARKER, David, y COX, Andrew (1998): “UK Privatization: Its Impact on

Procurement”, en British Journal of Management, volumen 9, suplemento 1 (special issue): 13-26,

British Academy of Management / Blackwell, Oxford, 1998.

- HARTLEY, Anthony (1989): “After the Thatcher decade”, en Foreign Affairs, volumen 68,

número 5, Council on Foreign Relations, Nueva York, 1989.

- HARTLEY, K., y HOOPER, N. (1990): “Industry and Policy”, en Understanding the UK

Economy, de Peter Curwen (ed.), Palgrave Macmillan, Basingstoke, Hampshire, 1990.

- HARVEY, David (2005): A Brief History of Neoliberalism, Oxford University Press, Oxford,

2005.

- HASKEL, Jonathan y SZYMANSKI, Stefan (1993): “Privatisation, Liberalisation, Wages and

Employment: Theory and Evidence for the UK”, en Economica, volumen 60, número 238:

161-182, London School of Economics and Political Science, Londres, 1993.

- HAYEK, Friedrich A. (1945): The Road to Serfdom (Reader's Digest condensed version). Institute of

Economic Affairs Health and Welfare Unit, Londres, 1999.

- HAYEK, Friedrich A. (1978): Denationalisation of Money (2d extended edition), Institute of

Economic Affairs, Londres, 1978.

- HILLS, John (2004). Inequality and the State. Oxford University Press, Oxford, 2004.

- HM TREASURY y DEPARTMENT OF TRADE AND INDUSTRY (DTI) (2006):

Productivity in the UK 6: Progress and new evidence. The Stationery Office, Londres, 2006.

Page 67: La Economia Capitalista y El Estado

67

- HOSSAIN, Moazzem, y MALBON, Justin (1998): Who Benefits from Privatisation?. Routledge,

Londres, 1998.

- HUANG, Qi, y LEVICH, Richard (1999): “Underpricing of New Equity Offerings by

Privatized Firms: An International Test”, en Leonard N.Stern School, Working Paper número

99-075, New York University, Nueva York, 1999.

- HUGHES, Kirsty (1993): The Future of UK Competitiveness and the Role of Industrial Policy. Policy

Studies Institute, Londres, 1993.

- HUNT, Lester y LYNK, Edward (1995): “Privatisation and Efficiency in the UK Water

Industry: An Empirical Analysis”, en Oxford Bulletin of Economics and Statistics volumen 57,

número 3: 371-388, Department of Economics, Oxford University, Oxford, 1995.

- HUTCHINSON, G.A. (1991): “Efficiency Gains through Privatization of UK Industries”,

en Privatization and Economic Efficiency: A comparative Analysis of Developed and Developing Countries,

de Keith Hartley y Attiat Ott (eds.), Edward Elgar, Aldershot, Hants, 1991.

- INTERNATIONAL MONETARY FUND (1988): World economic outlook: a survey by the staff of

the International Monetary Fund. April 1988. IMF, Wahsington, 1988.

- IORDANOGLOU, Chrisafis (2001): Public Enterprise Revisited. A Closer Look at the 1954-79

UK Labour Productivity Record. Edward Elgar, Cheltenham, 2001.

- KAMERMAN, Sheila B. y KAHN, Alfred J. (Comp.) (1989): La privatización y el Estado

benefactor. Fondo de Cultura Económica, México, 1993.

- KAY, John y THOMPSON, David. “La privatización: una política en busca de un argumento

lógico”, en Hacienda Pública Española, nº 128, enero de 1994, Instituto de Estudios Fiscales,

Ministerio de Hacienda, Madrid, 1994.

- KAY, John, MAYER, Colin y THOMPSON, David (Eds.) (1987): Privatisation and regulation:

the UK experience. Clarendon Press, Oxford, 1989.

- KELSEN, Hans (1920): Esencia y Valor de la Democracia, Labor/Guadarrama, Madrid, 1977.

- LABOUR RESEARCH DEPARTMENT (L.R.D.) (1983): Privatisation. Who Loses, Who Profits.

LRD Publications Limited, Londres, 1983.

- LABOUR RESEARCH DEPARTMENT (L.R.D.) (1985): Privatisation. The Great Sellout. LRD

Publications Limited, Londres, 1985.

- LABOUR RESEARCH DEPARTMENT (L.R.D.) (1987): Privatisation, Paying the Price. LRD

Publications Limited, Londres, 1987.

- LABOUR RESEARCH DEPARTMENT (L.R.D.) (Varios años): Labour Research, LRD

Publications Limited, Londres, varios años. El número de la revista y la fecha en que se publicó

aparecen consignados en cada cita concreta.

Page 68: La Economia Capitalista y El Estado

68

- LE GRAND, Julian y ROBINSON, Ray (Dirs.) (1984) : Privatisation and the Welfare State.

Routledge, Londres, 1984.

- LITTLECHILD, Stephen (2000): Privatization, Competition and regulation. Institute of Economic

Affairs, Londres, 2000.

- LIU, Zinan (1995): “The Comparative Performance of Public and Private Enterprises: The

Case of British Ports”, en Journal of Transport Economics and Policy, volumen 29, número 3: 263-

274, University of Bath, Bath, 1995.

- LUHMANN, Niklas (1987): Teoría Política del Estado de Bienestar. Alianza, Madrid, 1997.

- LYNK, E.L.: “Privatisation, Joint Production and the Comparative Efficiencies of Private

and Public Ownership: The UK Water Industry Case”, en Fiscal Studies, volumen 14, número

2: 98-116, Institute for Fiscal Studies / Blackwell, Oxford, 1993.

- MACRIDIS, Roy (Ed.) (1987): Modern Political Systems: Europe. Sixth Edition. Prentice Hall,

Englewood Cliffs, NY (EE.UU.), 1987.

- MADDISON, Angus (1989): La economía mundial en el siglo XX. Rendimiento y política en Asia,

América Latina, la URSS y los países de la OCDE. Fondo de Cultura Económica, Méjico, 1992.

- MADDISON, Angus (1995): La economía mundial 1820-1992: Análisis y estadísticas.

Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos, Paris, 1997.

- MAJONE, Giandomenico (Ed.) (1990): Deregulation or Re-Regulation? Regulatory Reform in Europe

and the United States. Pinter Publishers, Londres, 1990.

- MARTÍN SECO, Juan Francisco (1995). La farsa neoliberal: Refutación de los liberales que se creen

libertarios. Temas de Hoy, Madrid, 1995.

- MARX, Karl (1867/1894): El Capital, varios volúmenes. Fondo de Cultura Económica,

Méjico D.F., Méjico, 1959.

- MATTICK, Paul (1974): Crisis y teoría de la crisis. Península, Barcelona, 1977.

- MILIBAND, Ralph, PANITCH, Leo, y SAVILLE, John (1992): El neoconservadurismo en Gran

Bretaña y Estados Unidos. Ediciones Alfons el Magnànim, Valencia, 1992.

- MILIBAND, Ralph (1982): Capitalist Democracy in Britain. Oxford University Press, Oxford

(R.U.), 1985.

- MILLWARD, Robert y WARD, Robert (1987): “The Costs of Public and Private Gas

Enterprises in late 19th Century Britain”, en Oxford Economic Papers volumen 39, número 4:

719-737, Oxford University Press, Oxford, 1987.

- MILLWARD, Robert (1991): “The Causes of the 1940s Nationalizations in Britain. A

Survey”, en Working Papers in Economic and Social History, número 10, University of Manchester,

Manchester, 1991.

Page 69: La Economia Capitalista y El Estado

69

- MISHRA, Ramesh (1992): El Estado de Bienestar en crisis. Pensamiento y cambio social. Ministerio

de Trabajo y Seguridad Social, Madrid, 1992.

- MOCHÓN, Francisco (1993): Economía. Teoría y Política (Tercera Edición). McGraw-Hill,

Madrid, 1994.

- MOLYNEUX, Richard, y THOMPSON, David (1987): “Nationalised Industry Performance:

Still Third-Rate?”, en Fiscal Studies, volumen 8, número 1: 48-82, Institute for Fiscal Studies /

Blackwell, Oxford, 1987.

- MONBIOT, George (2000): Captive State. The Corporate Takeover of Britain. Pan Macmillan,

Londres, 2001.

- MUNS, Joaquín (Ed.) (1983): Ajuste, condicionalidad y financiamiento internacional. Fondo

Monetario Internacional, Washington, 1983.

- NATIONAL AUDIT OFFICE (NAO) (Varios años): NAO Reports, National Audit Office,

Londres, varios años.

- NATIONAL ECONOMIC DEVELOPMENT OFFICE (NEDO) (1976): A Study of UK

Nationalised Industries: Their Role in the Economy and Control in the Future, HMSO, Londres, 1976.

- NELSON, Adrian, COOPER, Cary L., y BARRON, Andrea (1993): The Impact of privatisation

on employee job satisfaction and well being. Working Paper de la Universidad de Manchester,

Manchester, 1993.

- NEUBERGER, Julia (Ed.) (1987): Privatisation: Fair Shares for all or selling the Family silver?.

Papermac, Londres, 1987.

- NEWBERY, David, y POLLIT, Michael (1997): “The reestructuring and Privatization of the

UK Electricity Supply -Was it Worth it?”, en Public Policy for the Private Sector, número 124,

World Bank, Washington, 1997.

- NEWBERY, David (1999): Privatization, restructuring, and regulation of network utilities. The

Massachussets Institute of Technology Press, Cambridge, Massachusetts (Estados Unidos),

1999.

- NISKANEN, William (1992): “El papel del Estado en la economía moderna”, en Revista del

Instituto de Estudios Económicos, número 1: 3-18, Instituto de Estudios Económicos, Madrid,

1992.

- O’CONNELL DAVIDSON, Julia (1990): “The Commercialisation of Employment

Relations: The Case of the Water Industry”, en Work, Employment & Society, volumen 4,

número 4: 531-549, SAGE Publications, Londres, 1990.

Page 70: La Economia Capitalista y El Estado

70

- O’CONNELL DAVIDSON, Julia, NICHOLS, Theo y BIN SUN, Wen (1991): Privatisation

and Change: Employee Attitudes in Two Privatised Utilities. Investigación no publicada, marzo de

1991.

- O’CONNELL DAVIDSON, Julia, y NICHOLS, Theo (1993): “Privatisation and

economism: an investigation amongst ‘producers’ in two privatised utilities in Britain”, en The

Sociological Review, volumen 41, número 4, Blackwell, Oxford, 1993.

- O’CONNOR, James (1973): La crisis fiscal del Estado. Península, Barcelona, 1981.

- OCDE (1985). El Estado protector en crisis. Ministerio de Trabajo y Seguridad Social, Madrid,

1985.

- OCDE (1995). La transformación de la gestión pública. Las reformas en los países de la OCDE.

Ministerio de Trabajo, Madrid, 1997.

- OCDE (Varios años): OECD Economic Outlook. OCDE, París, junio de 1987, diciembre de

1987, junio de 1988, diciembre de 1988, junio de 1989, diciembre de 1989.

- OFFE, Klaus (1985): Capitalismo y Estado. Revolución, Madrid, 1985.

- OFFE, Klaus (1988): Contradicciones en el Estado del Bienestar. Editorial Patria, México, 1991.

- OULTON. Nicholas (1995): “Supply Side Reform and UK Economic Growth: What

Happened to the Miracle?”, en National Institute Economic Review, número 154: 53-70, National

Institute of Economic and Social Research, Londres, 1995.

- PALAZUELOS, Enrique (Coord.) (1986): Las economías capitalistas durante el período de expansión

1945-1970. Akal, Madrid, 1987.

- PALAZUELOS, Enrique (Coord.) (1988): Dinámica capitalista y crisis actual. Akal, Madrid,

1988.

- PALAZUELOS, Enrique, y ALBURQUERQUE, Francisco (Coords.) (1990): Estructura

económica capitalista internacional: el modelo de acumulación de posguerra. Akal, Madrid, 1990.

- PARKER, David y SAAL, David (2001): “Productivity and Price Performance in the

Privatised Water and Sewerage Companies in England and Wales”, en Journal of Regulatory

Economics, volumen 20, número 1: 61-69, Springer, Berlín, 2001.

- PARKER, David, et al. (2004): “Lessons from Privatisation”, número monográfico de

Economic Affairs, volumen 24, número 3, Institute of Economic Affairs, Londres, 2004.

- PARKER, David, y MARTIN, Stephen (1996): “The Impact of UK Privatisation on

Employment, Profits, and the Distribution of Business Income”, en Public Money and

Management, volumen 16, número 1: 31-38, CIPFA, Londres, 1996.

- PARKER, David, y MARTIN, Stephen (1997): The impact of privatisation. Ownership and corporate

performance in the UK. Routledge, Londres, 1997.

Page 71: La Economia Capitalista y El Estado

71

- PARKER, David, y SAAL, David (Eds.) (2003). International Handbook on Privatization. Edward

Elgar, Cheltenham (UK), 2003.

- PELEGRÍN McCARTHY, María (2002): Mujer, Informalidad y Microfinanciación en África

Occidental. Documento de Trabajo del Instituto Universitario de Desarrollo y Cooperación de

la Universidad Complutense, Madrid, 2002.

- PIRIE, Madsen (1988): Privatization. Wildwood House, Aldershot, Hants (R.U.), 1991.

- POLANYI, Karl (1944): La Gran Transformación. Crítica del liberalismo económico. La Piqueta /

Endymion, Madrid, 1989.

- POLLOCK, Allyson, y VICKERS, Neil (2000): “Private Pie in the Sky”, en Public Finance, 14

de abril de 2000, CIPFA, Londres, 2000.

- POULANTZAS, Nicos (1968). Poder político y clases sociales en el estado capitalista. Siglo Veintiuno

de España, Madrid, 1973.

- PREMCHAND, Arigapudi (1983): Government budgeting and expenditure controls: theory and practice.

IMF, Washington, 1983.

- PUBLIC ACCOUNTS COMMITTEE (PAC) (Varios años): Reports of the House of Commons

Committee of Public Accounts, Cámara de los Comunes, Londres, varios años. El contenido de

los informes, así como las respuestas del Tesoro a las preguntas del Comité (Treasury Minutes),

están parcialmente disponibles en la página web de la National Audit Office,

http://www.nao.org.uk.

- RAMANADHAM, Venkata Vemuri (1988): Privatisation in the UK. Routledge, Londres, 1988.

- RAMANADHAM, Venkata Vemuri (Ed.) (1993): Constraints and Impacts of Privatization.

Routledge, Londres, 1993.

- RAWLS, John (1971): Teoría de la Justicia, Fondo de Cultura Económica de España, Madrid,

1997.

- ROBINSON, Peter (1994): “Is there an Explanation for Rising Pay Inequality in the UK?”,

Discussion Paper número 206, Agosto de 1994, Centre for Economic Performance, Londres,

1994.

- RODRÍGUEZ CABRERO, Gregorio (comp.) (1991): Estado, privatización y bienestar: un debate

de la Europa actual. Icaria/Fuhem, Barcelona/Madrid, 1991.

- ROTHBARD, Murray (1978): For a New Liberty: The Libertarian Manifesto (Revised Edition).

Macmillan, Nueva York, 1978.

- SAMUEL, Raphael, BLOOMFIELD, Barbara, y BOANAS, Guy (Eds.) (1986): The Enemy

Within. Pit Villages and the Miners’ Strike of 1984-5. Routledge & Kegan Paul, Londres, 1986.

Page 72: La Economia Capitalista y El Estado

72

- SANZ, Andrés (Coord.) (1998): “Las privatizaciones”, en Cuadernos de Relaciones Laborales,

número 13, Escuela de Relaciones Laborales, UCM., Madrid, 1998.

- SAUNDERS, Peter y HARRIS, Colin (1994): Privatization and Popular Capitalism. Open

University Press, Buckingham, 1994.

- SCHMITT, Carl (1927): Teoría de la Constitución, Alianza, Madrid, 1992.

- SHAIKH, Anwar (1990): Valor, Acumulación y Crisis. Ensayos de Economía Política. Tercer

Mundo Editores, Bogotá, 1990.

- SINGER, Peter W. (2003): Corporate Warriors: The Rise of the Privatized Military Industry. Cornell

University Press, Ithaca (Estados Unidos), 2003.

- SONNTAG, Heinz Rudolf, y VALECILLOS, Héctor (Comp.) (1977): El Estado en el

capitalismo contemporáneo. Siglo Veintiuno, México, 1986 (1977).

- STIGLITZ, Joseph E. (1993): El papel económico del Estado. Instituto de Estudios Fiscales,

Madrid, 1993.

- STIGLITZ, Joseph E. (2003): Los felices 90. La semilla de la destrucción. Taurus / Santillana,

Madrid, 2003

- STILLMAN, Edmund (Dir.) (1974): The United Kingdom in 1980. The Hudson Report. Associated

Business Programmes, Londres, 1974.

- SULEIMAN, Ezra N. y WATERBURY, John (Eds.) (1990): The political economy of public sector

reform and privatization. Westview Press, Boulder, Colorado (Estados Unidos), 1990.

- SURREY, John (Ed.) (1996): The British Electricity Experiment. Privatization: The Record, The

Issues, The Lessons. James & James / Earthscan, Londres, 1996.

- SWANN, Dennis (1988): The retreat of the state: deregulation and privatisation in the UK and US.

Harvester-Wheatsheaf, Nueva York, 1988.

- THATCHER, Margaret (1993): Los años de Downing Street. El País-Aguilar, Madrid, 1993.

- THERBORN, Göran (1978): What does the ruling class do when it rules?, Verso, Londres, 1978.

- THOMAS, Steve (2000): Has Privatisation Reduced the Price of Power in Britain?. UNISON,

Londres, 2000.

- TITTENBRUN, Jacek (1996): Private Versus Public Enterprise: In Search of the Economic Rationale

for Privatization. Janus, Londres, 1996.

- TOMLINSON, Jim (1985): British Macroeconomic Policy since 1940. Croom Helm, Beckenham

(R.U.), 1985.

- TRADES UNION CONGRESS (1986): Bargaining in Privatised Companies. TUC, Londres,

1986.

Page 73: La Economia Capitalista y El Estado

73

- TRANSPORT AND GENERAL WORKERS UNION (1976): Inequality. Evidence on Income

from Companies and its Distribution. Bertrand Russell Peace Foundation/Spokesman Books,

Nottingham (R.U.), 1976.

- U.S. DEPARTMENT OF STATE (1994): Algeria: 1994 Country Report on Economic Policy and

Trade Practices, Bureau of Economic and Business Affairs, Washington, 1994.

- VELJANOVSKI, Cento (1987): Selling the State (Privatisation in Britain). Weidenfeld and

Nicholson, Londres, 1987.

- VERNON, Raymond (Comp.) (1988): La promesa de la privatización: un desafío para la política

exterior de los Estados Unidos. Fondo de Cultura Económica, México, 1992.

- VERNON, Raymond. “Aspectos conceptuales de la privatización”, en Revista de la CEPAL,

número 37: 153-160, CEPAL, Santiago de Chile, 1989.

- VICKERS, John y WRIGHT, Vincent (Eds.) (1989): The Politics of Privatisation in Western

Europe. Frank Cass, Londres, 1989.

- VICKERS, John y YARROW, George (1988): Un análisis económico de la privatización. Fondo de

Cultura Económica, Méjico, 1991.

- VICKERS, John: “El programa de privatizaciones británico: una evaluación económica”, en

Moneda y Crédito, número 196, Moneda y Crédito, Madrid, 1993.

- VON WEIZSÄCKER, Ernst U., YOUNG, Oran R., y FINGER, Matthias (Eds.) (2005):

Limits to Privatization. How to avoid too much of a good thing. Earthscan, Londres, 2005.

- VV.AA. (2002): The Welfare Impact of British Privatisations 1979-1997. Papers and Proceedings,

Dipartimento di Economia Politica e Aziendale, Universitá Degli Studi di Milano, Milán,

2002.

- WADDAMS PRICE, Catherine, y YOUNG, Alison (2001): “UK Utility Reforms:

Distributional Implications and Government Response”, WIDER Discussion Paper número

2001/10, UNU/WIDER, Helsinki, 2001.

- WEBER, Max (1922): Economía y Sociedad, Fondo de Cultura Económica de Argentina,

Buenos Aires, 1992.

- WEICHHARDT, Reiner (Ed.) (1994): Privatization in NACC Countries: Defence Industry and

Policies and Related Experiences in other Fields. Dirección de Asuntos Económicos y Oficina de

Información y Prensa de la OTAN / Editorial Services, Bruselas, 1994.

- WELLS, Herbert George (1907): La Miseria de los Zapatos, Zero/Zyx, Madrid, 1975. La cita

que aparece en la página ¡Error! Marcador no definido. de este trabajo procede de las

páginas 18 y 19 de esta edición.

Page 74: La Economia Capitalista y El Estado

74

- WHITE, P. (1990): “Bus Deregulation: A Welfare Balance Sheet”, en Journal of Transport

Economics and Policy, volumen 24, número 3: 311-332, University of Bath, Bath, 1990.

- WHITFIELD, Dexter (1983): Making it public. Evidence and action against privatisation. Pluto

Press, Londres, 1983.

- WHITFIELD, Dexter (2001): Public services or corporate welfare: rethinking the nation state in the

global economy. Pluto Press, Londres, 2001.

- WILTSHIRE, Kenneth (1987): Privatisation. The British Experience. Longman Chesire,

Melbourne (Australia), 1987.

- WOLFE, Joel D. (1996): Power and Privatization. Choice and competition in the Remaking of British

Democracy. MacMillan, Basingstoke, Hampshire, 1996.

- WOLMAR, Christian (2005): On the Wrong Line. How Ideology and Incompetence wrecked Britain’s

Railways. Aurum, Londres, 2005.

- WORLD BANK (1992): Adjustment lending and mobilization of private and public resources for growth.

World Bank, Washington, 1992.

- WORLD BANK (1995): Bureaucrats in Business: The Economics and Politics of Government

Ownership. Oxford University Press, Nueva York, 1995.

- WORLD BANK (1996): World Development Report 1996. From Plan to Market. World Bank /

Oxford University Press, Washington / Nueva York, 1996.

- WRIGHT, Mike, THOMPSON, Steve y ROBBIE, Ken (1990): “Management buy-outs:

Achievements, limitations and prospects”, en National Westminster Bank Quarterly Review,

número de agosto de 1990, National Westminster Bank, Londres, 1990.

- WRIGHT, Vincent (1992): Redrawing the public-private boundary: privatisation in the United Kingdom

1979-92. Instituto Juan March de Estudios e Investigaciones, Madrid, 1992.

- WRIGHT, Vincent, y PERROTI, Luisa (Eds.) (2000): Privatization and Public Policy. Dos

volúmenes. Edward Elgar, Cheltenham, 2000.

- YARROW, George y JASINSKI, Piotr (Eds.) (1996): Privatization: critical perspectives on the world

economy. Routledge, Londres, 1996.