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www.udima.es 27 PRESENTACIÓN Y OBJETIVOS 1. Algunas nociones sobre la sociedad medieval 1.1. Los primeros siglos 2. La economía medieval: formación de los señoríos y la organización de las aldeas 2.1. Crecimiento plenomedieval y cambio tecnológico 2.2. La economía urbana y el comercio 2.3. La crisis bajomedieval 3. La economía medieval en la península ibérica 3.1. Los precedentes romanos 3.2. El florecimiento islámico 3.3. ¿Reconquista o conquista? 3.4. Una economía de frontera 3.5. Una economía depredadora CONCEPTOS BÁSICOS A RETENER ACTIVIDADES DE REPASO EJERCICIOS VOLUNTARIOS REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS UNIDAD DIDÁCTICA 2 LA ECONOMÍA EN LA EDAD MEDIA: LA TRANSICIÓN DEL TRABAJO ESCLAVO AL SERVIL "Todos los derechos reservados. Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta Unidad sólo puede ser realizada con la autorización de la Universidad a Distancia de Madrid, UDIMA, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)".

La Economía en La Edad Media. Del Trabajo Escalvo Al Servil

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Análisis económico de la Edad Media

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PRESENTACIÓNYOBJETIVOS

1. Algunasnocionessobrelasociedadmedieval

1.1. Losprimerossiglos

2. Laeconomíamedieval:formacióndelosseñoríosylaorganizacióndelasaldeas

2.1. Crecimientoplenomedievalycambiotecnológico 2.2. Laeconomíaurbanayelcomercio 2.3. Lacrisisbajomedieval

3. Laeconomíamedievalenlapenínsulaibérica

3.1. Losprecedentesromanos 3.2. Elflorecimientoislámico 3.3. ¿Reconquistaoconquista? 3.4. Unaeconomíadefrontera 3.5. Unaeconomíadepredadora

CONCEPTOSBÁSICOSARETENER

ACTIVIDADESDEREPASO

EJERCICIOSVOLUNTARIOS

REFERENCIASBIBLIOGRÁFICAS

UNIDADDIDÁCTICA

2LA ECONOMÍA EN LA EDAD MEDIA:LA TRANSICIÓN DEL TRABAJO ESCLAVO AL SERVIL

"Todos los derechos reservados. Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta Unidad sólo puede ser realizada con la autorización de la Universidad a Distancia de Madrid, UDIMA, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)".

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Presentación

La presente Unidad didáctica introduce al estudiante en el estudio de la economía de la Edad Media, la economía feudal o señorial como también podría llamarse, una época que abarca desde el siglo V al XV. Se estudiarán las fases de la economía medieval que tuvo factores de continuidad y discontinuidad con la anterior, que dieron como resultado una economía rural y cerrada en sí misma en los primeros siglos altomedievales. Hacia finales del siglo X, esta economía comenzó a crecer para protagonizar una de las expansiones y transformaciones más asombrosas de nuestra era. Repasaremos las innovaciones tecno-lógicas y organizativas del periodo y la naturaleza específica de las ciudades medievales, centros políticos y comerciales autónomos. La recesión y quiebra demográfica del siglo XIV puso las bases de una fuerte diversidad regional que caracterizó la Baja Edad Media. La Unidad se cierra con el análisis de la economía de la península ibérica, un territorio de frontera, donde la guerra impuso una economía de botín y parias, el predominio de la ga-nadería sobre la agricultura, asentamientos concentrados y amurallados, una sociedad con fuerte movilidad y una dinámica de depredación que no incentivaba la evolución comercial.

Objetivos

La lectura y el estudio de esta Unidad ayudarán al alumno a alcanzar los siguien-tes objetivos:

• Entender la transición de una economía comercial y urbana a otra rural y de subsistencia.

• Valorar unas fuentes escasas que se aproximan al hecho económico solo de manera indirecta.

• Reconocer una cultura cuya lógica última era muy diferente de la nuestra y desde luego no estaba orientada por las reglas del dinero, del mercado y del beneficio.

• Comprender y explicar los ciclos más importantes de crecimiento y crisis de la Edad Media.

• Distinguir los factores que entran en juego para explicar la diversidad eco-nómica en Europa.

"Todos los derechos reservados. Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta Unidad sólo puede ser realizada con la autorización de la Universidad a Distancia de Madrid, UDIMA, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)".

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1. ALGUNAS NOCIONES SOBRE LA SOCIEDAD MEDIEVAL

«Otro caso de pecado es la venta a crédito exigiendo por este medio un precio más elevado por mercancías que si se hubiera pagado al contado. No te es en absoluto lícito hacerlo, porque así tú vendes el tiempo, que no es propie-dad tuya» (Sermón de Bernardino de Siena, 1427).

Lo que tradicionalmente llamamos la Antigüedad tardía es un concepto acuñado en los años treinta por el historiador belga Henri Pirenne (1862-1935) para designar un largo proceso histórico que cambió el panorama europeo. Esta transformación se desa-rrolló desde la crisis del siglo III d. C. y la invasión de los pueblos bárbaros del siglo V, hasta el siglo VIII con la llegada del islam al sur del Mediterráneo y la formación del Im-perio carolingio en el oeste. La historiografía marxista de los años setenta debatió sobre lo que llamaron «la transición del esclavismo al feudalismo» en lo que fue una de las dis-cusiones más interesantes y profundas sobre los múltiples factores ‒políticos, económi-cos, sociales, culturales‒ que definieron el paso de un modo de producción antiguo a otro feudal. El debate no fue baladí, pues para algunos historiadores el mundo esclavista de la Antigüedad duró hasta la crisis económica del siglo III; para otros, hasta la llegada de los bárbaros y el derrumbe político del siglo V; y para los últimos, hasta la formación del señorío medieval en los siglos X y XI.

Muchas han sido las teorías sobre la caída del Imperio romano y su sustitución por múltiples reinos de origen germánico. Las diferentes posiciones historiográficas encuen-tran causas políticas, sociales, culturales, morales, económicas o diversas combinaciones de ellas para explicar tan gran cambio. Un cambio que implicó muchos niveles sociales: supuso la descomposición de la estructura centralizada del Estado romano y la disgrega-ción del poder en unidades descentralizadas, la desaparición del concepto de ciudadanía romana, el debilitamiento del comercio, las ciudades y las rutas de larga distancia, la ru-ralización en la producción, el abandono de la villa por los asentamientos a media altura dispersos, la sustitución de la agricultura por la ganadería, la expansión de los bosques y el baldío, y el reemplazo de la religión politeísta romana por el monoteísmo cristiano e islámico. En lo que todos los historiadores están de acuerdo es que este no fue un pro-ceso rápido, sino progresivo, un proceso que tuvo distintos ritmos en los niveles políti-cos, sociales, económicos y culturales, y del que surgió la sociedad feudal, que vamos a estudiar a continuación.

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La sociedad medieval era una economía preindustrial, premoderna, precapitalista –pues de todas esas formas puede denominarse–, que desarrolló ferias, ciudades y mer-cados, pero que no estaba regida por lógicas de mercado. Era una economía, una socie-dad, diferente a la nuestra, y, por tanto, necesitamos hacer un esfuerzo para entenderla. Un primer rasgo a tener en cuenta es que la Edad Media era una cultura de colectivida-des, de comunidades, de cuerpos: desde la familia (más o menos extensa) hasta la aldea rural, el señorío, la comunidad de monjes del monasterio, la de los aristócratas o nobles del castillo, la de la corte y la cristiandad.

Los sujetos se concebían como parte de estos colectivos y, por tanto, hay que aban-donar la idea de que pensaban, percibían y actuaban como el individuo contemporáneo. De la misma manera que nadie se concebía como un sujeto aislado, nadie creaba con espíritu innovador. El creador de la Edad Media, el artista, el artesano, el productor, co-piaba, repetía, seguía tradiciones, respetaba a sus maestros y ancestros. Este era su gran arte, su legitimidad y lo que denotaba su honradez y sabiduría. Nadie vendía o se casa-ba sin la aquiescencia de la familia; nadie cultivaba o construía sin el acuerdo de la co-munidad. Lo que en el presente se interpreta como el «peso», las «constricciones», las «limitaciones» que los colectivos imponían al desarrollo individual y que manuales y monografías de historia económica y economía denominan «servidumbres», «injeren-cias», «obstáculos» para la construcción del mercado de trabajo, tierra o capital, eran entonces vistos como elementos positivos e imprescindibles de cooperación y colabora-ción en un medio adverso. Los intereses de individuos, familias y colectivos se identifi-caban y definían como parte de estos grupos.

Debemos también olvidarnos del concepto de propiedad que manejamos en el pre-sente y que se instauró en el siglo XIX. Los medievalistas prefieren hablar de «posesión» para una época en la que los derechos de propiedad no estaban definidos, no eran un con-cepto claro jurídicamente. Es probable que cuando los historiadores afirman la existen-cia en la Edad Media de «propiedad individual campesina», un colono de Cumbria, de la Borgoña o de La Rioja no entendería lo que quieren decir. La Edad Media era un mundo de propiedades compartidas, confusas y jerarquizadas: una familia podía tener la tierra, otra el producto de los árboles de esa misma tierra, otra recibir la renta por la tierra y otra por las familias que la trabajaban. El rey tenía su tierra por Dios, el duque por el rey, la familia de caballeros por el conde, la familia campesina tenía la tierra por un señor, y todos con condiciones. Una aldea podía dar renta a un abad y a un conde si pertenecía a dos jurisdicciones. Era un mundo bastante complejo que desmiente la idea de los econo-mistas contemporanistas de que las economías precapitalistas eran economías simples.

El universo político medieval era una estructura social jerarquizada, corporativa, en la que el rango de los individuos estaba determinado por su pertenencia al clero, a la

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nobleza, al campesinado o a minorías como los judíos. Sus posiciones estaban respalda-das por privilegios consuetudinarios, legales, y por la sangre y la herencia. La nobleza militar y la aristocracia eclesiástica gobernaban con el monarca un reino, condado o du-cado que generalmente no era un territorio continuo y coherente. No había tampoco una concepción de la administración más allá de lo que se podía copiar o aprender de la or-ganización eclesiástica que, a su vez, había copiado de la romana. No había posibilidad de construir Gobiernos centralizados, ni por el concepto débil que había de lo que era la res publica, «lo público», ni por los niveles de alfabetización de las clases dominantes, ni por las infraestructuras de comunicación, ni por la heterogeneidad de leyes. El rey era un primus inter pares, un noble entre otros, que gobernaba con el consentimiento de sus nobles laicos y eclesiásticos.

Es importante entender el mundo rural medieval, pues nos permitirá comprender la agricultura europea hasta la Revolución Industrial, ya que los métodos y la organiza-ción no variaron sustancialmente en todos estos siglos. La Europa medieval era un rin-cón perdido del mundo que producía pocos bienes, de escasa calidad, y no entraba en los circuitos comerciales del centro de la riqueza, Asia. Se encontraba al mismo nivel tecnológico que Persia, India o China en la Antigüedad y no podía rivalizar con sus con-temporáneas, como el islam. Sin embargo, no debemos ver, como hizo la historiografía hasta mediados del siglo XX, la Edad Media como un periodo de estancamiento, tanto cultural como económico, un periodo oscuro, una época de inercias entre la Antigüedad clásica y el Renacimiento.

La Edad Media dio a luz el mundo que conocemos hoy, un mundo que experimentó un crecimiento económico, no solo extensivo, sino incluso intensivo, que difundió inno-vaciones tecnológicas y organizativas en el campo, que formó ciudades con artesanos y mercaderes que consiguieron conectar con las rutas de comercio a distancia y que fundó las primeras universidades. Este pequeño rincón del mundo tenía una particularidad: no eran las ciudades las que regían sus ritmos, sino las instituciones agrarias y rurales en ex-pansión; no había cuadrilla de esclavos, sino siervos y campesinado dependiente; no había grandes centros distribuidores o imperios, sino una total fragmentación política y produc-tiva; no había un poder político y religioso, sino un enfrentamiento entre la Iglesia y las monarquías que obligó a reconocer a otros poderes políticos como aliados, las ciudades.

1.1.LOSPRIMEROSSIGLOS

La caída del Imperio romano de Occidente supuso la formación de un crisol de monarquías bárbaras, tras las invasiones del siglo V, como la anglosajona en Inglaterra,

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los francos en la actual Francia, los visigodos en Hispania y sur de Francia, los ostrogo-dos y los lombardos en el norte de Italia, mientras en el este se mantenía con más vigor que nunca el gran Imperio bizantino. Hasta el siglo XI, Europa sufrió constantes llega-das de nuevos pueblos, las denominadas «segundas invasiones» (ss.VIII-X). En primer lugar llegó el islam por el sur del Mediterráneo conquistando territorios tanto de Oriente Próximo y Bizancio como de la península ibérica. Desde el siglo IX, se inició la expan-sión de los pueblos escandinavos: los vikingos noruegos, que llegaron hasta Islandia y Groenlandia y asaltaron las costas atlánticas; los daneses o normandos, que se asentaron en el norte de Inglaterra, en Normandía y en Sicilia; y los suecos o varegos, que recorrie-ron todas las cuencas rusas hasta el mar Negro creando infinidad de colonias. El este de Europa estuvo expuesto, desde el siglo VI, a la entrada de oleadas de pueblos proceden-tes de las estepas asiáticas que acosaron las fronteras del norte de Bizancio: búlgaros, eslavos, pechenegos, jázaros, húngaros, etc.

La formación más poderosa que creció sobre las cenizas del Imperio romano utili-zando la ayuda y el entramado administrativo de la Iglesia fue el Imperio carolingio que se data entre el 751 y el 888 y se extendió por lo que son los territorios actuales de Fran-cia y Alemania, e incluso por el norte de Italia. Era un imperio rural, de villas, colonos, iglesias rurales y aristócratas. Desde la caída de este imperio, se produjo una disolución del poder político en una miríada de «principados territoriales», pues desde duques, con-des y castellanos, hasta los más bajos posesores de torres y fortalezas, se convirtieron en señores independientes desarrollando una jurisdicción propia sobre las aldeas campesinas de cuyo excedente productivo vivían, además del botín de guerra. Se creó una sociedad jerarquizada en cuya cúspide se encontraba la nobleza y el clero, generalmente empa-rentados, y en la base, los campesinos, desde hombres libres a esclavos, cuya condición socioeconómica se fue asemejando cada vez más, pues no era extraño que hombres de condición libre arrendasen tierras de esclavos o que un esclavo nominal fuera dueño de una parcela de un hombre libre. Esta es la economía que veremos a continuación.

2. LA ECONOMÍA MEDIEVAL: FORMACIÓN DE LOS SEÑORÍOS Y LA ORGANIZACIÓN DE LAS ALDEAS

La economía de la Edad Media era principalmente rural, no solo porque toda la po-blación se dedicaba a actividades agrícolas y pastoriles, sino porque la renta mayoritaria procedía de la tierra. El comercio se organizaba en dos niveles con una conexión míni-ma: un comercio local, casi sin desarrollar, pues las unidades domésticas tendían a ser autosuficientes; y un comercio de lujo de larga distancia, que solía estar dirigido por co-munidades judías, para minorías, y que era de pequeño volumen de mercancías. Apenas

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había especialización, ni medios de pago. La moneda que se menciona en los documen-tos de transacciones de bienes no era muchas veces real, sino una unidad de cuenta, es decir, un referente de valor de lo que era en realidad un acto de trueque de mercancías. Para el siglo XII fueron desarrollándose mercados y ferias, pero eran secundarios den-tro del marco de relaciones sociales e intereses definidos por la tierra y el honor militar.

En este tipo de economías preindustriales, la relación de dos factores, trabajo (po-blación) y tierra eran la clave de su dinámica y la gran diferencia entre la agricultura tradicional y la moderna. Por ello, las teorías historiográficas han puesto el énfasis en el factor demográfico como una clave de la explicación del cambio económico. El clérigo anglicano Thomas Malthus (1766-1834) fue el primero que creo una teoría general de los ciclos demográficos en su obra, An Essay on the Principles of Population (1798). De ideas antirrevolucionarias y alarmado por el crecimiento demográfico de la población inglesa y de la pobreza a finales del siglo XVIII, predijo que si los recursos aumentaban en progresión aritmética y la población lo hacía en progresión geométrica, el instinto del hombre no acallado por su virtud llevaría a la humanidad a una crisis de subsistencia. A partir de entonces, las teorías que utilizan el crecimiento o la disminución de la población como mecanismo para explicar crecimiento o crisis se denominan «teorías maltusianas» y los ciclos así descritos se denominan «crisis de subsistencia». Las teorías más clási-cas consideraban que las sociedades precapitalistas estaban abocadas a sufrir estas crisis.

Estas ideas han recibido muchas objeciones, principalmente por el hecho de que la población no puede presentarse como una variable independiente. El crecimiento o la disminución de la población suele ser una variable económica y cultural relacionada con los excedentes y las expectativas. La crítica del liberalismo al maltusianismo ha venido de la mano del argumento de la tecnología, precisamente lo que no pudo ver Malthus e hizo fracasar su profecía: en Inglaterra no murieron millones de personas de hambre porque Inglaterra estaba ya inmersa en el cambio hacia la industrialización. El marxis-mo ha sido el mayor enemigo de las teorías maltusianas, pues, para ellos, tanto pobla-ción como tecnología son variables dependientes del modo de producción, es decir, de la forma en la que se produce (que incite a la innovación o no) y de la relación entre las clases (quién se queda con más parte del excedente económico, los señores o los cam-pesinos, y qué conflictos hay entre ellos).

Sea cual sea la explicación, la Edad Media (ss.V-XV) se caracterizó por la existen-cia de tres ciclos:

• Siglos V-X. Un periodo de contracción económica que fue desde la caída del Imperio romano y las invasiones bárbaras hasta el inicio de los princi-pados territoriales en Francia tras la disolución del Imperio carolingio.

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• Siglos XI-XIII. Se produjo un crecimiento de tipo extensivo y político-militar que llegó a cotas muy elevadas. Es el momento de las Cruzadas en Oriente Próximo y del empuje de la Reconquista en la península ibérica.

• Siglos XIV-XV. Nuevo periodo de recesión económica marcado por el co-lapso del sistema de producción señorial, la llegada de la peste negra y la guerra de los Cien Años que asoló Europa occidental.

Estos ciclos se han explicado siempre por la cadena maltusiana:

Más población → Más tierra cultivada pero de peor calidad →→ Menos pasto y bosque → Menos ganado para abonar la tierra →

→ Menores rendimientos → Escasez → Hambres → Mortandad →→ Más tierras disponibles y de mejor calidad →

→ Aumento de población (se inicia el ciclo de nuevo)

La crítica a este doble ciclo de crecimiento-recesión ha insistido en que no fue-ron ciclos idénticos. La Edad Media fue un tiempo de cambios, de difusión tecnoló-gica y de conocimientos, y cada ciclo, si bien tenía ese perfil general, supuso cambios para el siguiente ciclo. Es un error considerar que la economía de la Alta Edad Media (ss. V-X) era idéntica a la de la Plena Edad Media (ss. XI-XIII) y a la de la Baja Edad Media (ss. XIV-XV). La crisis bajomedieval, por ejemplo, no hizo desaparecer las ciu-dades que tanto se habían expandido en los siglos XI-XIII, por tanto no se volvió a la realidad del siglo VII.

Alrededor del siglo XI la economía medieval sentó las bases sobre las que descan-só toda la economía europea hasta principios del siglo XIX, lo que conocemos como el Antiguo Régimen. En torno al año 1000, las comunidades campesinas medievales se fueron constituyendo en un doble marco de integración territorial, societal y económi-co: la aldea campesina y el señorío. La aldea era una unidad de producción autónoma que se podía organizar sin intervención señorial. De hecho, así fue, pues los señores no tenían interés más que por la renta y tampoco tenían un gran poder para gestionar, admi-nistrar y coordinar las actividades económicas a gran escala. La aldea se organizaba en:

• Un área de huertos, prados y arboledas cercanas a la aldea en la que la po-sesión de la tierra era de cada familia.

• Un cinturón de campos abiertos cuyo cultivo y gestión eran colectivos, aunque cada campesino se encargara de una parcela. Solía explotarse en

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un régimen de dos mitades llamado de «año y vez» o «sistema bienal de cultivos», o en un «sistema trienal de cultivos» que obligaba a toda la co-munidad a abrirlos al pastoreo del ganado a la vez.

• Por último, un amplio cinturón de pastos, baldíos y bosques que compo-nía el comunal de cada aldea, el auténtico pulmón de la economía campe-sina aldeana. Todos los vecinos tenían derecho al uso del comunal, lo que permitía la supervivencia de todas las familias. Las familias conseguían re-cursos variados, desde la caza hasta la recolección, forraje para sus cerdos y el resto del ganado, leña, piedra, miel y cera, tierra, bayas, pesca, etc. En el siglo XIII, hubo una verdadera lucha contra la nobleza por el bosque, ya que esta pretendía usufructuar el bosque para sus actividades cinegéti-cas. El conflicto fue más agudo en Inglaterra, donde las leyes del bosque se endurecieron con la llegada de los normandos a la isla. Baste recor-dar la figura de Robin Hood o novelas como Ivanhoe, de Walter Scott, oLa flecha negra, de Robert Louis Stevenson, para entender el papel del bos-que. La lucha por el bosque seguía siendo el mayor conflicto entre los grupos o clases sociales en el siglo XVIII como se pone de relieve en el maravilloso retrato social de la novela de Honoré de Balzac, Los campesinos.

La economía aldeana integraba armónicamente actividades ganaderas y agrícolas: el abono animal fertilizaba las tierras; los rastrojos, tras la derrota de mieses, alimentaban al ganado en los meses más secos del año; los animales, al pastar, limpiaban el sotobos-que; y los campesinos, en los meses de invierno que no tenían que atender los cultivos, se dedicaban a ayudar a los animales que iban a parir y a las crías durante sus primeros meses de vida, que eran los más difíciles, hasta la primavera. La economía estaba dirigi-da por el principio de la reproducción social de todos los miembros de la comunidad y de los recursos que la sustentaban. Era una economía autárquica, en general, y orientada a la autosubsistencia. Esto implicaba una importante homogeneidad socioeconómica y mecanismos de distribución y regulación entre los miembros de la comunidad.

El señorío era el otro marco de encuadramiento de las aldeas. En Francia se deno-minó la signorie; en Inglaterra, el manor; en España, el señorío. No se debe pensar que el señorío fue una institución superpuesta a las aldeas. La relación fue más compleja, pues el señorío fue también causa de la formación de las aldeas y se fue conformando de manera sincrónica con ellas. Los grupos humanos herederos de la convergencia de bárbaros y romanos de la Alta Edad Media se organizaron bajo la protección y depen-dencia de un señor laico o eclesiástico al que se debía a cambio fidelidad y ciertas presta-ciones materiales. El señor tenía el dominio eminente o directo sobre la tierra, es decir,

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el derecho a cobrar la renta por su protección; el campesino, el dominio útil o derecho de posesión, es decir, el derecho a cultivar y vivir en la tierra. A lo largo del tiempo se institucionalizó el poder señorial con el respaldo de reyes e Iglesia. El señorío aparece conformado hacia el siglo XI, dividido en dos partes:

• La reserva. La tierra que se quedaba el señor y que sus campesinos depen-dientes debían cultivar para él.

• Las tenencias. La porción de tierra que el señor entregaba a cada familia campesina para su uso y sustento. De ahí el nombre de tenentes de los co-lonos, los siervos que la usufructuaban.

La organización del trabajo en el señorío combinaba una mezcla de coacción y coope-ración que seguía patrones regidos por la costumbre de la tierra, es decir, se había gestado durante siglos. Los campesinos daban tres tipos de renta: renta en trabajo, renta en especies y renta en dinero. Las actividades más importantes que tenían que realizar eran arar, segar y cosechar en su tenencia y en la reserva del señor. Los señores solían quedarse con una renta del 30-50 por 100 de la cosecha. Además, debían cumplir con el pago del diezmo (10%), las multas debidas al señor por su poder jurisdiccional y los gastos por el uso de las in- fraestructuras señoriales como el molino, el lagar y el horno que suponían en total un 50-70 por 100 de lo producido. Al campesino le quedaba un magro cuarto de lo que cultivaba.

Las variaciones regionales entre los señoríos eran infinitas. En general una aldea no se correspondía con un señorío, de manera que con frecuencia se encontraba un se-ñorío que abarcaba varios pueblos y, al revés, pueblos que pertenecían a varios seño-res. El señorío se extendió con mucha fuerza por toda Europa occidental excepto en las zonas montañosas o de suelo poco fértil donde siempre predominó un hábitat disperso, ganadería, pequeñas parcelas y separaciones naturales entre ellas (es el paisaje llamado de bocage francés). El sistema señorial predominó en el centro y sur de Inglaterra, en el este y sur de Francia, en Alemania, en la península ibérica, excepto en el norte, y en Italia, excepto en los Apeninos.

2.1.CRECIMIENTOPLENOMEDIEVALYCAMBIOTECNOLÓGICO

Como hemos indicado, los siglos centrales de la Edad Media fueron tiempos de cre-cimiento económico. Sobre todo, lo fueron para las tierras pesadas y húmedas de mar-gas y arcillas de la Europa del Norte que se consiguieron poner en cultivo por primera vez, pues la Europa mediterránea ya lo estaba desde los romanos. Un factor que vino

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a impulsar este cambio fue la subida de temperaturas y el descenso de pluviosidad que se experimentó durante lo que se llama «periodo templado medieval» (medieval warm period, MWP), un periodo que afectó al mundo en conjunto entre el año 950 y el 1250.

El crecimiento se acompañó por un aumento demográfico sin precedentes. No hay estadísticas, pero hay cinco indicadores de este fenómeno:

• Se fundaron nuevas ciudades.

• Las poblaciones sobrepasaron el perímetro amurallado de antiguas ciudades.

• Se roturaron nuevas tierras, yermos, despoblados, tierras montañosas y bosques.

• Se realizaron trabajos que requerían gran cantidad de mano de obra, como desecación de marjales y marismas, construcción de canales, diques y es-clusas para ganar terreno al mar, sobre todo en Flandes, Zelanda y Holanda.

• Se produjo la expansión militar más impresionante de Europa: cruzadas a Oriente Próximo (de 1098 a 1291), Reconquista en Iberia hacia el sur, los normandos cruzaron el canal de la Mancha y conquistaron Inglaterra, y los alemanes cruzaron el Elba y se expandieron hacia el este sobre las ac-tuales Polonia, Chequia, Eslovaquia, Hungría, incluso Lituania (drang nach osten). Esta expansión militar tuvo consecuencias en dos regiones: en el Le-vante mediterráneo, donde se conectó con las grandes rutas del comercio de las especias, y en el mar Báltico, en torno al comercio de cereales y maderas.

Resulta imposible hacer cálculos medianamente fiables sobre el número de habi-tantes en Europa en los siglos de crecimiento. Se puede deducir que en las zonas donde estaba bien establecido el sistema señorial la población era más alta y en Europa occi-dental más que en el resto del continente. Quizá estemos hablando de una población de 45-50 millones en esta zona. La tasa bruta tanto de natalidad como de mortalidad estaba en torno a los 35-40 por 1.000 (cada año nacían y morían esas personas por cada 1.000 habs. vivos a mitad del año), así que, para que creciera la población, tenía que haber un 38-40 por 1.000 de natalidad propiciado por matrimonios jóvenes.

En estos siglos, hubo importantes cambios tecnológicos y organizativos. No pen-semos en la aparición de grandes inventos al modo de la Revolución Industrial, sino en la difusión de antiguos inventos o el perfeccionamiento de otros. En el Mediterráneo se utilizaba desde los romanos el arado romano, un arado ligero dotado con un simple cu-chillo que podía ser de madera o hierro y del que tiraba una persona o un solo animal. Este requería arar múltiples veces para remover bien la tierra y por ello creaba parce-

"Todos los derechos reservados. Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta Unidad sólo puede ser realizada con la autorización de la Universidad a Distancia de Madrid, UDIMA, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)".

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las cuadradas, pues se pasaba el arado en sentidos transversales. Los romanos nunca pudieron cultivar los suelos más compactos de los fondos de los valles y tuvieron que cultivar en la media ladera donde el agua se drenaba sola. En el sigo XI se generalizó en la Europa del Norte un invento eslavo: el arado de ruedas o carruca. La carruca lle-vaba incorporados más elementos de hierro, como una vertedera, que permitía dar la vuelta a la tierra, y un cuchillo más fuerte. Tenía ruedas, lo que permitía que, siendo más pesado, no se hundiera en la tierra. Este instrumento tan sofisticado de la tecnolo-gía medieval exigía ser tirado por un equipo de bueyes, lo que implicó que las comuni-dades campesinas y los señores en el norte tuvieran que unir sus fuerzas para mantener equipos de seis a ocho bueyes. Su peso definió parcelas rectangulares alargadas, para evitar tener que dar la vuelta, que caracterizan todavía hoy la fisonomía de los campos del norte europeo.

Figura1. Arado de ruedas o carruca

Este avance no habría sido posible sin una mejora en las formas de extracción del mineral del hierro, sobre todo en el bombeo del agua de las galerías de las minas. Esto permitió que, además de espadas, lanzas y herraduras, se perfeccionaran los aperos de labranza: cuchillos, azadas, horcas, hoces, hachas y, desde el siglo XIV, la guadaña. Otra gran innovación fue el arnés para uncir a los animales al arado y a las carretas. El siste-ma que se utilizaba hasta entonces oprimía el cuello del animal y reducía su eficacia de tiro. Alrededor del siglo X, se introdujo en Europa, proveniente de Asia, la collera, que apoyaba sobre los hombros del buey o del caballo, y se adoptó la costumbre de herrar-los. Los molinos hidráulicos se difundieron; los primeros molinos de viento aparecieron en Normandía en el siglo XII y pronto tomaron un gran auge.

En Rusia y en el noroeste de Europa, el caballo comenzó a sustituir al buey, pues si bien es un animal más delicado de salud y cuesta más su manutención, permite traba-

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jar más rápido y más horas. El buey come hierba y heno, y es un animal muy duro. El caballo come avena, por tanto competía por los cereales con los seres humanos, pero un caballo trabajaba lo que tres bueyes. Las comunidades pobres nunca pudieron tener ca-ballos, pues el sistema de dos hojas no permitía el cultivo de la avena. Fue una innova-ción que se pudo adoptar en el norte de Francia, Países Bajos, Inglaterra y Alemania. En el Mediterráneo, el buey compartía terreno con el asno y la mula, así como con el búfa-lo de agua en Italia. La vaca se utilizaba para la cría del buey y como animal de tiro. La ganadería tenía mucha importancia por el abono, si bien, desde el siglo XIII, se empezó a utilizar turba y marga.

Pero los cambios no fueron solo, ni sobre todo, tecnológicos, sino también organi-zativos. En los siglos centrales de la Edad Media, las aldeas organizaron su terrazgo en un sistema de campos abiertos (open fields) en casi todas las regiones, excepto en las montañosas, lo que supuso un aumento de la producción que pudo abastecer las incipien-tes ciudades. En las zonas septentrionales de Europa, los sistemas trienales o de «cultivo de tres hojas» en los campos abiertos sustituyeron a los bienales; no así en el sur. El «sis-tema de rotación bienal de cultivo», llamado también «rotación de dos hojas» o sistema de «año y vez», consistía en cultivar la mitad de todo el terrazgo y dejar en barbecho el otro medio para que recuperara la fertilidad del suelo y acumulara humedad. Este siste-ma se adaptaba perfectamente a los requerimientos de los suelos arenosos o calizos del sur de Europa y a los veranos largos y secos. En el norte de Europa se venía utilizando un sistema de «tala y roza (quema)» para desbrozar el terreno que suponía unas rotacio-nes de 2 o 10 años por agotamiento del terreno, lo que daba un carácter seminómada a la agricultura de la Alta Edad Media.

Tabla1. Sistema de rotación de cultivos de dos hojas

Primer año Segundo año

Campo 1Cerealdeinvierno

Campo 1Barbecho

Campo 2Barbecho

Campo 2Cerealdeinvierno

El «sistema de rotación de tres hojas» se documenta ya en Francia a finales del siglo VIII, pero no fue hasta principios del XI cuando se generalizó en Francia; y en el siglo XII, en los Países Bajos, oeste de Alemania y sur de Inglaterra. Este sistema

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dejaba solo un tercio de la tierra en barbecho. En la otra hoja se cultivaba cereal de otoño, trigo o centeno, el gran descubrimiento medieval para hacer pan para los cam-pesinos, o avena para los caballos. La otra hoja se sembraba de cereal de primavera, que podía ser avena, cebada, guisantes, judías, lentejas. Ambas hojas se cosechaban en verano. Al año siguiente los tercios rotaban. En el Mediterráneo no se pudo im-plantar esta rotación porque no había humedad suficiente para la siembra de primave-ra. Este sistema aumen tó la productividad del suelo en un 50 por 100 en términos de cultivo, supuso un rendimiento mayor del trabajo y de la tierra, minimizó el riesgo de las comunidades a pasar hambre, diversificó la dieta campesina haciéndola más resis-tente a enfermedades y plagas, aumentó la esperanza de vida, introdujo una forma de fertilización añadida de los campos por el uso de leguminosas que aportaban nitróge-no a la tierra y repartió el trabajo a lo largo del año. En los Países Bajos apareció en los últimos siglos medievales el «abono verde». Se trataba de añadir trébol, guisantes y otras plantas nitrogenadas y plantar algarrobas, nabos y trébol como forraje para la ganadería, es decir, una rotación de cuatro hojas. No es una coincidencia que las zonas que se van a adelantar económicamente en Europa sean aquellas en las que coincide la tríada: arado de ruedas, caballo para arar y rotación de tres hojas.

Tabla2. Sistema de rotación de cultivos de tres hojas

Primer año Segundo año Tercer año

Campo 1Cerealdeinvierno

Campo 1Cerealdeprimavera

Campo 1Barbecho

Campo 2Barbecho

Campo 2Cerealdeinvierno

Campo 2Cerealdeprimavera

Campo 3 Cerealdeprimavera

Campo 3Barbecho

Campo 3Cerealdeinvierno

Un aspecto que suele olvidarse cuando se habla de cuestiones organizativas es el de las relaciones señores/campesinos. Los siglos centrales de la Edad Media, esos siglos de crecimiento económico, fueron tiempos también de dinamización de la comunidad cam-pesina, de diferenciación interna y de monetarización de la economía. Los campesinos y los señores fueron anudando su relación económica en torno al pago de una renta en dinero, y no en trabajo o en especies, y variable, en lugar de fija. Los señores preferían

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las rentas variables porque veían el producto de sus campos crecer, los campesinos las prefirieron desde el siglo XIV porque vieron muy buenas condiciones de trabajo dada la quiebra demográfica. Los señores feudales comenzaron a vender o a arrendar sus se-ñoríos a campesinos que los gestionaban en su nombre. Entre unos y otros se fueron re-lajando las restricciones al movimiento y a las acciones económicas de los siervos y de sus comunidades, lo que supuso un deterioro de la servidumbre.

2.2.LAECONOMÍAURBANAYELCOMERCIO

La economía medieval no era una economía estática. A lo largo de los siglos XII y XIII hubo otro cambio sustancial que todavía no hemos mencionado: la emergencia de las ciudades, un paisaje que configuró la Europa que conocemos hoy. En estos siglos, la mente y la sensibilidad medieval se abrieron al mundo material, a la naturaleza. De ello nos ha-blan desde las manifestaciones artísticas hasta los poemas de amor cortés del siglo XII que reflejan una admiración por el amor, el mundo de los sentidos, la vida, el placer. El llama-do «Renacimiento del siglo XII» se refiere al hecho de que los pensadores de las escuelas catedralicias de Chartres y de la Universidad de Oxford comenzaron a preguntarse por el mundo que les rodeaba, por la capacidad de la razón humana para entenderlo, analizarlo, predecirlo y modificarlo. Este renacimiento se vio alimentado por la llegada desde España del pensamiento griego, esencialmente aristotélico, tal y como lo había traducido el islam.

El interés y la cercanía al mundo material produjo el conocimiento y difusión de innovaciones, muchas de las cuales tuvieron una inmediata aplicación económica. Se generalizaron inventos antiguos, como el astrolabio y la brújula, la pólvora y las armas de fuego, el jabón, las gafas y el papel. Se perfeccionaron otros como los molinos, que eran conocidos en su versión de ruedas hidráulicas horizontales movidas por una corrien-te de agua y a los que se añadió la rueda hidráulica vertical, un mecanismo complicado que acabó desembocando en la invención del reloj mecánico. Los relojes hicieron que se fuera más consciente del paso del tiempo, que hasta entonces regulaban las campanas de la iglesia, que se desarrollara el concepto de regularidad y puntualidad. Nicolás de Oresmes, a principios del siglo XIV, presentaba la imagen del universo como un reloj mecánico gigante, creado y regulado por el supremo relojero, Dios. El mundo sensible que nos rodea se fue objetivando como un ente separado de lo humano que se podía es-tudiar, clasificar y transformar por el hombre.

Los polos de desarrollo urbano en Europa fueron dos: Italia del norte y Flandes. Ambas regiones estaban en zonas densamente pobladas, de agricultura intensiva, y eran áreas en la confluencia de poderes mayores: Flandes, entre el Imperio germánico y Fran-

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cia; Italia, entre este mismo Imperio germánico y el pontificado. Las ciudades italianas precedieron al resto de las europeas, porque la tradición urbana romana no se perdió del todo. Desde la Alta Edad Media, estas ciudades vieron su economía apoyada por el ani-mado comercio en Bizancio y el islam. Ellas se convirtieron en las mediadoras entre el Oriente, sofisticado y próspero, y el Occidente, atrasado y pobre. Amalfi, Nápoles, Gaeta, que pertenecían al Imperio bizantino, luego Venecia (100.000 habs.) bajo un protecto-rado muy especial también de Bizancio (300.000 habs.) fueron las primeras ciudades en florecer en el comercio. En el siglo XI comenzaron a destacar Pisa (40.000 habs.) y Gé-nova (70.000 habs.) dueñas del comercio del Mediterráneo occidental. Este era un co-mercio deficitario para Occidente que cambiaba objetos de lujo, como seda y porcelana de China, brocados del Imperio bizantino, alumbre y pimienta de Asia Menor, algodón en rama de Siria, por telas de lana y lino, pieles, utensilios metálicos y cristal de Vene-cia. Poco a poco las comunas italianas fueron fundando colonias en los nuevos Estados cruzados de Siria y Palestina; a finales del siglo XII eran las dueñas del comercio en el Mediterráneo y conectaban con la gran Ruta de la Seda creando colonias en Pekín e India.

Figura2. Las mayores ciudades europeas

El sur de los Países Bajos, Flandes y Brabante especialmente, fueron el otro polo urbano, si bien la mayor ciudad, Gante, tenía 50.000 habitantes, lejos de las italianas.

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Pero había una gran densidad de población urbana, casi un tercio de la población total, y el comercio era completamente diferente en cuanto al tipo de materia básica. Estas ciudades se beneficiaron de la transformación de la lana producida por los monasterios cistercienses y las aldeas campesinas inglesas. En el siglo XIV, el comercio en el mar del Norte se animó por las actividades de una asociación de mercaderes que incluyó casi 200 pueblos y ciudades alemanas, La Hansa, dedicada al comercio de cereal y madera. La vida urbana fue menos intensa en el resto del continente, pero destacan entre ellas la cuenca del Rin, el norte de Francia, Provenza y Cataluna. En el siglo XII, se puede de-tectar una cierta producción especializada por regiones, como el vino en Gascuña, la lana inglesa y castellana, los paños flamencos, los cereales del Báltico, que por primera vez unían las rutas del Mediterráneo y el Atlántico. Los barcos flamencos ya llevaban vino y sal de la península ibérica hacia el norte y bajaban con arenques.

El comercio por tierra era solo local, pues era caro y lento. Sin embargo, el comercio entre el norte y el sur de Europa por los pasos alpinos (que unían ferias en Milán y Verona con las de Leipzig y Fráncfort) favoreció la creación de las llamadas ferias de Champagne. Eran cuatro ciudades, Provins, Troyes, Lagny y Bar-sur-Aube, que los condes de Champag-ne protegieron para mantener durante todo el año lugares en los que los comerciantes se be-neficiaran de los bancos de los cambistas de las diferentes monedas y compraran a crédito.

Los cambistas, sus pesos y tablas de equivalencias se generalizaron en las ferias para compensar la existencia de las muchas monedas en circulación. Las compras y ventas se hacían a crédito y se saldaban al final con la venta real de los productos del viaje de vuelta. Italia fue la gran precursora de las nuevas formas de crédito y de comercio. En el siglo XII ya había primitivos bancos de depósitos seguros. Poco a poco se empezaron a transferir sumas mediante órdenes orales, luego escritas, por las que se dejaba dinero en un lugar y se cobraba en otro. Este tipo de bancos fueron apareciendo también en Bar-celona, Brujas y Londres. La primera asociación mercantil conocida era la commenda, asociación voluntaria entre familiares o mercaderes por la que uno hacía un viaje con lo de los demás y luego lo hacía otro. Más sofisticada, se desarrolló la compagna, co-llegantia o societas maris, por la que un mercader ponía el dinero para realizar el viaje y comprar y otro realizaba el trayecto. Tres cuartas partes de las ganancias eran para el socio en tierra y una cuarta parte, para el viajero. Poco a poco se mantuvieron las aso-ciaciones durante varios viajes, fueron entrando más socios y se operaba en más ciuda-des. Las sociedades Bardi y Peruzzi de Florencia fueron las más grandes de la época.

La industria medieval se desarrolló a un ritmo lento, pero en el año 1000 ya se tenía una capacidad técnica tan elevada como en la Antigüedad. Las dos industrias más impor-tantes de la Edad Media fueron la textil y la construcción, pues ambas eran de consumo primario. Telas y paños se fabricaban en casi todas las casas europeas. Tres innovaciones

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del siglo XII aumentaron la productividad enormemente reduciendo los costes de pro-ducción: el telar a pedal, que sustituyó al simple bastidor, el torno de hilar, que sustituyó a la rueca, y el batán, que sustituyó la fuerza humana para golpear la lana con mazas. En Flandes y en el norte de Francia, seguidos de Italia, el sur de Inglaterra y el sur de Francia, los comerciantes favorecieron una relativa especialización en el trabajo de la lana, segui-do del lino, la seda y el algodón. En Italia hasta se llegaron a fabricar los paños en talleres o barracas; en el norte de Europa se empezó a hacer punto con agujas para tejer la lana. El trabajo menos especializado era el hilado, pero los trabajadores más especializados, como tintoreros, bataneros, esquiladores o tejedores, se organizaron pronto en gremios.

En la construcción tanto naval como civil confluían muchas industrias como la del hierro, el cuero, la madera, el vidrio, la tela, la cerámica y el ladrillo. El hierro se convir-tió en un metal más abundante y barato debido a las mejoras tecnológicas en las minas de hierro del norte de los Alpes y al uso del carbón o la energía hidráulica aplicada a fuelles y martillos de fraguas. La fragua catalana se vio sustituida por hornos más altos.

2.3.LACRISISBAJOMEDIEVAL

El crecimiento exorbitante de la economía medieval del siglo XIII tocó a su fin hacia finales de la centuria. La población empezó a disminuir y su nivel de vida a debilitarse, la productividad de los señoríos decreció y se multiplicaron los conflictos con los campe-sinos. En 1348 llegó a Europa la famosa peste negra, una epidemia bubónica procedente de Asia Central que barrió, en solo dos años, entre el 33-50 por 100 de la población euro-pea, dependiendo de las regiones. La epidemia, además, se hizo endémica, surgiendo nuevas olas cada 10-15 años durante todo el siglo. La población europea no se recuperó hasta el último cuarto del siglo XVI. Las causas y la extensión de la crisis bajomedieval han sido desde hace décadas objeto de estudio y de controversia. La interpretación mal-tusiana vino rápidamente a dar una explicación en la voz de Michael Moissey Postan, quien, en los años cincuenta, acusó a la peste y a los desastres climáticos del siglo XIV de caer sobre una Europa superpoblada. Sin embargo, si bien es cierto que los niveles demográficos de la Europa del siglo XIII eran muy altos, no lo es menos que esto fue un logro de la economía medieval y no un problema. El objetivo debería ser explicar por qué el techo maltusiano de aquella población se situó en la primera mitad del siglo XIV.

Una vez más, los historiadores marxistas fueron los primeros en cuestionar que la peste negra fuera el origen o la causa de la crisis europea. Para ellos se trató de una crisis del sistema señorial, pues constataron que los síntomas de crisis estaban presentes antes de mediados de siglo. Para autores como Guy Bois o Robert Brenner, el crecimiento

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extensivo feudal hizo que la productividad del trabajo fuera declinando hasta el punto de que cayera tanto la renta señorial como la producción. Entonces, la nobleza, en lugar de invertir más en sus señoríos o dejar al campesinado más margen para la inversión, aumentó la presión señorial para incrementar su renta y desarrolló una fuerte violencia señorial. Esto llevó al campesinado al límite de la subsistencia, vulnerable a epidemias, y provocó conflictos y rebeliones campesinas que debilitaron la economía. El «neoins-titucionalismo», representado por el trabajo de Stephan R. Epstein, ha planteado recien-temente la crisis del siglo XIV como una «crisis de integración», es decir, para estos autores el problema es que no hubo marcos institucionales como, por ejemplo, Estados, que integraran amplios territorios bajo una única fiscalidad, jurisdicción y orden público para que el crecimiento urbano del siglo XIII se sostuviera.

Actualmente, todas las interpretaciones coinciden en señalar que la crisis del feu-dalismo denotaba el agotamiento de una forma de producción y la génesis de una eco-nomía, una sociedad y una política nuevas que anunciaban el mundo de las monarquías modernas. El énfasis sobre unos u otros factores depende de las corrientes historiográficas. Las cadenas explicativas que se han dado no son todavía completas y en cierta manera se pueden reconciliar. A continuación se construye una cadena de factores combinada:

• En el siglo XIV se produjo un deterioro climatológico. Los inviernos se hi-cieron más fríos y húmedos. Los asentamientos noruegos en Groenlandia se abandonaron. En Inglaterra, desapareció el cultivo de la vid; el mar Bálti-co se congeló tres veces; en Alemania aumentaron las inundaciones. Alpes, Pirineos y el sistema Cantábrico permanecieron más meses nevados. En Es-paña tenemos evidencias de los desbordamientos del Duero y el Ebro con la destrucción de cosechas, abrevaderos, pesquerías, esclusas, puentes y sus amenazas a las poblaciones. La hambruna terrible de 1315-1317 que afectó al norte de Europa debilitó a la población hasta el límite, llegando a arrasar pueblos enteros y cabañas de ganado. La tasa de mortalidad se multiplicó por 10 en Flandes.

• La expansión de cultivos supuso una cierta deforestación y con ello se pro-dujo la erosión del suelo, que tuvo efectos negativos en la producción agrí-cola en áreas ecológicas más frágiles como las mediterráneas. La lucha por los productos del bosque, la reducción de pastos para el ganado y de ani-males para abonado acentuaron el fenómeno. La ley de rendimientos de-crecientes empezó a actuar.

• En torno al crecimiento económico de los señoríos, la renta, se produjo un agrio conflicto entre señores y campesinos, en un contexto de dos siglos de crecimiento demográfico que acentuó las contradicciones entre ellos. La ten-dencia señorial de conmutar servicios en trabajo por rentas monetarias fijas

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y arrendar sus reservas señoriales a campesinos por rentas fijas, les hizo per-der parte del sustancial crecimiento económico de la época al aumentar a la vez producción y precios. Los señores practicaron la violencia señorial allí donde la costumbre no les permitía elevar sus ingresos, o donde quisieron recuperar la reserva para sí. En ciertas regiones, intentaron presionar sobre la condición servil de sus dependientes, como en Europa del Este, donde lo consiguieron y establecieron la llamada «segunda servidumbre» hasta el siglo XIX. También se apropiaron de tierras de la Iglesia y de los concejos, incre-mentaron las rentas por la tierra o por la jurisdicción, y recurrieron a ban-derías, robos y pillaje del patrimonio real apoyando las guerras civiles entre posibles herederos. El campesinado protagonizó revueltas, levantamientos y luchas sociales incluso entre ciudades y aldeas y contra las minorías étnico-religiosas. En 1358, se produjo la revuelta de la Jacquerie en toda Francia; en 1378, en Italia, los ciompis, trabajadores de la industria lanera, se levan-taron contra sus patronos; de 1379 a 1382 se sublevó el Flandes marítimo y Normandía hasta París por la defensa de las libertades municipales; en 1381, se produjo el levantamiento campesino en Inglaterra; en 1391 se produjeron los mayores progroms de judíos en España. Se registran protestas en Ale-mania, Italia, Polonia y Rusia. Casi nunca consiguieron sus objetivos. Todas las rebeliones fueron sofocadas brutalmente por la nobleza y las monarquías feudales, pero en el acto se fueron disolviendo las ataduras feudales.

• La salida de los enfrentamientos fue la progresiva consolidación de lo que se denomina la «renta feudal centralizada», no la renta que la nobleza con-seguía de su poder sobre sus señoríos, sino la renta derivada de cesiones de la renta del monarca, que se colocaba en el centro de los procesos de paci-ficación entre las clases sociales y dentro de cada una de ellas, en cerrada alianza con la Iglesia. La delegación regia de su autoridad sobre todos los habitantes del reino, como administrar justicia, cobrar tributos, se enajena-ba a favor de los nobles. Emergía un nuevo actor, el Estado, que ocuparía gran parte de la escena política en el futuro.

• En los años de crecimiento, cambiaron las formas de tenencia de la tierra, lo que permitió un acceso más flexible a la tierra, dotando a la población de más capacidad para emigrar, para negociar los contratos y para disponer de su tierra. La renta en moneda obligó a los campesinos a vender más en ferias y mercados. El marco jurídico del feudalismo se resquebrajaba.

La peste negra vino a empeorar todo este panorama. La alta mortandad significó una caída del precio del cereal y un aumento de los salarios. Los niveles de vida del campesi-nado subieron como nunca antes, dada la escasez de mano de obra y la competencia seño-

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rial por adquirir trabajadores en la que se ha llamado la «edad de oro» de los trabajadores agrícolas. Los salarios reales fueron tan altos como solo llegarían a ser en el siglo XIX.

3. LA ECONOMÍA MEDIEVAL EN LA PENÍNSULA IBÉRICA

3.1.LOSPRECEDENTESROMANOS

Hispania fue el nombre utilizado por los romanos para la península ibérica, donde se instalaron durante aproximadamente siete siglos, desde el siglo III a. C hasta principios del siglo V d. C. cuando entraron los visigodos. Esta región devino una pieza importante de la economía del Imperio, abastecedora de materias primas agropecuarias (olivo, cereal, vid, salazones, caballos, ovejas), minerales (plata, cobre, hierro) y recursos humanos, experi-mentando la puesta en cultivo de una cantidad de tierra sin precedentes. Su producto acce-día a los mercados del Mediterráneo por el excelente desarrollo del transporte tanto terrestre como marítimo. Los abundantes restos de monedas y cerámica atestiguan unos niveles ele-vados de intercambio. Era una sociedad de eminentes valores rurales, donde se generaba la riqueza en el campo, pero muy comercializada en rutas de larga y media distancia que encontraban en las ciudades sus grandes centros de abastecimiento y distribución. Estas ciudades eran muy distintas a las de época moderna, aunque en apariencia resultaban simi-lares y más avanzadas. Las ciudades romanas eran correas de trasmisión del poder de Roma, centros de asentamiento de oficiales de la Administración, de soldados, y puntos de recau-dación fiscal, que se hundieron a la vez que lo hizo la superestructura política del Imperio.

Las invasiones bárbaras tuvieron los mismos efectos en la península ibérica que en el resto del continente, si bien con más rasgos de continuidad que en el norte, pues las ciudades transitaron de ser centros administrativos del imperio a ser centros eclesiásticos con obispos a la cabeza. La economía visigoda significó una progresiva desintegración de circuitos territoriales amplios, la reducción de la superficie cultivada, la expansión de la ganadería, la organización local del comercio y la disminución de los excedentes de la economía latifundista.

3.2.ELFLORECIMIENTOISLÁMICO

Entre los siglos VIII y XI, el al-Ándalus omeya fue la zona más rica, culta y verte-brada políticamente de toda Europa. Su economía era próspera, basada en una agricultu-ra de irrigación, una artesanía diversa de influencias y técnicas orientales y un comercio

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beneficiado por su posición intermedia entre la Europa cristiana y el norte de África y sus conexiones con el Oriente Próximo. La próspera tradición agrícola de huerta y vega, surcada de numerosas acequias y canales de riego, superpuesta sobre la tradición roma-na, producía una variedad de cultivos desconocida en Europa: hortalizas, árboles frutales, morera, caña de azúcar, arroz, leguminosas. La industria urbana de la seda, los cordoba-nes, los tapices, la talla del marfil, el jabón, el pergamino, el papel y la cerámica vidriada era floreciente. La mayoría de los productos eran de lujo para abastecer a las burocracias y aristocracias islámicas del Mediterráneo. Las ciudades de al-Ándalus eran las más po-bladas de Europa (Granada, 25.000 habs.; Almería, 27.000 habs.; Toledo, 37.000 habs.; Sevilla, 83.000 habs.: Córdoba, la capital, superaba los 200.000 habs.). Estas cifras no se volvieron a alcanzar hasta el siglo XIII en la Europa cristiana. Sus manifestaciones artísticas y culturales denotan una estructura fiscal centralizada.

Los pueblos montañosos del norte, desde Pirineos a Cantabria, no podían compararse con esta realidad. Eran pueblos que no fueron conquistados ni por los romanos, ni por los visigodos, ni por los musulmanes. Durante siglos habían vivido al norte de una línea de fortalezas (un limes) que los confinaba a las montañas. Estos pueblos de economías pri-mitivas, poco cristianizados, todavía en transición entre parentelas amplias y un mundo gentilicio de relaciones sociales, son los sustratos sobre los que se formaron los reinos de la llamada «Reconquista» de la historiografía tradicional. Durante el tiempo de dominio de los Omeyas sobre la península ibérica (756-1031), las poblaciones de las montañas septen-trionales fueron organizando sus sistemas de jefaturas de valles en liderazgos más claros.

A imitación de los carolingios, estas formaciones comenzaron a llamar dux y rex a sus líderes y regnum a sus valles y territorios. Eran regiones pobres, con desventajas de relieve y clima, estructuras económicas arcaicas de agricultura mixta de cereal y pasto-reo. Estas montañas se vieron beneficiadas por el influjo demográfico que recibieron de la población que huía desde el sur tras la invasión musulmana, particularmente de clero católico y élites políticas o culturales, que adquirieron mucha influencia entre las jefa-turas locales. Estos pueblos iniciaron una expansión que duraría muchos siglos y que la historiografía de tonos más nacionalista y católica del siglo XIX denominó «Reconquis-ta». Una breve reflexión sobre el término: ¿conquista o reconquista?

3.3.¿RECONQUISTAOCONQUISTA?

La idea de «reconquistar» significa recuperar algo perdido. Se puso en circulación en el siglo IX por los scriptoria de la corte del rey asturiano Alfonso III (848-910), con-trolado por el clero procedente del sur de la Península tras la invasión musulmana. Su

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gran eco se debió a la acción de los monasterios fundados en el norte de la península ibérica durante los siglos IX y X, como Santo Toribio de Liébana, Sahagún, San Millán de la Cogolla, San Pedro de Cardeña, etc. El principio era que la tierra cristiana se había perdido a manos del infiel musulmán y que la labor de los reyes era «REconquistarla», expulsar a los enemigos y «REstaurar» la Iglesia de Dios. La realidad distaba mucho de la construcción ideológica monástica, pues los reinos del norte no eran los herederos de los visigodos, jamás habían tenido dominio sobre la ladera sur de las montañas y difí-cilmente podían reconquistar lo que no habían poseído nunca. Sin embargo, la idea y la palabra ha tenido mucho futuro político e historiográfico, y seguimos usándola.

La Reconquista, es decir, la expansión de los pueblos cristianos del norte hacia el sur, marca toda la historia medieval peninsular y sin duda su sociedad y economía. Siete reinos (de oeste a este): Portugal, Galicia, León, Castilla, Navarra, Aragón y el condado de Cataluña vivieron muy diversos avatares históricos, lucharon entre ellos y contra los musulmanes, se unieron por políticas matrimoniales y hereditarias y, al final, configura-ron tres entidades territoriales separadas: Portugal, Castilla-León y Aragón-Cataluña. En los 10 siglos que configuran la Edad Media, su expansión se dio en tres fases:

• Siglos IX-X: predominio islámico. Los cristianos occidentales consiguieron controlar hasta el Duero, área de poco poblamiento musulmán en la meseta norte. Se crearon tres marcas de frontera muy islamizadas: Badajoz, Tole-do y Zaragoza. Los cristianos del este siguieron prácticamente recluidos en las montañas ante una población islámica muy densa y rica en el valle del Ebro y bajo fuerte influencia de los carolingios.

• Siglos XI-XII: equilibrio territorial. El periodo se inició con un avance de los cristianos debido a la disolución del califato Omeya en los reinos de taifas, pero luego se produjo un freno al avance de la conquista cristiana por los continuos conflictos entre los propios cristianos, fruto de los cuales nació el reino de Portugal, y por la llegada de dos oleadas rigoristas islámi-cas bereberes desde el Magreb: los almorávides y los almohades, que ofre-cieron mucha más resistencia y mantuvieron la frontera parada durante dos siglos.

• Siglos XIII-XV: predominio cristiano. Castilla conquistó Andalucía, y Ara-gón conquistó Mallorca y Valencia. Solo quedó el reino de Granada (actua-les provincias de Málaga, Granada y Almería) en manos musulmanas. Los cristianos tomaron las grandes ciudades musulmanas de Córdoba (1236), Jaén (1246) y Sevilla (1248).

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Todos estos reinos cristianos, a pesar de los avatares político-militares cambiantes, tu-vieron ciertos rasgos económicos en común que son los que vamos a analizar a continuación.

3.4.UNAECONOMÍADEFRONTERA

La forma de colonizar el nuevo territorio fue variando con las fases de la Recon-quista que acabamos de mencionar, lo que tuvo consecuencias duraderas en el futuro:

• Desde las montañas del Pirineo y el Cantábrico hasta la latitud del Duero, se fueron absorbiendo las comunidades de mozárabes, es decir, aldeas cris-tianas que habían vivido bajo poder islámico y no se habían convertido, y fueron fundando nuevas aldeas. Estos núcleos reciben muy diversas deno-minaciones, como villae, casales, civitas, urbes, castella, castra, burgos, con toponimias que todavía perviven. Eran pequeñas explotaciones agrí-colas autárquicas de cereal y viña, mezcladas con amplias zonas de pasto y bosque que pertenecían a la aldea.

• La zona entre el Duero y el Tajo se repobló mediante ciudades (concejos) de frontera que recibían un fuero legal y con amplios territorios alrededor (alfoces) que gestionaban, cultivaban y defendían sus habitantes. Eran ciu-dades con autonomía política. Núcleos heterogéneos que incluían poblacio-nes de mozárabes, francos y judíos, además de nobles y eclesiásticos. Estas ciudades actuaban como verdaderos «señores colectivos» de las aldeas de su entorno y tuvieron mucho poder político. En torno al Ebro, la población también se organizó alrededor de concejos, pero con una economía agríco-la de regadío más rica y una densa población de cultivadores musulmanes (llamados mudéjares), gravados por altas rentas.

• La amplias zonas del Tajo a Sierra Morena y del sur del Ebro eran más pe-ligrosas por la cercanía de la frontera, pero sobre todo no quedaban efecti-vos demográficos para ocuparlas, por lo que se otorgaron a grandes órdenes militares, algunas internacionales, como Hospitalarios y Templarios, pero sobre todo a otras que fueron fundadas en el siglo XII, como la de Calatra-va, Alcántara, Santiago, Avis y Monreal. Estas zonas de baja densidad de poblamiento se dedicaron a pastos de verano (agostaderos) de los cada vez más abundantes rebaños de los ganaderos del norte.

• Tras 1212, la batalla de las Navas de Tolosa, los grandes espacios del sur se abrieron a los cristianos. Estos sufrían un agotamiento por la sangría demográfica que significaba la ocupación de tanto territorio en tiempo re-

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lativamente corto. Los monarcas se encontraron con las grandes ciudades musulmanas y habilitaron el sistema de repartimientos en Andalucía o re-partiments en Valencia, distribución de tierras entre quienes habían partici-pado en su conquista. La Iglesia y la nobleza construyeron latifundios como recompensa de su defensa de la frontera.

Como en Europa, la expansión económica cristiana tuvo un efecto roturador y de-forestador importante. El arado romano, predominante en la Península, mejoró la reja de hierro, y los molinos hidráulicos se difundieron junto al uso de bueyes y vacas para tirar del arado. Sin embargo, el cultivo se mantuvo en la rotación de año y vez y el pro-tagonismo económico en los años centrales de la Edad Media lo tuvo la ganadería. Los concejos de la meseta norte, León, Segovia, Soria y Cuenca, iniciaron un sistema de tras-humancia con rebaños de ovejas merinas, que podían recorrer entre 600-800 km por las cañadas hasta Murcia y Andalucía, o en Aragón, desde el Ebro a los montes Pirineos, al Moncayo y a Teruel (150 km), que inauguró el lucrativo comercio de exportación de la lana. En 1229 se fundó la Casa de Ganaderos de Zaragoza por el rey Jaime I de Aragón y, en 1273, el Honrado Concejo de la Mesta por el rey Alfonso X de Castilla para aglu-tinar las múltiples organizaciones ganaderas.

La economía de la península ibérica tenía ya rasgos diferenciados. Se había creado un poblamiento concentrado, excepto en áreas de montaña. Las ciudades, de larga tradición en la Península, eran centros amurallados que protegían economías fundamentalmente de pastoreo que eran más móviles y que se complementaban con la guerra y el botín para aumentar los rebaños. Los protagonistas de esta economía eran guerreros-campesinos al-tamente autónomos de la monarquía que estaban a cargo de la gestión política de su con-cejo, de la defensa del alfoz y de la organización de la economía. Este paisaje de ciudades parece similar al italiano de las comunas, la cuna por excelencia de lo que Sabatino López llamó la «revolución comercial» del siglo XIII, es decir, la entronización del comercio, la banca, la industria, la burguesía y la moneda en el corazón de la vida urbana. Nada de todo eso ocurrió en Castilla o Aragón. En la península ibérica, desde la alta nobleza, orga-nizada en torno al monarca para repartirse el botín de guerra de los territorios conquista-dos al islam, hasta los hidalgos y caballeros urbanos apostados en el aparato institucional de los concejos y con poder sobre su tierra, así como los campesinos-pastores-guerreros que habitaban la ciudad, todos formaban parte de una «economía de guerra», como la denominó Lourie, para designar una economía que se había acostumbrado a vivir de la depredación de la de los otros.

No hay duda de que hubo polos de desarrollo urbano-comercial, pero se redujeron a las villas de peregrinación del Camino de Santiago, las de la franja costera del Me-

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diterráneo o las del norte del Cantábrico. Hubo zonas con artesanos y menestrales en sectores que crecieron, como la pañería en Barcelona, el gran centro textil, lanero y del cáñamo, seguido de Toledo, Ávila, Cuenca, Segovia, Pamplona, Tudela y Zaragoza. Otros artículos que se comercializaban eran la madera, el cuero, los metales y la alfa-rería. Existían ferias (del latín fiesta) y mercados, concedidas por monarcas y nobles, sobre todo durante el siglo XIII. La moneda metálica comenzó a circular en los reinos cristianos fruto de los pagos de las parias que hacía al-Ándalus, donde llegaba el oro africano con el que acuñaban sus dinares y dírhams de oro y plata. Las primeras acuña-ciones cristianas del siglo XII se llamaron morabetinos, a imitación de los musulmanes.

Los comerciantes eran musulmanes y judíos de la Península o extranjeros instalados en centros como Lisboa, donde había mercaderes franceses, ingleses e italianos, Burgos, que era el gran colector de la lana y distribuidor a los puertos del norte, y Sevilla, centro de los mercaderes genoveses. Los puertos del norte cantábrico crearon en 1296 la Her-mandad de la Marina de Castilla para negociar por toda la costa atlántica hasta Flandes. Barcelona fue el puerto de mayor éxito y allí se asentaron comerciantes italianos de Pisa, Génova, Sicilia y Alejandría, pues era intermediario entre las rutas del norte de África, Alejandría, Valencia, Baleares e Italia. Este auge se vio acompañado por la conquista de Sicilia en 1282, Cerdeña en 1326 y el sur de Italia, hasta conformar lo que se ha lla-mado el «lago catalán» del Mediterráneo occidental.

3.5.UNAECONOMÍADEPREDADORA

A partir de finales del siglo XIII, como en Europa, la Península empezó a dar signos de agotamiento de su modelo productivo. En la Península, el proceso se agudizó porque, tras la conquista de las grandes ciudades de Andalucía por Fernando III (Córdoba, en 1236; Jaén, en 1246, Sevilla, en 1248), se terminó la posibilidad de seguir conquistando tierras para repartir. El botín de guerra había sido el objetivo que había movilizado a la sociedad española y que había impedido conflictos entre las partes. Hambrunas, pestes, guerras, banderías, robos, pillaje, luchas dinásticas afectaron a todas las regiones de la Península. Las causas de la crisis en España están todavía por estudiar, pues en la Pe-nínsula no se pueden aplicar teorías maltusianas, ya que no había ninguna superpobla-ción a finales del siglo XIII, sino, al contrario, abundancia de tierras y falta de brazos.

La peste negra llegó a España por las costas mallorquinas y se difundió por la Pe-nínsula afectando de manera muy diferente a cada región. Cataluña y Aragón sufrieron la mayor mortandad, hasta un tercio de la población; la crisis económica empezó más tarde que en otras regiones, en el último tercio del siglo XIV, pero su recuperación fue

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también más tardía, a finales del siglo XV. Tanto en Valencia como en Castilla y An-dalucía, la peste afectó menos y la población y la producción comenzaron a recuperarse pronto, a finales del siglo XIV. Si a principios del siglo XIV se calculan unos tres millones de personas, a finales del siglo XV la población había crecido hasta los cuatro millones.

Castilla salió de la crisis como la potencia hegemónica de la Península, mostrando las bases de lo que sería un crecimiento económico que no debe explicarse solo por los descubrimientos del Atlántico y la llegada de metales preciosos de América. El descenso demográfico recluyó los cultivos en las áreas más fértiles, lo que trajo consigo un aumen-to de los rendimientos medios por superficie y por habitante. Los señores, en sus ansias por poblar sus tierras y señoríos para acrecentar sus rentas, cedieron tierras en contratos favorables para las familias campesinas. Se produjo una movilidad social que favoreció la creación de una capa de labradores ricos en el campo y de comerciantes y artesanos en las ciudades. Se creó una nueva fiscalidad real que tuvo su origen en la adopción por parte del rey castellano Alfonso X de un tributo de origen árabe, la alcabala, un 10 por 100 sobre todas las transacciones económicas, un tributo no señorial con un perfil general, indirecto, ordinario y territorial muy moderno que tendría un gran futuro en la fiscalidad de la monarquía. Además de la alcabala, la corona recaudaba otras rentas ordinarias pro-cedentes de aduanas, salinas y derechos de pasto y tercias (2/9 del diezmo de la Iglesia).

Las redes de comercio internacional se desplazaron hacia el Atlántico, explicando la expansión conquistadora del siglo XVI. Genoveses y venecianos se interesaron por las nuevas rutas del Atlántico que desde Lisboa y Sevilla traían el azúcar de las Canarias. Las costas cántabras exportaban hierro y lana castellana merina, la más fina de Europa, hacia Francia, Inglaterra y Flandes. En el Mediterráneo occidental, Mallorca e Ibiza se convirtieron en pieza clave del comercio de la sal hacia el norte de Europa, y Valencia conoció su mayor esplendor urbano (70.000 habs. en 1489) por el comercio de la seda. La expansión por la costa africana hacia el sur y hacia América se produjo por tres avances:

• Los progresos en la cartografía y en las cartas náuticas que se encontraron, según avanzaba la Reconquista, en las bibliotecas judías y musulmanas y los conocimientos de sus matemáticos, astrónomos y geógrafos.

• La difusión del invento chino de la brújula o el compás magnético que per-mitió la orientación en mar abierto y así conocer no solo la latitud (orien-tarse al moverse norte-sur), sino la longitud (moverse este-oeste). Se pudo navegar en los meses de invierno con cielos nublados.

• La invención en Portugal de la carabela de tres mástiles, auténtica síntesis de la navegación de distintas tradiciones de embarcaciones musulmanas y cristianas: de la galera italiana a remos, que permitía velocidad pero no

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carga; de la nao del norte, que permitía mucha carga pero poca velocidad; y de la combinación de una vela como la latina triangular, que permitía una buena maniobrabilidad, y una vela rectangular, que cogía todo el viento de popa y alcanzaba los 10 km/h.

Sin embargo, todas estas transformaciones y todo este crecimiento conllevaban fuer-tes debilidades y desequilibrios. En primer lugar, el crecimiento económico del siglo XVI fue mayor en las regiones del interior que en las costas. Los mercaderes, los hombres de negocios y los artesanos no se organizaron en gremios, cofradías o fraternidades que defendieran sus intereses y les dieran el control político de las ciudades. Al contrario la nobleza media de infanzones e hidalgos se instaló en las ciudades y sus valores, estrate-gias y principios hegemonizaron los de los demás grupos sociales. La riqueza se invirtió en tierras y ganadería y no se promovieron las inversiones en las devaluadas actividades comerciales e intelectuales, que en gran parte se asimilaban a quehaceres de las minorías marginadas, judíos y mudéjares. El clero era muy abundante y regía las pulsiones morales de la comunidad; la caridad sostenía a los muchos pobres y desarraigados de la ciudad.

La posición de las grandes casas nobiliarias no se vio cuestionada, sino fortalecida por el acceso a la renta centralizada y al mayorazgo, una institución que agrupaba todos los bienes y derechos jurisdiccionales de una familia noble y que obligaba a que el hijo primogénito varón los heredara en conjunto. El heredero no podía disponer de estos bienes (vender, hipotecar), por lo que grandes capitales quedaron amortizados o vinculados, es decir, apartados del mercado. En Cataluña-Aragón, había una nobleza fuerte y una mo-narquía débil, por lo que la primera no podía esperar grandes porciones de la renta cen-tralizada de la monarquía. En la Baja Edad Media, desarrollaron un poder señorial fuerte sobre los campesinos y consiguieron mantener a la población campesina sujeta a la tierra y con rentas altas, particularmente a las comunidades mudéjares. Los reyes católicos, a pesar de las muchas reformas que hicieron, no alteraron la relación de fuerzas entre los grupos sociales. No hubo reforma hacendística o financiera, más allá de promover una moneda de oro estable y de organizar la moneda pequeña; no se recuperaron las tierras de realengo; no se debilitó la posición política de la alta nobleza que seguía dominando los Consejos, ni la de las ciudades que dominaban las Cortes; no hubo unificación legal del territorio. Los intereses del Imperio de los Austrias volvieron a hacer de la guerra, la depredación económica de otras regiones, el motor del crecimiento de la economía y la estabilidad social; en este caso, con la expansión hacia América, Flandes e Italia.

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CONCEPTOSBÁSICOSARETENER

• Renta feudal centralizada. La renta que desde la Baja Edad Media recibía el rey por su función de monarca sobre todo un territorio. Comporta una concepción de lo público más avanzada, aunque esta renta, en su mayoría, se redistribuyera entre los nobles por los oficios que ocupaban.

• Mozárabes. Los cristianos que vivían en territorios bajo dominio islámico. Tenían ciertos privilegios, como tener a sus propios representantes, iglesias y clero, pero tenían que pagar un impuesto al Estado por ello (jizya). Las comunidades más fuertes estaban en Andalucía y Toledo.

• Crisis de subsistencia. Las crisis recurrentes que sufrieron las economías precapitalistas cuando la población sobrepasaba los recursos.

• Teloneo. Renta que gravaba a veces el paso de mercancías por un señorío o la venta en el mercado.

• Reserva y tenencias. Las dos partes del señorío de los siglos centrales de la Edad Media. La reserva era la parte que se quedaba el señor para su ex-plotación directa; la tenencia era la tierra concedida a la familia campesina a cambio de una renta en trabajo, especie o dinero.

• Campos abiertos (open fields). La organización del terrazgo que predo-minó en las aldeas de Europa occidental en los siglos centrales de la Edad Media. Idealmente se trataba de tres círculos concéntricos en torno a la po-blación: los huertos y prados cultivados por familias; los campos de cereal y barbecho organizados colectivamente; el pasto, erial, yermo y bosque en el que todos los vecinos tenían derecho de aprovechamiento.

• Alfoces. En la península ibérica, era el territorio que rodeaba a la villa y sobre cuyas aldeas y tierra tenía poder jurisdiccional.

• Dominio eminente/útil. El dominio eminente era el derecho del señor sobre la tierra, es decir, a cobrar renta por su protección y ayuda. Es lo más pare-cido a la propiedad actual. El derecho útil era el derecho del campesino a cultivar y vivir en esa tierra. Era un derecho de posesión.

• Mudéjares. Los musulmanes que vivían bajo dominio cristiano. Su condi-ción jurídica, económica y social se deterioró rápidamente. Los mudéjares convertidos al cristianismo eran los moriscos.

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ACTIVIDADESDEREPASO

1. Compara el arado romano y el de ruedas y realiza un cuadro con todas las consecuencias de uno y de otro en cuanto a forma de las parcelas, forma de tracción, geografías en las que se extendió, ventajas e inconvenientes.

2. Sitúa en un mapa mudo las principales áreas urbanizadas de Europa en la Plena Edad Media. Sitúa las ferias de Champagne, las comunas italianas de Génova, Pisa, Venecia y Florencia, las ciudades de Brujas, Amberes y Ámsterdam, y los puertos más importantes del Báltico, del Mediterráneo y del Cantábrico.

3. Reflexiona sobre la jerarquía de importancia que tienen los factores que se enumeran en el epígrafe sobre la crisis de la Baja Edad Media y construye la cadena de factores que consideras que ofrece una explicación más profunda.

4. Confecciona una cronología con las fases de la Reconquista y las franjas de poblamiento.

EJERCICIOSVOLUNTARIOS

Tras el estudio de esta Unidad didáctica, el estudiante puede hacer, por su cuenta, una serie de ejercicios voluntarios, como los siguientes:

1. Busca en la web las teorías medievales sobre la usura para completar esta Unidad.

2. Confecciona un esquema sobre la rotación de cultivos en los sistemas de dos, tres y cuatro hojas, y haz una lista de ventajas e inconvenientes.

3. Reflexiona sobre el interés de reyes y emperadores por el comercio y la im-portancia de su protección leyendo el documento otorgado por el empera-dor Federico I Barbarroja a la ciudad de Lübeck, en 1188, que la convirtió en la capital hanseática:

«En nombre de la Santa e Indivisible Trinidad, Federico, por la gracia y clemencia divina, augusto emperador de los romanos [...]

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Tienen pleno derecho sobre los bosques de Dassow, Klütz y Bro-then, de manera que podrán cortar cuanto necesiten para calentarse, construcción de barcos, de casas y otros edificios de la ciudad; pero que no haya engaño, y que los barcos que necesiten y de los que se sirvan no sean vendidos; que sin necesidad construyan otros o bien envíen y vendan madera a otros países. Por otro lado pueden hacer pacer sus cerdos, e igualmente el ganado mayor y menor de toda la tierra del conde Adolfo, pero de modo que estos cerdos o ganados puedan volver dentro de la misma jornada de pastoreo en marcha, al lugar de que partieron por la mañana [...]

Por otro lado, con sus mercancías vayan y vengan libremente por todo el ducado de Sajonia sin pagar impuestos, ni teloneo, salvo en Artlenburg. Y cualquiera que de entre ellos, fuera quien fuera, tenga que ver con la justicia por la causa que sea, por todo el territo-rio de nuestro imperio y ducado, se justificará por juramento delan-te del juez del lugar, sin ser hecho prisionero, siguiendo el derecho de la dicha ciudad. Todas las ordenanzas concernientes a la ciudad serán de competencia de los cónsules; y de todo lo que ellos recibie-ran, dos partes irán a la ciudad y la tercera al juez. Y que los cónsules tengan, de nuestra voluntad, la prerrogativa de verificar la moneda tantas veces al año como ellos quieran; si el que da la moneda ha co-metido una falta, que pague la compensación, y que la mitad vaya a los ciudadanos y el resto a la potestad real. Que nadie de rango ele-vado o humilde pueda molestar dicha ciudad, ni en el interior, ni al exterior de sus muros, por edificios o fortificaciones en su territorio. Los ciudadanos de dicha ciudad no irán a ninguna campaña militar, pero defenderán su ciudad [...]»

REFERENCIASBIBLIOGRÁFICAS

Básica

CASADO ALONSO, H.: «La economía en las Españas medievales (c.1000-c.1450)», en F. Comín, M. Her-nández y E. Llopis (eds.), Historia económica de España. Siglos X-XX, Barcelona, 2002, págs. 13-50.

DUBY, G. : Economía rural y vida campesina en el Occidente medieval, Barcelona, 1968.

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Page 32: La Economía en La Edad Media. Del Trabajo Escalvo Al Servil

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