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Me ha gustado mucho la frase de ‘para educar a un niño hace falta la
tribu entera’
Hoy en día cuando hablamos con preocupación de la situación de la
educación, solemos centrarnos en la enseñanza reglada, olvidando otros
elementos al menos tan relevantes. Todos coincidimos en que la familia
es otra pieza clave de la educación; difícil es la tarea de un profesor si no
cuenta con el respaldo y apoyo de los padres del alumno.
Aunque con más frecuencia olvidamos otros dos factores que
condicionan igualmente la educación de nuestros hijos (en general, la
educación como habilidad para aprender y desarrollar nuestras
potencialidades, sea cual sea nuestra edad), como son la cultura y la
sociedad.
En este libro, Marina hace un análisis de los factores citados
anteriormente que influyen en la educación y elabora una teoría de la
inteligencia que descompone en dos grandes facetas complementarias de
cuyo equilibrio dependerá el éxito del alumno, entendido por tal no los
resultados académicos sino la capacidad de aprender y llevar a la práctica
lo aprendido, de guardar coherencia entre lo pensado y lo vivido o, en
resumen, su capacidad para ser razonablemente feliz.
Al hilo de las nuevas tecnologías, el libro viene complementado por una
interesante página web en la que, capítulo por capítulo, se incluyen
numerosos documentos, artículos, referencias bibliográficas, videos, etc.
todos ellos de grandes expertos en cada una de las materias (motivación,
creatividad, inteligencia emocional, …). Toda una invitación para aquellos
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cuya curiosidad haya sido picada por la lectura del libro o para quienes
quieran aprender un poco más en esta ingente tarea.
En el primer capítulo del libro se habla de ¿ qué es el talento? Hay un
debate, partimos de que el objetivo de la educación es desarrollar el
talento de los individuos y de las colectividades. Talento es una palabra
que no pertenece al léxico psiclogico ni al pedagógico , pero que se usa
mucho fuera de la escuela. Hay diferentes debates y diferentes deficiones
de esta palabra dependiendo también de los diferentes contextos.
Con lo que he leído en el libro si que podríamos resumir que la función
principal de la inteligencia es dirigir bien el comportamiento ,
aprovechando para ello su capacidad de asimilar, elaborar y producir
información.
El autor trata también el punto de la inteligencia y su uso, diciendo que lo
que nos interesa es el gran talento, que nos permite utilizar bien nuestras
destrezas y capacidades para dirigir nuestra acción hacia una vida lograda.
Lo que necesitamos como maestros y alumnos es talento para un mundo
cambiante, ya ue necesitamos un talento flexible, capaz de aprender
continuamente, que pueda aprovechar las innovaciones sin sentirse
angustiado por ellas,
Necesitamos fomentar talentos personales muy maduros, para vivir en un
mundo en red sin licuarse. Y aquí es cuando surge la pregunta ¿esto se
puede aprender? Pues surge aquí una gran polémica y vamos ahora a
empezar a explicar el gran objetivo de la educación y como se explica el
funcionamiento de esa inteligencia práctica, no para detenernos en el
conocimiento sino para extraer conclusiones educativas, a partir de los
tres factores de la inteligencia que voy a tratar más específicamente a
continuación, la inteligencia generadora, la inteligencia ejecutiva, y los
criterios de evaluación.
Entrando en materia, el primer elemento que funda la inteligencia lo
denomina inteligencia generadora, que es la encargada de elaborar
respuestas a problemas concretos, aquella que sueña con ideas (no
necesariamente realizables o útiles), que mira el mundo que le rodea sin
dar por válido y definitivo ningún elemento, admitiendo la capacidad para
cambiar el entorno.
Esta inteligencia, que muchas veces actúa a nivel inconsciente, es también
la responsable de generar habilidades como la motivación, la empatía o la
creatividad y la labor de padres y profesionales de la enseñanza consiste
precisamente en potenciarla creando un entorno de autoconfianza,
libertad, capacidad crítica y sociabilidad.
Por otro lado, tenemos a la inteligencia ejecutiva cuya misión principal
consiste en recibir las ideas que le aporta la inteligencia generadora y
descartar aquellas que no resulten practicables, las que no resulten
adecuadas a las circunstancias o las que puedan complicar más que
resolver. Es, por tanto, la que actúa como baluarte defensivo, la que
devuelve al taller de ideas todo aquello que rechaza, forzando a la
inteligencia generadora a superarse a sí misma, a reelaborar su análisis
con nuevas informaciones y a lograr así una mejor respuesta que volverá
a ser filtrada hasta su aceptación definitiva.
Y entonces comienza la siguiente tarea de la inteligencia ejecutiva, tal vez
la más importante, la que completa el proceso del talento y que consiste
en llevar a la práctica la idea, planificar su aplicación, mantener la
constancia y el esfuerzo, perseverar hasta que la idea se hace realidad.
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De nada sirve una creatividad desbordante si no tenemos suficiente
capacidad crítica para comprender qué sirve y qué no. Pero tampoco
podemos desarrollar nuestro talento sino somos capaces de alentar esa
creatividad. Finalmente, no lograremos nuestros objetivos si carecemos
de la constancia suficiente para lograr nuestros objetivos o si no sabemos
evaluar los resultados para poder adaptar nuestros proyectos. Por tanto,
el equilibrio de todos estos elementos será lo que determine el desarrollo
de nuestras capacidades y el éxito vital a que hacíamos referencia. .
Marina señala igualmente la importancia de la evaluación de los
resultados, de contrastar lo esperado con lo logrado de modo que
aprendamos de nuestros errores y vayamos matizando nuestras
decisiones, acomodándolas mediante un ajuste fino a la realidad,
desarrollando así una inteligencia social que nos integre en nuestro
entorno.
Pero en definitiva, ¿qué pueden hacer los padres para que este pequeño
milagro tenga lugar? Poco, la verdad. Deben favorecer y alentar la
creatividad de sus hijos evitando la profecía de la tía que crió a John
Lennon, “la guitarra está bien, pero nunca te ganarás la vida con ella”.
Pero al tiempo hay que formar (formarnos, esto sirve para todos) en un
espíritu crítico que ayude a ser conscientes de nuestras posibilidades; que
desarrolle la confianza en uno mismo y la estructure en torno a unos
principios de libertad y respeto.
¿Que cómo se hace? En fin, si la respuesta fuera sencilla y pudiera
contenerse en las páginas un libro es seguro que éste no sería necesario.
Las respuestas son vagas y nunca podemos recurrir a reglas generales,
cada momento y persona necesitan de un tipo de estímulo diferente. De
lo que no cabe duda es de que ese estímulo, ese disparo en la diana que
sirve para propulsar nuestros talentos existe, sólo debemos encontrarlo.
La cultura como conjunto de conocimientos, actitudes y talentos fruto de
un largo proceso de decantación que refleja nuestro modo de entender la
vida y nos inserta en un cuadro completo y coherente (lo que no impide
cierto grado de adaptación y flexibilidad) que facilita la comprensión de
nuestro entorno, nuestra posición en la vida y nuestra relación con los
otros.
Hay culturas que favorecen la iniciativa individual, la asunción de riesgos y
sus consiguientes responsabilidades, que no penalizan el fracaso pero
premian el éxito. En el lado opuesto, hay culturas en las que la acción
colectiva prima sobre la individual, en las que la estabilidad es un valor y
desconfían de cualquier modo de diferenciación que rompa la
homogeneidad social. Culturas que favorecen o toleran la violencia y
culturas que la limitan, culturas que fomentan el respeto por el otro o
culturas que elevan barreras.
Dependiendo de la cultura en la que nos desenvolvamos, nuestra vida
potenciará unas habilidades en detrimento de otras. Queda margen para
la decisión y el carácter individual, por supuesto, pero en términos
generales, el condicionante cultural será un elemento muy relevante.
El otro factor apuntado que afecta directamente a nuestra capacidad de
aprendizaje y al modo en que lo hacemos es el entorno social en el que
nos desarrollamos. Éste es un elemento más inmediato y cambiante que
la cultura, y quizá por ello, igual o más influyente. Una sociedad que prime
el éxito rápido generará unos alumnos diferentes a otra sociedad en la
que el aplazamiento de la recompensa suponga un estímulo, no un freno,
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a nuestros esfuerzos. Una sociedad que no valore la formación y la
educación, que convierta en referencia para sus jóvenes modelos de
conducta que hacen gala de su escasa preparación, está favoreciendo que
sus próximas generaciones repliquen dicho modelo.
Todo el trabajo de profesores y padres suele quedar en nada cuando se
enfrenta a las opiniones de los compañeros de pupitre o a los
estereotipos que divulgan la publicidad o las series de moda. Cuando
estos valores son asumidos por la sociedad en su conjunto, o cuando no
se ofrece un marco alternativo coherente y atractivo, poco o nada se
puede hacer.
En conclusión, sobre los pobres y sufridos alumnos se ciernen fuerzas con
fines y objetivos dispares. El sistema institucionalizado de enseñanza (con
sus vaivenes políticos), la familia, la cultura y la sociedad, todo ello
luchando por educar a nuestros hijos para un entorno igualmente
complejo y con todas las incertidumbres sobre el futuro que podamos
imaginar. Porque, ¿qué tipo de educación requieren nuestros hijos para
los desafíos del año 2025? ¿Podemos siquiera anticipar cuáles serán?
Ante este panorama, José Antonio Marina decidió hace varios años fundar
la Universidad de Padres con el fin de orientar y formar a padres (también
a docentes) en las habilidades y técnicas que mejor puedan ayudar a hijos
y alumnos para los retos del mañana fomentando los talentos que todos
tenemos desde una perspectiva global, no sólo de conocimientos. Las
aspiración por tanto no es el éxito escolar sino el éxito vital.
Como extensión de los trabajos de esta Universidad se ha lanzado la
Biblioteca de Padres (de la mano de la editorial Ariel) en la que se
publicarán diversos libros de los que La educación del talento es el
primero hasta la fecha.