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Javier Bussons Gordo / Los cielos y la tierra La Eneida y los asteroides Yace, enorme, su tronco en la playa, arrancada de los hombros la cabeza y sin nombre su cuerpo[muerte de Príamo a manos de Pirro]. Gira el cielo entretanto y del océano sube la noche”. Con súbito fragor tronó y del cielo cayó entre las sombras, veloz, un astro de cola con una gran luz que vimos ocultarse tras el Monte Ida”. La Eneida no es un libro cualquiera. Tiene el poder de las grandes gestas bélicas, el aura de los dioses, el contraste de la condición humana y el encanto de los mejores libros de viajes. Es el encargo de todo un emperador romano a Virgilio, el tímido escritor mantuano que durante once años pule su obra “como la osa lame a sus crías”. Octavio Augusto buscaba propaganda; como cuando, para no ser menos que su tío abuelo Julio César, hizo cambiar el nombre y la duración del sexto mes romano (sextilis) a los del actual mes de agosto. ¡Menudo encargo!: contentar al emperador, que espera un canto a sus gestas y al “divino” origen de Roma con una pluma que no desmerezca de la de Homero. Virgilio hubo de sobrevivir en un ambiente de luchas intestinas de poder entre republicanos y traicioneros triúnviros, entre veleidosos consejeros y auténticos mecenas (fue Cayo Mecenas quien le ayudó a publicar su obra), antojadizas primeras damas y políticos insaciables. Todo ello en una época de guerra civil en la que, apenas te ponen la toga viril, ya tienes que tomar partido y las deslealtades se pagan a golpe de daga. La Eneida te atrapa por la épica de sus héroes y la fuerza de sus personajes inmortales. La trama, desarrollada en doce libros, es bien conocida: Eneas, destinado a ser el padre de la futura nación romana, escapa del holocausto de Troya (Libro II) e inicia un periplo mediterráneo que le lleva, entre otros lugares, a Cartago, donde la princesa Dido se enamora de él hasta el suicidio (Libro IV); o al mismísimo infierno, que recorre tras pagar el peaje al barquero Caronte (Libro VI), en un anticipo de La Divina Comedia de Dante. Apenas abrí una de sus páginas, sus personajes se me fueron escapando de los versos para ocupar sus escaños celestes en el sistema solar. De un lado, los griegos que invaden “la ciudad sepultada en el sueño y el vino” (Troya, en la actual Turquía): el astuto Ulises, con el famoso caballo-trampa que le inspirara la diosa Palas y con su paciente Penélope, Aquiles y su única debilidad en el talón, Agamenón y Pirro. Del otro lado, los confiados troyanos (“pobres de nosotros: era nuestro último día y adornábamos con guirnaldas el templo de Vesta”) que desoyeron el aviso de Casandra: el propio Eneas, el rey Príamo, el príncipe Héctor, que moriría a manos de Aquiles; Paris, causante de la guerra por su supuesto rapto de Helena y por juzgar más bella a Afrodita ( Venus) que a Juno, quien odiaba a los troyanos por el affaire homosexual de su marido, Júpiter, con uno de ellos: Ganímedes. Las tragicomedias de enredo no son del siglo pasado. Y así, griegos y troyanos marchan ahora en forma de enjambres de asteroides eternamente separados, escoltando al planeta Júpiter respectivamente 60º por delante y por detrás de él en su misma órbita, en dos oasis de equilibrio gravitatorio llamados puntos de Lagrange. Los asteroides, objetos rocosos mayores que un meteoroide y menores que un planeta, no son redondos porque su escasa masa no permite que la gravedad venza a las fuerzas moleculares de cohesión interna.

La Eneida y Los Asteroides

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Page 1: La Eneida y Los Asteroides

Javier Bussons Gordo / Los cielos y la tierraLa Eneida y los asteroides

“Yace, enorme, su tronco en la playa, arrancada de los hombros la cabeza y sin nombre su cuerpo”[muerte de Príamo a manos de Pirro].

“Gira el cielo entretanto y del océano sube la noche”.

“Con súbito fragor tronó y del cielo cayó entre las sombras, veloz, un astro de cola con una granluz que vimos ocultarse tras el Monte Ida”.

La Eneida no es un libro cualquiera. Tiene el poder de las grandes gestas bélicas, el aura de losdioses, el contraste de la condición humana y el encanto de los mejores libros de viajes. Es elencargo de todo un emperador romano a Virgilio, el tímido escritor mantuano que durante once añospule su obra “como la osa lame a sus crías”. Octavio Augusto buscaba propaganda; como cuando,para no ser menos que su tío abuelo Julio César, hizo cambiar el nombre y la duración del sexto mesromano (sextilis) a los del actual mes de agosto. ¡Menudo encargo!: contentar al emperador, queespera un canto a sus gestas y al “divino” origen de Roma con una pluma que no desmerezca de lade Homero. Virgilio hubo de sobrevivir en un ambiente de luchas intestinas de poder entrerepublicanos y traicioneros triúnviros, entre veleidosos consejeros y auténticos mecenas (fue CayoMecenas quien le ayudó a publicar su obra), antojadizas primeras damas y políticos insaciables.Todo ello en una época de guerra civil en la que, apenas te ponen la toga viril, ya tienes que tomarpartido y las deslealtades se pagan a golpe de daga.

La Eneida te atrapa por la épica de sus héroes y la fuerza de sus personajes inmortales. La trama,desarrollada en doce libros, es bien conocida: Eneas, destinado a ser el padre de la futura naciónromana, escapa del holocausto de Troya (Libro II) e inicia un periplo mediterráneo que le lleva,entre otros lugares, a Cartago, donde la princesa Dido se enamora de él hasta el suicidio (Libro IV);o al mismísimo infierno, que recorre tras pagar el peaje al barquero Caronte (Libro VI), en unanticipo de La Divina Comedia de Dante.

Apenas abrí una de sus páginas, sus personajes se me fueron escapando de los versos para ocuparsus escaños celestes en el sistema solar. De un lado, los griegos que invaden “la ciudad sepultada enel sueño y el vino” (Troya, en la actual Turquía): el astuto Ulises, con el famoso caballo-trampa quele inspirara la diosa Palas y con su paciente Penélope, Aquiles y su única debilidad en el talón,Agamenón y Pirro. Del otro lado, los confiados troyanos (“pobres de nosotros: era nuestro últimodía y adornábamos con guirnaldas el templo de Vesta”) que desoyeron el aviso de Casandra: elpropio Eneas, el rey Príamo, el príncipe Héctor, que moriría a manos de Aquiles; Paris, causante dela guerra por su supuesto rapto de Helena y por juzgar más bella a Afrodita (Venus) que a Juno,quien odiaba a los troyanos por el affaire homosexual de su marido, Júpiter, con uno de ellos:Ganímedes. Las tragicomedias de enredo no son del siglo pasado.

Y así, griegos y troyanos marchan ahora en forma de enjambresde asteroides eternamente separados, escoltando al planetaJúpiter respectivamente 60º por delante y por detrás de él en sumisma órbita, en dos oasis de equilibrio gravitatorio llamadospuntos de Lagrange. Los asteroides, objetos rocosos mayoresque un meteoroide y menores que un planeta, no son redondosporque su escasa masa no permite que la gravedad venza a lasfuerzas moleculares de cohesión interna.

Page 2: La Eneida y Los Asteroides

Las diosas ocupan puestos de honor en el Cinturón de Asteroides situado entre las órbitas de Martey Júpiter: (2)Palas, (3)Juno y (4)Vesta siguen a (1)Ceres en la clasificación de asteroides másgrandes. El número indica el orden en el que fueron descubiertos.

El primero de ellos, Ceres,actualmente reclasificado comoplaneta enano, fue descubierto elprimer día del siglo XIX. PalasAtenea, diosa de la sabiduría a la vezque guerrera protectora de Ulises yAquiles, viaja ahora por el espacioconvertida en un asteroide oscuro, detipo carbonáceo. De su nombre derivael elemento químico Paladio. Juno,esposa engañada por Júpiter y diosa dela maternidad, lo hace como el primerasteroide del que se observó unaocultación al pasar delante de unaestrella. Vesta, diosa del hogar, la más amable del Olimpo, cuyo fuego mantenían seis vírgenesvestales, es el asteoride más brillante gracias a su gran poder reflectante (albedo) y muestraorgullosa un cráter de 400 km producido por un impacto con otro asteroide que, parece ser, causómás del 5% de los meteroritos que luego hemos encontrado en la Tierra. Estos cuatro asteroides,junto con (10)Higia suman más de la mitad de la masa de todo el Cinturón, que esaproximadamente cuatro centésimas partes de la masa de nuestra Luna.

El Monte Ida, en el que se reflejaba el fuego con el que ardíaTroya, nos queda ahora como uno de los asteroides másmediáticos, escenario del primer sobrevuelo de un asteroide poruna nave humana, la sonda Galileo en 1993, que reveló su duranaturaleza silícea y la compañía de su pequeño satélite,bautizado Dactyl por los dactilos, criaturas del otro Monte Ida,el de Creta. Estos asteroides compuestos de silicatos, lossegundos más numerosos después de los carbonáceos, son lafuente de los meteoritos tipo condrita encontrados en la Tierra.

Dos personajes no divinos quedaron convertidos en lunas: Ganímedes, el mayor satélite del sistemasolar (más grande que Mercurio y casi tanto como Marte) completa una órbita alrededor de Júpiter,con quien mantuvo un idilio homosexual, cada semana y nos muestra preciosas catenas o series decráteres alineados causados por meteoritos que, no pudiendo resistir las fuerzas de marea queprovoca el atractivo Rey del Olimpo, se fragmentan antes de impactar con la superficie. Caronte,cansado de pasear por el infierno en barca las almas de los muertos, ha pasado a acompañar en sudanza cósmica al planeta enano Plutón, mostrándose mutuamente la misma cara como resultadofinal del intercambio de energía mediante mareas entre dos cuerpos de tamaño suficientementeparecido.

Dos recomendaciones musicales para acompañar la Eneida: el aria “Lamento de Dido” de la óperade Henry Purcell y “Cassandra”, canción de Abba con letra y música conmovedoras. Basta poner“lamento dido” y “cassandra abba” en cualquier buscador para disfrutarlas.

“Qué pena, Casandra, que nadie te escuchara (…) Ahora debemos sufrir, malvender nuestragrandeza con el corazón desgarrado” (letra de Abba).