La Epidemia de Rabia en Espana

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    La epidemia de rabia en Espaa (1996-2007)

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    La epidemia de rabia enEspaa (1996-2007)

    Fecha de publicacin:

    Mircoles 10 de octubre de 2012

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    La epidemia de rabia en Espaa (1996-2007)

    "En general, cada enunciado del insurreccionalismo tuvo una traduccin grotesca en suelo

    ibrico, o al menos esa es la percepcin colectiva que ha quedado. Muchos compaeros definen

    este fenmeno con una curiosa expresin: la informalidad mal entendida. [...] Y, con todo, el

    insurreccionalismo enunciaba ciertas verdades que hoy nos parecen avances sin vuelta atrs.

    [...] Entre stos, ya hemos mencionado la comprensin dinmica de la organizacin y el rechazo

    de la alienacin militantista. Quisiramos aadir ahora la idea de que en las condiciones

    actuales una prctica anticapitalista y subversiva no puede quedar anclada en la espera de las

    masas, de la adhesin de sectores amplios de poblacin, ni fiar a sta todas sus perspectivas

    de futuro".

    Que nos quiten lo bailao (presentacin)

    Crame usted que tal como operamos nosotros, al margen de la ley, todo lo que no sea la ms

    estricta honradez podra traernos fatales consecuencias.

    Jack London, Asesinatos S.L.

    Desde hace tiempo, algunos compaeros sentimos la necesidad de hacer balance de la experiencia

    acumulada en el Estado espaol por sectores de militantes anarquistas, comunistas y autnomos,

    que durante un cierto tiempo confluyeron en torno a una cierta idea insurreccional. Esta necesidad

    nace de dos circunstancias. La primera de ellas es la evidencia de que se ha cerrado una etapa. No

    estamos en el mismo punto que hace diez aos -ni siquiera cinco-, y queremos sacar las

    conclusiones pertinentes para afrontar mejor batallas que no estn en un futuro brumoso, sino que

    ya se nos estn echando encima. Para ello es imprescindible abrir un debate, o al menos provocar

    una reflexin.

    La segunda circunstancia que nos empuja a escribir es el absoluto desconocimiento de los hechos

    de los ltimos diez aos por parte de las nuevas generaciones de compaeros. Sobre este

    desconocimiento hay que decir que se debe en gran parte al grado de incomunicacin internutica

    que se ha impuesto entre nosotros, sustituyendo casi por completo al contacto y conocimiento

    directos. Pero da tambin la medida de nuestro fracaso en levantar referentes con los que estos

    compaeros pudieran sentirse identificados: proyectos de lucha y polos de agregacin que hubieran

    dado continuidad y profundidad a un esfuerzo combativo que no fue pequeo.

    Ese fracaso es el de lo que durante un tiempo se dio en llamar organizacin informal, y con la

    perspectiva que dan los aos nos damos cuenta de que era un fracaso inscrito en los mismos

    presupuestos de los que partamos. A pesar de ello, no lamentamos nada, no creemos haber

    perdido el tiempo ni que lo hayan perdido nuestros compaeros. Hoy es muy fcil contemplar un

    montn de cenizas y decir que todo fue un error, que al personal simplemente se le fue la olla.

    Esta falsa crtica olvida, por inters o por ignorancia, los condicionantes que operaban entonces.

    Nos devuelve al punto de partida -a las plomizas ilusiones del anarquismo oficial o a la alegre

    inconsciencia del antagonismo juvenil-, y por lo tanto prepara el terreno para que todo vuelva a

    repetirse en un plazo indeterminado, dentro de ese tiempo cclico tan caracterstico de los

    entornos polticos puestos al abrigo de la historia.

    Mucho ms difcil, e incmodo para todo el mundo, es ensayar un anlisis dialctico de lo ocurrido.

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    La epidemia de rabia en Espaa (1996-2007)

    Las condiciones de las que partamos no dejaban otra salida que la que afortunadamente se

    produjo. La epidemia de rabia no fue otra moda esttica/ideolgica del gueto: todas las hiptesis que

    se formularon por entonces fueron puestas a prueba hasta las ltimas consecuencias. Aunque los

    resultados fueran a menudo desastrosos, ah se funda una experiencia colectiva digna de tal

    nombre, y por eso mismo es posible la autocrtica.

    En cuanto a resultados positivos, estn lejos del maximalismo que lleg a enajenarnos en tantas

    ocasiones, pero estn ah. Estos aos han permitido superar definitivamente dos dcadas de inercia

    y parlisis del movimiento libertario de las que fuimos involuntarios herederos. Pero sobre todo han

    servido para volver a poner sobre la mesa cuestiones centrales como la revolucin o la

    organizacin; y no como inertes certezas ideolgicas, sino como problemas vivos, complejos,

    dinmicos. Estos resultados, quiz pequeos en lo inmediato pero cualitativamente importantes por

    las posibilidades que abren, han tenido tambin un coste trgico que han pagado aquellos

    compaeros que fueron y son blanco de la represin. A ellos dedicamos estas pginas.

    Hemos de sealar que este escrito no pretende zanjar nada, sino hacer una contribucin ajustada a

    lo que hemos visto, vivido y pensado en todo este tiempo. Ms que hablar ex cathedra o ir con

    nuestra opinin por delante, lo que nos pareca prioritario era reconstruir esta historia lo mejorposible, intentar una visin panormica. Y eso no puede hacerse simplemente a golpe de cronologa

    ni desempolvando batallitas: es necesario juzgar qu hechos fueron ms importantes y qu otros lo

    fueron menos, y aventurar hiptesis explicativas de por qu ciertas cosas han sucedido as y no de

    otra manera. En este proceso el texto adquiere, como es evidente, n sesgo subjetivo del que no nos

    avergonzamos: para dar una visin objetiva de las cosas ya estn el telediario y la prensa diaria.

    Por lo dems era imposible hacer este trabajo sin llegar a ninguna conclusin, y alguna que otra

    hemos sacado, aunque nunca faltar quien nos las discuta. As sea.

    I. rase una vez...

    En el paso de 1996 a 1997 el conjunto de los movimientos juveniles, antagonistas, anticapitalistas...

    de la pennsula Ibrica se hallaban en el umbral de una transformacin, producto de las condiciones

    externas tanto como de su propia maduracin a lo largo de una dcada. Esa transformacin, que fue

    general, adquiri en el caso del anarquismo la forma de una ruptura violenta. Esta primera parte se

    refiere al modo en que se gest esa ruptura, que se dio en dos lneas: con el anarquismo oficial y

    sus tradiciones, y con las posiciones cada vez ms abiertamente integradoras que se desarrollaban

    en el seno del antagonismo juvenil. En ese terreno de crtica se encontrarn compaeros con

    posiciones diversas -autnomos, anarquistas o marxistas heterodoxos- que dejarn de lado las

    diferencias doctrinales heredadas para buscar en comn una prctica revolucionaria efectiva. Las

    ideas insurreccionalistas sern el punto de cita y el comn denominador de ese momento deextraos reagrupamientos.

    1. El anarquismo oficial.

    Desde el comienzo de la dcada de los noventa son patentes los efectos de la reestructuracin

    capitalista en Espaa. En ese contexto la esclerosis del anarquismo oficial -el Movimiento Libertario

    que se haba adjudicado sin ms las maysculas- empieza a ser cada vez ms evidente. Al trmino

    de la dictadura se haba querido recrear la CNT histrica, en condiciones tales que condujeron en un

    breve plazo a la ruptura en dos facciones. Todo esto es historia vieja y sabida por todos, pero quiz

    no se ha observado que la polmica entre esas dos facciones -resumible grosso modo en la

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    disyuntiva elecciones sindicales s o no- bloque durante dos largas dcadas el debate militante

    dentro del anarquismo. Inmerso en ese monlogo autista, el sector del no, que logr quedarse

    con las histricas siglas de la CNT, atraves la reestructuracin del capitalismo espaol en una

    posicin de aislamiento y marginalidad crecientes. Nos referimos a esta faccin como anarquismo

    oficial, por cuanto la otra (hoy CGT) fue diluyendo voluntariamente sus referentes anarquistas

    hasta conformarse con un plido halo libertario que no afectara a su imagen de respetabilidad.

    En los veinte aos de los que hablamos, el anarquismo oficial fue perfectamente incapaz de elaborar

    un solo concepto que diera cuenta de los cambios histricos que se estaban viviendo, o de introducir

    una sola novedad organizativa que le permitiera hacer frente a los transformaciones del terreno

    social y laboral. Eternamente a la defensiva, se enquist en la reafirmacin de los principios, de la

    ideologa, de un pasado mitificado y de una frmula organizativa no menos mitificada que data

    exactamente del ao 1918. Junto a todo ello, una asfixiante atmsfera burocrtica, una maraa de

    fotocopias, sellos, comits, plenos y plenarias para una minscula organizacin que en 1996 no

    superaba los tres mil afiliados. [1]

    A las organizaciones del anarquismo oficial llegaban a comienzos y mediados de los noventa

    jvenes militantes deslumbrados por su glorioso pasado; por su aureola de combatividad msesttica que real: y por un discurso que por entonces era, sin exageracin, el ms extremista de

    todo el panorama. La CNT no pona a esta afiliacin juvenil de aluvin el ms mnimo filtro, lo cual

    no era de extraar dada su escasez de militantes y la fijacin por las cifras de afiliacin que la

    dominaba. La Federacin Ibrica de Juventudes Libertarias (FIJL) no serva como escuela previa

    para estos militantes, sino que se daba con bastante frecuencia y desde el momento del ingreso la

    doble militancia en ella y en la CNT. En esta ltima, los jvenes solan terminar arrumbados en

    inoperantes secciones de estudiantes.

    Una vez en el sindicato, estos jvenes perciban un notable desfase entre la radicalidad del discurso

    y la inexistencia de la prctica; entre el obrerismo aos veinte y la falta de presencia en las

    empresas; entre las cifras de afiliacin pregonadas y las reales; entre la visin del mundo y la

    realidad del mismo... Entre el esplendor del pasado mtico y la miseria del presente, en definitiva.

    Tambin encontraban, con demasiada frecuencia, el desprecio y la condescendencia de militantes

    mayores y ms experimentados.

    Esta militancia juvenil, en fin, sirvi no pocas veces de carne de can en las luchas burocrticas

    internas del anarquismo oficial, sin ser cabalmente consciente de las manipulaciones a las que era

    sometida. En ella hubo sin duda mucha inmadurez e inexperiencia, como no poda ser de otro modo.

    Tambin hay que decir que nadie se molest en ensearle nada, ms all de los cuatro

    imprescindibles dogmas. En general, se dej contaminar por los peores vicios de la organizacin,

    desde el sectarismo extremo hasta la mana burocrtica, pasando por la pereza intelectual. Perotambin posea una voluntad sincera de superar aquella penosa situacin aunque no supiera bien

    cmo. Esa entrega, que fue bien real y sostenida durante aos por parte de muchos, tena que

    chocar -y choc- con el inmovilismo de la organizacin, y ello porque iba acompaada de deseos de

    cambio, aunque cada cual conceptuara el cambio a su manera.

    Para mediados de los noventa, la parlisis terica y prctica del anarquismo oficial haba generado

    un ambiente interno ms que enrarecido. En tales situaciones de estancamiento florecen

    inevitablemente los conflictos internos. En la CNT hubo muchos, pero el ms sonado fue el de la

    desfederacin -eufemismo de expulsin- de una parte importante, si no mayoritaria, de la regional

    catalana. Como en la mayor parte de las luchas intestinas de la Confederacin, las verdaderas

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    La epidemia de rabia en Espaa (1996-2007)

    causas del enfrentamiento quedaban en la sombra, por cuanto a ninguna de las dos partes les

    convena airearlas. No pudo aducirse -ni siquiera se intent- una sola motivacin ideolgica, una

    mnima divergencia terica o prctica, que pudiera explicar semejante descalabro organizativo. Se

    trat simplemente de un conflicto entre camarillas burocrticas, en el cual se impuso el sector que

    obtuvo el apoyo de las redes burocrticas que gobernaban la CNT en el resto del estado. Luchas

    similares acontecan por toda la geografa confederal. Cuando las disputas terminaban en un sitio,

    empezaban en otro, terminando de hundir la moral de la organizacin y arrastrar su imagen por el

    barro.

    Uno de estos conflictos tiene particular relevancia para la historia que queremos contar. Se trata de

    la lucha interna que estall en el seno de la CNT de Madrid entre los aos 1997 y 1998. Apenas

    superado un conflicto interno que haba conducido a la expulsin en bloque del sindicato de oficios

    varios, comenz a incubarse otro entre dos sectores opuestos. La polarizacin era la habitual dentro

    de la patologa del cenetismo: un sector anarquista minoritario encabezado por el sindicato del

    metal se enfrentaba a otro sindicalista, formado por el nuevo sindicato de oficios varios, el de

    transportes y el de construccin. Los miembros de la federacin local de Juventudes Libertarias -una

    de las ms numerosas y activas de la FIJL- se alineaban con el sindicato del metal. A la faccin

    sindicalista le irritaba la violencia que estos jvenes desplegaban, por ejemplo, en la luchaantifascista u hostigando a las Empresas de Trabajo Temporal; y no se les perdonaba una actuacin

    particularmente irresponsable en un acto de irresponsabilidad colectiva de la CNT como fue la

    ocupacin del CES en diciembre de 1996.

    El conflicto, ya larvado, estall en 1997 en el seno del comit nacional de la CNT, establecido en

    Madrid desde un ao antes y en el cual ambos sectores burocrticos se haban repartido los

    puestos. Por razones ignotas, los dos representantes del sector metal fueron expulsados del

    sindicato, y por ende del comit nacional. Adems de este hecho, una buena parte de la seccin de

    estudiantes -en la que se encontraban varios militantes de la FIJL- tambin fue expulsada, bajo la

    acusacin de ser jvenes violentos que montaban altercados en las manifestaciones de

    estudiantes de la poca. Miembros del propio Sindicato de Estudiantes se haban personado en la

    sede de Tirso de Molina para dar sus democrticas quejas a los popes de la organizacin cenetista,

    que democrticamente expulsaron a los jvenes dscolos que alteraban la paz de los entornos

    izquierdistas. As se pas a un choque abierto en el cual el sector mayoritario logr liquidar al sector

    metal mediante una cadena de expulsiones justificadas con pretextos diversos, algunos tan

    peregrinos como el ya sealado. El mximo grado de enfrentamiento se alcanza cuando miembros

    de las JJLL, ya expulsados del sindicato, irrumpen en una reunin del comit nacional situado en la

    calle Magdalena para pedir explicaciones a los que consideraban responsables, empezando por el

    entonces secretario general. Se produce un cruce de hostias por ambas partes que el comit

    nacional y la federacin local de Madrid presentan al resto de la CNT como un asalto organizado,

    obteniendo la adhesin de casi todas las regionales, que haban callado ante la secuencia deexpulsiones, considerndola en todo caso un asunto interno de Madrid.

    Hasta aqu la situacin responda a una metodologa de resolucin de conflictos desarrollada y

    perfeccionada por la CNT desde el ao 1977: maniobras burocrticas [2], expulsiones de pura cepa

    estalinista y la inevitable dosis de hostias, ya fuera como expresin de rabia de los vencidos o como

    argumento ltimo de los vencedores. Pero desde el comit nacional se decidi dar otra vuelta de

    tuerca y extirpar a las Juventudes Libertarias no ya de la federacin local de Madrid, sino del

    conjunto de la organizacin. El victimismo, como estrategia de consenso articulada en torno al

    asalto al comit nacional, dio pie a una caza de brujas en la cual la FIJL hizo de chivo expiatorio

    de las tensiones estructurales inherentes a la CNT. El comit nacional del sindicato decidi

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    unilateralmente y por cuenta propia la ruptura de relaciones con la FIJL, algo que en rigor slo poda

    decidir un congreso de la organizacin. Tal ruptura no slo tena importancia simblica, sino que

    permita considerar en lo sucesivo a la FIJL como una vanguardia externa que pretenda dirigir al

    sindicato. En consecuencia, se inici el hostigamiento contra sus militantes en la prctica totalidad

    de las localidades donde existan grupos federados a la FIJL. En Bilbao y Granada fueron forzados

    sus archivos [3], sufriendo el robo de documentacin interna. En poco ms de un ao, se consigui

    sacar de los sindicatos a la totalidad de los militantes de la FIJL, puestos fuera de juego por

    expulsin directa, agobio o puro asco. Se conjuraba as el fantasma de una eventual radicalizacin

    de la CNT, que volver a tomar cuerpo inmediatamente, como veremos, con aquella minora de

    militantes partidarios de apoyar a los presos por el atraco de Crdoba.

    En cuanto a la FIJL, quedar demonizada en la memoria del anarquismo oficial, e iniciar una

    andadura propia e independiente. Hasta ese momento, la federacin juvenil haba sido una especie

    de cristalizacin extrema del sectarismo propio del anarquismo oficial. Su existencia haba girado

    sobre la creencia errnea de que era posible una prctica ms radical sin modificar los

    presupuestos de la CNT. De hecho, como afiliados al sindicato, los militantes de la FIJL defendan la

    ortodoxia cenetista con feroz dogmatismo, de ah que fueran tan fcilmente manipulables por los

    sectores puristas. Su inmolacin a manos de los que queran un sindicato de perfiles msamables y civilizados dejar a la FIJL absolutamente desorientada y girando en el vaco, hasta

    que abrace el insurreccionalismo como tabla de salvacin. Pero detrs de los miembros de las JJLL

    se irn muy pronto sectores ms amplios de jvenes cenetistas asqueados despus de haber

    batallado -durante aos en muchos casos- contra una burocracia inamovible.

    2. El antagonismo juvenil

    El anarquismo oficial estipulaba en sus congresos, con gran delicadeza excluyente-incluyente, que

    el Movimiento Libertario estaba formado por la CNT, la FAI, la FIJL y Mujeres Libres. Pero lo

    cierto es que la realidad era ms compleja, y con sus muchas facetas cambiantes vena a alterar la

    comodidad de ese esquema burocrtico y sectario. Fuera de las fronteras perfectamente delimitadas

    de las organizaciones formales del anarquismo, se haba extendido un poco por todas partes un

    movimiento ms difuso y heterogneo, cuyos embriones haban aparecido a mediados de los

    ochenta. Se concretaba en okupaciones, fanzines, distribuidoras, grupos musicales, colectivos y

    grupos de afinidad... as como en su participacin en movimientos ms amplios como el

    antimilitarista, que despega por las mismas fechas con la campaa por la Insumisin. Esta

    constelacin, ya se reivindicara anarquista o autnoma, haba nacido al margen del aejo obrerismo

    del anarquismo oficial, y se mova entre mltiples coordenadas definidas por lo general con el anti

    -antisexista, antirrepresivo, antimilitarista, antifascista, antitaurino, etctera-, y con el

    convivencialismo juvenil como hilo conductor. En estas redes se apoyaban publicaciones

    emblemticas como Sabotaje, Resiste, El Acratador, La Lletra A o Ekintza Zuzena, entre otras. Dadasu incapacidad para construir instancias de coordinacin y trazar lneas comunes de accin, una

    parte de ese movimiento juvenil segua teniendo a la CNT como un referente cuando menos

    respetado, por su estabilidad y su aureola mtica.

    Sin embargo, en diversos lugares el antagonismo juvenil tuvo un peso especfico propio que

    superaba al del anarquismo oficial. Es banal sealar a Euskadi como excepcin en este caso,

    siendo como ha sido una excepcin en casi todos los aspectos. Es sabido que all la guerra social

    ha tenido un desarrollo diferenciado, y los temas que la epidemia de rabia reintrodujo despus de

    dcadas en el anarquismo ibrico, como la violencia o la crcel, no han dejado all de ser la realidad

    cotidiana de miles de personas, y no de reducidos crculos de activistas. Se trata por tanto de un

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    contexto tan especfico que resulta inevitable dejarlo al margen de esta historia, a pesar de la

    presencia en Euskadi de un antagonismo juvenil surgido con fuerza a mediados de los ochenta, que

    de hecho inspir en muchos aspectos al del resto del Estado y le dot de numerosos referentes.

    Por falta de tiempo y espacio no podemos detenernos en todos los lugares que quisiramos.

    Valencia fue, por ejemplo, un foco importante de okupaciones, aparte de que all se public a

    comienzos de 1997 el mtico Todo lo que pensaste sobre la okupacin y nunca te atreviste a

    cuestionar, primer texto autctono que contena las ideas que la epidemia de rabia desarroll

    despus, y que se situaba a aos luz tanto de las liturgias del anarquismo oficial como de la

    incipiente espectacularizacin del movimiento okupa. As podramos seguir citando algunos sitios

    dignos de mencionarse, pero por las limitaciones de este trabajo queremos centrarnos en dos

    puntos de mxima condensacin del antagonismo juvenil, que tendrn una fuerte influencia en los

    desarrollos que se produjeron despus en el resto del estado. Hablamos de dos metrpolis: Madrid y

    Barcelona.

    En Madrid se asisti a un caso particular. All el antagonismo juvenil logr dotarse de instancias de

    coordinacin desde fecha muy temprana, y esas estructuras duraron prcticamente una dcada. Se

    trata de la coordinadora de colectivos Lucha Autnoma, fundada en 1990 por la confluencia de lasprimeras hornadas de okupas madrileos y de grupos juveniles desgajados de las organizaciones

    de extrema izquierda MC y LCR, cuyo dirigismo haba terminado por asquearles. As naci una

    organizacin singular que, si bien no logr trascender el mbito madrileo, dio pie a verdaderas

    dinmicas de lucha y autoorganizacin, por emplear el lenguaje de la poca. LA no escap a una

    fortsima estetizacin comn a todo el movimiento, y que de hecho era uno de sus elementos

    constituyentes. Fue una organizacin de marcado carcter activista que funcion como cajn de

    sastre ideolgico, rasgo que le permiti crecer en un primer momento, pero que a la postre se volvi

    en su contra. A la altura de 1997, su propia maduracin y la falta de puesta en comn haban

    conducido al desarrollo de posturas divergentes en su seno. Esto produjo una crisis saldada con la

    autodisolucin en 1998. Al poco tiempo se intent refundar, bajo los presupuestos del

    post-operaismo italiano, una LA emancipada de sus componentes anarquistas y autnomos

    tradicionales, pero este paso en el vaco se sald con un rpido y discreto fracaso. Por lo dems,

    esta organizacin no agota el panorama del antagonismo juvenil madrileo durante los aos

    noventa, pues fuera de ella sigui existiendo una amplia constelacin difusa de grupos, casas

    okupadas, distribuidoras, colectivos y dems. Sin embargo es justo reconocer que LA fue un

    referente fundamental en Madrid durante toda la dcada, hasta el punto de que el cierre en falso de

    su experiencia ha tenido secuelas negativas que son patentes, diez aos despus, en las fracturas

    internas de los movimientos madrileos.

    En cuanto a Barcelona, no creemos que la aparicin en ella de un vigoroso antagonismo juvenil se

    pueda disociar de la tradicin de rebelda de la misma ciudad y su periferia, cuyo ltimo eslabnhaban sido las luchas obreras y vecinales de los aos setenta. Al contrario de lo ocurrido en Madrid,

    all el movimiento se estructur en redes informales con base en el tejido social de los barrios, en las

    casas okupadas y en afinidades personales entre compaeros. Este medio poltico se desarroll al

    margen de cualquier influencia de la CNT catalana, que desde principios de los noventa estaba

    demasiado ocupada autodestruyndose y dando el habitual espectculo mafioso de los cismas

    cenetistas. El primer hito destacable del movimiento barcelons est en la campaa desarrollada

    contra los fastos del 92. A partir de ella empieza a tomar cuerpo y a recurrir cada vez ms a la

    okupacin como forma de agregacin y lucha. El nmero de inmuebles liberados llegar a

    alcanzar as una masa crtica sin igual en el Estado. Esa efervescencia terminar dando lugar a un

    salto cualitativo en 1996, en torno a la okupacin y desalojo del ya desaparecido cine Princesa,

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    La epidemia de rabia en Espaa (1996-2007)

    situado en pleno centro de Barcelona. Despus de siete meses de exhibir ante toda Barcelona una

    dinmica de actividad imparable, los okupas del Princesa fueron desalojados en una suerte de

    asedio medieval en el que a la polica le llovi de todo. La posterior manifestacin de protesta reuni

    a miles de personas y termin en uno de los disturbios ms grandiosos que recuerdan los

    compaeros barceloneses. La convulsin que se vivi en Barcelona fue retransmitida en directo a

    todo el estado. Los ecos del Princesa se vieron reforzados en marzo de 1997 por otro desalojo de

    gran alcance meditico, el de La Guindalera en Madrid, donde fueron detenidas ms de cien

    personas.

    Los hechos del Princesa y de La Guindalera fueron seguidos por una oleada de okupaciones en

    todo el pas, la mayor parte de ellas efmeras por la rpida intervencin de la polica, que sin duda

    recibi instrucciones de no permitir que cundiera el ejemplo. El Estado haba empezado a

    preocuparse, como lo demostraba el hecho de el nuevo Cdigo Penal aprobado en 1996

    estableciera penas muy superiores para el delito de usurpacin. La franja libertaria del

    antagonismo juvenil tuvo por primera vez un espejo donde mirarse que ya no era el de la CNT,

    donde apareca siempre como la hermanita pequea. Haba alcanzado la mayora de edad y su

    pequeo mundo haba irrumpido en el telediario. A partir de ah poda empezar a mirar a la CNT con

    cierto distanciamiento. Sin que se produjera por el momento ruptura alguna, la crtica empez adesarrollarse de manera larvada; o bien se empez a prestar odos ms atentos a la crtica de

    compaeros que haban desmitificado el cenetismo tiempo atrs, si es que alguna vez haban

    llegado a crerselo.

    Por otra parte, y lo que es ms importante, la conciencia difusa de haber superado una fase abra

    las puertas del antagonismo juvenil a la introduccin de nuevos temas, ideas y concepciones. Aqu

    se gest una nueva contradiccin entre posiciones que buscaban la manera de profundizar y

    radicalizar el enfrentamiento con el Estado y el capitalismo, y otras que tendan ms a sublimar tal

    conflicto en una representacin simptica e inocua que permitiera llegar a la gente. Sera una

    simplificacin -en la que por lo dems se incurri innumerables veces- definir estos dos campos

    como revolucionario y reformista. El primero de ellos no poda ser efectivamente revolucionario,

    por mucha voluntad que se pusiera en el empeo, careciendo de un proyecto revolucionario que

    fuera ms all de los aspectos meramente destructivos (que primaron en todo momento) y en un

    momento histrico en que la marea de la contrarrevolucin que sucedi al 68 no ha empezado an a

    bajar. En cuanto al segundo, ni siquiera aspiraba a reformar nada, sino a conservar los islotes

    restantes del estado del bienestar, y a obtener la gestin paraestatal de la asistencia en ciertos

    mbitos de exclusin social generados por la reestructuracin del capitalismo (precariedad,

    inmigracin...). Esta contradiccin atraves al conjunto del movimiento, pero donde se hizo ms

    claramente visible fue en torno a la disolucin de Lucha Autnoma y en las disputas madrileas

    sobre la legalizacin de las centros sociales okupados. Poco tiempo despus, los grandes

    encuentros de la antiglobalizacin escenificaran esta ruptura en forma de representacinespectacular, particularmente en la polarizacin entre bloque negro y monos blancos.

    3. Un da cualquiera en Crdoba

    Hasta aqu hemos expuesto algunos antecedentes, intentando dibujar el contexto sobre el que se

    extendi la epidemia de rabia. Podramos haber empezado la narracin en este punto, pero al precio

    de desvirtuar las dimensiones de lo ocurrido. Toda historia ha de tener un comienzo, o por lo menos

    un detonante, y para nosotros el detonante de esta historia estall en Crdoba el 18 de diciembre de

    1996. Tres compaeros italianos y uno argentino, entonces desconocidos para el movimiento,

    intentaron atracar una sucursal del banco de Santander. La historia es harto conocida y no vale la

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    La epidemia de rabia en Espaa (1996-2007)

    pena extenderse. Dos policas municipales quedaron muertas y los cuatro asaltantes fueron

    apresados. Sus nombres: Giovanni Barcia, Michele Pontolillo, Giorgio Rodrguez y Claudio Lavazza.

    En un primer momento fue un suceso ms en la portada de los peridicos. Tard an en conocerse

    la filiacin anarquista de los atracadores y el hecho de que explicaran su accin como un acto

    poltico. Aunque desconocidos en Espaa, eran representativos de los bandazos del movimiento

    revolucionario italiano en los ltimos veinte aos. Lavazza haba empezado su trayectoria desde

    muy joven en el seno de las luchas obreras de los aos setenta. Como tantos otros militantes

    italianos, opt por tomar las armas formando en la organizacin Proletarios Armados por el

    Comunismo, de corte leninista y orientada a la lucha contra el sistema carcelario. Desde ah

    evolucion hacia posiciones anarquistas, sin salir ya del mbito de la clandestinidad.

    Pontolillo y Barcia eran muy activos en la franja insurreccionalista del anarquismo italiano, que se

    haba gestado en los aos ochenta. El primero tena en Italia una condena pendiente por insumisin

    al servicio militar, y el segundo estaba encausado en el marco del montaje Marini, del que

    hablaremos ms adelante. Su compromiso con el anarquismo no era por tanto reciente, y menos

    an (como afirmaron algunos con mezquindad) un rasgo de oportunismo calculado para obtener

    apoyos una vez capturados.

    Casi completamente desprovistos de contactos con el anarquismo espaol, sus voces tardaron an

    en llegar hasta el exterior de la crcel. Lo hicieron finalmente a travs de las pginas del Llar, boletn

    editado en Asturias y alejado de cualquier dogmatismo. El Llar una a su desconcertante

    maquetacin una factura mucho ms limpia que la de los fanzines fotocopiados usuales en la poca.

    Adems de ser gratuito y mantener su periodicidad con notable rigor, contaba con una distribucin

    excelente no solo en Asturias sino en toda Espaa, alcanzando a todos los sindicatos de la CNT y a

    la prctica totalidad de la constelacin antagonista: colectivos, distribuidoras, casas okupadas...

    Por todo esto el Llar fue el vehculo por excelencia de una polmica de la que la CNT no pudo salir

    peor parada. Desde el momento en que el boletn asturiano dio a conocer las posiciones anarquistas

    de los atracadores de Crdoba, se alzaron voces dentro y fuera de la CNT que exigan que el

    sindicato les apoyara. En honor a la verdad, hay que decir que una parte minoritaria pero

    significativa de militantes del sindicato estaban a favor de asumir a los expropiadores como presos

    propios -tal como se haba hecho aos antes con el preso libertario Pablo Serrano-, y de hecho

    algunos sindicatos como el de Avils llegaron a hacerlo. Estos cenetistas, sin abandonar el

    sindicato, tendieron a agruparse con compaeros procedentes del antagonismo juvenil, formando la

    primera generacin de grupos de la Cruz Negra Anarquista(CNA) en Granada, Villaverde y otros

    lugares. Su objetivo, aparte de una genrica lucha contra las crceles, era el apoyo a los presos

    anarquistas. Estos grupos fueron un curioso fenmeno de transicin ya que no partan de una

    ruptura a priori con la CNT, y de hecho se reunan en sus locales. Pero la desconfianza, cuando nola abierta hostilidad que se encontraron por parte de la organizacin, les llev pronto a

    desengaarse del cenetismo y seguir otros rumbos.

    Hechas estas excepciones, en su mayor parte la Organizacin era, ms que reticente, abiertamente

    reacia a prestar ninguna clase de cobertura a los detenidos en Crdoba. Si bien lo que subyaca era

    el miedo a la criminalizacin, la negativa no dejaba de envolverse en argumentaciones ideolgicas y

    en una condena implcita a los autores del atraco. Como hemos dicho esta polmica se desarroll

    principalmente en las pginas del Llar, con algunas intervenciones desde el peridico cnt, y se

    mantuvo an dentro de un orden a lo largo de 1997. Pero en la primera mitad de 1998 se

    producen dos hechos que van a provocar una polarizacin irreversible. El primero es el comienzo

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    La epidemia de rabia en Espaa (1996-2007)

    del juicio por el atraco en Crdoba, donde se convoca una concentracin de apoyo a los

    compaeros italianos. Unos chavales llegados de fuera, sin representar a sindicato alguno, se

    presentan con una bandera de la CNT. Los medios de comunicacin hacen hincapi en ello. La CNT

    se desvincula por completo, acto que le valdr mayores crticas an por parte de la incipiente red de

    apoyo de los expropiadores apresados.

    El segundo hecho de importancia fue el desalojo del Centro Social Autogestionadode Gijn (sede

    del Llar, entre otros colectivos) por parte de la CNT -que tena el local en usufructo como parte del

    Patrimonio Sindical Acumulado-, a la fuerza y sin previo aviso. Las pobres razones argidas por el

    sindicato no justificaban una accin as, que recordaba poderosamente a los desalojos de casas

    okupadas, y provocaron verdadera indignacin en mucha gente. Las inconfesadas razones de fondo

    eran las crticas a la CNT que Llar publicaba puntualmente, enviadas por sus lectores. Las formas

    en que se produjo el desalojo eran adems representativas del paternalismo y la superioridad con

    que se trataba desde la CNT al otro movimiento libertario, y no solamente en Gijn. Por eso, fue

    inmediata la identificacin y solidaridad de muchsima gente con el CSA.

    A partir de ese momento la polmica sube de tono aceleradamente. La tirada del Llar, que ya de por

    s era alta para una publicacin contrainformativa, no dej del aumentar a lo largo de este proceso, ylo mismo podra decirse de sus apoyos. De su ltimo nmero (septiembre de 1999) se tiraron 7.000

    ejemplares. Por las mismas fechas la tirada del peridico cntera de 3.000 ejemplares, de los cuales

    un tercio se quedaban acumulando polvo en los sindicatos, que no le daban salida. La distribucin

    capilar e informal del Llar se mostr en aquel momento crucial mucho ms amplia y eficaz que la

    de la anquilosada prensa del sindicato.

    Por la importancia que tuvo, queremos hacer algunas observaciones sobre aquella polmica, de

    muy bajo nivel por ambas partes. La CNT hubiera podido ser defendida con un argumento muy

    simple y difcilmente rebatible: que no tena ninguna obligacin de asumir a unos presos que

    pertenecan a otra corriente, por aadidura desconocida en Espaa, y que haban actuado de

    manera unilateral, con mtodos ajenos al repertorio cenetista. Algo tan obvio no se le ocurri a casi

    nadie. El paso en falso de los cenetistas que intervinieron fue pretender aclarar, sin que nadie se lo

    hubiera pedido, que los presos de Crdoba no podan ser anarquistas, porque ni sus mtodos ni sus

    puntos de vista coincidan con los de la sacrosanta Organizacin. Acostumbrados durante mucho

    tiempo a expedir certificados de pureza anarquista, no dudaron ni por un momento que ste era un

    caso ms en que podan hacerlo. No calibraron -las cabezas no daban para tanto- que la

    excomunin doctrinal del anarquismo oficial funcionaba bien cuando se empleaba contra cualquier

    ente situado a su derecha, pero que las posiciones de los italianos eran mucho ms radicales que

    las suyas, por cuanto defendan el ataque revolucionario inmediato, y encima lo ponan en prctica.

    As, los pobres inquisidores se encontraron con la rebelin abierta de un montn de gente que

    durante aos les haba aguantado las tonteras en silencio. Trastornados por este imprevisto para elcual su programacin no encontraba respuesta rpida, ya no dieron pie con bola, y no se les ocurri

    otra cosa que incurrir en condenas morales.

    El problema de fondo era que a la CNT se le estaba exigiendo, desde un entorno que la haba tenido

    como un punto de referencia, que estuviera a la altura del extremismo verbal que haba desplegado

    durante aos. Como no se estaba discutiendo sobre teoras, sino sobre hechos consumados muy

    graves que la podan salpicar mediticamente, la CNT se vio invadida por el pnico, y se puso de

    manifiesto que su radicalismo era pura verborrea, y que haba hecho de la automarginacin una

    forma de integracin en el sistema que deca combatir. Lo que se vio en las pginas del Llar a lo

    largo de muchos meses (conviene aclarar que no se haba producido el advenimiento de Internet)

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    La epidemia de rabia en Espaa (1996-2007)

    fue una reedicin de aquel cuento en que un nio, en su inocencia, seala que el emperador est

    desnudo, y ya nadie puede seguir fingiendo. Pero en este caso el nio se llamaba Michele Pontolillo,

    y su inocencia vena dada por el hecho de que, habindose formado en otro lugar, estaba libre de

    las intoxicaciones y convenciones propias del anarquismo ibrico.

    A partir del desalojo del CSA de Gijn la ruptura es ya irrevocable. El Movimiento Libertario con

    maysculas acababa de perder, en cuestin de meses, el monopolio del anarquismo que haba

    defendido celosamente durante dos dcadas. Para finales de 1998 hay dos campos perfectamente

    delimitados. Uno, el del anarquismo oficial, puesto a la defensiva con toda su inercia doctrinaria;

    otro, el de un anarquismo mucho ms radicalizado que ha cristalizado de un golpe a su izquierda, y

    que por el momento slo tiene como aglutinadores comunes su rechazo visceral al anterior y el

    apoyo a los presos de Crdoba.

    Las crisis organizativas son fieles compaeras de las encrucijadas histricas, y el anarquismo

    espaol -que ha brillado en muchos campos, pero jams en el de la teora- ha intentado siempre

    resolverlas mediante una fuga hacia adelante, por el expediente del activismo. Con esos

    antecedentes no es de extraar, vindolo en perspectiva, que prendiera a toda velocidad lo que se

    dio en llamar insurreccionalismo. Ese novedoso campo anarquista y su crtica a laburocratizacin, el dogmatismo y la inmovilidad del anarquismo oficial, ejercern en los aos

    posteriores una fortsima atraccin sobre los militantes ms jvenes de la CNT, que la irn

    abandonando en un autntico xodo generacional que prcticamente no dej un sindicato por tocar.

    Las posiciones insurreccionalistas ejercieron idntica atraccin sobre compaeros del mbito del

    antagonismo juvenil, y el peso de estas diferentes procedencias se har notar en la configuracin de

    sectores informales diferenciados, que van a caminar juntos pero no revueltos en los aos

    posteriores.

    II. El papel del insurrecionalismo

    1. La irrupcin del insurreccionalismo

    En sus cartas al Llar, los compaeros presos por el atraco de Crdoba confrontaban sus posiciones

    con las de los cenetistas que escriban al mismo boletn. Estas posiciones eran las del anarquismo

    insurreccionalista [4], que encontraban eco por primera vez en Espaa a travs de esas pginas.

    Tambin a comienzos de 1997 se edit en Barcelona el folleto de Alfredo Bonanno La tensin

    anarquista. Y eso era prcticamente todo lo que los defensores y detractores del insurreccionalismo

    en Espaa podan conocer sobre el tema en aquel momento. Eso y el ejemplo prctico de los presos

    de Crdoba, lo que ya de entrada provoc un malentendido segn el cual mucha gente crey que

    los planteamientos insurreccionalistas se limitaban a la expropiacin, o que el atraco era el mtodo

    insurreccionalista por excelencia.

    Sin embargo, no era la primera vez que se hablaba de insurreccionalismo en la pennsula. Como

    apunte curioso, diremos que incluso el peridico cnthaba publicado ocasionalmente algunos

    artculos de Bonanno que haban causado la perplejidad, cuando no el escndalo, de muchos

    lectores. El desaparecido grupo Revuelta, de Cornell, llevaba aos divulgando informaciones

    sobre el anarquismo revolucionario en Italia. En su boletn se haban publicado informaciones sobre

    el desarrollo del montaje Marini [5], ecosabotajes y luchas antidesarrollistas centradas en el TAV y

    las nucleares, y comunicados de compaeros anarquistas encarcelados como Marco Camenisch.

    Pero al priorizar las informaciones fragmentarias sobre los textos tericos, el trasfondo de estas

    cuestiones quedaba en gran medida desdibujado.

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    La epidemia de rabia en Espaa (1996-2007)

    El mismo grupo Revuelta difundi por estas tierras la convocatoria del encuentro fundacional de la

    Internacional Antiautoritaria Insurreccionalista(IAI) en 1996, al que de hecho asistieron compaeros

    de varios puntos de la pennsula. Esa convocatoria haba llegado, por ejemplo, a la FIJL cuando

    todava tena a la CNT como centro de gravedad. En aquel momento -previo a los hechos de

    Crdoba- la federacin juvenil acogi la propuesta con cierta desconfianza, debida principalmente a

    la falta de informacin. Aunque la invitacin ganaba en inters por aterrizar en medio de un

    debate sobre la creacin de una internacional anarquista juvenil (que no lleg a tomar cuerpo), se

    impuso en aquel momento el miedo a lo desconocido. Algo que debemos lamentar, puesto que

    esa toma de contacto con la experiencia italiana hubiera favorecido en Espaa una mejor

    comprensin -para lo bueno y para lo malo- del discurso insurreccionalista, as como una difusin

    del mismo no hipotecada por los hechos de Crdoba.

    Ninguno de estos intentos haba prosperado, porque las condiciones ibricas no lo permitan. El

    antagonismo juvenil no haba alcanzado el grado necesario de maduracin, y el anarquismo oficial

    de putrefaccin, como para que se produjera la ruptura en ambos frentes de todo un estrato juvenil

    libertario. Solo cuando lleg ese momento el discurso insurreccionalista tuvo una penetracin real.

    Pero esta penetracin estuvo condicionada en gran medida por circunstancias especficamente

    ibricas, que dieron lugar a enormes malentendidos sobre los que volveremos un poco msadelante.

    Llegados a este punto, hemos de hacer algunas precisiones. Lo que hemos querido llamar la

    epidemia de rabia fue un intento colectivo, pero no unitario, ni coordinado, por superar la

    impotencia y la parlisis de los medios polticos que en Espaa se pretendan anticapitalistas y

    revolucionarios. Si le hemos dado ese nombre un tanto lrico ha sido para no confundir el todo con

    la parte -ciertamente importante- que corresponde al insurreccionalismo. Esta variante del

    anarquismo, desarrollada y puesta a punto entre Italia y Grecia, tuvo una influencia muy destacada

    en el contexto de la epidemia, determinando en parte su desarrollo. Pero no fue su nico

    componente, ni basta por s solo para explicarla. La epidemia de rabia fue provocada por dinmicas

    peninsulares que hemos intentado describir en la primera parte de este escrito. La importacin

    acrtica del insurreccionalismo no fue su causa, sino su efecto.

    El insurreccionalismo no fue la nica corriente novedosa [6] que irrumpi en el campo libertario por

    la fractura abierta en torno a los hechos de Crdoba. Una vez roto el monopolio ideolgico que

    ejerca en ese campo el anarquismo oficial, a travs de la misma grieta empezaron a filtrarse

    posiciones e ideas diversas. Algunas, como el primitivismo, demostraron no ser ms que efmeras

    modas ideolgicas. Otras, como la crtica antiindustrial, han demostrado mayor solidez terica. Se

    desenterraron viejas corrientes marxistas como el consejismo, y con todo el voluntarismo del mundo

    se quiso creer que eran de rabiosa actualidad. Aunque no era as, su difusin sirvi al menos para

    debilitar el anticomunismo ancestral del anarquismo espaol: descubramos ahora un Marx muchoms cercano a nosotros, que no era ni el patriarca de la escolstica leninista ni el satans

    caricaturizado de la anarquista. En este sentido la teora situacionista, accesible por primera vez en

    espaol en su prctica totalidad gracias al esfuerzo de Literatura Gris, caus tambin un fortsimo

    impacto sobre nosotros.

    Resumiendo, a partir del 98, y durante al menos cinco aos, se barajaron muchsimas ideas a un

    ritmo vertiginoso. Como ya hemos sealado, en torno a esa fecha se produjo una mutacin general

    de todos los movimientos situados ms all de la izquierda institucional, y no solamente del

    anarquismo. Esta transformacin abri espacios de debate donde antes no los haba, y oblig a una

    puesta al da generalizada. Por eso se vio acompaada por una explosin editorial antagonista sin

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    La epidemia de rabia en Espaa (1996-2007)

    precedentes desde los aos setenta. Un fenmeno caracterstico de aquel momento

    -inmediatamente anterior a la irrupcin de Internet- fue la extensin del libelo o folleto fotocopiado

    como soporte de textos ms extensos y profundos que los que solan publicarse en los fanzines y

    boletines al uso. Desligado de la obligacin de servir de portavoz a tal o cual grupo o colectivo, el

    libelo fue un excelente vehculo de comunicacin que, por su bajsimo coste y por su facilidad de

    reproduccin, aceler enormemente la circulacin de ideas.

    As fue rescatada la memoria, terica y prctica, de muchas luchas y momentos hitricos que haban

    sido interesadamente olvidados, tergiversados o exorcizados en las tradiciones de la extrema

    izquierda espaola. Importantes lecciones de historia que nos hicieron darnos cuenta de que no

    venamos de la nada. Por otra parte, al hilo de la recuperacin de la memoria de experiencias

    armadas antiautoritarias -MIL, Comandos Autnomos, Rote Zora y un largo etctera- la violencia

    poltica dej de ser un tema tab dentro del movimiento libertario. En resumen, se pas con mucha

    rapidez de una falta absoluta de materiales e informacin a una sobreabundancia de ellos, lo que

    provoc ms de un atracn indigesto. La epidemia de rabia se nutri tambin de esos temas,

    lecturas e ideas, que estuvieron presentes en ella en mayor o menor medida.

    Queremos aclarar con esto que el tema de este artculo no es el insurreccionalismo en s, sino larecapitulacin y el balance crtico de una experiencia colectiva prolongada durante una dcada, en

    la cual tomaron parte personas que no se consideraban insurreccionalistas, y muchas ni siquiera

    anarquistas. Si hemos de precisar la relacin entre esa experiencia -que sera abusivo calificar de

    movimiento- y el insurreccionalismo, diremos que todos sus componentes terminaron girando en

    torno a cuestiones centrales planteadas por este ltimo. El insurreccionalismo no impuso todas las

    respuestas como hubiera hecho un dogma al uso, pero s plante las preguntas a las que todos

    intentbamos responder en esos aos. En este sentido hemos afirmado, en la primera parte de este

    artculo, que las ideas insurreccionalistas fueron en aquel momento punto de cita y comn

    denominador.

    Por eso, el relato que nos hemos propuesto hacer resultar ms claro si abordamos algunos

    aspectos relevantes del insurreccionalismo. Pero es necesario aclarar que ste distaba mucho de

    ser una doctrina estructurada, mxime cuando careca de instancias organizativas centrales que

    velaran por su pureza. Esto dificulta su anlisis crtico, que vamos a ensayar no obstante en base

    a algunos textos que nos parecen representativos, y sin pretender que el tema se agote en ellos.

    2. Un individualismo vanguardista?

    El insurreccionalismo vena a afirmar que el ataque revolucionario contra el capital y el Estado era

    posible por s mismo, aqu y ahora, independientemente de que la coyuntura histrica favoreciera o

    no una transformacin radical de la sociedad. Segn Bonanno, el sistema haba alcanzado un nivelde complejidad que haca imposible cualquier previsin estratgica [7], por lo que solo caba

    someterlo a un hostigamiento continuo en aquellos flancos donde a juicio de los revolucionarios se

    le causara un mayor dao o existieran ms posibilidades de extensin de la lucha.

    Una vez efectuado este descuelgue de los condicionantes histricos y sociolgicos -de manera ms

    o menos abierta segn el terico insurreccional del que se trate-, el sujeto revolucionario

    protagonista del ataque solo poda ser el propio anarquista, es decir, el individuo en lucha contra el

    sistema que le oprime. Este rebelde es designado con diversos nombres en la literatura

    insurreccional, pero constituye uno de sus referentes tericos centrales e invariables.

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    La epidemia de rabia en Espaa (1996-2007)

    As, el insurreccionalismo llevaba consigo un fuerte componente individualista. Por el contrario,

    renunciaba a designar con claridad a un sujeto colectivo susceptible de llevar adelante el ataque

    contra el sistema, ms all de vagas alusiones a los oprimidos, los explotados o los

    excluidos. La escasa estructuracin de las teoras insurreccionalistas, unida a su vaguedad,

    dejaba un amplio margen para atribuir a tal o cual figura sociolgica la misin de acabar con el

    tinglado capitalista, o cuando menos de llevar adelante un enfrentamiento a tumba abierta y sin

    componendas. As, en el caso espaol hubo quien crey que este papel correspondera a los presos

    y hubo quien quiso volver a las viejas esencias del proletariado revolucionario. Algunos desarrollos

    ms recientes han encontrado un sujeto de recambio en los excluidos que se apian en las

    periferias metropolitanas, sobre todo despus de las revueltas francesas de 2005 [8]. Nada de esto

    es suficiente, sin embargo, para compensar la base individualista de esta ideologa -plenamente

    asumida, por lo dems- ni para fundamentar una lucha colectiva, aunque no faltaron intentos en este

    sentido.

    Dentro de la concepcin insurreccionalista, la renuncia a cualquier proyeccin estratgica y la

    comprensin de la guerra social como un ajuste de cuentas estrictamente privado, otorgaban a la

    accin un valor intrnseco. Ahora bien, la accin insurreccionalista se desdoblaba en dos

    modalidades, perfectamente diferenciadas por varios autores del gremio, aunque las nombraran dediversas maneras. Las definiremos aqu como ataque difuso y radicalizacin de las luchas.

    Ambas actuaban como sucedneos de la perspectiva estratgica a la que el insurreccionalismo

    haba renunciado voluntariamente. El ataque difuso vena a ser una prctica del sabotaje desligada

    de cualquier conflicto o reivindicacin concretos. Al alcanzar a todos los aspectos de la vida, la

    dominacin ofreca mltiples flancos, en cualquiera de los cuales poda ser golpeada.

    La radicalizacin de las luchas tena ya otras connotaciones. Aqu el insurreccionalismo revelaba

    un trasfondo que solo podemos calificar de vanguardista. Para explicarlo nos vamos a permitir citar

    algunos textos, que hemos elegido como significativos dentro del mbito del pensamiento

    insurreccionalista:

    Todo objetivo especfico de lucha rene en s, pronta a estallar, la violencia de todas las relaciones

    sociales. La trivialidad de sus causas inmediatas, se sabe, es el ticket de entrada a [sic] las revueltas

    en la historia.

    Qu podra hacer un grupo de compaeros frente a situaciones similares? (...)

    [...] est bastante claro que la interrupcin de la actividad social se mantiene como un punto

    decisivo. Hacia esta parlisis de la normalidad debe dirigirse la accin subversiva, cualquiera sea la

    causa de un choque insurreccional. [...] La prctica revolucionaria estar siempre por encima [de] la

    gente. [...] son los libertarios quienes pueden, a travs de sus mtodos (la autonoma individual, laaccin directa, la conflictividad permanente), impulsarlos [a los explotados] a ir ms all del modelo

    de la reivindicacin, a negar todas las identidades sociales [...],

    Por el momento no se puede llamar precisamente "remarcable" a la capacidad de los subversivos

    de lanzar luchas sociales [...]. Queda la otra hiptesis [...], la de una intervencin autnoma en

    luchas -o en revueltas ms o menos extendidas- que nacen espontneamente. [...] Si se piensa que

    cuando los desocupados hablan de derecho al trabajo se debe actuar en esa lnea [...] entonces el

    nico lugar de la accin parece ser la calle poblada de manifestantes. (Ai ferri corti)[9]

    Abrir un abanico de posibilidades concretas hacia la destruccin del poder significa vincular la

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    La epidemia de rabia en Espaa (1996-2007)

    tensin de la insurgencia individual a todos aquellos momentos que en lo social mismo, ms all del

    operar anarquista, toman valor de expresiones de la autodeterminacin de ruptura con el orden

    impuesto. Tal vnculo, pero, excluye toda instrumentalizacin, todo vanguardismo. Los anarquistas

    do tienen nada que ensear sobre la revuelta contra el orden constituido. Asi que el vinculo que se

    da entre la tensin anarquista y las fuerzas sociales rebeldes se materializa como estimulo a la

    radicalidad de la lucha y de la rebelin, acentuando unos elementos de la autodeterminacin

    prospectando otros. (Constantino Cavalleri)[10]

    [...] habr que construir grupos de afinidad, constituidos por un nmero no muy grande de

    compaeros [...].

    Los grupos de afinidad pueden a su vez contribuir a la constitucin de ncleos de base. El objetivo

    de estas estructuras es la de sustituir, en el mbito de las luchas intermedias, a las viejas

    organizaciones sindicales de resistencia [...].

    Cada ncleo de base est constituido casi siempre por la accin propulsiva de los anarquistas

    insurreccionalistas, pero no est constituido slo por anarquistas. En su gestin asamblearia los

    anarquistas deben desarrollar al mximo su funcin propulsiva contra los objetivos del enemigo declase.

    [...]

    El campo de accin de los grupos de afinidad y de los ncleos de base est constituido por las

    luchas de masas.

    Estas luchas son casi siempre luchas intermedias, las cuales no tienen un carcter directamente e

    inmediatamente destructivo, sino que se proponen a menudo como simples reivindicaciones,

    teniendo el objetivo de recuperar ms fuerza para desarrollar mejor la lucha hacia otros objetivos.

    (Alfredo Bonanno) [11]

    Todos estos enunciados -y muchos otros que podran citarse- comparten un rasgo comn: el

    desprecio absoluto hacia la autonoma de las luchas sociales y los intereses y necesidades

    inmediatas de la gente que las impulsa, as como la voluntad claramente parasitaria de utilizar esas

    luchas como platalorma de la propia ideologa. Y es que, tal como se expresa con todo cinismo en Ai

    ferri corti, no se puede llamar precisamente "remarcable" a la capacidad de los subversivos de

    lanzar luchas sociales. Por tanto habr que lanzarse sobre aquellas que puedan surgir

    espontneamente fuera de los reducidos mbitos subversivos. Por no extendernos ms, dejamos

    al lector la tarea de desarrollar las implicaciones de estos posicionamientos.

    Bloqueado entre el ataque difuso y la radicalizacin de las luchas, el insurreccionalismo no

    contemplaba la va que hubiera resultado de mayor inters: la de una prctica del sabotaje guiada

    por consideraciones estratgicas planteadas sobre intereses colectivos, no condicionada

    necesariamente por la existencia previa de movimientos sociales, pero en todo caso atenta a su

    surgimiento y respetuosa con ellos y sus circunstancias.

    Hemos repasado brevemente las respuestas que daba el insurreccionalismo a las cuestiones de la

    prctica revolucionaria y del sujeto que habra de llevarla adelante. No podemos cerrar este breve

    resumen -que no puede agotar el tema- sin abordar su visin sobre otro problema clave: el de la

    organizacin. En primer lugar, porque las ideas insurreccionalistas sobre este punto constituan tal

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    La epidemia de rabia en Espaa (1996-2007)

    vez el aspecto de mayor inters y originalidad de esta corriente. En segundo lugar porque, en el

    caso ibrico, la crtica insurreccionalista hacia las formas de organizacin tradicionales y sus

    propuestas positivas en este terreno causaron la mayor impresin sobre nuestra generacin de

    militantes. Fueron, de hecho, lo que ms favoreci en aquel momento la difusin de este discurso.

    La propuesta organizativa del insurreccionalismo giraba en torno a la llamada organizacin

    informal. Segn sus planteamientos tericos, la organizacin informal no aspiraba a perdurar en el

    tiempo ni a conquistar ninguna clase de hegemona. Por ello, poda prescindir de siglas y de toda la

    parafernalia proselitista habitual. La organizacin informal estaba -por emplear una expresin hoy de

    moda- en construccin permanente. Naca de las relaciones de afinidad, confianza y conocimiento

    mutuo entre compaeros. Tomaba cuerpo en torno a tareas y proyectos puntuales, momentos de

    acuerdo o situaciones concretas de conflicto. En ella, la comunicacin y el acuerdo deban darse de

    manera fluida y no mediante congresos, delegaciones, reuniones peridicas, etc. La idea motriz era

    reservar ntegramente la autonoma de cada grupo e individuo, que no deba ser sacrificada en aras

    de su unificacin bajo lo que Bonanno llamaba organizacin de sntesis.

    Con todo lo que esto tiene de discutible, nos gustara destacar una serie de implicaciones positivas

    que contena este planteamiento. En primer lugar, desacralizaba de un golpe las formasorganizativas. No solo las formas organizativas concretas del anarquismo ibrico, sino las formas

    organizativas en sendo genrico, abstracto. Permita volver a pensar la organizacin como un

    medio, no como un fin en s misma. Como algo, por tanto, que poda y deba evolucionar -y llegado

    el caso, desaparecer- al comps de las transformaciones histricas y las condiciones de la lucha.

    Volva a poner los aspectos cualitativos por encima de los cuantitativos. Por todo ello, desbloqueaba

    el problema de la organizacin y lo abordaba con una flexibilidad que dentro del anarquismo ibrico

    se haba extinguido por completo. Se abran as las puertas para una experimentacin creativa con

    las formas de organizacin.

    En segundo lugar, dentro de la organizacin informal no haba lugar para el militantismo. Por decirlo

    de otro modo: no haba lugar para la alienacin con respecto a la propia militancia. La organizacin

    informal no someta al militante a la presin de unos ritmos decididos en instancias de coordinacin

    superiores; no le haca sentirse como un gusano que tena que estar a la altura de la grandeza de

    la organizacin y de su historia mitificada; permita volver a cuestionarlo todo en cualquier momento.

    La organizacin informal impeda, en resumen, la aparicin de un fetichismo de la organizacin.

    Por ltimo, el planteamiento de la organizacin informal afectaba de lleno a una cuestin que en

    nuestros medios se haba obviado por completo, como era la calidad de las relaciones humanas

    establecidas en el seno de la organizacin. Ya no era la posesin de un carnet o el sometimiento a

    unos principios, tcticas y finalidades lo que nos converta en compaeros de personas en

    realidad desconocidas. Para la organizacin informal, la relacin de solidaridad, de compaerismo,vena determinada por el conocimiento recproco, directo, por la discusin y la colaboracin prctica.

    Era por tanto una relacin concreta, y no abstracta como lo haba sido hasta entonces en muchos

    casos.

    Se trata, como hemos dicho, de implicaciones positivas que estaban contenidas, en potencia, dentro

    del concepto de organizacin informal. Por lo general, no eran desarrolladas por los textos

    insurreccionalistas, y se tradujeron ms bien en las experiencias de aquellos que intentaron plasmar

    en la prctica las formulaciones -a menudo muy vagas- de la organizacin informal.

    3. La deriva ibrica de las ideas insurreccionalistas

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    La epidemia de rabia en Espaa (1996-2007)

    En el momento de su salto a la pennsula Ibrica, el insurreccionalismo vena a ser una nebulosa de

    posiciones, maduradas colectivamente entre Italia y Grecia, en torno a las cuales haba un cierto

    consenso de los compaeros de este mbito. En Italia, ese discurso se haba desarrollado

    gradualmente desde la dcada de los setenta, dentro de la trayectoria de lucha de un sector del

    anarquismo italiano que acumulaba la experiencia de varias generaciones de compaeros. Sin ser

    ninguna cumbre del pensamiento revolucionario, lo cierto es que para los italianos el

    insurreccionalismo tena una riqueza de matices que aqu estuvimos muy lejos de apreciar. Y ello

    porque naca como formulacin terica de una experiencia previa que brindaba ciertos puntos de

    referencia, ciertos sobreentendidos, de los que aqu se careca. Los italianos tenan claro que esas

    ideas formaban parte de un proceso abierto, en curso, y por tanto estaban sujetas a debate y

    evolucin. Sin embargo en Espaa, desde el primer momento, esas ideas fueron asumidas en

    bloque como un corpus doctrinal cerrado al cual solo le restaba ser puesto en prctica: una ideologa

    ms. Este tipo de recepcin, que tuvo consecuencias muy negativas, vena determinada por dos

    factores.

    El primero de ellos fue coyuntural: el insurreccionalismo no se filtr de manera gradual a travs de

    un proceso de debate, sino que irrumpi en medio de la agria polmica derivada de los hechos de

    Crdoba, en la cual apenas hubo lugar para matices o equidistancias. El segundo factor eraestructural: el dogmatismo inherente al movimiento libertario espaol, ya fuera en su variante

    tradicionalista o en la juvenil. Toda idea novedosa era vista con desconfianza. No exista la ms

    mnima conciencia de la necesidad y el valor de la teora, lo cual no es de extraar dadas las

    tradiciones antiintelectuales del anarquismo ibrico. Rigidez dogmtica e indigencia terica

    caminaban de la mano, y eran causa y efecto de la ausencia de una tradicin de debate crtico, que

    no encontraba espacios para desarrollarse. Lo primero que aprenda cualquier militante era a

    considerar el movimiento o la organizacin como algo inmutable, eterno, incuestionable hasta

    en sus aspectos secundarios. Esta falta de flexibilidad del anarquismo ibrico, su incapacidad para

    integrar nuevos enfoques, determin tambin en parte la violencia de la ruptura.

    Esta impronta la arrastrbamos todos en mayor o menor medida, y por tanto no es de extraar que

    el insurreccionalismo quedara reducido de manera inmediata a una especie de caricatura de s

    mismo, til para levantar de la noche a la maana una identidad colectiva que se fue haciendo cada

    vez ms autorreferencial. La forma que tuvimos de acogerlo es un indicador de las limitaciones del

    anarquismo ibrico en aquellas fechas, limitaciones de las que nosotros ramos lgicamente

    portadores y repetidores. Entre tanta confusin, no servan precisamente de ayuda las psimas

    traducciones de los textos italianos (algunos de los cuales eran farragosos ya de por s), ni el hecho

    de que nos llegaran con el orden cronolgico completamente alterado, dificultando an ms la

    comprensin de las experiencias de lucha de las cuales procedan.

    Para iniciar la crtica del insurreccionalismo ibrico nos servir una de las pocas aportacioneslocales destacables que se produjeron. Se trata del texto 31 tesis insurreccionalistas. Cuestiones de

    organizacin, firmado por el Colectivo Naday publicado a comienzos de 2001. Este texto tuvo su

    papel en la extensin de la epidemia de rabia hacia los militantes desencantados del anarquismo

    oficial. Lo que queremos abordar ahora no es tanto lo que se deca en l, como aquello que se

    obviaba. Y lo que se obviaba era la represin: la lgica y previsible respuesta del Estado a la puesta

    en prctica de todo lo que el texto defenda en trminos abstractos. Lo que caba esperar del Estado

    una vez que se pasara al ataque y el enfrentamiento continuado era ventilado de manera ritual

    en un prrafo de cuatro lneas, dentro de un texto de dieciocho pginas:

    La organizacin informal tiene la necesidad de dotarse de medios materiales para combatir la

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    La epidemia de rabia en Espaa (1996-2007)

    represin. La solidaridad con los [represaliados] ha de ser una constante prioritaria puesto que es la

    nica defensa del revolucionario. La solidaridad con los compaeros represaliados no puede

    quedarse en una pose o una actividad circunstancial (tesis nmero XX).

    Y eso era todo. Este olvido, o mejor dicho, esta ingenuidad aterradora en un momento en que ya se

    haban recibido severos golpes, no fue una falta particular de los autores de las 31 tesis. Estaba ms

    bien generalizada, y el que se reflejara en ese texto era puramente sintomtico del grado de

    inconsciencia colectiva: se parta sin ninguna consideracin previa del hipottico alcance de la

    represin, una vez que determinadas ideas fueran llevadas a la prctica. De ah se derivaron

    innumerables imprudencias, faltas continuas de seguridad y discrecin, acciones chapuceras y

    temerarias. Si los italianos tuvieron su montaje Marini, con el cual se intent acabar con ellos de

    un solo golpe ejemplar, aqu hubo una cadena de golpes represivos que detallaremos ms adelante.

    La historia de la epidemia de rabia puede verse, de hecho, como una secuencia de cadas de

    compaeros, cada una de las cuales jalona una etapa. La represin, con la que apenas se contaba,

    termin convirtindose en factor determinante de todo el proceso.

    Las 31 tesis no eran en realidad ms que un castillo en el aire, por cuanto lo fiaban todo a la

    aparicin de unos hipotticos movimientos sociales autnomos sumamente radicales que nollegamos a ver en parte alguna (excepto quiz en las prisiones). Pero por lo menos las 31 tesis

    expresaban sus aspiraciones en trminos de lucha colectiva, algo que con el tiempo se fue haciendo

    cada vez menos frecuente.

    Y es que tras los momentos de entusiasmo inicial, comenz a hacerse patente que la extensin de

    la lucha no iba a producirse con tanta facilidad como se haba esperado. Una cierta frustracin se

    extendi cuando, tras el climax de Gnova y la ejecucin televisada de Carlo Giuliani, decay el

    turismo antiglobalizador y sus elementos ms moderados lograron contener a los bloques negros. El

    espectculo de la revuelta ya no daba ms de s. El final del ciclo de luchas carcelarias de

    1999-2002 tambin contribuy poderosamente a este sentimiento. Entonces se empez a echar

    mano del individuo en lucha, el rebelde social que como figura retrica haba estado agazapado

    desde el primer momento, y que empez ahora a levantar cabeza, cobrando un protagonismo

    creciente por encima de los sujetos colectivos adormecidos.

    No sabemos en Italia, pero en el caso espaol el rebelde del ideal insurreccionalista era un hroe

    trgico. Su herosmo resida en el esfuerzo continuado por liberarse de cualquier adherencia

    sistmica. Su tragedia derivaba de las consecuencias prcticas y directas de semejante

    compromiso, y de una relacin de fuerzas tan dispar que no dejaba lugar a esperanza alguna. El

    sistema era una sombra que golpear, el pretexto que pona en marcha la personal odisea del

    individuo en lucha. De ah que tantos escritos nacidos de esta corriente, hasta hoy mismo, estn

    plagados de imperativas exhortaciones a la accin, a la ruptura violenta de las rutinas cotidianas, ala coherencia, a la autosuperacin para escapar del rebao, a vencer el miedo, etctera.

    Este individuo en lucha, carente de orientacin estratgica y de puntos de referencia colectivos,

    estaba obligado a buscar las motivaciones de su rebelin en su propio interior. As se inici un

    significativo deslizamiento existencialista, claramente apreciable en muchos textos y panfletos, y en

    particular en los de aquellos que siguieron la estela de la Federacin Ibrica de Juventudes

    Libertarias. La rabiosa retrica habitual de textos, comunicados y panfletos comenz a llenarse de

    una lrica subjetivista de la peor especie. Se citaba indiscriminadamente, y casi siempre de segunda

    mano, a cualquier autor con aureola de maldito. Pero se recurra sobre todo a lo peor de la

    Internacional Situacionista, esto es, al misticismo hedonista de Vaneigem. El libro (?) Afilando

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    La epidemia de rabia en Espaa (1996-2007)

    nuestras vidas, editado por la FIJL en 2003 resulta un buen testimonio de este estado de confusin

    mental colectivo, yuxtaposicin de muchas confusiones individuales. El siguiente paso lgico era la

    apologa del nihilismo, de la irracionalidad y hasta del suicidio, expresada por publicaciones cada

    vez ms ilegibles y autorreferenciales.

    Por otra parte, aunque en los textos ms elaborados del insurreccionalismo se haba puesto buen

    cuidado en matizar que accin no significaba necesariamente accin violenta o ilegal, lo cierto es

    que su apologa de la accin en s y para s condujo directamente a un fetichismo de la violencia que

    valoraba la accin ilegal por encima de cualquier otra. Este fetichismo se haca claramente visible en

    las ilustraciones de los diversos boletines, plagadas de molotovs y de armas de fuego. Fetichismo

    tanto ms triste por cuanto el nivel de violencia realmente ejercido nunca estuvo a la altura de los

    llamamientos retricos a una violencia cataclsmica, desaforada, total, que hara tabla rasa con todo

    y no dejara ttere con cabeza. [12]

    As, cuando se empez a practicar de manera sistemtica el ataque difuso, se crea sinceramente

    que estas acciones se explicaban por s mismas y tenderan a extenderse cada vez ms. La masa

    annima estaba en realidad llena de saboteadores potenciales, hartos de la alienacin cotidiana,

    que seguiran el ejemplo y lo llevaran cada vez ms lejos. Nada de esto ocurri, y el ataquedifuso fue degenerando progresivamente en simple manifestacin de rabia en el mejor de los

    casos, vandalismo desorientado, rito de identificacin grupal o pasatiempo beodo en el peor. La

    cantidad de destrozos, eso s, fue ingente, de lo cual dan fe las numerosas cronologas de

    acciones que se publicaban en boletines diversos, hasta que alguien cay en la cuenta de que la

    polica tambin las lea con inters. En cuanto a la insercin en luchas sociales reales de militantes

    fuertemente ideologizados bajo la influencia insurreccionalista, fue problemtica y en ocasiones

    hasta negativa. En ello influa el desprecio de estos militantes hacia cualquier clase de reivindicacin

    parcial, as como el vanguardismo intrnseco a la ideologa insurreccionalista, que ya abordamos

    ms arriba. La principal excepcin a esta norma fueron las luchas carcelarias iniciadas en 1999, de

    las cuales hablaremos ms adelante.

    Dentro de esta psima adaptacin espaola del discurso insurreccionalista, la nocin de

    organizacin informal se vio en algn momento reemplazada por la de informalidad

    organizativa, que inverta significativamente los trminos trocando sustantivo y adjetivo. El acento

    pasaba de estar en la organizacin a estar en la informalidad, con las consecuencias que es fcil

    imaginar. Hablar de organizacin se fue haciendo cada vez ms difcil. Creemos que influy en ello

    el condicionamiento de tantos militantes que haban crecido oyendo nombrar a la CNT no como una

    organizacin, sino como La Organizacin. Las palabras son importantes y, despus de la ruptura, en

    muchos mbitos el asco hacia los ritos y los mitos del anarquismo oficial se hizo extensivo a la

    nocin misma de organizacin. Y junto con esa nocin se fueron devaluando otras que la

    acompaan como las de comunicacin, abnegacin, compromiso, responsabilidad, esfuerzo ytrabajo en pos de los objetivos libremente elegidos. En ello tuvo tambin su papel la deriva

    existencialista que ya hemos mencionado, y ms concretamente el discurso del placer -ensimo

    refrito de Vaneigem- segn el cual las cosas se hacan por gusto, o no se hacan: en eso lleg a

    derivar la crtica de la alienacin de la militancia. Los discursos antiorganizativos, en fin, hicieron

    mella en unas redes ya maltrechas, acelerando la atomizacin y el aislamiento.

    La informalidad, por lo dems, se haca extensiva a la vida cotidiana. Queriendo huir de la

    explotacin laboral, y ms genricamente del rebao apacentado por el sistema, se caa en

    formas de vida extremadamente precarias y tribales, de las cuales se haca luego la correspondiente

    apologa. As se pasaba de la crtica de la precariedad a la exaltacin del precarismo. Todo ello sola

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    La epidemia de rabia en Espaa (1996-2007)

    venir acompaado de la correspondiente parafernalia esttica, con lo cual la informalidad iba

    tomando claramente la forma de crculos cerrados cada vez ms aislados y estrechos.

    En general, cada enunciado del insurreccionalismo tuvo una traduccin grotesca en suelo ibrico, o

    al menos esa es la percepcin colectiva que ha quedado. Muchos compaeros definen este

    fenmeno con una curiosa expresin: la informalidad mal entendida. Esta expresin ha hecho

    fortuna sin que se haya reflexionado acerca de ella. Presupone ante todo que exista una

    informalidad bien entendida, que no obstante nunca es definida con precisin por nadie, y mucho

    menos puesta en prctica y socializada de inmediato, cuando han sobrado aos para ello. Y es que

    no hay informalidad que valga, ni bien ni mal entendida: esta nocin se acu para huir de aquella

    otra de organizacin. Por otra parte, si las cosas fueron mal entendidas, se deduce que el

    problema estuvo en nosotros y nuestras circunstancias, y no en los planteamientos

    insurreccionalistas tal como nos llegaron de Italia, los cuales ni siquiera a fecha de hoy seran

    criticables. Nosotros afirmamos, por el contrario, que una buena parte de los tropiezos posteriores

    estaban inscritos en la debilidad de esos planteamientos tericos: en su incapacidad para el anlisis

    de la realidad en que nos movamos, cuando no en el desprecio de la misma; en su raz

    individualista; en su vanguardismo mal disimulado; en su deliberada vaguedad; en su falta de

    articulacin y de rigor. Que en el contexto italiano -por lo dems tan idealizado- estas ideas dieranms de s, se debe precisamente a eso: al contexto. Un contexto ms rico, ms amplio, con

    continuidades generacionales que aqu han faltado, con una mayor sedimentacin de luchas, de

    experiencias, etctera. Esas ideas no valan demasiado en abstracto, en estado puro, y fue

    precisamente as como las recibimos, completamente disociadas de las experiencias que les haban

    dado sentido.

    Ahora bien, no dejaremos que todo quede sepultado bajo un manto de negatividad. Las ideas

    insurreccionalistas jugaron un papel positivo, y nunca nos cansaremos de decirlo. No se

    equivocaban los que entonces las abrazaron y difundieron: rompieron muchos bloqueos que nos

    asfixiaban, y pusieron un hierro al rojo sobre el adormilado anarquismo oficial. Lo errneo sera

    persistir hoy en posiciones que han sido agotadas en la prctica, que no dan ms de s. Y, con todo,

    el insurreccionalismo enunciaba ciertas verdades que hoy nos parecen avances sin vuelta atrs.

    Avances que no son suficientes por s solos, pero s necesarios para ir construyendo otras cosas.

    Entre stos, ya hemos mencionado la comprensin dinmica de la organizacin y el rechazo de la

    alienacin militantista. Quisiramos aadir ahora la idea de que en las condiciones actuales una

    prctica anticapitalista y subversiva no puede quedar anclada en la espera de las masas, de la

    adhesin de sectores amplios de poblacin, ni fiar a sta todas sus perspectivas de futuro.

    Publicacin Resquicios, nmeros 4 y 5, 2007-08.

    [Notas]

    1. Segn una estadstica interna realizada con posterioridad al VIII Congreso.

    2. Citaremos solo algunas: pactos previos a los comicios sobre los acuerdos que deben salir;

    constitucin de sindicatos fantasma (sin el nmero mnimo necesario de afiliados) o exageracin del

    nmero de afiliados para acudir a los plenos y congresos con mayor nmero de votos; redes

    burocrticas que funcionan a golpe de telfono; copamiento de comits con el subsiguiente control

    de los flujos de informacin; enrpleo sistemtico de la calumnia contra el disidente de turno, y muy

    especialmente de la acusacin de infiltrado; y un largo etctera. Uno de los dogmas de la

    ideologa cenetista es que la estructura es perfectamente horizontal y democrtica y no existen

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    La epidemia de rabia en Espaa (1996-2007)

    jerarquas. Este dogma de fe no altera por s solo la realidad de los hechos: que desde los comits

    se disfruta de un relativo control de la organizacin; que se ha generado un cuerpo de expertos

    que son los que suelen acudir a los plenos y plenarias y son, de hecho, los que gobiernan la

    organizacin. Como no se admite ni siquiera la posibilidad de la existencia de una jerarqua, esta

    jerarqua se camufla, se hace informal, y por tanto resulta an ms difcil de controlar que las de

    muchas organizaciones autoritarias, que suelen contar con mecanismos formales para limitar el

    poder de la direccin.

    3. En tanto que organizacin hermana, la CNT acoga a la FIJL en sus locales.

    4. El mismo trmino insurreccionalismo es problemtico pues, si bien muchos lo rechazaron como

    una etiqueta espectacular o una nueva forma de encasillamiento, otros lo asumieron sin mayores

    complicaciones. Para favorecer una exposicin ms clara, hemos decidido emplearlo aqu sin

    demasiados complejos. (N. de los A.)

    5. El montaje Marini, desarrollado entre 1994 y 2004, fue la principal operacin policaco-judicial

    por la que se intent liquidar en Italia a la franja anarquista ms combativa. Toma su nombre del

    fiscal Marini, que, con la intencin de poner a los compaeros bajo el signo de un terrorismoespectacular al que son ajenos y poder as castigarlos con mayor dureza, se invent una fantasmal

    organizacin terrorista centralizada y jerarquizada, a la que bautiz ORAI (Organizacin

    Revolucionaria Anarquista Insurreccionalista). Sobre Alfredo Bonanno, por ejemplo, recay la

    acusacin de ser el dirigente de la inexistente organizacin. Como resultado del proceso, varios

    compaeros permanecen encarcelados a fecha de hoy. Aparte de varios folletos que vieron la luz

    desde 1997, una buena recopilacin de materiales en castellano sobre el montaje Marini est

    incluida en No podris pararnos. La lucha anarquista revolucionaria en Italia,

    Klinamen/Conspiracin. 2005. (N. de los A.)

    6. Si bien para nosotros supuso indudablemente una novedad, hay que sealar que el

    insurreccionalismo no haca sino volver a reunir elementos presentes desde mucho tiempo atrs en

    la tradicin anarquista. En el caso del anarquismo espaol esos elementos -el individualismo, el

    ilegalismo, la informalidad, etc.- haban quedado en segundo plano por la pujanza histrica de su

    organizacin sindical, a la cual quedaron tambin subordinados en cierta medida. Pero no por ello

    podra decirse que hubieran estado completamente ausentes: simplemente haban sido soslayados

    por la historiografa, acadmica o anarquista. (N. de los A.)

    7. Vase al respecto su escrito Nueva "vuelta de tuerca" del capitalismo, incluido en la

    mencionada recopilacin No podris pararnos. Sin embargo, en su texto introductorio para el

    encuentro de la Internacional Antiautoritaria Insurreccionalista, Bonanno introduca a modo de

    perspectiva estratgica la idea de que los pases del mbito mediterrneo seran en los aosvenideros los ms propensos a estallidos insurreccionales. Previsin que, ms de diez aos

    despus de ser formulada, no parece tener visos de realizacin. (N. de los A.)

    8. Dos textos representativos de esta tendencia son Los malos tiempos ardern, del Grupo

    Surrealista de Madridy otros colectivos, y Brbaros. La insurgencia desordenada, firmado por Crisso

    y Odoteo y publicado por la Biblioteca Social Hermanos Queroen 2006. Ambos fueron objeto de

    anlisis crtico en el primer y segundo nmero de Resquiciosrespectivamente. (N. de los A.)

    9. Ai ferri corti/Etziok bueltarik. Romper con esta realidad, sus defensores y sus falsos crticos,

    Muturreko Burutazioak, 2001, pgs. 42-46.

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