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La Escuela del Futuro

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Prever lo que será la escuela del mañana es un reto y una responsabilidad que a todos nos compromete. Y es que en un mundo como el nuestro, en constante transformación, el futuro está dejando de ser una posibilidad del mañana sino que es, más bien, una realidad...

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La investigación reportada aquí fue patrocinada por la Universidad Regiomontana, A.C.

La Universidad Regiomontana es una Asociación Civil que no persigue fines de lucro, que promueve la formación integral del ser humano en las diferentes etapas de su vida, poniendo a su alcance una educación y

capacitación de alta calidad para que llegue a ser y permanezca como un líder competitivo y un actor socialmente responsable.

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2009 Publicado por la Universidad Regiomontana

Rayón 480 Sur, Centro, 64000, Monterrey, N.L., México URL:http://www.ur.mx

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La escuela del futuro

Mario Luis Pacheco Filella rever lo que será la escuela del mañana es un reto y una responsabilidad que a todos nos compromete. Y es que en un mundo como el nuestro, en constante transformación, el futuro está dejando de ser una posibilidad del mañana sino que es,

más bien, una realidad que ya desde ahora se está construyendo, que depende, en gran medida, del trabajo de nuestras manos y, especialmente, de la visión educativa. En este sentido es importante resaltar que, al referirnos a nuestro país, esta realidad adquiere una doble dimensión: En primer lugar, existen retos en nuestro sistema educativo que exigen acelerar el paso para aproximarnos a la calidad de la educación que ya está comenzando a ser práctica en algunas escuelas de nuestra nación y, ciertamente, en otros países. En segundo lugar, hay que emprender este camino de superación con un espíritu de innovación y creatividad jamás antes imaginada, para que nuestro país no sólo esté a la altura de los mejores sistemas en el mundo sino que inclusive llegue a alcanzar el liderazgo. Por todo ello, si deseamos contemplar la escuela del futuro, necesariamente tenemos que considerar cómo se están preparando ya los maestros y las escuelas comprometidas para este cambio tan necesario como trascendental. Un primer aspecto, quizá el de mayor relevancia, es la redefinición de la vocación del maestro: Los mayores y más prometedores esfuerzos de cambio- una auténtica reforma educativa- se orientan a reconoce el valor de los conocimientos y experiencia de los maestros, y a garantizarles una voz mediante la cual puedan contribuir a guiar el camino hacia el logro de mejores escuelas. Consideremos, por tanto, una escuela en la que el proceso de enseñanza-aprendizaje ya no consistirá, primordialmente, en "dar clases", en hablarle a estudiantes sentados en escritorios o pupitres desde los que ordenadamente cumplirán con su deber escuchando y escribiendo; sino, que cada día, la escuela le ofrecerá a cada alumno una experiencia enriquecedora, interactiva y única en la que predominen la integración de habilidades de pensamiento, el acceso a fuentes de información más amplias, variadas, e interdisciplinarias, los proyectos colaborativos y el diálogo académico entre profesores y alumnos, de alumnos entre sí, y entre colegas maestros tanto hacia adentro de la escuela como hacia otras instituciones educativas. Imaginemos, también, un entorno educativo que ya no estará reducido a las cuatro paredes del salón de clase, sino que se extenderá hacia el hogar, hacia la comunidad, y hacia el mundo entero, de tal modo que cada elemento de la sociedad asuma un papel eminentemente activo tanto en la toma de decisiones que involucran al sector educativo como al soporte financiero, valoral, y de servicios extensivos a las diversas regiones geográficas. Todo ello conforme a los requisitos de una real aldea global. Esto, que parece obra de la imaginación, no es, sin embargo, sino tomar conciencia de lo que actualmente está sucediendo en muchos planteles educativos, en los que se trabaja con la convicción de que la información ya no se encuentra únicamente en las palabras de una lección oral, o en los libros, sino que está accesible de mil maneras adicionales. Es

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reconocer que los estudiantes no son consumidores de datos, sino activos creadores de conocimientos. Es comprender que las escuelas no deben ser espacios de enseñanza sino centros de investigación y aprendizaje como forma de vida. Pero, sobre todo, es valorar que cualquier esfuerzo de cambio que se aprecie a sí mismo debe enfatizar que la vocación magisterial es una de las profesiones más respetadas, algo absolutamente vital para la calidad económica, social, y cultural de una nación. Por eso, hoy, esta dramática transformación comienza a multiplicarse inspirada por una revolución universal de los conocimientos, por la cada vez mayor innovación tecnológica para el aprendizaje, y por la generalizada demanda de una mejor y más equitativa educación; todo lo cual está ocasionando una todavía lenta pero irreversible reestructuración de las escuelas. Y en esta gran tarea son, literalmente, miles los maestros que en diversas partes del mundo ya están revisando cada aspecto de su labor: su relación con los alumnos, colegas y comunidades; las metodologías y técnicas que utilizan; los derechos y responsabilidades del magisterio; la forma y el contenido del curriculum; la integración y contribución de las nuevas tecnologías; los estándares y criterios de evaluación; las características de su formación como maestros y las perspectivas de desarrollo profesional así como la organización misma de las escuelas en que trabajan. En pocas palabras, los maestros están creando otra vez su propio rostro y el de su vocación, para mejor servir a las escuelas y a sus alumnos. Un segundo aspecto, intensamente unido al anterior en este caminar hacia la escuela del futuro, lo constituye el establecimiento de nuevas relaciones y prácticas: Tradicionalmente, educar ha sido una mezcla de distribución de información, cuidado del bienestar de los estudiantes, y diferenciación entre buenos o malos alumnos. En este sentido, detrás de la escuela se había infiltrado, como modelo, el esquema de la escuela como una especie de fábrica de educación en la que maestros y directores, inspectores, y administradores percibían un salario por hora o por días, y a quienes se les indicaba qué, cuándo, y cómo enseñar, siguiendo programas que con frecuencia no les convencían y en cuyo diseño tampoco habían participado. Se esperaba, además, que educaran a los estudiantes con estándares únicos, y que no se sintieran responsables ante las fallas del sistema educativo. De modo semejante, se establecía que los maestros utilizaran los mismos métodos de generaciones pasadas, y cualquier desviación de estas prácticas era desalentada por las autoridades o prohibida por un sinnúmero de leyes y regulaciones educativas. Así, pues, muchos maestros, ante estas situaciones, sencillamente se fueron replegando al frente de su salón de clases; para repetir una y otra vez las mismas lecciones, año con año, hasta que se desalentaron por la impotencia de cambiar lo que necesitaba ser cambiado. Sin embargo, hoy -si realmente queremos otro tipo de escuela- debemos unirnos a todos esos maestros que, al contrario del pasado y aun del presente que todavía vivimos, están siendo invitados a adaptar y adoptar nuevas prácticas que le devuelvan su legítimo valer al arte y a la ciencia de aprender. Porque estos maestros, auténticos constructores del futuro, están surgiendo de los rincones más insospechados para hacer ver que la esencia de la educación es la estrecha relación que existe entre un maestro -reconocido por sus conocimientos y experiencia- y un alumno seguro de sí mismo y motivado.

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Estos maestros son, también, quienes saben que su función más importante es conocer a cada alumno como individuo, para poder así comprender sus necesidades personales y únicas, su estilo de aprendizaje, su herencia social y cultural, sus intereses y habilidades; todo lo cual implica el compromiso, inclusive, de involucrarse con los alumnos de lento aprendizaje, los de educación especial, los discapacitados, y los que han sido rechazados o desalentados por otras escuelas. Y esto debe ser así, porque los maestros que miran al futuro están dejando de ser los especialistas de una materia o grado escolar, para convertirse en personas que inspiran y contribuyen a acrecentar el amor al aprendizaje. Además, en la práctica, esta nueva relación y enfoque entre maestros y estudiantes está cambiando el concepto de instrucción; porque, al orientarse a cómo aprenden los alumnos y cuáles son sus expectativas, los maestros están abandonando el ser quienes únicamente deciden qué es lo mejor para sus alumnos, para asumir un papel mucho más activo como guías de la educación, facilitadores, y hasta compañeros de aula que también aprenden de sus estudiantes. En este sentido, los maestros más respetados están siendo aquellos que han descubierto cómo lograr que sus alumnos sean participantes apasionados en el proceso de enseñanza-aprendizaje, los que se orientan más a proyectos que a materias de clase, los que consideran que su trabajo fundamental es asistir a los estudiantes para crecer y madurar, ayudándoles a integrarse como personas sociales, emocionales, e intelectuales. Y son estos maestros, también, quienes están logrando unir dimensiones que han sido tan descuidadas como la capacidad de investigar y explorar, de decidir con libertad, de apreciar el valor de contribuir a una mejor sociedad. Ciertamente, estos son los maestros que necesitamos. Y el sistema educativo mismo debe ser tan revolucionario como ellos; porque es preciso que nuestros maestros se formen para intervenir en esta aventura educativa en la que los alumnos verdaderamente asuman la responsabilidad de su propia educación, en la que los programas de estudio se relacionen con la vida, en la que las actividades de aprendizaje respondan al espíritu de curiosidad, en la que las evaluaciones vayan mucho más allá de la fiel repetición de sucesos, datos, y eventos para, más bien, medir los auténticos logros del aprendizaje a través de la negociación de los parámetros de evaluación con los mismos estudiantes. Quizá parezca inusitado, pero sobran ejemplos de escuelas que están basando su éxito en el hecho de que los alumnos se esfuerzan más y aprenden mejor cuando se les involucra para determinar la forma y el contenido de su curriculum, cuando se les ayuda a crear su plan de estudios, cuando se les apoya para decidir la manera en que serán evaluados de común acuerdo con sus maestros. De esta manera, el resultado de este proceso está siendo la construcción de experiencias educativas de alto significado para los alumnos, porque el maestro participa con cada uno de ellos en la creación y extensión de nueva sabiduría, valores, y formación integral. Un tercer aspecto de este cambio es la optimización de nuevas tecnologías. El antiguo modelo de instrucción se apoyaba en la escasez de información: maestros y libros eran el centro de distribución de conocimientos en medio de poblaciones escolares con pocos recursos educativos. Sin embargo, el mundo de hoy, y todavía más el por venir, ofrece amplias vías de información a través de un sinnúmero de medios impresos y electrónicos. Por ello, el maestro ya no será el camino principal de la información, sino el imprescindible tutor que muestre a sus alumnos cómo aprovechar estos medios. Y a él le corresponde, también, propiciar en sus estudiantes la capacidad de pensar con espíritu crítico, de resolver

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problemas, de expresar juicios bien fundamentados, de crear conocimientos, arte, y cultura como un proceso en crecimiento pero, principalmente, como una actitud permanente que jamás termina. Para lograr lo anterior, es preciso abandonar el concepto de “medios de apoyo” al sistema educativo (computadoras, multimedia, radio, televisión vía satélite, etc. en el aula o mediante procesos de educación a distancia presencial o virtual.), para investigar, diseñar e integrar verdaderos sistemas que contribuyan a elevar la calidad de la educación así como la extensión de oportunidades educativas, de manera sistemática, programada, y evaluada, elementos todos que, al menos en nuestro país, han sido tradicionalmente descuidados. Es importante resaltar que ningún esfuerzo de transformación educativa tendrá genuinas posibilidades de éxito sin la adecuada optimización de los recursos que ofrece la tecnología educativa. Finalmente, y ante la imposibilidad de abarcar muchos de los aspectos de la educación en el futuro en tan breve espacio, es necesario enfatizar que los cambios en la relación maestro-alumnos necesariamente traerán consigo transformaciones en la estructura tradicional de la escuela. Aunque la norma vigente sigue siendo la práctica de aislar en un salón a un maestro y a sus alumnos durante todo el año, o cambiar de maestro y de salón cada hora o par de horas cada día, cada vez es mayor el número de escuelas que están cambiando con la finalidad de darle a los maestros el tiempo y el espacio necesarios. De esta manera, los períodos de instrucción, los horarios escolares, y hasta los días de clases, están siendo revisados para hacerlos más flexibles, de tal manera que se eviten los condensados arbitrarios de minutos y actividades basados en tiempos estandarizados. A la vez, más allá de la inflexibilidad tradicional que agrupa a los alumnos por edades, muchas escuelas están integrando ya a estudiantes de diversas edades o niveles con maestros que los acompañan en el proceso de enseñanza aprendizaje durante varios años. De modo semejante, una de las más relevantes innovaciones en la organización de la actividad magisterial es la integración de equipos de maestros en los que dos o más educadores comparten la responsabilidad de un grupo de estudiantes. Esto significa que un solo maestro ya no tiene que serlo todo para todos los alumnos, sino que un equipo multidisciplinario comparte las responsabilidades de la formación integral adentro del salón de clase, e inclusive afuera del salón y más allá de las fronteras de la escuela o de la comunidad a que se pertenece. Además, este maestro del futuro, que ya recorre con éxito los corredores de algunas escuelas, también está participando en aquellas cuestiones de tipo administrativo que se relacionan con el aprendizaje, y ha emprendido verdaderos retos de investigación sobre el sistema escolar en todas sus dimensiones. Por otra parte, son cada vez más los maestros que dedican gran parte de su trabajo a la formación del nuevo magisterio, para garantizar que las recientes generaciones se vayan preparando ante las crecientes exigencias de la escuela del futuro. Y, al mismo tiempo, colaboran con los padres de familia, las fuentes de empleo, los intelectuales, y la comunidad social en general, para establecer criterios de evaluación de conocimientos, habilidades, y valores esperados para las diversas generaciones de alumnos. Estos son tan sólo algunos aspectos del cambio que ya está llegando, y son también promesa y compromiso de lo que vendrá. De nosotros depende la construcción de ese rostro nuevo de la educación y definir cuáles serán sus rasgos, conscientes de que

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volver a crear la vocación del maestro, de los directores de escuela, de los supervisores, y de cada persona relacionada con la educación es, sin lugar a duda, una tarea enorme. Y magnífica. De ella depende la razón de ser de muchas vidas que nos han sido confiadas casi incondicionalmente. Por todo ello, aunque las raíces de esta transformación ya existen en el fundamento de nuestras escuelas, es preciso alimentarlas y dejar que se multipliquen hasta que lleguen a ser árbol, fruto, y cosecha. Y a nosotros, administradores de la educación, padres de familia, generadores de empleos, y comunidad social, nos corresponde revisar nuestro trabajo para darle a los maestros el soporte, la libertad, y la confianza que tanto necesitan para realizar esa maravillosa vocación de educar a nuestros hijos.

Autor: Dr. Mario Luis Pacheco Filella Investigador y Jefe de Investigación y Vinculación con Posgrado

Universidad Regiomontana

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