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La eterna pasión

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Page 1: La eterna pasión

La eterna pasión

Por: Aldo Ardines

San Antonio era un pequeño pueblo, de calles adoquinadas y casas con fachadas

coloniales, que descansaban en un inmenso valle rodeado de altas montañas, de

espesos bosques y de un río que ladeaban las cosechas de los campesinos. Cada

otoño, la parroquia organizaba las fiestas patronales del lugar, propicias para

reunir a las familias. Las personas que venían de la capital eran esperadas con

alegría por sus seres queridos.

Camino al pueblo, como a cuatro kilómetros, viajaba Diego, un poeta alto,

delgado,piel pálida y elegante. Él deseaba con pasión llegar a San Antonio, en su

rostro se apreciaba la desesperación por ir a ver a sus padres, tenía casi diez años

de no compartir con ellos. Cuando llegó al cruce se fijó que todavía estaba de pie la

Ceiba, único testigo de su primeramor. De pronto, recordó el semblante de la

chavala, una hermosa adolescente de cabello crespo, sonrisa alegre, ojos “gatos”,

nariz perfilada, recia y piel clara. En ese mismo árbol,ellos decidieron trazar su

pacto de amor y con sus labios lo sellaron.

Diego se preguntaba qué sería de su vida. Desde que sus padres lo enviaron a

estudiar fuera del país, perdió toda comunicación con ella. Sin embargo, esta

campesina, llamada María Guadalupe, ahora era una bella mujer; su piel había

tomado una tonalidad más canelita, y su cabelloalisado, le daba el toque perfecto a

su dulce rostro.

En la entrada del pueblo, a Diego le llamó la atención una mujer que cabalgaba,

llevaba un lindo sombrero de vaquero, unas botas negras y una chamarra roja, que

advertía peligro. Cuando él la miró a la cara, reconoció a Guadalupe. Su corazón

empezó a latir rápido, y el nudo en la garganta no le permitía decir nada. La mirada

insistente de él hacia ella hizo que se asustara; por eso, apresuró el paso del caballo,

pero él se atrevió y la saludo:

—Guadalupe,¿cómo te va?

Ella reconoció la voz de Diego, se bajó del caballo, lo fue a abrazar y le dijo:

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—Sabía que te volvería a ver. Te lo prometí y lo he cumplido, me he conservado

para ti.

Él, con una sonrisa, contestó:

—Yo también, pero ahora lo único que quiero es contarte cómo cae el sol.

Sus miradas fijas, penetraron lo profundo de sus corazones, sus prioridades

desaparecieron, en ese momento sólo existían ellos. Dejaron el caballo y el carro en

la entrada del pueblo y se fueron caminando hacia la Ceiba, para leer su pacto de

amor.Se sentaron por horas a platicar, la tarde caía y él, le expresaba los poemas

donde ella era la inspiración. La noche había llegado, la luna empezó a salir, pero

para ellos el tiempo se detuvo. Solo se miraban con pasión, hasta que se tomaron

de las manos para jurar nuevamente por su amor, y se dijeron:

—Hasta que la muerte nos separe.

Se besaron, él con sus dedos, acariciaba primero el cabello alisado de ella, después

pasaba sutilmente su labio, por la nariz y el cuello de Guadalupe hasta llegar a sus

tiernos senos. María con sus delicadas manos palpaba con cuidado la figura frágil

de Diego y siguieron… Esa noche, la Ceiba era testigo de la fidelidad de su amor,

pero la luna de su pasión.

Al día siguiente, despertaron juntos, se sentíanAdán y Eva en el paraíso; la alegría,

la paz y el amor reinaban en sus corazones. Se prometieron amarse para toda la

vida, decidieron contárselo a sus familias cuando regresaran. Camino a casa, a

Diego le empezó a faltar el aire, se agarraba el pecho, su piel pálida cambióa

morada, pero calló, no quería dañar el momento.En la entrada del pueblo se

despidieron, se besaron, ella tomó su caballo y él su carro y quedaron en

encontrarse en el parque en una hora para ir a visitar juntos a las dos familias y

anunciarles su amor.

Pasada la hora, ella aguardaba en el parque, desesperada porque él no llegaba,

decidió ir a la casa de él, cuando llegó, vio que lloraban sus padres desconsolados,

entró a la casa y observó que las personas estaban alrededor del cuerpo de Diego, se

acercó y escuchó a su tío decir:

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—Eran un buen poeta, lástima que tenía un corazón débil. En su bolsillo,

encontraron su último poema.

Ella no podía creerlo, lo había perdido de nuevo y esta vez para siempre.

Desesperada, empezó a buscar el escrito, se dio cuenta de que al lado de la madre

estaba el papel, se arrimó donde la señora para abrazarla y darle el pésame, pero

con la mano izquierda tomó el poema. Salió de la casa, corrió hasta la Ceiba.

Cuando llegó al árbol, le gritó, le pegó con sus delicadas manos. Se sentó, empezó a

leer el poema:

—Juntos probamos la noche, El suave murmullo, el imán y la flor; Los dedos iban tanteando entre piel y piel, Era el reconocimiento de sudores de su nombre. ¡Oh, noche sin fin! Ahora, me voy, pero te dejaré una ilusión, Envuelta en una promesa de eterna pasión; Una esperanza pintada en un mar de cartón; Un mundo nuevo que sigue, donde lo pusiste. Tú eres esa mujer, por quien me siento ese hombre Capaz de querer, viviendo cada segundo la primera vez, Sabiendo que me quisiste y todo aquello que me diste. Al final, ella lloró y le pidió a la Ceiba que la acogiera en su seno, hasta que se cumpliera la promesa,de eterna pasión.