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FALSA LEYENDA DEL KREMLIN El consulado y la URSS en la Guerra Civil española

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COLECCIÓN HISTORIA BIBLIOTECA NUEVADirigida por

Juan Pablo Fusi

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JOSEP PUIGSECH FARRÀS

FALSA LEYENDA DEL KREMLINEl consulado y la URSS en la Guerra Civil española

BIBLIOTECA NUEVA

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Este libro ha contado para su publicación con la ayuda del proyecto de investigación «Las alterna-tivas a la quiebra liberal en Europa: socialismo, democracia, fascismo y populismo (1914-1991)» (HAR2011-25749), financiado por el Ministerio de Economía y Competitividad de España.

Diseño de cubierta: Gracia Fernández

Ilustración de cubierta: Mutua Universal

© Josep Puigsech Farràs, 2014© Editorial Biblioteca Nueva, S. L., Madrid, 2014

Almagro, 3828010 Madrid (España)[email protected]

ISBN: 978-84-9940-741-8Depósito Legal: M-35.889-2014

Impreso en Viro Servicios Gráficos, S. L.Impreso en España - Printed in Spain

Queda prohibida, salvo excepción prevista en la ley, cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública y transformación de esta obra sin contar con la autorización de los titulares de propiedad intelectual. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de de-lito contra la propiedad intelectual (arts. 270 y sigs., Código Penal. El Centro Español de Derechos Reprográficos (www.cedro.org) vela por el respeto de los citados derechos.

siglo xxi editores, s. a. de c. v.CERRO DEL AGUA, 248, ROMERO DE TERREROS,

04310, MÉXICO, DF

www.sigloxxieditores.com.mx

grupo editorialsiglo veintiuno

siglo xxi editores, s. a.GUATEMALA, 4824,

C 1425 BUP, BUENOS AIRES, ARGENTINA

www.sigloxxieditores.com.ar

salto de página, s. l.ALMAGRO, 38,

28010, MADRID, ESPAÑA

www.saltodepagina.com

biblioteca nueva, s. l.ALMAGRO, 38,

28010, MADRID, ESPAÑA

www.bibliotecanueva.es

editorial anthropos / nariño, s. l.LEPANT, 241,

08013, BARCELONA, ESPAÑA

www.anthropos-editorial.com

los suenos de cajal.indb 6 31/07/14 8:31

PUIGSECH FARRÀS, JOSEP

Falsa leyenda del Kremlin : el consulado y la URSS en la Guerra Civil española. - Madrid : Biblioteca Nueva, 2014.

309 p. ; 24 cm (Colección Historia Biblioteca Nueva)ISBN : 978-84-9940-741-81. Guerra Civil española 2. URSS 3. Relaciones hispano-soviéticas 4. Historia

5. Política 6. Diplomacia946.0 1DSE 940 HBJD 327 JPS

HBWP HBTV4 330.85 KCS

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ÍNDICE

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SIGLAS UTILIZADAS ..................................................................................................... 13

PRESENTACIÓN .............................................................................................................. 15

CAPÍTULO PRIMERO.—¿EL INICIO DE UNA MISIÓN CUALQUIERA? ....................................... 23 1. Un Estado y una diplomacia ......................................................................... 23 1.1. Un Estado sorprendido por una guerra lejana .................................... 24 1.2. Una diplomacia en proceso de cambio ............................................... 29 2. Fidelidad, estímulo y aptitud ........................................................................ 32 2.1. Movimientos para seleccionar un cónsul especial ............................. 33 2.2. Unos acompañantes de garantías ........................................................ 38 2.3. París no fue una ciudad de ensueño ................................................... 39 2.4. El peso de los elementos políticos… sin olvidar el factor militar y

económico ........................................................................................... 44

CAPÍTULO SEGUNDO.—EUFORIA, SOLIDARIDAD Y BAÑOS DE MASAS ................................... 53 1. Ya están aquí ................................................................................................. 53 1.1. Recepciones particulares para un consulado de primer nivel ............ 54 1.2. Se empieza a poner hilo a la aguja ..................................................... 57 1.3. Al abordaje de las temáticas militares y económicas .......................... 59 1.4. Las cuestiones políticas sobre la mesa ............................................... 67 2. La actividad no cesa ..................................................................................... 75 2.1. La embajada entra en juego ................................................................ 76 2.2. La CNT en las tensiones políticas de la retaguardia .......................... 80 2.3. Se abre un nuevo frente: el efecto Zirianin ......................................... 85 2.4. Viento en popa en las relaciones comerciales ..................................... 96 3. Complicidades y desconfianzas imprevistas ................................................ 99 3.1. Acercamiento hacia los anarquistas, con peros ................................... 100 3.2. Palos al Gobierno de la República ...................................................... 107 3.3. La retaguardia pasa el examen justa, pero el frente suspende ............. 113 3.4. Transfuguismo y buen balance de resultados ...................................... 120

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CAPÍTULO TERCERO.—UNAS JORNADAS SIGNIFICATIVAMENTE ESPECIALES .......................... 127 1. Del éxtasis a un ligero cambio de aires ......................................................... 127 1.1. Un flamante aniversario utilizado contra el POUM ............................ 127 1.2. Nubarrones en el personal consular, la defensa de Madrid y las críti-

cas anarquistas ..................................................................................... 135 1.3. El frente acapara la prioridad .............................................................. 141 1.4. Comprensión consular, que no de Azaña y Largo Caballero, por la

cuestión nacional ................................................................................. 148 2. Primeros estallidos ........................................................................................ 154 2.1. Tras un funeral, empieza la fiesta ........................................................ 155 2.2. Armas para los anarquistas, ¡jamás! .................................................... 163 2.3. El NKVT (y la embajada) atacan a Antonov-Ovseenko ..................... 177 2.4. Más tensión con el POUM y ahora también con las Juventudes

Libertarias (JJLL) ............................................................................... 187 3. Aires siberianos ............................................................................................ 203 3.1. Stalin decide ....................................................................................... 203 3.2. Éxito económico, fracaso político ...................................................... 208 3.3. La situación se reconduce sensiblemente ........................................... 217 3.4. Antonov-Ovseenko saca la bayoneta .................................................. 224 3.5. La embajada vuelve a la carga ........................................................... 229 3.6. Una crisis de Gobierno que afecta de forma muy directa .................. 235

CAPÍTULO CUARTO.—REGRESIÓN Y COMPETENCIA INSUPERABLE ....................................... 249 1. A la altura de las circunstancias .................................................................... 249 1.1. Reflexiones historiográficas ............................................................... 249 1.2. El momento más decisivo .................................................................. 251 1.3. Retoques fruto de un cambio interno ................................................. 257 2. Ruedan cabezas ............................................................................................ 261 2.1. Apoyo al Gobierno Negrín ................................................................. 262 2.2. Valencia y Barcelona siguen sin entenderse ....................................... 271 2.3. El frente no puede sacar pecho, ni tampoco el Gobierno de la

República ........................................................................................... 275 3. ¿Es posible un barco sin capitán? ................................................................. 277 3.1. Hasta nunca, cónsul ............................................................................ 278 3.2. Los últimos coletazos acaban en complot .......................................... 289 3.3. Propaganda descafeinada y convulsiones económicas para poner el

punto final .......................................................................................... 293 3.4. Falsa leyenda del Kremlin .................................................................. 298

FUENTES Y BIBLIOGRAFÍA ............................................................................................... 301

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Para Esther, porque sin ella nada de todo esto sería posible, ni muchas otras cosas tampoco.

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Siglas utilizadas

AGMAEC Archivo General del Ministerio de Asuntos Exteriores y de Cooperación de España

AHN Archivo Histórico Nacional AHPCE Archivo Histórico del Partido Comunista de EspañaAMTM Archivo Montserrat Tarradellas i MaciàAUS Amigos de la Unión SoviéticaAVPRF Archivo de la Política Exterior de la Federación RusaCDMH Centro Documental de la Memoria HistóricaCNT Confederación Nacional del TrabajoEC Estat CatalàERC Esquerra Republicana de CatalunyaFAI Federación Anarquista IbéricaGARF Archivo Estatal de la Federación RusaIC Internacional ComunistaJJLL Juventudes Libertarias de CataluñaJSU Juventudes Socialistas UnificadasJSUC Joventuts Socialistes Unificades de Catalunya NKID Comisariado del Pueblo para Asuntos ExterioresNKVD Comisariado del Pueblo para Asuntos InterioresNKVT Comisariado del Pueblo para el Comercio ExteriorPCE Partido Comunista de EspañaPCUS Partido Comunista de la Unión SoviéticaPOUM Partido Obrero de Unificación MarxistaPSOE Partido Socialista Obrero EspañolPSUC Partit Socialista Unificat de CatalunyaRGASPI Archivo Estatal Ruso de Historia SociopolíticaRGVA Archivo Estatal Militar RusoSRI Socorro Rojo InternacionalTNA The National ArchivesUGT Unión General de TrabajadoresUR Unió de RabassairesURSS Unión de Repúblicas Socialistas SoviéticasVOKS Sociedad para las Relaciones Culturales con el Extranjero

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Presentación

El escalafón que la Guerra Civil española ha ocupado y ocupa entre los ámbitos de mayor interés historiográfico a nivel nacional e internacional está fuera de toda duda. La Guerra, nuestra guerra, ha generado, genera y seguirá generando miles de ríos de tinta gracias a las constantes aportaciones de las nuevas fuentes. Un buen ejemplo de ello lo constituye la documentación pri-maria procedente de los archivos de la antigua Unión de Repúblicas Socialis-tas Soviéticas que, junto con los fondos archivísticos británicos, se han erigido en la matriz que ha dado lugar a esta aportación que ahora presentamos.

Tras la desaparición del país de los sóviets en el último decenio del siglo pasado los fondos archivísticos del primer Estado socialista de la historia empezaron a ser parcialmente accesibles a los investigadores, aunque con sus muy particulares vaivenes y con muchas más dificultades que facilidades. Como resultado de ello ha emergido una producción limitada cuantitativa-mente, pero significativa cualitativamente, que ha buceado en las relaciones hispano-soviéticas. Gracias a ello han empezado a dejar de ser desconocidas cuestiones como el papel de la Internacional Comunista en la España de los años 20 hasta los 40; el operativo militar, propagandístico y los servicios se-cretos soviéticos durante la Guerra Civil; o las relaciones diplomáticas entre la Unión Soviética y la República Española en esos mismos años del conflic-to bélico. Y es precisamente en ese último campo donde abrimos una nueva brecha. Concretamente, para afrontar el hasta ahora escasamente conocido papel de la diplomacia consular soviética en la Guerra Civil española, así como las reacciones que generó entre la diplomacia británica, en tanto que representante de la principal potencia liberal europea.

Los intercambios de personal diplomático entre la República y la Unión Soviética iniciados a finales del verano de 1936 incluyeron el establecimiento de una sede consular en España el 1 de octubre de ese año. Y casi inmediata-mente surgió una tesis que situaba la Unión Soviética como responsable del control militar y político de la República a través de su consulado en Bar-

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celona. Una tesis que puede sintetizarse, tras el recorrido y los matices que aportaron sus diferentes valedores, como Leyenda del Kremlin.

Ahora bien, la trayectoria consular que reconstruye esta obra demuestra la falsedad de esa leyenda a partir de pruebas irrefutables procedentes de la documentación primaria, muchas de ellas desconocidas o no explotadas en toda su dimensión hasta esta investigación. La documentación guardada du-rante años con cerrojo en mano en la Unión Soviética evidencia que la di-mensión y actividad política, militar y económica de su consulado en la Re-pública distó de la Leyenda del Kremlin. Ahora bien, la Unión Soviética ni fue un alma caritativa, ni participó altruistamente en la guerra de España. Pero tampoco eran almas caritativas Gran Bretaña, Francia, Alemania, Italia y un largo y largo etcétera de países de la Europa de 1936-1939 y, mucho menos aún, en relación con la posición que adoptaron respecto al conflicto español. En todo caso, la documentación que hemos explotado desmitifica leyendas falsas y sitúa en su justa medida la lógica, praxis y significado de la actividad consular en la República. También constata la urticaria que pro-vocaban los soviéticos entre la diplomacia británica y cómo esta última no era ni tan precisa ni efectiva como podía pensarse a la hora de afrontar los movimientos de la diplomacia roja. Y aporta un valor añadido a la hora de apreciar las entrañas de un país en guerra. La vida interna de la República quedó radiografiada desde el consulado en numerosos aspectos significa-tivos. Los contactos de altos vuelos que estableció la diplomacia consular con relevantes figuras del ámbito político y militar español nos descubren cuestiones que deben provocar más de una reflexión. En este sentido, mere-cen destacarse por encima del resto, las cuestionables aptitudes políticas y militares que mostraron determinados dirigentes republicanos y cómo ello afectó al presente y futuro de la República Española, las complejas causas de la falta de unidad y coordinación política y militar de las fuerzas republi-canas, las complicidades de relevantes cuadros directivos en determinadas persecuciones políticas, así como los crónicos problemas de comprensión de la diversidad nacional del Estado.

La primera columna vertebral de la Leyenda del Kremlin que desmonta esta obra es la de la esfera militar. Resulta incuestionable que la República recibió ayuda soviética en ese ámbito, tanto en forma de armas como ase-sores militares. Pero el consulado bajo ningún concepto los utilizó como un elemento de presión y/o coacción política en la retaguardia con el objetivo final de acabar ejerciendo el control político y militar de la República. Las armas siempre tuvieron como destino el campo de batalla. El único factor político que exigió el consulado fue que los anarquistas quedasen fuera del círculo de recepción de esas armas, debido a las grandes discrepancias po-líticas que existía con ellos, y que en cambio fuesen distribuidas siempre a las autoridades gubernamentales. Por otro lado, el consulado quedó excluido explícitamente de la gestión del operativo militar soviético en España. Así lo

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ordenó Moscú. Esa atribución quedaría en manos de la embajada y los ase-sores militares soviéticos, algunos de ellos, ciertamente, camuflados como personal consular. El consulado tuvo asignada la misión de informar a Moscú sobre la situación del frente y las decisiones que las autoridades republicanas adoptarían en relación con la cuestión militar. Y, si era posible, tenía que inci-dir, que no chantajear, sobre estos últimos para que adoptasen las decisiones militares más certeras de cara a maximizar los recursos republicanos en el frente de batalla y la ayuda militar soviética.

Este último aspecto pondría sobre la mesa las notorias discrepancias entre el consulado y las figuras centrales del Gobierno de la República a la hora de afrontar la guerra. El motivo principal serían las diferentes perspectivas sobre cuáles tenían que ser las prioridades para el campo de batalla, de las que se derivaban cuestionables decisiones sobre el trato de menosprecio a diferentes partes del territorio republicano. Las acusaciones de incompetencia profesional y personal caerían sin contemplaciones sobre más de un ministerio y la propia presidencia del Estado republicano. Sólo el Gobierno autonómico de la Generalitat merecería una valoración positiva en este campo, debido a su contribución al esfuerzo de guerra en el frente aragonés y madrileño, sus esfuerzos para generar una efectiva industria de guerra y su compromiso total con la causa republicana. Ahora bien, ello no implicaría que el consulado se convirtiese en defensor de los intereses catalanes ante Moscú.

La guerra siempre fue puesta en primer lugar dentro de la praxis del consulado, quedando únicamente superada por la dimensión política en una sola ocasión y tras los Sucesos de Mayo de 1937. No obstante, esta praxis consular no era altruista. Tenía su lógica en las órdenes procedentes de la cúpula del Estado soviético. El todopoderoso Iosif Visaronovich Dugatch-vili, Stalin, utilizaría España como una pieza más del complejo tablero de ajedrez en que se había convertido el continente europeo en esos años. Stalin buscaba garantizar la protección de la URSS frente a la expansión del fas-cismo en Europa y su potencial capacidad para acabar atacándola. Pero para ello necesitaba el apoyo de Gran Bretaña y Francia, las grandes potencias de Europa. Una y otra eran Estados liberales. Y por ello Stalin optaría abierta-mente por la defensa del modelo liberal democrático en España. Era la mejor garantía para favorecer el acercamiento de la Unión Soviética a Londres y París. También era la mejor garantía para evitar que continuase la expansión del fascismo en Europa. Por ello Stalin se tomó la guerra de España en serio. Stalin quería ganarla. La URSS se jugaba una buena parte de su futuro en ella. Como mínimo para evitar que un nuevo país europeo pasase a formar parte de la lista de países fascistas y, si era posible, para intentar acercar el país de los sóviets a una alianza europea antifascista con Gran Bretaña y Francia.

La segunda columna vertebral de la Leyenda del Kremlin que elimina de raíz esta obra es la del ámbito político. El consulado tuvo una prolífica acti-

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vidad política durante su etapa en la República. Ello es indiscutible. Pero no implicó intervencionismo sobre las estructuras del Estado republicano, excep-to en un caso concreto como fue el del comunismo heterodoxo y, por cierto, encontrando apoyos rápidamente a sus propuestas dentro del propio Estado republicano. El resto de la actividad política fue intensa, tuvo una línea muy clara de actuación y en algunos casos acabó en un evidente conflicto político. Pero ahí se quedó. En un conflicto con otras formaciones políticas o sindica-les, así como alguna que otra diplomática, sin que ello generase ni voluntad, ni praxis, de control político sobre la República.

El modelo político que el consulado defendió para la República vino de-terminado por Stalin y el consulado lo asumió como propio. Consistió en ali-nearse sin fisuras al lado de los gobiernos de la República y la Generalitat para que ambos recuperasen el poder de las instituciones del Estado liberal y con ello la vigencia de este modelo político, en detrimento de los postulados en favor de la revolución obrera de los anarquistas y comunistas heterodoxos. El consulado asumiría la mejora de las relaciones entre los gobiernos de la República y la Generalitat, situando prácticamente siempre al primero como responsable de las asperezas entre ambos. Ahora bien, el consulado no con-cibió la mejora de las relaciones entre los dos gobiernos como un objetivo en sí mismo, sino como un instrumento imprescindible para conseguir recuperar el poder de las instituciones del Estado liberal republicano y, a partir de aquí, ganar la guerra. Sin la coordinación y solidaridad entre ambos era inviable la victoria republicana.

El consulado no adquiriría en ningún momento el control sobre los gobier-nos de la República y la Generalitat. Es más, sus relaciones con el primero estarían marcadas por notables discrepancias hasta la formación del Gobierno Negrín y, a partir de ese momento, tampoco pretendería ningún movimiento subterráneo o explícito para ejercer el control o influencia sobre el mismo. Por otro lado, la relación con el Gobierno de la Generalitat estuvo marcada por la sintonía y voluntad mutua de interrelación. El ejecutivo autonómico la fomentó en el ámbito político —para solventar sus tensiones estructura-les con el Gobierno de la República y recuperar el poder de las instituciones republicanas en la retaguardia—, militar —para recibir armamento soviético y encontrar apoyos a la racionalización y planificación de recursos y formas de organización en el frente— y económico —para establecer acuerdos co-merciales entre Barcelona y Moscú—. Por su parte, el consulado encontró rápidamente coincidencia de proyectos con el presidente de la Generalitat, así como con uno de los partidos que cada vez incrementaría más su fortaleza dentro del ejecutivo autonómico, el Partit Socialista Unificat de Catalunya. A través de uno y otro conseguiría inicialmente tener capacidad de acceso, que no de decisión, sobre el ejecutivo autonómico. Y a medida que el consulado asentase su posición en la retaguardia y sus relaciones con esos dos protago-nistas acabaría teniendo cierta influencia sobre el Gobierno de la Generalitat,

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pero sería a nivel de propuestas técnicas para mejorar el rendimiento de los recursos y mecanismos militares, así como a la hora de rendir cuentas contra el supuesto enemigo trotskista en España. De todas formas, los unificados distarían de convertirse en un sumiso apéndice del consulado. Mantendrían posiciones propias, aunque en numerosas ocasiones coincidentes con la enti-dad diplomática y también toparían con ella en más de una ocasión. No sería hasta superados los Sucesos de Mayo que se encontrarían ante sí la propuesta consular de establecer relaciones prácticamente carnales.

Como ya hemos comentado, la trayectoria política del consulado no fue un oasis. Los enfrentamientos políticos existieron y tuvieron como protagonistas a dos flancos, los comunistas heterodoxos del Partido Obrero de Unificación Marxista y los anarquistas.

Respecto a los primeros, se trataba de una cuestión que superaba las fron-teras españolas y se injería en la campaña desarrollada por Stalin para per-seguir al supuesto enemigo trotskista en las filas del movimiento comunista internacional. España era una pieza más en este engranaje. Pero resultaba favorecido por el estallido de una guerra que permitía visualizar en el país diferentes estructuras del Estado soviético hasta ahora inexistentes y que permitirían llevar a cabo esta misión. El consulado era una de ellas. Así, pues, los actos conmemorativos del XIX Aniversario de la Revolución Bol-chevique se erigirían en la caja de pandora que haría explotar la crónica de un enfrentamiento anunciado. El consulado actuaría sin tapujos contra los comunistas heterodoxos, siguiendo el objetivo marcado desde Moscú para marginarlos y desactivarlos. Por su parte, los poumistas tampoco se queda-rían atrás y tras ser atacados sacarían sus hachas de guerra contra la insti-tución que representaba a un Estado degenerado respecto a su origen según ellos. Los vientos de guerra soplarían en ambas direcciones. Y buscarían la aniquilación mutua. Pero sería el consulado quien obtendría la victoria en esta particular guerra, apoyándose en la presidencia del Gobierno de la Ge-neralitat y en los unificados catalanes.

En relación con los anarquistas, la situación sería sensiblemente inversa y tendría una intensidad mucho menor. De entrada, se trataba de una cuestión específica del ámbito interno español. La fortaleza y presencia que ostentaba este colectivo en la República no tenía equivalente en la Europa de 1936. Y por ello requería un trato diferenciado. De entrada, ni el consulado ni los anarquistas españoles buscarían la eliminación del adversario. No sería el con-sulado quien desencadenaría el enfrentamiento, sino cuadros intermedios o las secciones juveniles anarquistas a partir de denuncias sobre las persecuciones políticas en la Unión Soviética. A pesar de ello, en líneas generales el consu-lado conseguiría establecer una relación relativamente cercana con algunos de los más destacados dirigentes anarquistas, especialmente si se tenía en cuen-ta el punto de partida. Ahora bien, el consulado jamás fue seducido por los anarquistas, ni mostró simpatías por el anarquismo. El consulado se mostró

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realista ante la fuerza que tenían en el frente y la retaguardia. Por ello utili-zó las mejores estrategias posibles para acercarse a este colectivo e intentar reconducir su hegemonía y posicionamientos más maximalistas. Además, no debe pasarse por alto que los anarquistas moderaron rápidamente su visión sobre los soviéticos tras la llegada de las primeras armas de ese país a la Re-pública, las críticas al Comité de No Intervención y la constatación que los soviéticos no habían venido a la República a imponer su modelo de Estado. El pragmatismo, la paciencia y la perseverancia, sin que se excluyesen las críticas ni el uso de informadores infiltrados, se convertirían en el decálogo particular de la posición consular respecto a los anarquistas. Y cuando detectó que su fortaleza había entrado en un retroceso imparable pasó a acentuar las críticas sobre ellos.

Las tensiones políticas que protagonizó el consulado en clave interna espa-ñola, es decir, como resultado del juego de fuerzas que existía en la República, estarían acompañadas por otras externas a la realidad española, es decir, res-ponderían al particular funcionamiento de la maquinaria del Estado soviético. Primero, y fomentado por el consulado, enfrentamiento con la dirección del Comisariado del Pueblo para Asuntos Exteriores, de la que dependía nomi-nalmente. El motivo sería una doble intromisión en las atribuciones de la es-fera militar que tenía excluidas por orden de Moscú, así como algún que otro episodio en el que se saltó la normativa de funcionamiento de la maquinaria del Estado soviético. Prácticamente al mismo tiempo estallarían las tensiones con la embajada en España y los integrantes de otros departamentos del Es-tado soviético en la República, aunque en estos casos no fue buscado por el consulado. Los diferentes puntos de vista de esos protagonistas, así como la competencia interna entre los diferentes brazos del Estado soviético presentes en la República, generarían un ambiente y realidad competitiva en el sentido más negativo de la misma. El consulado tendría que hacer frente a auténticas ofensivas que desacreditaban su actividad y resultados ante los ojos de Stalin. Así, pues, Moscú no conseguiría que sus diferentes representantes en España actuasen como un bloque unido y sólido.

Por otro lado, una segunda línea de conflictos de carácter externo fueron aquellos que se vivieron con los representantes de Londres en la República. El consulado tendría que combatir con las reticencias y críticas, no pocas, que encontraría por parte de un cónsul británico en Barcelona que, a la postre, ejer-cería la jefatura extraoficial del conjunto del cuerpo diplomático establecido en la ciudad. El representante de Su Majestad se convertiría en un muro que no siempre se conseguiría superar y que, en la medida de lo posible, trataría de boicotear la presencia soviética y conseguir su aislamiento diplomático, arrastrando con ello a la inmensa mayoría del cuerpo consular acreditado en Barcelona. Pero le traicionaría su visceral anticomunismo a la hora de analizar ponderadamente muchos de los movimientos del consulado soviético y, con ello, posibles mecanismos de actuación respecto a él.

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Finalmente, esta obra también demuestra que la Leyenda del Kremlin no merece credibilidad debido a un tercer factor que estuvo presente en la mi-sión consular, pero que dicha leyenda no aceptaba porque, en caso de hacerlo, desvirtuaría la supuesta exclusividad político-militar que otorgaba a la misión consular en España. Nos referimos a la vertiente económica. No sólo formó parte de la misión y praxis consular sino que reportaría los mayores réditos y los éxitos más inmediatos. Barcelona y Moscú asentarían sólidas bases de cooperación desde la primera semana de la actividad consular. Y tras ello se materializarían acuerdos comerciales que serían adoptados con total libertad por ambos protagonistas, sin pretender ni generar ningún tipo de subordina-ción entre Barcelona y Moscú. Ahora bien, tampoco quedarían exentos de la polémica, fruto de una voluntad barcelonesa que pretendía establecerlos sin pasar por la capital de la República.

Esta presentación no sería completa sin citar aquellos vectores que han sido claves para confeccionar esta obra. Primero, el apoyo científico recibido por parte de los miembros del grupo de investigación del que formo parte en el Departamento de Historia Moderna y Contemporánea de la Universitat Autò-noma de Barcelona, Francisco Morente, José Luis Martín Ramos, Alejandro Andreassi, Ferran Gallego y Javier Rodrigo, que incluye el apoyo financiero para la investigación que ahora sale a la luz bajo el proyecto HAR2011-25749 «Las alternativas a la quiebra liberal en Europa: socialismo, democracia, fas-cismo y populismo (1914-1991)» del Ministerio de Economía y Competitivi-dad de España. También mi agradecimiento para Borja de Riquer por su puesta en contacto con Ángel Viñas para el que sólo puedo tener palabras de profundo agradecimiento por sus más que decisivas orientaciones y muchas otras cosas.

Obviamente, sin la parte rusa ni la británica esta obra no sería posible. Respecto a la primera pasa por el inestimable apoyo del Consulado de la Fede-ración Rusa en Barcelona. Continúa con el Instituto de Historia Universal de la Academia de las Ciencias de Rusia en Moscú, especialmente por parte de Svetlana Pojárskaya —que lamentablemente ya no está entre nosotros—, Ígor Médnikov, Ekaterina Miguei y Aleksandr Shubin. Y finaliza con el caso de la entrañable persona y mejor investigadora ibérico-rusa, Marta Simó. En relación con la segunda, el apoyo brindado por el Cañada Blanch Centre for Contemporary Spanish Studies de The London School of Economics and Poli-tical Science, con Paul Preston a la cabeza. Y ello sin olvidar a un investigador afincado temporalmente en Londres y vinculado al centro, Josep Gelonch. Fi-nalmente, la misma línea de agradecimiento para mis compañeros del congre-so internacional en la University of Pittsburgh en los Estados Unidos en 2011, Enrique Moradiellos, Olga Novikova, Bill Chase, Glennys Young y Daniel Kowalsky, con los que debatimos no pocas cuestiones sobre el consulado so-viético y la participación soviética en la Guerra Civil española.

Mención aparte, pero implicadas de pleno en esta obra, están mis hijas. Forman parte de esta obra las sonrisas y abrazos durante todos estos años, pero

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también algunas lágrimas cuando nos hemos tenido que separar por motivos de la investigación. También la madurez mostrada a su manera para entender que su padre redactaba y redactaba ante el ordenador y, por lo tanto, no podía compartir con ellas tantos momentos como en otras ocasiones.

Ahora bien, antes de finalizar el último párrafo sólo podía ser para Esther Jornet Mayoral. La mejor compañera de viaje posible. Muchos son los mo-mentos que hemos compartido en todos los ámbitos y sin los que esta obra a buen seguro jamás hubiera sido posible. Su apoyo en la gestión de las nume-rosas infraestructuras familiares y de investigación, su paciencia y sus ánimos en los momentos más difíciles, han sido, son y serán más que claves.

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CAPÍTULO PRIMERO

¿El inicio de una misión cualquiera?

1. UN ESTADO Y UNA DIPLOMACIA

¿Qué podrían tener en común cuando llegase el invierno de 1936 el car-denal primado de España, el cónsul británico en la República y un partido comunista antiestalinista español nacido durante los años del Bienio Negro? Aparentemente, nada. Pero no era así. Desde el conservador y profascista Isi-dro Gomá, desde el liberal conservador y obtuso anticomunista Norman King y desde la extrema izquierda comunista antiestalinista del Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM) identificaron a un mismo adversario. Todos compartían su animadversión por una entidad diplomática que había llegado a España desde Moscú, el consulado soviético.

Gomá fue el padre de la teoría de El Kremlin en Barcelona, es decir, la acu-sación que identificaba la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) como responsable de situar la República bajo su absoluto control. El mecanis-mo habría sido posible gracias a las relaciones establecidas entre el Gobierno de la República y los dirigentes soviéticos. Moscú habría enviado armamento y militares a Barcelona para ejercer una posición de fuerza que le permitiese posteriormente, a través de sus diplomáticos, ejercer el control del poder po-lítico en Barcelona y, por extensión, en el conjunto de la República. Stalin se convertiría así en el amo y señor de la República.

King, desde su sede consular en Barcelona fue un poco más lento que el prolífico Gomá. Pero también acabó desarrollando su particular visión sobre el adversario común. El cónsul británico acusó a las instituciones guberna-mentales republicanas en la ciudad de ser un instrumento en manos del consu-lado soviético, ya que desde inicios de 1937 aplicaban medidas económicas y sociales de carácter socialista o comunista siguiendo las órdenes consulares.

Y, finalmente, los poumistas no se quedaron atrás y aseguraron que la Re-pública se había convertido en una colonia de la URSS. Stalin, a través de la

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institución que agrupaba a los partidos comunistas fieles a Moscú, la Inter-nacional Comunista (IC), utilizaría como marionetas al Partido Comunista de España (PCE) y al Partit Socialista Unificat de Catalunya (PSUC) para dictarles la política que tenían que seguir en la República. A partir de aquí, los diplomáticos soviéticos en España no sólo ejercerían el control del poder po-lítico del país, sino que se convertirían en el cerebro gris del mismo. En otras palabras, Stalin sería el nuevo propietario de la República.

Ahora bien, ¿eran ciertas todas estas afirmaciones que podríamos agrupar bajo la denominación de Leyenda del Kremlin?

1.1. Un Estado sorprendido por una guerra lejana

La insurrección militar de mediados de julio de 1936 no era esperada por parte de la jerarquía del país de los sóviets. El Gobierno de la URSS, nominal-mente Consejo de Comisarios del Pueblo o Sovnarkom según las siglas rusas, estaba dirigido desde el 19 de diciembre de 1930 por un Viacheslav Molotov que no dejaba de ser un hombre de paja del Secretario General del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS), Stalin. También quedó sorpren-dido el Buró Político o Politburó del PCUS, la máxima estructura de poder dentro del PCUS y, a la sazón, dentro de la URSS. El inicio de la guerra de España coincidió con un Buró integrado por Andrei Andréyev, Vlas Chubar, Lázar Kaganóvich, Mijail Kalinin, Stanislav Kosior, Anastás Mikoyán, el ci-tado Molotov, Sergo Ordionikidze, Stalin y Kliment Vorochílov en calidad de miembros plenos. Robert Eije, Grigory Petrovski, Pável Póstyshev, Janis Rudzutak y Andréi Zhdánov ocupaban el estatus de miembros candidatos. No obstante, más allá de esta larga lista de miembros plenos y miembros candida-tos, Stalin era quien ejercía el control del Politburó. Y así podría seguirse con el conjunto de estructuras del PCUS y del Estado soviético. Stalin era su amo y señor, con absoluta o casi absoluta impunidad.

Desde inicios de los años 30, el PCUS había iniciado un proceso de asimi-lación de la totalidad de las estructuras del Estado soviético en el que, además, cada vez resultaba más difícil diferenciar las estructuras propias del Partido y las del Estado. En todo caso, quedaba muy claro que era el Partido quien controlaba al Estado. Y dentro del Partido era Stalin quien controlaba las riendas del poder. En definitiva, la URSS se encontraba inmersa en la dictadura personal de un Stalin que había tenido el mérito de saber enmascararla bajo una supuesta dicta-dura del proletariado o dictadura socialista y que, como es sabido, era percibido por millones de obreros y campesinos de todo el mundo como su guía1.

1 El funcionamiento global de la maquinaria del Estado soviético y del PCUS durante los años 30 puede seguirse en Boobbyer, Philip, The Stalin era, Londres, Routledge, 2000; Davies, Sarah y Harris, James (eds.), Stalin: A New History, Cambridge, Cambridge University Press,

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La primera reacción soviética ante la guerra de España fue muy tímida. Consistió en una serie de incipientes consultas a los escasos representantes e interlocutores repartidos por el país, básicamente los miembros de la IC. Pos-teriormente se puso en marcha un mero acto simbólico, una primera campaña internacional de propaganda en favor de la República el 3 de agosto de 1936. Pero a partir de aquí aumentaron los contactos con la España republicana. El motivo fue la negativa evolución del conflicto armado para los intereses repu-blicanos, fruto de la descarada y visible ayuda militar de la Alemania nazi y la Italia fascista al bando sublevado. El temor a la expansión del fascismo en España era una realidad notoria. Por ello, los contactos diplomáticos y huma-nitarios entre la Unión Soviética y la República se intensificaron a inicios de agosto de 1936. El día 8 llegaron ya los primeros informadores soviéticos a España. Se trató de los periodistas Mijail Koltsov e Iliá Ehrenburg, así como los cineastas Roman Karmen y Boris Makaseev. Las misiones de estos infor-madores se complementaron a partir del 21 de agosto con la intensificación de las campañas de solidaridad con la República. Junto a ellas, también, los primeros reclutamientos de brigadistas internacionales.

La URSS calificó el conflicto de España como una guerra contra el fascis-mo internacional. La interpretación se argumentaba según la participación ale-mana e italiana al lado de las tropas sublevadas. Pero también era una carac-terización lógica en función de la Política de Seguridad Colectiva que había adoptado la URSS desde inicios de los años 30. La URSS se había decantado por intentar salir del ostracismo en el que se había visto inmersa durante los años 20 a nivel de las relaciones internacionales. Por ello, puso especial inte-rés en participar en los diferentes foros y pactos internacionales, incluyendo su posterior presencia en la Sociedad de Naciones en 1934. Junto a ello, su prioridad era la aproximación y, si era viable la alianza, con las potencias li-berales europeas mediante la alianza entre liberales, socialistas y comunistas con el objetivo de defender el modelo liberal democrático frente al ascenso del fascismo. Era considerado como el mejor antídoto para evitar una agresión de los países fascistas sobre la URSS y esperaba evitar que Gran Bretaña, y también Francia, realizasen algún tipo de pacto con los países fascistas, que pudiese dejar aislada a la URSS2.

2005; Getty, J. Arch y Naumov Oleg (eds.), La lógica del terror. Stalin y la autodestrucción de los bolcheviques, 1932-1939, Barcelona, Crítica, 2001; Hoffmann, David, Stalinism, Oxford, Blackwell, 2003; Khlevniuk, Oleg, Master of the House: Stalin and His Inner Circle, Yale, Yale University Press, 2009; Medvedev, Roy y Medvedev, Zhores, The Unknow Stalin: His Life, Death and Legacy, Woodstock, Overlook Press, 2004; y Nove, Alec, Stalinism and After: The Road to Gorbachev, Nueva York, Routledge, 1992.

2 La formulación y desarrollo de la Política de Seguridad Colectiva puede seguirse de forma detallada en Donaldson, Robert y Nogee, Joseph L., The Foreign Policy of Russia. Changing systems, enduring interests, Nueva York/Londres, M. E. Sharpe, 2005, págs. 37-74;

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Así, pues, no debe quedarnos ninguna duda que tras el estallido de la Gue-rra Civil, la URSS apostó por la defensa de la República, entendida en tér-minos de Estado liberal. La Unión Soviética jamás se planteó imponer un gobierno revolucionario en España, formado hipotéticamente por comunistas, socialistas y anarquistas, que fuese sumiso a las órdenes de Moscú y que apli-case un proceso de sovietización del país. Nada más lejos de la realidad. Su objetivo era incuestionable: derrotar la insurrección fascista, a través de la defensa del Estado liberal democrático republicano. Primero, porque con este discurso buscaba conseguir la alianza con Gran Bretaña y Francia, sin olvidar EE. UU., aunque con el paso de las semanas este objetivo quedó ponderado en cierta medida y se orientó a garantizar su neutralidad si no se conseguía la alianza franco-británica. Y, segundo, porque este discurso era el único que permitía pensar en la posibilidad que la intervención militar alemana e italiana no aumentase de proporciones3.

Stalin así se lo dijo muy claramente a Marcelino Pascua, el embajador español en Moscú, durante una reunión celebrada el 3 de febrero de 1937 con-juntamente con Molotov y Vorochílov, el primero en calidad de presidente del Sovnarkom y el segundo como miembro del Politburó del PCUS. Stalin arti-culó su tesis bajo un doble argumento, entrelazando elementos ideológicos y pragmáticos, que no ofrecían ninguna duda interpretativa y dejaban muy clara cuál había sido, era y sería la posición de la URSS respecto a España:

(…) los marxistas rusos consideran que no debe instaurarse el régimen de sóviets en España. La ruta y las condiciones de España son diferentes de la rusa. Si los sóviets se establecen en España, Inglaterra, Francia y Estados Unidos de América no serán neutrales (…) Pronóstico: los marxistas rusos no favorecen el establecimiento de los sóviets en España. Con un régimen parlamentario y democrático las posibilidades son mucho mejores (…) Sería estúpido y no razonable la instauración de los sóviets en España (…) Noso-tros somos amigos de España, de la revolución española y qué mejor vía que la del Frente Popular. Hay que afirmarse al régimen parlamentario y demo-crático porque esta posición dividirá al mundo capitalista en dos campos:

Gorodestky, Gabriel (ed.), Soviet Foreign Policy 1917-1991. A Retrospective, Londres, Frank Cass, 1994, págs. 55-74; Kennedy-Pipe, Caroline, Russia And The World Since 1917, Londres, Arnold, 1998, págs. 36-56; Suny, Ronald Grigor, The Soviet Experiment. Russia, the USSR and the Successor States, Oxford/Nueva York, Oxford University Press, 1998, págs. 291-308.

3 La historiografía que ha analizado sin afán partidista, ni prejuicios ideológicos, la polí-tica soviética respecto a España ha demostrado que consistió en la defensa del modelo liberal democrático. En sentido, resulta más que contundente la trilogía de Ángel Viñas, pero muy especialmente la referencia correspondiente a Viñas, Ángel, El escudo de la República: el oro de España, la apuesta soviética y los hechos de mayo de 1937, Barcelona, Crítica, 2007, pági-nas 331-368.

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Francia e Inglaterra no podrán hacer luchas abiertas contra otra república parlamentaria y democrática (…) No sóviets en España. La táctica mejor es la referida antes, para evitar que Alemania e Italia hagan una agresión abierta4.

La progresión de las tropas sublevadas en el campo de batalla, que conta-ban con el descarado y efectivo apoyo de las potencias fascistas alemana e ita-liana, unido a la actitud contemplativa y permisiva de Gran Bretaña y Francia, llevarían al aparato directivo soviético a realizar un salto cualitativo en sus posturas respecto a España. El Politburó decidió establecer sedes diplomáticas en la República5. Ello supuso un claro posicionamiento de la URSS en clave internacional. Y, además, le permitiría estar mejor informada de qué y cuándo sucedía en España, sin olvidar que le generaba una opción estable para poder incidir de forma efectiva sobre el territorio republicano. El débil aparato que la IC tenía en España era inadecuado para ello. La debilidad del poder central del Estado republicano en el conjunto de la República acentuaba esta necesi-dad, a causa del hundimiento o la inoperatividad de muchas de las estructuras estatales del poder central. Y, finalmente, la gravedad de la situación militar cerraba el círculo, debido a la reciente derrota republicana en Extremadura y el avance de las fuerzas sublevadas hacia Madrid.

Así, pues, el Politburó decidió designar a Marcel Rosenberg como emba-jador soviético en España el 21 de agosto de 1936. Rosenberg llegó a Madrid el 27. Ese mismo día ya solicitó al Ministerio de Estado la celebración de una audiencia con el presidente de la República. El motivo era presentar las cre-denciales de su cargo, que llevaban la firma del presidente del Comité Central Ejecutivo de la URSS, Kalinin. Rosenberg llegó junto con cinco funcionarios, que definieron el organigrama de la embajada soviética en España. Poco des-pués llegarían otros representantes soviéticos, encargados de misiones políti-cas, militares o económicas, como el consejero político Lev Gaikis.

4 Véase Archivo Histórico Nacional (AHN). Diversos. Marcelino Pascua. Caja 2. Legajo 6.

5 Las primeras reacciones soviéticas ante el inicio de la Guerra Civil española, así como el posterior camino hacia el intercambio de diplomáticos en un contexto de creciente abandono de la República por parte de Gran Bretaña y Francia, pueden seguirse detalladamente en Elorza, Antonio y Bizcarrondo, Marta, Queridos camaradas. La Internacional Comunista y España, 1919-1939, Barcelona, Planeta, 1999, págs. 291-308; Kowalsky, Daniel, La Unión Soviética y la Guerra Civil Española, Barcelona, Crítica, 2004, págs. 5-38; Payne, Stanley G., Unión Soviética, comunismo y revolución en España (1931-1939), Barcelona, Plaza & Janés, 2003, págs. 165-182; Schauff, Frank, La victoria frustrada. La Unión Soviética, la Internacional Co-munista y la Guerra Civil Española, Barcelona, Debate, 2008, págs. 269-277; y Viñas, Ángel, La soledad de la República: El abandono de las democracias y el viraje hacia la Unión Sovié-tica, Barcelona, Crítica, 2006, págs. 3-194.

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El establecimiento de la embajada en Madrid puso punto y final a un largo período de anomalía en las relaciones diplomáticas entre la URSS y España. El triunfo de la Revolución de Octubre de 1917 supuso la ruptura de las re-laciones entre ambos países. La caracterización del nuevo Estado soviético como socialista hacía inviable las relaciones con unos dirigentes españoles marcados por su profundo conservadurismo y anticomunismo. La creación de la URSS en 1922 no varió esta dinámica.

Tuvo que esperarse al nacimiento de la Segunda República en 1931 para que la situación pudiese empezar a replantearse. Las elecciones legislativas dieron lugar al establecimiento de un gobierno liberal de izquierdas, con apo-yo socialista, que aprobó el establecimiento de relaciones diplomáticas con la URSS en 1933. Una vez realizado el acuerdo se iniciaron los movimientos para ponerlo en práctica. España y la URSS prepararon al personal diplomá-tico correspondiente. La novedad que supondría captó el interés de la prensa internacional comunista. El órgano del Partido Comunista de Gran Bretaña, Daily Worker, publicó una noticia el 19 de agosto de 1933 en la que destacaba el nuevo escenario. Con el título Lunacharsky, embajador para España, indi-caba la designación de Anatoli Lunacharsky para ese cargo. El futuro emba-jador tenía un perfil de alto nivel. Se le consideraba uno de los dirigentes del PCUS más conocidos a nivel mundial, ya que formaba parte de los más anti-guos miembros del Partido Bolchevique, había sido comisario del Pueblo para la Educación y, además, contaba con una destacada reputación internacional a nivel literario y teatral6.

Sin embargo, el resultado de las elecciones legislativas españolas de finales de 1933 paralizó el intercambio. El nuevo ejecutivo de derechas lo dejó en suspenso. Tuvo que esperarse a febrero de 1936 y la posterior victoria electo-ral de la coalición del Frente Popular para retomar las conversaciones. Desde el país de los sóviets se realizaron los movimientos oportunos y desde abril se empezaron a diseñar los planes para ejecutar el intercambio. Por lo tanto, el proceso para el intercambio se encontraba en un estadio avanzado cuando estalló la Guerra Civil, aunque no inminente. Se aceleró definitivamente a raíz de los movimientos realizados por el Politburó sobre la guerra España entre julio y agosto de 1936. El salto cualitativo que implicaba fue reconocido pú-blicamente por el presidente español. El día de la presentación de credenciales del embajador soviético ante Manuel Azaña, este último le aseguró que tenía que contemplarse el inicio de «(…) las relaciones oficiales entre nuestros dos pueblos como un hecho de los más trascendentales entre los que me hace pre-sidir la libre voluntad del pueblo español»7.

6 Véase Daily Worker, número 1127, 19 de agosto de 1933, pág. 5.7 Archivo General del Ministerio de Asuntos Exteriores y de Cooperación de España

(AGMAEC), signatura PG 357, expediente 25441.

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1.2. Una diplomacia en proceso de cambio

Ahora bien, y pese a que el Politburó sería el encargado de la designación del embajador en Madrid —así como del cónsul en Barcelona—, tanto la em-bajada como el consulado eran instituciones que nominalmente estaban en-cuadradas en el Comisariado del Pueblo para Asuntos Exteriores (NKID), es decir, una de las estructuras del Estado soviético que podría considerarse equi-valente a un Ministerio de Asuntos Exteriores de los países occidentales8.

El NKID había iniciado la década de los años 30 con la voluntad de conse-guir una relativa autonomía respecto al Politburó. El principal mentor de este proyecto, así como de la Política de Seguridad Colectiva, era su nuevo comi-sario. Máxim Litvínov había sucedido en este cargo al enfermizo Gueorgui Chicherin el 22 de julio de 1930. Tras largos años de enfrentamiento político y personal entre ambos, la designación de Litvínov para el cargo fue aceptada por Stalin. No le faltaban aptitudes políticas ni profesionales. Litvínov tenía un sólido y meritorio bagaje diplomático al lado del Gobierno revolucionario bolchevique y del Estado soviético, que incluía el cargo clave de vicecomi-sario del NKID desde 1921. Stalin era perfectamente consciente de que la llegada de Litvínov a la dirección del NKID supondría un cierto freno a su capacidad de influencia automática sobre el aparato de los asuntos exteriores. Pero Stalin lo tenía todo perfectamente calculado. La cesión de la dirección del NKID a Litvínov era la contrapartida para conseguir su debilitamiento dentro de la estructura de poder del PCUS. Y esto último era muy importante para un Stalin que no quería ver ninguna sombra, por pequeña que fuera, ame-nazando su hegemónico control del poder.

Así, pues, Litvínov buscó imponer un nuevo estilo de dirección y funciona-miento en el NKID. Y en buena medida lo consiguió. Según su punto de vista,

8 La trayectoria del NKID durante la década de los años 30 ha sido reconstruida espe-cialmente por Dullin, Sabine, Men of influence: Stalin’s diplomats in Europe, 1930-1939, Edimburgo, Edinburgh University Press, 2008 y, más recientemente por Kocho-Williams, Alastair, Russian and Soviet Diplomacy, 1900-39, Basingstoke, Palgrave Macmillan, 2012, págs. 109-147. De todas formas, este último ha defendido la tesis de la asunción de un notable grado de autonomía del NKID, que en algún caso incluso llega a definir como independencia, respecto al PCUS en la franja de los años 30. Una calificación distorsionada a nuestro modo de entender. Entre las aportaciones más clásicas sobre esta temática, destacar la contundente crítica al estalinismo y sus efectos sobre el NKID en Ulcricks, Teddy, Diplomacy and Ideo-logy: The Origins of Soviet Foreign Relations, 1917-1930, Londres, Sage Publications, 1979, págs. 169-188. También puede seguirse la radiografía realizada por Fischer, Louis, Russia’s Road from Pace to War. Soviet Foreign Relations 1917-1941, Wesport, Greenwood Press, 1969, págs. 104-266. Finalmente, no puede olvidarse tampoco la aportación de Haslam, Jo-nathan, The Soviet Union and the Struggle for Collective Security in Europe 1933-1939, Londres, Macmillan, 1984.

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el contexto internacional ahora era diferente respecto al de los años 20 y, por lo tanto, también deberían serlo las formas y el método a aplicar en el NKID. Litvínov buscó invertir la dinámica marcada por su predecesor. Primero, debía abandonarse el ímpetu, la centralización y el ambiente de trabajo relativamen-te anárquico que habían marcado la etapa de Chicherin, para pasar a adoptar un modelo racionalizado, autónomo y activo. Segundo, tenía que dejarse a un lado la prioridad que había marcado el NKID en los años anteriores y que había concedido a Alemania y, en especial, al Lejano Oriente —en particular la cuestión China—, para pasar a centrar el interés en la esfera de la Euro-pa Occidental y, en particular, Gran Bretaña. Finalmente, también tenían que zanjarse la prioridad de conseguir el reconocimiento y la plena integración de los diplomáticos soviéticos en el cuerpo de la diplomacia internacional —lo que les había implicado esfuerzos para distanciarse de su imagen como revo-lucionarios—, así como fomentar las relaciones comerciales entre la URSS y los países de destino. La prioridad actual era situar el país de los sóviets en el conjunto de los actos y tratados internacionales, así como fomentar la alianza con Gran Bretaña, y en menor medida Francia, para evitar el aislamiento in-ternacional de la URSS y, con ello, dificultar un potencial ataque del fascismo sobre el país de los sóviets.

Las nuevas líneas prioritarias estaban acompañadas de nuevas formas de actuación. La diplomacia soviética tendría que desarrollar sus funciones de forma efectiva y sin necesitar constantemente el resorte de Moscú. Los em-bajadores y cónsules tenían que dirigirse a la dirección del NKID cuando se tratase de cuestiones de importancia real. Pero, en caso contrario, tenían que actuar bajo su propia iniciativa y con un grado de autonomía. La propuesta de Litvínov para materializar este objetivo era muy clara. Primero, los diplo-máticos soviéticos establecerían contactos directos con el cuerpo diplomático de otros países, con el objetivo de acceder a informaciones y contactos per-sonales que les permitiesen generar unas fuentes de información propias y una capacidad de movilidad nada desdeñables. Segundo, deberían potenciar su autonomía respecto a Moscú, aprovechándose de la distancia geográfica con la URSS y las dificultades en las comunicaciones de la época, además de la escasa predisposición de los dirigentes de la URSS a desplazarse fuera de su país, empezando por un Stalin que no viajó fuera de la patria soviética hasta 1943.

Ahora bien, la autonomía que pretendía Litvínov no implicaba un cheque en blanco. Al contrario. Los diplomáticos tenían que seguir la línea y las ins-trucciones procedentes de la dirección del NKID y, además, estaban sujetos a las leyes soviéticas. Así, pues, mientras que por un lado se les fomentaba a desarrollar unas actuaciones relativamente autónomas, por otro, y este aca-baba teniendo más peso, se les encauzaba a realizarlo dentro de unos límites determinados. Además, la expansión del fascismo en Europa y, en especial, su triunfo en Alemania, obligó a Litvínov a replantearse las formas de funcio-

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namiento y de comportamiento del aparato diplomático, que pasaron a tener como eje nuclear la seguridad del personal diplomático.

Todo ello coincidió también con una nueva generación de diplomáticos soviéticos. La primera hornada se había forjado a raíz del impulso de la Re-volución de Octubre, de la que formaba parte el propio Litvínov, estando in-tegrada por diplomáticos que habían nacido en el último tercio del siglo XIX y que habían pasado a representar los intereses del Estado soviético a partir de octubre de 1917. Se trataba de una generación cosmopolita. La mitad de ellos eran rusos. Pero el resto estaba formado por judíos rusos, un número nada menospreciable de ucranianos, así como algunos búlgaros y armenios. Era un colectivo de alto nivel cultural, que habían recibido formación universitaria, tenían un buen conocimiento de lenguas, culturas y mentalidades extranjeras, ya que muchos de ellos habían vivido largos períodos de exilio, lo que les había formado en el trabajo militante profesional.

Sin embargo, la década de los años 30 vio el surgimiento de una segunda generación de personal diplomático. Habían nacido en el cambio de siglo, la Revolución de Octubre coincidió con su adolescencia y se habían formado ya durante la etapa soviética, habitualmente sin contacto con el exterior. Preci-samente, Litvínov confiaba en esta nueva generación para poder llevar a cabo la autonomía del NKID respecto al resto de estructuras del Partido-Estado soviético. El vehículo utilizado para ello fue la creación del Instituto de For-mación de Trabajo Diplomático y Consular en 1934. Se trataba de un centro académico para la formación exclusiva de personal del NKID, cuya función era dejar de lado el antiguo Instituto de Economía y Política Mundial en el que se habían formado conjuntamente los integrantes del NKID y de la IC durante la década de los años 20.

En definitiva, Litvínov tenía tanto la voluntad personal como la materia prima para llevar a cabo su proyecto para dotar de una cierta autonomía al NKID. Pero acabó topando con la dura realidad. Y los resultados fueron menores de los esperados. Primero, porque en el seno del NKID no hubo unanimidad respecto a sus propuestas. Ello acabó configurando dos líneas de acción en competencia permanente. Una estaba integrada por el propio Litvínov, y partía con ventaja respecto a la otra que estaba encabezada por Nikolai Krestinsky, comisario adjunto a la dirección del NKID, número dos del NKID, hombre de Chicherin y firme defensor de la trayectoria que había marcado el NKID durante los años 20. Y, por otro lado, el segundo motivo que limitó los resultados que Litvínov esperaba obtener fue la negativa del Politburó a ceder ni un solo ápice en el control de las estructuras claves del NKID, especialmente la Comisión del Politburó para Asuntos Internaciona-les, que había sido creada en 1931 y de la que formaban parte Stalin, Ka-ganóvich y Ordionikidze en este mismo orden jerárquico. Así, pues, el Po-litburó seguiría siendo el encargado del nombramiento de los embajadores y cónsules soviéticos, de las decisiones sobre la política exterior que tenía

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que adoptar la URSS y de la influencia efectiva y constante del todopodero-so Comisariado del Pueblo para Asuntos Interiores (NKVD), el servicio de seguridad interior soviético, sobre el NKID.

2. FIDELIDAD, ESTÍMULO Y APTITUD

Como hemos visto, Moscú había optado inicialmente por establecer una primera representación diplomática en España a finales de agosto de 1936. No obstante, rápidamente saltaron las alarmas sobre la situación de Barcelo-na. Ehrenburg, oficialmente periodista pero en la praxis también colaborador del NKVD, fue enviado a esta ciudad en septiembre. No tuvo el rango oficial de representante diplomático soviético, pero sí la función de primer emisario soviético tras el inicio de la guerra. El motivo era la particular situación que se vivía en esa parte de la República, marcada por la hegemonía anarcosindi-calista, la presencia de un Gobierno autonómico que ejercía las atribuciones del Gobierno central y la compleja presencia de un factor nacional que, como mínimo, ponía en jaque la homogeneidad nacional del Estado republicano, sin olvidar el papel clave que tenía Cataluña dentro de la estructura económica y política de la República. Ehrenburg era perfectamente consciente de por qué había sido enviado a Barcelona y, al mismo tiempo, reconocía las reticencias que generaban las referencias a esta ciudad entre el aparato diplomático so-viético en Madrid:

Yo iba con frecuencia a Barcelona y al frente de Aragón. Allí no había entonces ningún soviético (estoy hablando de agosto-septiembre de 1936). Cuando hablaba con Rosenberg o con Koltsov de Cataluña, ellos mostraban una sonrisa: «¡Qué le vamos a hacer, son anarquistas!» Seguramente, yo sabía mejor que ellos lo difícil que era llegar a un acuerdo con los anarquis-tas, pero para mi estaba claro que sin Cataluña no se podía ganar la guerra. Las Vascongadas habían quedado cortadas, y como único gran centro indus-trial nos quedaba Barcelona con su millón y medio de habitantes9.

Moscú dudó poco a la hora de decidir establecer una sede diplomática en Barcelona. Además, se trataba de una ciudad en la que la Rusia zarista y el Gobierno Provisional ya habían tenido una delegación consular. Aleksandr Gagarin fue su cónsul desde el 10 de marzo de 1914 hasta los días poste-riores a la Revolución de Octubre de 1917. El consulado ruso en Barcelona consiguió esquivar los vaivenes que sufrió la embajada en Madrid, afectada directamente por los cambios políticos que se vivían en Rusia. Mientras Ga-

9 Ehrenburg, Iliá, Gentes, años, vidas. Memorias, Barcelona, Planeta, 1985, pág. 189.

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garin se mantuvo de forma continuada en el cargo, la embajada fue dirigida por tres diplomáticos diferentes en ese mismo período de tiempo. Primero, Fiodor Gutberg entre 1909 y 1916. Posteriormente, Iván Kúdashov hasta el triunfo de la Revolución de Febrero. Y, finalmente, Anatoli Kniekudov entre mayo de 1917 y octubre del mismo año. Soloviov, el encargado de negocios de la embajada, restó provisionalmente al frente de la misma tras la retirada de Kniekudov y hasta su cierre definitivo. Así, pues, aunque el Estado soviético representaba una evidente ruptura respecto al zarista y al Gobierno Provisio-nal, acabó recuperando la idea de utilizar Barcelona como sede de una delega-ción diplomática. Eso sí, en un contexto y con una lógica muy diferentes a las de la etapa anterior a la Revolución de Octubre10.

Tras la elección de Barcelona, el siguiente paso de la diplomacia soviética en España sería el establecimiento de una especie de delegación consular en Bilbao desde noviembre de 1936, coincidiendo con los actos de celebración del XIX Aniversario de la Revolución Bolchevique. La captura del País Vasco por parte de las tropas sublevadas pondría fin a su trayectoria. No llegaría a tener la categoría oficial de consulado y sería una tapadera para una subesta-ción de los servicios de espionaje soviético. Iosif Tumanov, consejero de la embajada soviética en la República y diplomático de carrera, fue su cabeza visible y contó con un equipo de tres personas11.

2.1. Movimientos para seleccionar un cónsul especial

En todo caso, el único consulado oficial que la URSS tuvo en España du-rante la Guerra Civil se estableció en Barcelona el 1 de octubre de 1936. La primera evidencia del futuro establecimiento la proporcionó Krestinsky el 19 de septiembre de 1936. El número dos del NKID redactó una carta para su em-bajador en Madrid en la que le comunicaba la decisión de establecer una sede consular en Barcelona, como un complemento fundamental e imprescindible para la representación diplomática de la URSS en la República12.

10 Toda esta temática puede ser seguida detalladamente en Médnikov, Ígor, «Krizis 1917 goda v Ispanii», Ispanskii Almanaj, 1 (2008): 245-269.

11 Hace ya algunos años se apuntaron los primeros datos sobre esta delegación en Viñas, Á., 2006, págs. 162-163, que han sido matizados recientemente por Volodarsky, B., El Caso Orlov. Los servicios secretos soviéticos en la guerra civil española, Barcelona, Crítica, 2013, pág. 179. No obstante, sigue faltando aún un estudio pormenorizado sobre la trayectoria de Tumanov y sus chicos en Bilbao.

12 Véase Carta de Krestinsky a Rosenberg del 19 de septiembre de 1936. Archivo de la Política Exterior de la Federación Rusa (AVPRF): Fondo 10, inventario 11, carpeta 71, expe-diente 53, págs. 78-79.

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La dirección del NKID, con la misma urgencia que comunicó a Rosenberg el establecimiento del consulado, inició el proceso de selección de candida-tos. Tomó forma el 19 de septiembre con unas pautas muy claras, siempre articuladas a partir de tres ejes. Primero, la fidelidad ideológica al PCUS y al Estado soviético. Segundo, las aptitudes profesionales para asumir y desa-rrollar eficazmente las tareas asignadas. Y, finalmente, la no menos necesaria predisposición para trasladarse a España.

El primer cargo que se intentó asignar fue el de cónsul general. Se trataba de la máxima autoridad del consulado y, por derivación, la persona que esta-blecería contacto directo con la embajada en Madrid, la dirección del NKID y el Politburó. La voluntad de Krestinsky era otorgarlo a una persona seria, es decir, responsable y competente con las tareas asignadas. También tenía que presentar una amplia experiencia revolucionaria, entendiendo por ello unas sólidas credenciales de identificación ideológica con el PCUS y el Es-tado soviético. Y, finalmente, tenía que adaptarse rápidamente a la realidad política y social de la retaguardia en la España republicana, especialmente ante la conflictiva situación de esta área del nordeste peninsular.

Krestinsky confeccionó una primera lista de candidatos entre un grupo de funcionarios del NKID13. Pero la resolución se aceleró de forma imprevista. Tumanov y Mirnei fueron desestimados, aunque posteriormente el primero sería seleccionado para encabezar la delegación extraoficial en Bilbao. El Politburó decidió dar carpetazo al asunto y por deseo expreso de Stalin designó a Vladímir Antonov-Ovseenko como cónsul general el 21 de septiembre de 193614.

El histórico cuadro bolchevique, más que el supuesto estalinista duro y acé-rrimo del que habla la historiografía más reciente15, tenía cincuenta y tres años cuando fue seleccionado para el cargo de cónsul general. Su elección fue resul-tado de diferentes factores. El prioritario, y posteriormente también clave de su salida de España, tenía que ver con el juego de poder en la cima más alta del Kremlin. El segundo, se refería a su compromiso político con el Estado soviéti-co. Y, el tercero, a su aureola política y energía en las formas, que encajaba per-fectamente con la especial situación que tendría que afrontar en la retaguardia republicana.

13 Consúltese Carta de Krestinsky a Rosenberg del 19 de septiembre de 1936. AVPRF: F. 10, i. 11, c. 71, exp. 53, págs. 78-79.

14 La decisión del Politburó puede seguirse en el Archivo Estatal Ruso de Historia Sociopo-lítica (RGASPI): Fondo 17, circunscripción 3, expediente 981, pág. 213. No obstante, la inter-vención directa y unipersonal de Stalin en esta decisión fue corroborada nueve días más tarde cuando Kagánovich escribió a Ordionikidze y le indicó que « (…) Por instigación del jefe —es decir, Stalin—, hemos enviado a Antonov-Ovseenko a Barcelona como cónsul, y esperamos que lo haga mejor que Rosenberg», reproducido en Dullin, S., 2008, pág. 131.

15 Así lo había caracterizado Volodarsky, B., 2013, pág. 115.

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Stalin optó por Antonov-Ovseenko porque con ello contrarrestaba al sec-tor afín a Litvínov que estaba presente en la delegación diplomática en Es-paña. Sin lugar a dudas, Rosenberg era un hombre de Litvínov. En cambio, Antonov-Ovseenko estaba alineado con Krestinsky. Antonov-Ovseenko, jun-to con Fiodor Raskolnikov y Grigory Sokolnikov, formaban parte de la triada del NKID que más claramente se habían distanciado de las tesis de Litvínov. No olvidemos tampoco el detalle de su edad. El histórico cuadro bolchevique formaba parte de la primera generación de diplomáticos soviéticos y, por lo tanto, chocaba con la voluntad de Litvínov de fomentar nuevos aires en el seno del NKID a través de la segunda generación de diplomáticos soviéti-cos. Así, pues, Stalin conseguía reequilibrar internamente la presencia de los dos sectores del NKID en España, el punto más caliente de Europa en este momento y del que podían derivarse consecuencias decisivas para el futuro inmediato de la URSS. No estaba nada dispuesto a dejarlo en manos de los hombres de un Litvínov con el que, ya hemos visto, tenía activa una guerra subterránea16.

El segundo factor que explicaba la elección de Antonov-Ovseenko era su compromiso e identificación política y profesional con el actual Estado so-viético. Había demostrado sus aptitudes profesionales tanto en el ámbito di-plomático, durante su etapa como embajador soviético en Checoslovaquia, Lituania y Polonia, como en el judicial, ejerciendo su último cargo como fiscal jefe de la República Soviética Federativa Rusa. Por otro lado, poseía un am-plio bagaje al lado del actual Estado soviético, que se había iniciado a finales de los años 20, entre 1927 y 1928, cuando había roto con Lev Trotski y se había posicionado al lado de Stalin. En este sentido, Antonov-Ovseenko era un converso. Pero un converso fiel, tal y como lo había ejemplificado durante los diez años que transcurrieron hasta su misión en España17.

16 Antonov-Ovseenko era uno de los miembros más destacados de la vieja generación de diplomáticos soviéticos, junto a camaradas como Aleksandr Arosev, Aleksandr Bekzaydan, Yakov Davtian, Valerian Dovgalevski, L. Khinychuk, Mijail Kobetski, Alexandra Kollontai, Iván Maiski, Fiodor Raskolnikov, Yakov Surits y Alexei Ustinov. Esta cuestión, así como las fuerzas de equilibrio dentro de las diferentes facciones del NKID, pueden ampliarse en Dullin, S., 2008, págs. 51-64 y 92-157.

17 Los datos biográfícos de Antonov-Ovseenko siguen dependiendo excesivamente de la ya más que anticuada obra de Rakitin, Anton, V. A. Antonov-Ovseenko, Leningrado, Lenizdat, 1975. El histórico cuadro bolchevique hoy día aún sigue generando un notable tabú entre la historio-grafía rusa, mientras que la internacional no ha mostrado interés por confeccionarle una sólida biografía. Ello provoca que el seguimiento de la trayectoria de Antonov-Ovseenko acabe remi-tiéndose habitualmente a esta obra que, además, dedica un espacio muy reducido a su etapa como diplomático en España, tal y como puede seguirse en Rakitin, A., 1975, págs. 300-339. Por ello es muy bienvenida la reciente obra de Volodarsky, B., 2013, págs. 115-116, que ha aportado nue-vos datos sobre su figura, aunque analizados en función de los factores que resultaban relevantes desde el ámbito de los servicios de inteligencia.

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