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La familia en el Israel premonárquico La «nueva arqueología» junto con la etnología y la antropología cultural son las ciencias auxiliares que más nos ayudan a estudiar a la familia del Hierro I, es decir del siglo XII al XIII a.C. Carol Meyers es la arqueóloga que más aportes ha hecho sobre el tema, con un enfoque más detallado del papel de la mujer en ese periodo formativo de Israel. Geografía Cuando hablamos de los habitantes de Israel en esta época, nos referimos a la mayoría del pueblo de la alianza que se estableció en lo que se conoce como «Cisjordania» o «cordillera montañosa central», incluyendo porciones de «transjordania», la cordillera al lado oriental del Jordán. El 90 % de la población israelita–también conocidos como hebreos en esta época–se establecieron en esa región. En realidad muy pocos israelitas pudieron ocupar ciudades o pueblos de la «llanura costera», es decir la franja plana frente el mar Mediterráneo, así como de Sefelá (partes bajas entre la zona montañosa y la costa mediterránea), las planicies de Sarón y yel valle de Jesreel. Ninguna ciudad de importancia existía o se construyó en esa zona. Ya otras naciones y pueblos se habían adueñado de las principales ciudades y tierras de la llanura— Durante lo que se conoce como la edad 1 Cisjordania o cordillera Transjordan ia o

La familia en el Israel premonárquico

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La familia en el Israel premonárquico

La «nueva arqueología» junto con la etnología y la antropología cultural son las ciencias auxiliares que más nos ayudan a estudiar a la familia del Hierro I, es decir del siglo XII al XIII a.C. Carol Meyers es la arqueóloga que más aportes ha hecho sobre el tema, con un enfoque más detallado del papel de la mujer en ese periodo formativo de Israel.

Geografía

Cuando hablamos de los habitantes de Israel en esta época, nos referimos a la mayoría del pueblo de la alianza que se estableció en lo que se conoce como «Cisjordania» o «cordillera montañosa central», incluyendo porciones de «transjordania», la cordillera al lado oriental del Jordán. El 90 % de la población israelita–también conocidos como hebreos en esta época–se establecieron en esa región. En realidad muy pocos israelitas pudieron ocupar ciudades o pueblos de la «llanura costera», es decir la franja plana frente el mar Mediterráneo, así como de Sefelá (partes bajas entre la zona montañosa y la costa mediterránea), las planicies de Sarón y yel valle de Jesreel.

Ninguna ciudad de importancia existía o se construyó en esa zona. Ya otras naciones y pueblos se habían adueñado de las principales ciudades y tierras de la llanura—Durante lo que se conoce como la edad de Bronce, las poblaciones importantes se establecieron en la llanura costera; la zona montañosa se mantuvo inhabitada hasta el inicio de la edad de Hierro (s. XIII a.C.). Eso explica por qué los enemigos de Israel se referían al «dios de Israel» como dios o dioses de la montaña: Los dioses de los israelitas son dioses de las montañas; por eso nos han

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Cisjordania o cordillera central

Transjordania o cordillera oriental

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vencido. Pero si luchamos contra ellos en la llanura, con toda seguridad los venceremos (1 R 20.23). Al respecto, Jueces 1.19 es también importante: Con la ayuda de Dios, la tribu de Judá se apoderó de la zona montañosa, pero no de la llanura, porque los habitantes de esa región tenían carros de hierro. No pudieron conquistar Gaza ni Ascalón ni Ecrón, ni tampoco los territorios vecinos (BLS).

La zona montañosa fue para los israelitas su lugar principal de asentamiento, pero a la vez la zona más inhóspita para el desarrollo de una nación y una cultura. La región montañosa no ofrecía tierra para el desarrollo de la agricultura ni tenía recursos naturales envidiables. Así se entiende mejor por qué cuando los hebreos «llegaron» a Canaán encontraron la llanura ocupada pero no la montaña. Los que llegaron primero ocuparon las tierras que sí ofrecían muchos recursos y permitían el desarrollo de la agricultura.

La pregunta surge: ¿Por qué las grandes potencias de la época (Egipto, Asiria, Babilonia, etc.) Lucharon por controlar esta parte de la geografía? La respuesta no es el interés por los recursos naturales, sino el lugar estratégico de la misma. Por ella pasaba una importante ruta internacional para el comercio y el paso de los ejércitos. Quizá la expresión «Tierra que fluye leche y miel» no deba entenderse como una tierra con incontables recursos naturales, sino tierra a través de la cual «fluían» los bienes materiales que acarreaban los mercaderes y ejércitos conquistadores.

El terreno no se reconoce como particularmente fértil, y lo escarpado del terreno hace muy difícil la retención del agua de lluvia, que es prácticamente la única manera de tener acceso al precioso líquido. Cualquier lector asiduo de la Biblia recordará de las muchas referencias en las que se habla de las épocas de sequía y hambruna que se experimentó en tierras palestinas.

Lo variado del terreno, los complejos factores climáticos, la dificultad de retención de agua obligaron a los «campesinos» israelitas a desarrollar una estrategia agrícola tripartita: (1) las cosechas principales fueron las de la cebada y el trigo—en parcelas creadas en terrazas donde se practicó la agricultura “seca”; (2) el recurso de los olivos que sobrevivían a las largas temporadas se sequía; (3) las vides que, debido a sus raíces profundas, se dan bastante bien en los terrenos escarpados (véase Oseas 2.8: pero ella no reconoció que era yo quien le daba el trigo, el vino y el aceite. DHH). Estos cultivos, por supuesto, no fueron los únicos. La dieta del israelita común fue enriquecida con otros productos agrícolas tales como: higos, dátiles, granadas, algarrobos, varios tipos de vegetales, condimentos (cilantro o culantro, eneldo, comino, etc.) y hierbas, cebollas, legumbres (chícharos o arvejas, garbanzos, habas), varios tipos de semillas (linaza, ajonjolí o sésamo), frutas secas (almendras, nueces, pistachos) y bayas.

La geografía del terreno también impuso para el israelita común un tipo particular de animales domésticos. Las cabras y una raza particular de ovejas (awasi de cola gruesa) que se desarrollan bien en las serranías. Las cabras, de manera especial, eran buenas productoras de leche, carne y pelaje para el vestido. Para el trabajo, el burro fue el animal más apreciado.

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Asentamientos humanos

La mayoría de los asentamientos humanos en el Israel antiguo (principio de la Edad de Hierro) fueron pequeñas aldeas rurales. Es decir, la vida familiar por lo general se desarrolló en el ambiente rural, no el urbano.

Para poder tener una perspectiva más adecuada y clara del tamaño de esas aldeas de principios de la Edad de Hierro se pueden comparar al tamaño de un campo de fútbol. La mayoría no lograron alcanzar el tamaño de un acre (4000 m2), es decir, menor aún que una cancha de fútbol (5400 m2). Fueron asentamientos minúsculos—caseríos—no más de 150 personas. Muy pocos poblados llegaron a medir hasta cuatro o cinco acres. Los poblados de mayor tamaño llegaban a cubrir la superficie de hasta dos campos de fútbol.

El tamaño minúsculo de la aldea dictaba, como es lógico, el número de gente que vivía en ella. Por lo general, la cantidad de habitantes fluctuaba entre 50 y 150 personas—de acuerdo con los descubrimientos arqueológicos, cerca del 80 por ciento de la población de la Edad de Hierro antiguo vivía en aldeas con menos de 100 habitantes. Los miembros de cada familia sumaban no más de quince personas. Las familias incluían, además de los miembros consanguíneos, a inmigrantes (más bien exiliados) procedentes de otras latitudes.

Las investigaciones arqueológicas permiten distinguir tres tipos de aldeas: (1) villas en forma de anillo, (2) villas con caseríos aglomerados sin una estructura determinada, y (3) al estilo de los «cascos de hacienda» (una edificación central rodeada por pequeñas construcciones). Al parecer, en la época bíblica, la aldea más común fue la de tipo circular:

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A estas aldeas, de acuerdo con estudios sociológicos de la época, son las que la Biblia define como mispajah (grupo unido por lazos de parentesco).

La casa

El estudio de las casas en las aldeas del Israel antiguo es tema muy nuevo en los estudios arqueológicos. Todavía no se ha encontrado una nomenclatura apropiada para describirla desde el punto de vista estructural. De las varias que se han ensayado, la que más se usa es «casa con pilares». Las siguientes ilustraciones ayudarán a entender mejor lo que se intenta describir con la expresión anterior:

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La división la marcan dos hileras de pilares de piedra, con un amplio cuarto o espacio como parte de la misma estructura. Eran realmente pequeñas edificaciones dos niveles. El más alto servía como lugar para el descanso nocturno. La parte inferior para resguardar a los animales, sobre todo en la noche, para las diversas actividades cotidianas (artesanía doméstica y preparación de alimentos). Véanse las dos siguientes ilustraciones que presentan otra alternativa plausible, pues los estudios practicados por la etnoarqueología no han podido recobrar algo que pueda dar con certeza una imagen segura del piso o espacio superior:

Los hornos y espacios para cocina, aunque se han encontrado en el interior de varias casas, por lo general se ubicaban fuera de las casas. De hecho, la mayor parte de las actividades cotidianas se realizaban fuera de los recintos habitacionales:

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Los descubrimientos arqueológicos muestran la existencia de pequeños patios en el especio que formaban grupos de dos o tres casas:

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La convivencia era de esperarse en un poblado en el que sus habitantes tenían lazos de parentesco y estos conglomerados de casas unían, por lo general, a una familia extensa o clan familiar.

La familia

De acuerdo con el testimonio bíblico, (Jos 7.14-18 es considerado como el locus clasicus para entender el uso de la terminología hebrea sobre la familia; véase también Jue 17—18), el clan familiar patriarcal estaba formado de la siguiente manera: el núcleo familiar formado por la pareja principal, extendiéndose hacia abajo con los hijos y los nietos, generación junto a la cual se extiende de manera lateral la familia extensa de los hermanos y sus esposas. Las hermanas casadas no se consideran parte de este clan familiar. A esta familia se anexaban otras personas que se unían por motivos de desastres familiares, por ser cautivos de guerra, exiliados y asalariados.

Las regulaciones legales tan precisas de la Torá (véase de manera especial Lv 18 y 20) sobre el incesto y relaciones de género se aclaran mejor cuando se colocan en el contexto de este tipo de vida familiar y la conformación de la aldea.

En las familias del Israel antiguo (final de la era del bronce, principios de la era del

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hierro, siglo XIII, más o menos)—las que formaron los primeros asentamientos humanos a la «llegada» de los hebreos a Canaán—los roles que jugaron sus miembros no estaban tan diferenciados. Hombres y mujeres de entre los 12 y los 30 años se dedicaban a las tareas más importantes y duras, mientras que los niños y ancianos ayudaban en labores menos pasadas. Lo difícil del terreno, el clima y el momento de establecimiento hicieron que la vida de estos «pioneros» hebreos fuera muy dura. No eran ni las inclinaciones vocacionales, ni los sueños de superación los que dictaban las labores de los miembros de la familia, sino elementos físicos y climáticos; en el Israel antiguo, la vida familiar era dirigida por las tareas que demandaban el ambiente, el cambio de estaciones y los constantes avatares creados por guerras, epidemias y desastres naturales. Se trabajaba literalmente de «sol a sol»: sembrando, limpiando el terreno, cosechando, fabricando y dándole mantenimiento a las herramientas y utensilios, confeccionando ropa y textiles para diversos usos, cocinando y construyendo cuanto espacio fuera necesario para vivienda, corrales y resguardos.

Por lo general, los varones adultos se dedicaban a la preparación de los terrenos para el sembrado, a la limpieza de espacios para edificación de viviendas, a la construcción de casas, cisternas y las muy necesarias terrazas o gradas para el cultivo y el mejor uso del agua; es decir todo lo relacionado con el inicio del establecimiento de una aldea, así como la defensa de los poblados. Este tipo de trabajo quedaba por lo general en manos de los varones debido a que exigían el distanciamiento del hogar que no se esperaba de la mujer que por lo general necesitaba estar cerca los infantes, niños y ancianos que dependían de su cuidado.

En el resto de labores y responsabilidades no había realmente diferenciación. De hecho, cuando se evalúa más de cerca la participación de la mujer en la sociedad rural de la época, las «fronteras» del mundo de la mujer no se diferenciaban tanto de la de los hombres. A la hora de la cosecha y otras tareas agrícolas toda mano, de hombre o de mujer, que pudiera aprovecharse era demandada. El cuidado de los olivares y viñedos, la ordeña y la manipulación de los productos animales no hacían distinción de género o edad. Como se ha dicho en párrafos anteriores, para el cultivo de granos (trigo y cebada) se requería de la construcción y mantenimiento de terrazas; esta tarea exigía una exagerada cantidad de tiempo, de labor, de esfuerzo y desgaste de energía. Para lograr todo esto se requería de un híper esfuerzo familiar colectivo; solo así, la práctica de las terrazas podría desarrollarse con éxito. Es decir, se requería que la mujer no solo trabajara como fuerza laboral, sino también “producir” más población. En esa sociedad no había manera de sobrevivir más que con familias muy extensas.

En otras palabras, en esa sociedad rural y agrícola, la mujer no solo se preocupaba por su embarazo y el cuidado y alimentación infantes y niños—que no es poca cosa: “Las mujeres conducen a la nueva generación hacia su meta, velan por los niños en su temprana infancia, y por lo general ellas introducen al joven a la sociedad y cultura de la que serán parte. En otras palabras, las mujeres inician el proceso por medio del cual las culturas humanas luchan por alcanzar: vida por siempre, inmortalidad” (Derlihy: 56)—, sino que también se dedicaba a la preparación de comidas y su preservación, del cultivo de la huerta, del cuidado y alimentación de animales domésticos, de la producción de textiles y fabricación de ropa y otros productos del hilado. Debido a que los cereales fueron la base principal de la alimentación, todo lo concerniente a su procesamiento (limpieza, molienda, preparación de la harina para la confección

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de pan), incluyendo la preparación de los hornos y la recolección de leña, todo eso, estuvo bajo la responsabilidad de la mujer. Además, prácticamente todo el trabajo que requería precisión y artesanado fino fue hecho por las mujeres: hilado, cosido, tintura de telas, producción de cerámica y varias clases de vasijas y canastas. En otras palabras, el trabajo de la mujer no solo era más variado que el del hombre, sino que requería un mayor grado de destreza y de pericia.

Entonces, además de la participación amplia y constante de la mujer en las tareas de una sociedad “de frontera”, es necesario también considerar el elemento del tamaño y salud de la familia. Mientras más miembros sanos y adultos había en el entorno familiar, mayor era la posibilidad de sobrevivencia en circunstancias de vida tal como se ha delineado anteriormente. El asunto no se restringe a la mano de obra, sino también a mantener viva y sana a la familia. Los problemas más grandes al final de la Edad de Bronce y principios de la de Hierra fueron las plagas y las enfermedades—experiencias muy distintas a la de nuestros entornos familiares en centros sobre todo urbanos. Qué fuerzas decimaron poblaciones enteras durante ese periodo; pues bien, más que las guerras lo fueron las plagas y las epidemias. Los estudios arqueológicos de tumbas y lugares de entierro demuestran que el porcentaje de muertes fue muy superior en personas de edad pre-adulta. Por ejemplo, en una tumba estudiada, el 35% eran niños menores de cinco años, y el 50% o más no habían alcanzado la edad adulta. Además, la muerte de mujeres en edad de procreación siempre aparece bastante alta en relación con varones de las mismas edades. En el Israel pre-monárquico, la expectativa de vida de la mujer siempre fue inferior a la del varón. Con todo esto en mente, se puede concluir que en tiempos “normales”, era necesario un número duplicado de nacimientos para asegurar el tamaño óptimo de una familia.

En un mundo así, hay dos temas que deben de considerarse y que no siempre se conocen bien y se entienden bien en nuestro mundo actual; el de la poligamia y el del levirato.

Bibliografía

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Herlihy, David 1978 “The Natural History of Medieval Women”. Natural History 87: 56-67.

Mayers. Carol1978 “The Roots of Restriction: Women in Early Israel”. Biblical Archaeologist (Vol.

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