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44 FilosofíaHoy Así imaginó el ilustrador Javier Zabala (javierzabala.com) al personaje en la edición de Bartleby publicada por Nórdica Libros. Imagínate que un hijo, un vecino, un empleado, jefe o cualquier compañero de trabajo solo responde con esa frase: “Preferiría no hacerlo”. Y que además es verdad y no lo hace. El resultado es una situación endemoniada de la que no es fácil salir indemne. T odo es miste- rio alrededor de este relato escrito por el estadouniden- se Herman Melville y pu- blicado en el año 1853. Y así fue desde el principio, porque Melville decidió ocultar su identidad y que saliera con seudónimo, en dos partes, es decir, en dos meses, en la re- vista Putnam’s Magazine. Tam- bién es misterioso el papel que ocupa en su literatura, integrada por libros de aventu- ras entre los que destaca el re- lato de la peripecia del capitán Ahab en busca de la ballena Moby Dick. Melville, el hom- bre de acción, vagabundo y na- vegante in- fatigable, es autor de no- velas de via- jes y aventu- ras… ¿Cómo pudo idear entonces la historia de un hombre sin presente, sin pasado, sin ninguna historia detrás, sin fa- milia, sin amigos? Un ser ano- dino como nadie, gris, pasivo, un sin-rostro y un apenas sin- voz… pues solo la usa para de- cir una frase que repite como un mantra hasta desquiciar a los de alrededor: “Preferiría no hacerlo”. Esa es la curiosa historia del curioso personaje llamado Bartleby, el escribiente. LA FRASE FILOSÓFICA “Preferiría no hacerlo” de Herman Melville En el relato Bartleby, el escribiente DE CóMO UNA FRASE SUPUESTAMENTE EDUCADA SE PUEDE CONVERTIR EN UNA HERRAMIENTA SUBVERSIVA Bartleby es un sin-rostro, un sin-voz; esta solo la usa para repetir su frase como un mantra

LA frAse fiLosóficA “Preferiría HerraMienta subversiva De ... · blicado en el año 1853. Y así fue desde el principio, ... sin pasado, sin ninguna historia detrás, sin fa-

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44 ■ FilosofíaHoy

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Imagínate que un hijo, un vecino, un empleado, jefe o cualquier

compañero de trabajo solo responde con esa frase: “Preferiría no

hacerlo”. Y que además es verdad y no lo hace. El resultado es una

situación endemoniada de la que no es fácil salir indemne.

Todo es miste-rio alrededor de este relato escrito por el estadouniden-se Herman Melville y pu-

blicado en el año 1853. Y así fue desde el principio, porque Melville decidió ocultar su identidad y que saliera con seudónimo, en dos partes, es decir, en dos meses, en la re-vista Putnam’s Magazine. Tam-bién es misterioso el papel que ocupa en su literatura, integrada por libros de aventu-ras entre los que destaca el re-lato de la peripecia del capitán Ahab en busca de la ballena Moby Dick. Melville, el hom-bre de acción, vagabundo y na-

vegante in-fatigable, es autor de no-velas de via-jes y aventu-ras… ¿Cómo pudo idear entonces la historia de un hombre

sin presente, sin pasado, sin ninguna historia detrás, sin fa-milia, sin amigos? Un ser ano-dino como nadie, gris, pasivo, un sin-rostro y un apenas sin-voz… pues solo la usa para de-cir una frase que repite como un mantra hasta desquiciar a los de alrededor: “Preferiría no hacerlo”. Esa es la curiosa historia del curioso personaje llamado Bartleby, el escribiente.

LA frAse fiLosóficA

“Preferiría no hacerlo”

de Herman Melville En el relato Bartleby, el escribiente

De cóMo una frase supuestaMente eDucaDa

se pueDe convertir en una HerraMienta subversiva

Bartleby es un sin-rostro, un sin-voz; esta solo la usa para repetir su frase como

un mantra

FilosofíaHoy ■ 45

Literal y radical en su inocencia,

Bartleby se convierte en raro,

en alguien peligroso

una historia de Wall streetEse es el subtítulo original de la pieza. Es verdad, el cuento está ubicado en uno de los edi-ficios de esa zona. Lo describe el narrador, un recientemen-te nombrado juez auxiliar del Tribunal Arbitral que da todo tipo de explicacio-nes sobre sí mismo, sobre sus empleados, so-bre su lugar de trabajo…: “Mi oficina ocupaba un piso alto en el número X de Wall Street. Por un lado daba a una pared blan-ca perteneciente al interior de un (...)”. Por el otro, las venta-nas gozaban, sin obstáculos, de la vista de una imponente pared de ladrillos ennegrecida por paso de los años y la con-tinua sombra (…); para benefi-cio de los cortos de vista, se ha-llaba a escasos centímetros”. Y allí es donde irá a parar el nue-vo escribiente. Agobiado por la carga de tra-bajo, sí, pero sobre todo por los caracteres de sus dos em-pleados (uno trabaja bien por la mañana, pero por la tarde anda excitado, malhumorado, y el otro al revés), el juez con-trata a Bartleby como bálsa-mo: “Lo contraté contento con tener entre mi cuerpo de copis-tas a un hombre de aspecto tan sedante que, pensé, po-dría influir positivamente en el temperamento volátil de Turkey y en el fogoso Ni-ppers”. Esos son los otros per-sonajes de la narración; entra-rán en juego cuando llegue la acción.

La inacción desencadenanteEs muy curioso: el terremoto se desencadena cuando y por-que Bartleby “prefiere no ha-cer” diversas cosas. Si, por lo general, la corriente apunta a que las grandes revoluciones, hazañas, descubrimientos, guerras las desencadena un “algo” poderoso –llámese un asesinato, un viaje, una ocupa-ción–, este relato va en direc-ción contraria y propugna la revolución de la inacción, el tsunami de decir simplemente

que no. Y demuestra que es posible. La primera vez que Bartleby pronuncia su famo-sa frase es para no cotejar sus copias con las de los otros em-pleados; la segunda, para no leerlas delante de su jefe. Tam-bién se niega –o prefiere no ha-cer– a un recado que le manda, no contesta a sus preguntas inofensivas o directas… Es que prefiere no hacerlo. Y no lo hace. ¿Cuál es el problema? ¿Quién es Bartleby? Bartleby es un literal, un radical en su inocencia, lo que lo convierte

en peligroso y raro ante los ojos de los demás. ¿Peli-groso alguien que no hace nada y apenas dice algo? ¿Pe-ligroso alguien

por hacer su camino, lo que le dicta su extraña conciencia sin dañar a los demás? Gran pro-blema; Bartleby no ataca, pero los demás sí se sienten profundamente atacados por su actitud.

reacciones En el prólogo de la edición de Valdemar, José R. Hernández Arias escribe: “Aunque Bart-leby carece por completo de responsabilidad social, obliga a los demás a tomar una de-cisión moral: ya sea echarle con cajas destempladas, aco-gerle y cuidarle, ignorarle o hacerle daño. (…) Bartleby es un despertador de la con-ciencia moral ajena”. El ca-tálogo de com-portamientos se despliega en la novela en las reacciones de los distintos personajes o en los vaivenes de uno solo, el je-fe, que es quien peor lo tiene, pues es el que lo ha contrata-do. Además de desconcertado como todos, se siente culpable, atado. “Había algo extraño en Bartleby que no solo me des-armaba, sino que, de modo misterioso, me conmovía y desconcertaba”. Su extraño e inofensivo empleado no ataca, pero tampoco responde a los motivos por los que le ha con-

tratado. Sería fácil despedir-lo, desprenderse de él, pien-sa en ocasiones, pero es que Bartleby no se desprenderá de él ni de la oficina; en un momento dado incluso la con-vierte en su hogar. El juez sabe que despedirlo, denunciarlo, significará el fin de aquel extra-ño ser sin ningún lugar al que ir, sin ningún familiar, amigo o conocido que le ayude o acoja. Y eso es lo que ocurre al final. Frente a su actitud dubitativa y pendular, que va de la com-pasión al enojo, se sitúan los empleados, mucho más reso-lutivos, a los que pide opinión; uno “lo sacaría a puntapiés de la oficina”, otro piensa “que está un poco chiflado…”. An-te ese dilema, el lector no es capaz de quedar al margen:

¿qué haría uno en una situación semejante?

inacciónPascal lo ad-virtió con su

frase: “Todas las desgracias le vienen al hombre de no saber quedarse quieto en una habita-ción”. Apuntaba a la inacción como la felicidad suprema, la sabiduría. Bartleby sería el profeta de esa nueva religión de la inacción. Y le va tan mal como a los de las demás religiones, como al Cristo que ponía la otra mejilla, por ejemplo. El mito religioso del incomprendido, en el que mu-chos veían un tarado, que aca-bó devorado por el mundo al

fiLosofía práctica

el BartleBy

que hay en ti

seguro que hay cosas que preferirías no hacer. Quizá varias

o muchas a lo largo del día. ¿te has preguntado qué pasaría si

dijeras la verdad y si actuaras en consecuencia? ¿si te dejaras po-seer por el espíritu de bartleby?

seguro que en algún fango del que no sería fácil salir te mete-

rías. pero, de nuevo, ¿te has pa-rado a pensar qué significa eso?

Justo lo que estás pensando: la verdad radical es un terreno

peligroso del que nos apartamos con gusto en nuestro propio

beneficio, mientras que la men-tira es un amigo complaciente

y buscado que articula nuestro día a día. no pasa nada; así debe ser… en beneficio de todos. solo

es mejor ser consciente de ello.

Bartleby es el profeta de la religión

de la no-acción. Y le va tan mal

como a los demás

bartleby, el escribiente Herman Melville

Nórdica Libros

46 ■ FilosofíaHoy

que quería salvar le va bien al testarudo Bartleby. Y también está en sintonía con el enig-mático tono de la línea que remata el relato. ¡Oh, Bartle-by! ¡Oh, humanidad!Uno de los paralelismos más justificados es el que identifi-ca la actitud de Bartleby con la desobediencia pacífica de Thoreau, contemporáneo de Melville. En 1846, Thoreau pa-só una noche encarcelado tras negarse a pagar sus impuestos. Su conciencia… prefería no hacerlo. Prefería no hacer na-da alejado de sus principios y de su percepción de lo justo. La diferencia es que Thoreau era consciente del poder de la negación: él quería cam-biar las cosas: “Lo que tengo que hacer –afirma en Desobe-diencia civil– es no prestarme a hacer el daño que yo mismo condeno”. Herederos directos de ese espíritu y, de algún mo-do, parientes lejanos de Bart-leby son figuras como Gandhi o Luther King. Más cercano es el paren-tesco con los personajes que pueblan los libros de Kakfa; empleados un tanto grises de grises notarías y despachos en general que se ven abocados a situaciones sin salida, en las que a menudo no saben cómo fueron a parar. Pero también hay pinceladas surrealistas en el relato de Melville y connota-ciones que llaman al absurdo de Beckett o de Ionesco, cu-yos personajes tienen siempre problemas con el lenguaje: bal-buceos, repeticiones, tartamu-deos, frases y palabras sin sen-tido son a menudo sus señas de identidad. En el terreno lin-dante de la literatura y la filo-sofía también hay espacio para Bartleby. Como indica Hernán-dez Arias en el mencionado prólogo, algunos “se inclinan a considerarlo un antecedente de la literatura existencialis-ta de Camus o Sartre. Son los que hacen de Bartleby un rebelde contra un universo absurdo. Para otros constitu-ye un símbolo de nihilismo o una ironía schopenhauriana. Y todas esas teorías han sido defendidas en estudios y en-sayos monográficos que llena-rían varias repisas de libros”.

Hay interpretaciones polí-ticas y politizadas que ven en Bartleby un trabajador alienado en la jungla de Wall Street, otras (en la misma ca-tegoría) hablan de él como un abanderado de la rebelión la-boral, y ambas ven en relato una crítica a la deshumaniza-da sociedad capitalista. Hay explicaciones psicológicas y

psicopatoló-gicas al com-portamiento de Bartleby y también per-sonalistas que ven en el rela-to la frustra-ción del escri-

tor fracasado que Melville era cuando lo escribió (después de que Moby Dick no obtuviera los resultados que esperaba). Barriendo para la figura del es-critor es posible rastrear en su biografía un especie de antece-dente de Bartleby: un amigo de Melville, Eli James Murdock Fly que encontró trabajo de co-pista en Nueva York y se pasa-ba “todo el día escribiendo des-de la mañana hasta la noche”. Y no es el único precedente: en una de sus cartas a su amigo Hawthorne lanza un incendia-rio panfleto a favor de quienes dicen no: “A un espíritu que dice no ni con truenos y re-lámpagos, el mismo diablo puede forzarle a que diga sí. Porque todos los hombres que dicen sí, mienten; en cuanto a los hombres que dicen no, (…) cruzan las fronteras de la eternidad sin nada más que una maleta, es decir, el Ego. Mientras que, en cambio, toda esa gentuza que dice sí viaja con montones de equipaje y, malditos ellos, nunca pasarán por las puertas de la aduana”. ■ Pilar Gómez Rodríguez

La sombra de Bartleby se proyecta

en la literatura, la política,

la filosofía...

un Texto indispensaBle

Que bartleby es un tipo filosófico lo corrobora el interés que ha despertado entre la comunidad de pensadores. Da cuenta de

ello el libro de pre-textos, titulado como este artículo, Preferiría no hacerlo. en una cuidada edición reúne el texto original de

Melville junto a los ensayos que tres destacados pensadores le han dedicado. estas son algunas de sus tesis.

GiLLes DeLeuze “bartleby no es una metáfora del escritor, ni el

símbolo de nada. se trata de un texto de violenta comicidad, y lo cómico siempre es literal. se ase-meja a las narraciones de Kleist, de Dostoievski,

Kafka o de beckett, con las que forma una subterránea y brillante secuencia. no quiere decir más que lo que literalmente dice”.

GiorGio aGaMben “bartleby es un law-copist, un escriba en el

sentido evangélico, y su renuncia a copiar es también una renuncia a la Ley, un liberarse de la

'vejez de la letra'”. como sucedió con Joseph K, también han visto en bartleby los comentaristas una figura de cristo (…) que viene a abolir la antigua ley y a inaugurar

un nuevo mandamiento (…). pero si bartleby es un nuevo Mesías, no ha venido, como Jesús, para redimirnos del

pasado, sino para salvar lo que no ha pasado”.

José Luis parDo “bartleby no se defiende de la curiosidad con la

solidez de un muro que se yergue recto contra los ataques, sino con el declive o la inclinación de un talud por el que se deslizan hasta anonadarse

todas las preguntas, todas las órdenes, todas las sugerencias, todos los requerimientos. Las negativas de bartleby no son

protestas contestatarias de un rebelde, sino amables dilaciones de quien declina una invitación con las buenas maneras de un

hombre educado que difícilmente pierde la compostura (…). parece, en fin, replegarse sobre sí mismo tras un muro de silencio, en todo caso, de formas

lingüísticas equivalentes al silencio, al sinsen-tido (…): bartleby solo puede definirse por

aquello que no prefiere, por lo que declina”.

“Preferiría no hacerlo”

preferiría no HacerLoel libro de pre-textos recoge los ensayos de Deleuze, agamben y pardo sobre el polisémico relato de Melville.

LA frAse fiLosóficA