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DEL FONDO DE CULTURA ECONÓMICAMAYO2012 497 ISSN: 0185-3716 Las obras históricas significativas siempre guardan memoria de modelos anteriores que les sirvieron de guía o impulso motivador ENRIQUE FLORESCANO ALGO DE HISTORIA Además CHARLES WRIGHT MILLS Y LA DIFUSIÓN DEL CONOCIMIENTO

La Gaceta del FCE, núm. 497. Mayo de 2012 · es una publicación mensual editada por el Fondo de Cultura Económica, con domicilio en Carretera Picacho-Ajusco 227, Bosques del Pedregal,

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D E L F O N D O D E C U L T U R A E C O N Ó M I C A � M A Y O � 2 0 1 2

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Las obras históricas

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guardan memoria de

modelos anteriores que les

sirvieron de guía o impulso

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— E N R I Q U E F L O R E S C A N O

ALGODE

HISTORIAAdemás 

CHARLES WRIGHT MILLS

Y LA DIFUSIÓN DEL CONOCIMIENTO

2 M AY O D E 2 0 1 2

D E L F O N D O D E C U LT U R A E C O N Ó M I C A

Joaquín Díez-Canedo Flores

DI R EC TO R G EN ER AL D EL FCE

Tomás Granados Salinas

DI R EC TO R D E L A GACE TA

Alejandro Cruz Atienza

J EFE D E R EDACCI Ó N

Ricardo Nudelman, Martí Soler,

Gerardo Jaramillo, Alejandro Valles

Santo Tomás, Nina Álvarez-Icaza,

Juan Carlos Rodríguez, Alejandra Vázquez

CO N S E J O ED ITO RIAL

Impresora y Encuadernadora

Progreso, sa de cv

I M PR E S I Ó N

León Muñoz Santini

ARTE Y D IS EÑ O

Juana Laura Condado Rosas, María Antonia

Segura Chávez, Ernesto Ramírez Morales

VERS I Ó N PAR A I NTER N E T

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La Gaceta del Fondo de Cultura Económica

es una publicación mensual editada por el Fondo

de Cultura Económica, con domicilio

en Carretera Picacho-Ajusco 227,

Bosques del Pedregal, 14738,

Tlalpan, Distrito Federal, México.

Editor responsable: Tomás Granados Salinas.

Certifi cado de Licitud de Título 8635 y de Licitud

de Contenido 6080, expedidos por la Comisión

Califi cadora de Publicaciones y Revistas

Ilustradas el 15 de junio de 1995.

La Gaceta del Fondo de Cultura Económica es

un nombre registrado en el Instituto Nacional

del Derecho de Autor, con el número 04-

2001-112210102100, el 22 de noviembre de

2001. Registro Postal, Publicación Periódica:

pp09-0206.

Distribuida por el propio

Fondo de Cultura Económica.

ISSN: 0185-3716

P O RTADA

Johann Moritz Rugendas,Orizaba y la Hacienda del Mirador, 1859

497EDITORIAL

SENSACIÓN ANALFABETA ESMERO Gabriel Magaña Merlo 0 3LOS NUEVOS RUMBOS DE LA HISTORIOGRAFÍA MEXICANA Enrique Florescano  0 7FABULACIONES DE UNA HISTORIA GLOBALMENTE CIERTA Antonio Ibarra  0 9OTRA VEZ TIERRA ADENTRO, MAR EN FUERA… Antonio García de León  1 1MIRADAS A LA MÉDITERRANÉE MEXICANA Mario Trujillo Bolio  1 2TRAS EL RASTRO DE LAS CIUDADES Alejandro Tortolero  1 4MICHAEL P. COSTELOE, 1939-2011 Anne Staples  1 5LOS VENCIDOS DEL 5 DE MAYO Jean Efrem Lanusse  1 7LA LENGUA, NUESTRA PATRIA IDEAL Angelina Muñiz-Huberman  1 8GUILLERMO FERNÁNDEZ, 1932-2012 Rafael Vargas  1 8NOVEDADES DE MAYO  2 0CAPITEL  2 0C. WRIGHT MILLS Y LA URGENTE DIFUSIÓN DEL CONOCIMIENTO Rafael Vargas  2 2

L a historia ocupa una rebanada importante del catálogo del Fondo de Cultura Económica, no sólo por la cantidad de títulos sino por la grata densidad de muchos de los libros que, con nuestro sello editorial, se ocupan de las andanzas pretéritas del ser humano. Cerca de setecientas obras han aparecido en la colección cuyas actuales portadas muestran una contundente y negrísima H, en cuyas contraformas aparecen ilustraciones alusivas al tema abordado, y casi otras tantas, en diversas

colecciones, incluyen de manera central una mirada al pasado. De ahí que sea natural dedicar un número de La Gaceta a esta disciplina, pero no lo es tanto que centremos la atención casi en una sola obra.

Hemos aprovechado que Tierra adentro, mar en fuera, de Antonio García de León, fue el tema de la más reciente sesión del Seminario Interinstitucional de Historia Económica (sihe, sihe.colmex.mx), realizada en El Colegio de México en marzo pasado, para dedicar buena parte de esta entrega a un libro que está causando un saludable revuelo entre los historiadores de nuestro país. Coeditado con la Universidad Veracruzana y el gobierno del estado, este muy gozable estudio sobre las vicisitudes del puerto jarocho y su dilatada zona de infl uencia contiene los elementos de los que están hechos los clásicos. De ahí que consagremos un tercio de esta publicación a ponderar sus méritos, y a permitir que el autor exponga algunos porqués y cómos de su lograda investigación.

Continúa la porción histórica con un repaso del libro reciente de Alain Musset sobre ciudades americanas que debieron cambiar de emplazamiento, la carta de una autora sobre un presunto plagio y el fragmento de un libro sobre la sesquicentenaria batalla de Puebla —no faltará quien lo considere aguafi estas, pues en él se da voz a los derrotados.

Con retraso más no por ello sin justeza, cerramos la edición con una evocación de Charles Wright Mills, el combativo sociólogo cuyas obras —las de coyuntura y las perennes— han dado lustre a nuestro fondo editorial: si Escucha, yanqui, leidísimo en su momento, ya detuvo su marcha, La imaginación sociológica mantiene un trote fi rme. En marzo pasado se cumplió medio siglo de su fallecimiento; con autores como él el Fondo ha querido hacer algo de historia.W

SUMARIO

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POESÍA

sensación analfabeta esmero

el olvido

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plumas circo encaramado

arrecia la oscuridad

escama nunca fortuita

…andanada cielo

energúmeno

goteo alborotado golpea

la terraza

también

mis viejos

autorretratosW

Aunque se ha publicado poco, la sutil voz poética de Gabriel Magaña Merlo es fácil de identifi car. Conviven en sus versos una engañosa sencillez formal con una notable curiosidad por el signifi cado,

la sonoridad, la función de cada palabra. Circula ya Lejos alcanzado aquí, volumen dividido en tres secciones; de la última, que da nombre al libro, hemos tomado este contundente

ejemplo de la exploración que el poeta tapatío ha desarrollado en las última décadas

Sensación analfabeta esmero

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Hagamos algo de historia: la del multifacético puerto de Veracruz,

a cargo de Antonio García de León; la de las ciudades movedizas que Alain

Musset ha rastreado; la del fugaz triunfo de nuestras armas ante el ejército

francés que, hace siglo y medio, se aproximaba a Puebla.

En esta mínima muestra late el afán del Fondo por contribuir a la comprensión de ese infi nito

al que llamamos pasado

DOSSIER

ALGODE

HISTORIA

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teros a los estudios históricos, tales como La formación de los grandes latifundios en México de François Chevalier (1953), o Los aztecas bajo el dominio español 1519-1810 de Charles Gibson (1964), o Pueblo en vilo de Luis González (1969), o Zapata de John Wo-mack (1969), o La Cristiada de Jean Meyer (1973), u Orbe indiano de David Brading (1991), o Pancho Villa de Friedrich Katz (1998), o el más reciente Monte Sagrado-Templo Mayor de Alfredo López Austin y Leonardo López Luján (2009). Estas obras fundacionales, sin esperar el requerido paso del tiempo para ser validadas, adquirieron el rango de clásicos entre los historiadores mexicanos e hispanoamericanos, y nos legaron un cau-dal de nuevos conocimientos, una inusitada riqueza de instrumentos analíticos y una variedad de formas de narrar el pasado que están presentes en el libro de Antonio Gar-cía de León.

Tierra adentro, mar en fuera es una obra ambiciosa, que conjuga temas y tiempos di-versos, que transcurre en tres siglos altera-dos por flujos, reflujos y huracanes sociales, económicos y políticos, y se concentra en las diversas franjas de la geografía del sur y el istmo mexicano. Una parte del libro está dedicada a la comarca del Sotavento, tierra formada por una diversidad de medios geo-gráficos y ecológicos. Este paisaje pródigo, alterado por diferentes pisos vegetales y

corrientes fluviales, sufre cambios in-tensos en los tres siglos que lo recorren. Pero lo que asombra al lector es la ma-nera cómo el historiador, transformado en biólogo, ecologista, explorador, agri-mensor y cartógrafo, camina este es-pacio dilatado y lo calibra, lo clasifica y reconoce en él las múltiples toponimias popolucas, zoques, mixes, nahuas, afri-canas, españolas y jarochas que lo nom-bran e identifican.

El libro de García de León reconstru-ye los diversos grupos y culturas indí-genas que habitaron el territorio y más adelante describe la catástrofe demo-gráfica que casi los extinguió y la inme-diata sustitución de esa población por la invasión y multiplicación del ganado. La sustitución de la gente indígena por el ganado transformó radicalmente el pai-saje agrícola y natural, y fue seguida por un cambio mayor: la introducción de la esclavitud africana. La población negra se repartió en las villas de Veracruz, Ja-lapa, Córdoba y Orizaba, en las comu-nidades rurales del interior y en las ha-ciendas ganaderas, formando la fuerza de trabajo básica que, al unirse con los indígenas, españoles pobres y mestizos, creó una sociedad hecha de mezclas ét-nicas y una cultura tropical singular, de la cual nació el jarocho, el vaquero y

Tierra adentro, mar en fuera es el revés de la caja de Pan-dora de los antiguos grie-gos: al abrirlo, en lugar de desatar monstruos destruc-tivos y males imposibles de atajar, nos transporta a un mar de historias, como lo llama su autor, a un descu-brimiento tras otro de geo-

grafías revolucionadas y al encuentro con grupos humanos variados, así como a una sucesión de redes sociales, comerciales, festivas, religiosas y políticas que a su vez se transforman en tramas complejas, pero que Antonio García de León, con arte de gran ensamblador, hace caber en 900 luminosas páginas.

Las obras históricas significativas siempre guar-dan memoria de modelos anteriores que les sirvie-ron de guía o impulso motivador. Este libro, por la indagación en la tierra nueva en que nos sumerge y el poder de su narrativa, nos recuerda a Heródoto. Y por su descubrimiento de realidades históricas igno-radas o apenas entrevistas, trae a la memoria las aportaciones de libros que formaron a numerosas generaciones de historiadores mexicanos. Creo que en Tierra adentro, mar en fuera está presente la res-piración profunda, larga y expansiva que recorre El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II de Fernand Braudel (1949). La novedad de las temáticas que aborda Tierra adentro, mar en fue-ra me llevó a recordar obras sobre nuestro país que exploraron temas inéditos y abrieron nuevos derro-

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ALGO DE HISTORIA

Los nuevos rumbos de la historiografía mexicana

E N R I Q U E F L O R E S C A N O

RESEÑA

Hay certezas que desafían el juicio del tiempo. Aquí, sin titubeos, Florescano identifi ca en el libro más reciente de Antonio García de León

la materia de la que están hechos los clásicos. La apetecible ambición de esta obra, su minucioso trabajo documental, la amplitud de sus miras y la agudeza narrativa

—sustentadas en un genuino amor por lo propio— nos hacen confi ar en ese pronóstico. Que los lectores juzguen por sí mismos

TIERRA ADENTRO, MAR EN FUERA

El puerto de Veracruz y su litoral a Sotavento,1519-1821

A N T O N I O

G A R C Í A D E

L E Ó N

historia

1ª ed., Gobierno del

Estado de Veracruz-

Universidad

Veracruzana-fce,

2011, 958 pp.

978 607 16 0615 0

$468

hombre de a caballo, el habitante típico de la comarca de Sotavento, que desde fines del siglo xvi y princi-pios del xvii compondrá un estamento de trabajado-res libres en las haciendas ganaderas y agrícolas, en la arriería, en el comercio regional, en el contrabando y en la carga y descarga de las embarcaciones en los puertos y atracaderos fluviales y del litoral. Es esta población la que crea y promueve el nacimiento de nuevas costumbres, creencias, ritos, músicas, litera-turas cantadas, bailes, dioses tutelares, calendarios, santos, diablos y cultos propios, los rasgos distintivos de la identidad jarocha.

La parte dedicada a la formación de la comarca de Sotavento es una novedad en la historiografía vera-cruzana por su enfoque globalizador, que abarca sus distintas regiones y desarrollos particulares, más su extenso mosaico geográfico, étnico, lingüístico y cul-tural. La otra parte del libro está consagrada a la fun-dación y peripecias que marcan la lenta y más tarde agitada transformación del puerto de Veracruz, que en sus orígenes fue un caserío levantado con la made-ra de los barcos encallados en el puerto, y más tarde el punto de unión de la economía-mundo que enlazaba a Sevilla y Cádiz con la Nueva España, África, Manila, el Oriente, el Caribe y el sur del continente americano.

El periodo que va de 1595 a 1713, dice el autor, es el siglo fundador de la Nueva España, el tiempo en el que el virreinato construye una nueva economía fun-dada en la extracción de la plata, la ganadería exten-siva, el desarrollo de nuevos cultivos y la formación de un comercio y un contrabando local e interregio-nal con fuertes intercambios con la economía global. En el tiempo de la crisis económica europea la Nueva España se fortalece y cobra identidad.

En esta parte y en la siguiente, que aborda los grandes cambios mundiales y regionales del siglo xviii, los finos análisis locales e intercoloniales acu-mulados a lo largo del libro llevan a García de León a combatir las tesis sobre el “enclave colonial” que pro-pagó la teoría de la dependencia, la enraizada creen-cia de una esclavitud negra marcada por la rigidez y excéntrica, o la más extendida idea de una sociedad dividida en castas encerradas en cajones raciales sin

comunicación con el resto del conglomerado huma-no. En contraste, Tierra adentro, mar en fuera nos ofrece la imagen de una sociedad heterogénea, en constante movimiento y renovación, entretejida de manera peculiar con todas sus partes. Aquí la mira-da del historiador-antropólogo-sociólogo es decisiva para iluminar ese gran lienzo donde confluyen los variados imaginarios, resimbolizaciones y creacio-nes de nuevos aires musicales, danzas, ritos, cultos y costumbres rurales y urbanas.

En la parte final del libro, el experto en esas varia-das disciplinas se transmuta en escrutador económico y político para analizar los complejos fenómenos de la economía-mundo, los enfrentamientos entre los im-perios español, portugués, francés e inglés para ma-nejar el comercio y los flujos internacionales de capi-tal, las alianzas y los conflictos dinásticos, religiosos y económicos que dan al traste con los antiguos im-perios e imponen la lógica de la reproducción capita-lista y el nuevo poder económico que da el golpe final a la retardada política del Imperio español, que en su instinto por sobrevivir descapitaliza la economía de la Nueva España y siembra las semillas de la autonomía y la rebelión en las colonias americanas. Esta parte, innovadora y original, incluye análisis notables sobre el comercio de esclavos, la piratería, el contrabando, el fraude y la corrupción generalizadas que caracteriza-ron a las nuevas redes de comercio interno, caribeño e internacional que se formaron en este tiempo.

Como lo ha expuesto con economía y lucidez el doc-tor Hipólito Rodríguez, este libro es “una exploración hecha con armas poco usuales, un conjunto de he-rramientas que es una combinación en sí misma ex-traordinaria, pues lo que se busca comprender exige desmontar una diversidad de capas de información y un laberinto de circunstancias que implican procesos económicos, sociales, políticos, religiosos, geográficos, por demás complejos. El historiador es aquí un exper-to lingüista, erudito en lenguas indígenas, un conoce-dor de la geografía y la biología de los ecosistemas que habitan el paisaje veracruzano, un sensible antropólo-go de la vida religiosa y mágica de los pueblos indios, un etnomusicólogo que no sólo estudia la historia de

las rimas y ritmos musicales, sino que también toca y compone sones, un economista que puede descifrar la lógica de los procesos de comercio que ordenaron el aprovechamiento de los recursos naturales de la re-gión, un escritor que puede narrar de forma espléndi-da las mil y una peripecias que subyacen a la historia llena de tensiones del sur veracruzano, un hábil relator de historias maravillosas…”

Las novedades que aporta Tierra adentro, mar en fuera son numerosas. Además de las mencionadas, sobresale la magnífica integración entre la compleja estructura de los temas tratados y la forma narrativa que el autor discurrió para presentarlos y explicarlos. Otra aportación de este libro es la relación que el au-tor establece entre el tráfico mercantil y la cultura, lo que llama una “inmensa comunidad estrechamente vinculada por el comercio” que se decanta en las re-des del mestizaje, la música, la literatura, la danza y todo el entramado forjado por las nuevas identidades procreadas en el Atlántico caribeño.

No se puede pasar por alto que esta obra extraor-dinaria, que marca un hito en la historiografía mexi-cana, tiene por alimento un subsuelo profundo, tan diverso y rico en tesoros como el legendario Ta.loga.n o Tlalocan de los antiguos olmecas y mexicanos. Este libro ejemplar se inspira en una larga tradición de an-tropología e historiografía veracruzana, mexicana y mundial, y su autor, al asumir ese inmenso legado, absorbe sus enseñanzas pero se nutre también del afán explorador y conquistador de nuevas fronteras de la historiografía contemporánea mundial, y así, al conjugar esa doble vertiente, inaugura una nueva manera de escribir la historia mexicana, pues su obra tiene el peso, la densidad, la credibilidad y la envoltu-ra de la realidad que pretende representar. Posee otra cualidad rara en estos tiempos globalizados: la curio-sidad y el amor entrañable por lo propio, el apego a lo que se aprendió de niño y culminó en la madurez de este mar de historias.W

Enrique Florescano, historiador, ha publicado varios libros en el Fondo; el más reciente es Los orígenes del poder en Mesoamérica (Tezontle, 2009).

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“TIERRA ADENTRO, MAR EN FUERA ES EL REVÉS DE LA CAJA DE PANDORA DE LOS ANTIGUOS GRIEGOS:

AL �ABRIRLO, EN LUGAR DE DESATAR MONSTRUOS DESTRUCTIVOS Y MALES IMPOSIBLES DE ATAJAR, NOS TRANSPORTA A UN MAR DE HISTORIAS

MIRA LA LITAERATURA

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A ntonio García de León nos ha entregado un li-bro que le llevó dos dé-cadas escribirlo, pero cinco en incubarlo y en traducir la narraciones de un fabulador popu-lar que le marcó el de-rrotero entre la ficción y la historia. Y es que a

diferencia de Resistencia y utopía, donde su autor nos enfrenta a la violencia campesina como pórtico de la narración, en Tierra adentro, mar en fuera es la ter-sura de la imaginación lo que despertó el interés por una narración larga, tan extensa y remota que fuera capaz de unir la ficción con la realidad. Además, se trata de una narrativa que nos permite conocer una suerte de “estructura esférica” de reconstrucción del pasado, que navega entre los siglos por un cauce de metáforas de marinería, atraca en tierra y prosigue su navegación hasta el subsuelo de la sociedad cam-pesina del Preclásico olmeca.

Es difícil plantearse un problema con tantas aris-tas, niveles narrativos y densidades históricas que pueda pasar, como un camello al trote, por el ojo de una aguja. El libro de García de León es eso: una tra-ma global que pasa como camello al trote por el ojo de la cerradura del puerto veracruzano al mundo novohispano. Tomando al puerto de Veracruz como realidad metafórica, donde el cruce de aguas de mar y mareas de tierra permite la construcción de un tex-to que elige al mundo bifásico sotaventino para mos-trarnos que tan marítima era la cultura de las tierras bajas veracruzanas como arraigada la marinería que vinculaba el mundo atlántico con las culturas mine-ras y rurales de la Nueva España.

Es una explicación de las múltiples esferas de la primera globalización, vistas desde la cerradura de la puerta de la plata americana, a la vez que un reco-rrido por la universalidad abigarrada de culturas ba-rrocas que, uniendo los tres órdenes de la compleji-dad pluriétnica, la economía y la religión, produjeron un amasijo difícil de descifrar en el tiempo sin acudir a múltiples lenguajes: el lingüístico para reconstruir las herencias, mutaciones y adecuaciones de una po-blación originaria, que padeció dramáticas transfor-maciones pero que mantuvo una continuidad modifi-cada, la inclusión de una cultura e identidad afro-in-do-americana que se expresó musicalmente, penetró el temperamento y constituyó un arquetipo social de la marginalidad adaptativa, siempre pícara pero con-temporizadora, como lo fue el jarocho.

El trabajo de García de León no es una “historia cultural” de moda, en tanto que no se contenta con las representaciones de ese pasado y su lectura con-temporánea, sino una recreación de la cultura que se hunde en las estructuras profundas de la vida mate-rial, entendida no como un sistema ordenado de transacciones y distribución de rentas, sino como un devenir de estructuras frágiles que se articulan con grandes corrientes de la economía global: son a la vez locales y cosmopolitas, engranes del gran mercado

mundial y prácticas milenarias de agricultura comu-nitaria. Su historia es la del capítulo veracruzano de la globalización, pero a la vez es europea, asiática y africana por las corrientes migratorias, el abasteci-miento de géneros y la circulación de monedas. El puerto, concebido de múltiples formas según su fun-ción y época, es un “no lugar”, una “aldea implantada en la playa”, un “puerto de paso”, un “foco irradia-dor”, una “marisma inhóspita”, una “zona de frontera marítima”, pero también la “precisa garganta” del tra-siego de más de dos tercios de la plata mundial, del cosmopolitismo mercantil más complejo y hasta del puerto que llevó a una elefanta de la India a la cor-te de Madrid, sin que supusiera un asombro mayor a los de la cotidianeidad porteña.

En su recreación de la sociedad sotaventina, la pe-nosa continuidad indígena se vistió de marrón con la población liberta, se montó a caballo y se puso en ar-mas, pero también sirvió para que los grandes comer-ciantes genoveses y judíos portugueses se apropiaran de la red mundial de comercio desde este “puerto en tablas”, hecho de osamentas de barcos naufragados, tan insular como vinculado a los nervios sensibles del mercado global. Pero el puerto que don Miguel del Corral ligó con su región sotaventina es, sorprenden-temente, el vértice de un mercado interno que hizo de su sobrevivencia una posibilidad contra natura y antieconómica: la episódica prosperidad del puerto es inexplicable sin los anillos concéntricos que la eco-nomía del Sotavento ordena y articula. Es por ello que la investigación de García de León se propone, en una primera sección, reconstruir los contornos originarios de la sociedad olmeca que “naufragó en tierra”, como el autor bautiza al ciclo que va desde 1518, en que fue-ron avistados los europeos, hasta 1604, en que la so-ciedad aldeana fue puesta al borde de la sobrevivencia con violencias, pestes, ganados y nuevos cultivos que indujeron a nuevas formas de sujeción y servidumbre. Es sobre esas cenizas, descritas en cuatro capítulos, que el autor muestra el saldo de un siglo de destruc-ciones y adaptaciones, de reconstitución étnica y de conformación de una nueva textura social que abriría un nuevo capítulo marcado por el mestizaje, en tanto que bricolaje de despojos étnicos y tormentosa adap-tación de negros, europeos y chinos/filipinos, de “una nueva conquista cultural, realizada casi en una sola generación, [que] desató procesos de aculturación que tendría consecuencias importantes”, como “la conver-sión de Veracruz y de su área de influencia en el nicho de una cultura regional particular, abierta y muy per-meable a influencias del exterior: el mundo jarocho, que terminará de forjarse en los dos siglos siguientes”.

Esta primera parte es una esfera etnográfica que hace explicable la deconstrucción de la sociedad ori-ginaria y la porosidad de la vida campesina/indígena ulterior. Es una lección que arroja a un lado las le-yendas que ensombrecen el llamado “siglo de la con-quista”, para narrarlo como un proceso enteramente creativo, trágico y a la vez asombrosamente vital: es una historia tridimensional, por sus actores étnicos, que se resuelve en un “proceso redondo” de historia cultural en un Nuevo Mundo material.

La segunda parte, centrada en el desconocido siglo xvii (1595-1713), es una narración que apunta a un modelo historiográfico audaz y renovador de las vi-siones de época. Es un relato barroco del “siglo funda-dor” novohispano, con sus contrapuntos de cosmopo-litismo y aldeanismo, reacción religiosa y transgresión social, debilidad del Estado español y emergencia de la política local, mucha política y muchos actores en es-cena: es la génesis de la cultura política de la negocia-ción, el patrimonialismo y la corrupción como práctica sistémica. Sin embargo, para Veracruz es un “siglo que dependió del ciclo”, toda vez que, siendo el puerto sen-sible a la hemorragias o constipaciones del mercado mundial, como ya había advertido Ruggiero Romano, sentirá profundamente las corrientes globales y el vi-gor de sus transformaciones internas: “se trata —dice García de León—, al menos para Veracruz, de un siglo precoz cuya dinámica logra instaurarse como tenden-cia apenas hacia la década de los noventa del siglo xvi […] se extiende aquí hasta los primeros años del siglo xviii cronológico y está definitivamente marcado por una cada vez mayor autonomía de la clase comercial novohispana, proceso en el cual el puerto de Veracruz jugó un papel clave”.

Y es allí donde los avatares del Siglo de la Plata co-bran significación y constituyen una explicación de largo aliento: la llamada “prosperidad borbónica” tiene un nuevo mapa explicativo, que la precede y la trasciende para situar en los resortes internos del mercado americano su explicación. A partir de aquí, el autor propone un nuevo modelo de explicación del mercado, de sus articulaciones locales/regionales/globales y del poder de las redes de poder, del poder de las redes de negocios y del poder de las redes de control social que marcarán la formación de un frac-tal de gran complejidad en la sociedad y la economía novohispanas. Es un modelo redondo, sin costuras, con una malla de tonos explicativos, multidisciplina-rio, multilingüístico y multicultural.

Son las claves originarias pero complejas de un fa-bulador, como don Jacinto, que sembró el poder de la imaginación narrativa en un espíritu rigurosamente científico y culturalmente sensible, como el de Gar-cía de León. Este libro ya es una aventura de marine-ría que nos llevará por borrascas y mareas ingober-nables, plácidas “calmas chichas” y violentas oleadas del mar a la tierra, y como le acontecía a don Jacinto, recuperados de la borrachera de historias y fantasías, podremos recobrar la ambición de narrar de nuevo una historia tan fantástica como verdadera, que nos ha glosado García de León como herencia generosa de su cultura, su imaginación y su entendimiento.

Termino aquí, con toda mi gratitud de lector fas-cinado, llamando a dejarse mecer por la narración de García de León, nacida de la imaginación de un cam-pesino indígena, pero que cobró por su pluma la esca-la de una historia globalmente cierta en Tierra aden-tro, mar en fuera.W

Antonio Ibarra, economista e historiador, es uno de los coordinadores de Redes y negocios globales en el mundo ibérico, siglo xvi-xvii (2010).

Veracruz es un ejemplo paradigmático de la globalización que conoció el mundo durante los siglos XVI y XVII. Aquí, un historiador económico conduce la atención

de los lectores hacia algunos de los principales aportes de García de León respecto del papel que jugó el puerto jarocho en las redes comerciales, densamente tejidas,

de esa época. Y además aplaude los méritos del fabulador que construye hábilmente su relato

Fabulaciones de una historia

globalmente cierta A N T O N I O I B A R R A

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A bordar un periodo largo no representaba para mí algo ajeno, pues lo hice antes con la historia de Chiapas en mi tesis de doctorado, donde ya me había arries-gado a armar un retablo de varios siglos, aunque contando entonces con el apoyo de las certezas que

nos daba el marxismo; ahí, el problema de las fuentes y las periodizaciones uno lo podía resolver con citas de los clásicos y con una intencionalidad y un senti-do acorde a aquellos años, en este caso el de la resis-tencia indígena (encarnación local de la “lucha de cla-ses”) y que usé como leit motiv de ese trabajo, o como “motor” de esa historia regional: una “provincia de Chiapas” que era más una construcción metodológi-ca que una realidad administrativa colonial.

Producto de un doctorado en Francia, ese libro reflejaba la discusión que se daba entonces allá acer-ca de la “larga duración” y su entrelazamiento con el problema de las “mentalidades”. La larga duración no vista como una sucesión de tiempo largo en un solo lugar, sino como un conjunto de procesos en el que la formación de las mentalidades en su interior ayuda a visualizarlos en el largo plazo, tal y como lo proponía Fernand Braudel. Y allí se prefiguraba también esa idea de que las regiones están conectadas con el an-cho mundo de mil maneras y de que no se explican sin contextos geohistóricos más amplios, como, en ese caso, la Capitanía General de Guatemala, la Cen-troamérica colonial, conjunto mayor que explica me-jor Chiapas que su adscripción posterior a la nación mexicana…

LAS FUENTES BROTANTESLa historia de Veracruz, por su parte, ha sido para mí una permanente obsesión desde la década de los se-senta, cuando me dedicaba apasionadamente a reco-ger datos, indicios, crónicas y documentos, en un re-conocimiento puntual de los pueblos a sotavento, desde la cuenca del Papaloapan hasta la Chontalpa tabasqueña: mapeando lenguas, dialectos, creencias religiosas y míticas, etnografía de la producción agrí-cola, ganadera y pesquera, peregrinaciones a centros numinosos y santuarios, identidades étnicas y regio-nales, músicas, tradiciones poéticas de largo aliento, recuerdos familiares y un largo etcétera. Era un re-corrido a ras de tierra, que me permitió documentar diferencias microrregionales y experiencias de vida, y me llevó a recalar por un tiempo más largo en Paja-pan, un pueblo de la sierra de Soteapan, en donde viví y aprendí la lengua nahua en la convivencia cotidia-na: un pueblo lleno de pasados reiterados y de pre-sencias inexplicables. Esta indagatoria partía de la nostalgia de que mucho de la infancia vivida en un pueblo del sur de Veracruz se perdía rápidamente en el huracán de la industrialización y en el abandono de una vida rural, de un mundo alucinado que se desen-cantaba rápidamente al concluir la década de los se-senta y del que había que rescatar todo aquello, como si fueran los fragmentos de un naufragio. En un mo-mento dado se me hizo claro que esto conformaba en sí mismo una historia que había que contar…

Y para contarla, había que profundizar en su his-toria anterior, tratando de que el pasado explicara las ruinas de aquel presente. Había que pasar de un simple inventario enumerativo y “ético” a una expli-cación estructural y “émica”. Tirar una red barredera hacia el pasado para saber cómo se habían formado

estos pueblos y regiones, cómo habían consolidado un mercado interno, una abigarrada red de experien-cias comerciales y familiares, que les había permitido afianzar un territorio determinado con característi-cas particulares. Había, en suma, que abandonar los caminos de tierra y empezar a caminar por los pasi-llos de los archivos documentales.

En consecuencia, al juntar documentos de varias colecciones vi crecer una aldea desde las arenas de una playa inhóspita de tiempos de la Conquista has-ta la ciudad borbónica que resultó ser Veracruz hacia principios del xix; tuve que armar un guión que nos llevara a acomodar todas esas referencias de archivo en un relato lo más coherente posible, centrado aho-ra en el tráfico mercantil del puerto de Veracruz. Así fue como se nos creció aquel eje como puerto y la cos-ta de Sotavento, al sur, como un hinterland de reser-vas productivas y culturales que de alguna manera lo explican.

Pero… ¿cómo organizar unas seis mil referencias de archivo sin naufragar? Había que navegar en un mar de documentos de todo tipo, tratar de rastrear en ellos todas y cada una de las circunstancias que tuvieran un valor intrínseco, hasta llegar a la esencia del puerto y sus regiones, abarcando la simultanei-dad del tiempo en cada uno de los escenarios posi-bles. Eso permitió que, poco a poco, esta información fuera franqueada y entrara en el lugar adecuado, en-riqueciendo un relato razonablemente vinculado y de larga duración.

ALGUNOS RESULTADOSEl resultado de todo este trabajo me permitió encon-trar crecientemente una lógica general. Y es que al reconstruir vas creando plataformas que te sirven

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ALGO DE HISTORIA

Otra vez tierra adentro, mar en fuera…

A N T O N I O G A R C Í A D E L E Ó N

ARTÍCULO

Detrás del casi millar de páginas de su libro más reciente está la vida toda de Antonio García de León. Si por un lado su origen es vivencial, su desarrollo implicó

zambullidas en decenas de fuentes —convencionales y no tanto— y una lenta maduración. Aquí, el autor presenta algunas claves del proceso en el que se gestó uno de los trabajos

más contundentes de la historiografía mexicana reciente

E l reciente libro de Antonio García de León ya se ha con-vertido en una obra impres-cindible para la historiogra-fía mexicana interesada en estudios de larga duración. Esta obra destaca por pro-poner renovados estilos me-todológicos en el quehacer de la historia económica, so-

cial, política y de la vida cotidiana, a partir del estu-dio de una región y un puerto tan trascendentes en la sociedad y la cultura novohispanas. En consecuen-cia, esta obra recorre en su trajinar varios ámbitos para lograr en lo posible la totalidad histórica de la principal garganta de mar de lo que fue el Reino de Nueva España.

Reseñamos este texto centrándonos, fundamen-talmente, en aspectos que versan sobre el espacio re-gional, en el progreso portuario jarocho, en las redes y los circuitos de intercambio que tuvieron cabida en el mundo Atlántico y el golfo de México, en aquella oligarquía marítimo-mercantil, nativa y extranjera, que se asentó en Veracruz y en su refugio citadino a partir de lo que fueron las ferias mercantiles que tu-vieron lugar en la villa de Jalapa.

Cabe destacar que, para la realización de su plan-teamiento histórico-económico y su sustento empí-rico, esta investigación partió de un metódico análi-sis de fuentes primarias provenientes de una diversi-dad de acervos. Es evidente que la formación doctoral

en la Sorbona de París y el conocimiento de la escue-la francesa de Annales le permitió a García de León dar una renovada interpretación de lo sucedido en la vida social y cultural en lo que puede considerar-se como la Méditerranée mexicana, el Seno Mexicano o el golfo de México. Sobresale la argumentación de cómo se constituyeron las redes de comercio para el mercadeo de esclavos, telas, licores, armas y enseres domésticos. Lo mismo puede decirse de la salida de productos americanos y caribeños como cuero, azú-car, tasajo, tabaco, añil y grana, y de la lógica comer-cial que siguieron las partidas de plata y oro desde el puerto de Veracruz, primero a Sevilla y después a Cádiz. No obstante, García de León detalla que, para fines del siglo xviii y principios del xix, las remesas de plata amonedada y barras de metales preciosos te-nían circuitos mercantiles que alcanzaban otras mu-chas plazas comerciales fuera de los circuitos contro-lados por el Imperio español, como los puertos de Li-verpool, Bristol, Glasgow, Nantes y Ámsterdam.

En el libro de García de León hay un rescate muy valioso de lo que llegó a ser la funcionalidad y organi-cidad del movimiento marítimo-mercantil de la par-te norte del Atlántico americano, el cual, por cierto, no había sido abordado a profundidad y detalle por la historiografía de la escuela de Sevilla ni por la re-ciente historiografía mexicana. Aquí hay que referir-se a lo que fue la activa presencia inglesa en el Caribe y en Nueva España durante los siglos xvii y xviii; lo anterior se muestra en este estudio al desentrañar la presencia de la Compañía de Guinea, en el llama-

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ALGO DE HISTORIA

Hay algo del aleph borgiano en la historia de Veracruz: en ese modesto puerto confl uyeron personas, mercancías (y personas consideradas mercancías), capitales, intrigas, grupos sociales provenientes de regiones muy distantes. El libro de García de León hurga en ese multicolor universo para dar cuenta de sus

peculiaridades, su dinámica económica y las múltiples herencias que aún podemos hallar ahí

Miradas a la Méditerranée

mexicana M A R I O T R U J I L L O B O L I O

RESEÑA

OTRA VEZ TIERRA ADENTRO. . .

cuando los datos que aparecen reiteran una y otra vez alguna hipótesis inicial… Por ejemplo, he tra-bajado el siglo xviii colocando los acontecimientos sobre un mejor conocimiento de las nuevas hege-monías que surgen al fin de la guerra de sucesión, en particular un siglo dominado económica e ideológi-camente por los ingleses y que se refleja claramente en Veracruz y su comercio, con evidente presencia en la guerra de independencia.

Hay asimismo en el texto un interés de hacer histo-ria económica yendo más allá de las series y los datos duros. La secuencia de la Real Caja de Veracruz a lo largo de tres siglos habla mucho de un desarrollo se-misecular y refleja más o menos el curso de aconte-cimientos regionales, como la frecuencia de las flo-tas o las revueltas cimarronas, el traslado de gana-dos, el monto de las mercedes, los diezmos y los tributos. El haber trabajado las redes comerciales, y con más detalle a los portugueses en la época de unión de las dos coronas, me dio pistas insustituibles y el acceso a una documentación riquísima que ape-nas toqué como de soslayo. Así, las verdades que me invento pueden ser corroboradas por los documen-tos (mejor, si llevan cifras), documentos que a su vez ya traen en sí mucho de invención y de miradas ses-gadas por el interés o por el poder de quienes los pro-ducen. Es por eso que cada quien puede darles lectu-ras diferentes.

Y es que en toda esta reconstrucción he utilizado además un recurso narrativo para agilizar el texto: insertar lo que llamo “viñetas”, fragmentos más sueltos y literarios que no sólo sirven para templar el contenido sino, primordialmente, para concentrar momentos, climas, espíritus de época y mentalida-des, y sobre todo para atraer esta historia al tiempo presente. Algo que sólo la literatura te permite ex-presar, porque dispone de más códigos y más niveles de codificación que el discurso supuestamente aco-tado a lo “científico”. O bien, que la imaginación his-tórica no fuera algo simplemente ornamental, sino un intento de mostrar estructuras más profundas. Así y por ejemplo, todo el proceso de la expansión ga-nadera y de las relaciones de producción en las ha-ciendas del xvii se concentran bastante bien en un conjunto de creencias y relatos actuales, como “el toro de los cuernos de oro”, en el imaginario sobre el ga-nado y su campo mágico, que, por lo demás, también está documentado ya desde el xvii en algunos proce-sos inquisitoriales contra vaqueros y dueños de es-tancias. Como decía Collingwood, “es testimo nio histórico todo lo que puedas usar como testimo-nio histórico”.

Y como la variedad de temas te abre puertas que a veces traspones y a veces no, la posibilidad de armar historias resulta infinita. Cuántos relatos son enton-ces posibles… y cuántas maneras de contarlos; y qué poca necesidad de inventar cuando se reconoce que muchas de las mejores historias no las ha inven-tado nadie, están allí en los archivos y la historia oral, y que lo que hace falta no es urdir un argumen-to metodológico para imponerlo, como una armazón sobre el aparente desorden de los hechos reales, sino encontrar en cada momento el tono narrativo justo para exponerlo, o el “efecto de vida” necesario a cada situación. Aquí, el pasado sólo existe como el espesor necesario que se da a cada presente, o la forma como cada presente se inventa la profundidad de un ori-gen, o de cómo se garantiza y se autoriza en lo que llamamos historia. Y por otro lado, puede que la his-toria sea un género literario, pero no puede ser sólo literatura o simple relato de ficción. Por eso es que había que sacar partido de los documentos, las hue-llas y los testimonios: algo que fuera operativo y que pudiera reconstruir de manera efectiva una realidad de la que pudiéramos extraer un saber positivo, una interpretación.

Resumiendo, creo que después de este texto ya me siento bastante a gusto en la época colonial, porque encuentro en ella, en forma de documentos y hue-llas, suficientes puntos de apoyo como para no tener demasiado vértigo, pero también porque, llegado a cierto umbral, esos documentos no eran tantos que me impidieran abarcarlos a todos de una sola mira-da. Se trataba de inventar, eso sí, sobre los cimientos más firmes posibles.W

Antonio García de León es doctor en historia por la Sorbona; jarocho por adopción ha estudiado la música veracruzana, como investigador y ejecutante.

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MIRA LA LITAERATURA

do asiento inglés y en la presencia de rendeiros judío-portugueses en Veracruz, fuese por caminos legales o ilegales.

Con todo, una de las tesis centrales de García de León es mostrar que la debilidad comercial del Im-perio español respecto de sus colonias de ultramar se gestó por la actividad mercantil que desplegaron ingleses y judíos portugueses en la principal boca atlántica del reino de la Nueva España. El autor lo muestra con el control inglés desde Jamaica y Cura-zao, y con el activo contrabando en los distintos em-barcaderos del Seno Mexicano y, particularmente, en los del Sotavento veracruzano: Cosamaloapan, Los Tuxtlas, Acayucan y Tabasco.

En esta obra es posible encontrar las peculiari-dades que tuvo la dominación inglesa, en el Caribe, desde Jamaica, y la forma en que Inglaterra ocupó progresivamente los espacios marítimo-mercantiles en el golfo de México, por la vía del saqueo, las paten-tes de corso, la constante piratería, el contrabando, las acciones filibusteras y las ocasionales activida-des de bucaneros, que fracturaban el control del Im-perio español en sus colonias ultramarinas. Aunado a lo anterior puede decirse que, en el último cuarto del siglo xviii, este control comercial también suce-día en Cádiz, pues las casas mercantiles asentadas en ese puerto —francesas, italianas, irlandesas y holan-desas— lograron gran presencia en la reexportación de manufacturas a Nueva España y en la comerciali-zación de materias primas y plata a París, Londres y Ámsterdam.1

Hay un aporte sustantivo en Tierra adentro, mar en fuera cuando se centra en el estudio de la Real Compañía de Inglaterra, entre 1713 y 1748, y luego en la Compañía de Mares del Sur. A través de las activi-dades de estas compañías se explica, por un lado, la esencia misma de lo que fue el comercio triangular y que tenía varios vértices, como Bristol, Liverpool y Londres, en Inglaterra, Costa de Oro, Angola, Ma-dagascar y Senegambia, en África, y desde luego Ja-maica y Veracruz; y por otro lado, la penetración in-glesa en el mercado de las Indias españolas. Para el autor este proceso histórico no es más que la antigua globalización del planeta, todo ello a partir de la in-troducción organizada de contingentes de esclavos de origen africano en Nueva España, a partir del lla-mado “navío de permisión”, que podía cargar 600 to-neladas en mercaderías inglesas y que comercial-mente se dirigían a la Feria de Jalapa.

La trascendencia del libro la encontramos tam-bién en un planteamiento básico que rompe con la supuesta concepción de la hegemonía y el control del

1 Véase al respecto Mario Trujillo Bolio, El péndulo marítimo-mercantil

en el Atlántico novohispano (1798-1825), México, ciesas-Universidad de

Cádiz, 2009.

mercado novohispano por parte del Imperio español. García de León nos advierte que entre la década de 1720 y la de 1770 los agentes ingleses, muchos de ellos aliados con los comerciantes de la tierra novohispa-na, no sólo se establecieron e incidieron en el fun-cionamiento de las ferias de Jalapa, sino que a su vez obtenían beneficios del comercio indirecto en Cádiz, donde controlaban varias compañías y sociedades de crédito, además de que el comercio en el que España terminó por utilizar los metales preciosos america-nos sirvió para cubrir su déficit en la balanza de pa-gos con Inglaterra. “A fin de cuentas, los extranjeros seguían dominando el comercio con las Indias, con 50% de las exportaciones y 75% del transporte, mien-tras los comerciantes españoles terminaron siendo simples comisionistas mercantiles. En estas condi-ciones, acumulaban beneficios y capital y participa-ban de las ganancias de los extranjeros sobre las ex-portaciones de las manufacturas hacia América. To-dos parecían ganar, aun la Corona, por lo que siempre existía la tentación de dejar las cosas como estaban.” Es decir que, para ese entonces, la malla de intereses ingleses ya anunciaba precisamente el proceso de he-gemonización de Inglaterra en el escenario mundial. Sin embargo, también queda claro que todo ello se lo-gró gracias al sistema de corrupción y complicidades, y el famoso “cochinero” de Veracruz.

Uno de los aciertos de García de León, con el que el lector se deleitará, es cómo presenta la conformación de las subregiones y los caminos comerciales en tie-rra adentro y por los ríos: los caminos hídricos en las grandes cuencas del sur de Veracruz —el caso del Coatzacoalcos— y no tan sólo su curso geográfico mismo, sino la especificidad que tenían sus afluen-tes, por donde salían las materias primas, fruto del corte indiscriminado de maderas preciosas en ase-rraderos y astilleros, para la construcción de barcos en La Habana. Aquí se da cuenta del fallido proyecto de la Fábrica Real de Navíos en Coatzacoalcos, que terminó en un astillero menor en el Paso de la Garita en 1730, y de las bonanzas que produjo la extracción de madera de cedro, pinsapo, jabí y quiebrahacha.

Por último, es necesario remitirse a lo que el autor denomina “El gran mercado veracruzano” y que fue el proceso mismo que llevó a Veracruz, en la segunda mitad del siglo xviii, a convertirse por su crecimien-to en una comunidad mercantil que recibió significa-tivos montos de los capitales generados precisamen-te por el tráfico mar en fuera. Es la época del pleno comercio libre, de la desregulación definitiva del co-mercio novohispano y de la primordial actuación del Consulado de Veracruz. A García de León le resultó indispensable hacer un balance de lo que realmente fue el contrabando, que no solamente se hacía en las baterías y fortalezas del litoral —Mocambo, Antón Lizardo, Alvarado, Tuxtla y la barra de Coatzacoal-cos—, sino que lo practicaban los llamados “cochi-

nos” de Veracruz, así como compañías inglesas, ho-landesas y francesas.

Advierte García de León que en lo que fuera la in-tendencia de Veracruz no funcionó un núcleo urbano que dominara el desarrollo regional, y subraya que se careció de una clara relación polo-hinterland, como sí sucedió con México, Puebla, Oaxaca y Guadalaja-ra. Para el autor la actividad económica de Veracruz se desarrollaba de manera desigual y asimétrica en varios polos radiales interconectados: un comple-jo central Orizaba-Córdoba-Jalapa-Veracruz; otros mercados aledaños en la costa de Barlovento, pro-ductoras de vainilla —Papantla, Misantla, Jalacingo, Nautla—; el camino de Veracruz a Jalapa —La Rinco-nada, Puente Real, Coatepec—; el de Veracruz a Cór-doba y Orizaba, y el de Sotavento o de tierra caliente —Medellín, Alvarado, Tlacotalpan siguiendo por la cuenca del Papaloapan y sus afluentes: Los Tuxtlas, Acayucan, y el vecino norte de Oaxaca: Tutila y Villa Alta—. Lo interesante aquí son los llamados círcu-los con la presencia de pueblos indios y mulatos que fueron productores de maíz, leche y sus derivados, y productos artesanales. O bien a través de los llama-dos anillos con una actividad agrícola comercial, con su producciones de maíz, frutas, legumbres, puercos y aves de corral, así como aguardiente, aceitunas, al-godón, mantas y todo para el avituallamiento de los navíos de mar en fuera.

Finalmente, es indispensable centrarse en el aná-lisis de los comerciantes que mercadeaban en el re-cinto amurallado. Esto es, aquella comunidad articu-lada por la lonja del puerto y otras redes y formas de asociación como el Consulado de Veracruz. García de León afirma que a partir de 1770 la elite comercial se componía de vascos y montañeses vinculados al comercio andaluz de textiles y vinos. Se detalla tam-bién la genealogía de la casa mercantil y financiera Gordon & Murphy y después simplemente lo que llegó a ser el gran consorcio Murphy en la City de Londres, Cádiz, Málaga, Ámsterdam, Boston y Nueva York. Aquí hay que señalar que en el análisis histórico que-da como asignatura pendiente profundizar aún más en cómo este mismo consorcio actuaba en la primera globalización de la economía mundial y además no dejar de prestar atención en su entramado histórico a otras tantas casas mercantiles que actuaban en Cá-diz, en Jalapa y en el puerto de Veracruz, y que imbri-caron otras redes de comercio y que pudieron subsis-tir aún en la década de 1830. Algunas de ellas se con-virtieron en bancos o sociedades financieras antes de las quiebras masivas, recurriendo al valioso legado que nos deja y tenemos que observar con detenimien-to en Tierra adentro, mar en fuera…W

Mario Trujillo Bolio, investigador del CIESAS, es experto en historia del México decimonónico.

ALGO DE HISTORIA

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C onocí a Alain Musset en el seminario de historia ur-bana de Bernard Lepetit. Allí aprendimos que la his-toria urbana está domi-nada por el estudio de las ciudades: la ciudad era, y creo que sigue siendo, el objeto total. Nuestra geo-grafía de los saberes urba-

nos estaba influida por lo menos por tres corrientes: la funcionalista, la marxista en los años setenta y la foucaultista. El funcionalismo permitió hacer clasifi-caciones, tipologías y explicar causas del desarrollo. Luego el marxismo permitió estudiar cómo el orden del capital estaba servido por una política, la del Es-tado. Aquí el espacio de las ciudades proyectaba una serie de relaciones sociales y, según Marx, toda divi-sión del trabajo que se asocia al intercambio de mer-cancías tiene por base fundamental la separación de la ciudad y el campo. La historia occidental sería un buen escenario para estudiar cómo la burguesía de las ciudades se apoderaba del campo. Finalmente, el foucaultismo observa que la ciudad es el lugar y el medio de un refuerzo del poder: es el lugar donde se implantan los métodos de disciplina y control de las clases subalternas, donde aparecen los equipos de control social y sujeción (cárceles, numeración de ca-sas, alumbrado y hospitales). La ciudad se convier-te, de un espacio de libertad, en un instrumento de poder.

La ciudad es entonces un observatorio ideal, un objeto inteligible, pero también es un sujeto. Los hom bres y las mujeres que la habitan se someten a sus leyes. La ciudad tiene una doble autonomía. Des-de el punto de vista del saber, es un objeto particu-lar  de estudio de la ciencia histórica, pero desde el punto de vista de su realidad es un sujeto de desarro-llo histórico.

La ciudad por ello se convierte en un tema de estu-dio seductor por la capacidad que tiene para el aná-lisis de sus élites, de la movilidad social, de la arti-culación de espacios del gran comercio y el espacio regional, de su sistema urbano, de su génesis, de su morfología, de sus relaciones sociales y de sus moda-lidades de control y ejercicio del poder. La ciudad fas-cina porque allí está el lugar del reparto espacial de la población y los empleos, pero también la “urbanidad” remite a una evolución del sistema de civilización que la “ruralidad” no explica —más bien se convierte en su contrario—. Pierre Goubert nos recuerda cómo las ciudades del antiguo régimen “han tomado cada vez

más la dirección del reino. Ellas concen-tran las riquezas, los talentos, todo lo que brilla, todo lo que cuenta, todo lo que se asocia al poder, la potencia y la cultura.” La minoría urbana domina aun en el anti-guo régimen.

El trabajo de Alain Musset nos mues-tra a la ciudad hispanoamericana en otra óptica. En la mejor tradición de análisis espacial de la historiografía francesa, que había hecho del espacio un laboratorio, en el que autores como André-Michel Guerry juegan con el espacio para encontrar los motivos de la criminalidad o Patrice Bou-rdelais juega con los mapas para encon-trar las zonas de morbilidad generada por el cólera, Musset se centra en mostrarnos un juego de cartas geográficas de la Amé-rica hispánica como territorio de ciudades nómadas.

Si bien podemos mirar el lustre de la formación de las ciudades, también es cierto que estas urbes son muy diferentes a sus similares europeas. Mientras que en Francia, por ejemplo, las ciudades se convierten en lugares donde encontramos a los representantes del poder —sus magistrados, sus funcionarios, sus grandes pro-pietarios—, en América estamos ante ciudades abier-tas. En efecto, si los españoles expresan un deseo de hacer ciudad y en consecuencia fundan un número importante de urbes en el continente con el objetivo de tener puntos de anclaje en territorios desconoci-dos y de ofrecer un marco de vida honorífico para los conquistadores, no es menos cierto que una peculia-ridad de la ciudad hispanoamericana es la de insta-larse en sitios poco recomendados por la ciencia eu-ropea: cerca de volcanes, no muy lejos de las riberas de los ríos o claramente en espacios lacustres como México, en climas malsanos como puertos y cerca de habitantes hostiles que las atacan, todo ello debido a que la realidad americana sobrepasaba los conoci-mientos prácticos de los conquistadores.

Una respuesta a esta falta de previsión es el tras-lado de ciudades que Alain Musset detalla en el caso de 160 ciudades desplazadas en el espacio america-no; como algunas lo hicieron más de una vez, el autor contabiliza más de 250 desplazamientos. En este tra-bajo visitamos ciudades donde se confronta la ciencia europea y la naturaleza americana, se oponen lo sano y lo malsano, se operan las rupturas, pero también donde la historia es un observatorio para descubrir continuidades, pero sobre todo un elemento móvil

que puede desplazarse frente a las calami-dades naturales, a los ataques de indios y piratas, a las epidemias de peste, viruela y matlazáhuatl, y así sucesivamente.

En casos como el de San Juan Paran-garicutiro podemos observar el oficio de geógrafo e historiador que ha adquirido Musset en múltiples travesías a lo lar-go del continente, en busca de archivos y trazando croquis de viaje y mapas de des-plazamiento. Musset muestra cómo las preocupaciones del presente están siem-pre en diálogo continuo con la narrati-va del pasado. Si el temblor de México en 1985 ofrece un escenario para el estudio de los riesgos que corren las grandes ciu-dades hispánicas cercanas a volcanes como el Popo, en San Juan observamos en pequeño esta situación. Allí Musset nos muestra cómo en 1943 un temblor de tierra anuncia el nacimiento de un volcán que va a elevarse a 2 800 metros de altu-ra, despidiendo fumarolas en un radio de

6 kilómetros y cuyas cenizas alcanzan a llegar hasta la Ciudad de México, situada a más de 300. El gana-do tiene que desplazarse a diez kilómetros del sitio y la población, cerca de 2 mil personas, también será trasladada a una nueva ciudad.

Cuando se les pregunta a los habitantes de San Juan las razones de una erupción volcánica tan vio-lenta, los moradores opinan que es un castigo por-que habían puesto una cruz de madera como límite del pueblo —no como símbolo de devoción— y los ve-cinos del pueblo contiguo la derribaron a hachazos. Un habitante señala que Dios había enviado signos: luces misteriosas y estrellas fugaces en el cielo. Los fenómenos naturales se asocian a una representación extraordinaria, sobrenatural. Otro poblador mencio-na que la tierra necesitaba un respiradero para no as-fixiarse; en su opinión, la boca del volcán no era bas-tante grande para resollar y había que aumentar sus dimensiones aventando bombas de gran alcance y potencia para ello. A esta conclusión llega después de experimentar con una olla de agua hirviendo con una tapadera de pequeños agujeros que impedía la salida del aire y hacía que el agua se derramara de la olla; en cambio si le quitaba la tapadera el agua bajaba y deja-ba de hervir.

En un texto de veinte líneas donde se pueden con-tar el número de faltas de ortografía (yo conté 42) o la ingenuidad del habitante, Musset en cambio encuen-tra una lectura virtuosa de los clásicos: quién si no

Algunas de las andanzas narradas en este libro podrían pertenecer al delicioso estudio de Italo Calvino sobre las ciudades con nombre de mujer. Pero todo lo que se estudia aquí es real:

urbes que por cuestiones de higiene o seguridad tuvieron que trasladarse —algunas más de una vez— para seguir siendo las mismas pero distintas. Agudo y original, el libro

de Musset sugiere nuevos modos de ver la historia urbana

CIUDADES NÓMADAS DEL NUEVO MUNDO

A L A I N M U S S ET

historia

Traducción

de José María Ímaz

1ª ed., 2011, 477 pp.

978 607 16 0649 5

$390

Tras el rastro de las ciudadesA L E J A N D R O T O R T O L E R O

RESEÑA

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Séneca había escrito que el acomodo de las capas de aire originan los temblores. La ciencia europea des-de Séneca hasta Aristóteles había encontrado que los sismos son provocados por el aire a presión que cir-cula bajo la corteza terrestre y busca su camino de salida hacia la superficie para alcanzar su lugar natu-ral. El habitante de San Juan, entonces, expresaba la misma preocupación que los regidores de Guatemala experimentaron en 1651 cuando incitaron a sus ha-bitantes a cavar hoyos en sus jardines para evitar los devastadores temblores. Allí están las continuidades y una lectura virtuosa de las fuentes que explican cómo el saber local no es ingenuo; antes bien, se ar-ticula con el saber global y el pensamiento clásico de Séneca.

Pero esto no es todo. Si la solución es el despla-zamiento de la ciudad, en la crisis provocada por el acontecimiento extraordinario encontramos que existe una división de bandos: los que están por irse y los que quieren quedarse. ¿Quién tiene razón? Mus-set dice que allí hay dos lógicas: la de los vivos y la de los muertos. En general, los vivos —deseosos de ase-gurar la continuidad y permanencia de su ciudad— son partidarios de la mudanza, que permitirá desa-rrollar la ciudad sobre nuevas bases, mientras que los muertos —por el recuerdo de sus actos y la presencia de sus tumbas, lo que da un carácter sagrado al lu-gar— se oponen al traslado.

La lógica de situación es clara: cuando la lava al-canza el cementerio deciden partir y entonces las discusiones apasionadas y las numerosas juntas y más juntas se convierten en procesiones para encon-trar el nuevo lugar de asentamiento. Los habitantes desestiman varias opciones: el juntar dos pequeñas ciudades para formar una nueva, también el ofreci-miento de un propietario que ofrece 103 hectáreas a cambio de media en el Distrito Federal, o el traslado a Chiapas para mexicanizar la frontera llena de guate-maltecos. Deciden en cambio crear Nuevo San Juan en una zona cercana, a unos 30 kilómetros del empla-zamiento antiguo, un sitio en lo alto de la ribera don-de hay agua y donde existen tierras laborables y para el ganado, además de que el espacio es plano y no es malsano. Aquí otra vez la mirada del historiador re-gresa a las ordenanzas de población de 1573, que esti-pulaban que las ciudades debían edificarse en lugares con agua, materiales necesarios para la construcción, en zonas fértiles, sanas y con comida pero sobre todo planas, para poder edificar la ciudad con el trazado de damero, con plazas centrales y calles lineales que ponen en el centro el poder religioso y el municipal: frente a la basílica estará el ayuntamiento y, mien-tras que los que tienen dinero se instalan en el cen-tro, en la periferia van los pobres. A cuatro siglos de que se dictaron, y en un país y un estado particular-mente revolucionario, las ordenanzas españolas para el trazado de ciudades siguen vigentes.

Allí está entonces la lectura inteligente de Alain Musset para recordarnos estas permanencias, para señalarnos que las ciudades tienen un alma (sus cam-panas están allí para contarlo), que en ellas se en-frentan lo sano y lo malsano, que en ellas hay lógicas de situación y que, si los desastres naturales son po-derosos y terribles, siempre el hombre será más fuer-te que la naturaleza.

¿Cómo pudo estudiar Musset no sólo San Juan, sino 161 ciudades? La respuesta está en la feliz unión entre geografía e historia, y en el método. Alain es un geógrafo, viajero incansable e historiador meticuloso que lo mismo consultó el Archivo de Indias que los de Guatemala, Santiago, Nicaragua, México —la lista completa está en el trabajo—, pero es la mirada aguda del viajero que, como Volnay en su viaje a Egipto en 1783, mide, observa y describe para formar una física del mundo. En efecto, el método nos remite a la ob-servación directa donde el ojo del viajero es sensible a los colores y a las formas para formar un sistema de ciudades nómadas donde la disposición de las dife-rentes partes se articulan de tal manera que todas se sostienen mutuamente y el valor de las conclusiones reside en la dependencia de los principios, como que-ría Etienne Bonnot.

Los principios parten de abstracciones, hipótesis y hechos. En el trabajo de Musset las abstracciones analizan el impacto del desplazamiento sobre la or-ganización espacial a partir de cuatro elementos: la distancia entre dos sitios, el antiguo y el nuevo; el nú-mero de ciudades desplazadas a escala regional; el tiempo transcurrido entre la fundación y el desplaza-miento, y finalmente el número de desplazamientos de una ciudad durante su historia. Con estas abstrac-ciones pero sobre todo apoyándose en los hechos y en la investigación histórica, Musset despliega su estu-

dio sistemático y descompone en forma analítica su realidad de estudio. Allí está este ejercicio metodoló-gico impecable que nos muestra cómo la investiga-ción histórica no es una errancia sino un procedi-miento ordenado donde se pueden estudiar 161 ciu-dades sin perderse en el vacío, a condición de tener claras las hipótesis y las categorías de estudio.

Con este bagaje, Alain muestra que si bien el tras-lado de ciudades fue general en América no se pre-senta con los mismos ritmos por todas partes. En las zonas más densamente pobladas en tiempos prehis-pánicos, como el área andina y el centro de la Nueva España, el fenómeno de los desplazamientos tempra-nos se presenta con menos virulencia que en zonas más débiles demográficamente hablando. Por ello, en la región de las actuales Venezuela y Colombia, de las 36 fundaciones registradas entre 1510 y 1581, 10 desaparecen por causa de ataques de indios. En con-traste, en las zonas más estables demográficamente se presentan con mayor frecuencia los traslados tar-díos: 18 de las 50 ciudades registradas para la antigua zona de las Audiencias de Lima y Quito fueron tras-ladadas cuando ya tenían más de 50 años de existir y, de éstas, 15 sufrieron desplazamientos siendo ya cen-tenarias. Dos motivos de traslado son los más recu-rrentes: la búsqueda de sitios considerados más “sa-nos” que los originales y la búsqueda de remedios a los ataques de indios.

Este ojo educado de Alain Musset —que cuen-ta, que mide, que descubre archivos, que observa el buen color, el fértil suelo y el benigno clima—, este ojo lo observé en París hace unos años cuando trabajé cerca de él. Lo invitaron a hacer una conferencia so-bre Chile y sus ciudades y allí Musset desplegó mu-chos de sus saberes: la armazón urbana de Santiago, la ciudad portuaria de Valparaíso. Cuando veíamos desfilar las cartas que mostraban su armazón urba-na, su arquitectura, Alain desplegó una serie de fotos que él había hecho de los contenedores de los barcos, grandes y coloridos, que al desplazarse hacia lo alto de los cerros de Valparaíso se reflejaban en la arqui-tectura urbana como si fueran un espejo. ¿Quién lo había percibido antes que Alain? Una película de Jo-ris Ivens le había servido para mirar este presente desde 1963, cuando un documental ya mostraba los cuatro elementos de Valparaíso: primero el agua del mar, por donde entraban los barcos y viajeros; las co-linas que forman la tierra del Valle del Paraíso, donde los pobres viven en lo más alto —subiendo y bajando rampas, ascensores y escaleras—, donde la riqueza del valle es su sol, donde las casas se convierten en barcos y donde circula con fuerza el aire, que es el tercer elemento, pero también donde los temblores son recurrentes y allí aparece el cuarto elemento: la sangre derramada en las ciudades, ya por desastres, ya por corsarios, ya por incendios. Baste recordar las crónicas del miedo que detalla Juan Villoro (Refor-ma, 24 de septiembre, 2010) por el terremoto de Chile del 27 de febrero de 2010, diciendo que un terremo-to llega como una fuerza caprichosa a quebrar platos antiguos, como una abuela que de pronto se vuelve loca. A fin de cuentas, un país no es otra cosa que una legendaria fuerza emotiva, una abuela trascenden-tal que de pronto nos recuerda quién manda y rompe los platos. Alain Musset, a su manera, nos presenta la fuerza emotiva de estas ciudades nómadas que resis-ten temblores, incendios y asaltos.

El trabajo de Alain, entonces, nos muestra por qué las ciudades fascinan a los historiadores urbanos y creo que en su conclusión hace eco de lo que acabo de mencionar: las ciudades nómadas son parte de una historia que debe continuar. Allí está la arquitectura de la obra de Musset para probarlo; con estas bases y los trabajos recientes de los historiadores urbanos creo que tenemos una veta rica para futuras explo-raciones. Si hablé antes del Paricutín, quiero termi-nar evocando otra imagen: la lectura de mi libro de cuarto año de Lengua Nacional, donde en la lección “¿Quién ha visto nacer un volcán?” se nos presentaba a don Dionisio Pulido en cuclillas, agazapado, aproxi-mando su oreja al terreno recién arado por lo bueyes, escuchando sonidos misteriosos en las entrañas de la madre tierra y viendo salir humo ante la mirada im-pávida de su hijo, que sostenía el sombrero entre las manos y esperaba que el humo no se lo llevara. La lec-ción concluía señalando que don Dionisio, un humil-de indígena mexicano, era el único hombre que había visto nacer un volcán. El libro de Musset nos da cuen-ta de la importancia de este nacimiento.W

Alejandro Tortolero es investigador de la UAM Iztapa-lapa, especialista en historia agraria.

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ALGO DE HISTORIA

Michael P. Costeloe, 1939-2011A N N E S T A P L E S

H istoriador de una acuciosidad sobresaliente, Michael P. Costeloe, nacido en Newcastle, Gran Bretaña, falleció en Bristol el 24 de agosto

del año pasado. Pocas personas como él, ubicadas del otro lado del Atlántico o de éste, pudieron escrudiñar nuestra historia en sus más mínimos detalles y relacionar personajes y lugares para desenmarañar la bandeja de nuestras intrigas, proyectos, esperanzas y traiciones. Digno heredero de Sherlock Holmes, pudo haberse contratado como detective para Scotland Yard. Nada le daba más gusto que saber que los descendientes de tal o cual involucrado en la historia mexicana guardaban papeles viejos y olvidados en un ático o en un baúl debajo de las escaleras. Era capaz de viajar hasta el otro extremo de la Isla Británica para consultarlos.

Autor del fce por lo menos desde 1975, publicó en esta editorial cuatro estudios ya clásicos: La primera República Federal de México (1824-1835) (su libro mejor vendido, publicado únicamente en español; es hasta la fecha una lectura obligada en la carrera de historia de México); La respuesta a la independencia: la España imperial y las revoluciones hispanoamericanas, 1810-1840; La República Central en México, 1835-1846, y Deuda externa de México. Costeloe no tuvo tiempo para entregar al Fondo su último libro: Bubbles and Bonanzas: British Investors and Investments in Mexico, 1824-1860, publicado apenas por Rowman & Littlefield en Estados Unidos.

Michael y su esposa Eleanor habían planea-do visitar México y sus archivos (nunca dejó de sumergirse en ellos) a principios de 2012. Tra-bajaba afanosamente en una biografía política de Mariano Arista, rastreando al abuelo militar en España y los ires y venires del personaje en México. Su entusiasmo por el tema no disminu-yó a pesar de la enfermedad que acortó sus días. Echaremos de menos su presencia los investiga-dores, estudiantes y lectores en general, fasci-nados como él por el tejemaneje de los vericue-tos decimonónicos de nuestra historia nacional.

Anne Staples, investigadora de El Colegio de México, es coautora de Historia mínima. La educación en México (2010).

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ALGO DE HISTORIA

H ace dos meses adquirí el libro Campeche. Historia breve, editado por el Fondo de Cultura

Económica, El Colegio de México y el Fideicomiso Historia de las Américas, a fin de integrar la bibliografía que utilizaría para impartir la materia Historia de Campeche. Grande sería mi sorpresa cuando al revisar la parte dedicada a la etapa colonial, de la autoría de Carlos Justo Sierra Brabatta, reparé en textos que me resultaron más que familiares; y cómo no iban a serlo, si eran míos. Párrafo tras párrafo, hasta formar páginas enteras, a lo largo del texto, pero principalmente en los apartados “La conquista espiritual” y “La sociedad campechana”* encontré reproducidos textualmente partes de un artículo que publiqué en 2004 en la Revista Complutense de Historia de América bajo el título “La política eclesiástica regia y sus efectos en la diócesis de Yucatán”, así como de mi tesis de doctorado, que data de 2002: Actividad de las órdenes religiosas en Campeche. Siglo XVIII, misma que constituyó la base principal del libro publicado por el cnca en 2010 titulado La disputa por las almas. Las órdenes religiosas en Campeche. Siglo XVIII. De más está decir que ni en el cuerpo del texto ni en la bibliografía comentada había referencias de tales “préstamos” a mi trabajo.

Del estupor pasé a la indigna-ción y de ahí a comunicarme con el Fondo de Cultura Económica para hacer de su conocimiento lo que, eufemísticamente, llamé “el uso indebido” de mis textos. Me llevó más de una semana con-cluir la lectura de las 54 páginas escritas por Sierra Brabatta, pues cada vez que lo intentaba volvía a sentir la indignación del primer día. Para alguien ajeno a los me-nesteres de la investigación y la escritura, tal sensación podría resultar exagerada e incluso ab-surda, no así para aquellos que conocen del trabajo que implican los meses de investigación en ar-chivos y bibliotecas, los cientos de horas de lectura que te permiten adentrarte en el conocimiento de un tema en específico, la ardua labor de clasificación y organi-zación de la información y, por último, la escritura de un texto

que dé forma al caos documental, transformando piezas y datos sueltos, a veces inconexos, en pro-cesos históricos que permiten la comprensión del paso del hombre a través del tiempo. La escritura de la historia nos da la satisfac-ción de encontrar lo perdido, dar forma a lo que no lo tiene, develar lo que permanece oculto, todo a fin de explicar lo hasta entonces inexplicable. Tal esfuerzo culmi-na en un texto, que esperamos ver publicado para así cumplir con su objetivo último: llegar a las ma-nos de un lector, del que seremos sus guías y maestros, por lo me-nos durante el tiempo que le tome la lectura de nuestra obra.

Esa satisfacción y ese derecho es lo que perdemos cuando al-guien plagia nuestra obra, cuando corta y pega las piezas del peque-ño edificio por nosotros construi-do para dar pie a un monstruo al que sólo reconocemos por la con-templación de sus partes. A lo que habría que sumar lo que “en pla-ta” significa que otro se adjudique el crédito por nuestro trabajo: citas y referencias serán para el que hizo la trampa, no para quien realizó el texto.

Muchas preguntas han cruza-do por mi cabeza en este tiempo, desde las que intentan comprender cómo alguien se atreve a hacer algo así sin pensar que será des-cubierto o, más aún, que en caso de serlo no le conllevará mayor sanción, social o legal; en ese caso, por si fuera poco, la parte de Campeche. Breve historia dedi-cada al periodo colonial, además de la reproducción indebida de mi trabajo, está llena de errores, lugares comunes y tópicos ya superados por la historiografía regional, por no hablar de la falta de equilibrio entre los espacios, épocas y temáticas de que trata. ¿Dónde quedaron los dictámenes y dictaminadores? ¿Qué fue lo que leyeron que no se percataron de tales falencias? ¿Dónde se fue aquello de difundir “una historia novedosa y sugerente” y recupe-rar “problemas desdibujados por la tradicional historia patria” que se anuncian en el prólogo del tex-to, si justo lo que se ofrece para la etapa colonial es más historia tra-dicional, descriptiva y acrítica?

Tal cadena de omisiones, vo-luntarias e involuntarias, me han movido a realizar este escrito, pues, como en su momento seña-lé a las editoriales involucradas, es mi derecho pero también mi

deber no guardar silencio y hacer del conocimiento de la comunidad académica y del público en general este evento, pues en juego no está sólo el crédito por mi trabajo, sino parte de la calidad y credibilidad de las dos editoriales involucradas.

Y debo decir que ambas edito-riales se han portado a la altura de lo que uno esperaría de institucio-nes de tanto prestigio: primero, co-municándome vía oficio su recono-cimiento del “uso indebido que el Sr. Carlos J. Sierra hizo de su tesis doctoral… y de un artículo suyo”, pronunciándose por no “pasar por alto tan reprobable situación” y re-tirando los ejemplares del libro que aún están en circulación, y ahora otorgándome el espacio para reali-zar la aclaración pertinente.

Este texto es sólo un paso en mi personal batalla contra la impunidad, pues me reservo mi derecho para entablar ante los tribunales competentes las ac-ciones correspondientes por la transgresión a mis derechos au-torales como autor individual, los que están plenamente protegidos desde su conocimiento público por distintos medios conforme a la Ley Federal del Derecho de Au-tor, y en lo aplicable por las Con-vención Universal sobre Derecho de Autor y el Convenio de Berna para la Protección de Obras Lite-rarias y Artísticas.

Éste es un texto que nunca hubiera deseado escribir, pero el silencio nos hace cómplices más que víctimas. Sirva pues para la denuncia y la crítica, pero tam-bién para mejorar lo que puede mejorarse.

Gracias, lector, por tu atención y paciencia.

Atentamente,

A D R I A N A R O C H E R S A L A S

San Francisco de Campeche, a 20 de marzo de 2012

R E F E R E N C I A S

B I B L I O G R Á F I C A S

Rocher Salas, Adriana, La acti-vidad de las órdenes religiosas en Campeche. Siglo XVIII, tesis doctoral, Madrid, Universidad Complutense, 2002.

——, “La política eclesiástica regia y sus efectos en la diócesis de Yucatán”, Revista Complutense de Historia de América, 2004, vol. 30, pp. 53-76.

——, La disputa por las almas. Las órdenes religiosas en Campeche. Siglo XVIII, México, cnca, 2010.

Autora señala “uso indebido” de textos suyosEn 2010 apareció Campeche. Historia breve, una obra colectiva de Carlos Justo Sierra, Fausta Gantús Inurreta y Laura Villanueva, en coedición del Fideicomiso Historia de las Américas, El Colegio de México y el Fondo de Cultura Económica. Hace unos meses, la autora de la carta que reproducimos a continuación contactó a los editores para señalar que en los capítulos firmados por el primer autor se habían reproducido, sin citar la procedencia, fragmentos de dos trabajos que ella había publicado con anterioridad (véanse más abajo las referencias bibliográficas detalladas). Confirmadas sus afirmaciones, ofrecimos a la doctora Rocher retirar del mercado los ejemplares de la obra y proceder a una nueva edición, en la que se corrija este error. También pusimos a su disposición este espacio de La Gaceta para hacer pública su postura.

* De la página 65 a la 70 en el primer caso, de la

104 a la 105 en el segundo. [N. del e.]

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ALGO DE HISTORIA

Los vencidos del 5 de mayo

J E A N E F R E M L A N U S S E

FRAGMENTO

El quinto día de este mes se cumplen 150 años de la hipercacareada batalla de Puebla, en la que el ejército comandado por Ignacio Zaragoza hizo morder el polvo al invasor europeo. Si bien muy pronto la ciudad caería, la memoria selectiva gusta de esta fecha singular. Hemos tomado este fragmento de un libro atípico, en el que se narran los hechos desde la óptica francesa; con

traducción y notas de Marte R. Gómez, lo publicó el Fondo en 1973

Desde la planicie, nuestros ojos no miden más que la altura de una montaña. Sin embargo, desde la cima de esa montaña, se ven sus millares de acciden-tes, sus gargantas, sus arro - yos, sus abismos, sus fa-llas, sus faltas de conti-nuidad, digámoslo así, sus

profundas y largas grietas excavadas por los torren-tes. Y ¡se tiembla!… Por qué no decirlo, en ese mo-mento se debieron creer muy grandes, invencibles, nuestros bravos e incansables soldados. Y más que nunca, se escuchó entonces ese grito que surgía de los pechos generosos y que arrebata: ¡Adelante!

Después de haber dominado las primeras cum-bres, la columna francesa atravesó el Puente Colo-rado, escaló las segundas cumbres y se encontró en la vasta meseta del Anáhuac, en medio de la cual se levanta Puebla de los Ángeles… ¿Es allá donde uste-des quieren entrar, muchachos, en esa ciudad tan rica y tan poblada, la más importante después de la ciu-dad de México?… Pero ¿cuántos somos nosotros?… ¿y cuántos ellos? Ustedes apenas serán 4 mil com-batientes; Zaragoza, que se replegó después de nues-tra primera victoria, va a defender con 12 mil hom-bres la ciudad de Puebla, en la que cada manzana y cada convento constituirán fortalezas ligadas entre sí por barricadas potentes y por comunicaciones cu-biertas. Estarán también por el lado del norte, sobre una elevación de cien metros, los fuertes de Loreto y Guadalupe.

¿Queréis ir a Puebla, muchachos, haceros amos de esta ciudad que es la segunda de México, mientras que llega el momento de llevar hasta México mismo la bandera de Francia? Entonces, adelante, atravesad la vasta planicie que está a una altura de 2�200 metros sobre el nivel del mar y en la que se encuentran ricas haciendas y numerosos poblados que se benefician de un clima sano y templado.

Lorencez había venido a acampar a La Cañada que dejó el 1º de mayo para llegar el mismo día a San

Agustín del Palmar, siguiendo de cerca al enemigo. El 2 de mayo acampó en Quetcholac, el 3 en Acatzingo, el 4 en Amozoc, a 16 kilómetros de Puebla apenas. Es-tamos pues en Amozoc, casi a las puertas de Puebla. Cuando llegamos nos encontramos con calles desier-tas y puertas cerradas…

Más allá del poblado, por la salida de Puebla, se ven todavía algunas familias que se apresuran a sa-lir. ¡Se habían hecho correr tantas leyendas absurdas a propósito de los franceses! ¡Se tenía tanto miedo, también, de los decretos de Juárez! Nuestro ejército acampa sobre la inmensa plaza en la que las calles no eran sino de tierra, como las del resto del pueblo, y en sus alrededores. El convoy se agrupa en la misma pla-za. Se prenden los fuegos para la comida de la noche. Nuestros soldados comienzan a reír alegremente.

Sólo que, en tanto que la alegría y la despreocupa-ción reinan en el campamento, en una humilde casa se decide lo que se hará al día siguiente. Lorencez ha convocado un consejo de guerra al que asisten todos los oficiales superiores de su ejército. Han sido admi-tidos a participar en él Almonte y el general Tamariz.

Inclinado sobre el mapa en que establecía el plan de ataque a Puebla, el general Lorencez habla del Fuerte de Guadalupe, que domina la ciudad por el norte, y hace notar la importancia que nos brindaría su posición. El general Tamariz, nuestro aliado, que personalmente ha tomado y defendido por dos ve-ces la ciudad, y Almonte, que es casi tan capaz como el primero en esta materia, por su larga carrera po-lítica y militar en el país, son de opinión contraria y pretenden que hay que atacar a la ciudad de Puebla por su punto más débil, es decir, por el Carmen, del lado contrario a los dos fuertes, cuyos fuegos no pue-den dirigirse sobre este convento. Una vez ocupada la ciudad, los fuertes tendrán que capitular, puesto que carecen de artillería pesada, de agua y de víveres. Por lo demás, la experiencia lo prueba, agrega Tamariz: Puebla ha sido ocupada cada vez que el ataque se aco-mete por el rumbo del Carmen. Se habla entonces de las reglas de la estrategia. Los dos interpelados res-ponden que no se trata de averiguar si la forma de ataque que proponen está o no conforme con las re-

glas del arte. Ellos no hablan más que de la experien-cia del pasado. Pero su opinión no prevalece.

Lorencez insiste en la necesidad de intentar un asalto audaz, que sorprenda al enemigo, mostrándo-le, como en Las Cumbres, lo que es la fogosidad fran-cesa. Por lo demás, ni siquiera vale la pena de pensar en un sitio, dada la insuficiencia de nuestros recur-sos, lo mismo en cuanto al material que en lo que res-pecta al número de nuestras tropas… Apenas 5 mil hombres y 16 bocas de fuego. ¿Podía siquiera hacerse un reconocimiento a fondo del terreno para localizar el emplazamiento de la artillería enemiga?… Además, ello sería mostrar una vacilación que haría subir la moral del enemigo… No, había que tener audacia, aco-meter con presteza el ataque sobre Guadalupe. De ello dependía el éxito.

¿Qué piensan ustedes de la audacia de un puñado de soldados que estaban a 2 mil leguas de su patria, separados de su único sitio de aprovisionamiento por obstáculos de todas clases? Se van a lanzar con-tra una ciudad bien organizada para su defensa y guardada por un ejército resuelto a sostenerse a toda costa.

En verdad, general Lorencez, se diría que usted quemó sus naves. Hacía falta que tuviera usted una enorme fe en sus hombres. Consideró usted que cada uno de ellos era un héroe. Eso pensó usted… Y pensó bien. Han dado prueba de ello. Y en verdad que hubo audacia atacando de esta manera, y con un ejército tan reducido, una ciudad que parecía bien fortifica-da y de la cual se desconocían, a pesar de los informes que se le habían llevado al general Lorencez, los re-cursos y los medios de defensa.

Porque el general francés no tiene confianza en los informes que ha recibido. ¡Confía en su audacia!… Así sea… Vale la pena recordar lo que la audacia nos ha valido. Sin ir muy lejos, muchachos, lo que acaban ustedes de hacer en Las Cumbres. ¿Que no van a ser sino 3 o 4 mil combatientes?… Digamos entonces que el esfuerzo y el indomable valor suplirán al número, que parece tan reducido en presencia de esas bate-rías, de esas fuerzas, de esas altas y largas murallas, de todas esas iglesias y conventos, que han sido con-

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La lengua, nuestra patria idealA N G E L I N A M U Ñ I Z - H U B E R M A N

E s un honor recibir la Orden de Isabel de Castilla en grado de encomienda. Me pregunto por qué la recibo. A lo largo de mis libros y de mis clases he procurado

mantener un equilibrio entre mis antecedentes sefardíes, el exilio de la guerra civil española y mi vida entera en México desde la infancia. Equilibrio difícil, pero que supe mantener. Ahora, otro acto de equilibrio es recibir esta honrosa condecoración.

Me vuelvo a preguntar: ¿por qué a alguien descendiente de los sefardíes expulsados por esta reina se le otorga su medalla? Y recuerdo la historia de Sefarad en la Edad Media con su esmerada cultura judía y el amor por la lengua española. Los poetas, los filósofos, los médicos, los astrónomos, los traductores, todos ellos se elevaron a un punto cimero difícil de igualar. Recuerdo también el dolor de la expulsión o de la doble vida de aquellos pensadores que tuvieron que desarrollarse fuera de su querida patria y que enriquecieron la cultura de otros países: Juan Luis Vives, Antonio Enríquez Gómez, Baruj Spinoza, León Hebreo. Porque para los sefardíes, luego de catorce siglos de permanencia en ella, España fue y siguió siendo su verdadera tierra. Prueba de ello es haber conservado hasta nuestros días la lengua de 1492, en la que Fernando de Rojas, converso, escribió La Celestina o tragicomedia de Calixto y Melibea.

La lengua que se multiplicó en jarchas, romances, canciones, refranes, cantos de boda, cantos de muerte, tratados de ética y, según avanzaba el tiempo, novelas, obras de teatro, enciclopedias y todo género literario. Así, la lengua se convirtió en otra patria, ideal, cadenciosa, sin maldades ni persecuciones. Lengua que heredé y con la quise unir la historia de los pueblos cuando mi familia salió al exilio no en 1492, sino en 1939 por la guerra civil. Una familia milenaria bajo la sombra de los exilios.

Como ciclo que se cierra hoy, en la tierra mexicana, es un acto conciliatorio recibir esta condecoración. Sólo me queda repetir un poema anónimo de los sefardíes en el destierro, en la que he llamado lengua florida:

A ti lingua santa,a ti te adoro,más que toda plata,más que todo oro.Tú sos la más lindade todo lenguaje,a ti dan las cienciastodo el avantage.Con ti nos rogamosal Dio de la altura,Padrón del universoy de la natura.Si mi pueblo santoél fue captivadocon ti mi queridaél fue consolado.W

Guillermo Fernández, 1932-2012.Una herida abierta y sostenida por el arteR A F A E L V A R G A S

E l ominoso asesinato de Guillermo Fernández (1932-2012) llena a sus lectores y

amigos de un sentimiento de pesar abrumador. ¿Hay algún avance en la investigación del caso? ¿Quedará impune? Si el fallecimiento de una persona querida es de suyo mortificante, verla arrebatada por la violencia es doblemente doloroso. Y más doloroso aún que no parezca haber una consecuencia, que el crimen simplemente se agregue al caos, al sinsentido. Todos vamos a morir, por supuesto, pero todos quisiéramos morir, como escribió William Carlos Williams en “Asfódelo”, “en nuestra cama, en paz”.

En estos días ha sido imposible no recordar los primeros versos del poema de Vincenzo Cardarelli “A la muerte”, que Guillermo tradujo a mediados de los años ochenta: “Morir sí, / pero sin agresiones de la muerte. / Morir persuadidos / de que un viaje semejante es el mejor.” El consuelo que nos queda ahora a sus amigos, a sus lectores, es volver a sus libros, a los poemas que escribió y a los que tradujo —es verdad: no le gustaba decir que los poemas se “traducen”; siempre insistía en que de un poema en otra lengua cuando mucho se puede hacer una versión.

Por fortuna, la oportunidad de acceder al trabajo de Guillermo Fernández es mucho mayor ahora que hace 35 años, cuando mi generación comenzó a leerlo. Hacia 1977 solamente había publicado tres libros: Visitaciones (1964), La palabra a solas (1965) y La hora y el sitio (1973), de los cuales dos ya eran completamente inencontrables. Nada más circulaba el último de ellos y, eso, en sentido contrario al de las librerías. Guillermo Fernández era un poeta casi secreto. El único crítico de poesía que escribió sobre su poesía en los años setenta fue José Joaquín Blanco.

En los años ochenta comenzó a prestársele más atención. Un creciente número de poetas y críticos más jóvenes —Vicente Quirarte, Sandro Cohen, Jorge Esquinca, José María Espinasa, Jorge von Ziegler, Arturo Trejo, Federico Patán y Marco Antonio Campos, entre otros— escribieron notas sobre sus libros y apreciaciones de su obra. Sin duda todos ellos contribuyeron a revalorarla.

Hoy, Exutorio. Poesía reunida, 1964-2003, publicado por el Fondo de Cultura Económica hace seis años, permite conocer el total de la obra poética escrita por Fernández, compuesta por cinco libros: los tres ya mencionados, más Bajo llave (1983) y Exutorio, que reúne poemas redactados entre 1990 y 2003 y da nombre al conjunto, a la vez que enuncia lo que la poesía significaba para su autor, a quien sin duda debe haberle complacido la definición de ese término que entrega el diccionario de la Real Academia Española: “Exutorio: Úlcera abierta y sostenida por el arte, para determinar una supuración permanente con un fin curativo.”

De una herida parece, en efecto, manar toda la poesía de Guillermo Fernández, que desde su primer libro (publicado a los 32 años de edad) acusa una pérdida, una ausencia que se antoja irredimible: “Algo en lo más hondo de mí se rompe y abre un vacío que ya nada habitará”, se lee al final del último poema de Visitaciones. La ruina, la sombra,

el cansancio, el olvido, la tristeza, se reiteran en su obra hasta convertirse en blasones. A partir de La hora y el sitio, la tristeza comienza a destilarse para convertirse en amargura: “Para estos días en que me da por mirar al fondo de mí mismo / basta un poco de carne en el hocico de la lujuria. / Me falta juventud para vender el alma. / Estoy cansado de rascarle a las palabras / y esta urgencia de hablarle a mi propio corazón y que me crea.”

“La poesía de Fernández —ha escrito Marco Antonio Campos— no deja de tener ese aire ceñido del verso italiano moderno pero su voz es amarga, resentida, y cauteriza en un grito a los otros y a sí mismo.” Al mismo tiempo, su poesía se distingue por el esmerado cuidado de la forma, por el empeño en acentuar la musicalidad del idioma. Su logro mayor es precisamente Exutorio, canto estoico sobre el amor desdichado, no correspondido, o imposible (el tema universal y eterno de la vejez que desea la belleza de la juventud), escrito con una sencillez y una transparencia admirables, aprendidas en la cantera de los mejores poetas italianos —no sólo del siglo xx— y, por supuesto, en los clásicos españoles, que también le gustaba frecuentar.

Era necesario, desde hace muchos años, contar con un volumen de la poesía de Guillermo Fernández como éste. Él nunca se preocupaba por publicar —a pesar de que alguna vez José Carlos Becerra le dijo que no debía dejar de “cuidar su plantita”— e incluso hacía gala de su apartamiento de la república literaria. Sin embargo, estoy seguro de que la edición de este libro debe haberle alegrado, lo mismo que el prólogo de Hernán Bravo Varela, 45 años menor que él —en esa disparidad de edades se puede observar que el generoso magisterio literario de Fernández alcanzó varias generaciones.

Hay que leer, junto con esta recopilación, las muchas traducciones de poesía que hizo y que también forman parte de su obra. No sólo la complementan: la iluminan.

A comienzos de marzo, al recibir la Orden de Isabel de Castilla, Angelina Muñiz-Huberman pronunció estas palabras. Las ofrecemos a nuestros lectores, con quienes de seguro compartimos la afición por esta lengua milenaria. Sirva de pretexto esta nota para hacerles saber que muy pronto circulará Rompeolas, un volumen que aglutina la poesía de esta autora, a la que de estas maneras felicitamos desde aquí

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ALGO DE HISTORIA

LOS VENCIDOS DEL 5 DE MAYO

vertidos en otras tantas fortalezas… Después de todo no se trata acaso de soldados franceses…

NOS VEREMOS MAÑANA, GENERAL ZARAGOZAEs el 5 de mayo de 1862, y estamos a 16 kilómetros de Puebla. Al despuntar el alba, la columna deja Amozoc, donde nuestros hombres habían descansado una noche después de pasar muchas fatigas… A pesar de ello nues-tros soldados dan muestra del mismo entusiasmo, del mismo arrojo que han sabido ofrecer en todas las gran-des ocasiones, lo mismo que en todos los campos de ba-talla. Que se les hable de subir al asalto de los dos fuertes que dominan la ciudad, o de marchar de frente contra las potentes barricadas erizadas de cañones y de nume-rosos defensores y se verá si no son como siempre los soldados del deber y de la disciplina, los hijos de la Fran-cia militar y los caballeros que, por encima de todo, van al encuentro del peligro como si no existiera. Por lo de-más, tienen la convicción de que el éxito está asegurado.

Y llevan en el corazón confianza ciega en las órde-nes y en las consignas de sus jefes.

Marchad, pues, muchachos, sin inquietud ni antes o después del combate. Durante la batalla todo ha sido previsto, después de ella tendréis vuestro repuesto en víveres y municiones, si acaso os falta. El enemigo no podrá apoderarse de las carretas en que os será lleva-do. Sobre ellas velarán camaradas vuestros que están resueltos a defenderlas a cualquier precio,

A las 9:30, bajo un sol que reparte torrentes de luz y después de haber sobrepasado algunos accidentes del terreno, nuestro ejército se encuentra a la vista de Puebla… ¡Puebla! La Puebla de las mil torres y cam-panas, con su multitud de ricas iglesias dibujándose contra un cielo purísimo… ¡en medio de una planicie que parece inmensa!… Al este, detrás de nosotros, he-mos dejado las nieves eternas del Pico de Orizaba. A lo lejos, frente a nosotros, por el oeste, a una veintena de leguas, están el Popocatépetl y el Iztaccíhuatl con sus nieves eternas. A nuestra derecha, por el noroes-te, está la cadena de montañas de La Malinche.

¡Guerra!… Lucha atroz, horrible… Lucha insensata de los hombres y de las cosas, ¡yo te maldigo! Estamos en presencia de una de las grandes obras de Dios y, sin embargo, apenas si la miramos. Se va a matar y a morir… Todo el pensamiento está concentrado en ese propósito: ¡matar!

Matar a nuestros semejantes a sangre fría, sin eno-jo… matarlos obedeciendo la voz de mando porque se nos ha dicho que hay que matar. ¿Se ha conocido aca-so… al que inventó la guerra?

En nuestra marcha de Amozoc a Puebla sólo en-contramos un tropiezo, ya casi a la vista de la ciudad. Fue una línea de tiradores que apareció por nuestro flanco derecho abriendo fuego contra los nuestros. Rechazada por nuestros cazadores a pie, se dio a la fuga y desapareció detrás de las colinas rocosas que unen Guadalupe a Puebla.

Mientras que nuestros soldados preparaban el café, el coronel Valazé, jefe del estado mayor, seguido de un escuadrón de cazadores, se dispuso a practicar un re-conocimiento con dirección al norte. Quería estudiar el terreno en dirección de Guadalupe y juzgar, hasta donde fuera posible, sobre la posición del fuerte.

Fue entonces cuando un general mexicano, que formaba parte de la comitiva de nuestro general en jefe, le aseguró una vez más al comandante del Cuer-po Expedicionario que las puertas de la ciudad le se-rían abiertas y sus autoridades le ofrecerían las llaves de la misma entre repiques de campanas y gritos de alegría de una población rebosante de entusiasmo, y que, por ello mismo, ese mismo general declaraba que el reconocimiento resultaría completamente inútil.

Estas palabras nos fueron transmitidas por uno de nuestros oficiales que las oyó y las escribió al día si-guiente en forma de nota. Por lo demás, ¡muchas otras veces se nos había repetido lo mismo con respecto a la buena acogida que se nos brindaría por todos lados!

El coronel Valazé, sin embargo, llevó a cabo su reconocimiento.

Los mexicanos estaban decididos a defender a Puebla a toda costa. Amén de las numerosas y sóli-das barricadas con que habían cerrado las calles al-rededor de la catedral, en el centro de la ciudad, ha-bían formado también un amplio reducto. Zaragoza contaba aproximadamente con 12 mil hombres, que mandaban los generales Berriozábal, Díaz, Negrete, Lamadrid, Tapia y Álvarez. También había destacado tropas que cerraban el paso a las partidas de reaccio-narios que trataban de incorporarse al ejército fran-cés, el que por su parte había hecho alto a tres kiló-metros de la ciudad. Negrete ocupaba las alturas con unos 1 200 hombres y dos baterías de campaña y de montaña. El resto de las tropas vigilaban la planicie por donde se esperaba el ataque.

¿Y nuestros soldados?… ¡Nuestros soldados hacían café!… Lo acabo de decir, a tres kilómetros, en las narices mismas de los mexicanos, que ocupaban los fuertes de Loreto y de Guadalupe y con los cuales se iban a medir de un momento a otro.

Se lleva el valor en el corazón… el valor nos acompa-ña todos los días y a todas horas. Sin embargo, cuando suena la hora, hace falta inyectar un poco más de ener-gía en los miembros que están para acometer una ha-zaña que se sale de lo común. Nuestros muchachos ha-cían su café con la misma calma, con el mismo aplomo, diría yo, que si hubieran estado en Longchamps, en espera de una de las grandes revistas del emperador. Porque el soldado francés, en campaña, es el ejemplo más acabado de imperturbabilidad que se pueda ver. Está más tranquilo, tiene más aplomo, ésa es la pala-bra, y parece más buen chico, quizás, que cuando se encuentra en el cuartel de Babilonia o en la hortaliza donde suele parecer más preocupado, más pensativo… ¡No se sabe de qué! Porque costaría trabajo que él mis-mo lo dijera. Pero, en resumen de cuentas, no tiene el aspecto indeciso, esa apariencia, esa actitud de astu-cia que no lo abandona nunca cuando está en campa-ña. Porque en estos casos no es una lluvia cualquiera, sino un torrente de frases ingeniosas, de agudezas que asombran y que cautivan, las que salen de sus labios y hacen que las gentes dejen de pensar en ellas mismas… para ser todo oídos. Un poeta diría: esta lozana juven-tud va en pos de la muerte… y la mayoría de ella la en-contrará heroicamente, combatiendo… ¡Sus voces son como el último canto del cisne!… Esto y aún más si se quiere, inclusive, y con muchos signos de admiración, señor habitante del Parnaso. Por cuanto a mí, sólo veo en ellos a los mejores soldados del mundo, a los solda-dos de Francia que desprecian a la muerte para cum-plir con su deber y para que una nueva gloria se pose en los pliegues de su bandera. ¿Piensan siquiera en la muerte? El cazador de África afila su enorme sable mientras que platica con su amigo, el rápido corcel que trajo de los desiertos africanos. El Chacal observa si sus polainas están bien anudadas, si su chacó tiene todas sus partes en el sitio reglamentario. El Cazador ligero, el bravo Marsopa, hacen otro tanto por su lado y después… ¿Después?… a cumplir con el deber, suceda lo que suceda.

¿Qué se puede esperar o, mejor dicho, qué es lo que no puede esperarse de un hombre que piensa así?… Un día, algunos de sus camaradas le hablaban al Zua-vo Tempranero, prematuramente, de sus numerosas heridas.

—¡Heridas ésas!… vaya pues, ustedes no saben lo que dicen —les contestó—. ¿Tengo mil veces razón, no es cierto, señor capellán, cuando digo que éstos son unos niños de teta? No se puede decir que un hombre haya recibido verdaderas heridas a menos de que le falten tres kilos de carne en el cuerpo o la mitad de la cabeza. Sea enhorabuena.

Sin embargo, Lorencez, apoyándose en la opinión de los comandantes de la ingeniería y de la artillería, aunque contrariando los consejos que le había dado un ingeniero mexicano en Amozoc, decidió que se co-

menzaría por ocupar los fuertes de Guadalupe y de Loreto. El ataque se iniciaría, en primer lugar, contra el primero de ellos, que se encontraba más cerca de la hacienda de Los Álamos, donde estaba agrupado el convoy. Se hacían ya, a lo largo de una hondonada que había que cruzar, rampas para la artillería. Aunque también era cierto que antes de llegar a los fuertes se hallarían pendientes difíciles de escalar, menos difí-ciles, sin embargo, del lado de Loreto. Pero este fuer-te parecía muy alejado.

A las 11 se tomaron todas las disposiciones reque-ridas. Desde lo alto de las torres de la Catedral, Zara-goza, que se mantenía dentro de la ciudad a la defen-siva, y Negrete, desde las alturas de Guadalupe, de-bieron comenzar a darse cuenta de los proyectos del ejército francés.

Avanzaréis pues, mis muchachos, sin temor de que sobre nuestra columna de ataque se lancen las reservas del enemigo. Nuestros cazadores a pie sabrán mante-nerlos a distancia. Nuestros fusileros de marina y una batería de montaña estarán pendientes de la caballería mexicana en tanto que la nuestra, nuestra valiente caba-llería, cuyo valor es conocido, estará lista para lo que se ofrezca. Numerosas ocasiones os ha mostrado ya lo que es capaz de hacer. Las compañías 99 y 4 de infantería de marina servirían de resguardo al convoy.

Dos batallones de zuavos forman la columna de ataque. Con ellos va la batería montada del capitán Bernard y cuatro piezas de la batería montada de ma-rina que manda el capitán Maillet. Ésta es la columna que atraviesa la hondonada y se lanza hacia la dere-cha, para escalar las alturas por las pendientes menos abruptas. A una distancia aproximada de 2 200 me-tros, se ve cómo se despliega en línea de batalla. ¡Qué aparición para los defensores de Guadalupe! ¡Son los zuavos!, debió exclamarse, o murmurarse sordamen-te, en los pechos palpitantes… Los zuavos, de los que era bien sabida la furia tradicional. Se debió dirigir la mirada hacia los fosos y hacia las murallas para com-probar por última vez si los fosos no eran bastante profundos, las murallas suficientemente altas para que los chacales no los pudieran franquear.

A cierta distancia de la columna de asalto está una reserva formada por el regimiento de infantería de marina. Como esta columna podía sufrir el choque de la caballería mexicana, los fusileros marinos y una batería de montaña han sido destacados hacia su de-recha. El batallón de cazadores, hacia la izquierda de la línea de batalla, le da frente a las fuerzas mexica-nas que están apostadas en la llanura. El 99 de línea y las cuatro compañías de la infantería de marina res-guardarían el convoy.

Y ahora que todo está ya listo para la lucha, per-mítaseme una reflexión. Se nos habían prometido 10 mil soldados de Márquez… ¿dónde están?

Puebla debía abrirnos sus puertas. Sus habitantes venir a nuestro encuentro presas del mayor entusias-mo… Nada, absolutamente nada… ¡el vacío, el silencio más completo en la llanura…! Salvo por nuestra par-te, el ruido de los hombres que marchan para desa-rrollar el plan de combate… El paso de los caballos de nuestro valiente escuadrón de cazadores de África, que avanza a la retaguardia de la columna de infante-ría… después una ambulancia que se establece en los edificios de la Rementería.

Se escucha un disparo de cañón, uno solo. Partió del Fuerte de Guadalupe… Para los mexicanos es la señal del combate… Pronto una línea de fuego hará relampaguear los parapetos del fuerte… Se dispara sobre nosotros… ¡La batalla comienza…! Quienes no estuvieron nunca en un campo de batalla desconocen lo que puede ser ese solemne momento.W

Jean Efrem Lanusse fue capellán en el ejército francés. Según logró establecer Marte R. Gómez, redactó —y decoró primorosamente— su memoria sobre los trágicos hechos de Puebla a finales del siglo XIX.

“PUEBLA DEBÍA ABRIRNOS SUS PUERTAS. SUS HABITANTES VENIRA NUESTRO ENCUENTRO PRESAS DEL MAYOR ENTUSIASMO… NADA,

ABSOLUTAMENTE NADA… ¡EL VACÍO, EL SILENCIO MÁS COMPLETO EN LA LLANURA…!

H ay premios de todos colores y sabo-res. Son tantos que pronto el méri-to será no haber ganado ninguno. Cumplen un sinfín de funciones

que tarde o temprano terminan mezcladas, incluso confundidas: el galardón entre pa-res sirve para que los impares presten aten-ción, el aplauso local despierte una ovación en todo el orbe, el reconocimiento literario genere un reconocimiento comercial —ojalá la metamorfosis pudiera ocurrir en sentido contrario—. Hay premios con tal carga se-miótica, que parecen valer más que sus re-cipiendarios. Y eso se manifiesta de mane-ra particular cuando se declaran desiertos. Este año, el casi centenario Premio Pulitzer de narrativa enmudeció. Ninguna de las tres novelas seleccionadas por el jurado —Tra-in Dreams, de Denis Johnson; Swamplan-dia!, de Karen Russell, y The Pale King, del ya fallecido David Foster Wallace— logró la mayoría en el cenáculo de escritores, acadé-micos, editores y periodistas seleccionados por la Universidad de Columbia para otor-gar esta distinción a la prensa, la literatu-ra y la música estadunidenses. Y aunque no es la primera vez que al final del redoble de tambores queda un silencio ominoso, hacía 35 años que el público no quedaba ayuno de esta recomendación de lectura.

D esde luego, la decisión ha causado estupor en los círculos literarios del vecino país. De entrada, el trío de escritores que hizo de jurado, el

cual exprimió una lista de más de 300 obras hasta dar con las tres listacorteadas —de al-gún modo hay que decirles a las que llegaron a la shortlist—, no sólo vio desperdiciada su hazaña de digerir tanta prosa, sino que re-sintió la tácita desautorización de su pare-cer que, a decir de uno de estos megalecto-res, tal vez privilegió la escritura un tanto experimental. Pero también las editoriales se quejaron, ya que el vacío dejado por el Pu-litzer significa otro vacío, éste en la factu-ración anual, por lo que con un optimismo un tanto indignado se han promovido cam-pañas no para el ganador sino para los “casi ganadores”. Libreros de diversa ralea han sugerido su propia lista de no ganadores que habría merecido tan sonora distinción. Pu-blisherWeekly, con el ojo siempre puesto en los detalles numéricos, percibió una notoria mejoría en el puesto que ocupaban las tres obras, pero incomparable con el ascenso me-teórico que suele significar el ser ungido por este galardón.

Dispuestos a rasgarse las vestiduras, hay quienes ven en esta decisión un juicio sumario sobre la calidad de la narrativa estadunidense. Así,

la opinión de la junta que otorga el Pulit-zer sería que en 2011 las musas estuvieron ausentes de los teclados literarios. Mucho menos radical, la explicación del adminis-

Premio vacío,premio solar

C A P I T E L

la historia hispánica, desde un mirador infrecuente: el de los productos de la imprenta.

historia

Traducción de Raúl Torres Martínez

1ª ed., 2012, 600 pp.

978 607 16 0850 5

$485

EMILIANO ZAPATA

O C T AV I O PA Z S O L Ó R Z A N O

Recién incorporada al catálogo del fce, esta biografía de Emiliano Zapata posee la virtud de haber sido redactada por quien fuera un cercano colaborador del libertador del Sur: Octavio Paz Solórzano, activo en la Convención revolucionaria, representante del caudillo de Chinameca y de la Revolución del Sur en Estados Unidos, uno de los fundadores del Partido Nacional Agrarista y, desde luego, padre de Octavio Paz, nuestro premio Nobel de Literatura. Es por ello que el retrato que presenta no es el del biógrafo que rastrea los signos y señas del retratado en viejos papeles amarillentos, sino el del compañero de lucha que, así como saca a la luz detalles de la personalidad poco conocidos, comparte y explica el ideario que los guió y alumbró

LA MONARQUÍA UNIVERSAL ESPAÑOLA Y AMÉRICALa imagen del Imperio español en la Guerra de los Treinta Años (1618-1648)

P E E R S C H M I D T

La Guerra de los Treinta Años, iniciada en 1618 dentro del Sacro Imperio Romano Germánico y que enfrentó a los partidarios de la Reforma y la Contrarreforma, pronto involucró a la mayoría de los países europeos, llevándolos a uno de los grandes conflictos bélicos que ha vivido el viejo continente. El historiador alemán Peer Schmidt analiza aquí la imagen que proyectó el Imperio español en los medios de propaganda de aquellos años, escudriñando el trasfondo cultural y político que dicho discurso reflejaba en conceptos como monarquía universal o en sus concepciones teológicas y geográficas. Así, estudia el papel que jugaron los autores e impresores, las ideas difundidas en volantes ilustrados y letrillas, o la imagen proyectada en los libros de época, con lo que Schmidt presenta una original y ampliamente documentada aproximación a ese capítulo de

en la actividad revolucionaria, plasmando y analizando las inquietudes, batallas, dilemas políticos y avatares que tanto el líder como el movimiento tuvieron que enfrentar en la gesta revolucionaria. El volumen incluye un prólogo del hijo del autor, preparado con motivo de su primera edición, en el que sopesa el valor y la actualidad del testimonio.

popular

Prólogo de Octavio Paz

1ª ed., 2012, 231 pp.

978 607 16 0725 6

$115

LUIS BUÑUEL: EL DOBLE ARCO DE LA BELLEZA Y DE LA REBELDÍA

O C T AV I O PA Z

Hace sesenta años, se presentó en el Festival de Cannes Los olvidados, película que no sólo relanzó la carrera fílmica de Luis Buñuel sino que cristalizó como un clásico de la cinematografía universal. Paz, que entonces era secretario de la Embajada de México en Francia, motivado por la admiración que sentía hacia el trabajo del aragonés y respondiendo a una invitación

DE MAYO DE 2012

Ilust

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A

2 0 M AY O D E 2 0 1 2

fueron movilizados sin mayor entrenamiento— que conmocionó al mundo.

centzontle

1ª ed., 2012, 119 pp.

978 607 16 0939 7

$75

SOBRE ESTA TIERRA

E R A C L I O Z E P E D A

Antecedida por Las grandes lluvias y Tocar el fuego, ésta es la tercer novela de la tetralogía que Eraclio Zepeda ha dedicado a su estado natal: Chiapas. En cada una de las entregas, y usando como hilo conductor la compleja saga familiar de los Urbina, el novelista ha buscado reconstruir un siglo de historia de la región sin hacer sucumbir la literatura al hecho histórico. Partiendo de este principio y de la intrincada realidad chiapaneca, el autor afirmó en una entrevista: “No se trata de una realidad fácil de captar desde la primera mirada, porque es una serie de mundos superpuestos: una región pluricultural y multilingüística, con desarrollos desiguales, y todo eso ofrece una dificultad grande para contarla, siendo ese el reto que quise enfrentar.” Cada título, además, retoma un elemento de la naturaleza y en éste, el dedicado a la tierra, el autor narra la muerte de doña Juana en el ocaso del siglo xix, empapada por lo ecos del fin de la Guerra de Reforma.

letras mexicanas

1ª ed., 2012, 157 pp.

978 607 16 0855 0

$160

FUTURAMALiteratura y ciencia a travésdel tiempo

C A R L O S C H I M A L

En esta serie de ensayos Carlos Chimal explora y articula dos de sus grandes pasiones: la ciencia y la literatura; la palabra y lo que con ella puede hacerse tanto en el campo estético como en la producción y divulgación del conocimiento. Recorriendo obras de autores científicos y literatos de la más diversa índole (aquí están Demócrito, Montaigne, Midgley, Mandelstam, Calvino o Paz, por mencionar algunos), explora los vasos comunicantes que han nutrido a los dos campos de ideas y estilos que los hermanan, reflejan y alimentan. En la presentación al volumen, sostiene: “Este libro pretende ofrecer un panorama de la ficción imbuida de las ideas científicas a lo largo de la historia y, en el mejor de los casos, convertirse en una guía de forasteros en su búsqueda de nuevos mundos literarios.” Chimal, quien es uno de nuestros grandes ensayistas científicos, ha publicado también libros de ficción como Cuatro bocetos, Escaramuza (éste, hace años, dentro de la colección Letras Mexicanas), Lengua de pájaros y En busca de Argelia; suyo es también el texto introductorio del opúsculo que Alfonso Reyes escribió en torno a Einstein.

popular

1ª ed., 2012, 218 pp.

978 607 16 0930 4

$120

que éste le hiciera para presentar el filme en el festival, convocó a grandes personalidades del momento (Cocteau, Prévert y Chagall) y redactó un ensayo titulado “El poeta Buñuel”, que él mismo se encargaría de distribuir entre los asistentes a la función. La película obtuvo el Premio de Dirección y de aquellos días no sólo queda el brillo que ha acompañado a esta gran película sino algunos de los textos reunidos en el presente volumen conmemorativo. Además del mencionado texto paciano, se suman “El cine filosófico de Buñuel”, “Cannes, 1951: Los olvidados” y algunas de las cartas que el poeta le escribiera al director, así como el poema “Los olvidados”, de Jacques Prévert, unas breves memorias de Buñuel y un prólogo de José de la Colina, quien reconstruye los hilos intelectuales y afectivos que unieron a estos dos colosos del siglo xx.

tezontle

Prólogo de José de la Colina

1ª ed., 2012, 81 pp.

978 607 16 0940 3

$150

EL VA Y VEN DE LAS MALVINAS

F E R N A N D O D E L PA S O

Después de vivir un par de años en Estados Unidos, Fernando del Paso llegó a Inglaterra para trabajar como traductor, locutor y productor de programas de radio del Servicio Latinoamericano de la bbc. En aquella estancia, que duraría poco más de una década, fungió además como articulista para la revista Proceso, trayendo a nuestras tierras algunos de los temas que cobraban mayor relevancia en la prensa británica y europea. Uno de ellos, desde luego, fue la invasión argentina a las islas Malvinas (o Falkland, como prescriben los ingleses), que inauguró una corta guerra sin precedentes entre Inglaterra y el país sudamericano. Tiempos delicados que nuestro autor vivió en primera persona y que retrató en 11 artículos para la revista mexicana, los cuales que son recuperados en este pequeño volumen. Si bien ya habían sido publicados en el tomo iii de las obras que esta casa editorial dedicó al autor de Bajo la sombra de la historia, se reúnen ahora para conmemorar los treinta años de esa guerra, absurda y destructora de muchas vidas —por ejemplo, las de los jóvenes argentinos que

trador de los premios en la Universidad de Columbia es que simplemente no se alcanzó la mayoría entre la veintena de miembros de ese tribunal de segunda instancia. Con-trovertida como fue, esa decisión tiene ras-gos plausibles. El primero es que el método está por encima del resultado. Por no bene-ficiar a quien la otorga —caso contrario de los concursos literarios convocados por ca-sas editoriales—, la distinción establecida por Joseph Pulitzer aspira, si no a condu-cirse con imposible objetividad, sí a miti-gar los sesgos de toda opinión estética; con sus asegunes, la votación paritaria, sin voto de calidad ni otro mecanismo para romper empates, corre el riesgo de no producir ga-nadores pero favorece la equidad entre los votantes; atenerse a las reglas puede produ-cir resultados insatisfactorios, pero acota la arbitrariedad.

D e naturaleza radicalmente diver-sa, a fines de marzo la American Physical Society entregó el Pre-mio Hans A. Bethe a Silvia Torres-

Peimbert y Manuel Peimbert, ambos inves-tigadores del Instituto de Astronomía de la unam. Bethe fue un físico alemán, ganador en 1967 del Premio Nobel por haber estu-diado las reacciones en el núcleo de los áto-mos y dilucidado los procesos de generación de energía en las estrellas; la distinción que lleva su nombre la conceden los físicos esta-dunidenses a quien halla desarrollado “un sobresaliente trabajo teórico, experimen-tal u observacional en astrofísica, física nu-clear, astrofísica nuclear u otros campos es-trechamente relacionados”. Esta productiva dupla ha hurgado en la “abundancia de helio primordial, así como la abundancia de otros elementos y sus implicaciones para la cos-mología y para la evolución química de ga-laxias y estrellas”.

P or fortuna, los lectores no especia-lizados podrán conocer algo de es-tas materias acercándose a un libro que tenemos en el horno: La evolu-

ción química del universo, que aparecerá muy pronto en La Ciencia para Todos, en el que Peimbert, junto con Julieta Fierro, descri-be cómo se han generado los elementos quí-micos, cómo los percibimos desde nuestro planeta y cómo los astrofísicos interrogan el océano interestelar; convencidos de que “la astronomía no sólo es espectacular por los objetos que la forman, incluidos los hu-manos, sino por la manera en que las gran-des mentes han logrado saber tanto sobre el cosmos estando ancladas en la Tierra”, los autores hacen un recorrido progresivamente abstracto, primero desde los sistemas plane-tarios hacia las galaxias, pasando por las es-trellas, y luego por nociones como “la expan-sión del universo observable, la radiación fó-sil, la energía oscura y la materia oscura”.

D e Torres-Peimbert, y también en coautoría con Fierro, hemos pu-blicado Nebulosas planetarias: la hermosa muerte de las estrellas, en

el que se describen los telescopios —las re-liquias de valor histórico pero sobre todo los que ya poco dicen al ojo desnudo— y las no pocas aportaciones de los astrónomos mexicanos, al tiempo que se presentan be-llísimos retratos del gas calentado por una estrella. A ese tema está dedicado el capítulo de la misma autora en Fronteras del Univer-so, una obra colectiva coordinada por Peim-bert, que pronto será remozada para hacer-la más accesible y para que luzcan mejor sus ilustraciones.

U n prestigioso premio sin ganador, otro a quienes han buscado trazas del elemento que lleva el nombre del dios griego del sol. Sabores y

colores que se antojan opuestos.W

T O M Á S G R A N A D O S S A L I N A S

M AY O D E 2 0 1 2 2 1

NOVEDADES

2 2 M AY O D E 2 0 1 2

C. Wright Millsy la urgente difusión

del conocimientoR A FA E L VA R G A S

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Foto

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fía:

FC

E

En el quincuagésimo aniversario luctuoso de Charles Wright Mills, estas notas mitad biográfi cas, mitad descriptivas de su obra, presentan a un personaje

sobresaliente de la sociología estadunidense del siglo XX. Algunos de sus libros gozan aún del favor de los lectores, mientras que otros vivieron su efímero apogeo en

el convulso mundo de los años sesenta, que late en esas páginas ardientes

M AY O D E 2 0 1 2 2 3

ciente predominio de una ética comercial en la producción y distribución cultu-ral que aliena a los consumidores y los convierte en “robots alegres” —la indus-trialización de las conciencias, como la llamaría Hans Magnus Enzensberger en 1969—. Es una lástima que no haya tenido tiempo para realizarlo.

Su visita a México despierta su apetito por ir a Cuba y ver por sí mismo los cambios sobre los que le hablan Fuentes y García Terrés, quienes ya han estado en la isla. Finalmente viaja a Cuba y pasa allí dos semanas, del 7 al 22 de agosto, durante las cuales se entrevista con Fidel Castro, el Che Guevara y numerosos funcionarios del nuevo régimen. El resultado de ese viaje será Escucha, yanqui, el libro que le acarrearía más ataques y conflictos, aunque también más fama in-ternacional. Saul Landau, quien conoció a Mills en La Habana y se convirtió en su ayudante de investigación unos meses después, ha contado que Mills escribió Escucha, yanqui en sólo seis semanas, trabajando 16 horas cada día, en un esta-do que mezclaba el entusiasmo y la compulsión.2 El libro aparecerá en Estados Unidos en noviembre de 1960, con un tiraje de 160 mil ejemplares y tendrá una enorme resonancia.

Orfila, enterado desde tiempo atrás —a través de Carlos Fuentes— de que Mills escribe sobre Cuba, le pide en una carta del 15 de octubre un ejemplar de lectura y le dice que será un placer publicar un nuevo libro suyo y apoyar la causa de la revolución cubana. El 22 de noviembre le escribe nuevamente para decirle que quiere traducir el libro de inmediato. Mills acepta, y el 6 de diciembre Orfila le anuncia que González Pedrero hará la traducción y que ésta estará lista en febre-ro de 1961.

Mientras tanto, Mills lee y escribe mucho con miras al debate televisivo que ha aceptado sostener la noche del sábado 10 de diciembre con Adolf Augustus Berle, uno de los académicos involucrados en el gobierno de Kennedy que ayu-darían a planear la fallida invasión de Bahía de Cochinos en abril de 1961. Le emociona la perspectiva de exponer ante 20 millones de televidentes la realidad de Cuba. Pero el día anterior al debate sufre un infarto. Orfila le escribe el 29 de diciembre, lamentándolo. El trato epistolar entre ambos se vuelve cada vez más afectuoso.

Pocos días después de haber sufrido el ataque, Mills se entera de que se ha in-terpuesto una demanda en contra suya y de sus editores por 25 millones de dóla-res, por una supuesta difamación a negociantes cubanos. El 6 de marzo Orfila le anuncia que la primera edición de Escucha, yanqui constará de 20 mil ejempla-res. El médico le recomienda a Mills salir de los Estados Unidos para evitar ten-siones que puedan hacerle daño. En abril parte a Europa con la familia.

El 20 de mayo Orfila le cuenta que los 20 mil ejemplares impresos en marzo se vendieron en un mes y que 10 mil más del segundo tiro se han vendido en el curso de mayo. En ocho meses, el libro venderá 70 mil ejemplares. Orfila le propone a Mills que la siguiente edición contenga algunos materiales nuevos. El 23 de sep-tiembre Mills le contesta que no cree que Escucha, yanqui se pueda modificar o acrecentar dada la naturaleza misma del libro, y que más bien piensa que habrá que escribir una nueva obra sobre Cuba —cuyo proceso, cabe señalar, observa con creciente pesimismo, porque le parece inevitable que caiga en el campo de influencia de Rusia— o sobre América Latina. Le comenta que no sabe si regre-sará a los Estados Unidos y que le han ofrecido trabajo en una nueva universidad inglesa, pero que aún no decide dónde vivirá en los siguientes años.

El 19 de octubre Orfila le informa que acaba de aparecer La imaginación so-ciológica y le sugiere que, si no quiere volver a su país, resida en México y traba-je como profesor en la Escuela de Ciencias Políticas. Nueve días después Mills le agradece la propuesta pero le explica que ha decidido regresar a Estados Unidos porque quiere resolver la demanda. Le agradece su gesto amistoso y le dice que es plenamente correspondido.

IVTras la muerte de Mills, Irving Louis Horowitz, uno de los principales estudiosos de la obra del sociólogo, reunió en un volumen una selección de artículos y ensa-yos que apareció en 1963 y que el Fondo publicó al año siguiente bajo el título de Poder, política, pueblo, un magnífico muestrario de la variedad de intereses e in-quietudes de Mills y de su extraordinaria capacidad analítica.

Es el último homenaje que Orfila le puede brindar. La publicación de Escucha, yanqui también tendrá un costo oneroso para su editor mexicano.

Pero no es el último libro de Mills que el Fondo publica. En el 2004 aparece la traducción de un excelente libro organizado por sus hijas, Kathryn y Pamela Mills: Cartas y escritos autobiográficos, que junto con la biografía escrita por Ho-rowitz: Mills: An American Utopian, y con Radical Nomad: C. Wright Mills and His Times, de Tom Hayden, constituyen las principales fuentes para conocer más so-bre la vida —y comprender mejor las ideas— de Mills.

Además de su interés intrínseco, Cartas y escritos autobiográficos permite atisbar precisamente algunos datos de la relación de Mills con México, como su breve estadía en 1960 y su estrecha amistad con Carlos Fuentes, quien de-dicó La muerte de Artemio Cruz, publicada por el fce en junio de 1962, “A C. Wright Mills, verdadera voz de Norteamérica, amigo y compañero en la lucha de Latinoamérica”.

Al igual que muchos de sus compañeros de la Facultad de Ciencias Políticas ySociales entre 1973 y 1977, Rafael Vargas leyó con admiración algunos de los libros de Wright Mills gracias al entusiasmo de uno de sus profesores: Gabriel Careaga, a cuya memoria dedica este artículo

2 Saul Landau, “Los seis últimos meses de C. Wright Mills”, publicado en dos partes en La Cultura en México,

suplemento de Siempre!, en los números 59 y 63, correspondientes al 3 de abril y el 1º de mayo de 1963.

ICharles Wright Mills —dice Carlos Fuentes, recordando una tarde en que lo visi-tó en la Universidad de Columbia— tenía el aspecto de un leñador, de un hombre del oeste, de un héroe norteamericano.1 Era, sí, un hombre muy alto y corpulento (más de 1.80 de estatura y casi 100 kilos). Y algo tenía de leñador, en efecto. Él mismo cortó los troncos —y fabricó los ladrillos— con que construyó su casa. Evi-dentemente, le fue muy útil el año (1935) que estudió ingeniería en el Texas Agri-cultural & Mechanical College, en San Antonio.

El gran intelectual estadunidense era un hombre práctico y con gran gusto por la actividad física y manual. Le interesaban el diseño arquitectónico y el in-dustrial, la carpintería, la agricultura (tenía una granja en la que cultivaba gran parte de sus propios alimentos), la cocina y el motociclismo (iba a dar clases montado en una bmw 500), aunque nunca se interesó por los deportes. Quienes lo trataron recuerdan que tomaba notas todo el tiempo. En medio de la conver-sación, casi sin que nadie se diera cuenta, sacaba una libreta y apuntaba lo que le parecía más interesante. Cuando viajaba, solía echarse dos o tres cámaras al cuello (en esos años aún no existían cámaras digitales) para que no se le escapara nada notable.

Su vida fue demasiado corta en relación con todo lo que había planeado hacer. Un infarto la segó el 20 de marzo de 1962, cinco meses antes de que cumpliera 44 años. No obstante, dejó una docena de libros, de los cuales por lo menos dos se han convertido en grandes clásicos de la sociología: La elite del poder (1956; el Fondo lo publicó en 1957) y La imaginación sociológica (1959; publicado por el fce en 1961).

II“Cuando llamamos ‘clásico’ a un libro —dice Wright Mills— podemos expresar simplemente la aceptación de su excelencia, o podemos estar afirmando que aun-que las asunciones que contiene están superadas, su forma permanecerá como un espléndido producto de la cultura.” La elite del poder es un afilado análisis que muestra cómo la concentración del poder en manos de corporaciones multi-millonarias, altos mandos militares y funcionarios de muy alto nivel hizo que la democracia estadunidense de la posguerra se convirtiera en una simulación que encontraba su base idónea en la ignorancia y la apatía de millones de ciudada-nos que pierden su voluntad política porque no ven la manera de realizarla. Para Mills —dice Alan Wolfe en el epílogo a la más reciente edición en inglés—, los Es-tados Unidos empezaban a convertirse, entonces, en un país espantosamente pa-recido a las potencias totalitarias a las que había combatido en la segunda Guerra Mundial.

Por su parte, La imaginación sociológica es un libro que plantea la urgencia de difundir el saber y volverlo verdaderamente público. Hoy el saber existe en abundancia, pero sólo sirve para que algunos individuos “listos” salgan adelan-te y para crear una “república” de sabios que santifica el conocimiento y lo con-vierte en fuente de poder y de autoridad. Si la sociedad en su conjunto no parti-cipa de ese saber le resulta imposible resolver sus problemas y decidir su vida y, sin esa capacidad, no existe posibilidad de una vida social verdaderamente democrática.

La sociología, apunta Mills, para quien las ideas tenían siempre un papel so-cial, ayuda a los hombres “a saber dónde están parados, adónde van y qué pue-den hacer —si es que pueden hacer algo— acerca del presente como historia y del futuro como responsabilidad”. Por eso pensaba que los intelectuales tienen una profunda responsabilidad en orientar la vida de su país y en fomentar la inteli-gencia crítica.

Desde su aparición, La imaginación sociológica transformó el rostro de la so-ciología y de varias disciplinas más. Su lectura entre quienes estudian ciencias so-ciales es todavía, y seguramente lo será durante buen tiempo más, indispensable.

IIIWright Mills trabó una profunda relación con México sobre la que puede es-cribirse mucho. En su origen se encuentra la figura de don Arnaldo Orfila Rey-nal. Una serie de cartas que se conservan en el Archivo Histórico del fce así lo demuestran.

El 19 de junio de 1957 le escribe a Mills para comunicarle que el Fondo ha comprado los derechos de traducción de La elite del poder y le solicita un prólogo especial para la edición mexicana. Mills responde el 26 de junio que le es im-posible escribirlo porque está de viaje. Tras la publicación del libro, en abril de 1958, Orfila le envía recortes de prensa y lo invita a venir a la Ciudad de México en el verano. Mills cree que el viaje será más factible en 1959, cuando disfrutará de un año sabático. Pero cuando Orfila le escribe en julio de 1959 para decirle que negocia los derechos de traducción de La imaginación sociológica con la Uni-versidad de Oxford y lo invita a venir a México para participar en la ceremonia del vigésimo quinto aniversario del fce, así como para formar parte de un colo-quio sobre “El papel del intelectual en el mundo de hoy”, Mills ya está compro-metido a viajar a Italia para presidir una reunión de la Asociación Internacional de Sociología.

El viaje a México se pospondrá hasta enero de 1960. Pablo González Casanova, director de la entonces Escuela de Ciencias Políticas de la unam, lo ha invitado a dar un seminario sobre socialismo todos los martes durante seis semanas. Mills viene con su familia por carretera, desde Nueva York, manejando un pequeño Volkswagen. En febrero se instalan en Cuernavaca. Durante esa breve estancia conoce a Carlos Fuentes, que con Víctor Flores Olea, Jaime García Terrés, En-rique González Pedrero, Francisco López Cámara y Luis Villoro, publica, desde mayo de 1959, El Espectador, revista mensual que se propone, como dice el texto de “Presentación” de su número inicial, luchar “por el ejercicio efectivo de la de-mocracia en México”.

Los cuatro primeros entrevistan a Wright Mills en marzo de 1960. En el cur-so de la conversación, publicada en el número 19 de Cuadernos Americanos, Mills apunta una idea muy interesante sobre la que quiere escribir un libro: el cre-

1 Carlos Fuentes, Casa con dos puertas, Joaquín Mortiz, Confrontaciones, México, 1970, pp. 103-104.