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La gobernanza del miedo

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Asistimos al nacimiento de una ideología de la seguridad. La utilización autoritaria de estos principios genera sociedades despolitizadas y temerosas, movilizadas hacia la reproducción de relaciones sociales funcionales para la acumulación privada irrestricta y no distributiva de capital. En suma, sociedades sustentadas en el miedo. En ellas, se hace posible una forma arbitraria de concebir el poder, capaz de saltar las garantías constitucionales para implantarse a sí misma como fuente de normatividad y de legalidad. Debemos preguntarnos hoy si cada uno de esos pequeños «puntos de seguridad» o de observación no se están convirtiendo, precisamente por una falta de control sobre sus procedimientos, en «estados de excepción en miniatura». A la vez, la criminalización de la pobreza es ya un hecho cotidiano. La creciente visibilidad de los pobres, en permanente tránsito, sin hogar o habiéndolo perdido hace poco a manos de un banco, desposeídos en la práctica, aunque no en el plano formal,

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Colección Repensar

Dirección editorial: Miquel OssetDiseño cubierta: Cristina SpanòDiseño editorial: Ana Varela

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Primera edición: junio 2013

© Alicia García Ruiz© Para esta edición: Editorial Proteus c/ Rossinyol, 4 08445 Cànoves i Samalús www.editorialproteus.com

Depósito legal: B. 16401-2013ISBN: 978-84-15549-51-2BIC: JFM

Impreso en España - Printed in SpainEl Tinter, SAL. - BarcelonaEmpresa certificada EMAS

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El 1 de Diciembre de 2009 diversas televisiones cubrie­ron profusamente la noticia de una intervención poli­cial en una sucursal bancaria de Burgos. Un individuo había tomado como rehén a una empleada de Caja­círculo Burgos. Tras cinco horas y media, una unidad de GEOS redujo al asaltante y liberó a la rehén.

Descendamos un poco a los detalles. JRT es un hom­bre de 60 años, sin antecedentes, que padecía graves problemas económicos tras el incendio de su casa. Al parecer había llegado a un punto en el que no podía ha­cer frente a la hipoteca y estaba en trance de embargo. En plena desesperación, asaltó la sucursal para exigir hablar, según sus propias palabras, «con el jefe de los jueces». Los testigos que se encontraban en el lugar recordaron haber escuchado gritar a JRT «los bancos me han arruinado la vida». Se resolvió a tomar la ofi­cina para exigir la atención pública a su caso y que acu­diera a hablar con él algún representante de la Justicia. Los primeros momentos del suceso quedaron registra­dos por la cámara del teléfono móvil de un testigo, que envió las fotografías a diversos periódicos. Tras varias horas de negociación, los policías se introdujeron en la sucursal bancaria disfrazados de periodistas, habiendo prometido previamente al asaltante que le realizarían

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una entrevista para difundir su caso. A la salida, las cámaras de televisión entrevistaron a un testigo que declaró visiblemente emocionado que la intervención había sido «preciosa, espectacular».

Cajacírculo Burgos emitió pocas horas después un comunicado que desvinculaba a la entidad bancaria de toda relación con lo sucedido. Según se leía, sin em­bargo, en varias intervenciones en el foro de discusión sobre la noticia publicadas en el Diario de Burgos, Ca­jacírculo Burgos había ido endureciendo durante me­ses las condiciones de los préstamos hipotecarios hasta hacerlas literalmente insoportables para muchos de sus clientes.

Hace ya más de tres años de esta historia y desde en­tonces se han multiplicado los ejemplos del comporta­miento abusivo de las entidades bancarias, aunque la percepción social ha cambiado. Lo que en su día era tratado como un comportamiento social desviado, perturbado, hoy se percibe bajo otra óptica, una pers­pectiva que comienza a indagar en las causas que llevan a la desesperación a millones de personas por todo el mundo. No obstante, el proceso de criminalización de la pobreza no ha hecho más que empezar a mostrar sus aristas más duras. El suceso de Burgos y su tratamien­to informativo nos arroja a la cara, unos años después, preguntas inquietantes pero cada vez más necesarias, comenzando por la primera de ellas: ¿qué clase de rea­lidad social ha llegado a ser aquella donde una inter­vención policial se califica de «preciosa»?

Para responder a esta cuestión, tal vez debamos, otra vez, empezar por hacer un poco de historia.

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Un poco de historia

A partir de las ideas que Michel Foucault1 comenzó a vislumbrar contra el trasfondo social de crisis de los años 70, Gilles Deleuze visualizó agudamente un proceso so­cial del que tenemos cada vez más evidencias en nuestra vida cotidiana y que quedó plasmado más tarde en su conocido texto, escrito en los años noventa, Postcriptum a las sociedades de control.2 Allí, Deleuze advertía que las sociedades de control sustituirían lenta e irreversible­mente a las formas de dominación del pasado, basadas en la disciplina. A diferencia de sus predecesoras, las so­ciedades de control se asientan sobre un principio tan simple como efectivo: los sujetos pueden participar en sus propias formas de dominación de manera consenti­da, dándose a sí mismos razones convincentes para ha­

1 Son ya clásicas las referencias al programa intelectual de Michel Foucault, donde se anuda la relación, cada vez más poderosa, entre la creciente desigual distribución de la riqueza social y el aumento de la ideología de la seguridad, el refinamiento de los mecanismos de control social y el auge de la penalización preventiva. Se pue­den recordar aquí, entre otras muchas obras suyas, Foucault, M.: Vigilar y Castigar, México, Siglo xxi, 1994; La vida de los hombres infames, Madrid, La Piqueta, 1991 o La verdad y las formas jurídi-cas, Gedisa, Barcelona, 1980.

2 Veáse, Deleuze, G.: Conversaciones (1972­1990), Valencia, Pre­textos, 1999.

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cerlo. Esto quiere decir, en otras palabras, que no sólo se encuentran sujetos al poder sino que son sujetos del poder mismo, esto es, subjetividades producidas por re­laciones de poder, que se efectúan a distinta escala hasta abarcar la totalidad de las dimensiones vitales.

Desde hace décadas, viene gestándose una fase pa­roxística de esta imbricación progresiva entre realidad, vida humana y poder, de esta filtración mutua entre máquinas, cuerpos y discursos. Se trata de una confi­guración de la existencia que hoy redefine las relacio­nes entre ontología y política, distribuyendo el control espaciotemporal de lo existente a partir de criterios pe­ligrosos: la sospecha, la visibilidad y la exclusión.

Tanto a escala individual como social, los ciudada­nos de las sociedades democráticas occidentales hemos venido consintiendo la implantación progresiva e im­parable de una pléyade de dispositivos cotidianos de control, hasta llegar a un punto en el que los umbra­les de tolerancia a la intrusión e incluso vejación, así como las garantías reales de diversos derechos consti­tucionalmente establecidos han descendido a niveles alarmantes. Como ha dicho, de un modo ciertamente problemático, Slavoj Zizek,3 en estas condiciones de aparente libertad es posible que decir «totalitarismo liberal» no sea un oxímoron, una contradicción, pues­to que los requisitos necesarios para la autoperpetua­ción de las dinámicas del capitalismo de consumo neo­liberal están secuestrando paulatinamente libertades

3 V. Slavoj Zizek: Prólogo a Beauvois, J.L.: Tratado de la servidumbre liberal: análisis de la sumisión, Madrid, La oveja roja, 2008.

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elementales de los ciudadanos de las llamadas demo­cracias liberales.

Una extraña paradoja, la de que estas libertades va­yan cayendo una a una merced a dudosas defensas efec­tuadas en su nombre. Es extraña porque lo que preci­samente argumenta el ideario liberal es la salvaguarda de las libertades individuales como fundamento nor­mativo y moral de la vida social. Y sin embargo, ¿qué tipo de libertad es la que se defiende cuando se habla de seguridad? ¿Por qué parece hoy materia de consen­so que es preciso un rosario creciente de sacrificios de derechos y libertades en nombre de un nuevo derecho rector: el derecho a la seguridad? Algo parece estar sucediendo en las democracias liberales que las está corroyendo desde su interior, y se resume en una pro­funda tensión interna entre libertad y seguridad, una potente aporía central que se enmascara con conflictos de baja intensidad, a la caza y captura de enemigos in­teriores y exteriores.

El control y la seguridad, términos cada vez más presentes en las descripciones de la vida cotidiana, están transformándose hoy en los dos polos de un único continuo de dinámicas sociales; dinámicas sustentadas en el miedo, que generan una auténtica ideología del temor y que se ejercen fundamental­mente en dos direcciones: el miedo a los otros y el miedo a uno mismo.4

4 Debo esta idea a Fernando Aguiar, Científico Titular del IESA­A, CSIC, con quien mantuve una conversación en torno a esta doble dirección de la gestión del miedo contemporánea.