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LA FOTO Eran cuatro hombres mirando por la ventanilla del coche. A lo lejos se oía a “la diletante” cantar una opereta. La voz salía del club ahogada por los berri- dos de los borrachos. Los cuatro hombres bromeaban sobre la diletan- te cuando se produjo la señal que es- peraban. Entonces, salieron del co- che. Al amanecer, en todos los periódicos salía lo del secuestro de la niña bien. Resulta que había ido a la tienda más Cara Recara de la calle Recalle y se llevaba casi todo el género en tres o cuatro bolsas grandes… Cuando la asaltaron, la desbarataron, tiraron las bolsas y aceleraron en un Cadillac de segunda mano. El diario decía que habían sido vistos cuatro tipos en los alrededores las dos últimas noches y que destaca- ban mucho, pues no vestían como se estilaba allí. Uno llevaba un sombrero blanco, de esos que se ponían los saxofonistas de Nueva Orleans en los años treinta. Todos usaban trajes bien cortados, pero un poco estrechos, como si no fueran suyos. La familia de la niña salió al poco en la televisión reclamándola con muy malas pulgas. Nada de llantos y ruegos. Estos eran de di- nero y sabían quiénes eran sus enemigos. Que la traigan sana y salva o se atendrán a las consecuencias ——vociferaba Don Severino Méndez. La mujer, con una pechu- ga de madre y señora mía, se inflaba de indignación. Toda la familia se arropaba como una mafia. Don Severino añadía, dando ideas: Y que no le pongan un dedo encima. Mientras tanto, los delincuentes tuiteaban que se las daba un bledo, que la niña estaba ya destripada en una carretera. La policía, que tenía perfil en Twitter, respondía asegurando que los expertos estaban manos a la obra y que los “desalmados” iban a caer de un momento a otro. La gente no se creía a la policía, todos sabían en Nueva Calas- parra que eran unos mindundis, colocados a dedo aquí y allá: que si el hijo del teniente, que si el vecino, que si el primo, que si uno que amenazaba con cantar. La policía al completo era el hazmerreír de la ciudad, cuando alguien se saltaba un semáforo lo acompañaba con un corte de mangas al municipal de turno. Lo que sí se sabía, y de ello no cabía ninguna duda, era que la niña estaba en ese momento tuiteando que la secuestraban y que, para colmo, los captores habían dejado que subiera una foto en la que salían los cinco maquinariaenlasnubes.tumblr.com Hace millones de años que la maqui- naria se puso en marcha. Ahora la súper computadora Mira (izda.) re- produce la maquinaria del tiempo. Con razón dicen que estamos en la era de la “reproductibilidad técnica” ...

La guerra de los drones

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Anexo del número tres de la colección-blog Maquinaria en las nubes, editada por @destino_22

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Page 1: La guerra de los drones

LA FOTO

Eran cuatro hombres mirando por la ventanilla del

coche. A lo lejos se oía a “la diletante” cantar una

opereta. La voz salía del club ahogada por los berri-

dos de los borrachos. Los cuatro

hombres bromeaban sobre la diletan-

te cuando se produjo la señal que es-

peraban. Entonces, salieron del co-

che.

Al amanecer, en todos los periódicos salía lo

del secuestro de la niña bien. Resulta que había ido a la tienda

más Cara Recara de la calle Recalle y se llevaba casi todo el

género en tres o cuatro bolsas grandes… Cuando la asaltaron,

la desbarataron, tiraron las bolsas y aceleraron en un Cadillac

de segunda mano. El diario decía que habían sido vistos cuatro

tipos en los alrededores las dos últimas noches y que destaca-

ban mucho, pues no vestían como se estilaba allí. Uno llevaba

un sombrero blanco, de esos que se ponían los saxofonistas de

Nueva Orleans en los años treinta. Todos usaban trajes bien

cortados, pero un poco estrechos, como si no fueran suyos.

La familia de la niña salió al poco en la televisión reclamándola

con

muy malas pulgas. Nada de llantos y ruegos. Estos eran de di-

nero y sabían quiénes eran sus enemigos.

—Que la traigan sana y salva o se atendrán a las consecuencias

——vociferaba Don Severino Méndez. La mujer, con una pechu-

ga de madre y señora mía, se inflaba de indignación. Toda la

familia se arropaba como una mafia.

Don Severino añadía, dando ideas:

—Y que no le pongan un dedo encima.

Mientras tanto, los delincuentes tuiteaban que

se las daba un bledo, que la niña estaba ya

destripada en una carretera. La policía, que

tenía perfil en Twitter, respondía asegurando que los expertos

estaban manos a la obra y que los “desalmados” iban a caer de

un momento a otro.

La gente no se creía a la policía, todos sabían en Nueva Calas-

parra que eran unos mindundis, colocados a dedo aquí y allá:

que si el hijo del teniente, que si el vecino, que si el primo, que

si uno que amenazaba con cantar. La policía al completo era el

hazmerreír de la ciudad, cuando alguien se saltaba un semáforo

lo acompañaba con un corte de mangas al municipal de turno.

Lo que sí se sabía, y de ello no cabía ninguna duda, era que la

niña estaba en ese momento tuiteando que la secuestraban y

que, para colmo, los captores habían dejado que subiera una

foto en la que salían los cinco maquinariaenlasnubes.tumblr.com

Hace millones de años que la maqui-naria se puso en marcha. Ahora la súper computadora Mira (izda.) re-produce la maquinaria del tiempo. Con razón dicen que estamos en la era de la “reproductibilidad técnica” ...

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con caras de susto como si les hubiera cogido desprevenidos.

La niña, con cara de simplona satisfecha porque aquello iba a

ser trending topic. Al final, aquel compadreo ignorante no la

salvó de aparecer despanzurrada en una cuneta tres semanas

después, pero eso fue otra historia que se ocultó durante mucho

tiempo.

La foto que se colgó en las redes sociales reveló la identidad de

los forasteros. Aparecían cuatro tipos y una niñata pija a la que

“supuestamente” habían secuestrado. Uno era el Primo, el otro

el Caldo, el tercero el Gupa y el último el Pimperro. Todos

conocidos por su madre y por su padre, de allí no eran. Los

sobrenombres se los sacaron de estudiar su historial, es decir,

su biografía, porque no tenían, que se supiera, antecedentes

penales ——luego se supo que era ficticia. Todos con una cuenta

en Twitter y en Facebook, todos espiados en las redes sociales

a partir de aquel día.

Al día siguiente del secuestro, los tipos ya habían subido imá-

genes como para hacer un álbum familiar, algunas de ellas cen-

suradas en seguida por las “fuerzas del orden”. A los pocos días

ya la historia se contaba en la prensa de todo el mundo, llenaba

páginas de internet, amenizaba las tertulias televisivas a todas

horas y la conversación de los desocupados internetvidentes.

Todos estaban al tanto de la vida y milagros de los sinvergüen-

zas. Que si iban al supermercado, que si robaban unas consolas

y salían corriendo, que si mataban a un gato porque se aburrían.

A las veinticuatro horas ya tenían defensores y detractores por

todo el planeta. A las cuarenta y dos horas, la policía también

era trending topic. Subían fotos entrevistándose con los

“testigos”, fotos del cadáver del gato, fotos con la madre del

“cabecilla”, a la que habían prometido cien dólares si grababa

un mensaje dirigiéndose a su hijo con la voz temblona: “hijo,

regresa, déjate a la niña esa” ——consiguió articular una frase

completa y corrió dentro con el dinero, cerrando de un portazo.

El asunto era espinoso y estaba más en manos de la opinión

pública de lo que hubieran querido los policías de pacotilla y

los jueces de pega. Todos estaban convencidos de que trataban

con un autosecuestro, pero seguían haciendo su papel a la per-

fección, es decir: mal, pues desde arriba la orden era clara: se-

guid investigando esto, no investiguéis aquello. Todo el mundo

se ponía serio haciendo lo que se le ordenaba. La niña pasó a

un segundo plano. Ahora la gente estaba entretenida en internet

viendo lo tuits de la policía y los de los bandidos, que hasta se

respondían y se lanzaban insultos como si vivieran en la misma

escalera.

La foto del secuestro ya tenía copyright. La gente quería una

para hacerse un calendario o para el amigo invisible. Se vend-

ían en Amazon y en Ebay. Era la foto del año. Los bandidos

cobraban el copyright porque, aunque eran bandidos, la ley no

decía que no pudieran cobrarlo. Pronto, el ayuntamiento trató

de cobrar también el copyright alegando que aparecían edifi-

cios y calles emblemáticas.

UNA HISTORIA

Aquel año nevó. Fue algo sonado porque en Nueva Calasparra

no nevaba nunca, al menos que se recordase. Así empezó a

escucharse en todas partes que aquel año no era normal, que lo

del secuestro había sido una operación de márquetin porque ya

se había descubierto que aquel cuarteto era musical, que lo de

los trajes era porque salían de actuar en un club, que con el

rollo del secuestro se habían forrado y todo el mundo estaba

comprando sus discos, que, de un día para otro, estaban en to-

dos los escaparates y en las listas de ventas. Lo de la nieve era

un mal presagio: el mundo se había puesto al revés. Los secues-

tradores eran héroes, la “víctima” se había esfumado y a nadie

le importaba.

Ahora la policía se ocupaba del caso por “amor propio”. La

familia de la niña no aceptaba más entrevistas y se decía que

habían retirado la denuncia, que la niña estaba embarazada y la

habían llevado fuera con la excusa del secuestro para que abor-

tase, que lo del secuestro era porque el marido estaba detrás de

todo y quería cobrar el rescate para irse de casa. El “pobre”

estaba harto, aquella mujer era de las ricas de antes, de esas de

“ordeno y mando” y él era un segundón y siempre lo había

sido.

Había apuestas en internet: si el marido se había ido con otra y

con el dinero del rescate, debía enviar un SMS con la palabra

ADULTERIO al 75355, si se había ido con su propia hija para

casarse en un país desconocido, debía enviar un SMS con la

palabra INCESTO al 75356 y si lo que había ocurrido era que

el secuestro era de verdad y que los captores solo querían

hacerse ricos con todo eso, debía enviar un SMS con la palabra

RICOS al 75357. En la prensa del corazón —es decir, en toda

la prensa— se iban publicando los resultados. Uno cogía un

vuelo por la mañana y se ponía a leer que ahora las apuestan

iban 2 a 1 a que el marido se había fugado con la hija para ca-

sarse. Por la tarde, llagaba a su destino y, nada más bajarse del

avión, corría a un kiosco a ver cómo estaban las apuestas: 5 a 1

Page 3: La guerra de los drones

a que se habían fugado juntos para cumplir su amor. Al día

siguiente, en el trabajo, todo el mundo estaba en las redes so-

ciales a ver si, por fin, padre e hija habían publicado juntos su

amor en Facebook o en Yahoo.

A la semana o dos, el fenómeno había alcanzado tal magnitud

que, como pronto iban a ser las selecciones, la oposición di-

fundía por todos los medios la idea de que aquel show era una

maniobra del Gobierno para despistar. En la tele, el líder de la

oposición decía que la maniobra consistía en que la gente se

distrajera de los “verdaderos problemas del país” y votaran al

mismo de siempre, lo que iba a suponer una catástrofe para la

economía.

—¿Solo para la economía? —preguntaba el entrevistador de la

tele oficial.

—La pregunta no es relevante —respondía el opositor.

—¿Por qué no le parece relevante la pregunta?

—Porque es obvio que no digo que sólo para la economía, solo

digo “para la economía”.

—¿Qué diferencia hay?

—Es una diferencia adverbial.

La televisión se había convertido en un auténtico cementerio.

La gente ya no perdía su tiempo con ella. Ocurría con ella co-

mo con el cine mudo cuando llegó el sonido, sus estrellas se

apagaron con una buena dosis de drama. Se decía que el pre-

sentador bebía en los descansos de la grabación y que el guio-

nista trabajaba para las redes sociales a pesar de que tenía en su

contrato una cláusula de exclusividad, pero no quería dejar de

cobrar el buen pellizco que todavía le ingresaba la enterrada

televisión pública.

Ahora estaba todo en internet: los periódicos oficiales, los pe-

riódicos clandestinos, los periódicos de izquierdas, los periódi-

cos de derechas, los periódicos anarquistas, los antiperiódicos,

etc. También los programas de televisión, los antiprogramas,

las anticadenas y los anticanales. Las telenovelas, que ahora

eran internet-novelas, pero que nadie les había cambiado el

nombre, las teleseries, que ahora también se veían solo en inter-

net. Todo.

La gente cogía la tableta y se veía un capítulo mientras el tren

llegaba a su estación. Cuando llegaban y abrazaban quien fuera

que esperase allí, volvía a encender la tableta para verse el últi-

mo vídeo comprometido del alcalde de la ciudad, publicado

hace dos días, y en el que se le veía en una cacería clandestina

de gatos.

—Cosa más puerca no he visto nunca—decía el viajero del

asiento de al lado, que también estaba viendo el vídeo y le hab-

ía dado al “me gusta”, pero no porque le gustara—explicaba—

sino porque le gustaba que se hubiera sabido, porque un tipo así

se merecía que no lo votasen nunca más e, incluso—aclaraba,

por si las dudas— que lo expulsasen del país.

ME GUSTA

No se sabía nada ya de la niña, ni del padre ni de la familia al

completo, así que a los creativos de un canal de internet se les

ocurrió hacer una serie “porque la expectación no debía ser

defraudada”. En las entrevistas, el director del canal X de You-

tube, decía que en la serie iban a poner actores que eran

“clavaditos” a los “personajes de la vida real” y que la gente

podía seguir votando si se irían o no se irían juntos el padre y la

hija o si la hija acabaría enrollándose con alguno del cuarteto

musical que había triunfado con todo el asunto y que, aunque

algunos de ellos estaban ahora en la cárcel y otros fugados,

habían aceptado participar en la serie, para lo cual, el canal X

les había negociado un tercer grado, lo que, al parecer, era le-

gal.

—¿Y va a traer a los músicos fugados?

—En efecto.

—¿Cómo piensan hacerlo?

—Todo es posible en el mundo del espectáculo.

El caso es que ya todo el mundo sabía que la cosa había acaba-

do mal para los músicos porque se estaban enriqueciendo de-

masiado y eso no era permisible para alguna gente, sobre todo,

decían, porque enriquecerse con un secuestro era inmoral. La

gente, en general, estaba de acuerdo, pero quería más: ¿Qué

pasaría ahora que los músicos estaban encerrados o permanec-

ían en paradero desconocido?, ¿qué clase de final era ese para

un asunto que había causado tanta expectación? Era realmente

decepcionante. Las encuestas de “satisfacción de la población”

decían en general que un setenta por ciento de la población no

votaría a los que ya estaban en el gobierno principalmente por

esta razón. La decepción general por el no-desenlace de esta

historia había sucedido durante su mandato. Por supuesto, el

gobierno había tomado cartas en el asunto y difundía un vídeo

lavando su imagen. Era en vano. Las encuestas seguían macha-

cando con que el fenómeno so-maquinariaenlasnubes.tumblr.com

Page 4: La guerra de los drones

cial del año tenía que “resolverse” antes de las elecciones.

Se decía que había incluso una comisión gubernamental clan-

destina para tratar de los posibles beneficios y daños que podría

traer a la imagen del gobierno todo esto.

La serie se puso en marcha el 2 de julio de 2014. A su presenta-

ción precedió una verdadera operación de promoción con entre-

vistas a famosos preguntando su opinión sobre lo que se cocía

allí, cámaras ocultas, tomas falsas, publicidad, banda sonora,

conciertos, merchandising... Y, como colofón, una entrevista al

presidente del gobierno en la que este ofrecía, en exclusiva, su

opinión sobre el asunto del secuestro y todo lo que había suce-

dido a partir de allí: Él había votado y había votado por que la

niña se fugase con uno de los músicos de jazz. Esto defraudó a

la opinión pública. Al día siguiente, las redes ardían diciendo

que por qué tenía que manipular así los sondeos, que muchos

habían votado otra cosa y no eran menos, que el presidente “no

se mojaba”. Salieron unas declaraciones de “amigos” del presi-

dente que no daban la cara, pero que enviaban comunicados a

la prensa, donde decían que el presidente había votado en reali-

dad que la niña y el padre se habían casado en alguna parte

“tercermundista” del globo y que ahora tenían gemelos y vivían

de las rentas que les proporcionaba el rescate. Que la señora

había acabado recluyéndose en una clínica de estética y que el

resto de la familia no quería que se supiera. Algunos dijeron

que la presidenta consorte estaba indignada con la opinión de

su marido, no con la difundida de buena gana, sino con la filtra-

da, porque revelaba que se había casado con un cerdo. Los pe-

riodistas del corazón insinuaban, incluso, que las hijas del pre-

sidente también se acostaban con su padre.

En el primer capítulo, el jefe de policía que se había encargado

del caso tenía un discreto papel en el que aclaraba que “se esta-

ban removiendo cielo y tierra” para resolver el caso y que los

procedimientos “habían sido los que en ese momento estaban

disponibles, admitiendo que no eran los mejores”. La escena

era la siguiente: una mujer pechugona —la madre— hablaba

con el jefe de policía (real) en su despacho y le preguntaba cuá-

les eran sus “presentimientos”. La mujer tenía las manos llenas

de anillos y, para acentuar su estado de ansiedad, en maquillaje

no le habían hecho bien el moño.

El director de la serie explicó en las redes sociales que el jefe

de policía, Domingo Márquez, era “un actor revelación” y que

el casting para encontrar a la señora perfecta “había sido muy

duro”. Se subieron algunas fotos de otras candidatas —con

licencia Creative Commons— para que la gente opinara y se

consiguieron 20500 “me gusta”.

LA COMISIÓN

En los sótanos del congreso se reunía la tarde del 3 de julio de

2014, a las 15h., por primera vez, la “Comisión de Internet”.

Estaba formada por la vicepresidenta del gobierno, el ministro

de economía, el de información y los directores de la televisión

pública, la radio y otros técnicos expertos. Había que darse

prisa porque las elecciones iban a ser en septiembre y aquello

se les había ido de las manos.

La primera en tomar la palabra fue la vicepresidenta, que tenía

grandes dotes de comunicación y por eso se le había confiado

el control de la Comisión. Su opinión general era que la gente

era imbécil, pero que no se podía prescindir de ella en demo-

cracia, por tanto, había que “jugar su juego”, disfrazarse de

estúpido y emitir las opiniones que marcasen los sondeos

“hasta atragantarse”. Lo que había que hacer —remarcaba con

el dedo en alto— era que el Gobierno hiciera su propio espectá-

culo, que tuviera su propio blog donde emitiera opiniones pere-

grinas amparándose en la libertad de expresión y siempre de

acuerdo con la mayoría, para contentar “a cuantos más becerros

mejor” y así llevarse “el gato al agua”, es decir, ganar las elec-

ciones, que era el objetivo de esa comisión. La idea era que, ya

que no podías contra internet, debías unirte a ella: difundir to-

mas falsas del gobierno, contratar bandas sonoras, series y de-

más e inyectarlas en las redes sociales, para que todo el mundo

estuviera pendiente de lo que iban a decir. Tenían dos opcio-

nes: inventarse otro fenómeno social del año que mantuviera a

la gente en vilo votando y haciéndose “tu amigo” en Facebook

o seguir con este, pero esta vez controlándolo. No había más

que ver a Chávez o a Castro… ¿Qué habían hecho? Se habían

hecho actores de su propio show y la gente iba a seguir pen-

diente de ellos hasta que se murieran. Ese era el verdadero espí-

ritu de la democracia: que la gente suspirase por ver el siguien-

te capítulo. Mientras la vicepresidenta se desgañitaba, el resto

de la comisión chascaba a dos carrillos el bufé que habían ser-

vido: agua de Vichy, cruasáns de la Bretaña, ibéricos de Extre-

madura… El ministro de economía se tragó deprisa lo que mas-

caba hacía un rato y dijo: o como Putin en Rusia. Todos aplau-

dieron interiormente, porque estaban ocupados con las viandas:

en efecto, Putin en Rusia hacía exactamente lo mismo. Sus

caras reflejaban reconocimiento mutuo y mutua beatificación.

Allí estaban a gusto porque les gustaba lo que oían, eran todos

Page 5: La guerra de los drones

del mismo bando.

Se decidió, tras dos horas y media de reunión, hacer lo que ya

se traía medio hecho: participar en esa serie en internet. Se pre-

sionaría para que le dieran un papel al presidente y para que

estuviera en marcha veinticuatro horas al día en streamming ——

cuando no se estuvieran emitiendo las escenas definitivas, se

emitiría el rodaje. Saldría el jefe de la policía, incluso cuando

lo estuvieran maquillando, saldría el presidente del gobierno

haciendo un “cameo” y otros famosos. Se haría un casting por

todo lo alto para conseguir actores que hicieran del “pueblo”

para que la gente se sintiera reconocida… Finalmente, a los

músicos se les concedería el tercer grado para que pudieran

participar. Y, si se daba con el paradero de la niña y del padre,

mejor que mejor, también se les contrataría a ellos. La reunión

terminó y todos se fueron a casa pensando en la serie. En el

fondo de sus corazones, se morían por tener un papel importan-

te, que la gente los siguiera en Twitter, que les fotografiaran al

salir del rodaje y que las niñas y los niños se les tirasen a los

pies.

Al poco tiempo quedaría claro que era mejor no dar con el pa-

radero del padre y de la niña. Era mejor que no aparecieran con

sus vidas reales a joder la fiesta. Se haría todo lo posible para

que quedaran tras una incógnita porque en eso consistía el jue-

go.

EL CAFÉ

Laia se sentó en una cafetería de la esquina. Sonaba en la music

box Gloomy Sunday con un solo de clarinete que —pensó—

podría ser Artie Shaw. Así que todo parecía tranquilo. El café

humeaba mientras ella miraba fijamente al vacío para retener

mejor la melodía que sonaba tiñendo de melancolía la calle.

Viéndola así, nadie hubiera dicho que fuera peligrosa, pero así

lo habían declarado las “fuerzas del orden”. Estaba en la lista

de criminales de la Red más buscados, pero todavía no se había

conseguido ninguna foto suya, así que podía dejarse caer por la

cafetería del barrio o pasear un domingo sombrío por las plazas

atestadas de pancartas de la última manifestación. Antes de

salir de la cafetería, quiso saber quién elegía la banda sonora

del local. El dueño, le dijeron. ¿Y quién es el dueño? Ese tipo.

Un tipo en una esquina de la barra hacía cuentas en un bloc.

—Hola.

—Hola.

—Sólo quería decirte que vengo porque me gusta mucho la

música que ponéis.

El tipo sonrió.

—¿Más que el café?

——Quizá.

Tal vez, durante un instante, estaba ligando, pero no se lo podía

permitir. Pagó y salió a la calle. Se le coló en el abrigo el frío

invierno. Salir de una cafetería en invierno era como dejar un

viejo amor. Una podría estar eternamente con un viejo amor

solo por el calorcito que te proporciona y el frío que hace fuera,

pensó abrigándose. El calor se escapa tan fácilmente. Entonces,

pensó también que el amor era la forma espiritual del calor y —

siguiendo sus razonamientos sin rumbo— que si el calor era

fuente de vida, el amor también, lo cual tenía mucho sentido.

Pero de pronto se encontraba en medio de una manifestación

“no autorizada” y la policía había taponado casi todas las sali-

das. ¿Qué sentido tiene todo esto? —su cabeza seguía pensan-

do, mecánicamente, mientras su cuerpo echaba a correr.

Así, el cuerpo y la mente están separados e, igual que llegan las

inclemencias del tiempo y arrasan la primavera, dejando solo

una huella en nuestro recuerdo, así las porras dispersaban su

razonamiento y solo quedaba en el aire el recuerdo del sentido,

que parecía no haberse producido nunca, menos en su deseo.

“Nada es verdad, excepto el sufrimiento y el gozo” rezaba un

grafiti, debajo de un dibujo de Cristo bastante malo.

EL PRESIDENTE Y EL MENDIGO

“Las camicaces” habían sido bautizadas así por la policía. En

realidad solo tenían un blog que se titulaba así, pero el nombre

les quedaba bastante bien si

uno iba a incluirlas en una

lista de criminales. Antes

de la revolución, ellas solo

“insultaban y amenazaban,

llegando incluso a hacer

apología del terrorismo y de la violencia” decía en el informe

sobre la mesa del juez.

No las habían cogido. Nadie sabía quiénes eran en realidad

porque usaban una intrincada red de “espejos” que impedía

seguir su huella en internet. El blog había sido censurado por la

nueva Ley de Internet y ya no se sabía nada más de las camica-

ces y a nadie le importaba en realidad. Nadie pensaba que fue-

ran realmente peligrosas, excep-maquinariaenlasnubes.tumblr.com

Page 6: La guerra de los drones

to por la propaganda que hacían “contra la democracia y la

libertad”, según los portavoces del gobierno. La gente les tenía

cariño, en la calle nadie creía que fueran a poner bombas, solo

luchaban por la libertad, un concepto indefinido y desteñido.

La libertad era un concepto que usaba todo el mundo, desde

Bashar Al Assad hasta Nelson Mandela.

Pero la tensa calma y desinterés general sufrieron un terremoto

cuando el blog fue premiado con el Bulitzer. Entonces, el mi-

nistro de exteriores cerró las embajadas en el país que había

concedido el premio y la editorial Marte ofreció un millón de

euros por los derechos del blog. Adeptos al gobierno reclama-

ron que el blog no se podía premiar con el Bulitzer porque no

estaba en inglés. Pero resultaba que había una versión inglesa

del blog que había quedado sin investigar.

Cuando les preguntaron, en una entrevista en la que se había

garantizado su anonimato, por qué el gobierno no había censu-

rado la versión inglesa, la “portavoz de las camicaces” dijo que

seguramente “no sabían inglés” y que censuraban “por censu-

rar”, que había que hacer listas negras para mantener el “estado

de terror” aunque fueran aleatorias, etc. La entrevista fue una

bomba. A partir de aquello, el gobierno y el blog cruzaban acu-

saciones todos los días en la prensa digital. El gobierno elevaría

el tono llamándolas “traidoras de la nación”, pero aquel lengua-

je primitivo ya no causaba ningún efecto. La vicepresidenta

dijo que si ganaban la “batalla dialéctica digital”, ganarían las

elecciones, y se contrató a los mejores blogueros para que des-

montaran on line los argumentos de “las camicaces”. Fue una

verdadera operación de “inteligencia”, participó el CNI y el

CSI, que eran altos organismos de la policía y la ciencia a la

vez, lo que no dejaba de ser paradójico.

Las paradojas estaban de moda, ya nadie se ocupaba en acabar

con ellas, como en la época de Aristóteles o Zenón de Elea.

“Las paradojas son cool”, era el eslogan de un anuncio publici-

tario donde un joven combinaba unos zapatos elegantes con un

chándal y salía a la calle tan campante. El anuncio no iba de

ropa, por supuesto. Se trataba en realidad de una campaña de

prestigio del nuevo gobierno, que quería hacer entender a los

votantes que se podía ser a la vez de izquierdas y de derechas,

capitalista y socialista, elegante y enrollado, etc. No solo que se

pudiera ser, sino que se debía ser si uno quería estar al día y no

quedarse en un pensamiento atrasado, extremista, propio de

“antiguas dictaduras”. Ahora llegaba “una nueva era, una nueva

juventud: el pensamiento paradójico”. El anuncio terminaba

con el joven caminando sobre el asfalto lleno de papeles (que

recordaban las pancartas que cada mañana recogía el servicio

de limpieza) hacia la luz.

Los asesores del gobierno habían dicho que lo de la luz no que-

daba muy bien, que parecía que el joven se moría, porque anda-

ba hacia la luz, pero también convenían en que la expresión

“ver la luz al final del túnel” venía a significar una esperanza,

que era el mensaje de fondo de la publicidad del gobierno:

verás la luz al final del túnel (si nos votas). Hubo agrios deba-

tes entre los asesores que veían la luz como la muerte y los

otros, pero finalmente ganaron los de la esperanza, y se retrans-

mitió por primera vez el 7 de julio de 2014 a la hora de máxima

audiencia a través de todos los medios de comunicación.

Las camicaces sabotearon el anuncio. Hicieron unas cuantas

versiones que se extendieron como un virus por la Red. En una,

un joven se ponía unos zapatos y pisaba una cagarruta cuando

echaba a andar. La luz resultaba ser un foco, como los de los

estadios, y una manifestación le pasaba por encima al chico del

chándal y los zapatos pijos. En otra, era el presidente del go-

bierno el que se ponía los zapatos, que le quedaban grandes, y

se iba al cajero a sacar dinero, allí tropezaba con un mendigo

que dormía en la puerta de un banco y se entablaba el siguiente

diálogo:

MENDIGO: la búsqueda de instalar al individuo dentro de un

plan y un programa no son solo el fruto de los Estados totalita-

rios, sino también, y antes, el producto de la apariencia objetiva

de la técnica y del mercado que están en el fondo de la socie-

dad liberal y que, bajo el peso de la producción, el consumo, la

publicidad y la manipulación ideológica de la técnica, han ido

destruyendo a las sociedades. Al igual que en la democracia

hay un “despoder” robado por el Estado a la gente, en la eco-

nomía moderna y sus producciones industriales y comerciales

hay, dice Robert, una “parálisis de las capacidades autónomas

de producción que los valores económicos están supliendo co-

mo las muletas suplen a las piernas”. Por ello, el desarrollo —

esa terrible lógica de los Estados liberales que buscan a cual-

quier precio la inversión de grandes capitales para la produc-

ción de empleo— es el mayor enemigo de una verdadera demo-

cracia, en la medida en que destruye los tejidos económicos y

sociales, paraliza las autonomías, genera un terrible desempleo,

una profunda frustración, y fabrica, como lo vivimos hoy, un

caldo de cultivo para la delincuencia del Estado.

PRESIDENTE: Nueva Calasparra no es Helenia.

MENDIGO: ¡Váyase a la mierda!

Page 7: La guerra de los drones

SOSPECHOSOS

El reloj de la estación marcó las tres. Ana esperaba con las ma-

nos en los bolsillos porque hacía frío. Una mujer le pidió fuego.

Ana sacó cerillas. La mujer la miró sin saber qué era lo que le

extrañaba. Más tarde, la mujer contaría que le había extrañado

que la otra sacara cerillas, pero en ese momento no pensó en

avisar a las “fuerzas del orden”.

Ana seguía con las manos en los bolsillos. En alguna película —

—no recordaba bien—— había oído decir que alguien con las

manos en los bolsillos, parado mucho tiempo en un andén y

con una bolsa de viaje a sus pies automáticamente se convertía

en sospechoso. La conversión de alguien en sospechoso e, in-

cluso, en criminal es siempre complicada, pero automática.

Una persona puede, en el plazo de unos minutos y unos cuantos

movimientos “sospechosos”, ser arrestada por las “fuerzas del

orden”, interrogada e, incluso, asesinada, si echa a correr. Ana

se acordaba de un tipo “demasiado abrigado y con mochila” al

que la policía había tiroteado en Londres poco tiempo después

de los atentados de julio. También se acordaba de las colas de

gente en el aeropuerto, desnudándose para pasar el control poli-

cial. Somos todos sospechosos, pensó. La policía puede incluso

meterte en la bolsa material explosivo si tiene orden de atrapar

a alguien. La sucesión de “estados” por los que pasaba un indi-

viduo antes de ser arrestado era ser alguien, ser un sospechoso

y ser cualquiera. Y cualquiera puede ser todo el mundo ——

concluyó Ana—— menos unos cuantos: los que han ordenado

que se atrape a alguien y los que cumplen la orden. Ya lo contó

Kafka en El proceso.

En seguida, detuvo sus razonamientos en seco: en el otro andén

estaba Laia. ¿Cómo es que no la había visto? Corrió al paso

subterráneo.

—¿Cómo estás?

—Bien.

Hablaban con frases cortas, como si la brevedad fuera su con-

signa o su código secreto.

—No te atraparon…

—No.

El tiempo corría y ellas corrían calle abajo.

—¿Vendrán todos?

—Creo que sí.

Al fin, llegaron a la Cafetería Clandestina, un agujero practica-

do en un muro que ni siquiera tenía cartel en la puerta. El due-

ño era un tipo que simpatizaba con “la causa” y que les servía

copas baratas. En las paredes había discos de vinilo rotos, car-

teles de película quemados por el sol o por los dedos, objetos

que había ido recogiendo de los contenedores durante quince

años.

—Bueno —comenzó Iván. Así están las cosas: hemos colgado

en internet nuestro programa electoral, hemos pedido ayuda a

la ONI y a la INU, para que nos apoyen en las próximas elec-

ciones.

—¿Y cómo nos van a apoyar si están “en el sistema”?

—Pues porque tienen que hacerlo, aunque solo sea de boquilla,

porque si no lo hacen quedará claro que no sirven para nada,

los contribuyentes están pagando para nada.

—A estas alturas si no ha quedado claro es que somos idiotas.

—Somos idiotas —dijo alguien tímidamente, tras levantar la

mano.

—¿Alguna otra sugerencia? —apremió Iván visiblemente in-

cómodo. No le gustaban las reuniones clandestinas

“innecesarias”.

—¿Para qué queremos presentarnos a las elecciones? —

protestó alguien.

—Eso ya está hablado.

—No te pongas así, la chica es nueva.

—Estoy harto de los nuevos.

Que estudien. ¿Alguien más?

A la gente no le gustaba el

liderazgo de Iván, pero ya era

tarde. Nadie tenía ganas de

empezar de nuevo: votar otras

propuestas, reorganizarse, di-

fundir, pedir ayuda… para que otra vez ocurriera lo mismo, que

aparecieran los líderes.

—Los líderes son inevitables —murmuró un resignado.

Iván se sintió aludido y se levantó desafiante.

—¿Quieres tú ponerte al frente?, venga, te cedo el puesto,

¡cada día estoy más harto de todo esto, de la dejadez de la gen-

te, de las envidias y de las insidias! ¡No lo soporto!

—Venga, chicos —rogó el dueño del garito, que no quiero que

me cierren esto o me pidan que pague impuestos, que es lo mis-

mo.

LA ANTICAMPAÑA

maquinariaenlasnubes.tumblr.com

Page 8: La guerra de los drones

El Gobierno había puesto en marcha la campaña de cara a las

próximas elecciones. La cosa estaba difícil pues ya nadie creía

en ellos, ni en nada. Los sociólogos advertían que la sociedad

era descreída y la calificaban enigmáticamente de

“posmoderna”. Una comitiva de sociólogos pagada por el Go-

bierno daba un curso aquellos días en las salas del Congreso. El

curso era obligatorio. Las señorías pasaban las horas del curso

dormitando o pasando a limpio los apuntes de la mañana, pero

siempre había alumnos aventajados. El presidente y la vicepre-

sidenta se sentaban en primera fila y no se perdían ni una clase.

—¿Y en qué consiste entonces la Posmodernidad? —preguntó

el presidente con síntomas de impaciencia. Había pasado ya un

mes desde el inicio del curso y ya no sabía de qué se estaba

hablando allí. Quería un resumen.

—La posmodernidad consiste —se aventuró el sociólogo—…

si es que se puede decir en unas pocas palabras… —en que la

gente no cree en nada, la gente cree que todo es un montaje y si

ustedes quieren hacer algo creíble para lavar su imagen van a

tener que ir contra ustedes mismos.

En la sala se levantó un revuelo.

—¿Qué quiere decir? —preguntó un melindroso.

—Quiero decir que tendrán que hacer una campaña atípica,

sacando sus propios trapos sucios… Pero con humor. Algo

así… Pero eso es cosa de los publicistas.

—¿Pero, no puede poner un ejemplo?

El sociólogo se había quedado en blanco. Detestaba profunda-

mente a los imbéciles y por eso tenía accesos de repugnancia

que le cortaban el discurso. Como pudo, volvió en sí y conti-

nuó, pues le habían prometido una buena paga.

—¿Perdón?

—Que si puede poner un ejemplo.

—¿Un ejemplo…?

—De anticampaña.

—Ah… Sí. Pues bien, la anticampaña está bien para “caer

bien”, la gente siente simpatía por aquellos que admiten sus

faltas. Miren al Rey.

El Rey había hecho anticampaña sin querer. Resulta que se

había filtrado una foto suya matando gatos y esto conmocionó a

los súbditos. El caso es que su gabinete de crisis le recomendó

declararse culpable, algo así como que había cometido un

homicidio involuntario, como cuando un asesino declara que

había bebido o estaba comido por los celos. La gente, inmedia-

tamente —y según los sondeos— sintió simpatía y santaspas-

cuas. Había que actuar así, como el Rey.

La anticampaña del Gobierno consistió en un vídeo en el que el

Presidente admitía que cobraba sobresueldo y que la bajada de

sueldo con la que comenzó su legislatura era un montaje por-

que solo afectaba a los pobres, que las compañías eléctricas

eran de sus amigos y todos los años, por Navidad, acordaban el

precio en el mercado, que tenía una cuenta en Suiza y que, co-

mo ya todo el mundo rumoreaba, se había sentido tentado de

fugarse con su hija, pero que no lo había hecho y que eso era lo

que contaba: el esfuerzo por volver al camino recto. La teoría

era que, si el Presidente admitía esto y más, la gente tendría una

extraña sensación, como si ya no supiera qué postura tomar,

quedaría desconcertada, sin armas, y entonces daría igual si se

volvía a subir el sueldo después de las elecciones, lo más im-

portante sería que hubiera admitido su culpa, porque era huma-

no y también codicioso.

Aunque el presidente tuvo sus dudas, al final, ganó la sociolog-

ía. La campaña se presentó el 21 de julio del 2014. La gente

que estaba comiendo en los bares o en la consulta del hospital

privatizado, levantó la cabeza y vio a un Presidente del Gobier-

no arrepentido, admitiendo sus culpas. De fondo, un grupo de

personas desenfocadas —pongamos que representaban al Parti-

do— parecía arroparlo. “Pero cambiaremos”, era el eslogan con

que terminaba el anuncio. A la gente le recordó aquel anuncio

de la Coca Cola: “Un mundo nuevo”, donde un montón de gen-

te en formación cantaba sobre una colina por la llegada de un

mundo nuevo, donde reinaran la paz y la armonía.

A este anuncio siguieron: un nuevo perfil en Facebook y en

Twitter, un nuevo vestuario y nuevos actos y compromisos

inesperados, como una subida del 0,00001% del sueldo a los

empleados del servicio de limpieza de la ciudad —los que que-

daban: Pedro y Pablo—, a los que además se levantó una esta-

tua en una plaza en señal de reconocimiento por su rápido es-

fuerzo de adaptación a las nuevas condiciones de trabajo tras la

reforma laboral.

En la calle empezó el debate de si esto era un lavado de imagen

o si se habían vuelto locos. El problema para creer que era un

lavado de imagen como otro cualquiera, es que no era cualquie-

ra. Un lavado de imagen es un “lavado” y no un

“emborregado”, decían. Unos decían que si era un miserable

que no se presentara a las elecciones, otros que, por eso mismo,

se merecía una oportunidad. Un presidente que se autoinculpa

es más sincero que cualquier otro. El debate duraba dos minu-

tos porque la gente no quería ablandarse mucho ni ponerse muy

Page 9: La guerra de los drones

dura, no casaba con el temperamento posmoderno. Cada día,

veinte millones de personas dedicaban dos o tres minutos de

cada hora de su vigilia a debatir esto.

“El mundo se está volviendo loco”, clamaba un diario de iz-

quierdas, “la gente ya no folla sin entrar antes internet a ver si

se ha filtrado una noticia” —ahora las noticias se conseguían

filtradas porque no había manera de enterarse de otro modo—.

El diario daba unas estadísticas: 8 de cada 10 ciudadanos en

edad adulta tuitea una noticia sobre economía cada hora.

ANA

Ana se miró al espejo. Hacía tiempo que se dedicaba a “la cau-

sa”, ya no había nada más, ya no hacía ni pensaba en otra cosa.

¿Cuántos años? —preguntó. “Tres años” —respondió su cara.

Ya no hablaba con amigos, ahora solo hablaba con activistas y

consigo misma, ni descansaba un solo momento porque de su

interior y de todas partes surgían las cifras del paro, las cifras

de la deuda, las cifras de los sobresueldos de los altos cargos,

las cifras maquilladas, infladas, desinfladas. Todas las estafas,

prevaricaciones, desfalcos, evasión fiscal, precios pactados,

subidas de la luz, subidas de impuestos, bajadas de salarios…

Todo componía una música macabra que llenaba su cerebro

con estridencias y no había en su mente lugar para el descanso,

aire para respirar, silencio ni paz.

—No deberías quedarte aquí, deberías recomponer tu vida en

otra parte —dijo la voz de su conciencia.

—Te estamos esperando —dijeron en la puerta.

—Voy.

Antes componía, salía con amigos y, de vez en cuando, hacía

algún viaje. Siempre leía las noticias, pero no eran el centro de

su atención.

—¿Qué te pasa?

—Estoy cansada.

—Todos estamos cansados —le reprochó la que estaba en la

puerta, era de esa clase de personas que, pasado un tiempo, no

se piensa a sí misma sin la causa. Así nacían los totalitarismos

en el seno de las izquierdas. En el seno de las derechas se decía

que no había causa, porque la causa era el dinero. Los derecho-

sos nacían ya unidos, metidos en una intrincada trama de inter-

eses y privilegios, favores y deudas.

La izquierda y la derecha —se mofaban algunos—, eso ya no

existe. Lo que hay es ladrones y víctimas de robo, manipulado-

res y manipulados. En realidad, nadie tiene una ideología.

—¿Ni principios?

—Ni principios —respondía la voz general—. Simplemente

estás en este o en ese lado.

—O sea, que no tenemos ninguna superioridad moral

—¡Ninguna! Esta es una guerra como cualquier otra, solo que

aquí el arma de destrucción masiva es la economía: eliminas a

la gente quitándole su sueldo, su casa, su profesión, sus amigos.

Así acabas con un país, pero no vas a la cárcel por eso, eso no

es ningún delito, es “una consecuencia de la economía”, que es

como la muerte, no la quieres, pero vives con ella.

—¿Y tú crees eso? —preguntó Ana a otra activista que parecía

dudar, como ella.

—Yo no creo nada —protestó—, creer es un verbo que no me

gusta.

—¿Y qué piensas, no piensas nada tampoco?

—Pues, qué quieres que te diga, me da igual la teoría: si todos

estos están aquí luchando por cambiar el mundo o solamente

por cambiar de lado, es indiferente.

—¿Tú quieres cambiar de lado, quieres llenarte los bolsillos?

—Los que se llenan los bolsillos tienen sus propias ideas,

hacen sus propios debates y programas electorales.

—¿Crees que en realidad son buenos, que hacen lo que creen

que es debido sin saber que están haciendo mal?

—No creo en lo bueno y en lo malo —rió cínicamente.

Ana hizo una mueca de disgusto.

—¿Qué pasa?

La cara de la otra se contrajo de odio, se estaba oyendo a sí

misma y no se soportaba. En un mundo así, nada tiene sentido,

pensó Ana.

Claro que había leído a Foucault, claro que había leído a

Agamben, “superar la lógica binaria significa transformar las

dicotomías en bipolaridades”. El problema está en cómo se

hace eso en la práctica.

—¡Oye! —gritó alguien.

Ana se volvió. ¿Vas a hacer lo que habíamos quedado, o estás

empezando a dudar?

—¿A qué viene eso? ¿Ya no podemos pensar?

Para ellos, pensar era entretenerse. Pero ya estaba todo dicho,

se había votado en las asambleas. Las personas que se habían

comprometido no podían echarse atrás.

Las citas de Agamben le vienen a la cabeza: “Un dispositivo

asegura el pasaje de lo profano a lo sagrado”. Con esta cita se

mete en la cama cuando llega a maquinariaenlasnubes.tumblr.com

Page 10: La guerra de los drones

casa. ¿Cuál es el contradispositivo? A la mañana siguiente, el

acertijo continúa ahí.

—La voluntad es el contradispositivo ——le suelta a bocajarro

su pensamiento mientras pedalea por la calle Princesa rumbo a

la universidad.

La propiedad es un dispositivo que controla el uso, dice de nue-

vo Agamben…

—Agamben me ha invadido.

Desayunaba en la cafetería de la universidad donde ya no daba

clases. Seguía yendo para mantener cierta identidad con la que

fue.

—¿Otra vez lo estás leyendo?

—Qué va, no tengo tiempo. Pero ayer me acosté pensando en

el problema del dispositivo.

—Uf, quita, quita.

La mujer con la que hablaba era otra profesora en paro. De

repente, dijo:

—Lo que está claro es que la manera de eliminar un dispositi-

vo, quitarle su fuerza, es jugar con él.

—Lo que hace el arte, por ejemplo.

—Por ejemplo, pero el “arte de verdad”.

¿Y qué era el arte “de verdad”? Ahí estaba el problema: ¿cómo

podías huir del esencialismo sin caer de nuevo en él?

Algunos ex alumnos se acercaron a saludarla. Ya no iban a

clase, permanecían allí como un barco encallado.

FILOSOFÍA

El panfleto decía: “La humanidad” es la economía del poder, el

ahorro de trabajo, la buena administración de los recursos del

poder (la escuela, los hospitales, las carreteras y otros medios

de comunicación, las cárceles —incluso—), y todos esos recur-

sos nos hacen “humanos”. ¿Qué sería “la humanidad” sin ellos?

El discurso existe al margen de las palabras y las cosas. No se

refiere a las cosas, no se refiere a las palabras, es “lo ya siem-

pre dicho”, lo repetido. ¿Desde dónde criticar un discurso que

nos hace existir?

Iba leyendo el panfleto sin mirar adelante. Laia iba a su lado

callada. Andaban como sonámbulas en medio de los aullidos de

las megafonías, los manifestantes, los niños, los abuelos con

una pensión de mierda, los jóvenes de treinta años en paro, los

jóvenes de veinte años en paro.

—¿De verdad que vas a hacerlo? —preguntó a punto

de morderse la lengua Laia.

—No sé —quería quitarle patetismo a la respuesta,

pero no pudo—. ¿Has leído este panfleto?

—Seguramente; son todos iguales.

—Pues a mí me parece diferente.

—¿Ah, sí?

—Esta parte: “un discurso que nos hace existir”.

—¿Y qué?

—Que puede que haya otro tipo de existencia.

——Sí, en el desierto.

A Laia no le gustaba la filosofía. Quería saber si ella iba a

“hacerlo”, pero no se atrevía a volver a preguntarlo. Para no

verse tentada, apretó el paso para alcanzar a los que iban delan-

te.

¡Pues sí: dudaba! No se puede, a estas alturas —contestaba su

conciencia. ¿Cómo que no se podía? Cuando lo has perdido

todo ——como en ese libro de Millás, Laura y Julio——, cuando

lo has perdido todo ya no eres el mismo y tienes que buscar

casa nueva, traje nuevo, profesión nueva, pareja nueva, vida

nueva... Pero ellos se niegan a aceptarlo, quieren que te con-

viertas en una máquina, una máquina en paro y sin esperanza.

——Pues así estoy yo, es normal que dude, pues tengo que em-

pezar de cero. Todos los proyectos cayeron, tengo que inventar

otros.

Nadie la escuchaba, Iván iba delante de ella, la masa —como la

había llamado despectivamente Ortega—, los empujaba.

EL JUEGO

—Está bien, siéntese —dijo la mujer.

——Aquí tiene ——dijo el azafato tendiéndole una baraja.

——¿Para qué quiero una baraja? ——Pensó ella.

Todo era un sueño. El sueño tenía que ver con un documental

que había visto sobre la obediencia voluntaria. No creía que la

obediencia fuera voluntaria, creía que se debía al miedo. Un

grupo de hombres y de mujeres fueron sometidos a la presión

de hacer un experimento en un medio desconocido, en unas

circunstancias controladas por otros. Los otros se presentaban

en bata y se hacían pasar por expertos. ¿Qué podían hacer?

Obedecieron. Obedecieron incluso cuando el experimento con-

llevaba sufrimiento de otras personas.

Todo esto lo que perseguía era demostrar cómo había sido posi-

ble el exterminio judío. ¿Cómo había sido posible que centena-

Page 11: La guerra de los drones

res, miles de personas bien instruidas, con una educación ex-

quisita, hubieran ejecutado órdenes abyectas?

——Yo diría que fue el miedo.

——¿El miedo?

——Pasa lo mismo ahora, hay un montón de gente ejecutando

tranquilamente las órdenes abyectas del gobierno.

Un grupo de personas reunidas espontáneamente en la calle

debatía sobre estos temas. El sol caía sobre ellos como una

promesa de eterna inocencia, de eterno diálogo. De repente,

apareció la policía y cargó. La gente corrió en todas direccio-

nes, pero atraparon a unos cuantos.

——¿A cuántos atraparon?

——No sabemos.

——Joder, los hijos de puta.

——Son unos hijos de puta.

“El juego” empezó a las 10 de la mañana del 30 de julio. Era

miércoles. Se había elegido un miércoles porque el Congreso se

reunía. Aunque a esas alturas de la “revolución” estaba blinda-

do como un búnker, el ataque no consistiría en algo físico, con-

tenible. Fue un ataque irresistible, a las entrañas del poder: Los

hackers habían conseguido resetear todas las computadoras del

Gobierno. Los balances, los informes, maquillados o no, las

vías de comunicación internas, todo había sido borrado y blo-

queado.

EL GRUPO POR LA LIBERACIÓN QUIERE QUE

LOS POLITICOS SEPAN QUE ESTAN ACORRA-

LADOS

Es lo que decían las pantallas de todas las computadoras. Un

segundo mensaje decía lo siguiente:

AHORA VAMOS A PROPONERLES UN JUEGO

Y TENDRÁN QUE JUGAR SI QUIEREN SALIR

VIVOS DE AQUÍ

Los políticos leían los mensajes y murmuraban. En las panta-

llas de televisión de todo el país y en streamming en una direc-

ción de internet se retransmitía en riguroso directo lo que esta-

ba pasando en el Congreso.

Al parecer, los políticos no podían salir. Todos los sistemas de

seguridad fallaban y estaban atrapados por sus propios disposi-

tivos electrónicos. Las puertas no se abrían, los teléfonos no

funcionaban. Los guardias de seguridad no podían entrar y los

que estaban dentro no podían salir. ¿A quién disparaban, a las

computadoras? ¿A quién podían arrestar?

La gente en la calle empezó a pensar que era un nuevo progra-

ma de estos que te llevan a una isla y te dejan solo para que te

las apañes como puedas. Aquello debía de ser lo mismo, pero

en el Congreso.

EUSOPA

Eusopa había sido galardona-

da en 2012 con el Premio

Nobel de la Paz por no ir a la

guerra en los últimos cuarenta

años. Traficaba con armas,

admitía pequeños Guantána-

mos en su sistema judicial y mataba de hambre a millones de

personas con la excusa de la deuda. En la foto salían los líderes

Eusopeos saludando a la cámara. La gente de Nueva Calaspa-

rra, que había pasado de trabajar a ver internet, debido al 90%

de paro que acuciaba al país, miraba a los líderes como los ni-

ños del “tercer mundo” miran los anuncios publicitarios del

“primer mundo” en televisores destartalados: sin comprender

nada.

La principal líder eusopea se había convertido, en 2014, en

líder mundial e iba a presentarse a las Elecciones Mundiales del

Globo a finales de año. Como se encontraba en plena campaña,

bajó de su avión en uno de los doce mil aeropuertos vacíos de

Nueva Calasparra y fue recibida por un comité militar que le

advirtió de que en aquellos momentos se estaba produciendo un

“golpe de Estado” que podía extenderse por todo el planeta (lo

que le competía a ella directamente) y que, si no quería que le

“explotara en las manos”, enviara refuerzos. Así que a las po-

cas horas, el cielo de Nueva Calasparra estaba lleno de drones

que Estados Desunidos había vendido a bajo precio antes del

colapso económico y el desmembramiento.

La gente de Nueva Calasparra prefería ver los aviones en Inter-

net, aunque no tenían mas que asomarse a la ventana. Un aviso

en tono conciliador se desplegó en el cielo con lucecitas de

colores. A la gente aquello le recordaba una vieja película de

ovnis. El aviso decía que si no se entregaba internet en 24

horas, iban a lanzarse bombas por todo el país, todo por el bien

de los ciudadanos y por la expansión de la “libertad duradera”.

Entre el público empezó a extenderse la opinión de que aquello

formaba parte del espectáculo de maquinariaenlasnubes.tumblr.com

Page 12: La guerra de los drones

la isla-congreso, aunque en principio no parecía estar relaciona-

do, pero la gente estaba acostumbrada a las tramas sin sentido,

pues había visto Lost y Los Soprano, de modo que todo el mun-

do esperaba que, de un momento a otro, se iniciara la votación

on line.

Mientras tanto, en isla-congreso los políticos estaban en cal-

zoncillos. El juego consistía en contestar a una serie de pregun-

tas comprometedoras, los que mentían tenían que quitarse una

prenda. ¿Cómo se sabía que estaban mintiendo? Un ordenador

dictaba aleatoriamente quién estaba mintiendo y quién no.

El presidente estaba totalmente desnudo y, para animar el pro-

grama, se le había ordenado que corriera por el hemiciclo. La

gente empezaba a cambiar de canal para ver lo de los drones y

la audiencia estaba dividida. Drones 5 / Isla-Congreso 3. Había

que admitir que el espectáculo de la carrera nudista era bastante

gracioso, pero el suspense creado por los drones en el cielo

también atraía bastante atención.

EL JUICIO

La niña reniña apareció destripada en una cuneta. Ya esto había

sucedido hacía un mes, pero no se hizo trending topic hasta que

un soldado lo filtró en internet. La gente estaba indignada, todo

había sido un montaje, la niña hacía tiempo que estaba muerta

y le habían sacado el jugo como a un limón. No se podía con-

sentir que utilizaran a la gente de esta manera. Entonces el

público, enfurecido, empezó a reclamar que se ejecutara ya a

los políticos, aunque fuera en pelotas. Un tribunal improvisado

accedió al hemiciclo. Ahora comenzaría el juicio. Al juez le

dieron un micrófono y el resto del tribunal, como no tenía mi-

cro, tenía que conformarse con aplaudir, si estaba de acuerdo o

abuchear, si no.

——Señor Presidente del Gobierno ——tronó la voz del juez——,

¿reconoce que es usted el presidente del Gobierno de Nueva

Calasparra?

——Señor Juez, no diré nada hasta que se me ponga algo en mis

partes.

Entonces, le colocaron una hoja de parra y el presidente acce-

dió a hablar.

——Yo era un simple notario, Señoría, pero me obligaron a pre-

sentarme a las elecciones.

——¿Quién le obligó?

——El Partido.

El juez anotó algo en su tableta.

——¿Reconoce, de entre los aquí presentes, al Partido?

——Sí, lo reconozco.

La gente ya hacía tiempo que había dejado de mirar la Isla-

Congreso. En los sondeos de audiencia, Drones iba ganando

por goleada. Ahora, estaban retransmitiendo un vídeo que ilus-

traba los terribles efectos que habían tenido otros bombardeos a

lo largo de la historia en cualquier país del mundo. Los bom-

bardeos eran algo con lo que no se jugaba, algo estremecedor e

inevitable, “si no se abandonaba de inmediato la revolución, los

bombardeos caerían por su propio peso”. La gente veía los te-

rribles efectos como si fuera un video juego.

——Esto debería ser interactivo ——dijo alguien.

——Sí, deberían dejarnos un mando a ver qué pasa, se iban a

tragar los bombardeos los muy bocazas.

ANEXO

La documentación que demuestra la veracidad de los hechos

aquí narrados puede encontrase en Google en 2014.

@destino_22