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La Guerra de Sucesión y Sus Consecuencias
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La Guerra de Sucesión y sus consecuencias
LA GUERRA DE SUCESIÓN Y SUS CONSECUENCIAS:LA PAZ DE UTRECHTRESUMEN
Con la muerte de Carlos II en 1700, se iniciaba la Guerra de Sucesión Española, al no haber un sucesor al trono claro. Había tres candidatos, José Fernando de Baviera, pero murió en 1699; otro candidato era el archiduque Carlos de Austria, que tenia fuertes partidarios en la corte española; y el otro candidato era Felipe de Anjou, nieto de Luis XIV, rey de Francia. Las potencias europeas propusieron dividir el territorio en dos partes, para que así gobernasen los dos, pero a Carlos II esto no le gusto y decidió entregar el trono a Felipe de Anjou antes de morir, para que la dinastía no se extinguiese. Empezó así la dinastía borbónica, lo cual utilizo Luis XIV para intentar unificar España y Francia. Al ver esto el resto de países europeos, se formo la Gran Alianza de la Haya, que agrupaba a Holanda, Gran Bretaña, Austria, Portugal, Saboya, Prusia y Hannover, que no reconocieron a Felipe de Anjou como rey de España. Comenzó la Guerra de Sucesión Española, en la que la Gran Alianza de la Haya derroto claramente a las tropas borbónicas, para las cuales las guerra significo un gran desastre. Así tuvieron que firmar la Paz de Utrecht, acuerdo de once tratados en los que se regulaba la sucesión española y la austriaca, porque el Archiduque Carlos había accedido al trono austriaco. Así las potencias europeas reconocieron a Felipe V como rey de España, y este renunciaba al trono francés. España también perdió los territorios de los Países Bajos, Milán, Nápoles, Cerdeña, Sicilia, Menorca, Gibraltar y Flandes. En España también se formo una guerra civil, ya que los aragoneses tenían miedo a que Felipe centralizase España como había hecho su abuelo, por lo que apoyaban al candidato austriaco. Tras unas primeras derrotas de Felipe, al final en Villajoyosa y más aun con la Paz de Utrecht, accedió el trono español.
ESQUEMA
Muerte de Carlos II. Conflicto por la sucesión al tronoo Felipe de Anjou-Borbón. Nieto de Luis XIV. Unificar o unir dinásticamente Francia y Españao Apoyo a felipe del Cardenal Portocarreño
Carlos de Austriao Apoyo de las potencias europeas: Holanda, Inglaterra y Suecia.o Inicio guerraso Guerra europea → Potencias europeas contra Francia-España.o Derrotas francesas entre 1706 y 1710. Problemas internos en Franciao 1713 Paz de Utrecht. Felipe de Anjou renuncia a la corona Francesa y cede posesiones españolaso Guerra civil → Corona de Aragón pretende mantener sus fueros, leyes e instituciones → Derrota de
Aragón → Victoria Felipe Decretos Nueva Planta. Centralización y unificación
DESARROLLO DEL TEMA
La Guerra de Sucesión Española fue un conflicto internacional y nacional por la sucesión al trono de España tras la muerte de Carlos II que duró desde 1702 hasta 1713 y que se saldó con la instauración de la Casa de Borbón en España. Unos años antes de morir, y al no tener descendencia se convirtió en un problema para España y para las Cortes Europeas.
Carlos II era hijo de Felipe IV y de su segunda esposa Ana María de Austria, fue un niño enfermizo que sobrevivió a duras penas en su infancia. Cojío el trono español en 1665, y cuatro años mas tarde se caso con Maria Luisa de Orleáns, sobrina de Luis XIV, rey de Francia, pero murió. Entonces se caso con Maria Ana de Neoburgo, descendiente de la casa de Austria, lo cual provocaba un acercamiento a Austria, y una pequeña ruptura con Francia.
Al ver que Carlos II no iba a tener descendencia, empezaron los candidatos. El principal era José Fernando de Baviera, al ser bisnieto de Felipe IV, y también era el candidato perfecto para Inglaterra y Holanda, ya que los otros dos que se planteaban, eran Felipe de Anjou y era nieto de Luis XIV, y si este llegaba al reino, podía unir Francia y España, formando una grandísima potencia; y el otro candidato era el Archiduque Carlos de Austria, pero tampoco gustaba, porque podía unir los reinos españoles y austriacos, y también podía formar una gran potencia, pero al morir en 1699 José Fernando de Baviera, se tenia que elegir entre uno de estos dos.
Felipe de Anjou contaban con el apoyo del importante cardenal Portocarrero, el cual era Presidente del Consejo de Estado, y de la Corona de Castilla; y el Archiduque Carlos de Austria por la reina Maria Ana de Neoburgo, y de la Corona de Aragón, que tenia miedo que Felipe de Anjou hiciese, al igual que su abuelo, un modelo de administración centralista, y así perdiesen sus fueros tradicionales.
Al principio Holanda e Inglaterra intentaron dividir el reino en tres partes, para que los tres aspirantes a la corona se repartiesen los territorios, lo que dio lugar al Primer Tratado de Partición, pero al morir José Fernando pues decidieron que el trono español tenia que ser para el Archiduque Carlos dejando a Felipe de Anjou los territorios italianos pertenecientes a España, donde se firmo el Segundo Tratado de Partición. El Archiduque Carlos no estaba de acuerdo, lo cual aprovecho Carlos II en unas situación de salud ya muy quebrantada, y bajo instancias del cardenal Portocarrero, nombró sucesor al trono a Felipe de Anjou, para que España se conservase como una unidad, y no se repartiesen el trono. A todo esto Felipe de Anjou tenía que renunciar a la sucesión del trono francés.
Cuando Felipe de Anjou fue proclamado rey de España, y paso a llamarse Felipe V, el rey francés y abuelo de este, proclamo que su nieto seguía teniendo los derechos de sucesión a la corona francesa, rompiendo los Tratados de Partición, por lo que se forma la Gran Alianza de la Haya, formada al principio por Inglaterra, Holanda, Dinamarca y Austria, y que se le unió luego Portugal, Saboya y Hannover.
Comenzó así la Guerra de sucesión española, que se unió a la guerra civil existente en España, entre la Corona de Aragón, que apoyaba al candidato austriaco, y la Corona de Castilla que quería a Felipe de Anjou como rey de España, y que fue un gran victoria de la Corona de Castilla frente a la de Aragón, pero con respecto a lo internacional, las fuerzas borbónicas fueron derrotadas por las de la Gran Alianza, con lo que Luis XIV, se vio obligado a iniciar tratados de paz.
Se firma la Paz de Utrecht en 1713, y puso fin a la Guerra de sucesión. Inglaterra y Holanda retiran el apoyo al Archiduque Carlos de Austria, porque al morir el rey de Austria, José I, el Archiduque sube al trono austriaco, por lo que si es rey también de España formaría una gran potencia, mas peligrosa que la unión España-Francia. La Paz de Utrecht son una serie de tratados multilaterales firmados por los países participantes en la Guerra de sucesión. Las consecuencias que esto llevo fueron las siguientes:
- Los territorios europeos (Milán, Cerdeña, Nápoles y Flandes) de la monarquía española pasan a Austria, mientras que Inglaterra se que con Gibraltar y Menorca.
- Felipe V obtiene el reconocimiento como rey de España y de las Indias por parte de todos los países firmantes, en tanto que renuncia a la sucesión de la Corna de Francia.
- También permitía el comercio libre con America a barcos de conveniencia de las potencias vencedoras.
) Resuma la Guerra de Sucesión (1701- 1713) y sus consecuencias para España.
Guerra de Sucesión (1700-1714): Al morir sin descendencia el último rey de la Casa de Austria, Carlos II, se enfrentaron dos candidatos al trono español: el archiduque Carlos de Austria y Felipe de Anjou, nieto de Luis XIV, de la Casa de Borbón, a quién Carlos II había nombrado heredero. La Guerra de Sucesión fue unconflicto europeo (entre el bando francoespañol y la alianza contra los Borbones, conocida como Liga de La Haya, integrada por Inglaterra, Holanda, Portugal y Saboya) pero también una guerra civil (la Corona de Aragón apoyó al archiduque Carlos mientras la Corona de Castilla lo hizo a Felipe de Borbón). En 1704 el archiduque Carlos llegó a la península, proclamándose rey de España, siendo aceptado en 1705 por valencianos y catalanes y en 1706 por aragoneses. La guerra resultó larga e indecisa ya que dentro de la Península las tropas de Felipe V lograban victorias (Almansa, 1707, Brihuega y Villaviciosa, 1710), mientras en el exterior la victoria se inclinó al bando aliado dirigido por Gran Bretaña gracias a su supremacía naval y se hizo con Gibraltar y Menorca en nombre de Carlos.
En 1713 el archiduque Carlos fue coronado emperador de Alemania, tras morir su hermano. A Inglaterra y Holanda no les interesaba una posible unión de España y Alemania como en tiempos de Carlos I. La guerra finalizó con la firma de la Paz de Utrech (1713) ratificado en 1714 por el tratado de Rastatt (Alemania). Previa renuncia a sus derechos al trono francés, Felipe V fue reconocido rey de España. Gran Bretaña, la gran vencedora, obtuvo Gibraltar y Menorca, el derecho de asiento en América (monopolio de la trata de negros) y el navío de permiso. España, la gran perdedora, entregó a Austria los Países Bajos, Milán, Nápoles y Cerdeña; Saboya se quedó con Sicilia (que más tarde cambió por Cerdeña). España perdió de esta manera todos sus territorios europeos. A Portugal hubo de cederle la colonia de Sacramento (Uruguay)
Sin embargo, la guerra continuó en Cataluña. Barcelona fue sitiada hasta que las tropas de Felipe V entraron el 11 de septiembre de 1714, tras una heroica resistencia.
b) Señale brevemente los rasgos de la nueva organización política y territorial de España en el siglo XVIII.
La llegada de los Borbones a España supone un cambio de la estructura del Estado, copiándose el modelo francés. Se inicia el Despotismo Ilustrado. Se impuso una estructura política uniforme y centralista en el país, basada en el modelo de Castilla -sólo Navarra y el País Vasco mantuvieron sus fueros y aduanas- . Se puede hablar ya de España como proyecto de estado- nación.
Los Consejos perdieron competencias, sólo el Consejo de Castilla tuvo un papel destacado: tenía funciones consultivas, realizaba proyectos de ley, era tribunal supremo de justicia y sus miembros eran nombrados por el rey. Las Cortes perdieron poder; fueron suprimidas las de la Corona de Aragón y las Cortes de Castilla se convirtieron en generales del reino, aunque sólo serán convocadas para jurar al heredero. Para racionalizar laAdministración central, al frente de la cual estaba el Rey, crearon las Secretarías, que son los antecedentes de los actuales ministerios. Eran cinco: Estado, Gracia y Justicia, Guerra, Marina e Indias y Hacienda. Los secretarios eran funcionarios que gozaban de la confianza real. En la Administración territorial, dividieron el país en demarcaciones provinciales, parecidas a las actuales, al mando de las cuales estaba el capitán general, con poderes militares y administrativas; implantaron las Audiencias, órganos judiciales, y loscorregidores para controlar las ciudades. Surgió la figura del intendente, de origen francés funcionario nombrado por el rey en las provincias, para recaudar impuestos y realizar reformas económicas. Completaron estas medidas políticas con la reforma del ejército(supresión de los tercios, creación de regimientos, de las quintas y de la Guardia Real) y de la marina (Patiñoy Ensenada, ministros de Felipe V y de Fernando VI, la potenciaron con la creación de astilleros). Por último, los Borbones intentaron también el control de la Iglesia con el regalismo, iniciado por los Reyes Católicos, que trató de reafirmar las prerrogativas reales de
la monarquía frente a los intereses eclesiásticos ligados a la Santa Sede. La medida más extrema fue la expulsión de los jesuitas.
Espacios y territorio en la propaganda y en los discursos durante los conflictos bélicos: la Guerra de Sucesión en España y América*
David GONZÁLEZ CRUZ
Es evidente que los seres humanos se han caracterizado a lo largo de la historia por la
búsqueda de espacios para el desarrollo de sus actividades y sus modos de vida, si bien la
defensa del territorio frente a agentes externos o internos ha acostumbrado a activar en mayor
medida la elaboración de discursos con la finalidad de proteger las zonas ocupadas o, en su
caso, para justificar su ampliación a otros lugares próximos o distantes. En este marco, los
conflictos bélicos vinculados a pretensiones territoriales requerían el diseño de estrategias
publicitarias complementarias al uso de las armas que actuaran como sustento y mecanismo de
reforzamiento de los derechos que se pretendían afianzar o extender a otras tierras, así como de
instrumento de concienciación de la población civil y de las fuerzas armadas sobre la
conveniencia de la realización de empresas militares.
2En este sentido, las guerras en las que participó la Monarquía Hispánica en el siglo XVIII se
ajustaron a intereses expansionistas de las potencias europeas y coloniales y a las necesidades
de defensa de la integridad de los dominios peninsulares y americanos; de ahí que los mensajes
propagandísticos estuvieran condicionados por ambas circunstancias. No obstante, la utilización
de discursos sobre el territorio como recurso movilizador de los hispanos adoptó también otros
perfiles que intentaban seducir con alusiones a deseos segregacionistas, a la conveniencia de
alejar el campo de batalla de los espacios habitados, a la animadversión que generaba que los
países limítrofes fueran bases de operaciones militares o lugares de refugio de los enemigos e,
incluso, a los perjuicios que causaban los enclaves donde actuaban los comerciantes naturales
de otros estados, entre otras cuestiones.
3Precisamente, como ejemplo de estrategias de atracción manipuladoras de las pretensiones
de autonomía territorial se dispone de un impreso publicado durante la Guerra contra la
Convención, que reproducía el discurso expresado por las autoridades francesas en una Junta
General celebrada en San Sebastián ante los vecinos y cargos públicos asistentes, en el que se
trataba de impulsar la confianza en el ejército galo manifestando el supuesto compromiso de
éste con las aspiraciones independentistas de los guipuzcoanos; con esa intención el General
Jefe afirmaba que “las bayonetas de los republicanos franceses sabrán ayudar a los deseos de
los republicanos guipuzcoanos para la independencia, y defender su territorio de la invasión de
nuestros enemigos comunes, ésta es la obligación sagrada que hago en nombre del valeroso
exército que tengo la honra de mandar”1.
4Por su parte, el componente de guerra civil que estuvo unido a la Crisis Sucesoria de
comienzos del siglo XVIII originaba la pérdida de vidas en la población civil y los denominados
“daños colaterales” de carácter material por tratarse de un conflicto que se desarrollaba en el
solar peninsular, entre otros escenarios; ciertamente, el sufrimiento que generó en los españoles
este enfrentamiento armado motivaba que el ofrecimiento de desplazar el campo de batalla a
tierras extranjeras fuera un sugerente modo de incentivar un incremento de adeptos a la causa
dinástica. Consciente de ello Carlos de Austria acusaba a los Borbones de haber introducido el
“fuego de la guerra” en el “corazón” de España con el fin de aniquilarla y debilitar sus fuerzas y,
al mismo tiempo, prometía trasladar las operaciones militares a la vecina Francia con el objetivo
de que padeciesen sus habitantes los daños y perjuicios que se encontraban soportando los
castellanos; a esta sugerente oferta activadora de sentimientos francófobos se añadía la
propuesta de recuperar aquellos territorios que fueron usurpados en el siglo XVII por la
Monarquía francesa y que continuaban siendo añorados por el imaginario colectivo. Así lo
expresaba, al menos, en un manifiesto firmado en Valencia el 22 de diciembre de 17062:
[…] las inviolables ruinas, que la guerra trae consigo; lo qual quisiera escusar mi piedad, como se podrá conseguir, si los españoles uniformes a tan glorioso intento, rompen la indigna cadena de su libertad, pues auyentados nuestros comunes enemigos los franceses de toda España, y passando a Italia las fuerzas navales de Inglaterra, y Olanda a dar calor a los buenos, y fieles vassallos que tiene oprimidos la tiranía francesa en los Reynos de Nápoles, y Sizilia, no solo se logrará desde luego la recuperación de todo el cuerpo de la Monarchía, sino es también el passar el Teatro de la Guerra a Francia, para que aquellas provincias padezcan los daños que su política intenta continúen en las de España, y que restituían a esta Monarchía todas las injustas usurpaciones que la tiene echas, desde el siglo passado a esta parte, como espero en Dios conseguir, y que a ello, me asistirán todos los españoles con el zelo, y prontitud que les conviene […].
5Por otro lado, el Reino de Portugal fue divulgado en la publicística borbónica de la Guerra de
Sucesión como un espacio generador de riesgos para la integridad de España con el argumento
de que actuó, junto a Cataluña, de plataforma de lanzamiento de las tropas aliadas hacia el
conjunto de la Península Ibérica3; a este respecto se advierte la edición de impresos que
afirmaban que la consolidación de la Corona de España durante la Crisis Sucesoria dependía de
asegurar el paso por las fronteras del vecino país. Así la mejora de las opciones operativas que
obtenían los ejércitos europeos austracistas a consecuencia del uso de las bases militares
lusitanas se trataba de revertir por parte de los partidarios de Felipe V con una estrategia de
descrédito del Archiduque que lo vinculaba a los portugueses, quienes eran identificados en la
propaganda con los tradicionales auxiliares de las potencias enemigas4.
6Dentro de un contexto de contienda civil en el que las diferencias entre los reinos de Castilla
y de la Corona de Aragón encontraban cauces de expresión, la propaganda describía y difundía
en ocasiones los estereotipos humanos adscribiéndolos territorialmente y contrastando las
cualidades atribuidas a los habitantes de unos lugares frente a los defectos asignados a otros.
De la explotación de este recurso fueron hábiles exponentes los partidarios de Felipe de Anjou,
quienes ensalzaban, por ejemplo, la «hidalga firmeza española» enfrentándola a lo que
calificaban como «flaqueza catalana», aludiendo además a una supuesta diferencia de raza entre
los nacidos en Castilla y los naturales de los reinos de Valencia y de Aragón5. En esta campaña
estigmatizadora de los pobladores de las zonas austracistas se empleaban calificativos de tintes
injuriosos y ofensivos que intentaban construir una imagen de los catalanes de “insolentes” que
no tenían la intención de cumplir el juramento de fidelidad y obediencia al Rey6, de “peritos en
sublevaciones” que ocultaban el “veneno” de la rebeldía antes de 17057, de personas de “genio
libre y turbulento”8, o de “gente voluble y traidora, y tan amante de sí misma, que si les
importase mudarían luego partido, porque solo contemplaban el rostro de la fortuna”9.
7De igual modo, los valencianos serían descritos también como traidores y desleales a
Felipe V, acusados de haber sido imitadores de las conductas de los vecinos del norte; al mismo
tiempo los publicistas les criticaban por haber estado interesados en defender sus privilegios y
un cierto monopolio del comercio de la seda con los castellanos, lo que a juicio de ellos impedía
que los españoles tuvieran la posibilidad de disponer de precios de textiles más competitivos
como los que ofrecían los franceses que llegaron a la Península Ibérica junto con los Borbones10.
Con todo, la versión propagandística que identificaba de manera general a los valencianos con
los austracistas no respondía a la realidad completa si tenemos en cuenta que hubo localidades
que fueron fieles al príncipe galo –es el caso de Peñíscola y Jijona– y otras que demostraron su
tibieza en la adhesión a una u otra dinastía en función de la evolución de las circunstancias
políticas y militares11. Sea como fuere, una intervención armada de las tropas del Archiduque
entrando en Castilla a través de los territorios de la Corona de Aragón incrementaba las
posibilidades de fracaso atendiendo a que sus habitantes podían percibir este tipo de
operaciones militares como ataques externos amparados por los intereses de otras
nacionalidades; a este respecto, las repercusiones que generaban en la mentalidad castellana
las diferentes maneras de irrumpir los ejércitos en función de sus lugares de procedencia deja
constancia del protagonismo de los factores geográficos en el éxito del diseño de las diversas
formas del lenguaje bélico. En efecto, según un testimonio del Marqués de San Felipe, el
Almirante Juan Tomás Enríquez de Cabrera –exiliado en Portugal– afirmaba que el procedimiento
más adecuado para llevar las fuerzas aliadas al centro peninsular consistía, como se refiere a
continuación, en penetrar a través de Andalucía abandonando la opción de los reinos de la
Corona de Aragón:
A ambos se opuso el almirante de Castilla, queriendo probar que el golpe mortal para la España era atacar la Andalucía, porque nunca obedecería Castilla a rey que entrase por Aragón, porque ésta era la cabeza de la Monarquía, y rendidas las Castillas obedecerían forzosamente los demás reinos, y aun la Cataluña, y con más facilidad, ya que estaba inclinada a los austriacos; que sería pertinaz en el amor al rey Felipe de Castilla, si presumían los reinos de Aragón darle la ley, y que entrar por la Cataluña no era más que introducir la guerra civil, con la ruina del Imperio que se iba a conquistar[…]12
8Por otro lado, en los discursos elaborados durante la Guerra de Sucesión obtuvo un relevante
protagonismo la posible configuración de una nueva estructura de relaciones territoriales que
estaba en función de la casa real que alcanzase el trono de España; de ahí que la vinculación de
la Monarquía Hispánica con el linaje de los Habsburgos austriacos o, en su caso, con los
Borbones se convirtió en uno de los ejes publicitarios de la crisis dinástica. Ciertamente, las
ventajas que podrían generar la coordinación de dos grandes espacios de poder como los que
constituían Francia y los reinos hispanos motivaron que los partidarios de Felipe de Anjou se
dedicaran a fabricar una batería de justificaciones dirigidas a avalar la unidad de acción en las
empresas políticas de ambas coronas. Como era lógico, en los alegatos apologéticos no faltaron
los razonamientos teológicos propios de una sociedad confesional que consideraba que esta
alianza familiar entre estados vecinos respondía a la voluntad divina, mientras que las
pretensiones del Archiduque y del Imperio se enfrentaban a las adversas “fuerzas del
Todopoderoso”13. En el seno de esta concepción religiosa, los publicistas y determinados
miembros de la jerarquía eclesiástica sustentaron la necesidad de establecer y preservar la
unión hispano-francesa como instrumento para combatir la heterodoxia; de esta manera,
Antonio Ibáñez de la Riva Herrera –Arzobispo de Zaragoza y Consejero de Felipe V– lo
argumentaba afirmando que así se dotaba de estabilidad y firmeza la conservación del
catolicismo y se contrarrestaba el poder de los príncipes y repúblicas europeas protestantes14.
En la misma línea se expresaban otros propagandistas anónimos que advertían que el avance de
la herejía había sido consecuencia de las confrontaciones que se habían producido
históricamente entre los galos y los peninsulares; por ello, recomendaban la continuidad de los
vínculos entre ambas naciones como mecanismo para acrecentar la fe. Precisamente sobre las
repercusiones espirituales que se le suponían a la conjunción del gobierno de los territorios de
las dos coronas borbónicas se pronunciaba este impreso felipense editado en Madrid el 31 de
enero de 171115:
Los aliados dizen, que es conveniencia de la Europa no reyne Phelipe Quinto en España; porque juntas las Potencias de las dos Coronas, darán la Ley a todas las demás soberanías. (Pero què mal le estarà à España ser tan poderosa? Esta es una de las partes que constituye su conveniencia). Esto dizen los Aliados, pero lo que sienten no es esso; sienten, que con la Aliança de España se han de enfriar las cenizas calientes, y encubiertas de los Hereges de Francia; y reducidas las dos Potencias a la mayor pureza de la Fe Cathólica, han de acabar con toda la Heregía. Esto es lo que sienten en su coraçón, aunque fingen en los escritos otros pretextos [....]. Y siendo esto cierto, cessan los zelos de su Aliança, y solo crecen los cuidados del exterminio de la Heregía. Pues esse pretendemos los españoles, como buenos cathólicos. Por esso queremos, que se ha de mantener en el Reyno contra las cavilosas assechanças de sus enemigos. Si viniere el Archiduque, fuera un pupilo de ingleses, y olandeses […].
9En este contexto, otros tratadistas intentaban reforzar la opinión favorable a la unión
dinástica con Francia advirtiendo que la enemistad con el vecino país en el pasado había
generado “ruinas” a España16. En efecto, la historia fue un recurso empleado por los partidarios
de Felipe de Anjou para emparentar a ambas naciones y avalar una nueva etapa de
sincronización de las políticas de sus respectivos territorios; no en vano, se aludía a la existencia
de una hermandad entre españoles y franceses remontándose a la ayuda prestada por los galos
en el proceso de reconquista de la Península Ibérica17 y a la participación de éstos en la
repoblación de las nuevas tierras ocupadas anteriormente por los musulmanes e, incluso,
mencionando las tradicionales relaciones exteriores que se forjaron entre Castilla y Francia con
anterioridad a los Reyes Católicos.
10Si bien las razones históricas y religiosas tenían su peso en la mentalidad hispana de
comienzos del siglo XVIII, no es menos cierto que las motivaciones materiales acostumbraban a
incidir en la opinión pública; como consecuencia de esta evidencia la campaña publicitaria
diseñada para apoyar la unidad con el linaje francés se esforzó en concienciar a la población
sobre los supuestos beneficios económicos que conllevaría esta vinculación con la Monarquía
gala. Entre ellos se afirmaba que florecería el comercio18 –especialmente el tráfico mercantil con
las Indias–, se imitaría la industria y la invención aplicada a la fabricación de manufacturas19 y
se contribuiría a financiar las necesidades de las tropas borbónicas por parte de Luis XIV20. Por
el contrario, como era de esperar, los defensores de la candidatura de Carlos de Austria se
afanaron en desacreditar la incorporación de España a la dinastía borbónica atendiendo a los
perjuicios económicos que, según los austracistas, suponía esta alianza por haberse favorecido a
la nación francesa a costa del “tesoro español”; en concreto, algunos documentos elaborados
por los partidarios del Archiduque cuantificaban los recursos que los galos habían sacado de las
Indias por valor de “trescientos y ochenta millones de reales de a ocho”21. Desde luego, este
tipo de mensajes que trataban de dejar constancia de los intereses que tenía Francia en la
explotación territorial de América calaban en la población hispana como resultado de diversas
experiencias que habían demostrado su predisposición a aprovechar las posibilidades que ofrecía
el Nuevo Mundo, principalmente en materia comercial; de este modo, entre otros ejemplos que
podrían citarse, los súbditos de Luis XIV introducían manufacturas textiles y otras mercaderías
en el Reino de Nueva Vizcaya, transgrediendo la normativa legal vigente y abusando de la
“buena atención y correspondencia” que debía haber entre los vasallos de las dos coronas. Estos
comportamientos de los comerciantes y de las autoridades coloniales francesas, que usurparon
derechos que no les correspondían en tierras hispanoamericanas, se continuó observando
inmediatamente después de la finalización de la Guerra de Sucesión, tal como atestiguaba el
Virrey de Nueva España en un informe presentado a Felipe V y redactado en México el 6 de
agosto de 1714:
Desde el tiempo del Govierno del Conde de Gálvez se introdujo inmediato al Presidio de Santa María de Galve la Nación Francessa, haciendo otro en las mismas tierras de el dominio de V. Mgd. con el nombre de el Fuerte de la Movila, guarnecido de gente de la misma nación, manteniéndose en aquel parage porque lo ha permitido la tolerancia que como no han experimentado ninguna contradicción ni exterminio se han constituydo en la posesión de aquella Corona correspondiéndose con socorros recíprocamente de ella al Pressidio de Santa María de Galve en ocasiones de necessidad que se han ofrecido de una a otra plaza intentando ahora aquel Governador explorar la tierra de los dominios de V. Mgd. e introducir con embarcaciones mercaderías y géneros al Reyno de la Vizcaya, Provincia de Cuauguila, y Nuevo Reyno de León, cuya transgressión por opuesta a las órdenes de V. Mgd. (con la noticia que de lo referido tuve) se la hice presente para su observancia, previniéndole, que se abstrajese totalmente de semejante introducción […], pues por permitirse aquella colonia, ceñida como hasta aquí, a los límites solamente de su territorio, no han de ressultar de la tolerancia por la intención y fines particulares de los que la goviernan tan graves perniciossas consecuencias en perjuicio de los dominios de V. Mgd […]22
11Ciertamente, episodios como el mencionado, surgidos de la tolerancia con que las
autoridades locales y la población civil debían soportar la presencia gala en la América Hispana y
en la Península Ibérica durante la Guerra de Sucesión, unidos a los excesos cometidos por las
tropas borbónicas y a los privilegios comerciales otorgados por Felipe V a sus compatriotas, que
además facilitaban el ejercicio del contrabando y del comercio ilícito, influían en la opinión
pública de manera que se fue configurando un sustrato de animadversión y fobia a los naturales
del vecino país que, en ocasiones, desembocaban en incidentes xenófobos sufridos por algunos
súbditos franceses como aquellos que tuvieron lugar en Zaragoza, La Habana, Burgos y algunas
localidades catalanas, entre otros lugares23.
12Si la convivencia entre los galos y la sociedad civil hispana no estaba exenta de dificultades
y litigios, tampoco estuvo ajena a ello la propia conformación de un ejército común para la
defensa compartida de los territorios de las dos coronas borbónicas; por esta razón, y con la
precaución que las circunstancias exigían, Felipe de Anjou desde su llegada al Trono de España
puso los fundamentos legales para que la unidad militar encaminada a garantizar la salvaguarda
de sus posesiones no encontrase resistencias en las componentes de las fuerzas armadas de
ambos países. Con esta intención promulgó unas ordenanzas en 1702 que tenían como su
principal objetivo confesado la prevención de disputas entre los soldados franceses y españoles
sobre la base de la igualdad de derechos y preeminencias de los componentes de las tropas sin
distinción de nacionalidad; de este modo, regulaba el procedimiento de mezcla de los soldados y
los oficiales atendiendo solamente al grado, a la antigüedad de sus patentes y a las preferencias
exigidas en función del cuerpo militar al que pertenecieran y al tipo de operaciones que llevasen
a efecto24. De todas formas, Felipe V era consciente de que la integración de dos ejércitos en
una fuerza armada conjunta debía superar las desavenencias que acostumbraban a surgir entre
militares con costumbres diferentes y, en su caso, con resentimientos o antipatías nacionalistas
previas; esta convicción también le llevó a adoptar otras medidas preventivas como la
publicación de bandos que proclamaban el castigo de pena de muerte a los soldados u oficiales
españoles y franceses que sacaran las armas contra los que fueran de nacionalidad distinta a la
suya. Por último, el príncipe francés escenificó su deseo de conseguir la uniformidad mediante la
utilización de una simbología que fundía los emblemas de ambas naciones de manera que, a
modo de muestra, ordenó a las tropas destinadas en tierras italianas que la divisa encarnada
española insertada en los sombreros se fusionase con la blanca que llevaban los galos25.
13Esta concepción unitaria de un ejército dirigido a la defensa compartida de todos los
dominios territoriales de las dos monarquías no era original del nuevo rey de España, pues había
sido enunciada con anterioridad por su abuelo en 1701, con ocasión del recibimiento que hizo al
Condestable de Castilla26, tal como puede apreciarse en el siguiente fragmento27:
Vien veis aora una y otra nación de tal suerte unidas, que las dos forman sola una; y io soi al presente el mejor español del mundo. Y si el Rey mi nieto me pide consexo, lo que le diere, serán por la gloria y el interés de España. Verá el mundo a mi nieto a la frente de los españoles para defender a los franceses, y a mí a la frente de los franceses para defender a los españoles […].
14Este discurso pronunciado por Luis XIV en la recepción ofrecida al Condestable de Castilla
es un exponente explícito de la voluntad del monarca francés de establecer de hecho una
comunidad de intereses militares y territoriales entre los dominios de España y de Francia, una
vez que se negó a respetar las disposiciones testamentarias de Carlos II que obligaban a Felipe
de Anjou a renunciar al trono francés28, a pesar de haber aceptado previamente el cumplimiento
de la última voluntad del monarca español en la ceremonia celebrada el 16 de noviembre de
1700 en el Palacio de Versalles29. Sin duda, esta intencionalidad declarada, además de otros
acontecimientos que se produjeron en el mismo sentido30, actuarían como un revulsivo para que
las potencias aliadas se organizasen con la finalidad de impedir la ruptura del equilibrio de
poderes europeos y ultramarinos, lo cual derivó en mayo de 1702 en una declaración de guerra
por parte de Inglaterra, Austria, las Provincias Unidas de los Países Bajos y Dinamarca31, así
como en la difusión de una campaña publicitaria que tenía como objeto concienciar a la
población sobre la subordinación que la Corona del país vecino sometía a los territorios
peninsulares e hispanoamericanos.
15Desde luego, la ausencia de autonomía de Felipe V para el gobierno de sus dominios era un
secreto a voces en la Europa de principios del Setecientos; no en vano, su abuelo mantenía con
él una correspondencia permanente que le permitía controlar sus decisiones, su tutor el Marqués
de Louville le orientaba en la gestión política, la Princesa de los Ursinos actuaba como nexo de
comunicación entre Luis XIV y la Corte de Madrid32, y finalmente los embajadores franceses se
dedicaban a realizar labores de gobierno como si fuesen ministros del Rey. Precisamente, Juan
Tomás Enríquez de Cabrera –Almirante de Castilla– criticaba en el manifiesto propagandístico
que difundió en los reinos de Castilla el hecho de que el Duque de Harcourt –primer diplomático
que representó al monarca francés en España– mandase, manejase y despachase los asuntos
públicos y reservados de la Corte en que residía, a pesar de ser un enviado extranjero33. Por
otra parte, se efectuaban nombramientos de cargos públicos en los diversos reinos de la
Monarquía Hispánica atendiendo a las indicaciones de Luis XIV y de sus embajadores, quienes se
esforzaban por colocar a personas de su confianza en puestos de virreyes y de gobernadores
desplazando a los grandes títulos nobiliarios que habían desempeñado esas responsabilidades
en periodos anteriores34. Contra esta práctica que apartaba a la nobleza de la Administración
pública se pronunciaba de nuevo el Almirante de Castilla por considerarla una muestra de la
dependencia política del estado español con respecto a Francia:
A este acto fueron sucediendo tantos que no siendo posible referirlos todos, bastarán algunos, para hacer evidente que no lograba el príncipe su yo, sino una subordinación toda a la Francia, y padecía una esclavitud toda deseada de una nación a otra totalmente extranjera, siempre contraria como la española, de quien se ve hoy enteramente gobernada y de quien sin ninguna limitación se halla en un todo regida. Cuando al Señor Duque de Anjou se le aconsejó que el mismo día de sus llegada a la Corte despidiese toda la Casa que dejó el difunto Rey Carlos II en toda suertes de grados, espheras y manejos que tenían aquellos criados, se deja conocer con qué desamor se miró el todo de la nación en esta circunstancia. Y aunque esta exoneración, en cuanto comprendía a tantos hombres de la primera categoría de los reinos, era un desprecio a la más alta nobleza […], aquellos a quienes se despojó del ejercicio de sus llaves de Gentileshombres de Cámara del Rey (que está en gloria) […] y algunos hijos y nietos de criados de aquella real Casa, se hallasen un día en la calle y despojados de aquellos útiles que eran su sustento […]; no era fácil que se creyese economía del erario Real esta exoneración de los españoles, cuando sustituyeron sin más conveniencia que el mudar nación y gravar al mismo tiempo la hacienda Real. Pues las pensiones que señalaron a los franceses aventajaban al dispendio, que causaba los gajes que se quitaron a los españoles […]35.
16Esta situación de sometimiento en la que se hallaba la política española durante los
primeros años de la Guerra de Sucesión fue explotada publicitariamente por los partidarios del
austracismo, quienes acusaban a la Monarquía francesa de esclavizar a España “echándole
grillos” e, incluso, de “beberse su sangre si pudiera”; asimismo, se satirizaba la actitud de
sumisión de Felipe de Anjou de manera que lo identificaban sarcásticamente con un “Rey de
comedias” que actuaba en función de las indicaciones que le hacía el “apuntador” (Luis XIV),
quien estaba –según los publicistas– a la espera de apropiarse de los dominios hispanos para
convertirlos en una provincia de Francia36. Los efectos de toda esta propaganda que encontraba
un ambiente propicio en una población civil recelosa de las verdaderas intenciones de las tropas
galas eran aprovechados por Carlos de Austria para captar adeptos a su causa con sintéticos
ofrecimientos consistentes en proteger a los españoles y apartarlos de la “sujeción de la
Francia37”. No obstante, a partir de 1709, tras la decisión de Felipe V de independizarse de la
voluntad de su abuelo, se abrió una nueva etapa en la que crecieron las simpatías de los
súbditos hacia su Rey provocando que las campañas basadas en su origen galo no obtuviesen el
éxito divulgativo que habían tenido hasta entonces; por el contrario, la actitud del joven príncipe
se constituyó en un elemento incentivador para que la nobleza luchase junto a él por lo que se
denominó “dignidad de la patria” frente a los deseos intervencionistas de Luis XIV38.
17Tres años después, el 5 de noviembre de 1712, Felipe V renunciaba mediante una real
cédula a sus derechos de sucesión a la Corona de Francia de igual forma que los herederos de la
línea dinástica francesa lo hacían a la Corona española como consecuencia de las negociaciones
de paz entre las potencias europeas, de manera que este acuerdo internacional fue utilizado
propagandísticamente para continuar fortaleciendo los sentimientos de identificación de los
españoles con el monarca mediante mensajes que resaltaban el sacrificio39 que el nieto de
Luis XIV realizaba en favor de sus súbditos anteponiendo los intereses de ellos al beneficio
propio, considerando que se deprendía de sus derechos dinásticos –según el discurso oficial– con
la finalidad de aliviarlos del coste económico, las necesidades, las fatigas y los sufrimientos que
suponían las guerras40. Este lenguaje que exaltaba la piedad del Rey en la aceptación de los
acuerdos diplomáticos negociados en Europa ocultaba, quizás premeditadamente, las pérdidas
territoriales que conllevaban para la Monarquía Hispánica los pactos convenidos en Utrecht,
donde finalmente se decidía la entrega a Austria de los Países Bajos españoles, el Milanesado,
Nápoles y Cerdeña; a Gran Bretaña la isla de Menorca, Gibraltar, el navío de permiso y el asiento
de negros para el comercio con las Indias españolas; a la Casa de Saboya el reino de Sicilia; a las
Provincias Unidas las fortalezas de la barrera flamenca en el Norte de los Países Bajos españoles;
y a Portugal, la devolución de la Colonia de Sacramento, entre otros acuerdos. Ciertamente, la
acusada merma en las posesiones de la Corona sería hábilmente encubierta en la campaña
publicitaria de difusión de la paz poniéndose el acento en el hecho de que Felipe V prefiriera la
Monarquía de España a la francesa uniendo así su destino al de los súbditos hispanos. Las
alabanzas a esta elección del Rey ya comenzaron a manifestarse por los procuradores de
Burgos41 en nombre de las cortes celebradas el 9 de noviembre de 1712 aludiéndose a la eterna
gratitud que debería rendírsele al monarca como consecuencia de esta decisión42, y continuaron
prodigándose posteriormente en los impresos editados con el objetivo de difundir las supuestas
virtudes de la renuncia real43, así como en los pregones anunciados a los súbditos a ritmo de
tambores y trompetas44. De este modo, con un ambiente festivo dedicado a celebrar el logro de
la paz, se intentaba que pasara desapercibida la confirmación de la desintegración territorial de
la Monarquía Hispánica; realmente, una cuestión de gran calado propagandístico, que también
había sido utilizada con profusión por los dos bandos contendientes durante el largo conflicto
sucesorio.
18Precisamente, en décadas anteriores la falta de descendencia de Carlos II originó que
durante su reinado se produjera una pugna entre las potencias extranjeras con pretensiones
territoriales sobre los dominios de la Monarquía Hispánica, que se concretaron en tres tratados
de reparto que fueron firmados en 1668, 1698 y 1699-170045. Sin embargo, la conformidad
internacional a una posible disgregación de los diferentes reinos de la Corona española no
contaba con la aprobación de determinados sectores de las elites políticas, ni con el beneplácito
de otros estratos más populares de la sociedad que rechazaban unos acuerdos de repartición
que atentaban contra la integridad de un Imperio que en centurias anteriores había tenido
posesiones en varios continentes. En este contexto, la difusión de discursos que mencionaran el
riesgo de desmembración de los reinos hispanos podía transformarse en un incuestionable
hándicap a las pretensiones de los dos príncipes que optaban a la Corona de España. Si bien la
divulgación del concepto de unidad de la Monarquía Hispánica proporcionó indudables apoyos al
Duque de Anjou entre los hispanos, también es cierto que su abuelo se mostró contrario a acatar
la última voluntad de Carlos II, puesto que desde el inicio del reinado de Felipe V intentó
persuadir a su nieto que cediera los territorios de los Países Bajos a Francia como
contraprestación por los recursos aportados para su acceso al trono de España46. Asimismo,
durante la Guerra de Sucesión la diplomacia de Luis XIV mantuvo conversaciones con las
potencias enemigas con la finalidad de firmar un acuerdo dirigido a salvaguardar los intereses de
la Monarquía francesa en Europa47; en efecto, en este marco el Rey Sol llevó a cabo
negociaciones secretas con el emperador José I y con el Duque de Saboya en los meses de
febrero y marzo de 1707 que concluyeron con el repliegue del ejército borbónico de Italia y, de
este modo, con la pérdida de territorios que habían pertenecido a la Monarquía Hispánica48.
Como consecuencia del acuerdo realizado sin la conformidad previa de Felipe V, el ejército
austriaco pudo controlar a partir de entonces Nápoles, Lombardía, Milán y Cerdeña.
19Aun siendo evidente que Luis XIV no era partidario de defender la integridad de las
posesiones españolas en las negociaciones diplomáticas, tal como se observó en Italia, la
campaña publicitaria diseñada por los agentes borbónicos y por la jerarquía eclesiástica
felipense trataba de convencer, contrariamente a lo que sucedía en la realidad, de la tarea que
supuestamente estaba poniendo en práctica el Estado francés con objeto de que se conservasen
unidos los diversos reinos de la Monarquía Hispánica. No obstante, el hecho de que la mayoría de
los hispanos desconocieran el doble discurso utilizado por Luis XIV –uno de cariz desmembrador
en el ámbito internacional y otro de acusada hipocresía en favor de la unidad en el seno de
España– posibilitó que numerosos partidarios de Felipe de Anjou avalaran su candidatura y
creyeran en la verosimilitud de exhortaciones como la que pronunciaba Ibáñez de la Riva –
Arzobispo de Zaragoza–:
Publican estas Naciones infieles ser su ánimo libertar a los Españoles del tirano yugo de la Francia. Muy simple fuera quien lo creyesse. En las guerras passadas pudieran aver hecho los esfuerços por los motivos que ahora blasonan, pues cobraron quantiosos estipendios de España; que en las presentes quien nos defiende (aunque antes nos impugnava) es la Francia, con el fin de que esta Monarquía (que ellos quisieran dividida en troços) se conserve entera, y se restituya (con la protección Divina) a su esplendor antiguo, para terror de los Enemigos de la Fe.49
20Por su parte, el Archiduque centró su actividad publicitaria en procurar desengañar a los
españoles sobre las verdaderas intenciones de las negociaciones internacionales efectuadas por
Luis XIV, pues incluían la cesión de dominios hispanos; por ello, Carlos de Austria lanzaba una
proclama en diciembre de 1706, en los siguientes términos, con la finalidad de que el pueblo
fuese consciente del denominado “fraude” al que le sometían los Borbones:
Nunca ha cessado la Francia de promover las más vivas diligencias para que viniesse a un ajuste de Paz por el medio de dividir esta Monarchía, y oy con más vigor que asta aquí lo solicita, pues a vista de los repetidos malos successos que ha tenido, y las derrotas en los Payses baxos y Piamonte (de que ha resultado perder a Flandes, y estado de Milán) teme, que si no la logra antes de abrirse la próxima Campaña se vea su propia casa con los irreparables peligros a que por su ambición le ha reducido la Justicia Divina; pero nuestros Aliados con firme constancia despreziando siempre semejantes propuestas en verdadero conocimiento del veneno, que en sí encierran, solo fían el buen successo, y seguridad de la Paz de los felices progressos de la Guerra […] Al mismo tiempo la astucia de franceses, viendo, que no puede destruir esta Monarchía por vía de la Repartición (a que no se le quiere dar oídos) intenta aniquilarla, manteniendo la Guerra dentro de España para que enflaquecidas las fuerzas y devilitado su poder, no le sea estorvo, como asta aquí, a sus vastas ideas, pues en este firme escollo, es donde siempre se han roto las olas, con que su ambición ha pretendido anegar la libertad de Europa. Quantas suposiciones falsas ayan esparcido a este fin, de noticias engañosas […]50
21Sean cuales fueren los discursos construidos, lo cierto es que la incongruencia demostrada
por ambas dinastías ofrecía flancos débiles para combatir la credibilidad del príncipe adversario;
de ahí que, a modo de ejemplo, un folleto felipense preparado para contrarrestar el citado
manifiesto proclamado en Valencia por el Archiduque en 1706 comunicaba a los posibles
lectores, tal como puede observarse, que el Emperador de Austria, había acordado la cesión de
plazas españolas a las potencias aliadas:
[…] el principio, pues, del Manifiesto, supone el señor Archiduque por (notoria la máxima del Señor Emperador, su padre difunto, de no permitirse desuniesse de la Corona de España […]. Si se huvieran passado siglos bastantes a borrar de la memoria el tratado que el Señor Emperador ajustó en el mes de Mayo de 1703 con el Rey Don Pedro de Portugal fuera possible que muchos se persuadiessen la certeza de su cuydado, de no desmembrar porción alguna de nuestra Monarquía; pero siendo tan recientes, y públicas sus condiciones, nos acuerdan sin el menor motivo de dudar, que para empeñar el Portugués en su aliança, se le ofrecieron las Plazas de Badajoz y Alcántara en Estremadura, las de Bayona, y Tui en Galicia, con todas sus dependencias […]. También para el ajuste con Ingleses, y
Holandeses, es notorio por sus mismas Gazetas que les cedió en las Indias los puertos que pudiessen conquistar sus Armadas […]51.
22En esa misma línea, los partidarios de la dinastía Borbónica se esforzaron en ofrecer una
imagen de Carlos de Austria como promotor de la división de la Corona de España acusándolo de
negociar con potencias extranjeras la cesión de territorios a cambio del apoyo para acceder a la
Corona; de esta forma, la propaganda distribuida durante la Guerra de Sucesión lo
responsabilizaba de haber tratado con el Duque de Saboya la entrega de la plaza del Milanés, y
con los ingleses y holandeses el derecho de utilizar aquellos puertos de Indias que pudiesen
tomar y con las Provincias Unidas el traspaso de los Países Bajos españoles52.
23Por su parte, Felipe de Anjou tuvo que afrontar en materia propagandística la conocida
predisposición de su abuelo a negociar la concesión de plazas españolas a las potencias aliadas
como fórmula para concluir un conflicto bélico que había empeñado a la hacienda pública
francesa y que estaba mermando los recursos humanos del ejército galo. Desde luego, era
sabido entre sus contemporáneos que Luis XIV aceptó el Tratado de la Haya de 1700 que incluía
el reparto de territorios pertenecientes a la Monarquía Hispánica; por el contrario, el Emperador
de Austria se inhibió del acuerdo con la expectativa de obtener la simpatía de los hispanos hacia
la candidatura del Archiduque. Con posterioridad, una vez acontecidas las derrotas padecidas
por el ejército borbónico en 1704 y 1705, el Rey de Francia activó las conversaciones
diplomáticas en aras a establecer un acuerdo internacional que lograse el fin del conflicto
armado53, aunque esta iniciativa no fructificó hasta 1713. Con estos precedentes, ni siquiera el
propio Felipe V se fiaba plenamente de que su abuelo defendiese la integridad territorial de la
Monarquía Hispánica en las negociaciones que se realizaron en 1709; por esta razón, designó
como su enviado y primer plenipotenciario al Duque de Alba, al que le dio las correspondientes
instrucciones encaminadas a que los representantes franceses recordaran el compromiso
adquirido por Luis XIV con los españoles. A pesar de ello, la iniciativa no obtuvo resultados si se
tiene en cuenta que los diplomáticos hispanos no fueron reconocidos por el resto de los países
europeos de forma que el tratado de Utrecht se negoció al margen de la voluntad del Rey de
España.
24Sin duda, Felipe de Anjou era consciente de que la firma de un tratado de paz que
posibilitase la división de los territorios de la Monarquía Hispánica encontraría la oposición de sus
partidarios; no en vano, habían apoyado su candidatura a la sucesión al Trono con el
compromiso de la no desmembración. Así la propaganda borbónica había logrado obtener
numerosos adeptos a causa de su declarada implicación en la defensa de la integridad territorial;
sin embargo, Luis XIV contribuyó a materializar la desintegración, tanto con su posicionamiento
en los tratados anteriores a la Guerra de Sucesión como en Utrecht. Por ello, es digno de
destacarse que el abuelo de Felipe V fue un consumado maestro en combinar la ficción
publicitaria supuestamente pretendida por la dinastía borbónica en torno a la unidad territorial
con sus ofrecimientos de división de las posesiones españolas en los foros de negociación
internacionales, lo cual no resultó un obstáculo insalvable para que su nieto consolidase la
posesión de la Corona tras una habilidosa campaña publicitaria que promovía ante la opinión
pública paradójicamente la unidad de todos los reinos en el seno de la Monarquía Hispánica.
25Pese a todo, el espacio como instrumento de expresión propagandística en la Guerra de
Sucesión alcanzó su máximo simbolismo en el procedimiento de utilización de los lugares
sagrados como centros neurálgicos de la campaña encaminada a transformar dentro del
imaginario colectivo una crisis dinástica surgida entre dos linajes católicos en una “guerra de
religión”. Desde luego, principalmente los publicistas de la candidatura borbónica tuvieron la
capacidad de movilizar a la población conectando con el sustrato de los creyentes mediante la
difusión de los comportamientos atribuidos a las fuerzas armadas enemigas en los lugares de
culto. Sin género de dudas, la fuerza estimuladora que generaba en la captación de adictos la
divulgación de supuestos sacrilegios, ya fueran ciertos o no, motivaba que los dirigentes no se
mostraran escrupulosos en la propagación de las noticias que llegaban desde el campo de
batalla; en este sentido, prevalecía la búsqueda de una repercusión positiva en la opinión pública
por encima de la veracidad de los mensajes. De esta manera, el que los hechos narrados
pudieran ser falsos no reducía el impacto de la información siempre que sus diseñadores
consiguieran otorgarles verosimilitud; no en vano, los propios folletos felipenses reconocían que
muchos simpatizantes del Archiduque habían cambiado su parecer pasando al bando borbónico
una vez que conocieron las “iniquidades”54 esparcidas, ya fuesen reales o inventadas.
Ciertamente, el éxito publicitario obtenido en Castilla obligó a Carlos de Austria a emprender una
estrategia contrapropagandística destinada a desmentir las profanaciones que se adjudicaban a
las tropas aliadas, de forma que él mismo tuvo que combatir estas acusaciones mediante
manifiestos tales como el que dirigió a los españoles el 22 de diciembre de 1706 desde la ciudad
de Valencia:
Aunque las vozes divulgadas en Castilla en gazetas y manifiestos, de que huviesse dado Yo a las tropas de Inglaterra y Olanda iglesias públicas, donde se predicasse su religión eran dignas del mayor desprezio; no obstante siendo un punto que hiere tanto el zelo de un Príncipe Cathólico (de que devo preziarme tan particularmente, como hijo de la Augustísima Casa, que ha dado exemplo al Mundo en la pureza con que ha mantenido en todos tiempos la Religión Cathólica) me es precisso declarar quan falsas han sido estas supersticiones, pues en Cataluña, Aragón, y Valencia se ha mantenido el culto divino desde mi arrivo con la venerazión que siempre se ha practicado en tan religiosos payses, obrando en ellos las tropas estrangeras con tal orden, y disciplina militar, que jamás ha havido quexa alguna de la menor irreverencia a los templos, y cosas sagradas. Y poniendo a los pies de Jesuchristo las falsedades que sobre esto se han esparcido; protexto, que si creiesse había de resultar por cooperación mía a nuestra Sagrada Religión Cathólica el menor detrimento, no solo renunciara por escusarlo, el dominio de la Monarchia de España, pero aún de todo el Universo, apreziando más el dichoso nombre de fiel y amante hijo de la Iglesia, que todas las coronas del Mundo.55
26De igual modo, circularon diversos impresos austracistas negando las imputaciones
referidas a los ejércitos aliados siendo calificadas por sus autores como “invenciones infames de
franceses” que pretendían –según ellos– confundir a las personas sencillas e ignorantes con
“ficciones”56. Sin embargo, las tropas inglesas y holandesas no supieron modular en sus gestos
cotidianos diversas conductas que chocaban frontalmente con las formas exigidas por la
idiosincrasia española de manera que sus actitudes iban a otorgar visos de credibilidad a
cualesquiera otras que se les atribuyesen. Sirva como muestra de este proceder el talante
irrespetuoso que –según testimonios de la época– exhibió el Conde de Peterborough en el acto
de juramento de Virrey que hizo el Conde de Cardona, celebrado en una capilla valenciana,
donde el militar inglés demostró un comportamiento descortés dando la espalda al altar en
numerosas ocasiones, hablando con las mujeres o pasando por delante de las imágenes sin
arrodillarse57. Con estos alardes de irreverencia a la fe católica, quizás inconscientemente,
estaba preparando el camino para que los valencianos y los hispanos, en general, considerasen a
él y a sus soldados como unos obstinados “herejes protestantes”, lo cual dentro de la mentalidad
hispana era una de las fórmulas más rápidas para agenciarse detractores a la causa del
Archiduque58. No obstante, Carlos de Austria sí era consciente de que este tipo de conductas
perjudicaban seriamente sus intereses sucesorios; de ahí que desde el comienzo de la guerra, en
el manifiesto dirigido a los españoles desde Évora el 9 de marzo de 1704, ordenase para que
fuese conocido públicamente que los militares bajo su mando tenían prohibido saquear los
edificios religiosos59; un mensaje semejante trasladaría a los españoles en la proclama
elaborada en Lisboa el 14 de marzo de ese mismo año, en la que anunciaba que los oficiales y
soldados que turbasen la tranquilidad de los conventos, iglesias y casas religiosas serían
“castigados con el mayor rigor”60. Esta misma preocupación sobre los efectos adversos que
generaba el descontrol del ejército en los lugares sagrados la compartía Felipe V en la
preparación de las operaciones armadas que mantuvo en los territorios de la Monarquía
Hispánica; en concreto, durante la campaña en Italia prescribió a sus generales que observasen
el “respeto debido” a las iglesias y comunidades religiosas sin permitirse que cometieran
desórdenes en ellas bajo pena de muerte61. Es más, no se conformó con emitir la mencionada
orden en 1702, sino que además con el objetivo de que la población civil conociera las
intenciones del Rey ante cualquier eventualidad que pudiera producirse en los templos o
conventos puso carteles en lengua italiana en los espacios públicos con el texto que a
continuación se reproduce con el fin de dejar claro que en el caso que se produjeran hipotéticas
profanaciones serían contrarias a su voluntad62:
27Esta convicción compartida por ambos príncipes católicos en torno al protagonismo
propagandístico que tuvo en la Guerra de Sucesión el desarrollo del conflicto bélico en los
espacios religiosos explica el esfuerzo inversor que ambos bandos efectuaron para conquistar a
la opinión pública demonizando a los ejércitos aliados en un caso y, en el otro, con la finalidad de
defenderse de las múltiples acusaciones de sacrilegio que se les imputaban. A este respecto,
independientemente de que todos los hechos narrados en la publicística respondieran a la
realidad, o fueran inventados o, en su caso, magnificados, esta virtualidad es evidente que no
impedía que hubiesen sido verosímiles para la mayoría de los hispanos; por ello, los folletos
editados en las imprentas de España y de América a principios del Setecientos reprodujeron
abundantes testimonios de profanaciones supuestamente acontecidas, que fueron activando una
conciencia de “guerra de religión” entre diferentes sectores de la población63. En efecto, se
prodigaron las descripciones de una diversa tipología de sacrilegios que irritaban las
concepciones religiosas de los lectores o destinatarios; entre ellas se encontraban los relatos que
afirmaban que las tropas extranjeras del Archiduque habían convertido los templos en establos,
caballerizas64 y cuarteles65, que habían destrozado los altares66, las reliquias y las imágenes de
culto acuchillándolas67 o despedazándolas68, que habían bombardeado conventos69 y, por
último, que habían efectuado ultrajes al Santísimo Sacramento, entre otras conductas
irreverentes70. De cualquier forma, el agravio más grave para las creencias católicas de los
hispanos residía en los comportamientos irrespetuosos que realizaban con el cuerpo
sacramentado de Cristo; tanto era así que los súbditos de la Monarquía Hispánica se indignaban
y crispaban sus ánimos cuando les llegaban las noticias sobre las “sagradas formas” arrojadas al
suelo71 y pisoteadas por militares aliados o, también, de copones utilizados para brindar con
vino mosto, entre otras insolencias. Por ello, ante el capital publicitario que suponía para Felipe V
la rentabilización de los sacrilegios en favor de la captación de nuevos partidarios decidió
divulgar con detalle y reiteradamente en todos sus dominios europeos y americanos las
actitudes “herejes” de los componentes del ejército enemigo mediante la instauración en 1711
de una fiesta anual de Desagravios del Santísimo Sacramento regulada por una real cédula
dictada en Zaragoza el 1 de junio de ese año; de este modo, el monarca borbónico utilizó la
orden enviada a los virreyes, gobernadores y miembros de la jerarquía eclesiástica para difundir
sintéticamente las mencionadas profanaciones en todas las villas y ciudades hispanas:
Sagrado horror que ocasionaron las sacrílegas repetidas prophanaciones, con que los Enemigos inculcaron los Templos despedazando las Imágenes de Santos, de MARÍA Santíssima, de JESUCHRISTO Señor Nuestro, y lo que más estimula a dolor, y religiosa irritación, su mismo cuerpo Sacramentado
arrojado, y puesto en precio, y almoneda, he resuelto, para que queden recuerdos, que en la forma possible soliciten en cultos religiosos los Desagravios del mismo Christo Señor Nuestro SACRAMENTADO que en todas las Ciudades, Villas, y Lugares de mis Reynos, y Dominios, se celebren todos los años, el Domingo immediato al día de la Concepción de MARÍA Santíssima, una Fiesta de los Desagravios del Santíssimo SACRAMENTO, en manifestación del dolor, y sentimiento de las injurias, y ultrajes, que le fueron hechos por la barbaridad de los referidos enemigos, y que esta Fiesta se haga en la Iglesia Principal de cada Lugar patente el Santíssimo SACRAMENTO con missa votiva solemne de este Soberaníssimo Misterio, y conmemoración de la Dominica, y del Mysterio de la Pura Concepción de Nuestra Señora, con sermón a el Assumpto72.
28Sea como fuere la instrumentalización propagandística de los comportamientos de los
militares, resulta incuestionable que la mayoría de los sacrilegios procedían del deseo de los
soldados y oficiales de obtener el correspondiente botín que premiase de forma material los
esfuerzos que hacían en el campo de batalla; de ahí que ninguno de los dos bandos estuvieron
ajenos a la responsabilidad de saqueos y robos de templos y edificios de las órdenes religiosas
durante la Guerra de Sucesión. Cierto es que el aparato publicitario borbónico fue más hábil en
propagar la información sobre los hurtos efectuados por sus adversarios en los lugares sagrados;
sin embargo, se disponen de testimonios de cierta credibilidad que dejan constancia de
sustracciones que también llevaron a cabo las tropas de Felipe de Anjou en Castilla73 y en los
territorios de la Corona de Aragón74.
29Finalmente, en la campaña de demonización de las tropas aliadas se explicitaron los
ultrajes soportados por los clérigos y religiosas en las localidades ocupadas por los enemigos
mediante las recurrentes menciones a la violación de monjas75, a los golpes y tormentos
recibidos por los sacerdotes76, a las prisiones y destierros padecidos, así como a las heridas y
pérdida de vidas sufridas por los eclesiásticos77.
30En esta batalla publicitaria por la captación de partidarios, una vez que habían sido
divulgadas profusamente las conductas sacrílegas de los militares aliados, Felipe V se esforzó de
manera paralela en resaltar sus propias virtudes católicas con discursos en los que se
comprometía a la defensa de los templos ante las profanaciones que se estaban efectuando en
ellos; a modo de muestra, en el decreto dictado en Madrid el 24 de noviembre de 1705,
aseguraba a los españoles que expondría su integridad física y asumiría incomodidades, fatigas y
peligros con el fin de remediar estos “males” causados por los denominados “herejes”78. Este
alegato de protección activa de los espacios sacralizados realizado por el titular de la dinastía
borbónica procuraba conectar con una mentalidad social que de manera espontánea estaba
dispuesta a tomar las armas contra las tropas protestantes y, por tanto, a ofrecer su apoyo al
candidato que hiciera una apuesta más clara por la salvaguarda del patrimonio religioso
material. A esta predisposición popular al combate se referían diversas relaciones de sucesos; en
concreto, una de ellas mencionaba la respuesta armada ofrecida el 27 de noviembre de 1710 por
los vecinos de Toledo ante los rumores de una posible profanación del convento de San Agustín:
Después de esto corrió la voz de que los Hereges que estaban alojados en el Convento de San Agustín, le avían puesto fuego: y aquí fue Troya; porque los vecinos, unos con espadas; otros con arcabuzes; otros con las armas que tenían, acudieron con toda presteza, y a los Soldados que encontravan los iban matando, con que en menos de media hora quedaron despojados de la vida más de veinte y cinco de los Enemigos”79.
31De todas formas, la propaganda felipense no se conformó con implicar a las fuerzas
humanas en la preservación de los espacios sagrados, sino que extendió su radio de acción a los
poderes divinos mediante la difusión de milagros que castigaban los ultrajes cometidos por los
ejércitos del Archiduque a través de victorias como las de Brihuega y Villaviciosa80; entre ellos,
Luis Belluga –Obispo de Cartagena– se había encargado de propagar el prodigio de una imagen
de Nuestra Señora de Los Dolores de Monteagudo que –según él– sudaba y lloraba a
consecuencia de los “sacrílegos golpes, destrozos y ajamientos ejecutados en las Imágenes de
Cristo, María, y sus santos” por parte de los austracistas.
32Desde luego, con todos estos antecedentes el conflicto bélico había supuesto una ruptura
con el principio de la inmunidad eclesiástica de manera que las necesidades militares y de
persecución de los sediciosos habían originado que los edificios religiosos hubiesen dejado de ser
un refugio seguro para las personas que buscaban protección en ellos ante las arbitrariedades de
los poderes político y militar.