La Guerra De

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    ELASTROESPANTOSOGUSTAVELEROUGE

    PRIMERA PARTE

    LOS INVISIBLES

    I

    ZARUK

    -No puede usted figurarse, master Jorge Darvel -dijo el naturalista Rodolfo Pitcher-, lo que mis

    amigos, el capitn Wad y el ingeniero Bolenski, van a alegrarse de su llegada. Le esperan a ustedcon la mayor impaciencia. Si supiera lo que nos ha costado dar con usted!

    -Todava me estoy preguntando cmo han podido ustedes conseguirlo.

    -Nos gui una carta suya, ya antigua que encontramos entre los papeles de su hermano a raz de lacatstrofe de Chelambrum.

    Fue la ultima que le escrib -murmuro tristemente el joven,- despus no he vuelto a tener noticiassuyas...

    -No se aflija usted as. An no hay nada definitivo. Cuanto puedan la ciencia y el oro ser puesto a

    contribucin para salvarle, si todava es tiempo, se lo juro.

    -Pero volvamos a la carta -sugiri Rodolfo Pitcher, intentando disimular la honda emocin de que erapresa-. Estaba fechada en Pars, pero no llevaba direccin. Hablaba usted de sus estudios, lo que, anosotros, habr usted de reconocer slo poda damos muy vagos indicios, pero miss Albertina queraconocerle a todo trance, y bien sabe usted que la joven millonaria es de una terquedad perfectamenteanglosajona. Sus agentes han visitado, uno por uno, todos los colegios, todos los liceos, hanmultiplicado los anuncios en los peridicos...

    -A no ser por una casualidad verdaderamente providencial, todo ello hubiera sido intil. Yo habapasado los ltimos exmenes de mi carrera, buscaba un destino de Ingeniero en el Extranjero, ygracias a mi ttulo de la Escuela Central...

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    -Encontr usted el destino! Pero es preciso que le ponga al corriente. Usted no conoca an laextraordinaria aventura de su hermano nada ms que por los relatos de la prensa.

    -He ledo la traduccin de los mensajes interastrales. Tambin s que miss Albertina se ha retirado dela sociedad y hace una vida absolutamente solitaria.

    -Cuando por desdicha se comprob que las seales luminosas haban quedado definitivamenteinterrumpidas, miss Albertina nos llam al ingeniero Bolenski y a m. Amigos mos -nos dijo-, estoydesesperada, pero no vencida. Puesto que Roberto Darvel ha encontrado medio de llegar al planetaMarte, es preciso que nosotros lo hallemos tambin y lo hallaremos, aunque para ello me vieseobligada a sacrificar mi fortuna. Cuento con ustedes.

    Y luego aadi -prosigui modestamente el naturalista- que en todo el mundo no hubiera podidoencontrar tres sabios de un talento ms original, de una inventiva ms...

    Rodolfo se ruborizaba como un colegial y se embarullaba al pronunciar estas frases laudatorias quese vea obligado a dirigirse a s mismo.

    -En fin -concluy, comprender usted que aceptamos con entusiasmo. Era una ocasin que novolvera a ofrecrsenos.

    Miss Albertina nos ha concedido un crdito ilimitado, nos ha encarecido que no omitamos gastoalguno cuando se trate de algo interesante. Pocos sabios se ven favorecidos. Desde ahora es ustedde los nuestros. Trato hecho.

    Jorge Darvel, loco de contento, balbuce las gracias, que Pitcher interrumpi con un enrgico apretnde manos.

    -Djese usted de gracias -murmur-. Al asociarle a nuestros trabajos pagamos una deuda sagradacontrada con el recuerdo de nuestro amigo, el glorioso sabio a quien volveremos a encontrar algn

    da estoy seguro de ello.

    Permanecieron ambos unos momentos como abrumados por el peso de sus ideas, y siguieron luegocaminando en silencio bajo la frondosa sombra de los alcornoques, los algarrobos y los pinos deAlepo, que forman, en su mayor parte, la extensa selva de Krumiria.

    En aquel instante seguan uno de los senderos que surcan la abrupta regin situada entre Ain-Draham y la Chicaia.

    Para que su amigo pudiera admirar esta pintoresca comarca, Pitcher haba propuesto que fuesen apie; a veinte pasos les segua un mulo de carga, con los equipajes, y conducido por un negro.

    Aquel feraz rincn tunecino es tal vez uno de los ms hermosos paisajes del mundo.

    El sendero del bosque pavimentado de anchos asperones rojos, cubiertos de aterciopelado musgo,serpenteaba a travs de una regin salpicada de valles y colinas que, a cada revuelta, sorprenda conun nuevo panorama.

    Ya era un ued -ro- bordeado de chumberas y esbeltos laureles rosas, y que haba que vadear por ellecho, cubierto de grandes piedras relucientes; bien extensos pramos -verdadera maraa de mirtossalvajes, madroeras y brezos de la altura de un hombre- que, bajo los abrasadores rayos del sol,exhalaban enervantes emanaciones.

    Aqu una ruina romana apoyaba sus vacilantes volutas en la ladera de una colina, y viejos olivos,

    contemporneos de Apuleyo y San Agustin, hundan sus races en los ptreos bloques y sacudansus delgadas hojas como una cabellera sobre el frontn de un templo. Ms all una corpulenta

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    higuera, cuyo tronco inclinaran los vientos, formaba por s sola un bosque poblado de pjarosdiversos, camaleones y lagartos; y a veces, en la misma copa del aoso rbol, cuyas ramas,suavemente inclinadas, formaban cmodos senderos, vean se los cuernos y la barba de algunacabra que se estaba dando un atracn de higos.

    Luego reapareca la selva, cuyas profundas perspectivas se perdan en una niebla azulada, y cuyas

    quebraduras, graciosamente escarpadas, simulaban abismos de follaje.

    Los pinos y las encinas, de hojas suavemente grises, erguan sus esbeltas y vaporosas siluetas, enmedio de las cuales surga bruscamente la ruda nota de un haya roja o un lamo de Italia, con sushojas de blanca seda eternamente trmulas.

    Pero donde el espectculo lograba todo su mgico esplendor era en las vias, vueltas, al cabo de lossiglos, al estado salvaje, y que, desde el hmedo fondo de las torrenteras hasta las cimas de losrboles ms altos, lanzaban, como una lluvia de fuegos artificiales, pmpanos y cepas de prodigiosariqueza.

    Era un derroche de lujuriantes frondosidades, a cuya vista se creera que toda la tierra ha de ser

    invadida algn da por esta impetuosa corriente de savia.

    A una altura que produca vrtigo, los sarmientos fingan elegantes fuentes, festoneadas hamacas enque se columpiaban a millares las azules zuritas y las trtolas, blancas y rosadas, que huan entrebatir de alas y greguera de pos cuando sobre ellas se cerna la oscura sombra de un buitre, quetrazaba amplios crculos sobre el azul del cielo.

    En los lugares pantanosos corran manadas de jabatos entre las agudas lanzas de los caaverales, y,con largos intervalos, resonaba el aullido de la hiena, semejante a una risa sarcstica que se vaalejando a medida que uno se acerca.

    Sera preciso describir ahora el atractivo de aquella naturaleza virgen, la flexible y altiva corpulenciadel bosque que la floresta engalanaba, y esa pertinaz fragancia de mirto y laurel rosa, que es como elembalsamado aliento de la mgica selva.

    -Mire usted esas vias! -exclamo Rodolfo Pitcher con admiracin-, esas cepas que acaso tengan milquinientos o mil ochocientos aos; todava en el otoo se las ve cargadas de excelentes racimos;prensndolos se hallaran, sin duda, los perdidos zumos con que se embriagaban los romanos de ladecadencia, los vinos que, mezclados con nieve, servan a Trimalcin en crteras de oro...

    Jorge Darvel no replic por el momento; sus preocupaciones le alejaban de aquellas reminiscenciasclsicas en que se deleitaba el erudito Rodolfo Pitcher.

    -Cmo es -pregunt de pronto el joven- que se encuentra usted en la regin tunecina? Ms bien seme hubiera ocurrido buscarle en la India o en Inglaterra.

    -Miss Albertina ha escogido precisamente este pas casi ignorado, apenas visitado por los turistas,para despistar a los curiosos, y a causa tambin de la bondad del clima. Aqu estamos seguros deque nadie vendr con ftiles pretextos, a distraemos de nuestros trabajos. Estamos al abrigo deperiodistas, fotgrafos, hombres de mundo, y en fin, de cuantos yo llamo enrgicamente ladrones detiempo. Gozamos aqu de la profunda paz de un alquimista, en cualquier abada medioeval, peroque estuviese provista del instrumental cientfico ms completo, ms poderoso de que jams sabioalguno haya dispuesto en el mundo.

    Tiempo atrs, y durante una travesa de su yate Conqueror, tuvo miss Albertina ocasin de visitar la

    Krumiria, de la que conserva maravilloso recuerdo. Hace unos meses compr, por mediacin de sucorresponsal en Malta, la villa de los Lentiscos, maravilloso palacio rabe situado en pleno bosque;

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    fue una locura de un banquero siciliano, encarcelado despus como encubridor de la Mafia, y quetuvo el capricho de hacerse construir ese edificio en este desierto. En fin, dentro de poco podr ustedjuzgar por si mismo.

    Ya estamos llegando. Mire usted a su izquierda: aquella mole blanca es la villa de los Lentiscos...

    -Ver a miss Albertina! -exclam Jorge Darvel-. Podr expresarle toda mi gratitud por sus heroicosesfuerzos para mi hermano!

    -La ver usted seguramente, pero no hoy ni maana; ni siquiera me ha dado usted tiempo paradecirle que no volver hasta ya bien entrada la semana. Hace quince das que sali de aqu; losintereses de su explotacin minera reclamaban imperiosamente su presencia en Londres.

    -Vaya por Dios! -murmur el joven, un poco decepcionado.

    -A propsito de minas: ya sabe usted que el yacimiento de oro descubierto por su hermano no hadejado, ni por un instante, de dar los ms prodigiosos rendimientos. Es el propio Pacto lo quedesemboca en las arcas de miss Albertina. Los gastos de nuestro laboratorio no son ms que una

    gota de agua sustrada a ese desbordante torrente de riqueza.

    Un grito ahogado interrumpi bruscamente a Rodolfo Pitcher, al mismo tiempo que una bandada depjaros despavoridos abandonaba las ramas para alejarse en tumultuoso vuelo.

    -Es Zaruk, mi negro, que tiene miedo; voy a ver. Es de advertir que se asusta muy a menudo, porcualquier cosa.

    De pie, en medio del sendero, Zaruk permaneca inmvil, como petrificado por el temor; su rostrohaba pasado del negro intenso a un gris lvido; sus facciones contradas, su agitado pecho,revelaban inmenso espanto.

    Entonces observ Jorge que el negro era ciego: sus protuberantes pupilas estaban veladas por unatelilla blanquecina; pero aquella enfermedad no haca odioso ni repulsivo su semblante; su frente eraamplia y abombada, sus trazos regulares, la nariz recta y pequea; sus labios, finalmente, no tenanese grosor que imprime a la fisonoma una expresin brutal.

    A todo esto, Rodolfo se haba acercado.

    -Qu te pasa, mi pobre Zaruk? -le pregunt afectuosamente- No te crea tan miedoso! Qu, andapor ah alguna pantera?

    Zaruk, muy emocionado an para responder, hizo un signo negativo con la cabeza. Temblaban susmiembros bajo el albornoz de lana blanca en que se envolva, y oprima con nerviosa mano la brida

    del mulo, - cosa extraa!- pareca compartir el pavor del negro: respingaba, y frecuentesestremecimientos recorran su cuerpo.

    -Que cosa ms rara! -dijo Jorge al odo de su amigo-. Y esa huida de los pjaros, hace unmomento?

    -No s qu pensar, -repuso el naturalista, mirando en tomo con inquietud-. Evidentemente, Zaruk hapresentido un peligro; pero cul? Fuera de algunos escorpiones agazapados bajo las piedras, y deunos cuantos gatos monteses, el bosque de Ain-Draham1 no encierra animales dainos.

    -Pero, y las hienas?...

    1Enrabemanantialdeagua

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    -Son las bestias ms cobardes, ms miedosas; nunca atacan al hombre. Zaruk no es capaz deasustarse por tan poco.

    -No hace mucho, si no he odo mal, hablaba usted de panteras...

    -Son rarsimas en la regin tunecina, aun en el Sur. A veces pasan cinco o seis aos sin que se coja

    una sola. Aparte de que Zaruk, que ha nacido en el Sudn, de donde las caravanas Chambaa lellevaron muy nio a Gabs, no temera ms a las panteras que a las hienas. Tiene que ser otra cosa.

    -Pronto lo sabremos. Zaruk empieza a serenarse.

    -Ea! -continu Pitcher volvindose hacia el negro-, hablars ahora? Ya sabes que a nuestro ladonada tienes que temer. La verdad es que te crea ms valiente.

    -Seor, -replic el negro con voz ahogada-, Zaruk es valiente, pero t no puedes figurarte... Esterrible! Zaruk no tiene miedo de las bestias de la tierra ni de los pjaros del cielo; pero tiene miedode los malos espritus!

    -Qu quieres decir?

    -Seor; te lo juro por Dios vivo y misericordioso, por la venerable barba de Mahoma Profeta de losprofetas: j acaba de rozarme el ala de uno de los djinns, acaso del mismo Iblis!...

    Toda la sangre ha refluido a mi corazn... No he tenido ms que el tiempo justo para pronunciar tresveces el sagrado nombre de Al, que hace huir a los djinns, a los gulas y a los afritas... Durante unsegundo se ha dibujado en las tinieblas que me rodeaban, como con trazos de fuego, una faz que hahuido rpidamente, llevada por sus alas... S, seor; lo aseguro; ha sido un segundo: lo he visto!

    -Cmo has podido ver t tal cosa? -interrumpi Rodolfo Pitcher con tono de incredulidad-. Nosotros,que vemos, no hemos advertido nada. Sin duda has sufrido alguna alucinacin, como los que se

    emborrachan de dawamesk o de opio. Vamos, bebe un trago de buka2

    para tranquilizarte, y djate demiedos ridculos.

    El negro cogi con visible contento la cantimplora que Rodolfo le ofreca, y bebi con avidez; luego deun momento de silencio:

    -Estoy seguro de que no he soado, -dijo lentamente-; t y tu amigo el francs habis visto cmo hanlevantado el vuelo los pjaros, y el mulo se ha detenido todo tembloroso, como si se acercase el len;porque tambin estos animales se han asustado.

    No pudiera ser que, por voluntad omnipotente de Al, el mal espritu se haya hecho por algunosinstantes visible a mis pupilas, a fin de advertirme de algn peligro?

    -Por mi parte insisto en que has debido de sufrir una alucinacin; llevado de tu miedo, has dado, sinadvertirlo t mismo, un brusco tirn de las bridas, que ha espantado al mulo, y como al mismo tiempopasaba un buitre...

    Zaruk movi la cabeza sin responder, dando as a entender que no le convenca la explicacinracionalista de Rodolfo Pitcher, y que se obstinaba en su creencia en el djinn.

    Nuevamente emprendieron la marcha; pero ahora el negro se aproxim a sus dos compaeros, comosi tuviese un retorno agresivo de la terrible aparicin.

    Por lo que a Pitcher se refiere, estaba completamente tranquilo.

    2Aguardientedehigos

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    -Zaruk -explic Jorge, cuya curiosidad se haba excitado en grado sumo- es el mejor y el ms fiel delos criados. Su ceguera no le impide prestamos grandes servicios. Como muchos de los que padecenel mismo defecto est dotado de un odo exquisitamente sensible as como su olfato y su tacto. Ennuestro laboratorio conoce con exactitud el lugar que ocupa cada objeto, y lo encuentra siempre, sinincurrir en error ni torpeza. Incluso se da cuenta de ciertas circunstancias del mundo exterior, de lasque los dems hombres no tienen otra nocin que la que les dan sus ojos. An no he podidoexplicarme mediante qu fugaz serie de sensaciones, por qu sutiles asociaciones de ideas puedeconseguirlo.

    Sin dudar ni un momento, dir cundo pasa una nube ante el sol, y, si son varias, hasta lograrcontarlas. Le hemos llevado de caza, provisto de su correspondiente escopeta, y su destreza nos hamaravillado. Cuando entra en alguna parte reconoce, sin la menor vacilacin, a las personas aquienes solamente ha visto una vez.

    -Todo eso es realmente asombroso, -dijo Jorge-, pero no en absoluto inexplicable he odo citarinnumerables hechos anlogos.

    -Ya tendr usted tiempo de estudiar por s mismo este caso. Zaruk es, en verdad, un prodigio, muchoms de lo que usted se figura. Momentos hay en que me siento tentado a creer que, bajo el velo quelas cubre, sus pupilas son sensibles a los rayos oscuros del espectro, invisibles para nosotros, a losrayos X, y tal vez a otras irradiaciones ms dbiles y ms tenues. Por qu, despus de todo, nohaba de ser posible tal cosa?

    Jorge reflexion un instante, evidentemente interesado por aquella atrevida hiptesis. -En ese caso -pregunt a su vez-, cmo es que no se le ha ocurrido a usted operarle la catarata?

    -Ya haba pensado en eso el capitn Wad; pero Zaruk se ha negado, a ello obstinadamente.

    Los dos amigos continuaron su camino en silencio; tras ellos el negro tarareaba una de sus

    interminables y tristes melopeas con que los camelleros entretienen las interminables travesas deldesierto. A pesar suyo, Jorge estaba impresionado por aquel aire montono en que las mismas notasse repartan indefinidamente y que parecan imitar la desgarradora queja del viento en lasmelanclicas llanuras del Sahara.

    -Sabe usted -dijo riendo a Pitcher- que lo que acaba usted de decirme no es muy tranquilizador quedigamos? Si Zaruk posee verdaderamente -como esos murcilagos que, con los ojos ciegos, vuelanen lnea recta y saben evitar los obstculos- una sensibilidad tctil tan asombrosa, debe de haberalgo de verdad en la aparicin, invisible para nosotros, que le ha espantado.

    -Quin sabe! -murmur el naturalista, que se haba quedado pensativo-. Siempre habremos devolver a la frase de nuestro Shakespeare, segn la cual hay en el cielo y en la tierra ms cosas de las

    que nuestra dbil imaginacin puede concebir. Acaso Zaruk sea uno de los precursores de unaevolucin del ojo humano, que, de aqu a unos centenares de siglos, y acaso mucho antes, advertirirradiaciones que no existan en los comienzos del mundo. Ya hay sujetos que, en estado hipntico,ven lo que ocurre a distancia o al otro lado de una espesa pared; y, sin embargo, en el momento enque ejercen esa agudsima facultad de visin, tienen los ojos cerrados. El da en que la ciencia lleguea edificar sobre esta base una tesis slida...

    Rodolfo Pitcher no acab de formular su pensamiento. Hubo un nuevo silencio.

    -Qu es eso de los djinns? -pregunt Jorge de pronto-. Le confieso a usted que sobre ese punto miignorancia es completa. El estudio de las ciencias me ha hecho descuidar el de la mitologamahometana.

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    -Otro tanto pudiera yo decirle; pero Zaruk va a instruimos. Si se pone a hablar de esto, no acaba.Como todas las gentes del desierto, tiene la imaginacin henchida de esos maravillosos relatos quese hacen en tomo a la fogata del campamento, en todas las caravanas. Zaruk!

    -Seor -dijo el negro, avanzando con una premura en que no se adverta nada de servil-, he odo lapregunta de tu amigo. Pero, no ser imprudente hablar de esos terribles seres cuando quiz rondan

    aun en tomo nuestro?

    -No tengas cuidado. No me has dicho que la fuerza de sus alas puede transportarlos en unascuantas horas a millares de leguas?

    Esta observacin, al parecer, complaci mucho al negro.

    -Sin duda -replic, lanzando un suspiro de alivio-. Cierto es, y yo no he mentido; aparte de que, noestoy bajo la proteccin del Dios invencible y misericordioso?

    Y continu con voz gangosa y cantarina:

    -Los djinns son los espritus invisibles que habitan el espacio extendido entre el cielo y la tierra; sunmero es mil veces mayor que el de los hombres y los animales.

    Los hay buenos y malos, pero stos son, con mucho, los ms. Obedecen a Iblis, al que dios haconcedido completa independencia hasta el da del juicio final. El sabio rey Suleyman (Salomn), quees tambin reverenciado por los judos y los infieles, recibi de manos de Dios una piedra verde debrillo deslumbrador, que le daba el poder de dominar a los malos espritus; stos se le mostraronperfectamente sumisos hasta su muerte, y los emple en la construccin del templo de Jerusaln;pero, luego que el soberano muri, se dispersaron por el mundo, donde cometen todo linaje decrmenes...

    Sobre este tema, Zaruk, como todos los rabes del desierto, era inagotable.

    Jorge Darvel y su amigo Pitcher se guardaban muy bien de interrumpirle, y le dejaban enumerar,complacidos, las diversas variedades de djinns, afritos, togules u ogros, gulas y otros seresfantsticos dotados de un poder tan temible como maravilloso.

    Al orle experimentaban el mismo placer que, cuando nios, les causara la lectura de Las Mil Y UnaNoches.

    Lejos se hallaban, en verdad, de las elevadas teoras cientficas que momentos antes discutan; nopodan por menos de sonrer ante la gravedad con que Zaruk les narraba las maravillosas fbulas alas que prestaba ciega fe.

    Entonces el negro, con la facilidad que poseen los orientales para los idiomas, se expresaba, adespecho de sus barbarismos, en un francs muy claro; como casi todos los rabes, era un narradorde nacimiento.

    An se hallaban Rodolfo y Jorge Darvel bajo el encanto de su palabra, cuando, a la vuelta de unmacizo de almendros y algarrobos, se encontraron frente a la villa de los Lentiscos.

    II

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    LA VILLA DE LOS LENTISCOS

    Construida en el centro de un profundo valle, la villa de los Lentiscos surga como una isla demrmol blanco entre un verdadero ocano de flores y plantas. Era un grandioso ensueo, convertidoen realidad por el poder del oro.

    Todas las maravillas de la arquitectura rabe haban sido puestas a contribucin, armoniosamentecombinadas con cuanto el estilo veneciano, que tanto tiene de oriental, ofrece de ms noble ymagnfico en sus lneas, de ms deslumbrante en su color.

    Los pintados ladrillos, imitados de los azulejos3 de la Alhambra, los mosaicos, que fingan suntuososbrocados, hacan resaltar con mayor limpidez la blancura de las esbeltas columnas que sustentabanlas galeras, soberbiamente cinceladas por escultores trados a precio de oro de Marruecos y Bagdad.

    Los dorados tejadillos, las azuladas cpulas que relucan al sol, parecan envolver al palacio en unnimbo irreal, en un ambiente de ensueo.

    Aquello era demasiado bello para ser verdadero; no se poda menos de pensar que una racha deviento iba a disipar la radiante aparicin, como si fuese uno de esos efectos de espejismo, tanfrecuentes en los arenales del desierto, que simulan aguas y vegetaciones.

    Obedeciendo las rdenes de Albertina, los aosos rboles de la selva haban sido respetados; unsolo claro -en la direccin Norte- dejaba ver las amarillentas arenas de la lejana costa y la superficiedel Mediterrneo, que se apareca como una estrecha faja de un azul ms intenso que el del cielo,sobre cuyo fondo se dibujaba.

    Jorge Darvel se haba quedado inmvil, presa de una admiracin que casi rayaba en estupor.

    En su ideal perfeccin, la villa de los Lentiscos no le recordaba nada de cuanto haba visto, nisiquiera ledo, si se exceptan, acaso, los milagrosos dominios de Arnheim, en cuya descripcin tantose deleit la pluma de Edgard Poe.

    -Me parece -replic Jorge- que, al lado de esta villa, el palacio de Aladino no deba de ser ms queuna mala casucha, una covacha y repugnante.

    -No hay que exagerar, amigo mo -respondi Rodolfo con singular mezcla de vanidad y modestia-.Pero es lo cierto que la villa de los Lentiscos rene y compendia en s los esfuerzos y lasconquistas de tres civilizaciones. La elegante nobleza del arte italiano se une al indolente lujo de los

    rabes, y, finalmente, las meticulosas exigencias del confort britnico han venido a completar la obra.

    -Si no veo mal, parte de la techumbre est construida de vidrio.

    -S; es nuestro laboratorio, instalado sobre la ms amplia de las terrazas. Tambin hemos utilizadouna de las cpulas para instalar nuestro telescopio, y todo ello sin perjudicar en lo ms mnimo lalnea arquitectnica de la magnfica vivienda. Nadie sospechara que este palacio de cuento de hadases uno de los arsenales ms abundantemente provistos de moderno material cientfico. Va usted ajuzgar por s mismo.

    3Encastellanoeneloriginal

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    Durante esta conversacin, el ciego Zaruk haba abierto las hojas de una alta puerta de cedro conarabescos herrajes, que daba acceso a un espacioso vestbulo, con pavimento de mosaico, y cuyotecho sustentaban estriadas columnas. De la bveda penda una antigua lmpara turca de cobrelacrado y con dibujos tan complicados como algunos viriles gticos.

    Este vestbulo comunicaba por una triple arcada rabe con el patio4, vasto recinto interior plantado de

    naranjos, limoneros y jazmines, y cuyo ambiente refrescaba el surtidor de una fuente monumentalrematada por una ninfa de bronce.

    Cercaba el patio un claustro de frgiles columnatas, y, en el pie, varios sillones de cuero de Venecia ymuelles divanes ofrecan asilo contra el calor; era, en fin, un lugar cuyo silencio, turbado tan slo porel murmullo del agua, invitaba a la meditacin y al ensueo.

    Surgi una joven, vestida de lienzo crudo y de cuyas orejas pendan pesados anillos.

    -Jarifa -djole el naturalista-, vas a ensear a este caballero la habitacin que le han preparado, yluego le llevars al laboratorio, donde yo estar esperndole. Da las rdenes precisas para quenuestro husped sea provisto de cuanto necesite.

    Jorge mir a la joven. Su tez levemente bronceada, sus grandes ojos, negros y almendrados, su narizaguilea, sus labios algo contrados, y los azulados tatuajes que se vean en su frente y sus brazos,indicaban claramente su origen.

    Representaba de quince a diecisis aos, y era, en su gnero, una cumplida belleza.

    -Jarifa -explic Pitcher en voz baja-, es hija de un jeque nmada de la Chiaia. Miss Albertina la asistiy cur cuando tuvo la viruela, que es una de las enfermedades que ms estragos hacen entre losrabes; desde entonces, la muchacha no se ha separado de su bienhechora, a quien pertenece encuerpo y alma. Es una especie de esclava voluntaria, una humilde amiga en quien miss Albertina hadepositado toda su confianza. Jarifa es jovial, amable, encantadora, y nos presta grandes serviciospor su incesante vigilancia y su sentido prctico, muy desarrollado. Es un ejemplo de lo que pudieranllegar a ser los rabes, si nos dirigisemos a su inteligencia y a su corazn, en lugar de saquearlos yembrutecerlos como todava ocurre con lamentable frecuencia.

    Jorge sigui a su gua hasta una amplia habitacin del segundo piso, cuyas ventanas ojivales,provista de pintadas vidrieras, daban a un balcn que dominaba la campia.

    La habitacin estaba decorada con lujo que en nada estorbaba a la comodidad ni a la sencillez, loque sorprendi grandemente a Jorge. Las paredes, revestidas de cermica, con brillantes arabescos,y el techo, ligeramente abovedado, tenan los ngulos suavizados por graciosas curvas, donde nopodan hallar asilo el polvo ni los microbios. Cortinajes formados por perlas de Murano amenguaban

    la intensidad de la luz, sin interceptarla; finalmente, los muebles, construidos con arreglo a los dibujosde un discpulo de Crane, eran de cobre dorado o de porcelana, conforme a la moda que comienza aimperar en los salones de algunos multimillonarios.

    Polcromas flores de cristal velaban el resplandor de las bombillas elctricas, y una abundantebiblioteca contena, en volmenes soberbiamente encuadernados, las ms recientes publicaciones dela ciencia y las inmortales creaciones de los grandes poetas.

    Un amplio tocador, contiguo a esta habitacin, contena cuanto puede pedirse en punto a baos: frosy calientes, elctricos y de luz.

    Todo ello era de impecable gusto y regia sencillez.

    4Encastellanoeneloriginal

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    -Aqu estars muy bien -dijo Jarifa riendo sonoramente, con lo que dej ver sus blancos dientes-. Ahtienes el telfono, y ese es el timbre con que podrs llamar a los criados a cualquier hora del da o dela noche: que los necesites. Pero, no tienes hambre? No quieres tomar algo?

    -Muchas gracias. He almorzado muy bien en Tabarka.

    -Perfectamente. Te dejo.

    Desapareci, ligera y grcil, como las gacelas del desierto, a quienes: se asemejaba en los grandesojos dulces y pensativos.

    Cuando se qued solo, Jorge Darvel tom un bao, cuyo beneficioso efecto le hicieron apreciar mejorel calor y el polvo del camino; luego sustituy su ropa de viaje con un pijama, y baj al patio.

    All encontr a Jarifa, que le sirvi de gua hasta un laboratorio que ocupaba por s solo la msespaciosa terraza de la villa. Era un gigantesco cubo de cristal, formado por grandes vidrios unidospor cuatro columnas y otras tantas vigas de acero. Se llegaba all por una especie de rampa interior.Gruesas cortinas de fieltro permitan producir a voluntad, por la sola impresin de un botn elctrico,

    el da o la noche, la claridad ms radiante o las ms impenetrables tinieblas.

    Aunque Jorge Darvel conoca los laboratorios mejor instalados y provistos de Pars y Londres, advirtiall multitud de aparatos cuyo uso desconoca, o que, por lo menos, nunca haba visto.

    Haba all placas fotogrficas de varios metros cuadrados de superficie, espejos de un azogueespecial que permita conservar distintivamente, por algunos minutos, las ms fugitivas imgenes delas nubes y de los pjaros.

    Hacia el firmamento se levantaban enormes tubos y potentes micrfonos, que llevaban, en casonecesario, hasta el odo de los experimentadores los ms imperceptibles rumores del cielo y de latierra.

    An vio el joven ms aparatos desconocidos, formados por espejos lenticulares unidos a enrgicaspilas y frascos tubulares llenos de lquidos multicolores.

    El laboratorio comunicaba por medio de una escalera de caracol con otro anejo, en que se hallabanlos armarios que contenan los productos qumicos, los poderosos hornos elctricos y las cmarasfrigorficas, as como la biblioteca, muy rica en preciosos incunables de los alquimistas y loscomentadores del Talmud.

    En conjunto, era aquello una instalacin nica y maravillosamente completa.

    Al entrar en aquel santuario de la Ciencia, Jorge Darvel permaneci algunos momentos como

    sobrecogido, presa de respetuosa emocin.

    Rodolfo Pitcher se apresur a unirse a l.

    -Mi querido amigo -le dijo-, desde hoy es usted de los nuestros. Voy a presentarle a nuestroscolaboradores, los abnegados amigos de su ilustre hermano, el capitn Wad y el ingeniero Bolenski.

    A estas palabras, dos personajes, que vestan largas blusas de laboratorio, y que, ayudados porZaruk, decantaban en una gran cubeta de cristal el contenido de una bombona, abandonaron su tareay se apresuraron a acudir.

    Ofrecan el ingls y el polaco peregrino contraste: el ingeniero Bolenski, alto, con ojos de un azul muy

    claro y poblada barba de un rubio plido, era expansivo y animado; en cada una de sus palabras se

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    revelaban todos los aspectos impulsivos del carcter eslavo: franqueza, locuacidad, imaginacinrpida y atrevida hasta la temeridad.

    El capitn Wad, de mediana estatura, con largos bigotes ya algo grises y ojos negros de expresincasi dura, era rgido, glacial, reservado. Sus gestos -muy raros- tenan una precisin automtica.Fcilmente se adivinaba que deba de ser severo y lgico consigo mismo hasta en las palabras ms

    insignificantes; pero bajo esta apariencia un poco ruda, el Capitn era el hombre ms leal y generosodel mundo.

    Con verdadera cordialidad, estrech la mano de Jorge en un apretn completamente britnico,prenda de simpata y adhesin.

    -Esto, amigo Darvel -dijo Rodolfo Pitcher- no es un simple cumplido. El Capitn no dice nada a laligera, sino que pesa el sentido de cada una de sus palabras, y es muy parco en semejantesprotestas de amistad.

    Por lo que hace al ingeniero, pareca loco de alegra, y no quitaba ojo al joven que, muy azorado, sedeshaca en expresiones de agradecimiento.

    -Cmo se parece el seor Darvel a su hermano! --exclam el polaco con emocin-. Esverdaderamente asombroso! Me parece estar viendo al pobre Roberto cuando vivamos juntos en eldesierto siberiano. Al encontrarme ahora con Jorge, el corazn me ha dado un salto en el pecho.

    Aunque me haban avisado de su llegada, no he podido por menos de pensar que era nuestroquerido gran hombre el que vena, y he credo ver surgir, triunfante, al explorador del cielo, alconquistador de los astros.

    Hubo un momento de silencio: todos ellos pensaban lo mismo.

    -Creen ustedes, seores -dijo Jorge al cabo de algunos minutos de vacilacin-, que mi hermano viva

    todava, que logre volver a la tierra?

    -Creo firmemente -respondi el capitn Wad con grave tono- que su hermano vive an.

    -Pero y esas seales bruscamente interrumpidas? -observ el joven con tristeza-. Confieso que nopuedo compartir la confianza, la fe de ustedes... Quisiera equivocarme, se lo juro; y sin embargo...

    -Bah, bah, joven amigo! -interrumpi el polaco con voz estentrea-. El que las seales habancesado, nada prueba. Puede ocurrir perfectamente que nuestro amigo viva, sin que por ello poseamedio alguno de comunicarse con la tierra. Este gnero de correspondencia nos es muy difcil anosotros mismos. Vamos a razones: Roberto Darvel ha conseguido llegar, sano y salvo, al planetaMarte, y ha adquirido sobre sus habitantes la supremaca necesaria para establecer esas lneas

    luminosas que hemos podido fotografiar. Qu razn hay para suponer que haya perecido? Ninguna.

    -Sin embargo -insisti an el joven-, no significa nada la extraa historia de su cautiverio en poderde los Erloors, a partir del cual no han reaparecido las seales?

    -Tal cosa no se ha podido probar. Lo ms lgico es suponer que Roberto ha escapado al peligro,puesto que ha podido avisrnoslo.

    El polaco se refera a un suceso muy anterior.

    -Pero an hay ms -dijo, a su vez, el capitn Wad-. No es posible que Roberto Darvel haya muerto;misteriosas y profundas causas abonan el xito de tan inaudita aventura: tal tentativa no puede haber

    sido estril. La fuerza consciente que gobierna los mundos, y rige, con la ms rigurosa lgica, losfenmenos de la naturaleza, no puede haber permitido que tal viaje sea intil! Acsenme, si se

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    quiere, de misticismo; pero yo creo que era necesario, de toda necesidad -iba a decir de todaeternidad- que Marte y la Tierra, los dos planetas hermanos, llegaran a comunicarse; que eranecesario que Roberto Darvel triunfase, como asimismo es necesario que vuelva a la Tierra paraenriquecerla con toda la ideologa, con toda la ciencia de un Universo nuevo. Esto es para m unaverdad tan clara y transparente como un teorema de Euclides...

    El capitn Wad, tan fro momentos antes, haba pronunciado estas frases con un entusiasmo y uncalor tan comunicativos, que Jorge casi lleg a persuadirse del providencial papel que a su hermanose atribua con respecto al destino de los dos planetas.

    -Aparte -aadi Pitcher con su flema habitual- de que no esperaremos que Roberto Darvel venga areunirse con nosotros, sino que iremos a buscarle muy pronto.

    -Han encontrado ustedes medio para ello? -balbuce Jorge, que, poco a poco, se iba sintiendoconquistado por la ardiente fe de los dos sabios.

    -Casi, casi... -replic el capitn, que se haba quedado pensativo-. Lo nico que nos detiene sonalgunos detalles prcticos Rara la construccin de nuestro aparato, dificultades tcnicas de orden

    secundario y que, seguramente, resolveremos. Es cosa de unas semanas. Desde luego, confieso quelas notas de su hermano que hemos podido salvar nos han servido de mucho.

    -Yo les ayudar! -exclam Jorge con ojos radiantes de jbilo.

    -Ya sabe usted -sigui el capitn que, absorto en sus reflexiones, no haba odo a Jorge- que todoslos fenmenos fsicos, mecnicos o qumicos, se reducen a uno solo: el Movimiento; esto es ya unaverdad vulgar de puro sabida. El calor es, en cierto modo, Movimiento, as como, por otro estilo, lo esla luz. A diario podemos comprobar que el movimiento se transforma en calor, el calor en electricidad,la electricidad en luz... Lgico era, pues, presumir que la electricidad puede transformarse a su vez, yen ciertas condiciones, en fluido volitivo, en voluntad. El hombre conseguir cuanto quiera el da en

    que pueda aadir a su dbil cerebro la potencia, casi infinita, de las corrientes elctricas, merced a lasque le ser dado cargar su sistema nervioso de fluido volitivo, como se carga de electricidad unacumulador. Entonces no conocer ni el cansancio, ni las enfermedades ni acaso -quin sabe?-lamuerte. No habr ya obstculos para l: conseguir cuanto quiera. Su hermano de usted habaconseguido almacenar el fluido elctrico y nosotros hemos intentado transformar la electricidad enenerga volitiva.

    -Y lo han conseguido ustedes? -pregunt Jorge, anhelante, maravillado, casi espantado de losgrandiosos horizontes que a su imaginacin se ofrecan.

    -Acabo de decirlo. Lo nico que nos detiene son algunos detalles tcnicos.

    -Adems -interrumpi el impetuoso Bolenski-, podemos probar a usted, mediante resultadosprcticos, que nuestros descubrimientos no son pura teora! Va usted a juzgar por s mismo.

    El polaco tom de debajo de una campana un extrao casquete de vidrio y cobre, rematado en unhaz de hilos de platino enrollados a un acumulador: cubri con l al capitn Wad que, silencioso ysonriente, le haba dejado obrar, y que en tal guisa pareca un buzo disponindose al trabajo.

    -Vea usted --continu explicando el ingeniero-. En este momento la corriente suministrada por elacumulador est a punto de transformarse en fluido volitivo y de almacenarse en el cerebro denuestro amigo. Mire usted cmo brillan sus ojos, qu extraa expresin de serenidad y de poder sedeclara en su rostro: Parece nimbado por una especie de irreal y clara aureola! Ahora, su voluntadse ha duplicado, triplicado, cuadruplicado... Podra ordenamos lo que le viniere en gana: aunque

    fuese a pesar nuestro, nos veramos obligados a obedecerle.

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    Jorge Darvel permaneca callado; el ingeniero Bolenski tom este silencio por incredulidad.

    -Quiere usted una prueba? -le dijo el ingeniero-. El capitn le va a ordenar a usted mentalmente quese arrodille: intenta usted desobedecerle.

    -Sera curioso, en efecto -murmur el joven-. Si llegan ustedes a conseguirlo, aunque sea a pesar

    mo, nada tendr que decir.

    A travs de su casco, el capitn le dirigi una mirada fulgurante.

    Jorge Darvel experiment una extraa sensacin, algo as como si le abrasaran la misma boca delestmago.

    En vano quiso erguirse con la faz congestionada y la frente perlada de sudor; a pesar suyo, susmsculos se distendieron y se arrodill.

    -Esto es espantoso! -murmur-. Quin podra resistir a tan formidable potencia?

    -La ciencia manda -dijo orgullosamente el buen Rodolfo Pitcher.-Comprender usted perfectamente -aadi el polaco- que si nuestro amigo le ordenase, por ejemplo,apoderarse del cuchillo de diseccin que hay en aquella plataforma y cortar la cabeza al honradoZaruk, usted no tendra ms remedio que hacerlo. Contngase un poco, porque ya casi va usted aobedecer la silenciosa indicacin del capitn!

    Plido como un muerto, con los dientes apretados y contrado el rostro, Jorge Darvel se diriga, enefecto, al lugar en que se encontraba el cuchillo con los rgidos ademanes de un autmata.

    Lanzando un hondo suspiro, cogi el arma, la estrech convulsivamente contra el pecho y avanzcomo una flecha hacia el negro, que retroceda con vago espanto.

    Ya blanda la acerada hoja, cuando una mirada del capitn contuvo al forzado asesino y le inmovilizen la actitud de un sacrificador antiguo.

    La expresin de Jorge revelaba un sufrimiento y una fatiga indecibles.

    -Suspenda usted por un momento, se lo ruego -murmur, esos terribles experimentos. Esto es atroz!Me parece que otro ser se ha adentrado en m y me ha robado la personalidad. Ahora s que creocuanto he ledo sobre hipnotismo y sugestin...

    -Hay que observar, sin embargo -explico Bolenski-, que estos fenmenos de ser dominado un ser porotro, que no se producan sino muy raras veces yeso en circunstancias determinadas y tratndose detemperamentos extremadamente nerviosos, podemos nosotros realizarlos ahora en cualquier ocasincon la mayor facilidad.

    -Sin embargo -replic vivamente Pitcher- no es preciso que estos experimentos, realmenteprodigiosos, sean tan terribles. Tan solo hemos querido probarle que la posibilidad de llegar al planetaMarte no es una quimera.

    -Estoy completamente convencido -explic Jorge Darvel, que poco a poco se iba reponiendo de lapostracin en que le dejara el esfuerzo realizado para resistir a la omnipotente voluntad del capitn-de que no hay nada imposible para ustedes.

    -Sin embargo... -dijo el ingeniero Bolenski-. An hay ms! Fjese usted.

    Dijo unas palabras al odo a Zaruk, y ste oprimi un botn elctrico: una trampa que haba en elencristalado techo gir sobre s misma; entonces, el polaco sac con precaucin de una caja un tubo

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    de vidrio doblado en espiral y afilado por ambos extremos; lo cogi entre el pulgar y el ndice y lopuso ante los ojos del capitn.

    Transcurrieron unos minutos en el ms profundo silencio. De repente, Bolenski abri los dedos: eltubo de vidrio se elev con la rapidez de una flecha y desapareci silbando por la trampaentreabierta.

    Jorge Darvel enmudeci de sorpresa y se perdi en un mar de confusos pensamientos.

    El capitn Wad, que acababa de despojarse del casco, se acerc a l.

    -Ya veo -le dijo amistosamente- que estos experimentos sin importancia, sencillos experimentos delaboratorio, le han causado a usted cierta impresin; pero esto no es nada, absolutamente nada,comparado con lo que podemos realizar valindonos de nuestros propios medios.

    Jorge Darvel se inclin con respeto:

    -Permtame usted -murmur muy emocionado- que le manifieste, una vez ms mi gratitud por el

    grande honor que me hace al asociarme a sus trabajos.

    -Estoy convencido de que pronto llegar usted a ser para nosotros un precioso colaborador.

    -Tratar de conseguirlo -dijo modestamente el joven, aunque verdaderamente no alcanzo a imaginaren qu puede ser til un ignorante como yo a unos sabios como ustedes.

    El capitn no respondi nada a este cumplido; Jorge Darvelle haba sido simptico desde el primermomento. Estaba ntimamente convencido de que el joven ingeniero se mostrara digno de suparentesco con el explorador del cielo, que era de esos investigadores de raza que forman como unpueblo, cuyos elegidos se reconocen mediante signos misteriosos entre el humano rebao deinconscientes y embrutecidos.

    Jorge se puso a examinar con atencin una estatua de bronce negro con pedestal de nice que seelevaba en el centro del laboratorio. Representaba a un adolescente que en una mano tena unacampanilla y con la otra presentaba unas tablillas. El torso, a la vez delicado y potente, estabamodelado conforme al ms puro estilo del renacimiento italiano; las pupilas estaban, segn la modaantigua, imitadas por zafiros, y los labios, altiva y graciosamente arqueados, se entreabranlevemente, como si la estatua se dispusiese a hablar.

    -Qu! Est usted admirando a nuestro mensajero? Esa obra maestra de la escultura francesa sirvepara disimular la instalacin de un potente telfono. Es una maravilla, un capricho principesco de missAlbertina, que ha pagado por l cuatro mil libras.

    -Pocas cosas tan bellas he visto!

    -Nada tiene de extrao; esta escultura es una de las ltimas obras de Falguire, el maestro de lagracia; vea usted cmo su fisonoma expresa la ansiedad del mensajero portador de una noticia, cuyagravedad l mismo ignora an...

    En aquel instante son la campanilla, y de la boca de bronce sali una voz muy clara:

    -Soy yo, miss Albertina... Supongo que no les interrumpir durante algn experimento delicado?

    -Nada de eso, miss -respondi Pitcher, hablando muy cerca de la tablilla que ofreca la estatua-.Sigue usted bien? No le ha ocurrido nada desagradable?

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    -Todo va lo mejor posible. He terminado los asuntos que me retenan en Malta mucho antes de lo queyo crea. El Conqueror podr, pues, zarpar maana, de modo que al anochecer pienso estar en laVilla.

    -Habr que avisar a Jarifa? Me parece que no esperaba que volviese usted tan pronto.

    -Muchas gracias; ya est avisada. Hemos quedado en que venga a esperarme a Tabarka con elauto... Pero se me olvidaba: Ha llegado Jorge Darvel?

    -S, miss, apenas hace dos horas.

    -Dgale que tendr mucho gusto en verle, y que su presencia en nuestra Tebaida me causaverdadero placer. Pero, adis! O mejor dicho, hasta maana! Tengo que recibir a una porcin deimportunos, y para dentro de un cuarto de hora he citado a mi abogado para tratar del proceso que elEstado del Transvaal ha intentado contra m.

    La estatua haba enmudecido nuevamente, Jorge se hallaba an bajo el encanto de aquella vozmusical y argentina que todava estuvo resonando por unos minutos en sus odos.

    -Con mucho gusto les hubiera puesto a ustedes en comunicacin -dijo el naturalista-, y hubiera ustedpodido ofrecer personalmente sus respetos a miss Albertina; pero, como ya habr usted advertido,tena mucha prisa. Durante sus business's travels -viajes de negocios- no tiene un momento dereposo. Es preciso una inteligencia excepcional para tener a raya, como ella, a todos los bandidos dela banca internacional aliados contra sus miles de millones.

    -Pronto podr usted advertir -aadi el capitn Wad- qu intuicin, qu penetracin tiene.

    -Tambin en el terreno de la ciencia? -pregunt Jorge.

    -Tambin. A veces nos deja estupefactos por la exactitud y la audacia de sus apreciaciones. Miss

    Albertina sera, a buen seguro, la esposa ideal, la compaera entre todas, para el ilustre hermano deusted.

    Jorge Darvel qued silencioso. Ahora que el entusiasmo que en l despertaran los asombrososexperimentos de los tres amigos se haba calmado un poco, no poda menos de pensar en laespantosa distancia que separaba a Roberto del viejo planeta natal, y la duda se apoderabanuevamente de su alma.

    III

    UNFESTNDELCULO

    En la villa se coma a las seis en punto. El empleo del tiempo estaba determinado con esaregularidad casi administrativa o monacal, sin la que no hay labor posible.

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    Al golpe de gong que, segn una costumbre india, anunciaba que la mesa estaba servida, los cuatrosabios se dirigieron al comedor, amplia estancia tapizada de cordobn de deslumbrantes colores, ycon zcalos de cedro labrado e incrustado de oro.

    Jorge admir los aparadores italianos, que sostenan jarrones de Benvenuto, los vasos de Ballin yotros maestros de la orfebrera, las preciosas porcelanas de Wewgood, de Run y de Sajonia, las

    urnas hispano-rabes de ureos reflejos, y las modernas vasijas de barro recocido.

    Haba all una prodigiosa coleccin de artsticas riquezas, y, no sin que aquellos esplendores leintimidasen un tanto, sentse Jorge en una lujosa silla con incrustaciones de bano, ncar y coral, deun admirable y extrao mal gusto.

    Todas las silleras salvadas del saqueo en el palacio del emperador del Brasil pertenecan a ese estilollamado rococ portugus, hoy casi imposible de encontrar.

    -Va usted a ver -dijo Bolenski, que se haba sentado junto a Jorge-, cmo este lujo un poco arcaico noes, en modo alguno, incompatible con los perfeccionamientos del confort moderno. Fjese usted enesa rueda dorada que gira sobre esa luna veneciana de policromadas floraciones.

    -Un ventilador, sin duda -murmur el joven.

    -S, un ventilador, en efecto; pero no uno de esos molestos aparatos que no hacen sino agitar el aireviciado y favorecer el desarrollo de los microbios, sin ninguna eficacia real para la higiene y lacomodidad. Cada uno de los rayos de esa rueda esparce cierta cantidad de aire helado, que llega deun frasco lleno de aire lquido y colocado en el centro. Aqu mismo, durante los calores ms fuertes,gozamos de un ambiente fresco y puro. Todo el servicio, por otra parte, se hace por procedimientoselctricos; los vinos suben de los stanos en un pequeo ascensor especial, provisto de un valo deplata que usted tomara por un brasero, y que, en realidad, es una plataforma; los manjares lleganhumeantes de las cocinas, y precisamente cuando estn en su punto.

    En tanto que el polaco le daba estas explicaciones, Jorge recorra con negligente mirada la lista quetena ante s. Los platos clsicos de la cocina francesa alternaban con otros de un exotismo refinado,tales como el pastel de angulas con terfas o trufas blancas de Tnez, el cary de faisn, los mirlosaliados y otras rarezas gastronmicas.

    -Esto es un verdadero festn de Lculo -dijo Jorge maquinalmente.

    En aquel momento Pitcher ofreca al joven huevas de pescado, divididas en trozos, y a las quehaban de seguir unos calamares fritos a la italiana y camarones de gran tamao.

    -No crea usted que ha dicho una tontera -dijo riendo-; precisamente hoy tenemos uno de los platosfavoritos del clebre gourmand: lenguas de fenicpteras, o, para ser ms moderno, lenguas deflamencos rojos que, como usted sabe, los romanos pagaban a peso de oro.

    -Esa friolera debe de costar, en efecto, sumas locas, pues el flamenco, es a la vez, muy raro y muydifcil de matar. He odo que los mismos rabes, aunque son tan diestros cazadores, no cobran sinomuy escasas piezas.

    -Eso es muy cierto; pero durante esto ltimos das, toda una bandada de flamencos sorprendidos porla tempestad, ha venido a posarse sobre uno de los estanques del bosque, y los cazadores hanmatado una treintena, que mister Frymcock, nuestro cocinero, se ha apresurado a adquirir. En estosasuntos tiene una erudicin desesperante. Conoce al dedillo los libros de Careme sobre cocinaantigua, y no me sorprendera que cualquier da tradujese l mismo el famoso tratado del gourmand

    Apicio De re coquinaria.

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    Pitcher pronunci estas palabras con un tono entusiasta que probaba, ciencia aparte, que en modoalguno era indiferente a los placeres de la buena mesa.

    -Con tal -replic Jorge sonriendo- que no se le ocurra servimos, como a Lculo, lenguas de ruiseorespolvoreadas de perlas y diamantes...

    -Sera muy capaz. Es un hombre en el que no hay que extraar ninguna excentricidad. Baste decirlea usted que cierto da organiz una pesca de tiburones, con el nico objeto de procurarse las aletasde uno de esos escualos, ingrediente al parecer indispensable para la condimentacin de la sopachina, con nidos de salangana.

    -Ese maitre Frymcock no debe de ser un tipo vulgar. Lo que usted me comenta me hace entrar endeseos de conocerle.

    -Ser cosa fcil; como muchos artistas, Frymock es muy vanidoso; un elogio oportuno le llega alalma. Su historia, por lo dems, es curiosa, y no creo cometer una indiscrecin contndosela a usted.

    Frymcock es hijo nico de un autntico lord del condado de Sussex. Hizo un gran aprovechamiento

    en sus estudios en la Universidad de Oxford, y nadie dudaba de que llegara a ser una de las msaltas glorias de la ciencia qumica. A los veinte aos su nombre era ya conocido por los notablesartculos que haba firmado en las revistas dedicadas a esa especialidad.

    El anciano lord Frymcock muri de repente, y su hijo se vio heredero de una colosal fortuna.

    El primer empleo que hizo de sus riquezas fue ofrecer a treinta amigos suyos un colosal banquete;los peridicos ingleses se estuvieron ocupando muchos das de aquella locura sin precedente en losanales gastronmicos.

    La comida se sirvi en un amplio hall que para el caso se transform en jardn decorado con lasplantas y los arbustos ms extraos. La mesa haba sido dispuesta a la sombra de varios macizos de

    magnolias, rosas, mirtos, jazmines y lilas, y en aquel boscaje encantado se dio suelta a centenares depjaros isleos y mariposas de los trpicos. El joven lord quera que el banquete ofrecido a susamigos fuese un regalo exquisito para todos los sentidos. Nada se omiti para conseguir este objeto.Una numerosa orquesta, oculta en la fronda, haca or una serie de composiciones expresamenteescritas por los msicos ms ilustres y apropiadas a cada uno de los platos de la fantstica minuta.

    -No entiendo eso bien -dijo Jorge Darvel.

    -Me explicar: la sopa de hierbas, por ejemplo, tena como acompaamiento una deliciosa pastoralescrita para flautas, lades y oboes. El compositor haba descrito maravillosamente el despertar de laprimavera en la estepa rusa, con los verdes campos ululantes como el mar, bajo la brisa abrilea, ylas montonas canciones de los mujiks que acompaan con su balalaika. La langosta a la americanase iniciaba con unos compases de corno ingls para acabar con el yankee doddle, acompaado detrompetas y contrabajos; mezclado todo y sostenido por la poderosa voz del rgano, que imitaba lossilbidos del viento y el mugir de la tempestad.

    -Y el plum-pudding? -pregunt Jorge, riendo.

    -Hace usted mal en rerse -replic gravemente el naturalista-. Le aseguro a usted -fui uno de losafortunados asistentes a ese festn- que el efecto de tales pginas musicales era verdaderamentegrandioso y ms conmovedor de lo que usted se figura. El plum-pudding estaba representado por unsuave cntico de Navidad, en que se entremezclaban los motivos de nuestro God save the king y latierna cancin Home, sweet home.

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    Fuera de esto, cada plato era presentado por un cortejo simblico, muy ingeniosamente dispuesto:romanos de la decadencia servan el rodaballo, que tanto placa a Domiciano, y castellanasmedievales eran portadoras del tournedos de corzo, que la trompa de caza anunciaba.

    An las tartas y pasteles dieron pretexto a un desfile de muchachitas parisienses, rodeadas detraviesos y enharinados galopines.

    La trompa de elefante, con salsa fuertemente cargada de especias, fue ofrecida por un monarcanegro, cuyo cortejo era de un esplendor verdaderamente salvaje.

    El caf y los licores dieron margen a suntuosidades orientales que hubieran hecho palidecer a lasms maravillosas fastasmagoras escnicas.

    Adems de todo esto, en un escenario, erigido en el fondo de la sala, sucedanse sin interrupcinballets y pantomimas, que subrayaban a los ojos el sentido, ya muy claro, sin embargo, de la msica.

    No hablar de los vinos; sera preciso dedicar un tomo entero a este solo tema.

    Aquel incomparable festn dur todo un da y la mitad de una noche; este lapso de tiempo,aparentemente considerable, se nos hizo a todos brevsimo; tan rpidamente se desliz.

    -Lo nico que me asombra -observ Jorge- es que los convidados hayan podido comer y beber portanto tiempo sin experimentar los tristes efectos de la intemperancia.

    -El caso haba sido previsto: junto a cada uno de los invitados, el anfitrin haba ordenado que secolocase un frasco lleno de un elixir de su invencin. Bastaban unas gotas de ese licor, en el que, sinduda, entraban, en gran parte, las pepsinas para acelerar, por increble modo, la digestin y devolveren poco tiempo el apetito a los ms reacios.

    -Pasemos por ello; pero ese maravilloso elixir, podra impedir que los vapores de los vinos de marca

    se les subieran a ustedes a la cabeza?

    -Est usted completamente equivocado; durante toda la comida, cada cual se mantuvo en los lmitesdel ms discreto buen humor y conserv la ms perfecta sangre fra. Ningn acceso de repugnanteembriaguez perturb aquella solemnidad gastronmica, y ello gracias tambin a otro descubrimientode master Frymcock.

    -Habr hallado el medio de suprimir los efectos del alcohol?

    -Casi, casi... Vea usted cmo: es un hecho probado en los pases intertropicales que la ingestin deuna gran cantidad de alcohol puro basta para curar la mordedura de las serpientes. Partiendo de estehecho, Frymcock se dijo que la recproca deba de ser cierta: con el veneno de ciertos "cobras"

    compuso un suero que tiene la propiedad de apaciguar el organismo momentneamente trastornadopor las consecuencias de la intoxicacin alcohlica. Diga usted todava que no es un gran hombre!

    -Me guardar muy bien. Pero tengo curiosidad por conocer la continuacin de sus aventuras.

    -Yo me ausent por algn tiempo, pues estuve viajando por la India, como ya creo haberle dicho.

    Cuando volv, el joven lord Frymcock estaba completamente arruinado. Despus del banquete alque yo asist, y que no haba costado menos de un milln, haba organizado varios ms. En pocotiempo su patrimonio se deshizo entre los vapores de las cocinas.

    Pero no es esto todo: viles calumniadores haban extendido el rumor de que, en uno de esos

    festines, haba servido a sus invitados los muslos de una joven negra en salsa jambuya, manjar cuyareceta le haba facilitado un explorador muy conocido.

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    Yo estoy completamente seguro de que nuestro amigo era inocente de tal atrocidad, pero la opininpblica estaba ya prevenida contra l; Frymcock fue encarcelado como culpables de antropofagia, yslo a costa de mucho trabajo pudo conseguir la absolucin.

    Cuando sali de la crcel, los amigos a quienes con tanta esplendidez obsequiara, le volvieron laespalda; el populacho se amotinaba contra l, considerndole como un canbal. Yo me lo encontr en

    el momento en que pensaba seriamente en suicidarse. Le consol lo mejor que pude, y no dudandode que aquel insigne gastrnomo fuese para miss Albertina una preciosa adquisicin, cont a sta lahistoria de mi amigo. Miss Albertina ri hasta llorar, y das despus el joven lord Frymcock entr comoyo esperaba, a su servicio, con un sueldo verdaderamente regio. Hace lo que quiere, gasta el dineroque se le antoja y nos da de comer superiormente.

    -Chist! Ahora precisamente viene por el patio -interrumpi Bolenski, asomndose a una de lasventanas.

    Jorge Darvel se precipit tras l, esperando encontrarse con algn personaje apopltico y jovial,como esos panzudos comodoros que dibuja el caricaturista Cruickstrank. Pero en vez de esto vio a

    un tipo alto, delgado y plido, de finos labios y rostro melanclico, que andaba pausadamente, comoquien se halla bajo el peso de una grave preocupacin.

    -No responde a la idea que usted se haba formado de l, no es cierto? -pregunt el polaco-. Se letomara por un trmino medio entre el lord atacado de spleen y el pierrot de las pantomimasmacabras. Y sin embargo, a pesar de su traza tiene un carcter alegre, y su compaa resulta muyagradable.

    Jorge volvi a ocupar su sitio en la mesa, prometindose entablar conocimiento en cuanto sepresentase ocasin, con el extraordinario cocinero.

    Entonces observ que el capitn Wad no haba tocado an ninguno de los manjares a los que

    Rodolfo Pitcher y el ingeniero Bolenski haban hecho cumplidamente los honores.El capitn se alimentaba de la manera ms extraa. Ante l se hallaba una serie de minsculosfrascos, y al lado de stos un plato lleno de una especie de gelatina y una garrafa llena de un lquidovioleta.

    El capitn coga un trozo de gelatina, aada una gota del contenido de uno de los frascos y absorbael conjunto con avidez. De vez en cuando llenaba su vaso del lquido violeta y recurra nuevamente alos misteriosos frascos.

    Jorge Darvel observaba, estupefacto, estas maniobras; el capitn lo advirti:

    -Veo -dijo- que mi manera de comer le intriga a usted; y sin embargo, no tiene nada de particular.Soy, sencillamente, ms lgico que los dems. Como de la manera que todo el mundo comer dentrode un siglo o dos y acaso mucho antes. Esta gelatina rosa es un alimento completo, preparadoqumicamente, y que contiene todos los azoatos y carbonatos necesarios al organismo, sin ningunade las materias intiles o perjudiciales que contienen las sustancias animales y vegetales.

    -Para otro! -no pudo menos de exclamar el joven-. Por mi parte, confieso que prefiero los deliciososmens de master Frymcock.

    -Puede que se equivoque usted: gracias al contenido de uno de estos frascos doy a mi vitaclosa elgusto que deseo.

    - Y Jorge ley estupefacto en las etiquetas: jugo de trucha, de perdiz, de salmn, de almendras, etc.etc... Todos los manjares posibles estaban all comprendidos, quintaesenciados en unas cuantasgotas de esencia.

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    -Tome -continu el capitn Wad con tranquila sonrisa-. Quiere usted probar un ala de faisn?

    Y ofreci al joven una cucharada de gelatina, sobre la que verti una gota de esencia.

    No sin alguna vacilacin, Jorge Darvel se llev a la boca el sospechoso manjar y se vio obligado areconocer que la ilusin del gusto era completa.

    -Pues del mismo modo -prosigui el capitn- puedo dar, a voluntad, a este lquido violeta el sabor queme plazca.

    -Debe usted estar orgulloso de haber conseguido tal ventaja sobre el resto de los mortales.

    -Puede usted creer que no me envanece en nada. Esto es, realmente, un experimento que hagoconmigo mismo. Estoy convencido de que la alimentacin influye ventajosamente en la economa delorganismo. Con un sistema de nutricin tan rico en sustancias y reducido en volumen, el papel delestmago se limita a muy poca cosa; puede decirse que es un rgano intil, y no faltan atrevidoscirujanos que hayan probado, mediante repetidos ensayos, que es perfectamente posible pasarse sinl. Por lo que a m respecta, creo que, por una especie de gradual transformacin, el hombre habr

    quedado libre, dentro de unos miles de aos, del molesto aparato digestivo, que ya no tendr objeto,y como tampoco se servir de sus brazos ni de sus piernas...

    -Querr usted hacerme creer que el hombre del porvenir vendr a ser una especie de espritu puro?

    -No; pero el cerebro alcanzar en l gran volumen y suplir a otros rganos...

    La conversacin se mantena ahora en el terreno cientfico. Todos tomaron parte en ella conanimacin. Jorge Darvel prob a sus amigos que posea extensos y slidos conocimientos en todaslas ramas del saber.

    Luego hablaron largamente de Roberto. Con emocin que no trat de disimular, Jorge record cun

    bueno haba sido siempre para l aquel hermano mayor, a quien no vea sino de vez en cuando. Tanpronto como tuvo algn dinero, Roberto comenz a formar a Jorge un capitalito suficiente paraterminar sus estudios, y nunca, por lejos que estuviese, haba dejado de velar por l con la ms tiernasolicitud.

    -Roberto -dijo el joven- ha acometido y llevado a trmino una empresa sobrehumana, que harnuestro apellido eternamente glorioso. Pero si he de ser franco les confieso a ustedes que daragustoso toda esta gloria por que mi hermano se hallase entre nosotros.

    -Hombre de poca fe! -grit Bolenski con exaltacin-. Ya le he dicho a usted que volveremos aencontrarle. Ya ha visto usted de lo que somos capaces. Dudar usted todava de nosotros?

    -Bien s -replic Jorge- que si un proyecto tan fantsticamente audaz ha de ser llevado a feliztrmino, slo consistir en ustedes. Perdnenme este instante de desaliento.

    -No tiene usted por qu excusarse. Conozco mejor que nadie esas alternativas de esperanza eincertidumbre. Pero an no ha visto usted ms que una pequea parte de nuestros descubrimientos...

    -Vamos a ver el planeta Marte! -interrumpi bruscamente Pitcher.

    -Pensaba lo mismo -murmur el capitn Wad.

    Momentos despus, los cuatro se hallaban instalados en una de las ms elevadas terrazas de lavilla, desde donde vean el cielo, de un azul aterciopelado y constelado de diamantinas estrellas.

    Murmuraba en derredor la selva, cuyas tupidas frondas, iluminadas por el plateado rayo de la Luna,absorban con delicia el roco de la noche, que pona en ellas su fresca caricia; era como si, al cabo

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    del calor de la jornada, se escapase de la espesura un suspiro de alivio, que se traduca en lanocturna cancin del follaje en un profundo silencio apenas turbado de vez en vez por la risotada dela hiena o por los ladridos de algn perro extraviado.

    No se vea ninguna nube en aquel cielo pursimo y sereno, en cuyo fondo el rojo planeta parecabrillar con ms vivo resplandor que nunca, y se destacaba de los dems astros.

    Por largo tiempo lo contemplaron en silencio; acaso en aquellos mismos instantes Roberto Darvelmiraba, a su vez, a la vieja Tierra, que para l no sera -como para ellos era Marte- sino una lucecillaque temblaba en la inmensidad de los cielos.

    De repente Jorge extendi la mano.

    -Una estrella errante! --exclam-. Otra! Otra ms! Es una verdadera funcin de fuegos artificialescelestes!

    Aparecan, en efecto, por docenas, para extinguirse al momento.

    -Los campesinos de mi tierra -dijo el polaco- creen que son almas redimidas del purgatorio y queascienden al cielo.

    -La verdad -observ Jorge- es en este caso tan potica como la leyenda. Las estrellas errantes queen pocas determinadas se observan, son fragmentos de viejos astros despedazados y destruidos,que han errado durante aos, durante siglos acaso, solicitados por una fuerza contraria en lainmensidad de los espacios interastrales, y acaban por caer en el radio de atraccin terrestre. Elcontacto con nuestra atmsfera los hace incandescentes, lo que es causa de que se los tome porestrellas, cuando, en realidad, no son ms que sencillos blidos.

    -Quin sabe -dijo Pitcher- si alguno de ellos no habr sido lanzado por uno de los volcanes deMarte?

    -Por qu no?

    -Prosigui la discusin sobre los blidos.

    -Por qu el hombre no ha de viajar de astro en astro cuando esas masas inertes pueden hacerloperfectamente? No se han recogido algunas cuyo peso pasaba de cuatrocientos kilogramos, y que,sin embargo, se mantenan intactas, sin haber sido destruidas ni siquiera deterioradas por elespantoso choque con las capas atmosfrica? No era esto una prueba ms de la posibilidad de lascomunicaciones interastrales? El da en que el hombre lograse dotar a un proyectil de la suficientevelocidad inicial, el problema estara resuelto.

    Ante esta hiptesis, deducida y expuesta con vigorosa lgica, Jorge senta renacer sus esperanzas.

    Era ya muy tarde cuando los cuatro sabios se separaron. A pesar de todas sus preocupaciones,Jorge, una vez en su alcoba, sucumbi al sueo. So que su hermano volva a la tierra, en un carrofantstico, tirado por estrellas errantes y colmado de curiosidades marcianas.

    Al fin, el cansancio pudo ms que este lento trabajo de las clulas cerebrales, y sin soar ms,durmi hasta bien entrado el da.

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    -El djinn, el djinn! -balbuca con voz ronca; y, con un gesto de espanto, sealaba la cubeta, cuyolquido pareca agitado por un remolino apenas sensible.

    Jorge observ que el rostro del negro haba adquirido ese tinte gris lvido que ya haba tenido ocasinde notar el da anterior y que, entre las gentes de su raza, expresa el colmo del terror.

    Los cuatro sabios se miraron con asombro.

    El negro haba retrocedido lo ms posible; erizronsele sobre la frente los crespos y rizos cabellos;sus ojos sin vista se revolvan y parecan querer salirse de sus rbitas; hubirase dicho que, como losde ciertos crustceos, se sostenan sobre pednculos mviles.

    -Seor, seor! -murmur con los labios lvidos.

    -Pero, qu te pasa, imbcil? -exclam Rodolfo Pitcher- Vamos, habla! Es que te has vuelto loco?

    Pero el negro permaneca como petrificado, con la lengua pegada al paladar por un terrorsobrehumano, y barbotando palabras sin sentido.

    -Ea, explcate! -prosigui con ms apacible tono el naturalistaQu es, dime, lo que as te espanta?Ya sabes que te he dicho que no hay que asustarse de nada...

    - Zaruk hizo con la cabeza desesperados signos negativos.

    - Las piernas le temblaban, y poco a poco, como impulsado por un poder desconocido, el negrocontinuaba retrocediendo, alejndose cada vez ms del fatdico cristal, al que en aquellos momentosel sol arrancaba vivos destellos.

    -Est alucinado, palabra de honor -farfall el ingeniero Bolenski, encogindose de hombros connervioso movimiento.

    Advirtamos, entre parntesis, que la paciencia no era la cualidad predominante en el polaco.

    -Silencio, ea! -djole Rodolfo Pitcher, apretndole el brazo con fuerza.

    El naturalista era presa de la ms viva emocin.

    -Quin sabe -aadi bajando la voz- si ese ciego tan irregularmente organizado no ha visto un serque nuestras pupilas, impresionadas por la grosera luz del da, no son lo bastante delicadas paravislumbrar? Muchas veces lo he pensado: puesto que hay rayos X, por qu no han de existirtambin seres X, invisibles? La hiptesis es atrevida, pero defendible.

    El capitn Wad no escuch ms. Se precipit hacia un aparato ptico de su invencin que en aquel

    momento se hallaba asestado hacia la cubeta de vidrio, y que haba sido especialmente construidopara el estudio de los rayos X.

    El azoque de los espejos, formado por varias capas superpuestas, era vibrtil, como si hubieseestado formado por clulas nerviosas, y estaba completado por una serie de pantallas impregnadasde sustancias ms sensibles a los rayos luminosos que los ms delicados aparatos fotogrficos.

    -Si fuese posible... -balbuce Rodolfo Pitcher.

    -Vamos a verlo -dijo el capitn con voz trmula de emocin; y oprimi un botn elctrico.

    Instantneamente la espaciosa jaula de vidrio que constitua el laboratorio areo qued en las ms

    profundas tinieblas.

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    Jadeante, y con la frente inundada de sudor, el naturalista vacilaba entre una alegra delirante y unasobrehumana repulsin, y no poda separar la mirada del monstruo, cuya vista, por decirlo as, lehipnotizaba.

    Pero al propio tiempo experimentaba una amarga decepcin.

    Eran as aquellos invisibles, aquellos seres X con que tanto haba soado, y que imaginaragraciosos como silfos y ondinas, de una belleza vaporosa y mstica?

    Sinti que le acometan nuseas.

    Eran, pues, aquellas repugnantes criaturas, aquellos abominables microbios de aspecto demonaco,quienes poblaban las profundidades del cielo y del mar, sin que el hombre pudiese nunca advertir supresencia?

    Los cuatro sabios pensaban en lo mismo; permanecan silenciosos, en medio de las tinieblas queapenas aclaraba la plida fluorescencia de la probeta. Casi lamentaban haber llegado a levantar unapunta del velo que nos oculta el misterio de las cosas.

    Tan slo Bolenski buscaba, sin conseguir hallarlo, el medio de apoderarse de la extraa aparicin.

    De pronto llamaron discretamente a la puerta.

    -Al diablo el importuno! --exclam el capitn- No le dejan a uno un momento tranquilo!

    Llamaron nuevamente.

    -Quin es? -pregunto Rodolfo Pitcher.

    -Es el seor Frymcock -repuso Zaruk con voz ahogada.

    -Bueno, pues date prisa a abrirle para que sepamos de una vez qu quiere. Le voy a despachar aescape.

    Al tiempo que daba esta orden, Pitcher oprimi el botn elctrico se descorrieron las cortinas, einstantneamente oleadas de luz sustituyeron a las tinieblas; la claridad penetraba, cegadora, portodas partes a la vez.

    Animados de un mismo movimiento, todos los testigos de esta escena se volvieron hacia la probetade vidrio. Ahora no se vea en ella ms que un lquido de perfecta limpidez, en el que, a los rayos delsol, parecan danzar montones de palos y diamantes...

    Master Frymcock, vestido con un correcto traje kaki, acababa de entrar, y haba avanzado

    precisamente hasta el centro del laboratorio; una amable sonrisa iluminaba su rostro de clownmelanclico.

    -Gentlemen -dijo cortsmente- dispensen ustedes que interrumpa sus sabios experimentos; pero hecredo que estaba en el deber de avisarles que miss Albertina no llegar hasta hora muy avanzada dela noche, en lugar de esta tarde, como se esperaba.

    Mientras as hablaba, el lord cocinero se haba aproximado inconscientemente a la probeta de vidrio;distradamente haba colocado la mano derecha en el transparente lquido, como si quisiera jugar conlas sortijas que el sol finga en l.

    -No se acerque usted! -rugi el polaco- Aprtese, en nombre del cielo! Usted no sabe, usted no

    puede saber!...

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    La advertencia llegaba demasiado tarde; la mano y el puo de master Frymcock acababan de seratrados por el horrible monstruo, y se hundan en el lquido.

    Con los ojos agrandados por el espanto, el desdichado luch un instante por desasirse, y pidisocorro con voz ronca; pero su mano permaneca cautiva, y ya el lquido se tea de un matizsangriento. Su rostro se haba tomado repentinamente lvido; los ojos expresaban un terror que

    estaba prximo a la demencia.

    Pasados los primeros momentos de estupor, Jorge y Bolenski se precipitaron hacia Frymcock, y, nosin vigorosos esfuerzos, lograron arrancar la vctima al terrible cepo.

    Casi en el mismo instante, el agua de la cubeta barbote, saltaron unas gotas salpicantes, y unamasa, visible apenas como una leve humareda, atraves el laboratorio y desapareci por la escotillaabierta en el techo de vidrio.

    Con rapidez, cuya oportunidad todos advirtieron, Zaruk se lanz hacia el botn que accionaba elcierre de la escotilla, y lo oprimi.

    Todos los pechos se dilataron en un movimiento de alivio, y de todos se escap un suspiro desatisfaccin.

    -Al fin se ha marchado! -exclam alegremente Pitcher.

    -Hemos hecho una tontera -repiti el ingeniero Bolenski, firme en su primera idea. Hubiramosdebido apoderamos de l. Era una ocasin nica! Nos arrepentiremos de no haberla aprovechado.

    -Es posible -murmur el capitn Wad-, nos ha faltado sangre fra, y a usted el primero; pero es intillamentarse de lo pasado. Vamos ahora a socorrer a ese pobre Frymcock, que no debe de hallarse enmuy buen estado.

    Ambos se acercaron al lord cocinero, a quien Jorge Darvel y Pitcher hacan respirar sales, y que,poco a poco, se iba reponiendo de la terrible emocin que acababa de experimentar.

    Observaron entonces, con viva sorpresa, que la mano y el puo del paciente estaban cubiertos deplaquitas rojas que coincidan con las venas. Si no hubieren acudido en su socorro, Frymcockhubiese sido sangrado en vida como si hubiera cado entre los tentculos de un vampiro.

    -Qu, va eso mejor? -pregunt Jorge.

    -Wek, sir -murmur el cocinero lanzando un suspiro- algo mejor.

    Luego aadi, pensativo:

    -He ah un animal que no he probado nunca...

    -Bah! -dijo Rodolfo Pitcher riendo-. Ya recobra el sentimiento del arte culinario; est salvado. Por unmomento tem que el terror le hubiese vuelto loco; ahora estoy encantado de ver que no es nada.

    -Descuide usted, Frymcock; si alguna vez consigue usted echar mano a alguno de esos monstruos, lepermitiremos que lo guise con la salsa que guste, aunque, por lo que a m hace, malditas las ganasque tengo de probar ese animal repugnante.

    En tanto que as hablaban, el capitn haba lavado las placas con un enrgico antisptico y cerradoligeramente la mano y el puo del herido.

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    Como se comprender fcilmente, una vez que el lord cocinero se hubo retirado, nadie pens encontinuar los trabajos comenzados, pues todos se hallaban an bajo los efectos de la extraordinariaimpresin que haban recibido.

    Disipado su primer terror, apoderse de ellos de nuevo el celo cientfico, y deploraron amargamente -como Bolenski haba previsto-, no haberse podido apoderar de un ser hasta entonces no clasificado

    en la fauna terrestre.

    Interrogaron a Zaruk; pero el negro, mal repuesto de su angustia, no pudo darles ms que oscuras yvagas respuestas; estaba persuadido de que en aquello andaban los malos genios de las leyendasorientales. Ya el capitn Wad haba pensado alguna vez que acaso hubiese un fondo de verdad enaquellas consejas; las hadas, los duendecillos y los fuegos fatuos del folclore, esos seres fantsticosque se encuentran en las tradiciones de todos los pueblos, no eran acaso sino una raza invisible quehasta entonces haba escapado a las investigaciones de la ciencia. Ni era absurdo admitir que ciertosorganismos tuvieran la propiedad de algunos rayos luminosos y fuesen invisibles a nuestros ojos.

    En ese caso, era preciso admitir que las pupilas de Zaruk, protegidas por su propia ceguedad contra

    la rudeza de la luz, posean una exquisita sensibilidad, y eran impresionadas por radiaciones, que losms complicados aparatos apenas nos podan revelar.

    Pero esta vez, tales hiptesis haban sido confirmadas por un hecho, un hecho innegable que sehaba desarrollado en presencia de testigos serios y haba dejado huellas materiales.

    V

    LA CATSTROFE

    En su sitio de costumbre, en la terraza que dominaba el valle, Jorge Darvel y sus amigos continuabanla discusin que durante la comida les apasionara, y cuyo tema era el extrao acontecimiento deaquella tarde.

    En el calor de la conversacin, Jorge se encontr al corriente de diversos descubrimientos debidos a

    sus amigos, y desconocidos an para el gran pblico.El capitn Wad haba descubierto los rayos Z, que, atravesando muchos kilmetros de capasgeolgicas, permiten hacer explotar, a distancias inverosmiles, un depsito de plvora, o incendiaruna escuadra.

    El ingeniero Bolenski haba perfeccionado el telefoto, que es a la vista, lo que el telfono al odo, yrenueva el milagro de los espejos mgicos, por los que se puede ver a los ausentes, por muy lejosque se hallen.

    Suyo era tambin el principio fundamental de las estaciones medicinales aerostticas, situadas porencima de las nubes, y en las que el hombre, respirando una atmsfera qumicamente pura, saturada

    de vivificante ozono, curar en unos das de la mayor parte de las enfermedades.

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    Rodolfo Pitcher, por su parte, se haba consagrado al problema de la telegrafa sin hilos, y estaba casia punto de encontrar el medio para transportar la fuerza elctrica a grandes distancias, como yahacen el telgrafo y el telfono.

    El feliz xito de estas investigaciones, causara una revolucin en todas las ciencias; los torrentesinaccesibles, la propia fuerza de las mareas y de los huracanes podan ser utilizados fcilmente; los

    acumuladores de los aeroplanos y los submarinos seran as cargados cmodamente y sir prdida detiempo.

    A pesar de la admiracin que en l despertaban tan geniales inventos, Jorge Darvel no pudo pormenos de pensar que si el esfuerzo que suponan, no se hubiese dispersado, la exploracin de Martepoda ya, desde haca mucho tiempo, haberse llevado a trmino.

    Con el aturdimiento propio de la juventud, hizo esta reflexin en voz alta. Pitcher se encarg deresponderle.

    -Querido Jorge -le dijo- habla usted como un nio; el humano saber es un todo, cuyas diversas partesestn ntimamente enlazadas. No se es dueo de averiguar una cosa o no averiguarla. Como el

    minero en la galera, el sabio se ve obligado a perseguir el filn de verdad que ante l se ofrece, yantes son nuestros descubrimientos los que nos dirigen que no nosotros, quienes dirigimos nuestrosdescubrimientos.

    -Fuera de este ao -aadi bondadosamente el capitn Wad-, puede usted creer que la expedicin aMarte no perder nada con estas cosas. En el planeta que vamos a explorar, la ciencia es el armams formidable que nos puede suministrar el viejo arsenal terrestre.

    Por una serie de lgicas derivaciones, la conversacin recay sobre los medios de hacerse invisible.El capitn confes, de buen grado, que en otro tiempo se haba dedicado a estudiar ese extraoproblema.

    -La quimera de la invisibilidad -dijo-, ha preocupado siempre a los cerebros humanos; para m, estoprueba que es realizable. Todo lo que el hombre suea -y aun lo que puede concebir claramente-acaba por cumplirse tarde o temprano. Es contrario al sentido comn, que nuestro espritu concibauna cosa que no pueda tener nunca existencia. En los orgenes de la historia, en las antiguasnarraciones msticas, egipcias y snscritas, se encuentran ya dioses y magos que aparecen odesaparecen a voluntad.

    La antigedad griega, en la admirable fbula del anillo de Gyges, que se puede leer en el viejoHerodoto, y los cuentos rabes y persas, llenos estn de semejantes relatos. Aun en nuestros das,este ensueo ha inquietado a poetas y novelistas.

    -Habr usted llegado a algn resultado prctico? -pregunt Jorge con cierta incredulidad.-No; pero creo que se puede llegar a ello, y he observado gran cantidad de hechos favorables a estahiptesis, a la que el acontecimiento de hoy da nueva fuerza. En efecto, si la naturaleza crea seresinvisibles, no hay razn alguna para que no lleguemos a sorprender su secreto. Sin hablar de losmilagros indios, de que he sido testigo, es cosa averiguada que en ciertas afecciones nerviosas, queen modo alguno llegan a la locura, sino tan slo a una exaltacin de la sensibilidad, los enfermos sesienten frecuentemente rozados y aun atropellados por seres palpables, pero invisibles. Quin nosdice que eso que llamamos alucinacin no es una realidad, slo que de orden ms sutil?

    -Si volvisemos al laboratorio... -interrumpi de pronto el ingeniero Bolenski-. Hace aqu un calorsofocante. El aire lquido nos dar, al menos, algo de fresco. Estoy seguro de que nos amenaza una

    terrible tormenta. Mis nervios vibran como cuerdas demasiado tensas.

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    -Entremos -murmur el capitn-. Desde que se ha puesto el sol yo tambin siento un malestargeneral.

    En aquel momento, un gran relmpago silencioso desgarr la bveda celeste, y a su luz se vio lacatica confusin de nubes tormentosas y sombras, con lvidos bordes, y que parecan paosmortuorios caprichosamente retorcidos.

    El paisaje entrevisto durante un segundo, con los picos rojos y recortados de las montaas y la plidalnea del mar, haba vuelto a sumirse en las tinieblas.

    De la selva ascenda un pesado vapor formado por el perfume del follaje y de las flores; no corra niun soplo de viento; en aquel sopor de la cansada naturaleza, el silencio no era turbado sino por losaullidos de los chacales y el grito de las aves nocturnas, que tena algo de lastimoso y desgarrador.

    -S -repiti Rodolfo Pitcher, luego de un instante de silencio-, volvamos al laboratorio; no s por qusiento una angustia que me oprime el corazn... Si fuese supersticioso creera que me va a ocurriralguna desgracia.

    -Ranse ustedes de m, si quieren -murmur Bolenski-; pero la verdad es que me parece que elrepugnante monstruo gira y revolotea en derredor nuestro.

    A nadie se le ocurri burlarse del ingeniero; todos experimentaban, en mayor o en menor grado, lamisma instintiva aprensin.

    -Mejor hubiera sido que hubiramos ido a esperar a miss Albertina -dijo Jorge, aspirando conesfuerzo una bocanada del abrasado aire.

    -El automvil ha salido ya para Tabarka -replic Rodolfo-; por lo dems, el camino no es largo nipeligroso, y, a menos que no caiga algn rayo...

    No acab de formular su pensamiento, como si las palabras del joven le hubiesen dejado una vagainquietud.

    Minutos despus, los cuatro sabios entraron en el laboratorio, donde todo segua en el mismo estadoque cuando huy el invisible.

    El ingeniero Bolenski encendi las lmparas elctricas e hizo funcionar el ventilador de aire lquido.

    -Quieren ustedes -dijo- que corra las cortinas de fieltro?

    -No por cierto -respondi el capitn Wad-, pues as no podramos contemplar bien la grandiosatempestad que se prepara; hay momentos en que el laboratorio est rodeado de relmpagos por

    todas partes y tiene como la sensacin de hallarse en el centro de un horno encendido.En aquel momento entr Zaruk, que pareca trastornado, y llevaba algo oculto bajo su albornoz.

    Su primer cuidado fue cerrar precipitadamente la escotilla del techo 5 que al entrar haba abiertoBolenski distradamente.

    El negro temblaba de miedo.

    -Qu hay? -pregunt Pitcher.

    5

    Dejamos

    al

    autor

    la

    responsabilidad

    de

    esta

    afirmacin.

    Si

    Zaruk

    era

    ciego

    como

    pudo

    ver

    si

    la

    escotilla

    estabaabiertaocerrada?. N.delRecopilador.

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    Por toda respuesta arroj sobre la mesa del laboratorio el objeto que ocultaba bajo su albornoz, y queno era otra cosa que el cuerpo de un chacal joven.

    -Qu quieres que haga yo con esto, zanguango? -dijo el naturalista.

    Pero, de pronto, Pitcher lanz un grito de sorpresa. Maquinalmente haba pasado la mano por el pelo

    del animal; el chacal no era nada ms que una especie de saco vaco, desprovisto en absoluto detoda sustancia viva, una piel flcida en tomo a un esqueleto.

    El capitn Wad se acerc, y separ la amarillenta pelambre por detrs de la oreja; luego mostr a suscompaeros la epidermis, sembrada de manchas rojas.

    -Ya me lo figuraba -murmur bajando la voz-; son las mismas manchas sangrientas que hemos vistoen las manos y el puo de master Frymcock. Este chacal ha sido sangrado vivo por el invisible!

    -O por los invisibles... Quin nos dice que la especie humana no est a punto de sufrir una invasinde esos monstruos, perturbados en sus retiros seculares por la exploracin de los bosques, loscaminos de hierro, los submarinos y los aeroplanos?

    -Pues bien, lucharemos! -exclam Pitcher con cierto entusiasmo-. Si ms all de lo que alcanzanuestro conocimiento existen esos monstruos, pronto hallaremos su punto flaco. No valdra la pena,ciertamente, haber heredado cuantos descubrimientos ha hecho el genio humano desde hace cincomil aos, para dejarse vencer a la primera contrariedad. Esos invisibles chupadores de sangre,hubieran podido tener algunas probabilidades de triunfo en las pocas ignorantes de la Romapagana, donde se los hubiera tomado por dioses, o en los lgubres tiempos medioevales, en que selos hubiese credo diablos; pero ahora, no! La ciencia est prevenida contra todos sus enemigos, yno considera nada imposible. Regocijmonos, pues, de haber sido los primeros en advertir lapresencia de esos extraos seres. A nosotros corresponder el honor de un descubrimiento inmortal!

    Estas palabras disiparon la penosa impresin causada por el hallazgo de Zaruk. El negro fueinterrogado detenidamente.

    Segn su costumbre, fue despus de comer a descansar en el jardn de la villa, al pie de una delas estelas de prfido que sostenan grandes jarrones de porcelana de Nabeul, pintados de vivoscolores y muy prximos a un aoso olivo, acaso dos veces milenario, y cuyos frutos, de formaalargada y pertenecientes a la variedad que los rabes llaman diente de camello, eran yaconocidos por los cartagineses.

    Sus amos lo saban; todos los das Zaruk pasaba all muchas horas, con el rostro iluminado por unavaga sonrisa, y el odo atento a todos los murmullos, a todos los rumores de la selva.

    Sus sentidos, extraordinariamente agudos y delicados, distinguan el batir de alas o el de litros, y elzumbido particular y caracterstico de cada especie de insectos; el blando rastreo de camaleones yculebras, la fuga de puercoespines y gatos monteses a travs del ramaje. Adverta hasta el gemidode los rboles cuando suba la savia, hasta el chasquido de los granos maduros cuando el sol haceestallar la cscara y lanza a lo lejos la semilla.

    Las ms sutiles fragancias bastaban para darle a conocer la presencia, lejana o prxima, de cadaplanta y de cada bestia.

    Estas extticas meditaciones proporcionbanle, centuplicados, los vivos goces que puede procurar aun dilettante una msica sublime ejecutada por una orquesta perfecta. Sin duda, en el curso de estasembriagueces, era cuando su odo y su olfato se afinaban tan maravillosamente y llegaban a suplir el

    sentido de la vista.

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    Zaruk haba sido repentinamente interrumpido en su xtasis por un confuso batir de alas, al que muypronto sigui un grito de agona.

    Sofocado por el miedo, no se movi de su escondrijo, pues haba reconocido la presencia del djinn.

    Al fin, ces el rumor, el negro cobr nimo, y no le cost mucho encontrar el cuerpo del chacal: luego,

    temeroso de su propia audacia, se refugi en el laboratorio.

    Al relato de Zaruk sigui un momento de silencio, durante el cual cada uno permaneci absorto ensus pensamientos.

    -Sin duda, esos seres repulsivos -dijo al fin Bolenski- poseen una inteligencia formidable; porque,cmo tienen una forma tan parecida a la del cerebro?

    La discusin se reanud, ms apasionada y viva que nunca.

    -Ms adelante, sin duda -murmur pensativamente el capitn Wad-, el hombre llegar a asemejarse aesos gigantescos cerebros, ser una evolucin que se producir seguramente en algunos centenares

    de siglos.

    Es una verdad ya vulgar, de puro conocida, que todo organismo intil se atrofia; ya hoy -y ste es elejemplo ms sencillo-, los dedos de los pies, hasta en algunos casos, desaparecen completamente.

    Ya expliqu a ustedes ayer, durante la comida -y esta explicacin se debe a Berthelot-, cmo unaalimentacin qumicamente simplificada producir la reabsorcin del intestino y del estmago, y, porconsiguiente, har intiles ciertas funciones del hgado. El hombre, sustentado por productos queasimilar casi inme