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    La hija bastarda de Dios

    CAPTULO 1

    El despertador, estricto, son con escrupulosa puntualidad a las siete. La

    estridencia de su sonido anunciaba esa ineludible cita que tena lugar cada maana, para

    lanzarme de bruces a la cruda realidad. Una realidad que haba sido menos despiadada

    conmigo aquella noche, permitindome dormir de un tirn y sin la presencia de esa

    molesta jaqueca que pareca haberse instalado en mi cabeza los ltimos das.

    Abr los ojos, sobresaltada. Mientras me incorporaba en la cama observ cmo

    el amanecer se colaba perezoso a travs de un sol carmes y rebelde que se meca en la

    infinidad de partculas de polvo suspendidas en el aire, al bies de las rendijas de la

    persiana del dormitorio. Seguidamente me levant, entreabr la ventana al alba e

    irrumpi un haz de intensa luz amarillenta que atraves la habitacin. Era un da

    radiante, con un cielo limpio y desenfadado.

    Aquella imprecisa maana de primeros de agosto esperbamos la visita de un

    pintor novel, un aficionado a las artes plsticas de padre neoyorquino y madre catalana

    cuyo nombre comenzaba a despuntar con persistencia en los crculos artsticos

    nacionales. Presentaba oficialmente su obra en Madrid por medio de nuestra galera. Su

    nombre era Alexander Vanderbilt, y por la fama que lo preceda desde la Ciudad

    Condal, de donde nos haba llegado noticia de su elocuente existencia, el mundo del arte

    tena en l a una de sus futuras celebridades, ya que sus obras contaban con unaclamado mrito artstico.

    Una ltima vez, antes de salir de casa para enfrentarme al mundo, en una especie

    de cmplice confabulacin conmigo misma, me detuve frente al espejo del recibidor

    cuando el reflejo de mi silueta tom forma en l y examin rpidamente mi aspecto.

    Aquella falda de tubo negra, conjuntada formalmente con la blusita blanca que con tantasinceridad se ajustaba a mis formas, realzaba mi figura femenina como ninguna otra

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    prenda. Sin duda, a partir de ese momento convertira aquel conjunto en uno de mis

    fetiches, incluyendo los elegantes zapatospeep toede altsimo tacn negro con los que

    haba calzado mis pies. De forma inconsciente, mis labios delinearon una sonrisa

    desnuda al contemplar la imagen en el espejo veneciano. Fue un gesto parsimonioso, tan

    escaso en el movimiento como significativo en la intencin. Me mir a los ojos;

    vibraban. Independientemente de los nervios que me invadan siempre que se

    inauguraba una exposicin en la galera, aquella maana dominaba mi interior una

    sensacin extraa. Inslita.

    Peregrina, tal vez; inexplicable, cuanto menos.

    Me haba levantado con el nimo exaltado y la impresin de que algo especial

    estaba a punto de suceder. Aunque en esos momentos no tena apenas cabeza para

    prestar atencin a aquella excepcional sensacin, todo mi ser estaba posedo por un

    extraordinario e inusitado entusiasmo. Sin embargo, me resultaba absurdo dar vueltas a

    algo tan subjetivo y personal como una corazonada, as que me deshice de esa ristra de

    ambiguas percepciones, cog el maletn y el bolso, y sal de casa sin ms preocupaciones

    en la cabeza que las que me deparaba la rutina diaria.

    Era temprano an, y quise aventurarme a pensar que, quiz, si la suerte no meera esquiva y el resto del mundo no tena la misma idea que yo, no me vera inmersa en

    uno de esos solemnes atascos de coches y peatones, amenizados con conciertos de

    claxon en re mayor que tienen lugar en las principales calles de la capital en horas

    matutinas. El reloj marcaba las ocho y veinte cuando el termmetro de la plaza de

    Espaa punte inmisericorde los veintisiete grados. El sol reinaba implacable, elevando

    su majestuosidad en la que ya se presentaba como una calurosa jornada de verano, y

    Madrid se le entregaba irremisiblemente. La cancula haca acto de presencia en el

    agosto ms asfixiante y rido de dcadas, y el rezagado mbar crepuscular mudaba a un

    azul casi turquesa que despeda el alba con rodos jirones prpuras que se descosan

    perezosamente de las nubes.

    Todava acompaada por la buena fortuna que haba decidido saludarme aquella

    maana de calor inmensurable, estacion el coche frente a las puertas de la galera. Mi

    llegada estuvo envuelta por la casi docena y media de elogios que Charlie, uno de mis

    jefes y socio de la Art Gallery, regal a mi odo y a mi ego al verme aparecer. Creo queconect con l desde el momento en que nos conocimos, unos meses atrs, cuando me

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    hizo la entrevista de trabajo a raz de la cual me incorpor al formidable equipo que

    llegaramos a establecer. La corriente de simpata que automticamente surgi entre

    nosotros nos permiti entablar amistad de inmediato, y pronto nos entregamos al

    intercambio de confidencias. Charlie era tan bromista en su faceta personal como serio

    en la profesional. Enfocaba la vida con un peculiar desenfado y adoraba el arte en

    cualquiera de las expresiones en que se revelara. Para l, arte era sinnimo de talento,

    habilidad, genio y capacidad, y tena bien afinado el sexto sentido para descubrir nuevos

    artistas; su capacidad para detectar virtuosos solo se poda definir como extraordinaria.

    Se acerc a m en el preciso instante en que mis pies cruzaban las enormes

    puertas de la galera.

    Mon Dieu, Loane, ests preciosa me alab con espontnea naturalidad

    mientras me coga de la mano y me haca girar sobre m misma.

    T que me miras con buenos ojos.

    Vas a dejar muy impresionado a Alexander Vanderbilt afirm con un gesto

    teatral.

    No me interesa impresionarlo fsicamente seal mordaz, aunque sabesque voy a intentarlo profesionalmente aad con rotundidad.

    Y vas a conseguirlo! No te quepa la menor duda.

    Un breve silencio se instaur en el ambiente mientras se asentaba la irona que

    haba protagonizado el trivial dilogo surgido entre nosotros.

    Ests bien? me pregunt Charlie, cambiando de tema.

    S, claro respond revistiendo mis palabras de tanta normalidad como pude.

    Loane, te conozco hace tiempo y s que hay algo rondando por esa cabecita.

    Pse murmur a modo de respuesta.

    Ahora me vienes con monoslabos ininteligibles? Y eso, desde cundo?

    Agach la cabeza entre los hombros y dej escapar un resuello impregnado de

    resignacin.

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    Me he levantado con una sensacin extraa.

    Una de tus corazonadas?

    No creo en esas cosas.

    Lo cual es un error en tu caso, porque siempre aciertas. Tienes una intuicin

    prodigiosa. Eres puro instinto de supervivencia.

    Yo solo creo en lo que veo y oigo interrump. Y a veces, ni a eso soy

    capaz de darle crdito.

    Soy consciente de que, para ti, todo aquello que no siga un camino

    estrictamente racional o lgico, que no se pueda formular o verbalizar, no tiene validezni credibilidad alguna.

    Alc las cejas.

    Exacto! exclam. Si no interviene la razn ni la deduccin, es mejor no

    hacer caso. Las intuiciones son, en realidad, manifestaciones de una capacidad

    extrasensorial que yo, desde luego, no cuento entre mis cualidades.

    Nadie est llamndote bruja! exclam con gesto histrinico. Vegetamos

    en un siglo en el que no deberas temer que te devoren las fauces de fuego y ascuas de

    una hoguera levantada en la plaza mayor de un pueblo maldito, mientras una

    muchedumbre enardecida por la sed de herejes y renegados corea tu nombre y exige que

    se imparta justicia. En nuestros tiempos, los seguidores del Malleus maleficarum

    cuentan con menos algaraba y ms estilo.

    Ya s que las cazas de brujas estn pasadas de moda apunt cortante.

    Cuntas veces tengo que repetirte que tus intuiciones derivan nicamente de

    tu extremada sensibilidad? Son reacciones emotivas fruto de vivencias o conocimientos

    previos, esos datos que tanto te gusta analizar. Deberas aprovechar mucho ms esa

    sensibilidad crtica que te permite discernir impresiones que a los dems nos resultan

    confusas.

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    Suspir resignada, masticando mis ltimas palabras. No quera dar pbulo a una

    absurda disputa verbal que desencadenase una discusin que probablemente acabara

    como el rosario de la aurora.

    Tienes idea de a qu puede deberse esa intuicin que has tenido? indag.

    Al estrs de trabajar en esta galera dije con burla. Lanc una mirada ms

    all de Charlie. Necesito comprobar

    ... por trigsima octava vez... cort Charlie en tono jocoso.

    Necesito comprobar repet con nfasis que todo est donde debe estar y

    no en otro sitio.

    Todo est perfecto, Loane.

    Estar perfecto cuando le haya echado un ltimo vistazo. Ya conoces de sobra

    la disciplina que me he impuesto.

    Me adelant unos pasos y percib de refiln el gesto escnico de Charlie,

    acompaado de uno de esos caractersticos suspiros ahogados que salan de su boca.

    Para l, el melodrama y la exageracin eran artes que se deban practicar asiduamente.Gir la cabeza para encontrarme con su mirada y, simplemente, le sonre sarcstica.

    Recorr con solemnidad los cincuenta metros de pasillo que separaban la entrada

    de la galera de mi despacho. Una vez all, dej el maletn en la mesa, colgu el bolso

    del perchero y me encamin a la sala de exposiciones dispuesta a dar comienzo a mi

    ritualizada labor. Una a una, como en un acto protocolario, fui examinando las obras

    que se iban a mostrar y repas el itinerario que habamos elegido para la exposicin.

    Prest especial atencin a que cada nombre, fecha y explicacin estuviera en la obra

    correspondiente.

    Todo correcto? susurr una voz.

    Reconoc al instante ese acento pausado y danzarn. Me gir haca el lugar del

    que provena el sonido y descubr a Arthur, detrs de m.

    Haba estado contemplndome escrupulosamente y en completo silencio desde

    el otro lado de la sala, por encima del borde de sus obsoletos lentes. Arthur Blake era

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    accionista mayoritario de la galera, escptico y disidente de un mundo que solamente

    descubra ante l las vergenzas; precavido y metdico, amante del rigor y poseedor de

    una slida sensatez y un denso sentido comn; un prodigio de reflexin y paciencia. Sus

    comportamientos, propios de un sabio despistado, lo revelaban como un genio

    indiscutible que viva atormentado en una poca que, sin duda, no era la que le

    corresponda. Como buen britnico, y haciendo honor a la fama de los oriundos de la

    capital, Arthur era flemtico, fro en determinadas circunstancias o con determinadas

    personas. Raramente demostraba alguna emocin que no fuera indiferencia o hasto.

    Haca de la calma, el silencio y la introversin sus armas de supervivencia frente a una

    sociedad falta de moral higienizada, cuyos habitantes se vean prcticamente obligados

    a ventilar sus vicios para evitar el rechazo. Se enfrentaba a sus obligaciones con

    responsabilidad y distancia; era uno de esos eruditos versados en las viejas usanzas que

    no dicen una palabra ms de las necesarias. Sus soberbios conocimientos sobre arte

    sobrepasaban los de cualquier catedrtico, docto o ledo del que hubiera constancia

    hasta la fecha. Era de esas personas que siempre buscan y casi siempre acaban por

    encontrar la lnea recta que gue su conducta. Su religin era el arte, y su nico dios, al

    que profesaba una fe vehemente, Dal, con quien las lenguas viperinas de los crculos

    sociales lo comparaban satricamente por su excelsa imaginacin, su notable

    megalomana y su manifiesto narcisismo. Sin embargo, aunque esas caractersticas eran

    las pblicamente insignes, no eran las ms laudables ni las que lo hacan acreedor de

    sobrados mritos de singularidad. Arthur era extremadamente sensible a todo cuanto lo

    rodeaba; su animadversin por el ser humano haba ido creciendo a medida que la vida

    lo despechaba, hasta que acab por hundirlo en un insalvable escepticismo por el

    universo tal como habra apuntado Ramn y Cajal. Como suele ocurrir, el genio era

    tratado injustamente como un loco al que era mejor ignorar. Pero las personas que

    tuvieron la fortuna de conocerlo no podran haber estado ms erradas. Para algunos

    ayunos en letras, desprovistos de picos en el encefalograma pero abastecidos de una

    mordacidad txica, el supuesto trastorno mental de Arthur inspiraba una piedad

    pecaminosa que hera su orgullo. Sus ideas, a semejanza de las pinturas dalinianas,

    navegaban entre la locura y la genialidad, donde sus pequeas o grandes excentricidades

    contribuan nicamente a hacerlo ms eminente.

    Creo que est perfecto contest.

    Crees?

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    Creo

    Para ti nada acaba de estar perfecto nunca, verdad?

    Silenci mi respuesta y sonre.

    Tienes una voluntad frrea, decisin y valor continu Arthur. Esas

    cualidades te llevarn al xito.

    T crees? le pregunt con suave irona.

    Liber una risa indulgente y se acomod en la nariz los viejos lentes.

    Bsicamente, el xito est compuesto por un noventa por ciento de esfuerzo,

    un cinco por ciento de originalidad y otro cinco por ciento de talento me explic.

    Superas con creces todos los porcentajes.

    Y la falta de confianza en uno mismo? Prest especial atencin a su

    respuesta.

    En tu caso, la falta de confianza se suple en mayor o menor medida con otras

    cualidades que tambin posees y que tambin resultan idneas para alcanzar el xito.

    Frunc el ceo, intrigada. Arthur me mir por encima de los lentes, como un

    abuelo que aleccionara a su nieta predilecta, y sonri comprensivo.

    Eres metdica, perseverante y extremadamente perfeccionista en todo lo que

    haces.

    Y qu me dices de la suerte? apunt. Gran parte del xito est ligada

    ntimamente a la buena estrella. De hecho, creo que si la fortuna se niega a

    acompaarnos, si no nos escolta en nuestros propsitos, si nos da la espalda, poco o

    nada tenemos que hacer. La suerte no va siempre unida al talento.

    La constancia, la tenacidad y el conocimiento proporcionan lo que no concede

    la suerte. Es perfectamente reemplazable, Loane concluy.

    Lo mir meditabunda mientras una solucin me asomaba a los ojos. Arthur tena

    un escuchar contemplativo y un hablar solemne y ceremonioso, y no reparta halagos

    que no fueran merecidos. Su conversacin rara vez me dejaba indiferente. Como ocurre

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    con las matrioskas rusas, que cuando se abre una mueca se encuentra otra en su

    interior, y otra y otra ms, el ingls consegua dar respuesta a muchas de mis cuestiones,

    pero a la vez abra nuevos interrogantes a los que buscar argumentos.

    Sin apreciar la presteza con que se deslizaba la relatividad del tiempo cuandoconversaba con Arthur, las manecillas afiligranadas de mi reloj de pulsera se haban

    desplazado hasta acariciar con sigilo las diez de la maana. Faltaba apenas un par de

    minutos para que se precisara la perfeccin de la hora dentro de su esfera ocre.

    La galera deba abrir sus puertas al pblico.

    Cuando emerg de mi fugaz abandono, Charlie ya se estaba ocupando de ello,

    aunque eso no me ahorrara la tradicional sucesin de saludos a los visitantes. El tenuemurmullo de la gente que comenz a entrar siseaba en el interior de la sala como un

    enjambre de abejas, despertndome del ligero letargo en que me haban sumido las

    palabras de Arthur. Decenas de caras conocidas iniciaron un sbito deambular por la

    estancia; cuerpos informes se extendan por ella como una negra mancha de petrleo

    por la superficie tranquila del mar, llenndolo todo, anegando el recinto al son asonante

    de la novedad y la expectacin. Me enderec y mir satisfecha al que minutos antes

    haba sido mi interlocutor. Sus ojos sonrean. Tras un vistazo sumario a la afluencia depblico repar en Charlie, que iba de grupo en grupo repartiendo bienvenidas y

    estrechando manos calurosamente. Poco despus se diriga con pasos afanosos hacia m.

    Alexander Vanderbilt quiere conocerte solt sin ms al alcanzarme. Asent

    conforme. Ah tienes el extraordinario motivo de tu intuicin afirm mordazmente,

    mientras una sonrisa de picarda asomaba en la lnea de sus labios.

    Hizo un gesto con la cabeza para indicarme la posicin exacta de Alexander

    Vanderbilt en la sala. Hasta aquel da, como de costumbre, Arthur era quien se haba

    encargado de tratar con l las condiciones de la exposicin, y Charlie, quien lo haba

    telefoneado en un par de ocasiones para ultimar detalles. Yo, en cambio, lo nico que

    conoca de l era su obra, su coleccin de cuadros. Su trabajo era la nica carta de

    presentacin que posea de Alexander Vanderbilt.

    Siguiendo las indicaciones de Charlie, dirig la mirada hacia el lugar que me

    haba sealado, no s si con suficiente disimulo. Al fondo de la sala vi a un hombre altobien adentrado en la treintena, de aspecto distinguido y complexin atltica, con

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    hechuras y corte de galn de cine, rasgos rotundamente masculinos y sorprendentemente

    apuesto, que me miraba con insistencia mientras departa amable y sonriente con los

    invitados que tena alrededor. La amplia sonrisa que se extenda por su atractivo rostro

    dejaba ver la perfeccin de una dentadura fuerte y blanca que confera cierto carcter

    autnomo a su buena fortuna. La arrogancia de su porte pareca corroborar su xito.

    Durante unos segundos, sus ojos, extraamente fros, lograron impactarme de

    manera asombrosa. De un azul celestial, casi transparente, combinaban armoniosamente

    con un cabello negro azabache, unos labios definidos y perversos y una tez color canela,

    dando a su fisonoma un aspecto hermtico. Ataviado con un traje de tres piezas gris

    marengo, la ceida camisa negra satinada, de cuello impecablemente almidonado,

    aderezada con una fina corbata anudada metdicamente, dejaba adivinar un torsodelineado con perfeccin. Era una rplica fiel de la elegancia en persona, un Beau

    Brummell del siglo XXI. El rbitro de la moda de la corte victoriana pareca haber

    legado su sofisticado garbo a Alexander Vanderbilt.

    En mi retina se qued grabada a fuego su estampa, al tiempo que me preguntaba

    si era posible que la naturaleza hubiera decidido reunir en un solo hombre todas aquellas

    virtudes y si le habra dado conciencia de su perfeccin.

    Alexander Vanderbilt te espera, querida me susurr Charlie al odo,

    espoleando la expectacin que haba creado aquel hombre en m.

    En silencio, me abr camino en su direccin mientras l me examinaba a

    distancia. Durante los segundos que tard en recorrer los escasos veinte metros que nos

    separaban, y que se me antojaron de una envergadura dilatada hasta el infinito, pude

    percatarme de la proporcin aritmtica de su figura, de la cadencia rtmica de sus

    medidas, y comprobar con mejor juicio la simetra perfecta de sus msculos. La altura,la fortaleza y una imagen de conjunto asombrosa le conferan cierto aire de espritu

    indmito. Las mujeres poseemos un instinto atvico que nos lleva a admirar en los

    hombres la fuerza fsica que les atribuimos. Desde luego, esta caracterstica formaba

    parte del enorme atractivo que exhalaba Alexander Vanderbilt por cada poro de su piel.

    Instantes antes de alcanzarlo respir profundamente y carraspe para aclarar la

    garganta y dar una entonacin correcta a mi voz. Cuestin de perfeccionamiento, de

    retoques. l esperaba mi llegada, presum, cuando lo vi abrirse paso augusto y

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    disculparse ante el grupo de contertulios con los que se encontraba conversando

    animadamente.

    Disclpenme me excus con voz clara y tono decidido. Les robo unos

    minutos al seor Vanderbilt aad, dibujando una ligera y cordial sonrisa en mi boca.

    Los invitados asintieron con una leve inclinacin de cabeza y acabaron de ceder

    un espacio del que el propio Alexander Vanderbilt se haba encargado de aduearse.

    Hice gala de todo el aplomo de que fui capaz en un momento en que la

    imperturbabilidad de sus ojos pronunciaba un veredicto, quiz exacto y tajante, sobre

    los mos. La firmeza de su mirada intimidaba. Sin duda, era el hombre de xito que

    pareca ser. Tragu saliva y alargu el brazo hacia l, tendindole la mano con

    amabilidad. La estrech solemne y calurosamente, con la gentileza que impone tal

    tratamiento de respeto. Su mano atribuy a la cordialidad del gesto seguridad,

    confianza, atrevimiento e irreverencia, pero por encima de todo eso: autoridad. Pareca

    querer dominarme.

    Loane Darey, comisaria de la exposicin me present, mientras analizaba

    su rostro.

    Alexander Vanderbilt, pintor en ciernes contest en tono jovial.

    Intercambiamos una sonrisa distendida.

    Su voz era grave, masculina, e imperativa, con un leve rastro de acento cataln.

    Hablaba con calma y fluidez, aunque se adivinaba un peculiar humor negro, y me

    pareci advertir en sus ojos el destello de una alegre burla, como si en secreto parodiase

    el mundo que lo rodeaba o incluso a s mismo. Su barbilla, orgullosa e impulsiva, se

    enmarcaba en una poderosa mandbula realzada por unos pmulos suficientementedefinidos para desafiar los convencionalismos. La suya era la belleza angulosa de un

    animal de pura raza, salvaje y peligroso.

    Encantada de conocerlo, seor Vanderbilt. Es un placer.

    El placer es mo, seora Darey.

    Sus ojos se llenaron de picarda cuando pronunci mi apellido. Supuraban una

    extraa sensualidad que pareca hacer efervescente el negro abismal de sus pupilas.

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    Aunque fing indiferencia hacia su porte seductor y desenvuelto, experiment un

    escalofro que me cal hasta los huesos, y una sbita inquietud a la que no supe dar

    explicacin se instal a lo largo de mi cuerpo. Ese hombre tena algo indescriptible que

    me intimidaba.

    Puede llamarme lex seal al tiempo que se ajustaba el nudo Windsor de

    la corbata.

    Y usted a m, seorita Darey le aclar en tono irnico, adornado con el

    regalo envenenado de una sonrisa rpida. Es un honor para la Art Gallery que haya

    expuesto aqu su obra. En nombre de los directores de la galera y, por supuesto, en el

    mo propio, le damos la bienvenida y le agradecemos la confianza depositada ennosotros.

    Sonri con sus ojos cristalinos.

    Gracias por la acogida que me habis brindado. Me gustara mencionar que

    me siento enormemente halagado de que haya sido la Art Gallery la que ha tenido la

    deferencia de exponer mi obra.

    Uno de nuestros principales cometidos, adoptado como obligacin por todoslos miembros del equipo, consiste en promocionar y apoyar a los artistas emergentes, y

    sobre todo, promocionar y apoyar sus creaciones le expliqu con atenta cordialidad

    . Si es tan amable de acompaarme, seor Vanderbilt hice una pausa, lex

    correg, le presentar a los directores de la galera.

    Por favor. Respondi a mi sugerencia cedindome la prioridad. Usted

    primero, seorita Darey.

    Observ que Alexander Vanderbilt era adems un hombre perceptivo y

    carismtico. Contaba entre sus virtudes con una pericia de palabra y una gracia en la

    expresin dignas del mejor sofista griego. Un peligroso predicador de ojos ardientes y

    sonrisa irresistible, dispuesto a catequizar almas extraviadas para devolverlas al camino

    de la salvacin. Su elocuencia, estudiada y sutilmente comedida, y esa verbosidad que

    presum persuasiva e insinuante, se advertan como armas capaces de engatusar a ms

    de uno y, cmo no, a ms de una. La palabrera abundante, bien organizada, y el verboadministrado con pulcritud hacen siempre las delicias de los odos necios de alguna

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    mujer, sobre todo si para seducirla basta con la estulticia de la palabra. Pero Alexander

    Vanderbilt no destilaba solo verbo; irradiaba una prepotencia genuina aparentemente

    congnita. Era de esas personas a las que el mundo parece pertenecer, simple y

    llanamente porque no aceptan fronteras ni lmites. Establecen sus propias reglas libres

    de conciencia tica e imponen su voluntad al resto. Uno de esos hombres que navegan o

    intentan navegar al margen de cualquier directriz que pueda marcarles el destino, con

    una confianza ciega en la vida, y a quienes la gente perdona su osada por ser tan

    asquerosamente afortunados.

    Tras la presentacin oficial del seor Vanderbilt a Arthur y Charlie, que le

    transmitieron la perceptiva bienvenida entre expresiones de respeto mutuo y cortesas, el

    siguiente paso fue mostrarle el itinerario de la exposicin. Durante el trayecto, nuestrodilogo se convirti en un tira y afloja rebosante de ingenio. En alguna ocasin

    sorprend a Alexander Vanderbilt escrutando furtivamente la lnea infinita que

    perfilaban mis piernas, diagnosticndome las medidas fehacientemente y contemplando

    de forma deliberada y casi enfermiza los zapatos de tacn alto con que conjuntaba la

    ropa. Era irreverente, contrario a todo respeto debido, arrogante hasta lmites

    inenarrables, prepotente y dspota, por aadidura. Ostentaba la soberbia insolente de

    quien cree saberlo todo. Descarado, provocativo, embaucador y desvergonzadamenteguapo, ms de lo que ningn hombre tendra derecho a ser. Con la misma facilidad con

    que un nio paladea la dulzura de un caramelo, yo lograba perderme en el azul celeste

    de sus ojos incendiarios.

    Se perciba que Alexander Vanderbilt estaba acostumbrado a obtener todo

    cuanto deseaba. Era de los que persiguen sus metas de manera obstinada y caprichosa

    sin reparar en medios ni escrpulos. Haba algo hipntico en su mirada, tentador en su

    belleza y misterioso en su persona. Algo que iba ms all de una explicacin precisadacon palabras y que poda doblegar las ms slidas virtudes. Creo que no exageraba al

    pensar que ninguna mujer habra osado eludir sus caricias.

    Los tres das que dur la exposicin transcurrieron de forma rpida y resuelta.

    La coleccin tuvo una acogida excelente, rubricada en todo momento con halagos. Se

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    vendieron nueve de la veintena de lienzos expuestos, adems de varios encargos

    personales de algunos de los clientes ms sustanciales con los que contaba asiduamente

    la galera. A ninguno nos sorprendi tan buena aceptacin: se trataba de una pintura

    muy cuidada, sobria, con trazos, lneas y colores muy depurados, sin rebuscamientos ni

    artificios, condiciones que hacan las delicias de los ms puristas y contribuan a

    consolidar su clebre fama. El realismo que plasmaban los cuadros de Alexander

    Vanderbilt, en una recreacin nica y sublime, era asombroso, con una minuciosa visin

    para las medidas correctas. Se podan pasar horas y horas observando sus obras sin

    correr el riesgo de agotar los detalles.

    La belleza que reflejaba a travs de la paleta era la que le proporcionaba esa

    realidad que tan fielmente reproduca en sus obras, sin idealismos ni ardidesornamentales. Sus pinturas carecan de subjetividad. La nica fuente de inspiracin con

    que contaba era, sencillamente, el entorno y la belleza que descubriera en l. Todo lo

    que era capaz de contemplar lo converta inmediatamente en un conjunto de lneas y

    color que cobraba vida sobre el lienzo. Su ojo era como el de un fotgrafo, y su mano,

    una cmara en la conquista de una realidad que, en la diversidad temtica que abarcaba

    su coleccin, ganaba su punto lgido en unos cuadros que desde un principio captaron

    poderosamente mi atencin y la de buena parte de la concurrencia. Eran unas obrasdensas, misteriosas, cerradas al espectador. En ellas aparecan exuberantes mujeres

    sensualmente azotadas, castigadas con una nica arma: el erotismo en su mxima

    expresin. Unos cuerpos que autografiaban en renglones de placer una poesa de

    carnalidad exacerbada e insultante, inmovilizados en posiciones tan hermosas como

    imposibles. Pero entre todos haba uno que seduca el ojo por encima de los dems. El

    cuerpo esbozado de una muchacha de no ms de dieciocho aos se retorca glorioso

    sobre s mismo mientras las formas precisas, viriles y arrolladoramente autoritarias de

    dos hombres la sometan y sodomizaban al capricho que dictaba su imperioso deseo, al

    tiempo que una aglomeracin de devoradores de morbo, en derredor, degluta una

    lascivia que traspasaba las lneas coloristas de la obra hasta alcanzar la mismsima alma

    del espectador. Sin duda, era uno de los cuadros ms evocadores e intensos que haba

    visto en mi vida.

    Aquellos lienzos nacidos de la mano de Alexander Vanderbilt hacan insigne

    honor a una sexualidad alternativa, desconocida para la mayora de los mortales pero,

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    segn reflejaba la conjuncin perfecta y armonizada de trazos y colores sobre la

    virginidad de la tela, llena de matices y visos por descubrir.

    Todos los artistas plasman parte de su universo personal en cada una de sus

    creaciones. Analiza una obra y conocers al autor. No sin cierto miedo, mepreguntaba qu parte de la mente de Alexander Vanderbilt se encargaba de expresar las

    imgenes que componan aquellos cuadros. La lascivia y la perversidad que se

    reflejaban en ellos acariciaban mi imaginacin como una mano con guante de seda, de

    modo coqueto y tentador.

    A lo largo de aquellas jornadas en las que Alexander y yo cruzamos charlas y

    pareceres, debatimos opiniones y romp con el respeto debido a la diferencia

    generacional y me acostumbr a llamarlo lex, lejos de apaciguarse la inquietud que

    provocaba en m su presencia, se acrecent de una forma insinuante y peligrosa. En

    algn momento de las horas que pasamos juntos, en mi cabeza se instal con una

    insistencia rayana con la obsesin la idea de que ocultaba algo. Algo callaba. Comenz

    a martillearme en la mente el pensamiento apremiante de que no haba ido a Madrid

    solamente con motivo de la presentacin de su obra en nuestra galera. Tena el pleno

    convencimiento de que otro asunto, de una envergadura seguramente muy distinta, lo

    haba llevado a la capital e incluso a m. Con esa desazn rondndome, se dio por

    clausurada la exposicin.

    Mi reloj marcaba las nueve y media de la tarde, el da en que finalizaba la

    muestra, cuando Alexander Vanderbilt se abri paso decidido entre los asistentes con

    intencin de llegar hasta m, para felicitarme por el ptimo trabajo realizado con su

    coleccin. Cuando me alcanz, me asi con suavidad por el brazo y me condujo

    cortsmente a un rincn de la sala, lejos de la multitud. Me detuvo frente a s, en la leve

    intimidad que haba conseguido, y en apenas una fraccin de segundo, mi mirada se

    amold a la suya de manera concisa.

    Enhorabuena por el excelente y arduo trabajo que has hecho con mi obra,

    Loane me dijo mientras clavaba sus ojos en los mos.

    Es mi cometido respond satisfecha. Aunque no es solo mrito mo.

    Charlie y Arthur tienen mucho que ver en la tarea que se lleva a cabo.

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    Soy consciente de ello. Tanto Charlie como Arthur han recibido ya mis

    felicitaciones y, por supuesto, les he hecho llegar mis agradecimientos, al igual que

    quiero hacer contigo aplaudiendo la labor que desarrollas en la galera. Sonri

    cortsmente. De inmediato supe que haba algo ms detrs de esa simple sonrisa.

    Muchas gracias, lex.

    Recib sus halagos complacida y perceptiblemente azorada; suponan un

    pequeo azote a mi timidez, sobre todo porque se presuma que Alexander Vanderbilt

    no era de esos hombres dados a las lisonjas fciles. Sin embargo, sus palabras se me

    antojaron huecas, carentes del efecto encomistico que pretenda darles.

    Me gustara, si no tienes comprometida la noche prosigui, invitarte acenar despus de que acabe tu jornada para agradecerte personalmente la esmerada

    atencin con que has tratado mi obra. Su mirada se torn en un segundo aguilea.

    Durante los instantes siguientes a su invitacin y previos a mi contestacin, el

    ambiente se ti de un recelo procedente de mi persona ante aquel inesperado y

    sorpresivo brote de inters por verme despus. Como buenamente pude, hice un primer

    y nico intento de declinar su invitacin, pero me fue imposible.

    No s a qu hora podr salir. Cuando cerramos una exposicin tenemos que

    tramitar un montn de papeleo le expliqu, convincente.

    Hay restaurantes que sirven cenas hasta muy tarde apunt.

    Aun as, puede que no encontremos nada abierto, excepto algn local de

    comida basura brome, taimando la negativa.

    Entonces pasaremos de la cena y nos tomaremos una copa insistipersuasivo. Te gusta el martini, o prefieres un gin tonic? Mitad y mitad, dos partes

    de tnica y una de ginebra; tres de tnica y dos de ginebra...?

    Para una abstemia convencida como yo, un gin tonic en cualquiera de las

    proporciones que me propona me habra revuelto el estmago.

    Nunca me ha gustado la tnica respond con sarcasmo.

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    Entonces, un martini? O una ginebra a palo seco, si la tnica es lo que no

    te agrada matiz, ms mordaz an.

    Gracias por la invitacin, lex, de verdad, pero

    No tendrs miedo de quedarte a solas conmigo me cort con insolencia.

    Miedo? Por qu iba a tener miedo?

    No lo s. Dmelo t.

    Seor Vanderbilt, hay pocas cosas en este mundo que consigan darme miedo

    afirm. Le aseguro que usted no es una de ellas.

    Siempre que te pones nerviosa dejas de tutearme.

    Lo mir con una expresin de desconcierto proyectada en el rostro. No me haba

    dado cuenta, aunque era obvio que lex haba reparado en ello. Creo que fue en ese

    momento cuando decid rendirme a su perseverancia y a l.

    Me conformo con un t blanco dije al fin, resignada.

    Eso est mejor contest con voz pausada mientras sus pupilas se contraan.

    Han abierto a dos manzanas una cafetera en la que sirven unos ts de vicio.

    T blanco? repiti. El t de la belleza. Ese es tu truco?

    Frunc el ceo durante un segundo.

    En ms de una ocasin, las locuacidades de lex me pillaban con la guardia baja

    y sin saber bien qu responder para no quedar en evidencia. Ante mi extraeza, se limit

    a brindarme una ligera sonrisa, seguro de la infalibilidad de sus palabras, certero en la

    eficacia de sus hechos, firme en el juicio de s mismo y de los dems.

    Est bien, iremos a probar esos ts de vicio accedi con una risilla

    indulgente. Tengo que concretar unas cosas con algunos de los osados clientes que

    han adquirido mis obras. Cuando termines, te estar esperando en la salida.

    Sin ms sonido entre nosotros que el suspiro condescendiente manifestado por

    mi garganta ante la coaccin de su labia, orient hacia el despacho la sombra que se

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    desgajaba de mis pasos. La fluorescencia proveniente de una luna lechosa ingresaba

    desvergonzadamente por la ventana, creando formas trapezoidales en el suelo y la pared

    contigua. Rodeada de aquella claridad casi mgica, me introduje en la estancia y

    encend la luz. Todava tena que completar la documentacin necesaria para el da

    siguiente, una formalidad obligatoria. En el par de horas que pas rellenando con ms o

    menos tino el papeleo gubernativo, la imagen de Alexander Vanderbilt vagaba

    espordica e inexplicablemente a sus anchas. Apareca y desapareca en mi mente como

    un fantasma que merodease por un castillo envuelto en una sbana blanca. Al margen de

    los agradecimientos protocolarios que deseaba hacerme llegar, su invitacin resultaba,

    cuando menos, sospechosa. Su conducta de los das anteriores dejaba entrever

    fugazmente una doble intencin. Pens, de todos modos, que sin duda me hara saber en

    el transcurso de nuestra disimulada cita aquello de lo que quera hacerme partcipe.

    Seguramente, lo que Alexander Vanderbilt se trajera entre manos no poda

    esperar ms tiempo que el prestado en la entrevista. Tena la certeza de que lo que fuera

    se hablara con ocasin de ese encuentro.

    Intent concentrarme para acabar con la ineludible vorgine de documentos que

    tena sobre la mesa. Del sopor burocrtico me sac Arthur, que se present en el

    despacho con semblante serio y algo grun. Supuse entonces que se encontraba

    inmerso en alguna de sus particulares disputas con el mundo.

    Tienes toda la documentacin? me pregunt mientras dejaba caer los

    lentes al pecho. Las llamadas telefnicas de los impacientes apremian.

    S, aqu est todo respond, entregndole la pila de papeles.

    Malditos trmites! farfull malhumorado. Consiguen hacer aicos la

    esencia del arte. Quebrantan su sustancia y hacen que su dulce sabor amargue como la

    peor de las hieles. El arte debera ser una maravilla de dominio pblico y, por supuesto,

    gratuito.

    Arthur era poco amigo del papeleo y de todo aquello que supusiera una cortapisa

    para la expansin autnoma del arte. Pero los trmites y documentos no solo

    conseguan hacer aicos la esencia del arte, sino tambin su afamada

    imperturbabilidad. l, que nunca se impacientaba, era incapaz de echar mano de algn

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    vestigio de resignacin para aplacar su antipata hacia las tediosas obligaciones

    burocrticas, de modo que lo consuman hasta evaporar por completo su paciencia.

    Con los papeles en la mano y malhumorado, enfil el camino hacia la puerta.

    Antes de abrirla, se gir de nuevo a m.

    Creo que Alexander Vanderbilt te espera en la entrada. Se lo ve impaciente.

    Hemos quedado para vernos ahora.

    Arthur me lanz una mirada perspicaz. Le su pensamiento como si fuera un

    libro abierto.

    No hemos quedado para salir juntos me adelant a decir.

    No? Entonces, para qu?

    No vamos a salir juntos en ese sentido aclar, sutil. Quiere agradecerme

    la labor que hemos hecho con su obra antes de regresar a Barcelona argument.

    Es todo un detalle por su parte que, siendo una labor conjunta, la invitacin

    recaiga exclusivamente en las piernas ms bonitas de la galera. Imagino que habra sido

    una crueldad por tu parte rechazar su invitacin.

    Ahogu en el fondo de la garganta la rplica que provocaron en m aquellas

    palabras. No habamos quedado para salir juntos. No en ese sentido.

    Acto seguido, orden rpidamente la documentacin que tena en la mesa, revis

    el bolso para comprobar que llevaba todo lo necesario, incluso para el hipottico caso de

    una huida inminente del pas, y puse rumbo con resolucin a mi encuentro con lex.