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LA IDEA DE LA FILOSOFÍA Lic. Daniel Tacilla Universidad Nacional Federico Villarreal Resumen Una de nuestras cuestiones clásicas en la filosofía es la pregunta ¿Qué es la filosofía? y de ahí ¿Quién hace filosofa y quién no? aunque para ello siempre se suele partir desde un punto relativo, pues aquello que caracteriza a nuestra época es que se acepta todo “pensamiento” en razón de que éste nace de experiencias particulares que son capaces de cambiar un mundo. La filosofía necesita desvanecerse para que se pueda poner de pie. La razón, en su intención de coger la verdad, ha ido llegando cada vez más a un mal concepto de la seguridad, ha llegado a la idea de calcular la verdad en aquello que puede medirse conscientemente, es decir, en los objetos, cosas, experiencias, procesos medibles del cual podemos tener seguridad perceptible. Tal inclinación es producto de la metafísica occidental, como Heidegger lo remarca en sus obras. A este modo, caminaremos por la idea de cómo el problema, “la cuestión”, por lo común, se fundamenta, en su acción, por la experiencia particular. 1

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La idea de la Filosofía - Daniel Tacilla

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LA IDEA DE LA FILOSOFÍA

Lic. Daniel TacillaUniversidad Nacional Federico Villarreal

Resumen

Una de nuestras cuestiones clásicas en la filosofía es la pregunta ¿Qué es la filosofía? y de

ahí ¿Quién hace filosofa y quién no? aunque para ello siempre se suele partir desde un

punto relativo, pues aquello que caracteriza a nuestra época es que se acepta todo

“pensamiento” en razón de que éste nace de experiencias particulares que son capaces de

cambiar un mundo. La filosofía necesita desvanecerse para que se pueda poner de pie. La

razón, en su intención de coger la verdad, ha ido llegando cada vez más a un mal concepto

de la seguridad, ha llegado a la idea de calcular la verdad en aquello que puede medirse

conscientemente, es decir, en los objetos, cosas, experiencias, procesos medibles del cual

podemos tener seguridad perceptible. Tal inclinación es producto de la metafísica

occidental, como Heidegger lo remarca en sus obras. A este modo, caminaremos por la idea

de cómo el problema, “la cuestión”, por lo común, se fundamenta, en su acción, por la

experiencia particular.

Palabras Clave: Filosofía, experiencia, verdad, ciencia, pensar, pensamiento, habla.

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INTRODUCCIÓN

Pero allí donde crece el peligro, crece también lo que salva.

Hölderlin

El peligro nunca es tan digno de mención como cuando se lo ha aprehendido y superado,

cuando es el llanto y el crujir de dientes los que acompañan al hombre frente al peligro, que

le dan un rostro al tiempo y un alma fuerte a su vida; es aquello que siempre mantendrá

lista y viva a la filosofía. El peligro también implica una actividad a largo plazo,

produciéndose aquello que da qué pensar, no tanto por él mismo, por el daño que nos hace,

sino más que todo por su relación que tiene con nosotros mismos, pues hay un sentido, sus

asuntos giran en torno al mismo hombre y su esencia, pues algo se torna peligroso en tanto

que amenaza la humanidad, irónicamente de donde viene, de una idea que ha sido cuidada

por la humanidad. No es una idea que exista por sí misma, existe por la forma en que la

realidad ha sido pensada, de esas ideas que compartimos en los conceptos y las palabras

que intentan salir del espíritu del hombre, pero que tan sólo son, para nosotros, formas

particulares de sentir el mundo y no el mundo.

Siempre se están intentando ocultar las ideas, y no me refiero a las solas palabras pues,

como vemos, los hombres de hoy tienen acceso a una cantidad infinita de “información”,

sino que ese asunto que se oculta es del “conocimiento” de las ideas, los conceptos, que

forman parte de la rutina de todo hombre, más que la percepción o amontonamiento de

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palabras que leemos y luego reproducimos para asuntos prácticos. De ahí que, éstas

siempre permanecerán vivas aunque sean olvidadas por el hombre rutinario, el hombre

actual posmoderno, porque lo que interesa al fin es lo que vive, lo que permanece, el alma,

refiriéndome no tan sólo a una visión psicologista del hombre, a la existencia psicológica

del hombre o a su conjunto de vivencias, sino más aún a todo aquello que posibilita esas

condiciones de las vivencias que experimentamos como exceso o defecto, lo que da, lo que

hace que lo que es sea, “aquello de donde y por lo cual una cosa es lo que es y como es”

Heidegger (1969:13). Tal como la vivencia de una obra de arte no es lo mismo que la obra

de arte que estimuló esta vivencia, o la obra de arte de un hombre del siglo XVIII y la de un

individuo del siglo XXI, pues existe un conjunto de cambios espirituales e ideas que

anduvieron, andan y dejan su huella en el espíritu de una época. Una época y su vida no

pueden tener existencia si no hay una idea que les de identidad, sólo de esta manera pueden

presentarse y olvidarse las ideas. Una época está llena de hombres que duermen en ellas,

pero la verdad, lo que es, la lleva el “artista” de la verdad, que recibe la idea de manos de la

filosofía. Por ello, los hombres y las mismas obras que están ante ella cambian y olvidan,

pero ella permanece. Y sólo cuando él entienda que lo que interesa no es tan sólo lo que

está dado ante mí, sino lo que permanece ahí, se buscará la manera de superar el peligro, no

destruyendo –pues es éste el que despierta lo que seremos– la forma en que se manifiesta el

peligro, que puede ser el Estado, la religión, el imperialismo, etc. sino descubriendo la

identidad en nuestro espíritu con las cosas que convivimos; a pesar que la vivencia o la

experiencia de la que somos conscientes cambie continuamente junto a los problemas que

pueden influir de una manera muy perceptible y sensacional en nosotros, existe y vive en

medio de ello la razón que cuida del espíritu que se mueve en su hogar, en su mundo. Sólo

en él, en este permanecer que guarda la esencia del hombre, podremos salvar, cuidar

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nuestros recuerdos y entregar la libertad no sólo a un hombre, sino a las ideas que tiene el

hombre, que le son otorgadas por tan sólo llegar al mundo, como un obsequio y una

posibilidad, o de vivir tal como lo hace un animal, el cual puede ser objeto de admiración y

contemplación, o ser el que admira y contempla la belleza del mundo, ser el artista que

encuentra lo que es su vida a través de la filosofía.

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OLVIDAR PARA RECORDAR: EL RETORNO AL ORIGEN

“De donde las cosas tienen su origen, hacia allá tienen que

perecer también, según la necesidad, pues tienen que pagar pena

y ser juzgadas por su injusticia, de acuerdo con el orden del

tiempo”

Heidegger (1969: 265)

Este es, a juicio de Heidegger, la sentencia más antigua del pensamiento de Occidente y

ciertamente contiene el espíritu de este trabajo. La sentencia pertenece a Anaximandro, y

tal como en los presocráticos, considera que hay un sentido para las cosas, la naturaleza

tiene una finalidad que se revela en su destino, el cual es un desvelar del inicio, que

comparte con nosotros mismos. De esta manera es que estamos atados a ella a través del

lenguaje –las relaciones conceptuales que conforman lo que pensamos y se expresan sólo

en el lenguaje– consciente o inconscientemente, que pertenecemos a la misma experiencia

de la esencia, pero aunque sea así y ya líneas atrás lo implicamos, es necesario aceptar que

“muchos llevan el tirso pero son pocos los inspirados por Dionisos”, como ya se decía en el

Fedón.

Tomemos a Heidegger como referencia. Cuando se refiere a la filosofía lo hace desde y

para Occidente, lo cual implica un conjunto de conceptos que determinan nuestras

vivencias y experiencias cotidianas, distintas a las del pensamiento oriental. Este asunto se

puede ver de una manera más totalizadora en Hegel, en su concepción de la Historia

Universal. Así es que para encontrar verdaderamente algo tendríamos que ir hacia la nada,

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salir de la visión psicologista del mundo, dejar de sólo vivir como un conjunto de pasos

para saturar las posibilidades e impresiones e un solo individuo, dejar de creer que sólo

existe algo, que procesa mecánicamente nuestra conciencia como estímulos vividos, y en

lugar de ello, sobrepasar ese algo, ir a la procedencia de su esencia, de la que todos somos

parte, donde ese algo adquiere sentido en el todo, para poder de este modo acercarnos a la

verdad que desde siempre han perseguido los filósofos, y me refiero aún en los filósofos de

hoy, que rebeldes hacia un cambio (en el sentido más lamentable) toman respuestas que se

encuentran en su propia oscuridad, y que desesperados por una falta de verdad, la

convierten y ven en sus propias experiencias. Este origen tiene la particularidad –a

diferencia de cualquier otro problema de alguno de nosotros– de que no es individual sino

nuevo, que acaba por entender todo aquello que hace a la existencia, esto quiere decir que

la respuesta que tanto se busca no debe hallarse dejando y olvidando aquello que en

apariencia ya no es de nosotros, de nuestro tiempo, más bien hay que salir de nosotros, de la

individualidad de nuestros actos para así comenzar a pensar y la única manera de salir es

descubriendo nuestro fundamento, dándole la seguridad al hombre en algo diferente a la

pluralidad de sensaciones y experiencias cotidianas, es decir, en lo que sobrevive, lo

permanente, algo demoníaco y divino:

“Pero no sólo las cosas pertenecen a lo existente. Además, las

cosas no son solamente las cosas de la naturaleza. Pertenecen

también a lo existente los hombres y las cosas elaboradas por

ellos y los estados ocasionados por los actos y omisiones de los

hombres. También pertenecen a lo existente las cosas

demoníacas y las divinas”.

Heidegger (1969: 273)

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Tenemos que darle la debida importancia a “nuestro lenguaje”, el que maneja el mundo en

el que vivimos. A razón popular, pensamos –en el sentido ordinario es una actividad

meramente psicológica, como ya Heidegger lo señaló– con lo que percibimos y con lo que

experimentamos del mundo natural, de esta manera pensar en un número, en Dios, en “la”

verdad, no es más que imaginar. Ahora, sabemos que las experiencias entre un hombre y

otro varían, no tanto por la naturaleza misma sino, en principio, por la idea que manejamos

del mundo que, como lo dijimos antes, siempre permanece viva en el mundo, en el

pensamiento, pero en el hombre posmoderno… tan sólo conoce lo que se le presenta ante

sus ojos, y sólo con éstos ve, pues la inteligencia se ocupa tanto más a llenar respuestas en

test psicométricos. Lo que intentan capturar es lo que no conocen –las experiencias de los

hombres que sólo les puede pertenecer a cada uno de ellos– a base de lo que conocen –sus

propias experiencias que serán transubstanciadas hacia los que no tienen sus experiencias.

La dificultad de no encontrar una definición a la hora de hablar “sobre” la filosofía, sucede

por entregamos a la conciencia, a esos momentos que nos afectan o agradan en nuestra

existencia con las cosas a la mano (la vida fáctica), a la pura experiencia, a este acto en el

que se encuentra el sujeto frente al objeto. No todo con lo que tratamos en la vida está a la

mano o cae en nuestra experiencia como sucede con las cosas, una mesa o un libro. A

menudo nuestra individualidad interviene para comprender lo otro, con nuestras propias

cosas, distintas a los otros, o con el pensamiento que permanece en el mundo donde están

las cosas, es decir, el comprender termina siendo un “destruir o amar”, liberarse de

cualquier compromiso o buscar un compromiso en un ideal.

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Para poder acercarnos a esta esencia, que es la filosofía, debemos estar-fuera, salir de

nuestra individualidad, salir de éste problema, de aquella individualidad que pretende

manipular a los otros para un fin que no tiene sentido sino sólo para sus propios límites. De

esta manera proceden muchas de las ideas posmodernas al igual que el existencialismo,

como lo podemos ver en la existencia de su afirmación: “Así, pues, no hay naturaleza

humana, porque no hay Dios para concebirla. El hombre es el único que no sólo es tal

como él se concibe, sino tal como él quiere, y como él se concibe después de la existencia,

como él se quiere después de este impulso hacia la existencia; el hombre no es otra cosa

que lo que él se hace (…) nada existe previamente a este proyecto (…) Así, el primer paso

del existencialismo es poner a todo hombre en posesión de lo que es, y asentar sobre él la

responsabilidad total de su existencia” (Sartre, Jean-Paul., El existencialismo es un

humanismo). De esta forma, no sólo se deja al otro, sino que se niega la tradición como un

fundamento de su preocupación, entre otros que por ahora no trataremos. En cierta forma es

entendible esta negación, los eventos que aparecieron desde hace unos dos siglos hasta

ahora, impulsaron a que el hombre considere al otro como un enemigo, como algo distinto,

como un problema que no debería tener relación con él, lo que lleva a pensar que la

tradición que sostuvo a estos eventos son inconmensurables con nuestras experiencias, en el

sentido más vulgar, como que una bomba no tiene que ver conmigo, las guerras en oriente

están lejanas a mi vida y otras opiniones de este estilo.

En vista de la situación, el camino que veo es tanto dificultoso como comprometedor. Por

ello no espero dar una solución exacta o aceptada para alguno, pues la cuestión a perseguir

es el acercamiento a una definición de la filosofía y, más aún, por lo pronto, pensar la

filosofía. La dificultad se encuentra en las ideas posmodernas que se han apoderado del

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hombre y la verdad, sobre todo porque al perseguir esta cuestión nos proponemos elevar un

criterio de autoridad –actitud de la que carece nuestro tiempo– con respecto a este enfoque

universal sobre la realidad, que puede ser, en muchos aspectos, contrario a la idea de

Heidegger sobre la verdad, pues como se interpreta a voz popular el pensamiento de

Heidegger, al igual que la misma hermenéutica, se miran a las dos como posturas

relativistas y precursoras de la posmodernidad de hoy, tal como sucede en el nihilismo de

Nietzsche, de mucha influencia en Heidegger. Lo que intentamos es tan sólo acercarnos a

esta definición de lo que tenemos que pensar cuando hablamos y nombramos a la filosofía.

Ya desde comienzos del s. XX se apuntaba hacia una postura pragmática, con el

existencialismo ateo, el relativismo epistemológico, el nihilismo, el psicologicismo y sobre

todo con el giro lingüístico de Wittgenstein, Rorty, entre otros, en el que el mismo

Heidegger quiso encontrar aquel camino por el cual el ser pueda transitar propiamente,

auténticamente. Es aquí donde se escondía este propósito de realizar un diálogo con aquello

que nos es dado por naturaleza, que no debemos negar, la “tradición”. Pero la cuestión

consiste en esclarecer lo que implica el pensar por tradición. La “tradición” no son sólo

rutinas o hábitos que debemos seguir en el mundo, experiencias sobrehumanas que

producen el olvido de aquellas experiencias que sí tienen una reacción psicológica con

nosotros, lo que nos lleva a negar su existencia de ellas en nuestra vida fáctica. A pesar de

la percepción negativa de estos hombres sobre la “tradición” –montón de experiencias que

para el hombre no son parte de sus vivencias–. esto no significa que sea menos existente

que los contenidos de conciencia que estimulan nuestra percepción por momentos, sino que

forma parte de “nuestro” mundo, a pesar que sean no conscientes, no reales, no fácticas, de

contenido ilógico e irrelevante para lo cotidiano.

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En un mundo sin tradiciones el hombre deja de pensar y se pone a imaginar el recuerdo de

aquello que nunca tuvo en la vida que le han dado, invirtiendo el amor por posesión. Poseer

algo que sea sólo de él, intentando remedar una tradición para un solo hombre.

Mientras que la tradición es el entregar, la entrega del contenido espiritual, de ideales, de

una generación a otra, la filosofía es la conciencia de ese espíritu presente no sólo en

nosotros, sino con nosotros, en el mundo.

Todo aquello que el hombre aprende en su existencia no es indiferente para nosotros, sino

que esto adquiere un valor en nuestra propia vida. Así como el hombre no es sólo una cosa

más con cierta utilidad, las cosas que están a nuestra mano no son sólo objetos, son algo

más que grupos de sensaciones de agrado o desagrado por la simple experiencia, lo que

significa que las experiencias o costumbres que se aprenden en la vida particular de cada

hombre son el resultado de algo que nos antecede, que preexiste, que no vemos o

encontramos en anécdotas, problemas o traumas que se escondan en el objeto al que se

dirige nuestra conciencia. La identidad que tenemos, que sólo existe por ser parte de una

totalidad que nos relaciona, existe en el pensamiento, aunque muchos consideren que tener

identidad es rechazar lo que no reconocemos y pensar distinto:

“En los términos de Nietzsche, el pensamiento no se remonta a

los orígenes para apropiarse de ellos; sólo recorre los caminos

del errar incierto que es la única riqueza, el único ser que nos es

dado”.

Vattimo (2000: 153)

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La cuestión a replantear es la “gran pregunta” que todo filósofo alguna vez intentara

responder ¿Qué es la filosofía? para luego afirmar quién es filósofo y quién no lo es.

Pareciera que lo más justo sería decir que la filosofía es, como tradicionalmente se la define

recurriendo a su etimología, “el amor a la sabiduría”, pero tal definición es propia de los

griegos de hace más de dos mil quinientos años y, como los “filósofos” de hoy en día,

damos cuenta que el mundo que miraron alguna vez los antiguos griegos ya no es el mismo

que nosotros vemos, por lo que consideran que “el amor a la sabiduría” que existía en ese

entonces es distinto al “amor” que se percibe hoy, así como la “sabiduría”, o la verdad, se

entiende desde “otro” mundo. Tales afirmaciones, tan comunes para los de hoy,

lamentablemente son muy ciertas, el “filósofo” de estos tiempos, a diferencia de lo que

ellos crean, son calculados a través de las cosas, es decir, puedo ver un conjunto de cosas

que tienen como finalidad tan sólo ser útiles, ninguno se diferencia en este sentido de las

otras cosas, y lo mismo espero y obtengo de los hombres, aún de los filósofos, pues estos

también piensan de sí mismos como simples medios para satisfacer a otros, se consideran

útiles, cosas que por sí mismas no tienen un valor más que adherido a “algo”.

El filósofo ya no es “el amante de la sabiduría”, tan sólo es un hombre que quiere

información, siempre interesado en el progreso humano, es decir, científico, en olvidar,

pero no las cosas sino el significado oscuro de las cosas, cuando éstas nos perturban por su

incomprensibilidad, por su esencia que comienza a oscurecer nuestra percepción, decidimos

reemplazarlas con cosas nuevas, sin contenido, sin esencia –por lo menos para el sujeto que

está en pleno “progreso intelectual”– ante la percepción común o social.

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“La tensión entre el ayer y el mañana parece ir a la contra de la

pretensión de cualquier saber, ya que si por algo se caracteriza el

saber es justamente por su independencia respecto de los

cambios en lo que pasa”.

Gadamer (20021:265)

Al parecer, esto debería ser “historia antigua”, pero como es de esperarse, los eventos

recientes muestran –para muchos– que no se encuentra mucho sentido en nuestro mundo.

El pensamiento del hombre se fundamenta en la percepción que vuelve dependiente de las

acciones que interactúan con él. Así, el saber que pueda tener un individuo dependerá de las

conductas que se graben en su memoria. No sólo la conducta, sino que, más aún, su

“pensamiento” se determinará por las acciones que presente su mundo, actuando éste como

un estímulo y lo otro como una reacción. Naturalmente, al individuo sólo le interesa lo que

viene. Para ello basta ver el sistema que los estados aplican a la educación, cada vez más

apresurados a lograr el éxito ante la percepción de la sociedad, ya acostumbrada. Todo está

en ver cómo está el progreso del hombre y olvidar lo que ha sido:

“Nosotros aparecemos ahora con la atención puesta, por un lado,

en lo que viene y, por el otro, en aquello de lo cual venimos. La

actitud del que se vuelve hacia el pasado está unida sin duda con

más fuerza aún al problema de la posibilidad de saber. Pues

frente a la imposibilidad de conocer el futuro tenemos la

posibilidad limitada de conocer el pasado”.

Gadamer (20021:271)

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Ya en el pasado siglo de oro se definió al filósofo como “el amante de la sabiduría”

justamente porque la existencia del sabio era sólo un engaño hacia el mismo hombre,

volviendo de esta manera a la sabiduría un tesoro, que se persigue, del que se está cerca,

pero que siempre permanece misterioso y como todo tesoro, tan sólo tiene sentido mientras

se muestre una pequeña parte de ella. No amamos al tesoro sino más bien la idea de éste, el

misterio, que nos lanza en su búsqueda. Tanto lo mismo sucede con la sabiduría, la verdad.

La sabiduría es intemporal, no es manejable o transmitible, tan sólo “es por lo que todo es”.

Por tanto, si esperamos encontrar sabiduría mirando al frente –olvidando–, tan sólo nos

encontraremos con restos que nada tienen que ver con vanas cosas y nada con nosotros. Es

la inteligencia lo que el hombre debe usar para ir en búsqueda de aquellos secretos que

espera encontrar en todo lo que cae a su percepción.

Es un hecho lo que Heidegger afirmaba, hace poco menos de un siglo, sobre el olvidar,

refiriéndose a la conciencia histórica como elemento distinto al de los objetos naturales, a

los cuales se les podría aplicar un método seguro con el fin de calcularlos y medirlos bajo

principios de causa y efecto, cosa que no sucede con lo demás que no es natural, que no es

calculable.

Ahora, después de haber llegado a un punto en el cual el filósofo no es un ser vacío,

contenido de imágenes fugaces, acciones que esperan una respuesta y que no tienen más

que eso, fe en “algo que aún no poseen”. Parece estar todo claro. Perseguimos el presente

haciendo que este permanezca con nosotros aun cuando el tiempo se aleje y nos deje.

Naturalmente, el único presente que podemos capturar es el que está a la mano de todos: la

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imagen, lo calculable, lo óntico. La ciencia y la técnica son las que se encargan de hacer

cada vez más presente las cosas ante nosotros, reemplazando lo que esperamos, lo que aún

no viene, por las cosas, por los objetos que no hace más que tornarlo imbécil, volverlo

animal, y como tal dejar de pensar. La obsesión por el miedo al futuro se termina

interpretando el futuro como presente, la ausencia del tiempo y de pensamiento. No existe

el “recuerdo” pues éste no existe a los ojos del “hombre actual”.

La esencia del filósofo no se fundamenta en el presente y en la acción, no está detenido en

simples acciones, en cosas determinadas por principios temporales, que tan sólo tienen

vigencia y justificación mientras ocurran ante mí, es decir, mientras las sienta y perciba,

sino que vive y recuerda su pasado, que si bien es cierto no es perceptible y no está presente

como se le quisiera tener, pero es fundamental para reconocer nuestra independencia hacia

lo que un día estuvo y que hoy nosotros hemos tomado. Es el apoyo no sólo de hombres y

personajes de la historia, sino que es el pensamiento que impulsa nuestros actos en su

ausencia. El rememorar, está en constante acercamiento con el fundamento de nuestras

propias experiencias, con los demonios que comunican lo que hay de mortal en el hombre

con lo que hay de divino en él, con el espíritu que penetra en cada época. Recordar

mantiene la idea del olvido, el olvido de la infancia que se supera a sí misma, que se hace

cosa cuando olvida y humano cuando recuerda, que a su vez guarda una íntima relación con

el agradecer: ‘agradecer es más que dar las gracias en el mismo sentido en que pensar es

algo más que decir frases…tanto el pensar como el agradecer implican la dimensión de la

temporalidad’ señalaba el discípulo de Heidegger:

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“Recuerdo que Heidegger preguntó una vez a sus estudiantes

qué es lo contrario de «esperar». La respuesta de todos fue

«recordar». Heidegger contestó: «No, es olvidar». Es un hecho

que hoy en día tenemos una nueva conciencia de que la retentiva

es un testimonio de la potencia del olvido y de todo el contenido

vital que éste oculta en sí mismo”.

Gadamer (20021: 271)

A su vez, llevo en mente retenida una frase, producida por la lectura de un encuentro en

Darmstadt, en la que Heidegger se refiere a Ortega como un hombre entristecido por la

impotencia del pensar frente a los poderes del mundo contemporáneo. Aquí ya se puede

notar este tal olvido como la negación de lo esencial, de una identidad, y conviene notar

que esta identidad es lo que nos identifica con lo otro, algo que nos une: la amistad. El

hombre de hoy sólo ve el mundo como un gran objeto que tiene como función servirlo.

Desde principios del siglo XX ya se escuchaba el anuncio de la muerte de Dios, y con él, la

muerte de todo aquello que nos une con el mundo, una razón común, con el todo, donde el

hombre es un animal dormido que vive porque el cuerpo es el que lo obliga a vivir,

quedándose tan sólo con el poder del autocontrol de las perturbaciones que claramente se

manifiestan en sus actos:

“Quizá sea suficiente con acordarse de la célebre expresión

pitagórica: «Los amigos lo tienen todo en común». (…) Pero la

solidaridad es una forma de experiencia del mundo y de la

realidad social que no se puede tener, que no se puede planificar

por un apoderamiento objetivador, ni tampoco se puede producir

por medio de instituciones artificiales. Pues, por el contrario, la

amistad precede a todo posible valer y obrar de las instituciones,

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de los órdenes económicos y jurídicos, las costumbres sociales;

los sostiene y los hace posibles”.

Gadamer (2001:130)

Sin embargo, las ciencias, de la mano principalmente de la psicología como herramienta y

soldado que forma a la humanidad bajo el concepto de educación de calidad refiriéndose a

un aprendizaje a corto plazo y productivo de manera indirecta, postulan una visión más

objetiva de la realidad, donde todos los hechos que acontecen en el mundo tienen que ser

igual de objetivos que el mundo que lo sostiene. Es esta confusión de conceptos la que lleva

a las ciencias a declarar las cosas, las experiencias externas y experiencias internas –tanto

las emociones, sentimientos y aún el mismo pensamiento– como contenidos de la

naturaleza, como un “factum de la naturaleza” al que se puede ubicar y “conocer” –en el

peor de los sentidos, en el científico– en estudios estadísticos.

El pensamiento mismo es de naturaleza distinta al de cualquier proceso psíquico superior.

De ahí que, el pensar de un modo hipotético-deductivo, resolver problemas de álgebra, de

geometría o leer mil palabras por minuto, no significa de manera alguna que se es ya un

pensador o filósofo –para alejarse del concepto tradicional, intelectual–. Aunque no

aparente así, el introducirse en el pensamiento mismo es la actividad más digna y humilde

de todas. Y lo es en razón de su alejamiento del mundo como un objetivador que se entrega

a las cosas como si no tuvieran alma. El filósofo reconoce al mundo no sólo como un objeto

que nos sirve según convenga a nuestros caprichos institucionales, sino como el sustento de

la humanidad –y no tan sólo del individuo– que lo ve todo, y que en la misma medida

seremos capaces de ver, siempre y cuando tomemos al mundo como la misma humanidad,

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no tan sólo la que camina ahora frente a nosotros, sino, más aún, los que han pasado a ser

uno con el mundo, los que salieron del egoísmo, siempre propio del individuo, para así

entrar en el pensamiento mismo, en este “agradecer y recordar” que traspasan el paradigma

de objetividad que desea la ciencia, y volverse de este modo en un compromiso absoluto.

“Para los que están despiertos, el orden del mundo es uno y

común, mientras que cada uno de los que duermen se vuelve

hacia uno propio” (sentencia de Heráclito citada por Gadamer)

Gadamer (2001:53)

De este modo, el salir, estar-fuera, sólo se da como anamnesis que apunta hacia el

fundamento. El filósofo no es un hombre que le agrade estar solo, es el hombre que anda

con el mundo, lo que hace o no, lo hace por la voluntad humana de mantener encendida

aquella luz que permite al hombre salir del sueño de vivir verdaderamente solos. El

pensador no es un individuo desligado del mundo y la historia del pensamiento que lo guía.

El problema de nuestra época se encuentra en su carácter individual y falto de

trascendencia, desvirtuado y desinteresado de la verdadera realidad. Esto sucede tanto en la

filosofía, la ciencia, la educación, como en la cotidianidad de la vida. La filosofía contiene

diferentes sentidos y maneras de entender la realidad. Siempre se defiende una postura,

como vemos en el arte o las ciencias, donde cada uno asume la postura a donde se dirige su

pensamiento, por lo que siempre se basan en los intereses de su objeto. Por otro lado, el

hombre actual asume la idea de la filosofía como un mero contemplar y, como es claro, los

individuos asumen el contemplar como algo extraño para el sistema en el que se

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desenvuelven y adaptan. Contemplar para éstos no es más que un ser-no-productivo, donde

nada bueno se obtiene.

Por ahora acabaremos afirmando sobre la filosofía lo que Platón en su momento escribió

sobre Eros, justamente relacionándolo con el amor a la sabiduría que hemos hecho

referencia en este trabajo, “lo que él crea siempre se aleja de él”, de tal modo que mientras

el hombre cree estar en el mundo, mientras cree actuar y relacionarse con él, no es más que

un animal durmiendo. Pues “lo que el amor persigue no es lo bello, sino crear y engendrar

lo bello” de la misma manera en que el filósofo no desea el mundo como lo desea cualquier

hombre que quiere controlar y poseer la naturaleza que siempre es vulnerable al cambio del

mismo hombre, lo cual lo perturba de gran manera, sino que él aprende amar, más que el

mundo que todos observan, ama la creación del mundo que hoy todos han olvidado.

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1. REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

Obras en español de Heidegger:

Heidegger, M., (1958) ¿Qué es esto, LA FILOSOFÍA? Lima: Editorial San Marcos.

Heidegger, M., (1969) Sendas Perdidas. Buenos Aires: Editorial Losada, S.A.

Heidegger, M., (1987) De camino al habla. Barcelona: Ediciones del Serbal.

Heidegger, M., (1994) Conferencias y artículos. Barcelona. Ediciones Serbal.

Heidegger, M., (1999) Introducción a la Metafísica. Barcelona. Editorial Gedisa.

Heidegger, M. (2001) Introducción a la Filosofía. Madrid: Ediciones Cátedra

(Grupo Anaya, S.A.)

Heidegger, M., (2004) Lógica. La pregunta por la Verdad. Madrid: Alianza

Editorial, S.A.

Heidegger, M., (2006) Conceptos Fundamentales. Madrid: Alianza Editorial, S.A.

Heidegger, M., (2008) Ontología. Hermenéutica de la facticidad. Madrid: Alianza

Editorial, S.A.

Obras en español sobre la filosofía Heideggeriana:

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