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La interpretación ecologista de la historia socioeconómica: Algunos ejemplos andinos Juan Martínez-Alier EL ECOLOGISMO DE WS POBRES Hay quienes piensan que el ecologismo es un movimiento de la clase media de algunos países noratlánticos, nacido a finales de los años 60 y princi- pios de los 70, y que ahora está implantándose electoralmente en Europa. Así, parece haber más preocupación por la destrucción del bosque tropical en Wa- shington D.C. o en Berlín (oeste) que en el Trópico. Sin embargo, muchos movi- mientos sociales surgen de las luchas de los pobres por la supervivencia, tanto en la historia como actualmente. Son por tanto movimientos ecologistas (cualquiera que sea el idioma en el que se expresen) en cuanto sus objetivos consisten en obtener las necesidades ecológicas para la vida: energía (incluyendo las calor.fas de la comida), agua, espacio para albergarse. Son movimientos ecologistas que intentan sacar los recursos naturales de la esfera económica, del sistema de mercado generalizado, de la valoración crematística, de la racionalidad mercan- til, para mantenerlos o devolverlos a la oikonomia (en el sentido con que Aristóteles usó la palabra, como ecología humana, opuesto a cremaústica). Así, una economía moral (en el sentido con que E.P. Thompson (1971) usó esta expresión) viene a ser lo mismo que una economía ecológica. En este estudio, No. 1, julio 1990 9

La interpretación ecologista de la historia socioeconómica: · PDF file · 2016-09-28una economía moral (en el sentido con que E.P. Thompson (1971) usó esta expresión) viene

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La interpretación ecologista de la historia socioeconómica:

Algunos ejemplos andinos

Juan Martínez-Alier

EL ECOLOGISMO DE WS POBRES

Hay quienes piensan que el ecologismo es un movimiento de la clase media de algunos países noratlánticos, nacido a finales de los años 60 y princi­pios de los 70, y que ahora está implantándose electoralmente en Europa. Así, parece haber más preocupación por la destrucción del bosque tropical en Wa­shington D.C. o en Berlín (oeste) que en el Trópico. Sin embargo, muchos movi­mientos sociales surgen de las luchas de los pobres por la supervivencia, tanto en la historia como actualmente. Son por tanto movimientos ecologistas (cualquiera que sea el idioma en el que se expresen) en cuanto sus objetivos consisten en obtener las necesidades ecológicas para la vida: energía (incluyendo las calor.fas de la comida), agua, espacio para albergarse. Son movimientos ecologistas que intentan sacar los recursos naturales de la esfera económica, del sistema de mercado generalizado, de la valoración crematística, de la racionalidad mercan­til, para mantenerlos o devolverlos a la oikonomia (en el sentido con que Aristóteles usó la palabra, como ecología humana, opuesto a cremaústica). Así, una economía moral (en el sentido con que E.P. Thompson (1971) usó esta expresión) viene a ser lo mismo que una economía ecológica. En este estudio,

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que es más bien un proyecto de investigación, daré algunos ejemplos de esa manera de entender la historia de los pueblos y clases sociales explotados del mundo, en la línea de la nueva historiografía ecológico-social de la India (Guha y Gadgil 1989), para descubrir el contenido ecologista, oculto o explícito, de muchos movimientos sociales históricos o actuales. Mirando hacia el tercer mundo, deberíamos preguntamos acerca de las relaciones entre ideologías políticas de amplia difusión y ecologismo: ¿hay o hubo conexiones entre el marxismo y el ecologismo, entre el anarquismo y el ecologismo, entre el populismo pro-cam­pesino al estilo ruso del s. XIX y el ecologismo, entre la filosofía política gandhiana y el ecologismo, entre los nacionalismos populistas latinoamericanos y el ecolo­gismo? Pero también debemos preguntamos acerca de la motivación ecológica tras luchas socio-económicas que desde hace siglos han usado y todavía usan lenguajes políticos locales, indígenas, en vez de lenguajes políticos de amplia difusión. El ecologismo intelectual crece en el sur por influencia del norte, pero recién estamos descubriendo los movimientos ecologistas espontáneos del sur, históricos o actuales, independientes de la influencia del norte. La manipulación de la información hace aparecer hoy a los dirigentes de países ricos (como Bush y Thatcher) como líderes ecologistas, proponiendo programas universales de restricciones ecológicas (donde, por ejemplo, unos deben aumentar la eficiencia energética de sus automóviles y otros pueden sólo contribuir a una menor pro­ducción de gas metano cultivando menos arroz o a una menor producción de C02 respirando menos). El ecologismo de los pobres no aparece en los medios de comunicación. El escándalo de las indemnizaciones muy pequeñas pagadas por Union Carbide tras la primavera silenciosa de Bhopal no ha sido ningún escándalo. Por el contrario, la tesis de esta ponencia es que la lucha por la supervivencia lleva a los pobres a defender el acceso a los recursos naturales y su conservación, y por tanto el ecologismo de los pobres ha estado muy presente tanto en la historia como en la actualidad, aunque naturalmente falta investiga­ción sobre ello. Me interesa también constatar en otros casos la ausencia de luchas ecologistas, incluso de percepción ecológica, a pesar de la existencia de problemas ecológicos. La historia de la naturaleza es al mismo tiempo historia social. Me referiré sobre todo a la historia ecológico-social del Perú (en la forma de temas por investigar más que cuestiones resueltas), ya que conozco mejor su historia que la de cualquier otro país latinoamericano.

EXPWTACION EXTERIOR, DESESTRUCTURACION SOCIAL INTERNA, DEGRADACION ECOWGICA, INTERCAMBIO DESIGUAL

Desde Europa o América del Norte, es tranquilizador atribuir la miseria actual de gran parte de América no tanto a la ruptura de la conquista y a la dependencia del capitalismo internacional como a la presión demográfica sobre recursos escasos. Ahora bien, si la población existente en América antes de 1492 hubiera crecido durante los quinientos años siguientes en proporción similar al crecimiento de la población europea o de origen europeo en el mismo lapso, hoy

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América tendría una población similar a la actual, pero íntegramente compuesta de población amerindia. Dada la historia de imperialismo ecológico y demográfico de Europa (Crosby 1986), no resulta de buen gusto insistir desde Europa en la excesiva presión de la población sobre los recursos en el tercer mundo, tanto más cuanto existen cada vez más barreras a la libre emigración hacia Europa o hacia algunos países de colonización europea (como Estados Unidos, Australia, etc.). Sin embargo, una historia socio-ecológica debe considerar la demografía hu­mana.

Los ecólogos saben explicar las causas de las migraciones de los pájaros pero para explicar la actual distribución geográfica de la humanidad ellos no bastan, hace falta politólogos. ¿Cómo es posible mantener esas enormes diferen­cias de consumo exosomático de energía y materiales? Sólo mediante la exis­tencia de Estados con fronteras y policía de fronteras, una especie de demonios de Maxwell que al impedir el libre movimiento de las personas consiguen mantener la diferencia de "temperatura", es decir el uso de recursos por persona, entre so­ciedades. Con motivo de un reciente accidente en el Mediterráneo en el que se ahogaron unos trabajadores marroquíes que trataban de cruzar clandestinamente a Europa (El País Semanal, 10 marzo 1989), un funcionario español atribuyó el caso a los problemas demográficos del Africa del Norte, biologizando así la desigualdad social. Sin embargo, cuando España o Italia, no hace mucho, eran países de emigración, su densidad demográfica era inferior a la actual. La cues­tión de los límites (o boundaries, R.N. Adams 1988) separa la ecología humana de la biología, pues son instituciones histórico-sociales cuyo estudio no corres­ponde a la biología.

Si la distribución territorial de la población fuera más racional y se cumpliera el derecho a la libre emigración, el crecimiento indefinido de la población, aun a tasas muy bajas, no podría menos que acabar en una situación malthusiana. América (en parte por el colapso demográfico posterior a la con­quista europea) tiene una baja densidad de población. Y el Perú, aunque con un enorme territorio, tiene actualmente una de las proporciones de tierra de cultivo por habitante (0.19 hectáreas) más bajas de América, después de Haití y El Sal­vador, pero una menor presión demográfica sobre ella que el Japón, Holanda, Bélgica, la República Federal Alemana, Gran Bretaña -por poner ejemplos de países prósperos.

Para explicar la miseria actual y la creciente degradación ambiental, hay que distinguir entre la presión de la población sobre los recursos y la presión de la producción sobre los recursos (Blaikie y Brookfield 1987). Por ejemplo, Cuba exporta alrededor de 700 kgs. de azúcar anuales por persona, que en calorías equivalen a dos o tres veces las consumidas anualmente. Este azúcar se vende a un precio real inferior al de hace setenta o cuarenta años. Sin embargo, Cuba, en la mayor parte de su historia, ha sido un país exportador neto de energía. Este es un claro ejemplo de presión de la producción sobre los recursos causada por la especialización en productos de exportación mal pagados, y no un caso de presión de la población, ya que Cuba cuenta con nada menos que 0.32 hectáreas

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de cultivo por habitante. Stephen Bunker (1985), en su análisis de la ecología política de la

Amazonía brasileña, añadió un eslabón sociológico a la cadena entre explo­tación exterior, pobreza local y degradación ambiental. Bunker argumenta que la ausencia de una estructura de poder local, consecuencia de la propia explotación exterior, agrava la degradación ecológica. La tesis de Bunker va más allá de la caracterización de una economía de enclave como una economía con escasos linkages al añadir facetas sociológicas y ecológicas. La desestructuración social local en zonas extractivas deja un vacío que es ocupado por intereses extranjeros o, como en la Amazonía, también por el Estado central, lo que a su vez acelera la explotación.

Un ejemplo andino similar al de Bunker y otros autores (Altvater 1987) es la minería boliviana. En una economía extractiva, los flujos de materiales y energía no se incorporan a instalaciones que hagan posible un desarrollo con­tinuo; la estructura social no se torna compleja, ni surgen potentes organizaciones sociales. Sin embargo, los sindicatos mineros bolivianos parecían una excepción a esta regla; pero han sido derrotados. Hoy las minas están casi agotadas y el número de mineros ha descendido de veinticinco mil a cinco mil. Comibol, la empresa nacionalizada, fue poco eficiente y no realizó las inversiones necesa­rias; las minas tenían seguramente demasiados empleados (ver, en contra, Godoy 1985). Además, una tasa de cambio demasiado alta reducía el ingreso por exportaciones y restaba incentivos a la explotación. El colapso de la minería del estaño, anunciado antes del desplome de los precios en octubre de 1985, estuvo causado por la acumulación de stocks y la escasa demanda del mercado mundial, por la sustitución del estaño por el aluminio en la fabricación de latas, por la nueva producción en el Brasil y por el importante contenido cada vez menor de estaño al punto de llegar a ser más beneficioso explotar los desechos que trabajar en las minas. Este proceso de agotamiento empezó antes de la nacionalización de 1952, habiendo bajado la ley de 7 por ciento en los años veinte a 0.98 por ciento en la década del 70 (Crabtree 1987: 58). Los poderosos sindicatos mineros bolivianos, nacidos de esa industria extractiva, estuvieron varias veces a punto de hacer una revolución, pero hoy están desapareciendo.

Una historia socio-ecológica de la minería boliviana desde Potosí hasta Catavi y Siglo XX está por escribir. Esta mostraría que una economía extractiva produce localmente pobreza, y a su vez falta de poder político, y por tanto incapacidad para frenar la extracción o poner un precio más alto a los recursos extraídos. Igualmente sucede si una región se convierte en lugar de inserción de industrias o residuos peligrosos. No obstante, hay regiones que se han desarro­llado a partir de empresas extractivas. Por ejemplo, Sao Paulo, donde a pesar del continuo desplazamiento del café hacia una nueva frontera por la explotación excesiva de los suelos, el hecho de que fazendeiros y exportadores residan en el mismo estado, creó muchas conexiones económicas locales. Pero el enfoque socio-ecológico lleva a una reconsideración de la staple theory of growth, que explica el crecimiento económico de países ex coloniales por la exportación de

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materias primas y alimentos y, por el contrario, da nueva vigencia a la teoría del subdesarrollo como fruto de la dependencia. Esa dependencia está expresada no sólo en la infravaloración de la fuerza de trabajo proporcionada por los pobres del mundo, ni en el deterioro de la relación de intercambio en términos de precios, sino en un intercambio desigual (medible en "tiempo de producción") entre "productos" extraídos, de imposible o larga reposición, y productos de rápida fabricación.

El ecologismo popular igualitarista es más propio del sur que del norte, precisamente porque en el sur las luchas anticapitalistas locales son muchas veces, aun sin saberlo sus actores, luchas ecologistas. La perspectiva ecológica abre de nuevo la discusión sobre las relaciones de dependencia internacional. En la historia del Pení, del presente siglo, hay movimientos sociales explícitamente dirigidos contra dañ.os ecológicos: contra la contaminación producida por el smelter de la Cerro de Paseo Copper Corporation o, más recientemente, contra la Southem Peru Copper Corporation (cf. el libro del alcalde de llo, Dfaz Pala­cios 1988). En otros movimientos sociales, el motivo ecológico no es tan visible. En la ciudad, en las luchas urbanas por el agua o contra la basura. En el campo, los intentos de las comunidades de recuperar los pastos de las haciendas res­pondían a la complementariedad ecológica de los recursos de la puna y de otros niveles más bajos, y al sentimiento y la realidad de una usurpación, aunque usaran argumentos jurídicos más que ecológicos. La percepción ecológica expre­sada en el lenguaje de flujos de energía y materiales, de recursos agotables y contaminación, es el lenguaje de los "verdes" alemanes, además del de los científicos, pero no el de otros movimientos ecologistas actuales o pasados, muchos de los cuales están aún por descubrir. Por ejemplo, en la India, la lucha de los pescadores de Kerala, que usan catamaranes a vela, contra los barcos con motores de gasoil es una lucha ecologista que se opone al agotamiento de la pesca y propone una explotación sin combustibles fósiles agotables y a una tasa compatible con su reproducción. Al mismo tiempo apela a una imagen sagrada del mar. ¿Es posible que haya habido una lucha similar en la costa del Pení entre los añ.os 60 y 70 cuando se estaba destruyendo la pesca? ¿En qué idioma político y social se expresó?

EL CASO DEL GUANO Y DE LA HARINA DE PESCADO DEL PERU

Algunos episodios de la historia peruana se prestan fácilmente al en­foque ecológico. Los historiadores peruanos de la era del guano (1840-1880), como Bonilla (1974), han insistido en que la prosperidad del guano no creó una burguesía nacional, y este ejemplo se ajusta a la tesis de Bunker: la presión de la producción exportadora sobre los recursos conduce a una falta de poder político local, lo que a su vez genera una extracción más rápida hasta el colapso final de la actividad extractiva, ya sea por agotamiento o por haberse descubierto un sustituto. Se ha estudiado la historia de las finanzas del guano, el fracaso de la "burguesía nacional" para aprovechar esa bonanza transitoria, la explotación de

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los culfes chinos que trabajaban en las islas guaneras, pero no se ha hecho aún una historia que contabilice en ténninos físicos la aportación del guano a los rendimientos agrícolas en Europa y Estados Unidos. En Europa, para evitar una agricultura de expoliación, para devolver a la tierra los elementos nutritivos incorporados a las plantas, se explotaban otros territorios. El propio Liebig, que contrapuso la agricultura de restitución a la de expoliación, y por tanto defensor de la nueva "química agraria" a partir de la década de 1840, hizo notar que el guano era uno de los medios infalibles para aumentar la producción de cereal y de carne. Boussingault escribió que, según los cálculos de Humboldt, las aves guaneras fonnaban en trescientos años una capa de excrementos de un centímetro de espesor. Recientemente había aún capas de veinte o treinta metros pero estaban desapareciendo por obra de las empresas comerciales (Boussingault 1845: 381).

Otro científico que estudió el papel del guano en la agricultura fue el químico peruano Mariano de Rivero (1798-1857), quien publicó en 1827 una "Memoria sobre el guano de los pájaros" en el Memorial de Ciencias Naturales, antes de los estudios de Liebig que sentarían las bases de la nueva química agraria (Alcalde 1966). También estudió la valorización de otros recursos natu­rales del Perú, la minería del carbón y la metalurgia de la plata, y ya en 1821 había llamado la atención sobre el salitre de Tarapacá que, sesenta afios después, iba a ser motivo de la Guerra del Pacífico (Bermúdez 1963: 100). Ahora bien, la extracción del guano se hizo a un ritmo mayor que el de reposición, pues su producción depende de la cantidad de aves que depositan sus excrementos en las islas a lo largo de la costa peruana. Esta a su vez depende de la abundancia de pescado que, periódicamente, sufre reveses por la corriente caliente de El Nifio. Sin embargo, ese fenómeno (Lavalle 1913: 97) no fue en el s. XIX el principal enemigo de la formación de guano como tampoco lo fue cien años después cuando desapareció la pesca de anchoveta (Engraulis ringens). Tanto en 1840-80 como alrededor de 1970 faltó en el Perú una política ecologista que evitara la explotación demasiado rápida de un recurso renovable: el mismo recurso, aunque en un momento distinto de la cadena trófica. En la era del guano, Rivero había propuesto capitalizar los beneficios para convertir esos ingresos extraordi­narios en una corriente continua. Pero esa estrategia no asegura un desarrollo sostenido, pues convertir los ingresos procedentes de recursos no renovables en bienes de capital que a su vez utilicen recursos no renovables (o que usen recursos renovables a tasas más rápidas que las de renovación), no garantiza un desarrollo económico que sea también ecológico, es decir, que no consista en consumir aceleradamente recursos almacenados a lo largo de mucho tiempo. Borgstrom (1972: 754) escribió ya en 1968 que

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"esa enorme cantidad de proteína va a lugares distantes, en el mundo bien alimentado. El continente sudamericano exporta en forma de harina de pescado cincuenta por ciento más proteínas que las de su producción total de came ... Al basar las decisiones en el porcentaje de ganancia y al no comparar nunca las

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pérdidas y ganancias de corto plazo con los costes y beneficios de largo plazo, expresados en balances ecológicos y necesidades e intereses de los países direc­tamente afectados, entonces los problemas ecológicos serán cada vez más peli­grosos".

El Perú llegó a exportar, alrededor de 1970, más de 500 kgs. anuales de harina de pescado por habitante, pero sin consciencia de explotación ecológica y de intercambio desigual, a pesar de las advertencias de expertos peruanos y extranjeros.

Vemos pues que los episodios de la exportación de guano y de harina de pescado, desastres ecológicos previamente anunciados, encajan tan bien como "los humos de La Oroya" en una historia socio-ecológica del Perú aún por escribir.

LA AGRICULTURA Y LA ALIMENTACION EN EL PERU

En contraste con la falta de conciencia ecológico-política en defensa del guano o la pesca, en el Perú existe un orgullo retrospectivo acerca de los logros de la agricultura pre-hispánica. Existe un ecologismo popular vinculado a lo que Burga, Flores Galindo y otros historiadores han llamado la "utopía andina" (Flores Galindo y Marúnez-Alier 1988). La agricultura nació en los Andes de manera autónoma y proporcionó al patrimonio universal de la humanidad numerosas especies vegetales domesticadas, cuyos beneficios no han sido valorados cre­matísticamente. El alto desarrollo alcanzado por esta agricultura es admirable cuando se considera la compleja geografía del Perú: la corriente oceánica de Humboldt produce profundas alteraciones en el clima del litoral y la cordillera de los Andes divide al país en tres fajas longitudinales muy diversas (costa, sierra y selva) y condiciona numerosos microclimas y sistemas ecológicos. Las investigaciones de los años 70 sobre el control de diversos pisos ecológicos a cargo de John Murra, Brooke Thomas y otros, constituyen hitos de una antropo­logía económico-ecológica y de una historia ecológico-social. La pregunta origi­nal fue: dado que en el Imperio Incaico no había intercambios monetarios, ni tan sólo mercados periféricos (en el sentido usado por Polanyi), y que una comunidad de montaña no puede vivir sólo de sus recursos sin adquirir los que proceden de otras alturas, ¿cómo se lograba y cómo se logra esa complementariedad eco­lógica y a través de qué mecanismos sociales no-mercantiles?

En la costa, cuya naturaleza desértica hace imprescindible la irrigación, se desarrolló una civilización hidráulica que, a diferencia de las de Egipto o Mesopotamia, no controlaba uno o dos ríos, sino cincuenta, creando sistemas de interconexión fluvial tan acabados como el complejo Lambayeque, que abarcaba cinco valles. Otro ejemplo de tecnología agrícola costeña original es la agricul­tura de lomas, capaz de asegurar la producción agrícola utilizando la humedad ambiental. En la Sierra, la lucha por ampliar la frontera agrícola no fue menos difícil. Son testimonio los grandes sistemas de andenes, los sistemas de irriga-

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ción y de barbecho sectorial con control de las comunidades, y la agricultura de camellones (waru-waru), que lograba una producción agrícola en tierras natu­ralmente aptas sólo para ganadería de altura. Más notable aún es el desarrollo de un sofisticado conjunto de conocimientos sobre el manejo de los cultivos andinos capaz de asegurar la utilización de cientos de variedades de papas adecuadas a diversas ecologías, además de muchas variedades de otros tubércu­los y cereales. La relación entre la "erosión genética" y los cambios sociales en el pasado y en el presente es hoy un importante campo de investigación.

El análisis de la tecnología productiva no se reduce a un inventario de los implementos agrícolas andinos en los diversos estadios históricos. La ele­vación de la productividad es difícil salvo en los valles interandinos amplios, como Cajamarca y el del Mantaro, por las dificultades de la mecanización y por el clima (Caballero 1981). Por eso estas zonas no resultaron atractivas al capital, salvo para la cría extensiva de ovinos en las inmensas punas donde, desde prin­cipios de este siglo, se desarrollaron importantes empresas ganaderas capitalistas que intentaron desalojar al ganado y a la población indígena local, fracasando últimamente en ese empeño. Asimismo, las dudas que provocó la implemen­tación de la reforma agraria de 1969-75 sobre el destino de la comunidad campesina, a la cual se veía en peligro de descomposición debido al proceso de diferenciación social impulsado por el desarrollo del capitalismo en el campo refonnado, quedaron resueltas por la realidad muy rápidamente. El capital no se guía por una teleología que le lleve inexorablemente a disolver las relaciones pre-capitalistas sino por la búsqueda de oportunidades de inversión con tasas de ganancia adecuadas. Estas no podían garantizarse en zonas en las que el riesgo de inversión es alto no sólo por la conflictividad social (y étnica) sino también por la orografía y el clima. Una agricultura predominantemente de secano, dependiente de la presencia o ausencia de heladas, es refractaria a las inversiones masivas de capital (Aores Galindo y Martínez-Alier 1988).

Una historia ecológico-social no es una interpretación en términos de de­tenninismo geográfico, ni la historia humana situada sobre un telón de fondo ecológico de longue durée. La ecología humana (relaciones entre los humanos y el medio ambiente) puede modificarse con más lentitud que las relaciones sociales puramente humanas, pero también puede ocurrir lo contrario. Hoy vemos que el agotamiento de los combustibles fósiles y el aumento del "efecto inver­nadero" se hacen sentir en un plazo corto, cuando aún la mayor parte de la humanidad vive con un consumo energético no mayor que el anterior a la Revolución Industrial. La ecología humana no es siempre de longue durée. Los ejemplos de la explotación del guano y de la pesca en el Perú son muy claros. La comercialización de la agricultura estaría acelerando la desaparición de multitud de variedades autóctonas: del maíz, del trigo, del arroz, pero todavía no de la papa en el Perú (según las investigaciones de Stephen Brush). Igualmente, el cambio de las pautas de alimentación puede ser muy rápido, como ha ocurrido en el Perú, y en muchos otros países tropicales, con la introducción de productos derivados de la harina de trigo, o como ocurrió en países del sur de Europa

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(Italia, España) con el enonne aumento de consumo de carne en los años 60. También la expansión urbana en el Pení es muy rápida. En América hubieron cambios ecológicos repentinos, siendo tal vez el más notable el producido en el siglo XVI con la conquista europea (Crosby 1972, 1986), y el consiguiente colapso demográfico. Este colapso en el Pení (Cook 1984) fue más fuerte que la peste negra europea del siglo XIV, que ocupa un lugar importante en las interpretaciones históricas sobre el tránsito del feudalismo al capitalismo.

La ecología humana no es siempre de longue durée. El contacto entre la civilización andina y la occidental supuso para la primera una desestructura­ción y una profunda quiebra. La agricultura fue subordinada a la minería colo­nial. A pesar de los cambios ecológicos, del abandono de sistemas de irrigación y de andenes, hubo también excedentes pero bajo otra organización social: pro­ducción de cultivos de exportación, incorporación de la fuerza de trabajo esclava africana, emergencia del latifundio y del "feudalismo colonial" (Macera 1977). La conquista europea redefinió rápida y profundamente la agricultura andina al incorporarla al mercado mundial, tanto a través de la introducción de nuevas especies agropecuarias (trigo, caña de azúcar, ganados vacuno y ovino) cuanto al convertir algunos cultivos nativos (maíz, papa, yuca) en componentes impor­tantísimos de las dietas de otros continentes.

La historia de los cultivos muestra que los dos tipos de cultivos, de exportación y de demanda local, cambian de función con el tiempo. Por ejemplo, la caña de azúcar, tan ligada al control de los recursos hidráulicos de la costa, al modelo exportador, a la introducción de mano de obra esclava o sometida a servidumbre crediticia, a la fonnación de los mayores latifundios costeños y por tanto al dominio oligárquico del Pení y al surgimiento del APRA, está cambian­do hoy su papel en la dieta al haberse tomado fuente barata de calorías para una población mal alimentada. Otro cultivo interesante es la coca, de evidente impor­tancia contemporánea, y algo más que el problema policial al cual quiere re­ducfrsele (Flores Galindo y Martínez-Alier 1988). Desde la colonia, la coca cumplió un papel clave en el desarrollo del mercado interno, y hoy tiene la función de equivalente universal en las transacciones en muchas de las comunidades campesinas menos integradas en los circuitos monetarios. Además, su consumo en el mundo andino está asociado a una cosmovisión religiosa. El tráfico de cocaína, un caso más en la historia de América de presión de la exportación sobre los recursos naturales, tiene, por su ilegalidad, un efecto social corruptor sobre todo el tejido social. Para los productores cocaleros no existe un cultivo alternativo que ofrezca una rentabilidad semejante, pero la producción de coca lleva a la erosión al cultivarse en terreno pendiente, limpio de hierbas y, normalmente, sin cubierta protectora de árboles (Dourojeanni 1986: 115).

A diferencia de la época pre-hispánica, hoy, en el Pení, no existe una seguridad alimentaria. Entre algunos agrónomos peruanos ha nacido un orgullo agronómico andino y una conciencia ecológica. Por ejemplo, Eduardo Grillo (1985), en un extraordinario artf culo titulado "Pení: agricultura, utopía popular y proyecto nacional", señaló la antigüedad de la agricultura andina, posiblemente

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anterior a la euroasiática, su riqueza en variedades y también la adaptación al medio de su tecnología. Señaló también (citando a Odum y Pimentel) que la tecnología agrícola moderna de los países ricos no logra realmente mayor pro­ductividad, sino que el mayor rendimiento por trabajador y por hectárea se debe al empleo de gran cantidad de energía proveniente de los combustibles fósiles como la gasolina para tractores y camiones, los productos de la petroquímica como fertilizantes y pesticidas, etc. Los resultados económicos de la agricultura moderna serían otros si el petróleo se valorara con un horizonte temporal más largo y teniendo más en cuenta las necesidades futuras de la humanidad y las ne­cesidades actuales de los pobres. Eduardo Grillo, agrónomo peruano pro-cam­pesino como sus colegas César Benavides, José Sabogal y Antonio Díaz Martfnez, hoy fallecidos, propugna una agricultura que se apoye en la tecnología tradi­cional y en las instituciones comunales campesinas, sin interferencia estatal, y que extraiga su fuerza social de la utopía retrospectiva incaica. Una agricultura que olvide las ventajas comparativas (falsamente medidas) para lograr la seguri­dad alimentaria.

El artículo de Grillo (socialista pro-campesino, "narodnik" en la tradi­ción del marxismo mariateguista peruano pero con una nueva perspectiva ecolo­gista) recibió algunas críticas, entre ellas la de Héctor Martínez (Revista Andina, 3,1, julio 1985), quien escribió en contra de su utopismo, autarquismo y anar­quismo. Sin embargo, Martínez reconoció la pertinencia del argumento eco­lógico de Grillo en defensa de la agricultura tradicional: la tecnología de los países desarrollados tiene mayor productividad por el mayor uso de energía de combustibles fósiles, extraídos sobre todo de los países en desarrollo. Entonces, de considerarse el menor gasto energético, la mayor productividad se daría en este último grupo de países.

Los campesinos tienen una mayor eficiencia energética (medida como razón entre producción agrícola e insumo de combustibles fósiles), es decir, practican una agricultura que cuesta menos "tiempo de producción" (Punti 1988). Además, al pertenecer a comunidades y no estar totalmente inmersos en una racionalidad mercantil de corto plazo, tienen una visión más a largo plazo de las inversiones, como la reconstrucción de andenes y obras de irrigación, que la administración estatal o los bancos internacionales de "ayuda" al desarrollo, cuyos análisis costes/beneficio emplean altas tasas de descuento que infravaloran los beneficios futuros. En los Andes, los campesinos cuentan todavía con insti­tuciones comunales que permiten la coordinación de esfuerzos individuales necesaria para efectuar tales mejoras. Sin embargo, no puede suponerse que la agricultura campesina sea más ecológica que otras formas de agricultura. Hay muchos ejemplos de inversiones no realizadas y de prácticas de cultivo nocivas para la conservación del suelo. En una interesante tesis sobre campesinos aymara del Titicaca, Jane Collins (1987) explica que los campesinos pobres no pueden hoy darse el lujo de ser solamente campesinos. Hay escasez de trabajadores incluso en áreas de gran presión demográfica sobre los recursos, en contra de la vieja idea de que el desarrollo económico podía apoyarse en una "oferta ilimi-

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tada de fuerza de trabajo". Esa comunidad en la orilla del Titicaca desplaza parte de sus miembros a la ceja de selva para el cultivo de café por cuenta propia. Mientras en las alturas continúan los cultivos de subsistencia con tecnología tradicional, en el café no se preocupan por la erosión del suelo, como actividad especulativa. Los miembros de las familias trabajan en ocupaciones diversas, tratando de conseguir lo suficiente para vivir y les falta tiempo. Poco a poco pierden su visión campesina, viajan a menudo· a las ciudades para conseguir recursos adicionales, y la degradación ambiental de sus campos se vuelve habi­tual.

NEO-NARODNISMO ECOWGISTA Y ECO-SOCIALISMO

Los problemas histórico-ecológicos de la agricultura andina aquí esbozados han sido advertidos por algunos investigadores peruanos y extranjeros y también, naturalmente, por los mismos campesinos, sobre todo en la sierra, donde saltan a la vista los andenes y las obras de irrigación prehispánicos abandonados. La historiadora María Rostworowski, cuenta que en el pueblo de Arahuay (sierra de Lima), "pregunté a sus pobladores si ellos habían, alguna vez, pensado en resucitar dichos andenes. Me sorprendió escuchar que lo habían intentado y que conocían no sólo las lagunas, sino los antiguos acueductos que conducían el líquido elemento a los andenes. Más aún, manifestaron haberse dirigido a diversos ministerios a solicitar la ayuda técnica de ingenieros, pero no encontraron el apoyo". Y el antropólogo John Earls recogió en la comunidad de Sarhua (Ayacucho) el testimonio de un agricultor: "el amigo sarhuino agarró una puñada de suelo, indicó su estado arenoso e inútil para la producción agrícola; dijo que más y más los suelos de Sarhua se están volviendo así pues los gobier­nos modernos ya no renuevan los andenes y cada estación de lluvia lava más tierra y se la lleva a los ríos Pampas y Apurímac y finalmente a la Montaña ... " (Lajo 1982). La percepción ecológica popular y el ecologismo político campe­sino (y también tribal) espontáneo en el tercer mundo han sido estudiados recien­temente por diversos autores. En México existe el conocido trabajo de Toledo (1984), en Africa occidental el de Paul Richards (1985) y también hay trabajos recopilados por geógrafos que analizan el uso de recursos naturales en países pobres, como Blaikie y Brookfield (1987) y Little y Horowitz (1987). En la India está creciendo rápidamente el ecologismo activista de multitud de grupos, cuyos trabajos y resultados se presentan resumidos en los magníficos informes titulados The State of India's Environment (Agarwal y Narain 1985). En Latinoamérica también está creciendo el ecologismo de los pobres; sin embargo, los autores y activistas latinoamericanos rara vez se citan entre sí, y lo que se escribe o lo que ocurre en la India no repercute en las Indias. El movimiento chipko en los bosques del Himalaya o la lucha contra las represas en el valle de Narmada son conocidos en los ambientes ecologistas de Norteamérica o Europa del norte, pero no lo son tanto en México, donde también hay luchas indígenas por la conser- . vación de los bosques contra las empresas papeleras, ni en el Brasil, donde hay

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luchas contra la destrucción de tierras y culturas por el desarrollo de la hidroe­lectricidad, de la minería de exportación y de la ganadería, luchas que implican un aumento en los costos que las empresas deben pagar por los destrozos que causan.

Otro ejemplo peruano de ecologismo igualitarista popular es el conflicto entre producción agraria y "reforestación social", tan propio de la India y Africa (Bina Agarwal 1986), Enrique Mayer y César Fonseca (1988:187) cuentan que en una ocasión

"en la comunidad de Tapuc ... las mujeres sostenían.intransigentemente en quechua que los eucaliptus transplantados en las parcelas del manay debían ser retirados inmediatamente. Manay es la zona agrícola de barbecho sectorial destinada al cultivo de tubérculos por "tumos" y con varios años de descanso. Sobre esta zona ejercen control en forma paralela tanto los comuneros como individuos de la comunidad. Por esto las mujeres insistían, en nombre de la comunidad, que. dichas parcelas las habían heredado de sus abuelos para abastecerse de tubércu­los, pues ellas no iban a alimentar a sus hijos con las hojas del eucalipto; además, donde crece el eucalipto, el suelo se empobrece y no sirve ni para sembrar cebollas."

¿Estaba la razón ecológica del lado de esas mujeres que se expresaban en quechua o, por el contrario, del lado de quienes, en castellano, propugnaban la plantación de eucaliptos?

Ante la pobreza, la degradación ambiental y la explotación exterior, crecerá el nuevo ecologismo neo-narodnista y también la investigación histórica de esos fenómenos sociales, lo que hubiera complacido al propio Marx ya que, aunque permaneció ajeno al enfoque ecologista y no era pro-campesino, simpa­tizó al final de su vida con el populismo ruso más radical. Los narodniki eran socialistas y pro-campesinos a la vez, pero puede parecer que un neo-narodnismo ecologista implica también una actitud neutral frente a la lucha de clases. No obstante, en la medida que el narodnismo ecologista es una defensa de una economía moral, de una economía ecológica, contra la penetración del mercado generalizado, el enfoque populista puede ser útil para entender el pasado y el presente de algunas luchas sociales en el tercer mundo y para ayudarlas en el futuro. La etiqueta "populista" es usada a sabiendas de lo que significaba en Rusia en la segunda mitad del s. XIX: la creencia en la transición al socialismo (definido más por la igualdad entre la gente que por la propiedad estatal de medios de producción) sobre la base de la comunidad campesina (por eso el marxismo de Mariátegui fue calificado de "populista"). Mientras los autores de derecha glorifican el mercado y se lamentan de la "tragedia de las tierras comunales", los eco-socialistas añaden una perspectiva ecológica al análisis de lo que podríamos llamar, no the tragedy of the commons sino, al contrario, the tragedy of the enclosures.

Aun cuando uno pueda encontrar en los textos de Marx atisbos ecológi­cos, el marxismo y el ecologismo no se han integrado todavía, y la prueba está

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en que no existe una historiografía ecológico-marxista. Podolinsky planteó clara­mente a Marx y Engels en 1880 (Martfnez-Alier y Naredo 1979, 1982; Martínez­Alier y Schluepmann 1987) un nuevo enfoque ecológico, pero hubieron obs­táculos epistemológicos (el uso de categorías de la Economía Política) y obstácu­los ideológicos (la visión de un comunismo de abundancia, tras una etapa de transición en la que persistirían el Estado y una cierta desigualdad) contra esa in­tegración. El gozne analítico de esa integración ha de ser la redefinición de los conceptos marxistas de fuerzas productivas y condiciones de producción. Pudo haberse avanzado en esta dirección a partir de la antropología histórico-ecológica de Leslie White pero no existe aún una historiografía marxista, con influencia académica y política, que vincule el análisis ecológico de sociedades humanas y el análisis de las luchas sociales, a pesar de los intentos de algunos antropólogos como Adams.

Hasta hoy el marxismo es más economicista que materialista-energetista. Entre los años 20 y 30, Otto Neurath y William Kapp intentaron introducir la problemática ecológica en el debate sobre el cálculo económico en una economía socializada, pero fue olvidada. En un contexto capitalista avanzado, el enfoque eco-socialista no destaca ya la contradicción entre la acumulación de capital y la explotación de la clase obrera, sino señala las dificultades que la escasez de recursos y la contaminación crean a -la acumulación de capital. La crisis del capital por el menoscabo de sus condiciones de producción, ¿se hace sentir únicamente a través de valores de cambio, por la elevación de los precios, o debe verse más bien en el surgimiento de movimientos sociales ecologistas? En los años 70 parecía que la elevación de los precios de algunos recursos naturales hacía crecer las rentas percibidas por sus propietarios y decrecer la tasa de ganancia del capital. En los años 80, la tendencia ha sido la contraria, pero eso no nos dice nada sobre la articulación entre la ecología y la economía capitalista ya que los costos ecológicos no se manifiestan necesariamente en los precios, al no incorporar estos externalidades negativas. El descenso del precio del petróleo no indica que sea más abundante que hace quince años, sólo que el futuro está siendo infravalorado. Enrique Leff (1986) ha escrito que son los movimientos sociales, y no los precios, los que ponen de manifiesto algunos costos ecológicos. Este argumento es muy pertinente en México, país que exporta petróleo y gas natural a precio barato, que en parte regresan convertidos (a bajo coste cre­matístico, pero con despilfarro energético) en importaciones de cereales que arruinan la agricultura campesina. Los precios de mercado pueden cuestionarse si se adopta un horizonte temporal más largo, que revalorice por tanto el precio de los recursos energéticos agotables. El argumento de que la exportación de re­cursos agotables produce un intercambio desigual pues los precios del mercado infravaloran las necesidades futuras es casi un argumento político inédito, que crecerá en el tercer mundo en los próximos años. Se suele llamar producción a lo que es extracción; y extraer significa sacar sin reponer. El petróleo no se produce sino se extrae, y se destruye. La perversión del lenguaje económico habitual se percibe, por ejemplo, en la denominación de "reservas extractivas"

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para las zonas de la Amazonía aún no privatizadas, el aprovechamiento de cuyos productos (genuinos productos) recogidos según procedimientos habituales no implica deterioro ecológico. A ese "extractivismo" se contrapone un uso "pro­ductivo", para la ganadería, por ejemplo,' que en las condiciones amazónicas esquilma la tierra, y es por tanto un uso destructivo y no productivo. La Amazonia es actualmente escenario de uno de los mayores procesos de privatización de tierras comunales que ha conocido la historia.

Los críticos ecológicos de la ciencia económica llegan a la conclusión de que los costos ambientales no son internalizables ni. por una economía de mer­cado ni por un proceso de planificación centralizada. En la frase de James O'Connor, las luchas socio-ecológicas internalizan las externalidades negativas, por lo menos algunas de ellas. Los costos ecológicos aparecen en la contabilidad cuando son puestos de manifiesto por grupos sociales: ésa es la perspectiva de los pobres del mundo, muy diferente del ecologismo burocrático internacional. Es una perspectiva marxista que vincula la crítica ecológica de la economía con las luchas sociales. Un reciente ejemplo es la lucha de los seringueiros en Acre, en Brasil, y el asesinato de Chico Mendes en diciembre de 1988.

En la India, Ramachandra Guha (1988) ha identificado tres tendencias ecologistas: los gandhianos, los partidarios del "ecodesarrollo" y las "tecnologías apropiadas", y los marxistas ecológicos. Guha pide la colaboración de los acti­vistas de esas tres corrientes. El "ecodesarrollo" y las "tecnologías apropiadas" parecen una mera adaptación del proceso capitalista de producción a las condi­ciones socioculturales y ecológicas del tercer mundo, pero la izquierda debería abandonar sus suspicacias pues estas estrategias de desarrollo pueden insertarse en las luchas de clase de nuestro tiempo. Las grandes corrientes ecologistas se diferencian también por su actitud hacia la ciencia: en la India, por ejemplo, los gandhianos son menos favorables a la ciencia "occidental" que las otras dos co­rrientes. En cambio los marxistas ecológicos suelen tener grupos llamados "cien­cia para el pueblo", lo que recuerda el slogan de los narodniki rusos de la época de Piotr Lavrov: ciencia y revolución. La idea de que el conocimiento tecnológico indígena suele ser superior al de los agrónomos extranjeros no supone una actitud anti-científica. Al contrario, implica una crítica de la insuficiencia cienúfica y de la autosuficiencia social de esos técnicos extranjeros o de esos vendedores de semillas y pesticidas. A menudo, los intentos de cambiar las prácticas campesi­nas en nombre de una racionalidad superior, han coincidido con intentos de introducir en la esfera económica una producción y unos recursos naturales que todavía estaban fuera de ella (uso aquí la palabra "económica" en su sentido cre­matístico). El ecologismo no es anti-científico sino que integra o articula cono­cimientos de diversas ciencias. La ecología humana es distinta de la ecología de plantas y animales.

Frente al ecologismo de los pobres, está creciendo un nuevo ecologismo burocrático internacional, que yo llamo el IMF de la ecología, el ecologismo de los ricos. La ecología abarca una vieja tradición social-darwinista, frente a otra tradición igualitarista. El ecologismo de los ricos está más cerca de la primera

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que de la segunda tradición. La ecología hace notar que la especie humana tiene instrucciones genéticas en cuanto al consumo endosomático de energía y mate­riales, en la forma de alimentos, pero no hay otros límites a la apetencia humana de consumo exosomático que los culturales y sociales:

"el consumo de alimentos tiene una variabilidad pequeña considerando toda la humanidad, pues en ténninos de energía la diferencia entre la inanición y la saciedad es sólo entre el simple y el doble, a pesar de su gran importancia biológica. En cambio, el metabolismo externo [exosomático] tiene una gran variabilidad entre países, entre grupos humanos y entre individuos; como no es estrictamente necesario para la supervivencia, va de un valor prácticamente cero para diversas poblaciones o grupos humanos hasta valores que son unas 25 veces la media mundial" (Grillo 1985: 15, citando a Margalef 1978).

Por tanto, a pesar de su menor crecimiento demográfico actual, los países ricos (y sus ciudadanos) suponen un mayor peso sobre los ecosistemas que los países (y los ciudadanos) pobres. Los movimientos sociales en defensa de una "economía moral" y de una "economía ecológica" son movimientos que se resisten a la incorporación de recursos naturales, cuya utilización es regulada por insti­tuciones comunales, en la esfera de la valoración monetaria, ya que el sistema de mercado generalizado discrimina contra los pobres (y contra las generaciones futuras). Recién estamos aprendiendo a ver la historia socio-económica desde este punto de vista ecologista.

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COMENTARIOS

Jorge Caillaux Sociedad Peruana de Derecho Ambiental

Mariscal Miller 2170 Lima 14, Perú

1. El trabajo de Martínez-Alier tiene la virtud de señalar en qué medida el problema ambiental o ecológico es un aspecto fundamental para inter­pretar o explicar nuestra historia socio­económica. La referencia a casos concretos que constituyen formas típicas de explotación (ex­tracción) irracional de recursos naturales, así como de dependencia entre países, permite al lector comprobarlo. Contiene también un con­junto de proposiciones interpretativas que no comparto, especialmente las contenidas en expresiones como "imperialismo ecológico", "ecologismo de los pobres" y "ecologismo bu­rocrático internacional". Primero señalaré nuestras coincidencias para después indicar el por qué de mis discrepancias. 2. Es claro que una primera ruptura del hombre americano con su medio se inicia con la llegada de los europeos y la conquista de nuestro conti­nente por una cultura extraña. El resquebraja­miento de las increíbles relaciones de armonía ecológica que poseían las diferentes culturas andinas con su entorno es un proceso largo a través del cual se filtran y configuran los ele­mentos de una nueva visión del mundo y la naturaleza y se hace patente un fenómeno par­ticular de transculturación (J. Caillaux y J. Cayo 1978). Este proceso desplazó a la tecnología andina -especialmente la agrícola, basada en un profundo conocimiento práctico de las leyes ecológicas- y dio paso a otro tipo de ciencia y tecnología al servicio de modos de producción distintos. El nuevo conocimiento adquiere luego el carácter de mercancía (González Vigil 1976) que el Perú comienza a comprar a los países que dominan la producción y los mercados internacionales. Nos convertimos así en "país exportador neto de energía" y se intensifica "la presión de la producción sobre los recursos", dos conceptos que Martínez-Alier utiliza con precisión y que son muy útiles para el análisis.

Coincido con él en que no ha sido la presión de la población sobre los recursos el factor de-

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tonante de nuestro deterioro ambiental, aunque hoy la situación no sea la misma en tanto vivimos ya un descontrol en lo que se refiere al crecimiento poblacional y de las ciudades, cuyo principal efecto negativo incide en la calidad de vida y el medio ambiente, generando círculos de extrema pobreza donde el "ecologismo" se re­duce a la supervivencia. En un país sin ánimo de ordenar su territorio y su crecimiento, es decir, sin la convicción de planificar, esto es fatal y puede suscitar procesos sin retomo.

3. De otro lado, Martínez-Alier acierta al medir nuestra contribución al desarrollo actual del mundo moderno en términos de nuestro aporte energético. La producción agrícola anali­zada en términos de eficacia energética comple­menta el concepto con claridad. La política ambiental del Perú -si algún día podemos real­mente formularla y practicarla- tiene en este enfoque un argumento muy útil para la negocia­ción internacional tanto en lo que se refiere a nuestra participación en la distribución de los costos de la protección ambiental como a la obligación de defender y aprovechar sostenida­mente nuestro riquísimo patrimonio biológico y genético. En este orden de ideas, será necesario, por ejemplo, impedir que se aplique el sistema de patentes que ampara los descubrimientos de la biotecnología sobre organismos o formas de vida autóctonos (también llamados germoplasma) que poseemos en los diversos ecosistemas del país. Este es un asunto que parece sofisticado, pero que -en la práctica- podría costarle al país en términos de divisas sumas inaceptables si nos viéramos obligados a pagar regalías por los productos biotecnológicos del futuro inventados a partir de nuestros propios recursos genéticos.

4. En realidad, el verdadero ecologismo cons­tituye en sí mismo una ideología distinta a las propuestas y ensayos ideológicos tradicionales. Tratar de ubicar el movimiento ambientalista en el Norte o en el Sur, cerca del marxismo o del anarquismo -por señalar algunas de las conexio­nes que sugiere Martínez-Alier- es desconocer el carácter integrador de la propuesta ecológica ("la ecología es una ciencia de síntesis"), que consiste en señalar que no existe auténtico de­sarrollo económico y social sin conservación, es decir, en proponer una economía de lo posible

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compatibilizando todas las variables para la generación de un desarrollo sostenible en el tiempo y en cada una de las regiones y países del mundo.

Así, el ecologismo (yo prefiero llamarlo am­bientalismo) no es un fenómeno identificable sólo con un sector de países o un grupo social: estrictamente, no hay ecologismo de los pobres opuesto a un ecologismo de los ricos, aunque es obvio que existen intereses y prioridades am­bientales distintos. Por ejemplo, el interés de los países desarrollados en invertir recursos finan­cieros para solucionar problemas ambientales globales es opuesto al interés de nuestros países de atender las causas mismas de la llamada con­taminación de la pobreza. Sin embargo, am­bas posiciones son reconciliables porque a nadie escapa que la economía y la ecología mundiales están cada vez más entrelazadas por una serie de causas y efectos identificables: el deterioro de un ecos istema particular puede empobrecer ecosistemas de otras regiones por remotas que fueran, con graves daños económicos y en la salud humana . En verdad, el ecologismo o ambientalismo no es sino el esfuerzo consciente de reorientar nuestros pasos y redefinir el desa­rrollo de las naciones -sean del Norte o del Sur­hacia objetivos que compatibilicen las necesi­dades económicas y ecológicas, lo que significa atacar, en primer lugar, la pobreza, "que es causa y efecto principal de los problemas mundiales del medio ambiente" (Informe de la Comisión Bruntland 1987). Antigua pretensión la de los ecologistas -se dirá- y es cierto. La filosofía ambientalista siempre ha estado presente en el pensamiento de las sociedades, sobre todo en las de tecnologías tradicionales, pero nunca como ahora ha tenido la oportunidad de divulgarse y de convertirse en fuerza orientadora de la ac­ción social y política de los países y de la comunidad internacional. Por ello no coincido con el autor cuando pretende explicar el fenómeno ecologista con expresiones altamente cargadas de contenido ideológico tradicional, porque se corre el peligro de ubicar la discusión en espacios y categorías demasiado transitados por el pensamiento moderno que han perdido su capacidad de aportar claridad al lenguaje y a las ideas. El conocimiento humano, la tecnología y la administración de los recursos naturales han sufrido demasiado el mal de la fragmentación. Hoy debemos regresar, renovados, a una posi­ción más humana y luchar por la integración, experiencia que habrá de derrumbar mitos tan

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sagrados como los de la soberanía nacional o como el de los imperialismos.

Alejandro Camino D.C. Fundación Peruana para la

Conservación de la Naturaleza Apartado 18-1393

Urna - Perú

Para aquellos que desde la década de los 70 asumimos el compromiso de intentar integrar modelos de análisis de las ciencias naturales y sociales, las exploraciones que hoy se presentan desde el ángulo de una disciplina y una particu­lar tradición académica nos despiertan senti­mientos contradictorios.

Por un lado, la toma de conciencia, por parte de aquellos formados en las ciencias histórico­sociales, de la necesidad de buscar modelos ex­plicativos más amplios para el análisis de los procesos históricos, no deja de despertarnos una satisfacción que, aunque tardía, convalida los planteamientos que desde la década de los 50 iniciaran los investigadores que han transi tado por esa gran corriente que hoy se denomina la Antropología Ecológica. Esta, partiendo del material ismo de White y la Ecología Cultural de Julian Steward, devino en los ochenta en un riguroso aporte de los numerosos antropólogos ecólogos contemporáneos: Roy Rappaport, M. Sahlins, D. Lathrap, D. Hardesty, E. Moran, etc.

Por otro lado, despierta también nuestra reac­ción crítica cuando identificamos razonamientos y modelos explicativos que, pretendiendo asumir principios de análisis integrados, persisten en vicios sociologistas. Algo semejante aconteció ya en el siglo pasado y a principios del presente cuando los naturalistas pretendieron, a partir de sus estrechos modelos biológicos, explicar los complejos fenómenos sociales y los procesos históricos evolutivos.

El sugerente artículo del Dr. Martínez-Alier rescata importantes criterios a ser considerados en un intento más integral de interpretación de los procesos histórico-naturales, sin lograr, sin embargo, desprenderse de ciertos paradigmas teóricos responsables en parte del provincia­nismo metodológico que hizo de las ciencias sociales contemporáneas un corpus plagado de lugares comunes y, además, un círculo cerrado de investigación para consumo de sus propios cultores y otros allegados, muchas veces sacrali-

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zado por conceptos nacidos de un discurso político-ideológico afín o análogo.

No comparto los planteamientos de una supuesta historiografía ecológica-social, que indaga por "contenidos ecologistas ocultos o explícitos", ni simpatizo con la "puesta de moda" terminológica del marxismo en un intento de asegurarle un asiento en el acelerado tren de la renovación científica. No cuestiono la legitimi­dad de la preocupación política y académica del ensayista y de su aporte, pero quisiera ver cómo de esta nueva experiencia se pueden constituir paradigmas novedosos en donde, por ejemplo, la relación entre niveles tróficos no se vulgarice expresándose en un concepto pueril de lucha de clases, o en donde las explicables preocupaciones y opciones políticas de los colegas (como aque­llos compatriotas que el Dr. Martínez-Alier cita y con quienes compartimos una misma emoción) no nos enmarquen en un contexto teleológico de análisis, más aún cuando las tendencias energéticas mundiales dejan hoy poco lugar al optimismo y la urgencia de la supervivencia nos obliga a asumir como unidad de análisis a la "especie" o a la "población", antes que el con­cepto estrecho de "clase".

Otra dimensión muy valiosa que queda algo olvidada en este ensayo es la constituida por los aportes, quizás puntuales y muchas veces des­contextualizados, de la etnobiología (y sus ante­cedentes, la etnobotánica) . Creo que dentro de esta línea -poco cultivada por los latinoameri­canos- han habido, sin embargo, hitos que marcan los aportes más originales de la antro­pología de esta parte del mundo: me refiero, por ejemplo, a la obra del Dr. Gerardo Reichel Dolmatoff (en particular, a su discurso magis­tral con motivo de la entrega del premio Hux­ley, "La Cosm_ología como Análisis Ecológico.")

Quizás el principal aporte de Martínez-Alier lo constituye su intento de contrastar los mode­los de explicación económicos convencionales basados en los flujos financieros como unidad de análisis y aquellos que se contraponen pre­sentándonos la alternativa de los flujos energéti­cos. El caso del guano y la harina de pescado -uno de los más conspicuos y reveladores- en­cabeza un sinnúmero de fenómenos de la histo­ria económica que bien merecen volver a ser analizados a la luz de su significado energético a partir de una matriz tipo "input - output".

En el trabajo del Dr. Martínez-Alier, siempre sugerente y valioso por sus reflexiones que invitan al investigador más convencional a

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revisar sus presupuestos, hubiera querido, sin embargo, encontrar los lineamientos de un nuevo modelo analítico, aún ausente, pero que el lector presiente y que sin duda el autor atisba. ¿Puede quizás que al autor le toque hoy representar el papel del Hombre de la Mancha o que su ensayo sea un adelanto de una más promisoria reno­vación, que ya se vislumbra, para las perspecti­vas del análisis histórico-social en nuestro medio? Los aportes de la investigación de esta última década (Earls, Taussig) me hacen pensar que el nuevo paradigma surgirá de un nuevo contexto científico (la "Ciencia Indígena"), el que podrá exhibir en su renacimiento niveles más reduci­dos de concepciones sociologizantes originados en la tradición judeo-cristiana y que caracterizan a aquella ciencia social euroamericana que aún a todos nos contamina y empobrece con sus estrechos parámetros fenomenológicos.

Agnes Feurtet-Mazel Centro Las Casas

Apartado 477 Cusco, Perú

Numerosos puntos y desarrollos de J. Martínez-Alier apuntan más a la Economía social que a la Ecología. No me pronunciaré entonces sobre aquellos puntos que pertenecen al ámbito de una especialidad que no es la mía. Mas, como ecóloga, quisiera agregar algunas obser­vaciones y dar mi parecer.

El artículo de J. Martínez-Alier está ricamente ilustrado con ejemplos que me han permitido comprender ciertos pormenores de la economía mundial y, sobre todo, los que rigen las rela­ciones Norte-Sur. Sin embargo, puede que la opinión de una ecóloga parezca algo nimia, pero la utilización de los términos Ecología, Ecolo­gismo y Ecologismo igualitario popular ... no me parece bien precisada.

La Ecología humana es definida como el es­tudio de las interacciones entre el hombre y la biósfera; establece así el contacto entre las cien­cias naturales, por una parle, y las ciencias políticas, económicas y sociales, por otra. El Ecologismo aparentemente determina sobre todo un movimiento social, cuya definición conven­dría precisar. En ningún caso, por ejemplo, los movimientos sociales se manifiestan para ob­tener las necesidades ecológicas, sino para ob­tener las necesidades de subsistencia, aun si

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ponen de manifiesto los grandes fenómenos de la Ecología humana.

Creo que es absolutamente necesario distin­guir entre la Ecología ciencia y la Ecología movimiento social. Es cierto que, a veces, esta última permite revelar y condenar ciertos daños ecológicos. Más a menudo, estas denuncias deben aunarse a toda forma de contestación que constituya un buen trampolín para la propaga­ción y divulgación de las ideas ecologistas. En los países ricos, el debate ecologista se basta a sí mismo, sobre todo en la Alemania Federal con los "verdes". En los países menos favore­cidos, estos movimientos deben, de manera obli­gatoria, aliarse con toda forma de protesta, que a menudo y casi siempre adquiere un carácter anticapitalista, para hacer comprender a los go­biernos que todavía no prestan atención a los graves peligros denunciados.

No se puede atribuir los mismos objetivos a los "verdes" alemanes (por citar sólo a los mili­tantes más activos) y a los científicos. Los científicos tienen un espectro de estudios y de problemáticas ecologistas mucho más amplio, que incluye las preocupaciones concernientes tanto a los pescadores en la India y a la agricul­tura andina como al problema del guano-ancho­veta, por citar los ejemplos tratados por el autor. En general, los movimientos ecologistas (políti­cos) no se ocupan o se ocupan poco, ni sacan a la luz, los grandes problemas internacionales . Quedan restringidos a preocupaciones más nacionales.

El pensamiento ecológico popular, al que el autor hace referencia repetidamente, sería de una naturaleza que se aproxima a las preocu­paciones de los ecólogos (científicos). Pero no me parece que el adjetivo "popular" convenga tanto como el de "campesino". Sea en los Andes del Perú o en cualquier otra parte del mundo, el campesino tiene una percepción del medio ambiente sobre el cual trabaja desde siempre muy superior a la de cualquier técnico agrónomo novato. Es por ello que sus actividades respec­tivas aparecen mucho más complementarias que exclusivas.

La intervención de los científicos en los terrenos del Tercer Mundo ha dejado, no obs­tante, huellas tristes. Y los malos resultados obtenidos evidencian sobre todo la ausencia de concertación entre los campesinos y los técni­cos, debido a que a menudo estos últimos tien­den a minimiz.ar el saber campesino y a dar prioridad a técnicas a menudo mejor adaptadas

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a las tierras de los países ricos que a las de los países pobres . Pero en ningún caso ha de atribuirse una superioridad a uno ni a otro de estos protagonistas.

En el ejemplo de las mujeres de la comunidad de Tapuc, el autor es severo al calificar de irra­cionales a las personas que proponen la plan­tación de eucaliptos. ¿No ofrecen acaso alterna­tivas con terrenos destinados para la alimen­tación? J. Martínez-Alier tiende a comparar a esas personas más con parásitos, si se me per­mite una analogía ecológica, que con simbiontes cuya colaboración con aquellas mujeres de Tapuc se revelaría como de interés recíproco. La complementariedad de sus esfuerzos y de sus conocimientos no puede sino desembocar en re­sultados positivos a través de un diálogo abierto. Respecto a la afirmación de E. Grillo, según la cual la tecnología moderna en la agricultura de los países ricos no tiene una mejor productividad si se descuenta el beneficio aportado por la utilización de combustibles fósiles en el cultivo de los campos; ello me parece un poco exce­sivo. Los progresos genéticos son tales en este momento que las plantas cultivadas son muy diferentes de sus raíces originales. Estos nuevos híbridos se caracterizan intrínsecamente por su elevada productividad y están exentos de nu­merosos parásitos y enfermedades de los que se encuentran protegidos, Jo cual disminuye la importancia de la contribución de pesticidas, abono (derivados del petróleo) ... Y son estos avances tecnológicos, responsables de más del 50% del progreso, los que profundizan la brecha entre las productividades de los países del Norte y del Sur, mucho más que el uso de carburantes para tractores y camiones, muy difícilmente utilizables en las culturas en declive de los países andinos, por ejemplo. Las tierras cultivadas en los países del Tercer Mundo son, además, mucho más pobres en materia orgánica que las tierras de los países ricos, y la utilización abusiva de medios motorizados a menudo no conduciría sino a un rápido agotamiento del suelo. No es casual que el uso de la chakitaqlla sea todavía común.

Por otro lado, es cierto que en los países del Tercer Mundo la búsqueda de una ganancia inmediata pesa a menudo más que el interés ecológico, en vista de las dificultades encontra­das en estos países por sobrevivir. La incons­ciencia, así como también la incompetencia, han arruinado y siguen arruinando comarcas origi­nalmente fértiles. La cultura de la coca conduce a la erosión de las pendientes cultivadas, y el

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deshierbe, como el de los eucaliptos, provoca un empobrecimiento bien marcado del suelo ... En lugar de explotar el interés ofrecido por los ecosistemas, es decir de recolectar cantidades que no excedan la productividad, muy a menudo se dilapida el capital. Así, se hace préstamos masivos a la biomasa, que convergen en la destrucción del manto vegetal.

Esta idea de no sobrepasar jamás la produc­tividad también se aplica perfectamente a la pro­ducción resultante de la pesca. Sin embargo, en el ejemplo dado por el autor, los pescadores de la India son presentados como una corporación refractaria a todo cambio, a todo desarrollo de su medio de subsistencia. El progreso técnico actual permite manejar los recursos naturales renovables evitando permanecer en un status quo ancestral y permitiendo -en el caso de la pesca en la India- aumentar los recursos que tenderían a proveer localmente un aporte suplementario de nutrición. Nadie discute, sin embargo, que no se puede explotar sin ton ni son una riqueza, como se hizo en el Perú en los años 1960-1970. En aquella época se debió haber dicho no a la pesca a ultranza sin un estudio de gestión de los stocks, como ha de decirse no a una pesca artesanal generalizada que no explota de mane­ra óptima el medio. La catástrofe peruana en materia de pesca de cierta manera era previsible pues tal so)Jrepesca no contaba con un estudio fiable de gestión de existencias y de fenómenos periódicos como el de El Niño.

Así, el continente sudamericano ha expor­tado bajo la forma de harina de pescado el 50% más de proteínas que las de su produccióh total de carne; mientras que en el mundo un porcen­taje menor es dirigido hacia el mercado indus­trial, donde es utilizado para fines no alimenta­rios o en la producción de harina de pescado. Esta producción de harina es poco productiva ya que continúa una cadena trófica de por sí larga hacia los animales domésticos. Mas la captura de anchoveta en grandes cantidades difícilmente puede ser dirigida a otros fines ya que la carne de este pez se descompone rápida­mente, lo cual hace que sea más económico utilizar el excedente como harina ya que toda instalación de fabricación de conservas destina­das a la exportación es muy costosa.

La explotación de recursos como la anchove­ta no repercute sólo en la existencia de esta especie, sino también sobre la dinámica de población de las aves guaneras. En efecto, estas últimas se alimentan de anchovetas y el desa-

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rrollo de sus respectivas poblaciones depende una de la otra. En consecuencia, de esto de­pende también el stock de sus deyecciones o guano destinado a la extracción humana. Desde un punto de vista económico, el guano ha tenido un interés importante. El autor afirma que el precio fijado jamás ha sido adecuado porque no se tenía en cuenta que el guano es un recurso que se renueva con extrema lentitud. Pero como Boussingault -según los cálculos de Humboldt­indica que se necesitan 300 años para que se forme una capa de guano de 1 cm (¿sobre qué superficie?), habría sido imposible, por una parte, extraer el guano a un ritmo al menos idéntico al de la reposición y, por otra, comercializar un producto que habría sido demasiado caro para interesar a alguien.

La idea subyacente del autor a lo largo de todo el artículo es que la extracción de recursos no renovables, tal como es practicada hoy día, subvalora el futuro del hombre y de su econo­mía.

Ya sea en la extracción de las minas o en la explotación del petróleo, esa inquietud está muy presente en el espíritu de J. Martínez-Alier. En el caso del petróleo, es cierto que, según múltiples cálculos, el agotamiento de las reser­vas, teniendo en cuenta las aún no explotadas, se prevé para dentro de unos 50 años (datos más recientes podrían precisar esta cifra), pero lo más importante es tener presente que todo este ma­terial extraído no es forzosamente irremplazable.

Las investigaciones sobre energías de susti­tución continúan avanzando en el Este y en el Oeste. La puesta en servicio de sobregeneradores que utilizan todo el uranio y no sólo el raro uranio 235, aparece como una solución intere­sante, como aquella, esperanzadora y en pleno desarrollo, que es la fusión controlada (no con­taminante y sin desperdicios radiactivos) deu­terio-deuterio. En efecto, el hidrógeno pesado del agua del océano es una fuente inagotable. La energía hidroeléctrica también puede responder a múltiples situaciones (países montañosos ... ).

La ciencia ensaya cada vez más la utilización y explotación de los recursos no limitados, aunque es indudable que nosotros seguiremos siendo tributarios de las riquezas del subsuelo aún por piucho tiempo.

De una manera general, el autor es el por­tavoz de numerosas denuncias, pero es una lástima que no cite las ideas eventualmente capaces de resolver los problemas ecológicos que aparecen en los países pobres. Creo que todo el

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mundo está de acuerdo en que la ecología y la protección del ambiente no deben ser un lujo de los países ricos, pero faltan propuestas tanto de los países pobres concernidos como de los países ricos.

Recordemos que la protección del ambiente es relativamente reciente y no es una preocu­pación en los países favorecidos económicamente sino desde hace unos cuantos años. Esta se desarrolla cada vez más, estando ahora en la conciencia de las poblaciones de los países del Norte, incluso en los niveles económico e in­dustrial. Lamentablemente, permanece todavía ajena a las preocupaciones cotidianas de los países del sur, aun cuando hipotecan su por­venir al dejar de lado este aspecto fundamental.

La ayuda proporcionada a los países del Tercer Mundo debe pasar también por el con­trol y la protección de su medio ambiente. Incluso si la urgencia de la pobreza y de la desnutrición impele al otorgamiento de ayuda inmediata (más o menos eficaz), los problemas socioecológicos deben ser tratados frontalmente junto con aquélla.

Traducci6n ,u Sheila Campion

Bernardo Fulcrand Saphi 818

Cusco - Perú

El artículo de J. Martínez-Alier es una buena introducción, como su título lo indica, a la historia socio-económica desde el punto de vista ecologista. Los ejemplos que trae son claros y pertinentes: el guano que el Perú pudo utilizar para potenciar su desarrollo agrícola, como lo hacían los Incas, y que sólo sirvió para dudosos negocios de particulares dedicados a la extrac­ción y venta en el exterior; la harina de pescado que pudo dar de comer al país en vez de alimen­tar pollos y cerdos del Atlántico Norte, etc.; son efectivamente episodios tristemente célebres que pueden dar pie para una historia socio-ecológica del Perú aún por escribir.

Pero la tesis anunciada del ecologismo de los pobres, según la cual "la lucha por la super­vivencia lleva a los pobres a defender el acceso a los recursos naturales y a su conservación", queda por demostrar.

La idea es sugestiva y hasta atractiva, sobre todo para quienes, trabajando en los Andes,

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hemos re-aprendido de sus habitantes el saber­hacer-agricultura y estamos convencidos que el planteamiento de la cuestión ecológica, más que en cualquier otro lugar, es de vida o muerte.

Pensé, alguna vez, que la resistencia obsti­nada y callada de los campesinos en las comunidades de la sierra a adoptar modelos intensivos y especializados de producción, negándose a utilizar los paquetes tecnológicos llamados de la Revolución Verde con muchos insumos, semillas híbridas, uso de herbicidas, maquinaria agrícola, etc., tan poco adaptados a la realidad andina, podía sustentarse en algo así como el "ecologismo de los pobres". Pensé, asimismo, que la tenacidad, rayana a veces en la terquedad, para conservar sus sistemas tradicio­nales de tecnologías (policultivo, variedades na­tivas, gestión autárquica de la fertilidad del suelo ... ), no era sino expresión de este "ecolo­gismo".

Pero, ¿qué se entiende en realidad por "ecolo­gismo''? J. Martínez-Alier utiliza una buena vein­tena de vocablos o expresiones formados a partir de la palabra "ecología", sin explicarlos mucho ni definirlos (lo que no ayuda siempre a la com­prensión de su texto); en todo caso "ecologismo" puede significar dos cosas: una ideología o un movimiento. El ecologismo como ideología -tal como lo define, por ejemplo, Josep Puig (Medio ambiente No. 39, p. 32)- que sea capaz de denunciar los modernos sistemas de producción, distribución y promoción de bienes y de necesi­dades como algo groseramente irracional y an­tiecológico; que trabaje por definir un progreso que deje al ser humano la libertad de elegir sus necesidades de manera autónoma y asumiendo los medios para satisfacerlas; y que tenga por objetivo crear una sociedad en armonía con la naturaleza, etc.; ese ecologismo u otro está muy lejos de ser formulado por la comunidad cam­pesina en un cuerpo de ideas movilizador de un grupo. De ahí que también le falte ser "movi­miento". La comunidad campesina vive su resis­tencia como un repliegue después de la derrota; mantiene la dimensión comunitaria no como fuerza para producir el cambio ( de ideas, de tecnologías, ... ), sino como protección frente a la desestructuración y quiebra profundas señaladas por Nathan Wachtel. Las comunidades campesi­nas no se han organizado para formar este movimiento de los pobres, con poder para de­fender sus recursos y hacer reconocer, por una sociedad que las mantiene marginadas, que su práctica es válida y podría ser modelo.

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Personalmente, desde la experiencia cier­tamente limitada de una ONG comprometida en el desarrollo rural en la Sierra Sur, pero que sé es común al conjunto de los Andes peruanos, considero que la lucha por la supervivencia lleva a los pobres a pesar más fuertemente sobre los ecosistemas frágiles de estas zonas y contribuye a la destrucción de los recursos naturales allí presentes. Justamente la tesis opuesta a la enun­ciada por el autor.

La comunidad campesina, como espacio vital que resulta del encuentro del hombre (en su di­mensión histórica) y de la naturaleza (zona difícil de alta montaña tropical), ha sufrido una evolu­ción rápida, a veces brutal, cuyas consecuencias son mal controladas y que plantea a los produc­tores y técnicos graves problemas todavía no resueltos. Presenciamos, a menudo como obser­vadores callados e impotentes, los mecanismos generadores de desequilibrios ecológicos y agronómicos, como son la erosión, la defores­tación, el sobrepastoreo, las quemas, la degene­ración de las semillas y animales, la desapari­ción paulatina de recursos fitogenéticos valio­sos, la excesiva presión sobre las tierras agríco­las, etc. Estos mecanismos, puestos en vigor en forma violenta desde el s. XVI y a todo lo largo de la Colonia, se siguen dando ahora como con­secuencia de las diversas políticas económicas nacionales y/o internacionales, llámense reforma agraria, penetración mayor del mercado, etc. que pesan sobre el devenir histórico de las comunidades campesinas y de los espacios que ocupan.

Puedo creer fácilmente que en una zona de "tumo" un grupo de mujeres se haya opuesto a la plantación de eucaliptos. Primero es el ali­mento; la escasa tierra de cultivo no puede ser distraída a otra cosa que no sea pan llevar. Además, plantar un árbol es pensar a largo plazo, cuando en la comunidad campesina se vive el corto, muy corto plazo, de una campaña agrícola · a la siguiente.

Que los intentos de recuperación de los pastos de las haciendas respondan a una necesidad de complementariedad ecológica de los recursos de la Puna y de otros niveles más bajos, es cier­tamente una lectura posible que puede hacer un estudioso conocedor de las tesis de John Murra; pero las más de las veces la legítima recupera­ción de los pastizales trajo también una sobre­carga animal no controlada de la pastura devuelta al régimen comunal. Son opciones muy com­prensibles en la situación por la que atraviesan

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las comunidades, pero cuyas consecuencias ecológicas aparecen ya como desastrosas.

Ante la pobreza, crece, no cabe duda, la de­gradación del ambiente y de los hombres más que ese "neo-narodnismo ecologista" del que nos habla J. Martínez-Alier. En realidad, el problema ecológico en los Andes es un problema de inte­gración de la Sierra al proyecto nacional y la marginación de su gente es la que más ha con­tribuido a su deterioro.

Eduardo Grillo F. PRATEC

Pumacahua 1364 Lima 11

Perú

Me parece muy interesante el artículo de Juan Martínez-Alier, cuyo comentario me ha sido soli­citado gentilmente por el Comité de Redacción de Revista Andina.

Estoy de acuerdo con el autor en que no se puede atribuir la mala situación actual de las grandes mayorías poblacionales en los Andes "a la presión demográfica sobre unos recursos escasos", escamoteando así la responsabilidad que en ello tienen los intereses y la explotación del capitalismo internacional. Concuerdo tam­bién con la pertinencia de la diferenciación entre la presión de la población sobre los recursos y la presión de la producción sobre los recursos. Está claro que el colapso demográfico causado por la invasión europea a los Andes fue más fuerte que el que motivó la peste negra a Eu­ropa. Asimismo, no hay duda que la cuestión de los límites, las fronteras de los Estados, atenta contra la igualdad de oportunidades de todos los hombres en el acceso a los recursos, pero, específicamente en los Andes, la introducción de los límites con fines administrativos en el virreinato alteró gravemente las regiones étrti­cas.

El autor está interesado en destacar los bene­ficios políticos del enfoque ecologista en la inter­pretación de la historia socio-económica de los pueblos. Considera que la lucha de los pobres por la supervivencia constituye un movimiento ecologista espontáneo (esto es, no consciente) que debería trocarse en una "consciencia ideo­lógico-política" de defensa. Para tal efecto está interesado en el mejoramiento de las relaciones de la ecología con las "ideologías políticas de amplia difusión", en especial con la "historio-

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grafía marxista con influencia académica y política".

Me parece que con esta actitud se sobrevalúan las posibilidades de la ciencia y la ideología de Occidente para el mejoramiento de las condi­ciones de vida en el Tercer Mundo: se concede carácter de universalidad a las propuestas oc­cidentales y con ello al capital hegemónico. Por ese camino se llega fácilmente a afirmar que "la elevación de la productividad agrícola es difícil en la zona andina", que se trata de ''un medio tan adverso" sólo porque son "zonas refractarias a las inversiones masivas de capital" y porque "el riesgo de inversión es alto". ¿Pero acaso el capitalismo es el único modo de producción? Al autor no se le escapa la excelencia de la agricul­tura campesina andina anterior a la invasión europea. Entonces, es claro que las dificultades resultan insuperables sólo para la explotación capitalista, pero no para la agricultura campesi­na andina autónoma (pericia técnica, organi­zación social y religiosidad panteísta).

Y es que lo andino tiene forma muy diferen­te a lo occidental moderno hegemonizado por el capital. Los pueblos andinos viven en un mundo vivo. En un "mundo-animal" (Kusch), cuanto existe goza de vida: el hombre y el río, los animales y los cerros, las plantas y las lluvias. Todo vive. Los hombres, la naturaleza y las deidades son los integrantes de la "colectividad natural'' inmanente. El hombre se sabe parte de la naturaleza y las deidades son también parte de la naturaleza. La cultura andina es agrocéntrica, colectivista y panteísta. Entre sus miembros existen relaciones de empatía y reci­procidad que rigen la conducta en la "colec­tividad natural". No es éste el "mundo-mecanis­mo" de la sociedad occidental moderna con su Dios único y trascendente que ha creado el mundo a partir de la nada y que ha hecho al hombre a su imagen y semejanza poniendo a su disposición la naturaleza para que se sirva de ella en su beneficio. El mundo andino no es de individuos que se oponen los unos a los otros en búsqueda de beneficios para sus intereses. No es de contratos entre individuos arbitrados por el Estado en un ambiente secular, sino más bien un mundo de afectos inmersos en un sentimien­to de profunda sacralidad.

Cuando el pueblo andino construye andenes, modifica drásticamente el paisaje al convertir la pendiente de una ladera en un conjunto de planicies y al proveer riego a la ladera seca mediante canales que traen agua de ríos alimen-

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tados por nevados. La modificación del paisaje beneficia al pueblo porque posibilita mayor pro­ducción y productividad, pero también, a la vez, beneficia a la naturaleza porque los andenes posibilitan mayor cantidad de vida (biomasa) y mayor variedad de formas de vida en compara­ción con la ladera seca original.

En este contexto, la pachamama no es el equivalente de ecosistema. En vez de equivalen­cia hay iñconmensurabilidad. La cultura andina no puede ser expresada en términos de la cultura occidental moderna ni viceversa. Son diferentes.

Creo que se trata de afirmar cada una de las diversas culturas originales de la humanidad para dejar vacía cualquier pretensión de universali­dad de una determinada cultura. El capital, buscando su propia afirmación y desarrollo, ha tratado de convertir el mundo en un gran mer­cado bajo su dominio. Pero esa experiencia ha llegado a sus límites. La realización plena del hombre es posible sólo dentro de su propia etnia. dentro de un ambiente general de respeto y reciprocidad entre las etnias.

Volviendo al excelente artículo de Martínez­Alier, que me ha hecho pensar, no debo olvidar su preocupación por los pobres y al respecto digo, a riesgo de ser pesado, que las palabras pobreza y miseria no tienen vigencia universal. Como dice Susan Hunt, los deseos tienen límites culturalmente establecidos en todos los pueblos, excepto en las sociedades occidentales moder­nas. En estas últimas, como los deseos no tienen límite, los medios para satisfacerlos devienen escasos. Es así como, por esta incompatibilidad entre deseos desaforados y recursos limitados, aparecen la escasez, la pobreza y la miseria. Son hijas de la insensatez. Por todo ello, el compro­miso en la lucha por la afirmación de las cultu­ras originales de la humanidad implica contribuir a ahuyentar la pobreza.

El Proyecto Andino de Tecnologías Campesi­nas (PRATEC), del cual soy integrante, está en esa línea de trabajo, empezando por lo andino.

Benjamfn Marticorena Centro Bartof.omé de lAs Casas

Apartado 477 Cusco - Perú

Si no basta ser ecologista para ser socialista, en cambio, no se puede ser socialista sin ser ecologista. El respeto por la opinión de las gene­raciones futuras (aún inexistentes) sobre su propia

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seguridad y la consideración sobre el propósito explícito de las pasadas y actuales para cons­truir una sociedad sana, constituyen la base moral de la vocación actual de perseverar en el so­cialismo. No obstante las muchas crisis que desde hace 150 años han enfrentado los ensayos so­cialistas en el mundo, las ideas esenciales de los utópicos y los marxistas se reiteran con reno­vado vigor. Lo más esencial en el hombre es, decía Unamuno, "perseverar en lo que es". Y no es que el hombre sea socialista "por naturaleza", sino que el socialismo sólo puede existir renovándose, y la manera en la que este cambio opera es en la búsqueda de aspectos hasta ahora desconocidos o insuficientemente conocidos y, sin embargo, esenciales de la condición humana y social.

El criterio de que la rentabilidad social de la producción debe prevalecer sobre la rentabili­dad individual, que es una constante en los proyectos socialistas a través de la historia, da, con la teoría ecológica, un salto cualitativo hacia adelante. No es casual que los hallazgos de las ciencias en el campo de la ecología participen con fuerza en las propuestas de renovación socialista, desde hace veinte años. Nuevos valo­res específicos de vida que se reflejan en el no despilfarro de los recursos naturales, en el empleo de tecnologías para su conservación, mejor transformación y reuso, considerados impertinentes por los guardianes de la economía liberal de mercado, pero también por los de los Estados de planificación central, sostienen, en cambio, el edificio ideológico (en construcción) de esta nueva versión del socialismo. En ella, socialismo y ecología son consustanciales.

¿Cómo valorar los componentes ecologistas en las ideologías y en los programas de los movimientos sociales en la historia? Martínez­Alier dice que "la lucha de los pobres por la supervivencia es un movimiento ecologista en cuanto sus objetivos consisten en obtener las necesidades ecológicas para la vida: energía, comida, agua, albergue". Es un hecho que la dimensión biológica del hombre lo integra de lleno en el escenario ecológico, en el que re­sulta ser, además, su más conspicuo transforma­dor. No existe, sin embargo, en los movimien­tos sociales más importantes de la historia, un conjunto suficiente de ideas explícitas, de inspi­ración ecológica, que constituyan parte sustan­cial del programa de cambio que propugnan. Esta es una tarea por realizar, en el marco de una propuesta socialista moderna. Hasta ahora,

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no obstante la relación clara entre organización social y ecología, la voluntad de recuperación ecológica se ha quebrado pronto en las luchas sociales. Han sido los eslabones débiles del pro­grama máximo; los puntos en los que era posible negociar y transigir. Martínez-Alier acierta en su reflexión ecológico-económica al concluir que "la historia de la naturaleza es al mismo tiempo historia social" y que "la historia de cualquier país puede interpretarse socioecológicamente".

Héctor Martínez Cabo Gutarra 925

Lima 21 Perú

Hace más de tres lustros conocimos a Martínez-Alier a través de su libro referido a la sierra central y que en nuestro país se publicara bajo el abusivo título de Los huacchilleros del Perú, casi un "best seller" dentro de la casi ausencia de estudios acerca de las haciendas. Un libro claro, conciso y provocativo. Nos preguntábamos, ¿dónde andaba?

Ahora nos sorprende con este artículo, uno más en el mare mágnum ecologista. Así, en un lenguaje errático y obscuro, casi críptico, nos hace recorrer por variados términos: "ecologismo de los pobres", "ecologismo activista", "econo­mía ecológica", "economía moral", "ecología popular", "eco-socialismo", "ecologismo popu­lar igualitario", "ecologismo político", "neo­narodnismo ecologista"(?), "ecologismo político campesino" y otras linduras. Dios nos libre del ecologismo, más tratándose de "un proyecto de investigación", que exige, como aprendimos desde temprano, claridad en cuanto al objeto del estudio, conceptos y categorías .

Este embrollo ecologista, evidentemente, surge de la creciente confusión con la Ecología -una de las disciplinas científicas de mayor desarrollo en nuestra actual coyuntura histórica­entendida en su acepción moderna como el conjunto sistematizado de conocimientos acerca de la compleja y cambiante interrelación entre los seres vivientes y la totalidad de su medio ambiente (físico-social); definición que, con su uso ubicuo y abusivo, tiende a perder ese su real significado, como ocurre con otros términos, como revolución, democracia, socialismo. En cambio, el ecologismo, en términos genéricos, es un movimiento político de reciente data como respuesta a los problemas que crea la apropia-

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ción y uso desaprensivo de los recursos natu­rales, el crecimiento industrial, la expansión de­mográfica y, en general, los avances científico­técnicos.

Ciertamente, el ecologismo muestra una gran heterogeneidad ideológica y práctica en tomo a la conservación. recuperación o enriquecimiento del medio ambiente, particularmente en relación a la utilización de los recursos naturales. La di­ficultad o imposibilidad de definirla se trasunta en las decenas de ecologismos, como el "ecolo­gismo de los pobres" de Martínez-Alier, en realidad inexistente al carecer de organización, pero si bajo determinadas circunstancias se concreta, será más ficticia que real desde la perspectiva de la lucha que los pobres, llámese clases explotadas, deben librar; o el de Bush en relación a la amenazada biósfera, a la par que le interesa un pepino la contaminación que pro­voca la Southem Peru Copper Corporation; o el "ecodesarrollo" de las ONG, financiadas por los países dominantes; o el "manejo ambiental" de las Naciones Unidas, Fondo Monetario Inter­nacional y Banco Mundial de Desarrollo. En todo caso, cada cual más imaginativo y confu­sionista, bajo el común denominador de plan­tear soluciones técnico-económicas, que por sí mismas resultan parciales, al abstraerlas de los intereses económico-políticos en juego y que, precisamente, permiten el deterioro ambiental y el saqueo y destrucción de los recursos, como anotábamos en anterior escrito (Sollertla, Nº. V, Lima, 1989).

Desde una perspectiva de miembro de una sociedad polarizada y, por añadidura, sojuzgada a los países centrales, no es el caos ecologista lo que nos alarma y alerta, sino su rol confusio­nista, conciente o inconcientemente, de la reali­dad en la que vivimos, al llevarnos, por ejem­plo, a pensar que " ... se está convirtiendo en quizá la única alternativa revolucionaria posible para nuestra situación actual .. . " (Del V al Rodríguez, "El ecologismo: alternativa revolucionaria", Autogestlón y socialismo, Nº. 3, Madrid, 1979), enervando o haciéndonos olvidar la dinámica de la lucha de clases y la latente o abierta entre los países desarrollados y los "en vías de desarrollo", léase "en deterioro", como también ocurre al utilizar ese otro ubicuo cajón de sastre que se ha dado en llamar "clases populares".

Estas corrientes de pensamiento o de acción, ambiguas y confusionistas, invariablemente generadas por los envolventes centros de poder internacionales, son asimiladas de manera

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acrítica por los países dependientes, como el nuestro, "contaminándonos ideológicamente" y haciéndonos pensar que la degradación o destruc­ción de los ecosistemas y en general de los recursos es resultado de políticas inadecuadas, del incumplimiento de las leyes, de la falta de una "conciencia ecológica", y no producto del dominio de unas clases sobre otras, de la rapiña imperialista, de un capitalismo rampante y en­troncado a las transnacionales, que ahora bajo una campaña electoral multimillonaria nos vie­ne sin rubor alguno con eso de "capitalismo de los pobres", y de la estructura del estado que lo sustenta, entre otros factores .

Este drama nos hace recordar lo que nos dice la esposa de un minero: "¡Cómo no quisiera yo que toda la gente del pueblo se sienta orgullosa de lo que es y de lo que tiene, de su cultura, su lengua, su música, su forma de ser y no acepte andar extranjerizándose tanto y solamente tra­tando de imitar a otra gente que, f malmente, poco de bueno ha dado a nuestra sociedad!" (Viezzer .... SI me permiten hablar ••• Testimo­nio de Domltlla. Una mujer de las minas de Bolivia. Siglo XXI editores, 1978).

También se nos dice que la problemática eco­lógica se solucionará cuando "ocurra un reen­cuentro del hombre con la naturaleza". Hermosa y utópica frase, pero no dudamos que su solu­ción sólo será posible al liquidar, sin duda en un plazo lejano preñado de avances y retrocesos, el conflicto Norte-Sur, las relaciones de propiedad privada y los antagonismos de clase, tal como se plantea desde la perspectiva del materialismo histórico, expresada en varias publicaciones de la Academia de Ciencias de la URSS, lejos del reclamo de Martínez-Alier de una integración entre "el marxismo y el ecologismo".

Está fuera de toda duda que en el curso del desarrollo humano se han dado movimientos que con la óptica de nuestra época podrían ser vistos o definidos como "ecologistas", pero, como movimiento político, intrínseco a la naturaleza del ecologismo, son de reciente data, según muchos apenas a partir de la publicación del ya clásico Silente Sprlng, de Rachel Carson (1962).

Al tratar de buscar ecologismos anteriores al presente, hay que tener en cuenta que la per­cepción del investigador del pasado no puede desligarse de su propia ubicación en determinado tiempo y espacio, en perpetua mudanza, aparte de su casi imposibilidad de desligarse de sus experiencias, prácticas, apegos y estereotipos, condicionados o determinados socialmente, por

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lo que "ninguna historia, en el sentido subjetivo del término, podrá ser nunca un relato perma­nente ... (y) aceptable para los lectores de todas las épocas, ni siquiera para todas las partes de la tierra ... " (Arnold Toynbee, "Prólogo", Eu­ropa de Hitler. Sarpe. Madrid, 1986).

En todo caso, tal historia deberá ubicarse en términos del lugar de nuestro país dentro de la división capitalista internacional del trabajo y del neocolonialismo, de la apropiación de los recursos naturales en función de su incipiente estructura de clases modernas, apenas en trance de desembarazarse de los rezagos hispano-colo­niales, del capitalismo dependiente y burocrático, de la estructura de clase del estado, pues, de lo contrario, de aceptar alegremente la tesis ecolo­gista, no se estará haciendo sino juego a las mismas.

El tratar de asimilar al ecologismo los rela­tos presentados por Rostworowski, Mayer-Fon­seca y Earls nos parece ingenuo, en cuanto esas percepciones competen a cada individuo y de ninguna manera generari automáticamente res­puestas políticas, en el sentido del ecologismo. Tampoco la construcción de andenes, camellones u otros sistemas productivos corresponde a algún tipo de ecologismo, en sí creaciones en el largo proceso de adaptación del hombre a su entorno; si no, que lo digan los ecólogos.

Juan Torres Guevara CIZA - UNALM

Centro de Investigación de Zonas Arúlas Camilo Carrillo 300-A, Lima 11

De una manera general trataré de comentar algunos aspectos de la interesante propuesta de investigación que nos expone Martínez-Alier.

Si hubiera que hablar de alguna "moda" en el mundo científico internacional actual, ésta sería la Ecología. Es como si de un momento a otro hub eran surgido una serie de problemas, conflictos, enfrentamientos, contradicciones entre el hombre y la naturaleza, y pareciera que el de­sarrollo de las ciencias en el hemisferio Norte una vez más nos sorprendiera con otro de sus grandes logros: el descubrimiento de leyes y procesos que rigen las relaciones entre los seres vivos (incluido el hombre) y el medio físico en el que se desarrollan. Martínez-Alier se inscribe en la línea de quienes consideran que, si bien la ecología como disciplina componente de la

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biología apenas si tiene más de 100 años de existencia, el conocimiento de las interrelaciones entre lo vivo y su entorno en las culturas anti­guas del hoy llamado Tercer Mundo es algo que se originó con ellas hace varios miles de años, muestra de lo cual es la serie de tecnologías que hoy dan cuenta del arte con que manejaron sus ecosistemas de altura culturas tan antiguas como las de China, India, México, Perú, por citar algunas . En nuestro caso, la andenería, los camellones, los cultivos en cochas, las "chacras hundidas", son parte de los testimonios que nos dan una idea del nivel de la armonización que alcanzaron entre la satisfacción de sus necesi­dades y las leyes ecológicas que rigen a ecosis­temas tan frágiles como los de alta montaña o de los hiperáridos costeños.

Ahora, lo que sí ocurre es que el ecologismo a nivel intelectual en el Sur, como lo menciona Martínez-Alier, sí es un reflejo del Norte. En países como el nuestro también se podría decir que se ha dado este proceso; con frecuencia han sido algunos sectores de la clase media y media alta intelectual -muy reducidos, habría que aclarar- los que de alguna manera se han iden­tificado con los planteamientos ecologistas del tipo europeo o norteamericano y ninguno de ellos se ve cercano a los movimientos sociales popu­lares que han luchado o luchan por defender sus recursos naturales. Cabe señalar también que en este momento todo lo relacionado con la eco­logía, en el Perú, no está referido solamente a luchas ecologistas; existen grupos, igualmente, y yo diría que hasta con más intensidad de tra­bajo, que vienen laborando en la aplicación de tecnologías que incluyen variables ecológicas (agricultura ecológica, agroforestería, enfoque sistémico de cuencas) o en planteamientos alter­nativos de desarrollo, como el ecodesarrollo, todo esto imbuido de un espíritu de rescate de las experiencias de las culturas precolombinas.

Martínez-Alier, entonces, propone una "manera de entender la historia de los pueblos y clases sociales explotados del mundo en la línea de la nueva historiografía ecológico-social de la India (Guha y Gadgil 1989) para descubrir el contenido ecologista oculto o explícito de muchos movimientos sociales históricos o actuales". Es indudable que, en países como el nuestro, este planteamiento, donde la "cómoda" exportación de materias primas sin transformación alguna parece haber sido el rasgo principal de la histo­ria de nuestra economía, resulta muy atractivo, pues, en primera instancia, pareciera que los

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científicos sociales se hubieran inclinado bási­camente a destacar el papel de las relaciones sociales en la producción, quedando el gran vacío de la relación hombre-naturaleza. Claro que Martínez-Alier señala que su propuesta de una historia ecológico-social no está en la línea del determinismo geográfico y que no consiste sólo en agregarle a la historia social el escenario natural; es algo diferente, pero que no detalla más en este trabajo(!).

Una propuesta puede ser plantear como eje el estudio evolutivo del proceso que viene a ser la bisagra entre el hombre y la naturaleza: el trabajo. Víctor Toledo (1984) plantea que el estudio integral de la relación naturaleza-so­ciedad puede lograrse a través del estudio mul­tidisciplinario del proceso productivo.

Martínez-Alier muestra, a través de ejemplos de Bolivia, Brasil y, en especial, del Perú, cómo los procesos de exportación de materias primas por parte de países del Tercer Mundo se pueden interpretar mejor aún si consideramos la pers­pectiva ecológica del problema. La degradación de los ecosistemas, la desestructuración del poder

, político local, el intercambio desigual y el papel · que juegan en todo esto las metrópolis del

hemisferio Norte, se podrían interpretar de una manera más precisa si se toma en cuenta la variable ecológica. Desde esta perspectiva, por otra parte, muchas luchas sociales forman parte de los movimientos ecologistas en defensa de la integridad de los ecosistemas.

El caso de la agricultura peruana, sus ca­racterísticas técnicas, las concepciones que sobre ella y el ecologismo se discuten actualmente en los medios profesionales, así como el sector social más interesado en la defensa de los recur­sos naturales, son aspectos tratados por Martínez­Alier y que le dan consistencia a su propuesta.

Finalmente, quiero señalar tres observaciones dentro del ánimo de colaborar con el plantea­miento de Martínez-Alier. 1. No se puede decir, para el caso del Perú, que la tendencia o grupo que él denomina ecosocia­lista exista claramente. Los partidos, grupos o intelectuales de izquierda ven con recelo en la mayoría de los casos las propuestas ecológicas, el incorporar el enfoque ecológico a los proce­sos de producción en general, llegando a coin­cidir con los planteamientos más conservadores cuando tratan aspectos tecnológicos muy con­cretos. 2. Discrepo con el uso de términos como "ecolo­gistas espontáneos", "ecologismo de los po-

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bres", "ecologismo político campesino", "ecolo­gismo igualitarista popular", "ecologismo tribal", que vienen, me parece, muy desde el hemis­ferio Norte y son muy utilizados para calificar el saber que no se origina a partir de la llamada ciencia occidental. ¿Por qué no llamarla, dentro de los mismos términos científicos, ecología andina simplemente? He tenido la oportunidad de conversar con el mismo Martínez-Alier y sé que ése no es su espíritu, por Jo que considero que, en todo 'Caso, debe usar otros términos que no se presten a malas interpretaciones. 3. En mi opinión, es mejor utilizar ecología que ecologismo, término aquel más riguroso; el ecologismo ha sido "manoseado" tanto que en algunos sectores crea adversión, claro que pre­juiciosamente, al menos en nuestro medio.

(1) Precisa que la ecología, como parte de la biología no puede explicar procesos sociales, pues, de hacerlo, se estaría tratando de biologizarlos. "Los ecólogos saben explicar las causas de las migra­ciones de los pájaros pero para explicar la actual distribución geográfica de la humanidad no basta con ecólogos, hacen falta politólogos".

Karl S. Zimnurer Department of Geography

Universily of Wisconsin Madison, Wl 53705

Estados Unidos

El artículo de Juan Martínez-Alier abarca varias tradiciones intelectuales que merecen ser discutidas en el contexto de los crecientes estu­dios sobre las relaciones sociedad-medio am­biente en los Andes y en otras sociedades cam­pesinas. Enfocando su análisis en el contenido ecológico de los movimientos sociales, Juan Martínez-Alier logra identificar una cuestión de gran importancia para la interpretación de momentos cruciales en sociedades "complejas" tales como la sociedad andina. Martínez-Alier resalta la necesidad de investigar el significado normativo (sociológicamente) de la ecología tal como ésta se va constituyendo, muchas veces implícitamente, en las prácticas sociales de los pueblos andinos, particularmente dentro de sus construcciones de "economías morales". Su definición amplia de ecología complementa el uso frecuente pero distinto del término en refe­rencia a los procesos y estructuras de interac­ción biológica. El presente trabajo sugiere que

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la preocupación, muchas veces implícita, por las condiciones ecológicas en los movimientos sociales los diferencia de los intentos más for­males -y en última instancia menos exitosos­por explicar la utilidad social de los recursos, tales como los modelos económicos derivados de las teorías neoclásicas y de las teorías marxis­tas (clásicas).

Al presentar su prospectus para la "interpre­tación ecologista de la historia socio-económica", Martínez-Alier utiliza una diversidad impre­sionante de tradiciones intelectuales que gene­ralmente van asociadas a sus respectivas y distin­tas disciplinas académicas (por ejemplo, histo­ria, antropología, sociología, geografía, econo­mía). Aunque su argumento, en extremo intere­sante y hasta exhortatorio, a favor de este tipo de investigación requiere la integración de una multiplicidad interdisciplinaria de conceptos teóricos, es necesario considerar críticamente las formas reales y efectivas de estos conceptos. Podemos examinar brevemente cuatro de estos conceptos (el análisis energetista; las relaciones ecológicas de grupos sociales, especialmente campesinos; las prácticas ecológicas individua­les; y el "imperialismo ecológico") para sugerir que la investigación integrada de ecología y sociedad exigirá más que una síntesis de las tradiciones intelectuales existentes, tal como propone el presente trabajo.

Como resulta evidente en su importante tra­bajo sobre Ecological Economlcs, Martínez­Alier considera que el análisis de la energía y sus flujos constituye el gran marco teórico necesario para la integración de las relaciones entre "naturaleza" y sociedad. En el presente artículo, Martínez-Alier utiliza la terminología energetista para tratar sobre asuntos tales como la distribución desigual de las poblaciones humanas y la historia de la economía cubana de exportaciones. Aunque su discusión no pretende evaluar las condiciones ecológicas y sociales basándose solamente en la energía, la historia reciente del pensamiento sobre "ecología hu­mana" y "ecología cultural" (dos perspectivas predominantemente del Norte) sugiere que una cierta cautela debería acompañar el llamado a un análisis de la energía. En particular, estas perspectivas indican que un análisis energetista puede ser útil para describir un aspecto ecológico de la transferencia (o intercambio) de productos y recursos, pero que ello no explica la organi­zación social de esas transferencias, ni tampoco las razones por las cuales la organización social

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de tales transferencias cambia con frecuencia (por ejemplo, cuando esas transferencias se transfor­man en foco de un determinado movimiento social). En otras palabras, el análisis energetista puede ayudarnos a entender un aspecto de cómo funcionan y cómo se estructuran las relaciones ecológicas de una sociedad, pero no el porqué de éstas: por qué estas relaciones toman ciertas formas y no otras.

La cuestión de por qué las relaciones eco­lógicas de las sociedades varían a través del tiempo y el espacio es fundamental para enten­der las fuerzas que ayudan a crear el compo­nente contestatario en los movimientos sociales. Aquí Martínez-Alier recita la letanía bastante conocida de los impresionantes logros tecnológi­cos de los agricultores precolombinos en los Andes y en la costa peruana como evidencia de un estado ecológico adecuado a la "utopía andina". Continúa con una descripción del papel de varios factores, tales como la penetración del capital y el cambio demográfico, en el desen­cadenamiento de una degradación del medio ambiente. Aunque el declive histórico de la calidad del medio ambiente en estas regiones pueda ser relacionado con estos factores en un sentido general, una explicación de la reestruc­turación de las relaciones ecológicas practicada por individuos y sociedades, y su constitución en movimientos sociales, debería beneficiarse de una conceptualización más detallada de la econo­mía y la sociedad campesinas. Por ejemplo, los cambios en la dimensión ecológica de las con­diciones sociales en la mayoría de las zonas rurales andinas no pueden ser abordados adecuadamente sin incluir un análisis de las im­plicancias de las relaciones de poder entre grupos locales en el uso de la tierra y de la "semi­proletarización" económica de casi todos los agricultores y pastores campesinos.

El estudio de la degradación de las condi­ciones ecológicas y de la incorporación de estos cambios en movimientos sociales también debe prestar atención al examen de los significados culturales que son atribuidos a diversos aspectos del medio ambiente. Las prácticas sociales campesinas de importancia ecológica no deberían ser vistas solamente como "comportamiento racional" en el sentido de la economía neoclásica, como reconoce Martínez-Alier cuando indica la importancia de una "economía moral" para entender las relaciones ecológicas. Pero el pre­sente trabajo no menciona la evidencia etnográfica y etnohistórica que indica que los

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pobladores andinos construyen significados contrastantes entre sí y que no atribuyen la misma importancia a diversas condiciones (o recursos) que pesan sobre el cambio del medio ambiente, entre otros tierra, agua, trabajo hu­mano. Para estudiar el contenido ecológico de los movimientos sociales y las relaciones con el medio ambiente, los individuos no deben ser presentados solamente en su rol de agentes de cambio en el medio ambiente.

Finalmente, quisiera hacer un comentario sobre el significado que da Martínez-Alier al término "imperialismo ecológico". Aunque se podría considerar este punto como un asunto meramente semántico, el manejo del término "imperialismo ecológico" en el presente trabajo difiere claramente de una interpretación alterna­tiva, y tal vez socialmente más apropiada, que hace falta desarrollar.

Martínez-Alier ha tomado prestado el término "imperialismo ecológico" del trabajo del histo­riador Alfred Crosby, quien lo utiliza para refe­rirse al éxito biológico de los invasores ecológi­cos, tales como la maleza, el ganado y los agentes patógenos que se transportaron del Viejo al Nuevo Mundo. Aunque la invasión de estos agentes biológicos ciertamente modificó las condiciones ecológicas de la vida social entre las poblaciones subyugadas, tal como viene sucediendo hasta hoy, se puede definir una forma

RESPUESTA

Juan Martínez-Alkr Dpto. Economía e Historia Económica

Universidad Autónoma Bellalerra, Barcelona 08193

España

V arios comentaristas son reacios a aceptar la tesis principal de mi artículo, esto es, que la historia pueda interpretarse en términos de un "ecologismo de los pobres". La cuestión que yo planteo es si esa idea del "ecologismo de los pobres" sirve a los historiadores para interpretar buena parte de la marcha de la historia, más allá de episodios tan obvios como la lucha de los seringueiros en Acre y la muerte de Chico Mendes en diciembre de 1988 o la lucha del movimiento Chipko en las montañas del Hima-

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distinta de "imperialismo ecológico" sobre la . base de la dominación política. El significado del imperialismo ecológico que surge de las re­laciones de poder desiguales subyacentes a la dominación política es más apropiado para las relaciones sociedad-naturaleza en una creciente variedad tanto de circunstancias relacionadas con el medio ambiente como de momentos históri­cos, incluyendo no solamente el accidente de Bhopal (y, en general, el establecimiento en el Tercer Mundo de actividades económicas de alto costo ecológico), sino también el reciente in­tento de las autoridades municipales de La Paz de prohibir la tradicional quema de leña como parte de los ritos de celebración de San Juan realizados por las clases populares en la ciudad.

A pesar de la necesidad de clarificar y tratar críticamente la integración de estas perspectivas conceptuales, la amplia discusión de Martínez­Alier contribuye con una posición ventajosa muy útil, combinación a la vez de una visión general y una aproximación preliminar. La amplia gama de intereses demostrada en este trabajo, que es al mismo tiempo su debilidad y su consistencia, incluyendo el llamado a hacer estudios compara­tivos, debe estimular esfuenos futuros de inter­pretación conceptual y empírica de la dimensión ecológica no solamente de los movimientos so­ciales, sino también del espacio más difundido ocupado por la vida y las prácticas sociales.

laya en Uttar Pradesh, en la India, que son casos patentes de "ecologismo de los pobres". Como bien dice Bernardo Fulcrand en su comentario, "la tesis enunciada del ecologismo de los po­bres, según la cual 'la lucha por la supervivencia lleva a los pobres a defender el acceso a los recursos naturales y su conservación' queda por demostrar". Si he llamado "proyecto de investi­gación" a mi artículo es porque realmente hay mucho por investigar en este campo, por encima de la capacidad de una persona o un equipo (más aún cuando, en mi caso, como recuerda cariñosa­mente Héctor Martínez, cargo ya algunos lus­tros a mis espaldas).

De lo que se trata es de entender la ecología de las sociedades humanas históricamente. La antropología ecológica, cuya trayectoria Alejan­dro Camino competentemente nos recuerda, ha

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olvidado a veces la historia. Una historia eco­lógica requiere entender las tecnologías de aprovechamiento de los espacios rurales, el uso del agua, las formas de urbanización, los sis­temas de conocimiento de la naturaleza propios de cada cultura. La especie humana se distingue por su falta de instrucciones genéticas respecto al consumo exosomático de energía y materia­les. Por tanto, en contra de la opinión que Cai­llaux defiende, el estudio de la ecología humana precisa abarcar, asimismo, el estudio de los conflictos sociales, la diferenciación social, las instituciones del poder, de la propiedad y de la explotación.

La tesis de un "ecologismo de los pobres" la presenté inicialmente bajo el nombre "neo­narodnismo ecológico" o neo-populismo eco­lógico, en artículos en las revistas Mientras Tanto (24, Barcelona, 1985) y Márgenes (2, Lima, 1987), y en mi libro Ecological Econo­mics (Blackwell. Oxford, 1987), pero Alberto Flores Galindo le dio el nombre más claro de "ecologismo de los pobres". La alusión a los narodniki rusos del siglo XIX tiene dos moti­vos: por un lado, los narodniki creían posible que la sociedad socialista se construyera sobre la base de las comunidades rurales, sin pasar por el doloroso trance de privatización de la propiedad de la tierra y proletarización. El ecolo­gismo de los pobres coincide con esta perspec­tiva ya que su base social sería predominante­mente campesina (aunque no únicamente) y porque es igualitarista. Además, el primer crítico de la economía desde el punto de vista ecológico, Sergei Podolinsky ( 1850-91 ), fue precisamente un socialista populista ucraniano (Martínez­Alier y Naredo 1979, 1982).

La economía liberal se opone por esencia al punto de vista ecológico, ya que considera el mercado como mecanismo en principio excelente para la asignación de recursos y necesita el crecimiento continuo. De otro lado, entre el marxismo y el ecologismo hubo un divorcio desde hw;e más de cien años. Ei pensamiento narodnik es más compatible con el punto de vista ecológico. Desde luego, la visión de Chayanov era más ecologista que la de los marxistas o los liberales industrialistas, aunque no llegó a pro­poner una agroecología. Así, pues, hay argumen­tos favorables a la expresión "neo-narodnismo ecológico". De todas formas, tal vez sea más sencillo usar ecologismo de los pobres, ecolo­gismo popular o incluso ecologismo socialista (como Ramachandra Guha en la India), donde la

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palabra socialista no se refiere a determinados partidos políticos, ni tampoco, en absoluto, a la estatización de los medios de producción, sino a la lucha por la igualdad y al control social, comunitario, de la economía. En este sentido, los anarquistas y los populistas de la Primera Internacional (Bakunin y Lavrov) eran socialis­tas, y así se empleó la palabra "socialismo" durante mucho tiempo y puede volver a em­plearse. El socialismo ecologista es nuevo como ideología, pero a mi juicio no es nuevo como práctica social. Aunque mi artículo hace refe­rencia en su subtítulo a los países andinos, creo que tiene relevancia para muchos otros países también; en cualquier caso, en el Perú como en Bolivia, las alusiones a la tradición socialista de la Primera Internacional en ningún modo resul­tan ajenas a la vida política local.

La ecología humana estudia el flujo de ener­gía y de materiales en sociedades humanas. Los ricos y los pobres se diferencian por su consumo exosomático de energía y materiales, tanto en un contexto rural como urbano, tanto dentro de cada país como internacionalmente. La interpre­tación ecologista de la historia socio-económica no se limita pues únicamente a un ámbito rural. Las luchas sociales por mantener el acceso a los recursos naturales, contra su privatización y ex­plotación comercial, son simultáneamente luchas ecologistas si llevan a una gestión de los recur­sos que los degrade menos. Ahí, por supuesto, la interpretación ecologista tropieza con la hipó­tesis de "la tragedia de los bienes comunales".

Agradeciendo las observaciones favorables a mi tesis de Juan Torres y Benjamín Marticorena, quiero regresar a la razonable opinión de Ful­crand en contra de mi tesis. Fulcrand afirma que a menudo los pobres son muy poco ecológicos. Yo le doy la razón. Por eso cito en mi artículo el trabajo de Jane Collins, que analiza la erosión del suelo en las precarias plantaciones de café en la Ceja de Selva, uno de los medios para buscarse la vida de la pobre comunidad a orillas del Titicaca que ella estudió. El caso extremo de pobres anti-ecológicos es el de quienes son tan pobres que consumen la semilla de la próxima cosecha, convirtiendo así un recurso renovable en un recurso agotable. La evidencia muestra que los pobres son a menudo muy poco ecológi­cos, ya que su pobreza les lleva a tener horizon­tes temporales muy cortos y a infravalorar el futuro. Sin embargo, mi tesis es la siguiente: sin duda, debe admitirse que la pobreza es causa de degradación del medio ambiente (sin olvidar que

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los ricos suponen una carga mayor sobre el medio ambiente que los pobres, por sus mayo­res niveles de consumo); ahora bien, la pobreza ha tenido por causa determinadas relaciones políticas y económicas; por tanto, los movi­mientos sociales de los pobres contra los ricos son a menudo, simultáneamente, movimientos ecologistas. Las luchas sociales de los pobres son luchas para conseguir lo que hace falta para la vida y son. por tanto, luchas ecológicas al de­finir sus objetivos en términos de necesidades ecológicas (energía, agua, vivienda, sanidad): así, las luchas contra el hacinamiento urbano son luchas por la salud y contra la explotación de los pobres por los propietarios urbanos. Muchos movimientos agrarios y urbanos han sido im­plícitamente movimientos ecologistas que han usado lenguajes sociales distintos a los del ecolo­gismo actual.

Las luchas socio-ecológicas de los pobres no se han expresado con el vocabulario ecológico de flujos de energía y materiales, de recursos agotables y de contaminación, de pérdida de bio­diversidad. Comprendo muy bien, por eso, el comentario de Grillo de que la cultura andina no puede ser traducida a lDl vocabulario occi­dental porque es "agrocéntrica, colectivista y panteísta". Sin embargo, no renuncio a una historia ecológico-social comparada. Así, las interpretaciones de Víctor Toledo en México son similares a las de Ramachandra Guha en la India y han nacido en dos culturas distintas. El en­foque internacional comparativo es espe­cialmente necesario si la historia ecológica nos ha de llevar a una teoría del comercio inter­nacional en términos de "intercambio ecológi­camente desigual", tal como se aplDlta en mi artículo. Asimismo, el enfoque internacional es útil para una historia ecológica comparada de la agricultura, que mostrará la mayor intensidad energética de la agricultura moderna (en térmi­nos de combustibles fósiles), debido al uso no sólo de combustibles para los tractores, sino también al empleo de fertilizantes y pesticidas (Pimentel 1979), con variaciones en distintos lugares y tiempos. Precisamente, la menor in­tensidad energética de la agricultura tradicional, junto con su contribución a la preservación de la biodiversidad, son argumentos muy fuertes en favor del neo-narodnismo ecológico; en contra, hay el argumento de los beneficios de las nuevas biotecnologías (cuyo impacto eco­lógico recién se empieza a discutir). El op­timismo tecnológico del que hace gala Feurtet-

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Mazel no es ya tan corriente como hace unos años, ni en los países ricos ni en los pobres. Precisamente, el uso de energía nuclear sólo tiene una explicación algo racional si suponemos que hay consciencia de la escasez de combustibles fósiles, y que esa escasez, para los partidarios de la energía nuclear, parece más peligrosa para el bienestar humano que las consecuencias actua­les y futuras de la energía nuclear. Quienes menos se aprovechan del actual consumo de combustibles, fósiles en el mundo, es decir, los pobres, son quienes mejor pueden protestar por el derroche que otros hacen, y quienes no tienen automóvil ni instalación eléctrica son quienes mejor pueden defender una economía que use menos recursos y sea menos contaminante. Las grandes cuestiones ecológicas internacionales hay que discutirlas en el lenguaje común de la ecolo­gía, sabiendo, sin embargo, comprender los lenguajes empleados por diversas culturas para referirse a algunos de esos fenómenos.

Una historia ecológica no es simplemente el estudio del cambio en el medio ambiente. Una historia ecológica ha de abarcar también los aspectos económicos y sociales (Worster 1989). Así, en la historia ecológica hemos de entender no sólo los cambios climáticos de "larga dura­ción" (por poner un ejemplo), sino también la influencia humana sobre el medio ambiente, y las instituciones económicas y las luchas socia­les que regulan y tienen por objeto el acceso a los recursos naturales. Así, la historia ecológica no estudiaría únicamente, por poner otro ejem­plo, la historia de la lluvia ácida a partir de la Revolución Industrial, sino también la historia de la percepción social de ese fenómeno (ya fuera descrito en los términos científicos pertinentes o con lenguajes populares), la historia de su in­cidencia en distintas zonas urbanas y rurales de composición social diversa, la historia de sus efectos económicos y, finalmente, la historia de las protestas sociales a que dio lugar. Otro ejem­plo: la historia ecológica estudiaría las luchas obreras vinculadas a la defensa de la salud en las fábricas, contra los intentos del capitalismo de externalizar los costes sociales para así incre­mentar los beneficios. La historia ecológica estudiaría, asimismo, el contenido y la percepción ecológicos en los conflictos sociales urbanos. Por ejemplo, en Lima, en las barriadas, donde el agua se compra de camiones, el consumo diario es tal vez de unos 25 litros por persona y día, compa­rado a lDl consumo de 200 litros en zonas más prósperas. Además, los más pobres pagan más

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por litro de agua. Al no disponer de conduc­ciones, el agua les sale más cara. El disponer de poca agua, y de agua de poca calidad, lleva a enfermedades, como las que nacen de la dificul­tad de eliminar los excrementos humanos. De ahí que un punto de conflicto social urbano im­portante sea el suministro de agua. La historia del uso del agua en Lima sería un buen ejemplo de historia socio-ecológica.

Análogamente, el coste del combustible para los habitantes más pobres de las grandes ciudades de la India es más alto que para los ricos. Cocinar con kerosene les saldría más barato que cocinar con leña traída a las ciudades desde muy lejos, pero para cocinar con kerosene hace falta, primero, tener una cocina y una casa para guar­darla (Agarwal y Narain 1985: 269).

La Ecología científica ha sido aprovechada políticamente en sentidos opuestos, en uno social-darwinista y en uno igualitarista. Así, el estudio de la ecología energética humana por Podolinsky, hacia el cual Engels se mostró desgraciadamente reacio en sus dos famosas cartas a Marx en diciembre de 1882, no tenía implicaciones social-darwinistas, sino todo lo contrario. Podolinsky se consideraba marxista. Analizó el flujo de energía en sociedades hu­manas (en términos similares a los análisis muy posteriores de antropología ecológica, por ejem­plo Rappaport 1967, o, en el Perú, con referen­cia a una familia de "huacchilleros" de Puno, R.B. Thomas 1973). Podolinsky no atribuyó las diferencias en el uso exosomático de energía dentro y entre países a una superioridad evolu­tiva, sino más bien a la desigualdad creada por el capitalismo. Eso era contrario a los darwinis­tas sociales, que pocos años después aplicaron a grupos humanos la frase acuñada por Boltzmann en 1886: "la lucha por la existencia es una lucha por la energía disponible". Incluso un ecólogo científico como Lotka adoptó alguna vez esa fraseología, no en un contexto biológico, sino para hablar de la Primera Guerra Mundial! Así, en vez de repetir una vez más que la ciencia es algo aparte de la política, debemos por el con­trario estudiar los contextos socio-políticos que favorecen la aparici6n y difusión de diferentes conocimientos científicos (ya sea de la ciencia ecológica o de otras más asépticas aún), y debe­mos también estudiar cómo distintos intereses sociales utilizan ideológicamente los conocimien­tos científicos.

La tesis del "ecologismo de los pobres" sirve no sólo para interpretar la historia, sino también

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para la política actual. Aunque la diferencia trazada por Feurtet-Mazel entre Ecología científica y Ecologismo-movimiento social es fácilmente comprensible, casi un lugar común, de hecho la Ecología científica ha sido políticamente utilizada no desde hace poco tiempo, sino desde el siglo XIX. Los mismos ecólogos científicos participaron de ese consumo político: Haeckel fue un social-darwinista activo. Términos de la Ecología científica como Le­bensraum tuvieron un uso político espectacu­lar. Actualmente, como hace cien años, la pers­pectiva ecológica no es políticamente unívoca. A algunos los lleva al darwinismo social: la "ética del bote salvavidas", de Garrett Hardin, es un clarísimo ejemplo. A otros, por ejemplo los Verdes alemanes y a muchos estudiosos y acti­vistas de los países pobres, los lleva hacia un ecologismo igualitarista internacional. Es una lástima que el ecologismo igualitarista (opuesto al ecologismo social-darwinista) no haya sido comprendido o haya sido incluso rechazado por los diversos marxismos. El marxismo ha operado con la categoría de "fuerzas productivas", sin haberla definido en términos ecológicos. Por eso hasta ahora no ha existido una historiografía marxista ecológica y, si dependiera de Héctor Martínez, no llegaría a existir.

Si interpretamos el desarrollo del capitalismo (del socialismo ''realmente existente" no vale la pena hablar ya) no sólo como un sistema de explotación del trabajo humano, sino también como una rapiña de la naturaleza en beneficio de los ricos, entonces muchos movimientos sociales de los pobres en contra de los ricos habrán tenido explícita o implícitamente un contenido ecológico. Tales movimientos socia­les, si no consiguen mantener los recursos natu­rales fuera de la economía crematística y bajo control comunal, obligarán por lo menos al capital a intemalizar algunas extemalidades (es decir, los perjuicios sociales actuales o futuros, que el mercado no valora, hacen nacer movi­mientos de protesta, cuyas acciones hacen subir los costes de las empresas). Así ocurre en las luchas por la salud y la seguridad en el lugar de trabajo, por la eliminación de los residuos tóxi­cos, por el suministro abundante de agua limpia en las áreas urbanas, por la conservación de los bosques contra las fábricas de papel, las repre­sas hidroeléctricas o las explotaciones ganaderas, al luchar también a favor de precios más altos para los recursos agotables, lo que llevaría a una asignación intergeneracional mejor.

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Creo que mi propuesta general queda clara. Sin embargo, como comenta Zimmerer con razón, algunas de mis interpretaciones requieren ser precisadas. Desde luego, no creo que el análisis del flujo de energía sea ni fundamento de una nueva teoría del valor económico (lo cual sería absurdo) ni tan siquiera el instrumento de análisis más importante de la Ecología. Ahora bien, tiene la gran virtud de permitir contar (aunque no todas las calorías sean iguales, en términos, por ejemplo, del tiempo de produc­ción que ha llevado el hacerlas) y, además, ha sido utilizado por la antropología ecológica. Mi pregunta es: ¿por qué no ha habido una historia del flujo de energía en las sociedades humanas, por qué la historia económica recién se está empezando a preocupar por esta cuestión? Es decir, la cuestión no es el excesivo uso del análisis de flujos de energía, sino la casi inexis­tencia de esos análisis (hasta hace muy pocos años) en el estudio de muchas sociedades humanas y de las relaciones entre sociedades humanas. Un análisis ecológico arroja dudas sobre la valoración económica habitual y, por tanto, todas las cuestiones de comercio inter­nacional (incluida la cuestión del "intercambio desigual") quedan de nuevo sobre el tapete. Creo

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que soy muy consciente de las relaciones entre estructuras político-económicas y relaciones eco­lógicas, aunque no tanto como Zimmerer de­searía, y creo que también he incluido en mi artículo la suficiente mención de la cuestión de los significados ecológicos contradictorios que las actuaciones campesinas pueden tener.

Le doy la razón a Zimmerer sobre el uso im­preciso que hago de la expresión "imperialismo ecológico". Alfred Crosby, en sus memorables trabajos, se h,a referido efectivamente al "éx ito" biológico, darwiniano de plantas, animales y portadores de enfermedades del Viejo Mundo en la invasión de las "neo-Europas". Si estudia­mos la economía como si fuera ecología hu­mana (y no como un sistema de formación de precios y cantidades transaccionadas, y como un sistema de acumulación de capital y de "crecimiento económico"), entonces intuitiva­mente se percibe que se puede avanzar hacia una noción más precisa de "imperialismo eco­lógico", que incluya los fenómenos de primera magnitud histórica estudiados por Crosby. Ahí estaría incluida esa idea que presento tentativa­mente de "intercambio desigual" desde el punto de vista ecológico.

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